Bourdieu, El Habitus y La Dominación Masculina

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ENSAYOS

Sobre Bourdieu, el habitus y la dominación masculina:


tres apuntes

About Bourdieu, habitus and male domination: three notes

Luisa Posada Kubissa1 

1
Académica, Universidad Complutense de Madrid (España). [email protected]

RESUMEN:

Frente a la naturalización, lo que llama “deshistoricización”, Pierre Bourdieu, desde su


“estructuralismo constructivista” o su “constructivismo genético”, analiza cómo el poder es
constitutivo de la sociedad y existe en las cosas y en los cuerpos, incorporándose a los
habitus mismos que definen la subjetividad. De este modo, sus análisis abren la puerta a una
reconsideración teórico-crítica de las relaciones entre los sexos y, precisamente por ello, son
de interés para una perspectiva crítico-feminista, si bien hay que reseñar la escasa atención
bourdiueana a la producción de tal perspectiva.

Palabras clave: deshistorización; habitus; violencia simbólica; feminismo; Bourdieu.

ABSTRACT:

Opposite to naturalization, what he calls “deshistorization”, Pierre Bourdieu, from its


“constructivist structuralism” or his”genetic constructivism”, examines how power is
constitutive of the society and it exists in things and bodies, including itself in the same
habitus that define subjectivity. Thus, his analysis opens the door to a critical reconsideration
of the relations between the sexes and, precisely for this reason, it is of interest to a critical-
feminist perspective, although we must take into account the scant attention Bourdieu gives
to such perspective.

Keywords: Deshistorization; habitus; simbolic violence; feminism; Bourdieu.

En los años 90, con la desestabilización de Butler de la categoría “mujeres” como sujeto del feminismo (Butler 1990), lo
que queda claro, más allá de todo debate, es que el orden heterosexual y androcéntrico
responde a una construcción discursiva y de poder. Esta construcción atraviesa la vida
social, los cuerpos y las estructuras, presentándose como un orden binario que responde
al orden natural de las cosas.

Frente a esta pretendida naturalización, lo que llama “deshistoricización”, Pierre


Bourdieu, desde su propia posición de un “estructuralismo constructivista” o un
“constructivismo genético” (Bourdieu 2007 b: 127)“parte de una doble ontología de lo social. El
poder es constitutivo de la sociedad y, ontológicamente, existe en las cosas y en los
cuerpos, en los campos y en los habitus, en las instituciones y en los cerebros. Por lo
tanto, el poder existe físicamente, objetivamente, pero también simbólicamente”( Capdevielle
2011
, 32). En palabras del propio Bourdieu: “Por estructuralismo o estructuralista, quiero
decir que existen en el mundo social, y no solamente en los sistemas simbólicos,
lenguaje, mito, etc., estructuras objetivas, independientemente de la conciencia y de la
voluntad de los agentes, que son capaces de orientar o de coaccionar sus prácticas o sus
representaciones. Por constructivismo, quiero decir que hay una génesis social de una
parte de los esquemas de percepción, pensamiento y de acción que son constitutivos de
lo que llamo habitus, y por otra parte estructuras, y en particular de lo que llamo campos
y grupos, especialmente de lo que se llama generalmente clases sociales” (Bourdieu
2007b:127).

Las estructuras de dominación masculina no escapan a este esquema de un


constructivismo genético o un estructuralismo constructivista, aunque Bourdieu no
investigara sustantivamente sobre ellas hasta bien entrada su dilatada carrera
investigadora. En La dominación masculina ( Bourdieu 2000
), la diferencia de género en
Bourdieu participa de la óptica crítico-feminista que la entiende desde las relaciones
sociales de poder. La pregunta será por qué funciona y se reproduce esa diferencia
fundante del orden de unas relaciones de dominación que se pretenden naturales. Pero
más que a estas cuestiones, Bourdieu dedica su pensamiento a desvelar la dominación
masculina como orden estructurante que se revela en las relaciones más cotidianas entre
los sexos, una dominación que, ya de entrada, cifra como violencia simbólica. De este
modo sus análisis abren la puerta a una reconsideración teórico-crítica de las relaciones
entre los sexos y, precisamente por ello, son de interés para una perspectiva crítico-
feminista que se oriente a la transformación de las mismas.

Poder reutilizar y aplicar los conceptos centrales de los análisis bourdieuanos al ámbito
de los estudios crítico-feministas y de género, pasa lógicamente por hacerse cargo en un
primer momento de algunos de dichos conceptos, de sus significados y alcance. Las
herramientas teóricas de Bourdieu para el análisis del mundo social se contraponen a un
pensamiento que pretende los hechos sociales como cosas dadas. En lo que hace a los
géneros, a hombres y mujeres, su diferencia también es socialmente producida, si bien
no por una acción particular de éstos, sino siempre de manera relacional, de tal forma
que la praxis social de construcción y deconstrucción genérica no produce
individualidades, sino una estructura relacional: “Así, pues, una aprehensión realmente
relacional de la relación de dominación entre los hombres y las mujeres tal como se
estableció en el conjunto de los espacios y subespacios sociales, es decir, no únicamente
en la familia sino también en el universo escolar y en el mundo del trabajo, en el
universo burocrático y en el ámbito mediático, conduce a derribar la imagen fantasmal de
un «eterno femenino», para resaltar con mayor claridad la persistencia de la estructura
de relación de dominación entre los hombres y las mujeres, que se mantiene más allá de
las diferencias sustanciales de condición relacionadas con los momentos de la historia y
con las posiciones en el espacio social” (Bourdieu 2000, 126-127).

El carácter relacional de toda estructura social exige conceptos capaces de aprehenderlo.


Así, Bourdieu incorpora el concepto de habitus para reflejar la interconexión entre la
estructuración social y la acción individual, una interconexión que no se reduce a la
aplicación de las normas sociales o las reglas por parte del individuo, sino que expresa la
in-corporación de lo social en la producción de la subjetividad. Fuera del dualismo sujeto-
objeto, el habitus apela a cómo individuo y mundo interactúan en la praxis social. Y esto
implica que las relaciones de dominación no provienen “de fuera”, sino que son parte del
sistema de clasificación del orden simbólico que atraviesa el mundo social y está
incorporado en el individuo. Esto vale también para el dualismo de género, para una
estructuración del orden de las prácticas y las representaciones, que no permite entender
este habitus solo de manera social, sino también como una historia inscrita en los propios
cuerpos y disposiciones.

El habitus es una “estructura estructurante” ( Barlösius 2006


: 64), que desde el inicio está
“generizada” y, a la vez, “generiza” los grupos sociales, los cuerpos, las instituciones, las
maneras de la comunicación, etc. El cuerpo es la representación primaria de esta orden
de género y es percibido como masculino o femenino desde dentro de las
categorizaciones de ese orden: la dualidad y la oposición de los géneros se inscriben
primariamente en la interacción con el cuerpo propio y la percepción de los otros
cuerpos. Y de aquí que dos tipos de habitus impregnen los cuerpos, a la vez
complementarios y opuestos: “La paradoja consiste en que son las diferencias visibles
entre el cuerpo femenino y el cuerpo masculino las que, al ser percibidas y construidas
de acuerdo con los esquemas prácticos de la visión androcéntrica, se convierten en el
garante más indiscutible de significaciones y de valores que concuerdan con los principios
de esta visión del mundo; no es el falo (o su ausencia) el fundamento de esta visión, sino
que esta visión del mundo, al estar organizada de acuerdo con la división de género
relacionales, masculino y femenino, puede instituir el falo, constituido en símbolo de la
virilidad, del pundonor (nif) propiamente masculino, y la diferencia entre los cuerpos
biológicos en fundamentos objetivos de la diferencia entre los sexos, en el sentido de
géneros construidos como dos esencias sociales jerarquizadas” ( Bourdieu 2000, 37).

A partir de esta dualidad naturalizada, las actividades y características de cada género


como opuestas se establecen, consideradas en sí mismas, de manera arbitraria,
derivándolas no de la diferencia biológica sino de oposiciones sociales: se trata de “una
construcción social naturalizada”, de un “nomos arbitrario” que se presenta como una ley
natural (Bourdieu 2000, 37-38).

Bourdieu parte de lo que llama “la paradoja de la doxa”, por la que el orden establecido
se reproduce con sus relaciones de dominación, sus desigualdades, sus privilegios y es
paradójicamente aceptado incluso en sus condiciones de vida más intolerables. Bourdieu
trata de mostrar cómo la violencia simbólica, a la que pertenece la dominación
masculina, se reproduce de manera parecida en nuestras sociedades supuestamente
avanzadas a cómo ocurre en el caso de la tribu berebere de los cabila. En ambos casos,
la arbitrariedad del orden establecido se encubre como un orden que responde a la
necesidad natural. Y esta necesidad natural legitima la reproducción, en los cabila y en
las sociedades occidentales, del “orden social (que) funciona como una inmensa máquina
simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya” ( Bourdieu 2000
,
22).

El esquema binario de clasificaciones arbitrarias (Bourdieu 2000


, 20), en el que también se
inscribe la dualidad masculino-femenino, constituye el habitus que realiza la dominación
de la violencia simbólica entre dominadores (hombres) y dominados (mujeres): “Como
producto de la historia de un individuo, en cuanto que experiencia conquistada, el
habitus es el resultado de un fuerte trabajo de socialización que se efectúa por medio de
la socialización y las instituciones (familia, jardín de infancia, colegio, etc.) y que nos
confronta con las formas de pensamiento y de puntos de vista, así como con los
esquemas y principios vigentes de la acción y de los principios del juicio y de la
valoración. Bourdieu concibe el sujeto como radicalmente socializado desde el inicio, que
incorpora el orden social en forma del habitus” (Kremer 2014, p. 36).

La violencia simbólica implica una cierta complicidad por parte de los dominados, ya que
su habitus incorpora las acciones que se corresponden con esta forma de relación.
Reconocido como legítimo el poder, esto significa que para Bourdieu a esta violencia
colaboran las propias mujeres, ya que “las mismas mujeres aplican a cualquier realidad
y, en especial, a las relaciones de poder en las que están atrapadas, unos esquemas
mentales que son el producto de la asimilación de estas relaciones de poder y que se
explican en las oposiciones fundamentales del orden simbólico. Se deduce de ahí que sus
actos de conocimiento son, por la misma razón, unos actos de reconocimiento práctico,
de adhesión dóxica, creencia que no tiene que pensarse ni afirmarse como tal, y que
«crea» de algún modo la violencia simbólica que ella misma sufre”(Bourdieu 2000, 49).

En la sociología de la praxis de Bourdieu, el concepto de habitus juega, pues, un papel


central, por cuanto permite dar cuenta a la vez de distintas dimensiones sociales que se
interrelacionan: relaciones culturales, económicas, políticas, de dominación, que exigen
un pensamiento también relacional. La dimensión simbólica del poder, en este entramado
de relaciones, descansa sobre el acuerdo con la dominación de los dominados, porque
“[l]os dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas
desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como
naturales (…) La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado
se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a la dominación) cuando
no dispone, para imaginarla o para imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para imaginar
la relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que
comparte con el dominador y que, al no ser más que la forma asimilada de la relación de
dominación, hacen que esa relación parezca natural” (Bourdieu 2000
, 50-51). Según esta
apreciación, las mujeres participarían de las relaciones de dominación patriarcal, en tanto
cuanto reproductoras de tales relaciones como si fueran “el orden natural de las cosas”.
Se trataría de la incorporación de la dominación masculina que se da en el proceso de
socialización con sus diferentes entramados.

Si esto es así, la posibilidad de subvertir este orden de género pasa por transformar las
estructuras mismas de ese orden simbólico dominante. Y ello implica para Bourdieu una
revolución simbólica que no solo se limita a una toma de conciencia de la necesidad de
tal revolución, sino que transforme las disposiciones y el campo de acción de los agentes.

El concepto de habitus y el de violencia simbólica resultan ser así centrales para analizar
las relaciones de dominación, como es el caso de la dominación masculina. Ha habido, no
obstante, críticas a la trasposición que realiza Bourdieu del análisis de una cosmología
falocéntrica como la de la sociedad de los cabila a las sociedades actuales occidentales.
Con ello, se partiría del supuesto de la dominación masculina como orden sociológico y
antropológico ahistórico y universal, sin entrar a cuestionarse cuándo y por qué se
impone tal dominación (Kröhnert-Othman y Lenz 2002
: 167). Esta posición conlleva un peligro de
naturalización de esas relaciones de dominación masculina y del orden simbólico
consiguiente.

A pesar de esta objeción, el análisis de Bourdieu sobre la dominación masculina abre la


puerta a las posibilidades y requisitos para una revolución simbólica, a partir de un
análisis del orden simbólico de género dominante y de la estructura social que subyace a
este. Pensar y desvelar teóricamente ese orden, sus mecanismos y formas de
funcionamiento, es remitirse a una sociología crítica que no se puede entender como
independiente de la praxis social.

Es cierto, no obstante, que Bourdieu no se remite a la crítica feminista, ni maneja el


corpus teórico desarrollado por esta tanto como sería de desear. Ello hace que sus
reflexiones y propuestas no dialoguen con las reflexiones y propuestas que, en especial
desde los años 60 y 70 del siglo pasado, han marcado la producción teórica feminista, así
como orientado su praxis. En este sentido, se ha hablado de una cierta ignorancia por su
parte (Perrot 1998
), ya que efectivamente Bourdieu ignora las contribuciones de la teoría
feminista al análisis del poder patriarcal y de sus herramientas materiales y simbólicas de
dominación, como las que ya hiciera Kate Millett en 1970 al resignificar el concepto de “género”
para los análisis crítico-feministas (Millett 1970
). A nuestro juicio, sería bueno que Bourdieu
hubiera tomado en cuenta este tipo de análisis para incorporar aquellos desarrollos de los
mismos que se han orientado hacia la crítica del sistema socio-simbólico que es el
patriarcado y que, indudablemente, han guiado al movimiento feminista en una
innegable tarea de transformación del mismo en la práctica en muchas sociedades.
Reconocer y dialogar con el corpus teórico feminista es, por tanto, algo que se echa de
menos en las reflexiones de Bourdieu sobre la dominación masculina.

Para este pensador, la sociología, en tanto que saber reflexivo, tiene que permitir que el
sociólogo intervenga con su realidad en la medida en que hace posible que la sociedad
reflexione e intervenga sobre sí misma. Si esto es así, entonces hay aquí una propuesta
ética y política para orientarse a la posibilidad de llevar a efecto transformaciones
sociales desde los discursos teóricos de comprensión de la realidad. Y esta perspectiva
teórico-práctica, esta vinculación entre conocimiento y acción o entre teoría y praxis, ha
sido algo que ha marcado al pensamiento feminista desde sus inicios como una seña de
identidad. Es de lamentar que tampoco en La dominación masculina se reconozca el
saber feminista como un saber reflexivo que se ajusta a esta perspectiva de ser a la vez
arma práctica de transformación de la vida social.

Con todo, a pesar de estas objeciones, el pensamiento de Bourdieu sobre la violencia


simbólica, el habitus y la dominación en las relaciones entre los sexos no deja de ser una
herramienta útil para el ejercicio de la crítica feminista ( Moi 1999
). Y no deja de serlo, en
particular, si tomamos en cuenta las propias palabras de Bourdieu: “Es indudable que el
cambio principal consiste en que la dominación masculina no se haya impuesto con la
evidencia de la obviedad. Esto se debe sobre todo al inmenso trabajo crítico del
movimiento feminista que, por lo menos en algunas regiones del espacio social, ha
conseguido romper el círculo del refuerzo generalizado; tal dominio aparece a partir de
ahora, en muchas ocasiones, como algo que hay que defender o justificar, algo de lo que
hay que defenderse o justificarse” ( Bourdieu 2000
: 111). Es decir, que Bourdieu aprecia “los
avances que ha hecho el feminismo para romper los círculos de refuerzo del habitus, al
cuestionar las estructuras de dominación simbólica, al ampliar el área de lo politizable,
logrando introducir en el debate público, en la reivindicación política y en la investigación
académica temas que antes estaban destinados a lo femenino o privado” ( Gamero Cabrera 2012:
199).

Por tanto, para Bourdieu la dominación masculina constituye el caso paradigmático del
ejercicio de la violencia simbólica que persiste en toda la historia de las relaciones
sociales. Esa violencia, que presenta la dominación masculina como legitimada por las
diferencias anatómicas y biológicas, hace visibles los esquemas de poder que juegan en
el campo social, en este caso en el de las relaciones entre los sexos. Al visibilizarlos,
Bourdieu se compromete con una crítica que es proyecto de intervención y de
transformación de esa relación de dominación y, con ello, su sociología práctica se aúna
con los objetivos del movimiento y el pensamiento feministas.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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