Llanto Por Ignacio Sánchez Mejías
Llanto Por Ignacio Sánchez Mejías
Llanto Por Ignacio Sánchez Mejías
La elegía de elegías se escribe en el otoño de 1934, dos meses después de la muerte de Ignacio Sánchez Mejías como consecuencia de la cornada
sufrida en la plaza de Manzanares (Ciudad Real). Lorca amaba en la fiesta de los toros su dimensión ritual, sagrada, su liturgia sacrificial, su
significación mítica, como formuló en varias ocasiones, pero de modo señalado en la alocución radiada a la Argentina en la primavera de 1935, que tituló
en el original Ensayo o poema sobre el toro en España, que editamos delante de la elegía. Poseía sólo someros conocimientos taurinos, pero Sánchez
Mejías era más que un torero: hombre culto, amante de la poesía, autor de varias obras dramáticas, alguna de inspiración freudiana (Sinrazón),
empresario de la renovación del baile español con su pareja, La Argentinita, personaje humano de primera categoría, decidió volver a los toros en edad
madura, después de llevar bastantes años retirado. Carecía ya de las facultades y edad requeridas; Lorca quedó aterrado por la noticia e hizo algún
comentario premonitorio sobre la suerte que aguardaba a su amigo. El poema canta todo esto («Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca»), las
insignes cualidades humanas del héroe («No hubo príncipe en Sevilla / que comparársele pueda»), la fatalidad de la muerte («A las cinco en punto de la
tarde»), el ritual de la tauromaquia y la función salvadora del canto poético.
Todas las mejores cualidades de Lorca (su intuición rítmica, su maestría métrica, la condición cósmica de sus imágenes, su dominio de la materia
andaluza, su poder elegíaco, su terror a la muerte) se concentran en el poema. Según conocida analogía musical, está concebido como una sonata.
Cuatro tiempos, cuatro partes: la noticia («La cogida y la muerte»), escrita en el viejo verso del cantar con estribillo («A las cinco de la tarde»); el
canto de la sangre vertida («¡Que no quiero verla!») y el elogio del héroe («La sangre derramada»), en verso romanceado; después, la meditación ante
la muerte («Cuerpo presente») en solemnes alejandrinos blancos, que prolonga, combinándolo con endecasílabos, el canto salvador («Alma ausente»).
Noticia, delirio, meditación y salvación; ritmo in crescendo, con cima en la sección segunda, que tiene ecos en la tercera y se remansa al cabo en la
serena contemplación del héroe: «Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura…».
1. La cogida y la muerte En las esquinas grupos de silencio
Trompa de lirio por las verdes ingles con sauces en las barreras.
cuando vio los cuernos cerca, ¡Qué blando con las espigas!
tropezando con miles de pezuñas La piedra es una frente donde los sueños gimen
como una larga, oscura, triste lengua, sin tener agua curva ni cipreses helados.
para formar un charco de agonía La piedra es una espalda para llevar al tiempo
¡Oh blanco muro de España! Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
¡Oh sangre dura de Ignacio! para no ser cazadas por la piedra tendida
¡Oh ruiseñor de sus venas! que desata sus miembros sin empapar la sangre.
que no hay golondrinas que se la beban, sino plazas y plazas y otra plaza sin muros.
no hay escarcha de luz que la enfríe, Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro. para este capitán atado por la muerte.
Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca. Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
El aire como loco deja su pecho hundido, que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve, para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
se calienta en la cumbre de las ganaderías. sin escuchar el doble resuello de los toros.
¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa. Que se pierda en la plaza redonda de la luna
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma, que finge cuando niña doliente res inmóvil;
con una forma clara que tuvo ruiseñores que se pierda en la noche sin canto de los peces
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo. y en la maleza blanca del humo congelado.
¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice! No quiero que le tapen la cara con pañuelos
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón, para que se acostumbre con la muerte que lleva.
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente: Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
aquí no quiero más que los ojos redondos Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
Los que doman caballos y dominan los ríos: No te conoce el toro ni la higuera,
los hombres que les suena el esqueleto y cantan ni caballos ni hormigas de tu casa.
Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra. porque te has muerto para siempre.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas. No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.