El Jinete Sin Cabeza Stefania

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El Jinete sin Cabeza

Se dice que en un pueblo muy aislado de toda civilización se contaba la historia


de un jinete que acostumbraba a hacer su recorrido por las noches en un
caballo muy hermoso, la gente muy extrañada se preguntaba ¿que hombre tan
raro por que hace eso?, ya que no era muy usual que alguien saliera y menos
por las noches, a hacer esos recorridos.
En una noche muy oscura y con fuertes relámpagos desapareció del lugar, sin
dar señas de su desaparición. Pasaron los años y la gente ya se había olvidado
de esa persona, y fue en una noche igual a la que desapareció, que se
escuchó nuevamente la cabalgata de aquel caballo. Por la curiosidad muchas
personas se asomaron, y vieron un jinete cabalgar por las calles, fue cuando un
relámpago cayó e iluminó al jinete y lo que vieron fue que ese jinete no tenia
cabeza. La gente horrorizada se metió a sus casas y no se explicaban lo que
habían visto…

El Agualongo
El 4 de febrero de 1797, un terremoto destruyó gran parte de la zona central del
Ecuador. Se cuenta que antes del desastre se produjeron hechos misteriosos,
como el que les contamos a continuación.
En la plaza central de la villa de Riobamba se levantaba la escultura de un niño
tejedor (agualongo en quichua). Se dice que un día antes del pavoroso
terremoto, hacía un insoportable calor, y muchos se concentraron en la plaza
para descansar. En esos momentos miraron asombrados cómo la escultura de
piedra giraba sobre su propio eje.
Los testigos regresaron a sus casas profundamente contrariadas, sin imaginar
que al día siguiente Riobamba desaparecería y que por eso, el Agualongo
quiso verla por última vez.

La loca viuda

La Loca Viuda espantaba a los caballeros de vida disipada.


El inicio de esta leyenda urbana se remonta a la época republicana cuando la
ciudad de Riobamba era alumbrada por rudimentarios faroles que apenas
competían con la luz de las velas. La luna llena completaba el ambiente
propicio para los aparecidos y cuentos tenebrosos.
El protagonista de esta leyenda es Carlos, uno de los tantos bohemios que
gustaba embriagarse en las cantinas y no desaprovechaba la oportunidad de
tener un desliz.
Una de aquellas noches de juerga, al dirigirse a casa, se encontró con una
extraña mujer vestida totalmente de negro y con una mantilla que le cubría el
rostro, que le hizo señas para que la siguiera.
Carlos sin pensarlo dos veces fue tras de la coqueta a lo largo de varias
callejuelas oscuras.
Al llegar a la Loma de Quito, el ebrio le dio alcance.
–          “Bonita, ¿dónde me lleva? dijo.
Sin dar más explicaciones, la mujer dio la vuelta y Carlos recibió uno de los
impactos más grandes de su vida porque vio que la cara de la mujer era la de
una calavera.
De la impresión, Carlos cayó pesadamente sobre el suelo mientras invocaba a
todos los santos. Logró levantarse y emprendió la carrera de regreso a casa.
Al llegar, el hombre encontró el refugio en su devota esposa Josefina. Entendió
que la visión fantasmagórica era el castigo por tantas infidelidades. Y desde
entonces se dedicó santamente a su hogar.
Lo que Carlos nunca se enteró es que su esposa estuvo detrás del “alma en
pena”. ¿Qué había sucedido? Después de muchas noches en vela, Josefina se
armó de valor para castigar las continuas infidelidades de su cónyuge.
Una vecina le aconsejó darle un buen susto. Para el efecto le prestó una careta
de calavera y le recomendó vestirse de negro.
Sin estar segura, pero motivada por su amiga, la señora decidió hacerlo.
Una noche oscura, se trajeó de negro, se puso la careta y se cubrió con un
velo. Lo sucedido después ustedes ya lo conocen.
La loca viuda fue el remedio para los caballeros que abandonaban el hogar por
una conquista galante. Los años pasaron y aún dicen que la loca viuda se
aparece en las noches…

La misteriosa ciudad oculta en el Chimborazo

Una misteriosa puerta abre el camino hacia la ciudad dentro del Chimborazo.
Hace muchos años, en el tiempo de las grandes haciendas, había gente
dedicada al servicio de la casa y de las tierras. Los vaqueros eran los hombres
dedicados a cuidar a los toros de lidia que eran criados en las faldas del volcán
Chimborazo.
Juan, uno de los vaqueros, se había criado desde muy pequeño en la
hacienda. Recibió techo y trabajo, pero así mismo, los maltratos del
mayordomo y del dueño.
Una mañana que cumplía su labor, los toros desaparecieron misteriosamente.
Juan se desesperó porque sabía que el castigo sería terrible. Vagó horas y
horas por el frío páramo, pero no encontró a los toros.
Totalmente abatido, se sentó junto a una gran piedra negra y se echó a llorar
imaginando los latigazos que recibiría.
De pronto, en medio de la soledad más increíble del mundo, apareció un
hombre muy alto y blanco, que le habló con dulzura:
–          ¿Por qué lloras hijito?
–          Se me han perdido unos toros –respondió Juan- después de reponerse
del susto.
–          No te preocupes, yo me los llevé –dijo el hombre- vamos que te los voy
a devolver.
Juan se puso de pie dispuesto a caminar, pero el hombre sonriendo tocó un
lado de la piedra, y ésta se retiró ante sus ojos.
–          Sígueme –le ordenó.
Aquella roca realmente era la entrada a una gran cueva. Sin saber realmente
cómo, Juan estuvo de pronto en medio de una hermosa ciudad escondida
dentro de la montaña.
El vaquero miró construcciones que brillaban como si estuvieran hechas de
hielo. La gente era alegre y disfrutaba de la lidia de toros.
El hombre alto le entregó los animales, le dio de comer frutas exquisitas, y
como una forma de compensación le regaló unas mazorcas de maíz.
De la misma forma extraña en la que había llegado, pronto estuvo en el
páramo, con los toros y las mazorcas.
Al llegar a la hacienda todos se burlaron de él por lo que consideraban una
influencia del alcohol. Decepcionado, pero a la vez tranquilo por haberse
librado de la paliza, Juan fue a su casa y sacó las mazorcas. Para su sorpresa
eran de oro macizo.
Con este tesoro, el vaquero se compró una hacienda propia y se alejó para
siempre del lugar donde le habían maltratado tanto.
Desde entonces, los campesinos y los turistas tratan desesperadamente de
buscar la entrada a la ciudad del Chimborazo.

Víctor Emilio Estrada y el pacto con el demonio

Dice la leyenda que Víctor Emilio Estrada (ex presidente del Ecuador en 1911)
era un hombre de fortuna, acaudalado y de sapiencia, todo un caballero de fina
estampa. Las personas de esa época decían que el caballero había hecho un
pacto con el Diablo, y que cuando muriera él mismo vendría a su tumba a
llevárselo. Víctor Emilio Estrada construyó una tumba de cobre para que el
Demonio no invadiera su descanso. Al morir fue enterrado en su tumba de
cobre, una de las más grandes del cementerio de Guayaquil. El Demonio quiso
llevarse su alma al infierno como habían pactado, pero en vista de que no pudo
éste lo maldijo y dejó varios demonios de custodios fuera de su tumba para que
lo vigilaran y no lo dejaran descansar en paz. Desde ese día Víctor Emilio
Estrada no descansa en paz y todas las noches sale a las 23 horas con su
sombrero de copa y su traje de gala por la puerta uno del famoso cementerio
de Guayaquil, a conversar con las personas que se detienen a coger el bus en
la parada.

La Dama Tapada

Se dice que la Dama Tapada, es un ser de origen desconocido que se aparecía


en horas cercanas a la medianoche a las personas que frecuentaban callejones
no muy concurridos. Según las historias relatadas por muchas personas acerca
de estos acontecimientos, una extraña joven se les aparecía, vistiendo un
elegante vestido de la época, con sombrilla, pero algo muy particular en ella era
que llevaba su rostro tapado con un velo, el cual no permitía que las víctimas la
reconocieran. Al estar cerca de la Dama, se dice que despedía a su entorno
una fragancia agradable, y por ello, casi todos los que la veían quedaban
impactados al verla y estar cerca de ella. Hacía señales para que la siguiesen
y, en trance, las víctimas accedían a la causa pero ella no permitía que se les
acercara lo suficiente. Así, los alejaba del centro urbano y en lugares remotos
empezaba a detenerse. Posteriormente cuando las víctimas se le acercaban a
descubrirle el rostro un olor nauseabundo contaminaba el ambiente, y al ver su
rostro apreciaban un cadáver aún en proceso de putrefacción, la cual tenía
unos ojos que parecían destellantes bolas de fuego. La mayoría de las víctimas
morían, algunos por el susto y otros por la pestilente fragancia que emanaba el
espectro al transformarse. Muy pocos sobrevivían y en la cultura popular los
llamaban tunantes. Desde aquellos acontecimientos, hay quienes dicen que
posteriormente aun transita por los callejones por las noches.
La Viuda del Tamarindo 

Guayaquil era un tamarindo antiguo que existía donde era la quinta Pareja. La
quinta Pareja quedaba donde es ahora la Clínica Guayaquil. Las calles
exactamente creo que son: Tomás Martínez y General Córdova, en esa área.
En esa época era una finca. No era una quinta. Se llamaba quinta y era un
lugar abandonado y los tunantes, o sea las personas que andaban tras del
trago, iban solos, y en camino a casa, miraban una mujer vestida de negro que
parecía muy bella. En ese tiempo no había pues mayor alumbrado. Entonces el
tunante, pues, éste que estaba, seguía ¿no? seguía, perseguía a la viuda ésta,
a la aparición ésta, y ésta lo llevaba siempre a un tamarindo añoso lo llevaba
allí. Cuando él iba pues, cuando él llegaba ya casi al pie del tamarindo y luego
se volteaba y la viuda había sido una calavera de la muerte! Una calavera, de
decir: tremenda! El tunante caía echando espuma por la boca.

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