Iluminaciones ALEJANDRO OTERO
Iluminaciones ALEJANDRO OTERO
Iluminaciones ALEJANDRO OTERO
definición, más sonoridad vibración-luz, tal vez sombra, que cualquier otra cosa, hasta que por último, en la escultura, le
basta con encarnar el pasaje fugaz de lo que transcurre.”
Alejandro Otero
que a su juicio es la principal característica de una verdadera obra de arte y la llamó “el
lenguaje del artista”, el cual define como la fuerza que envuelve y paraliza al espectador
antes de poder analizar lo que observa. Consideraba que ese modo de decir propio y eficaz
era un atributo evidente en la obra de Otero, presente en todo lo que había producido hasta
ese entonces, y que estaba determinado por dos condiciones básicas: un interés primordial
por el color y su capacidad de síntesis y de mesura (01). Según esto, el lenguaje de Otero
estaría signado por un estricto manejo del color, cuya fuerza amenaza constantemente con
perceptible para el ojo humano por medio de una serie de métodos que fue probando y
concentraba todo ese cúmulo de percepciones y las contenía, modulando la aparición de esa
sentimiento. Para la autora, hay artistas que se disponen a vencerla elaborando una obra en
la que el orden rige como contención frente a esta angustia esencial, mientras que otros se
sumergen en ella para abrazarla y aquietarla aun cuando sea imposible vencerla (02). Otero
alcanzado. Esto era lo que lo movía de vez en vez a cambiar de estrategias, pero nunca de
camino.
Por eso aunque el color es una constante en su trabajo no siempre es tratado del
mismo modo; a veces se presenta como elemento principal, vibrante, mientras en otros
momentos es discreta latencia, un breve indicio. Aparece diluyendo los contornos de las
formas reconocibles como ocurre en sus paisajes “escolares” – ciertamente tempranos pero
plenamente ejecutados –, o en las telas blancas que aunque niegan los coloritmos son
igualmente color en movimiento, solo que disuelto en luces blancas, rosas o ambarinas;
habitando y hasta desarticulando la trama del enrejado y la retícula que como estructura lo
desde el lenguaje digital, medio por entonces incipiente pero cuyo potencial desarrollo
la luz es percibida e interpretada por nuestra visión – y que ese acto físico y psicológico
Otero. Pero como se dijo antes aquí el color no es un elemento autónomo, no puede serlo, la
personalidad del artista le impide dejarse llevar sin más por la emocionalidad o la intuición.
Esta libertad dirigida aparece ya en los tempranos paisajes, donde la atmosfera del valle
traslúcidas que dibujan los cerros y las chamiceras, el cielo y las sencillas construcciones de
manera convincente. Pero más allá del motivo – el paisaje – lo realmente importante aquí es
cómo el joven pintor compone por medio del color, como el trazo aplicado de manera
Entonces, ¿cuál es el recurso que utiliza Otero para abordar la luz, condensarla y
estructura. “La idea de estructura siempre se impuso en mi trabajo, desde las obras más
naturalistas, lo mismo que la de ritmo.” (03) En este caso nos referimos a la estructura como
sistema de trabajo aparece en las diagonales que se entrecruzan en las Cafeteras, donde
define campos de color como evitando que salten desde el plano, hasta que ese orden estalla
y destruye la dinámica fondo-forma en las Líneas inclinadas sobre fondo blanco. Una
estructura que en los Collages ortogonales vibra revelando un posible espacio habitable que
dialoga con la arquitectura; que en los Coloritmos se superpone al color, conteniéndolo para
luego confundirse con este, integrando la estructura blanquinegra al color puro y vibrante; o
que más tarde aparece luminosa en las Esculturas cívicas, convocando la luz para que
sistema de apoyo y ordenamiento que Otero subvierte cada vez que siente que lo limita,
pero solo después de haber llevado al límite sus posibilidades expresivas. Estas estructuras
son en esencia filtros con los que el artista refina la luz, conteniéndola en dinámicos
transformación.
luego como pintor y escultor. Podemos imaginar a Alejandro niño viendo el cielo a través
del techo de palmas de su hogar en Upata mientras el sol reverbera sobre él y se filtra por
las hendiduras (05), y ya adulto reencontrando ese destello esencial en los azules de las
primeras Cafeteras pintadas en París, en las breves anotaciones lumínicas de las Líneas
***
Otero llega a Francia por primera vez en 1945 y previamente ha estado en Nueva
York. Ha bebido de todas las fuentes que por fin tiene frente a frente y la absorción de todo
lo visto lo sume en una suerte de saturación que le impide pintar. De ese primer encuentro
con la pintura universal y su imponente historia logra despejarse poco a poco; se depura,
pero persisten dos nombres que no le serán nunca indiferentes: Cezánne y Picasso. “En
Nueva York, mi mayor ansiedad era ver todos los Picasso que pudiera y a Cezánne, pero vi también
Corots y Goyas, Grecos, Kandinskys, Matisses. En el Louvre, Leonardo, Mantegna, Rafael, Rubens,
todo ello en el curso de pocos días. La confusión iba siendo tan grande que dejé de pintar por
meses.” (06)
sus objetos, procura manejar la misma gama de colores y se encierra a pintar a la manera
del maestro. Eventualmente la personalidad del joven pintor se sobrepone al modelo, no por
negación sino tras llevar hasta las últimas consecuencias sus preceptos.
vibrante azul que emana de una cafetera de peltre. Ese pequeño objeto, que lo atormentará
por mucho tiempo, abre un ciclo – Las cafeteras – en el cual el artista logra su primera
expresión de gran importancia plástica, por su ritmo, por su fuerza y por la valentía de la
color. Así, los objetos dejan de ser botellas, cacerolas o cafeteras para hacerse línea, color,
pintor. Sin referencias visibles se hace evidente que los problemas de la pintura son otros y
más profundos, no se trata de reciclar la realidad repitiendo en la pintura lo que rodea al
artista sino de penetrar en los valores propios de este lenguaje y con ello en la realidad que
anida en el interior de sí mismo. Al inicio de la serie el color se presenta de forma más bien
austera y las composiciones son logradas por medio de complejos sistemas de trazos de
tonos oscuros o terrosos, dinamizados por azules, verdes, rosas o violetas que completan las
1949, telas en su mayoría de fondos blancos en las que tan sólo con pocos acentos de color
y líneas, evocaba el color de los objetos y su ritmo, para amoblar el espacio” (08).
trazos verticales – azules, amarillos y rojos – sobre planos trabajados como fondos neutros,
lechosos, o sobre el propio lienzo. Por primera vez trabaja sin ningún referente al que asirse
surgen de ese vacío narrativo desemboca en la serie de los Collages ortogonales (1951-
1952), menos conocidos pero fundamentales en esta transición definitiva hacia el lenguaje
abstracto y la nueva concepción de la obra de arte que este propone. Los collages surgen
bajo la impronta de los Boogie – Woogies (09), últimos trabajos de Piet Mondrian que
Otero ha conocido profundamente en Ámsterdam, años después de un primer encuentro en
Nueva York. El punto en común con el pintor holandés se halla en la construcción de una
diferencia de Mondrian, la gama de Otero va mucho más allá de los colores primarios,
tiñendo tiras de papel que luego entreteje para construir una urdimbre en la que el color y el
el interés central de la obra. “Cuando no pinté más sobre tela, fueron los siete colores de la
luz: amarillo, verde, azul, violeta, rojo, naranja y negro en oposición horizontal -
vertical” (10). Estas indagaciones en torno al comportamiento del color organizado por
medio de estructuras espaciales encontrará un campo para su desarrollo a gran escala en las
Súper bloque “El Paraíso” (1955), donde el artista constata las posibilidades expresivas que
que aparece ya mucho más formalmente definido en los Coloritmos, serie que marca el
retorno de Otero al trabajo de taller tras concluir los proyectos de integración de las artes en
Al respecto Juan Acha dirá: “Los Coloritmos son importantes en el panorama del
arte venezolano y latinoamericano por formular desde dentro el problema del color y la
geometría, y tender así un puente entre el concepto emocionalista del arte y el frio
dinámicas que se van transformando a lo largo de la serie, desde las primeras piezas en las
que formas de color flotan entre la estructura y el fondo blanco, estos campos cromáticos se
irán alargando de manera paulatina hasta acoplarse dentro del enrejado y borrar cualquier
de ver la pintura no funciona aquí, ahora el tema es el color: argumento, fondo, figura y
estructura por sí mismo. Siempre mutable, cambia, vibra y se transforma ante nosotros, el
desbordando el soporte para incorporar el muro que le circunda como extensión virtual de
los ducos. En ausencia de puntos de fuga que permitan establecer relaciones de cercanía o
distancia entre quien mira y el objeto, se produce una inmersión de la mirada maravillada
(12) y en ciertos casos, la pureza de los colores, el ritmo vibrátil que sugieren y el impoluto
acabado casi industrial de los Coloritmos los asemejan con pantallas tecnicolor (13).
París le impide continuar con ellos debido a lo complejo que resulta en esa ciudad acceder a
los materiales y un espacio adecuado para continuar el trabajo; igualmente resiente el orden
programático que le exigen. Retoma el óleo sobre tela y desarrolla una serie de obras
conocidas como Telas blancas o Monocromos, en las que la estructura formal de los
primer paso fue recurrir a algunos temas de forma proveniente de los “coloritmos”, pero
escritas con mayor libertad. Paulatinamente fui desarrollando estos temas, pero en sentido
contrario. La forma se fue diluyendo (al igual que el color), hasta que me volví a encontrar
con el enigma inicial de rectángulo, animado apenas por algunos movimientos de pincel, a
veces cargados de materia. Pasaba de una tela a otra, un poco como en la etapa de las
“cafeteras”, hasta que todo quedó prácticamente reducido al blanco.” (14), son en esencia
sus formas más precarias, el objeto de desecho y la materia descompuesta son los medios
ocupar el interés del pintor, quien propone al propio objeto como símbolo de lo real en la
medida en que, por ejemplo, un alicate cualquiera deja de ser simple materia para
convertirse en una idea. Estamos ahora ante “El alicate” y para más señas frente a uno muy
específico: “El alicate azul”. Otero singulariza lo que hasta entonces era anónimo y redefine
la materia convirtiendo lo inerte en signo, en gesto que habla del tiempo y del espacio que
vive el artista y de su interioridad. Aunque parece que las preocupaciones en torno al color
han desaparecido de su horizonte inmediato esa impresión queda desmentida al leer los
títulos de las obras. Además de El alicate azul encontramos obras como En manuscrito y
plata, Pincel y cuadrado blanco, Tensión granate, Tensión Oblicua (Antes Util soir noir,
Herramienta sobre negro)... títulos que revelan que el interés por el color no ha
desaparecido, solo ha cedido protagonismo a otros aspectos de la obra, pero sobre todo se
independiza de la obra, adquiere vida propia, simple, brutal. Pareciera como si Otero
fuera a lanzarse por la vía del pop-art, para desnudar la escoria, para desprender la falsa
embargo, vence de nuevo. Tímido, el color aparece; el color propio del objeto, con el cual
deriva hacia un reencuentro con las formas constructivistas a las que es tan afín. El objeto
medio de la cual se hace patente la realidad, no la universal sino la local y conocida. Esta
había tenido hasta los Coloritmos, apoyado ahora por el signo tipográfico que funciona
como esqueleto para apuntalar la construcción de la imagen. Alfredo Boulton señala: “En
estos Papeles coloreados queda afirmada la sustancia de colorista de que está hecha la
vena artística de Alejandro Otero. Confirma y sella su dominio del color por encima de
espacios, matizando otros, pero siempre exaltando la vibración de los valores y cuidando
de que ninguna gama se sobreponga a otra para que la imagen conserve su justo
equilibrio.” (17)
papel teñido con algunas tintas y recortado en trozos irregulares que luego son pegados a
una chapa de madera que sirve de soporte; sin embargo con estos collages Otero recobra
una formalidad que renueva la potente fuerza de su pintura. Aspectos como la definición de
la composición por medio de planos color, el dinamismo retiniano que generan las diversas
más allá del soporte, establecen una conexión evidente con los Coloritmos y sus
antecesoras Cafeteras, pero sin repetir sus fórmulas. Acerca de ellos Otero dirá: “Ahora
básicamente ligada a las dimensiones del color mismo.” (18). La liberación del color que
se produce a partir de ellos es tal que quizás tengan más cercanía con los posteriores
Tablones y las Esculturas cívicas que con los Coloritmos como se suele pensar, pues aquí
el color es primordialmente luz y como tal se manifiesta, al igual que sucede sobre la
prensa que sirve de materia a las composiciones de estos Papeles reactivó su interés en
(19), indagaciones que habían quedado en pausa después de sus colaboraciones con
Villanueva y Palacios. Además, la disolución de los límites entre pintura y escultura ya era
una condición fundamental en su trabajo, en tanto la comprensión del espacio y sus
posibilidades plásticas así se lo exigían (20). Entonces se presenta una nueva oportunidad
para que Otero convoque a esos públicos no voluntarios que señala María Elena Ramos, al
esculturas concebidas por Otero (21), pero si marcan un punto de inflexión en su modo de
abordar el espacio.
“Por qué este radical cambio? ¿Qué ha ocurrido en la vida de este artista, hasta
ayer únicamente pintor, enceguecido por el color, sumergido siempre en el color vibrante,
para que de pronto, sin aviso previo, levante en la que debió ser zona férica (sic) del
pulido, rodeando al hombre, rodeadas por el hombre, sin relación aparente con la obra
cumplida? ¿No hay en todo esto una evidente contradicción?” (22). Con esta interrogante
Otero desarrolla junto a Mercedes Pardo y el equipo técnico que le acompañará en adelante.
Ahora se entiende que la contradicción que parecía separar al pintor del escultor no
era tal, que Otero no era una u otra cosa sino un artista integral a la manera renacentista, y
que ese aparente salto respondió esencialmente a la necesidad de resolver problemas que
los hilos que unen ambas facetas, el Otero esencialmente pintor y el indagador en el espacio
real, se mantienen perfectamente enlazadas; que no son dos sino un mismo mundo, una
única personalidad que se mueve en diversos estadios de acuerdo a la ruta que traza su
investigación.
Cuando Palacios describe el tránsito de Otero como colorista aún es muy temprano
para saber hacia dónde lo conducirá el trabajo desarrollado para la Zona Feérica, pero lo
intuye. La distancia histórica ha dado pistas y claridades que afianzan las impresiones del
autor, coincidentes con las de Alfredo Boulton y Katherine Chacón, entre otros: el color fue
siempre un hilo conductor, incluso en aquellas obras menos “pictóricas” como las
esculturas a escala cívica. Antes de 1967 Otero ya había incorporado el color de manera
directa sobre el cuerpo de algunas esculturas, como ocurre en el volumen policromado que
Acuario Agustín Codazzi en Carrizal (ambos de 1959), sin embargo en ellas el color
Posteriormente, su inquietud por desarrollar aún más esta posibilidad generará una serie de
proyectos inéditos que apuntan en esa misma dirección. En el catálogo Alejandro Otero.
Dibujos para esculturas: la dimensión del vuelo María Elena Ramos analiza una serie de
diseños elaborados por Otero entre 1967 y 1987 en los que se descubre el uso que el artista
elementos.
indicado como color-materia sobre el metal] y vemos como ese color-materia, al activarse
Otero previó que algunos elementos policromados de las esculturas (barras, crucetas,
manera virtual crearían nuevos colores como resultado de la combinación de los primeros.
Si bien ninguno de estos bocetos llegó a realizarse, son pruebas de que el color-materia y
con los metales limpios, aprovechando sus propiedades reflectantes. Se trata en esencia de
destacar el poder de la luz como fenómeno físico en conjunción con el viento, la lluvia y
láminas oro y plata. “Todos los colores están contenidos en la luz blanca. Si bien antes los
discriminaba en sus Coloritmos, por ejemplo (es decir, aprovechaba la descomposición del
espectro solar), ahora trabaja con la síntesis. Sus estructuras metálicas la reflejan al modo
fundamental que tendría la luz sobre las superficies reflectantes de sus esculturas,
anticipando la desmaterialización virtual de los metales gracias a la acción del sol y otras
fuentes luminosas.
La persistencia del color como latencia invisible y como materialidad concreta en el
propio cuerpo escultórico encuentra al menos dos líneas de desarrollo adicionales a las
lamentablemente inconclusa. La primera surge del registro que hace “el pintor” de la luz
que estos cuerpos mecánicos proyectan en el espacio a través de la escritura del color,
fijando pictóricamente el modo en que estos reflejos irradian la opacidad del entorno donde
se plantan, son los Tablones (1973 – 1987). La segunda se materializa en una serie de
ensayos realizados a partir de 1987 que llevaron por nombre “Esculturas para la
intemperie, en color” (25), construidas a partir de módulos cilíndricos giratorios en los que
desarrollo de estas últimas, sin embargo los Tablones fueron plenamente realizados y son
una demostración palpable de lo que antes se mencionaba: la clara relación que existe entre
Sobre ellos diría el propio artista: “Lo que pasa allí con el color (¿estaré en lo
cierto?) es que estalla frente a los civilizados Coloritmos. Los creo de una individualidad
a la obra en sí, por sobre la noción de etapa o de proceso. Lo que parecía haberse
detenido en la pintura para proseguir y resolverse en la escultura, veo que se dio en los
focalizada sobre una pequeña maqueta titulada Stella aurea produce zonas de luces y
los bocetos de los Tablones fueron elaborados en 1973, a la par de muchos de los proyectos
cómo funcionaría la escultura en el espacio real. Es muy probable que de esta forma
reconociera el juego visual que generaba la luz sobre la estructura metálica de sus
esculturas y que la composición de los Tablones haya surgido de ese doble acto reflexivo:
La última indagación que emprende Otero en torno al color como elemento gráfico
concepción de nuevas esculturas, que pasaban directamente del croquis sobre papel a la
nueva herramienta. Acto seguido la emplea para salvar en este novedoso formato obras ya
construidas, que adquirían en el medio digital características inusitadas que permiten, por
obras, cosas imposibles de realizar en el plano físico. “Hubo una tercera motivación que
nuevo modo de trabajar el color no es de ningún modo objetivo, sino que responde a las
características propias de una nueva realidad, la digital. “Líneas de luz de todos los colores,
Otero avizora las posibilidades que la máquina y el medio digital tendrán a futuro, “desde
ella, en ella, por ella”. Esto es un reconocimiento temprano del universo que se abriría
pocos años después a través del arte digital y el net-art, por ejemplo, hasta desembocar en
presente y de manera horizontal con todos los habitantes del planeta; de allí el papel
privilegiado que otorgó al color como recurso de comprensión universal para expresarse
por medio de una serie de códigos o señales singulares, autónomas, que no son referencias
de lo real sino otra realidad, nueva y profundamente humana. En su obra podemos leer el
diálogo que a lo largo de los años sostuvo con la pintura, de manera directa o teniendo
como intermediarios a otros pintores con quienes se sentía de algún modo vinculado (30).
Asimismo, su empeño en que el arte estuviese en sincronía con los nuevos tiempos, sobre
todo con respecto a la ciencia, reflejando la nueva realidad que significó el descubrimiento
pues los procesos reflexivos y resoluciones técnicas de su obra son esencialmente bucles
que se concatenan a lo largo del tiempo. Así lo revelan los complejos vasos comunicantes
que unen diferentes etapas de su producción, conectando piezas que a primera vista parecen
resueltos para el artista, retomados tiempo después para darles nuevas soluciones. La
posibilidad que brinda la lectura de su obra como un extenso discurso que gira sobre sí
mismo, avanzando para anticipar ideas que solo serán materialmente posibles mucho
tiempo después, o retrocediendo para desarrollar otras que han permanecido en estado de
gestación durante largo tiempo, confirma que lo que Inocente Palacios llamaba el lenguaje
del artista no es solo la capacidad que tiene la obra de abrazar y causar una perplejidad
estética en quien la observa, sino que es sobre todo un signo de identidad, la evidencia del
trabajo consecuente del artista en torno a ciertos asuntos que le ocupan u obsesionan y que
Richard Aranguren.
Referencias y Notas:
01. “Al nombrar la palabra lenguaje me refiero a ese estilo propio, personal, único,
que permite al verdadero creador transmitir de inmediato, de un solo y sorpresivo
golpe, el mensaje de pura belleza que contiene la obra contemplada. (...) Lenguaje
que sólo lo poseen quienes, con total dominio del oficio, son capaces de imprimir a
su creación la categoría, nobleza y calidad que la hagan inconfundible, reconocible
en el tiempo.
Lenguaje que en Alejandro Otero no constituye una cualidad complementaria de la
obra. Inmóvil y poderoso aliento, forma, por el contrario, parte intrínseca e
inseparable de su creación. Siempre está ahí, en todo momento presente, en su
largo y dilatado recorrer por la expresión pictórica. Descansando siempre sobre
dos hechos esenciales, que se funden y complementan a través de toda su obra
pictórica. Su pasión por el color y su extraordinaria capacidad de síntesis. Primero
aparece el color, libre, violento casi, diseñando la forma, trascendiendo la forma.
Luego, de inmediato, aparece la síntesis, obligando más tarde el propio color,
esquematizando la forma, lograda a veces por la vía del color dominado.”
Palacios; Inocente. (1968). p. VII
04. En Las estructuras de la realidad (1991), María Elena Ramos aborda el tema de las
estructuras en la obra de Otero desde una lectura filosófica, en esta oportunidad nos
ceñimos a su aspecto netamente formal como recurso plástico.
05. “La casa estaba situada al final de una de las calles del pueblo, en plena
naturaleza. El techo de palma a penas nos resguardaba de la intemperie – una
parte estaba caída e inutilizaba uno de los cuartos. (...) La casa parecía diseñada
por Van Gogh, y en verdad que era así de hermosa. Jugaba a los barcos en los
huecos de las goteras y podía mirar el cielo y las flores de alhelí con solo levantar
la vista desde nuestro dormitorio.”
Otero; Alejandro. (1968). en Monroy; Douglas y Pérez Gíl; Luisa. (2008). p. 631-
632
09. Los Boogie – Woogies forman parte de la etapa sintética de la obra de Mondrian, en
ellos se vale de los colores primarios, azul, amarillo y rojo, y una mínima trama de
líneas en sentido horizontal y vertical.
12. Como cuando el niño de Upata contemplaba el cielo a través del techo de palmas, o
cuando despierta y aun acostado ve por primera vez el río Caroní. Quizás eso
explique la construcción casi siempre vertical de estos primeros tablones, porque
han nacido desde una primera mirada yaciente que no es posible replicar fielmente
pero que Otero recrea para el espectador.
13. Este particular movimiento óptico frente a los Coloritmos como consecuencia de un
modo de ver cinematográfico propio del siglo XX ha sido analizado ya por Nadja
Rottner en el ensayo Simetría secreta: la afirmación de la visión de Alejandro
Otero, fue publicado en 2014 en Resonant space. The Coloythms of Alejandro
Otero. La misma idea ha dado pie a las instalaciones audiovisuales de la artista
venezolana Magdalena Fernández Arriaga, en las que repasa el legado abstracto
geométrico y cinético de diversas figuras fundamentales de estos lenguajes. Sin
embargo, la idea ya había sido anticipada por el propio Otero, quien imaginó un
Coloritmo electrónico capaz de transformarse gracias a la intervención directa del
espectador. Otero imagina la posibilidad de construir una interfaz mediante la cual
este pueda crear, uno tras otro, nuevos coloritmos a partir de la introducción de
variaciones en la disposición del color/luz dentro de una especie de caja de prismas
trasparentes. Incluso, el aparato podría generar sus propias transformaciones y
almacenar cada cambio en una memoria o registro. “Coloritmo electrónico de
variantes infinitas y con memoria” es imaginado por Otero en algún momento entre
1970 y 1975 e introduce quizás por primera vez en nuestra historia local la idea de
pintura electrónica. Así lo describe Otero:
“Se compone de un plano (o un volumen) construido a base de prismas
transparentes. El color se da como luz. En los prismas transparentes (en constante
vibración o parpadeo) se establece la retícula vertical blanco y negro. Un teclado
independiente permite la división del campo del coloritmo en 1, 2, 3, 4 o cinco
módulos de color, y la regresión o proyección hacia adelante del desarrollo
cromático. Este puede darse en paralelas verticales o en líneas inclinadas hacia la
derecha o hacia la izquierda., también por el teclado de mando. El desarrollo
cromático debe producirse automáticamente según determinado ritmo de tiempo.
La única posibilidad de repetición consiste en echarlo a andar hacia atrás,
recurriendo a la memoria del aparato que registra y conserva por siempre que él
inventa o le imponemos. Si al marchar hacia atrás lo dejamos ir más allá de la
primera imagen que creó, sigue inventando hacia atrás, lo mismo que lo haría
hacia adelante. Depende de nuestra voluntad que invente hacia delante o hacia
atrás, (presente y futuro, en este caso, tienen el mismo valor).
El teclado también permite que todo el campo del coloritmo sea poblado de color,
bien el centro, o cualquiera de sus lados, el izquierdo o el derecho. El teclado debe
permitir, a voluntad, que el coloritmo se de en dominante cálido o frío, en un color
o dos, o en una policromía más rica. Cada aparato consiste en una pantalla (ésta
debería adoptar cualquier tamaño) y en un tablero de mando. Si uno altera el
tiempo relativo en que las diferentes retículas de color se combinan, alteramos por
siempre las posibilidades futuras del aparato así alterado. De este modo, podemos
crear, hasta cierto punto a voluntad, el destino crómatico de cada uno.”
Otero; Alejandro. (1970-1975). en Op Cit. (2008). p. 639
30. “A veces una obra de otro es como el símil de lo que puede ser la nuestra. Sucede a
menudo que nos parece posible entrar en ella, lograr ser investido por sus
significaciones: son experiencias valiosas, estimulantes, porque es como si
lográramos ser por un instante alguien a quien amamos y admiramos hondamente.
Cuando somos jóvenes vivimos mucho estos desdoblamientos, hasta que se van
alejando y nos dejan solos. Por fortuna, esa soledad no llega por sorpresa, ocupa
el sitio que va dejando la experiencia, ello nos sostiene.”
Gutiérrez; Jorge Luís. (1991) Alejandro Otero: últimos trabajos. Fundación Museo de
Artes Visuales Alejandro Otero. Caracas - Venezuela.
Monroy; Douglas (ed.). (2006). Alejandro Otero ante la crítica: voces en el sendero
plástico. Editorial Arte. Caracas - Venezuela.
Monroy; Douglas. y Pérez Gil, Luisa. (ed.). (2008). Alejandro Otero. Memoria crítica. 2°
edición. Artesanogroup Editores. Caracas - Venezuela.
Palacios; María Fernanda, Schön; Elizabeth y Carnevali; Gloria. (1991). Mercedes Pardo.
Moradas del color. Fundación Galería de Arte Nacional. Caracas - Venezuela.
Ramos; María Elena. (2019) Alejandro Otero. Dibujos para esculturas: la dimensión del
vuelo. Fundación Artesano Group / Fundación Otero Pardo. Caracas - Venezuela.