Grimal. Helenismo y Auge de Roma
Grimal. Helenismo y Auge de Roma
Grimal. Helenismo y Auge de Roma
La Guerra de Cremónides
Sin embargo, aquella supremacía diplomática, comercial y espiritual no era todavía
reconocida de un modo indiscutible en la cuenca del propio Egeo: el reino de Macedonia,
surgido definitivamente, según hemos dicho, de la anarquía y de los graves trastornos que
habían seguido a Cirupedio, estaba a punto de recobrar, en manos de Antigono Gonatas, su
posición tradicional en el mundo griego. Antigono, sucesor, en el norte del Egeo, de Filipo,
de Alejandro y de su abuelo Antipatro, era como el protector natural de la Grecia
continental y de las Islas. Macedonia y Egipto no podían, pues, dejar de chocar en la cuenca
del Egeo, donde confluían las ambiciones de la segunda y los vitales intereses de la
primera.
Los Lágidas habían intentado por todos los medios a su alcance impedir el retorno
de Antigono a Macedonia, cuyo trono reservaban para Ptolomeo el hijo de -Lisímaco!J.
Desde el tiempo de Pirro se habían dedicado a consolidar sus partidos en las ciudades de la
Grecia continental y especialmente en Atenas. Esto animó a las ciudades a abandonar a
Antigono, despojado, por algún tiempo, de Macedonia, pero manteniéndose en la mayor
parte de sus restantes posesiones. La inesperada muerte de Pirro había roto los hilos de la
diplomacia egipcia en la Grecia continental. La victoria de Antigono le había granjeado un
considerable prestigio; incluso en Esparta, aliada tradicional de los Ptolomeos, Antigono
contaba ya con amigos —lo que era natural, pues la ciudad le debía su salvación contra las
empresas de Pirro—. Así, el partido pro-macedonio recupera el poder en todas partes,
reduciendo al silencio a los «nacionalistas», que estaban, generalmente, subvencionados o,
al menos, ayudados por Egipto.
Parece que, en muchas ciudades, Antigono, sí no impuso tiranos, ayudó, por lo
menos, a mantenerlos, como Aristodemo en Megalopolis y Aristómaco en Argos. Así,
reducía al mínimo sus propias guarniciones y podía esperar que los «demócratas » le
dejaran en paz pata reorganizar Macedonia.
Las operaciones comenzaron en la primavera del 266. Antígono invadió el Atica,
mientras una flota egipcia, a las órdenes del «estratego», el macedonio Patroclo, tomaba
posiciones a lo ancho del cabo Sunion para dominar la entrada del golfo Sarónico. El plan
de los coligados comprendía una acción combinada entre Patroclo y el ejército de tierra, al
4ue el rey de Esparta, Areo, debía hacer pasar del Peloponeso al Atica. Pero el sistema
estratégico tradicional del imperio macedonio en Grecia, y que se apoyaba en la posesión
de Corinto, se mostró eficaz una vez más.
Pero ya el Lágida intentaba otra maniobra, lanzando contra Antigono al joven
Alejandro, hijo de Pirro, al que Antigono no había disputado, a la muerte de éste, el reino
paterno. Alejandro, pues, invadió Macedonia, lo que obligó a Antigono a dirigirse contra él,
abandonando por algún tiempo el sitio de Atenas. Volvió inmediatamente al Atica; un
ejército que había dejado en Macedonia, al mando nominal de su hijo, Demetrio, de unos
doce años de edad, bastó para expulsar al invasor. Mientras tanto, la Liga del Peloponeso
formada por Esparta (donde Acrótato, hijo- de Areo, había sucedido a su padre como ley)
se había disuelto por sí sola.
Antigono puso fin, de una vez para siempre, a la autonomía de que Atenas había
gozado hasta entonces. La ciudad perdió su derecho de acuñar moneda y, sin duda, también
el de elegir libremente a sus magistrados. Su gobierno fue encomendado a un «estratego»
de Antigono. Atenas comienza entonces el último período de su historia, que es el de una
ciudad «universitaria» —lo que será todavía en el momento de la conquista romana, y lo
que seguirá siendo hasta el final de la cultura antigua viva.
La guerra de Eumenes
La guerra de Cremónides era, en apariencia, una rebelión puramente griega contra el
rey de Macedonia. Antíoco no tenía razón alguna para intervenir. No habría podido hacerlo
más que volando a favor de la victoria, si hubiera querido contrarrestar la diplomacia
lágida, o, de haber tomado la defensa de los coaligados, habría actuado contra sus propios
intereses. Se puede suponer, pues, que permaneció neutral, y tanto más gustosamente,
cuanto que su propia casa sufrió, hacia el momento en que comenzaban las hostilidades en
Grecia, una crisis tan grave que le obligó a poner fin a la co-regencia confiada a su hijo
Seleuco. Después, la muerte de Filetero de Pérgamo, ocurrida probablemente en el 263,
abrió otra, que había permanecido latente durante toda la vida de Filetero. Eumenes, su
sobrino, ya no se contentó con una independencia de hecho. Probablemente apoyado por las
promesas de Ptolomeo, se proclamó rey de Pérgamo y, sin esperar más, atacó a Antíoco y
le venció cerca de Sardes gracias a los mercenarios que le había facilitado el oro egipcio.
Mientras tanto, la flota de Patroclo realizaba varios desembarcos en la costa de Jonia y en la
de Caria. Aprovechando las dificultades de Antíoco, el persa Ariarates establecía, por aquel
tiempo, un reino independiente en la parte de la Capadocia que habían conservado los
Seléucidas. Cuando Antíoco murió, probablemente a comienzos del 261, su hijo, que le
sucedió con el nombre de Antíoco II, se resignó a firmar la paz. Los Seleúcidas quedaban
casi completamente excluidos del Asia Menor. Eumenes había acrecentado el territorio de
Pérgamo, ocupando no sólo todo el valle del Caico, sino la costa a ambos lados de su
desembocadura. Ptolomeo ocupaba Mileto y Efeso, donde estableció como gobernador a
Ptolomeo, hijo de Lisímaco.
Antíoco III
Sin embargo, entre la muerte de Seleuco I I y el advenimiento de su hijo más joven,
que tomó el nombre de Antíoco III, el reino atravesó todavía una crisis muy grave. A la
muerte de Seleuco, el poder había pasado a su primogénito, Alejandro, que había tomado el
nombre de Seleuco III y se había propuesto recuperar las provincias perdidas en Asia
Menor.
Antíoco había recuperado, pues, las provincias perdidas y restaurado la unidad del
reino. Le quedaba por realizar una tercera tarea para devolver a los Seléucidas casi
íntegramente su patrimonio de antaño: liberar el sur de Siria de la dominación egipcia. Al
comienzo de su reinado, el rey había querido empezar por atacar a Egipto, pero se lo había
impedido la rebelión de Molón. Una vez libre de sus restantes preocupaciones, se dedicó a
organizar una gran expedición contra Egipto.
La civilización helenística
Durante el siglo que separa la muerte de Alejandro y este año 217 —cuyo verano
vio, a la vez, la batalla de Rafia, el final de la Guerra de los Aliados y, en Italia, la derrota
de los romanos en Trasimeno—, nació y alcanzó su apogeo lo que se llama la «civilización
helenística», es decir, una civilización griega, sin duda, pero adoptada y asimilada por
poblaciones y reinos extraños al helenismo poco tiempo antes. Es notable que las incesantes
guerras, las matanzas y las destrucciones no impidiesen a aquella civilización imponerse, de
pronto, con un extraordinario vigor.
Las condiciones políticas, en el curso del siglo I I I antes de nuestra era, invitaban a
los espíritus a hacer un esfuerzo de renovación: las tradiciones habían dejado de imponerse
por sí mismas, por su propia fuerza. Los atenienses, después de la guerra Lamíaca y la de
Cremónides, no se atrevían ya a repetir los argumentos de Isócrates o, por lo menos, les
daban un sentido nuevo, separando en sus invocaciones a la hegemonía, ahora ridiculas, el
aspecto político y el espiritual.
La vida urbana
Lo que el helenismo había aportado al Asia desdé el comienzo de la colonización
griega y más abundantemente que nunca, en el curso del siglo II I, era una forma de
civilización esencialmente urbana. La «ciudad» parece haber perdido, en la misma Grecia,
su fuerza de antaño, aunque sigue siendo el marco natural del hombre civilizado. Sin duda,
ya no es el tiempo en que Sócrates podía enorgullecerse de no haber salido de Atenas más
que en dos o tres ocasiones memorables, y ya veremos que el «campo» empieza a ocupar
un lugar en la vida cultural y también en la vida personal de los griegos, pero no se puede
imaginar que una vida digna de ese nombre se desarrolle enteramente fuera de las ciudades.
En realidad, el urbanismo helenístico no fue inventado en el siglo II I. Tiene sus
raíces en un pasado que a veces se antoja remoto y que en todo caso continúa los esfuerzos
de los arquitectos del siglo V. En aquella época se había generalizado la utilización, para
las ciudades que se fundaban, de un sencillo plano formado esencialmente por un
cuadriculado rectangular, en el que las calles delimitaban áreas sensiblemente iguales
dentro de las que se emplazaban las viviendas particulares. Con arreglo a este estilo se
había reconstruido la ciudad de Mileto, después de su destrucción por los persas en el 494
a. de C.
El elemento esencial, el centro vital de la ciudad sigue siendo el ágora, la plaza
pública donde en otro •tiempo se celebraban las asambleas que decidían soberanamente los
asuntos en las ciudades independientes y fuertes. Ahora los asuntos son menos importantes,
a veces ridículos, pero los resortes tradicionales de la vida pública subsisten, y con ellos su
ambiente, el ágora. En ella se reúnen los hombres libres Pero la forma de las plazas
públicas se modifica, se trata de imponerles una ordenación regular, que no tienen las agoré
de las ciudades antiguas. En las ciudades de nueva creación las agoré son concebidas,
naturalmente, sobre un plano regular, que tiende a incluirlas en el interior de unos pórticos.
Estos pórticos sirven de fachadas a diversos edificios donde se instalan los servicios
administrativos de la ciudad. Allí se abren también tiendas.
En las ciudades de la Grecia clásica, el gimnasio se encontraba generalmente fuera
de la aglomeración, instalado en sitios donde el terreno disponible no escaseaba. A partir
del siglo IV, el gimnasio se convierte en el lugar donde los efebos no sólo se entrenan, sino
además reciben su instrucción «general» y —lo que es más importante aún— donde los
filósofos y los conferenciantes famosos gustan de hacerse escuchar. El gimnasio es
inseparable de la «cultura» helenística. En las ciudades nuevas el gimnasio está ubicado
dentro del casco urbano, como las agorai y los templos. Es significativo que la ciudad
helenística haya concedido un espacio tan amplio al edificio consagrado por excelencia a la
vida intelectual y a la educación de los, jóvenes —nociones todas resumidas en un solo
vocablo: paideia—.
Por último, toda ciudad helenística tenía un teatro que desempeñaba varias
funciones en la vida de la ciudad. No sólo se celebraban en él las representacones a que los
griegos han sido tan grandes aficionados siempre, sino que allí se reunían también las
asambleas del pueblo.
La casa griega, desde siempre, estaba cerrada hacia el exterior y se abría sobre un
patio interior, que daba la luz y servía de pasillo central. Las casas particulares de las
ciudades helenísticas que nosotros conocemos presentan una variedad bastante grande. Es
como si nos hallásemos ante dos tendencias principales: la primera, que triunfa en las
ciudades «coloniales», de plano regular, prefiere las casas relativamente uniformes, que
ofrecen a todos los habitantes un confort aproximadamente igual; equivaldría a la
generalización de lo que se observa en Olinto en el siglo V. La segunda tendencia, que para
nosotros se encuentra sobre todo en Delos, produce casas irregulares, muy desiguales,
algunas de las cuales presentan gran magnificencia
La literatura helenística
La comedia
La comedia antigua (representada para nosotros esencialmente por la obra de
Aristófanes) era una comedia política, sátira más bien que obra dramática (los romanos con
Horacio no se equivocaron en esto), inseparable del medio histórico en que había nacido.
La poesía “alejandrina”
Los .otros géneros literarios no florecieron en Alejandría, tal vez porque tenían
necesidad de libertad y no podían desarrollarse en la atmósfera asfixiante del reino de los
Lágidas.
Hay que agradecer a los «alejandrinos» la creación de nuevas disciplinas, como la
crítica textual, la gramática y la dialectología, la biografía histórica y literaria, la mitografia
y la continuación de géneros ya existentes, como la retórica teórica, la poética —géneros de
los que se apoderaron sobre todo los filósofos, pero que los técnicos del Museo
contribuyeron a perfeccionar recogiendo hechos poco conocidos—.La poesía amorosa
estaba bien representada en Alejandría.
La filosofía
Como es sabido, la filosofía griega está dominada desde finales del siglo V por la
influencia de Sócrates.
Sería erróneo, sin embargo, creer que las distintas escuelas que entofaces surgen —
siendo las dos más importantes, con gran diferencia, el epicureismo y el estoicismo— no se
preocupan más que del hombre, y en absoluto del resto del universo. Para un estoico, · el
alma humana es un verdadero microcosmos, la tazón que en ella se manifiesta es idéntica a
la que anima a toda la creación, y el esfuerzo del sabio consistirá en liberar esa razón que la
habita de todo lo que puede ocultarla o entorpecer su ejercicio.
De igual modo, un epicúreo hace descansar su concepción de la sabiduría sobre una
física, de la que tanto el principio como el detalle han sido tomados de Demócrito por el
fundador de la secta, mientras que la física estoica recoge, en sus grandes líneas, la de
Heraclito. Epicuro admite, siguiendo a Demócrito, que el ser es un compuesto material
formado de átomos muy pequeños, que se combinan entre sí para formar todo lo que existe.
Las cualidades «secundarias» (color, calor, olor, etc.) no son más que el resultado de la
actividad inherente a los átomos, que implica eternamente una agitación incesante —son
sensaciones propias de la conciencia humana, pues la verdadera realidad consiste sólo en
extensión y movimiento—. Los dioses mismos son materiales, viven perpetuamente
jóvenes y bellos en los inmensos espacios que separan los diferentes mundos creados en la
infinidad del tiempo por el movimiento de los átomos. Todo el secreto de la sabiduría —y
por consiguiente de la felicidad— consiste en aceptar estos principios y en sacar de ellos
todas sus consecuencias lógicas: no temer ya a la muerte, porque el alma, también material
y compuesta de átomos, no sobrevive a la disolución del cuerpo.
Estoicismo y epicuteísmo, dos sectas, .desde luego, rivales, si no enemigas siempre,
se asemejan en un punto: las dos proponen como máxima la de «vivir según la Naturaleza»,
aunque no dan el mismo significado a la noción de Naturaleza, pues los discípulos de
Zenón ven en ella, esencialmente, la Razón, que es propia de la naturaleza del hombre (por
oposición a los animales y por analogía con la naturaleza divina), mientras que para los de
Epicuro es la potencia de donde surge toda la vida, ese fecundo mecanismo que «fabrica» a
cada instante lo que es.
El arte helenístico
El segundo gran factor de unidad, para el mundo helenístico, es el desarrollo del
arte. En realidad, la fabricación de las obras de arte es una industria: las estatuas son objetos
de uso corriente, puesto que sirven tanto para las necesidades del culto como para los
honores que se rinden en las ciudades a los ciudadanos distinguidos o a los soberanos. La
obra de arte no es, en absoluto, el producto libremente creado por algunos artistas, gracias a
una inspiración tal vez caprichosa. Los artistas creadores son muy raros, entre una infinidad
de artistas que reproducen tipos determinados.
Las verdaderas tendencias helenísticas del arte son otras: se orientan hacia el
realismo, hacia la expresión de las semejanzas y de los sentimientos violentos o íntimos.
Capítulo IV