Pozuelo Yvancos - El Ensayo
Pozuelo Yvancos - El Ensayo
Pozuelo Yvancos - El Ensayo
sistema rellenó con la lírica, forzando mucho el propio sistema, pues lo que
cabría entender como lírica en el Renacimiento, cuando Cascales,
siguiendo a Minturno, se atreve a introducirla en el esquema triádico,
casaba muy mal, si habíamos de considerarla en el plano enunciativo, con
las realizaciones históricas de la poesía mélica, bucólica, sátira, la oda o la
elegía, que eran solamente algunas de sus realizaciones como géneros
históricos, de muy variada raigambre enunciativa.
Si allí vindiqué el concepto de norma, atrayendo a la literatura el
que Eugenio Coseriu había reclamado para la Lingüística, fue convencido
de que un género no es nunca una casilla en un sistema, en todo caso se
salva de la individualidad del habla literaria solo si es considerado como
norma histórica, que define el horizonte de expectativas de los modelos
intertextuales en un funcionamiento en todo caso polisistémico, que
comprende junto a posiciones enunciativas, tradiciones temáticas, moldes
estilísticos y niveles de lengua, como la propia Rota Virgilii del bajo
medioevo nos había enseñado. Mi concepción de género está por tanto más
cerca de la concepción clásica de “estilo” que de la de modo.
Pero fue la fortaleza del sistema triádico vinculado a la Poética
literaria, fuente constante de confusión en torno a la nueva categoría del
ensayo, para la que hubo de imaginar otra casilla. Los géneros literarios
eran tres, y tres habían de serlo, y cuando se trató de incluir el ensayo, y
podemos seguirlo de cerca en los recorridos de Paul Hernadi (1972) o del
propio G.Genette, todo era un intento de miscelánea compleja donde bajo
la categoría de “Didácticos” (tomada del viejo Diomedes), o bien
“Argumentativos” (en la tradición de la Retórica) se intentaba aunar dentro
de un criterio enunciativo y expresivo-temático (prosa doctrinal) todo
aquello que permitiera incluir al mismo tiempo la Biografía, la
Historiografía, la Filosofía, la Estética (Tratados de Pintura o de Música) el
libro de educación de Príncipes, etc. De ese modo se amalgamaron en tal
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un año vuelva con otro poema. El que trae Ollan, puntual al cabo del año,
es muy diferente al anterior. No respeta las reglas, sean estéticas o sean
retóricas (“Las metáforas eran arbitrarias o así lo parecían”), la obra no es
ya imitación de los modelos antiguos, sino invención propia. El poeta esta
segunda vez lee su oda, no la declama con la seguridad del molde antiguo;
nos dice Borges que “lo leyó con visible inseguridad, omitiendo ciertos
pasajes, como si él mismo no los entendiera del todo o no quisiera
profanarlos” Esta segunda versión no es ya imitación, sino invención: y
escribe el argentino: “ No era la descripción de una batalla. Era la batalla.”
Este segundo poema captura a los oyentes. Dice Borges, haciendo un guiño
con el lenguaje metaliterario barroco que “suspende, maravilla y
deslumbra”. Hemos pasado pues la frontera que comunica con la creación
literaria moderna, con la invención de una nueva realidad, en cierto modo
liberada, como textualidad y como horizonte de los hechos, pero también
de los modelos repetidos, de la simple ejercitación retórica de los topoi
antiguos.
Muchas y muy diversas lecciones pueden extraerse de esta diferencia
entre aquella oda declamada y el poema leído. Pero la más evidente ha
pasado desapercibida a los exegetas: no solo ha habido un tránsito desde la
imitación a la invención, también lo ha habido desde la oralidad (la primera
oda fue declamada, recitada) y la escritura (el poema de Ollan es leído,
aunque lo sea en voz alta es ya escritura).
Sobre escritura y sobre esta diferencia quiero tratar brevemente.
Porque considero fundamental y el primer rasgo definitorio de las
coincidencias de las nuevas modalidades de la escritura del yo, el ser
precisamente eso, “escrituras”, es decir que a diferencia de otros géneros
(como la lírica, la novela, el cuento, la epopeya, el teatro) la modalidad de
la escritura que aquí nos convoca, dentro de la familia de “escrituras del
yo”, no han tenido formulaciones orales en nuestra tradición literaria.
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Mientras que otros géneros han tenido una dilatada vida oral (incluso puede
decirse que en su misma configuración les ha sido fundamental la
recitación o el canto, así la épica y la lírica y aun la tragedia y en general
todo el teatro se oyen declamados y de hecho vivieron durante siglos
ligados al verso); no se concibe empero para las que ahora nos ocupa una
formulación oral.
Ello puede llevarnos a concluir, como primera hipótesis que quiero
adelantarles la estricta interdependencia, cuando hablamos de “escrituras
del YO” entre ambos funtivos de la función: la emergencia del yo en la
cultura Occidental es “escritural”, viene vinculada a un cambio notable de
las condiciones de creación pero también de transmisión de los propios
textos. Quizá esto explique la inexistencia de autobiografías propiamente
dichas en el mundo antiguo. Bajtín (1975: 284) lo explicaba con otro
metalenguaje, decía que el cronotopo de la autobiografía era individual y
privado, frente al del panegírico o las biografías (muy abundantes en el
mundo antiguo) cuyo cronotopo era el ágora. El encomio, panegírico, la
loa, (la oda que primeramente compone Ollán en el texto de Borges), las
biografías de hombres ejemplares, es un ejercicio que expulsa lo privado,
ámbito en el que Montaigne sin embargo insiste mucho, y las formas de lo
íntimo. No puedo entretenerme ahora en todas las consecuencias,
extremadamente importantes de esta vinculación.
De hecho la primera formulación, el origen cifrado por todos en la
obra Confesiones de San Agustín, no sólo es escritural, sino que va
marcando en sus dos etapas de desarrollo (puesto que hay una posible
separación entre los primeros nueve capítulos y el resto, no un proceso
abstracto del yo, sino de adquisición del yo en la propia conciencia de la
conversión que es además ineludiblemente ligado a la obra que le lector va
leyendo (o escuchando leer en otro tiempo), de forma que el yo, el hombre
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Desparramando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin
designio ni plan, no estoy obligado a ser perfecto, ni a concentrarme en una sola materia, varío
cuando bien me place, entregándome a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que
es la ignorancia” (Apud. P.Aullón de Haro, 1992: 9)
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Adorno, T.W: “El ensayo como forma” en Notas sobre Literatura. Obra
Completa. Vol. 11.Madrid, Akal, 2003
Arenas Cruz, M.E., 1997: Hacia una teoría general del ensayo.
Construcción del texto ensayístico. Cuenca, Ediciones de la Universidad de
Catilla la Mancha
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Bense, Max, 1947: “Über den Essay und Seine Prose”, Merkur,I, pp. 414-
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