Sanchis Sinisterra Jose - Vitalicios

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Más abajo aún del cuarto subsuelo, en una sórdida dependencia (la de

Asuntos Sub-legales) de una quizás pronto probable Vicepresidencia Cuarta (la de


Recortes Sociales), tres funcionarios cumplen rutinariamente una enigmática tarea:
la de asignar, a los nombres que figuran en cierta larga lista de personalidades
artísticas, un enigmático destino: SÍ NO INTERROGANTE.
José Sanchis Sinisterra

Vitalicios

Sainete negro
Personajes:

ADRIANITA

BASILIO

CARLOTA
ACTO PRIMERO
Despacho muy subterráneo. Una única puerta. Mesa y tres sillas. En una de las
paredes, un montaplatos. En otra, pantalla de circuito cerrado. En torno a la mesa, tres
funcionarios trabajan sobre unos papeles.

ADRIANITA.— Silva Núñez, setenta y siete.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Alonso Arenas, ochenta y uno.

BASILIO.— Música.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Lozano Peña, setenta y uno.

BASILIO.— Literatura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Pastor Molina, ochenta y tres.

BASILIO.— Literatura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— López Gil, sesenta y nueve.

BASILIO.— Danza.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Zarco del Arroyo, setenta.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— No.
ADRIANITA.— Vila Vila, noventa.

BASILIO.— Música.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Vázquez Soto, sesenta y siete.

BASILIO.— Teatro.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Sancho Ayuso, setenta y dos.

BASILIO.— Literatura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Peris Luengo, setenta y seis.

BASILIO.— Cinematografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Torres Torres, sesenta.

BASILIO.— Arquitectura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Pérez Nieto, setenta y uno.

BASILIO.— Teatro.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Ripoll Serra, cincuenta y siete.

BASILIO.— Videoarte.

CARLOTA.— (Pausa) No.


ADRIANITA.— Pacheco Pachón, sesenta y ocho.

BASILIO.— Música.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Sánchez Miralles, setenta y tres.

BASILIO.— Literatura.

CARLOTA.— (Pausa) Interrogante.

ADRIANITA.— Merino Melero, ochenta.

BASILIO.— Danza.

CARLOTA.— (Pausa) Interrogante.

ADRIANITA.— Vera Palou, cincuenta y nueve.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— (Pausa) Interrogante.

ADRIANITA.— Cornejo Domingo, cincuenta y nueve.

BASILIO.— Cinematografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Prat Prat, setenta y siete.

BASILIO.— Teatro.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Gratal Castillo, setenta y uno.

BASILIO.— Literatura.

CARLOTA.— No.
ADRIANITA.— Bernal Blanco, sesenta y nueve.

BASILIO.— Arquitectura.

CARLOTA.— (Pausa) Sí.

(Silencio)

BASILIO.— ¿Sí?

CARLOTA.— Sí.

(Silencio)

ADRIANITA.— Fernández Jaramillo, cincuenta.

BASILIO.— Fotografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Lobo Carvajal, cincuenta y seis.

BASILIO.— Música.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Álvarez de Medialdea, sesenta y cinco.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Morro Torcido, setenta.

BASILIO.— Vaya…

CARLOTA.— ¿Qué?

BASILIO.— Nada, nada… Danza.

CARLOTA.— No.
ADRIANITA.— Calvo y Cabezudo, setenta y dos.

BASILIO.— (Pausa) Literatura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Conejo Risueño, sesenta y uno.

BASILIO.— (Pausa) Fotografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Palacín Palazón… cincuenta y nueve.

CARLOTA.— ¡Ya basta, Basilio! ¿Lo encuentra gracioso?

BASILIO.— No, perdone… Es por la racha.

CARLOTA.— ¿Qué racha?

BASILIO.— Los nombrecitos esos: Morro, Cabezudo, Conejo…

CARLOTA.— ¿Y piensa que es ocasión para reírse?

BASILIO.— No, no… De ningún modo… Lo siento, Carlota, yo…

CARLOTA.— Basta. Sigamos.

ADRIANITA.— Palacín Palazón, cincuenta y nueve.

BASILIO.— Arquitectura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Serra y Jordá, sesenta y seis.

BASILIO.— Teatro.

CARLOTA.— (Pausa) Sí.

(Silencio)
ADRIANITA.— Heras González-Cueto, setenta y uno.

BASILIO.— Música.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Aguilera Cabañas, sesenta y ocho.

BASILIO.— Fotografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Rojas Salazar, cincuenta.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— (Pausa) Interrogante.

ADRIANITA.— ¿Interrogante, Rojas Salazar?

CARLOTA.— Sí: interrogante.

ADRIANITA.— Es el cuñado de…

CARLOTA.— Ya sé de quién es cuñado. Todos son cuñados de alguien. O


primos, o sobrinos, o padres…

BASILIO.— O amantes…

CARLOTA.— Exacto: o amantes. Pero eso, a nosotros, no debe afectarnos.

BASILIO.— No debe.

ADRIANITA.— Sí, claro… Pero Rojas Salazar…

CARLOTA.— Interrogante.

ADRIANITA.— No se hable más: interrogante.

BASILIO.— Interrogante. ¿Siguiente?

ADRIANITA.— Vélez Saavedra…


BASILIO.— ¿La Torbellino? ¿Aún está viva?

ADRIANITA.— Y coleando… Noventa y nueve.

BASILIO.— Ave María… Que diga: danza.

CARLOTA.— No.

BASILIO.— ¿Está segura? ¿No le haríamos un favor?

CARLOTA.— ¿A quién?

BASILIO.— A ella misma. Sería un modo de…

CARLOTA.— No estamos aquí para hacer favores a los artistas, sino… a la


nación.

BASILIO.— Pues también.

CARLOTA.— (Pausa) También, ¿qué?

BASILIO.— También le hacemos un favor…

ADRIANITA.— ¿A quién?

BASILIO.— A la nación, ¿no? Tantos años coleando, como usted dice… Es


como para estar un poquito hartos de torbellinos.

CARLOTA.— No sea usted prosaico, Basilio. Esa mujer lleva la danza en el


alma.

BASILIO.— En el alma, no le digo que no. Pero en el cuerpo…

CARLOTA.— En el cuerpo, ¿qué?

BASILIO.— Nada, nada… Entonces, La Torbellino, no.

ADRIANITA.— Vélez Saavedra.

BASILIO.— Eso: Vélez Saavedra…

CARLOTA.— No.
BASILIO.— OK. Sigamos.

ADRIANITA.— Ledesma Morales, sesenta y dos.

BASILIO.— Cinematografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Ferreira de la Mora, treinta y nueve.

BASILIO.— Videoarte. Yo a este…

CARLOTA.— ¿Qué?

BASILIO.— Treinta y nueve años… Tiene cuerda para rato.

CARLOTA.— Sí, ya sé… Pero en Asia se lo rifan.

ADRIANITA.— Eso, a nosotros…

CARLOTA.— No debe afectarnos, claro. Pero es «no».

BASILIO.— ¿Y un interrogante?

ADRIANITA.— Un interrogante estaría muy bien.

CARLOTA.— El problema es que ya tenemos… unos cuarenta


«interrogantes». Y sólo cuatro «síes».

BASILIO.— Y hemos de llegar a quince.

CARLOTA.— Quince «síes», sí…

ADRIANITA.— Quince…

(Silencio)

BASILIO.— ¿Y si nos diéramos un descansillo?

ADRIANITA.— No es mala idea.

CARLOTA.— Pero andamos con retraso, ¿eh?


ADRIANITA.— Sí, ya sé… Sólo diez minutos.

BASILIO.— ¿Cuándo hay que entregarlo?

CARLOTA.— Mañana.

BASILIO.— Ya, ya… Pero, ¿a qué hora?

CARLOTA.— El consejo es a las siete, pero Martina lo quiere una hora antes.

ADRIANITA.— Para hacer algún cambio, seguro.

CARLOTA.— No: para estudiar la relación… y dar explicaciones, si se las


piden.

BASILIO.— ¿Qué explicaciones le van a pedir? Mientras les cuadren los


números…

ADRIANITA.— Ni a martillazos.

BASILIO.— ¿Qué?

ADRIANITA.— Los números… Que no les van a cuadrar ni a martillazos.

CARLOTA.— ¿Pesimismo, Adrianita?

ADRIANITA.— ¿Pesimismo, yo? ¿Cómo se atreve a…? ¿Me hubiera


presentado voluntaria para esta… misión, si fuera pesimista?

BASILIO.— Bueno: tanto como voluntaria…

ADRIANITA.— ¡Voluntaria, sí! No como otros… ¡Y páseme las almojábanas,


que se le van a atragantar!

BASILIO.— ¿A qué «otros» se refiere?

CARLOTA.— Bien, bien… No nos pongamos a discutir. Pero es verdad que


están un poco amazacotadas.

ADRIANITA.— ¿Qué? ¿Las almojábanas?

BASILIO.— Porque, si se refiere a mí…


CARLOTA.— Y este café parece de recuelo, ¿no?

ADRIANITA.— Bueno: hay que dar ejemplo.

CARLOTA.— Pero sin exagerar.

BASILIO.— A ver, Carlota: dígalo usted. ¿Qué estaba yo haciendo cuando


pidieron voluntarios?

CARLOTA.— No me acuerdo, la verdad…

BASILIO.— Ah, ¿no se acuerda? ¿Ni de quién andaba operando en los


museos regionales?

CARLOTA.— ¿En los museos? ¿No era Zugazaga?

BASILIO.— Zugazaga se ocupaba de los sistemas de seguridad. Pero operar,


lo que se dice operar… O sea, el que afanaba los cuadros…

ADRIANITA.— «Afanaba»… No sea ordinario, Basilio. Cualquiera diría que


estamos metidos en… asuntos ilegales, o algo así.

CARLOTA.— Nada de eso: sublegales.

BASILIO.— ¿Qué?

CARLOTA.— Nuestro cometido: Asuntos Sublegales. Es la denominación


oficial.

BASILIO.— Ah, ¿sí? ¿Y por eso nos meten en el quinto subsuelo?

CARLOTA.— Al revés.

BASILIO.— No lo entiendo…

ADRIANITA.— Por cierto: eso de que el ascensor sólo llegue hasta el


cuarto…

BASILIO.— ¿El cuarto subsuelo?

ADRIANITA.— Sí… Y tener que bajar aquí por esas escaleruchas…


BASILIO.— Ahora que lo dice…

CARLOTA.— Tan… discretas, es verdad…

ADRIANITA.— Siniestras, diría yo.

CARLOTA.— Bueno: no tanto…

BASILIO.— ¿No tanto?

CARLOTA.— Lo que importa no son las escaleras, sino el escalafón.

ADRIANITA.— ¿Y eso qué quiere decir?

CARLOTA.— A ver, Adrianita: ¿a usted le tocó esta plaza en una rifa?

ADRIANITA.— ¡Claro que no! La saqué por oposición y concurso de


méritos, faltaría más…

CARLOTA.— Pues eso.

ADRIANITA.— Eso, ¿qué?

CARLOTA.— Que ya está usted en el escalafón, y de ahí no hay quien la


mueva. La pueden subir y bajar, eso sí… lo mismo que a nosotros, ¿verdad,
Basilio?, pero…

BASILIO.— ¿Qué?

CARLOTA.— ¿Qué hace?

BASILIO.— Nada… Estoy curioseando por aquí… ¿Cuántas horas llevamos


en esto?

ADRIANITA.— Eso: ¿cuántas?

CARLOTA.— ¿También se quejan del horario? Pero, ¿qué clase de


funcionarios son ustedes?

BASILIO.— De la clase F. R. B., si no me equivoco.

CARLOTA.— Exactamente: Funcionarios Reciclables Blindados, ¿se dan


cuenta? Blindados. O sea que tenemos el futuro asegurado. Caerán los Presidentes,
los Ministros, los Directores Generales, los Secretarios y Sub-secretarios… ¡incluso
los Asesores! Pero nosotros…

ADRIANITA.— ¿Los asesores también?

CARLOTA.— Bueno: algunos… Pero nosotros seguiremos aquí… o en otro


subsuelo… garantizando la función pública. ¿Y se quejan de escaleras y de horas
extra?

BASILIO.— No, quejarnos no. Pero reconozca que podrían habernos metido
en un agujero más digno.

CARLOTA.— La dignidad la pone nuestro oficio, Basilio, que es el oficio


más antiguo del mundo.

ADRIANITA.— ¿El más antiguo, de veras?

BASILIO.— Bueno: yo diría que es el segundo…

ADRIANITA.— ¿Y cuál es el primero?

CARLOTA.— (Tras una pausa) Piense en Mesopotamia, por ejemplo. ¿Quién


levantó su poderío, frente a tantos pueblos y culturas que lo amenazaban? ¡Sus
funcionarios!

BASILIO.— Si usted lo dice…

ADRIANITA.— Pero seguro que en Mesopotamia no metían a los


funcionarios tan… tan… en lo hondo. O les pondrían ascensor, seguro.

BASILIO.— Pues a mí, lo que me da mal rollo es el montaplatos ese.

CARLOTA.— ¿El montaplatos? ¿Por qué?

BASILIO.— No sé… Me recuerda una obra de Pinter que…

ADRIANITA.— ¿De quién?

BASILIO.— De un autor inglés: Harold Pinter… ¿No lo conocen?


ADRIANITA.— Yo el teatro ni lo piso.

CARLOTA.— ¿Y qué pasaba en esa obra?

BASILIO.— No entendí ni los muebles. (Pausa) Pero había dos tipos allí,
pendientes de un montaplatos…

ADRIANITA.— ¿Y qué?

BASILIO.— Y tampoco es que recuerde mucho, pero la cosa también iba de


eliminar a alguien…

(Silencio)

CARLOTA.— ¿Qué tal si seguimos con lo nuestro?

ADRIANITA.— Sí, porque estas almojábanas…

CARLOTA.— Por no hablar del café.

ADRIANITA.— Yo, si les parece bien, mañana elevo una queja a la Sección
de Suministros.

CARLOTA.— Esto no viene de Suministros.

ADRIANITA.— Ah, ¿no?

CARLOTA.— Juraría que son las sobras de Protocolo… Yo de usted, Basilio,


no tocaría el montaplatos.

BASILIO.— No lo estoy tocando. Sólo le busco el pelendengue.

ADRIANITA.— ¿El qué?

CARLOTA.— Pues luego no se queje.

BASILIO.— ¿De qué me quejo yo?

ADRIANITA.— ¿Qué le está buscando?

CARLOTA.— Cuando estropeó el ecorretrete…


BASILIO.— ¿Ya volvemos con eso?

CARLOTA.— … Y le descontaron del sueldo la reparación, ¡cómo se puso!

BASILIO.— Era una filfa, el invento ese… ¿Qué pensaban que íbamos a
ahorrar con un… «ecorretrete»?

CARLOTA.— Mejor dejemos el tema…

BASILIO.— Sí: dejémoslo, que huele.

CARLOTA.— Vaya que sí… Una semana estuvo oliendo toda la octava
planta.

ADRIANITA.— ¡Ay!

BASILIO.— ¿Qué le pasa?

ADRIANITA.— El montaplatos este… Que me ha dado una garrampa…

CARLOTA.— Ya he dicho que no lo toquemos hasta recibir instrucciones.

ADRIANITA.— Sólo quería saber… lo que Basilio le estaba buscando.

CARLOTA.— ¿El pelendengue?

ADRIANITA.— Eso mismo.

CARLOTA.— Pero, Adrianita: ¿usted es tonta o se tiñe el pelo?

ADRIANITA.— ¿Qué quiere decir?

BASILIO.— No le haga caso, mujer, que a Carlota ya sabemos lo que le


pasa…

CARLOTA.— ¿Qué me pasa?

ADRIANITA.— ¿Qué le pasa?

BASILIO.— Nada, nada… A trabajar, que se acabó el recreo.

(Silencio tenso. Vuelven todos a sus puestos)


ADRIANITA.— Peris Pichardo, sesenta y tres.

BASILIO.— Cinematografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Lagarde Carballo, setenta y siete.

BASILIO.— Fotografía.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Almela Vidal, ochenta.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Rico Hualde, cincuenta y nueve.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— Interrogante.

ADRIANITA.— Losa García, interrogante.

BASILIO.— Literatura… ¿Cómo?

CARLOTA.— ¿Qué?

ADRIANITA.— Sí, eso pone aquí: «Interrogante»…

BASILIO.— ¿En la edad?

ADRIANITA.— Eso mismo: no se sabe.

CARLOTA.— ¿No se sabe cuántos años tiene Losa García?

ADRIANITA.— Ni idea.

BASILIO.— ¿Y eso por qué?


ADRIANITA.— Vaya usted a saber. Aquí no dice nada.

BASILIO.— Pero un chaval seguro que no es.

CARLOTA.— Qué va: si fue uno de los primeros.

ADRIANITA.— ¿De los primeros qué?

CARLOTA.— Premios Vitalicios… Si no el primero.

ADRIANITA.— ¿El primer Premio Vitalicio? Qué honor, ¿verdad?

CARLOTA.— Bueno: honor… Se rumoreaba que era hijo natural del


ministro de turno.

BASILIO.— Y así se ahorraba pasarle una pensión de su bolsillo.

CARLOTA.— No sea cínico, Basilio. Aquella fue una medida brillante y


generosa.

ADRIANITA.— ¿La de crear los Premios Vitalicios?

CARLOTA.— Se premiaba el talento artístico… garantizando su futuro.

ADRIANITA.— Para toda la vida…

BASILIO.— Incluso en la chochez, sí.

CARLOTA.— Incluso. (Pausa. Soñadora:) Eran años de bonanza económica.

BASILIO.— Cierto. (Pausa) De prosperidad.

CARLOTA.— De estabilidad financiera.

BASILIO.— De crecimiento acelerado.

CARLOTA.— De mercados en expansión.

BASILIO.— De créditos a troche y moche.

CARLOTA.— De sonrisas bancarias.


BASILIO.— De sueldos opulentos y primas suculentas.

ADRIANITA.— ¿Y es verdad que había empleos para todos?

(Silencio)

CARLOTA.— Y el gato.

ADRIANITA.— ¿Qué gato?

CARLOTA.— Quiero decir que sobraban los puestos de trabajo.

ADRIANITA.— No me lo puedo ni imaginar…

BASILIO.— Pues haga un esfuerzo, Adrianita, que no se le van a caer las


pestañas…

ADRIANITA.— ¿Qué les pasa a mis pestañas?

BASILIO.— Nada, nada: tranquila… Solo piense que en los periódicos, por
ejemplo, que eran todos de papel…

ADRIANITA.— ¿De veras?

BASILIO.— Se lo juro… Pues en los periódicos, le digo, había más páginas


con ofertas de empleo que con deportes…

ADRIANITA.— ¡No me lo puedo creer!

BASILIO.— Y es más: salía un chaval del colegio, tan fresco, y en vez de


tipos ofreciéndole droga, ¿sabe lo que había a la puerta?

ADRIANITA.— ¿Qué había?

BASILIO.— ¡Empresarios con contratos de trabajo para todos los gustos!

ADRIANITA.— Ya será menos…

CARLOTA.— Sí, Adrianita: era menos. Ya conoce a Basilio… Pero es verdad


que los tiempos daban para mucho. Quiero decir que el Estado se podía permitir
muchas alegrías. Los Premios Vitalicios, por ejemplo.
BASILIO.— Y la cultura tenía hasta un Ministerio propio, ya ve qué
alegría…

ADRIANITA.— ¡Eso sí que no cuela!

CARLOTA.— Pues cuélelo, muchacha, cuélelo… ¡Un Ministerio propio, la


cultura!

ADRIANITA.— ¿Y cómo ha venido a parar aquí?

CARLOTA.— ¿Al quinto subsuelo?

ADRIANITA.— No: quiero decir al Ministerio de Gastronomía,


Tauromaquia y Fiestas Patronales.

CARLOTA.— Bueno, ya sabe… Son cosas que pasan en política. Hubo un


gobierno que la consideró superflua. Y poco rentable…

ADRIANITA.— Bueno: la verdad es que muy, muy útil no es, la cultura,


¿no?

CARLOTA.— No, pero da lustre. Y la verdad es que, en aquella época, los


sábados tenían otro pedigree, ¿verdad, Basilio?

BASILIO.— Y el arte florecía por doquier.

ADRIANITA.— ¿Por doquier? ¿De veras?

CARLOTA.— Basilio exagera. Florecía donde lo regaban con prebendas.

BASILIO.— O sea: por doquier.

CARLOTA.— Pues lo que es en mi pensil, no cayó ni una gota…

BASILIO.— ¿Qué quiere decir? (Pausa) ¿En su pensil?

CARLOTA.— Nada. Vamos a continuar, que aún nos faltan casi doscientos.

ADRIANITA.— Ciento ochenta y seis.

CARLOTA.— Pues eso. Losa García es sí.


ADRIANITA.— ¿Sí? ¿Está segura? ¿El primer Vitalicio?

CARLOTA.— Eso, a nosotros…

BASILIO.— Ya, ya… Adelante.

ADRIANITA.— Sabrido Cuesta, sesenta y nueve.

BASILIO.— Música.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Hernández Cano, cincuenta y ocho.

BASILIO.— Teatro.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Vallejo Vargas, sesenta y ocho.

BASILIO.— Arquitectura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Ruiz Valdivieso, setenta y cinco.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— ¡No!… Que diga: sí… O mejor…

BASILIO.— Mejor, ¿qué?

CARLOTA.— (Tras una pausa) Interrogante… No, no: sí.

BASILIO.— ¿En qué quedamos? ¿Sí, no, interrogante?

CARLOTA.— Sí.

BASILIO.— ¿Sí, qué? ¿Sí sí o sí interrogante?

CARLOTA.— No: interrogante, no. Sí…


BASILIO.— ¿Interrogante no o interrogante sí?

CARLOTA.— ¡No! ¡Sí!

BASILIO.— A ver, a ver… Me estoy haciendo un lío…

ADRIANITA.— Yo también. Empiezo: Ruiz Valdivieso, setenta y cinco.

BASILIO.— Sí…

CARLOTA.— ¿Cómo que sí?

BASILIO.— No… Quiero decir que… eso es: Ruiz Valdivieso, setenta y
cinco… Bellas Artes… Y…

CARLOTA.— Y… (Pausa) Déjenme pensarlo…

BASILIO.— (Tras una pausa) ¿Qué es lo que tiene que pensar?

CARLOTA.— (Pausa) Fue… mi maestro de dibujo.

BASILIO.— ¡Protesto! ¡Eso, a nosotros, no debe afectarnos!

CARLOTA.— Ya… Pero, si lo conocieran… No puedo olvidar cómo me


daba en los nudillos con una regla, cuando las flores me salían torcidas… «¡Parecen
alcachofas!», gritaba… Ahora no lo notaría, el pobre hombre, con lo cegato que
está, pero entonces… Él decía… creía que yo tenía aptitudes para el dibujo. Sobre
todo para el dibujo floral…

ADRIANITA.— Pero usted ha dicho que lo personal no cuenta, ¿verdad,


Carlota?

CARLOTA.— ¡Ya lo sé, ya lo sé! Pero es que don Toribio… con aquella
melena casi rubia… Mientras que ahora, pobre hombre…

BASILIO.— Ni pobre ni rico. Aquí sólo rige la aritmética. ¿Qué dice la


aritmética? ¿Sí, no o interrogante?

ADRIANITA.— Bueno, Basilio: la aritmética… y el Argumentario, ¿no?

BASILIO.— El Argumentario sólo en caso de saturación logarítmica.


ADRIANITA.— (Tras una pausa) ¿Y eso qué es?

BASILIO.— ¿No se ha leído el Manual, Adrianita?

ADRIANITA.— Leérmelo, claro que sí. Y muchas veces. Pero…

BASILIO.— Pero, ¿qué?

ADRIANITA.— Nada… Pero yo creo que una cosa así… no sé… podría
hacerse de otro modo.

BASILIO.— ¿De qué otro modo?

ADRIANITA.— ¿Y yo qué sé? Algo como más automático…

BASILIO.— ¿Más automático?

ADRIANITA.— Sí: o cibernético. Que no tuviéramos que manejarlo unas


personas. Es mucha responsabilidad, al fin y al…

CARLOTA.— ¡Está bien! ¡Sí!

ADRIANITA.— ¿Qué?

CARLOTA.— Don Toribio: sí.

BASILIO.— ¿Ruiz Valdivieso?

CARLOTA.— Sí. Y no se hable más.

BASILIO.— (Tras una pausa, compasivo) Bueno… Podemos ponerle


interrogante, como a La Torbellino.

ADRIANITA.— A La Torbellino… o sea, a Vélez Saavedra, le hemos puesto


no.

BASILIO.— Ah, ¿sí?

ADRIANITA.— Sí: no.

CARLOTA.— ¡No empecemos!


ADRIANITA.— No, no, por favor… Digo y repito a que a Vélez Saavedra le
hemos puesto no.

CARLOTA.— Pues a Ruiz Valdivieso le ponemos sí. Y sigamos.

BASILIO.— Eso.

ADRIANITA.— Cervera Chamorro, sesenta y seis.

BASILIO.— Videoarte.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Durán Mayor, setenta y siete.

BASILIO.— Arquitectura.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Morales Parrilla, ochenta y ocho.

BASILIO.— Literatura.

CARLOTA.— Sí.

(Silencio)

ADRIANITA.— Aurrecoechea Esnarrizaga, noventa y nueve.

BASILIO.— Bellas Artes.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Ezpondaburu Gurricharri, cincuenta y cinco.

BASILIO.— Música.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Clot Pla, cuarenta y nueve.

BASILIO.— Cinematografía.
CARLOTA.— Interrogante.

ADRIANITA.— Garcioliveros Monteagudo de Rabanillos, cincuenta.

BASILIO.— Interrogante.

CARLOTA.— (Pausa) ¿Cómo ha dicho?

BASILIO.— He dicho interrogante.

CARLOTA.— Eso me correspondería decirlo a mí, ¿no, Basilio?

BASILIO.— Es lo que pone aquí.

CARLOTA.— ¿En «Dominio Artístico»?

BASILIO.— Sí: en «Dominio Artístico».

ADRIANITA.— ¿Interrogante?

BASILIO.— Eso pone.

CARLOTA.— ¿Garcioliveros Monteagudo?

ADRIANITA.— De Rabanillos, sí.

CARLOTA.— ¿Interrogante?

BASILIO.— Hay una nota a pie de página. A ver…

ADRIANITA.— Yo lo vi en televisión, a Rabanillos. Un tipo más raro… ¿Les


digo cómo iba vestido? Bueno: o vestida. Porque tampoco estaba muy claro si era
carne o pescado.

CARLOTA.— No sea ordinaria, Adrianita. Hoy, esas cosas…

BASILIO.— Pues se ve que el funcionario tampoco lo tenía claro…

CARLOTA.— ¿Qué no tenía claro?

BASILIO.— Lo del «Dominio Artístico» de Rabanillos. Parece que este


señor… o lo que sea… se dedica a enviar por correo postal… «cartulinas de formas
y colores tornasolados diversos, hechas con papel vegetal podrido»… o sea: que
huelen lo suyo… «y que al arrugarlas producen frases musicales de Jimmy
Hendrix»…

(Silencio)

ADRIANITA.— ¿De quién?

CARLOTA.— De Jimmy Hendrix.

ADRIANITA.— ¿Y quién es ese?

BASILIO.— Un rockero del siglo pasado. No me diga que ni lo conoce…

ADRIANITA.— Pues, la verdad, no me suena…

BASILIO.— Ah, ¿no? ¿No le suena tampoco Everybody Knew But Me?

ADRIANITA.— ¿Cómo ha dicho?

BASILIO.— Escuche… (Se coloca en pose de rockero con guitarra y, después de


imitar los acordes iniciales, canta los primeros versos a voz en cuello) CARLOTA.—
(Interrumpiéndole) Basilio, por favor… ¡La hora!

BASILIO.— ¿Se da cuenta, Adrianita? Chaikovski y Jimi Hendrix son la


música del siglo XX. Lo demás: aspirina para patos. Ahí queda eso.

ADRIANITA.— Ah. (Pausa) Y lo de enviar esos sobres, ¿qué arte es?

BASILIO.— Ahí está la cosa.

ADRIANITA.— ¿Qué cosa?

BASILIO.— Lo del interrogante este.

CARLOTA.— Es arte moderno, Basilio. O más bien postmoderno.

ADRIANITA.— O transmoderno.

BASILIO.— O mixmoderno.

CARLOTA.— O polimoderno.
ADRIANITA.— O vicemoderno.

CARLOTA.— O metamoderno.

BASILIO.— Vale, vale…

ADRIANITA.— ¿Y gana dinero con eso?

CARLOTA.— No sé. Pero con el Premio Vitalicio…

BASILIO.— Puede arrugar cartulinas a troche y moche.

ADRIANITA.— Qué potra tienen algunos…

BASILIO.— Por no hablar de la jeta.

ADRIANITA.— Años me pasé pidiendo una beca para el Conservatorio… Y


hasta la ocarina se me mustió.

BASILIO.— (Tras una pausa) ¿A qué se refiere, exactamente, con que «se le
mustió la ocarina»?

(BASILIO y CARLOTA miran fijamente a ADRIANITA)

ADRIANITA.— (Alarmada) ¿Qué pasa? Ocarina: instrumento de viento, de


carácter popular, inventado por Donati di Budrio hacia 1860, hecho de barro
cocido o de metal y que tiene ocho orificios dispuestos en dos líneas, que
corresponden a las notas de la escala diatónica y que… (Pausa) Lo intenté primero
con el clarinete y luego con la flauta dulce, pero… ¿Qué pasa?

BASILIO.— ¿Se le mustió?

ADRIANITA.— Quiero decir que no se me daba muy bien… La ocarina


parece fácil, pero así, en plan autodidacta… Y como no me concedían la beca para
el Conservatorio…

BASILIO.— Se le mustió.

ADRIANITA.— Tal cual. Por eso me da rabia que Rabanillos tenga una beca
para toda la vida, como quien dice, haciendo esas memeces con cartulinas, que…
CARLOTA.— Señores, por favor… No bajemos de nivel. Los gustos
personales aquí no cuentan. Recuerden que estamos contribuyendo a sanear la
economía del país.

BASILIO.— Ya, ya… ¿Y qué le ponemos al Rabanillos este?

ADRIANITA.— Garcioliveros Monteagudo de.

CARLOTA.— Pues le corresponde un no.

ADRIANITA.— ¿No te digo yo…? Este se queda de Vitalicio para toda la


vida.

CARLOTA.— Sigamos.

ADRIANITA.— Garrote Pulido, cincuen—…

BASILIO.— Ya empezamos…

ADRIANITA.— Cincuenta y nueve.

BASILIO.— Danza.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Sabroso Palomino…

BASILIO.— Uy, uy, uy…

ADRIANITA.— Setenta y tres.

BASILIO.— Teatro.

CARLOTA.— No.

ADRIANITA.— Lapido Barata…

BASILIO.— ¡No puede ser!

ADRIANITA.— ¡Se lo juro! Lapido Barata…

BASILIO.— ¿Se dan cuenta?


CARLOTA.— ¿De qué?

BASILIO.— ¡Salen a rachas!

ADRIANITA.— ¡Es verdad!

CARLOTA.— ¿Quieren hacer el favor de tomarse en serio la…?

ADRIANITA.— Perdone, Carlota. Es que Basilio me…

CARLOTA.— ¡Ni es-que ni as-co! Como sigan así, voy a informar a Martina
de su… frivolidad.

ADRIANITA.— No, por favor…

BASILIO.— Y ahora que la nombra: ¿desde cuando Asuntos Sublegales


depende de ella? Para lo de los museos regionales, era Palomeque quien nos…

CARLOTA.— Desde que crearon la Vicepresidencia Cuarta.

BASILIO.— ¿La de Recortes Sociales?

CARLOTA.— Sí.

BASILIO.— O sea que ahora Martina está con el Vice-cuarto…

CARLOTA.— Es su mano derecha. O izquierda, más bien.

BASILIO.— Y los Sublegales dependemos de Recortes…

CARLOTA.— Y Recortes tiene «tijeras» en todos los Ministerios.

BASILIO.— Y línea directa con el Presidente, claro…

CARLOTA.— Claro.

BASILIO.— Pues lo tengo lustroso…

ADRIANITA.— ¿Qué tiene lustroso?

BASILIO.— El futuro laboral. Quiero decir: el escalafón…


CARLOTA.— ¿Por qué?

BASILIO.— Verá… Es que Martina y yo… tuvimos algunos roces… en el


pasado.

ADRIANITA.— ¿Qué clase de roces?

BASILIO.— En la Escuela de Arte Dramático, cuando estudiábamos para


actores…

CARLOTA.— ¿Estudiaban para actores?

BASILIO.— Bueno… Ella sí que quería ser actriz. Pero yo iba por otra cosa…

ADRIANITA.— ¿Qué cosa?

BASILIO.— Verá… Yo, de joven, era muy tímido, y…

ADRIANITA.— ¿Muy tímido, usted?

BASILIO.— Sí, de veras… Nadie lo diría, viéndome hoy, pero de joven


estaba lleno de complejos. Y de granos, claro… Ya saben: que si soy así, que si soy
asá, que si caigo bien, que si caigo mal… Complejos, vamos… O problemas
existenciales, que diría aquél…

ADRIANITA.— ¿Quién?

BASILIO.— No sé… Uno con barba… Total: que no ligaba nada, pero lo que
se dice NADA, ¿eh? Y entonces me dije: «Parece que la gente del teatro tiene la
manga muy ancha para esas cosas… ¿Qué tal si te arrimas un poco por ahí, a ver
cómo te reciben?»… O sea, que lo de actor era pura fachada, ¿me sigue?

ADRIANITA.— Sí, claro: tan tonta no soy… ¿Y qué pasó?

BASILIO.— Pues eso: que un día voy y me visto con una ropa de pirata, o
casi, que me prestó mi primo, y me planto en la Escuela…

(Zumbido, timbre y luz intermitente en el montaplatos. Silencio inquieto)

CARLOTA.— Ábralo usted, Adrianita, que está más cerca.


ADRIANITA.— Yo diría que Basilio está aún más.

BASILIO.— Qué va… Mire…

ADRIANITA.— Porque ha corrido la silla, que lo he visto…

CARLOTA.— Por favor, que no muerde…

ADRIANITA.— Ya sé… Pero, ¿cómo se abre?

BASILIO.— Debe de haber algún botón. Yo, desde aquí, claro, no lo veo…

ADRIANITA.— ¿Este?

CARLOTA.— Pruebe a ver…

(Se abre el montaplatos con un chirrido molesto)

BASILIO.— ¿Hay algo dentro?

ADRIANITA.— Una bandeja.

CARLOTA.— ¿Una bandeja? Sáquela pues.

BASILIO.— ¿Qué nos envían?

ADRIANITA.— Esto: canapés… más almojábanas…

BASILIO.— Vaya por Dios…

ADRIANITA.— … tres vasitos y una botella de licor… «Aromas de


Montserrat».

CARLOTA.— Qué detalle tan fino.

BASILIO.— Se ve que no saben qué hacer con las almojábanas.

ADRIANITA.— Y viene también un sobre.

CARLOTA.— Ajá. Instrucciones, seguro. Démelo.

BASILIO.— Y a saber de cuándo son los canapés…


ADRIANITA.— Eso de ahí es lacre, ¿verdad? El sobre está lacrado… Lo he
visto en el cine…

CARLOTA.— «Altamente reservado», dice.

ADRIANITA.— Qué emocionante…

CARLOTA.— Y también: «Quémese después de atribuir».

BASILIO.— ¿Cómo?

ADRIANITA.— «Quémese después de atribuir»… Qué misterioso…

BASILIO.— ¿Después de atribuir, qué?

CARLOTA.— No sé. Voy a abrirlo, a ver si…

(Lo abre, saca una hoja y la lee en silencio. Luego, con cierta rigidez, abre la botella,
se sirve un vasito y lo bebe de un trago)

BASILIO.— ¿Qué? (Silencio) ¿Qué pone en la carta? (Silencio) ¿Son nuevas


instrucciones? (Silencio) Vamos, Carlota: no se ponga enigmática…

CARLOTA.— Léalo usted, Adrianita, que es más moderna.

ADRIANITA.— ¿Moderna, yo? Bueno… A ver… (Lee) «Atribúyanse los


siguientes procedimientos a los sujetos seleccionados con SÍ»… (Pausa) «Uno: fallo
cardíaco… (Pausa) Dos: accidente de tráfico… (Pausa) Tres: derrame cerebral…
(Pausa) Cuatro: suicidio… (Pausa) Cinco: robo con homicidio… (Pausa) Seis:
envenenamiento lento… (Pausa) Siete: escape de gas… (Pausa) Ocho: ahogamiento
en piscina… (Pausa) Nueve: fallo en sistema de sujeción de ascensor… (Pausa)
Diez: teja suelta… (Pausa) Once: caída libre desde terraza… (Pausa) Doce: incendio
personalizado… (Pausa) Trece: malaria fulminante… (Pausa) Catorce: sobredosis de
tranquilizantes… (Pausa) Quince: infección prostática aguda»…

(Largo silencio. Se miran los tres) «Nota: la empresa encargada de efectuar los
procedimientos ofrece sustanciosos descuentos por más de quince servicios».

(Siguen los tres inmóviles)

OSCURO
ACTO SEGUNDO
(El aspecto de los tres funcionarios es más descuidado y su actitud, mucho menos
formal. Sobre la mesa hay tres botellas de licor)

BASILIO.— ¡Qué va, qué va! ¡Eso no es verdad! A quien se le ocurrió la idea
fue a Palomeque, si lo sabré yo… Cuando leyó no sé dónde que el negocio de
cuadros robados mueve en el mundo unos… dos mil o tres mil millones de
dólares. Y entonces Palomeque le contó la cosa al ministro, y el ministro puso unos
ojos como albóndigas, y le pasó el muerto a Zugazaga, que había hecho un cursillo
sobre sistemas de seguridad en Estocolmo, el muy lagotero…

ADRIANITA.— ¿El muy qué?

BASILIO.— El muy marrullero.

ADRIANITA.— ¿Y eso qué es?

BASILIO.— Pelandusco.

ADRIANITA.— Ah, bueno…

BASILIO.— Y como Zugazaga sabía que yo estaba en la Subsecretaría de


Coordinación de Fiestas Patronales, y que me pasaba el año recorriendo el país en
furgoneta…

CARLOTA.— ¿Y eso por qué?

BASILIO.— Para llevar los cirios de un pueblo a otro… Pues me llamó y me


dijo: «Oye, Basilio. ¿Tú cómo tienes eso de la moral?» Y yo le dije: «Así, así… ¿Por
qué?» Y él me soltó: «Porque el gobierno necesita fondos, y no hay de dónde, y
están pensando en escamotear algún que otro cuadro de los museos regionales…
para luego colocarlos de estrangis en el mercado negro». Y yo, que siempre he sido
muy peliculero… además de patriota, claro… le contesté: «Mira Zuga —yo
siempre le llamo así, porque con el Zugazaga completo a veces me atraganto—: tú
ya me conoces y sabes que a mí la moral me chorrea por todas partes. Pero cuando
se trata de apuntalar al estado… y más el Estado del Bienestar, faltaría más… me
meto la moral por el coxis, me envuelvo en la bandera nacional y apechugo con lo
que me echen mis superiores»…

CARLOTA.— El coxis no es ningún agujero, me parece a mí.


BASILIO.— ¿Y usted cómo lo sabe?

CARLOTA.— Bueno… Por algo tengo dos carreras.

BASILIO.— Pues por donde sea. El caso es que a Zuga se le puso una
sonrisa de oreja a oreja, me abrazó y me dijo: «Tipos como tú, Basilio, perfuman las
covachuelas ministeriales con el aroma recio de la testosterona»…

ADRIANITA.— ¿Y qué quería decir con eso?

BASILIO.— No sé. Pero, ¿a que suena bien?

CARLOTA.— A mí me suena a piropo machista.

ADRIANITA.— Pues a mí, a receta de farmacia…

BASILIO.— El caso es que me asignó una prima de riesgo y pusimos manos


a la obra. Treinta y cuatro cuadros de doce museos regionales en menos de dos
meses… ¡Ahí es nada!

CARLOTA.— ¿Treinta y cuatro, ustedes dos solos?

BASILIO.— Bueno: nos metieron en el equipo a Graciela Carrascales… Pero


solo para distraer a los guardas de seguridad, mientras nosotros…

CARLOTA.— ¿A Graciela, «la Multioperada»?

BASILIO.— Por eso mismo. Con escote y minifalda, no dejaba guarda con
cabeza. Quiero decir, que los mareaba como…

CARLOTA.— Ya me imagino, ya…

BASILIO.— Pero ahí, quienes nos la jugábamos éramos Zuga y yo. Sobre
todo yo, claro, porque la capucha, más que disimularme, llamaba la atención que
no veas…

CARLOTA.— ¿Con capucha iba, por los museos?

BASILIO.— Ya ve: manías de Palomeque, que es un zarangollo.

ADRIANITA.— ¿Un qué?


BASILIO.— Un zurraposo, quiero decir.

ADRIANITA.— ¿Un cómo?

BASILIO.— Un zorrocloco, en fin.

ADIANITA.— Ah, bueno…

BASILIO.— Y no quería ni muerto que las cámaras de vigilancia me


retrataran con las manos en la masa.

CARLOTA.— Y usted, Adrianita, ¿acaba con eso o no?

ADRIANITA.— Ya casi está.

CARLOTA.— Pues no se distraiga con las novelas de Basilio.

BASILIO.— ¿Novelas, dice? Ya me hubiera gustado verla a usted pasando


aquellos tragos… Y encima, sabiendo que estaba desvalijando el Patrimonio
Nacional.

CARLOTA.— Peor yo, que me tocó rapiñar los dineros de la Iglesia, siendo
como soy católica, apostólica y romana.

ADRIANITA.— ¿Romana? ¿Pero no es usted de Guadalajara?

BASILIO.— ¿Qué es eso de los dineros de la Iglesia?

CARLOTA.— Nada, nada. Olvídelo. Es Secreto de Estado.

BASILIO.— Vamos, Carlota… No se ponga legalista, que aquí estamos en el


quinto subsuelo.

CARLOTA.— Por eso mismo.

BASILIO.— Por eso mismo, ¿qué?

CARLOTA.— Más cerca del infierno, donde purgaremos nuestros pecados.

ADRIANITA.— ¡Aaaaaaaaaay!

BASILIO.— Cálmese, Adrianita, que eso son bobadas de beata… Y usted,


Carlota, déjese de pecados y recuerde que…

ADRIANITA.— ¿Pero no decían que ya habían clausurado el infierno?

CARLOTA.— No, pequeña: lo que han clausurado es el purgatorio. Y aun


eso, habría que verlo… Hay cosas que no se cierran así como así, de un día para
otro.

BASILIO.— ¿Y en cuál de las dos carreras ha estudiado eso?

CARLOTA.— Mire, Basilio: como empiece con sus…

BASILIO.— Yo lo que digo es que estamos haciendo un servicio a la Patria y


que, por lo menos a mí, la Historia me absolverá.

CARLOTA.— Sí, sí… Pero ya nos veremos en el Juicio Final.

ADRIANITA.— Como sigamos así, no mando la lista, ¿eh? Vamos: y que ni


la acabo. Porque esto… lo que estamos haciendo nosotros, digo… esto es mucho
más gordo que lo otro, sea lo que sea lo suyo con la Iglesia.

CARLOTA.— Pues no sé qué le diga, Adrianita. Porque empobrecer todavía


más a nuestra Santa Madre Iglesia…

ADRIANITA.— Nuestra no: suya. Que yo soy presbiteriana.

BASILIO.— Y yo, medio mormón.

CARLOTA.— ¿Medio mormón? Libertino completo, es usted…

BASILIO.— Pero, vamos a ver, Carlota: ¿qué es eso de «empobrecer todavía


más a…»?

CARLOTA.— Ya le he dicho que no puedo…

BASILIO.— Sí, ya sé que no puede. No puede contarlo en el telediario, desde


luego. Pero aquí, y sólo para nosotros, es como… como enterrar el secreto en una
tumba.

ADRIANITA.— ¿Quieren parar ya de truculencias?


CARLOTA.— Que no lo explico, ea. Le repito que es Secreto de Estado.

BASILIO.— ¿Y nosotros no somos el estado, eh? Las cloacas, de acuerdo…


Pero del estado, a fin de cuentas. ¿O no?

ADRIANITA.— Pues si ella no lo explica, yo tampoco cuento lo mío, que es


aún peor.

BASILIO.— ¿Lo suyo? ¿Qué es lo suyo?

CARLOTA.— ¿Y por qué quieren que sume la vergüenza de contarlo al


pecado de hacerlo? ¿No es bastante penitencia recordar cada día, cada noche…
aquellas crucecitas borradas con el tippex?

BASILIO.— ¿Crucecitas, dónde?

CARLOTA.— ¡Sí! ¡Las de las casillas!

ADRIANITA.— Cálmese… ¿Qué casillas?

CARLOTA.— ¡Allí, en las declaraciones de renta!

ADRIANITA.— Cada vez entiendo menos…

CARLOTA.— ¿No era un robo sacrílego, despojar a la Iglesia de tantas


donaciones generosas de sus fieles? ¡Sacrílego, sí! ¡Y abróchese los pantalones, por
el amor de Dios!

BASILIO.— Perdone, sí… Es que esas almojábanas… Pero, vamos a ver,


Carlota: ¿se refiere usted a las casillas de la declaración de la renta?

CARLOTA.— Sí, sí…

BASILIO.— ¿Las que hay que marcar con una crucecita?

CARLOTA.— Sí, sí…

BASILIO.— ¿Y usted borraba con un tippex…?

CARLOTA.— Sí, sí…

BASILIO.— ¿…las de los contribuyentes católicos…?


CARLOTA.— Sí, sí…

BASILIO.— ¿…que ceden una contribución a la Iglesia?

CARLOTA.— Sí, sí…

BASILIO.— Acabáramos… ¿Comprende ahora, Adrianita?

ADRIANITA.— Sí, sí… Que diga: no.

BASILIO.— ¿Cómo que no?

ADRIANITA.— Quiero decir… ¿por qué lo hacía?

BASILIO.— ¿Usted es tonta o le salen granos?

ADRIANITA.— ¡Ya vale, ¿no?!

CARLOTA.— ¡Sí! ¡Ya vale, Basilio! No me restriegue por la conciencia


aquellas horas de angustia… con los funcionarios desayunando en el bar de la
esquina… o almorzando en sus casas… ¡y yo allí, como una delincuente apóstata…
borrando crucecitas con el tippex!

BASILIO.— ¿Y quién le encargó esa misión? ¿Martina?

CARLOTA.— ¡Qué va! La cosa venía de más arriba.

BASILIO.— De más arriba… (Silba).

CARLOTA.— Claro: eso no eran Recortes Sociales.

BASILIO.— No, desde luego. Eran Enjuagues Fiscales.

ADRIANITA.— ¿Y fue mucho lo que… enjugaron?

CARLOTA.— Bueno, no sé… Sólo en mi circunscripción, unos cincuenta


millones.

BASILIO.— ¡Cincuenta millones! Y luego dicen que este no es un país


católico…

CARLOTA.— ¿Quién lo dice?


BASILIO.— Mi tía Flora, por ejemplo.

ADRIANITA.— ¿Su tía Flora es la que siempre le está regalando mascotas?

BASILIO.— No: esa es mi tía Fauna.

ADRIANITA.— ¿Fauna?

BASILIO.— Es una broma que le gastamos en la familia, por los bichos


que…

CARLOTA.— ¡Basta de frivolidades, que esto es muy serio! Y usted,


Adrianita, si no termina eso en cinco minutos…

ADRIANITA.— Ya va, ya va… Es que casi no me acuerdo de escribir a


mano. Ahora que todo es automático, tener que hacer esto en papel, qué tontería…

BASILIO.— El papel se quema y no queda rastro. En cambio, Internet es una


merienda de negros.

CARLOTA.— No sea racista, Basilio.

BASILIO.— Quiero decir que en la red se cuela cualquier mindungui y te


retrata hasta el pelendengue.

ADRIANITA.— ¿También hay de eso en la red?

BASILIO.— ¿Usted es tonta o le sudan las meninges?

ADRIANITA.— ¡Hasta aquí hemos llegado, señores! ¡Me voy ahora mismo
al Departamento de Personal y presento una denuncia en toda regla! ¡Por desacato
sexual!

BASILIO.— Perdone, Adrianita. Yo no quería…

CARLOTA.— No se ponga así, que son modos de hablar, sin mala


intención…

ADRIANITA.— ¿Piensan que por ser joven y llevar menos tiempo aquí,
pueden tacharme de tonta?
BASILIO.— Que no, de veras… Nada más lejos de…

ADRIANITA.— ¿O que me tocó este puesto en una rifa, como dijo ayer
Carlota?

CARLOTA.— De ningún modo. Todos sabemos que…

ADRIANITA.— ¿Y me hubieran encargado lo de los Cruceros sin Retorno si


fuera una paniaguada?

BASILIO.— Espere, no se vaya, que nosotros… ¿Verdad, Carlota?

CARLOTA.— Claro que no… ¿Qué ha dicho?

ADRIANITA.— Ni un minuto más.

CARLOTA.— ¿Qué es eso de los cruceros sin retorno?

BASILIO.— Déjeme que le explique…

ADRIANITA.— ¿Quién ha cerrado esta puerta?

BASILIO.— ¿Cruceros sin retorno? ¿Qué es eso?

ADRIANITA.— ¿Se dan cuenta? Ni idea tiene ustedes de esa misión… ¿Qué
pasa con la puerta? ¿Por qué no…?

CARLOTA.— Espere, espere… ¿Qué misión es esa de los…?

ADRIANITA.— Más de veinticinco mil jubilados a la Polinesia… Diecisiete


mil a la Melanesia… Taimaku, Takapoto, Aratika, Matuku, Savusavu, Kaukura,
Fakarawa…

CARLOTA.— Pero tranquilícese, Adrianita… ¿Qué le pasa? ¿Qué palabras


son esas?

BASILIO.— No llore, mujer… Y sea más clara…

ADRIANITA.— Rangiroa, Fulanga, Korotasera, Naunonga…

CARLOTA.— No nos estará insultando, ¿verdad?


ADRIANITA.— Todas las noches sueño con ellos allí, pobrecitos, en
aquellas islas del fin del mundo… Raraka, Kauhei…

BASILIO.— Ande, tómese esto, que le hará bien…

ADRIANITA.— ¡No quiero más almojábanas!

CARLOTA.— Tiene razón… ¿Cómo se le ocurre, Basilio?

BASILIO.— Es que ya no queda licor…

CARLOTA.— Pero, a ver, explíquese… ¿Qué son esas islas, y esos cruceros,
y esas palabrejas?

ADRIANITA.— Hay que reducir gastos, ¿no? Y las pensiones suben un


dineral, ¿no? Y estaría mal visto recortarlas aún más, ¿no? ¡Pues eso!

BASILIO.— Eso, ¿qué?

ADRIANITA.— Eso: cruceros casi gratis a los Mares del Sur… ¡pero solo de
ida!

CARLOTA.— ¿Cómo que «solo de ida»?

ADRIANITA.— Sí: viajes solo de ida. Pero sin que lo sepan, claro…

BASILIO.— ¿Los jubilados?

ADRIANITA.— Ellos se embarcan tan felices, rumbo a los Mares del Sur…
¡y allá los dejan!

CARLOTA.— ¿Dónde?

ADRIANITA.— Pues allá: en Fulanga, en Takapoto, en Naunonga…

BASILIO.— ¿Y eso son islas… de la Polinesia?

ADRIANITA.— ¡Y de la Melanesia!

CARLOTA.— Ave María Purísima…

ADRIANITA.— Algunas están desiertas, otras tienen volcanes, o arrecifes, o


pantanos… ¡y hasta turistas de Nebraska!

BASILIO.— ¿Y caníbales?

ADRIANITA.— Eso no lo ponía en los folletos.

BASILIO.— Claro que no lo pone: no iría ningún turista…

CARLOTA.— Bueno: eso depende…

BASILIO.— ¿De qué?

CARLOTA.— Hay gente para todo… Pero dígame, Adrianita: ¿esos


cruceros… son de verdad? Quiero decir: de agencias, con folletos y rutas y todo
eso…

ADRIANITA.— Bueno, sí: son agencias… de por allá.

CARLOTA.— ¿De por dónde?

ADRIANITA.— De Indonesia, de Tailandia, de Camboya… Agencias muy


baratas, de las que no preguntan.

BASILIO.— ¿Y qué iban a preguntar?

ADRIANITA.— Eso: tú pides solo viaje de ida y ellas… pues solo viaje de
ida. Y allá que los dejan.

BASILIO.— ¿En Takapoto?

ADRIANITA.— O donde sea. Y a los pocos meses, como no dan señales de


vida, adiós pensiones.

CARLOTA.— Pensándolo bien, es un ahorro considerable para el Estado…

BASILIO.— Y que, a lo mejor, los jubilados no se lo pasan tan mal por


aquellas islas. Con sus playas, y sus cocoteros, y sus nativas…

CARLOTA.— Me han dicho que por allá todo es muy barato…

ADRIANITA.— ¿Ustedes creen?


BASILIO.— Y hay mucha pesca submarina. Lo vi en un documental.

ADRIANITA.— Sí, pero sin equipo de buceo ni nada…

CARLOTA.— Ni falta que hace: los peces se te vienen a la boca…

(La pantalla se enciende y, en ella, aparece Martina. Los tres recomponen su


aspecto)

MARTINA.— Buenas tardes… ¿Todo bien por ahí?

BASILIO.— Buenas tardes, sí…

CARLOTA.— Buenas tardes, Martina… Sí: todo bien, más o menos…

MARTINA.— ¿Han acabado la relación?

CARLOTA.— Sí, ya casi está… ¿Verdad, Adrianita?

ADRIANITA.— Tres nombres me faltan, doña Martina. Es un minuto.

MARTINA.— Les recuerdo que son casi las seis.

CARLOTA.— Acabada ya está. Solo faltaba pasarla a limpio.

MARTINA.— ¿Cuántos, finalmente?

BASILIO.— Bueno… Cuando leímos lo de los descuentos por más de quince


servicios…

MARTINA.— ¿Qué?

BASILIO.— Apuramos la cosa y llegamos hasta veintiocho.

MARTINA.— No está mal. Todo sacrificio es poco. La situación se agrava


día a día, la presión de los mercados aumenta cada hora, hay que seguir
ahorrando, aunque nos duela.

CARLOTA.— En ello estamos, Martina.

BASILIO.— Nos duele, pero ahorramos.


MARTINA.— Y conste que el gobierno sabe del valor supremo del arte
como patrimonio cultural y espiritual del país.

CARLOTA.— No nos cabe ninguna duda. ¿Verdad, tú?

BASILIO.— Ninguna: el Presidente y los ministros no se pierden ni un


concierto, ni un estreno, ni una exposición.

MARTINA.— Pero cuando la crisis arrecia…

BASILIO.— No hay tu tía… Quiero decir: no hay más remedio que cortar
por lo sano.

ADRIANITA.— …Y «Malaria fulminante». ¡Ya está! Veintiocho. ¿La meto en


el montaplatos?

MARTINA.— Sí, por favor.

ADRIANITA.— ¿Dentro de este sobre?

MARTINA.— No hace falta. Viene directamente a mi despacho.

CARLOTA.— Para enviar… es este botón, ¿verdad?

BASILIO.— Deje, Carlota… Ya me ocupo yo. No le vaya a dar otra


garrampa, como ayer a Adrianita, que… ¡Aaaaaay!

CARLOTA.— ¿Le dio?

BASILIO.— No ha sido nada: un cosquilleo… casi agradable.

MARTINA.— ¿Aún le siguen gustando las cosquillas?

BASILIO.— ¿Las cosquillas? ¿Qué cosquillas? ¿A mí? ¿Por qué me lo…?


Yo… esto… ¿Qué quiere decir? ¿Cosquillas?

MARTINA.— Nada, nada… Pues, lo que les decía: este gobierno no es como
el de Platón, que pretendía eliminar a los artistas de su República ideal.

CARLOTA.— No, ¿verdad?

MARTINA.— Y eso que, en mi opinión, los hay que se merecen algunas de


las perlas que les dedica el filósofo…

ADRIANITA.— ¿Qué perlas?

MARTINA.— Si no recuerdo mal, los tacha de pedantes, falsarios y medio


majaras.

BASILIO.— Pues vaya con el Platón ese…

ADRIANITA.— Seguro que estaba pensando en Rabanillos, el de las


cartulinas malolientes.

MARTINA.— Y no quiere ni que se acerquen a los niños, porque les llenan


la cabeza de embelecos y paparruchas… Ajá: aquí está la relación.

(Extiende la mano y toma el papel)

CARLOTA.— Tenga en cuenta que para la… el… los procedimientos que
había que atribuir a los «síes»…

MARTINA.— (Mientras revisa el papel) ¿Sí?

CARLOTA.— Pues que, como no teníamos instrucciones para… para


atribuirles la…

MARTINA.— ¿Qué?

BASILIO.— O sea… Quiere decir Carlota que ni en el Manual, ni en el


Argumentario, ni en el Prontuario, ni en el Corolario, ni en el Suplementario…

MARTINA.— ¿Acabamos ya?

BASILIO.— …se indicaba a quién le tocaba el infarto y a quién la teja.

MARTINA.— ¿Y?

ADRIANITA.— Y entonces lo hemos sorteado al «Pingui-Pilongo».

MARTINA.— ¿Al qué?

ADRIANITA.— Al «Pingui-Pilongo»…Es un juego que nos inventamos en el


colegio para… para redistribuir las meriendas. Porque a nadie le gustaba la que le
ponían en su casa. Entonces, pues nos numerábamos todos, y a cada merienda le
poníamos un…

MARTINA.— Está bien, no importa. El caso es que a cada uno de los


Vitalicios seleccionados le han asignado una… un procedimiento, ¿no?

CARLOTA.— Exacto. Pero ya ve cómo son las cosas: por esos misterios de
las coincidencias probabilísticas aleatorias…

MARTINA.— ¿De las qué?

CARLOTA.— Bueno, da igual… Lo que quiero decir es que el azar del


sorteo…

ADRIANITA.— O sea: del «Pingui-Pilongo».

CARLOTA.— Eso… Nos ha dado… a ver… un cincuenta y dos por ciento de


«caídas libres desde terraza»…

MARTINA.— Vaya, qué coincidencia…

CARLOTA.— Eso mismo. Y un veinticuatro por ciento de «ahogamientos en


piscina».

MARTINA.— Va a resultar un poco raro, si no las espaciamos un poco…

CARLOTA.— Sobre todo, siendo como son notoriedades nacionales. Y


algunos muy mediáticos.

BASILIO.— Pues «fallos en la sujeción de ascensor» han salido lo menos


seis.

MARTINA.— ¡Caray con el «Pongo-Pilingui»!

ADRIANITA.— «Pingui-Pilongo».

MARTINA.— Habrá que pedir a la empresa que amplíe el catálogo de


servicios…

CARLOTA.— ¿Qué empresa?


BASILIO.— ¿Qué catálogo?

ADRIANITA.— ¿Qué servicios?

MARTINA.— Nada, nada… Ustedes no se preocupen, que ya me encargo


yo. ¿Les puedo pedir que se queden ahí un ratito más, por si hay alguna duda?

CARLOTA.— Bueno… Si es necesario… Pero tenga en cuenta que llevamos


aquí dos días…

BASILIO.— Y que el ecorretrete se ha vuelto a estropear.

ADRIANITA.— Por cierto, que a la puerta esa no sé lo que le pasa…

MARTINA.— Es un momento, ya les digo. Y todos estamos haciendo horas


extraordinarias, no lo olviden. Incluso el Vicepresidente Cuarto…

BASILIO.— ¿Siguen los recortes?

MARTINA.— ¿Qué recortes?

BASILIO.— Bueno… Todos los que… O sea… Estos, por ejemplo… Y todos
los demás, todo lo que hay que recortar por aquí y por allá para… ¿O se me ha
escapado algo?

MARTINA.— ¿Quién habla de recortar? ¿Quién está recortando aquí?


Ajustar: esa es la palabra, ¿entienden? Estamos simplemente ajustando algunas
zonas del gasto público que se habían desabrochado alegremente… en épocas de
vacas gordas.

CARLOTA.— Bien lo decía mi madre, que en gloria esté: «El que tarde y mal
se abrocha, la Pelona lo desmocha».

BASILIO.— ¿Va por mí eso?

CARLOTA.— No, Basilio: lo digo por el gasto público… que hay que
ajustarlo, como dice Martina. Sobre todo para salvar a los bancos, que están con el
agua al cuello, ¿no es verdad?

ADRIANITA.— Es lo que dice mi novio, que está de cajero en un banco… Y


que ya no pueden ni prestar, los pobres…
BASILIO.— ¿Cajero, su novio? No será cajero automático…

ADRIANITA.— Qué va… Si incluso se llama Eugenio…

BASILIO.— Ah, menos mal…

MARTINA.— Bien, pues ahí les dejo, hablando de economía, que es un tema
muy serio. Hasta luego.

(Se apaga la pantalla)

CARLOTA.— ¡Espere, Martina! Díganos al menos cuánto tiempo más nos


hemos de quedar aquí…

ADRIANITA.— ¡Y la puerta! ¡Que arreglen esa puerta!

BASILIO.— Se esfumó, la muy…

CARLOTA.— Cuidado, Basilio, que puede haber cámaras ocultas.

BASILIO.— ¿Usted cree?

CARLOTA.— O micrófonos. Cualquiera sabe…

BASILIO.— No… Si yo solo iba a decir «la muy presurosa», por lo rápida
que…

CARLOTA.— Ella siempre ha sido así: rauda, apresurada… pero eficaz.

BASILIO.— En cambio, ya ve: en la Escuela de Arte Dramático era más


patosa…

CARLOTA.— Cuidado…

BASILIO.— O sea, quiero decir: más bien parsimoniosa, cachazuda,


¿comprende? Cuando ella empezaba a ponerse a tono, uno ya se había dormido…
En cambio ahora, ¿verdad?, tiene un no sé qué de aquello… que lo lleva a uno
hasta allá, ¿me explico?

CARLOTA.— No mucho, la verdad.

BASILIO.— Que me espolea, vamos…


ADRIANITA.— Eso se llama «la erótica del poder», lo leí en la peluquería, y
ponía que…

(Suenan los avisos del montaplatos. Sobresalto y silencio inquieto en los tres)

BASILIO.— Y ahora, ¿qué?

CARLOTA.— ¿Más instrucciones?

ADRIANITA.— ¿Más degustaciones?

BASILIO.— Pues… habrá que abrirlo.

CARLOTA.— Sí, desde luego…

ADRIANITA.— A usted le toca, Carlota.

CARLOTA.— ¿A mí? ¿Por qué?

BASILIO.— A ver si también le da la… el cosquilleo.

CARLOTA.— Verán como no.

(Toca el botón y se abre el montaplatos)

BASILIO.— ¿Qué?

ADRIANITA.— ¿Le dio?

CARLOTA.— Nada.

BASILIO.— ¿Nada?

CARLOTA.— Nada.

ADRIANITA.— Pues vaya…

BASILIO.— ¿Y qué hay?

CARLOTA.— Esto.

(Saca un cilindro de medio metro)


ADRIANITA.— ¿Y qué es?

CARLOTA.— Un estuche, parece.

BASILIO.— ¿De qué?

CARLOTA.— Aquí pone… «Escobilla ergonómica».

ADRIANITA.— ¿«Ergo» qué?

CARLOTA.— Ergonómica. Escobilla ergonómica.

ADRIANITA.— ¿Y eso qué quiere decir?

BASILIO.— Está muy claro: una escobilla… pero ergonómica. O sea…

(Silencio).

ADRIANITA.— O sea, ¿qué?

BASILIO.— Sáquelo, a ver.

CARLOTA.— (Al sacarlo) Yo diría que es…

BASILIO.— Sí, ¿verdad?

ADRIANITA.— ¿Qué es?

CARLOTA.— Un desatascador.

ADRIANITA.— ¿Para el ecorretrete?

BASILIO.— Muy probablemente.

ADRIANITA.— Qué detalle, ¿no?

CARLOTA.— ¿Detalle?

ADRIANITA.— Como Basilio dijo que estaba atascado…

BASILIO.— No dije que estuviera atascado. Dije solo «estropeado».


ADRIANITA.— Quizás Martina lo entendió mal.

BASILIO.— Recuerdo perfectamente que dije estropeado, no atascado. Elijo


bien las palabras cuando hablo con mis superiores. Y aún más con mis superioras.

CARLOTA.— ¿Por qué?

BASILIO.— Tengo muy clara la diferencia entre «atascado» y «estropeado».

CARLOTA.— ¿Por qué con sus superioras?

BASILIO.— ¿Qué?

ADRIANITA.— ¿Y cuál es la diferencia?

BASILIO.— ¿Cómo?

CARLOTA.— ¿No será otro resabio machista?

BASILIO.— ¿Qué cosa?

ADRIANITA.— Para mí, si una cosa está atascada, es porque se ha


estropeado.

BASILIO.— Según como se mire, porque…

(El montaplatos se cierra y suena el zumbido de subida. Silencio)

CARLOTA.— O sea que funciona… por control remoto.

ADRIANITA.— Automáticamente…

BASILIO.— ¿Y seguro que no había nada más?

CARLOTA.— ¿Dónde?

BASILIO.— Ahí dentro, en el montaplatos.

CARLOTA.— No: solo la escobilla.

BASILIO.— ¿Y ningún mensaje? ¿Tampoco dentro del estuche?


CARLOTA.— Yo no veo nada.

BASILIO.— A no ser que…

CARLOTA.— ¿Qué?

BASILIO.— Que el mensaje sea eso.

CARLOTA.— ¿La escobilla?

BASILIO.— Sí… Una escobilla… pero ergonómica, ¿comprende?

CARLOTA.— No.

BASILIO.— Yo tampoco, pero…

CARLOTA.— Pero, ¿qué?

BASILIO.— Ellos siempre hablan con doble sentido.

CARLOTA.— ¿Usted cree?

ADRIANITA.— Pues la puerta sigue sin poder abrirse.

BASILIO.— Claro: así pueden desdecirse cuando les da la gana.

ADRIANITA.— ¿Será que funciona también automáticamente?

CARLOTA.— No sea torticero, Basilio.

ADRIANITA.— O por control remoto.

BASILIO.— Como lo de «ajustar» el gasto público.

ADRIANITA.— Y encima, como nos hicieron dejar los móviles arriba…

BASILIO.— O lo de «ergonómico».

ADRIANITA.— ¿Me oyen? La puerta no se abre, y encima…

CARLOTA.— ¿Qué pasa con lo de «ergonómico»?


BASILIO.— Eso digo yo: ¿por qué precisamente «ergonómico»? Podrían
habernos enviado un desatascador normal, de los de toda la vida. Y en cambio…

CARLOTA.— Pero, vamos a ver: ¿qué quiere decir exactamente


«ergonómico»?

BASILIO.— ¿Se da cuenta? Nos envían un desatascador, a pesar de que


nadie dijo que el ecorretrete estaba atascado, y además nos envían uno
precisamente «ergonómico», o sea, de una clase que ni siquiera una persona culta
como usted, con dos carreras, sabe qué recongrios quiere decir.

CARLOTA.— ¿Y usted?

BASILIO.— Yo, ¿qué?

CARLOTA.— ¿Sabe qué quiere decir?

BASILIO.— Yo no acabé ninguna carrera. Ni siquiera la de Arte Dramático.

ADRIANITA.— ¡Está cerrada con llave por fuera!

CARLOTA y BASILIO.— ¿Qué?

(La pantalla se enciende y se proyecta en ella una antigua película de dibujos


animados, banda sonora incluida.

Estupefacción en los tres)

BASILIO.— ¿Y esto ahora?

CARLOTA.— ¿A qué viene?

ADRIANITA.— ¿Será otro mensaje?

BASILIO.— No serán capaces…

CARLOTA.— Pues entonces…

ADRIANITA.— O para entretenernos, mientras esperamos.


BASILIO.— Mucho me extrañaría.

CARLOTA.— ¿Entretenernos… o distraernos?

BASILIO.— ¿Qué?

CARLOTA.— Lo que quieren con eso, digo.

BASILIO.— No entiendo.

CARLOTA.— ¿Quieren entretenernos o distraernos?

ADRIANITA.— ¿Y no es lo mismo?

CARLOTA.— Sí, pero no.

BASILIO.— ¿En qué quedamos?

CARLOTA.— Una cosa es entretenernos… o sea, ayudarnos a pasar el


rato… Y otra distraernos, del latín distrahere, ¿comprenden?

BASILIO.— En líneas generales.

CARLOTA.— Desviar, alejar, apartar…

ADRIANITA.— ¿Y cómo vamos a alejarnos, si la puerta está cerrada con


llave?

BASILIO.— ¿Qué está diciendo?

ADRIANITA.— ¡Sí! ¡Cerrada con llave por fuera!

CARLOTA.— No puede ser.

ADRIANITA.— Sí… Vengan y miren.

BASILIO.— A ver, a ver…

CARLOTA.— Cuidado, Basilio… No vaya a estropear también la cerradura.

ADRIANITA.— Ay, qué nerviosa me estoy poniendo…


BASILIO.— Calma, calma… Que esto es más cuestión de maña que de…
¡Ay!

CARLOTA.— ¿Garrampa?

BASILIO.— No… Que me he pellizcado el pellejo.

CARLOTA.— ¿Qué pellejo?

BASILIO.— Esto: la membrana interdigital.

ADRIANITA.— Pero, ¿se puede abrir o no?

BASILIO.— Se puede, se puede… Se tiene que poder… Eso sí: con maña,
con habilidad, con paciencia, con mimos…

ADRIANITA.— Pero, ¿qué mimos ni qué… si está la llave fuera?

BASILIO.— Ande, Carlota: dele algo a la chica, para que se entretenga


CARLOTA.— ¿Y qué le voy a dar?

BASILIO.— Pues distráigala… explicándole la película esa, por ejemplo.

ADRIANITA.— ¿Usted es tonto o… o… o…?

BASILIO.— ¿O qué?

ADRIANITA.— ¿O se pone rulos en las axilas?

CARLOTA.— ¡Touché!

BASILIO.— No le ha salido natural…

ADRIANITA.— Ay, mamita mía: que nos han encerrado aquí adrede…

CARLOTA.— Que no, muchacha… Y tranquilícese, que en seguida la


abrimos, ¿verdad, Basilio?… ¡¿Qué hace, pedazo de animal?! ¡Quite la pezuña de la
pared!

BASILIO.— No… Si solo estaba probando con un tironcito…

CARLOTA.— ¿Tironcito? ¿Quiere que nos descuenten del sueldo los


derrumbes? Déjeme a mí… Y ocúpese de la chica, que está cada vez peor.

ADRIANITA.— Ay, Eugenio, que no te puedo ni llamar por el móvil…

BASILIO.— ¡Pero, mujer… bájese de la mesa! ¿Qué pretende ahí arriba?

ADRIANITA.— ¡Martina! ¿Está usted ahí? ¿Me está viendo?

BASILIO.— ¡Que eso es una pantalla, y no una cámara!

ADRIANITA.— ¿Por qué nos han encerrado con llave?

BASILIO.— ¿Y quién le ha dicho que nos han…?

ADRIANITA.— ¡Ábranos, por favor! ¡Que padezco de hidrofobia!

BASILIO.— ¡Que se baje, le digo! ¿Hidrofobia?

CARLOTA.— Claustrofobia, quiere decir.

BASILIO.— Pues aún peor…

CARLOTA.— Y tiene razón: hay una llave puesta.

BASILIO.— ¿Cómo lo sabe?

CARLOTA.— La estoy viendo.

BASILIO.— Pero, entonces… ¿es verdad que nos han encerrado?

CARLOTA.— Y en el quinto subsuelo…

BASILIO.— ¿Por qué?

CARLOTA.— ¿No será que pretenden… reducir también la plantilla de


funcionarios?

BASILIO.— ¡Qué cosas se le ocurren! Ni que fuéramos también… vitalicios.

CARLOTA.— Los sueldos, no. Pero las pensiones…

(Adrianita lanza un grito de horror. La imagen de la pantalla se congela en un


fotograma particularmente cruel. Suenan los avisos del montaplatos. Los tres se
inmovilizan mirando hacia allí. OSCURO. Sobre la oscuridad, se escucha la voz de Basilio
leyendo con cierta dificultad:)

VOZ DE BASILIO.— «Comunicado de la Vicepresidencia Cuarta… a todo el


personal de Asuntos Sublegales… Máxima confidencialidad… Un fantasma
recorre Europa… por no hablar del resto del mundo: el fantasma del Mercado…
Todas las naciones del globo, desde Taiwán hasta el Vaticano… se han unido en
una nueva Santa Alianza… para enaltecer a ese fantasma… ¿Qué partido
político… en el gobierno o en la oposición… no le hace carantoñas al Mercado?…
¿Quién no acusa a sus enemigos políticos… desde la derecha o desde la
izquierda… de ser poco complacientes con el Mercado?…De aquí se derivan dos
enseñanzas… Primera: el Mercado es reconocido como un poder indiscutible en
todas las naciones… Segunda: ha llegado el momento de que los mercados…
exhiban ante la faz del mundo… su punto de vista y sus fines… Y que difundan su
Manifiesto, a saber: La historia de toda sociedad hasta nuestros días… ha sido la
historia de la lucha del Mercado contra sus enemigos… Y su principal enemigo…
que aún colea en algunos rincones del planeta… es el Estado del Bienestar. (Pausa)
Así pues, para evitar el derroche de bienes y servicios… a favor de los sectores más
improductivos de la sociedad… el Partido del Mercado reclamará a todos los
gobiernos… por las buenas o por las malas… que dediquen sus máximos
esfuerzos… a adelgazar los gastos públicos… y engordar los beneficios privados…
que son los verdaderos creadores de riqueza. (Pausa) Y visto que los ajustes
acometidos hasta ahora… son insuficientes para alcanzar tales objetivos… se insta
a los organismos competentes a extremar… la liquidación de todas las partidas
superfluas… de los Presupuestos Generales del Estado… Todo sea para
fortalecer… el Mercado del Bienestar»…

(Ha empezado a sonar, al principio débilmente, un empalagoso «hilo musical». Su


volumen aumenta —al tiempo que sube la luz— hasta borrar la voz de Basilio. Los tres
funcionarios están sentados y trabajando como al principio, pero su estado de ánimo es muy
diferente… Al atenuarse la música, se escucha su voz)

CARLOTA.— Cervera Chamorro, sesenta y seis… Videoarte.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la tres me quito y la cinco me pongo.

BASILIO.— Escape de gas.


CARLOTA.— Durán Mayor, setenta y siete… Arquitectura.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la cinco me quito y la dos me pongo.

BASILIO.— Sobredosis de tranquilizantes.

CARLOTA.— Aurrecoechea Esnarrizaga, noventa y nueve… Bellas Artes.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui— Pilongo: la dos me quito y la seis me pongo.

BASILIO.— Trombosis coronaria.

CARLOTA.— Ezponduburu Gurrucharri, cincuenta y cinco… Música.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la seis me quito y la uno me pongo.

BASILIO.— Incendio personalizado.

CARLOTA.— Clot Pla, cuarenta y nueve… Cinematografía.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la dos me quito y la tres me pongo.

BASILIO.— Gonorrea fatal.

CARLOTA.— Garcioliveros Monteagudo de Rabanillos, cincuenta… Sus


cartulinas.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la cuatro me quito y la uno me pongo.

BASILIO.— Avalancha en alta montaña.

CARLOTA.— Garrote Pulido, cincuenta y nueve… Danza.


BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la nueve me quito y la seis me pongo.

BASILIO.— Envenenamiento lento.

CARLOTA.— Sabroso Palomino, setenta y tres… Teatro.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la ocho me quito y la cinco me pongo.

BASILIO.— Abducción por extraterrestres.

CARLOTA.— Lapido Barata, sesenta y uno… Literatura.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la siete me quito y la seis me pongo.

BASILIO.— Suicidio.

CARLOTA.— Pérez Viñuela, setenta y ocho… Bellas Artes.

BASILIO.— Sí.

ADRIANITA.— Pingui-Pilongo: la tres me quito y la una me pongo.

BASILIO.— Fallo en sistema de sujeción de ascensor.

(Ha ido intensificándose el volumen del «hilo musical», al tiempo que desciende la
intensidad de la luz) OSCURO FINAL
JOSÉ SANCHIS SINISTERRA nació el 28 de junio de 1940 en Valencia.
Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia pero enseguida se integró
en el Teatro Español Universitario (TEU) en su Facultad del que fue nombrado
director aunque acabó abandonándolo para fundar el Grupo de Estudios
Dramáticos. En 1960 fundó el Aula de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de
Valencia y en 1961 el Seminario de Teatro. Se licenció en 1962 y ejerció durante
cinco años como Profesor Ayudante de Literatura Española en la Facultad de
Filosofía y Letras de Valencia. Más adelante fue Catedrático de Lengua y Literatura
Española de Instituto Nacional de Bachillerato en Teruel y Sabadell. En 1971 fue
nombrado profesor del Instituto del Teatro de Barcelona. Su vida ha estado
vinculada al teatro en variados ámbitos, como director, pedagogo y autor.

En 1977 fundó el Teatro Fronterizo, un colectivo de autores, directores y


actores reunidos en torno a la experimentación teatral. En 1981 promovió la
Asociación Cultural «ESCENA ALTERNATIVA», que funcionó hasta 1984. Ha sido
también profesor de Teoría e Historia de la Representación Teatral en el
Departamento de Filología Hispánica de la Facultad de Letras de la Universidad
Autónoma de Barcelona, desde 1984 hasta 1989 y desde 1988 hasta 1997, director
de la SALA BECKETT de Barcelona, sede de EL TEATRO FRONTERIZO.

En 1993, Director Artístico del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz.

En 2005-06, Director Artístico del Teatro Metastasio, Stabile della Toscana


(Prato).

En 2007 es elegido miembro de la Junta Directiva de la Sociedad General de


Autores y Editores (SGAE).

Ha participado en numerosos congresos y conferencias. Ha impartido


cursos, seminarios y talleres de Dramaturgia Textual, Dramaturgia Actoral,
Dramaturgia de Textos Narrativos y Escritura Dramática en una quincena de
ciudades españolas, en Francia, Italia y Portugal, y en casi todos los países de
América Latina.

José Sanchis Sinisterra es uno de los autores más premiados y representados


del teatro español contemporáneo y un gran renovador de escena española.
Vinculado al estudio y a la enseñanza de la literatura, ha reivindicado siempre la
doble naturaleza –literaria y escénica– del texto dramático.

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