Frege, G. Función y Concepto.

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FUNCIÓN Y CONCEPTO

[1891]

PRÓLOGO

Publico aquí esta conferencia separada, con la esperanza de


que encuentre así algunos lectores, para los cuales permane­
cería ignorada si se quedase entre las disertaciones de la So­
ciedad de Medicina y Ciencias Naturales de Jena. Como ya he
indicado anteriormente, mi propósito es exponer, en un futuro
próximo, el modo como expreso las definiciones fundamenta­
les de la aritmética en mi conceptografía, y el modo como, a
partir de ellas, puedo llevar a cabo demostraciones tan sólo
con mis signos. Con este fin, me interesa poderme referir a
esta conferencia para no verme precisado a entrar allí en dis­
cusiones que quizás disgustarían a algunos por no ser directa­
mente pertinentes al tema, mientras que podrían ser echadas
de menos por otros. Mi conferencia, como lo requería el lugar
en que fue dada, no va dirigida únicamente a matemáticos; y
he tratado de usar un modo de expresión comprensible para
todos, tanto como lo permitían el tiempo disponible y el tema
tratado. Acaso por este medio se despertará un interés por la
cuestión en círculos más amplios de estudiosos, especialmente
también de lógicos.

"“Título original: Funktion und Begriff. Conferencia dictada en la sesión


del 9-1 -1 8 9 1 de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Jena. Fue
publicada en 1891 por Hermann Pohle en Jena.
Traducción de Carlos Ulises Moulines, publicada originalmente en Frege
1971, revisada para el presente volumen.
226 FUNCIÓN Y CONCEPTO

Hace ya bastante tiempo 1 tuve el honor de dar una conferen­


cia en esta Sociedad sobre el modo de simbolización que he
denominado conceptografía. Hoy quisiera iluminar esta cues­
tión desde otro ángulo y comunicar algunos complementos y
concepciones nuevas, cuya necesidad se me ha hecho evidente
desde entonces. Con ello no pretendo dar una exposición com­
pleta de mi conceptografía, sino sólo hacer públicas algunas
ideas básicas.
Parto de lo que en matemáticas se llama función. Esta pa­
labra no tuvo al principio un significado tan amplio como el
que ha obtenido más tarde. Será bueno empezar por dirigir
nuestra atención hacia los modos de uso originarios y sólo lue­
go considerar sus extensiones posteriores. Por el momento voy
a hablar únicamente de funciones de un solo argumento. Una
expresión científica aparece en su significado más característi­
co allí donde se precisa de ese significado suyo para expresar
una ley general. En el caso de la función, esto ocurrió con el
descubrimiento del análisis superior. En éste se trató ante todo
de establecer leyes que valiesen para las funciones en general.
Hay que retroceder, pues, a la época del descubrimiento del
análisis superior, si se quiere saber qué fue lo primero que se
entendió en matemáticas por la palabra “función”. A esta pre­
gunta se recibe ciertamente la respuesta: “por función de x se
entiende una expresión matemática [Rechnungsausdruck] que
contenga x, una fórmula que incluya la letra x”. Según esto,
por ejemplo, la expresión
2 •x3 + x
sería una función de x, y
2 ■ 23 + 2
sería una función de 2. Esta respuesta no puede satisfacernos,
puesto que en ella no se distinguen forma y contenido, signo
y designado, un error con el que, naturalmente, se encuentra
uno ahora muy frecuentemente en escritos matemáticos, inclu­
so de autores de renombre. En otros lugares2 he señalado ya los
fallos de las teorías formalistas corrientes de la aritmética. En
1 El 10 de enero de 1871 y el 27 de enero de 1882.
‘ Los fundamentos de la aritmética [incluido en este volumen, pp. 361-487],
FUNCIÓN Y CONCEPTO 227

ellas se habla de signos que no tienen ningún contenido, ni lo


deben tener, pero luego se les atribuye, no obstante, propieda­
des que sólo pueden corresponder razonablemente a un con­
tenido del signo. Lo mismo ocurre también aquí: una mera ex­
presión, la forma de un contenido, no puede ser lo esencial de
la cosa, sino que sólo lo puede ser el contenido mismo. Ahora
bien, ¿cuál es el contenido, la referencia de “2 •2 3 + 2”? El mis­
mo que el de “18” o de “3 •6 ”. En la igualdad 2 •23 + 2 = 18
se expresa que la referencia de la cadena de signos que está a
la izquierda es la misma que la de la derecha. Debo salir aquí
al paso de la opinión según la cual 2 + 5 y 3 + 4, por ejemplo,
son ciertamente iguales, pero no lo mismo. La raíz de esta opi­
nión es nuevamente la confusión entre forma y contenido, en­
tre signo y designado. Es lo mismo que si se quisiera considerar
la violeta olorosa como diferente de la Viola odorata, porque sus
nombres suenan distintos. La diferencia de designación por sí
sola no basta para fundamentar una diferencia de designados.
En nuestro caso, la cuestión es menos transparente tan sólo por
el hecho de que la referencia del numeral [Zahlzeichen] 7 no
es sensiblemente perceptible. La tendencia actualmente muy
difundida a no considerar como objeto más que lo que pue­
de ser percibido con los sentidos induce erróneamente a to­
mar por números los numerales mismos, a considerarlos los
verdaderos objetos de estudio;3 y entonces, naturalmente, 7 y
2 + 5 serían distintos. Pero tal concepción no puede mante­
nerse, porque no podemos hablar en absoluto de cualesquiera
propiedades aritméticas de los números sin remitirnos a la re­
ferencia de los numerales. La propiedad del 1, por ejemplo, de
que, al multiplicarse por sí mismo, se da otra vez a sí mismo,
sería una pura fantasía; ninguna investigación microscópica o
química, por exhaustiva que fuese, podría descubrir nunca esta
propiedad en la inocente figura que llamamos el numeral uno.
§§ 92 y ss., e informes en las sesiones de la Sociedad de Medicina y Ciencias
Naturales de Jena, año 1885, reunión del 17 de julio.
3 Véanse los ensayos: “Zählen und Messen erkenntnistheoretisch betrach­
tet” [“Contar y medir considerados epistemológicamente”] de H. von Helm­
holtz, y “Über den Zahlbegriff” [“Sobre el concepto de número”], de Leopold
Kronecker (Philosophische Aufsätze. Eduard Zeller zu seinem fünfzigjährigen Dok­
torjubiläum gewidmet [Ensayos filosóficos. Dedicados a Eduard Zeller en el cincuen­
tenario de su doctorado]), Leipzig, 1887.
228 FUNCIÓN Y CONCEPTO

Quizás se habla de una definición; pero ninguna definición es


creadora, en el sentido de que pueda conferir a una cosa pro­
piedades que no tenga ya, fuera de la propiedad de expresar
y designar aquello para lo que la definición la introduce como
signo .4 Por el contrario, las figuras que llamamos numerales
tienen propiedades físicas y químicas que dependen del medio
de escritura. Puede imaginarse que alguna vez se introduzcan
signos totalmente nuevos, lo mismo que los signos arábigos
desplazaron a los romanos, por ejemplo. Nadie considerará en
serio que así se obtendrían números totalmente nuevos, obje­
tos de la aritmética totalmente nuevos, con propiedades hasta
entonces inexploradas. Así, pues, si bien hay que distinguir los
numerales de aquello a lo que se refieren, también habrá que
reconocer la misma referencia a las expresiones “2 ”, “1 + 1”,
“3 — 1”, “6 : 3”; pues no podemos alcanzar a comprender en
qué radicaría la diferencia. Quizás se diga: 1 + 1 es una suma,
pero 6 : 3 es un cociente. ¿Pero qué es 6 : 3? El número que
multiplicado por 3 da 6 . Se dice “el número”, no “un núme­
ro”; con el artículo definido se señala que sólo hay un único
número. Ahora bien, resulta que

(1 + 1) + (1 + 1) + (1 + 1) = 6 ,
y por lo tanto (1 + 1) es precisamente el número que se de­
signó por 6 : 3. Las diferentes expresiones corresponden a di­
versas consideraciones y aspectos, pero, no obstante, siempre
a la misma cosa. En caso contrario, la ecuación x2 = 4 no sólo
tendría las dos raíces 2 y —2, sino también (1 + 1) y muchas
otras que serían distintas unas de otras, aunque en cierto as­
pecto serían análogas. Al admitirse solamente dos raíces reales
se desecha la idea de que el signo de igualdad no significa una
coincidencia completa, sino únicamente una concordancia par­
cial. Esto asentado, vemos entonces que las expresiones

“ 2 - l 3 + 1 ”,
“ 2 •23 + 2 ”, y
“ 2 •4 3 + 4 ”
4 De lo que se trata siempre en este caso es de unir un sentido o una
referencia a un signo. Si faltan totalmente sentido y referencia, no puede
hablarse propiamente ni de un signo ni de una definición.
FUNCIÓN Y CONCEPTO 229

se refieren a números, a saber, 3, 18 y 132. Si la función sólo


fuera realmente la referencia de una expresión matemática, en­
tonces sería justamente un número; y con ello no habríamos
ganado nada nuevo para la aritmética. Ahora bien, ante la pala­
bra “función”, uno suele pensar, naturalmente, en expresiones
en las cuales se alude a un número sólo indeterminadamente
por medio de la letra x, como por ejemplo,

“ 2 •x3 + x

pero con ello no cambia nada; pues esta expresión, entonces,


alude también sólo indeterminadamente a un número; y no
entraña ninguna diferencia esencial que lo escribamos a él o
sólo “x”. No obstante, precisamente gracias a la utilización en
la escritura de la “x” que alude indeterminadamente, podemos
ser conducidos a la concepción correcta. Se llama a x el argu­
mento de la función y en

“ 2 ■l 3 + 1 ”,
“ 2 •4 3 + 4 ”, y
“ 2 •5 3 + 5 ”

se reconoce una y otra vez la misma función, sólo que con dis­
tintos argumentos, a saber, 1, 4 y 5. De aquí puede inferirse que
lo realmente esencial de la función radica en lo que tienen de
común estas expresiones; es decir, pues, en lo que se halla en

“ 2 -x 3 + x ”

además de la “x”; lo cual podríamos escribir quizás así

“ 2 •( )3 + ( ) ”.

Me interesa señalar que el argumento no forma parte de


la función, sino que constituye, junto con la función, un to­
do completo; pues la función, por sí sola, debe denominarse
incompleta, necesitada de complemento, o no saturada. Y ésta
es la diferencia de principio que hay entre las funciones y los
números. Y por esta naturaleza de la función se explica que,
por una parte, reconozcamos la misma función en “ 2 •l 3 + 1 ”
230 FUNCIÓN Y CONCEPTO

y “ 2 ■23 + 2 ”, a pesar de que estas expresiones se refieran a nú­


meros diferentes, mientras que, por otra parte, en “ 2 •l 3 + 1 ”
y “4 l a pesar de tener el mismo valor numérico, no en­
contremos la misma función. También vemos ahora cuán fácil­
mente puede uno ser llevado erróneamente a ver lo esencial
de la función justamente en la forma de la expresión. En la ex­
presión reconocemos la función al imaginarla descompuesta; y
una descomposición posible tal es sugerida por su forma.
Las dos partes en que se descompone la expresión mate­
mática, el signo del ar gumento y la expresión de la función,
son heterogéneas dado que el argumento es un número, un
todo completo en sí mismo, cosa que no es la función. Puede
compararse esto a la división de una línea por un punto. Nos
inclinamos entonces a atribuir el punto de división a ambos
segmentos de la línea. Pero si quiere efectuarse la división de
manera pura, o sea, de modo que no se cuente nada dos veces
ni quede nada fuera, entonces habrá que atribuir el punto de
división únicamente a uno de los segmentos. Este último que­
dará completamente cerrado en sí mismo, y puede compararse
con el argumento, mientras que al otro le falta algo. Pues el
punto de división, al que podría llamarse su punto terminal,
no le pertenece. Solamente al completarlo por medio de este
punto terminal o de una línea con dos puntos terminales se
obtiene un todo completo. En nuestro caso, cuando hablamos,
por ejemplo, de “la función 2 •x3 + x”, no hay que conside­
rar que x pertenece a la función, sino que esta letra sólo sirve
para indicar el tipo de complementación que le falta al hacer
patentes los lugares en los que tiene que entrar el signo del
argumento.
Ahora bien, llamamos a aquello en lo que se convierte la
función, al ser completada por un argumento, el valor de
la función para ese argumento. Así, por ejemplo, 3 es el va­
lor de la función 2 •x2 + x para el argumento 1, puesto que
tenemos 2 •l 2 + 1 = 3.
Existen funciones como, por ejemplo, 2 + x —x o 2 + 0 ■x,
cuyo valor es siempre el mismo sea cual sea su argumento; te­
nemos 2 = 2 + x —x y 2 = 2 + 0- x. Si se considerase el ar­
gumento incluido en la función, debería considerarse el nú­
mero 2 como esa función. Pero esto es incorrecto. Aunque el
FUNCIÓN Y CONCEPTO 231

valor de la función aquí siempre es 2 , con todo, hay que dis­


tinguir 2 de la función en sí misma; pues la expresión de una
función tiene que mostrar siempre uno o más lugares que están
destinados a ser llenados por el signo del argumento.
El método de la geometría analítica nos ofrece un medio
de hacernos intuitivos los valores de una función para diversos
argumentos, pues, al considerar el argumento como valor nu­
mérico de una abscisa y el valor correspondiente de la función
como valor numérico de la ordenada de un punto, obtenemos
un conjunto de puntos que en los casos usuales se nos presen­
tan intuitivamente como una curva. A cada punto de la curva
le corresponde un argumento con el correspondiente valor de
la función.
Así, por ejemplo,
y = x2 — 4x
da lugar a una parábola, en donde “y” alude al valor de la fun­
ción y al valor numérico de la ordenada, al igual que alude
al argumento y al valor numérico de la abscisa. Si la compara­
mos ahora con la función

x (x —4),

hallamos que en todos los casos tiene el mismo valor para el


mismo argumento que la anterior. Tenemos, de manera ge­
neral,
x2 —4x = x (x —4),
sea cual sea el número por el que se sustituya x. De ahí que la
curva que obtenemos de

y = x2 —4x

sea la misma que la que resulta de

y = x (x — 4).

Esto lo expreso así: la función x (x — 4) tiene el mismo rango


de valores que la función x2 —4x.
Cuando escribimos

x2 — 4x = x (x —4)
232 FUNCIÓN Y CONCEPTO

no igualamos una función con la otra, sino solamente los va­


lores de las funciones entre sí. Y si entendemos que esta ecua­
ción debe ser válida con cualquier argumento que sustituya x,
habremos expresado de este modo la generalización de una
ecuación. Pero en vez de ello también podemos decir “el ran­
go de valores de la función x (x — 4) es igual al de la función
x2 — 4x” y tendremos así una igualdad entre rangos de valo­
res. Que ahora es posible concebir la generalización de una
igualdad entre valores de función como una igualdad, a saber,
como una igualdad entre rangos de valores, me parece que no
hay que demostrarlo, sino que tiene que ser considerado como
un principio lógico .5
Podemos introducir también una notación abreviada para el
rango de valores de una función. A este fin, sustituyo el signo
del argumento en la expresión de la función por una letra vocal
griega, lo pongo todo entre paréntesis y antepongo a esto la
misma letra griega con espíritu suave. Según esto, por ejemplo,

e (e2 — 4ej

será el rango de valores de la función x2 — 4x y

a (a •[a — 4])

el rango de valores de la función x (x — 4), de modo que en

“ £ Q2 — 4e) = a ( a ■[a — 4])”

tenemos la expresión de que el primer rango de valores es el


mismo que el segundo. Se han escogido letras griegas diferen­
tes a propósito, para indicar que nada nos fuerza a tomar las
mismas.
“x2 — 4x = x (x — 4)”
expresa ciertamente el mismo sentido, si lo entendemos como
antes, pero lo expresa de manera distinta. Representa ese senti­
do en forma de generalización de una ecuación, mientras que
5 En algunos usos del modo de expresión habitual en matemáticas, la pa­
labra “función” corresponde ciertamente a lo que aquí he llamado rango de
valores de una función. Pero la función, en el sentido de la palabra utilizado
aquí, es lógicamente anterior.
FUNCIÓN Y CONCEPTO 233

la expresión que acabamos de introducir es sencillamente una


ecuación cuyo miembro de la derecha tiene, lo mismo que el
de la izquierda, una referencia completa en sí misma. En

“x2 - 4x = x (x - 4 )”

el miembro de la izquierda, tomado aislado, alude sólo indeter­


minadamente a un número, y lo mismo ocurre con el miembro
de la derecha. Si tuviéramos meramente “x2 — 4x”, podríamos
escribir en vez de ello también “y2 — 4y”, sin que cambiara el
sentido; pues “y”, lo mismo que “x”, alude sólo indeterminada­
mente a un número. Pero si combinamos ambos miembros en
una ecuación, tenemos que escoger la misma letra para ambos
lados y con ello expresamos algo que no contiene ni el miem­
bro de la izquierda por sí solo ni el de la derecha ni el signo de
igualdad, esto es, la generalización justamente; naturalmente,
se trata de la generalización de una ecuación, pero, no obstan­
te, es, ante todo, una generalización.
Así como se alude indeterminadamente a un número por
medio de una letra, para expresar generalización, asimismo se
siente la necesidad de aludir indeterminadamente a una fun­
ción por medio de letras. Para ello, se suele hacer uso general­
mente de las letras / y F, de tal manera que, en “/(x)” y “F (x)”,
x representa el argumento. En este caso, se pone de manifiesto
la necesidad de complementación de la función por el hecho
de que la letra / o F lleve consigo un paréntesis, cuyo espacio
interior está destinado a recibir el signo del argumento. Según
esto,

alude al rango de valores de una función, que se deja inde­


terminada. Ahora bien, ¿cómo fue ampliada la referencia de la
palabra función con el progreso de la ciencia? Aquí pueden dis­
tinguirse dos direcciones. En primer lugar, se amplió el círculo
de las operaciones matemáticas que contribuyen a la creación
de una función. A la adición, multiplicación, potenciación y
sus inversas se añadieron los diversos tipos de paso al límite,
aunque no siempre se tuviera una conciencia clara de lo que
había de esencialmente nuevo en lo que así se introducía. Se
siguió avanzando y se hizo preciso incluso buscar refugio en el
234 FUNCIÓN Y CONCEPTO

lenguaje hablado, dado que el lenguaje simbólico del análisis


dejaba de funcionar cuando se hablaba, por ejemplo, de una
función cuyo valor para un argumento racional es 1, y para un
argumento irracional es 0 .
En segundo lugar se amplió el círculo de lo que puede apa­
recer como argumento y valor de la función al ser admitidos
los números complejos. Con ello, hubo al mismo tiempo que
determinar con más precisión el sentido de las expresiones
“suma”, “producto”, etcétera.
Ahora proseguiré yo en ambas direcciones. Ante todo a los
signos + , —, etc., que sirven para la formación de una expre­
sión funcional, añado signos como = , < , > , de modo que po­
dré hablar, por ejemplo, de la función x2 = 1, en la que como
antes, x representa el argumento. La primera cuestión que sur­
ge aquí es la de cuáles son los valores de la función para distin­
tos argumentos. Si ordenadamente sustituimos x por —1, 0, 1, 2,
obtenemos
( - 1)2 = 1,
02 = 1,
12 = 1,
22 = 1 .
De estas ecuaciones, sólo la primera y la tercera son verda­
deras. Así, pues, digo: “el valor de nuestra función es un valor
veritativo” y distingo el valor veritativo de lo verdadero del de
lo falso. Para abreviar, a uno lo llamo lo verdadero, y al otro lo
falso. Según esto, “2 2 = 4”, por ejemplo, refiere a lo verdadero,
al igual que “22”, por ejemplo, refiere a 4. Y “2 2 = 1” refiere a
lo falso. Según esto,

“2^ = 4” “2 1” “24 = 42”

refieren a lo mismo, a saber, lo verdadero, de manera que

(22 = 4) = (2 > 1)

es una igualdad correcta.


Es natural aquí la objeción de que, no obstante, “2 2 = 4” y
“2 > 1” afirman algo completamente distinto, expresan pen­
samientos completamente distintos; pero también “24 = 42” y
“4 - 4 = 42” expresan pensamientos distintos; y, a pesar de ello,
FUNCIÓN Y CONCEPTO 235

se puede sustituir “24” por “4 •4”, porque ambos signos tienen


la misma referencia. En consecuencia, también “24 = 42” y
“4 •4 = 4 2” refieren a lo mismo. A partir de esto, se compren­
de que la igualdad de referencia no tiene como consecuencia
la igualdad de pensamiento. Cuando decimos “el lucero ves­
pertino es un planeta cuya órbita es menor que la de la Tie­
rra”, hemos expresado un pensamientos distinto al de la ora­
ción “el astro matutino es un planeta cuya órbita es menor que
la de la Tierra”; pues quien no sepa que el lucero matutino
es el lucero vespertino, podría suponer que uno es verdadero
y el otro falso; y, con todo, la referencia de ambas oraciones
tiene que ser la misma, puesto que sólo se han intercambia­
do las palabras “lucero vespertino” y “lucero matutino” que
tienen ambas la misma referencia, es decir, son nombres pro­
pios del mismo cuerpo celeste. Hay que distinguir sentido y
referencia. “24” y “4 •4” tienen ciertamente la misma referen­
cia; es decir, son nombres propios del mismo número; pero
no tienen el mismo sentido, y de ahí que tengan “24 = 42” y
“4 •4 = 42” ciertamente la misma referencia, pero no el mismo
sentido; es decir, en este caso no contienen el mismo pensa­
miento.6
Así, pues, con el mismo derecho con que escribimos

“24 = 4 •4”

podemos también escribir

“(2 4 = 42) = (4 •4 = 42)

“(22 = 4) = (2 > 1)”.


Siguiendo por este camino, podría preguntarse con qué fin
se admitieron los signos = , >, < en el círculo de los que con­
tribuyen a formar una expresión funcional. Parece que en la
actualidad gana cada vez más partidarios la opinión de que
la aritmética es lógica extensamente desarrollada, que una fun-
damentación rigurosa de las leyes aritméticas nos retrotrae a
6 No ignoro que este uso lingüístico puede parecer de momento arbitrario
y artificial, y que se podría exigir una justificación más detenida. Consúltese
mi artículo “Sobre sentido y referencia" [infra, pp. 249-275].
236 FUNCIÓN Y CONCEPTO

leyes puramente lógicas y sólo a tales. También yo soy de esta


opinión y en esto baso la exigencia de que el lenguaje simbólico
aritmético debe ampliarse en uno lógico. Cómo ocurre esto en
nuestro caso lo indicaremos a continuación.
Vimos que el valor de nuestra función x2 = 1 es siempre
uno de los dos valores veritativos. Ahora bien, si para un de­
terminado argumento, por ejemplo —1, el valor de la función
es lo verdadero, podemos expresar esto así: “el número —1 tie­
ne la propiedad de que su cuadrado es 1”, o más brevemente
1 es una raíz cuadrada de 1”, o “—1 cae bajo el concepto
de raíz cuadrada de 1”. Si el valor de la función x2 = 1 es lo
falso para un argumento, por ejemplo, 2 , podremos entonces
expresar esto así: “2 no es raíz cuadrada de 1” o bien “2 no
cae bajo el concepto de raíz cuadrada de 1”. Con esto vemos
cuán estrechamente relacionado está lo que en lógica se llama
concepto con lo que nosotros llamamos función. Incluso po­
drá decirse verdaderamente: un concepto es una función cuyo
valor es siempre un valor veritativo. También el valor de la
función
(x + l )2 = 2 (x + 1)
es siempre un valor veritativo. Obtenemos lo verdadero, por
ejemplo, para el argumento —1 y podremos expresar esto tam­
bién así: —1 es un número que es menor que 1 en un número
cuyo cuadrado es igual a su duplo. Con esto, se ha expresado
que el número —1 cae bajo un concepto. Las funciones

x2 = 1 y (x + l )2 = 2 (x + 1)

tienen para el mismo argumento siempre el mismo valor, a sa­


ber, lo verdadero, para —1 y + 1; lo falso, para todos los demás
argumentos. Según lo establecido anteriormente, diremos, por
tanto, que estas funciones tienen el mismo rango de valores y
lo expresaremos así en signos:

£ O2 = 1) = a ([a + l]2 = 2[a + 1]).

En lógica se denomina a esta ecuación la extensión de los con­


ceptos. Según esto, podemos designar como extensión del
concepto el rango de valores de una función cuyo valor para
cada argumento es un valor veritativo.
FUNCIÓN Y CONCEPTO 237

No nos quedaremos en las ecuaciones e inecuaciones. La for­


ma lingüística de las ecuaciones es una oración afirmativa. Una
oración tal contiene como sentido un pensamiento —o, por lo
menos, pretende contener alguno—; y este pensamiento es, en
general, verdadero o falso; esto es, tiene en general un valor
veritativo que puede concebirse asimismo como referencia de
la oración, así como el número 4 es la referencia de la expre­
sión “2 + 2”, o como Londres es la referencia de la expresión
“la capital de Inglaterra”.
Las oraciones afirmativas en general pueden concebirse, lo
mismo que las ecuaciones o las expresiones del análisis, des­
compuestas en dos partes, una de las cuales está completa en sí
misma, mientras que la otra precisa de complemento, es no sa­
turada. Así, por ejemplo, la oración

“César conquistó las Galias”

puede ser descompuesta en “César” y “conquistó las Galias”.


La segunda parte es no saturada, lleva consigo un lugar va­
cío, y únicamente cuando se llena este lugar por medio de un
nombre propio o de una expresión que remplace a un nombre
propio, aparecerá un sentido completo. También ahora llamo
función al significado de esta parte no saturada. En este caso,
el argumento es César.
Como vemos, aquí se ha emprendido al mismo tiempo una
extensión en la otra dirección, o sea, con respecto a lo que pue­
de aparecer como argumento. Ya no hay que admitir tan sólo
números, sino objetos en general, teniendo que contar también
a las personas entre los objetos. Como valores de función posi­
bles están los dos valores veritativos que acabamos de introdu­
cir. Hemos de seguir adelante y admitir objetos sin limitación
como valores de una función. Para ilustrar esto, consideremos,
por ejemplo, la expresión

“la capital del Imperio alemán”.

Esta expresión representa evidentemente un nombre propio


y se refiere a un objeto. Si la descomponemos en partes,

“la capital de”


238 FUNCIÓN Y CONCEPTO

e “Imperio alemán”, con lo cual considero dentro de la primera


parte la forma del genitivo, resulta que esta primera parte es
no saturada, mientras que la otra es completa en sí misma.
Según lo antes dicho, llamo pues a

“la capital de x”

la expresión de una función. Si tomamos como argumento


suyo el Imperio alemán, obtendremos como valor de la fun­
ción, Berlín.
Al haber admitido así objetos sin limitación como argumen­
tos y como valores de función, lo que se pregunta entonces es
a qué llamamos aquí objeto. Considero que es imposible una
definición académica, puesto que en este caso tenemos algo
que, por su simplicidad, no permite una descomposición lógi­
ca. Tan sólo es posible aludir a lo que se quiere decir. Breve­
mente, aquí sólo se puede decir: objeto es todo lo que no es
función, cuya expresión, por tanto, no lleva consigo un lugar
vacío.
Una oración afirmativa no contiene ningún lugar vacío, y
por eso hay que considerar que su referencia es un objeto. Esta
referencia, empero, es un valor veritativo. Por lo tanto, ambos
valores veritativos son objetos.
Anteriormente hemos presentado ecuaciones entre rangos
de valores, por ejemplo

“ e (e2 — 4e) = a (a [a —4])”.

Podemos descomponer esto en “e (e 2 — 4e)” y “( ) — a


(a [a — 4])”. Esta última parte es incompleta, al llevar consigo
un lugar vacío a la izquierda del signo de igualdad. La primera
parte, “e (e2 — 4e)”, está totalmente completa en sí misma,
o sea, que refiere a un objeto. Los rangos de valores de las
funciones son objetos, mientras que las funciones mismas no lo
son. También habíamos denominado rango a £ (e2 = 1), pero
también lo podríamos designar como extensión del concepto
raíz cuadrada de 1. También las extensiones de conceptos son,
pues, objetos, aunque los conceptos mismos no lo son.
Después de haber ampliado el círculo de lo que puede ser
tomado como argumento, habrá que hacer estipulaciones más
FUNCIÓN Y CONCEPTO 239

precisas sobre las referencias de los signos que ya son usuales.


Mientras se consideren como objetos únicamente los números
enteros de la aritmética, las letras a y b de a + b sólo aluden
a números enteros, y sólo hay que explicar el signo “+ ” entre
los números enteros. Cada ampliación del círculo de los obje­
tos, a los que se alude con “a ” y “b”, hace precisa una nueva ex­
plicación del signo “+ ”. Es un mandamiento del rigor científico
tomar precauciones para que una expresión no sea nunca ca­
rente de referencia, para que nunca se calcule, sin notarlo, con
signos vacíos, bajo la creencia de que estamos tratando con ob­
jetos. En el pasado se tuvieron experiencias desagradables con
series divergentes infinitas. Es necesario, pues, hacer estipula­
ciones de las cuales se desprenda, por ejemplo, a qué se refiere

“O + 1”,

si “O” refiere al Sol. El modo como se den estas estipulacio­


nes es relativamente indiferente; lo esencial, empero, es que
se hagan, que “a + b” tenga una referencia, sean cuales sean
los signos de objetos determinados que reemplacen a “a ” y “b”.
Para los conceptos ponemos la exigencia de que, para todo
argumento, tengan por valor un valor veritativo; de que, para
todo objeto, quede determinado si cae bajo el concepto o no;
con otras palabras: para los conceptos, ponemos la exigen­
cia de que estén claramente delimitados; sin el cumplimiento
de esta exigencia, sería imposible establecer leyes lógicas con
ellos. Para todo argumento x, para el que “x + 1” no tuviera re­
ferencia, tampoco tendría ningún valor la función x + 1 = 10,
por lo tanto, tampoco ningún valor veritativo, de modo que el
concepto
lo que aumentado en 1 da 10,
no tendría ningún límite preciso. La exigencia de delimitación
precisa de los conceptos trae, pues, consigo la exigencia, váli­
da para las funciones en general, de que tienen que tener un
valor para todo argumento.
Hasta ahora hemos considerado los valores veritativos so­
lamente como valores de una función, no como argumentos.
Según lo que acabamos de decir, una función tiene que tener
también un valor para cada uno de los valores veritativos toma­
240 FUNCIÓN Y CONCEPTO

do como argumento; pero en la mayoría de los casos, si deter­


minamos este valor será por ganas de determinarlo, sin que
importe mucho cuál sea el valor determinado. Sin embargo,
vamos a considerar algunas funciones que nos interesa preci­
samente examinar en el caso en que su argumento es un valor
veritativo. Como una función tal, introduzco

---- x,

estipulando que el valor de esta función debe ser lo verdadero


cuando se tome como argumento lo verdadero, mientras que
en todos los demás casos el valor de esta función será lo falso; o
sea, pues, tanto cuando el argumento es lo falso, como cuando
no es ningún valor veritativo. Según esto, es, por ejemplo,

-— 1 + 3 = 4

lo verdadero, mientras que tanto

---- 1 + 3 = 5

como
---- 4
son lo falso. Esta función tiene como valor el argumento mis­
mo cuando éste es un valor veritativo. En otra ocasión, había
llamado a esta barra horizontal “barra de contenido”, nombre
que ahora ya no me parece adecuado. La llamaré ahora sim­
plemente “la horizontal”.
Cuando se escribe una ecuación o una inecuación, por ejem­
plo 5 > 4, habitualmente con ello se quiere al mismo tiempo
expresar un juicio; en este caso, se quiere afirmar que 5 es
mayor que 4. Según la concepción que he expuesto aquí, con
“5 > 4 ” o “1 + 3 = 5 ” se tienen solamente expresiones de va­
lores veritativos, sin que con ellos quiera afirmarse nada. Esta
separación entre el juzgar y aquello que se juzga parece inelu­
dible, porque en caso contrario no sería expresable la mera
suposición de un caso, el postularlo, sin hacer simultáneamen­
te un juicio sobre si ocurre o no. Precisamos, pues, de un signo
particular para poder afirmar algo. Para ello, utilizo una barra
FUNCIÓN Y CONCEPTO 241

vertical al extremo izquierdo de la horizontal de modo que,


por ejemplo, con
u
|— 2 + 3 = 5”
afirmamos: 2 + 3 es igual a 5. O sea, que no sólo se le atribuirá
un valor veritativo, como en el caso de

“ 2 + 3 = 5”,

sino que al mismo tiempo se dice también que este valor veri-
tativo es lo verdadero.7
La siguiente función sencilla puede ser aquella cuyo valor
es lo falso justamente para los argumentos para los cuales el
valor de -— x es lo verdadero, y, recíprocamente, cuyo valor es
lo verdadero para los argumentos para los cuales el valor de
---- x es lo falso.
La designo así
i x,
y llamo a la pequeña barra vertical, barra de negación. Consi­
dero esta función como una función con el argumento---- x:

(-r-x ) = ( r~ [---- *]),

imaginando que las dos barras horizontales se han fusionado.


Pero también tenemos

(— b -*D = ( - t- x)

porque el valor de —r—x es siempre un valor veritativo. Consi­


dero, pues, que en i—x”, las dos partes de la barra a la dere­
cha y a la izquierda de la barra de negación son horizontales en
el sentido de esta palabra que acabamos de explicar. A partir
de todo esto,
“—i—2 2 = 5”
por ejemplo, se referirá a lo verdadero, y podemos añadir la
barra de juicio:
“ |-t—2 2 = 5”
7 La barra de juicio no puede ser utilizada para formar una expresión fun­
cional, porque no puede contribuir, junto con otros signos, a la designación
de un objeto. “ |----- 2 + 3 = 5 ” no designa nada, sino que asevera algo.
242 FUNCIÓN Y CONCEPTO

con lo cual afirmamos que 2 2 = 5 no es lo verdadero, o que


22 no es 5. Pero también

—i—2

es lo verdadero, puesto qu e---- 2 es lo falso:

h r - 2;

es decir, 2 no es lo verdadero.
El modo como represento la generalización se verá mejor
con un ejemplo. Supongamos que hay que expresar que todo
objeto es igual a sí mismo. En

x= x

tenemos una función, cuyo argumento se indica por medio


de Hay que decir ahora que el valor de esta función es
siempre lo verdadero, sea cual sea el argumento que se tome.
Con el signo

entenderé ahora lo verdadero cuando la función f( x ) tiene


siempre como valor lo verdadero, sea cual sea su argumento;
en todos los demás casos,

habrá de referirse a lo falso. Para nuestra función x = x se


cumple el primer caso. Por lo tanto,

= a

es lo verdadero; y esto lo escribimos así:

|-%2^ a = a

Las barras horizontales a derecha e izquierda de la cavidad de­


ben ser tomadas como horizontales en nuestro sentido. En vez
de “a”, podría escogerse cualquier otra letra gótica, a excep­
ción de aquellas que, como f y J , han de servir como letras de
funciones.
FUNCIÓN Y CONCEPTO 243

Esta notación ofrece la posibilidad de negar la generaliza­


ción, como en
-a 2 = 1.
Pues -v2/- a2 = 1 es lo falso, ya que no para todo argumento
el valor de la función x2 = 1 es lo verdadero. Pues, por ejemplo,
para el argumento 2 obtenemos 22 = 1; esto es lo falso. Ahora
bien, si -\S^a2 = 1 es lo falso, entonces - r ^ - o 2 = 1 es lo
verdadero, según lo que se ha estipulado antes sobre la barra
de negación. Tenemos pues

= l;
es decir, “no todo objeto es raíz cuadrada de 1”, o bien “hay
objetos que no son raíz cuadrada de 1”. ¿Puede expresarse
también que hay raíces cuadradas de 1? ¡Sin duda! Basta con
tomar, en vez de la función x2 = 1, la función

= 1.

De
“-nS - T f l 2 = 1”
resulta, por fusión de las horizontales,

“-vS—r o2 = 1”.

Esto refiere a lo falso, porque no para todo argumento es el


valor de la función
—T—X2 = 1
lo verdadero. Por ejemplo,

- 12 = 1

es lo falso, puesto que l 2 = 1 es lo verdadero. Así pues, dado


que

es lo falso,

será por tanto lo verdadero:

|t—'i '— r~ o2 — 1;
244 FUNCIÓN Y CONCEPTO

es decir, “no es el caso que para todo argumento el valor de la


función
—r—X2 = 1

es lo verdadero”, o bien “el valor de la función x2 = 1 no para


todo argumento es lo falso”, o bien “hay por lo menos una raíz
cuadrada de 1”.
A continuación daremos todavía algunos ejemplos en signos
y palabras:
H—^ — r -a > 0 ,
hay por lo menos un número positivo;

|-i— -A— i—a < 0 ,

hay por lo menos un número negativo;

(-i—s5>—i—a3 —3a2 + 2a = 0,

hay por lo menos una raíz de la ecuación

x3 —3x2 + 2x = 0.

A partir de aquí puede comprenderse cómo pueden expre­


sarse las oraciones existenciales tan importantes. Si indicamos
indeterminadamente un concepto por medio de la letra de fun­
ciones /, tendremos en

-i— i—/(o)

la forma en que están contenidos los últimos ejemplos, prescin­


diendo de la barra de juicio. Las expresiones

“- T - v ^ - r - a 2 = r , r— A —i—a > 0”, j - a < 0”,


a3 - 3a2 + 2a = 0”

surgen de esta forma de manera parecida a como, por ejemplo,


de x2 surgen “l 2”, “22”, “32”. Así como con x2 tenemos una fun­
ción, a cuyo argumento se alude por medio de “x”, así también
considero que
FUNCIÓN Y CONCEPTO 245

es expresión de una función, cuyo argumento se indica por


medio de “/ ”. Una función tal es, evidentemente, fundamen­
talmente distinta de las hasta ahora consideradas, pues, como
argumento suyo sólo puede entrar una función. Así como las
funciones son fundamentalmente distintas de los objetos, así
también aquellas funciones cuyos argumentos son y tienen que
ser funciones son fundamentalmente distintas de las funciones
cuyos argumentos son objetos y no pueden ser otra cosa. A
estas últimas las llamo funciones de primer nivel, a las otras
las llamo funciones de segundo nivel. Igualmente distingo con­
ceptos de primero y segundo nivel.8 De hecho, hace ya tiempo
que en el análisis se tenían funciones de segundo nivel, por
ejemplo, con las integrales definidas, en la medida en que se
considere la función que va a ser integrada como argumento.
Puede añadirse todavía algo sobre funciones con dos argu­
mentos. Obtuvimos la expresión de una función al partir el
signo compuesto de un objeto en una parte saturada y otra
no saturada. Así descompusimos, por ejemplo, el signo de lo
verdadero
“3 > 2”
en “3” y “x > 2”. Podemos seguir descomponiendo la parte
no saturada “x > 2 ” del mismo modo en “2 ” y

“x > y”,

donde ahora “y” indica el lugar vacío, que antes había sido
llenado por “2”. Con
x> y
tenemos una función con dos argumentos, uno de los cuales se
indica por medio de “x”, el otro por medio de “y”, y con

3 > 2

tenemos el valor de esa función para los argumentos 3 y 2.


Tenemos aquí una función cuyo valor es siempre un valor veri-
tativo. A las funciones de este tipo con un argumento las hemos
8 Véanse mis Fundamentos de la aritmética, al final del § 53. La prueba on-
tológica de la existencia de Dios adolece del error de que trata la existencia
como un concepto de primer nivel.
246 FUNCIÓN Y CONCEPTO

llamado conceptos; a las que tienen dos argumentos las llama­


mos relaciones. También tenemos relaciones en el caso de
x2 + y2 = 9
y de
x2 + y2 > 9,
mientras que la función
x2 + y2
tiene números por valores. Por lo tanto, no la llamaremos
relación.
Vamos a considerar ahora una función que no es peculiar
de la aritmética. Sea la función
--------- x
— y
cuyo valor es lo falso cuando se toma lo verdadero como argu-
mento-y y al mismo tiempo se toma un objeto que no sea lo
verdadero como argumento-x; en todos los demás casos, el va­
lor de esta función será lo verdadero. La barra horizontal infe­
rior y las dos partes en que queda dividida la superior por la
barra vertical deben considerarse horizontales. En consecuen­
cia, siempre se pueden tomar como argumentos de nuestra
función---- x y ----- y, es decir, valores veritativos.
Entre las funciones de un argumento, distinguimos las de
primero y segundo nivel. En este caso es posible una mayor
variedad. Una función con dos argumentos puede ser, con re­
lación a éstos, del mismo o de distinto nivel: funciones de nivel
igual o de nivel desigual. Las que hemos considerado hasta
aquí eran de nivel igual. Una función de nivel desigual es,
por ejemplo, el cociente diferencial, cuando se toman como
argumentos la función que hay que diferenciar y el argumento
para el cual aquélla es diferenciada, o bien la integral definida,
siempre que se tomen como argumentos la función que hay
que integrar y el límite superior. Las funciones de nivel igual
pueden dividirse, a su vez, en funciones de primero y segundo
nivel. Una función tal de segundo nivel es, por ejemplo,

*■(/[!])
en donde F y /indican los argumentos.
FUNCIÓN Y CONCEPTO 247

En las funciones de segundo nivel con un argumento hay


que distinguir según que en ese argumento aparezca una fun­
ción con uno o con dos argumentos, pues una función con un
argumento es tan radicalmente distinta de una función con
dos argumentos, que la una no puede aparecer precisamente
en el mismo lugar en que puede aparecer la otra. Algunas fun­
ciones de segundo nivel con un argumento requieren, como
argumento, una función con un argumento, mientras que otras
requieren una función con dos argumentos, y estas dos clases
están tajantemente diferenciadas.

---- í> = a
---- /(e> a)
--------- / M )
es un ejemplo de una función de segundo nivel con un argu­
mento que requiere como tal una función con dos argumentos.
La letra / alude aquí al argumento, y los dos lugares separados
por la coma en los paréntesis que siguen a “/ ” ponen de mani­
fiesto que / representa una función con dos argumentos.
En el caso de las funciones con dos argumentos, la variedad
es aún mayor.
Si, a partir de todo esto, echamos un vistazo retrospectivo al
desarrollo de la aritmética, nos damos cuenta de su progreso
de un nivel a otro. Primero se calculaba con números singula­
res, con el 1, el 3, etcétera.

2 + 3 = 5, 2 -3 = 6

son teoremas de esta clase. Se pasó luego a leyes más gene­


rales, que valen para todos los números. En la notación, esto
corresponde a la transición al álgebra. En

(a + b ) - c = a- c + b- c

tenemos un teorema de este tipo. Con ello se había llegado ya


a la consideración de funciones singulares, sin utilizar todavía
la palabra en el sentido matemático, ni haber comprendido
su significado. El nivel inmediatamente superior fue el cono­
cimiento de leyes generales para las funciones y, con esto, el
248 FUNCIÓN Y CONCEPTO

acuñamiento de la expresión técnica “función”. En la notación,


a esto corresponde la introducción de letras como / y F, para
aludir indefinidamente a las funciones. En

idí± m =Fw. áíw +


dx dx
tenemos un teorema de esta clase. De este modo se tenían tam­
bién funciones singulares de segundo nivel, sin que, a pesar de
ello, se concibiera lo que hemos denominado función de se­
gundo nivel. Al hacer esto, se da el siguiente paso hacia delan­
te. Podría pensarse que se proseguirá en esta dirección. Pero,
probablemente, este último paso no tenga ya tantas consecuen­
cias como los anteriores, puesto que, con el progreso ulterior,
las funciones de segundo nivel podrán ser consideradas de pri­
mer nivel, como se demostrará en otro lugar.* Pero con ello no
se habrá eliminado totalmente la diferencia entre funciones de
primero y segundo nivel, porque esta diferencia no fue hecha
arbitrariamente, sino que tiene una justificación en la natura­
leza profunda de la cuestión.
También pueden considerarse, en lugar de funciones con
dos argumentos, funciones de un único argumento, aunque
complejo, con lo cual, sin embargo, subsiste con toda claridad
la diferencia entre funciones con uno y con dos argumentos.

* Véase Las leyesfundamentales de la aritmética, vol. I, §§25, 34-37. [N. del t.]

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