ENSAYO
La palabra del hombre,
y qué es el hombre
WILLIAM OSPINA
EN LAS NOCHES MESTIZAS
Alguna vez le confes6 a un amigo que se proponfa escribir un lar-
go poema sobre el Descubrimiento de América. Muchos versos, sin
duda, ya habfan tomado forma en su mente, por ese procedimien-
to singular de su poesia, que crecfa lenta y segura en él, y que solo
circunstancialmente se resignaba a lo definitivo del lenguaje escri-
to. Repetiria para si largamente los versos hasta que su mtisica de-
licada fuera satisfactoria, por concertar la vastedad de los paisajes
y el vigor de los hechos con ese tono intimo que es su don princi-
pal. Nunca Ileg a terminarlo, y descendié con él a la muerte, pero
es el poema que nos prometen los primeros, enigmaticos versos
de Morada al Sur. Esas noches donde se cruzan las razas, esa épica
descripcién de los potros que avanzan castigando y modificando la
tierra.
Ese tono épico, al comienzo de un poema autobiografico, puede
sorprendernos, sobre todo si pensamos en lo sosegado y sedentario
de la vida de su autor. Lo poco que sabemos de ella nos muestra a
un muchacho de provincia llegado a la ciudad y convertido en un
funcionario, sobrio y silencioso, timido y hurafio, dedicado al so-
lo goce de la lectura y casi indescifrable para los seres que le fue-
ron cercanos. Una vida tal nos desconcierta, tan habituados como
estamos a esperar de los poetas hechos memorables y patéticos o
agradables anécdotas. Los poetas conocidos de nuestra tierra sue-
len cumplir con esa convencién: Silva, Guillermo Valencia, Porfi-
174rio Barba Jacob, Leén de Greiff. Y de pronto, el més notable, el
més perdurable de todos, nos deja la imagen de un funcionario
modesto y de un padre de familia sumiso a los rituales de la vida
cotidiana, al lado de una obra asombrosa de pasién, de musica ver-
bal, de armonia y de brevedad.
Su poesfa parece tan lejana de su existencia corriente, tan encerra-
da en un dmbito distante y hermético, que tal vez ese primer enig-
ma podria ser una clave central de su vida y de su obra.
ERA EN EL BELLO SUR
En lo fundamental, la poesia de Aurelio Arturo deriva del dmbito
de su infancia y de su juventud. Transcurre, ante todo, en la vieja
casa de sus padres, en los valles del sur, en los campos vecinos, en
un mundo tan intensamente vivido y tan perdido, que el poeta
nunca logré escapar a su fascinacién. Morada al Sur es, entre tantas
cosas, un monumento de la nostalgia. En él Arturo nos confia sus
primeros encuentros con el mundo, los aros concéntricos de esa re-
lacién apasionada y fabulosa. Allf donde por primera vez se sintid
ser, donde se supo vivo y solitario, rodeado por leguas de miste-
rios precisos. Donde miré la luz y los ciclos del mundo, y donde lo
conmovieron la constancia de los fenémenos y la magica metamor-
fosis que el tiempo opera en nosotros. Donde, sobre todo, apren-
did el amor de la belleza, que nunca se nos aparece en sus versos
como una relacién con algo ideal, sino como un regocijo nacido
de las cosas més nitidas. Los bosques y sus arboles, las bestias si-
lenciosas, los concertados fendmenos de la naturaleza, la firmeza
de las moradas humanas en un ambiente reposado y propicio.
Habia nacido en La Unién, Narifio, en 1906. Tan lejos del centro
de gravedad de un pats que entraba en el siglo desangrado por las
guerras civiles, tan lejos de la capital donde reinaba una sediciosa
aristocracia politica y una empobrecida aristocracia cultural, la
vida en esas apartadas regiones, sin ser idilica, se aproxit
cierto ideal de la vida en la naturaleza que ya parece defi
te perdido para nosotros. Los padres de Arturo pose/an tierras y
ganados, eran pequefios sefiores en una regién donde prevalecfa
la servidumbre, y no carecfan de una relacién modesta y sincera
con la cultura. Amaban su tierra como aprendié a amarla el ni-
fio: detalladamente, y cuando lustros después Arturo se detenia
por las avenidas para sefialar a sus hijos el movimiento desconcerta-
do y luminoso de las hojas de un dlamo, repetia sin duda esa anti-
175gua complacencia con la naturaleza que tan dificilmente se adquie-
re en la ciudad, desde donde los campos se ven como un mundo
Util e incémodo, en el que solo es posible vivir trasladando a él to-
da la escenograffa urbana, la plétora de astucias y de maquinas que
nos protegen de! tedio y de la aventura.
EN EL UMBRAL DE ROBLE DEMORABA
Una casa amplia y acogedora, cuyos umbrales no eran muy distin-
tos de los naturales umbrales del bosque, una casa con amplios sa-
lones y ventanales avidos que reciben toda la luz exterior, asi es en
los poemas, acaso magnificada por la devocién pero inevitable-
mente fiel a su modelo, la casa de la infancia. Por ella vagd cuando
nifio, sintiendo el contraste entre el destino humano, que adecua
los elementos a las necesidades de la vida social , y el turbulento
oleaje de la vida silvestre que se ahondaba en valles y bosques ha-
cia ese mundo distante y extrafio que habrfa de ser, afios después,
su mundo.
En esa casa sintié para siempre la presencia invisible de los antepa-
sados, sintié que el pasado, hondo en rostros y en hechos, le da
forma y dignidad a las moradas del hombre. En uno de sus versos
perdurarfa, hermosamente, aquella sensacién:
“en este umbral pulido por tantos pasos muertos” nos dice con su
voz siempre afortunada.
Afios antes, otro hombre taciturno, menos jubiloso pero igual-
mente pensativo, escribfa junto al Elba:
“Un escalén que no esté profundamente gastado por los pasos, no
es, al fin y al cabo, mds que un poco de madera mas bien triste”.
En ese lugar Aurelio Arturo estuvo de algtin modo hasta el fin. Y
cuando, sesenta afios después, la muerte lo alcanz6é en su modesta
casa bogotana, el poeta seguia alld, asomado a mundos inalcanza-
bles, desde las grandes ventanas de su infancia.
ESTA TIERRA DONDE ES DULCE LA VIDA
La de Narifio es una extrafia tierra. Tal vez a ninguna parte del
pafs le es més aplicable esa observacién de pintor que Arturo
le dedica a su patria:
176“*... bellos paises donde el verde es de todos los colores... ".
Mesetas y Ilanuras llenas de verde y de frfo, esa regién esta lejos
del resto de la patria, y lo estaba mucho més a comienzos de si-
glo. Aridos y desolados cafiones la separan, verdaderos desiertos
donde atin ahora sobreviven, en lo alto de unas sierras pobres y
ardientes, caserios miserables asomados a campos amarillos de
maiz. En el esplendor y la delicadeza de sus colores, honduras
donde el llano se vuelve rojizo y las mesetas verdosas y azules, y
donde a veces, como espuma, una bruma espesa resbala sobre las
formas caprichosas de las montafias, habita una raza sin destino,
desamparada y sucia de pobreza, que asoma a las puertas de casas
vacfas unos ojos inméviles que parecen interrogar pero que en rea-
lidad solo miran al mundo sin esperanza. Perdido en esos yermos,
yo he vivido noches espectrales en las que el cielo parecfa mucho
més cierto que la tierra. Su firmamento nocturno esta Ileno de es-
trellas fugaces, y bajo las constelaciones, como un conjuro, fluye
en la sombre la voz pausada de los campesinos, “‘contando histo-
rias’”,
Un famoso episodio de nuestro pasado comtin tiene por escenario
esas tierras. A la cabeza de un ejército vacilante, rico en traidores,
Narifio avanz6 entre el polvo y el fuego, hacia el sur, para anexar
a Colombia el mds grande fortin de los espafioles. Muchos dias y
muchas noches padecieron esa geografia malvada, diezmados
por los cuchillos de los indios y por incesantes deserciones. Cuan-
do al fin, arrastrado por su terquedad y por su conciencia del pe-
ligro de la reconquista, Narifio Ilegé al sur, habfa sobrevivido a tan-
tas conjuras, habia dejado atrds tantos peligros acechando, e iba
tan traicionado y tan solo, que solamente pudo entrar sin escolta
y entregarse a los enemigos que pensaba destruir.
Ese mismo camino recorrié el poeta, pero en sentido contrario,
y padeciendo rigores andlogos, cuando se alejaba de su tierra na-
tal buscando un futuro para su vida y para su poesia. Lo encon-
tré, malamente, pero nunca dejé de sentir que al cruzar el Cafion
del Patia, yendo hacia el norte, dejaba atras los momentos mas
luminosos de su vida y que para recuperarlos iba a necesitar toda
la musica que llevaba en su alma.
EL VIEJO BOSQUE
Siempre tuvo en su mesa de noche, protegido del desorden de su
177biblioteca, el Quijote. En esa biblioteca, lo sabemos, no abunda-
ban las obras en castellano, y menos atin, la poesia y la prosa de
los autores de su_ pais. El mismo espiritu critico que aplicé seve-
ramente a su propia obra, lo llevé a excluir de sus gustos esa vene-
racion supersticiosa por lo nacional que ha sido la ruina de tan-
tos escritores. El azar, o los Dioses, lo habfan hecho nacer dema-
siado cerca del mundo elemental y demasiado lejos de la precaria
y menguante cultura de su patria. Después habrian de darle un
regalo enorme y definitivo, la proximidad y el amor de la mas
compleja y diversa literatura del mundo. Llegado a la literatura in-
glesa, espiritualmente entregado a esa tradicién, que parece resu-
mir y exceder a todas las otras, Arturo encontré lo que nunca le
habria dado la mera relacién con nuestra literatura: sobriedad, vi-
gor, un sentido sutil de la musica —que le permitié renunciar sin
pérdida a las facilidades de la retorica tradicional, a los peligros de
las formas clasicas, a los vicios congénitos de nuestro mondtono
sentimentalismo—, y una mezcla de prudencia y de audacia com-
pletamente desconocida antes de él en nuestras letras. Con todo,
nunca renunci6é a su Quijote, y solfa leerlo como se leen la Biblia
y la Divina Comedia: abriendo el libro en cualquier pagina y sabo-
reando largamente un trozo, casi cotidianamente.
Prisionero y vencido, Cervantes habia escrito el Quijote buscando
que su inteligencia, su humor, su abundancia verbal, su capacidad
de invengién y la alegre red de sus suefios, lo salvaran de la adver-
sidad 0 por lo menos atenuaran su espanto. Ello !o obligaba a cons-
tantes inventos, a una labor incesante de la imaginacién, porque no
podia permitirse el lujo que casi todos los escritores del oficio se
permiten ahora: el tedio.
EI Quijote es una sucesién de alegrias y de inventos, Cervantes dis-
fruta descubriendo maneras de decir y tal vez el mayor placer de
su lectura es esa frecuencia de las sorpresas, esos constantes pero
cambiantes giros de la ternura, de la insensatez y del heroismo.
Arturo no fue indigno de sus maestros. Leer sus poemas es una
aventura de la imaginacién, y en su brevedad, lo fecundo de sus
giros verbales, las intuiciones y los suefios que logra insinuar son
casi inagotables. Cuando, tras mucho tiempo de vivir lejos de su
Morada al Sur, volvia a recorrer en su recuerdo las camaras, los
valles y los vientos de aquel tiempo perdido, siempre lograba ha-
llar formas verbales nuevas y sugestivas para darnos del modo més
intenso posible esas realidades desaparecidas.
178Por la emanacién de ese lenguaje profundo podemos sentir que el
poeta, al describir las situaciones y los acontecimientos, no solo
nos da formas y apariencias sino que precisa las claves de su lu-
gar en el mundo. Asi, por ejemplo, hay dos versos que nos hablan
de la situacién de su casa en los campos. El primero nos habla
del bosque. Cerca de la casa, hacia el norte, los arboles se cerraban
en un bosque espeso donde Arturo, un nifio vigilante, sintié la
existencia de otro tiempo. Mas alld del tiempo convencional de la
vida social, cuyos ciclos miden relojes y calendarios, afios y si-
glos; mas alld del tiempo de nuestro cuerpo, ciclos de luz y de som-
bra medidos por el alimento, el trabajo y el suefio, y hondos
ciclos de la memoria, estaba el tiempo de la naturaleza, los ciclos
del bosque, cuyos drboles centenarios, cuya larga costumbre de
musgos y estanques, cuya quietud central recorrida por bestias
y por vientos proponen a los hombres himedas cronologias raya-
das por horarios divinos. De un lado esta ese bosque, del otro, el
campo abierto, los sembrados que llenan el viento de bruscas ra-
fagas de perfume. En el centro de esas dos imagenes, la una inmo-
vil y oscura, la otra presurosa, ondeante y Ilena de luz, esta la mo-
rada del poeta, el centro de gravedad de una vida destinada al
equilibrio, a la sobriedad y a la busqueda del ritmo y de la armo-
nia.
“Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo, al sur
el curvo viento trae franjas de arena”.
ES EL POTRO MAS BELLO EN TIERRAS DE TU PADRE
Le gustaban los perros y los pajaros. Pero en su poesfa las cria-
turas de la tierra y del aire se transforman en elementos de una
mitologia personal. Puede asociar y casi confundir a la bestia
espectral que rumia a la luz de la luna con el ave que canta sobre
la rama. Por esa asociacién ambos animales escapan de la biolo-
gia para convertirse en una suerte de Huéspedes magicos del U
verso. También son cifras de una percepcién singular de la reali-
dad.
“Una vaca sola, llena de grandes manchas,
revolcada en la noche de luna, cuando la luna
sesga,
es como el pajaro toche en la rama, “Ilamita’’,
“manzana de miel”.
179Platén sostenfa que el asombro es el comienzo de toda filosoffa.
Siglos después Schopenhauer repitié esa afirmacién, pero pensan-
do también en la literatura y en la musica. Habla de esa suerte
de estupefaccién dolorosa que esta en el origen de toda reflexion
filosofica, y dice que la filosoffa debuta, como el Don Juan de
Mozart, por un acorde en tono menor.
Sentimos que Arturo se sobreponia dificilmente a las minimas sor-
presas de los dias. Parecfa asombrarle que los ojos fueran capaces
de tantas percepciones diversas, y que el espacio visual ocupado
alguna vez por la belleza conmovedora de la luna o de un rostro,
pudiera ser ocupado también por imagenes de la tristeza o de la
sordidez.
La aparicién de los animales en sus versos parece tener siempre un
sentido milagroso. Lo imagino mirando, asombrado, como un pa-
jaro se desprendia de la tierra y, venciendo la prisién de su peso,
se hund/fa en la luz. Esa sorpresa infantil estd sin duda en el origen
de todas las mitologfas; de ella nacieron el caballo alado de los
griegos, los genios orientales, los angeles. Un vuelo de pajaros es
para Arturo una “guirnalda cuidadosa” tejida en torno a su Mora-
da. En otro momento ve el vuelo que se alza, y nos dice, con
reposada fe, que esa ala “verde, timida, levanta toda la llanura”.
El arte de la conversacién quiere ensefiarnos cada dia que la vero-
similitud de lo que se dice depende del grado de conviccién de
quien habla. He oido a hombres que dicen verdades evidentes y
he sentido que mienten. Y he oido relatos desmesurados, evi-
dentemente inventivos o absurdos, y he creido en ellos sin vaci-
lar, arrastrado por la inocencia o por la fe de quien los refiere.
En Arturo existen siempre esa conviccién y esa fe. Sabia que la
realidad no es verbal, y no se propuso ser verosimil recurriendo
al ingenuo procedimiento de copiar los hechos. Sabia que inevi-
tablemente inventamos nuestros recuerdos y se entregé al rego-
cijo de inventar, para reconstruir, no las circunstancias, sino la at-
mosfera de su propio paraiso perdido.
No sabemos si alguna vez fue suyo ese potro que menciona en sus
versos. Podemos suponer que lo fue: que en un dia de comienzos
de siglo el nifio recibié de su padre un potro negro como la noche,
y como la noche cruzado de destellos. El hermoso regalo perdura-
ria en la musica. El recuerdo fundié en una sola las imagenes del
180Potro y de la noche estrellada, y nos ha dejado ese episodio de un
nifio que recibe de su padre un regalo vivo que es también la pa-
sidén y el firmamento nocturno:
“Y junto al drbol rojo donde el cielo se posa
hay un caballo negro con soles en las ancas
y en cuyo ojo Ifquido habita una centella.
Es un caballo, el mio, y oigo una voz que dice:
‘Es el potro més bello en tierras de tu padre’ ”.
EL ALTO GRUPO DE HOMBRES ENTRE SOMBRAS
OBLICUAS
En un dia de 1931, un muchacho de 25 afios llegé hasta la redac-
cién de un periédico de la capital. Con la timidez caracteristica
de un joven escritor de provincia que se anima a cortejar a la ti-
Pograffa, presenté al director de la revista literaria, Rafael Maya,
un conjunto de poemas, cruzé con él unas cuantas palabras, y se
retir6 de nuevo, presuroso. Pocos dias después el director com-
Prendié que tenia en sus manos la revelacién de un gran talento
literario, e hizo llamar de nuevo al poeta para comunicarle que pu-
blicarfa sus versos y pedirle que posara para el dibujante del perio-
dico. Por esa circunstancia, tenemos el retrato de Arturo que apa-
recié acompafiando la primera publicacién de sus versos. Tres afios
después se animé a publicar de nuevo. Aquello parecia entonces
el comienzo de una larga carrera, la presentaci6n inicial de una
obra copiosa y notable. Pero el tiempo depara sorpresas. Hoy
sabemos que en 1934, a los 28 afios, Aurelio Arturo habia publi-
cado ya la mitad de sus obras completas, y estaba terminando la
Primera fase de su obra. Esta obra no es solo la més breve de nues-
tra literatura: es acaso también la unica imprescindible en su totali-
dad, la Unica disfrutable palabra a palabra.
En esa primera seleccién de sus poemas aparece uno que ha sido
desde entonces huésped frecuente de las antologias y que ligera-
mente contrasta, por su lenguaje directo, con el resto de poemas
que componen Morada al Sur. Es |a Rapsodia de Saulo.
Su tono elegfaco, su exaltacién de la vida libre y salvaje, suele nu-
trir en nosotros la imagen del poeta como un rudo hombre de los
campos, entregado con pasion a duros oficios. Lo recorre “Un hali-
to de hombria y de resinas’’: todo es alli impetuoso, turbulento y
feliz. Nos sorprende saber que Aurelio Arturonunca vivié esa vida.
Algo en el fondo de sf lo Ilamaba a ser como un roble entre robles,
181a ser ‘Un hombre de ligeras canoas por los rfos salvajes”, pero su
destino invencible lo Ilevo a ser un hombre de libros, un lector so-
litario que en el dia deb/fa resignarse a administrar la justicia en
un pais donde los caminos legales son el Ultimo recurso de los
hombres. Su destino lo Ilevé a ser un poeta casi anénimo, con la
méascara de la Ley sobre el rostro, cubriendo con atributos con-
vencionales la pasion y la musica de su desdicha.
Cuando escribié la Rapsodia de Saulo ya habfa renunciado a esa vi-
da salvaje, pero no hab/a renunciado al recuerdo y a la veneracion
de aquellos hombres que en el sur porfiaban con los elementos,
haciendo del trabajo y de la rudeza un hermoso pretexto para se-
guir viviendo. Esos hombres que socavan los troncos cortados para
hacer canoas, que derriban arboles y pajaros, esos hombres que
cantan y maldicen, o que cabalgan por los Ilanos, son los héroes de
esta poesia. Si a veces nos parecen titdnicos es porque los vemos a
través de los ojos de un nifio, desde la absorta estatura de un nifio.
El nifio que viéndolos sintié alguna vez en ellos una prefiguracion
de su propio destino.
Ajios después hizo un viaje secreto. Como Rafael, que, al pintar
a los personajes de la Escuela de Atenas incluy6 entre los rostros
su propio rostro y dejé su imagen viviendo para siempre entre los
sabios de la antigtiedad, a la sombra de Palas, Arturo pinté a los es-
forzados-campesinos de su infancia y se unié al “Alto grupo de
hombres entre sombres oblicuas”, y fue Saulo, el viejo de manos
habiles, que a la orilla de un rio cuenta, ya ayudado por las artes
de Homero, las leyendas del Sur.
éTE ACUERDAS DE ESOS VIAJES
BORDEADOS DE FABULAS?
Quisiéramos saber qué desvié de un modo tan radical su destino.
Aunque no dejarfamos de encontrar en su adolescencia algunos
de esos hechos terribles que provocan en un hombre cambios pro-
fundos, en el fondo de su infancia reposan las primeras sefiales.
Medio siglo después de la abolicién oficial de la esclavitud en Co-
lombia, perduraba en muchos sitios una costumbre. Las familias
pobres solfan entregar sus hijos, a modo de regalo, a las familias
de los terratenientes. Esos hijos, a trueque de ser sostenidos y me-
dianamente educados, entraban a formar parte de la servidumbre
pero amparados por una especie de relacién familiar. Trafan a las
grandes casas del campo no solo evidencias del mundo exterior
182sino otros pasados, otras supersticiones. Las nodrizas negras que
en su poes/fa se funden en una sola, gigantesca y mitica, tra‘an para
Arturo, con las hereditarias hogueras de su sangre africana,
historias de caserfos en el interior o junto al mar. Por su constitu-
cién, por su temprano poder de imaginacién, Arturo vivia esas
historias con una intensidad que podemos medir por sus versos.
Y si los cuentos y las fabulas de su infancia llegaran a descubrirle
mundos maravillosos, no ignoramos que hasta el final de su vida
prohibié, con una vehemencia inusual en él, que le fueran contadas
a sus hijos historias de violencia o de horror. Tan fuertemente ha-
bian quedado grabadas en él esas noches en que lloraba, temblan-
do de miedo, gritando, después de oir las leyendas atroces del cam-
po, con sus cortejos de crimenes y de criaturas maléficas que ace-
chan entre los arboles, o se deslizan por las ventanas abiertas, 0
vuelan Ilenando la noche de oscuros presagios.
LA FAZ DE LA LUZ PURA
Lo llamaban las voces de Shakespeare y de Wordsworth. Pero tam-
bién lo Ilamaba, si no una voz, un rumor. Ese zumbido “de abe-
ja de ritmo” que tenfan sus viejos campos soleados. Este hombre
que administraba la justicia tenia que ser justo consigo mismo y
toda la vida parece moverse, con dolor y con lealtad, entre dos
nostalgias. La de su salvaje tierra natal y la de la gran vida urba-
na que apenas si pudo presentir o adivinar en su temprano viaje
a Norteamérica. Esa ultima era més bien una nostalgia del futuro.
No parece que hubiera querido vivir en las grandes llanuras del
Norte: queria vivir en Nueva York, donde vefa el centro de la cul-
tura, de los didlogos literarios, de las grandes exposiciones pictéri-
cas, la Roma de su época. Pero condescender a tal suefio era apar-
tarse definitivamente de ese rincdn donde brillaba para él la luz
verdadera, esa del sol que vio por las grandes ventanas y que can-
t6 bellamente en un poema: un poema que atin teniendo la sose-
gada evolucién de los viejos himnos, renuncia a la figura patriar-
cal, a la pagana divinidad que adoraban los egipcios y los griegos,
para celebrar la amistad generosa de una estrella.
Hay una notable ausencia en la poesia de Arturo: la de la religion.
Los amigos de la antitesis pueden presumir por esa expresa ausen-
cia una presencia tdcita y total. Lo cierto es que acaso por primera
vez en nuestras letras la mitologia cristiana no interviene, no se
interpone, entre la emocién y el poema. Nuestra historia literaria
183es profusa en blasfemos y en monjes, unos y otros parasitan
de esas opresivas convenciones, de esa montafia de supersticiones
e inutilidades que es nuestra lamentable vida religiosa. Y asi como
en los piadosos no solemos encontrar fe ni pasion, en los impfos
no encontramos ni lucidez ni imaginacién. En Arturo, cuya poe-
sfa no se ocupa dela teologia y cuya ética apenas sugerida no es en
absoluto normativa, lo unico que podriamos llamar religioso, de
un modo muy amplio, es esa apasionada relacién no con la idea de
la vida sino con las manifestaciones de la vida. Los ecos bfblicos
que hallamos de pronto en sus versos lo tienen todo del amor por
un tono, por un modo a_ veces clamoroso de expresar formas del
herofsmo o del entusiasmo.
“Yo subf a las montafias, también hechas de suefio,
yo ascend/, yo subj a las montafias, donde un grito
persiste entre las alas de palomas salvajes’’.
A veces, vagos, misteriosos, pasan por los salones de la infancia los
angeles. Mas que un valor religioso tienen alli un valor estético, y
on han pasado ya por los orbes de Milton y
de Dante, vienen exaltados, més alld de sus figuras, en esas exis-
cias intelectuales que Tomas de Aquino inventaba en sus mejores
Paginas. Son, como las sirenas, formas plasticas capaces de suge-
rir estados de la realidad, de la conciencia. Los primeros son, “en
los rincones angeles de sombra y de secreto”’; los segundos, en una
atmésfera que ellos mismos enternecen y ahondan, “angeles de
musica”.
Sacerdote de otros Dioses, sabemos que Arturo, en su vida visible,
no era religioso. Razonablemente consideraba de mal gusto tener
en las casas los cruc s y las frecuentes fealdades de la iconogra-
fia catélica. Uno de sus hijos quiso ser sacerdote y estuvo algun
tiempo en un centro destinado a tal fin: aunque el poeta nunca
pens6 siquiera en oponerse, fue notoria su satisfaccion cuando el
hijo prefirié otras formas de servir a Dios. Pero a diferencia de los
fandticos adversarios de la religién, de esos que afirman que la
Biblia es el libro que més dafio le ha hecho a la humanidad y que
rechazan a Dante y a Chesterton por no compartir su credo, quiso
siempre la gran cultura cristiana y alguna vez pudo regalar a su hi-
ja la réplica de una madonna del Renacimiento, talvez una de las
madonnas de Rafael, destinada a la pared de su cuarto.
Volvamos a pensar en él oscilando entre dos luces: esa que la tra-
184dicién llama, fiel a Platén, la luz del pensamiento, que lo atrafa
desde las ciudades y la cultura, y esa otra que resplandecfa en su
infancia y de la cual estaba irremediablemente exilado.
Asi lo dice en su poema al sol:
“Pero ahora el Sol esté muy lejos,
lejos de mi silencio y de mi mano,
el sol estd en la aldea y alegra las espigas
y trabaja hombro a hombro con los hombres de! campo”.
Otros versos, que no se agotan en esa revelacién, nos muestran
cudnto ese deslumbramiento inicial permanecié en él para siem-
pre, casi negando a su esp/ritu la posibilidad de contemplar otra
luz:
“Si de tierras hermosas retorno,
qué traigo? Me cegé su resplandor!””
Se lo vio permanecer lejos de esa tierra, reemplazar el brillo de sus
campos con la luz de la ciudad, internarse, silencioso y taciturno,
en “la noche dorada’’.
SOLO PARA EL OIDO
Si su tono principal es el de un intima confidencia, su mas notable
virtud es la musica. La melodia que tiene en sus versos la lengua
castellana es tal vez lo mas sorprendente que Arturo ha hecho para
nosotros. “Comodidades métricas” Ilamé alguien alguna vez a la
gran revolucién que Silva y Darfo trajeron a nuestra lengua. A me-
nudo, desencantados por los poemas de esos dos libertadores, ol-
vidamos que ellos modificaron, y Dario ante todo, nuestro ritmo,
nuestra respiracién. Muchas cosas, sin duda, no podian decirse en
castellano antes de la pasién, la vivacidad, la diversidad tematica
y rftmica que su labor legé al idioma. Porque no bastan las pala-
bras: una labor mas secreta en la depuraci6n de una lengua esta
en la sintaxis, en el ritmo, en la capacidad expresiva de las combi-
naciones verbales. Creo que nos aproximaron a todos a una rela-
cién estética con las palabras, labor casi divina en nuestra cultura
a medio hacer. Estaban tan cerca, sin embargo, de ciertas tradi-
ciones, que nunca encararon plenamente la tarea de permitir que
las palabras, cuando es preciso, constituyan la melodia del poe-
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