Jueves de La IV Semana de Cuaresma (B)

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JUEVES DE LA IV SEMANA DE CUAREMAS (b)

El pueblo de Israel tuvo muchas ocasiones, a lo largo de su historia, de comprobar la


acción de Dios en su vida. Más de una vez estuvo al borde de la desaparición
(consúltese la historia en Egipto o la vida de la reina Ester) y se vieron salvados de
forma milagrosa. Dicho con otras palabras, podían haber sido más fieles a la Alianza
que Dios, de forma puramente graciosa, concertó con ellos.

Y, sin embargo, nada de eso. Al faltar Moisés, todo se torció. Se hicieron un becerro de
oro, y se inclinaron para adorarlo. Desagradecidos. Una vez más, estuvieron al borde de
la destrucción. Menos mal que Moisés era hábil en el arte del diálogo. Sobre todo,
sabía que Dios era fiel, aunque el pueblo no lo fuera tanto. Acuérdate de tus siervos,
Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré tu descendencia
como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a tu
descendencia para que la posea por siempre”». Y Dios se arrepiente.

Nuestra vida es como la del pueblo de Israel. Momentos de mucha cercanía a Dios
nuestro Padre, y ocasiones en las que otros ídolos (poder, dinero, trabajo, envidias,
pornografía…) entran en nuestras vidas, llenan nuestros corazones y no dejan hueco
para Dios. Es lo que hay.

¿Cómo pueden creer ustedes, que aceptan gloria unos de otros y no buscan la gloria
que viene el único Dios? Es la crítica, muy dura, de Jesús. Es que la salvación no está
nunca garantizada. Aunque seamos de los de “Moisés”, de los de la vieja guardia,
seminaristas, sacerdotes, etc-. Creer o no creer. Ésa es la cuestión. Ahí nos jugamos
todos mucho. No es como empieza nuestra historia, sino como acaba.

Seguramente, en nuestra vida hemos sido agraciados con muchos dones por parte de
Dios. Y, con mucha probabilidad, no siempre lo hemos agradecido lo suficiente. O,
incluso, le hemos dado la espalda, nos hemos negado a aceptar esos dones, o los
hemos desaprovechado. El que esté libre de estos pecados, que tire la primera piedra.
Jesús nos recuerda que ya tenemos todo lo necesario para salvarnos. Moisés, los
profetas, y su mismo testimonio. Así que hay que revisarnos, ajustar lo ajustable, y
seguir siempre buscando la voluntad del Padre.
JUEVES DE LA IV SEMANA DE CUARESMA (b)

Un testimonio mayor que el de Juan

¿Quién puede testificar que Jesús, es el Hijo de Dios, el Mesías, como él asegura y que,
por lo tanto, su mensaje es verdadero? El evangelista Juan en este pasaje nos presenta
varios testimonios a favor de Jesús. Empieza por Juan el Bautista: “Tras de mí viene uno
más fuerte que yo, ante quien no soy digno de soltarle la correa de sus sandalias”. El
mismo Jesús nos dice: “El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: “las obras
que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí”.
También las Escrituras hablan de él y “ellas están dando testimonio de mí”. Un nuevo
testimonio, quizás el más fuerte: “El Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio
de mí”. A lo largo de su vida terrena, el Padre siempre estuvo con él. En el momento de
su muerte también estaba a su lado, como lo prueba que al tercer día le resucitó. El
Padre Dios testifica así a favor de Jesús, su Hijo y de que su manera de vivir es la mejor
manera de vivir la vida humana, que vence a la muerte y nos lleva a la resurrección de
una vida de total felicidad.

A pesar de estos testimonios, en su tiempo y en nuestro tiempo, hay personas que no


creen en Jesús y no siguen su mensaje de vida. En este evangelio hay una frase que
Jesús pronunció seguramente con dolor: “No queréis venir a mí para tener vida”. Los
misterios de nuestra libertad humana.

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