Cambio y Permanencia Carpio
Cambio y Permanencia Carpio
Cambio y Permanencia Carpio
1. Cambio y permanencia
2. Heráclito: el fuego
Heráclito vivió hacia comienzos del siglo V a.C entre 544/1 y 484/1, y
era natural de Efeso, ciudad de la Jonia, en la costa occidental del Asia Menor.
Como de los demás filósofos anteriores a Platón, no nos quedan de aquél más
que fragmentos de sus obras, lo cual constituye ya una dificultad para su
estudio.1 Más con ella se enlaza otra, en cierto modo más grave, porque
1 Los fragmentos de los presocráticos, junto con los testimonios antiguos acerca de
ellos, se encuentran reunidos, y acompañados por su traducción (alemana), en los Fragmente
der Vorsokratiker [Fragmentos de los presocráticos], de HERMANN DIELS (1848-1922), obra
publicada por primera vez en Berlín, 1903. Aquí hemos utilizado la 6' edición, realizada por W.
Kranz, Berlin, Weidmannsche Verlagsbuchhandlung, 1951, edición a la que corresponde la
numeración de los fragmentos, según es corriente hacerlo.
depende, no de circunstancias exteriores, sino del pensamiento mismo del
filósofo, de la dificultad de su propia doctrina y de su expresión, que le valieron
el sobrenombre que le dieran los antiguos: ó Σκτεινος "el Oscuro".
Heráclito expresó del modo más vigoroso, y con gran riqueza de
metáforas, la idea de que la realidad no es sino devenir, incesante
transformación: "todo fluye", "todo pasa y nada permanece", son frases que
Platón atribuye a los heraclitianos.2 Heráclito se vale de numerosas imágenes,
la más famosa de las cuales compara la realidad con el curso de un río: "no
podemos bañarnos dos veces en el mismo río" (frag. 91), porque cuando
regresamos a él sus aguas, continuamente renovadas, ya son otras, y hasta
su lecho y sus riberas se han transformado, de manera que no hay identidad
estricta entre el río del primer momento y el de nuestro regreso a él. El río de
Heráclito simboliza entonces el cambio perpetuo de todas las cosas. Por tanto
lo substancial, lo que tiene cierta consistencia fija, no la puede tener sino en
apariencia; todo lo que se ofrece como permanente es nada más que una
ilusión que encubre un cambio tan lento que resulta difícil de percibir, como el
que secretamente corroe las montañas, por ejemplo, o un bloque de mármol.
Y lo que se dice de cada cosa individual, vale para la totalidad, para el mundo
entero, que es un perenne hacerse y deshacerse. El fragmento 30 reza:
3. Heráclito: el logos
El mar es el agua más pura y la más sucia, para los peces potable
y saludable, para los hombres impotable y deletérea. Los cerdos gozan del
fango más que del agua pura.
Estos pasajes, y otros similares, enseñan que los opuestos, sin dejar de
serlo, no son nada separado de modo absoluto, sino más bien momentos
alternos y complementarios de un solo dinamismo -de una unidad superior que
los engloba y domina, a saber, la guerra. En comprenderlo reside la sabiduría:
En efecto:
cesa de referirse al efesio como a su antecedente y lejano maestro: "Aquí vemos tierra: no hay
ninguna proposición de Heráclito que yo no haya recogido en mi Lógica", loc. cit. Cf. infra. Cap.
XI.
entes, en lo que todos coinciden o acuerdan, es en que son: lo que reúne es el
ser, y λογος; nombra entonces el ser de los entes. El logos, pues, entendido
como el ser en tanto dador de unidad, es el fundamento de todo, que todo
traspasa y domina.
Parménides nació, según se supone, hacia los años 515 a 510 a.C. en
la ciudad de Elea, colonia griega del sur de Italia; entre 490 y 475 escribió un
poema didáctico, en hexámetros, conocido bajo el título De la naturaleza, del
que se conserva el proemio, alrededor, quizás, de los nueve décimos de la
primera parte, y muy poco de la última, de mucha menor importancia filosófica;
pues la doctrina que lo ha hecho célebre se encuentra en la primera. Su teoría,
según se adelantó (§ 1), representa la antítesis de la de Heráclito.
11 Frag. 41
Parménides es el primer filósofo que procede con total rigor racional,
convencido de que únicamente con el pensamiento -no con los sentidos-
puede alcanzarse la verdad y de que todo lo que se aparte de aquél no puede
ser sino error; sólo lo (racionalmente) pensado "es", y, a la inversa, lo que es,
responde rigurosamente al pensamiento:
O lo uno o lo otro; pero sin que quepa una tercera posibilidad (cf.
principio de tercero excluido).
Ahora bien, es asimismo evidente que la segunda posibilidad enunciada
-que no sea nada- es un absurdo; porque decir "no hay nada" es como afirmar
que "lo que hay es la nada", que "la nada es", o, en otras palabras, que "el no-
ente es": esto es claramente contradictorio, y por tanto debe rechazarse
(principio de contradicción):
porque el no-ente no lo puedes pensar -pues no es posible-, ni lo
puedes expresar.
Por ende es preciso concluir afirmando decisivamente el primer
miembro de la alternativa, es decir, que "es". Pero si hay algo, si algo "es", a
ese algo se lo llamará ente (cf. Cap. I, § 1). Entonces el ente es necesario.
dice la diosa; porque afirmar que "el ente no es" es una evidente contradicción.
De manera que
Pero si el ente es uno, inmutable, inmóvil, etc., ¿qué pasa entonces con
el mundo sensible, con las cosas que vemos, oímos y palpamos -qué pasa
con las mesas, las flores, las montañas, el mar, y con nosotros mismos, que
somos muchos, y no uno, y que nacimos y cambiamos a cada instante y que
habremos de morir? Parménides no transige con nada de ello, puesto que se
ha demostrado que sólo el ente es; por tanto,
6. El descubrimiento de la razón