Whorf - La Relación Del Pensamiento...

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BENJAMIN LEE WHORF

LENGUAJE, PENSAMIENTO
Y REALIDAD
Selección de escritos
Prólogo de Stuart Chase
Introducción de John B. Carroll

BREVE
BIBLIOTECA DE REFORMA

BARRAL ED ITO RES


BARCELONA, 1971
Título de la edición original:

Language, Thought and Reality

Traducción de

lo sé M. Pomares

Primera edición, 1971

© de la edición original: The Massachusetts Institute of Technology, 1956

© de los derechos en lengua castellana y de la traducción española:


BARRAL EDITORES, S. A., BARCELONA, 1970

Depósito Legal: B. 16855-1971 Printed in Spain


LA RELACIO N D E L PENSAM IENTO Y E L COMPORTAM IENTO
H A BITUAL CON E L LEN G U A JE *

Los seres humanos no viven solos en el mundo objetivo, ni tampoco están solos
en el mundo de la actividad social. Dependen mucho de la lengua particular que se ha
convertido en medio de expresión de su sociedad. E s una ilusión pensar que uno se
ajusta a la realidad sin la utilización del lenguaje y que el lenguaje no es más que un
medio incidental de solucionar problemas específicos de comunicación o reflexión. La
realidad es que el «mundo real» está amplia e inconscientemente conformado según
los hábitos lingüísticos de un grupo determinado ... Vemos, escuchamos y obtenemos
experiencia como lo hacemos, principalmente porque los hábitos lingüísticos de nues-
ra comunidad nos predisponen hacia ciertas clases de interpretación.
E dward S apir .

Probablemente, existirá un acuerdo general sobre la proposición de


que a menudo un modelo aceptado de utilización de las palabras es ante­
rior a ciertas líneas de pensamiento y formas de comportamiento. Sin
embargo, quien está de acuerdo no suele ver en esta clase de exposiciones,
más que un reconocimiento vulgar del poder hipnótico de una terminología
filosófica ya aprendida, por un lado, o bien de palabras atractivas y slogans
por otro lado. El no llegar más lejos, significa perder de vista el punto
de una de las más importantes interconexiones que Sapir vio entre el
lenguaje, la cultura y la psicología, y que expresó brevemente en la cita
de introducción. Necesitamos reconocer la influencia que ejerce esta inter­
conexión sobre otras actividades, culturales y personales, no sólo por los
usos especiales del lenguaje, sino también, y sobre todo, por su forma
constante de obtener información y su análisis diario de los fenómenos.

* Reproducido de Langmge, culture, and persondity, essays in memory of Edward


Sapir, págs. 75-93, publicado por Leslie Spier (Menasha, Wis.: Sapir Memorial Publi-
cations Fund, 1941). E l artículo fue escrito en el verano de 1939.

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EL NOMBRE DE LA SITUACIÓN COMO FACTOR QUE AFECTA EL COMPORTAMIENTO

Antes de estudiar con el doctor Sapir, ya estuve en contacto con este


aspecto del problema a través de un campo que generalmente es conside­
rado como muy lejano de la lingüística. Durante el transcurso de mi trabajo
profesional al servicio de una compañía de seguros contra incendios, me
tomé la molestia de analizar muchos cientos de informes sobre las cir­
cunstancias que había acompañado el comienzo de los incendios y, en
algunos casos, de las explosiones. Mi análisis iba dirigido simplemente
hacia las condiciones puramente físicas, tales como instalación eléctrica
defectuosa, presencia o ausencia de espacios de aire entre los tubos de
metal de las calderas y la obra de carpintería de los edificios, etc. Los
resultados de estos análisis también los presenté según el aspecto pura­
mente físico. En realidad emprendí los análisis sin pensar que los informes
me pudieran revelar cualquier otro aspecto significativo. Sin embargo, con
el transcurso del tiempo me fui dando cuenta de que la situación física
no era el único factor importante en el comienzo de un incendio. También
jugaba un papel importante el significado que la gente daba a cada situa­
ción específica, significado que después influía sobre su comportamiento.
Y este factor de significado era más claro cuando se trataba de un signi­
ficado lingüístico , residente en el nombre o en la descripción lingüística
utilizada comúnmente para un desterminado estado de cosas. Así, por
ejemplo, cuando se está cerca de una mercancía almacenada que común­
mente llamamos «bidones de gasolina», el comportamiento tiende a seguir
un determinado tipo: se lleva un mayor cuidado. Sin embargo, cuando
se está cerca de una pila de «bidones de gasolina vacíos» el comportamiento
tiende a ser diferente: menos cuidadoso, con una menor represión del hábi­
to de fumar o de tirar colillas de cigarrillos. Sin embargo, los bidones
«vacíos» son quizás más peligrosos, ya que contienen vapor explosivo. Físi­
camente, la situación es peligrosa, pero el análisis lingüístico, de acuerdo
con la analogía regular, tiene que emplear la palabra «vacío», lo que inevi­
tablemente sugiere ausencia de peligro. La palabra «vacío» es utilizada
en dos modelos lingüísticos: (1) como un virtual sinónimo de «cosa nula
y vacía, negativa, inerte»; (2) aplicado en el análisis de situaciones físicas,
sin tener en cuenta factores como por ejemplo la presencia de vapor, ves­
tigios de líquido o residuos dispersos en el recipiente. En un modelo (2) la
situación recibe un nombre que podría ser «representada» o «pensada con
arreglo a» otra situación (1). Es ésta una fórmula general aplicable a los
condicionamientos lingüísticos del comportamiento en formas peligrosas.
En una planta de destilación de madera, los destiladores de metal eran
aislados con una composición preparada a base de piedra caliza y que

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en la planta se llamaba «hilado de piedra caliza». No se hizo ningún inten­
to de proteger esta cobertura del calor excesivo o del contacto de la llama.
Después de un período de utilización, el fuego, que ardía bajo uno de los
destiladores, se propagó rápidamente a la «piedra caliza» que, ante la sor­
presa de todos, se incendió espectacularmente. La exposición a los vapores
del ácido acético procedentes de los destiladores habían convertido parte
de la piedra caliza (carbonato de calcio) en acetato de calcio. Cuando se
calienta, el acetato de calcio se descompone, formando acetona inflamable.
E l comportamiento que toleró el fuego cerca del recubrimiento aislante
de los destiladores, fue inducido por el uso del nombre «piedra caliza», ya
que al ser «piedra» se piensa inmediatamente que no es un material com­
bustible.
En una planta industrial, se observó que una inmensa caldera de hierro
de barniz hirviente estaba sobrecalentada y su temperatura se encontraba
muy cerca del punto de ignición. El operador la apartó del fuego y, movién­
dola sobre sus ruedas, la trasladó a cierta distancia, pero sin cubrirla. Al
cabo de un minuto, el barniz se incendió. En este caso, la influencia lin­
güística es mucho más compleja. Se refiere a la objetivación metafórica de
«causa» como contacto, o a la yuxtaposición espacial de «cosas», de lo
que depende que la situación sea analizada como «sobre» o como «fuera»
del fuego. En realidad, se había dejado atrás el escenario en el que el
factor principal era el fuego exterior; a partir de entonces, el sobrecalenta­
miento se convirtió en un proceso interno caracterizado por la continua­
ción del proceso de calentamiento del barniz como consecuencia de la alta
temperatura que todavía conservaba la caldera, aún cuando ésta se encon­
trara ya «fuera» del fuego.
En otro lugar, había un calentador eléctrico en la pared que se utili­
zaba muy poco. Uno de los trabajadores lo había tomado como un perche­
ro muy conveniente para su mono de trabajo. Por lo tanto, el calentador
eléctrico tenía para él el significado de perchero. Por la noche, un vigi­
lante entró y apretó el conmutador. Si el vigilante tuviera que verbalizar
esta acción, diría «encender la luz.» Sin embargo, la luz no se encendió
y por lo tanto, verbalizó la acción como «la luz está estropeada». No pudo
ver la bombilla del calentador eléctrico porque el mono de trabajo del
operario estaba colgado sobre ella. Poco después, el calentador eléctrico
encendido hacía arder el mono, y éste causó un incendio en el edificio.
Una curtiduría vertía el agua residual, que contenía desperdicios de
animales, en la instalación de un estanque situado en el exterior, que se
encontraba parcialmente tapado con madera y parcialmente abierto. Nor­
malmente esta situación se verbalizaría como un «estanque de agua». Cerca
de allí, un trabajador tuvo que encender su soplete para soldar y arrojó

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la cerilla al agua. Pero los residuos animales descompuestos habían ema­
nado gas que se había situado bajo la cobertura de madera, de forma que
el resultado que produjo el «agua» fue todo lo contrario de lo que esperaba
el trabajador al arrojar allí su cerilla. Una instantánea bola de fuego incen­
dió la tapadera de madera del estanque y el fuego se propagó rápidamente
al edificio adjunto, incendiándolo también.
Al final de una sala destinada a secadero de cuero se instaló un poten­
te ventilador para producir una corriente de aire que atravesara la estancia
y saliera al exterior por un respiradero que se encontraba en la otra parte
de la sala. El fuego comenzó en un cojinete caliente situado sobre el ven­
tilador, que impulsó a las llamas directamente hacia los cueros, incendián­
dolos y destruyendo todas las existencias. La peligrosa instalación del ven­
tilador fue la consecuencia natural del término «ventilador», cuya equiva­
lencia lingüística es «lo que sopla», implicando que su función es necesa­
riamente soplar y ventilar. Su función también se podría verbalizar diciendo
que «sopla aire para secar», sin tener en cuenta que también puede «so­
plar» otras cosas, como por ejemplo llamas y chispas. En realidad, un
ventilador no produce más que una corriente de aire, y ésta tanto puede
apagar como propagar una llama. Tendría que haber sido instalado al final
del respiradero para extraer el aire existente sobre los cueros sacándolo
de la habitación, en lugar de introducirlo.
Junto a un crisol de carbón para la recuperación de plomo, se colocó
una pila de «desechos de plomo», una verbalizadón errónea, ya que
consistía en las láminas de plomo de viejos condensadores de radio, que
todavía contenían papel parafinado entre ellos. Poco después, la parafina
se incendió y prendió en el techo, la mitad del cual quedó completamente
destruido.
Estos ejemplos, que se podrían multiplicar cuanto quisiéramos, serán
suficientes para demostrarnos cómo lo que nos impulsa a seguir una cierta
línea de comportamiento viene determinado a menudo por las analogías
de las fórmulas lingüísticas con las que expresamos una situación dada.
Estas fórmulas lingüísticas son también las que, hasta cierto punto, anali­
zan, clasifican y colocan la situación en ese mundo «amplia e inconscien­
temente conformado según los hábitos lingüísticos de un grupo determi­
nado». Y, además, siempre suponemos que el análisis lingüístico realizado
por el grupo al que pertenecemos refleja la realidad mejor de lo que en
«realidad» lo hace.

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MODELOS GRAMATICALES COMO INTERPETACIONES DE LA EXPERIENCIA

El material lingüístico proporcionado en los ejemplos anteriores está


limitado a palabras sueltas, frases o modelos de carácter limitado. No se
puede estudiar el impulso que proporciona este material sobre el compor­
tamiento, sin sospechar la existencia de otro impulso, de mucho mayor
alcance proporcionado por modelos de categorías gramaticales a gran es­
cala, tales como pluralidad, género y clasificaciones similares (animado,
inanimado, etc.), tiempos, voces y otras formas verbales, clasificaciones del
tipo de «partes de la lengua», y por la cuestión de si una experiencia
dada viene indicada por un morfema unidad, la inflexión de una palabra,
o una combinación sintáctica. Una categoría como el número (singular y
plural) no es más que una aventurada interpretación de todo un gran
orden de experiencia, que abarca virtualmente el mundo y la naturaleza;
se intenta decir así cómo se tiene que segmentar una experiencia, qué
experiencia ha de llamarse «una» y cuál «varias». Sin embargo, es muy
grande la dificultad de aprehender una influencia de tan amplio alcance,
como consecuencia del carácter que tiene antes de «nuestra aprehensión»,
de la dificultad de considerar las cosas al margen de nuestra propia lengua,
que se ha convertido en un hábito y en un non est disputandum cultural,
lo que nos impide examinar las cosas con toda objetividad. Y si tomamos
una lengua muy diferente, ésta se convierte en parte de nuestra naturaleza
una vez estudiada, y hacemos con ella lo que ya hemos hecho con la
naturaleza. Tendemos a pensar en nuestra propia lengua cuando exami­
namos las lenguas exóticas extrañas a nosotros. O bien ocurre que encon­
tramos tan gigantesca la tarea de desenredar los vericuetos puramente mor­
fológicos, que esta labor parece absorber todo lo demás. Sin embargo, el
problema es factible, a pesar de la dificultad. La mejor aproximación la po­
demos realizar a través de una lengua exótica, ya que durante su estudio
nos vemos impulsados a salimos de nuestra rutina. Entonces, descubrimos
que la lengua exótica es como un espejo sostenido frente a nuestra propia
lengua.
Lo que yo veo ahora, como consecuencia de mi estudio de la lengua
hopi, es una oportunidad de trabajar en este problema, cosa que intenté
antes de percibir claramente cual era éste. La tarea aparentemente infinita,
de describir la morfología había llegado finalmente a término. Pero enton­
ces me di cuenta, sobre todo a la luz de las enseñanzas de Sapir sobre el
navajo, que estaba muy lejos de haber completado una descripción de la
lengua . Sabía, por ejemplo, la formación morfológica de los plurales,
pero no sabía como utilizarlos. Me di cuenta de que la categoría del plural
en la lengua hopi no era la misma que en inglés, francés o alemán. Ciertas

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cosas que en estas lenguas eran plural, resultaban ser singular en la lengua
hopi. La fase de investigación que comenzó entonces me ocupó casi otros
dos años.
La tarea comenzó por asumir el carácter de una comparación entre el
hopi y las lenguas europeas. También me di cuenta de que incluso la
gramática hopi tenía una relación con la cultura hopi, mientras que la
gramática de las lenguas europeas tenían una relación con nuestra propia
civilización «occidental» o «europea». También me di cuenta de que las
interrelaciones quedaban contenidas en esas amplias clases de experiencia
del lenguaje que nos proporcionan términos como «espacio», «tiempo»,
«sustancia», y «materia». Así, pues, y respecto a los rasgos comparados,
existe muy poca diferencia entre el inglés, el francés, el alemán o cualquier
otra lengua europea, con la po sible (pero dudosa) excepción de las len­
guas balto-eslávicas o no indoeuropeas. Por lo tanto, agrupé a estas lenguas
en un grupo que llamé SAE o Standard Average European.
Mi informe sobre toda esa parte de mi investigación se puede resu­
mir en dos cuestiones: (1) ¿adquieren todos los hombres mediante la expe­
riencia una idea sustancialmente similar sobre nuestros propios conceptos
de «tiempo», «espacio» y «m ateria»? ¿O acaso estos conceptos están con­
dicionados por la estructura de cada lengua en particular? (2) ¿Existen
afinidades rastreables entre normas culturales y de comportamiento (a)
y modelos lingüísticos a gran escala (b)? (Yo sería el último en pretender
que existe algo tan definitivo como una «correlación» entre civilización
y lenguaje y especialmente entre rúbricas etnológicas, tales como «agricul­
tura, caza, etc.» y rúbricas lingüísticas tales como «inflexión», «sintético»
o «aislado»).1 Cuando comencé el estudio, el problema fue, sin duda alguna,
claramente formulado y por otra parte no sospechaba que las contestaciones
aparecieran en la forma en que lo hicieron.

PLURALIDAD Y NUMERACIÓN EN LAS LENGUAS SAE Y EN EL HOPI

En nuestra lengua, o sea en las lenguas SAE, la pluralidad y lo's núme­


ros cardinales son aplicados de dos formas: a plurales reales y a plurales
imaginarios. Y, para decirlo con mayor exactitud aunque más sucintamente:
agregados espaciales y perceptibles y agregados metafóricos. Decimos «diez

1. Tenemos muchas pruebas de que no es éste el caso. Consideremos solamente


el hopi y el ute, con lenguas que a nivel morfológico y lexical abierto sean lo sufi­
cientemente similares a ellas, como el inglés y el alemán. Sin duda alguna, la idea
de la existencia de una «correlación» entre civilización y lenguaje, en el sentido que
generalmente se da al término de correlación, es una idea errónea.

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hombres» y también «diez días». Diez hombres podrían ser percibidos
objetivamente como diez; diez en una percepción de grupo,2 diez hombres
en la esquina de una calle, por ejemplo. Pero no podemos obtener una
experiencia objetiva de «diez días». Ünicamente pasamos por la experien­
cia de un día, el de hoy; los otros nueve (o incluso los diez) son algo
que tiene que ser evocado por la memoria o la imaginación. Si tenemos que
considerar a los «diez días» como un grupo, entonces tiene que ser en
forma de un grupo «imaginario», construido mentalmente. ¿D e dónde
procede este modelo mental? Al igual que en el caso de los errores que
provocaron los incendios, procede del hecho de que nuestro lenguaje con­
funde dos situaciones diferentes para las que sólo tiene un modelo. Cuan­
do hablamos de «diez pasos dados hacia adelante, de diez campanadas», o
de cualquier otra secuencia cíclica descrita de forma similar, de «tiempos»
de cualquier clase, estamos haciendo lo mismo que hemos hecho con
«días». La secuencia cíclica proporciona la respuesta de los plurales
imaginarios. Pero la utilización de una secuencia cíclica junto a los agre­
gados no viene dada inevitablemente por la experiencia antes que por el
lenguaje, ya que entonces se encontraría en todas las lenguas y no es éste
el caso.
Nuestra percepción del tiempo y de la secuencia cíclica contiene algo
de inmediato y de subjetivo, el sentido básico de «llegar más tarde». Sin
embargo, en el pensamiento habitual de quienes pertenecemos al grupo
lingüístico sae, esto se encuentra cubierto por algo completamente dife­
rente que, aunque es mental, no debería ser llamado subjetivo. Yo le
llamo objetivizado , o imaginario porque está basado en el mundo exte ­
r io r . E s esto lo que refleja nuestro uso lingüístico. Nuestra lengua no
establece ninguna distinción entre los números contados en entidades dis­
cretas y los números que simplemente «cuentan por sí mismos». E l pensa­
miento habitual supone que en el último caso los números cuentan tanto
sobre «algo» como en el primer caso. Esto es objetivación. Los conceptos
de tiempo pierden su contacto con la experiencia subjetiva de «llegar más
tarde», siendo objetivados como cantidades que cuentan, especialmente
como longitudes, composición de unidades como una longitud, con la po­
sibilidad de dividir y señalar estas unidades. Entonces, una «longitud de
tiempo» es concebida como una hilera de unidades similares, como si
fuera una hilera de botellas, por ejemplo.

2. Decimos «diez al mismo tiempo» mostrando que en nuestra lengua y en nues­


tro pensamiento exponemos de modo más convincente el hecho de percepción de grupo
en términos de una concepción de «tiempo», cuyo mayor componente lingüístico apa­
recerá durante el transcurso del presente artículo.

161
11. LENGUAJE
En la lengua hopi existe una diferente situación lingüística. Los plu­
rales y los cardinales solamente son usados para designar entidades que
forman o pueden formar un grupo objetivo. No existen los plurales imagi­
narios, y en lugar de ellos se utilizan los ordinales con singulares. No se
utiliza, pues, una expresión como la anterior, «diez días». L a exposición
equivalente es operacional, de tal modo que abarca un día seguido de una
cuenta adecuada. Así, pues, una oración como «estuvieron encerrados diez
días» se convierte en «estuvieron encerrados hasta el onceavo día» o bien
«fueron puestos en libertad después del décimo día». La oración «diez
días es mayor que nueve» se convierte en «el décimo día es más tarde que
el noveno». Nuestra «longitud de tiempo» no es considerada como una
longitud, sino como una relación entre dos acontecimientos. En lugar de
nuestra objetivación lingüística de ese dato de conciencia que llamamos
«tiempo», la lengua hopi no ha renunciado a la utilización dé ningún mo­
delo que pudiera ahogar la noción subjetiva del «llegar más tarde», que
es la esencia del tiempo.

NOMBRES DE CANTIDAD FÍSICA EN LAS LENGUAS SAE Y EN EL HOPI

Tenemos dos clases de nombres que indican cosas físicas: nombres


individuales y nombres masivos, como por ejemplo «agua, leche, made­
ra, granito, arena, harina, carne». Los nombres individuales indican cuer­
pos que tienen unas formas definidas: «un árbol, un palo, un hombre,
una colina». Los nombres masivos indican perduración homogénea sin
implicación de límites. La distinción se realiza mediante la forma lingüísti­
ca; los nombres masivos no tienen, por ejemplo, plural,3 en inglés no
llevan artículos y en francés toman el artículo partitivo du, de la, des.
La distinción está mucho más extendida en el lenguaje que en la apariencia
observable de las cosas. Existen muy pocos sucesos naturales que se
presentan a sí mismos como magnitudes no ligadas; así ocurre por ejemplo
con «aire» y a menudo con «agua, lluvia, nieve, arena, roca, barro, hierba».
En esta clase de manifestación no incluimos «mantequilla, carne, ropa,

3. E l hecho de que un nombre masivo pueda coincidir a veces en su forma lexé-


mica con un nombre individual que, desde luego, tiene su plural, no es una excepción
a esta regla de la ausencia del plural. La forma plural que indica variedades, como
por ejemplo «vinos», es, desde luego, una clase diferente al verdadero plural; se trata
en este caso de un desarrollo curioso de los nombres masivos de las lenguas SAE, que
conducen a otra clase de agregados imaginarios que han tenido que ser omitidos en el
presente artículo.

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hierro, vidrio» ni la mayor parte de los «materiales», pero sí los inclui­
mos si forman parte de cuerpos, pequeños o grandes, con formas definidas.
La distinción es algo que depende de nuestra descripción de los aconteci­
mientos, descripción que, a su vez, depende de un inevitable modelo en el
lenguaje. En una gran mayoría de casos es tan inconveniente, que necesita­
mos alguna forma de individualizar el nombre masivo para posteriores
recursos lingüísticos. Esto queda hecho en parte mediante nombres de
tipos de cuerpo: «palo de madera, pieza de ropa, bandeja de cristal, pastilla
de jabón»; también se consigue, quizás con mayor asiduidad, introducien­
do los nombres de los objetos que lo contienen, aunque queramos refe­
rirnos en realidad al contenido: «vaso de agua, taza de café, plato de co­
mida, botella de cerveza». Estas fórmulas tan comunes de aplicar el nom­
bre del recipiente que contiene aquello a lo que nos referimos, y en las
que el «de» tiene un significado obvio y visualmente perceptible («contie­
ne»), influyen nuestros sentimientos sobre las fórmulas de tipo de cuerpo,
menos obvias: «palo de madera, montón de masa», etc. Las fórmulas son
muy similares: nombre individual más un relator similar (el «de»). En
el caso obvio, este relator indica el contenido. En el caso no obvio «sugie­
re» el contenido. Los «montones, trozos, bloques, piezas», etc., parecen
contener algo, un «material», «sustancia» o «materia» que corresponde al
«agua», «café» o «cerveza», de las fórmulas de los recipientes. Así, pues,
en el caso de los parlantes SAE la «sustancia» y «materia» filosófica son
la idea ingenua; son instantáneamente aceptables, por su «sentido común».
Y esto es así gracias al hábito lingüístico. Los modelos de nuestra lengua
requieren a menudo que llamemos una cosa física mediante un binomio
que divida la referencia en un concepto informal, más una forma.
El hopi también es diferente en esto. Posee una clase de nombres per­
fectamente distinguidos. Pero esta clase no contiene una subclase formal
de nombres masivos. Todos los nombres tienen un sentido individual, así
como las dos formas, singular y plural. Los nombres hopi que más se
acercan a nuestros nombres masivos, todavía se refieren a cuerpos vagos
o a magnitudes vagamente limitadas. Estos nombres implican una calidad
de indefinido, pero no una ausencia de forma y tamaño. En exposiciones
específicas, «agua» significa una determinada masa o cantidad de agua, y
no lo que nosotros llamamos «la sustancia agua». E l verbo o el predicado
son los que transmiten la generalidad de la exposición, y no el nombre.
Como quiera que los nombres ya son individuales, no necesitan ser indi­
vidualizados ni por cuerpos-tipo, ni por nombres de recipientes, a no ser
que exista una necesidad especial de hacer resaltar la forma o el recipiente.
E l nombre implica por si mismo un adecuado cuerpo-tipo o un recipiente.
No se dice un «vaso de agua», sino kd ■ yi «un agua»; ni un «estanque de

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agua», sino pa • hd; 4 ni «un plato de harina de maíz», sino r\dmni, «una
(cantidad de) harina de maíz»; ni «un trozo de carne», sino sikwi «una car­
ne». La lengua no tiene necesidad de analogías sobre las que construir el
concepto de existencia como una dualidad de concepto informal y forma.
Cuando se trata de conceptos informales utiliza otros símbolos, ajenos
a los nombres.

FASES DE CICLOS EN LAS LENGUAS SAE Y EN EL HOPI

Los términos tales como «verano, invierno, setiembre, mañana, tarde,


ocaso», etc., son considerados entre nosotros como nombres y tienen muy
pocas diferencias lingüísticas formales con respecto a otros nombres.
Pueden ser sujetos y objetos y nosotros lo mismo decimos «en invierno»,
como «en la esquina».5 Como hemos visto son nombres pluralizados y
numerados, como los nombres de los objetos físicos. Por lo tanto, nuestro
pensamiento queda objetivado al encontrarse con tales palabras. Sin obje­
tivación sería una experiencia subjetiva de tiempo real, o sea de la con­
ciencia de «llegar más tarde», lo que sería simplemente una fase cíclica si­
milar a una fase anterior en esa duración de «llegar más tarde». Sólo
mediante la imaginación se puede hacer a un lado una fase cíclica de esta
clase, colocándola en el camino de una configuración espacial (o sea perci­
bida visualmente). Pero es tal el poder de la analogía lingüística que lo
hacemos así, pero objetivando la fase cíclica. El modelo de los nombres
individuales y masivos, con el resultado de la fórmula binomio del concep­
to informal más forma, es tan general, que está implícito en todos los
nombres y, por lo tanto, en nuestros conceptos informales tan generaliza­
dos, como «sustancia, materia», en los que podemos completar el binomio
para una cantidad de nombres enormemente amplia. Pero incluso éstos no
están lo suficientemente generalizados como para formar parte de nuestra
fase. Para los nombres de la fase hemos formado un concepto informal,
«tiempo». Y lo hemos hecho utilizando «un tiempo», o sea una ocasión

4. E l hopi tiene dos palabras para designar cantidades de agua: k d .y i y p a.h d .


La diferencia es algo similar a la existente entre «piedra» y «roca»; la segunda forma
implica un mayor tamaño y una mayor idea de «agreste»; la segunda forma indica el
agua fluyente, ya sea fuera o dentro de casa, o en la naturaleza; así ocurre con «hu­
medad». Pero, al contrario que «piedra» y «roca», la diferencia es esencial y no
pertenece a un margen connotativo, de forma que es muy difícil intercambiar las dos
expresiones.
5. Para estar seguros, existen unas pocas diferencias menores con respecto a otros
nombres, en inglés, por ejemplo, en el uso de los artículos.

164
o una fase, en el modelo de un nombre masivo, de la misma forma a como
de la duración que ya se ha indicado en otros modelos, en la fórmula de
masivo. Así, pues, con nuestra fórmula de binomio podemos decir y pensar
«un momento de tiempo, un segundo de tiempo, un año de tiempo». Per­
mítaseme señalar de nuevo que el modelo es simplemente el de «una
botella de leche» o el de «un trozo de queso». Así, pues, tenemos derecho
a imaginar que «un verano» contiene o consiste en realidad en tal y tal
cantidad de «tiempo».
En la lengua hopi, sin embargo, todos los términos de fase, como «vera­
no, mañana», etc., no son nombres, sino una clase de adverbios, para uti­
lizar la analogía más próxima a las lenguas sae . Son una parte formal del
lenguaje por sí mismos, distintos de los nombres, los verbos, e incluso
de cualquier otra clase de «adverbios» hopi. Una palabra de esta dase
no es una forma de caso, ni un modelo locativo como des Abends o in
the morning. No contiene ningún morfema como el existente en «en la
casa» o «junto al árbol».6 Significa «cuando es mañana» o «mientras está
ocurriendo la fase matinal». Estos «temporales» no son utilizados como
sujetos u objetos, y mucho menos como nombres. En la lengua hopi no se
dice «es un verano caluroso» o «el verano es caluroso»; el verano no es
caluroso, ya que el verano solamente existe cuando las condiciones atmos­
féricas son calurosas, cuando aparece el calor. Tampoco se dice « este
verano», sino «verano ahora» o «verano redente». No existe objetivación,
como una región, una magnitud, una cantidad, de la sensación de duración
subjetiva. No se sugiere nada sobre tiempo a excepdón del perpetuo «lle­
gar más tarde». Y, por lo tanto, no existe base para una concepción infor­
mal que responda a nuestro «tiempo».

FORMAS TEMPORALES DE LOS VERBOS EN LAS LENGUAS SAE Y EN EL HOPI

El sistema de tres tiempos de los verbos de las lenguas sae atenúa


todo nuestro pensamiento sobre el tiempo. Este sistema está amalgamado
con ese más amplio esquema de objetivación de la experiencia subjetiva
de «un verano» hemos hecho «verano» siguiendo el modelo de un nombre
binomio aplicable a los nombres en general, en los nombres temporales,

6. «Año» y ciertas combinaciones de «año» con nombre de estación, pero rara­


mente los nombres de estación por sí solos, puede ocurrir con un morfema locativo
como «junto a», pero esto es excepcional. Aparece como un detritus histórico de un
modelo diferente anterior, o como el efecto de la analogía inglesa, o como consecuen­
cia de ambos factores.

165
en la pluralidad y la numeración. Esta objetivación nos permite «colocar
imaginariamente unidades de tiempo en una hilera». E l imaginarse el tiem­
po como una hilera armoniza perfectamente con el sistema de tres tiempos,
ya que un sistema de dos tiempos, uno anterior y otro posterior, parecería
corresponder mejor a la sensación de duración conforme ésta se va expe­
rimentando. Si investigamos con toda conciencia no encontramos pasado,
presente, ni futuro, sino una unidad de una gran complejidad. T odo está
en la conciencia y todo lo que está en la conciencia e s , y es junto. Existe
en ello algo sensorio y algo no sensorio. A lo sensorio — lo que vemos,
escuchamos, tocamos, etc.— , podemos llamarle «el presente», mientras
que a lo no sensorio, ese vasto mundo de imágenes de la memoria, le
podemos llamar «el pasado» y al otro ámbito de creencias, intuiciones e
incertidumbres, «el futuro»; sin embargo, la sensación, la memoria y la
previsión se encuentran todas juntas en la conciencia. Cuando llega el
tiempo real significa que todo esto se está «haciendo posterior» en la
conciencia, que ciertas relaciones están cambiando de una forma irrever­
sible. En este «hacerse posterior», me parece que existe un supremo con­
traste entre lo más reciente, el último instante que se encuentra en el foco
de la atención, y todo el resto — lo anterior. Las lenguas contestan muy
bien con dos formas de tiempo a esta suprema relación de «más tarde» con
respecto a «más pronto». Desde luego, siempre podemos construir y
contemplar con e l pensamiento un sistema de pasado, presente y futu­
ro, en la configuración objetivada de puntos sobre una línea. Esto es lo
que nos induce a seguir nuestra tendencia general hacia la objetivación, y
lo que confirma nuestro sistema de tiempos.
En inglés, el tiempo presente parece ser el que está en menos armo­
nía con la relación suprema temporal. Es como si estuviera oprimido en
diversos deberes que no tuvieran una completa congruencia. Uno de los
deberes es el de estar, como término medio objetivado entre pasado obje­
tivado y futuro objetivado, en la narración, la discusión, el argumento, la
lógica, la filosofía. Otro de los deberes es el de indicar inclusión en el
campo sensorial: «Y o lo veo ». Otro es de aspecto nómico, o sea exposicio­
nes generalmente válidas: « vemos con nuestros ojos». Toda esta variedad
de usos introduce confusiones de pensamiento, aunque no nos damos cuen­
ta de la mayor parte de ellas.
Como muy bien podemos suponer, también el hopi es diferente en este
aspecto. Los verbos no tienen «tiempos» como los nuestros, sino formas
de validez {«aseveraciones»), aspectos y formas de unión de oraciones
(modos), todo lo cual permite una mayor precisión en el lenguaje. Las
formas de validez indican que el que habla (no el sujeto) informa sobre la
situación (contestando a nuestro pasado y a nuestro presente), o bien que

166
la espera (contestando nuestro futuro),7 o bien hace una exposición nómica
(contestando nuestro presente nómico). Los aspectos indican grados dife­
rentes de duración y formas diferentes de tendencia «durante la duración».
Como hemos venido indicando hasta ahora, no existe nada en la lengua
hopi para indicar si un acontecimiento es anterior o posterior a otro cuan­
do se está informando sobre ambos. Pero esta necesidad no aparece hasta
que no nos encontramos con dos verbos, o sea con dos oraciones. En tal
caso, los «m odos» indican las relaciones entre las oraciones, incluyendo
relaciones de posterior a anterior y de simultaneidad. Entonces, existen
muchas palabras sueltas que expresan relaciones similares, como factores
complementarios de los modos y los aspectos. Los deberes de nuestro siste­
ma de tres tiempos y su «tiempo» tripartito, linealmente objetivado, que­
dan distribuidos entre varias categorías de verbos, todas ellas diferentes de
nuestros tiempos; y no existe mayor base para un tiempo objetivizado en
los verbos hopi que en cualquier otro modelo hopi; aunque en último tér­
mino esto no impide a las formas verbales y a otros modelos el ser estre­
chamente ajustados a las realidades pertinentes de las situaciones actuales.

DURACIÓN, INTENSIDAD Y TENDENCIA EN LAS LENGUAS SAE Y EN EL HOPI

Para acoplarse a una gran diversidad de situaciones actuales, todas las


lenguas necesitan expresar duraciones, intensidades y tendencias. Las len­
guas sae y quizás muchos otros tipos de lenguas, tienen la característica
de expresarlas metafóricamente. Las metáforas son las que corresponden a
extensión espacial, o sea de tamaño, número (pluralidad), posición, forma
y movimiento. Expresamos la duración con palabras tales como «largo,
corto, enorme, mucho, rápido, despacio», etc.; la intensidad con «grande,
mucho, pesado, luz, alto, bajo, agudo», etc.; la tendencia con «más, aumen­
to, crecimiento, aproximación, ir, venir, aumentar, caer, detener, rápido,
despacio», etc. Esta lista de metáforas podría hacerse interminable; sin
embargo, difícilmente las reconocemos como tales, ya que son virtualmen­

7. Contraste de las aseveraciones espectativa e inform ativa, de acuerdo con la


«relación suprem a». L a espectativa expresa anticipación existente antes del hecho
objetivo y coincidiendo con el hecho objetivo después del status quo del que habla;
este status quo, en el que van incluidos todos los factores secundarios del pasado,
queda expresado por la inform ativa. N uestra idea de «futuro» parece representar al
mismo tiem po lo anterior (anticipación) y lo posterior (después de, lo que será), como
nos m uestra la lengua hopi. E sta paradoja nos puede indicar lo elusivo que es el
m isterio del tiem po real y lo artificialmente que es expresado éste mediante una rela­
ción lineal de pasado-presente-futuro.

167
te los tínicos medios lingüísticos disponibles. Los términos no metafóricos
existentes en este campo, como «pronto, tarde, intenso, mucho, tenden­
cia» no son más que un puñado, bastante inadecuado para las necesidades.
Queda claro, pues, como «encaja» esta condición. Forma parte de
todo nuestro esquema de objetivación , cualidades y potenciales imagina­
tivamente especializados cuando no son realmente espaciales (por la in­
formación que nos puede proporcionar cualquier sentido perceptivo es­
pacial). En nuestra lengua el nombre-significado procede de cuerpos físicos
y se dirige hacia referentes de una clase muy diferente. Como quiera que
los cuerpos físicos y sus formas en el espacio percibido vienen indicados
en términos de tamaño y forma y son calculados por numerosos cardinales
y plurales, estos modelos de indicación y cálculo se extienden a los símbo­
los que no tienen significado espacial, sugiriéndonos así un espacio ima­
ginario . Concebimos las formas físicas en el espacio percibido, ¿por qué
no hacer lo mismo con estos otros referentes en su espacio imaginario?
Esto ha llegado hasta el punto de que ya es muy difícil referimos a la
situación más simple, no espacial, sin utilizar constantemente las metáforas
físicas. Comprendo el «hilo» de los argumentos de otro, pero si su «nivel»
está por «encima» de mí, puede que mi atención se «retire» y «pierda
contacto» con el «rumbo» que está dando a su argumentación, de forma
que cuando «llegue» a su «punto» principal nuestros «puntos de vista»
serán «ampliamente divergentes», y estarán incluso tan «apartados» que
las «cosas» que él dice me «parecerán» «demasiado» arbitrarias e incluso
sin sentido.
E s sorprendente la ausencia de toda esta clase de metáforas en la
lengua hopi. En ella no se utilizan en absoluto los términos relacionados
con el espacio, cuando el espacio no se encuentra involucrado en el senti­
do de la oración, la razón está dara si sabemos que el hopi posee abundan­
tes formas conjugacionales y lexicales de expresar duración, intensidad y
tendenda, haciéndolo directamente como tales y sin que los moddos mayo­
res gramaticales le propordonen, como nos ocurre a nosotros, analogías
para un espado imaginario. Los numerosos «aspectos» verbales expresan
duración y tendenda de las manifestaciones, mientras que algunas de las
«voces» expresan intensidad, tendenda y duración de las causas o fuerzas
que producen las manifestadones. Después, existe una parte expedal del
lenguaje, los llamados «tensores», que indican simplemente intensidad,
tendencia, duración y secuenda. L a función de los tensores es la de expre­
sar intensidades, «esfuerzos», y como éstas continúan o varían, así como
su índice de cambio, de forma que el amplio concepto de intensidad tam­
bién incluye el de tendenda y duradón cuando se le considera como un
factor necesariamente variante y /o continuo. Los tensores transmiten

168
distinciones de grado, índice, constancia, repetición, aumento y descenso
de intensidad, secuencia inmediata, interrupción o secuencia después de
un intervalo, etc., y también cualidades de los esfuerzos, tales como las
que nosotros expresaríamos metafóricamente con palabras como «llano,
duro, áspero». Un hecho igualmente sorprendente es la ausencia de pare­
cido con los términos del espacio y el movimiento reales que, para nosotros,
«significan lo mismo». Ni siquiera existe más que un vestigio de derivación
aparente de los términos relativos al espacio.8 Así, mientras el hopi parece
muy concreto en sus nombres, con los tensores se convierte en abstracto
hasta el punto de que se encuentra más allá de nuestra capacidad para
seguirle.

PENSAMIENTO HABITUAL EN LAS LENGUAS SAE Y EN EL HOPI

Naturalmente, es incompleta la comparación que se puede hacer ahora


entre el pensamiento habitual de quienes hablan las lenguas sae y el de
los parlantes hopi. Esto sólo es posible hacerlo en relación con ciertos con­
traste dominantes que parecen proceder de las diferencias lingüísticas que
ya se han indicado. Por «pensamiento habitual» y «mundo del pensa­
miento» quiero significar algo más que el simple lenguaje. Me refiero
entonces a los modelos lingüísticos en sí mismos. Incluyo en ellos todo el
valor analógico y sugestivo de los modelos (por ejemplo nuestro «espacio
imaginario» y sus distantes implicaciones), y todo el toma y daca entre
el lenguaje y la civilización como un todo, donde hay una gran cantidad
de cosas que no son lingüísticas, pero que, a pesar de todo, muestran
la influencia configurativa del lenguaje. En breves palabras, el «mundo del
pensamiento» es el microcosmos que todo hombre lleva consigo mismo,
mediante Jo que mide y comprende lo que puede del macroscosmos.
E l microcosmos del parlante de las lenguas sae ha analizado la rea­

8. Uno de estos vestigios es que el tensor «largo en duración» parece contener


la misma raíz que el adjetivo «grande» de espacio, mientras que es bastante diferente
del adjetivo «largo» de espacio. Otro de estos vestigios es que el «en alguna parte» de
espacio significa «en algún tiempo indefinido» cuando se utiliza con ciertos tensores.
Sin embargo, es posible que no sea éste el caso y que sólo sea el tensor el que pro­
porciona el elemento de tiempo, de modo que «en alguna parte» todavía se refiere al
espacio y que bajo estas condiciones el espacio indefinido signifique simplemente una
aplicabilidad general, sin tener en cuenta ni el tiempo, ni el espacio. Otro de los
vestigios es el existente en el temporal (palabra cíclica) «tarde» (afternoon = «después
del mediodía»). E l demento que significa «después» deriva d d verbo «separar». Exis­
ten otros vestigios de este tipo, pero son pocos y excepcionales y, en cualquier caso,
no son como nuestras propias metáforas espaciales.

169
lidad en términos de lo que en dichas lenguas se llaman «cosas» {cuerpos
y cuasi-cuerpos), más modos de existencia extensional, pero informal,
que llama «sustancias» o «materia». Tiende a ver la existencia a través
de una fórmula binomio que expresa cualquier cosa existente como una
forma espacial más un continuum espacial informal relacionado con la for­
ma como el contenido está relacionado con la forma de recipiente que
lo contiene. Las cosas existentes no espaciales son imaginativamente espa-
cializadas, recargándoselas con implicaciones similares de forma y conti­
nuum.
E l microcosmos del hopi parece haber analizado la realidad en términos
de acontecimientos {o más bien «aconteceres»), a los que se refiere de
dos formas, objetiva y subjetivamente. En líneas generales los aconteci­
mientos son expresados objetivamente, y sólo si existe experiencia física
perceptible, mediante formas, colores, movimientos y otros informes cla­
ramente perceptibles. Subjetivamente, los acontecimientos, tanto físicos
como no físicos, son considerados como la expresión de factores invisibles
de intensidad, de los que depende su estabilidad y persistencia, o su fuga­
cidad y proclividad. Esto implica que lo existente no «llega más tarde»
en la misma forma para todos los casos; algunas cosas lo hacen así, como
el crecimiento de las plantas; otras mediante la difusión y el desvaneci­
miento; otras mediante una procesión de metamorfosis; otras, en fin, man­
teniendo una forma a pesar de que ésta se vea afectada por fuerzas vio­
lentas. En la naturaleza de cada cosa existente que sea capaz de manifestar­
se como un todo definido, se encuentra el poder de su propio modo y
duración: su crecimiento, declive, estabilidad, período cíclico o creatividad.
Así, pues, todo está «preparado» para la forma en que se manifiesta ahora
y esta preparación se realiza mediante fases anteriores al momento de la
manifestación. Lo que cada cosa será más tarde ya ha sido en parte, mien­
tras que la otra parte se encuentra en proceso de ser «preparada» en tal
sentido. Un resto importante de este aspecto de preparación o de «estar
siendo preparado» del mundo puede corresponder en el hopi a esa «cualidad
de realidad» que tiene la «materia» para nosotros.

RASGOS DEL COMPORTAMIENTO HABITUAL DE LA CULTURA HOPI

Tanto nuestro comportamiento como el del hopi se encuentra coordi­


nado de muchas formas al microcosmos, lingüísticamente condicionado.
Como ha quedado demostrado por mis notas sobre la provocación de in­
cendios, la gente actúa en diversas situaciones según la forma en que
habla sobre ellas. Una de las características del comportamiento hopi es

170
el énfasis que se da a la preparación. En esto se incluye d anuncio y el
prepararse de antemano para los acontecimientos, daborar precauciones
para asegurar la persistenda de las condidones deseadas, y d esforzarse
con buena voluntad para conseguir buenos resultados. Consideremos sola­
mente las analogías del moddo rdativo a contar los días. E l tiempo es
calculado principalmente «por día» (ta\Jz, -tala), o «por noche» (tok ),
palabras que en la lengua hopi no son nombres, sino tensores, el primero
de los cuales está formado sobre una raíz «luz, día», mientras el segundo lo
está sobre la raíz «dormir». L a cuenta se realiza mediante ordinales.
Este no es d modelo de contar un número de hombres o cosas diferentes,
aún cuando éstas o aquéllos aparezcan sucesivamente, ya que, aún entonces
podrían reunirse en un grupo. Es el moddo de contar las sucesivas tea-
paridones de un mismo hombre o cosa, incapaz de formar ningún grupo
por sí solo. L a analogía no procede con d período cíclico del día d d mismo
modo que con varios hombres («varios días»), que es precisamente lo que
nosotros tendemos a hacer, sino que procede como si se tratara de visitas
sucesivas d d mismo hombre . Uno no altera a varios hombre por d simple
hecho de calcular solamente a uno, pero uno puede preparar las visitas
posteriores d d mismo hombre elaborando la visita que está haciendo
ahora. Esta es la forma en que el hopi actúa en la formación del futuro,
daborándolo según una situadón presente de la que se espera que lleve
impreso, tanto los aspectos obvios como ocultos, hacia el acontecimiento
futuro de interés. Uno podría decir que la sodedad hopi comprende nues­
tro proverbio «lo que se ha empezado bien, está medio hecho», pero no
comprende d otro proverbio: «mañana será otro día». Esto puede expli­
car muchas cosas sobre d carácter hopi.
Esta forma hopi de preparar el comportamiento puede ser dividida
aproximadamente en anuncio, preparadón exterior, preparadón interior,
partidpadón cerrada y persistencia. E l anuncio o publicidad preparativa
es una fundón muy importante ejercida por un «fundonario» espedal, el
jefe Pregonero. L a preparadón exterior implica una gran actividad visible,
anque no toda ella tenga que ser necesaria y directamente útil, según lo
entendemos nosotros. Incluye prácticas ordinarias, ensayo, preparadón,
formalidades de introducción, preparadón de comida espedal, etc. (todo
esto llevado hasta un grado que a nosotros puede parecemos superela-
borado), intensa y sostenida actividad muscular, como correr, competir,
bailar, etc., lo que se hace para aumentar la intensidad del desarrollo de
los acontedmientos (como por ejemplo el credmiento de la cosecha), pre-
paradones mímicas y mágicas basadas en una teoría esotérica que quizás
abarca instrumentos ocultos, tales como varas, plumas y harina sacerdotales,
y finalmente se llega a las grandes ceremonias y danzas cíclicas, que tienen

171
el significado de preparar la lluvia y la cosecha. De uno de los verbos que
significan «preparar» deriva el nombre utilizado para «cosecha»: natwani
«lo preparado», o lo que «está en preparación».9
La preparación interior consiste en la oración y la meditación y, con una
menor intensidad, buenos deseos y buena voluntad respecto a los poste­
riores resultados deseados. Las actitudes hopi ponen en tensión el poder
del deseo y del pensamiento. Con su «microcosmos» es bastante natural
que lo hagan así. El deseo y el pensamiento son los estados más primitivos
de la preparación y, por lo tanto, los más importantes, críticos y cruciales.
Y más aún, para el hopi los deseos y pensamientos de uno influyen no
solamente sobre sus propias acciones, sino también sobre toda la natura­
leza. Esto también es perfectamente natural. L a conciencia se da cuenta
por sí misma del trabajo, de la sensación de esfuerzo y energía que realiza
al desear y pensar. Una experiencia mucho más básica que el lenguaje
nos dice que si se gasta energía se producen efectos. N osotros tendemos
a creer que nuestros cuerpos pueden detener esta energía, impedir que
afecte otras cosas hasta que permitamos una acción abierta a nuestros
cuerpos . Pero esto puede que sólo sea así porque tenemos nuestra propia
base lingüística para una teoría según la cual los conceptos informales
como «materia» son cosas por sí mismas, maleables sólo por cosas simi­
lares, por más materia, y que por lo tanto se encuentran aislados de los
poderes de la vida y del pensamiento. Ya no es antinatural creer que el
pensamiento está en contacto con todo e impregna el universo, como tam­
poco lo es pensar, como hacemos nosotros, que así lo hace la luz que
cuelga fuera de la puerta. Y tampoco es antinatural suponer que el pensa­
miento, como cualquier otra fuerza, deja vestigios de sus efectos en todas
partes. Ahora bien, cuando nosotros pensamos en cierto rosal, no supone­
mos que nuestro pensamiento se dirige hacia ese rosal y lo ocupa como si
fuera el haz de una linterna dirigido hacia él. Entonces, ¿qué supo­
nemos que está haciendo nuestra conciencia cuando pensamos en ese
rosal? Probablemente, pensamos que nuestra conciencia se las tiene que
ver con una «imagen mental» que no es el rosal, sino un sustituto mental
de éste. Pero ¿por qué tiene que ser natural pensar que nuestro pensa­
miento se enfrenta con un sustituto y no con el rosal verdadero y real?
Posiblemente porque nos damos cuenta oscuramente de que llevamos a
nuestro alrededor todo un espacio imaginario, lleno de sustitutos mentales.
Para nosotros, los sustitutos mentales son conocidos viejos y familiares.

9. Naturalmente, los verbos hopi que se refieren a preparar, no corresponden cla­


ramente con nuestro «preparar», de modo que na'twani también puede ser interpretado
en el sentido de «según la práctica, el intento de», así como de otras formas.

172
Junto con las imágenes del espacio imaginario, de las que quizás sabemos
secretamente que únicamente son imaginarias, recogemos el pensamiento
del rosal que existe realmente, lo cual ya puede ser otra cuestión, quizás
porque disponemos precisamente de ese «lugar» tan conveniente para él.
E l mundo del pensamiento hopi no tiene espacio imaginario. El corolario
a esto es que el hopi no localiza el pensamiento enfrentándose al espacio
real en cualquier sitio, sino precisa y exactamente en el marco del verda­
dero espacio real. No aisla el espacio real de los efectos del pensamiento.
Para un hopi sería natural suponer que su pensamiento (o él mismo) trafica
con el verdadero rosal sobre el que está pensando. Entonces, el pensa­
miento debería dejar algún vestigio de sí mismo con la planta que está
en el campo. Si es un buen pensamiento, relacionado con la salud y el
crecimiento, es algo bueno para la planta; si el pensamiento es malo,
ocurre todo lo contrario.
El hopi hace resaltar el factor de intensidad del pensamiento. Para
que el pensamiento sea lo más efectivo posible tiene que ser vivido en la
conciencia como algo definido, firme, sostenido y cargado de buenas inten­
ciones fuertemente sentidas. E l hopi transmite esta idea al inglés median­
te conceptos como «concentrarse, sujetarlo al corazón, poner tu mente en
ello, teniendo una sincera esperanza». E l poder del pensamiento es la fuerza
que se encuentra detrás de las ceremonias, las varas sacerdotales, el fumar
la pipa ritual, etc. La pipa sacerdotal es considerada como una ayuda para
«concentrarse» {según me dijo mi informador hopi). Su nombre, natwanpi
significa «instrumento de preparación».
L a participación cerrada es la colaboración mental de la gente que no
toma parte en el asunto actual, ya se trate de una trabajo, de la caza, una
carrera de competición o una ceremonia, pero que dirige su pensamiento
y su buena voluntad hacia el éxito del asunto. A menudo, los anuncios
buscan la obtención de la ayuda de esta dase de ayudantes mentales, así
como la de buscar participantes abiertos. En ellos existen exhortaciones
dirigidas a la gente para que ésta ayude con su buena voluntad activa.10
Una similitud con nuestros conceptos de una audiencia predispuesta favo­
rablemente o de la sección de hinchas de un equipo de fútbol no debe
oscurecer el hecho de que lo que se espera de los participantes cerrados es
primariamente el poder del pensamiento dirigido, y no una simple simpa­

10. Véase, por ejemplo, la obra de Ernest Beaglehole, Notes on Hopi economic
Ufe (Yate University Publications in Anthropology, núm. 15, 1937) y especialmente la
referencia al anuncio de la caza de un conejo, y la descripción de la página 30 sobre
las actividades en conexión con la limpieza de la Fuente Toreva — anuncio, diversas
actividades preparatorias y finalmente preparación de la continuidad de los buenos
resultados ya obtenidos y del continuado manar de la fuente.

173
tía o estímulo. En realidad, los participantes cerrados comienzan su tra­
bajo antes, y no durante el juego. Un corolario del poder del pensamiento
es el poder del pensamiento malo utilizado para desear daño; uno de los
propósitos de la participación cerrada es el de conseguir la fuerza masiva
de muchos ayudantes cargados de buenos deseos, para contrarrestar el poder
del pensamiento de los contrarios. Las actitudes de esta clase favorecen
la cooperación y el espíritu de comunidad. Esto no quiere decir que en la
comunidad hopi no aniden las rivalidades y los intereses contrapuestos.
Contra la tendencia de la desintegración social existente en un grupo tan
pequeño y aislado, la teoría de la «preparación» mediante el poder del
pensamiento, conduce lógicamente a un mayor poder del pensamiento
combinado, intensificado y armonizado de toda la comunidad. Esta carac­
terística proporciona una vasta ayuda en lo que se refiere al grado de
cooperación, bastante notable, existente en todas las actividades cultura­
les importantes del pueblo hopi.
Nuevamente, la «preparación» hopi de las actividades es el resultado
de su fondo lingüístico de pensamiento, en un énfasis de persistencia y
constante e insistente repetición. El sentido del valor acumulativo de in­
numerables momentos pequeños, se ve entorpecido por una concepción
del tiempo objetivada y espadalizada como la que nosotros tenemos, mien­
tras que se ve realzada por una forma de pensar muy cercana a la concien­
cia subjetiva de la duración y de la incesante «sucesión» de los aconteci­
mientos. Para nosotros, el tiempo es un movimiento en el espacio y por
eso la repetición invariable parece diseminar su fuerza a lo largo de una
hilera de unidades de ese espacio, lo que consideramos como un derroche.
Para el hopi, el tiempo no es movimiento, sino un «llegar más tarde» de
cada cosa que se pueda hacer y, por lo tanto, no se derrocha, sino que
se acumula la repetición invariable. Se está acumulando un cambio invi­
sible que tendrá su expresión en acontecimientos posteriores.11 Como hemos
visto, es como si el retorno del día fuera sentido como el retorno de la

11. Esta idea de acumulación de poder, que aparece implicada en la mayor parte
del comportamiento hopi, tiene una análoga en la física: la aceleración. Se puede decir
que la base lingüística del pensamiento hopi le equipa para reconocer con naturalidad
las manifestaciones de esa fuerza no como movimiento o velocidad, sino como acumu­
lación de aceleración. Nuestra propia base lingüística tiende a obstaculizamos este
mismo reconocimiento, ya que habiendo concebido que es esa una fuerza que produce
cambios, pensamos entonces en cambio mediante nuestra analogía metafórica lingüís­
tica, movimiento, en lugar de poseer un concepto de cambio sin movimiento, o sea
acumulación o aceleración. Como quiera que para nuestros sentimientos ingenuos repre­
senta un fuerte choque el descubrir por los experimentos físicos que no es posible
definir la fuerza mediante el movimiento, ese movimiento y velocidad son completa­
mente relativos y esa fuerza sólo puede ser medida mediante la aceleración.

174
misma persona, un poco más vieja, pero con todas las impresiones de
ayer, y no como «otro día», o sea como una persona completamente dife­
rente. Este principio, unido al del poder del pensamiento, y conteniendo
rasgos de la cultura general de los indios pueblo, queda expresado en la
teoría de la danza ceremonial hopi para conseguir una posterior lluvia y
cosecha, así como en su corta letanía, repetida miles de veces, hora tras
hora.

ALGUNAS IMPRESIONES DE HÁBITO LINGÜÍSTICO EN LA CIVILIZACIÓN


OCCIDENTAL

E s mucho más difícil hacer justicia en pocas palabras con los rasgos
lingüísticamente condicionados de nuestra propia cultura, que en el caso
de la lengua hopi. Esto se debe sobre todo a la amplia necesidad y difi­
cultad de la objetivación a consecuencia de nuestra profunda familiaridad
con las actitudes que tenemos que analizar. Más bien deseo esbozar ahora
ciertas características ajustadas a nuestro binomialismo lingüístico de for­
ma más concepto informal o «sustancia», así como a nuestro sentido me­
tafórico, nuestro espacio imaginario y nuestro tiempo objetivado. Como
hemos visto anteriormente, todos estos factores son lingüísticos.
Los puntos de vista filosóficos más tradicionalmente característicos de
nuestro «mundo occidental» han obtenido muy poco apoyo por parte de
la dicotomía de forma-más-sustancia. Aquí podemos incluir el materialis­
mo, el paralelismo psicológico, la física — al menos en su tradicional forma
newtoniana— , y los puntos de vista dualistas del universo en general. En
realidad, podemos incluir aquí casi todo lo que es «sentido común prác­
tico». Los puntos de vista monista, conjuntivista y relativista de la reali­
dad atraen a los filósofos y a algunos científicos, pero se encuentran con
un handicap difícil de superar cuando se trata de atraer el «sentido común»
del hombre medio occidental. Y esto no ocurre así porque la misma
Naturaleza los rechace (si lo hace así, los filósofos ya lo podían haber
descubierto), sino porque tienen que ser expresados en una nueva lengua.
El «sentido común», como muestra su nombre, y la «practicalidad», como
no muestra su nombre, son cuestiones de hablar de forma que uno esté
dispuesto a entenderlo. En alguna ocasión se ha afirmado que el espacio,
el tiempo y la materia newtoniana son sentidos intuitivamente por todo el
mundo, después de lo cual se citó la relatividad para demostrar como el
análisis matemático puede probar que la intuición es errónea. Esto, aparte
de ser injusto con la intuición, es un intento de contestar improvisada­
mente la cuestión que se planteaba al comienzo de este artículo, una con­

175
testación que es precisamente la que busca esta investigación. La presenta­
ción de los descubrimientos nos acerca más al final y creo que la contesta­
ción está clara. L a contestación improvisada, que culpa a la intuición de
nuestra lentitud en descubrir los misterios del cosmos, tales como la rela­
tividad, es la que está equivocada. La contestación correcta es: el espacio,
el tiempo y la materia newtonianas no son intuición. Son recetas de cul­
tura y lenguaje y así es como Newton las descubrió.
Sin embargo, nuestro punto de vista objetivizado sobre el tiempo es
favorable a la historicidad y a todo lo que esté conectado con la acumu­
lación de información, mientras que el punto de vista hopi es desfavorable
a esta posición. Esta última lengua es demasiado sutil, compleja y desa­
rrollada, y no proporciona ninguna contestación a la cuestión de cuando
termina «un» acontecimiento y cuando comienza «otro». Cuando queda
implícito que todo lo que ha ocurrido todavía es, pero en una forma nece­
sariamente diferente de lo que nos informan la memoria o los datos reco­
gidos, existe muy poco incentivo para estudiar el pasado. En cuanto al
presente, el incentivo no sería el de recogerlo en datos, sino el de tratarlo
como «preparado». Sin embargo, nuestro tiempo objetivado se nos pre­
senta ante nuestra imaginación como una cinta o rollo dividido en espacios
iguales en blanco, sugiriéndonos que cada uno de estos espacios sea relle­
nado con una entrada. Indudablemente, la escritura nos ha ayudado en lo
que se refiere al tratamiento lingüístico que damos al tiempo, al igual que
el tratamiento lingüístico ha guiado la utilización de la escritura. A través
de este toma y daca entre el lenguaje y toda la cultura, obtenemos, por
ejemplo:

1. Datos, diarios, contabilidad, matemáticas estimuladas por la conta­


bilidad.
2. Interés por las secuencias exactas, elaboración de datos, calenda­
rios, cronología, relojes, medidores del tiempo, gráficos del tiempo, tiempo
según su utilización en la física.
3. Anales, historias, actitud histórica, interés por el pasado, arqueo­
logía, actitudes de introducción en períodos del pasado, como por ejem­
plo el clasicismo, el romanticismo, etc.

Al igual que concebimos nuestro tiempo objetivado como un tiempo


que se extiende en el futuro de la misma forma que se extiende en el
pasado, también anotamos nuestras estimaciones sobre el futuro en la
misma forma que nos indican los datos del pasado, produciendo progra­
mas, planes y presupuestos. La igualdad formal de las unidades similares
a espacio, mediante las que medimos y concebimos el tiempo, nos conduce

176
a considerar el «concepto informal» o «sustancia» del tiempo como algo
homogéneo que se encuentra en relación con el número de unidades. Así,
pues, nuestra asignación a prorrata del valor del tiempo nos conduce a la
formación de una estructura comercial basada en valores de prorrata del
tiempo: salario por tiempo (el tiempo de trabajo reemplaza constantemen­
te a la pieza de trabajo), renta, crédito, interés, gastos por depreciación,
y premios del seguro. No hay duda de que una vez construido, este vasto
sistema continuará su marcha bajo cualquier clase de tratamiento lingüísti­
co que se pueda dar al tiempo; pero el que haya tenido que ser construido
así, alcanzando la magnitud y la forma particular a que ha llegado en el
mundo occidental, es un hecho que se encuentra decididamente en conso­
nancia con los modelos de las lenguas sae . Otra cuestión, ya mucho ma­
yor, es si una civilización como la nuestra hubiera sido posible habiendo
contado con un tratamiento lingüístico ampliamente diferente en nuestra
civilización, los modelos lingüísticos y el modo de nuestro comportamiento
en relación al orden temporal son como son y están en consonancia. Desde
luego que nos sentimos estimulados a utilizar calendarios, relojes y a tratar
de medir el tiempo con toda la precisión posible; esto ayuda a la ciencia
y, en compensación, la ciencia sigue este modelo cultural y devuelve a la
cultura una mayor cantidad, siempre creciente, de aplicaciones, hábitos
y valores con los que la cultura se dirige de nuevo hacia la ciencia. Pero
¿qué hay fuera de esta espiral? La ciencia está comenzando a descubrir que
existe algo en el cosmos que no está de acuerdo con los conceptos que he­
mos formado siguiendo la línea de esta espiral. Está tratando de forjar
una nueva lengua para poder ajustarse a sí misma a un universo mucho
más vasto.
Queda claro cómo el énfasis del «tiempo es oro» que va implicado con
todo lo que se ha dicho hasta ahora, y su igualmente obvia objetivación
del tiempo, nos conduce a una más alta evaluación de la «velocidad»,
que muestra jugar por sí misma un gran papel en nuestro comportamiento.
Otro de los efectos que influyen sobre el comportamiento es que el
carácter de monotonía y regularidad que posee nuestra imagen del tiempo,
como una medida ilimitada que siempre podemos estar escalando, nos
persuade para comportarnos como si esa monotonía fuera más verdadera
de lo que en realidad. Esto quiere decir que nos ayuda a entrar dentro
de una rutina. Tendemos a elegir y favorecer todo aquello que contiene este
punto de vista, para «estar de acuerdo» con los aspectos rutinarios de la
existencia. Una de las fases de este proceso es el comportamiento que
evidencia un falso sentido de seguridad o una suposición de que todo
transcurrirá siempre con suavidad, sin altibajos, así como una falta de
previsión y de protegemos a nosotros mismos contra los peligros. Nuestra

177
12. LENGUAJE
técnica de manejar la energía se desenvuelve bien dentro de una rutina, y
es precisamente dentro de esta rutina donde principalmente nos esforzamos
para mejorarla, no sentimos, por ejemplo, ningún interés especial por
impedir que la energía cause accidentes, incendios y explosiones, lo que
está ocurriendo cada vez con mayor asiduidad y a una mayor escala.
Esta clase de indiferencia ante io inesperado de la vida sería desastrosa
para una sociedad tan pequeña, aislada y precariamente equilibrada como
es, o más bien fue, la sociedad hopi.
Así, pues, el mundo de nuestro pensamiento, determinado lingüísti­
camente, no solamente colabora con nuestros ídolos e ideales culturales,
sino que llega a comprometer incluso nuestras reacciones personales in­
conscientes en sus modelos, dándoles ciertos caracteres típicos. Como ya
hemos visto, un carácter de esta clase es menos cuidadoso, como queda
testimoniado en la conducción temeraria de un automóvil o en el arrojar
colillas de cigarrillos en restos de papel. Pero cuando hablamos se gesta
un carácter diferente. Una gran parte de los gestos efectuados, al menos
por parte de la gente de habla inglesa y probablemente por los parlantes
de todas las lenguas sae, sirven para ilustrar, mediante un movimiento
en el espacio, no una verdadera referencia espacial, sino una de las refe­
rencias no espaciales a las que nuestra lengua se refiere mediante metáforas
de espacio imaginario. Esto quiere decir que somos más aptos para hacer
un gesto de «agarrar» cuando hablamos de «agarrar» (aprehender) una
idea elusiva, que cuando hablamos de «agarrar» el pomo de una puerta.
E l gesto intenta hacer más clara una referencia metafórica, que precisa­
mente por ser metafórica no queda tan clara. Pero si una lengua se refiere
a cuestiones no espaciales, sin emplear una analogía espacial, la referencia
no quedará por eso más clara mediante el gesto. Por eso el hopi gesticula
tan poco, y quizás no gesticula en absoluto en el sentido que nosotros in­
terpretamos como gesto.
Sería como si la sensación del movimiento muscular tuviera que ser
hecha más consciente mediante la utilizan lingüística del espacio ima­
ginario y de imágenes metafóricas de movimiento. La sensación del mo­
vimiento muscular está marcada por dos facetas en la cultura europea:
arte y deporte. La escultura europea, un arte en el que Europa sobresale,
concede un gran sentido a los movimientos del cuerpo; igual ocurre con la
pintura europea. En nuestra cultura, el baile expresa delicia en el movimien­
to antes que simbolismo o ceremonial, y nuestra música está ampliamente
influida por nuestras formas de baile. Nuestros deportes están fuertemente
imbuidos de ese elemento de «poesía del movimiento». Las competi­
ciones y los juegos del pueblo hopi parecen hacer resaltar más bien las
virtudes de la duración y la intensidad sostenida. La danza hopi es muy

178
simbólica y es ejecutada con gran intensidad y seriedad, pero no contiene
demasiado movimiento o balanceo. La sinestesia, o sugestión de cierto
sentido de recepción para caracteres que pertenecen a otro sentido, como
el de luz y color por sonidos y viceversa, debería ser hecha más consciente
mediante un sistema lingüístico metafórico que se refiera a experiencias no
espaciales en términos de referencias espaciales, aunque indudablemente
esto llega desde una fuente mucho más profunda. Es muy probable que
en primera instancia la metáfora proceda de la sinestesia y no al revés;
sin embargo, la metáfora no necesita quedar firmemente enraizada en un
modelo lingüístico, como muestra el hopi. La experiencia no espacial posee
un sentido muy bien organizalo, el oído, ya que el olfato y el tacto están
menos organizados. La conciencia no espacial es un ámbito compuesto prin­
cipalmente de pensamiento, sensación y sonido. La conciencia espacial
es un ámbito de luz, color, vista y tacto, y presenta formas y dimensiones.
Nuestro sistema metafórico imputa a los sonidos, olores, tactos, emociones
y pensamientos, cualidades como color, luminosidad, formas, ángulos, tex­
turas y movimientos de experiencia espacial, siendo el primer grupo ex­
periencias no espaciales y el segundo experiencias espaciales. Pero también
ocurre el transvase inverso, hasta cierto punto, ya que después de mucho
hablar sobre tonos como alto, bajo, agudo, pesado, brillante, lento, el par­
lante encuentra fácil pensar en forma de experiencia espacial con algunos
factores no espaciales. Y así, hablamos de «tonos» de color, de un gris
«monótono», o de una corbata «chillona», siendo todas estas metáforas
espaciales utilizadas a la inversa. Ahora bien, el arte europeo es distintivo
por la forma en que busca jugar deliberadamente con la sinestesia. La
música trata de sugerir escenas, color, movimiento, diseño geométrico; a
menudo, la pintura y la escultura están guiadas conscientemente por las
analogías del ritmo musical; los colores son juntados con una percepción
de la analogía de lo concordante y lo discordante. El teatro y la ópera
europeos buscan la síntesis de muchas artes. Puede que fuera precisamen­
te éste el modo en que se formó nuestro lenguaje metafórico, que en cierto
sentido es una confusión de pensamiento, mediante el arte, como un
resultado de un valor mucho más lejano un sentido estético mucho más
profundo que nos dirige hacia una aprehensión más directa de la unidad su­
brayada, dejando aparte los tan variados fenómenos sobre los que nos in­
forman nuestros canales sensitivos.

179
IMPLICACIONES HISTÓRICAS

¿Cómo apareció históricamente una red de esta clase, conteniendo


lenguaje, cultura y comportamiento? ¿Qué apareció primero: los modelos
del lenguaje, o las normas culturales? Básicamente, ambos aspectos crecie­
ron juntos, influyéndose constante y mutuamente. Pero en este emparenta­
miento, la naturaleza del lenguaje es el factor que limita la libre plasticidad
y se muestra inflexible, de la forma más autocrática, con el desarrollo de
los canales. Y esto es así porque una lengua es un sistema y no un simple
ensamblaje de normas. Los grandes esquemas sistemáticos pueden cambiar,
hada algo realmente nuevo, pero sólo muy lentamente, mientras que en
comparación otras innovaciones culturales se hacen con una gran rapidez.
Así, pues, el lenguaje representa la mente masificada; está afectado por
innovadones e invenciones que se introducen muy lentamente, pero tiene
una validez inmediata para los inventores e innovadores.
El crecimiento del complejo lenguaje-cultura sae data de tiempos
muy antiguos. Muchas de sus referencias metafóricas a lo no espadal
mediante lo espacial ya estaban fijadas en las lenguas antiguas, y más
espedalmente en el latín. En realidad es una señal dejada por el latín. Si
comparamos el latín con, por ejemplo, el hebreo, descubriremos que
mientras la lengua hebrea tiene algunas alusiones al no-espacio como si
fuera espacio, el latín contiene muchas más. Los términos latinos para
designar cosas no espaciales, como educo, religio, principia, comprehendo,
son generalmente referencias físicas metaforizadas. Esto no ocurre así en
todas las lenguas y, desde luego, no es así en la lengua hopi. E l hecho
de que en el latín la dirección de desarrollo haya sido desde lo espacial a
lo no espacial (en parte porque existió un estímulo secundario hacia el pen­
samiento abstracto cuando los romanos, intelectualmente sin refinar, se
encontraron con la cultura griega), y que las lenguas posteriores se vieran
fuertemente estimuladas a imitar al latín, parece ser una buena razón
para explicar una creencia que todavía persiste entre algunos lingüistas:
la de que la dirección natural del cambio semántico es precisamente ésta
en todas las lenguas. Esto también parece apoyar la persistente idea exis­
tente en los círculos occidentales (en fuerte contraste con los orientales)
de que la experiencia objetiva es anterior a la subjetiva. Las filosofías prue­
ban un importante caso de que es a la inversa y, ciertamente, la dirección
del desarrollo es a veces a la inversa. Así, por ejemplo, la palabra hopi
para «corazón» está demostrado que se trata de una formación posterior
procedente de una raíz que significa pensar o recordar. Considérese, por
ejemplo, lo que ha ocurrido a la palabra «radio» en una oración como «él

180
compró una radio nueva», comparándola con su significado anterior de
«ciencia de telefonía sin hilos».
Durante la Edad Media, los modelos ya formados en el latín comenza­
ron a entrelazarse como consecuencia del creciente aumento de las inven­
ciones mecánicas, la industria, el comercio, la escolástica y el pensamiento
científico. La necesidad de mediciones en la industria y el comercio, los
apilamientos de mercancías y «materiales» en varios contenedores, los tipos
de cuerpos en los que se manejaban diversas mercancías, la unificación de
unidades de medida y peso, la invención de los relojes y la medida del
«tiempo», la acumulación de datos, cuentas, crónicas, historias, el desarro­
llo de las matemáticas y el emparentamiento entre éstas y las ciencias, todo
ello cooperó a llevar hasta su forma presente nuestro mundo del pensamien­
to y del lenguaje.
En la historia hopi, según podemos leer, nos encontramos con un
tipo diferente del lenguaje, así como con unas influencias culturales y am­
bientales completamente diferentes, todo ello trabajando en conjunción. Una
sociedad pacífica y agrícola, aislada por los accidentes geográficos y por los
enemigos nómadas, en una zona de escasa pluviosidad, de agricultura árida
de la que sólo se podía sacar provecho medíante una extraordinaria per­
severancia (de ahí el valor de la persistencia y la repetición), necesitada de
colaboración (de ahí el énfasis de psicología del trabajo en equipo y
de los factores mentales en general), que consideraba el grano y la lluvia
como los valores primarios, que necesitaba amplias preparaciones y
precauciones para asegurar las cosechas en el su d o pobre y el clima preca­
rio de la zona en que vivían, con un agudo sentido de dependencia de la
naturaleza, lo que favorecería la oración y una actitud religiosa hacia las
fuerzas de la naturaleza, espedalmente de una oradón y una religión diri­
gida hacia la obtendón de la siempre tan necesitada lluvia... todos estos
factores actuaron interrdacionadamente con los modelos lingüísticos del
hopi, moldeándolos, para ser nuevamente moldeados y formar así, poco
a poco, la concepción que tiene d hopi sobre el mundo. x
Resumiendo la cuestión, la primera cuestión que planteamos al comen­
zar el artículo (pág. 162) queda contestada así: los conceptos de «tiempo»
y «materia» no vienen dados sustancialmente en la misma forma por la
experienda, sino que dependen de la naturaleza d d lenguaje o de las len­
guas a través de las cuales se ha desarrollado. No dependen tanto de un
sistema incluido en la gramática (por ejemplo tiempo, o nombres), como
de las formas de analizar e informar la experiencia que ha quedado fijada
en d lenguaje como «forma de hablar» integrada y que cruza las clasifica­
ciones gramaticales típicas, de modo que una «forma» de esta dase puede
incluir significados lexicales, morfológicos, sintácticos y cualquier otra

181
clase de diversos significados sistemáticos, todo ello coordinado en un
cierto molde de consistencia. Nuestro propio «tiempo» difiere acusada­
mente de la «duración» hopi. Está concebido como un espacio de dimensio­
nes estrictamente limitadas, o a veces como un movimiento por esta clase
de espacio, y, de acuerdo con esto, es empleado como una herramienta inte­
lectual. La «duración» hopi parece ser inconcebible en términos de espacio
o movimiento, siendo el modo en que la vida difiere de la forma y la
conciencia in toto de los elementos espaciales de esa misma conciencia.
Algunas ideas, nacidas bajo nuestro propio concepto del tiempo, tales como
la de la simultaneidad absoluta, serían o bien muy difícil, o bien imposible
de expresar o de ser significadas bajo la concepción hopi, y si existiera ne­
cesidad de hacerlo tendrían que ser reemplazadas por conceptos opera-
cionales. Nuestra «materia» es el subtipo físico de «sustancia» que es con­
cebido como el concepto informal y extensional que debe ser añadido a
la forma antes de que ésta pueda tener una verdadera existencia. En
la lengua hopi no parece existir nada que corresponda a este concepto; no
existen conceptos informales; la existencia puede o no puede tener forma,
pero lo que si tiene, con o sin forma, es intensidad y duración, siendo
estos conceptos no extensionales y los mismos en su más profunda raíz.
Pero, ¿qué ocurre con nuestro concepto de «espacio», que también
fue incluido en nuestra primera ou stión? N o existe ninguna diferencia
sorprendente entre el hopi y las lenguas sae, al menos no tan sorprenden­
te como la que hay en relación con el «tiempo». Probablemente, la apre­
hensión del espacio viene dada sustancialmente en la misma forma por la
experiencia independiente del lenguaje. Los experimentos con la percepción
visual realizados por los psicólogos de la teoría del Gestált, parecen esta­
blecer esto último como un hecho. Pero el concepto de espacio varía algo
con cada lengua, porque, como una herramienta intelectual,12 se encuentra
estrechamente unido con el empleo concomitante de otras herramientas
intelectuales del orden del «tiempo» y la «materia», que a su vez están
lingüísticamente condicionadas. Con nuestros ojos vemos las mismas for­
mas espaciales que ve el hopi, pero nuestra idea del espacio también
tiene la propiedad de actuar como un sustituto de relaciones no espaciales
como tiempo, intensidad, tendencia, y como un hueco que hay que llenar
con conceptos informales imaginados, uno de los cuales, puede ser incluso
el «espacio». El espado, según es sentido por el hopi, no sería conectado
mentalmente con tales sustitutos, sino que sería comparativamente «puro»
y no se encontraría mezclado con nociones extrañas.
En lo que se refiere a nuestra segunda pregunta (pág. 162): existen

12. Aquí pertenece el espado «newtoniano» y «eudidiano», etc.

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conexiones, pero no correlaciones o correspondencias diagnósticas entre
normas culturales y modelos lingüísticos. Aunque sería imposible inferir
la existencia de Jefes Pregoneros por la ausencia de tiempos en la lengua
hopi, o viceversa, existe una relación entre una lengua y el resto de la cul­
tura de la sociedad que la utiliza. Existen casos en los que la «forma de
hablar» se encuentra estrechamente integrada con toda la cultura en
general, sea o no sea ésta una verdad universal, y existen conexiones, den­
tro de esta integración, entre la clase de análisis lingüísticos empleados y
diversas reacciones de comportamiento y también con las formas adoptadas
por diversos desarrollos culturales. Así, pues, la importancia de los Jefes
Pregoneros tiene una conexión, no con la existencia de tiempos, sino con
un sistema de pensamiento en el que es natural la existencia de categorías
diferentes a nuestros tiempos. Estas conexiones no se descubrirán tanto
por dirigir la atención hacia las rúbricas típicas de la descripción lingüística,
etnográfica o sociológica, sino más bien por el examen de la cultura y del
lenguaje (siempre y sólo cuando ambos se hayan encontrado históricamente
juntos durante un considerable espacio de tiempo) como un todo en el
que se puede esperar la existencia de concatenaciones que corren a través
de estas líneas departamentales confiándose en que si éstas existen, puedan
ser eventualmente descubiertas mediante el estudio.

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