EUCARISTICÓN Cascahuesos

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EUCARISTICÓN

Eucaristicón
Edgar Soliz Guzmán
Colección de Poesía PÁJARO DE CERA
Nº 29

© Edgar Soliz Guzmán, 2016


[email protected]

Para esta PRIMERA edición en el Perú:

© Cascahuesos Editores, SAC, 2016


Independencia Ñ-4, La Tomilla, Cayma
Arequipa, Perú
[email protected]

Editor: José Luis Córdova


Diseño de cubierta: Omar Suri

ISBN: 978-
Hecho el Depósito Legal
en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2016-

Impresión y encuadernación
Águila Real Publicidad Integral
Calle Nueva 327 of. 221
Cercado de Arequipa, Perú
Tiraje: 500 ejemplares

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el


previo permiso escrito del editor y autor. Todos los derechos
reservados.
EL PADRE COMO LA CARNE QUE SE DEVORA
EN NOSOTROS

Es posible encontrar en Eucaristicón de Edgar Soliz Guz-


mán una propuesta que bien podría emparentarse con el
neobarroso que Nestor Perlongher afianzaba a fines del si-
glo pasado. Una estética poco frecuente en territorios na-
cionales, desprejuiciada y sostenida en el desborde lin-
güístico con el que el autor encara a lo largo de la obra, su
propia figura y la del otro, en este caso, la del padre.
Un trabajo cargado de tensión carnal, de reiteracio-
nes y giros sobre su propio eje que, nos mantiene siempre
en la atmósfera del sexo, en la pulsión del lecho y en los de-
talles de un cuerpo que se abre —palabra a palabra— por
las laceraciones de su misma lengua.
De este modo, nos enfrentamos en este libro —sugeri-
do para edición y publicación tras declararse desierta la
segunda versión del Concurso Municipal de Poesía Ed-
mundo Camargo— a una obra que nos remite a la sordidez
que se esconde tras los pliegues de lo incestuoso, valiéndo-
se de la eucaristía —signo caníbal sobre el que reposa sa-
grado y ficcionado el amor— para desplegar un discurso
cuyo recorrido nos remite, al decir del propio Soliz a una
variante “homoerótica del vía crucis” cristiano.
Así, lo sacro expuesto en una mezcla de paganismo y
deseo en el que Petronio sirve de excusa ante los capri-
chos de la carne. Ante un padre e hijo escribiendo su propio
evangelio. Ante hombre contra hombre como dos amantes
consumiéndose en la imposibilidad de la redención.

—7—
El cuerpo es aquí protagonista absoluto. Centro de un
festín que finito se devora en lo salvaje y en el exceso ama-
torio del morbo. Más allá, el otro derrame: la escritura co-
mo un chorro caliente revolviéndolo todo: el alud.
Sin duda, Edgar Soliz Guzmán con este trabajo —co-
herente en su estructura interna— da muestras de al-
guien que se encuentra lejos de la contención ante el ries-
go y nos deja sobre la mesa una nueva oferta en la que es
posible reconocer, la gracia del destello en medio de la su-
ciedad.

Juan Malebrán
Cochabamba, 2014

—8—
Me arrojo sobre tu pecho, padre mío,
me adhiero a ti de modo que no puedas rechazarme
te tengo firmemente asido hasta que me respondas algo.
Bésame, padre mío,
tócame con tus labios, como yo toco con mis labios a los
que amo.
Dame con un suspiro, mientras te abrazo estrechamente,
el secreto
del murmullo que envidio.

WALT WHITMAN
Introito

Mi padre es un superdios con cabeza de elefante que


consiguió cobijarse en el útero de la más bella mujer
a pedradas El semen estéril es un risco en el cual to-
dos los millones de posibles hijos en algún momento
contemplamos la profundidad de la flor de boca de
dragón latiendo dentro de ese ir y devenir…

HÉCTOR HERNÁNDEZ MONTECINOS


I.

¿Duermes?

Buscas el olor del sueño en el hálito que te permite


expirar por mí
y descubres el polvo reservado a las cinco letras que
acunan tu nombre.

Enmudeces al revelarme el secreto de la reconciliación


y te inclinas, una vez más, a los caprichos de mi sexo.

El decálogo de la conmiseración te coloca delante de mí


para encender la oscuridad en la escritura de la noche
que se ahoga, trozo a trozo, en el desamparo fúnebre.

Noche que pinta la encarnación mudada en sacrosanto


desvelo.
Noche que hurga los excesos de la sangre que brota
inagotable.
Noche que se cierra ante mi ano tembloroso
para buscar el silencio
que horada la piedra misma.

Noche que traspasa


atraviesa
despedaza
destroza.

— 13 —
Escribes en el eco de la luna mientras juegas con el peso
de la revelación,
habitas el vacío del miedo que conjura el advenimiento
de tu estirpe.
Fluye la sangre-magma en la oscura maledicencia
humana.
Un pedazo de gangrena nace debajo de mi lengua.

Balbuceo:
Mis pupilas humedecen el vientre de ese lenguaje
diminuto.
Oraciones torpes fornican al pie del árbol que
nunca dice nada.
Procesión de palabras que masturban el tiempo
transcurrido.
Celebración eyaculatoria de ese reticente legado
licencioso.
Todos los miedos corporales destinados a migrar
su sexo.

Entonces la noche
la luna
la sombra
el huerto
el beso
no es un sueño.

— 14 —
Te despierto con ese silencio sordo que te grita: aleja de
mí esta copa.

Mi lengua decanta sus frustraciones y arrastra la perfidia


de tus lamentos,
se detiene a medir el peso de las piedras que florecen en
mi espalda y huye.
Me ahoga el secreto de esas piedras que silban pesadillas
al borde de mi ano,
ningún olor las contiene, sólo la interminable caída de la
luz enceguecedora.

Había comenzado a sonreír, a condolerme,


a sopesar el vino con que mojas el vientre de ese
bocadillo estéril que se mueve entre palabras sueltas.
Mientras, en alguna parte del cosmos, un padre teje
tribulaciones en el prepucio limpio de su recién nacido.

Me concedes el beneficio de la duda y, por segunda vez,


haces de este huerto el miserable lecho de la escritura.

— 15 —
Te dedico al suplicante que se ata a la gota de sudor que
aborta mis palabras.
A ese rostro informe imposible de deletrear el abismo
agazapado de la noche.
Aquel que canta la romería derramando fuego macerado
mientras se aproxima.

El que escucha los pasos que anidan en el suelo que me


pertenece
y busca el exilio de las voces que florecen en el tormento
de la caída.
Mientras su dios, y el cuerpo que lo contiene, desaparece
impoluto,
sin resolver el acertijo del hombre que sostiene sus
fragmentos
en una caja con tierra, sal y agua de lluvia de las cinco
de la tarde.

Arranco un pedazo de sombra que conserva tu olor,


mendigo una letra que contiene tu geografía
y cierro los ojos por si me observas esta vez.

— 16 —
II.

Entregas a tu mano el placer de sentirme preso en la


estopa de tus murmullos.
Pronuncias fatalidad con el contorno de tus dedos que
delinean mi horizonte.

Infringes la promesa en la que ambos conjuramos a la


carne
y me enseñas el camino de regreso para empezar
nuevamente.

La soledad discurre implacable.

Desata mi fe que cuelga amoratada,


desnuda la verdad del signo enmohecido.
Goza la brutalidad coital de mi confesor,
amordaza ese deseo oculto en el olor del hastío.

Advierte que ningún crucifijo contiene la mueca


de esos demonios que se deshacen en el sudario.

En tus oídos,
he caído dormido en ellos,
mientras intentas alejar ese inminente epitafio.

— 17 —
Mis palabras vuelven sobre sus pasos conformando
una velada marcha que tantea el rastro de tu sangre.
Atropelladamente, desordenan esa hilera que se vacía
y caen, una a una, encadenadas deliciosamente, mientras
buscan el cadáver de tu memoria extraviada entre mis
labios.

Cara a cara con la muerte, escarbando los restos de tu


historia,
desbordando la única versión de la noche que despierta
distinta.

Escuchando,
sintiendo,
respirando,
escribiendo
su propia traducción novelada.

— 18 —
El viento desempolva el patíbulo.
Los ojos revuelven la iniquidad del espejo.
Una herida sucumbe en la mano del hijo.
El filo de la espada anuncia un regreso.
La horca se mece, se asfixia, se ahoga.

¿Qué amor contendrá nuestros despojos?


¿Con qué devoción alimentarán nuestros lamentos?
¿Cuál la carne que nos reemplaza?

— 19 —
Me entrego a la eternidad del coito que amordaza tu voz.
Tu obsesión con la carne prometida anuncia el duelo.
Todos los miedos cometen la imprudencia de callar en
silencio.
Todas las bendiciones se consumen en mi sangre que
destila lozana.

Las lágrimas caen en el mismo suelo que habita la injuria


y tu rostro se borra en la mirada que desata la sentencia.

Tres pedazos de mi cuerpo yacen entre tus


dientes.

— 20 —
III.

—Dinos, ¿tú eres el hijo del hombre?

¿Es tu boca vibrátil la que espera el maleficio?


¿Son tus ojos agitados los que anidan al profeta?
¿En qué soledad cabe los hilos de tu sexo?
¿Quién deambula tu cadáver desbocado?
¿Cuál la palabra que te habita?

¿O sólo la eterna cíclica pesadilla del hombre?

— 21 —
IV.

Evocación:
El fuego inquisitorio calienta el lomo de ese
cuerpo roto que se consume en las primeras palabras.
Simulacro:
La conciencia renuncia a su primera lengua,
enmudece su halo verborreico al tercer intento fallido.
Revelación:
Todo desfallece en el preámbulo del alba,
incluso el hollín de la promesa que habitaba tu carne.

Una lágrima corroe la piedra fundamental,


el silencio guarda los honores del padre,
la ceguera languidece el tiempo sexuado.

Abro el costado derecho de tu abdomen,


envuelvo tu nombre en la sangre del templo,
lo entierro junto al pan ácimo que me queda,
costuro tu herida y bebo el agua de tu abandono

Deletreo: ¿ A g n u s D e i ?

— 22 —
Todo estaba escrito para mí que no sé leer tus labios.

— 23 —
V.

Un instante:
El manto que resbala por el cuerpo seco.
La escritura eterna de nuestros despojos.
La memoria que disocia el olor del linaje.
El estiércol soberano del pueblo enfermo.

Romería de palabras que tejen cada una de mis


llagas.

Un sueño:
Mi piel que repta sigilosa hacia su perdición.
El letargo de tu sexo que se abre en el altar.
El coito que corona el amor del padre.
El semen que supura mi alma perdida.

Todo enmudece
al abandonar el círculo balano prepucial.

— 24 —
VI.

Viaja coronando el borde de las pupilas,


se introduce en el misterio, en el fondo de ojo,
modera la voracidad con que se consume y se agota.
Te derrama entre los intersticios de las coyunturas,
entre el ombligo y el pubis de ese sexo trémulo,
besa tu cuerpo que se desliza ocioso en cada bocanada.
Evacua cada centímetro de perineo concupiscente
y enmudece los márgenes del esfínter llagado,
los colores cambian mientras reposan los dolores.
Discurre pasivamente entre esos muslos expuestos,
doblega sus rodillas en un acto inmisericorde,
acaricia cada vello tembloroso de las piernas abatidas.
Desemboca detrás del Talón de Aquiles
para verme humillado en tu última gota.

— 25 —
Se escurre tu nombre en la piedra del Pretorio,
salpican pedazos de mi voluntad herética.
Un aire mortuorio contiene este espacio,
una vocación accidentada, desvergonzada,
conjura los estertores de la hora suprema.

Toda la indolencia humana inunda la materia de mi fe.

Una presencia sin rostro intenta descifrar el curso de mis


heridas,
lame y relame sus dedos mientras se devora a sí misma,
extasiada.

Reniego tímidamente en tu nombre


buscando en tus ojos los confines
llorando por los dioses que perdí
—que quise perder—
habitado únicamente por un médano
y una herejía
forastero refugiado
en la piedad de la arena.

— 26 —
Epíclesis

Con este cadáver empujaré el polvo


de la tarde
que me encontrará dormido en tu espalda
sostenido apenas por una mueca de alma.
Puro viajaré hasta el hueco de la piedra
donde esperarán mis padres
sin emitir sonido.

JUAN CARLOS ORIHUELA


VII.

Abrazo tu humedad con el soplo de mi muerte.


Me hago de tu cuerpo en un trayecto varicoso.
Guardo tu semen para la travesía inmutable.

Te empujo a través de mí mismo para iniciar el retorno.


Te arrastro impíamente hasta la exactitud moribunda.
Te expulso a la corriente de la multitud despedazada.

Me pesa la comunión de tu nombre.

La procesión ha comenzado en el vértice de mi espalda,


corrientes sinuosas agitan las calles donde me derramo,
las palmas se encogen en la fatalidad de mi reconciliación,
tu molde de madera habita la inmensidad de la tierra
inerte.

Ciudad hemorrágica que vacía su podredumbre.

— 29 —
¿Qué lenguaje acuñará el manto rojo?
¿Qué crueldad coronará los vicios venéreos?
¿Qué dimensión coital forjará el fuego de la resurrección?

¿Cuál el oficio de la carne que maldice la


existencia?

Te recuerdo en la urgencia de la primera caída,


ahí donde el polvo frota mi vientre lacerado,
tus manos inhóspitas, la oquedad de tu espíritu
y mi historia repetida hasta el hartazgo.

— 30 —
VIII.

Me condena tu palabra, alucino en su secreto,


maldice la libación de ese tótem ensimismado,
abjura la ingratitud de mi sexo descompuesto.

Tu aliento me quema el placer de beberte de un solo sorbo,


de buscar los retazos del madero erguido entre mis manos,
de intentar cogerlos, morderlos, comerlos, pero es inútil.
Por que todo sabe a nada y este recorrido me despoja del
dolor
donde tu heredad unge mi pasión ominosa.

Restos de tu piel superan la dimensión humana


y entrecruzan cicatrices verbales que celebran el nombre
—tu nombre tatuado en mi dorso—
y contienen la gracia de ese hijo, andróginamente casto,
que conduce una yunta hermafrodita
por el camino más angosto, como indica el padre.

— 31 —
Ríos de sangre tormentosa transitan la ciudad,
la multitud crece embebida en aguas malsanas,
el tiempo espolea la indiferencia de sus horas,
el espacio se aprieta para enardecer sus escondites.

Miles de cuerpos se suman a mi cuerpo menstruante,


corroen llagas de otra época y liberan la pus profana,
hieren con sus roces olores reposados y vomitan la
evidencia degenerativa de lo que no se ve y no existe.

Nada contiene esas voces que me despedazan, consumen


mi voluntad y escupen para volver a tragar mis entrañas.

El caos se apodera de esta ciudad que me sufre,


un lienzo blanco borra lo que queda de tu rostro,
agua nueva se ofrece a mis labios, sólo bebo vino,
vino post mortem que brota de una herida nueva.

— 32 —
IX.

Todo transcurre con la violencia acostumbrada, —último


tramo—
me dices, y apenas alcanzo tu inmisericorde desgano.

—Último tramo— pienso, me aferro a tu cuerpo,


contengo el aliento y erotizo la contigüidad de tus ojos,
te leo y la ceremonia alcanza el clímax inesperado.

Ahora la muerte se anuncia a sí misma su nuevo trance,


allá donde el hacerse verbo ya no tiene ningún sentido
y tu inmensidad es un reflejo trivial de tu existencia.

Me quedo con el sabor amargo de tu aliento inviolable,


y todas las sombras que salen al paso de la conmiseración
que se mueven, ocultas, en el caos de la voluntad humana.

Me incorporo en el gozo íntimo de tu proximidad,


en el significado vacío de las intenciones de tu palabra,
en la duda que despiertan tus actos de fe, y espero.
Mientras me quito el pellejo que cuelga de mi aliento
y confirmo la devoción paternal que le tengo a tu amor.

— 33 —
X.

¿A qué edad pronunciaste la anunciación?


¿Cuál tu primera palabra cuando me pensaste?
¿Qué dimensión real del poder performativo?

—¿Sabrás explicar el acontecimiento y la descripción?

¿Yo te nombro?
¿Yo te prometo?
¿Yo te redimo?
¿Yo te tomo?

— 34 —
Una mano exprime cúmulos de sangre para consagrar
la palidez de esa piel que renace en el lecho ulcerado.

Mientras los dioses mitigan su indiferencia, un cuerpo


espera, gotea
y abre la tierra que recibe el alud de cenizas en comunión
infinita.

Mi pasión acaricia el oficio de los justos mientras crujen


los huesos,
se horroriza en el acaecer del augurio y se sumerge en el
agua que
lava nuestra mortandad como el misterio del monje y sus
dolores.

Los labios abiertos, el hálito envejecido, el oráculo


consumado,
ascender, descender, suspender, sostener.

El panorama cambia para el que observa desde arriba,


un grupo de descabezados baila en torno al madero,
celebra el silencio, el olor a carbón y la carne atravesada.

— 35 —
Sumerge sus manos en la tierra y me toma,
se eleva conmigo: de rodillas, de pie; y me suelta,
deja caer lo que queda mientras conjuga el verbo inútil.
Observa que a sus ojos le han faltado lágrimas,
que una costra de tiempo se posa en la edad infinita,
que es cruel la pasión, el padre, el hijo, el destino.

— 36 —
Cuatro ángulos desollados de tu cuerpo me sostienen.
Alegorías humanas quedan a la intemperie de esos dioses
huecos que invocan las voces que se aferran a tu tristeza.

Se abre el camino amplio del cielo que me observa


indolente,
escribo el esbozo de las estaciones que volverán conmigo,
descubro la cicatriz íntima de ese gesto afable y habito la
metamorfosis de la carne que nos sufre como un estigma.

Quedo en tu interior pedregoso,


líquido amniótico que nos nutre,
cordón umbilical que nos ata,
oscuridad eterna y un hondo
epílogo gozoso.

— 37 —
XI.

Se posó holgadamente en la cabecera,


abrió los ojos para observar de reojo,
contempló su imagen en la pupila ajena,
quiso otorgarle el tiro de gracia y le salió sangre.

Calló su risa, se sacudió y echó otra mirada.

— 38 —
XII.

¿Cuál el corazón del hijo que muere contigo?


¿Fue la madre la voluntad sobrada de una dualidad
incestuosa?
¿O fue el hijo, cual complejo de Electra, que amó al padre?

— 39 —
Exvoto

Yaceremos aquí eternamente penetrados


llaga y dolor, amando un cuerpo muerto
besando labios disueltos por el aire
ojos insosteniblemente secos y vacíos.

EDMUNDO CAMARGO
XIII.

Abandono la carne unigénita,


las grietas de la memoria, el aliento
y la palabra vaciada inútilmente en el amor.

Todas las voces se introducen en mis poros,


nada trasciende la omisión de esta historia,
ni siquiera el nocivo precio de tu nombre,
ni el misterio de la letra espiritual
ni la alteridad de la ley divina.

Mi esencia te busca en la inmensidad, y


c
a
e
.

— 43 —
El calvario se proyecta en la gota que contiene mi mirada,
agito la fotografía velada en la que caes rendido ante
otros.

Renuncio al lugar heredado y santifico tu pasión,


todo alrededor se desmorona, se rasga el santuario.

Una jarra de plata derrama su agua,


las piedras se cortan indecisas,
los candiles se descomponen,
el fuego subsiste inmutable.

Destrozan su incredulidad en el hastío de


la raza eterna.

— 44 —
Tomo la carne de tu carne, abro cuidadosamente la herida,
conjuro la gracia de dios para humedecer tu ánima,
imploro a tus amuletos sopesar tu última voluntad,
corto las deformidades que crecen de tu nombre
y escribo una carta para recordarte en tu travesía.

Busco tu sangre ofrecida en el ataúd de muros


insondables,
en esos cajones de tierra que recogen restos de espinos
rojos,
en la ceniza que adormece la desventura de la última
lluvia
y en el lamento de tu boca seca a la hora de morder el
polvo.

La mañana muere abandonada en el vértice de una


lágrima.
El horizonte se aferra al aniquilamiento
de tus suspiros.

Olvidé que había olvidado escribir en tus labios, tus dedos


y tu sexo.

— 45 —
XIV.

Devuelvo tu cuerpo a su mortaja dominguera,


beso, centímetro a centímetro, sus heridas
extrañas.

Te envuelvo en olor a piedra recién cortada,


cierro tus ojos mordiendo la ansiedad en mis labios,
desgarrando la parte borrosa que tu cuerpo ofrece,
trashumando mi deseo en el miedo al rigor mortis
y demorando mi reflejo en tu pupila midriática.

Vuelves a la tierra, al seno de tu padre,


a la oscuridad, al silencio, a la soledad.

Te recibo con la inocencia grávida.


Te acuesto en el recuerdo de tu primera cuna.

— 46 —
¿Qué decir si no te sueño?
¿Cuál tu imagen y semejanza?

¿Qué de la savia húmeda que germina en mi garganta?


¿De qué sirve mi voz si me es imposible nombrarte?
¿Qué hacer con este dolor al borde del ocaso?

— 47 —
Regreso por la senda que tus pies llagados han abierto.
Le doy la espalda al pueblo que ha escupido sus dioses
y ha desfallecido en el intento por remediar las cosas.

En el camino he experimentado un déjà vu,


vientre sangrante, expresión serena cubierta
de moscas y gusanos alevosos en el rostro.
Una mueca entorpeciendo el sufrimiento,
un estar embelesado en la muerte instintiva,
el locus amoenus que las parcas han consignado.

Persignarse correctamente,
rezar un padre nuestro,
no volver la mirada.

— 48 —
Quizá sólo las ruinas, la soledad y el olvido,
perecen en nosotros que fuimos el sueño de otro sueño.

Porque ninguno de los dos recuerda quién es el verdadero


hijo del padre,
la memoria es frágil, como el hombre…
sólo la muerte permanece inalterable.

— 49 —
Doxología

¿A quién tu mano busca


¿Cuál cuerpo, en las alturas, desentierra tu cuerpo?
Tu voz ¿a quién nombra eterno?

FELIPE GARCÍA
XV.

La roca se desliza,
una luz se filtra mansamente,
una presencia ambigua desborda el vacío,
aroma de otro tiempo envuelve el silencio,
sus manos heridas resuenan en la palabra escrita,
en la memoria de la tierra que maldice sus gusanos,
en el deseo de esos dioses que devoran la otra carne.

— 53 —
Índice:

PRÓLOGO
El padre como la carne que [...].............................................7

INTROITO
I. [¿Duermes?...].................................................................13
[Escribes en el eco...].................................................14
[Te despierto con ese...].............................................15
[Te dedico al suplicante...]........................................16
II. [Entregas a tu mano...]..................................................17
[Mis palabras vuelven...]..........................................18
[El viento desempolva...]..........................................19
[Me entrego a la eternidad...]....................................20
III. [—Dinos, ¿tú eres...].....................................................21
IV. [Evocación: el fuego...]..................................................22
[Todo estaba escrito...]..............................................23
V. [Un instante:...].............................................................24
VI. [Viaja coronando el borde...].........................................25
[Se escurre tu nombre...]...........................................26

EPÍCLESIS
VII. [Abrazo tu humedad...]...............................................29
[¿Qué lenguaje acuñará...]........................................30
VIII. [Me condena tu palabra...]........................................31
[Ríos de sangre tormentosa...]..................................32
IX. [Todo transcurre con la...]............................................33
X. [¿A qué edad pronunciaste...]........................................34
[Una mano exprime...]..............................................35
[Sumerge sus manos en la...].....................................36
[Cuatro ángulos desollados...]..................................37
XI. [Se posó holgadamente...]............................................38
XII. [¿Cuál el corazón del hijo...]........................................39

EXVOTO
XIII. [Abandono la carne...]...............................................43
[El calvario se proyecta...].........................................44
[Tomo la carne de tu carne...]....................................45
XIV. [Devuelvo tu cuerpo...]...............................................46
[¿Qué decir si no...]....................................................47
[Regreso por la senda...]............................................48
[Quizá sólo las ruinas...]...........................................49

DOXOLOGÍA
XV. [La roca se desliza...]...................................................53
EUCARISTICÓN, de Edgar Soliz
Guzmán, se imprimió en
octubre del año 2016 en la
ciudad blanca de
Arequipa. Su tiraje fue de
500 ejemplares.

Hecho e impreso en el Perú
Perú llaqtapi qillqasqa
Lurata Peru markana
In Peruvia typis excusum
Imprimé au Pérou
Printed in Peru

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