La Trascendencia Del Ego
La Trascendencia Del Ego
La Trascendencia Del Ego
1. INTRODUCCIÓN.
Con este ensayo Sartre inaugura el trabajo de exploración que culminará en el
Ser y la Nada.
Entiende el Ego como objeto psíquico trascendente. Establece una distinción
entre conciencia y psiquis. Mientras la conciencia es una inmediata y evidente
presencia de uno, la psiquis es un conjunto de objetos que no se aprenden por una
operación reflexiva y que, como los objetos de la percepción, solo se dan por perfiles.
Mi ego es en si mismo un ser de otro mundo, así como el ego ajeno. Hay una
autonomía de la conciencia y reflexiva. Lo que más le importaba era que esta teoría y
ella sola, a su entender, permitía escapar al solipsismo, lo psíquico, el ego, existiendo
para el prójimo y para mí de la misma manera objetiva. Aboliendo el solipsismo, se
evitaba las trampas del idealismo y Sartre, en su conclusión, insistía sobre el alcance
práctico (moral y político) de su tesis.
1. La concepción del ego que proponemos nos hace realizar la liberación del
campo trascendental al mismo tiempo que su purificación.
Desde este punto de vista, mis sentimientos y mis estados, mi ego mismo,
cesan de ser mi propiedad exclusiva.
El ego no es el propietario de la conciencia, es su objeto. Nosotros constituimos
espontáneamente nuestros estados y nuestras acciones como producciones del ego.
Pero nuestros estados y acciones son también objetos.
La conciencia trascendental es una espontaneidad impersonal. Se determina en
la existencia a cada instante sin que se pueda concebir nada antes que ella. Cada
instante de nuestra vida consciente nos revela una creación ex-nihilo. No un
arrancamiento nuevo, sino una existencia nueva.
La voluntad se dirige a los estados, a los sentimientos o a las cosas, pero no se
vuelve jamás sobre la conciencia. Se comprende esto muy bien en algunos casos en
que se ensaya querer una conciencia (yo quiero dormirme, no quiero pensar más en
eso, etc.). En estos diferentes casos es preciso por esencia que la voluntad sea
mantenida y conservada por la conciencia radicalmente opuesta a la que ella quería
hacer nacer (si yo quiero dormirme, permanezco despierto). La conciencia se espanta
de su propia espontaneidad porque la siente más allá de la libertad.
Todo ocurre como si la conciencia constituyese al ego como una falsa representación
de su misma, como si ella se hipnotizara sobre este ego que ella ha constituido, se
absorbiera en él, como si lo convirtiera en su salvaguardia y su ley: es gracias al ego en
efecto, que una distinción podrá efectuarse entre lo posible y lo real, entre la
apariencia y el ser, entre lo querido y lo soportado.
2. Esta concepción del ego nos parece la única refutación posible del solipsismo.
Si el yo deviene un trascendente, participa de todas las vicisitudes del mundo.
No es un absoluto, él no ha creado el universo, cae como los otros existentes bajo el
golpe de la epojé; y desde que el yo carece de posición privilegiada el solipsismo se
hace impensable. En lugar de formularse, en efecto: “solo yo existo como absoluto”,
debería enunciarse: “solo la conciencia absoluta existe como absoluto”. Mi yo, en
efecto, no constituye una certeza mayor para la conciencia que el yo de los otros
hombres. Es solamente más intimo.
3. Los teóricos de extrema izquierda a veces han reprochado a la fenomenología
el ser un idealismo y de ahogar la realidad en la oleada de las ideas.
Hace siglos, al contrario, que no se había sentido en la filosofía una corriente
tan realista. Ellos han recolocado al hombre en el mundo, le han devuelto el peso a
todas sus angustias y a sus sufrimientos, a sus rebeliones también. Desgraciadamente,
en tanto que el yo siga siendo estructura de la conciencia absoluta, se podrá todavía
reprochar a la fenomenología el ser una “doctrina-refugio”, el colocar una parcela del
hombre fuera del mundo desviando así la atención de los verdaderos problemas.
Este reproche no tendría más razón del ser si se hace del to una existente
rigurosamente contemporáneo del mundo y cuya existencia tenga las mismas
características esenciales que el mundo. No es necesario que el objeto preceda al
sujeto para que los pseudo-valores espirituales se desvanezcan y para que la moral
reencuentre sus bases en la realidad. Basta que el yo sea contemporáneo del mundo y
que la dualidad sujeto-objeto que es puramente lógica, desaparezca definitivamente
de las preocupaciones filosóficas.
El mundo no ha creado al yo, el yo no ha creado al mundo: uno y otro son
objetos para la conciencia absoluta, impersonal, y es por ella que ambos se encuentran
ligados. Esta conciencia absoluta, desde el momento en que queda purificada del yo,
no tiene mas nada que se parezca a un sujeto, tampoco es una recolección de
representaciones: es simplemente una condición primera y una fuente absoluta de
existencia. Y la relación de interdependencia que establece entre el yo y el mundo es
suficiente para que el yo aparezca como en “peligro” delante del mundo, para que el
yo (indirectamente y por medio de estados) extraiga del mundo todo su contenido. No
es necesario otra cosa para fundar filosóficamente una moral y una política
absolutamente positiva.