La Chona
La Chona
La Chona
(SE CALMA) (AL PUBLICO) Le escribí una carta... Sí... Con frases muy dolientes pero sincera,
desde el mismo corazón: le escribí con sangre, con tinta sangre del corazón... Como un bolero de
Manzanares pero de verdad, y se la dejé pegada en el parabrisas, como una tormenta, para que la
viera...
(SE ACERCA AL PUBLICO) Como siempre, todo empezó con una discusión de tontainas... Es que
ése día el Hétor me llegó con la cara larga y yo, que lo espero con “la dulce vida del hogar”, la
televisión prendida, la radio de la Ayelén Lorena a un volumen tipo vecino medio sordo, y el
lavarropas centrifugando en el programa semi-automático... Y ahí nomás le sirvo la comida, le
acomodo el televisor para que no tenga que moverse mucho y él, que siempre me come por lo
menos dos platos de minestrón, me deja el plato... intacto... sin probar... no sé, ni me acuerdo cuál
fue el comentario, pero una palabra trae la otra hasta que se arma la orquesta desafinada del
disionario criollo...
“¡Hétor me estás gritando!”. Le dije. “No probaste bocado. No comiste el minestrón: ¿qué te pasa?
¡Estás muy nervioso! ¿Por qué no te das un baño de asiento?”.
Para qué... me miró y me espetó: “vos sí que vivís en la Luna de Scicilia, Chona... hacen cuarenta y
cinco grados y vos querés que yo coma cinco platos de minestrón”... Y agarró el inalámbrico y se
fue al galpón del fondo dando un portazo que hizo temblar todos los vidrios de mi corazón.
En la vida, se los juro, el Hétor me había dado un portazo al rostro.
De ésto hace una semana, y todavía tengo el portazo en los témpanos... Me dejó... plastificada.
Pero una vez repuesta del portazo, al minuto nomás, me alisé las mechas y me mojé la cara que la
tenía prendida fuego como una lámpara de kerosén, y me fui tras de él.
¿No tendrá otra, éste? Lo mato. Dios me perdone pero lo ultimizo con el florero de la abuela Estofa,
mi florero más querido. No es que a mí me guste escuchar detrás de las puertas, pero como aunque
no quiera tengo oídos de física, o sea muy desarrollado, escuché... sin querer... (PAUSA)
(CUANDO VA A ACERCAR LA OREJA A LA PARED SE DETIENE) ¿Qué dice el Hétor?
(IMITÁNDOLO) “Hermanito, mirá, aguantame... Viste que yo nunca te fallé... las cosas no vienen
bien y ahora no te puedo pagar... teneme paciencia”... Eso le dijo el Hétor al Cholo, al Peque, al
Ñato, al Toto, al Culi, al Cabezón, a todos y a cada uno les dijo lo mismo: “soy el Hétor, no te
puedo pagar, por favor bancame”...
(MELODRAMATICA) Aquellas palabras del Hétor fueron un torpedo... me doy cuenta que
“torpedo” no suena muy lindo... la cuestión es que aquellas palabras del Hétor fueron una daga
afilada directa a mi carótida de esposa y madre, y ahí nomás, ahí mismo, como que me llamo La
Chona, que entendí todo: el ataque de hígado que tuvo la semana pasada, los dolores de cabeza y de
cuello donde le rompí con pasión desmesurada más de diez barras de azufre, y hasta el desgano al
aspeto... (PAUSA INTENCIONADA) que entre nosotros me tenía a mal dormir... mejor me callo...
¡No podía pagar los sueldos pobre luz de mis ojos! Y yo gastando a mandíbula batiente...
Me agarró como... como una obsesión: tengo que hacer algo... no puedo seguir sentada en la silla de
la luna de Venecia...
En fin... que yo me pregunté... ¿qué es lo que hay que hacer en éstos casos? Digo, cómo se ayuda al
esposo cuando el hogar se derrumba? ¡Me agarraron unos calores! Pero uno de esos calores fríos...
Así que me fui a reflexionar al fondo... Me senté debajo de la Santa Rita y me di cuenta que pobre
me la están comiendo las babosas, aunque ni fuerzas tuve de ir a buscar la bolsa de sal gruesa...
¡Hay que reducir los gastos! Me dije. Por ejemplo, el diario: que se compra el domingo porque
viene con la revista para toda la familia y esculturiza. Y también el jueves, que la Ayelén Lorena
está coleccionando el disionario, pero a ésta altura que le quede por la mitad no se me hace de buen
augurio... Y si no lo compramos el lunes lo voy a deprimir al Hétor, que le gusta el fóbal hasta
quedar inconsciente...
Suspendemos las revistas. Total las leo en la peluquería. Ay, pero la peluquería también la tengo que
suspender y me deprimo yo... Y por consonancia al Hétor... Ay qué difícil que se pone ésto, ya me
siento como el elefante que sostiene al mundo... Pero yo le voy a explicar así: “Hétor”, le voy a
decir, “es ésto o los dos kilos de milanesas de nalga que te comés por semana”... Porai así lo
entienda... Basta de manicura, de peinados y de pedicuro: caminaré como John Wayne (o Elisa
Carrió, o Adrián Suar) pero hay que ahorrar... ¡El cable! El Hétor mira sólo el fóbal, de lo demás ni
se entera... eso sí, a la Ayelén Lorena habría que operarla para extirparle el control remoto de una
mano y el celular de la otra... Del celular, aunque hable como loro barranquero no digo nada, es
mejor que hable con alguien a que hable sola todo el día... ¿Pero por qué no escuchan la radio que
es gratis y hace trabajar la imaginación? Yo desde que lo despierto al Hétor con el mate lo primero
que hago es prender la radio, en éso soy la más económica de la casa... ¡Las gaseosas! (SE
HORRORIZA) ¡La lencería, la biyú! (LE DA MIEDO) ¿Y los asados? ¿A dónde vamos a ir a
parar? ¡Los almuerzos de los amigos indolescentes de la Ayelén Lorena que cada vez que caen
lastran como en la última cena! ¡Las luces prendidas todo el año como si fuéramos el faro
inestinguible de la humanidad, que es lo que ven prendido de día y de noche los amigos
indolescentes de la Ayelén Lorena y por eso vienen a morfar indiscriminadamente!.
Será éso, y sino que se vayan a lo de la madre del Hétor, que cuando voy tengo que esquivar los
cocodrilos que me saltan desde los bolsillos del camisón que compró en Harrods, y hace treinta
años que nos regala pañuelitos para los cumpleaños... Y encima no se sabe si es o se hace la sorda...
¡Las vacaciones! (OTRA VEZ SE HORRORIZA) Bueno, lo de las vacaciones es un epíteto aparte
por lo que pasó el año pasado... “Vamos a ser discretos”, dijo el Hétor... “Salvo la Gladys que va a
venir a regar las plantas más que nada de noche, que nadie se entere que nos vamos de
vacaciones”... Y al final medio barrio salió a despedirnos porque el camión no arrancó y terminaron,
todos en chancletas, empujando el camión hasta que el motor se descontipó y largó la nube más
negra y tósica que vi en mi vida... Y cuando se le pasó el susto la gente vitoreaba “¡vivan La Chona
y el Hétor!”, “¡que no les llueva nunca!”, “¡traigan alfajores!”... Así que algunos pidieron permiso y
cómo le íbamos a decir que no, si no era por ellos no hubiésemos llegado ni a la esquina
propiamente dicha, y en el viaje nos dimos cuenta que llevábamos a Mar del Plata más gente que
Mirta Legrand a los almuerzos... y digo más, la señora Mirta Legrand conocerá más o menos bien a
sus invitados, mientras nosotros no teníamos idea de que el barrio fuera tan grande y no sabíamos ni
la nacionalidad de unos cuantos que venían... pero como empujaban bastante cuando el camión se
quedaba, “chito”... nunca dijimos “ésta boca es mía”...
Ese camión nos dio muchos amigos... y nos volvió locos a la ida y a la vuelta, que encima fue peor
porque pinchamos dos veces... El Hétor lo vendió apenas pisamos tierra, pero se ve que ahí ya
estaba plantada la semilla de nuestra mala suerte...
Yo sé que a vos te gusta viajar. Bueno, a todos nos gusta viajar, porque para eso somos hombres,
no árboles. Pero hay maneras de emprender un viaje, y mientras unos queremos viajar para
satisfacer lo que una tía mía, muy romántica ella, llamaba «hambre de horizontes», otros se
marchan como un recurso para conocer ventajas que aquí no tienen y que les darán en otro lado
del mundo. Y yo, honradamente, pienso que debes ir, que debes salir. Cuando volvía de mi último
viaje yo dije por radio que a la Argentina lo que le hacía falta era salir en gira. Sí. Al país, en
gira…, todo entero. ¿Y sabés por qué formulo esta invitación o esta sugerencia? Porque yo quiero
que vayas y que compares. Cumplí tus tremendos anhelos transoceánicos, envolvéte en un plan de
turismo, abandoná los bagres monótonos del Río de la Plata y hacé sociales con la trucha vanidosa
del Mississippi. ¡Dale! ¡Caminá! ¡Viajá! ¡Visitá! ¡Compará! Cumplí con tu vanidosa necesidad de
hacerme saber que estás, no en Mina Clavero, sino en cualquier parte fuera de aquí y mandáme la
postal que registre una huella de tu paso. Mandámela, que yo te espero. Aquí te espero. Tranquilo
te espero. Porque cuando llegués, remolcando recuerdos y valijas, me verás aparecer en el metro
cuadrado del andén, la escalerita o la pasarela, con una pregunta que no lleva
ninguna mala intención: «¿Y? ¿Cómo te fue?» Entonces vos tratarás de llevarme a un rincón
neutral y golpearme a mansalva con las ciudades, los monumentos o las circunstancias que te
salieron al paso, y me hablarás: «¡Ah, la torre Eiffel! ¡Si vos vieras!… ¡Ah, el Castillo del Morro!
… ¡Ah, los doscientos pisos del Waldorf-Astoria!… ¡Ah, las ruinas de Pompeya, si vos vieras!…
¡Oh el color del Támesis cuando atardece!» Sí, sí, cómo no, me gusta, fenómeno; pero no te
pregunto ni por la torre ni por el Morro; te pregunto por vos. ¿Cómo te fue a vos? ¿Bien? ¿Bien en
todo? ¡No, a mí no me la vas a contar! Porque este viaje tuyo yo lo hice antes, y lo han hecho otros,
y todos hemos venido empujando el barco, persuadiendo al capitán para que hiciera una punta de
nudos, necesitando respirar el buen aire de una querencia sin comparación. No por el afecto,
porque casi siempre encontrarás más afecto afuera que adentro de tu país, pero vivir… ¡Vamos!,
bajá de tu plataforma presuntuosa, franqueáte a la sombra de un árbol y contáme, sinceramente,
qué privaciones pasaste y qué hambre y qué nostalgia sufriste. Ya sé, ya sé; a vos no te iban a
agarrar desprevenido, ¡vos llevás divisas! ¡Un kilo de divisas! Vení, sentáte a la mesa tremenda de
esta tierra abundante, y cuando terminés de ponerte al día con tu metabolismo, contáme qué
compraste con las divisas. Un boleto para Marsella, te creo; un ticket para subir a la estatua de la
Libertad, te creo; pero no me digás que compraste un almuerzo, porque eso… ¡eso a mí no me lo
vas a contar! Entendéme: yo no vivo pensando en la comida. ¿Vos me viste? Sabés cómo yo… Y
bueno, ¿para qué te voy a explicar? ¡Con verme!… Pero pienso en la comida de los otros, en el
bienestar de los otros, en las privaciones que no sufrimos acá. ¡Sé honrado! Aunque las divisas nos
falten. Ya sé que en tu viaje habrás conocido un museo tremendo, un río con otra clase de
mojarritas, una montaña así de alta, ciudades impresionantes y costumbres sorprendentes, pero
una vida más fácil y mejor alimentada, ésa no la conociste. Y como todo el drama del mundo
empieza en el hambre, supongamos que toda la felicidad del mundo empieza en la abundancia.
¡Entendéme, no es toda la felicidad, pero allí empieza! Por eso te pedí alegremente quesalieras a
viajar. ¡Hacéme el gusto! ¡Viajá! ¡Contáme cómo vivimos acá y cómo viste que vivían los demás!
¿Que decís? ¿Que teniendo divisas uno puede comer en cualquier parte? (ríe). Y bueno, ¡viajá! Sé
bueno, viajá. Yo te espero en esta patria tuya que tantas veces despreciás, así, cuando vuelvas, me
la contás.
En dos días exprimí el presupuesto como un trapo de piso... “Hay que ajustar”, me decía... ajustar
ajustar ajustar... Ajusté tanto que quedé exhaustiva... Pero mirando una babosa se me representó
patente: ahorrar no basta... Hay que apechugarla, disculpando. Entonces escuché una voz que me
decía: “Chona... no hay otra... ¡tenés que volver a trabajar!”...
Esperé el momento oportuno y se lo dije al Hétor. Qué les digo que largó una carcajada
estereofónica. La primera carcajada en muchos días... “¿Vos vas a salir a trabajar? No me hagás reír
sin ganas que tengo el alma por el piso. ¿Qué? ¿Te hacés la moderna, ahora? La plata, a ésta casa...
siempre la trajo papá... y la va a seguir trayendo... ¡De ésto no se habla más!”...
“¡Hétor me estás gritando, como en la conscripción que no existe más! Me quedé estampillada. No
pude contestar nada. Fui al espejo del bargueño a ver si todavía tenía la lengua. Desde ése día, el
Hétor y yo... casi no nos hablamos y para colmo hoy, se fue de viaje... Por éso le escribí la carta y se
la clavé en el parabrisas... Para que la leyera en el camino... y lejos. Porque así más le va a doler.
Porque cuando uno está lejos... es más bueno.
Yo venía eluscubrando en el cerebelo esas cavilaciones del trabajar, que te cuento que justo me toca
el timbre mi cuñada, la Yéssica, la ex Porota, la de la vena, la esposa del Olegario que no levanta
los ojos del piso, siempre con los patines. La casa un espejo tiene. Bueno, la Porota o la Yéssica ex
Porota, entra y me espeta así nomás, suelta de cuerpo: “si vos querés conseguir trabajo tenés que
hacer como yo, mientras busco me voy a hacer las lolas. Por la imagen. No es que las tenga caídas
viste, pero un poco de dureza no le viene mal a una, le da seguridad. Además, si vamos juntas
tenemos treinta por ciento de descuento”.
¡Mirá la mosquita muerta ésta, cómo se lo tenía guardado! - Y el Olegario qué dice... ¿Está de
acuerdo?
“Él mismo me lo pidió, Chona: me dijo “vas a quedar linda Yéssica, yo te las pago, total la vamos a
disfrutar los dos”.
Si es por quien las va a disfrutar tiene que hacer una colecta en el barrio, pensé. Mirá vos el
Olegario éste, a la vejez se puso baboso... Pero escuchame Porota, digo Yéssica, vos ya te hiciste la
nariz... (y pasó de un gancho de loro a un ñoqui aplastado).
“Voy bajando Chonita, voy bajando”...
Ésta es capaz, pensé yo... Cualquier día se hace la lipoaspiradora y se pone aceite de un colectivo 60
en el quetejedi... Digo yo... ¿las partes íntimas se las retocará también?.
Me dijo que la operación se la hace en el Churruca y que le sale nada más que el material
descartable. Lo que no le pregunté fue si se la hacían en los jardines del Churruca o puertas
adentro... Según ella va a quedar como la del sauna de la esquina, que tiene dos promontorios y le
dicen “la limítrofe”, por la Cordillera de los Andes entre Argentina y Chile...
“Haceteló Chona”, me dijo. “Al Hétor le va a gustar y de paso te va a servir para conseguir trabajo,
no seas sonsa”...
Me clavó una espina la Porota ésta... Qué te digo que a la noche me empecé a tocar, que me levanto
de acá y ya que estoy me pongo colágeno por allá, y en éso se apareció el Hétor que ni me
hablaba... Qué momento caluroso... Me miró con los ojos chiquitos que saca no sé de dónde cuando
se le ponen perrunos, y cerró la puerta de una patada. “Ay mamma mía Chonita”, me dije, “éste me
dejó el fóbal y empezó con las películas cachondas... Así que no lo dejé pensar más y le dije “Hétor,
estoy pensando en hacerme el busto...”. Y me miró de una manera... que decidí que lo mejor es
seguir con mis ejercicios de contracción y relajación, que son más naturales... El Hétor no sé qué se
piensa pero ésto no es asunto sólo de la naturaleza, hay que darle eh, hay que darle... dale que te
aprieto, y aflojo, y aprieto, y aflojo... Así unas ochocientas mil veces por día y acá están... Orgullo
de la familia.
Pero volviendo al mate, ¿quiere? Tengo otra amiga... La Gugucha... la que tiene peluquería en el
monoblock, que es mala, la Gugucha es mala... Pobre... siempre se ve lo peor de la gente, lo más
podrido, lo más repodrido y nuseabundo... Ella es viuda pero está dejando de serlo a pasos
agigantados... Se puso de novia. Ella dice “de novia” como si dijera “chupate esa mandarina”. La
Gugucha estudia no sé qué de la mente por correspondencia y se le da por interpretar todo... un día
me dijo a la boca de urna: ¡¡No me des mate!! ¡¡No tomo más mate!!
¿Qué te pasa Gugucha? ¿La acidez?
No... A ver si entendés, Chona: ¿qué forma tiene el mate...? ¿Y la bombilla...? ¿A qué se parece...?
Es fálica.
¿Fálico ésto? Yo no sé tu finado ni tu novio, pero mi Hétor...
Me tomo el mate y basta... Esta Gugucha es mala... es tan mala que sufre... la gente le escapa en
masa por eso que anda diciendo del mate... ¿Gusta un fálico? ¿Se atreve?.
En cambio mi Hétor, luz de mis ojos, sangre de mis venas, a la mañana siguiente me protestó
porque el agua estaba fría. Yo no aguanté más y le dije “¡se te enfrió porque te lo serví hace una
hora y te hiciste el ciego que no lo veías! ¿Ahora qué pretendés, que te deje de planchar la camisa
para ir a calentar el agua? ¿Cuándo no te planché bien las camisas? No te metas en el baño. ¿Qué te
pasa Hétor? ¿Te levantaste mal hoy? Contestame, ¿no tenés lengua? ¿Te la comieron los ratones?
(LA CHONA EMPIEZA A GRITAR) ¿Y ahora qué te pasa? ¿Y desde cuándo te pasa éso que te
pasa ahora? ¿Otra vez con el agua? ¿Y qué agua entonces? Yo no abrí el agua, si ni me moví de acá,
¿no ves que te estoy planchando la ropa? ¿Te quemaste? ¿A qué estás acostumbrado? ¿Cuándo yo te
quemé mientras vos te estabas bañando? ¿Qué te pasa Hétor? (DE PRONTO BAJA LA VOZ Y LE
DICE AL HÉTOR...) ¡Y no grites que la Ayelén Lorena está durmiendo!. ¿O querés que sea una
neurasténica como tu hermana? ¿Qué de un susto? ¿Qué de un susto? Andaaaa... si tu hermana
nació así... (EMPIEZA A GRITAR OTRA VEZ) ¿Te vas a ir con qué? ¿Cómo que te vas a ir con la
chomba...? ¿Y para qué estoy planchando entonces? ¿Por deporte estremo? Sabés que no me gusta
que salgas así nomás porque después a la que critican es a la mujer... Me gusta lucirte, sí... Con mi
papá no te metas eh, bien que pagó la fiesta de casamiento porque vos decías que tenías que pagar
los muebles... Había tantos sánguches de miga que la gente se refalaba... Todavía me parece oírlo
cuando decía “¡que la gente vomite pero que no se vaya con hambre!” Y sentime una cosa Hétor: a
trabajar voy a ir eh, ¿me oíste? ¡No te hagás el sordo como tu mamá! Rompé todas las puertas si
querés pero yo no vivo más en la luna de Cerdeña... Me parece que el que vive en otro planeta sos
vos... ¡Dónde estuviste los últimos cuarenta años Hétor? Decime. Contestame. ¿No te enteraste que
un presindente remató hasta el Obelisco y otro se fue en helicóstero? ¡Y ahora son los fantasmas del
siglo XXI, Hétor...! ¿Cómo “lo qué Hétor”, cómo “lo qué”? ¿Todo te lo tengo que esplicar? ¿Vos no
te habrás ido a buscar al Capitán Beto por el espacio y todavía no volviste, no? ¿Qué tiene ésta
pollera? ¿Oia? Una nueva es ésta. Cuchame una cosa, yo uso la pollera como a mí me gusta. ¡Por
favor, todavía puedo andar con las polleras cortas que no tengo ni una varis! ¿A dónde viste otro par
como éstas eh? ¡Y como éstas...! (LAS LOLAS) ¡Y como éstas...! (LAS NALGAS) ¿Qué querés,
que me les ponga bombachones? ¿Como tu mamá? ¿O como tu hermana? Y ésa otra con la que
salías antes... ¡buena casquivana ésa! Sí, en efeto, qué bien que te acordás cuando querés... tenía
poco pero no era pelado, che... ¿Y qué me importa cómo estará ahora? Para más información era
mecánico dental... me hubiera casado con ése... por lo menos hubiera tenido dientes toda la
familia... ¿Qué dijiste? ¡¡Mirá vos no me conocés Hétor a mí!! ¡¡Esto te va a costar muy caro eh!!
Y se fue dando otro portazo, que con el estruendor me tiró todos los animalitos de vidrio de la
repisa.
Casate y sé feliz, dice el viejo adaggio... ¡Quisiera saber si el viejo adaggio ése está casado todavía
y sigue siendo feliz!
¿Verdad que sí? ¡Claro que sí! Al hombre le gusta la mujer. ¡Una barbaridad, le gusta! ¿No te
parece bien? Que la mujer nos guste es una de las costumbres más bellas que Dios nos puso
dentro. Claro, unos están más acostumbrados que otros, ¡pero la costumbre es de todos! Desde el
enamorado tropical que la pregona con un mambo hasta el esquimal que ama con el pingüino
puesto. ¡Vos, y yo, y todos! ¿Y por qué no? ¿Te das cuenta qué aburrimiento si no hubiese mujeres?
¡No sería vida! Sin ellas estaríamos perdidos como una piraña en el Sahara. Mirálas, ahí las tenés.
En Buenos Aires desfilan y desfilan para el festival de tus ojos o de sus sentimientos. Mirálas. ¡Qué
femeninas son! No importa que hablen por teléfono justo a la hora en que llamamos de afuera y
con
urgencia para avisar que nos acaban de internar porque nos dio el ataque; no importa que nos
hagan llegar tarde al teatro y que después se nieguen a sacarse el sombrero con el pájaro, aunque
haya una ordenanza. ¡No importa! Esos son detalles chiquitos dentro de una biografía deliciosa.
Querélas, porque son encantadoras. Querélas, pero respetálas. Porque no basta el amor. ¡Claro
que no basta! Además, hacen falta otras actitudes y otros hábitos: la amabilidad, la delicadeza, la
consideración ¿Todavía no me ves venir? ¡Sí que me ves! Porque ahora voy. Hace muchos años —
¡muchas generaciones!— la mujer era una sonrosada prisionera con rulitos que vivía puertas
adentro, quemando el platito del incienso o derramando querosene en el hormiguero. Pero después
las
mujeres entraron en el mundo, y además de ser nuestras compañeras en el hogar lo fueron también
en el trabajo. ¿Y sabés cómo los hombres —los hombres patrones— agradecieron esa gauchada?
Con la explotación. ¿Viste que no busco palabras intermedias y te digo la que corresponde, con un
desparpajo de nene que dice el disparate en el momento que hay visitas? ¡Con la explotación
Porque un muchacho obrero, por ejemplo, ganaba, ¡qué sé yo!, un jornal de cuatro pesos por
manejar una máquina cualquiera —la máquina elegíla vos—, y, en cambio, a una muchacha
obrera, para manejar la misma máquina, le pagaban… ponéle $ 1,10. Y si preguntabas
cándidamente, como yo una vez lo pregunté: «Si el trabajo es el mismo, ¿por qué la obrera gana
mucho menos?», te contestaban, sobrándote: «¡Qué gracia! ¿Cómo le vana pagar igual al hombre
que a la mujer?» ¿No te acordás ¡Yo sí me acuerdo! Lindos patrones de entonces. ¡Ejemplos de
humanidad, todos marqueses Muchos que subieron hasta la fortuna utilizando como peldaños el
lomo de mil muchachas explotadas echaban al empleado varón porque el varón cobraba equis
pesos, y lo reemplazaban con una mujer a quien le pagaban la cuarta parte de equis. Claro, no
podía compararse: el hombre era fuerte y la mujer débil, entonces, ¡métale leña a la debilidad!
¿Todavía no me viste venir? ¡Pero si estoy poco menos que sentado en su falda! ¿No te acordás de
aquello tan triste que pasaba antes y de todo esto tan estupendo que pasa ahora? Si frente a los
hombres y las mujeres que trabajan hay que hacer alguna diferencia, ¡que esa diferencia se haga a
favor de ellas, no de nosotros, que vivimos para ellas! ¿Comprendés el hondo sentido de esta
gratitud con que hablo? Si la mujer embellece nuestra vida, aunque nos haga discutir con el
acomodador, ¿cómo podríamos soportar la explotación de aquellos tiempos superados y cómo
podríamos no agradecer estas leyes justas y dignas de una sociedad culta, que ahora protegen su
delicado esfuerzo; estas leyes, mirá, que a
veces más que ser leyes parecen piropos? Dignificando a la mujer, de rebote mejoramos la
dignidad de los hombres, porque no me digas que el respeto hacia la mujer querida —que es tu
madre, tu novia o tu esposa— no es respeto que se te ofrece a vos también. ¿Verdad que sí?
¿Verdad que lo comprendés? ¡No me vas a contar que no lo comprendés!
(Capítulo XXXVI)
¿Y por qué no? ¡Vos dirás que no, pero los hechos están diciendo que sí! ¿Y por qué las mujeres no
podían intervenir como nosotros, no en la politiquería del enjuague sino en la política de un país
que se salva y de una nacionalidad que vuelve a hacer pie? La vida sigue, pero todo evoluciona,
Mordisquito. Si hasta el dolor y el amor evolucionan. No podemos aferrarnos a las viejas
costumbres y a los viejos defectos con la terca perseverancia del gato de la casa que está en
ruinas… ¡y sigue metido en las ruinas! ¡Y no, ahora las cosas han cambiado, ahora las mujeres
tienen tanta dignidad cívica como los hombres! ¡Y claro! ¿Por qué no iban a tenerla? Revisá la
historia, Mordisquito, y a la sombra del héroe encontrarás siempre el impulso y la fortaleza que
nacían en la mujer querida. ¡Tantas hubo y tantas conocés! Claro que entonces el mundo avanzaba
de una manera más cautelosa, el progreso no volteaba ese montón de barreras sin sentido y la
función femenina era simplemente tutelar: tender la mesa, preparar el ladrillo caliente envuelto en
la pañoleta o hervir la manteca en el vino para cortar un resfrío. Función irreemplazable,
imagináte, la función doméstica y reposada de tu madre o de la mía, mujeres sencillas que
actuaron sencillamente en la época de la sencillez. Pero hemos evolucionado, Mordisquito. Si
aceptaste que la mujer saliera a la calle para ponerle el hombro a tu iniciativa y para trabajar con
vos y como vos; si aceptaste el esfuerzo, al mismo tiempo heroico y risueño, de la mujer
trabajadora, y consideraste su actitud como un deber, ¿por qué al que cumple un deber le vas a
negar un derecho? ¡Y no, no se lo podés negar! ¿O qué querías? ¿Que la mujer fuese igual a vos
en el momento de la fatiga y que fuera menos que vos en el instante de la recompensa? ¡Y no!
Mirá: desde hace muchos años —digamos
treinta, cuarenta—, la magnífica mujer argentina, las nietas de aquellas abuelas criollas que
ayudaron a escribir la historia, tu mujer o tu hermana, tenían pleno derecho a intervenir en los
destinos del país, estaban capacitadas para disfrutar los instantes felices de una patria o para
mejorar los instantes complicados. Y recién ahora la inteligencia y el cariño con que te construyen
esta Argentina nueva dignifican a la mujer y la colocan para siempre en el plano de los
protagonistas; y está bien. Así debe ser, ¡porque no podemos vivir absurdamente en la casa
estropeada y vacía! Pensá, Mordisquito, en el fervor tremendo que las mujeres han demostrado en
los últimos años de
reconquista apasionada. Pensá en las obras enormes que una sola mujer ha hecho para tu patria.
Y frente a esas obras monumentales, ¿es posible que no comprendas todavía qué derechos les
asisten a las compañeras de tu nacionalidad? ¡Y no! ¡A mí no me podés contar que no lo
comprendés! Dejá el pasado. Ya está en la percha, colgado junto a un montón de desencantos. Pero
pensá que si ahora las mujeres se lanzan alegremente, lealmente, a la función cívica es porque hay
una nueva fuerza que las empuja, ¡y vos no podés mantenerte al margen de estas verdades que te
digo, y que te las digo porque me las enseñaron ellas con su ejemplo claro y valeroso! Vamos,
Mordisquito, dejá que el gato se pasee maullando sobre los escombros y entrá valientemente en
esta época llena de momentos flamantes, de justicia y de claridad. ¿O preferís el oscuro afecto de
la casa en ruinas? ¿No es muy literario eso? ¡Vamos, no me digás que preferís ponerle las espaldas
al techo que se te cae encima, y así vencido, así inclinado, protestar contra el desfile de las mujeres
victoriosas! ¡No, qué vas a preferir! ¡A mí no me la vas a contar!
Me quedé sola y con un nudo en la garganta. La historia me llamaba. Tenía que buscar trabajo y
dejar el hogar dulce hogar. Yo, como jamás falto a mis deberes de esposa y madre preparé comida
para tres meses, le puse vaselina a los tappers, empujé con todo y cerré la puerta del freezer con la
tranquilidad de que el sustento no faltaría, porque en la casa de La Chona nunca faltó un plato de
comida y el Hétor no sabe ni calentar el agua para el mate. Si es por lo cómodo, se puede morir de
inanixión...
Qué cosa, tan felices que parecíamos como esas familias que se ven en la tele, microondas, lava-
vajillas, bolsita de poliestireno, papel de aluminio, freezer y un sol entrando en cascada por todos
los lados de mi casa... Era patente una película en bicolor de la Doris Day o de la Ginger Roger y
Fred Astaires... Y en éste momento mi vida es El Exsorcista cuatrocientos, falta que aparezca la
Ayelén Lorena con el pescuezo enroscado y estamos todos... ¡Lo que son las cosas!.
Entonces voy de la Dorita, esa que la dejó el marido con dos hijos y medio y tuvo que salir a
trabajar. A él se lo tragó la tierra y jamás la ayudó. Era un muchacho muy churro pero haragán, ¡qué
ilusión tenía ella!.
“Es igualito al Joaquín Furriel, Chona”, me decía...
Pero éste no es de televisión Dori, éste es de ferretería, es un clavo... le contesté una vuelta.
Y como donde la Chona pone el ojo pone la bala, el tiempo por desgracia me dio la razón... Yo la
ayudé bastante, todo lo que pude. Le iba a buscar a los chicos a la escuela, que prácticamente se
criaron en mi casa, así que le conté el cambio de palabras que tuve con el Hétor y mi decisión
inagotable de trabajar.
La Dorita me dio unas direcciones de agencias, y unos consejos que los tomé como lo que son, la
voz de la experiencia.
“Chonita, contestá las preguntas que te hagan, concisa y concreta. No te vayas por las ramas.
Síntesis Chona, síntesis.
Primero igual voy a pasar por el Cine Atlas Lavalle a ver si encuentro a Peralta, mi jefa de sección,
que me tenía muy buen concepto y que ya debe haber escalado en la empresa hasta ser dueña y
señora. O señorita, porque ella tenía el problema del origen bucal... ¿Qué? ¿Estás segura Dori?
¿Cerró? ¿No está más el Atlas Lavalle? ¿Y a dónde se habrá mudado? ¿Que se cerró y le plantaron
una iglesia Evangélica? ¿Y los que van qué hacen, rezan para que vuelva el cine? Qué picardía...
¡Qué pecado! Te digo que aunque se confiesen con las lágrimas chorreando ni dios les va a perdonar
haber hecho una cosa así...
Y otra cosa con la que me sorprendió la Dori fue cuando me miró muy seria a los dos ojos, como
haciéndose la enismática, y me largó “Chona vos no podés vivir en el siglo pasado: necesitás
urgente un feis”. ¿Un qué? Por el florero de la abuela Estofa que jamás había escuchado esa palabra.
“Un feis Chona, un feis, ¿no sabés lo que es un feis?”.
No. No sé.
¿Pero cómo puede ser que a ésta altura todavía no sepas lo que es un feis?”.
¡Pero qué feis ni qué feis Dori! ¡En qué faís fifís fos! (ésta se hace la viva y después se la afilan los
verdaderos vivos que le llenan la cocina del mismo humo con que desaparecen...)
“¿La Ayelén Lorena tiene computadora, Chona?”
Por supuesto. Y tableta. Y telefonito celular.
“Entonces pedile que te ayude a hacerte un feis”, me dijo la Dorita como leyéndome la mente, otra
vez muy enismática. Lo bueno fue que de paso me quedé tranquila, porque entonces eso del feis era
algo de la conmutación, y no un estudio médico como una mamografía o un enema anal.
Me fui dispuesta a enfrentar la nueva etapa de mi vida, nerviosa, pero contenta... Me sentía como
una colegiala. Con decirles que iba por la calle y cantaba... “coronados de gloria vivamos... o
juremos con gloria vivir...”
¿Decís que vos sabías lo que era un gaucho? ¿Y por qué me la querés contar a mí? Ni vos ¿oís?, ni
yo, ni nadie, casi, lo sabíamos. Más allá de tu barrio cargado de glicinas o de tu ciudad abrumada
de luces, se extendía lo que en el lenguaje de las zambas se llamaba tierra adentro. Una ancha
tierra servicial y dolorida. El campo que te cuidaba las espaldas y al que nunca miraba de frente.
Porque vos no lo mirabas; yo me acuerdo, no me digas que sí. Vos eras un hombre de ciudad, una
cédula evolucionada y despreciativa, pero no por maldad; por desinterés, más bien, o por abulia.
Eras un hombre que sólo pensaba en sus problemas y que nunca se detenía a suponer qué
problemas existirían en el campo, porque ¿qué era el campo sino un lugar de donde mandan carne
y fruta? La geografía de tus sentimientos terminaba en la avenida General Paz, y el resto era, para
vos, una especie de cambalache folklórico donde se mezclaban al tuntún la cinacina, la vaca, la
yegua madrina, el cedrón, el gaucho y el chingolo, a quien el ferrocarril le había dado un susto
bárbaro. Tu paisano, tu hombre de campo ¡tu gaucho!, era… ¿qué sino un individuo falsamente
literario que siempre estaba haciendo ruido con las espuelas? El gaucho que te imaginabas se
pasaba la vida a caballo diciendo ¡ahijuna!, y ¡bum!, golpeando el estaño de las pulperías _porque
creías que tenían estaño y yo también_ y pidiéndole al pulpero giñebra — oíme: Ginebra no dije;
Ginebra es un lago y giñebra es un porrón—, y la pedían para ahugar las penas de la china
sotreta. Claro,vos sabías qué quería decir sotreta, ¿verdad? ¡Cómo no! Latifundio no sabías qué
quería decir, pero sotreta, sí. Vos sabías perfectamente que el gaucho tomaba un cimarrón al pie
del alero; eso lo sabías, claro; pero que el gaucho ganaba como peón cinco pesos mensuales ¡oílo
bien, cinco pesos por mes!_ eso nunca lo supiste. Del sueldo no te enterabas; del cimarrón, sí. Te
habías hecho una idea del gaucho, una idea para uso interno, y dentro de tu imaginación el campo
era un desfile de prendas vestidas de zaraza que bailaban el pericón por María, un precioso
panorama rural a base de padres que decían: «¡Meija! » y de hijas que les contestaban: «¡Tatita!»
Es decir, hijas no, gurisas, porque vos y yo, y todos, conocíamos la palabra gurisa. ¡Cómo no!
Explotación, nunca supiste qué significaba; injusticia, tampoco. Claro, no eran palabras literarias,
y además el campo quedaba lejos. Lo tuyo era la gurisa, el chiripá, el horcón y la tropilla de un
solo pelo. Zafra, no sabías qué era; desmonte y emparve, tampoco, ¡pero matrero, trompeta, ¡velay,
canejo! y buenas y con licencia, eso te lo sabías de memoria! ¿Te acordás? ¡Yo sí me acuerdo! ¡Y
me acuerdo en este momento de preciosa alegría, cuando ya se terminó la ignorancia del campo y
de tus hermanos, y en vez de darle la espada a gobernaciones que ya se han recibido de provincias
le das —le damos— la espalda al río de los caminos extranjeros y miramos cariñosamente todo eso
que en el lenguaje de las zambas se llamaba tierra adentro! Ahora una nueva conciencia argentina
limpia el camino que empieza en el asfalto de la estrella porteña y termina al pie de una chirimoya
tucumana calentada por el solcito de Tafí. Ahora el hombre de campo no es una víctima, sino que
es… ¡mirá qué inmenso y qué simple!: Ahora sus problemas están comprendidos, su dignidad y
recompensa aseguradas. ¿Vos no lo sabías? No, no me digas que no. Ya es hora de que cambies en
tu imaginación toda aquella fantochada del paisanaje —envuelto en el pocho de una mentira
literaria— por esta dichosa familia donde no hay chinas sotretas, ni matreros, ni ¡ahijunas!, sino
hombres y mujeres cómodos, y como todos, que ya no ganan cinco —oíme bien— ¡cinco pesos por
mes! ¿Qué? ¿No son más dignos y más hermosos estos momentos que aquéllos? ¿Verdad que lo
comprendés? ¡Claro, a mí no me vas a contar que no lo comprendés y no lo agradecés!
Ay éste Mordisquito, cuando lo entiendo me hace reír... ¿Gusta un cimarrón? Bueno, cimarrón
cimarrón... la verdad que no es... ya está medio lavado... está bien como le gusta a otra amiga mía,
la Karina con K, la que barre el piso con los pelos de las piernas que le salen por acá (SE TOCA LA
BOCAMANGA Y HACE EL GESTO DE BARRER COMO SI LA ESCOBA FUERA EL PIE...) la
que ronca despierta y fuma y toma mate como un tren... todo al mismo tiempo... y por eso el mate lo
quiere siempre bien lavado, porque dice que si está muy fuerte le agarra la frigidez en el estómago,
y se la pasa erutando como un terremoto por arriba y por abajo todo el día... A la Karina con K el
mate se le da así... ¿Gusta un frígido? ¿Se atreve?
Les sigo contando. Llegué a casa y fui directo a sentarme bajo la Santa Rita... pobre el gaucho falso,
no me podía sacar de la cabeza el ruido que le hizo la cara contra el puño del cura... Está bien, era
un gaucho trucho... ¿pero se merecía semejante bollo en la inmaculable? ¿Y tenía que dárselo
justamente un representante del crucificado? Yo no sé, ésta Santa Rita querida me hace pensar cosas
así, me pone como espiritual, fisiológica... Volví a ver las babosas, y no me van a creer pero una de
ellas... tenía los ojos... iguales a mi cuñada, les juro... “Pensá Chona, pensá... no te dejes batir...” Se
me ocurrió pedirle trabajo al hijo de don Scorzo, que me enteré que había puesto un negocio
nuevo... Completo eh: inglés, yoga, conmutación, artes marcianas, turismo de aventuras, ginasio
para aparatos, depilación... Estaba el hijo que es el Hernancito... Tendrían que verlo al mocoso...
cómo decirles... morrudo... grandote... En fin... Ya... no es una criatura... (PAUSA) Lo vi al...
Hernancito... y le conté que estaba buscando ocupar mi tiempo libre trabajando. Me dijo que si tenía
tiempo podíamos navegar por internés... Les juro que se me subieron los calores a la cara... Pensé:
éste chico es un atrevido. Yo podría ser la madre. (PAUSA) “Mire... este chico... usted me mal
interpretó... Yo soy una madre autóctona y una esposa legítima y no la voy con esas cosas de las
parejas modernas. Yo con el único que salgo a navegar es con mi marido y en el camión”. Se quedó
de un monoambiente. “No se enoje, Chona, yo le estaba ofreciendo la internés, la internés es una
red intercomunicada con bancos de datos de todo el mundo...”
¡Me ofendí por partido doble! ¡Qué me estaba diciendo éste chico? ¿Me estaba ofreciendo dinero a
cambio de amor?.
¿Bancos, dinero, una red internacional de mujeres que salen a navegar en los barcos de los manates?
Mirá Hernancito, yo te vi crecer y por respeto al dolor de tu padre, el Don Scorzo, que en paz
descanse, no hago la denuncia en la comisaría. Y cuando me vaya por esa puerta y nunca más me
vuelvas a ver, podés respirar hondo porque tampoco, por la decencia muerta de tu padre el Don
Scorzo, se le voy a contar a mi Hétor...
Oiga, que soy una mujer moderna pero tengo muchas otras maneras de ganarme el pan de mi
canasta familiar honradamente...
A la vuelta compré el diario. Me quedé con los clasificados y el resto se lo dejé al Hétor en el
baño... porque le gusta... es una manía... si no lee algo... no hay caso. El laxante del Hétor, es el
diario.
Bueno... fue abrir los clasificados y el corazón me dio un vuelco. Un aviso decía: “chica o mujer
seria, buena presencia, simpática, buena en los números, mucho trabajo”. Salté de la silla, casi piso
una babosa que encontré a la entrada de la casa, y me pareció que era justo la de los ojos de mi
cuñada... Por suerte no la pisé... ¡me hubiera quedado un resarcimiento!
A la otra mañana, antes de las ocho, ya me estaba buscando dónde presentarme porque en el aviso
habían puesto la calle y la altura, pero no el número justo propiamente. Apenas puse un pie en ésa
vereda tuve como una prenomisión que me estrujaba acá, el pecho... una sensación como de no sé...
algo me olió raro.
A ver Chona, me dije, vamos a ver qué dice tu sintinto, ya sé que te levantaste muy temprano y
antes que el Hétor, cuando cantó el gallo de la Pelusa, que no sé para qué lo tiene si antes de las
doce no se levanta nunca... dice que tiene el sueño pesado la Pelusa... y el cuerpo no se lo ha visto
todavía, me parece... Pero estate alerta y concisa, Chona... no te vayas por las ramas que acá hay
gato encerrado... Ahora que me acuerdo la otra vez escuché de ésas chicas que, un suponer, van a
buscar un trabajo de actriz... y sin que nadie más lo sepa terminan haciendo lo que no quieren por el
resto de la esistencia... Ay... qué horrible... y las familias las buscan y las buscan por muchos años...
te digo que a mí el Hétor me buscaría para acogotarme... Concentrate Chona, concentrate y mirá
mejor, tenés que descubrir de qué se trata éste misterio... Caminé toda la cuadra como una bailarina
lírica, en puntas de pie, y conté una tintorería, dos restoranes de sushi, una peluquería, dos negocios
de chucherías llenos de unos gatitos de plástico que movían la mano así, como si te estuvieran
acuchillando repetitivamente, una iglesia donde en vez del crucificado había un gordo sentado que
era parecido a la Pelusa, pero pelado, y un supermercado chino... mmmm Chona... todo estaba con
los garabatos que usan para entenderse... ¡los chinos!... Y sí... me pellisqué para ver si todavía no
estaba soñando, y caminé la cuadra entera otra vez más pero tuve que acetarlo... estaba en el barrio
de los chinos...
La cosa por un lado me dejó más tranquila... pero por el otro me dio más dudas que ponerme a lavar
el camión del Hétor.
Me dejó más tranquila porque a los chinos los conozco... bah, conozco al de mi barrio, que se llama
Wan pero le decimos Taiwán... para molestarlo le dicen “¿taí, Wan?”, y el chino se ríe... Me parece
que no entiende nada o se hace el que no entiende nada, como mi suegra, pero igual se ríe... Son
divertidos los chinos... ¡Y salen todos tan parejitos que no se sabe cómo harán! A mí la Ayelén
Lorena me salió como mi suegra y éso que yo, testadura, pedí y pedí que no eh... hasta en la iglesia
pedí eh... pero me lo negaron... La Ayelén Lorena me salió con las piernas de mi suegra... corta y
chueca... nunca se los dije pero las dos son iguales al Adrián Suar (o John Wayne o Elisa Carrió)...
En vez los chinos es como si se lo propusieran desde antes y zas, les sale bien porque llevan años
practicando, y entonces a ninguna le importa que la hija te salga como la suegra porque igual todos
se parecen... (PAUSA INTENCIONADA) No... no sé cómo lo harán eh... a la manera mística,
supongo... En éso pienso que no hay nada nuevo bajo el sol...
Lo que pasa es que parece que si en la vida real conocés a uno, como yo al Taiwán, es como que de
paso ya los conocés a todos... Lo que no entiendo para nada es lo del gordo ése que debe tener el
colesterol por arriba del techo... Está bien, el crucificado nuestro bueno, ya se sabe, habría que
bajarlo urgente y embucharlo duro y parejo con minestrón y asado... Pero lo del gordito se me hace
más difícil... Si te gusta comer, a la corta o la larga te vas a tener que cuidar...
Ahora pará una cosa: que para qué te cuento que también me habían agarrado las dudas eh, que eran
unas cuantas, pero cuando estaba en éso levantaron la persiana del supermercado, y un chino
vestido muy elegantemente desde el sombrero a los zapatos de punta en blanco, me dijo: “¿pol
tlabajo?...”. Y yo le dije sí muy contenta, pensando que ya nos estábamos entendiendo...
Así que las dudas se me quedaron para más tarde, porque el chino me paró en la caja registradora
diciendo “sin sentalse, sin sentalse”, y empezó a pasarme un changuito lleno que, imitando al
Taiwán, pasé por el piripipí más rápida que el Messi éste... “Ochocientos ochenta y cinco, Taiwán”,
le dije y se sorprendió porque, claro, lo de Taiwán se me escapó. “Tú cómo llamarte”, le pregunté.
Pero Taiwán me contestó en chino y me señaló la caja como para que me quede.
Entonces me dije que antes de que fuera demasiado tarde tenía que ponerme a pensar en las dudas
que me habían asaltado, y ya me estaba eluscubrando que ante el primer perro muerto que se
comieran ante mis ojos humanos iba a salir huyendo a pata larga, pero empezó a entrar gente como
puñalada de loco así que las dudas siguieron quedando para más tarde... ¡Qué temprano se levantaba
la gente en ese barrio! Éso es no tener nada que hacer, digo yo... habráse visto ir al súper tan
temprano con todo lo que hay para hacer a la mañana en una casa honrada... Cuestión que mientras
se llenaba de gente también entraba y salía mercadería, por lo que Taiwán apenas me miraba de
reojo y en una de ésas me soltó “cobla veldula y calne, gualda tique acá... bolsa veinticinco... flío
cincuenta”... ¿Éste Taiwán qué comió? ¡Está colifa! Pensé yo. ¿Veinticinco pesos una bolsa y
cincuenta pesos las cosas frías...? Yo no iba a cobrarle eso a la gente porque tengo muy agarrados
mis principios: trabajar... sí. Robar... no.
Igual se notaba que eran bien bienudos los chinos de éste barrio eh... ¿Quién va al súper de traje y
corbata? Y me acordé del Hétor, “que sólo usó traje y corbata una vez en la vida, y fue para nuestro
casamiento... Qué romántico mi Hétor... ¿Y las chinas? No eran ésos espárragos verdes que conocía
yo, como la esposa y las hijas del Taiwán... éstas estaban mejor alimentadas... eran... suculentas... Y
venían todas emperifolladas como si recién hubieran salido de la cajita musical, con unas camisas
con más colores y brillos que la bandera de los indígenas mapaches...
Lo interesante fue que al rato ya manejaba el negocio como si hubiera sido dueña desde toda la
vida... Vamos Chonita, me decía, estaba tan contenta... Los billetes entraban y salían, pero siempre
me fijaba tener más adentro que afuera... ¡Si me viera el Hétor! ¿Qué diría?, pensaba yo... Me
traería todas las mañanas los camiones llenos de yogur y de leche, que la vía láctea necesita la
heladera urgente, y que a éste Taiwán no se le ocurra hacerme cortar la luz, porque me planto como
la Karina con K cuando le dijo al Chirola que ni muerta se hacía un cavado entero ni se depilaba las
piernas... La macana era que ya estaban casados y al Chirola no le quedó otra que seguir, porque la
casa y el perro eran de ella... Después al Chirola le dio un ABC, pero ahora por suerte se está
recuperando bien... Para mandarse la parte él dice que quedó mejor que antes del ABC, y la Karina
con K no lo desmiente mientras le empuja la silla de ruedas...
Así que en la primera mañana de mi flamante trabajo nuevo, aproveché que podía hablar y pensar
en voz alta porque total nadie me entendía... Hacía pasar al frente a los que menos compraban para
que esperaran los que más tenían...
Cuando me quedaba sin cambio más de uno recibió un manojo así de caramelos para que no
chiste...
Le dí al fiado a unas cuantas jubiladas que se notaba a simple vista y sin pedir documentos que eran
de las nuestras, viejitas argentinas...
Y también rechacé todas las tarjetas porque demoraban el tránsito lento de la cola, así que varias
veces les tuve que gritar a los de atrás “¡efetivo o nada!”...
Y entre nosotros... la verdad que al final... cada tanto... era como una tentación y cuando me
acordaba... y según el gesto... a unos cuantos les cobré la bolsa veinticinco y el frío cincuenta
pesos...
El crucificado me perdone.
Todo venía bárbaro... Era el mejor trabajo de mi vida... Mejor que el del Atlas Lavalle donde vimos
tantas películas con el Hétor de novio, que en aquella época era un pulpo y había que arremangarse
para tenerlo a la mínima distancia... De tan contenta que estaba esa mañana, pensé que si en una de
ésas el trabajo del Hétor repuntaba, podíamos pasarnos a otra estación social y por fin, entre otros
proyetos, podíamos hacernos un viajecito a la isla del Cuncún, que tanto nos gusta por las
fotografías que vimos una vez en una revista para gente bien...
En fin... Soñaba...
La cosa fue que afuera de repente frenó un auto... y sonó un petardo... ¡PUM!... y después otro...
¡PUM!... ¡y después otro que sonó igual!... ¡PUM!... ¿Serían de revólver?... Y el Taiwán que
empezó a gritar con una voz de flauta bárbara, pero andá a saber lo que decía que para cuando me di
vuelta y vi adentro... todos habían hecho el cuerpo a tierra desparramados por el piso... Yo tampoco
iba a salir a preguntar quién vive, así que me tiré cabeza abajo de la góndola de los desodorantes,
recordando que el Hétor necesitaba uno que tampoco me iba a poner a buscar en ése mismo
momento... Mama mía... Me quedé... sudorizada... Pero la verdad que en el fondo, después de las
piñas en la televisión, era como que ya me iba a acostumbrando... ¡Cuánta violencia por todas
partes! ¿Qué le pasa a la gente? ¿Tan todos locos?... Con lo bien que la estábamos pasando...
Eran un montón los que habían entrado al súper gritando como una orquesta de flautas en el idioma
chino... Los zapatos blancos del Taiwán me iban y venían por la punta de la nariz... Y entonces
pensé en el Taiwán de mi barrio, que al final es tan distinto a éste, que seguro debe ser un flor de
pata e' lana y algún chinito cansado de la osamenta (HACE EL GESTO SOBRE LA CABEZA) le
vino a dar el susto del año nuevo chino... Así que cuando salieron todos gritando para afuera con el
Taiwán a la cabeza, y el auto se fue como loco, el Taiwán volvió diretamente a gritarme a mí como
si le hubiera comido todo el arroz... y tanto me gritaba que tuve que pedirle a la boliviana de la
verdulería, que parece que hizo el curso y lo entendía al pie de la palabra, que me traduciera al
argentino los garabatos bucales que el chino me largaba...
(IMITA AL CHINO, QUE LE GRITA A LA BOLIVANA... Y A LA BOLIVIANA) “Dice que a
dónde te metiste”... ¡Y a dónde me iba a meter! Decile que digo yo me agaché porque soy alérgica a
los pata de lana... y también decile que no me grite, que así, al natural, la voz de pito se le escucha
perfeto... (LA BOLIVIANA LE TRADUCE AL CHINO LO QUE DIJO LA CHONA, Y EL
CHINO SIGUE GRITANDO) “dice que si te hubieras quedado en tu puesto de trabajo no te habrían
robado la caja”... ¿Ah sí? ¿Y qué soy yo? ¿Un patovica? (AL PÚBLICO) ¿¿El chino éste no vio las
curvas?? (LA BOLIVIANA TRADUCE AL CHINO, QUE VUELVE A RECRIMINARLE A LA
CHONA) “dice que tendrías que haber demostrado lealtad quedándote en tu puesto de trabajo hasta
la últimas consecuencias... que tu falta es grave y que en China por una cosa así te cortarían el
pescuezo... que él confió en vos y como vos le fallaste, para ganarte otra vez su confianza tendrás
que trabajar gratis por lo menos tres meses”... (LA CHONA SE RIE) Mirá amiga latinoamericana...
Primero decile al Taiwán éste, que digo yo, que a mí el único que me grita es el Hétor, y tampoco es
que le salga gratis... Segundo... que todavía y a dios gracias ésto NO es China, y vade retro
SANTANÁS que no tenga que verlo nunca... Así que decile que si quiere ver cogotes cortados que
vaya hasta el fondo, a la carnicería, que ahí tiene espetáculo gratis... Y tercero y por último de
todo... decile que no iba a ser el mejor trabajo de mi vida porque es humanamente inhumano
trabajar nueve horas sin apoyar las alhajas en un asiento... (SE TOCA EL CULO) Y traducile ésto:
chau cacatúa...
Y sí, qué quieren que les diga... me enojé... pero como me sentí en medio de una injusticia... me
saqué el entripado y la verdad, me sentí mejor...
Así que salí a la calle con la frente bien alta, y con una bolsa de verdurita que le compré a la amiga
boliviana porque necesitaba para hacer el minestrón...
Vos, yo, todos los que entramos hace una punta de años por los caminitos domésticos de la historia
conservamos nítida en los recuerdos la estampa de aquel Cabildo Abierto de 1810. Allí sacudimos
los hombros para quitarnos un yugo, y los brazos para que se rompiese una manea, y estuvimos
libres. ¡Libres por unanimidad! Es decir, casi unanimidad, porque al margen de las resoluciones
más tremendas y de las conquistas más absolutas siempre se mueve la sorda tropa de la minoría
que no quiere entender. Hubo opositores entonces, como los hay ahora. Pero aquel Cabildo Abierto
de las estampas infantiles, con sus cortinas de fieltro, sus candelabros ruidosos y su desfile de
sorprendentes galeras color ceniza, se levantó como una bandera sobre la intransigencia de los
que se oponían y flameó durante años y años, hasta que soplaron vientos de miseria o de
negligencia en la patria de nuestros amores, y el pabellón bajó hecho flecos, dejando al aire la
desnudez de un mástil que ya no servía para nada. Pero hoy sube nuevamente la bandera flamante
de las realizaciones y el Cabildo abre sus puertas ¡otra vez! Por mucho tiempo se había olvidado la
práctica de los Cabildos Abiertos. ¿Para qué convocarlos? ¿Para que el pueblo marcase a fuego a
los traidores de la nacionalidad? ¿Para que se demostrara que la historia de los gobierno era la
historia de las francachelas, la indiferencia y la esterilidad? Convocarlos hubiera sido como
festejar un accidente. A los gobiernos no les interesaba, pero los Cabildos Abiertos se levantaban y
se abrían en la conciencia de cada argentino que juzgaba los desmanes de los privilegiados. Ahora
la conciencia sale a la calle y el pueblo se desborda cantando y abre las puertas de este recuperado
Cabildo Abierto. ¿Y sabés por qué, Mordisquito, ahora te hablo a vos? Porque el pueblo necesita
agradecer lo que se ha hecho y necesita exigir que la obra siga, que los protagonistas sigan, y que
sigan creciendo y alzándose los infinitos motivos para la gratitud. Obreros, estudiantes,
campesinos, ¡mujeres y niños! ¿Para qué voy a enumerarte la tremenda variedad fervorosa de los
que avanzarán redoblando sobre las horas de una fecha incomparable? ¡Todos! ¡Todos, menos vos,
Mordisquito! Desde todos los vértices de este triángulo de felicidad que es la Argentina se
derramará el río estupendo de los que no vienen a buscar una esperanza sino a mantener una
realidad. Hace años, cuando teníamos una idea, patriótica, política, ¡una idea social,
Mordisquito!, para discutirla o para exaltarla nos reuníamos en una… ¡qué sé yo!… una casa, un
salón de actos, un galpón de seis por ocho ¡y cabíamos todos! Hoy no. A esa multitud emocionada
y convencida que abre las puertas del Cabildo nuevo le quedaría chico un estadio, un barrio, una
ciudad. ¡El país entero necesitamos, Mordisquito! Y nos reuniremos a lo largo y a lo ancho de todo
el país, el país que estaba tirado como un trapo y que ahora flamea sin la mancha y sin el
remiendo, limpio otra vez, recobrado y reconstruido, bandera para el amparo de todos los leales,
emoción y defensa para todos menos para vos. Pero, ¿por qué menos para vos? Andá,
Mordisquito; date una vuelta por la avenida 9 de Julio el miércoles próximo. A lo mejor te
convence el número: ¡no puede ser que tantos estén equivocados y que la razón sea tuya, solito tu
alma, parado sobre el metro cuadrado de tu terquedad! Abandoná tus prejuicios, asomáte a la
fiesta de los agradecidos y en una de ésas, ¿quién te dice?, el espectáculo te derriba, y de tus
escombros nace el argentino nuevo, el argentino que sonríe y que cree. Andá, Mordisquito,
acompañános. ¿Por qué no querés ir? ¿O tenés miedo de que te convenza? ¿Cómo? ¿Que no tenés
miedo de que te convenza? ¡Vamos! ¿A mí me la vas a contar? No. ¡A mí no me la vas a contar!
(Capítulo XXVIII)
¡Sé bueno, Barullo, razoná! Hay cosas que uno a fuerza de vivir, enredado en la lucha de todos los
días, termina por olvidarlas, y el olvido —además de una fatalidad— es un peligro, porque borra
de pronto obligaciones y desdibuja derechos. Es una especie de cama camera —el olvido— donde
uno se despatarra después de un viaje pesado y se deja hundir sin ganas de pensar más nada que
en el propio sueño: «¡Qué se mueran todos!…» «Que no te hable nadie…» «Que los problemas se
arreglen solos…» ¡Dormir! ¡Aaah! Así, ¿verdad, Barullo? Abrazado a la almohada. ¡Qué felicidad
más grande es esa de irse hundiendo en el colchón, todo —como si te hubieran hecho un pozo en la
tierra—, y que los pensamientos se vayan envolviendo como en un algodón hasta no oírlos! ¡Ah! Es
una dicha, ¿verdad? ¡Profunda! Porque el sueño es una especie de olvido. Sólo que el olvido es
más largo que el sueño y te hace criminal a veces. ¿Entendés, Barullo? ¿Cuánto hace que vos no
pensás que la vida de los otros es tan importante como la tuya? ¿Mucho, verdad? ¿Te cuesta
entenderlo todavía? ¿No sabés que el hombre nace para vivir, y que la vida es un premio? ¿Quién
te trastornó hasta el punto de creer que era un castigo? ¡Y no, Barullo! El hombre nace para vivir,
y la vida es un premio. El más grande quizás, el más lindo. Y ha de morirse el hombre, por su
cuenta, por sí mismo, sin que el Estado haga lo posible para que se muera desde que nace; sin que
el mejor dotado lo aplaste, porque es más débil; sin que las diferencias de mejor fortuna hagan de
la comunidad una mezcla de 10 dichosos contra 9.990 desdichados. ¿Comprendés, Barullo? A mí
no me duele que vos tengas más; me duele que los demás no tengan nada. ¿Te has olvidado que la
vida de los otros vale tanto como la tuya? Por eso me escribís diciendo que este Gobierno ha
desatado una tormenta de clases. ¡Qué error el tuyo! Lo que ha desatado este Gobierno no es una
tormenta de clases, sino que ha desatado a un montón de clases que vivían en la tormenta, sin
paraguas, sin comida, sin más sueños que los que dan el cansancio y la miseria. De gente como
vos. Como vos, que sos capaz de llorar a gritos con una película de esclavos, y los has estado
viendo morir de tristeza al lado tuyo durante tu vida, sin comprender cuál era tu destino generoso
frente a ellos. El hombre nace para vivir y la vida es un premio. ¿Qué significa frente a esta
tremenda verdad que un mozo de café te tire un plato de masas sobre la mesa? Todos los que se
sacan la lotería rompen algo, o te manchan de vino con el brindis, y ellos se la sacaron. Se la
sacaron cuando la justicia, que hoy desparrama sus beneficios sobre esta tierra, les alcanzó
salvándolos de una vida que les era vergonzante. ¿Qué importa una semana de jolgorio que ya
terminó? Una pequeña revancha que bien les pertenecía. Confesá, Barullo, que te salió barata y
que los desamparados sociales de este país te resultaron más nobles de lo que vos pensabas. ¡Con
una semana de jolgorio se dieron por pagados por la injusticia de un siglo! ¡Barato! ¿A que ya no
te tiran nada? ¿Verdad que ya no te tiran nada? Yo sé por qué estás tan enojado en tu carta. Te da
rabia no haberte portado bien con tus hermanos y que otros lo hayan hecho en lugar tuyo. A mí no
me la vas a contar. Vos hacés como ese que llega a casa vociferando por una estupidez para que la
mujer no le pregunte por qué volvió tan tarde...
Este Mordisquito casi me hace llorar... Debe ser que, además, estoy sensible por mi Hétor... ¿Ya
habrá leído la carta? ¿O el viento se la habrá llevado antes que la hubo decubierto?
Me vino a la mente un día... hace mucho... que también habíamos discutido con el Hétor... y yo
estaba en la cocina y lo vi venir mansito con un paquetito de papel madera con la inscripción...
“Todo lo que tengo es para vos”... ¡Qué tiempos aquellos! Abrí el paquete ¿y qué veo? Un porta
ligas y una trusa, todo bordado con caballitos de mar lleno de pedrerías... ¡Todas preciosas! ¡Un
trabajo! Eso debe raspar, pensé. Pero no le dije nada, igual me la puse. ¿Te gusta cómo me queda? Y
le di unas vueltitas... Estaba tan contento. “Perdoname si te grité”, me dijo... “pero estaba con los
nervios de punta”... Bueno, este, ya pasó viejo, pero que se te clave en el cerebro que estuviste mal,
porque tenés una glotis estertónea, que casi me rompés los témpanos...
“Vamos Chona, a vos no se te puede romper más nada”, ¡qué guarango!.
Hombre tenía que ser. Me levantó en los brazos y me dio vueltas...
Yo me sentía una palomita...
Vamos Chonita, vamos a tomar un poco de aire, y después a la parrilla del cruce a comer un
churrasquito.
Justo ése día me había encontrado a la Pirucha en la feria, que iba a comprar plantas. Tiene hermoso
el jardín, que parece que todo le brota. Ella dice que es la mano, ¿qué mano? ¡la mano abierta que
tiene para gastar! Pero le digo ¡qué linda estás Pirucha! ¡Qué despejado el rostro! Me dice “vení,
que no escuchen los chicos”... Y me contó que con el Ruben salieron a festejar el onomástico de
casados, y que la había llevado a un lugar de ésos... un albergue transistorizado... que música... que
luces de colores... al principio me corrió un poco de frío... pensé en los virus que habría ahí... de
ambos sexos habrá... Pero haciéndome la indisferente le pregunté a la Pirucha por dónde quedaba...
(AL PUBLICO, SUGERENTE) Ibamos con el Hétor camino a la parrilla con el camión y veo las
luces de colores... Le digo “¡qué lindas luces!”... Y le digo “¿vamos a ver qué es éso en vez de ir
siempre a la parrilla?”. Me miró y me dijo “Chona, eso es un telo, el Manantial Eróstico. Un telo.”
Y ahí nomás le hice parar el camión.
¿Y vos cómo conocés ése manantial, Hétor? Decime, contestame Hétor porque te mato...
El muy bestia me dijo “pero Chona vos dónde vivís? ¿adentro de una bolsa de agua caliente? ¡Todo
el barrio lo conoce! ¿Qué te creés? Que no tengo parabrisas en el camión, veo entrar a cada una
cuando paso al mediodía... Con la bolsa de la feria algunas eh... ¡Si te hago la lista Chona, te morís!
No lo podía creer... Así que le dije “quiénes? No vas a andar acusando con falso testimonio a las
vecinas eh... mis amigas entrañables de toda la vida...”
Y me hizo una lista más larga que las compras del sábado...
¡Te lo juro! ¡Cuando mencionó a la Pirucha vi todo negro! Le dije “claro, pero con el marido
legítimo para festejar el onomástico...”
“Mirá Chona”, me dijo el Hétor: “si el Ruben se puso pelo, y además se lo tiñó, y tiene veinte años
menos y creció como treinta centímetros... seguro era él..”
¿A vos te parece? Yo que a la Pirucha la tenía en un altar, como una madre y esposa ejemplar... ¿Le
habrá agarrado la fiebre usterina a ésta mujer? ¡Pobre! ¡Es una enfermedad! Nadie está libre.
Cuestión que el Hétor me llevó al Manantial... Eróstico... Estacionó el camión en la puerta de la
pieza, y entramos al isofacto...
Por éso... porque le quería decir todo éso y muchas otras cosas, le escribí la carta y hoy... antes que
saliera... se la pegué en el parabrisas... Pero lo de la carta es... no sé... Lo que de verdad yo necesito
es ayudarlo al Hétor... No ser... como se dice... una figurita decorada al lado suyo... Ser... cómo
decirle... Una mujer... Ni más ni menos que éso...
Ésta mañana, cuando se fue... me hice la dormida. Lo escuché tomar mate... prender la radio... lo de
siempre. Lo escuché cuando entró a la pieza y daba vueltas... se ve que lo carcomían los
resarcimientos pero no se animaba a hablarme... hasta que se acercó y me preguntó “¿Chona, estás
dormida?”... Y cómo me costó no contestarle, les digo que se me partió el corazón... Pero nada... Yo
tenía la carta bajo la almuada... esperando el momento oportuno... Entonces cuando entró al baño
con el diario me dije “ahora o nunca, Chona”, y corrí al galpón donde está el camión... Y le pegué la
carta en el parabrisas, y me volví corriendo y me metí en la cama justo en el momento en que volvía
el Hétor... y otra vez me pasó lo de siempre... ganas de que se quedara un ratito... Pero no, se fue... y
es la hora de ahora que estoy esperando... en vano que me llame...
¿Le habrá gustado la carta?... ¿La habrá leído?
Querido Hétor:
Tomo lo que se dice la pluma para escribirte, esperando que al recibo de la presente
te encuentres bien de salud... como yo gracias a dios.
Hétor... yo no vivo en la luna de Valencia ni en una bolsa de agua caliente... a lo
mejor... vivía... Pero ahora, no.
Hace tiempo que no te veo bien... y no es mi vista, aunque a ésta altura ya podría...
Anoche no dormiste de un tirón... Y yo tampoco... Pero no era como otras veces, por la tripa
revuelta o los porotos que se amotinan... Me parece que era tu alma mi Hétor querido...
Hablabas en sueños Hétor... Decías “Culi... Ñato... ¡Peque!” Te sentís...
responsable de todos... Si seguís así, me parece que nunca más vas a poder dormir como antes...
Muerto de cansancio pero con el rostro feliz que a mí me hacía quererte tanto... Ganas de darte un
beso... Despacio para no despertarte...
Hétor yo soy tu compañera de todas las horas, y no quiero quedarme acá mirando
televisión mientras a vos te sale una úlcera en el estómago, o te quedás pelado, o te dan ganas de la
eutanasia y dios te libre de que te agarre un ABC... Yo soy tu compañera de todas las horas, en la
salud y la enfermedad... Yo quiero trabajar al lado tuyo... Dejame probar... Tengo ideas... ideas
Hétor... ideas y esperiencia para salir adelante sin que le vaya mal a ninguno... Y así el Ñato le
puede poner los aparatos a la Sandra, y el Culi puede pagar la cuota del juego de living...
El alma femenina es pétalo de rosas, brisa suave, bálsamo de amor... pero... con
perdón de las palabras... también hay que tener ovarios bien puestos en el momento oportuno...
Dejame probar... aunque sea...
Siempre tuya... Chona
PD: el pañuelo lo tenés en el bolsillo chico de la campera... no es que me lo olvidé, te lo cambié de
lugar... porque estaba enojada.
(LA CHONA SE QUEDA ENTRE PENSATIVA Y TRISTE)
Mordisquito: ¡me voy! ¡Qué gracia! ¡Lo mismo que el manisero! Sí, Mordisquito: ¡me voy! Y sé
que no vas a olvidarme. ¡No, qué me vas a olvidar! Descansarás de mi voz, pero no de mis
evidencias. Sí, no te rías. Yo sé que ahora que me voy es cuando más voy a estar contigo. Parece un
contrasentido, ¿verdad? Pero vos sabés que no. Sabés que yo tengo la perseverancia de esos grillos
que cantan y cantan porque están seguros de que su esfuerzo alcanzará la noche. Y los grillos
saben que la noche es buena, porque les trae el silencio que los deja oír. ¿Me comprendés,
Mordisquito? Por eso te he hablado tanto, seguro de persuadirte. Porque yo ya sé —como los
grillos— que me va a ayudar tu noche y que vas a escucharme y que vas a pensar. Porque te
conozco de memoria, Mordisquito. Vos tenés ese orgullo criollo de defender hasta los errores,
porque un día comprometiste tu mano y tu palabra. Te embanderaste de buena fe con una idea, sin
imaginar siquiera que los encargados de hacerla flamear, en lugar de levantarla bien al cielo la
iban a llevar arrastrando por todos los caminos y que iban a elegir de los caminos —con una
preferencia miserable— aquellos que tenían más barro. «¡Diste tu mano y tu palabra!» ¿Y ahora?
¿Cómo te vas a volver atrás? ¿No es cierto? Estás poniendo lo mejor que tenés, tu lealtad, al
servicio de un error imperdonable. Y, claro, «no es de hombres el aflojar». Seguís en el tango. Se te
hizo piedra en la conciencia la imagen —gorda y sentimental al mismo tiempo— de que un hombre
no debe moverse de sus convicciones. Y ¿por qué no? Si la propia convicción es un error, ¿cómo se
puede insistir maniáticamente en la equivocación? ¡Eh! No, Mordisquito. Pero, eso no es
convicción. Eso es amor propio. El más ordinario amor propio. El que hace que no quieras
entender nada de lo que está ocurriendo. Mirá, Mordisquito, todo se ha movido en el mundo.
¡Nada está en su sitio! Estás asistiendo al momento más dramático de la historia del hombre
civilizado. Asistís al fracaso de todos los sistemas, al fracaso de todos los sistemas políticos,
sociales y económicos utilizados por el hombre hasta la fecha, para lograr una vida menos
miserable y una convivencia en paz que no se ha conseguido en ninguna parte de la tierra más que
en tu patria, Mordisquito, ¡y no querés entenderla! Yo sé que ahora me tenés fastidio, Mordisquito;
pero sé que un día me vas a querer. Sí que me vas a querer, Mordisquito. Porque yo no soy tu
enemigo, ni estoy equivocado, y el día que me entiendas te vas a entristecer de haber tardado tanto.
Yo voy a estar en el grillo de tus noches, en la canilla que gotea, en el ropero que cruje a
medianoche, en el humo final del pucho que apretás rabioso contra el cenicero, en el chas-chás del
cinc cuando llueve, en todos los pequeños ruidos de la obsesión, allí voy a estar yo, Mordisquito,
con mi voz de grillo, persiguiéndote, persuadiéndote. Aunque me marche —como me marcho ahora
—, sé que seguirás oyéndome, como al grillo, Mordisquito. Yo te anticipo ahora el abrazo que vos
me vas a dar un día. ¿Qué no me lo vas a dar? Vamos, testadura, ¿a quién se la vas a contar?
Hasta siempre, Mordisquito. Hasta siempre, Mordisquito.
FIN