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Inicio
Todo ello situado en un marco histórico concreto y real que nos hace disfrutar de
la existencia de los diferentes reinos hispánicos que, junto al enigmático y
atractivo territorio musulmán, hacen de la Península el lugar propicio para toda
una aventura llena de emoción y encanto que por unas horas te transportarán
al siniestro y oscuro mundo del Medievo.
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Todo ello situado en un marco histórico concreto y real que nos hace disfrutar de la existencia de
los diferentes reinos hispánicos que, junto al enigmático y atractivo territorio musulmán, hacen de
la Península el lugar propicio para toda una aventura llena de emoción y encanto que por unas
horas te transportarán al siniestro y oscuro mundo del Medievo.
Un mundo por el que no podrán pasar sin llevarse la huella de sus mágicos recuerdos...
Novedades
:: 3/Junio /2005 ::
Sed todos más que bienvenidos a este nuevo viernes. Como os anunciaba la semana pasada, por
motivos académicos decidí adelantar el final de este curso a este viernes de junio para poder
dedicarme por completo a los exámenes. Sin embargo, y aún antes de tiempo, creo que este ha
sido un año realmente interesante, tanto para mó y la web, como para el mundo de Aquelarre.
En primer lugar, volver a destacar el cambio en el inicio de temporada tanto de diseño (vaya mi
agradecimiento de nuevo a F. Martín) como de dominio y servidor, todo ello para lograr una
navegación más cómodo y que espero que se haya conseguido. Por otra parte, también estoy
contento por las nuevas secciones y por poder haber terminado aquellas que tenía pendientes de
la temporada anterior. Espero que todo os haya gustado.
En cuanto al panorama de Aquelarre, si bien muerto desde el punto de vista de las editoriales, no
deja de estar más vivo a través de la lista de correo de Aquelarre y de sus aficionados. Y eso es lo
realmente importante. Aún recuerdo muy viva la polémica sobre Aquelarre D20...
Pero la cosa no queda aquí y como seguro que recordáis, en este año se celebrará el XV
Aniversario de Aquelarre y como tuvo la oportunidad Ricard de comentarme en persona en una
conferencia sobre rol en Sevilla, preparaos, porque con algo nos sorprenderá seguro...
Sea como fuere, y aunque sea el último de la temporada, aquí os dejo con el contenido normal de
cada viernes:
Por último, os dejo con una ayuda en Descargas que no pude subir anteriormente por
problemas de espacio pero que ahora rescato como es la ayuda sobre plantas de lindelion_sireo,
otra de sus muchas joyas.
En fin, creo que es hora de irse despidiendo. Espero que lo hayáis pasado bien una temporada
más. Para cualquier tipo de pregunta, sugerencia y demás, podéis contactar a través de mi
dirección de correo a lo largo de este verano ([email protected]). Ojalá nos podamos volver
a ver en el próximo curso, todo se verá. y como siempre digo en estos casos, divertíos jugando...
¡y larga vida a Aquelarre!
:: 27/Mayo /2005 ::
Bienvenidos todos una semana más, en la que será la penúltima actualización de esta temporada.
A causa de la inminente venida de un montón de exámenes finales, me temo que no voy a poder
prestar a la página la atención que se merece y os merecéis. Así que antes de que se quede muerta
durante semanas, prefiero poner el punto y final por este curso un poco antes de la cuenta.
En cualquier caso aún falta y vayamos sin más sobresaltos con las novedades normales de cada
semana, que espero que disfrutéis:
En la sección de Descargas, os dejo con otro de esos módulos que tenía por ahí olvidados, cuyo
autor es Wildcard.
Por último, finaliza sus Colaboraciones con nosotros Hoomer, que nos vuelve a dejar otra nueva
muestra sobre su conocimiento en tabernas medievales y nos cuenta algunas cosas sobre el vino y
los alimentos que allí se servían.
El Juego
Publicaciones
Muchas, como sabemos, son las manos por las que ha pasado Aquelarre, dejando a su paso un
numeroso listado de publicaciones que han contribuido sin lugar a dudas a dar mayor desarrollo y
profundidad al juego, sobre todo en sus denominados “suplementos regionales” los cuales
recomiendo ante todo.
Aquí simplemente recogeremos ese listado completo de publicaciones, clasificadas por las
editoriales por las que pasó; Joc Internacional, La Caja de Pandora y la actual distribuidora
de la mayoría sus productos y lugar donde podremos encargar su compra, Editoriales Crom.
Haz click sobre las imágenes para ver el listado completo de cada editorial.
La Armería
En esta sección trataremos de acercarnos con un poco más de precisión histórica hacia las
armas que aparecen recogidas en el juego, intentado describir con detalle tanto sus usos como
su influencia. Asimismo, en este pequeño análisis de cada arma incluiremos una serie de
imágenes para tener una idea más clara del posible contenido que pudo haber en una armería
medieval.
Castillos
Como dijo aquel, no podemos pensar en los castillos hoy día sino como seres vivos que no
mueren nunca. Y no los podemos considerar sólo como meros edificios: con murallas, torres,
almenas...
Los castillos han sido escenarios llenos de vida, lugares de encuentro entre hombres de guerra y
oración. Allí se dictaron órdenes, se convocaron juntas, se celebraron ceremonias religiosas,
acuerdos políticos, brotó el amor y surgió la leyenda...
Personajes
Desde esta sección trataremos de acercarnos a algunos de los personajes más influyentes de la
España bajomedieval.
En la biografía de cada personaje van incluidas las características de cada personaje para ser
configurados como PJN ya que la idea de esta sección es poder hacer que estas personalidades
cobren vida gracias a nuestras partidas.
Lux Hispanarum
Sin duda, las órdenes militares constituyen un tema fascinante y sugerente. Muchos han querido
ver en ellas el desarrollo temporal de la compleja realidad medieval, sin embargo, otros han
preferido verlas como el símbolo de un tiempo, de una época evocadora de valores y gestos
propios que han llegado muy vivos hasta nosotros.
Sea como fuere, desde este lugar vamos a intentar acercarnos a estas instituciones que aún hoy
siguen manteniendo vivo el testimonio de una rica herencia histórica.
El Mediterráneo
Largo es el camino que tienen que recorrer a menudo los sufridos personajes y muchos son los
bosques, valles, llanuras y montañas por los que han atravesado en sus aventuras. Pero tal vez
hayan sido menos las veces en las que los protagonistas se han encontrado en contacto con la
brisa del mar...
Por eso, en esta sección trataremos de acercarnos a los puertos más importantes de la Península y
de Europa y descubriremos la influencia del mar en el comercio y la economía.
:: Embarcaciones
:: Los peligros del mar
:: Mercaderes y mentalidades
:: Cataluña
:: Valencia
:: Mallorca
:: Castilla y Portugal
:: El Mediterráneo Islámico
:: Las ciudades-república: Venecia y Génova
:: El final de Bizancio
:: Epílogo: El Mediterráneo a finales de la
Edad Media
Mirabilia
En la mayoría de los casos, los pocos conocimientos que se tenían se mezclaban con el simbolismo
o con la tradición cristiana pero todo esto no dejaba de ser más cierto para él.
En esta sección trataremos de hacer un repaso por todas estas explicaciones sobre la realidad que
rodea a nuestros personajes para poder introducirnos mejor en sus pellejos, así que tal vez éste sea
un buen lugar para sabios, alquimistas, clérigos y, por qué no, hasta juglares y poetas.
:: El Universo
:: El Mundo
:: Mirabilia - Monstruos y Prodigios
:: Las partes del Mundo, Jerusalén, El arca de Noé,
Gog y Magog
:: El Preste Juan
:: El Paraiso terrenal y la nostalgia del Paraíso
:: Los relatos de viajes
:: Geografía imaginaria en visperas de 1492
Asia y el Oceano
:: Geografía imaginaria en visperas de 1492
Las islas del Atlantico
:: San Brandán
:: El Cielo
:: El Infierno y el Purgatorio (y final)
Grandes Batallas
Es propósito de esta sección el echar una mirada atrás a los momentos puntuales que marcaron el
curso de la historia tanto de la Península como del resto de Europa y del mundo; pero en este
caso lo haremos recuperando las más importantes batallas con las que la Edad Media,
principalmente, pero también el Renacimiento fueron asolados.
La batalla no deja de ser ese escenario cruel y sanguinario que todos tenemos en mente en el que
se despachaban la mayor parte de los intereses de los diferentes monarcas pero también fue el
lugar ideal para representar valores tan sólidos y arraigados en aquellas épocas como el honor y la
gloria de un caballero.
Espero que desde aquí el Director de Juego pueda tomar ideas y reconstruir lo más fielmente
estos momentos especiales en la historia, ya sea dentro de una campaña o jugando un módulo
concreto y especial dedicado a estas batallas. Es el momento de que soldados y guerreros pasen a
la acción...
Fiestas Medievales
En esta sección nos proponemos recoger algunas de las fiestas y tradiciones que aún hoy se
siguen festejando a lo largo y ancho de la Península. Como sabemos, muchas de ellas tienen su
origen en la Edad Media o el Renacimiento y a ellas nos dedicaremos especialmente.
Una gran victoria, la promesa de un caballero a su amada o alguna sonora tragedia son momentos
puntuales que ocurrieron alguna vez en el pasado. Sin embargo, fueron tan señalados que
marcaron la conciencia colectiva de una época, de tal forma que su recuerdo se mantiene vivo
hasta hoy.
Así que trataremos de divertirnos rescatando esas viejas historias y veremos porqué fueron tan
importantes como para que una determinada población siga aún conmemorándolas.
Universidades
La Universidad es fruto del que probablemente fuera el mayor impulso cultural que viviera la
Edad Media. Es uno de los hechos de mayor significado y que tuvo mayor importancia y duración
puesto que el mundo universitario cuenta ya a sus espaldas con casi ocho siglos de historia.
Será una de las instituciones europeas por excelencia y que, a pesar del paso de los siglos, va a
mantener intactas muchas de las características propias de su nacimiento.
Así que creo que éste puede ser ser un buen sitio para que se den cita desde severos profesores
clérigos, eruditos y estudiosos de vida sospechosa, cortesanos con afán por aprender idiomas y,
por supuesto, pícaros goliardos.
Descargas
Colaboraciones
Esta sección se irá confeccionando poco a poco gracias al material que envíen a mi dirección de
correo [email protected] así como por los artículos que realicen directamente.
Aquí podrán incluir cualquier tipo de temas y cuestiones relacionadas tanto con la Edad Media
(no necesariamente española) como con el mundo del rol en general.
Enlaces
Aquí quisiera recoger aquellas páginas que también están vinculadas de una u otra manera a
Aquelarre, así como aquellas que puedan servir por su contenido al juego y, por último, las que me
han servido como inspiración para hacer la presente página. Por supuesto, si quieren ver su página
incluida aquí no tiene más que ponerse en contacto conmigo en [email protected].
El Autor
En octubre de 2002 vio la luz su segundo juego de rol dedicado al gran público: "Las Aventuras
del capitán Alatriste", basado en el popular personaje de Arturo Pérez-Reverte.
Recientemente ha iniciado una nueva faceta como novelista con la publicación, en Julio del
2004 de "La Monja Alférez"
Licenciado en Historia de América, dedica el resto de su escaso tiempo libre a las tertulias
pseudo intelectuales con los amigos, intercambiar mails con los amigos, la lectura (cuenta con
una biblioteca de más de dos mil volúmentes, o al menos eso dice él) pelearse con el ordenador
(al que sigue considerando una máquina de escribir con pantalla), ir más o menos de gorra a
jornadas, convenciones y encuentros lúdicos y encerrarse en la cocina para experimentar
nuevos platos con los que deleitar el paladar de su misteriosa musa vocacional.
Pequeña biografía extraida de su pagina personal. http://personal1.iddeo.es/riqy/index.htm
Presentación
Aquelarre fue acogido con cierta expectación en un mercado dominado íntegramente por jdr
venidos de fuera siendo éste, por tanto, el primer juego de rol creado por completo en nuestro
país. Sería Aquelarre el juego que abriría la senda de la producción nacional.
Sin embargo, su camino no fue nada fácil de recorrer. Con un primer básico publicado por Joc
Internacional y tras su quiebra, pasaría a ser Ediciones La Caja De Pandora quien recogería el
testigo de un juego que se creía condenado al olvido, publicando asimismo una segunda edición
del juego y posteriormente una segunda edición a color que, a mi juicio, se convierte en una de
los mejores manuales jamás publicados por su acabado y diseño aunque tampoco esté exento de
crítica.
Por último, queremos desear desde estas líneas la mejor de las suertes a Proyectos Editoriales
Crom que es la encargada ahora de seguir encumbrando el nombre de Aquelarre a lo más alto y
que por sus primeras publicaciones e ideas parecen en forma para seguir haciendo historia...
Me gusta destacar de Aquelarre su sencillez y entiéndaseme bien, “sencillez” que no debe dar
sensación alguna de “limitación” ni hacernos pensar que son menos las posibilidades que ofrece
el juego pues ofrece justo las mismas e incluso más de lo que fue en sí la Edad Media Española.
Tan solo quiero dar a entender que su versatilidad está muy por encima, por ejemplo, de otros
clásicos como el viejo “El señor de los anillos”.
La creación de personajes es un punto donde se nos muestra esa comunión entre sencillez y
diversidad que ofrece el juego.
A través de 21 profesiones básicas (que posteriormente han sido ampliadas) vemos el amplio
abanico laboral de la Edad Media, divididos estos trabajos a su vez por las diferentes clases
sociales imperantes en la época.
Finalmente, terminaremos la creación del personaje con una serie de tiradas en la tabla de
rasgos de carácter que le darán un aspecto muy interesante de cara a la interpretación pues se
recogen peculiaridades como tener un miedo terrible al agua, ser cleptómano u homosexual.
Sistema de Juego
Todas las competencias pueden usarse en cualquier momento durante el desarrollo de la partida,
aunque a la hora de entablar una pelea tendremos que describir nuestra secuencia de combate.
El combate se divide en asaltos de unos 12 segundos y dentro de cada asalto podremos ejecutar
dos acciones pudiendo optar entre las siguientes: movimiento, ataque o defensa.
Dentro del movimiento elegiremos entre correr uno o los dos turnos.
Por último, tendremos a nuestra disposición una amplia gama de armas medievales (reales) cada
una con sus propias características; y de armaduras con diferente grado de protección.
Magia
La magia es uno de los puntos más atractivos del juego y sin duda lo que hace que se diferencie
especialmente de los demás.
De entrada, me gustaría hacer una advertencia: la magia que aquí encontraremos, así como el
bestiario del juego, son “reales”.... “Reales” porque no se trata del tipo de magia de otros juegos
con sus “bolas de fuego” ni sus “tormentas de hielo” sino que se trata de una magia a base de
maleficios, pociones, ungüentos e invocaciones que aunque a priori no parezcan tan
“espectaculares” no por ello dejan de ser menos atractivos.
“En el mundo de Aquelarre hay un enfrentamiento entre dos realidades. Por una parte está el
mundo Racional. Forman parte de él el ser humano, las ciencias, la lógica, el día... Pero existe
otro mundo. Un mundo del cual forman parte la noche, la locura, la fantasía, las criaturas
legendarias... y la magia. Es el mundo Irracional.” (manual de Aquelarre 2ª edición a color 2001)
Todo esto que acabamos de señalar EXISTE a efectos de juego en el mundo de Aquelarre y se ve
traducido en un porcentaje de 100% que se repartirá a voluntad entre ambas características,
Racionalidad e Irracionalidad. Pero mejor veámoslo con un par de ejemplos, situándonos por un
momento en ese siglo XIV:
1º (cambista, RR 75% / IRR 25% ): “Yo, cambista, atareado
manejando dinero y creando riquezas a base de la extorsión y
la usura, encerrado todo el tiempo en mi confortable casona
dentro de los muros de la ciudad de Toledo...¿crees de verdad
que tengo tiempo de pensar en magia, leyendas y
supersticiones de viejas?...”
Resumiendo, cuanta mayor sea nuestra Racionalidad o Irracionalidad, menos o más sensibles
seremos hacia la magia y las fuerzas ocultas, menos o más nos veremos afectados por ella.
La magia puede crearse por todo aquel que tenga un mínimo determinado en la competencia de
conocimiento mágico pero esto no impide que los Pjs que no disfruten de ese mínimo no vayan
a poder utilizarla, sí van a poder pero ésta tendrá que ser magia ya “elaborada” con anterioridad
ya sea en forma de talismanes, pociones o ungüentos.
También hay que señalar que la magia está separada en dos grupos: Blanca y Goética.
La magia en la Edad Media está perseguida en ambas formas pero la diferencia más clara está
en que la primera no es condenada por Dios y la segunda condena de inmediato el alma.
Para concluir este apartado me gustaría destacar el fabuloso bestiario del que dispone
Aquelarre (que se disfruta el doble a través de su manual en color) con más de un centenar de
criaturas “oficiales” repartidas entre Demonios Menores, Engendros del infierno, Ángeles y
Criaturas Celestiales todas ellas sacadas de la “realidad” de la Biblia y de la demonología clásica.
Podría extenderme mucho más sobre el capítulo de la magia pero creo que con esto podrán
hacerse una idea general de cómo funciona sin necesidad de profundizar en la elaborada lista de
pociones, invocaciones o maleficios y su dificultad de realización.
Desenlace
La Edad Media española fue una época contradictoria, en la que se sucedieron períodos de
intensa belicosidad y fanatismo intolerante con otros de gran avance cultural y tolerancia. En
definitiva, nos encontramos con un panorama diverso y, ante todo, multicultural.
Por una parte hallamos a los reinos cristianos (Castilla, Navarra y Aragón) y por otra, el territorio
musulmán, con tantas diferencias entre ambos como la noche y el día pero, no obstante, unidos
por las relaciones de comercio y otros préstamos culturales y sociales debido a la convivencia en
común. Pero también hay que añadir a la dispersa población judía por toda la Península.
Pero por supuesto no todo en la Edad Media era de color de rosa: enfermedades, miseria y
hambre asolaban sin piedad a un población analfabeta y pobre que apenas si podía defenderse de
estas no infrecuentes plagas.
Todo ello enmarcado por un feudalismo que asfixiaba a unas gentes que se veían a veces en la
necesidad forzosa de recurrir al bandidaje en no pocas ocasiones para poder dar de comer a sus
hijos.
Como esto tampoco pretende ser una página de historia, creo que lo mejor es que lo dejemos así,
con esta serie de ideas generales que son ampliadas y pormenorizadas de forma muy correcta en
el manual del juego.
Por último, con la ampliación de Villa y corte, Aquelarre puede ser llevado hasta los siglos XVI y
XVII donde podremos disfrutar de aventuras, para mi gusto, más “refinadas y palaciegas” que de
costumbre pero con la posibilidad, claro está, de poder utilizar las armas de fuego lo que le da un
nuevo aire al juego.
Joc Internacional
La Caja de Pandora
Espadas
Sin duda, es el arma por excelencia del caballero. Constaba de dos partes más
una tercera: la empuñadura, la hoja y la vaina.
La empuñadura consta a su vez de una serie de partes. Puño, para sujetarla con
la mano, guardamano, que cubre la mano de los golpes del contrario y pomo
(nota: el pomo suele ser más grueso de lo que aparenta en las ilustraciones).
Además, el acabado del guardamano podía ser muy diverso (recto, retorcido,
etc.) formando así la cruz.
La hoja medieval solía ser larga, de doble filo y acabada en punta, que
incluso podía ser utilizada para empalar.
La vaina era el sostén para el arma del caballero y solía ser de cuero o
metálica.
A partir del s. VI y hasta el X se vuelve a la espada larga con doble filo, ligera de
peso y con punta redondeada. Sin embargo, esto cambiaría al generalizarse las
armaduras de placas ya que para poder atravesarlas por medio de tajos o
estocadas a través del arnés, se hacía necesario que las espadas ganasen en
robustez con lo que aumentaba también su peso.
Arcos
La historia del arco coincide en la práctica con la vida misma de los distintos pueblos,
configurándose poco a poco, desde un instrumento de caza, hasta un arma ofensiva. Y desde la
prehistoria hasta nuestros días (aunque sea para un uso meramente deportivo) el arco ha tenido
su lugar en cada civilización.
El primer material de construcción, como no podía ser de otra manera, fue la
madera. El hombre primitivo sumergía las fibras en agua y después las
endurecía con fuego, proceso que le facilitaba gran dureza y curvatura.
Tampoco olvidamos los míticos arqueros egipcios que desde sus carros de
guerra, altos y ligeros, disparaban sus flechas alcanzando una distancia
notable y cierta potencia.
Aun así, el arquero medieval se solía completar portando a su vez tanto una espada
corta como un casco metálico.
También el arco ha movido a la leyenda y no son pocos los personajes que se han
distinguido en cuentos y fábulas por haber ligado sus gestas a la habilidad con la que
manejaban tal arma.
El más legendario tal vez sea Robin Hood, cuyas hazañas se narran en las más
famosas bañadas populares inglesas. Era el prototipo de “bandido generoso”,
valeroso, generoso, leal, respetuoso con el honor y la soberanía pero enemigo de
poderosos, usurpadores e hipócritas. Pero, sobre todo, de una intrepidez excepcional
en el tiro con arco.
Paris, Ulises, Robin Hood o Guillermo Tell, son tal vez los principales personajes en los que la
historia y la leyenda se entremezclan y confunden en la exaltación del arco, símbolo de valentía
y fuerza.
Hachas
Las hachas son las armas menos representadas en la iconografía junto con
flechas o saetas, consecuencia de su escaso protagonismo simbólico o social. A
ello debemos unir la dificultad de conocer dónde está la frontera entre el uso
civil y el militar en los tipos reflejados, sobre todo cuando la aportación de las
fuentes literarias es en este sentido nula.
Sus principales usuarios es de suponer que fueron las clases menos favorecidas y
todas esta limitaciones nos hacen poder destacar sólo dos tipos de hachas
medievales.
Lanzas
Pero donde tuvo plena vigencia fue en la Edad Media, siendo un arma
característica del caballero, que, a veces, se consideraba más importante que
la espada.
La lanza se suele llevar vertical, pero para dar un golpe, se pone horizontal y
se sujeta debajo de la axila derecha, lo que permite dominar el equilibrio del
arma y apuntarla con eficacia hacia el blanco.
Desde este momento, la lanza adquiere una primacía singular, ya que fuera
de su golpe viene impulsada por caballo y caballero galopando, conjunto del
cual forma parte integrante.
La lanza también era utilizada como arma arrojadiza y así como instrumento para cazar.
Mazas
Sin embargo, junto al hacha, fueron armas que despertaron menor interés
simbólico y social para los cronistas y artistas que espadas y lanzas.
Por tanto, sus representaciones son muy escasas pero podemos distinguir tres
tipos básicos e, incluso, nos permitimos añadir aquí el martillo de armas.
El modelo más simple de maza está compuesto por una caña cilíndrica y una
cabeza esférica y fue utilizado tanto en el mundo cristiano como en el islámico,
donde al parecer tuvo especial difusión. Este modelos podríamos situarlo hacia
el siglo XII.
La evolución posterior nos aparece con una cabeza a la que se le incluyen partes salientes, ya sean posibles clavos u
otros elementos, para aumentar su capacidad ofensiva. Aparecería a finales de este siglo XII.
Sin embargo, el modelo de mayor difusión presentaba las siguientes características: una caña cilíndrica asociada a un
nudo compuesto por varias navajas que constituyen la estructura principal del arma. El nudo estará a su vez coronado por
un tope semicircular.
Datan de mediados del siglo XIII y se utilizaban a dos manos.Se caracteriza por
una gruesa cabeza en su parte anterior, que diminuye y se alarga en la posterior y
se configura como un arma especialmente concebida contra fuertes defensas
corporales. Se extendería por el continente durante el siglo XIV.
Hondas
Su aparición en las fuentes se debe, naturalmente, al mito de David y Goliat pero sus
características son difícilmente documentables pero sí podemos constatar su
utilización bélica entre los siglos XII y XIV.
Cimitarras
Sin duda, su larga y curvada hoja estaba llamada para barrer con estocadas a los enemigos, así
como para acuchillar profundamente
Era ésta una lámina curva y delgada que brillaba no como las espadas de
los francos sino con un color azulado marcado por una miríada de líneas
curvas distribuidas al azar.
Las hojas, insistían los sabios alrededor del rey Abdalmalek ben-Merwan, eran
excepcionalmente fuertes si se las doblaba, también eran lo suficientemente duras como para
conservar el filo, es decir, que podían absorber los golpes en el combate sin romperse.
Se cree que las mejores hojas se forjaron en Persia a partir de esas pastas, para hacer también
escudos o armaduras. Aunque el acero de Damasco se conocía en todo el Islam, también se
conocía en la Rusia medieval, donde se le llamaba bulat. Así, al añadirle carbono al hierro
reducido, el resultado era el de un material más duro.
Ballestas
Sin duda podemos iniciar este análisis diciendo que la necesidad fue la que
creó este arma y es que la guerra exigía un arco más potente, capaz de
perforar las cada vez mejores protecciones metálicas de los caballeros. Las
soluciones pasaban por el arco compuesto o el arco largo pero las dificultades
técnicas de construcción del primero y los diez o quince años necesarios para
entrenar a un arquero competente para el segundo, favorecieron la búsqueda
de una alternativa. Así, la solución fue la ballesta.
En efecto, para un noble entrenado desde la infancia en el arte de la guerra, protegido con un
costosísimo armamento defensivo, era intolerable la posibilidad de ser vencido o muerto no por
un igual sino por un plebeyo escasamente adiestrado, cobarde por definición y desde una
distancia tal que era imposible la mera defensa.
De hecho, mientras que un caballero capturado era normalmente
respetado por sus pares, por solidaridad de clase y para conseguir un
rescate, los arqueros y ballesteros eran masacrados como asunto de rutina
e incluso los nobles de un ejército podían aplastar con los cascos de su
caballo a sus propios ballesteros si se interponían en su camino. De ahí
que el Segundo Concilio de Letrán prohibió el empleo de la destreza
mortífera de arqueros y ballesteros pero, eso sí, sólo contra otros
cristianos. Evidentemente estas prohibiciones serían ignoradas desde un
primer momento sin que surtiesen efecto alguno.
Podemos observar dos tipos de cuchillos y puñales, que al igual que en el caso
de las espadas, presentan gran variedad en la forma de las empuñaduras.
Como nota curiosa apuntaremos que los cuchillos fueron restringidos en los
fueros para prevenir incidentes ya que no los utilizaban más que “malhechores,
criminales y bandidos”.
No es mucho lo que conocemos acerca de este curioso personaje. Aproximadamente debió nacer
hacia la primera mitad del s. XIV pero los datos de los que disponemos son los que encontramos
esparcidos a lo largo de la única obra suya que nos ha llegado, El libro del buen amor. En esta
obra, afirma llamarse Juan Ruiz, ser arcipreste de Hita y haber finalizado su obra en 1330 o
1343 (según consultemos unas u otras crónicas de época). La fecha de su muerte la podemos
fijar en torno al año 1350.
Según las noticias que se tienen, el bueno del Arcipreste se enemistó con el arzobispo Don Gil de
Albornoz y se dedicó a acusarle veladamente de vicios y de desviaciones usando versos de doble
y triple sentido que, escuchados en plazas y tabernas, todos entendían. Es por ello por lo que fue
perseguido y apresado en Toledo.
Debido a los pocos datos que tenemos de la vida del Arcipreste y del
jugo que le podemos sacar a esto, nuestro clérigo apareció en una de
mis partidas como un hombre ya mucho más sereno y calmado,
recluido voluntariamente en un monasterio donde meditaba los
últimos días de su vida buscando tranquilidad de espíritu. Pero,
aparte de seguir conservando su espíritu burlón y crítico en el trato
con los Pjs, resultó ser también un experto conocedor de la Orden de
los Templarios y sus misterios gracias a la cantidad de obras y
documentos que había podido conseguir debido a su influencia dentro
de la Iglesia. Por lo tanto, terminó siendo un apoyo fundamental para
resolver las dudas y preguntas de los Pjs en la aventura que estaban
llevando acabo.
Alfonso XI El Justiciero
Sujetar a la Alta nobleza y dar justicia al pueblo. Estas dos son las consignas que seguiría a lo
largo de su vida el monarca Alfonso XI, con las que consiguió distinguir a su reinado como uno
de los más fructíferos de si tiempo.
Heredero de tiempos convulsos, el sucesor al trono nació en Salamanca en 1311. Fue educado en
su niñez por su abuela María de Molina y, tras su muerte, por una junta de “hombres buenos”
elegidos por su virtud y honradez, debido al temprano fallecimiento de su padre, Fernando IV.
No fueron pocas las reformas que emprendió el nuevo rey, sobre todo en materia de justicia.
Pero también fue el primero en crear un “ejército profesional” con el que intentaría proseguir el
proceso de reconquista. Plazas en Granada, Jaén, Almería, Málaga y Córdoba formarían de
nuevo parte de la corona pero el episodio más épico en la vida de este rey tendría lugar en su
última campaña.
En 1333 los benimerines tomaron Gibraltar, con lo que se aseguraban una cabeza de puente
para intentar un asalto a la Península, maniobra que no podía ser consentida por el rey. Para
hacer frente al peligro, Alfonso XI solicitó ayuda a Aragón, que envió galeras catalanas hacia el
Estrecho.
Fui jugador cuando “conocí” al rey Alfonso XI. El Dj lo pintó como un hombre recio y firme
pero amable y hasta socarrón en el trato cuando se siente en confianza con los que le rodean.
Más o menos así lo describió (tal vez las competencias estén algo altas pero es que un rey está
fuera de lo normal):
Enrique de Villena
Nacido en 1384 en Madrid para marqués de Villena y jurado como heredero, vio cómo su padre
era despojado del título en 1398 y, aunque muchos siguen recordándolo como marqués, la
realidad es que Enrique de Villena fue uno de tantos miembros de la nobleza de origen aragonés
que vivió en Castilla, sin título alguno, y escribió en castellano.
Su parentesco con los reyes de Castilla y de Aragón pudo influir en el matrimonio, que todos
llaman de conveniencia, con María de Albornoz, señora de numerosas villas; pero la pareja duró
poco, quizá porque el rey Enrique III se interesó más de lo debido en la mujer y buscó la forma
legal de romper el matrimonio, haciendo a Enrique maestre de la Orden de Calatrava, o quizá
porque Enrique de Villena se empeñó en serlo. En cualquier caso, la unión se anuló después de
que Enrique se declarara impotente.
A parte de por su importancia como escritor, hemos querido destacar este personaje para darle
así uso a una de las profesiones menos utilizadas en Aquelarre como es la de poeta y que aquí
usaremos de forma análoga. La de poeta es una de las profesiones ampliadas que se han hecho
sobre el juego y que pueden encontrarte junto a otras nuevas en la sección de
Colaboraciones:
Pedro de Alvarado
Teniendo ya en calidad de prisionero a Moctezuma, Cortés salió de la ciudad para hacer frente a
Pánfilo de Narváez que, enviado por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, había llegado a
las costas de Veracruz para deponerlo del mando y apresarlo. Fue entonces, durante la gran
fiesta de Toxcatl, que se celebró en fecha cercana a la fiesta de Pascua de Resurrección de 1520,
cuando Pedro de Alvarado perpetró un ataque a traición en contra de los mexicas que se
hallaban en el gran patio del Templo Mayor de la ciudad. Consecuencia de ello fue que, al
regresar Cortés, una vez derrotado Narváez, enterado de lo que había ocurrido en la ciudad se
vio forzado a abandonarla sigilosamente el 30 de julio de 1520. En su salida por la calzada de
Tacuba perdió a gran número de sus hombres en el episodio que se conoce como ’la noche triste’.
Muy poco después ocurrió en el ámbito de la Nueva Galicia el gran levantamiento de los
caxcanes y chichimecas que se conoce como la guerra del Miztón. Cristóbal de Oñate, que
trataba de reprimir a los alzados, solicitó entonces el auxilio de Alvarado. Se trasladó éste a
Guadalajara, que era entonces una pequeña población situada al norte del río Grande de
Santiago. Allí, Alvarado decidió salir de inmediato al encuentro de los alzados. Rechazado por
éstos en el peñol de Nochiztlán, tras perder a varios de sus hombres, se retiró perseguido por
los indios. Al llegar a una barranca cerca de Yagualica, marchaba a pie seguido por Baltasar de
Montoya, que tiraba de su caballo. Tropezando éste en un lugar pedregoso y difícil, vino a caer
sobre Alvarado arrastrándole varios metros. Herido seriamente por el golpe de su propia
cabalgadura, fue trasladado entonces a Guadalajara.
Sin duda es un interesantísimo compañero de viajes para el más que esperado suplemento
sobre Nuevo Mundo. Hasta que llegue ese momento, creo que estos podrían ser sus atributos:
Aragonés nacido en Illueca, de familia ilustre y de nombre Pedro Martínez de Luna, comenzó la
carrera militar y estudió derecho canónico en Montpellier, alcanzando el grado académico de
doctor. En 1375 es nombrado cardenal diácono, y viaja con el papa Gregorio XI desde Avignon a
Roma. En 1378, a la muerte del papa, se reúne el cónclave cardenalicio para designar sucesor.
La composición del colegio, con 16 miembros divididos en tres facciones (partido limosín,
partido francés y partido italiano), y la reciente vuelta de la Santa Sede a suelo romano, hacían
prever una elección difícil y complicada. Además, la presión del exaltado pueblo romano,
temeroso de que la elección de un papa francés se llevase de nuevo la Santa Sede, rodeó de
problemas el cónclave, temiendo los cardenales por su integridad.
Sus modos dictatoriales, sin embargo, comienzan pronto a levantar recelo entre algunos de sus
cardenales, especialmente entre los franceses. Además, en clara oposición a estos, amenaza con
ordenar cardenales a mayor número de italianos para que su facción obtenga la mayoría en el
colegio cardenalicio. El enfrentamiento se materializa el 9 de agosto de 1378 con la retirada a
Anagni de trece cardenales y la redacción de una declaración en la que se hace constar que la
elección de Urbano VI es nula de derecho porque ha sido elegido bajo amenazas. Pedro de Luna
intenta mediar en el conflicto pero más tarde se convence de sus postulados y se une a los
cardenales franceses.
Urbano VI envía como mediadores a los cardenales Orsini, Brossano y Corsini, quienes ofrecen
el perdón del Papa a los cardenales díscolos a cambio de desistir en su actitud. Sin embargo, los
tres mediadores se pasan también al bando contestatario. Así las cosas, el 20 de septiembre de
1378 los cardenales sublevados designan al cardenal Roberto de Ginebra, familiar del rey
francés, como nuevo papa en oposición a Urbano VI y con el nombre de Clemente VIII. La
intervención diplomática de Pedro de Luna consigue atraer hacia el nuevo papa las simpatías
de importantes reinos cristianos, siendo Castilla la primera monarquía en reconocer al nuevo
papa, a la que seguirán Juan I de Aragón y Carlos III de Navarra.
La segunda solución al problema, la vía compromisii, establecía que una reunión entre ambos
papas y sus partidarios podría aclarar cuál de los papas tenía razón y legítimamente ocuparía el
trono pontificio. La tercera, vía concilii, postulaba la convocatoria de un Concilio universal que
depusiera a ambos papas. Pedro de Luna se muestra partidario en principio de la primera
solución, la via cessioni, pero la muerte de Clemente VII y su elección por los cardenales de
Avignon como nuevo papa bajo el nombre de Benedicto XIII le hacen cambiar de opinión, pese
a las presiones de Francia. Así, en 1398, Francia le retira su apoyo y el Consejo Real obliga a los
cardenales de Avignon a salir de la ciudad, quedando tan sólo cinco junto a Benedicto XIII.
Se produce entonces el asalto a la ciudad por parte de las tropas de Godofredo de Boucicaut,
favorecidos por la rebelión popular promovida por el cardenal Juan de Neuchatel, y el asedio a
la fortaleza en la que Benedicto XIII ha de refugiarse, hasta que es liberado por las tropas que
envía Aragón al mando de Jaime de Prades, en 1403. La diplomacia y astucia de Benedicto XIII
consiguen el perdón de Francia y su apoyo de nuevo a su causa. Se ensaya entonces la vía
compromissi para acabar con el cisma, comprometiéndose Benedicto XIII y Gregorio XII
(sucesor de Inocencio VII, quien a su vez había sucedido a Urbano VI) a encontrarse en la
ciudad de Savona en 1407.
Escribieron a todos los reyes y obispos y convocaron un Concilio ecuménico a celebrar en Pisa
el 25 de marzo de 1409. Benedicto XIII tiene previsto presentar su renuncia durante el
Concilio, para lo que envía legados plenipotenciarios. Sin embargo, el rey francés opta por
La decisión no fue acatada por los papas depuestos, quienes convocaron sus respectivos
concilios en Aquileya y Perpignan en busca de apoyos a sus pretensiones. La cuestión se
complica aun más al fallecer en 1410 el papa Alejandro V y ser elegido Juan XIII. El concilio de
Constanza(1414), auspiciado por el emperador Segismundo, pretende acabar con la tricefalia de
la Iglesia mediante la renuncia de los tres papas y la elección consensuada de un nuevo
pontífice. El modo de elección, por naciones y no individualmente, y a cargo tanto de laicos
como de eclesiásticos, perjudica notablemente a Juan XXIII, quien se ve obligado a dimitir.
Gregorio XII, por su parte, presentó su renuncia durante la reunión XIV.
Benedicto XIII pretende quedar como único papa alegando haber sido elegido antes del Cisma,
en vista de lo cual hubo de ser depuesto por el Concilio. En 1417 fue elegido papa el cardenal
Otón Colonna, con el nombre de Martín V, dando así por concluido el Cisma de Occidente. Los
últimos apoyos que le quedaban dejan solo a Benedicto XIII, al acatar sus cardenales las
determinaciones del Concilio y al retirarle su reconocimiento los reinos de Castilla, Navarra,
Aragón y Escocia. Retirado en el castillo de Peñíscola, Pedro de Luna muere en 1424.
Si no recuerdo mal, el Papa Luna ya intervenía como PNJ en algún módulo oficial del juego
como es el Scripta Bachinone si bien sus características no venían recogidas. Así que os dejo
con estas que tal vez os puedan ayudar:
Garcilaso de la Vega
Nació este eminente poeta, gran señor por su familia como por su ingenio, en la imperial ciudad
de Toledo, en 1503, correspondiéndole por la elevada alcurnia de su casa el hábito de la orden
de Alcántara. Desde muy joven siguió las banderas del Emperador Carlos Quinto, mostrando
tales bríos y arrestos, que pronto se distinguió entre todos sus compañeros. Estuvo en casi todos
los grandes hechos de armas de aquel glorioso reinado, habiéndose particularmente lucido en la
defensa de Viena y en el sitio de Túnez, donde fue herido. Entonces se volvió a Nápoles, donde a
pesar de sus eminentes servicios incurrió en la desgracia del Emperador, por haber protegido
los amores de un sobrino suyo, que aspiraba a la mano de una dama que le era muy superior en
jerarquía, por lo cual fue desterrado a una de las islas del Danubio, que con tanto donaire había
de cantar.
Pero si lo corto de su vida le impidió dar de sí todo lo que para la gloria de las armas habría
podido, no fue ella tan corta para las letras, pues que ya en vida suya había recibido el título,
que la posteridad le ha confirmado, de príncipe de los poetas castellanos. Sus obras eran
conocidas de todo el mundo, y su autoridad tal, que el mismo Cervantes, que no tenía sobrada
propensión al elogio, le consideraba como una de las más indiscutibles glorias de las letras
patrias. Así, cuando el Licenciado Vidriera se partió para Italia, «los muchos libros que tenía los
redujo a unas Horas de Nuestra Señora y un Garcilaso sin comento, que en las dos faldriqueras
llevaba». Es decir, que al ingenioso licenciado le era imposible separarse de su gran poeta
favorito.
Otros autores han sido más o menos discutidos, y hasta se !es ha negado que fuesen verdaderos
poetas, y sólo versificadores hábiles; pero la fama y renombre de Garcilaso han sido siempre y
son de los más puros e indiscutidos. Es el primero de los poetas líricos castellanos, sin duda
alguna, y representa por sí mismo uno de los géneros más en boga en nuestra literatura: el
género bucólico, en el cultivo del cual llegó a tal altura que por nadie ha sido alcanzado.
Gracias a Garcilaso nos vamos haciendo una idea de cómo se desarrollaría el periodo
renacentista en Europa pero nos servirá para desarrollar un personaje con dos profesiones:
guerrero y poeta (nota: dado lo peculiar del personaje, nos permitiremos la licencia de
favorecer la profesión de “poeta” en detrimento de la “guerrero”).
Arnau de Villanova
Arnau de Vilanova se trata de uno de los médicos más importantes de la Edad media latina
occidental. Nacido en Valencia en 1238, estudió en Montpellier y Nápoles.
Fue un incansable viajero que recorrió toda la Europa culta de su tiempo, sirviendo a la casa
real aragonesa y consiguiendo el apoyo de Jaime II a su peculiar ideario religioso.
El prestigio de que goza le permite intervenir en problemas tales como el proceso de los
templarios, los proyectos de Cruzada, las disidencias del franciscanismo estricto o las tensiones
entre la Santa Sede y el rey de Sicilia.
Nuestro personaje llegó a creerse inspirado por Dios, profetizando la aparición del Anticristo
para 1378 y el fin del mundo para 200 después en su De adventu Antichristi et fine mundi, libro
quemado en París y condenado por la Curia. No son pocas las voces que afirman en este punto
los contactos de Arnau de Vilanova con la arte de la alquimia.
Creo que es mucho el juego que puede dar este personaje dentro de una partida. Partiendo de la
profesión inicial de médico podemos acercarlo a una vertiente mucho más oscura modificando
alguna de sus competencias, ya que, como el mismo se confesaba, era un hombre “inspirado
por Dios” además poseedor de ciertos conocimientos alquímicos.
Andrés de Vandelvira
Andrés de Vandelvira es sin duda un insigne arquitecto, que forma parte de esa fecunda
generación de maestros de cantería del segundo y tercer cuarto del siglo XVI, entre los que
están Siloé y Machuca en Granada, Gaínza y Hernán Ruiz II en Sevilla o Alonso de Covarrubias
y Bartolomé de Bustamante en Toledo, entre otros, y que originaron uno de los periodos más
esplendorosos de la historia del arte en nuestro país.
No son muchos los datos que se tienen sobre la vida de nuestro personaje. Se cree que nació
hacia 1485 en la localidad de Moguer, Huelva. El gran acontecimiento que supuso el
descubrimiento de América y la proliferación de expediciones hacia Nuevo Mundo con el fin de
conquistar riquezas y honores, hicieron que Diego encontrase en las aguas su verdadera
vocación, dedicándose por completo a este sueño.
En 1526, Diego García de Moguer se pondría al frente de su propia expedición destino a las
Molucas. El 15 de agosto sale de Finisterra (aunque su abastecimiento y preparación se habían
hecho en La Coruña) con tres naves. Al llegar a las costas del Brasil tiene noticias de las Sierras
de Plata y, abandonando su empresa, se interna en Panamá en 1528, encontrando en Paraná a
otros descubridores y expedicionarios españoles como Caboto.
Diego García de Moguer es un personaje que encaja perfectamente dentro de los parámetros de
Rinascita, donde podrá aparecer como un PJN bravucón y pendenciero, sediento de riquezas y
obsesionado por conseguir un gran descubrimiento que lleve su nombre. Al frente de una
expedición puede contratar a los personajes dependiendo de sus habilidades para embarcarlos
en una aventura en Nuevo Mundo.
Boabdil
Boabdil fue el último rey de la Granada nazarí (de 1482 a 1492). Su nombre completo era Abu
‘Abd Allah Muhammad (Muhammad XI). Era hijo de Abu-l-Hasan ‘Ali (Muley Hacén), que casó
con una cristiana, Isabel de Solís, a la que llamó Turayya (Soraya). Otra mujer de Abu-l-Hasan,
llamada Fátima, fue la madre de Boabdil, a quien animó a rebelarse contra su padre y le ayudó,
lo mismo que a su hermano Ysuf, a escapar de la Alambra.
Después de la abdicación de su padre, la lucha entre Boabdil y el Zagal prosiguió y cuando éste
acudió a defender Vélez-Málaga, Boabdil se apoderó de toda la ciudad. Su tío se retiró a Guadix,
y más tarde pasó al Norte de África (1491). Entre tanto, se iban perdiendo nuevas plazas:
Málaga, Baza, Guadix, Salobreña, Almería, Almuñecar. El reino de Boabdil quedó reducido a
Granada.
Tras ocho meses de sitio, Isabel y Fernando entraron en la Alhambra (2 de enero de 1492). Poco
después Boabdil entregó la ciudad y permaneció algún tiempo en la región de La Alpujarra. Pero
no tardó mucho en pasar a Marruecos, acompañado de su familia, y allí murió en una fecha
indeterminada.
"moro de raçonable estatura, buena trabaçón de miembros, rostro alargado, moreno; cabello,
barba i ojos negros, grandes, con muestras de melancolía, si ya no era compostura real.
Va montado a la jineta, segun su usan ça, en un cauallo rucio blanco, enjaezado ricamente.
Armada su persona de una fuerte coraza forrada de terciopelo carmesí con clavaçón dorada,
capacete grabado, espada riquísimamente guarnecida de plata, al cinto gumía damas quina i
lanza i adarga fuertes. Sobre la coraza trae ceñida una amplia aljuba o marlota de terciopelo
brocado carmesí, abierta de arriba abajo i punteada con fino i dorado galón".
Así debió ser Boabdil y así vestía cuando fué preso en el arroyo de Martín González, tras del
fracasado asalto a Lucena.
Como podréis ver, un personaje interesantísimo en todos los aspectos y con el que pueden los
personajes verse las caras de todo tipo de formas: siendo ellos los que le hicieron preso en ese
par de ocasiones; los que manejan las relaciones diplomáticas cristianas y mantienen el
contacto con él; urdiendo planes contra su tío el Zagal o, por el contrario siendo del bando de
éste y planeando un asesinato a su persona; luchando en la guerra civil de su bando o del de su
padre...
Sea como fuere, estas podrían ser sus características, ya adaptadas las competencias a las de
Rinascita:
Paracelso
A mi parecer, otro de esos personajes apasionantes para hacer una aparición en una buena
partida, ya sea como maestro de un personaje, como hereje a perseguir o como un sabio
vagabundo que viaja por España o el resto de Europa. Estas podrían ser sus características:
Juan de Fermoselle, mas conocido como Juan del Encina (o del Enzina), nace cerca de
Salamanca en 1468, donde muchos estudiosos le sitúan su lugar de nacimiento en Fermoselle
(Zamora). Hijo de un zapatero, también llamado Juan de Fermoselle. Hizo sus estudios en
Salamanca, siendo allí condiscípulo de Nebrija. Bajo la tutela de éste estudia retórica y latín, y
entró en el coro de la catedral en 1484. Tomó las órdenes menores, y en 1490 fue nombrado
capellán. En esta época era conocido como del Encina, probablemente a causa del apellido de su
madre. En 1492, Encina entró al servicio de Fadrique: duque de Alba. Tanto el duque como la
duquesa cultivaban con entusiasmo las artes, especialmente la música y la poesía; continuo a su
servicio hasta 1498.
A la muerte del Papa en 1521, Encina volvió definitivamente a España y asumió su cargo en la
catedral de León, donde permaneció hasta su muerte en 1529 o 1530. En 1534 su cuerpo fue
trasladado a Salamanca y, de acuerdo con sus deseos, fue enterrado bajo el coro de la catedral.
Fue un gran humanista. Como dramaturgo se le considera el padre o patriarca del drama
español. Sus poesías líricas parece haberlas escrito todas ellas antes de 1500, muchas de ellas
compuestas para ser cantadas, pues él mismo había sido un gran músico.
Un personaje con una vida plagada de viajes y buenos contactos, que podría hacer más de un
favor a unos más que despistados Pjs en ambiente cortesano. Estas podrían ser sus
características, compartiendo las competencias de un clérigo y un escritor:
Fue el más grande polifonista español de todos los tiempos y uno de los mejores de la Europa de
su tiempo. Nació en Ávila hacia 1548, siendo el séptimo hijo de los once que tendrían Francisca
Suárez de la Concha y Francisco Luis de Victoria, quien murió cuando el compositor tenía tan
solo 9 años. Casi al año siguiente se convirtió en niño cantor de la catedral de Ávila donde
permanecería hasta los dieciocho años. Allí inicia sus estudios musicales de teoría del canto
llano, contrapunto y composición, ejercitándose también en la práctica del teclado. Durante ese
espacio de tiempo estudió bajo la dirección de los maestros Jerónimo de Espinar, Bernardino de
Ribera, Juan Navarro y Hernando de Isasi. Algunos especialistas creen que pudo haber conocido
también a Antonio de Cabezón durante esta época.
Victoria es ascendido a maestro de capilla de este centro, con lo que tiene nuevas obligaciones:
la adecuada formación musical de los niños del coro, enseñar contrapunto y los fundamentos de
composición a los alumnos capacitados, así como dirigir la música en todas las iglesias
dependientes del colegio. Todas estas obligaciones le llevaron a dejar su cargo en la iglesia de
Santa María de Monserrat. Ese mismo año toma órdenes menores (lector y exorcista) y es
ordenado sacerdote el 28 de agosto en la iglesia de Santo Tomás de los Ingleses. Al año
siguiente, 1576, publicó su segunda antología: “Liber Primus qui Missas, Psalmos, Magnificat ...
aliaque complectitur”
En 1578 abandona el Collegium Germanicum y se retira como capellán a San Girolamo della
Carità. No obstante, a Victoria le gustaba volver al Germanicum en algunas ocasiones especiales,
como la Epifanía de 1585. En su nuevo puesto convive durante siete años con San Felipe Neri y
comienza una etapa de intensa religiosidad. También tendrá por compañeros a otros dos
músicos insignes: el español Francisco Soto de Langa y el italiano Giovanni Animuccia. En este
periodo verán la luz diversas colecciones de motetes y misas. En 1581 se publicaron otras dos
antologías de sus obras (entre ellas los “Hymni totius anni”); en 1583, apareció otra; y en 1585 se
publicaron dos antologías más. En una de las editadas en este último año, la “Motecta festorum
totius anni”, se incluyen dos piezas de Guerrero y una de Soriano. Encina, en algunos epigramas
añadidos a esta antología, dice que Victoria era conocido “hasta en las Indias”. Sus obras se
publicaron en muchos lugares diferentes: en Italia, Alemania y España. En 1585 se publica la
más ambiciosa y magistral creación de Victoria: el “Officium hebdomadae Santae”, una
colección que incluye 18 Responsorios, 9 Lamentaciones, dos coros de pasiones, un Miserere,
Improperios, Motetes, Himnos y Salmos para la celebración de toda la Semana Santa.
Un personaje, como veis, diferente a los que quizá estemos acostumbrados a ver en nuestras
partidas, completamente alejados ya de la idea del juglar medieval del que, sin embargo,
habremos de echar mano de alguna de sus competencias:
“España mi natura. Italia mi ventura. Flandes mi sepultura.” (copla recitada por los tercios
españoles)
La educación de ambos hermanos fue notable. Su instructor, Don Pedro de Cárcamo, supo
instruirles en valores tales como la gloria y la virtud, máximos anhelos del caballero español. Y
los tiempos se presentaban muy propicios para que los jóvenes sacaran a relucir esas virtudes en
el campo de batalla, misión que le tocaría a Gonzalo como hidalgo al que le correspondía buscar
galones y fortuna.
Por fin se unifican Castilla y Aragón entorno a la figura de los Reyes Católicos, pero aún
quedaba un reducto musulmán en la Península que se había amurallado en Granada. Y
estallaría el conflicto durante diez años, desde 1482 a 1492. Diez años en los que las bajas
serían muy importantes y por las que se tuvo que reestructurar el ejército español. Finalmente
los musulmanes capitularían el 2 de enero pero pronto llegarían nuevos parajes para la guerra,
donde Don Gonzalo también participaría.
Sin embargo, el 28 de junio de 1495 se produce la única derrota en campo de batalla que sufrió
Don Gonzalo Fernández de Córdoba. Desde entonces no volvería a perder una sola batalla,
librando más de un centenar.
Pero pronto comenzarían a llegar las victorias y la fama a lo largo de Italia. Los soldados
comenzarían a adorar a ese hombre, que fue ganándose el apodo de “Gran Capitán”. Todos
querían combatir a su lado, porque presumían que junto a él los honores no tardarían en llegar
para todos. En 1498 acabaría la primera campaña en Italia y Don Gonzalo es querido por
todos, queriéndose nombrar virrey en Italia. Sin embargo, debería volver a España ya que los
musulmanes se habían revuelto en las Alpujarras.
Samuel Leví
Aunque algunos autores le han atribuido un origen lusitano debido a que fue administrador del
caballero portugués Juan Alfonso de Alburquerque, parece ser que Samuel pertenece al linaje
de Haleví Abulafia, familia que aparece establecida en Toledo desde anteriores generaciones.Se
cree que Samuel Leví nació en Toledo hacia 1320 y que su padre Mair Ha-Leví, murió en esa
misma ciudad, pocos meses después de su mujer, a causa de la peste negra, epidemia que asoló
y mermó considerablemente el número de habitantes de Toledo.
Gozando de esta privilegiada situación, pudo contribuir a negociar la paz entre Castilla y
Portugal, paz que se firmó en Evora en 1358. Samuel Leví residía en Toledo, en un palacio
situado en el barrio de la judería. Durante toda su vida, protegió a sus hermanos de raza y en
contra de todas las leyes vigentes, (Las Partidas y el Ordenamiento de Alcalá), que prohibían a
los judíos construir nuevos templos, mandó levantar en Toledo la Sinagoga del Tránsito, en cuya
ornamentación se entremezclan las alabanzas al rey castellano y a su tesorero judío.
La sinagoga del Tránsito comenzó siendo construida como oratorio privado de Samuel Ha-Leví,
pero a su muerte quedó aislada y fue puesta a disposición de la Iglesia y bajo la advocación de
Nuestra Señora del Tránsito. Pasó a ser propiedad de la Orden de Calatrava, que la convirtió en
capilla e hizo enterrar en su recinto a varios de sus caballeros, cuyas tumbas pueden advertirse
todavía en el suelo de la sinagoga. Las modificaciones calatravas son del siglo XVI.
Se extendía por el sur y por el este de la judería y fue construido por el tesorero de Pedro I. Las
terrazas del jardín actual se construyeron sobre muros del viejo palacio derruido, y los sótanos
que se abren a ese jardín fueron subterráneos utilizados por el antiguo dueño de la mansión:
precisamente el lugar donde, según cuenta la crónica de Pero López de Ayala, fueron hallados
auténticos montones de tesoros que Samuel Ha-Leví fue amasando durante el tiempo en que
administró los bienes del reino castellano.
Tal fue la fama que adquirió su fortuna, que según decían escondía en los sótanos de su
residencia, que fue difamado por sus muchos enemigos y acusado de acumular tesoros y
engañar al rey y el rey decidió expropiar tan preciado tesoro del que sin embargo desconocía su
emplazamiento exacto. Ante la negativa de Samuel a revelar la ubicación de su fortuna, el rey
ordenó su tortura que posteriormente provocaría la muerte. Don Samuel fue enviado a prisión a
las atarazanas de Sevilla en donde, a causa de los tormentos sufridos para lograr su confesión,
muere a causa de los tormentos sufridos.
Como veis un personaje que puede ser interpretado de muchas maneras, un personaje con más
una historia oculta y que podría ponerles las cosas muy difíciles a los personajes en un
momento dado. Pero en lugar de como conspirador nato, también podría vérsele en su faceta de
gran protector de los judíos, con lo que más les valdría a los personajes andarse con cuidado en
sus tardes de borrachera por Toledo. Sea como fuere, estas podrían ser sus características:
Ramón Llull
Ars Magna; Ars Brevis; Ars Generalis; Arbor Scientiae; Lógica Notae; Llibre d'amich e
d'amat; Compendium animae transmutationis; Testamentum; Mercuriorum hiber;
Elucidationis Testamentum Novíssimun; Potestad divitiarum; Theoria et practica; Codivilius
seu vademécum; Lapidarium; El vademécum de las tinturas; etc.
Ramón fue el hijo primogénito del Senescal de Mallorca, quien acompañó al rey Jaime I de
Aragón en la conquista de la isla a los sarracenos. La familia de Lull era muy rica, pues el padre
recibió vastas tierras del rey después de la conquista. Destinado por su padre a la carrera de las
armas, después de casarse muy joven, se fue a la corte de Jaime II de Aragón, quien le distinguió
confiándole cargos de honor en palacio.
Según sus biógrafos cuentan, y él mismo en su libro titulado Líber Contemplationes in Deo,
observó una vida licenciosa y turbulenta hasta la edad de treinta y un años, en que a causa de
una pasión violenta y desgraciada, cambió radicalmente de costumbres y se volvió a Palma para
llevar una vida ascética y virtuosa, después de repartir sus bienes entre sus hijos.
De allí se dirigió a París, donde escribió varias obras y prosiguió sus estudios de Alquimia. Aquí
conoció a Arnau de Vilanova. Viajó por Austria. En toda esta amplia gira fundó algunas
escuelas de lenguas orientales y trató de interesar a los. Reyes y papas para que le ayudasen a
organizar unas misiones de predicadores cristianos.
Para dar el ejemplo, el año 1291, teniendo cincuenta y seis años, se dirigió a Túnez a predicar y
entabló controversias con los musulmanes. El sultán le hizo encerrar; pero después resolvió
desterrarle y le hizo embarcar en el mismo barco que le llevara. Se escapó y permaneció
escondido en Goletta tres meses; escribió allí otro libro y predicó a los moros en secreto. Se
embarcó por fin para Nápoles, donde vivió varios años, dando conferencias. De allí se fue a
París, donde escribió su Fabula Generalis y Ars Expositiva.
Volvió a Roma para hablar al Papa Celestino V. Desde 1299 hasta 1309, Raymundo predicó a
los judíos de Mallorca, en Chipre, Siria y Armenia. En este último país residió más de un año y
escribió su obra Líber de iis quoe Homo de Deo debet credere. Volvió a Italia y a Francia, por
donde viajó de 1302 a 1305, siempre hablando en público y escribiendo. Pasó a Inglaterra,
alojándose en el hospital de Santa Catalina y escribió allí una obra sobre Alquimia. Es muy
conocida la transmutación que hizo para el rey Eduardo III de mercurio y estaño en oro, con el
que el monarca hizo acuñar las monedas desde entonces llamadas raymundinas o rosas nobles.
Así, dicho a grandes rasgos, vivió y murió ese asombroso genio, preclaro talento, que se llamó
Ramón Lull. En fin, con la trayectoria que siguió su vida se hace imposible no tenerle en cuanta
para alguna intervención en el curso de alguna aventura. Pero dada la amplitud de sus
conocimientos de me hace muy difícil darle sus características. Lo mejor es apostar por el
consejo del suplemento “Grimorio” del juego, es decir, todas las competencias de Cultura al
99%.
La figura del duque de Alba se encuentra entre las más importantes de la historia del siglo XVI
español. Militar y diplomático, nace en Piedrahita en 1507, siendo educado en un ambiente
renacentista, con Boscán y Gracilaso de la Vega. Desde su adolescencia se sentiría atraído por
las cuestiones militares y estuvo presente en las principales acciones bélicas del reinado de
Carlos V (como la ocupación de Túnez o las campañas de Alemania) y se convirtió en uno de sus
principales jefes militares. En 1522 don Fernando, con quince años, contrae matrimonio con
María Enríquez, miembro de una de las más prestigiosas familias castellanas, lo que nos
muestra la importancia de la política matrimonial en la alta nobleza. De este enlace nacerán dos
hijos: Fadrique y Diego.
Felipe II se decidió finalmente por esta línea, a pesar de que la gobernadora, Margaria de
Parma, había conseguido dominar la revuelta. Llegó a los Países Bajos a fines de 1567 y
distribuyó las tropas por los lugares estratégicos. Poco después convocó a los principales
miembros de la nobleza, y a la salida del consejo prendió a cuantos habían manifestado una
actitud recelosa ante el Gobierno español.
A fines de 1569 el duque de Alba aparecía como el brillante vencedor que había restablecido la
dominación española y la ortodoxia, unidas de forma indisoluble. Pero este aparente triunfó
muy pronto se derrumbó. Por una parte, las dificultades financieras le obligaron a imponer
nuevos tributos, especialmente la alcabala, lo que provocó un gran descontento entre la
población. Por otra parte, se organizó una resistencia desde el exterior, con el apoyo de los
hugonotes y de Inglaterra. El duque de Alba dirigió sus tropas contra Haarlem, centro del
Pero a pesar del brutalidad utilizada, la resistencia al dominio español se generalizó en todo el
territorio y Felipe II comprendió finalmente que la política intransigente preconizada por el
duque del Alba había fracasado y que sólo con unas medidas más flexibles podría recuperarse la
autoridad real en los Países Bajos.
Como veis, hombre severo y autoritario, pero firme y decidido en sus decisiones. Más les
valdría a los Personajes llevarse a bien con él estando bajo sus órdenes en alguna de sus
campañas. Estas podían ser sus características:
Fray Antonio de Guevara, franciscano, nació en Treceño (Santander) alrededor de 1481, y murió
en Mondoñedo (Lugo) el 3 de abril de 1545. Fue hijo de D. Beltrán de Guevara y Doña Elvira de
Noreña y Calderón. Llegó a ser inquisidor y Obispo, aunque también se dedicó a las tareas de
historiador y moralista.
Cuando cumple doce años, Antonio de Guevara, gracias a los buenos oficios de un tío suyo
puede educarse en la Corte como paje del príncipe Juan y es probable que recibiera lecciones del
humanista Pedro Mártir de Anglería. Desde entonces, Antonio de Guevara y de Noroña
comienza su carrera de cortesano y hombre de mundo que no abandonaría hasta los últimos
años de su vida.
Hombre dotado de una gran facilidad de palabra, se impuso por sus condiciones naturales de
orador; la fama de sus sermones le llevó de nuevo a la corte, donde consiguió que el Emperador
le nombrara predicador real el 4 de octubre de 1521. Triunfante el partido imperial, atacó sin
piedad a los comuneros. Carlos V recompensó con creces el decidido apoyo prestado por
Guevara a su causa y le nombró también inquisidor de Toledo.
Sin embargo, y en lo que a su oficio como inquisidor se refiere, podemos comprobar que jamás
disfrutó con él. Así, en el suplemento sobre la Santa Inquisición, se nos apunta que “acabó
asqueado de los procedimientos inquisitoriales, renunció a su cargo y acabó como obispo de
Mondoñedo, dedicándose a escribir obras didácticas, que alcanzaron gran difusión en Europa,
en especial en Inglaterra.”
Pero lo que le dio más gloria fueron sus obras, tan variadas en
temática y tan ricas en recursos expresivos. Los trabajos literarios
de Guevara corrían manuscritos entre los cortesanos y eran
admirados por su estilo pulido y retórico, por la variedad y ciencia
que encerraban; hasta tal punto se aficionaron a ellos que el
escritor no tuvo más remedio que imprimirlos, con objeto de fijar
el texto, bastante alterado en las copias.
Nicolás Flamel
Una noche, mientras dormía, dice que se le apareció un ángel en un sueño, que sostenía un
libro de singular portada cuyos caracteres no le era posible descifrar. Este hecho tiene
relevancia puesto que una mañana de 1357, entró en su tienda un hombre, portando un extraño
libro (el libro de Abraham el judío) del que quería deshacerse porque necesitaba dinero. Flamel
lo reconoció inmediatamente como aquel que había visto en su sueño y lo adquirió sin titubear,
cambiando su vida para siempre…
Aún no estuvo preparado para entender ni descifrar el contenido de ese libro, pero sentía que en
él se encontraban los secretos de la vida y de la muerte, de la unidad de la Naturaleza. Nadie en
París estuvo capacitado tampoco para ayudarle y así emprendió una serie de viajes por el
mundo para tratar de resolver su misterio.
Consideraba que era imprescindible para su misión, conocer a la perfección el hebreo, así como
el estudio de la Cábala por lo que, entre otros sitios, viajo a España con el propósito de aprender.
Toda su vida la podemos imaginar llena de singulares peripecias con lo cual, es inabarcable la
cantidad de situaciones y, sobre todo, lugares distintos y sorprendentes en los que podrían
encontrarse unos hipotéticos Pjs con el gran Nicolás Flamel.
Al igual que en el caso de Ramón Llull, no me resisto a ponerle unas características similares a
tan insigne personaje si bien el Director de Juego tiene siempre la última palabra.
Tras la caída de Granada, en 1493 tuvo la oportunidad de enrolarse hacia Nuevo Mundo en lo
que sería el segundo viaje de Colón. Junto a él, viajarían muchos jóvenes aristocráticos y nobles
aventureros quienes habían quedado sin ocupación después de la toma de Granada, todos ellos
rumbo a La Española, Santo Domingo.
Ya allí le llegaron noticias de las riquezas de la vecina isla Borinquen (Puerto Rico) y consiguió
que en 1508 se le encomendase la dirección de una expedición hacia dicho lugar. Consiguió un
sometimiento pacífico de la sola gracias al sometimiento pacífico del cacique local Agüeibana.
Esto le posibilitó el poder dedicarse a fundar ciudades como la de San Juan, así como amasar
una gran fortuna. Por sus servicios, fue nombrado gobernador de la isla aunque bajo la
oposición de Diego Colón.
Pero tras la muerte del indio, la población se sublevó contra la dominación española y la
revuelta tuvo que ser apaciguada violentamente por Ponce de León. Sería destituido de su cargo
en 1511 si bien se resistió a abandonar su puesto hasta que el propio Diego Colón se lo pidió
expresamente.
Según cuenta una leyenda, a sus oídos habían llegado las historias sobre una isla llamada
Bimini en la que se encontraba una fuente cuyas aguas devolvían su juventud a aquél que de
ellas bebía. Y en el ano 1513, Ponce de León se embarca en busca del sueño de la eterna
juventud, según algunos, o para obtener nuevas tierras y tesoros, según los otros. Antes de
partir se aseguró de obtener el título de adelantado y la jurisdicción sobre el territorio que iba a
descubrir.
Tomando su curso en una dirección hacia el noroeste, once días después llegó a Guanahani,
donde Colón vio tierra por primera vez. Continuando su viaje, en Domingo de Resurrección
(Pascua de las Flores), el 27 de Marzo estuvo incluido en la escena de la costa la cual llamó
Florida en honor del día y a cuenta de la exuberante vegetación. En Abril 2 tocó tierra en un
paraje un poco al norte del lugar actual de San Agustín y formalmente tomó posesión en el
nombre de la Corona. Regresó enseguida, siguiendo la costa oeste a la Latitud 27º 30`, y luego
regresó a Puerto Rico.
Durante este viaje tuvo varios encuentros con los nativos, quienes mostraron gran coraje y
determinación en sus ataques, lo cual probablemente cuenta por el hecho que Ponce no intentó
encontrar un poblado o penetrar al interior en busca del tesoro que se creía estaba escondido
allá. No obstante en su primer travesía había estado sin resultado hasta la adquisición de oro y
esclavos, y el descubrimiento de la "Fuente de la Juventud" estuvieron comprometidos, Ponce
determinó asegurar posesión de su nuevo descubrimiento. A través de su amigo, Pedro Núñez
de Guzmán, aseguró un segundo acuerdo fechado el 27 de Septiembre de 1514, el cual le dio el
poder para establecer la Isla de Bimini y la Isla de Florida, así él meditó al estar en Florida.
Es difícil definir una institución como la de las órdenes militares cuya larga duración en el
tiempo, desde el siglo XII al XIX (e incluso hasta nuestros días en algunos casos), ha ido
transformando de manera muy profunda su naturaleza.
Órdenes Universales
El concepto de orden militar es, en principio, universal. No puede ser de otro modo dado el
carácter religioso y la directa dependencia pontificia de las primeras fundaciones, así como su
compromiso con la defensa de ese proyecto común de la Cristiandad que era el reino de
Jerusalén, su frontera oriental. Pero es que, además, la lógica del nacimiento de las primeras
órdenes militares, una lógica animada y justificada en el espíritu de la cruzada, no era
patrimonio de reino alguno, sino inevitable manifestación del conjunto de la sociedad
occidental.
Las primeras son las más importantes y en ellas se ejemplifica con mayor calidad el nuevo
“modelo territorial” de orden militar al que venimos aludiendo. Serán, indiscutiblemente,
mejores instrumentos de los reinos seculares que de la Iglesia universal, y lo serán en un
momento en que esos reinos asumen, parcialmente secularizada, la propia noción de cruzada.
Jerarquía (I)
Vida Cotidiana
Todos comían en el refectorio; debían hacerlo en silencio, aunque no faltan testimonios de los
alborotos que podían llegar a producirse, con agresiones incluidas. Pronto, las excepciones
fueron autorizando que no sólo el maestre y otros altos dignatarios comieran aparte, sino que lo
hicieran también el resto de los freires.
Sobre los hábitos eran bordadas cruces que sólo con el tiempo
adoptaron la tipología que hoy nos resulta familiar. La cruz patada
(ensanchada en sus puntas) del Temple pudo ser muy temprana,
quizá de mediados del siglo XII; la característica cruz de ocho
puntas de los hospitalarios, en cambio, no se documenta antes del
siglo XIII, pero las estereotipadas cruces de las órdenes hispánicas
no son anteriores a finales del siglo XIV y principios del XV.
La participación de los freires en los oficios religiosos no siempre era muy activa dado el
desconocimiento que muchos de ellos tenían del latín, pero estaban, en cualquier caso, obligados
a rezar un número considerable de padrenuestros por las intenciones más diversas, hasta 150
diarios en el caso de los hospitalarios.
Otros, sin ser sergents, se dedicaban a trabajos manuales especializados que habían
desempeñado antes de profesar; así era, al menos, entre los santiaguistas, cuya regla
contemplaba, además, la existencia de freires medrosos o inhábiles para las armas, que eran
destinados a labores de apoyo en la casa.
Sin embargo, es difícil documentar prácticas de adiestramiento militar. Los teutónicos, por
ejemplo, tenían expresamente prohibido dedicarse a esos combates simulados que eran las
justas y torneos, tan mal vistos desde siempre por la Iglesia. Y, en general, les estaba vedado a
ellos y a los freires de otras órdenes entretenerse en esas otras aficiones sustitutorias de la
guerra como eran la caza y la cetrería, aunque los santiaguistas en este punto, y una vez más,
constituyeron desde temprano una excepción, que acabaría con el tiempo ampliándose.
Corrección Disciplinaria
La vida del religioso, y también por tanto la de un freire de orden militar, se hallaba
necesariamente mediatizada por la disciplina correccional.
en el orden moral solían ser los pecados relativos a la sodomía, fornicación y asesinato, y en el
plano de las deslealtades, las que constituían atentados contra la integridad patrimonial de la
orden o las que, como conspiraciones o rebeldías graves contra el maestre, podían afectar a la
propia estabilidad institucional.
Finalmente, las órdenes cuyos conventos centrales radicaban en Tierra Santa, celebraban
reuniones cada varios años: los templarios cada cinco.
Casi todas las órdenes se autorregulaban en materia
disciplinaria creando específicos instrumentos de control.
El sistema era algo más complejo en las órdenes de
obediencia cisterciense que, desde el principio, quedaron
integradas en la estructura de las llamadas visitaciones,
efectuadas por abades comisionados por el capítulo
general de Cîteaux. La orden de Calatrava recibía la visita
del abad de Morimod, a quien correspondía una parte
sustancial de responsabilidad, junto al propio maestre y
prior calatravos, en la aplicación del sistema disciplinario.
A su vez, al maestre calatravo incumbía el derecho de visitación sobre los conventos centrales de
las órdenes de Alcántara, Avis y Montesa, que en el jerarquizado organigrama cisterciense eran
filiales directas del convento calatravo.
Escenarios de Actividad
Los tres escenarios tienen un denominador común. Son la expresión patente de las fronteras de la
Cristiandad de los siglos XII y XIII, y en todas ellas, el Occidente cristiano-romano hizo, a través
de la cruzada, una sólida apuesta de consolidación expansiva a costa de infieles y paganos. Pero
las similitudes acaban ahí. De hecho, se pueden establecer importantes diferencias entre los tres
escenarios señalados.
Desde otro punto de vista completamente diferente, el de las justificaciones ideológicas, conviene
subrayar también las diferencias en los relativo al enemigo a combatir y la naturaleza de sus
creencias. No es igual que los freires se enfrenten a los infieles musulmanes del Próximo Oriente
o de la Península Ibérica, que a los paganos eslavos de la zona báltica.
En efecto, los modos empleados por los freires teutónicos en el este de Europa, en ocasiones de
auténtico exterminio, no fueron por lo general los adoptados por los templarios y hospitalarios en
las regiones musulmanas de Siria, y mucho menos en la Península, donde la regla santiaguista
llegaba a contemplar, incluso, la deseable atracción de los musulmanes a la fe de Cristo.
Naturalmente que esta distinta forma de entenderse la relación de las órdenes militares con el
poder, condiciona seriamente su actividad militar. Es así que un vehemente mandato de la Sede
Apostólica, como el que en 1193 dirigía el papa Celestino III a las órdenes hispánicas para que
lucharan contra el islam independientemente de las treguas que sus reyes hubieran firmado con
los musulmanes, sólo se entiende en un contexto específico en el que la iniciativa militar de los
freires se ve seriamente restringida por los intereses políticos de los monarcas, auténticos
gestores y administradores de la guerra contra el islam peninsular.
Actividades Hospitalarias
De esta manera vemos cómo órdenes como la del Temple, la del Hospital de San Juan, de San
Lázaro, la Teutónica o la de Santo Tomás de Acre tenían como misión atender y defender a los
peregrinos de Tierra Santa. Y este origen no se perdería en la fundación de las demás órdenes.
Otros, en cambio, en especial los situados en las cercanías del Camino de Santiago, se orientaban
más bien a la atención de indigentes y desarraigados, condiciones ambas, de un modo u otro,
relacionadas con la figura del peregrino. Incluso, no faltan tampoco alusiones a la atención de
niños abandonados en los hospitales de las órdenes.
Sobre todo se conseguía gracias al inagotable flujo de donaciones, especialmente intenso entre los
siglos XII y XIII.
Pero también hay que tener en cuenta en este punto los intereses de los papas, que no dejaron de
utilizar a las órdenes como instrumento de su expansión, tratando de desvincular
progresivamente a los órdenes del poder político de los reyes. Fueron muchos los mecanismos
utilizados por los papas para estrechar los vínculos de dependencia que hacia ellos tenían las
órdenes como la exención de diezmos eclesiásticos.
Uno de ellos, y no el menos importante, fue el de la propia guerra. Ésta no siempre se veía
compensada con botín y, en cualquier caso, el mantenimiento, de equipos militares, el suministro
de caballerías, el pago de mercenarios y, sobre todo, la construcción, puesta a punto y
aprovisionamiento de fortalezas, que constituían una permanente sangría económica.
Las órdenes intentaron hacer frente a la situación a través de los caminos más diversos:
limitaron la adquisición de freires en sus filas a los que estrictamente pudieran ser mantenidos
con las rentas que poseían; procuraron flexibilizar los mecanismos de enajenación de bienes que
permitieran compensar pérdidas; y acudieron también a los préstamos.
Embarcaciones
Las embarcaciones suelen clasificarse, por lo general, dependiendo de su fuerza motriz: remo o
vela. Son muchos los buques que se dieron cita en este periodo aunque la complejidad de citarlos
estriba en lo dificultoso de su identificación. Por ello, la mayoría de las veces se recurre a las
pinturas de la época.
Sea como fuere, sí podemos asegurar que dentro de los barcos movidos por remos había de dos
tipos:
- El grupo de la galera: galera gruesa, bastarda o sutil; tarida; galeaza; galeota o fusta.
La nao era un buque de casco ancho que podía tener hasta tres
cubiertas. Dos son los palos que solía tener si bien podía
añadirse un tercero, el trinquete. Su tamaño era variable pero
superaba por lo general las cien toneladas.
Aun así, en ningún momento se interrumpieron las rutas de navegación y los seguros marítimos
cubrieron los riesgos de la navegación.
Mercaderes y Mentalidad
El ingenio, la innovación y el riesgo se decantaron del lado genovés (mapas marítimos, póliza de
seguros, navegación, etc.), mientras que el mercader veneciano era más conservador y siempre
fue a la zaga del primero.
Cataluña
Pero desde 1432 el comercio marítimo barcelonés inició una etapa descendente, lo que ha llevado
a hablar de crisis, esgrimiéndose todo tipo de razones para explicarla: pérdida de mercados
tradicionales, competencia de los italianos, caída de los mercados norteafricanos y atlánticos,
etc.
Hoy se busca la respuesta en la propia situación interna de Cataluña, que vio su agricultura
desestructurada y no supo encontrar el modo de compensar las dificultades económicas
externas, lo que no presupone que Barcelona no siguiera siendo un activo foco comercial
vinculado al Mediterráneo, a pesar de haberse desplazado la supremacía a Valencia.
Valencia
Mallorca
Este comercio se vio impulsado por las empresas de la Corona de Aragón (Sicilia, Cerdeña,
Grecia,...), donde los mallorquines contaban con consulados propios. Durante el siglo XIV el
desarrollo de una industria textil propia y la producción de lana transformó a Mallorca en centro
productor propio, mientras que comercialmente la isla alcanzó su máxima prosperidad entre
1318 1330.
Los registros del Ancoratge de 1341 muestran un predominio absoluto de la ruta norteafricana
(37%), seguidos por los puertos catalanes, italianos, venecianos, sur de Francia, sardos,
sicilianos y castellanos. Superada la crisis de mediados del siglo XIV, el norte de áfrica no perdió
su papel primordial en el comercio mallorquín, en tanto que los operadores italianos estaban
fuertemente asentados en la isla.
Castilla y Portugal
Un hecho decisivo en estos siglos medievales fue la apertura del estrecho de Gibraltar gracias al
empuje genovés, lo que permitió que marinos castellanos comenzaran a frecuentar el
Mediterráneo desde el siglo XIV, sobre todo a partir de 1382-1393 (aproximadamente), ya de
forma habitual, y en el siglo XV la presencia en aguas occidentales de marinos y piratas
castellanos fue masiva, sobre todo en Valencia, Cataluña y Mallorca, pero también en Génova,
Nápoles y Sicilia, actuando como comerciantes y transportistas, multiplicándose los consulados
castellanos por todo el Mediterráneo en el Cuatrocientos.
El Mediterráneo Islamico
El mundo islámico presentaba a finales de la Edad Media tres áreas mercantiles: Granada, el
Magreb y Egipto.
El Final de Bizancio
Enorme fue la trascendencia cultural que los contactos con Italia tuvieron para los Estados de la
Corona de Aragón, sobre todo en el terreno de la pintura, ya desde el siglo XV tras la conquista de
Nápoles por Alfonso el Magnánimo, que permitió a Valencia convertirse en la puerta de entrada
del Renacimiento en la Península Ibérica, aunque los ritmos en las distintas artes y áreas
mediterráneas variaron según los países. Así, frente a la precocidad de la pintura valenciana, en
la arquitectura las influencias renacentistas fueron más tardías y dispersas, igual que en el reino
de Murcia, de principios del siglo XVI.
Lo mismo sucedía en el área oriental, donde los intensos contactos entre Bizancio e Italia se
tradujeron en unas influencias culturales, objeto de intenso debate, sobre todo en lo referente a
la influencia oriental en el arte cristiano de Occidente, visible en toda la Edad Media, desde los
mosaicos de Ravena, Venecia o Palermo, a las “Madonnas”, de una iconografía absolutamente
bizantina.
El Universo (I)
¿Y más allá?: “fuera del cielo no hay espacio, ni vacío, ni tiempo. Ésa es la razón por la que lo
que quiera que allí haya se caracteriza por no ocupar espacio ni verse afectado por el
tiempo” (Aristóteles). Y los pensadores medievales afirmaron que esto era precisamente el Cielo
“propiamente dicho y colmado por Dios” (Bernardo Silvestris, s.XII), “ese Cielo que es luz, luz
intelectual, colmado de Amor” (Dante). Pero la diferencia mayor entre la comprensión medieval
del Universo y la actual radica en que el universo medieval, aunque imaginablemente grande,
era finito.
Además del movimiento, las esferas transmitían a la Tierra lo que se llamaban “influencias”, y
éste era el tema que estudiaba la astrología. En resumen, de cada planeta emanarían
propiedades específicas cuya influencia no se ejerce sobre los hombres directamente sino a
través de una modificación del aire.
El Mundo
Y también se hacía más corto el trayecto marítimo desde Europa a Asia por la ruta del Oeste:
Colón se fió de Ptolomeo y tuvo la suerte de encontrar un continente inesperado, los
portugueses no, y asó pudieron llegar la India.
En realidad existía una gran imprecisión entorno a la India y dónde terminaba. Y aquella
vaguedad medieval explica que los europeos hayan denominado después, como sabemos,
“indígenas” o “indios” a los naturales de tantas tierras diferentes. La misma nebulosidad
afectaba a China o Catay, a pesar de las descripciones de viajeros de la segunda mitad del siglo
XIII, a partir de Marco Polo.
Entre los “dominios de lo maravilloso” destacan por su importancia y número los lugares y
países extraordinarios, y los monstruos humanos y animales por otro lado. En cuanto a los
seres extraordinarios podríamos recoger cuatro tipos:
Por último, recordemos que algunas de estas imaginaciones todavía influyeron sobre los
exploradores españoles del siglo XVI en América o inspiraron a pintores de su tiempo como El
Bosco.
Algunos autores opinaban que el centro de la civilización se había ido desplazando de Oriente a
Occidente. Así se expresaba en el siglo IV y se repitió a partir del XII de nuevo, sobre todo al
teorizar sobre el paso del poder imperial de unos a otros pueblos, desde Babilonia a Germania:
“toda la sabiduría humana comienza en Oriente y acabará en Occidente”.
El Preste Juan
Asia era, para la imaginación de los europeos, un espacio más adecuado que África; además, las
cruzadas habían facilitado algunos contactos y ya en 1122 había acudido a Roma cierto
“arzobispo de la India” formando parte de la embajada bizantina.
También de Bizancio vino la noticia del Preste Juan, bajo la forma de una
carta que había dirigido a su emperador Manuel II describiendo la
magnificencia, riqueza, orden y paz de su corte, ciudad y reino, lo que
hace de ella un testimonio excelente cómo imaginaban las maravillas de
Oriente los bizantinos, pues el texto fue obra de un eclesiástico griego,
hacia 1165 o, desde luego, antes de 1177, año en el que el papa Alejandro
III escribía a nuestro querido hijo en Cristo, ilustre y magnífico rey de
las Indias, considerándolo como posible aliado en los intentos de
combatir al Islam y consolidad asó el dominio sobre los Santos Lugares,
pese a que su condición de rey-sacerdote, monocracia desconocida en
occidente, debía inspirarle poca confianza, porque era el mejor ejemplo
imaginable de una realeza sagrada refractaria a cualquier reconocimiento
de la superioridad pontificia.
Desde luego, la leyenda consolaba algo a los occidentales, que habían perdido Edesa, en 1144, e
incluso es posible que tuviera como base un suceso real, la victoria de los Kara-Khitai sobre los
turcos seldyúcidas en Samarcanda (1141). El hecho es que los primeros rumores, desde 1145, y
la carta aparecieron en un momento en que había una poderosa propensión a creer la historia
que se contaba, y que muchos de sus detalles describían el tipo de maravillas que los europeos
esperaban encontrar en Oriente.
Pero lo que más importa aquí es señalar la persistente creencia en el fabuloso personaje,
creencia que no decayó a pesar de los testimonios de viajeros a Oriente, desde mediados del
siglo XIII, que afirmaban no haber encontrado al Preste Juan ni oído hablar de él.
Los autores cristianos pasaron de una concepción simbólica del Paraíso Terrenal a otra realista
e “histórica” entre los siglos II y VII. Los medievales, desde luego, sólo glosaron esta última.
Todos lo imaginaban en un punto elevado, siguiendo la tradición universal que considera a
unas u otras montañas como lugares sagrados; también la localización judía lo situaba en un
monte de la parte del mundo correspondiente a Sem, en un punto extremo del Oriente asiático,
“donde se unen los confines de la tierra y el cielo”.
Sin embargo, una minoría lo situaba cerca del Polo Norte porque, se
decía, los nórdicos o hiperbóreos eran los más felices y longevos de
los hombres; a esta opinión parecen adscribirse los autores que
afirmaban la extrema longevidad de los habitantes de Hibernia o
Irlanda, y el mismo Cristóbal Colón cuando atribuye al globo
terráqueo cierta forma de pera para que el Paraíso estuviera en la
parte superior y prominente.
Del Paraíso, en fin, saldrían los cuatro ríos principales del mundo:
Nilo, Tigris, Eúfrates, Indo o Ganges.
La “nostalgia del Paraíso” acompañó muchas imaginaciones, viajeras o no, durante siglos. El
Paraíso era inaccesible, es cierto, pero había dejado huellas o elementos en algunos puntos del
mundo, donde la Naturaleza se mostraba como un jardín maravilloso y las gentes parecían
buenas, incluso en su salvajismo y desnudez.
El libro de Marco Polo tuvo gran difusión, mucha más que la Flor
des Estoires d´Orient, escrita por el príncipe armenio Hayton en
Avignon (1307), pero todavía mayor la tuvo otro libro que es una
mixtificación escrita en francés a mediados del siglo XIV por un
inglés: en la obra, sir John de Mandeville relata su supuesta
peregrinación por Tierra Santa, Egipto, Etiopía, India, Catay,
Persia y Turquía.
En el primer caso está el itinerario al Catay que incluyó Francesco Balducci di Pegolotti en su
Practica della Mercatura, hacia 1230, para uso de los comerciantes. En el segundo, el Libro del
conocimiento de todos los reinos, tierras y señoríos que son por el mundo, escrito por un
franciscano de Sevilla, que es también una recopilación y no un relato de viajes, aunque como
tal lo presente su autor en primera persona. También son de interés los compendios y
traducciones hechos hacia 1380 por orden del aragonés y gran maestre de la Orden de San
Juan, don Juan Fernández de Heredia.
Por ejemplo, el cálculo de Toscanelli sobre la distancia entre Europa y Catay por la ruta del
Oriente, basado en Ptolomeo, influyó decididamente en el proyecto de Colón.
En el Atlas Catalán de 1375, que sigue en este punto a Marco Polo, se puede leer: <<en el mar
de las Indias hay 7.548 islas, de las que no podemos detallar aquí las maravillosas riquezas que
contienen, oro y plata, especias y piedras preciosas>>, aunque sólo dibuja las de Ceilán,
Caynam y Taprobana.
En definitiva, los hombres del Occidente medieval vieron en el Océano Índico un anti-
Mediterráneo, antítesis de su civilización y racionalización.
Así, de nuevo, el Atlas Catalán, que las sitúa más allá de la Insula de Canaria, acompañando el
dibujo con un breve apunte sobre su abundancia y carácter paradisíaco que, de alguna forma,
tocaba también a las no muy lejanas Canarias: recordemos que, en 1344, el papa Clemente VI
había investido a Luis de la Cerda como Príncipe de la Fortuna, refiriéndose a las Canarias,
entonces recién descubiertas.
Un relato portugués de 1447 afirma que “un navío que venía del Estrecho de Gibraltar fue
conducido por una tempestad a la Isla de las Siete Ciudades, identificada por algunos con las
Antillas; allí encontraron a los descendientes de los cristianos huidos de la invasión musulmana
en tiempos de don Rodrigo, los cuales preguntaron si los moros dominaban aún la Península; a
su regreso, los navegantes trajeron consigo una porción de arena que se comprobó tenía mucho
oro”. Que todo aquello se tomaba muy en serio lo demuestra la merced de Alfonso V de Portugal
a su consejero para que buscara la isla, u otras cualesquier pobladas o por poblar, y se
beneficiara de su explotación.
San Brandán
La versión más corriente del relate sería algo así: Brandán recibe la visita del ermitaño y monje
Barindo o Barinto, que habla de la existencia del paraíso terrenal visitado por él y por otros
monjes. Brandán y 14 monjes más emprenden su búsqueda a través del Océano. A los cuarenta
días de navegación desde Irlanda hacia el trópico encuentran una escarpada “Isla de las
Delicias”, a la que sigue otra que surcada de riachuelos y poblada de carneros. La Pascua de
Resurrección la celebran los peregrinos sacrificando uno de aquéllos a lomos de la isla-ballena; la
de Pentecostés lo fue en la “Isla de los Pájaros”, que encarnaban ángeles castigados con el
alejamiento del Paraíso y trinaban maravillosamente; la Navidad en otra isla, habitada por los
cenobitas de San Patricio y San Alibeo.
A partir de aquí y durante siete años, este ciclo se repite y las fiestas
coinciden con los lugares del primer periplo, pero además tienen
lugar diversas aventuras en pleno océano, poblado de monstruos
marinos, y la arribada a otras islas; cerca de una de ellas, los viajeros
dieron muerte a un monstruoso cetáceo; se descrien también la isla
plana de los hombres fuertes y otra, inmensa, poblada de ricos
frutos (vides enormes) y gratos aromas. Hacia el norte, la “Isla
Rocallosa”, con lavas y cíclopes, y la “Isla del Infierno”, con su
inmensa cumbre envuelta en nubes y llameante como una hoguera.
Hacia el sur, la roca donde Judas padece interminables sufrimientos, Ls “Isla Redonda”,
habitada por un único ermitaño, llamado Pablo y, por fin, la “Isla de los Santos” o
Bienaventurados, para llegar a la cual es preciso atravesar las más negras tinieblas y donde
cuarenta días duran lo que uno solo. En ella contemplaron la primera zona del Paraíso, el Jardín
de las Delicias. Desde allí, transcurridos ya siete años, San Brandán volvió a su monasterio de
Conflert. En diversos pasajes del relato, según otras versiones, se menciona la Isla de las Siete
Ciudades, y Tirnanoge, el país de la eterna juventud, donde siempre los árboles están verdes y la
gente es moza.
Este tipo de viaje iniciático, que tiene como meta un lugar oculto semejante al Paraíso, se ha
repetido bajo muchas formas diversas.. Para realizarlo, es preciso siempre que el hombre
trascienda su propia racionalidad, anule el instinto de conservación en aras e la consecución del
objetivo del viaje, y llegue a una situación límite en la que el cambio o devenir temporal ya no
existe, o apenas, y es posible una especie de re-creación del ser y su acceso a un mundo de luz
eterna. Y San Brandán y sus compañeros rozan ese estado cuando atraviesan lugares donde
“cuarenta días duran lo que uno”.
El Cielo
La eternidad sería algo así como el Presente perpetuo. Pero esta era una visión teológica
demasiado abstracta para la mayoría de las personas, que entienden el amor como algo más
emocional que intelectual. En el siglo XIII, más que en los anteriores, hubo quieres concibieron
el cielo mediante una trasposición del los códigos del amor cortés a la plenitud del Más Allá y de
la unión con Dios. Así, las monjas místicas presentan una imagen del Paraíso Terrenal, de los
tres cielos, y de la “visión beatífica” reservada esta última a la virginidad femenina.
En fin, que durante la Edad Media, el cielo llegó a significar cosas tan diferentes como la ciudad
eterna, la promesa del conocimiento de Dios y la promesa del amor, especialmente del amor a
Cristo.
El cielo sería entonces algo distinto. Sin perder de vista su centro divino, el cielo se convirtió en
algo más mundano, más humano, con una doble morada: el Paraíso-Jardín y la Jerusalén
celestial. Así se representa por ejemplo en el Compendio de Revelaciones de Savonarola y en El
Paraíso de El Bosco, donde se representa un barco y tiendas de campaña, lo que indica que hay
vivienda permanente.
La separación del paraíso (morada de los bienaventurado) y del cielo (morada de la Trinidad) se
corresponde con la distinción entre naturaleza y tradición, a pesar de lo cual, el paraíso no es
exclusivamente pastoral.
En este cielo humanizado, habrá reencuentro con parientes y amigos, vida social, sin rígidas
jerarquías de bienaventurados, existirá un nuevo tipo de vida activa, porque el movimiento es
una facultad inherente a la libertad, sin que ello signifique imperfección o muerte.
El Infierno y Purgatorio
En algunos de esos relatos y visiones, sobre todo a partir del siglo XII,
se perfila un “tercer lugar”, que no es el Infierno pero tampoco el Cielo.
A veces se le conoce como “paraíso de espera” pero quedaría fijado el
nombre de “Purgatorio”. Se insistía en que era una especie de “prueba”
post mortem para purgar las penas que muchos difuntos no habían
saldado en vida pero que, por su carácter y, sobre todo, por la fe de
aquellos pecadores, no daban condena eterna.
Pero en definitiva, la idea del Purgatorio lo que hacía era aportar un matiz de tranquilidad, en la
medida de poder controlar algo más el destino. El Purgatorio se transforma en un anexo de la
tierra y prolonga el tiempo de la vida y de la memoria, amplía la posibilidad de gestionar la
salvación, con ayuda de los rezos de los vivos, e incluso abre la puerta, aunque de modo
excepcional y no reconocido oficialmente, a cierta comunicación con las almas de los difuntos,
que podrían aparecerse para prestar su auxilio.
Res Magices
No sé si como homenaje o no al viejo Rerum Demoni, este "cosas de la magia" también pretende
acercase a ese lado más oscuro del juego y la vez más apasionante. Sin duda el tema de la magia es
el más recurrente en nuestras partidas y es que, sin este elemento, el juego no sería realmente lo
mismo.
¿Cuántas sesiones en busca de ese componente que nos hace falta para ultimar nuestro ungüento
de Vuelo? ¿Cuántas visitas a brujas para que nos curen ese mal de ojo que afecta a nuestro
Personaje? En fin, Aquelarre no podría subsistir sin ese componente fantástico de la magia y por
eso, desde esta sección, trataremos de conocer un poco más y adentrarnos en todo ese mundo.
Sed, pues, bienvenidos brujas, hechiceros, alquimistas y, ¿por qué no? curas extraviados y pérfidos
cortesanos. Espero que estéis todos lo más cómodo posible aquí.
La batalla de las Navas de Tolosa (Jaén) en 1212 supuso la entrada de los cristianos en el
corazón de Al-Andalus conquistando poco después todo el valle del Guadalquivir. La victoria de
los cristianos aliados (castellanos, navarros, aragoneses y franceses) contribuiría al derrumbe
del imperio almohade y a la rebelión de los andaluces para liberarse de ellos con lo que la
desunión musulmana facilitaría aún más la conquista castellana.
La vanguardia del cuerpo central, que sería el eje de la lucha, iba mandada por el veterano don
Diego López de Haro. En la segunda línea se ordenaban los caballeros templarios, al mando del
Maestre de la Orden, Gómez Ramírez; los caballeros hospitalarios, los de Uclés y los de
Calatrava.
Por su parte los almohades levantaron en la cima un reducto parecido a un palenque, con los
escriños de las flechas, dentro del cual estaban apostados infantes escogidos; y allí se sentó su
rey teniendo a su alcance la espada, vistiendo la capa negra que había pertenecido a Abdelmón,
el que dio origen a los almohades, y además, leyendo el Corán. Por fuera del palenque había
también otras líneas de infantes, algunos de los cuales, tanto los de dentro como los de fuera,
con las piernas atadas entre ellos para que tuvieran por imposible el recurso de la huida,
soportaban con entereza la cercanía de la batalla.
¿Cuantos combatientes se enfrentaron en las Navas de Tolosa? Los
cronistas árabes hablan de seiscientos mil combatientes musulmanes y de
una innumerable muchedumbre de cristianos. Los cristianos se refieren a
casi doscientos mil jinetes musulmanes y la consabida infinita
muchedumbre de peones. Modernos estudiosos de la batalla cifran los
efectivos almohades entre 100000 y 150000 combatientes (probablemente
el primer número se más exacto que el segundo) y los cristianos entre
60000 y 80000. Incluso admitiendo las cifras más modestas, hemos de
reconocer que el choque debió ser de los más espectaculares y sangrientos
de la historia medieval.
El jueves 5 de abril de 1291, empezó al asedio y sitio a San Juan de Acre al frente de 160.000
hombres de a pie apoyados por 60.000 caballeros y por una formidable “artillería” de catapultas.
En la noche del 15 de abril de 1291, aprovechando un magnífico claro de luna, el gran maestro
del Temple Guillermo de Beaujeau y el caballero suizo Otón de Granzón, mandando gentes de
armas del rey de Inglaterra, intentaron hacer una salida en el sector norte, por el lado de la
playa. Con 300 caballeros sorprendieron a los puestos avanzados egipcios y llegaron hasta el
campamento enemigo, pero los caballos se enredaron en las cuerdas de las tiendas, fue dada la
señal de alerta y no pudieron, tal como querían, incendiar las máquinas de asedio.
Durante ese mismo mes de abril, los sitiados intentaron hacer otra
salida, pero esta vez a favor de una noche oscura. A media noche toda
caballería se agrupó en silencio detrás de la puerta de San Antonio;
pero los mamelucos, advertidos, estaban alerta. En el preciso momento
en que la voz de mando “¡a caballo!” sonaba en el ejército franco, todo
el campamento musulmán se iluminó con antorchas y se vio a 10.000
mamelucos también montados a caballo.
Al amanecer del viernes 18 de mayo, el sultán el-Achraf lanzó el asalto final. Un gran batería de
címbalos había dado la señal. Los mamelucos avanzaban a pie, en columnas espesas que lo
sumergían todo. Penetrando entre el muro exterior y el muro interior, con un solo impulso
ocuparon la famosa Torre Maldita. En ese lado se concentró la suprema resistencia. El mariscal
del Hospital, Mathieu de Clermont, hizo recular por un instante el enemigo. También los
Templarios resistieron en la tempestad y podía verse a su gran maestre, Guillermo de Beaujeu,
corriendo con una docena de los suyos a detener a los miles de asaltantes. Durante el camino
entra en casa del gran maestre del Hospital, se lo lleva consigo y ambos se dirigen juntos hacia
la muerte.
Lo que querían aquel puñado de hombres de hierro era taponar la
vía entre las dos murallas, salvar el recinto interior y reconquistar
la Torre Maldita. Pero ante aquellas masas musulmanas que caían
sobre ellos nada sirvió. Parecía que aquellos dos hombres
golpeaban contra un muro de piedra y cegados por el humo del
fuego griego ya no se veían el uno al otro. Y así, entre aquellos
torbellinos y aquellos chorros de llamas, en medio de la lluvia de
las ballestas y habiendo cedido el resto de los francos, ellos, palmo
a palmo, seguían resistiendo hasta que el del Temple terminó
cayendo.
Mientras que los mamelucos, a pesar del sacrificio de los Templarios y de los Hospitalarios, se
precipitaban en la ciudad por la puerta de San Antonio, Juan de Grailly, comandante del
contingente francés, y Otón de Granson, comandante del contingente inglés, que habían estado
defendiendo durante mucho tiempo la puerta de San Nicolás y la Torre del Puente, terminaban
por ser aplastados en número. Juan de Grailly estaba gravemente herido, y Otón de Granson fue
empujado hacia el puerto con los sobrevivientes. Granson al menos consiguió embarcar a
Grailly, el gran maestre del Hospital y a los demás heridos de su entorno en un barco veneciano
que los transportó a Chipre…
Roger de Flor fue un caballero de la Orden del Temple, que participó en la que ya vimos última
cruzada de San Juan de Acre, evacuando a los cristianos de la zona. Sin embargo, resultó que
los templarios le acusaron de haberse apropiado de sus tesoros y le expulsaron de la Orden. Se
convirtió entonces en un mercenario, entrando al servicio del rey Fadrique II de Sicilia (hijo de
Pedro III, el Grande, de Aragón).
Pocos meses después, Constantinopla vio llegar la flota procedente de Mesina y reunida bajo al
mando de Roger, el cual, según una serie de acuerdos que previamente se habían alcanzado,
sería beneficiario de la importante dignidad militar de megaduque y recibiría en matrimonio a
una de las sobrinas del emperador. Sin embargo, durante el primer año de permanencia de la
Compañía en aquellas tierras, la convivencia no sería fácil ya que se sucederían algunos
incidentes y roces con el propio ejército del emperador bizantino.
Tras Wallace, dos nobles con aspiraciones legítimas de ser reyes asumieron el liderazgo en la
Escocia rebelde: John "Red" Comyn y Robert the Bruce. Pero entre ambos no había buenas
relaciones, más bien al contrario. Por su parte, Comyn tenía buenos e importantes amigos en
Londres, por lo que Bruce intentó pactar con éste algún tipo de acuerdo. Para ello, se reunieron
en una iglesia de Dumfries, al sur de Escocia. Frente al altar, Bruce ofreció a Comyn sus tierras
si éste le apoyaba como Rey de una Escocia independiente. Tanto se enfadó Comyn que Bruce se
olvidó de dónde estaba y lo apuñaló allí mismo, en la iglesia.
También en 1307, Eduardo I murió a los 68 años. Su hijo Eduardo II, con
23 años, más deportista que asesino, era un muy mal guerrero.
Al principio apenas se preocupó de Escocia, lo que dejó cancha libre a Bruce para ganar
territorios y aliados, bien a través de su magnetismo personal y su inteligencia, bien peleando en
guerras civiles entre clanes. Poco a poco Bruce iba creciendo en poder mientras Eduardo II
contemplaba impasible cuanto sobrevenía. En 1309 Bruce ya tenía casi toda Escocia de su lado,
si exceptuamos las áreas de Stirling y de Edimburgo. Fundó un Parlamento situado en St.
Andrews y allí fue coronado como Robert I, Rey de Escocia.
En el largo asedio de Stirling, los escoceses hicieron un curioso pacto con los ingleses del
castillo: éstos rendirían la fortaleza si las tropas de Eduado II no vencían el asedio escocés y
entraban en el recinto para el día de San Juan de 1314. Era un órdago definitivo al poder de
Londres, porque tras muchos años de lucha de guerrillas, por primera vez en las Guerras de
Independencia escocesa se retaba a los ingleses a una batalla campal. Pero también era un grave
riesgo para Escocia si los ingleses derrotaban al rey Robert I the Bruce.
Por Guerra de los Cien Años conocemos el periodo comprendido entre 1337 y 1453 y en el cual
se enfrentaron las dos grandes potencias europeas de la época: Inglaterra y Francia, si bien hay
que señalar que los conflictos no fueron constante sino que también se verían sofocados por
momentos de treguas y tratados de paz.
Sin embargo, motivos más satisfactorios para esta guerra los encontramos sin duda en los
conflictos y disputan que surgían del hecho de que desde tiempos de Guillermo I el
Conquistador (1066-1087), los ingleses controlaban grandes zonas de Francia en calidad de
feudos, lo que suponía una amenaza a la monarquía francesa. Y a durante los siglos XII y XIII,
los monarcas franceses tratarían de recuperar esos territorios, cosa que iban logrando a medida
que discurrían los años.
Este creciente éxito hizo que Eduardo III temiera que la monarquía
francesa, que ejercía gran autoridad sobre los señores feudales de
Francia, le privara del ducado de Guyena (Aquitania), territorio que
los reyes ingleses mantenían en calidad de feudo desde mediados del
siglo XII. Aunque se habían producido crisis previas, en general se
considera la fecha del 24 de mayo de 1337 como la del inicio de la
guerra de los Cien Años: ese día Felipe VI arrebató Guyena a los
ingleses. La animosidad de Eduardo III hacia el monarca francés se
intensificó cuando Francia ayudó ese mismo año a Escocia en las
guerras que la monarquía inglesa había iniciado contra los reyes
escoceses para ocupar el trono de ese país. La rivalidad entre
Inglaterra y Francia por dominar el comercio con Flandes es
considerada asimismo una causa determinante del origen del
conflicto.
Ya en 1338, Eduardo III se proclamó rey de Francia e invadió desde el norte el país y desde
entonces, los encuentros entre ambos ejércitos se sucederían repetidamente aunque sin un
combate que decidiera la contienda de un lado u otro. Todo ello al menos, hasta que nos
situamos en la decisiva batalla de Crécy. Y como era normal en la época, esta batalla se decidió
en un día, el 26 de Agosto de 1346.
Enrique VI intentó un último esfuerzo: un ejército de reserva, mandado por Thomas Kyriel,
desembarcó en Cherburgo desde Portsmouth el de marzo de 1450 y marchando hacia el sudeste,
encontró en Formgny el 15 de abril a las fuerzas reunidas del conde Clremont, del condestable
Richemont y del almirante Coëtivy. Es en este panorama, que ya así presentado parece
presagiar lo peor, en el que nos vamos a detener, pues, en efecto, esta gran derrota inglesa
supondría un aplastante punto de inflexión en resultado último de la contienda.
Y como decíamos, dos ejércitos franceses estaban al sur la península de Cherburgo y preparada
para entablar combate con la tropa inglesa. La fuerza del conde Clermont estaba compuesta por
unos 3000 hombres y se situó en Carentan y la segunda, del condestable Richemont, que estaba
formada por unos 2000, partió de Coutances para unirse a Clermont.
El final de la Reconquista
Y muerto Muley Hassan, Boabdil y El Zagal (sobrino y tio) acuerdan repartirse el reino por
mitades; la oriental para Boabdil y la Occidental para El Zagal, lo que debilita aún más sus
posibilidades de supervivencia. A pesar de estas señales y de la amenaza de los cristianos, los
últimos musulmanes del reino de Granada se dividieron y lucharon unos contra otros,
consiguiendo frecuentemente la ayuda de los cristianos para establecer su supremacía en
alguna zona determinada del reino. Mientras sucedía esto, los cristianos iban consiguiendo el
control sobre el territorio en torno a la propia Granada, de una manera lenta pero segura.
Ya en el año 1485 todas las ciudades del oeste de Málaga habían sido
tomadas por los cristianos. Para el año 1487, todas las ciudades del
este de Málaga y la misma Málaga fueron conquistadas. Y hacia 1489
sólo quedaba la ciudad de Granada. Sólo en esta avanzada fecha
parece que los musulmanes de Granada se dieron cuenta de lo que
estaba ocurriendo y se unieron contra su enemigo común. No
obstante, en aquel momento era ya demasiado tarde para detener las
consecuencias inevitables de las acciones suyas y de los cristianos.
El Zagal entregó Guadix y Almería (1489) y emigró al Magreb, donde fue despojado de las
riquezas que los reyes le habían permitido llevar en su exilio. Con esto, Granada y sus
doscientos mil habitantes quedaban aislados y sitiados….
El rey de Francia disgustado con esta situación mandó al general La Tremuille con un ejército
de 10 mil hombres a caballo, un numeroso cuerpo de infantería y 36 piezas de artillería que
totalizaban 30 mil hombres, dispuestos a vencer a Gonzalo Fernández de Córdoba. Informado
éste, recurrió, como era su método, a una defensa activa, para irlos batiendo por partidas y así
igualarse a su adversario, al menos en fuerza numérica, ya que en fuerza moral se sabía superior.
El río tenía un puente que conducía a Nápoles, cuya defensa encomendó al capitán Pedro de
Paz, para impedir lo pasasen los franceses que estaban en Gaeta y les permitiera atacar de flanco
a los españoles.
Los dos ejércitos se encuentran en orillas diferentes. Los españoles siguen en la izquierda y los
franceses en la derecha…
Resueltos a defender su religión de la invasión turca, los cristianos plantaron batalla a los
musulmanes, que hasta entonces se habían mantenido invictos. Unido con los caballeros de la
Orden de Malta y con los comerciantes de Venecia, el rey español organizó una Liga que en poco
tiempo reunió casi trescientas naves y un ejército de cincuenta mil hombres, principalmente
españoles aunque también varios miles de voluntarios italianos.
El mando de la expedición fue confiado a Don Juan de Austria, hijo de Carlos I y hermano del
entonces rey Felipe II. El prestigio de Don Juan no tenía parangón, con sonadas victorias contra
la piratería en el Mediterráneo y contra los últimos reductos moros de Las Alpujarras.
La flota turca estaba formada por 230 galeras y un centenar de navíos auxiliares. A su mando
estaba Ali Pasha, designado por el sultán Selim II. El gran visir Muhamad y el general Piali
completaban el alto mando turco.
El 29 de septiembre abordó a la capitana de don Juan una fragata de Andrade con el anuncio de que
los turcos esperaban en el golfo de Lepanto. La flota de la Liga salió el 3 de octubre del puerto de
Guamenizas en dirección a Cefalonia, y el sábado 6, a la caída de la tarde, llegaba al puerto de Petela.
Bazán aconsejaba entrar en el golfo y Andrea Doria temía aventurarlo todo en una jornada. En el
Consejo se aprobó el plan de Bazán de presentar combate en la madrugada del día siguiente, frente
al golfo de Lepanto. La maniobra ordenada permitió cerrar el golfo y dio tiempo a una perfecta
colocación de la armada…
Eran tiempos, siglo XV, donde quien se tuviera por caballero tenía que
ser capaz de morir por honor. Y aquí tenemos como protagonista de
nuestra historia a don Suero de Quiñones, quien llevó a cabo una hazaña
realmente sorprendente y que se tiene entre las más altas de la caballería
andante.
Todo comienza, como no podía ser menos, con una historia de amor. En una de las correrías de
Don Suero de Quiñones, una dama, Leonor Toval, rechazó sus amores. Y don Suero se aprestó a
lavar su despecho desafiando a cuantos caballeros quisieran cruzar el puente. De allí no se
moverían hasta que rompieran 300 lanzas. Como cuenta D. Luis Alonso Luengo: “pidió
autorización al rey para alzar sus tiendas en el camino de los peregrinos de Compostela, en el
lugar de la Puente de Órbigo, durante un mes, él y nueve mantenedores, contra todos los
caballeros que acudieran, hasta romper trescientas lanzas, a razón de tres por caballero.”
Después de la hazaña la gente esperó con impaciencia el momento en que llegase a saludar el
caballero que había realizado la gesta. Era el momento de de vitorear al capitán del Passo, que
ahora con su cortejo esperó a que los jueces declararasen cumplidas las justas, y a él y a sus
mantenedores libres de la prisión de amor.
Las Justas Medievales del Passo Honroso de Don Suero de Quiñones logran reunir cada año más
de 30.000 personas y persiguen sin descanso el que todos los asistentes lleguen a participar
activamente en las mismas.
Hoy día se siguen recreando las justas del caballero Suero de Quiñones en un espectáculo que es
digno de contemplarse. Además de esto, a lo largo del fin de semana que dura esta
conmemoración se instala un abarrotado mercado medieval, se realizan exhibiciones de cetrería
y se realizan cenas medievales.
1492 es el año más decisivo de la Historia de España. Tres grandes acontecimientos cambian su
estructura social (expulsión de los judíos), definen su frontera (reconquista de Granada) y
multiplican su expansión por el mundo (Descubrimiento de América).
Consuegra Medieval
Otra de las tradiciones que se representan es la vela de armas, en la cual el futuro caballero
presta juramento a Dios para cumplir las tareas propias de su oficio. Seguidamente se representa
la escena la escena del Refectorio en la cual el Rey, Reina y demás corte, charlan e intercambian
impresiones antes de partir a la lucha...Además de estas escenas, dentro del castillo se
representará por último la Jura del caballero con la que éste finalizará su formación
Pero por último, el punto fuerte del día llega a la noche con la última de las escenas que
comenzará con el As-Satrany, o ajedrez, sobre el cual tendrá lugar una batalla real entre las
tropas almorávides y castellanas. Finalmente, fallecerá nuestro héroe Diego, y se dará paso a la
Danza Macabra de la Muerte, otra escena apasionada e interesante que se lleva celebrando
desde la primera edición con mucha expectación.
Otro elemento fundamental sería el nacimiento de una nueva clase social, la burguesía, que se
sitúa al margen de la estructura habitual de clérigos, guerreros y campesinos. Y parte de estos
burgueses se interesaron por las posibilidades de hacer una brillante carrera en los distintos
campos del saber.
Pero la primeras universidades se verán influenciadas por los modelos anteriores de docencia
como eran las escuelas monásticas, las episcopales y las municipales. Aunque, finalmente,
fueron las escuelas episcopales y las municipales las bases sobre las que se erigieron las primeras
universidades.
Las escuelas municipales, por último, eran totalmente laicas y sólo dependen de las
autoridades municipales y están compuestas por profesorado laico y dirigidas hacia las capas
pudientes de la burguesía urbana.
Sin embargo, las limitaciones de las escuelas episcopales pronto saldrían a la luz: tenían una
capacidad para los alumnos limitada y que empezó a hacerse insuficiente desde el momento en el
que brotó un anhelo de saber entre los jóvenes de la época.
Y junto a estos profesores nace a su vez un alumnado que, al no quedar sujetos bajo el mando del
obispo, se convierte en una masa incontrolada que, desde finales del siglo XII, empieza a
provocar problemas relacionados con el modo de vida turbulento y desordenado y que quedaban
perfectamente retratados en los poemas escritos por los goliardos.
Así, las primeras universidades van a ser la respuesta a todas estas nuevas necesidades que
hemos visto.
El Profesorado
practicaban un respeto reverencial hacia las “auctoritates”, que eran consideradas la fuente todo
el saber; tenían un perfecto dominio del método dialéctico; proclamaban la universalidad del
saber y del conocimiento; enseñaban desde una óptica cristiana.
Dentro del profesorado, el escalón superior estaba compuesto por los catedráticos, divididos a su
vez, en diversas categorías como las cátedras de prima y las cátedras de vísperas, determinadas
por el horario en el que el correspondiente catedrático ejercía la enseñanza. En cuanto al
escalafón inferior, estaba compuesto por los bachilleres, que, integrados en la cátedra de su
maestro, ejercían en ella labores de carácter secundario.
En cuanto a los honorarios que recibían los profesores, al principio eran directamente aportados
por los estudiantes, en virtud de un contrato que se ponía por escrito, la “collecta”. Pero, con el
paso del tiempo, en muchas universidades los maestros se vieron galardonados con beneficios,
rentas y prebendas eclesiásticas. Este método hizo gratuita la enseñanza a los estudiantes que no
tenían recursos económicos.
El Alumnado
Su presencia se veía además favorecida por la existencia de rentas y beneficios eclesiásticos que
les permitían financiar sus estudios, y era estimulada por las posibilidades que ofrecían de
conseguir una buena carrera eclesiástica.
Los alumnos laicos no eran excesivamente numerosos, aunque esta tendencia empezó a
invertirse a partir del siglo XV, y sobre todo en relación con estudios de mayor orientación
utilitarista, como los de Derecho o Medicina.
Los alumnos tenían una procedencia geográfica muy variada, de acuerdo con el carácter
internacional y cosmopolita que tenían las universidades a lo largo del Medievo, sobre todo, los
que acudían a ellas atraídos por su fama eclesiástica.
También era diversa su procedencia socio-económica, pues se puede decir que todas las clases
sociales aportaron alumnos al mundo universitario. Destacaban los alumnos procedentes de
clases medias, sobre todo de las instaladas en las ciudades, pero tampoco se han de olvidar los
estudiantes de las clases más humildes, ni los pertenecientes las nobleza.
Distinta era la situación de los estudiantes pobres, cuya presencia era sumamente habitual.
Llevaban una vida bastante precaria, aunque muchos de ellos (los más afortunados) lograban
algún beneficio o renta eclesiástica para ayudarse en sus gastos. Si no conseguían estas ventajas,
se veían obligados a desempeñar trabajos muy diversos para conseguir los medios económicos de
los que carecían. Trabajaban como criados, para estudiantes ricos o para otras personas; como
copistas de libros, o bien recurrían a la venta y alquiler de sus apuntes de clase; se convertían en
profesores de otros alumnos o se dedicaban a la mendicidad.
El Método de Enseñanza
Como en el siglo XII, el punto de partida era la “lectio”, lectura comentada y glosada que se
efectuaba en las llamadas horas lectivas Estaba siempre relacionada con las obras de aquellos
autores a los que se reconocía autoridad en una materia concreta. Y se pretendía extraer su
sentido último, la “sententia”.
También formaba parte de los métodos de enseñanza que se aplicaron en las universidades
medievales la “disputatio”, que era un ejercicio de carácter público, referido igualmente a temas
complicados y controvertidos.
El Libro Universitario
Finalmente, también hubo diversos cambios en relación con la propia estructuración interna de
los libros; en efecto, surgieron títulos e índices que facilitaban considerablemente la lectura y
utilización de estos libros.
Las novedades en la producción libraria estaban determinadas por una obligación que
correspondía a todas las universidades: la de poner a disposición de maestros y alumnos, en
número suficiente y con características idénticas, los textos de los autores que estaban incluidos
en los programas universitarios. Para atender a dicha obligación surgió un nuevo sistema de
producción de libros, la “pecia”, que se convirtió en el procedimiento característico de edición
universitaria.
La Vida Cotidiana
Como es lógico, dentro de unos centros de enseñanza determinados por su carácter eclesiástico,
se guardaba el domingo, y también se guardaban las otras festividades de carácter religioso, así
como las festividades de carácter universitario. Entre los domingos, unas festividades y otras, el
calendario escolar se aligeraba considerablemente: prácticamente no existían más de 130/140
días lectivos completos al año.
Este primer ciclo estudiantil duraba seis cursos, que solían corresponderse con otros tantos
años; tras finalizarlo, cada estudiante había de examinarse ante un tribunal formado por
miembros de las distintas naciones, con objeto de obtener así el título de bachiller, que le
permitía iniciarse en la docencia, bajo la tutela de uno de los maestros de la facultad. Además,
tras obtener dicho título tenían un plazo de un año para sostener una disputa sobre un tema a su
elección, apoyado por su mentor.
Así, hacia los veintidós años, los estudiantes podían continuar –si lo
deseaban- sus estudios en otra facultad: bien en las de Derecho o
Medicina, que suponían habitualmente, otros seis años de estudio,
bien en la facultad de Teología, que implicaba otros doce años de
estudio.
En esta última el grado de bachiller bíblico se alcanzaba tras el quinto curso; posteriormente,
después de consagrar dos cursos al análisis y enseñanza de las Sagradas Escrituras, se conseguía
el título de bachiller sentenciario. A partir de ese momento, el estudiante debía centrarse en la
enseñanza y el análisis de las Sentencias de Pedro Lombardo, tarea que primero duraba dos años,
y tan sólo uno desde finales del siglo XIII. Esto le permite convertirse en bachiller formado.
No todos los estudiantes que frecuentaban las aulas universitarias obtenían los correspondientes
títulos académicos; muchos de ellos abandonaban la universidad antes de conseguir alguno, pues
los estudios superiores eran, además de largos, muy caros. Tan solo a partir del siglo XV
comienza a invertirse esta tendencia, en relación con una mejor valoración de los grados
académicos.
París
En los años finales del siglo XII, París destacaba como uno de
los focos esenciales de la vida cultural europea, gracias a un
clima de excelencia intelectual. Este clima era propiciado por su
escuela episcopal, pero también por la presencia de maestros
que se dedicaban a la enseñanza tras la obtención de la “licentia
docendi”.
Su fama como centro de enseñanza superior era tal, que a ella acudían continuamente nuevos
alumnos, ansiosos de penetrar en los secretos del saber; muchos de ellos no se integraban en la
escuela catedralicia, sino que se convertían en discípulos de los maestros que enseñaban fuera
del marco de la citada escuela.
Ya en esos años finales del siglo XII, el movimiento asociacionista empezó a calar entre los
profesores que ejercían la enseñanza de la escuela episcopal; así, fundaron el Consortium
Magistorum Parisiensium, que se convirtió en el precedente de la futura universidad. Pero el
hecho que precipitó su creación fue uno de carácter trágico, fechado en el año 1200; en esa fecha
se produjo un altercado que fue duramente reprendido por el preboste de la ciudad,
representante del rey en la ciudad, y que acabó con la muerte de varios alumnos.
Pero no habían terminado los problemas para la recién nacida universidad. Profesores y alumnos
no aceptaban de buen grado la autoridad del obispo, que trataba de controlarlos a través de la
figura del canciller, que era su representante en la universidad.
Pese a esta protección pontificia, el enfrentamiento entre la universidad y el obispo aún no había
terminado; efectivamente, los conflictos se suceden periódicamente, materializados en diversas
querellas, resueltas gracias a la intervención papal, que en todo momento trata de imponer
soluciones de compromiso.
Fundamental es la actuación de Gregorio IX, quien, en
1231, y en virtud de la bula Parens Scientiarum, reconoce
definitivamente la autonomía de estudiantes y maestros;
paralelamente, el monarca Luis IX confirma los
privilegios concedidos previamente por Felipe II
Augusto. Después de estos hechos, la universidad de
París alcanza definitivamente su madurez.
En sus aulas enseñaron los intelectuales más brillantes de los últimos siglos del Medievo, como
San Buenaventura, San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, que hicieron que París se
convirtiera en el gran foco de irradiación del saber teológico y fiolosófico.
Bolonia
Ya en los años iniciales del siguiente siglo, los estudiantes agrupados en naciones se federaron en
dos corporaciones: la de los cismontanos (compuesta por alumnos de procedencia italiana) u la
de los ultramontanos (formada por alumnos procedentes de otros ámbitos geográficos, aunque
con especial predominio de los alemanes).
Los hechos más importantes de esta lucha se escalonan desde 1219, en esta fecha, los estudiantes
lograron depender directamente del Papa, de cuya protección gozaron a partir de ese momento,
hecho esencial, que facilitará la consecución de sus reivindicaciones más apetecidas. En 1245
obtuvieron los muy deseados derechos cívicos. En 1259 consiguieron que profesores extranjeros
pudieran ejercer, sin limitaciones, la enseñanza en Bolonia.
Finalmente, en 1280 se alcanzó una prerrogativa de gran importancia: desde ese momento, los
estudiantes se encargarían de la selección de los profesores, al mismo tiempo que el gobierno
municipal se comprometía a pagar sus honorarios.
Bolonia
Le otorgó una generosa asignación económica, e hizo venir profesores extranjeros, especialmente
franceses e italianos, para elevar el nivel de la enseñanza que se impartía en sus aulas. Esta
enseñanza se centraba, en un principio, en las artes y en la teología, aunque muy pronto se les
unieron los estudios de tipo jurídico.
Sin embargo, después de la muerte de su protector (año 1214), el estudio general palentino entró
en crisis. Una crisis que no lograron evitar ni los buenos oficios de Fernando III, empeñado en
revitalizarlo, ni la protección del papa Honorio III. Ya en el año 1263, la universidad estaba al
borde de la desaparición, en esa fecha se realizó la última tentativa para lograr su supervivencia,
tentativa protagonizada por el papa Urbano IV, que le otorgó los mismos privilegios que tenía la
universidad de París. Todo fue en vano: el estudio general palentino no tardó mucho en
extinguirse.
Similar fue la historia del estudio general que Sancho IV creó en Alcalá de Henares, a imagen y
semejanza del más afortunado de Valladolid. Mucho se ha debatido acerca de la andadura de esta
universidad en los siglos XIV y XV; prevalece la opinión que afirma que la fundación jamás se
llevó a buen puerto, quedándose en buenas intenciones. Avanzado ya el siglo XV, se trató de
revitalizar esta fundación, o bien de llevarla a cabo definitivamente; aunque este intento tampoco
tuvo éxito, sobre su base se alzó la universidad fundada por Francisco Jiménez de Cisneros.
Durante el siglo XIV no se realizó ninguna nueva fundación universitaria; además, este siglo
supuso un momento de crisis para los estudios generales que existían desde antes. Así, Salamanca
se enfrentó a una fuerte crisis, que amenazó peligrosamente su propia existencia; parte
importante tuvo en la misma la desatención de la que fue objeto por parte de los reyes, así como
el desentendimiento de los pontífices.
El siglo XV, por el contrario, fue un momento de esplendor para las universidades castellanas. La
de Salamanca inicia el nuevo siglo en pleno auge, gracias a las reformas que se habían realizado
en su seno durante los años finales del siglo XUV. En efecto, la universidad de Salamanca
revalidó durante el siglo XV su primacía sobre las otras universidades hispánicas, incrementando
considerablemente su prestigio. Un prestigio que empujó a muchos alumnos extranjeros a
frecuentar sus aulas, y que atrajo a profesores de muy buena reputación; un prestigio que
permitió que la universidad de Salamanca ejerciera una gran influencia sobre la vida del Reino, y
que determinó, finalmente, el destacado papel que esa universidad jugó en la cultura de la época.
Valencia y Montpellier
La primera de ambas fue creada por Jaime I tras la finalización de la conquista del Reino de
Valencia. El rey solicitó la ayuda y colaboración del pontífice Inocencio IV, que apoyó en todo
momento la regia iniciativa. En las aulas valencianas se impartieron artes, el derecho y la
medicina. Desafortunadamente, en los años iniciales del siglo XIV el estudio general de Valencia
desapareció.
En el siglo siguiente, la Corona de Aragón vivió una floración de nueva universidades, aunque
algunas se caracterizaron por una existencia muy breve: éste es el caso de la de Calatayud,
fundada por el Papa Luna, que –muy probalemente- desapareció tras la muerte de su fundador,
éste es, también, el caso de la universidad de Gerona, que surgió en 1446, por iniciativa de
Alfonso V, y que quizá ni tan siquiera llegó a funcionar.
En otros casos, las nuevas fundaciones se asentaron sólidamente.
Así, la de Barcelona, que comienza su andadura en 1450, tras varios
intentos fallidos de creación, impulsada por el rey Alfonso V y el
papa Nicolás V. Semejante es el caso de la universidad de Zaragoza,
creada en 1474 por iniciativa del papa Sixto IV, aunque fueron los
suyos unos comienzos muy modestos, determinados por una
enseñanza volcada, exclusivamente, en la facultad de artes. Ambas
universidades estaban destinadas a jugar un destacado papel en el
futuro.
Finalmente, este siglo también presenció la crisis y decadencia de algunas de las universidades
aragonesas fundadas previamente. Por ejemplo, la de Huesca, que se extinguió en los años
centrales del siglo, y también la de Perpiñán, que estaba pasando por momentos muy difíciles en
los años finales del siglo XV.
Modulos
Eclipse Entropía
El ultraje Agus
Montserrat Pedromen
Valdefresno Desconocido
Vidriales Bruno
Ayudas y Utilidades
Hoja de
La mítica hoja de personaje del Aquelarre clásico
Personaje de
medieval en formato PDF.
Aquelarre
Sin noticias del por qué de este nombre, la tabla redonda se trataba
de un juego típicamente caballeresco. Se realiza en un campo
especialmente preparado para el combate. En uno de los extremos
se monta un castillo y se recluye a un caballero, que mantenía el
juego, dispuesto a luchar con todo aquel que se acercase con la
intención de justar con él. Cuando esto ocurría los del castillo
tocaban la trompeta, y el caballero defensor salía dispuesto a
combatir al provocador.
1. Se considera un juego que usaron los franceses antiguamente pero también hay antecedentes
que sitúan a la tabla redonda en nuestro país y son conocidas las de Barcelona y Calatayud
(1291) o las de Valencia (1335) y Zaragoza (1336).
5. Los caballeros aventureros que acudían al juego plantaban sus tiendas de campaña lejos del
círculo; y el que quería justar se acercaba armado y a caballo y golpeaba en el escudo heráldico
del mantenedor con quien deseaba combatir.
6. El caballero mantenedor que así había sido retado, salía del círculo y pedía a la dama o
doncella que había llevado consigo que le pusiese el yelmo en la cabeza y le diese el escudo y la
lanza.
11. Antes de levantarse “la tabla redonda” los caballeros ordenaban que la doncella más bella
de todas las que había trajese un pavo asado, pero conservando las plumas del pescuezo y de la
cola, y que preguntase a cada caballero qué prometía hacer aquel año, empresa que se
enunciaba ante el pavo y que les obligaba a realizarla; y el no cumplirlo equivaldría a una
traición. Después se comían el pavo, y así se acaba el juego de la “tabla redonda”.
Acerca de la motivación de estos seres por la cual buscan el pacto, se ha dicho mucho. Pero lo
más aceptado es un cierto interés por algún bien material inmediato que Dios no lograba
cumplir en tan poco tiempo y sin ningún esfuerzo previo.
En Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, tenemos el pacto de Teófilo con el
diablo. Berceo nos da la versión castellana de este clásico. Teófilo es el prototipo de del
resentido, pero finalmente se salva por intervención de la Virgen. También ésta salva a un
caballero que hizo pacto con el diablo para que lo liberara de su triste ruina. El ansia
desmedido de riquezas es también un factor importante al momento de realizar este tipo de
pactos.
La persona que realiza el pacto reniega de la fe de Dios y de la Iglesia. Se aparta del camino de
Dios y de la protección de la Virgen. Es tal el aislamiento de la recta vía que hace el hombre que
hasta el demonio le da nombre nuevo. Renuncia a sus parentescos carnales, recibe de parte de
su nuevo señor un vestido nuevo; el círculo mágico sirve para realizar la llamada del mago al
demonio. El nuevo mago queda inscripto en un libro de la muerte, comienza a realizar
sacrificios horrendos y practica el mal todo lo que puede.
El pacto implícito se prestaba más como figura de delito a los abusos judiciales. Los fiscales se
encargaban de demostrar la existencia de este pacto con los acusados.
Manuscritos Iluminados
Torturas de la Inquisición
:: Torturas de la Inquisición I
:: Torturas de la Inquisición II
:: Torturas de la Inquisición III
:: Torturas de la Inquisición IV
:: Torturas de la Inquisición V
:: Torturas de la Inquisición VI
:: Torturas de la Inquisición VII
:: Torturas de la Inquisición VIII
:: Torturas de la Inquisición IX
:: Torturas de la Inquisición X
Diccionario Herético
Especial de Navidad
Las muy posteriores fiestas de los obispillos, el Bisbetó de Monserrat, la fiesta del Rollo, el
obispo de los locos o el abad de los locos de los días 6 y 28 de diciembre, según los casos, que
subsistieron en los pueblos españoles como residuos de aquellas Saturnalias, se celebraban
también en las iglesias.
Hay referencias históricas de que en la Edad Media había grandes libertades en los templos. Por
tanto, es muy probable que los Papas eligieran el 25 de Diciembre para conmemorar el
nacimiento de Jesús con el fin de que los fieles cristianos se apartaran de las celebraciones
paganas del solsticio de invierno.
La Navidad venía así a ocupar el lugar que todavía llenaban esas fiestas
saturnales y otras propias del invierno en Roma. Reinando
Constantino el Grande, la iglesia propuso que el 25 de diciembre se
celebrara el nacimiento del Salvador por su coincidencia con la
celebración romana del Sol Invictus.
En España existe la costumbre de obsequiar a los niños con juguetes en memoria de los Dones:
oro, incienso y mirra, ofrecido por los Reyes a Jesús. En realidad, la fijación de la fecha de la
Epifanía el 6 de enero se debe muy probablemente a cálculos relacionados con extrañas
consideraciones sobre el solsticio de invierno y las fases de la Luna.
Algunos expertos consideran que influyeron en esta decisión las fiestas paganas saturnales que
se extendían desde el 17 hasta el 23 de Diciembre y que alcanzaron gran importancia durante el
Imperio cuando Domiciano las alargó hasta alcanzar esos siete días. Los esclavos disfrutaban
esos días de libertad.
EL BELÉN
La tradición popular del belén, pesebre o nacimiento es mucho más reciente. Parece que fue San
Francisco de Asís quien realizó la primera representación en Greccio. Después, Santa Clara la
difundió por los conventos franciscanos de Italia y posteriormente la propia difusión de la
orden contribuyó a la extensión del pesebre representado por seres vivos o figuras.
Durante la Edad Media y el Renacimiento era costumbre representar escenas de Navidad en las
iglesias. De ambas tradiciones arranca la de los belenes actuales con sus figuras de madera,
yeso, plomo, barro o cartón.
Alcanzó su apogeo en el reino de Nápoles en el siglo XVIII y de allí pasó a España, de donde fue
llevado a América Latina. Persiste en también en el sur de Italia, gran parte de Alemania,
Provenza y el Tirol.
Villancicos
Villancicos que nos son sino estructuras poéticas menores de contenido alegre y sencilla
composición en la que se alterna un estribillo con estrofas de diferente forma, ritmo y medida.
De carácter popular se extendieron por Sudamérica y por el resto de Europa.El villancico no
tenia en sus orígenes contenido religioso pero es este el que se desarrollo con más fuerza
llegando hasta nuestros días.
En ellos se recogen villancicos de los principales compositores de la época, como Juan del
Encina. Su música es clara y sencilla, buscando la adaptación al texto. Lo más curioso es que, en
su origen, el tema del villancico casi nunca tenía que ver con la Navidad. Había villancicos de
temática religiosa, aunque predominaban los de corte profano.
(traducción al español)
El Niño ha nacido en Belén / por lo que se alegra Jerusalén.
Con júbilo de corazón adoremos a Cristo / con un cántico nuevo.
Tomó carne el Hijo / Altísimo de Dios Padre.
En este gozo navideño / bendigamos al Señor.
Sea alabada la Santa Trinidad / demos gracias a Dios.
Bestiario Medieval
EL DRAGÓN
EL BASILISCO
Y no puede pasar por un lugar sin que éste pierda su virtud, pues jamás volverá a producir
hierba ni otra cosa alguna.
No obstante, es un bello animal, de hermoso color machado de blanco. Pero otro tanto sucede
con muchas cosas, que son atractivas pero malas. Quien desee matar a este animal, deberá tener
un claro recipiente de cristal o de vidrio, a través del cual pueda ver a la bestia. Pues al tener el
hombre la cabeza tras el vidrio o el cristal, el basilisco no puede distinguirlo y su mirada es
detenida por el cristal o el vidrio; cuando el basilisco arroja su veneno por los ojos, es de tal
naturaleza que, si choca con algún objeto, rebota hacia atrás contra él, y ha de morir.
LA MANTICORA
EL CORDERO DE ESCITIA
La Industria Textil
Será una actividad que se mantiene en los niveles de manufactura doméstica hasta que, desde
mediados del siglo XIV, adquiere carácter industrial en algunos centros especializados en la
producción de paños. El proceso fue madurando a lo largo del siglo XV, acompañada por una
ampliación del mercado consumidor de paños de calidad medie y baja que, progresivamente,
sustituyen a los de similar aspecto importados hasta entonces de Flandes e Inglaterra.
Por el contrario la industria textil en la Meseta sur, Andalucía y Murcia experimentó en el siglo
XV un importante impulso. Son dos las razones de fondo en el desarrollo de la manufactura
textil en ciudades como Toledo, Cuenca, Murcia, Córdoba, Ciudad Real, Sevilla, Úbeda y Baeza;
la primera de ellas, la utilización de lana de mejor calidad y la segunda, la adecuación a las
nuevas técnicas de fabricación procedentes de Europa.
Todo ello permite competir con la producción extranjera e, incluso, dedicar parte de la
producción al mercado exterior (Portugal, Norte de África), aunque en esta cuestión la industria
textil chocará con los intereses contrapuestos y más poderosos de los grupos que se beneficiaban
de la exportación de la lana castellana.
Contamos con noticias sobre cofradías que integran a miembros de un mismo oficio artesano en
diversas ciudades ya desde finales del siglo XII. Los distintos reyes de los siglos XIII y XIV,
desde Fernando III a Pedro I, legislaron en el sentido de procurar prohibir las maniobras que
estas cofradías desarrollaban para monopolizar el oficio y fijar los precios, salarios y calidades.
Desde fines del siglo XIV serán los municipios serán los municipios los que asuman esa tarea de
control de la actividad artesana y ello no es otra cosa que es un síntoma más del proceso de
oligarquización del poder municipal en el que la participación del artesanado en el gobierno no
tiene cabida.
Este modelo corporativo con oficiales salidos del mismo oficio pero
nombrados por las autoridades es el que predomina en la mayoría de
las ciudades castellanas con tradición artesana, tanto en la Meseta
norte (Zamora, Palencia) como en el sur (Cuenca, Sevilla) y se
generalizó desde que las Cortes de 1462 dispusieron que todas las
corporaciones gremiales fuesen aprobadas o por la Corona o por el
municipio correspondiente; de forma que, en paralelo las
agrupaciones corporativas o gremiales procuraron también
constituirse en estructuras cerradas, rígidamente jerarquizadas, algo
que no va a ser un factor estimulante para la expansión industrial y
comercial.
Murallas
La fortaleza y el valor de protección ofrecido por las murallas de los castillos se aumentaba,
cuando era posible, construyéndolas sobre riscos u otras elevaciones. Las puertas y ventanas en
las murallas eran mínimas y muy protegidas.
Torres
Almenas
Durante un asalto, se extendían hacia fuera plataformas cubiertas de madera desde la parte
superior de las murallas o desde las torres. Éstas permitían a los defensores abatir directamente
a los enemigos que estaban bajo las murallas, o arrojar sobre ellos piedras o líquidos hirviendo,
mientras estaban protegidos. En la parte superior de las plataformas colocaban pieles
humedecidas para que los atacantes no las pudieran incendiar. Las versiones de piedra
(llamadas merlones) de las plataformas de madera se podían construir sobre puertas u otros
puntos clave.
:: Organización
:: Disciplina
:: Piqueros
:: Arcabuceros
:: Ballesteros
:: Caballería
:: Artillería
:: Guardias imperiales y oficiales
:: Pífanos y tambores. Banderas y estandartes
:: Reclutamiento (y final)
Diversiones y Fiestas
En la Baja Edad Media podemos distinguir dos grupos de fiestas, las cívico-religiosas, que están
ligadas al ciclo litúrgico o tienen una razón especial para conmemorar acontecimientos
especiales, normalmente de tipo político (matrimonios reales, visitas del rey, victorias militares,
etc.) y las que derivan de una contracultura de origen popular o rural.
Las fiestas cívico-religiosas comprenden un número elevado de celebraciones, una parte de las
cuales pierden el carácter extraordinario para convertirse en parte de la rutina, como es el caso
de los domingos, y sirven para marcar el ritmo de trabajo haciendo del ciclo semanal totalmente
identificado con la ocupación divina en la creación.
No sólo se hacia fiesta pública por sucesos positivos, sino también por lo
contrario, entierros y, sobre todo, las ejecuciones de sentencias sumarias
tenían un desarrollo similar, con el paseo del reo, que en el caso de que
fuese por sentencia de la Inquisición tenía especial parafernalia de
advertencia, y su cumplimiento en lugar público suponía acatar la
justicia del poder.
Estas celebraciones festivas populares se caracterizan, según Roger Caillois, por cuatro rasgos
principales: por ser exaltaciones colectivas, estar presididas por el exceso, existir una
trasgresión de las prohibiciones y apoyarse en la inversión del orden social.
Los dos ciclos festivos que mejor se adaptan a este esquema son
el de invierno, con las fiestas de los Locos, del Asno y muchas
variedades locales, celebradas a comienzo de año, entre Navidad
y Epifanía, siempre basadas en la subversión del orden
establecido y, sobre todas, el Carnaval, donde predomina el
disfraz, las máscaras y la burla, donde los excesos en todo
llegaban quizá al máximo en la comida y la bebida, como
preludio al periodo de penitencia y abstinencia que se iniciaba el
miércoles de ceniza que clausuraba la fiesta; el carácter de
revancha, de lucha entre Don Carnal y doña Cuaresma, se
celebraba en toda Europa.
El otro ciclo, el de la primavera, con los mayos y el solsticio de verano festejado la noche de San
Juan, con el fuego, la quema del pasado y la renovación ante el renacer de la naturaleza,
constituyen fiestas menos dramáticas que aquéllas y con un mayor componente erótico.
Arqueología Cristiana
:: Urbanismo
:: Arquitectura militar, civil y privadaj
:: Arquitectura religiosa
:: Decoración y elementos docorativos
:: Arquitectura mudéjar
:: La alimentación medieval
:: Las costumbres gastronómicas medievales
:: Las buenas costumbres en la mesa
:: La alimentación en épocas de crisis
:: Las tabernas (I)
:: Las tabernas (II)
:: El vino y los alimentos de las tabernas
El lugar, la península Ibérica. La época, segunda mitad del siglo XIV. Se reparten el territorio 5
reinos: Castilla, Aragón, Granada, Navarra y Portugal. Castilla y Aragón están en guerra; en ella
se decide que reino tendrá la supremacía definitiva sobre la península. Es la Baja Edad Media.
Señores y Vasallos. Pero no todo es como nos han dicho que fue. Coexistiendo con el hombre
existe otro mundo, mucho más antiguo y sabio. Un mundo que se oculta en los bosques y zonas
agrestes, pero que también es capaz de invadir, de noche y a escondidas, las nuevas ciudades de
los hombres: es el mundo de la fantasía, la leyenda, la magia y la locura. De las criaturas no
humanas y del Diablo.
Con Aquelarre vivirás aventuras en este choque entre ambos mundos: en una península que los
libros de historia nos dicen que no fue, pero que está apuntada y alimentada por cientos de
cuentos y leyendas. Para ello sólo necesitas el presente manual y algunos dados poliédricos (de 4,
6, 8 y 10 caras).
Lilith
Cuenta una vieja leyenda que, antes de conocer carnalmente a Eva, Adán tuvo relaciones con una
hermosa mujer-demonio llamada Lilith, posiblemente la misma que mucho más tarde, y según
nos cuenta la tradición medieval, vivó luego en el monte Nespa, y a la cual sedujo el rey Salomón.
Eliphas Leví nos habla asimismo de una diablesa Lilith, reina de las Strigas, (espíritus
demoníacos de la perversidad) que atormenta a aquellos que han profesado el voto de celibato.
Uno de los atributos de Lilith es la Luna Negra. Bajo esta forma, algunas noches, desliza un sueño
pegajoso y húmedo en las mentes de los durmientes. Otras veces se limita a susurrar historias,
cuentos marcados por las pasiones, el deseo y la violencia. Historias que el viento arrastra, hasta
que llegan hasta los oídos de los hombres...
Lilith, Cuentos de la Luna Negra consta de una serie de aventuras cortas (que pueden jugarse en
una sesión de 5h. aproximadamente). Cada aventura viene acompañada de un apéndice sobre
aspectos concretos de la vida y cultura medieval, acerca de los cuales se hace referencia directa en
dicha aventura.
Rerum Demoni
Danza Macabra
"Pocos aspectos del mundo medieval son tan fascinantes como la evolución de la visión popular
de la Muerte"
En esta aventura, dividida en seis módulos, los Pj recorrerán el Camino de Santiago, el cual, para
muchos aficionados a lo esotérico, ecnierra un significado iniciático de Muerte y el Renacimiento
espiritual.
"Cójanse las manos, señoras y señores. Formen círculo y empiecen a bailar. Rico y pobre, viejo y
mancebo, doncella y matrona. La vieja puta descarnada inicia la Danza. Empieza la Danza
Macabra..."
Rinascita
Rinascita. Renacimiento.
Movimiento surgido en Italia que se expande por toda Europa; tiempo de florecimiento
intelectual: las artes, las letras, la filosofía. Se desarrolla el pensamiento crítico: Dios ya no es el
centro del universo, sino el Hombre. Nacen el escepticismo y el pensamiento lógico. Época de
importantes avances técnicos e intelectuales... Pero también época de la Inquisición Española, de
los grandes procesos contra la brujería, de los grandes cismas y herejías, de corrupción
eclesiástica y de caos político y social. Superficialmente los hombres empiezan a olvidar al Diablo.
Pero...¿olvidará el Diablo a los hombres?
Este suplemento incluye reglas para jugar a Aquelarre durante los años 1450 a 1600. Además
contiene referencias históricas, nuevos personajes, las características de brujas y magos de la
época, numerosas ideas aventuras, seis aventuras cortas listas para jugar y una Campaña en
tierras africanas llamada Affer Surat.
Dracs
Dragones
... Estamos acostumbrados a la imagen de los Dragones gracias a las representaciones que de
dicha criatura han realizado numerosas culturas de todo el mundo. Según el pueblo que lo
imagine, el Dragón puede ser, alternativamente, sinónimo de valentía, símbolo de poder o
alegoría del ciclo solar.
Lo encontramos en los escudos nobiliarios, en las banderas y en las fábulas populares. A veces es
intrigante y astuto, otras es aliado y compañero fiel. Siempre se nos aparece exultante de
grandeza y poderío, y en posesión de cierta sabiduría oculta, vedada a los humanos. En Cataluña,
sin embargo, es muy difícil encontrar una imagen del Drac, el Dragón, en la que no esté
luchando contra el paladín que lo va a vencer, si no es que está ya agonizante a sus pies. Y es que
en Cataluña, el Dragón representa al Enemigo, al Maligno, al Diablo en persona. Y es un espíritu
del mal con el que no se hacen tratos ni se establecen alianzas. Se le vence o nos destruye. En
estas páginas los jugadores encontrarán muchas clases de Dragones. Ninguno, me temo, es
como se imaginan.
Dracs es el primer suplemento regional de Aquelarre, y está dedicado a Cataluña. En él, se
encontrará toda la información necesaria para mejor ambientar sus partidas en tierras catalanas:
información histórica sobre la geografía, la sociedad y las tensiones políticas de la época, un
Bestiario de criaturas autóctonas, tradiciones y costumbres seculares de carácter mágico,
numerosas leyendas populares aplicables al juego, un buen número de aventuras cortas y una
Campana ambientada en el Mediterráneo Oriental, Despertaferro, así como una detallada
descripción de la ciudad de Barcelona en la época Bajo Medieval.
Rincón
Villa Y Corte
Aquelarre 2ª Edición
:: Es el primer juego de rol del mundo que incluía CD-ROM con ayudas, mapas...
:: 208 páginas b/n.
:: Fresado.
:: Incluye todo lo necesario para jugar a rol.
Descubre la nueva edición del mejor juego de rol jamás hecho en castellano. La Tentación
Llamado a convertirse en uno de los mejores juegos jamás editados en el mundo. Aquelarre es un
juego de rol ambientado en la época medieval en España y por extensión en Europa. Se entiende
que los mitos de la época son reales y los jugadores deben convivir con ellos. Así es posible
encontrarte con el lobo de Santiago, tener una refriega con Los Árabes, o ser perseguido por los
adoradores satánicos de Surgat...El peligro está en cada esquina, y el Diablo se ríe, mientras las
bruja preparan el Aquelarre.
Toda una campaña de 64 páginas escrita por Ricard Ibáñez. Incluye las pantallas de la 2ª Edición.
::64 páginas
::Fresado
::Portadas Plastificado mate
Pedro García nos ofrece su particular visión sobre el juego en este sorprendente módulo en dos
entregas. El avanzado pupilo de Ricard Ibáñez se luce con una aventura en que dos condes, una
inmortalidad y romper un pacto con el Diablo son los principales elementos. ¿Podrán los sufridos
Pjs. hacerse cargo de la situación?
:: 64 páginas
:: Fresado
:: Portadas Plastificado mate
Para darse ánimo, en el camino de Santiago se suele utilizar esta expresión ¡¡¡ULTREYA,
ULTREYA!!!, que vendría a decir, "ánimo, falta poco"
4º número de la colección Mitos y Leyendas que se amplia a 96 págs. 7 módulos de Aquelarre + 1
crossover con Cthulhu+1 crossover con ad&d+ reglas de exorcismos + comic + nueva clase de
personaje + listado y breve descripción de las órdenes religiosas de España...
:: 96 páginas
:: Fresado
:: Portadas Plastificado mate
Euskadi quiere decir, literalmente, lleno de euskos, o sea, lleno de vascos, pero esta no sólo es
tierra de hombres, sino también de criaturas que han alcanzado la categoría de pequeños dioses
como los numen, el gaueko o el basajaun; son los dominios de la Dama de Amboto, que es
adorada en todo el Norte por brujas, Sátiros y Lamias, adéntrate en su montañoso país, pero
recuerda: Izena duen guztia omen da (se dice que todo lo que tiene nombre existe)... Contiene:
Mitos e historia de Euskal Herría, un Bestiario Euskera, tradiciones y magia local, descripción de
los señoríos de Vizcaya y Navarra, descripción de procesos de brujería y leyendas populares de
Euskadi, así como dos módulos listos para jugar.
:: 96 páginas
:: Fresado
:: Portadas Plastificado mate
Siete son los países celtas: Irlanda, Cornualles, Isla de Man, Bretaña, Escocia, Gales... y Galicia, la
Gallaecia romana, literalmente Tierra de Galos, nombre que se dice le puso el mismísimo Julio
César. (...) resulta difícil distinguir en la visión celta del mundo, el límite entre el universo real y
lo sobrenatural. Profundamente unidos halláramos lo posible, lo imposible, lo real, lo imaginario
y el mundo de los sueños. Los celtas no creían en la importancia de separar estos aparentes
opuestos porque por el contrario daban por sentado que esta mixtura constituía una forma
superior del conocimiento (...) Así es Fogar de Breogán, en sus páginas se mezclan el mito, la
leyenda, la historia oficial y la hipótesis histórica no confirmada. Contiene: Mitos e historias de
Galicia, un Bestiario Gallego, creencias y costumbres populares de Galicia, descripción del
Camino de Santiago y de la ciudad de Santiago de Compostela y leyendas de Galicia, así como tres
módulos listos para jugar que se desarrollan en tierras gallegas.
:: 96 páginas
:: Fresado
:: Portadas Plastificado mate
La Trilogia de Sarcoy, es la aventura definitiva para los jugadores de Aquelarre. En este primer
volumen se cuenta el primer encuentro con la que será su enemiga mortal y los avatares que
condujeron a los Pjs como miembros de la Vera Lucis.
Descubre las reglas e información para jugar con el instrumento de poder más grande y oscuro
jamás creado por el hombre...
Este suplemento habla sobre la muerte, e incluye una recopilación de historias acerca de ella.
Además incluye otros 4 módulos de la 1ª época adaptados y 2 módulos nuevos, para jugar lo que
se convertirá en la primera novela de Aquelarre que se publicará en breve. Además incluye las
esperadas Pantallas del Director de Juego.
Ad Intra Mare
Pedro García, el autor del Tribunal de la Santa Inquisición nos sorprende con Ad Intra Mare o
Mar Adentro, la mayor campaña jamás publicada para Aquelarre. Dividida en 13 capítulos,
conduce a los sufridos PJS a través de un mar de dudas, misterio, aventuras y diversión sin fin.
En ella, los PJS se tendrán que enfrentar a bandidos, emboscados, la ira de los campesinos, la
justicia medieval, terribles demonios y hasta un Dragón. Si quieres poner a prueba el coraje y las
agallas de tus jugadores, esta es tu campaña.
Texto revisado y corregido.
Este suplemento, incluye todas las reglas y ambientación necesarias para jugar a Aquelarre
dentro desde la óptica del mundo musulmán. Incluye bestiario, magia, costumbres, nuevas clases
de personajes, etc.
Este suplemento especialmente diseñado para jugar con Al Andalus tiene la información
necesaria para jugar más de 100 partidas y una gran campaña enlazada en la Granada Musulmán.
Incluye ambientación y un mapa de la ciudad.
Córdoba, principios del siglo XV. La llegada del Corregidor del Rey de Castilla poca cosa va a
hacer para cambiar la situación de la ciudad, en la que la delincuencia aumenta día a día y la
justicia poco o nada hace para impedirlo. La antigua Qurtuba de los musulmanes, la capital del
orgulloso califato de Al Andalus, es hoy una ciudad fronteriza, auténtica cabeza de puente contra
el reino de Granada, un bastión en tierra de nadie al que acuden mercenarios, aventureros,
soldados, ladrones, asesinos… En suma, un buen lugar para la aventura.
Sumérgete en las peligrosas calles de la Córdoba bajo medieval en este primer suplemento escrito
por Antonio Polo, cordobés de nacimiento e historiador por vocación.
Incluye (entre otras cosas) una documentadísima descripción de la ciudad, barrio a barrio, un
bestiario autóctono cordobés, tradiciones mágicas y leyendas locales, una nueva clase de
personaje (el alguacil de espada), una campaña de cinco módulos lista para jugar (As Sayida al-
Kubra) y casi ¡cien! Ideas de aventuras…
En este suplemento encontrarás toda la información necesaria para sacarle jugo a esta clase de
personajes de Aquelarre.
Este suplemento, el segundo dedicado a las profesiones, está centrado en el siempre apasionante
mundo de la juglaría. El lector aprenderá de él todo lo que se necesita para recrear los ambientes
en los que se movían tanto los trovadores cortesanos como los juglares villanos: descripciones de
las principales cortes de la época, las fiestas de los nobles, las fiestas de la plebe, las justas y
torneos, los juegos plebeyos... todo el ambiente reidor y festivo del mundo medieval, que no
siempre era de penitencia y oración, mal que les pesara a los frailes...
Codex regional que nos desvela todos los secretos del País Vasco.
:: Nuevas reglas
:: Nuevo bestiario sobre la anterior edición
:: Nuevas clases de Personaje sobre la edición anterior
Pero que tendrá esta maravillosa tierra que nos vuelve locos. Quizás que sea la patria chica del
pulpo y el alvariño, o quizás sus orígenes celtas o su cultura popular... no lo puedes dejar escapar.
Sefarad
Conoce los secretos del pueblo de David. Aquí podrás encontrar información de este enigmático
pueblo, así como sus costumbres, rituales y un nuevo sistema de magia, la Cábala Judía.
Grimorio
Aquelarre Apócrifo
:: Más de 75 leyendas con sus correspondientes ideas de aventuras para todos los escenarios de
Aquelarre.
:: Decenas de artículos sobre magia, ordenes de caballería, mundo y sociedad medieval, desde los
correctos modales en la mesa hasta las enfermedades venéreas adaptados para ser de utilidad
durante el juego.
:: Trece criaturas y cuatro animales
:: En la sección secretos del Diablo, se responde a más de 300 preguntas sobre Aquelarre, su
universo, sistema de juego etc.
:: Completa cronología de 1100 a 1500
:: Fe de erratas de todos los productos de Aquelarre actualizado hasta Medina Garnatha
Rolatos - Amadeo
Veinte años han pasado desde que Amadeo desapareció misteriosamente. Durante este tiempo el
hijo del demonio ha intentado encontrar alguna manera de expiar..
Rolatos - El Sacamantecas
Se dice de la zona comprendida entre los pueblos de Monistrol y Montserrat, que aquellos que no
estén dormidos cuando suenen las campanas...
Excelente campaña para dos grupos ( uno de ellos la FVL) que se desarrolla en un ambiente
lúgubre, diseñado para mantener una atmósfera asfixiante, propio del género de terror.
A-D
Álava
:: Torre de los mendoza
Albacete
:: Castillo de Almansa
Alicante Cáceres
:: Castillo de Sax :: Castillo de Coria
:: Castillo de Santa Bárbara :: Castillo de Jarandilla
:: Castillo de Biar :: Castillo de Trujillo
:: Castillo de Villena Castellón
:: Castillo de Guadalest :: Castillo de Peñíscola
Almería :: Castillo de Morella
:: Castillo de Vélez-Blanco Ciudad Real
Ávila :: Castillo de Bolaños
:: Castillo de Arévalo Córdoba
:: Castillo de Arenas de San Pedro :: Castillo de Almodóvar del Río
:: Castillo de Mombeltrán Cuenca
Badajoz :: Castillo de Belmonte
:: Castillo de Zafra :: Castillo de Garcimuñoz
:: Castillo de Medellín
:: Castillo de Alburquerque
Barcelona
:: Castillo de Montjuïc
:: Castillo de Castellet
:: Castillo de Cardona
E-I
Gerona
:: Castillo de Perelada
Granada
:: Alcazaba de Guadix
:: Castillo de la Calahorra
Guadalajara
:: Castillo de Torija
:: Castillo de Anguix
:: Castillo de Sigüenza
:: Castillo de Cifuentes
:: Castillo de Jadraque
Huelva
:: Castillo de Niebla
Huesca
:: Castillo de Monzón
:: Castillo de Loarre
J-N
Jaen
:: Castillo de Sabiote Madrid
:: Castillo de Santa Catalina :: Castillo de Batres
La Coruña :: Castillo de Chinchón
:: Castillo de Campolongo o Andrade :: Castillo de Buitrago de Lozoya
León Malaga
:: Castillo de los Ponferrada :: Castillo de Gibralfaro
:: Castillo de Grajal de Campos :: Castillo de Antequera
:: Castillo de Valencia de Don Juan Mallorca
Lérida :: Castillo de Bellver
:: Castillo de Guissona
Lugo
:: Castillo de Monforte de Lemos
O-S
Orense
:: Castillo de Monterrey
Palencia
:: Castillo Belmonte de Campos
:: Castillo de Ampudia Soria
:: Castillo Monzón de Campos :: Castillo de Berlanga de Duero
Salamanca :: Castillo de Gormaz
:: Castillo de Monleón :: Castillo de Monteagudo de
:: Castillo de Ciudad Rodrigo las Vicarías
:: Castillo de Ledesma :: Castillo de Burgo de Osma
:: Castillo de Alba de Tormes
Segovia
:: Castillo de Turégano
:: Castillo de Pedraza
:: Castillo de Coca
:: Castillo de Sepúlveda
T-Z
Teruel
:: Castillo de Alcañiz
:: Castillo de Valderrobres
Toledo
:: Castillo de Maqueda
:: Castillo de Guadamur
:: Castillo de Escalona Vizcaya
:: Castillo de Butrón
Valencia
:: Castillo de Játiva Zamora
:: Castillo de Benavente
:: Castillo de Sagunto
:: Castillo de Villalonso
:: Castillo de Montesa
:: Castillo de Benisanó Zaragoza
:: Castillo de Illueca
Valladolid
:: Castillo de Uncastillo
:: Castillo de Fuensaldaña
:: Castillo de Iscar
:: Castillo de Portillo
:: Castillo de Peñafiel
:: Castillo de Torrelobatón
:: Castillo de Montealegre
:: Castillo de Tor-de-Humos
:: Castillo de Simancas
“Yo no suelo combatir cuando me lo pide el enemigo; más bien suelo combatir cuando me
apetece a mí.”
Y vuelve entre envidias y suspicacias puesto que su comportamiento en Nápoles había sido el
de un verdadero rey (incluso repartiendo todo tipo de bienes), lo que provocó el recelo de
antiguos aliados.
Se produce aquí el conocido capítulo de “las cuentas del Gran Capitán”. El rey Fernando,
instigado por los conjurados contra Don Gonzalo, le pide cuentas de por qué se han gastado
tantas sumas de dinero en aquella guerra.
“432.786 ducados con 9 reales han sido gastados en frailes, monjas y pobres, a fin de que
oraran por los intereses de los soldados del rey; 786.427 ducados con 8 reales, han sido
gastados en picos, palas y azadones, para enterrar a los soldados caídos en manos de los
soldados del rey; 60.000 ducados han sido gastados en guantes perfumados para evitar que
el hedor de los enemigos cubriera a los soldados del rey; 700 millones de ducados han sido
gastados en espías para que informaran a los ejércitos del rey sobre los movimientos del
enemigo y 300 millones de ducados han sido gastados para calmar el enojo que me produce
ver a tanto imbécil diciéndole al que dio tantos reinos a España que se ha gastado o no se ha
gastado dinero”.
En fin, poco más creo que cabe añadir de este personaje, tan solo dejaros con sus posibles
características y recomendaros pasar una campaña luchando bajo el mando de tan singular
personaje:
Órdenes Nacionales
Entre las últimas décadas del siglo XIII y las primeras del XIV se produce en el conjunto de
Occidente un hecho de trascendentales consecuencias políticas: nace, aunque tímidamente y
bajo muy elemental apariencia, el concepto de soberanía real y desde Alfonso X de Castilla hasta
Felipe IV de Francia plantean veladamente ser emperadores en sus respectivos reinos. Y las
órdenes no se escaparán de esos esfuerzos “nacionalizadores”.
Algo semejante cabe decir a lo acontecido con Montesa cabe decir de la portuguesa orden de
Cristo de 1319, refundación del temple controlada por la corona lusa, tras la formal disolución
canónica de la institución original. A partir de 1300, los reyes portugueses consiguieron
favorecer la escisión de los santiaguistas portugueses respecto de la institución maestral
castellana para crear una orden propia de Espartarios que vería su reconocimiento a mediados
del siglo XV.
Jerarquía (II)
El papel de las escasas comunidades de freiras era meramente contemplativo, salvo las
santiaguistas que adquieren un relieve especial, dada la peculiaridad de una orden que admitió
desde el principio el matrimonio para sus freires, y en la que, por tanto, era posible albergar a las
mujeres de los freires (freiras o no) en los momentos en que la convivencia marital no fuera
canónicamente permitida, o donde pudieran ser educados sus hijos.
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El Mar Egeo, donde poseían desde 1304 la isla de Chíos, la puerta para la importación del
alumbre. La toma de Esmirna por los turcos en 1320 les privó de una de las más importantes
factorías de Asia Menor, aunque los genoveses nunca se enfrentaron con los osmanlíes, sino que
incluso colaboraron con ellos navalmente. Génova gobernaba sus posesiones en el Egeo a través
de una empresa privada, la Mahona de Chíos, a cuyo frente había un podestá que tenía la
autoridad en nombre de la Comuna.
Las rutas del sur. Mar Rojo y Arabia. Una remontaba el mar Rojo y llegaba a El Cairo y
Alejandría. La otra cruzaba el mar Rojo, dirigiéndose a La Meca y, hacia el norte hasta Damasco
y puertos de Siria. Estas rutas habían atraído el interés de los italianos desde las Cruzadas,
instalándose en Tiro, Acre y Lataquia, ya en siglo XIV. Egipto concentraba las especias de Asia, el
oro de Sudán, algodón, azúcar, etc. En tanto que carecía de granos, sal, paños de lana, metales y,
sobre todo, madera, que le suministraban los genoveses, que contaban con un cónsul en
Alejandría.
La ruta siria era muy frecuentada en el siglo XV, aportando
especias. La isla de Chipre fue un gran depósito de especias y
desee 1373 Génova impone al rey de Chipre una especie de
tratado de protectorado, manteniendo su dominación cerca de
un siglo y compensando la caída del mar Negro. Aquí
traficaban con cebada y trigo, envían sal a los caballeros de
Rodas y controlan la famosa industria textil de la isla y el
índigo. La empresa la “Maona” de Chipre centralizaba los
negocios y las inversiones de los capitalistas genoveses en la
isla, aunque en el conjunto del tráfico genovés sólo tuvo un
interés secundario.
El Universo (II)
Por último, os quiero dejar con unos versos que muchos conoceréis
y donde también se reflejan todas estas ideas adaptadas del
platonismo:
Y este concepto negativo forjado en Grecia fue el adoptado unánimemente por la Iglesia, que la
perseguiría vehementemente como sabemos a lo largo de la Edad Media.
En primer lugar y atendiendo al fin que se persigue, podemos hablar de una “magia benéfica”,
cuando está encaminada al bien, y otra “maléfica”, cuando pretende provocar algún perjuicio.
Estas dos categorías son conocidas respectivamente como “magia blanca” y “magia negra”,
respectivamente, y coinciden con los conceptos griegos de teurgia y goetia. Por asociación, se
las conoce como “magia divina” o “lícita”, y “magia diabólica” o “ilícita”.
Por otra parte, nos podemos referir a otras dos clases de magia, que provienen de la distinción
de los tribunales eclesiásticos; la “matemática”, que por medio de reglas aritméticas y
geométricas lograba objetos maravillosos; y la “natural” o “elemental”, que mediante la
composición o unión de ciertas cosas, podía conseguir efectos increíbles. Tanto una como otra
son naturales, y pueden practicarse sin necesidad de recurrir al diablo, por tanto, no habría
nada reprensible en ellas. Pero de las dos nació una tercera, la magia de “brujería” o “maléfica”,
en la que se empleaban mucho los encantamientos e invocaciones a espíritus impuros, y ésta sí
debía ser tratada como herejía por la Iglesia.
Hechicería
Una descripción de un autor del siglo XVI dirá lo siguiente: “Hechiceras se dicen aquellas que,
aunque no dejan tener familiaridad y conversación con el demonio, es de tal manera, que ellos
mesmos apenas entienden el engaño que reciben; y porque se aprovechan de algunos signos y
caracteres y otras supersticiones, en que tácitamente invocan nombres de demonios y se
aprovechan de su ayuda; y para que con mayor disimulación el demonio las tenga de su
bando, aprovechanse juntamente con algunas propiedades de yerbas y raíces y de piedras y de
otras cosas que tiene virtudes ocultas; y así van mezclando lo uno con lo otro, que son la magia
natural con la del demonio”.
En fin, el jugador que alguna vez haya llevado un personaje de este tipo conoce bien este punto.
La hechicería puede detectarse en todas las sociedades, así también en la de la Edad Media. Y
aunque se trata de una aventura individual, no puede tener lugar fuera del grupo. Así pues, los
hechiceros y hechiceras forman parte activa de la población a la que puedan pertenecer, como el
médico, el herrero o el sacerdote y ofrecen unos servicios que son valorados por sus vecinos.
Además, podemos decir que existen siempre grandes coincidencias entre los hechiceros, tanto
en las prácticas como en los instrumentos que utilizan.
El Hechizo
En el conjuro el lenguaje es más duro e imprecativo, la fórmula es más corta y suele ir dirigida a
las fuerzas infernales, utilizándose frecuentemente la orden, “yo te conjuro”, para dirigirse a los
seres sobrenaturales que se solicitan. En la oración, en cambio, se acostumbra a utilizar un
lenguaje más suave, con frecuencia está dirigida a entidades celestiales y, aunque no usa el
mismo lenguaje de la oración religiosa, en su redacción la imita.
Del reino animal: la algalia, tela de caballo, placenta de diversos animales, almizcle, picos de
golondrina, colmillos de lobo y ojos de loba, sangre de culebras, plumas y corazón de abubilla,
moscas, espina de erizos, aceite serpentino, venenos de distintos animales, aceite de escorpión,
barbas y sangre de macho cabrío, cuerno de ciervo, huesos de corazón de ciervo, hiel de
diferentes animales, sesos de asno, etc.
Brujería
“Se trata de un linaje de gentes que se conciertan expresamente con el demonio y le toman y
obedecen por señor, y se dejan señalar de él como esclavos suyos, porque les pone una señal, la
cual dice el vulgo que traen siempre en uno de los ojos, figurada a la manera de una mano de
topo, y por ella se conocen los unos y los otros, porque hacen entre sí muchos de ellos una
hermandad o cofradía y se juntan a ciertos tiempos, para sus maldades y deleites infernales. Y
cuando así hacen estos ayuntamientos, siempre hacen su acatamiento y reverencia al
demonio, el cual, por la mayor parte, se les muestra y perece en figura de cabrón”.
Las cifras que hoy día se barajan de ejecutados a lo largo de los siglos de cacería por Europa
ascenderían entre los 150.000 y los 250.000. Pero es imposible conocer el número de las
víctimas de linchamientos, o las ejecutadas por la justicia señorial pues en ninguno de los casos
solía quedar registrado el suceso.
Las cifras contabilizadas en España muestran que la incidencia de este delito en los tribunales
inquisitoriales fue mínima, y la por poción de condenadas a muerte muy inferior al resto de los
tribunales europeos.
Para ello inventaban aquellas reuniones y misterios de maldad, donde tal vez alguno de estos
interesados se disfrazase de Satanás para cometer, finalmente, todo tipo de fornicaciones,
adulterios y sodomías.
Las Habas
Los Naipes
Para sus consultas, las hechiceras utilizaban la baraja española y señalaban de antemano las
cartas que representarían a la mujer y al hombre. A veces se hacía necesario señalar una carta
más. Generalmente la sota de espadas, con la que se solía significar la mujer que amenazaba la
estabilidad de la pareja, o una rival de la consultante.
Se conoce la manera de aprender a echar los naipes de Mariana Francisca Ramírez, vecina de
Granada, y que fue como sigue: antes de barajar las cartas, dejaba acordado que el hombre sobre
el que se deseaba saber estaría representado por el rey de copas, y la consultante por la sota de
copas; si ambos naipes salían juntos era señal de que dicho hombre la quería. Por supuesto, los
naipes debían haber sido “aderezados”, es decir, que previamente, la dueña de la baraja recitaba
unos conjuros sobre ellos para añadirles la “gracia” especial, así como la fórmula: “Naipes, yo os
conjuro con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, y el señor San Cebrián, que echó
suertes en la mar, que si buenas las echó, buenas las sacó, y así me saque a mmí ésta que voy a
echar”.
El Orinal
Una condición sine qua non de este método adivinatorio era que la encargada d observar el agua
del orinal fuese una mujer virgen o preñada.
El Rosario
El Mal de Ojo
Los principales transmisores de la enfermedad eran las mujeres, y entre ellas, las más ancianas;
también eran temidas las brujas, porque al poder natural de la mirada femenina, se unía la
malicia, es decir, que conscientes ellas del poder de su mirada, lo usaban para maleficiar a las
personas. También fueron muy temidas por esta misma particularidad, las gitanas y, en general,
cualquier persona extraña a la comunidad.
Para preservar a los niños de los efectos malignos de las miradas de los extraños, las madres
solían colgar espejos en el cuello y los pelos de sus hijos pequeños; también se utilizaban
amuletos y talismanes de origen árabe.
La enfermedad producida por mal de ojo se puede presentar de distintas formas, manifestándose
comúnmente como dolencias que afectan al aparato digestivo y a la cabeza. Los trastornos se
caracterizan por síntomas de inapetencia, desgana, decaimiento, ojos caídos, dolor de cabeza en
todas sus facetas, etc. Cuando un individuo ha sido víctima del mal de ojo, lo que le sucede es que
“se le para la comida en el estómago”; esto se denomina “empacho”. No obstante, como es obvio,
dicho trastorno puede ser debido a causa distinta al “aojo”.
La Ligadura
Pero este hechizo también era útil para impedir cualquier acto, un casamiento, un parto, etc., y
para su práctica bastaba con permanecer con las manos apretadas sobre la rodilla. Por esta
razón, los familiares de una parturienta vigilaban para que ninguno de los presentes en el
alumbramiento permaneciese sentado con las piernas cruzadas o con las manos o los dedos
entrelazados.
La Posesión Diabólica
Y como ocurre en todo el entorno supersticioso, existían especialistas en reconocer a los posesos y
expulsar los espíritus invasores. La creencia en la posesión por demonios no fue patrimonio de las
clases incultas, ni mucho menos, pues en muchas ocasiones, eran los propios médicos quienes
diagnosticaban a sus pacientes como posesos, opinión que después debía ser corroborada por el
sacerdote, confesor u otro eclesiástico, especializado. Pero, evidentemente, frente a estos
profesionales autorizados, aparecen, ejerciendo una dura competencia, un sinfín de pícaros que
decían poseer un “gracia” especial para conocer este estado, sin duda una divertida fuente para las
aventuras de los personajes.
Sin embargo, la satisfacción sexual no era precisamente la petición más solicitada, y es el amor,
en su sentido más amplio (placer, cariño, amistad, armonía conyugal o seguridad económica) lo
que buscan quienes recurren a la magia. Por ello, encontramos la demanda de que su pareja “la
quiera bien” o “que se venga a casar con ella”. Frente a éstas, claro, encontramos a mujeres
casadas o viudas que sueñan con un galán joven que satisfaga sus fantasías sexuales.
HECHIZOS DE ATRACCIÓN
Naturalmente, las hechiceras de la época estaban preparadas para satisfacer todo tipo de
peticiones por parte de sus clientes; ya fuese traer al amante que se halla lejos; impedir
adulterios, ocultar infidelidades o hacer que el cónyuge la consienta; dar vigor al amante; atraer
al sexo opuesto, etc.
Además de las oraciones y otras fórmulas invocatorias, las hechiceras contaban con una
extensa gama de productos de origen animal y vegetal a los que se suponían un poder
afrodisíaco así como la utilización de muñecos de cera, nóminas, amuletos, cartas de toque, etc.
Pero sin duda alguna, nada podía compararse a los fluidos procedentes del cuerpo humano en
cuanto a la capacidad para inducir el deseo sexual.
HECHIZOS DE REPULSIÓN
SACRFICIOS DE ANIMALES
Desde tiempos inmemoriales, los animales han sido utilizados como víctimas propicias en
rituales mágicos. En el Antiguo Testamento abundaban los ejemplos, y estos pueden hacerse
extensivos a casi todas las religiones y culturas.
Podemos señalar algunos animales que tenían ciertas cualidades. Por ejemplo, un pájaro tan
común como la abubilla tenía gran valor como remedio para atraer a las mujeres. Un gato negro
le serviría también a una hechicera para crear un hombre invisible. Otros animales empleados
podían ser las gallinas, las lagartijas o las culebras.
SACRIFICOS HUMANOS
En cualquier caso, el sector eclesiástico posee algunas particularidades que le diferencian del
común de los reos por delitos de superstición. En primer lugar, en este grupo son los hombres
quienes dominan por amplia proporción esta área delictiva. En segundo lugar, aún con sus
defectos y carencias, la mayor parte de ellos poseen una cultura superior a la de sus
parroquianos, algunos incluso habían cursado estudios en universidades, y la mayoría han
aprendido allí astrología y magia.
A estos reos, por su peculiar situación, les era más fácil hacerse con
copias manuscritas de obras de magia, como la Clavícula de Salomón, la
Steanografía, del abad Tritemio, o la Filosofía Oculta, de Agripa.; las
confiscaciones llevadas acabo por la Inquisición así lo demuestran.
Por otro lado, su conocimiento de la liturgia y fácil acceso a los objetos sagrados, les convertía
en los cómplices y socios más apropiados para llevar a cabo las ceremonias mágicas que
revestían mayor complejidad, razón por la cual aparecen tantos eclesiásticos implicados en la
búsqueda de tesoros, práctica para la cual eran requisito indispensable una serie de elementos
sagrados.
EXORCISMOS Y ENFERMEDAD
En términos eclesiásticos, el exorcismo es una ceremonia que incluye una invocación a Dios en
nombre de Jesucristo para controlar el poder de los demonios sobre los hombres y las cosas. En
un principio, esta práctica estaba permitida a todos los eclesiásticos que hubieran obtenido la
tercera de las órdenes menores, que es precisamente la de exorcista, y se empleaba para liberar a
las personas que estuvieran poseídas por algún espíritu maligno, pero dado el uso abusivo y
erróneo que en el pasado se hizo de ella, en la actualidad, la ley eclesiástica solo permite la
realización del exorcismo solemne a sacerdotes seleccionados, y previo permiso del obispo de la
diócesis.
Aparte de los exorcismos, los clérigos se valían de otros muchos medios para curar, algunos tan
sorprendentes como el utilizado para curar el zaratán (término utilizado para llamar al cáncer
de mama) y que consistía en que un religioso, estando en ayunas, rezaba una misa, y una vez
acabada, se iba a la casa de la enferma, y allí escupía en un recipiente la suficiente saliva como
para untar con ella el pecho enfermo. Una vez realizado el masaje, desayunaba y se marchaba
hasta el día siguiente, en que volvía para repetir la misma operación, hasta completar nueve
curas.
Desde la Edad Media, la población cristiana identificó a los judíos con las
artes maléficas, imagen que hizo eco en la literatura de la época; sin
embargo, resulta un poco imprudente prestarle mucha atención a este
tópico que, por otro lado, podría ser un aspecto más del intento de
demonización de este pueblo. No quiere decir esto que los hebreos, como
otros tantos pueblos, no sintieran inclinación a las artes mágicas, pues las
numerosas referencias y prohibiciones que aparecen en la Biblia y en el
Talmud son una muestra palpable de que dichas prácticas eran frecuentes.
Las duras leyes con las que las autoridades religiosas castigaban la práctica
de la magia, hizo que ésta tuviera, como en el mundo cristiano, carácter
clandestino. Pero a pesar de las prohibiciones, la magia prosperó en la
medicina popular y en las creencias del pueblo en forma de supersticiones.
Pero también reapareció entre el sector culto por obra de individuos dedicados al estudio de los
libros sagrados en su intento de encontrar el sentido oculto de la vida. La búsqueda de lo
misterioso y recóndito dio lugar a una mística que se conoce como Cábala, cuyo misterioso
origen es fruto de dos leyendas distintas.
Existen tres métodos para la investigación cabalística; el primero, llamado Gematria, consiste en
buscar la significación de las palabras, bien punteando las consonantes de forma diferente para
obtener palabras distintas o bien cambiando las palabras en números. Dado que en la escritura
hebrea cada número equivale a una letra, cada palabra posee una significación numérica, y
sumando el número obtenido de una palabra se puede obtener una cifra idéntica para palabras
de distinta significación.
Esta disciplina cautivó a gran número de filósofos y magos de toda Europa sin distinción de
raza. El aura misteriosa y esotérica que envolvía a sus practicantes alcanzó a otras esferas del
mundo hebreo, y quizás impulsó la creencia en el poder mágico de los rabinos, a quienes el
vulgo consideraba capaces, no sólo de conjurar y dominar a los demonios, sino de dar vida a
cadáveres y a seres artificiales. No en balde, esta ciencia daba a conocer el mundo inferior,
donde residían los demonios y las fuerzas oscuras, así como sus nombres, poderes, atribuciones,
y organización jerárquica, lo cual constituía una gran ayuda para los magos que osaban
relacionarse con dichas entidades tanto a la cultura judía; el Sello de Salomón o la Estrella de
David, por ejemplo, aún son utilizados por magos de todo el mundo occidental para invocar a
los espíritus, y como signos de protección.
Los musulmanes españoles no fueron una excepción y se mostraron tan atraídos por las suertes,
agüeros y hechizos, como el resto de sus correligionarios, y cuando al fin se concluyó la
reconquista por parte de los cristianos, su afición por las artes mágicas se vio incrementada por
una concepción fatalista de la existencia y decadencia de su ciencia.
Así que simplemente tocaremos algunos aspectos de sus creencias y supersticiones.
La creencia en el influjo de los astros, compartida por las otras culturas hispánicas, determinaba
y reglamentaba casi todas las actividades de los moriscos. El día, la ora, o la presencia de la
luna, eran de vital importancia para las actividades de los labradores y recolectores de hierbas
medicinales, pero a veces, la excesiva fe en los cálculos de astrólogos y adivinos podía llegar a
tener consecuencias muy graves.
La convivencia entre moriscos y cristianos provocó una especie de
mezcolanza y contaminación de sus supersticiones, lo cual se
comprobaba a propósito de las hierbas en la virtud que poseían
aquella recogidas en la noche de San Juan, Navidad, San Felipe,
Santiago o el 1 de mayo; el éxito de los injertos realizados durante el
día de la Anunciación; la mayor fortaleza de los caballos herrados el
día de San Esteban, etc.
Como era de esperar, las ceremonias y ritos supersticiosos de los moriscos granadinos fueron
motivo de preocupación para las jerarquías eclesiásticas, por cuya razón se tomaron decisiones
como la prohibición de enterrar a los difuntos de lado o con la boca hacia abajo; echar flores,
hojas o piedras del río, sobre sus sepulturas, o llevarles comida y bebida a las tumbas. También
se prohibió llevar o fabricar patenas o medallas donde se representaba la mano de Fátima o una
Luna, debiendo llevar en su lugar cruces u otras imágenes más conformes con la doctrina católica.
Por último, dado que los moriscos compartían con los cristianos viejos su
afición por la magia, se dictaron normas prohibiendo su práctica o visitar a
hechiceros y adivinos. Pero ninguna de estas medidas tuvo éxito en su represión
como lo demuestra lo extendida que se hallaban por la población todas aquellas
supersticiones.
Con la creación de un Tribunal del Santo Oficio en Granada, las costumbres y usos moriscos se
vieron sometidos a una estricta vigilancia, ayudados además en una labor de espionaje por los
cristianos viejos, que detestaban las costumbres de sus vecinos. El número de moriscos
procesados por prácticas mágicas o supersticiosas es bastante significativo, no obstante, en los
comienzos de la represión de su cultura, tales acusaciones solían ir encaminadas a otros delitos
más graves, como la duplicidad de matrimonio, defensa teórica de la fornicación, o los
consabidos usos higiénicos, alimenticios y funerarios.
De todas maneras, de las prácticas supersticiones de los musulmanes, la más universal fue el
uso de los amuletos y los talismanes. Y, por supuesto, tampoco los moriscos podían concebir
que alguien pudiera llevar una vida normal si no iba protegido de alguno de estos objetos; por
ello, desde muy temprana edad eran ya una prenda haitual en el atuendo de estos conversos.
Supersticiones gitanas
En ocasiones, como puede leerse de las sentencias del Santo Oficio, aquella actividad servía de
excusa para tantear al cliente y prepararles para negocios de más enjundia, tales como
conseguir un amor imposible, resolver pleitos, sacar un tesoro encantado, etc. Aquellos
incautos, cuya candidez corría pareja con su codicia, averiguaban demasiado tarde que habían
sido víctimas de una simple estafa. Y en las denuncias al Santo Oficio siempre salían a relucir las
artes maléficas de las que se habían servido dichas mujeres para engañarlos, quizá para excusar
su propia simpleza.
Lo que podemos decir es que realmente los gitanos sintieron una inclinación
por la magia pero no de forma especial sino en la misma medida que
cualquiera de las demás comunidades de España. Ya sabemos que siempre se
han lanzado acusaciones contra un pueblo entero sobre todo cuando su
aspecto o sus costumbres no encajaban con las de la mayoría. Si bien cabría
apuntar que ningún otro pueblo sacó tanto partido a un prejuicio social,
convirtiendo su condición de “tribu mágica” en un lucrativo medio de
subsistencia.
Aparte de leer la buenaventura, una de las creencias supersticiosas asociada a los gitanos es la
que confería propiedades mágicas a la piedra imán, conocida en su lengua como bar gachí. Este
mineral (magnetita), en su estado virgen, era utilizado como uno de los amuletos más preciados y
se le atribuían poderes milagrosos.
Por último, también se conoce la utilización de una planta que los gitanos
llamaban “Raíz del buen Barón”, aludiendo este nombre al demonio. Al
parecer, se cree que es perejil y la utilizaban las hechiceras para librar a las
mujeres de embarazos inoportunos, haciendo bajar la regla (aún hoy día
estas profesionales siguen recomendando a sus clientes esta planta como
un eficaz remedio abortivo).
La actitud de la Iglesia siempre fue clara y firme, y como institución rectora en las sociedades
medievales, su papel en la codificación de las leyes fue muy importante. Su postura fue
coherente con su deseo de erradicar toda traza de paganismo, pero ya tenía lejanos antecedentes
den el Antiguo Testamento.
Sería desde principios del siglo XIII, cuando el papa Gregorio IX formaliza la creación del
sistema inquisitorial y encarga a los frailes dominicos la búsqueda de herejes, la acción judicial
contra la magia fue recayendo así cada vez más en manos de los inquisidores, aunque los
obispos no fueron despojados de su jurisdicción en dichos delitos.
La Inquisición Española
Por otro lado, los dominicos, convertidos desde el siglo XIII, en una especie de fuerza policial
contra la herejía y evidentemente interesados en que se instituyera en Castilla la Inquisición
pontificia, porque dicha institución les reportaba grandes beneficios, además de una casi total
autonomía e independencia frente a las autoridades civiles y eclesiásticas; desarrollaban una
tenaz labor contra los conversos, denunciando cada desliz o falta a la ortodoxia y haciendo llegar
a los reyes castellanos, continuas quejas sobre la mala fe de los nuevos cristianos.
La Inquisición, ya desde su nacimiento, contó con apasionados defensores y
enemigos; el pueblo llano, considerando que el objeto de los inquisidores
serían los falsos conversos, y vistos por ellos como un grupo arribista que se
había insertado en los entresijos del poder urbano, vio en dicha institución
el arma que pondría a los odiados conversos en el lugar que les
correspondía; una gran parte de la aristocracia, temía, sin embargo, y no sin
razón, que dicha institución podía perjudicar los derechos sobre sus
vasallos; también se oponían a ella los judíos y la inmensa mayoría de los
conversos, tanto si eran sinceros como si no; todos sabían que se
encontraban en el ojo del huracán.
Algunas ciudades tuvieron tribunal permanente desde su creación hasta la desaparición de la
institución. El criterio seguidos para la elección de estos tribunales estables radicaba,
generalmente, en la importancia económica y demográfica del núcleo de población y su entorno,
o bien, por la presencia en su distrito de un numeroso grupo de elementos sospechosos de
heterodoxia. La idea del Santo Oficio era extender su influencia a todos los territorios de la
monarquía, por ello se mantuvieron tribunales estables en Barcelona, Canarias, Córdoba,
Cuenca, Granada, Logroño, Llerena, Madrid (de Corte), Mallorca, Murcia, Santiago de
Compostela, Sevilla, Toledo, Valencia, Valladolid y Zaragoza.
La cruz del Señor, que solía tremolar delante del arzobispo de Toledo, pasó milagrosamente
entre las filas de los agarenos llevada por el canónico de Toledo Domingo Pascasio, y allí, tal
como quiso el Señor, permaneció hasta el final de la batalla sin que su portador, solo, sufriera
daño alguno.
Se cargó al frente de la tercera línea para socorrer a los que estaban batallando en la ladera del
palenque del Miramamolín. Al propio tiempo, sincronizando su movimiento con el del cuerpo
central, entraban en combate las reservas de las alas, al mando de los reyes de Aragón y
Navarra. Tal como se había planteado el encuentro del lado cristiano, esta carga tenía que ser la
última y decisiva. De que fuese capaz de perforar todo el dispositivo almohade dependía la
suerte final de la batalla. Si era frenada y perdía su conexión hasta verse infiltrada y
desorganizada por los elementos ligeros musulmanes, como había ocurrido con los
destacamentos precedentes, era seguro que la nueva derrota dejaría en mantillas al desastre de
Alarcos.
La carga de los tres reyes enfiló su objetivo y cruzó el campo de batalla sin perder cohesión: con
su ímpetu inicial apenas mermado llegó al palenque del Miramamolín. De aquel momento
supremo y verdaderamente decisivo del combate apenas tenemos noticias fiables. Fuentes
tardías sostienen que fue Sancho el Fuerte de Navarra el primero en romper las cadenas y pasar
la empalizada, lo que justifica la incorporación de cadenas al escudo de Navarra, pero el caso es
que las cadenas y palos ardiendo aparecen en los escudos nobiliarios de muchas casas que
podrían blasonar igualmente de la hazaña. Lo más probable es que la empalizada, directamente
atacada en toda su extensión, fuese penetrada simultáneamente por varios lugares.
El degüello dentro de la fortificación del Miramamolín fue terrible. Pero lo que sucedió al
enfrentamiento no fue menos terrible que el propio combate.
La masa de la población quedó a merced de los furores de los mamelucos. Aquel día fue terrible
pues las damas, las burguesas y las señoritas huían por las calles con sus hijos en brazos;
enloquecidas y llorando corrían hacia el puerto…Y cuando los sarracenos los encontraban, uno
tomaba a la madre y otro tomaba al niño; a veces llegaban a las manos disputándose a la mujer,
luego se ponían de acuerdo degollándola. En otro lugar arrancaban de brazos de sus madres a
los hijos que estaban mamando y los arrojaban bajo los cascos de los caballos.
Durante varios días la fortaleza de los Templarios desafió todos los ataques. El sultán el-Achraf
ofreció entonces a los Templarios una capitulación honrosa, con autorización para que se
retiraran a Chipre. El acuerdo fue concluido sobre esas bases. Ya estaban los estandartes del
sultán enarbolados en signo de armisticio sobre la torre principal, mientras que un emir, con un
centenar de mamelucos, era admitido en la fortaleza como observador del embarque de los
cristianos. Pero en la embriaguez de su triunfo esos mamelucos atentaron contra el honor de las
damas francas. Ante este espectáculo, los caballeros indignados se arrojaron contra ellos, los
ejecutaron, derribaron la bandera del sultán y cerraron las puertas. Y el mariscal Pedro de Svry
se dispuso para un nuevo asedio.
El sultán tuvo que volver a empezar por tercera vez el asedio reforzando las minas. La base de
las murallas estaban zapadas, paños enteros del muro se derrumbaron, los Templarios seguían
resistiendo. El 28 de mayo la brecha era ya lo suficientemente ancha, el-Achraf lanzó al asalto
final, pero el peso de las masas de mamelucos hizo ceder los túneles de las zapas y todo el
edificio se derrumbó, enterrando bajo sus escombros, junto con los últimos Templarios, a las
columnas de asalto. El “Temple de Jerusalén” tuvo para sus funerales dos mil cadáveres turcos.
Después de una odisea de aproximadamente seis años a través del territorio bizantino, en la
primavera de 1311 vencieron a Gualterio V de Brienne, duque franco de Atenas (quien los
contrató hacía años y que tras utilizarlos, faltó en su pago) en la batalla de Almiros (o de Cefis),
conquistó su territorio y se estableció en él.
La Compañía espera al ejército franco en una zona bastante húmeda y con algunos pantanos.
La noche anterior al combate los almogávares preparan el terreno removiendo la tierra y
humedeciéndola todavía más hasta convertirla en un lodazal. Los tradicionales gritos de batalla
de los almogávares (¡San Jorge! ¡San Jorge!, ¡Aragón! ¡Aragón!, ¡¡Desperta ferro!!) inundan la
llanura.
El día del combate como era de esperar en los franceses,
estos inician el ataque con una carga masiva de la caballería
pesada (dicha caballería es la caballería pesada franca, la
mejor y mas famosa de Europa y hasta ese momento
imbatida). Este ataque inicial y masivo pierde fuerza al
restarle velocidad y homogeneidad en la línea de ataque de
la caballería, en el barrizal que atraviesan hacia la formación
almogávar. Estos los esperan formando una autentica
falange de lanzas que frena y rechaza a la caballería pesada
obligando a retirarse a los supervivientes para reagruparse.
Pero este reagrupamiento es imposible debido a que si el barro frenó el ataque inicial, en la
retirada, el barro y con el agotamiento de los caballos hace caer a muchísimos jinetes o
simplemente los ralentiza, lo que es aprovechado por los almogávares para poner en acción la
segunda parte de su plan. Ésta consiste en una vez rechazados, lanzarse sobre la caballería
francesa y exterminarlos en el lodazal.
Exterminada la caballería franca y con ella la mayoría de los franceses de Grecia, los
almogávares van tomando todas sus ciudades convirtiendo el territorio en los ducados de
Atenas y Neopatria feudatarios del reino de Aragón.
Este arroyo no era un gran obstáculo, pero los ingleses tenían que atravesarlo para llegar al
castillo por la vieja calzada romana, y Bruce excavó zanjas y puso trampas de pinchos para
inutilizar la caballería. Tal problema forzaría a los ingleses a dirigirse a la turbera pantanosa,
donde perderían efectividad. Los escoceses, por su parte, tomaron posiciones en terreno más
firme y más elevado.
Cuando Bruce espiaba a los ingleses, uno de sus caballeros, Sir Henry de Bohun, reconoció su
distintivo real, y decidió atacar: era un combate de uno contra uno, y si conseguía matar al rey
escocés, todo habría terminado. Bruce esperó hasta que Sir Henry, cabalgando al galope, casi le
pudo tocar. En ese momento Bruce se apartó, y según pasaba el inglés le dio tal hachazo en la
cabeza que le atravesó la armadura y le partió el cráneo. Los escoceses le recriminaron por
arriesgar su vida, pero Bruce solo lamentaba haber roto el mango del hacha.
Los ingleses habían caído en la trampa de Bruce, al desviar su caballería hacia el terreno
pantanoso. Bruce separó sus fuerzas en cuatro divisiones, y avanzó hacia la turbera. Iban en
formación escalonada, y con las lanzas desplegadas, haciendo que cada división pareciese un
enorme puercoespín de hierro.
Casi ya sin caballos, los arqueros ingleses de Eduardo II empezaron a disparar, Bruce sacó
entonces su caballería del bosque y cargó contra ellos, sacándolos de sus posiciones. Ahora
huían arqueros y caballeros, perseguidos por los escoceses. Ambas unidades corriendo ya en
retirada, fueron blanco inevitable de los arqueros ingleses de reserva, que sacó Eduardo II
como último recurso, sabiendo que mataría a sus propias tropas, pero también escoceses.
Aquello fue la debacle para los ingleses, forzados a huir colina abajo hacia el arroyo de Bannock
y el río Forth. Muchos fueron masacrados en una huída sin salida posible.
Tras Bannockburn Escocia había recobrado su independencia, dado que Inglaterra retiró su
demanda del trono escocés. Ahora había al norte un rey fuerte y un territorio unido cuyos
soldados sabían que podían derrotar al vecino inglés en cualquier momento. Las disputas con
los ingleses seguirían, pero Londres tenía que reconocer el poder de los escoceses.
Robert I the Bruce murió el 7 de junio de 1329, a los 55 años.
Solo un año antes los dos países habían firmado un tratado de
paz. A Bruce solo le quedaron dos deseos por cumplir antes de
morir: Uno, el reconocimiento oficial del Papa, tras el oscuro
episodio del crimen en la iglesia. El Vaticano preparaba ese
reconocimiento a Bruce y sus sucesores como reyes legítimos
de Escocia cuando Robert I murió. Dos, haber ido a las
Cruzadas. Como ya no podría ir, ordenó que su corazón fuese
sacado y embalsamado a su muerte, y llevado a Tierra Santa
con los Cruzados escoceses. Hoy su corazón está enterrado en
algún lugar sin precisar dentro de Melrose Abbey, al sur de
Escocia.
Los caballeros y nobles franceses, ansiosos de guerrear, fueron los primeros en llegar al campo
de batalla donde tendría lugar el primer gran enfrentamiento de la Guerra de los Cien Años.
Dichos nobles no pudieron resistir la tentación de atacar antes de que llegara el grueso de su
ejército y mandaron a los ballesteros delante de ellos para que les fueran abriendo el camino
con sus flechas.
En todo este caos los caballeros consiguieron salir de la multitud para lanzarse finalmente
colina arriba, enfrentándose valientemente a la cortina de saetas. Los caballos que caían (por las
flechas o por trampas artificiales) arrastraban a otros caballeros, haciendo cada vez más difícil
alcanzar al enemigo. Cuando finalmente llegaron a los ingleses, cayeron en la cuenta de que los
arqueros estaban posicionados en dos frentes diferentes, recibiendo las flechas por ambos
flancos.
Otro apunte muy curioso que podemos incluir aquí es que los arcos
ingleses se fabricaban con madera francesa ya que, a modo de arancel
aduanero, los ingleses cobraban una vara de tejo de dos metros de
longitud y determinado grosor por cada barril de vino que importaban
de Francia. Para usar los arcos que se hacían con esas varas hacía falta
una fuerza equivalente a 80 kilos y disparaban flechas pesadas a 200
metros de distancia.
La dotación de flechas de un arquero inglés referenciada por los datos de la batalla de Crécy en
Ponthieu fue de 24 o 36 flechas atadas en racimos de 12. Las primeras docenas iban armadas
con puntas largas especiales para caballería y la última docena llevaba puntas de doble filo
(barbadas) para infantería y para menor distancia.
Los caballeros más gloriosos de Europa se estaban retirando. Retirando de simples arqueros y
caballeros a pie. La fuerza brutal, desobediente, valerosa hasta la temeridad, honrosa y
confiada de la caballería francesa ya no vencería jamás con la clásica carga de caballería, al
inglés astuto y medido en sus estrategias. Francia debería cambiar de raíz su forma de hacer la
guerra, siendo cautelosos, obedientes y disciplinados, planificando los ataques y renunciando a
su antigua arrogancia. El caballero francés pagó con mucha sangre ese aprendizaje, a tal punto,
que alguien ha oído decir a Napoleón al retirarse de Waterloo "Siempre ha sido igual, desde
Crécy".
En primer lugar, Clermont intentó un perspicaz ataque para desbaratar la formación inglesa
que sería rechazado y una posterior segunda carga de los franceses que también sería fácilmente
devuelta. Después de dos horas, Clermont dispuso dos armas de fuego, primitivos cañones, que
fueron montados sobre dos carros. Eran cargados por detrás y fueron capaces de desbaratar las
líneas de arqueros ingleses, las cuales se veían imposibilitadas de devolver el ataque por que
dichos cañones les quedaban fuera de alcance.
Fue en ese momento cuando ingleses y franceses fueron conscientes de la llegada de Richemont
desde el sur. Kyriell no tuvo opción pero formó a sus hombres en un semi-círculo para tratar en
la medida de lo posible contener al ejército de Clermont y a la caballería pesada francesa que se
aproximaba en su carga.
Finalmente, ese semi-círculo resultaría tremendamente perjudicial para los ingleses ya que
terminaron desbordados y sin posibilidad de escapar. A partir de ahí y viéndose encerrados
comenzó la desgracia y el ejército entero fue o hecho prisionero o asesinado, resultando Kyriel
prisionero.
El final de la Reconquista
Por fin, después de siete meses, se habían acabado prácticamente las provisiones de Granada y
estando a mediados del invierno no había perspectiva de alivio. El constante asedio de la capital
y su consiguiente aislamiento y el descontento popular frente a las miserias del asedio, las
hambres y las enfermedades, obligan a Boabdil a rendirse.
Sería el 2 de Enero cuando los Reyes Católicos tomarían posesión de Granada. Al salir el sol
resonaron por la vega de Granada tres cañonazos disparados en la Alhambra. Era la señal
convenida para que los reyes de Castilla y Aragón saliesen de Santa Fe a tomar posesión de la
ciudad. Y así lo cuenta Don Enrique de Aguilar:
Allí le esperaba el rey Boabdil a pie rodeado de numerosa servidumbre. Apeóse el Cardenal,
hablaron ambos unos instantes y éste le ofreció su magnífica tienda en el Real de Santa Fe
para que en ella se alojase el tiempo que estuviere. Los dos reunidos bajaron después a la
margen del Genil donde les esperaba el rey Fernando. Triste y conmovedora ceremonia
cuando el rey moro entregó las llaves de la ciudad.
No era Gonzalo Fernández de Córdoba hombre que permaneciese inactivo, así que, al recibir
los refuerzos de 3 mil hombres mandados por Alviano decidió atacar nuevamente a los
franceses. Para ello mandó construir un puente seis millas más arriba del que tenían los
contrarios.
Para no alarmarlos con su marcha dejó allí parte de sus tropas y con el
resto del ejército, en la noche del 27 de diciembre de 1.503, se trasladó
a la orilla derecha del río Garellano por el puente recién construido.
En vanguardia iban las fuerzas mandadas por los capitanes Alviano, Pedro Navarro, Villalba y
Zamudio, a los que les seguía el Gran Capitán con el resto del ejército. El terreno con el que se
iban a encontrar era llano con ligeras ondulaciones. Algo separadas del río se encontraban las
ciudades de Pantecorvo, Suyo y Trajeto, seguidamente, casi paralelo al Garellano, existía otro
río que iba a desembocar en el mar entre la desembocadura del Garellano y la ciudad de Gaeta.
Pasado dicho río se encontraba la ciudad de Mola que tenía un puente sobre dicho río, y era
ciudad de cierta importancia estratégica.
El ataque que realiza la vanguardia española es rechazado en primera instancia. Con la llegada
del Gran Capitán se reorganiza las unidades y recobra la superioridad. Pronto le llegan los
refuerzos del capitán Andrade, que venía de intervenir en el paso del Garellano y de Próspero
Colona. Los franceses, al verse cercados, se retiraron hacia Gaeta, a donde llegaron muy
diezmados. Los españoles detuvieron el avance para descansar aquella noche en Castellone y
llegar al día siguiente a Gaeta. El 4 de enero de 1.505 los españoles eran dueños de todo el reino
de Nápoles. Francia, imposibilitada de actuar, tuvo que aceptar el Tratado de paz que le propuso
España.
Hacia media mañana se escuchó un cañonazo solitario, proveniente de la nave capitana turca.
Era, según la costumbre de la época, el desafío de los turcos a la flota cristiana, cuya artillería
contestó inmediatamente con los dos disparos que significaban la aceptación del reto.
En la galera Marquesa combatió Miguel de Cervantes con gran valor. Tenía entonces
veinticuatro años y continuó combatiendo después de ser herido en el pecho y en el brazo
izquierdo, que le quedaría inútil.
Eran las cuatro de la tarde y el mar aparecía rojo de sangre y cubierto de cadáveres en muchas
millas a la redonda. En cinco horas habían muerto 35.000 hombres. Algunos barcos turcos
intentaban escapar y eran perseguidos por naves cristianas, pero la lucha principal había
finalizado.
La victoria de Lepanto abría la puerta a las mayores esperanzas. Sin embargo, de momento, no
trajo consigo ninguna clase de consecuencias. La flota aliada no persiguió al enemigo en
derrrota, por diversas razones: sus propias pérdidas y el mal tiempo, a quien el imperio turco,
desconcertado, debió tal vez su salvación.
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Torturas de la Inquisición I
Poco hay que añadir al saber común sobre esta materia. La inquisición fue un tribunal
eclesiástico establecido en la Edad Media para castigar los delitos contra la fe. Sus víctimas eran
las "brujas", los judíos, herejes, alquimistas, disidentes, homosexuales y cualquier persona no
grata al clero. Los acusados eran brutalmente torturados y ejecutados, y sus bienes requisados.
Se relatan aquí los instrumentos de tortura más comúnmente utilizados, su uso y sus víctimas.
AUTOS DE FE:
Su origen se remonta a la Inquisición medieval y su momento de auge se sitúa en los siglos XVI
y XVII en Roma, España y los países de denominación castellana.
Hasta finales del siglo XVIII, en los paisajes urbanos de Europa no era
extraño encontrar abundantes jaulas de hierro y madera adosadas al
exterior de los edificios municipales, palacios ducales o de justicia,
catedrales, murallas de las ciudades o en altos postes cerca de los cruces
de caminos. Es algo que habrás visto en las películas y en lo que quizá
no has reparado, pero que fue existió.
Las víctimas, desnudas o semidesnudas, eran encerradas en las jaulas y colgadas. Morían de
hambre y sed; por el mal tiempo y el frío en invierno; y por el calor y las quemaduras solares en
verano. A menudo, anteriormente habían sido torturadas y mutiladas para mayor escarmiento.
Normalmente los cadáveres se dejaban en descomposición hasta el desprendimiento de los
huesos, aunque a veces se cubrían herméticamente con resina de pino, con el fin de retrasar los
efectos de la descomposición, y se rodeaban con correas para impedir el desprendimiento de los
miembros. De ésta manera, se utilizaban como escarmiento moral. Evidentemente, las víctimas,
una vez muertas, eran pasto de todo tipo de animales.
Torturas de la Inquisición II
LA SIERRA
La Biblia dice (II Samuel 12:31) que David, rey hebreo y santo
cristiano, exterminó a los habitantes de Rabbah y todas las
ciudades amigas por el método de poner hombres, mujeres y niños
bajo sierras y rastrillos y hachas de hierro y hornos de ladrillo.
Ésta especie de aprobación, poco menos que divina, contribuyo a la
aceptación de la sierra, el hacha y la hoguera.
COLLAR PENAL
Hay muchos tipos de ataduras que ligan a personas a pesos inhumanos: tobilleras (la clásica
"bola" que llevan los presos de los dibujos), muñequeras, cinturones, collares...
LA CIGÜEÑA
Los instrumentos de tortura hechos con forma de trompeta, trombón, flauta, dulce, oboe....
están fabricados en madera, bronce o hierro. Probablemente, son de origen holandés, y se
asocian sobre todo a los siglos XVII y XVIII, aunque se conocen algunos ejemplos anteriores y
posteriores.
El collar de hierro se cerraba por detrás del cuello de la
víctima, y sus dedos colocados como los de un músico bajo
los cortes de la mordaza eran apretados a voluntad del
verdugo pudiendo llegar al aplastamiento de carne, huesos
y articulaciones.
Se imponía para castigar delitos menores: conflictividad, blasfemia en primer grado, palabrería
soez, alteración del orden público, etc. En Italia, según referencias de archivos romanos,
napolitanos, parmesanos y boloñeses, a menudo se aplicaba a los que montaban juerga y
provocaban alboroto delante de la iglesia durante las misas. En la República Veneciana, se
aplicaban flautas pesadas de hierro a quienes abusaban de la denuncia anónima contra otros,
"empujados por la malicia, enojo o envidia".
EL APLASTAPULGARES
Simple y muy eficaz, el aplastamiento de los nudillos, falanges y uñas es una de las torturas más
antiguas.
Los resultados, en términos de dolor infringido con relación al
esfuerzo realizado y al tiempo consumido, son altamente
"satisfactorios".
EL PÉNDULO
Torturas de la Inquisición IV
LA PICOTA EN TONEL
Era una especie de vergüenza pública que se aplicaba sobre todo a los borrachos.
A los cazadores furtivos se les ataban cadenas con los cadáveres de los animales cazados
furtivamente, hasta la putrefacción y desprendimiento de los mismos (castigo especialmente
eficaz en verano)
Los collares rondaban los ocho o nueve kilos, por lo que su aplicación durante noches y días
enteros, provocaba heridas e infecciones y, en ciertos casos extremos, incluso gangrena.
EL APLASTACABEZAS
Existen unos instrumentos con una finalidad parecida llamadas "rompecráneos", que como su
nombre indica se diferenciaban del "aplastacabezas" en que en vez de aplastar el cráneo lo
rompían.
Como se ve, era una de las torturas más largas y agónica que se
podía infligir.
Junto con la hoguera y el descuartizamiento, éste era uno de los espectáculos más populares de
entre los muchos similares que tenían lugar en las plazas de Europa. Multitudes de plebeyos y
nobles acudían a deleitarse con un "buen" despedazamiento, preferentemente de una o varias
mujeres en fila.
Torturas de la Inquisición V
EL COLLAR DE PÚAS
EL POTRO
Pinzas, tenazas, cizallas se utilizaban al "rojo vivo", aunque también frías para lacerar o
arrancar cualquier miembro del cuerpo humano, y eran otro elemento básico más entre las
herramientas de todo verdugo.
Las tenazas se utilizaban preferentemente ardiendo para las narices, dedos de las manos y pies
y pezones. Las pinzas alargadas, servían para desgarrar o abrasar el pene.
Como queda explicado en la parte de la pera oral, rectal y vaginal, los
genitales masculinos siempre han gozado de una especie de
inmunidad. Sin embargo, en toda la larga serie de torturas, también se
dan raros casos de castración, extirpación del pene e incluso
amputación de la tríada completa. Las partes seccionadas a menudo
eran quemadas dentro del puño de la víctima.
Torturas de la Inquisición VI
EL CEPO
También las incesantes cosquillas en las plantas de los pies y en los costados llegaban a
convertirse en una tortura insoportable.
Sólo los transgresores más inofensivos podían esperar liberarse con no más de unos pocos
cardenales.
EL POTRO EN ESCALERA
Este artilugio sofocaba los gritos de los condenados para que no estorbaran la conversación de
los verdugos. La "caja" de hierro del interior del aro es embutida en la boca de la víctima, y el
collar asegurado a la nuca. Un agujero permite el paso del aire, pero el verdugo lo puede tapar
con la punta del dedo y provocar la asfixia.
ARMAS DE CARCELERO
El "agarracuellos" es usado todavía en centenares de cárceles, y muchas veces forma parte del
equipo de las fuerzas antidisturbios. Las versiones modernas incluyen, en algunos casos, el uso
de electricidad.
EL CINTURÓN DE CASTIDAD
En realidad, el uso principal del cinturón era muy diferente: constituía una barrera contra la
violación, una barrera frágil pero suficiente en determinadas ocasiones, por ejemplo, en épocas
de acuartelamiento de soldados en las ciudades, durante estancias nocturnas en posadas,
durante los viajes... Sabemos por muchos testimonios que las mujeres se colocaban el cinturón
por iniciativa propia, hecho que algunas ancianas sicilianas y españolas aún recuerdan en
nuestros días.
EL DESGARRADOR DE SENOS
EL GARROTE
La presencia de la punta en la parte posterior no sólo no provoca una muerte rápida, sino que
aumenta las posibilidades de una agonía prolongada. Fue usado hasta principios de éste siglo
en Cataluña y en algunos países latinoamericanos. Se usa todavía en el Nuevo Mundo, sobre
todo para la tortura policial pero también para ejecuciones.
EL TORO DE FALARIS
Torturas de la Inquisición IX
LA CUNA DE JUDAS
En la actualidad, éste es un método muy expendido por los gobiernos latinoamericanos, con
muy pocas variaciones respecto al utilizado por los inquisidores, y siendo éstas principalmente
la "mejora" de los cinturones y la incorporación de la electricidad.
LA DONCELLA DE HIERRO
LÁTIGOS
Torturas de la Inquisición X
Si se negaba a confesar , el hereje, considerado como "impenitente", era vestido con el traje
característico y conducido a la hoguera, con la condición de la Extremaunción, en el caso de la
Inquisición española. Si el inquisidor era romano, el hereje era ahorcado o quemado.
LA SILLA DE INTERROGATORIOS
Catarismo: Herejía difundida desde mediados del siglo XII con especial incidencia en el Sur
de Francia (en torno a Toulouse), aunque también tuvo importante influencia en Italia.
Donatismo: Corriente rigorista, más cismática que herética, y que tuvo enorme importancia
en el Norte de África en los siglos IV y V.
Dualismo: Componente de diversas herejías según el cual el mundo se concibe como campo
de batalla entre dos principios igualmente poderosos: el del Bien y el del Mal.
Erigenismo: Corriente filosófica propugnada por Juan Escoto Erigena a mediados del siglo
IX.
Acusada de panteísta, defendía que el mundo es un ciclo en el que todo sale de Dios y todo
retorna indefectiblemente a Él.
Para los griegos procederá del Padre y para los latinos procede
el Padre y del Hijo.
Concibe la Iglesia en un sentido de comunidad de fieles más que de hegemonía papal; defiende
la extensión de la comunión por el cáliz a los laicos y critica ásperamente la doctrina de las
indulgencias.
Joaquinismo: Doctrina inspirada en los textos de Joaquín de Fiore (muerto en 1202) en los
que se hablaba de una Iglesia del Espíritu Santo que sucedería a las del Padre (Antiguo
testamento grosso modo) y del Hijo, identificada en líneas generales con la estructura
pontificia.
Pelagianismo: Doctrina del bretón Pelagio, contemporáneo de San Agustín, quien le rebatió
en algunos escritos.
Sobrevalora la propia capacidad del hombre para no concurrir en pecado, cuestionando, así, el
papel de la gracia y la transmisión el pecado original.
Sabelianismo: Una de las más conocidas formas de modalismo de acuerdo a la cual el Hijo
no es más que una modalidad del Padre.
Simonía: (De Simón el Mago que, según la tradición, quiso comprar a los apóstoles el don del
Espíritu). Tráfico mercantil de beneficios eclesiásticos, denunciado tanto por la jerarquía oficial
como por algunos reformadores incursos en heterodoxia.
Se especula con sus influencias sobre los predicadores ambulantes (lollardos) y sobre el
movimiento revolucionario de 1381.
Los primeros pueden ser inocentes, por no saber con quien tratan. Pero también pueden saber
perfectamente a qué atenerse, en cuyo caso son culpables. Culpables si saben cuáles son las
herejías de sus huéspedes. Culpables, pues en tal caso saben que la Iglesia persigue a sus
huéspedes culpables, pues les acogen precisamente para que no caigan en manos de la Iglesia.
Estos acogedores son excomulgados. Son herejes si creen lo que creen los huéspedes. ¿Y si
alegan que son creyentes?
En tal caso se les replicaría que saben perfectamente a qué atenerse respecto a sus huéspedes.
En caso contrario –si la acogida es habitual, etc.- son suspectos de herejía y deben ser
procesados como tales: abjurarán a aceptarán un castigo.
Los anfitriones de herejes, si han permanecido todo un año excomulgados, sufrirán exilio
perpetuo y sus bienes serán confiscados.
La ley inquisitorial prevé la demolición total de la casa en la que los herejes hayan encontrado
guarida y el exilio del propietario, así como la prohibición de reconstrucción y la confiscación
de bienes. Hay que comprender que la idea de protección de herejes se aplica en casos muy
diferentes.
(N. Eimeric y F: Peña: El manual de los inquisidores. Ed. De la L. Sala Molins. Muchnick
Editores. Barcelona 1983, págs. 100-101).
Al principio del periodo, esto equivalía básicamente a destruir o defender los campos, ya que
toda la riqueza tenía origen en las tierras de labranza y en los pastos. Con el paso de los años, las
ciudades se convirtieron en importantes puntos de control como centros de riqueza derivados
del comercio y la manufactura.
Conquistar y mantener el control de los castillos era parte esencial de las guerras, ya que éstos
defendían las tierras de labranza y pasto. Los ocupantes del castillo controlaban a la población
de los alrededores. A medida que iban creciendo, las ciudades también se fortificaron. La
defensa y la conquista de ciudades fue adquiriendo gradualmente mayor importancia que el
control de los castillos.
Las Cruzadas fueron intentos de conquistar y controlar puntos estratégicos en Tierra Santa que
permitiesen obtener el control de la zona. Las batallas en las Cruzadas tenían lugar para acabar
con el control de uno de los bandos. La victoria de los Sarracenos bajo Saladino, en la batalla de
Hattin en 1187, permitió a éstos la reconquista de Jerusalén.
Los soldados de infantería quedaron destinados a devastar las tierras de labranza y a realizar el
trabajo pesado durante los asedios. Sin embargo, en el campo de batalla este tipo de soldado
corría riesgos respecto a ambos bandos, al buscar los caballeros el enfrentamiento con sus
enemigos en combates individuales. Esto era así principalmente a principios del periodo, cuando
la infantería se constituía de siervos y de campesinos sin preparación. Los arqueros eran
también útiles en los asedios, pero corrían igualmente el riesgo de ser arrollados en el campo de
batalla.
En Italia, los soldados mercenarios adquirieron fama por largas campañas en las que apenas se
derramó sangre. Para entonces, los soldados de todos los rangos eran activos de valor que no
debían desaprovecharse a la ligera. Los ejércitos feudales en busca de gloria se convirtieron en
ejércitos profesionales más interesados en seguir viviendo para disfrutar la paga.
En ocasiones, los comandantes desmontaban a sus caballeros para poder controlarlos mejor.
Esta opción era bien acogida por las tropas menores, cuyas esperanzas en las luchas de
embestida eran realmente pocas, por lo que aumentaba el vigor en el combate y la moral del
soldado común. En este caso los caballeros, junto con soldados de infantería, luchaban tras
estacas u otras construcciones defensivas que se diseñaban para minimizar el impacto de las
cargas de la caballería.
Por su parte, los caballeros franceses ignoraron los esfuerzos de su rey nada más divisar al
enemigo, prorrumpiendo en frenéticos gritos de "¡Mueran! ¡Mueran! ¡Mueran!".
Impacientándose con los ballesteros genoveses, el rey francés mandó cargar a sus caballeros, que
arrollaron a su paso a los genoveses. Aunque la lucha se prolongó durante todo el día, los
caballeros y arqueros ingleses, cuyas cuerdas de los arcos permanecían secas, derrotaron a la
caballería francesa por la indisciplina con que combatió.
Los sajones y los vikingos desarrollaron una postura defensiva llamada el muro de escudos. Los
hombres se colocaban de forma contigua y juntaban sus largos escudos para así formar una
barrera. Esto servía para protegerlos de los arqueros y de la caballería, de los cuales carecía su
ejército.
La infantería experimentó un resurgimiento en aquellas áreas que
carecían de condiciones para formar tropas de caballería pesada, por
ejemplo en los países de relieve accidentado como Suiza y Escocia, y
en las ciudades en pendiente. Debido a la necesidad, estas dos partes
encontraron formas de organizar ejércitos eficaces que incluían muy
poca o ninguna caballería. Ambos grupos descubrieron que los
caballos no cargarían contra una barrera de estacas afiladas o de
puntiagudas lanzas. Una formación disciplinada de lanceros podía
detener a la elite de la caballería pesada de los nobles y naciones de
mayor poder, y todo ello por una mínima parte del coste que suponía
una fuerza de caballería pesada.
Lo que hacían era formar un escuadrón de piqueros. Las cuatro filas exteriores sujetaban las
picas a una altura similar, apuntando algo hacia abajo. Esto creaba una barrera eficaz contra la
caballería. Las filas de la retaguardia usaban armas de palo acuchillado para hacer frente a los
enemigos que se acercaban a la formación. Los suizos estaban entrenados hasta tal punto que
eran capaces moverse en formación con relativa rapidez. Ellos convirtieron una formación
defensiva en una fuerza de ataque de igual eficacia.
La respuesta frente a los compactos grupos de piqueros era la artillería, que rompía las filas de
estas densas formaciones. Los españoles parecen haber sido los primeros en lograrlo de forma
eficaz. Los españoles combatían también con pericia a los piqueros mediante espadachines con
escudos. Se trataba de hombres ligeramente armados que podían penetrar entre las picas y
luchar eficazmente con sus cortas armas. Su defensa era un pequeño y manejable escudo.
Los caballeros guerreros que tenían la tierra bajo su control detentaban el rango más alto, y su
código exigía el combate cuerpo a cuerpo contra un enemigo importante. Matar a distancia con
flechas era un deshonor para los caballeros, por lo que las clases dominantes se ocuparon poco
de desarrollar este arma y de utilizarla eficazmente.
Sin embargo, con el tiempo se fue poniendo de manifiesto que los arqueros eran útiles y eficaces
tanto para los asedios como para las batallas. Más y más ejércitos, aunque fuera a regañadientes,
les hicieron sitio. La victoria decisiva de Guillermo I en Hastings en el año 1066 pudo deberse a
sus arqueros, aunque los caballeros, como era tradición, se llevaron la mayor parte del crédito.
Los anglosajones ocupaban una ladera, y estaban tan apiñados tras su barrera de escudos, que
los caballeros normandos tenían grandes problemas para penetrarla. La lucha transcurrió
durante todo el día. Finalmente los anglosajones se aventuraron a dejar su barrera de escudos,
en parte para dar alcance a los arqueros normandos. Una vez fuera, los anglosajones abatidos
con facilidad. Durante un tiempo, pareció que los normandos iban a perder, pero muchos
piensan que los arqueros normandos estaban ganando la batalla. Un flechazo afortunado hirió de
muerte a Harold, el rey anglosajón y, a partir de ese momento, la batalla concluyó rápidamente.
Si el enemigo abandonaba sus defensas y cargaba contra los arqueros, la caballería pesada
entraba en acción, a poder ser a tiempo de salvar a los arqueros. Si la formación enemiga no se
movía de su sitio, podía acabar debilitándose hasta el punto de que la caballería pudiese cargar
con eficacia.
A los arqueros se les animaba y subvencionaba activamente en Inglaterra ya que los ingleses, al
librar batallas en el continente, estaban en desventaja en cuanto a número. Cuando los ingleses
aprendieron a usar los grandes contingentes de arqueros, empezaron a ganar batallas a pesar de
su inferioridad numérica. Los ingleses desarrollaron la táctica del aluvión de flechas
aprovechando el arco de largo alcance. En lugar de disparar sobre objetivos individuales, lo
hacían sobre el área ocupada por el enemigo. Disparando hasta seis flechas por minuto, tres mil
arqueros podían arrojar 18.000 flechas contra una formación enemiga. Los efectos de tamaño
aluvión en los hombres y caballos eran devastadores. Los caballeros franceses que luchaban en la
guerra de los Cien Años, hablaban de que el cielo se teñía de negro y del ruido de los proyectiles
en su trayectoria.
El problema de emplear arqueros era protegerlos mientras disparaban. Para ser eficaces, tenían
que estar relativamente cerca del frente enemigo. Los arqueros ingleses transportaban estacas
que clavaban con mazos en el campo de batalla frente al objetivo de sus proyectiles. Estas estacas
les prestaban cierta protección frente a la caballería enemiga. Ellos confiaban en el poder de su
arsenal para rechazar a los arqueros enemigos. Si eran atacados por la infantería enemiga, se
hallaban sin embargo en desventaja. Los arqueros llevaban un gran escudo apaisado al campo de
batalla. Este escudo llevaba soportes y podía instalarse en forma de barrera tras la que
parapetarse y poder disparar.
Después rellenaban la zanja en varios sitios, para poder levantar junto a las murallas las torres
de asalto y las escaleras.
Los puentes levadizos ubicados a lo largo de un foso o de una zanja permitían a los ocupantes del
castillo entrar y salir cuando fuera necesario. Cuando había peligro, se elevaba el puente levadizo
restableciendo la zanja y cerrando las murallas. Los puentes se elevaban mediante un
mecanismo que estaba dentro del castillo, protegido de los atacantes.
Rejilla o Rastrillo
Era una verja fuerte que se deslizaba hasta el suelo de la puerta del
castillo, para bloquear la entrada. La puerta de un castillo estaba dentro de
la torre de entrada. El túnel estaba bloqueado por una o más rejillas, en el
centro o en sus extremos. El mecanismo que levantaba la rejilla estaba en
la parte superior de la torre de entrada, fuertemente custodiado. La rejilla
era una verja de madera resistente o de hierro. Tanto los defensores como
los atacantes podían disparar o clavar sus armas a través de la rejilla.
Barbacana
Defensores
Si los atacantes conseguían acercarse para entablar la lucha cuerpo a cuerpo, se precisaba un
importante contingente de espadachines para rechazar el ataque. Se necesitaban hombres que
arrojaran piedras o derramaran líquido hirviendo desde las plataformas. También se necesitaban
hombres para reparar las secciones dañadas de las murallas o para apagar los fuegos iniciados
por los proyectiles. Una defensa agresiva buscaba oportunidades para salir del castillo y atacar al
ejército asaltante. Una incursión rápida que quemara una torre de asalto o un lanzapiedras en
construcción retrasaba el asalto y bajaba la moral de los atacantes.
En épocas de emergencia, se alistaba a los campesinos del lugar para ayudar en la defensa.
Aunque no estaban instruidos como soldados y no dominaban el manejo del arco o la espada,
podían ayudar en muchas otras tareas.
Cada Tercio con una fuerza de tres mil hombres, se componía de tres Coronelías cada una de las
cuales comprendía a su vez solamente cuatro compañías en lugar de las veinte iniciales, con el fin
de simplificar su administración y gobierno interior. Cada Coronelía continuó mandada por un
Coronel y el mando de las tres lo reasumió un Maestre de Campo, nueva categoría cuya creación
data de esta época.
La ballesta, en efecto, se continuó utilizando como arma de guerra (así como de caza) durante el
siglo XVI.
La composición y haberes mensuales de la plana mayor de los primeros Tercios era la siguiente
(de mayor e menor rango):
En un tercio solamente él podía "pasar la palabra" es decir transmitir verbalmente las órdenes
del Maestre de campo o incluso del Capitán general a todos los oficiales del mismo.
Del Sargento Mayor dependía el Tambor General quien iba armado con una pequeña lanza de
hierro. Tenia por misión suplir la transmisión oral de las órdenes y vigilar la actuación del resto
de los tambores del tercio. Además de conocer todos los toques: "arma furiosa", "batalla
soberbia", "retirada presurosa" etc. debía ser capaz de interpretar y explicar las respuestas.
Había de ser español pero estaba obligado a conocer los toques franceses, alemanes, ingleses,
escoceses, walones, gascones, turcos y moriscos (los toques italianos eran los mismos que los
españoles). También era conveniente que pudiera actuar como intérprete. Aunque cabe suponer
que en medio del estruendo y confusión de la batalla la transmisión de órdenes por este sistema
no resultase siempre eficaz.
La misión del Furriel Mayor consistía en auxiliar al Sargento Mayor en la organización de los
alojamientos del tercio. Tenía a responsabilidad del almacenamiento y de la redistribución de los
bagajes que el tercio precisaba para cumplir sus cometidos y que constituían la Munición Real
(víveres, armamento, vestidos, materiales de construcción, municiones, etc.). El municionero
era un proveedor de las municiones y de todo el equipo necesario para las tropas.
Para realizar sus funciones el Capitán Barrichel contaba con la asistencia de cuatro auxiliares a
caballo. Ayudaba al Sargento Mayor en la operación de cargamento de los bagajes y, en relación
con la organización de los desplazamientos del tercio, tenía la delicada misión de contratar y
vigilar a guías e intérpretes cuando las tropas atravesaban territorios desconocidos.
El médico y el cirujano eran nombrados por los Capitanes Generales, siendo el primero
responsable del hospital de la unidad en realidad un embrión de hospital donde debía contar
con una farmacia provista de los medicamentos de empleo más frecuente, que se compraban a
los boticarios a los precios tasados por el Maestre de campo. El servicio de sanidad del tercio no
se limitaba a la asistencia de soldados heridos o enfermos, sino que de él se beneficiaban
también todos aquellos que se desplazaban con las tropas, familias, criados, mujeres. Hay que
tener en cuenta que aunque la evaluación numérica de estos acompañantes no resulta fácil, es
probable que contando con ellos, el efectivo del tercio fuera doble. Si a escala de tercio la
asistencia médica era rudimentaria (¡con frecuencia los heridos se confiaban a los barberos!), la
estructura sanitaria contaba para el conjunto de la Infantería, con varios hospitales de campaña
(enclavados tanto en el teatro de operaciones como en los itinerarios logísticos) y un hospital
general relativamente bien equipado y atendido. Aunque la asistencia médica prestada en estos
establecimientos era gratuita, su funcionamiento dependía de aportaciones deducidas del sueldo
de cada soldado proporcionalmente a su salario. Tal contribución, especie de cuota de seguro,
denominada "real de limosnas" era de diez reales para el Capitán, cinco para el Alférez, tres para
el Sargento y uno para la tropa.
Sin embargo, la disciplina era cualidad muy poco natural en aquellos soldados meridionales.
Había que implantársela y remacharla bien, creándoles unas reacciones automáticas mediante
una dura instrucción. Al menos en lo referente al servicio. Y no faltaban los casos de
indisciplina, aunque la frecuencia y la importancia de tales casos eran, como es lógico,
inversamente proporcionales a la firmeza con que los mandos ejercieran su autoridad.
Siempre fue igual el proceso de los motines en la infantería española. Todos los autores lo
describen de idéntico modo, y por sus escritos hemos podido comprobarlo en motines que se
produjeron durante el reinado de Carlos I, tanto en Flandes como en el Mediterraneo. Los
hechos comenzaban con rumores o carteles, al final de un período muy duro. Frecuentemente
actuaba como detonador algún hecho de armas nuevo, que acentuaba en los soldados la
consciencia de su valor y de su indispensable papel en la consecución de la política del Rey. Así
fue después de la toma de Harlem, después de la victoria de Mock, después de la conquista de
Zierickzee...
Ellos advertían además que no se producía la explotación de las ventajas adquiridas tan
duramente sobre el campo de batallas. Las murmuraciones preliminares iban siempre dirigidas
a establecer la comparación entre los sacrificios padecidos y la «miserable paga».
Tanto por atender a su propia seguridad como para salvaguardar su honor, algunos soldados
particulares y (o) soldados rasos no querían desobedecer, y se retiraban con la enseña y con los
oficiales. A veces, entre los mandos rechazados no estaban los cabos, sino que estos, muy poco
distintos de la tropa, quedaban con los amotinados.
Luego los amotinados formaban el escuadrón bajo una nueva enseña, y éste se convertía en
organismo deliberante para elegir un jefe: el «electo». Después, tal «electo» quedaría
secundado —y vigilado— por los subalternos consejeros que la seguridad de las decisiones
hiciera necesarios.
Así, mientras que en el Museo del Ejército de Madrid se conservan piezas que tienen una
longitud aproximada de dos metros y medio, en grabados y tapices que representan las
campañas de Túnez, se aprecian picas de hasta cinco metros.
Aunque las grandes picas eran armas pesadas y de difícil manejo, sus ventajas en el plano
defensivo eran notorias pues permitían guarnecer el frente de los escuadrones manteniendo
controlado al enemigo con el mínimo riesgo. El empleo de la pica en formaciones cerradas
requería gran entrenamiento y disciplina. Es preciso tener en cuenta que a causa de su gran
longitud siempre existía el peligro de que los piqueros situados en posiciones retrasadas hirieran
a los que formaban las primeras filas.
La espada no solía medir más de un metro con objeto de que pudiera desenvainarse con
facilidad. Sin embargo muchos soldados preferían espadas de mayor longitud que resultaban
más convenientes en los duelos. Este arma se sujetaba por encima de la cadera con una correa
ajustada para evitar que se bamboleara durante la marcha, el combate, etc. Los soldados
españoles se hicieron famosos en toda Europa por su destreza en el manejo de la espada. No en
vano era Toledo uno de los centros de manufactura de espadas más apreciados en el continente.
El equipo adicional de los arcabuceros consistía en una bandolera de la que pendían las sartas o
cargas de pólvora en doce estuches de cobre o de madera (a los que se conocía como los doce
apóstoles), un polvorín de reserva y una mochila en la que se guardaban las balas, la mecha y el
mechero para prenderla. Iban también armados con una espada semejante a la que solían usar
los piqueros. Cada arcabucero recibía una cierta cantidad de plomo o estaño para fundir sus
propias balas en un molde que se les entregaba junto con su arma.
Esto ocurría con frecuencia cuando las circunstancias obligaban a mantener una cadencia de
fuego rápida y el tirador no tenía tiempo de volver a llenar los estuches para dosificar sus cargas
y vertía la pólvora en el bacinete directamente con el polvorín de reserva. De todo ello resultaba
una considerable desigualdad de tiro.
En los primeros arcabuces se utilizaba el sistema de encendido por mecha
que fue sustituido más adelante por el de rueda. El sistema de encendido por
mecha se basaba en el empleo de un dispositivo denominado serpentín que
inicialmente era una simple palanca en forma de Z montada a un lado del
fuste de madera: si se oprimía su parte inferior, la superior se movía hacia
delante. En el extremo del serpentín se fijaba un trozo de mecha de
combustión lenta para provocar la ignición de la pólvora.
Ahí radicaba el gran peligro de la ballesta, y su gran virtud. No sólo tenía una potencia
devastadora, sino que era insidiosamente fácil de manejar. Con ella era sencillo atravesar el
cuerpo de un ciervo de lado a lado, o hacer asomar tres dedos de la punta de un dardo en el
espaldar del más noble y brillante paladín. Ciertamente, había desde muy antiguo otras armas
que podían lograr los mismos efectos. Ahí estaba el arco largo, patrimonio de los galeses y los
ingleses, cuyas flechas que podía perforar cualquier coraza a cincuenta. Pero al manejarlo, el
arquero debía realizar un tremendo esfuerzo muscular para tensar su arma, con la única fuerza
de sus brazos. Y debía mantener esa tensión mientras apuntaba, por lo que era muy difícil poner
la flecha a cuarenta pasos en algo menor que la pared de un granero. Por ello, para formar un
buen tirador de arco se necesitaban años de duro entrenamiento y dedicación. Por el contrario,
cualquier enclenque, tras media hora de ensayo, era capaz de montar una ballesta, pues para ese
fin contaba con los adecuados medios mecánicos. Y una vez cargada, no tenía que hace otro
esfuerzo que el de apretar el disparador y soltar la saeta.
Se componía de una pieza de madera de unos sesenta o cien centímetros de alargo, llamada
"tablero", "cureña", o "caja", en la que se fijaba en ángulo de noventa grados un arco o "verga",
que bien podía ser de acero o "de palo", es decir, de madera. En la ranura de la caja de la
ballesta se engarzaba la "nuez", una pequeña pieza giratoria de metal en la que existían unos
resaltes donde se sujetaba la cuerda para mantenerla tensa. El "disparador" era otra pieza
móvil, también sujeta a un eje. Unos de sus extremos quedaba al aire, bajo el tablero de la
ballesta, mientras que el otro se encajaba en una muesca de la nuez, impidiendo que girase. En
su parte frontal, el arma tenía una robusta pieza de hierro, el "estribo", donde se colocaba el pie
para mantener la ballesta en posición vertical.
Los extremos del arco se unían por una cuerda muy resistente. La cuerda de
ballesta era tan fuerte que se le daba muchos usos aparte del que le era
propio. Los cuadrilleros de la Santa Hermandad amarraban a sus prisioneros
con ellas, o las utilizaban para azotar a los delincuentes. Curiosamente, estos
enérgicos servidores de la Corona por campos y despoblados recibían su
nombre de "cuadrilleros", no por ir de cuatro en cuatro, sino el uso que hacían
del "cuadrillo". Así se denominaba un cierto tipo de dardo de ballesta, cuya
punta, en vez de tener forma de cuña como era normal, estaba tajada de
plano. Eso le daba un efecto letal cuando se disparaba a corta distancia, por lo
que se usaba en las ejecuciones sumarias, tan normales dentro de los hábitos
de la Santa Hermandad. Según algunas pinturas flamencas de la época, el
cuadrillo se llevaba sujetando el ala del sombrero, a modo de siniestro broche.
En los siglos XII y XIII los ballesteros llevaban un gancho colgado de su cinturón, con el que se
ayudaban para forzar la resistencia del arco, aferrando con él la cuerda mientras ellos hacían
fuerza apoyando las manos en la contera del arma. Muchos menos fatigoso era usar la "pata de
cabra", un ingenioso artilugio con el que se tiraba de la cuerda por medio de un sencillo sistema
de palancas. El más refinado de los ingenios era el "cranequín", que se servía de los efectos
combinados del torno, las ruedas dentadas y la cremallera para doblar la verga del arma. El más
espectacular sería, sin duda, el "armatoste". Se trataba de una doble manivela que ser engarzaba
a la contera de la ballesta, provista de un torno donde se enrollaba un juego paralelo de cabos,
enganchados por su extremo libre a la cuerda del arma.
Por desgracia, la caballería pesada tenía los días contados. Después de haber conquistado
Granada, tras ocho siglos de luchar contra los moros y contra ellos mismos (con brillantes
campañas exteriores como la de los almogávares), los españoles (o mejor dicho, sus reyes), tras
la unión de Castilla y Aragón, acariciaban el pastel italiano, rico y disputado, intentando hacer
valer sus derechos sobre Sicilia y Nápoles y, de paso, intentar expulsar a los franceses del resto
de los territorios que ocupaban de facto.
No contaban con que esos cetrinos, barbudos y enjutos españoles, aldeanos y segundones
convertidos en soldados para conquistar la Granada musulmana, habían hecho mucho más que
pelear contra un enemigo supuestamente "inferior". Habían aprendido el arte de la guerra
moderna. En terreno montañoso y luchando contra un enemigo que ataca con rapidez y por
sorpresa, que juega a cortar los suminitros del rival y dañar su cohesión mediante talahas,
golpes de mano y almogaravías antes de asestar el definitivo golpe final, no se podían usar las
tácticas de guerra europea convencional. El bravo hombre de armas debió de bajarse del caballo
y dejar lugar a la infantería que, armada con ballestas, picas y arcabuces, era una respuesta
rápida y fiable contra el enemigo granadino.
Así las cosas, y para colmo de males de los caballeros de la Francia,
el ejército español enviado a Nápoles a comienzos del siglo XVI, se
encontrada al mando de don Gonzalo Fernández de Córdoba, más
conocido como "El Gran Capitán", un brillante táctico y mejor
estratega. Aún así, como si el benévolo destino quisiera haberle
concedido al francés un último desquite, la primera batalla en
suelo italiano, la de Seminara, concluyó con la derrota del ejército
español. La causa de esta primera derrota, la única sufrida por el
Gran Capitán en Italia, hay que buscarla en la ineptitud de
Ferrante II de Nápoles, capitán general de aquel ejército y que
precipitó los acontecimientos a causa de su encorsetada (coetánea,
podría decirse) visión táctica.
Aprendiendo de esta derrota, y bajo el lema de "una y no más", el Gran Capitán reformó a sus
tropas, que habían sido vencidas pero se habían retirado ordenada y disciplinadamente,
sufriendo pocas bajas, aumentando el número de arcabuceros y relegando a la ballesta (arma
favorita del rey Fernando) al un plano secundario dentro de sus coronelías.
El choque tuvo lugar en las viñas de Ceriñola (1503)
donde, resguardándose detrás de un parapeto y un
terraplén, los arcabuceros y los infantes, esa
"soldadesca" desarrapada, acabaron a golpe de arcabuz
con el honorable y medieval duque de Nemours, general
francés, su vistosa gendarmería y, de postre, a un
gigantesco cuadro de infantería suiza que venía detrás.
A partir de este punto, las cosas cayeron por su propio
peso. En Garellano (1504), Bicoca (1522) y Pavía (1525),
la caballería pesada fue sistemáticamente reducida y
aniquilada por los piqueros, los rodeleros y los
arcabuceros del ejército imperial. Moría la edad de la
caballería, comenzaba la edad de la infantería.
La artillería hasta la segunda mitad del XVIII tenía un valor muy relativo en campo abierto,
dado que se encontraba en un estado primitivo de desarrollo. Las diferencias de calibre de las
piezas hacían del municionamiento una pesadilla; el peso de las mismas reducía su movilidad al
mínimo: la falta de proyectiles explosivos medianamente previsibles limitaba su eficacia en el
fuego contra personal; la cadencia de tiro era lenta, oscilando —según el calibre— entre sólo
ocho a quince disparos por hora, debido a la necesidad de volver a emplazar la pieza después de
cada disparo y a las complicadas operaciones para recargarla; la calidad de los metales obligaba
a restringir el número de tiros, para evitar el recalentamiento (había que refrescar los cañones
con pellejos mojados en agua y —según algunos— en vinagre, aunque otros opinaban que
utilizar éste era “invención de poco momento”); la puntería era errática, entre otras
consideraciones por la falta de mecanismos adecuados para hacerla...
En suma, no podía acompañar a la infantería propia en un avance
ni destruir a la contraria en la defensiva. La abundancia de
ejemplos de unidades de infantería tomando al asalto una batería
demuestra sus enormes limitaciones.
En el escuadrón en que se hallaba Carlos V, el bombardeo —a pesar de que “no se veía otra cosa
por el campo sino pelotas de cañón y de culebrina, dando botes con una furia infernal”— sólo
mató a un archero de la guardia y a dos caballos. En cambio, seis piezas españolas reventaron.
Una de ellas mató a cinco soldados propios e hirió a dos, lo que indica que aquellas armas en
ocasiones eran más peligrosas para quienes las manejaban que para el adversario.
Pero en la época de los tercios todavía se trataba de una actividad casi artesanal, más que de
una ciencia, con todo lo que este concepto implica de fiabilidad, dominio de la técnica, etc...
Prácticamente hasta la Ilustración la artillería de todos los países se aproximaba más a un
gremio medieval que a un cuerpo armado, y un elemento tan significativo como los grados
militares convencionales no se aplicarían a la totalidad de los artilleros hasta después del XVII,
cuando los tercios no eran sino un recuerdo. Muchos años después, en el Austria de María
Teresa, la artillería seguía siendo un mundo complejo, lleno de reminiscencias gremiales.
Carlos V, adelantándose a sus contemporáneos, implantó con éxito en 1552 un cierto orden en la
multitud de calibres existentes —llegó a haber hasta ciento sesenta tipos de piezas—,
reduciéndoles a un número manejable. Estableció seis modelos de piezas: de cuarenta,
veintiséis, doce, seis y tres libras, más un mortero.
GUARDIAS
En el servicio a pie vestían jubones y gregüescos acuchillados de colores amarillo y rojo, calzas
amarillas, parlota negra, capotillo de igual forma y colorido que los alabarderos de la Guardia
Española y zapatos negros con grandes lazos rojos. Su arma principal era el archa, especie de
lanza con hoja en forma de cuchillo de gran tamaño.
Los alabarderos de la Guardia Alemana vinieron de Alemania en 1519, rigiéndose siempre por
fueros especiales. Acerca de su indumentaria existen varias versiones. Así, según Giménez
llevaban parlota blanca y capotillo, mientras que el Conde de Clonard los representa sin
capotillo y con el color de las medias (blanca una y amarilla la otra) alternando con el del Jubón
y los gregüescos.
OFICIALES
Las estrías, aparte de su función decorativa, se introdujeron para reforzar la armadura y tratar
de desviar de las zonas vulnerables el impacto de los proyectiles o de las armas blancas. Carlos V
vestía una armadura a la romana que se conserva en la Real Armería de Madrid. Fue labrada por
Bartolomeo Campi, platero de Pesaro, y está compuesta por siete piezas de acero pavonado con
adornos de bronce dorado, de plata y de oro. Se inspira en las armaduras grecorromanas,
puestas de moda durante el Renacimiento. El casco es una borgoñota con yugulares a la
romana, adornada con una diadema de hojas de encina en oro. La coraza se adapta a la
musculatura del cuerpo, a la manera de las que utilizaban los emperadores romanos.
Además de la espada y la daga, de uso general entre los oficiales, los capitanes
utilizaban pica y rodela o arcabuz al entrar en combate. Su distintivo de grado era
una jineta sin punta acerada y guarnecida con "flecos galanes" que portaban durante
las marchas o en las estancias en los campamentos.
Los alféreces y los sargentos de compañía llevaban una alabarda como distintivo
de grado, y en los combates solían utilizar, además de la espada, un gran dardo
con punta de hierro fabricado con madera muy resistente (generalmente
fresno). Con frecuencia los generales tenían a su servicio a un heraldo para que
actuara como enlace entre las diversas unidades a su mando y transmitiera
mensajes al enemigo. Los heraldos del Emperador vestían una dalmática de
seda en la que iban bordados los emblemas imperiales, y portaban un bastón de
mando blanco como signo de su misión de paz.
Si bien en las banderas de compañía la cruz de San Andrés figuraba sobre fondos de muy
diversa forma y colorido (en los que a veces se incluían jeroglíficos o motivos heráldicos del
oficial que estaba al mando), el color blanco es el que auténticamente representaba al poder real.
El duque de Alba, con el enorme prestigio que su figura llevaba consigo, soslayó
los inconvenientes de los "pretendientes" y al necesitar una nueva leva para sus
Tercios, escribió al rey pidiéndole los soldados, añadiendo que él mismo
mandaría a los hombres apropiados para hacerse cargo de los reclutas.
El aprendizaje, la instrucción, que diríamos ahora, era algo que en los Tercios
se cuidaba con esmero. Estaba determinado que ningún soldado formara en
las filas de los Tercios antes de saber bien su oficio. El período de recluta, cuyo
tiempo era variable según las circunstancias, se pasaba, normalmente, en los
Tercios de Italia, en servicio de guarnición y aprendiendo de los veteranos a
ser soldados. Entonces recibían el nombre de pajes de rodela, encargados de
llevar las armas de los veteranos a los que estaban adscritos.
Urbanismo
Sistema de edificación
Es normal el uso, en lo más pobre, de sillarejos, que en muchas ocasiones se reduce a cantos
rodados rotos por uno de sus lados, aplanado y alisado éste como cara vista. Es más o menos
normal poner un revoco en el exterior de los muros en las edificaciones menos grandiosas,
siendo frecuente incluso en iglesias rurales de cierta envergadura en lo románico. Lindando con
el Renacimiento, es normal encontrar en lo civil un pequeño resalte en las partes bajas de los
muros, como derramaderos de agua de lluvia para evitar que afecte a la basamenta.
En los sistemas constructivos hay que destacar el uso de arcos y bóvedas. Si el románico usa el
arco de medio punto y de pilares y pies derechos, el gótico pasará a usar del arco apuntado y
columnas complicadas. La carpintería vista del prerrománico se verá sustituida por la bóveda
de medio cañón. Si en un principio se usan pilares como soporte, a medida que las cargas
aumentan y las tensiones laterales son mayores se van haciendo necesarias soluciones como
pilares cruciformes y eventualmente columnas con gran núcleo central y pequeños fustes
adosados que ayuden a una correcta verticalización y transmisión de fuerzas laterales hacia el
suelo.
En la metrología, en época tardía del gótico, se usa la vara, de aprox. unos 80 cm., dividida en
cuatro palmos de 20 cm. Cada uno. Igualmente se debieron usar el pie, de unos 33 cm. De
longitud y, posiblemente la pulgada.
Ciudades
Las calles solían tener aceras o porches cubiertos y entre casa y casa se encuentra un callejón de
servicios, como leñera en invierno y para almacenar aperos en verano. La protección estaba
encomendada a una muralla con paseo de ronda por la parte alta, con cuerpo almenado. Las
puertas solían ser rectas en cuanto a su entrada, aunque a finales del período gótico las hay en
codo. Las torres de la muralla suelen redondas y practicables por dentro; en las torres que
defendían la puerta existían los matacanes, o torretas salidas del lienzo.
Los castillos
A partir del s. XIII, aparecen sistemas combinados de puertas falsas directas con barbacanas en
planta curva que permiten embolsar a los atacantes en el caso de que consigan vencer el foso
que rodea los castillos (Valencia de Don Juan, León). El foso es común ya a partir del s. XIV,
accediéndose al castillo por un puente levadizo.
Las torres vigías suelen ser de planta redonda, en época posterior (s. XIII-
XIV) parecen hacerse de planta cuadrada (Langa y Moñux, Soria). Los
cristianos tuvieron sus cenobios fortificados (Orden de Calatrava), en los
que controlaban los pasos estratégicos más importantes entre Castilla la
Nueva y Andalucía
Los palacios
Los baños
Viviendas
En cuanto a los sistemas de cubierta suelen ser de dos o más aguas, especialmente en las zonas
húmedas, donde en cambio, las casas suelen carecer de patio. Las construcciones suelen ser en
piedra, aunque en las zonas menos ricas se suele hacer de entramado de madera relleno con
ladrillos o adobes montados según la técnica del opus spicatum.
Arquitectura religiosa
Iglesia
La región del Duero tiene como característica un coro alto sobre el nártex
y un pórtico con número impar de arcos, uno de ellos mayor que los
demás, mirando al Sur, donde suele ir situada la puerta principal. La torre
cuadrada suele ir exenta y dispuesta lateralmente o bien se sustituye por
una "vela" sobre el nártex, para alojar las campanas.
Como presunta tipología, Lampérez, todas los concibe con tres naves, la central siempre de
medio cañón. El grupo salmantino con doble tambor sosteniendo cúpula. El gallego, con techo
central sobre-elevado a dos aguas sobre el de las naves laterales que usan bóvedas de cuarto
cañón.
En la Alta Cataluña hay un tipo con techumbre lateral de cuarto de cañón y techumbre central
sobreelevada, pero luz sólo por laterales, mientras que en el otro tiene techo plano en los
laterales, cúpula sobre pechinas y las naves laterales muy bajas, con arcos de medio punto
sosteniendo tramos.
Monasterios
De aquí se sale a las huertas y lugares de explotación agropecuaria del monasterio. El entorno,
cuando hay obreros no religiosos, está ocupado por una zona de habitabilidad cercana a los
graneros, establos y lugares donde se guardan los aperos de labranza.
Cerámica
Las primeras cerámicas del medievo castellano deben encontrarse en torno a la zona burgalesa
de Castrogeriz y la salmantina de Castrotoraz; se trata de piezas de pasta blanca con pinturas de
manganeso. Las formas de esta época suelen ser formas cerradas: ánforas, jaras y ollas, así
como pequeños cuencos y tazones.
En torno al s. XII se da en Castilla y en las zonas del Valle del Tajo, una cerámica con
característica escotadura debajo del borde. Se produce en diversas pastas, incluso una muy
granulenta que usa de gránulos de cuarzo como desengrasante y que posiblemente se hizo en
sus ejemplares más groseros mediante hornos de reducción. En cuanto a los pies y bordes, para
evolucionar más el pie, plano con una pequeña rebaba en derredor en torno al s. X, para tener
pie indicado hacia el XI y XII.
En esta época y el XIII hay una especie de retorno a los pies covexos típicos del califato, hasta
que se adopta el anillo de solero en el XIII por influencia de alfareros mudéjares.
En el s. XIII, las formas se hacen más amplias, con piezas cerámicas para alambiques caseros,
con morteros, fuentes, etc., y las pastas continúan con la variedad anterior. En torno al s. XIV se
continúan produciendo piezas en horno con reducción, en las que coinciden temas y técnicas.
La decoración se hace mediante impresión de telas muy rudas; contemporáneamente se fabrica
en Cataluña una cerámica negra, a torno, con decoración incisa sobre ondas.
Vidrio
Metalistería
En el s. XII, será característico el chapado de Latón con pedrería, así como la orfebrería en
plata con pedrería (patena de Santo Domingo). En cobre fundido y trabajado hay
multitud de candelabros sobre trípode, con nudillos trabajados (s. XII y XII).
Los marfiles cristianos serán hechos por artesanos mozárabes; se trabaja en forma de plaquetas
o bien se aprovecha el volumen de marfil en los casos de temas iconográficos definidos ( por ej.
una crucifixión).
Arquitectura Mudéjar
En piedra se hace la Iglesia de Cubells y posteriormente en zona aptas para la elaboración del
ladrillo, y como consecuencia de la influencia almohade se hacen obras en este material, que
van desde la sinagoga del Tránsito (Toledo), o la de Córdoba a San Tirso de Sahagún (Palencia),
o las iglesias de la comarca de la Moraña (Ávila).
El principal desarrollo del mudéjar se nos revela en la construcción de palacios (Enrique II,
León); su apogeo estará con los de Tordesillas o con los castillos de Coca (Segovia) o el de
Arévalo (Ávila) y los alcázares de Sevilla.
En términos generales, las artes decorativas en la España cristiana tienen su apogeo en torno al
s. XII y XIII, para decaer o ser sustituidas por fases más elementales en torno al s. XIV y XV. Se
nota, igualmente, una fuerte corriente europeísta, con un incremento en la producción
pictórica, que será notable en el XIV y XV, haciéndolo bien sobre fresco, bien sobre témpera.
La alimentación medieval
Nada de grandes piezas comidas a bocado limpio mientras las salsas chorreaban hasta el codo.
Los platos medievales fueron asombrosas mezclas en las que sobresalían sobre todos los sabores
las especias, que llegaron a occidente de la mano de los contactos con Oriente.
El problema de la sal lo solucionó la corona arrogándose el monopolio sobre las salinas pero el
problema de la ruta de las especias era aún más grave y creció cuando los cruzados se retiraron
de oriente, ya que los mercaderes cristianos quedaron desprotegidos en una zona hostil
expuestos al bandidaje y al pillaje.
El uso de las especias en este momento en que servían para dar color a
una cocina gris y para disimular incluso el sabor de ciertos alimentos en
estado de mala conservación la cuestión se fue agrandando más y más.
El problema pronto empezó a ser tan acuciante que los monarcas medievales subvencionaron y
protegieron la investigación y la búsqueda de nuevas rutas. Este y no otro fue el marco del
descubrimiento de Cristóbal Colón pues la monarquía hispana deseaba encontrar una ruta a
oriente al margen de la de África.
Buscaban las Indias orientales y encontraron un nuevo continente.
En las casas particulares todo el mundo comía a la vez: el señor, la esposa, la familia, los
invitados y gran parte de los sirvientes. Los manjares líquidos y las salsas se tomaban en la
misma vasija en la que eran presentados. Normalmente se usaba sólo una cuchara, que se iba
pasando por turnos, aunque en los lugares más refinados podían llegar a usarse una por cada dos
personas.
El anfitrión trinchaba los asados y los invitados comían con los tres
primeros dedos de la mano derecha según el uso morisco. Las piezas
cortadas se colocaban sobre un pedazo de pan ácimo, que servía
como plato o sobre una escudilla de barro o madera. Las sobras de
pan que no iban a usarse para otros platos se depositaban en un
limosnero para repartirlas entre los menesterosos, que hacían cola
en la puerta de los poderosos.
Normalmente no se usaba mantel, servilletas ni tenedor, los invitados iban provistos de sus
propios cuchillos. Todos solían beber de una misma jarra (el uso generalizado de los vasos es
posterior) aunque se solía uno limpiar los labios antes de beber.
Normalmente las mujeres no solían participar en estos banquetes a no ser que fueran de corte.
En estos casos la esposa no tenía plato propio sino que comía del de su marido, lo que se
consideraba un honor. De ahí la frase "comer en el mismo plato".
Éste es uno de los consejos que en el tardío 1200 un anciano señor daba a
un joven que quería figurar entre la alta sociedad de la época. Consejo
todavía vigente y que ha pasado indemne el curso de los siglos. De hecho, ya
en el Medievo se codifican una serie de reglas de buena educación en la
mesa (considerad que la preparación de la mesa consistía en una tabla con
dos caballetes, y dos series de manteles que la cubrían).
Por cada comensal se colocaba un cuenco de cerámica o madera envejecida donde se servía la
sopa o cualquier otro plato a base de caldo. Un segundo plato llano se metía bajo el cuenco, y
podía ser de cerámica o de madera; en algunos casos se utilizaban platos hechos de un pan
especial llamado Mense (de aquí la palabra española “mesa”). Finalmente, se servía una cuchara,
y correspondía al comensal traerse un cuchillo.
Cada dos personas se colocaba un jarro del que sorber las bebidas.
Poner la mesa, como veis, era muy diferente de lo que actualmente
definimos como lo mínimo indispensable para poder comer. De
hecho nuestro precioso tenedor nace en Venecia en el tardío s.XIV,
mientras que el cuchillo se coloca junto a cada comensal sólo a
partir del s. XVII. Finalmente, el mantel ya se conocía y utilizaba,
pero era la guinda sólo en la mesa de los más ricos.
Con este tipo de preparación, era necesario conocer un mínimo de buenas maneras para no
poner a los comensales en un aprieto. En consecuencia, nace así el llamado “tratado de las
buenas costumbres”, donde las reglas más importantes eran:
- No se puede hablar con la boca llena, y se debe masticar en silencio sin que
se vea lo que tienes en la boca
- Límpiate la boca antes de beber, para no molestar a tu vecino que se servirá
en las mismas copas
- No te limpies las manos en la chaqueta o en el mantel, sino en la servilleta o
lávalas en el aguamanil.
- No te limpies los dientes con el cuchillo y no emitas ningún ruido
desagradable que pueda provocar asco a la persona que se sienta junto a ti.
- No cojas la ración más grande y no revuelvas en las porciones ya cortadas
buscando la más exquisita.
- Pon atención en no manchar tu vestido ni el de los demás comensales.
- No estropees la servilleta ni la uses para hacer nudos, úsala para limpiarte
la boca y las manos.
Estas recomendaciones de buenos modales, que en gran parte se pueden aplicar todavía hoy,
nos recuerdan que ciertos comportamientos resultaban desagradables también en el siglo XIII.
Las mismas reglas de buena educación vienen descritas en el Menanger de Paris escrito en el S.
XIV, donde un marido enseña a su joven esposa a mantener con decoro la casa, a cocinar y a
poner la mesa como es debido.
Este cuidado por las buenas maneras demuestra por tanto que la Edad Media no es una época
donde se preparaban suntuosos banquetes para regocijarse alegremente y para atiborrarse de
carne y de caza sin un mínimo de decoro, sino que eran eventos bien codificados, donde el modo
de presentarse y de comportarse eran tan importantes como lucir un buen vestido.
En las fuentes árabes se especifican más los efectos que tienen estas crisis sobre el
funcionamiento del mercado, mientras que en las castellanas se señalan éstos de una manera
más general. Ello se debe a la mayor importancia y desarrollo del mundo urbano en al-Andalus,
pero también a la visión que los narradores de esta época tienen de ella, la cual responde tanto a
impresiones presentes como a otras heredadas. Si dejamos de lado estos aspectos, descubrimos
la existencia de una identidad entre las causas, consecuencias y comportamientos alimentarios
de musulmanes o cristianos, castellanos o europeos en períodos de carestía, y, en especial, una
concordancia de sentimientos. Veamos cuáles son.
Los episodios de crisis suelen estar provocados en la baja Edad Media
por dos causas: la guerra y los desastres de tipo climatológico. En este
último caso la relación con la alimentación no siempre viene explicitada,
pero se puede deducir sin dificultad. Sin embargo, al menos hasta que se
produjo el uso indiscriminado de la artillería por parte de los castellanos,
fueron las talas, las sustracciones de ganado y los cercos de ciudades los
que trajeron peores consecuencias para la alimentación de ambas zonas.
Ello explicaría en parte la semejanza de los comportamientos
alimentarios en las dos zonas. Los "sitios" son los que más aparecen
reflejados en las fuentes.
No resulta fácil saber cómo debía ser una hipotética taberna en cuanto a medidas, disposición
interna, mobiliario, etc. No obstante, algunas de las cláusulas contenidas en las ordenanzas nos
permiten diferenciar en su interior un pequeño ángulo destinado a la venta al por menor de vino
y donde estarían los instrumentos de medida (un cuartillo o medio cuartillo de madera) e incluso
algunos coladores, cerca las tinajas de vino y, colocada en un punto bien visible, la cédula del
precio de cada uno de los vinos disponibles.
En un espacio contiguo se ubicarían las mesas y bancas donde se sentaría la
clientela a beber, comer o jugar, y posiblemente la cocina; en torno a estas
dependencias se localizarían la bodega y algunas camas. Lógicamente dentro
de la taberna debería haber una serie de utensilios destinados a la
preparación de la comida: un anafre de hierro, unas trébedes, diversas
pailas, sartenes y asadores, una caldereta y un caldero, paletas de hierro,
cucharas horadadas, un rallo, almireces, etc.; otras destinadas a
contenedores: cántaras, orzas, tinajas de agua; u otras de servicio: jarros y
platos
A diferencia de otros locales comerciales, que presentaban un horario partido de mañana y de
tarde, la taberna aparece como un lugar abierto a lo largo del día, de sol a sol. Los domingos o
días de fiesta no se debía abrir hasta que hubiese finalizado la Misa Mayor, la última en
celebrarse, a no ser que se presentase un caminante o forastero que estuviera de paso o a punto
de partir.
El concejo solía establecer las condiciones inexcusables de partida, tales como el número de
tabernas, período de inicio y finalización de sus servicios, tipos y precios del vino a despachar,
beneficios extraordinarios que se le concederán, etc. La subasta permitiría que todos los
pujadores (llamados postores) fuesen presentando a la baja sus ofertas (o posturas), de modo
que una vez aceptada una, la siguiente tenía que ser mejor para ser admitida. Finalizado el
tiempo establecido para ello se hacía el remate, que era una especie de acuerdo verbal que
precedía al documento notarial en el que quedaba fijado legalmente el contrato entre el mejor
postor (el obligado) y el concejo. Tras ello, el pregonero de la localidad procedía a dar cuenta
por las calles y plazas principales de este acuerdo.
• Establecer las relaciones de los taberneros con los viticultores y vinateros. Así, se ordena
comprar y vender primero el vino local, dar fianza cada vez que se abra una taberna y se
establece la comisión por vender el vino ajeno.
• Evitar engaños en cuanto a calidad, cantidad o precio del vino despachado. Las disposiciones
incidían en medir a la vista del cliente, no poseer manga, talega o casca para colar el vino (pues
ello indicaría que el vino tenía posos), tener sólo un tipo de vino blanco o tinto, no vender
vinagre y no dar vino revuelto, aguado o adobado.
• Delimitar cuáles son las funciones de la taberna. La mayoría de las medidas puestas en marcha
pretendieron que cada espacio de venta tuviera su propio ámbito comercial. Así, no deberá
suplantar la labor de mesones acogiendo a huéspedes o dándoles de comer más de tres días
seguidos; de la mancebía, acogiendo prostitutas; de las ventas ofreciendo carne de caza, etc.
• Poner límite a las personas que entrasen en la taberna. Ello tuvo como
resultado la interdicción a moriscos, esclavos y a los solteros o casados que
tuviesen la familia en la localidad de residencia.
• Otras reglas afectaban al lugar o calle donde debían situarse las tabernas, el sistema de pesos y
medidas imperante, la forma de revisarlas periódicamente, etc.
Si damos una ojeada a los productos que se podían encontrar en una taberna
sorprenderá la variedad de los mismos. Lógicamente, el vino constituía el eje en
torno al que giraba el funcionamiento del local ya que se podía vender al por
menor o consumirse in situ. Los caldos que se podían encontrar no eran
aquéllos finos y afamados que solían adquirir las familias de clase alta, sino
otros jóvenes, procedentes de la transformación de la última cosecha de uva de
la comarca o, en su defecto, de las principales zonas productoras (Loja, Baza,
Alcalá la Real Úbeda). Su calidad era baja ya que envejecían rápidamente,
perdiendo en relativamente poco tiempo gran parte de su sabor, olor y color
primitivos; ello explica por qué se diferenciaba en cuanto a precio y estimación
el vino nuevo del vino añejo.
Ello motivó que en muchas ocasiones el encargado de la taberna enmascarara este hecho
mezclando vino nuevo con el añejo, añadiéndole mosto o distintas sustancias que ayudaran a
modificar el sabor, de modo que el tabernero no saliera perdiendo en la venta de un caldo que
había comprado a precio alto por ser joven y que debía vender mucho más barato por ser viejo.
Aunque el vino podía ser blanco o tinto, no se debía tener más de una tinaja abierta de cada tipo,
y las que estuviesen cerradas tenían que estar selladas y ser abiertas únicamente ante la
presencia del diputado municipal pertinente.
Coincidiendo con las horas de comer (desayuno, almuerzo, comida, merienda o
cena) se servían diversos guisos de carne y pescado, cuya presencia variaba
dependiendo de la estacionalidad de la mayoría de los productos. Los platos
que se podían encontrar se preparaban con las especies más baratas y menos
estimadas, tal como obligaba la normativa municipal, pero en ocasiones podían
encontrarse piezas de carne, caza o pescado muy apreciadas. Los taberneros se
esmeraron en buscar materias primas de primera calidad para satisfacer la
demanda de sus clientes o simplemente para animarlos a consumir, aunque
ello supusiera infringir la ley.
Así, a menudo los vemos adquiriendo con subterfugios (sobornos, regalos o invitaciones a
cortadores, vendedores, cazadores, pescadores, matarifes) carnero, aves, lomos de cerdo,
perdices, o pescados tan valorados como lenguados, aguja, congrio, merluza, lisa, salmonete,
albur, gallo, rodaballo, lecha, róbalo, acedía etc. Rara vez se explica en qué consistían estas
viandas, aunque sabemos que el estofado de carne con caldo, nabos y berzas, era uno de los
típicos platos de taberna, y tenemos testimoniada la existencia (ilegal) de empanada de congrio,
guisos de tollo seco o de pescada cecial, longanizas y huevos.
Pero ¿De dónde procedían todos estos alimentos? Como hemos visto, el vino,
era en su mayoría el producido por los propietarios de viñas de la localidad y
de su tierra, o el llegado a la alhóndiga de los centros productores cercanos. La
carne y pescado se adquirían usualmente en la carnicería y en la pescadería,
pero su compra estaba estrictamente regulada con objeto de impedir el
acaparamiento, garantizar el abastecimiento del conjunto de la comunidad y
evitar que los productos o tajos identificadores de las clases desaparecieran.
Para no cometer fraude los taberneros tenían que acercarse a la carnicería/
pescadería sólo después de cierta hora (en Málaga después de las 9) y hacerlo
personalmente o enviando a personas que informasen claramente que iban a
comprar para la taberna.
Su obligación era adquirir sólo los alimentos permitidos y utilizarlos para cocinar, nunca para
revenderlos. El pan y el resto de productos, verduras, frutas, huevos etc. se obtenían en la plaza,
aunque no podían comprarse los destinados al abasto de la ciudad en un circuito que oscilaba
entre las tres y las siete lenguas alrededor de la misma. Las tabernas se proveerían igualmente
de los aportes ofrecidos, casi siempre de manera ilegal, por pequeños campesinos, pastores,
pescadores o cazadores.
Aquelarre
Bajo este tejado se advierten ladroneras como único elemento defensivo de los
vanos inferiores. Interiormente la torre posee cinco plantas, destinada la primera
de ellas a caballeriza, y con un acceso en altura la segunda para impedir su toma
por parte del enemigo. La torre se encuentra rodeada en sus cuatro lados por una
muralla o barrera, de baja altura y rematada por cubos circulares en sus ángulos.
Todo ello está construido en sillarejo, colocado a manera de lajas.
El material utilizado es la piedra que está trabajada con gran laboriosidad en el citado sillarejo. Este material da al
edificio un matiz defensivo; además, gracias a su dureza, lo ha mantenido en buen estado a pesar del paso de los años y
de los continuos avatares climáticos a los que tiene que estar expuesto.
La Torre de Mendoza formaba junto con otras de la zona, parte de un frente fortificado que
defendía el cruce de caminos existente entre Castilla y el Ebro. Su finalidad militar, por tanto, es
intrínseca a su mismo nacimiento. Perteneció a la familia Mendoza desde su construcción,
pasando luego a otras ramas de la misma familia como los Silva o Sandoval. En la primera mitad
del siglo XIX perteneció a los Téllez de Girón, que perdieron después su propiedad. En la
actualidad se encuentra restaurada y en el interior de su torre las estancias han sido habilitadas
como Museo de Heráldica alavesa.
Como decimos, estos ejercieron de mayordomos reales con Urraca de Castilla. Posteriormente,
adquirieron los títulos de cofrades de Álava y almirantes del mar. Poseyeron diversos
territorios en Andalucía y fueron calificados como segundos reyes.
A pesar de su condición eclesiástica retuvo en sus manos un gran patrimonio, sobre todo en
tierras alcarreñas, en donde algunos de sus parientes poseían las propiedades que
conformaban el ducado del Infantado. Éste título había sido dado por los Reyes Católicos a
Diego Hurtado de Mendoza y de Figueroa. Las propiedades de los Mendoza, así como sus
títulos, pasaron posteriormente a los Silva, a los Fernández de Toledo, a los Girón y a los
Arteaga.
Aquelarre
La posición del castillo de Almansa (noroeste), por sus murallas y torreones cortados,
por su torre ladera, cuadrada, cabe asegurar que fueron los árabes quienes lo
erigieron sobre el cerro de 730 metros sobre el nivelo del Mediterráneo, recorrido por
inaccesibles peñascos y dominando la ciudad.
Pero modificaciones más grandes se le hicieron en la mitad del siglo XV como son dos
recintos de mampostería con cubos almenados, una torre de sillería y el patio de
armas. Toda la muralla estaba por aquel entonces muy maltratada y por muchas
partes caída en el suelo.
La plaza de la fortaleza tendría cien pies de ancho y trescientos de largo, poco más o
menos, y dentro hay señales de haber habido otros edificios que están por el suelo, y
así no hay cosa habitable en ella. Solo hay una torre grande, que llaman del
homenaje, que tiene dos bóvedas grandes, una encima de otra, cuya torre es muy
fuerte, está entera y la mayor parte labrada de sillería, aun cuando aparecen señales
de haber habido aljibes de agua, que con las ruinas de las paredes que se han caído
ahora están tapados.
Sucedieron aquí algunos hechos muy importantes. En su salón de consejos, en el año de 1248, el rey Don Jaime de
Aragón y el infante Don Alonso de Castilla declararon solemnemente que Almansa serviría de límite de los reinos de
Murcia y Valencia.
En 1328, el celebérrimo infante Don Juan Manuel, exasperado porque su hija doña Constanza
hubiera sido repudiada por el rey Alfonso XI, se refugió en la fortaleza almanseña, desde la que
llamó al rey de Aragón para aliarse con él contra el monarca castellano.
Desde detrás de sus almenas, porfiadamente, los partidarios del marqués de Viana se
defendieron contra las huestes de Enrique III (1398); sin embargo, entró en ella el monarca, y
cuenta la tradición que hizo cortar las doscientas manos de sus defensores y exponerlas
pendientes de la torre del homenaje.
En las luchas entre Isabel I y la desdichada princesa Juana, Almansa se puso del
lado de la hermana de Enrique IV y recibió como premio el privilegio de pertenecer
ya siempre a la Corona, sin que por causa alguna pudiera ésta enajenarla.
Ya en 1640, Felipe IV, temiendo que Valencia pretenda los mismos alientos de
rebeldía por los que ha combatido Cataluña, convierte en plaza de armas el castillo
con cinco mil infantes apercibidos con mucha artillería, si bien el resto de sucesos
importantes que se dieron cita allí, sucedieron ya a partir de la guerra de Sucesión.
Aquelarre
Conoció distintas fases constructivas hasta llegar a tener la apariencia que hoy
día contemplamos. Son muchos autores los que opinan que su actual fábrica es
del siglo XIV, aunque ya en época musulmana existía en este mismo lugar un
alcázar que recibía también la denominación de Sax. La parte más antigua del
castillo es la zona Norte, y la más moderna, la que corresponde a la torre del
homenaje.
Formando parte de la ruta fortificada del río Vinalopó, el castillo de Sax entra dentro del
grupo de castillos roqueros que domina desde su altura la población a la que defiende. Su
planta alargada se ciñe a la cresta de la montaña sobre la que se asienta, siendo
inexpugnable en su zona Este. Posee dos recintos fortificados, accediéndose al primero por
medio de una rampa, y teniendo el segundo una planta rectangular. Quedan dos torres muy
bien conservadas. Una de ellas, la del homenaje, se encuentra en el segundo recinto.
Cimentada sobre una caverna de la roca, tiene más de 15 metros de altura y tres plantas de
sillería encadenada y sillarejo. La primera y la segunda de estas plantas poseen una bóveda
de medio cañón apuntada, con saeteras en ésta última y en la tercera de ellas. La
comunicación entre las plantas se realiza a través de una escalera que, adosada al muro, se
encuentra cubierta con arcos apuntados y escalonados. Existía un puente levadizo como
acceso a la torre del homenaje que hoy en día ha desaparecido. Junto a la torre existe un
gran aljibe con uno de sus lados, el Este, semicircular. La otra de las torres se sitúa en el
extremo de la planta alargada del castillo. Poseen una forma cuadrada y una sola planta con
bóveda de medio cañón y gruesos muros.
Su evidente posición estratégica hizo del cerro sobre el que se erige Sax, un punto
fortificado ya en época musulmana. En 1239 sus muros sufrieron un duro ataque
por parte de las tropas cristianas de Ramón Folc de Cardona que intentó
reconquistarlo sin éxito. Hay que esperar hasta 1240 para encontrar la fortaleza de
Sax en manos cristianas, y concretamente en las de la Orden Militar de Calatrava,
que lo poseyó hasta la resolución del tratado de Almigra, en que el castillo volvió a
ser de realengo.
En el siglo XIV, el castillo de Sax forma parte del señorío de Villena que detenta el
Infante don Juan Manuel, por lo que la fortaleza se vio envuelta, al igual que el
resto de las posesiones del noble, en las rebeliones que protagonizó contra el rey
castellano Alfonso XI, así como en la denominada Guerra de los dos Pedros, que
enfrentó al monarca castellano y al aragonés mediada ya aquella centuria. En la
actualidad en el interior del aljibe del castillo se ha instalado un museo de los
trajes utilizados en las fiestas de moros y cristianos.
Este castillo de Sax formó parte, junto con Biar y Villena, del patrimonio del infante don
Juan Manuel, el cual entregó en 1303 el primero de estos castillos a Juan García, señor
de Alcaudete, para que lo gobernara en nombre del soberano aragonés Jaime II, y como
garantía del contrato firmado con éste para la celebración del posterior matrimonio del
infante con la hija del soberano, doña Constanza. Se estipuló entonces que si don Juan
Manuel no cumplía su parte del contrato y el matrimonio no llegaba a celebrarse, el rey
de Aragón tomaría la posesión legitima del castillo de Sax.
Aquelarre
Y hasta 1963, en que fue abierto al público, estuvo en una situación de abandono. Fue en
ese año cuando se inauguraron los dos ascensores que hacen un recorrido por dentro de la
montaña de 142,70 metros y a los que se accede por un túnel de 204,83 m. de longitud que
nace en la avenida de Jovellanos, frente a la playa del Postiguet. Se divide este castillo en
tres recintos bien diferenciados.
Del siglo XVIII data el recinto inferior donde encontramos el Revellín del
Bon Repós, que hace actualmente las funciones de aparcamiento y en el que
se ubica el monumento al ilustre militar alicantino Félix Berenguer de
Marquina que fuera capitán general de Filipinas y virrey de Nuevo México.
El gran escudo de mármol blanco (s. XVIII) que hay sobre la puerta de
acceso al segundo recinto se hallaba en el Real Consulado del Mar, edificio
destruido por una explosión.
Aquelarre
Poseen sus torres detalles arquitectónicos realizados a finales de la Edad Media, en el siglo
XV, con la finalidad de fortalecer sus defensas, pues su estratégica situación, en la zona del
Vinalopó, podía hacerle ser un punto vulnerable de cara a los ataques del reino nazarí de
Granada.
Su ocupación por las tropas cristianas no fue fácil, pues tras una primera
promesa de rendir la plaza y la villa, sus moradores, al mando del alcalde Musa
Almoravit, resistieron el ataque inicial, por lo que el rey hubo de endurecer al
cerco al que les había sometido, empleando para ello máquinas de asedio. En
un primer momento, el monarca aragonés permitió que los habitantes
musulmanes del castillo siguieran morando en él, aunque bajo régimen de
vasallaje.
Dentro del inmenso patrimonio que logró reunir el infante castellano don Juan Manuel se encontraba, junto a otras
fortalezas, la de Biar. Era el vizconde de Castellnou el alcaide de la misma hasta 1306, en que fue absuelto de su
juramento por el propio infante don Juan Manuel, tras la firma de los capítulos matrimoniales con Constanza de
Aragón, hija de Jaime II.
Aquelarre
En 1460 conoció una verdadera reedificación en la que se levantó el cuerpo superior de la torre del homenaje, pero se
respetó la base de la misma, quizá por conservar la bóveda con decoración geométrica que su única estancia lucía y que
fue destruida en parte durante la Guerra de la Independencia, cuando el castillo fue atacado. Se intentó recuperar
entonces parte del dibujo de esta bóveda, rellenando sus huecos con ladrillos caseros que nada tienen que ver con el
dibujo original.
El castillo de Villena se eleva al pie de una sierra y consta de dos recintos. El más exterior
de ellos, hoy casi derruido, posee torreones redondos. El recinto interior conforma el
castillo propiamente dicho en donde destaca la gran torre del homenaje. Ésta, con más de
20 metros de altura, posee dos partes diferentes: la almohade, con dos pisos y construida
en tapial; y la cristiana, en la zona superior, con ángulos redondeados y 8 garitones,
edificados en mampostería, posiblemente en el siglo XV.
La localidad de Villena contó con una población estable ya en época romana y un alcázar musulmán cuya barrera aún
se conserva. En 1240, este castillo fue tomado por las tropas de Jaime I de Aragón, a quien se unieron las fuerzas de
caballería de la Orden de Calatrava y las del infante de Aragón, don Fernando. A partir de este momento, el castillo de
Villena fue posesión de distintos nobles, tanto castellanos como aragoneses.
Por medio del tratado de Almizrra, Jaime I lo cedió a su yerno el rey de Castilla, Alfonso
X, pasando posteriormente al nieto de éste último, el Infante castellano don Juan Manuel,
quien lo cedió a su hija, doña Juana, esposa de Enrique de Trastámara. Cuando éste llegó
al trono castellano lo donó, con el título de marquesado, al infante de Aragón don Alfonso,
de quien pasó al privado real don Álvaro de Luna.
En 1445 pertenecía a don Juan Pacheco, nombrado nuevo marqués de Villena, pero que fue desposeído de esta
propiedad por los Reyes Católicos una vez que llegaron al trono y en castigo por haber apoyado las pretensiones de
Juana la Beltraneja, al trono de Castilla. Fue encomendado entonces el castillo al conde Sástago, que no debió ocuparse
mucho de su mantenimiento y cuidado, pues no llegó a nombrar alcaide. Durante la Guerra de la Independencia en
1811, fue atacado por las tropas francesas que volaron sus muros, actualmente restaurados. Fue declarado monumento
nacional en 1931.
Más tarde fue heredado el señorío por la hija de don Juan Manuel, doña Juana, reina de Castilla por su matrimonio
con Enrique de Trastámara. Don Juan Pacheco, primer marqués de Villena, poseyó este señorío desde 1445 a 1468, año
en que renunció a él en favor de su hijo Diego López Pacheco, que posteriormente fue nombrado Maestre de la Orden
de Santiago. Éste último señor del castillo fue víctima de una rebelión de sus propios vasallos que realizaron una
masacre entre la población conversa, refugiándose seguidamente en el castillo, en donde fueron sitiados, capitulando
en septiembre de 1476.
Aquelarre
Pocos son los restos que se conservan de este castillo de Guadalest a pesar de su ubicación
dentro de un ruinoso castillo y rodeado de precipicios borrascosos. Una única entrada
tenía el recinto fortificado. Además de esto: el portón (abierto en la grieta de una roca, al
final de una rampa), un túnel de quince metros (entre el castillo propiamente dicho), el
palacio de los Orduña y una iglesia eran todo el conjunto. Pero muchos son los
acontecimientos que allí se sucedieron.
Lo primero a señalar es que el castillo de Guadalest fue antes alcázar árabe. Lo conquistó Don Jaime I de Aragón a fines
del siglo XIII, dándoselo a la familia Sarriá, que lo poseyó hasta el año 1335. En esta fecha se lo apropió l infante Don
Pedro de Aragón para sí y sus descendientes, entre los cuales cuenta una duquesa, doña Juana, casada con el vizconde
de Cardona, Juan Folch, de cuyo matrimonio descienden los mayorazgos de Guadalest.
Pedro IV el Ceremonioso fortificó el castillo con cuatro torres y dos lienzos de mampostería con
saeteras, en defensa de unas probables invasiones musulmanas. Hacia 1526 se sublevaron, dentro de
la fortaleza, dos centenares de hijos del Profeta para protestar del bautismo obligatorio o la
expatriación. Lograron apoderarse de los rebeldes de la torre vigía, y en ella se defendieron durante
más de tres meses.
En 1609, el patriarca valenciano Juan de Ribera aconseja al rey Felipe III la expulsión de unos moriscos que servían al
marqués de Guadalest. Se resisten los moriscos, amparados, quizá, secretamente, por su señor. Sometidos al cabo de
un tiempo, fueron expatriados a África y Felipe III creyó oportuno compensar al marqués con varios privilegios para la
repoblación de cristianos del señorío.
En 1644 un terremoto destruiría la parte cristiana, templo y sepulturas, de la fortaleza y otro en 1748 terminó de
echarlo abajo.
Como enormes y encantados centinelas, las rocas rodean al cerro sobre el que se
asienta el castillo de Guadalest. Jaime I, según frase propia, tuvo que poner alas sobre
la cota de malla de sus guerreros para poder asaltar la fortaleza. Como un alcázar de
humo en las alturas, siempre se teme que un vendaval lo arranque de su roquera.
Hoy sólo podemos ver las blanqueadas campanas, un aljibe (que presenta al osario) y sobre un trozo de muralla se enfila
una cadena de serranías desinfladas en la mar, así como el eterno precipicio.
Aquelarre
Situado en las estribaciones de la Sierra de María se encuentra la villa que fue cabeza del marquesado de los Vélez. El
castillo, que la domina desde una escarpada colina, fue realizado por artistas italianos. La construcción es de piedra de
sillería y posee una planta en forma de hexágono irregular, que se estrecha en su extremo Norte. Sus muros, de gran
altitud, se hallan flanqueados por torres con almenas reales, es decir, decoradas por parejas de esferas. En la parte norte
de la muralla existía una poterna de bronce de más de 20 centímetros de espesor, decorada por una corona de laurel, la
cruz de Santiago y en el centro, el escudo de armas de los Fajardo, familia a la que pertenecía el propietario del castillo.
Destaca en el conjunto de la fortaleza la torre del homenaje, a la que anteriormente
estuvo adosado un edificio exterior con un puente levadizo, que hoy en día ha
desaparecido. Tras la entrada al castillo se encuentra el Patio del Honor. De forma
cuadrada y galería superpuesta de arcos rebajados, se apoyaba en columnas cilíndricas de
mármol de Carrara. Poseía también ocho ventanales (cuatro en cada cuerpo del edificio)
superpuestos y de estilo plateresco, con blasones y decoración vegetal. Los blasones
alternaban los emblemas de los apellidos de los Fajardo, Chacón, Lacueva y Silva,
antecesores del fundador del castillo, don Pedro Fajardo, con los de sus esposas.
La riqueza y suntuosidad de este patio ha sido atribuida al cantero y escultor Francisco Florentino, colaborador de
Siloé en las obras de Granada. No se puede, sin embargo, contemplar hoy en día este bello ejemplo decorativo
renacentista, ya que en el castillo tan sólo se conserva algún fuste de columna y una gárgola que representa la
Fecundidad. En su mayor parte, el citado patio no se encuentra en España, sino en el Museo Metropolitano de Nueva
York.
La historia de la villa de Vélez-Blanco se halla íntimamente unida a la posición estratégica en la que se asienta, junto a
la Sierra de María. Ya desde la Antigüedad contaron sus cerros con un puesto fortificado de vigilancia que, en época
musulmana fue habitada por una guarnición permanente. Pero no fue hasta el siglo XVI, cuando la villa y su tierra
pasaron a formar parte del patrimonio de Pedro Fajardo, por permuta con sus posesiones de Cartagena, cuando
comenzó a construirse el castillo que actualmente contemplamos.
Fueron los artistas Francisco Florentino y Martín Milanés los artífices de esta construcción,
que supone un claro ejemplo de arquitectura civil del siglo XVI, en la que se conjugan los
dos elementos imperantes en esta centuria: el militar y el palaciego. Debemos al primero
de ellos, al maestro italiano Francisco Florentino (1480-1522) la traza y los relieves
decorativos del patio renacentista del castillo, que siguen esquemas establecidos en el
Códice de El Escorial.
Pero si durante el siglo XVI, el castillo de Vélez-Blanco vivió los momentos de esplendor que sus recios muros
reflejaban, al final de esa misma centuria se inició una larga etapa de abandono en la que sus pérdidas arquitectónicas
fueron considerables. Sin embargo, su deterioro actual no se debe tanto a la acción del tiempo como al resultado de
incomprensibles operaciones comerciales que llevaron a sus propietarios a vender, a comienzos del siglo XX, los
elementos arquitectónicos más valiosos del castillo. La mayor parte de las columnas, ventanas y estatuas fueron
adquiridas por un decorador francés.
Con excepción de Francisco Florentino y Martín Milanés, constructores y decoradores del castillo, el personaje más
relacionado con Vélez-Blanco es, sin duda, don Pedro Fajardo, adelantado de Murcia durante el reinado de los Reyes
Católicos. Queriendo éstos incorporar a la Corona de Castilla la ciudad de Cartagena, que pertenecía en señorío a la
familia Fajardo, le ofrecieron la oportunidad de permutarla por las villas de Vélez-Blanco (antes Veled-Albiad) y Vélez-
Rubio (localidades fronterizas al reino de Murcia, con población mudéjar).
Aparejada a esta permuta estaba el uso y disfrute del marquesado de los Vélez con las villas y
rentas que conllevaba. Realizada la permuta en 1503, Pedro Fajardo no tardó en desear la
construcción de un castillo que comenzó a edificarse tres años después sobre las ruinas de un
castro romano y una alcazaba musulmana.
Aquelarre
Tampoco la puerta por la que se accede hoy al castillo está situada en su lugar
original, habiéndose añadido también un garitón, en el ángulo del muro opuesto a
la torre del homenaje, que nunca existió, ya que de este punto partía
antiguamente la muralla que unía la fortaleza con la villa. No obstante, y pese a
los cambios sufridos tras su restauración, el castillo de Arévalo sigue conservando
su imponente imagen de fortaleza.
Conocemos la historia de castillo de Arévalo a partir del siglo XIV, fecha en la que el rey de
Castilla, Pedro I, ordena el encierro de su legítima mujer, doña Blanca de Borbón, en los muros de
esta fortaleza. Durante el reinado del monarca castellano Juan II, el castillo de Arévalo perteneció
a su esposa Isabel, madre de la que más tarde sería conocida como La Católica, y que residió en
este castillo durante su infancia.
Años después, en 1445, el castillo de Arévalo fue sitiado por su hermano, el rey castellano
Enrique IV, para arrebatar a su hermano Alfonso la posesión de la plaza. Ésta fue otorgada más
tarde por el rey a don Álvaro de Zúñiga, conde de Plasencia. No existe, por tanto, una base
documental que asegure que la construcción del castillo de Arévalo pertenezca a los Reyes
Católicos, pues el castillo ya estaba construido cuando en 1476 Álvaro de Zúñiga, duque de
Arévalo y de Plasencia les entregó el castillo. En la actualidad el castillo, y su entorno ajardinado,
ha sido restaurado y es propiedad del Ministerio de Agricultura, que lo convirtió en silo de
cereales durante algún tiempo, para destinarlo más tarde a museo.
Entre los personajes que han residido en el castillo de Arévalo destaca la figura de
Blanca de Borbón. Hija del duque de Borbón y de Isabel de Valois, contrajo
matrimonio, en Valladolid, con el rey de Castilla, Pedro I, el 3 de junio de 1353.
Sin embargo, tres días después de la ceremonia fue abandonada por el monarca
que, con gran escándalo de la Corte, se reunió con María Padilla en el castillo
toledano de Montalbán. Comenzó así la desgraciada vida itinerante de Blanca de
Borbón que no volvió a ver más a su esposo, quien por medio de sucesivas órdenes
a sus nobles, mantenía a la legítima reina alejada de su lado y cambiando
continuamente de residencia por los castillos de Olmedo, Arévalo, Toledo y
finalmente Medina-Sidonia, en donde a los veinticinco años de edad, fue
asesinada por un ballestero siguiendo órdenes del mismo rey.
Aquelarre
Situado en el centro de la población del mismo nombre, el castillo de Arenas de San Pedro tiene una planta cuadrada y
cuatro torres circulares en los ángulos. La torre del homenaje, situada en la mitad del lienzo oriental, tiene también una
planta cuadrada y su aspecto es macizo. Posee un coronamiento almenado y ventanas ajimezadas que se abren en sus
muros.
A pesar de que la localidad de Arenas de San Pedro contó con un poblamiento continuado desde la Antigüedad, es a
partir del siglo XIV cuando, gracias a su castillo, la documentación comienza a informarnos sobre ella de una forma
continuada. A finales de aquella centuria pertenecía a Ruy López Davalos, constructor de la fortaleza. Posteriormente
pasó a doña Juana, esposa de don Álvaro de Luna, cayendo a partir del siglo XV en un período de abandono y
decadencia que llevó a convertirlo en cementerio primero, y en cárcel un tiempo después.
El castillo de Arenas de San Pedro se encuentra tradicionalmente relacionado con doña Juana Pimentel, esposa de don
Álvaro de Luna y propietaria del castillo desde 1430, año en que su padre, el conde de Benavente, lo incluyó en su dote
matrimonial. Cuando se produjo la caída en desgracia del de Luna y su posterior ajusticiamiento en Valladolid, la ya
viuda doña Juana se retiró al castillo de Benavente, de donde hubo de huir ante el ataque del ejército del rey.
Aquelarre
Los escudos de armas que adornan algunos muros del recinto pueden ayudarnos a
fechar el comienzo de la edificación del castillo en torno al año 1462, fecha en la que
Beltrán de la Cueva, artífice de su edificación, contrajo matrimonio con su primera
esposa, doña Mencia de Mendoza. En estos escudos no aparece la corona ducal que
recibió don Beltrán en 1464, por lo que aquellas partes de la arquitectura del castillo en
las que aparece el citado blasón debieron de concluirse antes de esta fecha.
Siguiendo este sistema de datación, la puerta principal de la barrera de la fortaleza debió terminarse o modificarse a
partir de 1476, fecha en la que don Beltrán casó en segundas nupcias con doña Mencia Enríquez de Toledo, cuyas armas
bajo la corona ducal aparecen en el citado lugar. El recinto interior del castillo debió concluirse, como dijimos arriba, en
torno a 1476, siendo añadida una barrera o falsabraga tres años después. Del siglo XVI son el resto de las adiciones,
como el revellín que protege la entrada y el talud de la barrera que contiene en su interior un pasadizo.
Alrededor de esta torre, en una especie de friso y en algunos lugares del recinto interior, figuran las armas del
constructor del castillo, don Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque, y de su esposa doña Mencia
Mendoza. Sobre la puerta que da acceso al recinto interior aparecen también las armas del rey castellano Enrique IV,
que cedió el castillo al citado noble. Aunque su interior se encuentra muy arruinado, se conservan aún restos de
columnas.
En 1461 fue donado por el rey castellano Enrique IV a su favorito, don Beltrán de la
Cueva, antepasado del actual propietario, el duque de Alburquerque, que posee
también el castillo de Cuéllar. Hoy en día el castillo se encuentra sin restaurar y sin uso.
El castillo de Mombeltrán se encuentra muy ligado al valido del rey castellano Enrique IV, don Beltrán de la Cueva, de
quien toma el nombre. Nacido en la localidad andaluza de Úbeda, la protección que le proporcionó el monarca le
permitió la formación de un gran patrimonio territorial así como la concesión del ducado de Alburquerque. Fue
también denostado y criticado por sus propios contemporáneos que le culpaban de la excesiva influencia que ejercía
sobre el rey.
Las habladurías llegaron hasta tal punto que se decía que la hija de los monarcas castellanos lo era
en realidad de don Beltrán, de ahí que se la conociera como Juana la
Beltraneja, aspirante al trono castellano tras la muerte de Enrique IV, y que sin embargo no llegó a
ocuparlo ante la victoria de Isabel la Católica. Son muchos los autores que afirman que el
arquitecto de este castillo fue Juan Guas, fallecido en Toledo en 1495, y que trabajó también en las
obras de la fortaleza de Manzanares el Real y Belmonte.
Aquelarre
El actual castillo de Zafra, conocido también como Alcázar de los duques de Feria,
comenzó a construirse en 1437 sobre edificaciones anteriores, siendo finalizado en
1443. Podemos distinguir varias fases de construcción: islámica, gótico-mudéjar y
renacimiento clásico, que se corresponden con los estilos arquitectónicos que nos
muestra la fortaleza. Son evidentes también las reformas que se realizaron en el
castillo en el siglo XVI, cuando se añadió la capilla, y en el XVII, fecha en que se
construyeron edificios encalados que, adosados a sus muros, restan hoy día
sobriedad al conjunto.
De esta centuria data la reconstrucción de la puerta principal del castillo, denominada "del Acebuche", realizada por
primera vez en 1437. También se efectuaron reformas en el edificio durante los siglos XVIII y XIX.
La entrada al castillo se abre en la fachada Oeste, y consta de una puerta flanqueada por
altas torres. Es uno de los más bellos ejemplos de la antigua fábrica, del siglo XV, del
castillo. Consta de un arco de medio punto corrido sobre el que se encuentra una
inscripción que nos fecha la construcción de la fortaleza en 1437, siguiendo las órdenes de
Lorenzo Suárez de Figueroa. Sobre la lápida con la inscripción se abre una pequeña
ventana ajimezada y sobre ella una ladronera sobre matacanes, cuya misión era la defensa
de la puerta. Una vez en el interior destaca el patio central que, siguiendo esquemas
renacentistas, se halla compuesto por galerías de columnas, dóricas en la planta baja y
jónicas en la superior.
Toda la obra es de mármol blanco y ha sido atribuida , a Juan de Herrera, artífice del
Monasterio de El Escorial. Desde este patio se accede a la torre del homenaje, cuya
parte baja consta de una habitación cilíndrica con bóveda cónica. En el piso principal
se encuentra un gran salón, actualmente dividido. La capilla del castillo, añadida en el
siglo XVI, posee una planta cuadrada y una sola nave. Existen indicios de que el
conjunto estaba rodeado por una barrera, de la que hoy no quedan restos.
Actualmente, el castillo de Zafra se halla muy remodelado a causa de la adecuación de
sus estancias a su función de Parador Nacional de Turismo.
La población junto a la que se asienta el castillo de Zafra conoció un poblado estable desde
época antigua. Allí estuvo enclavada una pequeña fortaleza celta (Segeda), que
posteriormente se convirtió en un campamento amurallado romano, pasando a
denominarse Restituta Julia. Los musulmanes también fortificaron este punto, edificando
un alcázar conocido como Zafar. Años después, ya en el siglo XIII, el Maestre de Alcántara,
Arias Pérez, tomó a los musulmanes la fortaleza de Zafra que, a finales de esa misma
centuria, se hallaba en manos de la reina doña María de Molina. Permaneció el castillo de
Zafra en posesión de la Corona castellana hasta finales del siglo XIV en que Enrique III la
vendió a Gómez Suárez de Figueroa, entrando así a formar parte del patrimonio de los
condes y, posteriormente, duques de Feria.
Aquelarre
Junto a la puerta de entrada se levanta la torre del homenaje. De mayores dimensiones que
las demás (aproximadamente 20 metros de altura), tiene una planta cuadrada, y está
realizada en piedra de sillería. Poseía el castillo en una de sus torres una galería cubierta
sostenida por arcos, que han desaparecido casi en su totalidad y que fueron realizados en
los últimos años del siglo XV.
Lo estratégico del altozano sobre el que se alza el castillo de Medellín, y desde el que se
domina toda la zona conocida como La Serena, propició la existencia de un puesto
fortificado desde la Antigüedad. Medellín fue fundación romana, identificándose con la
Colonia Metellinense que cita Plinio como una de las cinco existentes en la Lusitania. Contó
en este tiempo con un castro fortificado, en la misma zona donde hoy se alza el castillo, y
que poseía gran importancia en las comunicaciones del territorio, dada su cercanía a la vía
que unía Emérita con Córdoba, al tiempo que protegía el puente sobre el Guadiana.
Muy poco se conserva de este primitivo castro romano, al igual que de su sucesor: un alcázar
islámico que fue tomado por el ejército de Fernando III el Santo en 1234. La importancia de la
posición geográfica del castillo y villa de Medellín motivó la concesión de ciertos privilegios al
territorio, como la celebración de dos ferias anuales. Ya en el siglo XIV, el señorío de Medellín
fue donado a Juan Alfonso de Alburquerque por parte del rey castellano Pedro I.
La caída en desgracia de este privado, supuso el desmantelamiento del castillo según una orden
real fechada en 1354. Veinte años después pertenecía el señorío al Infante don Sancho, hijo de
Alfonso XI de Castilla, que reconstruyó la fortaleza. Ya en el siglo XV, la Corona de Castilla tomó
posesión de él evitando así las luchas nobiliarias que se estaban produciendo, aunque en 1445,
Juan II lo cedió a su favorito, don Juan Pacheco, siendo heredado más tarde por su hija Beatriz.
El castillo de Medellín fue uno de los que logró salvarse de las medidas dictadas por
los Reyes Católicos en el sentido de desmantelar aquellas fortalezas susceptibles de
albergar a nobles levantiscos. Su historia militar desde entonces no aporta ningún
hecho reseñable hasta 1809 en que fue testigo de la batalla que en Medellín enfrentó a
las tropas invasoras francesas y a las españolas, que sufrieron entonces una dura
derrota. Más tarde se convirtió en cuartel durante la guerra civil española, tras la cual
fue declarado monumento del Tesoro Artístico Nacional.
Durante el siglo XV residió en este castillo de Medellín el primer marqués de Villena, don Juan Pacheco. A su muerte
heredó la fortaleza su hija Beatriz, que contrajo matrimonio con Rodrigo Portocarrero y protagonizó un hecho que
influyó notablemente en la estructura del castillo. Parece ser que la pared que lo divide en dos fue construida a raíz del
castigo impuesto por ella misma a su hijo, Juan Portocarrero, quien permaneció preso en la torre Norte de la fortaleza
durante la guerra de sucesión en Portugal (1475- 1479), conflicto que quería aprovechar la condesa de Medellín para
traspasar su patrimonio a los Silva, familia de la misma línea que su segundo esposo, el conde de Cifuentes.
Aquelarre
La segunda fase de construcción de la fortaleza corresponde al siglo XV, y concretamente entre los años 1445 y 1453,
fechas en las que se edificó la cuadrada torre del homenaje y el puente que se encontraba unido a la torre por un tramo
de madera o puente levadizo, hoy en día desaparecido. A partir de 1465 y hasta 1472, conoció el castillo diversas
modificaciones que suponen una tercera fase constructiva para el mismo. En estos años se demolieron probablemente
las defensas realizadas anteriormente al Oeste de la torre del homenaje, para erigir una torre pentagonal con tres pisos
y almenas terminadas en punta. Fue también entonces cuando se abrieron en los muros del castillo troneras de ojo de
cerradura invertido, y se edificaron salas abovedadas de ladrillo en el ángulo Nordeste del patio.
Situado al Sur de la ciudad, el castillo de Alburquerque se alza sobre un cerro. Esta fortaleza es un excelente ejemplo de
arquitectura medieval militar articulada en cuatro recintos, cuyas numerosas puertas y recodos poseían una finalidad
concreta, y obligaban al supuesto atacante a que, una vez dentro del castillo, girara siempre hacia su izquierda,
logrando con ello que se encontrara en el punto de combate más débil, y hubiera de enfrentarse presentando el lado
contrario al del escudo, con lo que disminuirían sus defensas, tanto en caso de ataque desde una de las torres como en
la lucha cuerpo a cuerpo.
La primera entrada, que se abre en la muralla más baja, se apoya en torres cuadradas, y
por medio de ella, se accede al primer recinto a través de una galería excavada a modo de
mina. A su izquierda se eleva un baluarte con torres redondas, junto a la primera de las
cuales está la puerta del segundo recinto. La tercera entrada, situada más a la izquierda,
cuenta con una torre redonda que, justo frente a ella, la defiende. Por último, y más a la
izquierda aún se encuentra la última puerta, abierta en ángulo junto a la torre cuadrada.
Tras esta última puerta se halla la plaza de armas, con una capilla a la derecha y la torre del homenaje al fondo. Esta
capilla está dedicada a Nuestra Señora de las Reliquias, posee tres naves y fue edificada en el siglo XIII. Sobre ella
existe una terraza que da acceso directo a la mencionada torre, que cuenta con cinco pisos de altura. Esta torre tiene
comunicación directa con la albarrana por un puente con arco apuntado que contó, hasta el siglo XV, con una zona
levadiza que hoy ya no existe.
Desde su nacimiento la fortaleza de Alburquerque fue una posesión cambiante entre los reinos de
Castilla y Portugal. Al noble portugués Alonso Sánchez, debe el castillo su primera edificación.
Pasó a manos castellanas en el siglo XIV, cuando jugó un importante papel en las luchas
mantenidas entre Pedro I el Cruel y su hermano Enrique de Trastámara. En ese momento, la
fortaleza se encontraba en manos de Martín Alonso, quien lo defendió con firmeza para entregarlo
a la Corona, una vez llegado al trono castellano Enrique II, quien lo entregó posteriormente en
señorío a un hermano de aquél noble, Sancho, al que otorgó también título de conde.
A finales de esta misma centuria, el castillo sufrió un duro asedio del maestre de Avis. En el siglo XV, el castillo fue a
parar a manos de don Álvaro de Luna, condestable de Castilla y maestre de la Orden de Santiago, que lo poseyó desde
1445, año en el que también obtuvo las fortalezas vecinas de La Codosera y Azagala. En 1453, a la muerte del
condestable, retornó la propiedad del castillo a la Corona de Castilla, cuyo titular en esas fechas, Enrique IV, creó el
ducado de Alburquerque para otorgárselo a su privado don Beltrán de la Cueva. Éste también realizó distintas
modificaciones arquitectónicas en la fortaleza, sobre todo entre 1465 y 1472.
En el siglo XVII, pasó nuevamente Alburquerque a ocupar un importante papel en las luchas
mantenidas con el reino de Portugal, durante las cuales le fueron añadidas defensas propias de
la guerra artillera del momento. Posteriormente, en el siglo XIX y durante la Guerra de la
Independencia, volvió este castillo a protagonizar hechos de armas, soportando el duro asedio al
que le sometieron las tropas francesas, aunque finalmente hubo de rendirse a ellas.
Actualmente el castillo se encuentra en buen estado, aunque parte de las murallas que parten de
él hacia la población se encuentran derruidas o bajo construcciones modernas.
Según una leyenda epigráfica situada en uno de los muros del castillo, fue Alonso Sánchez el primer constructor del
mismo, al tiempo que poseía el señorío de la villa. Hijo bastardo del rey Dionis I de Portugal, contrajo matrimonio con
Teresa de Meneses con quien residió en esta fortaleza, a la que se había retirado para impedir que las habladurías sobre
su intento de privar del trono de Portugal a su padre, acabaran en una guerra civil contra su hermanastro Alfonso, hijo
legítimo del soberano luso e Isabel de Aragón.
Aquelarre
Su perímetro fue ampliado posteriormente durante la Guerra de la Independencia. La guerra civil española también
introdujo cambios arquitectónicos en la fortaleza, sobre todo en sus dependencias interiores, totalmente restauradas
hoy en día.
Ocupando la cima del Montjuïc, el castillo posee una planta de estrella, con revellín y
hornabeque en el frente Sudoeste, delante del que se levanta una construcción más avanzada
llamada Lengua de Serpiente. El acceso al primer recinto del castillo se realiza a través de una
puerta con rastrillo, por la que se sube al segundo recinto a través de dos rampas abovedadas que
sirven de acceso al cuerpo central de la fortaleza, en donde hallamos un torreón cuadrado
utilizado como vigía. Posee también un plaza porticada, pabellones, zona residencial para el
gobernador de la fortaleza, así como cuarteles, prisiones, polvorín y cisternas para recoger las
aguas pluviales.
Sobre esta misma colina estuvo situado el poblado ibérico de Laye, capital de los layetanos. En el siglo III a.C., los
romanos construyeron allí una fortaleza que desapareció en tiempos de Augusto. Su nombre: Mont-juïc, (monte de los
judíos) o Monte de Júpiter (mons Jovis) es, según algunos, derivación de un enclave judío con una sinagoga situado en
la parte más alta del cerro. Esta teoría se ve avalada por los restos arqueológicos encontrados y entre los que se hallan
algunos sepulcros con inscripciones hebreas y sánscritas.
La evidente posición estratégica de este cerro ha motivado que el castillo fuera utilizado para defender la ciudad de los
ataques externos, sobre todo por mar; aunque también para dominarla en caso de sublevación, tal y como ocurrió en el
siglo XVII cuando el antiguo castillo sirvió para bombardear la ciudad de Barcelona. En 1640, al estallar la revuelta de
los "segadors", éstos consiguieron apoderarse de la fortaleza, que no pudo recuperar el marqués de Vélez en nombre de
Felipe IV. Durante la Guerra de Sucesión, la ciudad de Barcelona se decantó por el Archiduque Carlos de Austria en
contra de Felipe de Borbón, que una vez consolidado en el trono, tomó sin problema la fortaleza, que ordenó destruir al
tiempo que se erigía en el lado opuesto otra, la de la Ciudadela, para tener a la ciudad cubierta entre dos fuegos.
Fue precisamente a finales de esta centuria cuando el conde de Roncalí convirtió el antiguo
castillo de Montjuïc en la fortaleza abaluartada que hoy conocemos. Su historia militar fue a
partir de entonces muy intensa, pues desde 1808 hasta 1811 estuvo en poder de los
franceses que hubieron de abandonarla. En 1842 la ocupó el general Espartero, que desde
esta fortaleza bombardeó la ciudad. Ya a finales de esta misma centuria, los cañones del
castillo volvieron a armarse para defender la costa barcelonesa de un posible ataque de las
tropas de Estados Unidos tras la crisis del 98. Estos mismos cañones servirán,
posteriormente, para defender la ciudad durante la guerra civil de 1936 a 1939. Se
encontraba entonces el castillo bajo el mando de la Agrupación de Defensa de Costas, que
defendió Barcelona de los posibles ataques de la "flota nacional" desde el mar, contando
para ello con baterías antiaéreas.
Su interior se transformó entonces en prisión, actividad que prosiguió a partir de 1939, cuando el ejército de Franco se
apodera del castillo y se producen en sus patios fusilamientos de los republicanos prisioneros en él. Hasta el año 1960,
Montjuïc era guarnición militar, que trasformó su actividad cuando fue cedido a la ciudad y se instaló en él un Museo
del Ejército, con armas antiguas y maquetas de castillos de Cataluña.
Actualmente el castillo forma parte de un conjunto recreativo y cultural muy modificado tras los Juegos Olímpicos
celebrados en Barcelona en 1992.
Son lógicamente muy numerosos los personajes que tuvieron relación con el
castillo de Montjuïc, dada la importancia histórica de esta fortaleza. Uno de ellos
fue el marqués de Vélez, verdadero protagonista de la batalla de Montjuïc cuando, a
las órdenes del rey Felipe IV, hubo de cargar contra los insurrectos de Barcelona en
enero de 1641. Una mala planificación de la batalla obligó a la retirada del ejército
real, mientras los rebeldes permanecían atrincherados en Montjuïc bajo el mando
de Tamarit y D'Aubigny. Cuando este castillo se convirtió en fortaleza-prisión, ya en
el siglo XIX, fueron muchos los fusilados en sus patios.
Entre ellos los anarquistas catalanes acusados de la colocación de una bomba en las
calles de Barcelona en 1896. Siguió siendo Montjuïc escenario de fusilamientos
durante la guerra civil española de 1936, así como durante la postguerra. Uno de los
personajes más relevantes de la historia de Cataluña que murió ajusticiado en él fue
Lluis Companys, que había ocupado la presidencia de la Generalidad y conseguido
pasar a Francia, junto con otros republicanos, al final de la contienda. Fue detenido en
París por la Gestapo y trasladado a España, donde se le aplicó un juicio sumarísimo y
se le sentenció a muerte.
Aquelarre
Pero la apariencia exterior siguió trasformándose en la centuria siguiente, cuando se abrieron en sus muros ventanas
de estilo gótico que sustituyeron a las románicas que en origen poseía. Fue también en este siglo cuando se añadieron,
a las construcciones existentes, habitaciones y dependencias en la zona oriental de la torre del homenaje. En todo el
conjunto del castillo, la zona Norte de la muralla sería la más moderna, pues está fechada alrededor del siglo XV.
Sobre una gran peña rodeada por el foso natural que conforma el río Foix a su paso por
esta zona, Castellet ocupa una inmejorable situación militar. Es precisamente esta
disposición sobre la roca la que permite que por uno de sus lados, el que da al río, no
necesite murallas ni elementos defensivos que sí aparecen en el resto de los flancos,
donde hallamos muros de gran altitud reforzados por torres.
Son precisamente éstas las que confieren a Castellet su original aspecto de fortaleza de transición entre la casa fuerte
catalana y la fortaleza militar con patio barbacana y el resto de los sistemas defensivos de la época. Las zonas más
antiguas del castillo presentan un aspecto ciclópeo por los enormes sillares de piedra y argamasa que las forman.
Sobre ellos se asienta la gran torre del homenaje, de forma circular, situada en el centro
del recinto y que ha sido objeto de una reciente restauración que le ha devuelto su
anterior aspecto. En origen, esta torre se encontraba flanqueada por otras de las que hoy
en día solo subsisten dos, una de ellas redonda y de carácter muy primitivo, se sitúa en el
ángulo de los muros Norte y Oeste. En la parte oriental de la torre quedan claros
vestigios de amplias habitaciones abovedadas construidas ya en el período gótico.
También es del siglo XV el gran lienzo amurallado del Norte, obra de 20 metros de altura
por casi 30 de longitud. Todo el conjunto de Castellet se complementa con la iglesia
vecina, que fue utilizada como capilla de la fortaleza.
Su estratégico emplazamiento, en una gran peña sobre el río Foix, le permitió en los primeros siglos medievales una
privilegiada situación militar sobre la llanura del Penedés. Precisamente eso era lo que necesitaban los ejércitos
cristianos, en unos años en que tanto Tortosa como Tarragona se encontraban en manos musulmanas. La
documentación conservada en el monasterio de San Cugat del Vallés nos informa de la existencia de este castillo con
anterioridad al año 985, fecha de la invasión de Almanzor. Pertenecía entonces la fortaleza al conde Borell, que la
vendió a finales de ese mismo siglo a Vinifredo.
Por aquellos años, el castillo se denominaba de San Esteban, tomando así la misma
advocación que la iglesia construida en su recinto. Durante el siglo XII el castillo era
propiedad de la Corona, pues en 1178 Alfonso II el Casto de Aragón lo adquirió del
obispo de Urgell, Arnau de Perexus. A partir de este momento el castillo pasó a ser
propiedad de distintas familias catalanas. Dado su estado ruinoso fue restaurado en
1928 por sus propietarios, miembros de la familia Peray.
Durante la Edad Media, Castellet fue propiedad de distintas familias catalanas. Entre los habitantes de este castillo
podemos citar, por tanto, a los miembros de la familia Castellet, Rocafort y Cirera. Posteriormente la posesión del
castillo pasó a manos del linaje de los Segalers que la detentaron hasta el siglo XV.
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Tuvieron en origen ocho torres cuadradas y macizas, de las cuales la construida en fecha más temprana
es la denominada "Minyona", datada por algunos en el siglo II, en época romana. En uno de los patios
del castillo se alza la iglesia de San Vicente de Cardona, uno de los monumentos más importantes del
románico catalán del siglo XI, que se consagró en el 1040. Es una iglesia de tres naves con un ábside en
cada una de ellas, y un crucero que se manifiesta muy poco hacia el exterior. Encima del crucero hay
una cúpula sostenida por trompas.
Lo más notable es la cripta, debajo del ábside de la nave mayor y de su mismo tamaño, que presenta la particularidad
de estar dividida por dos filas de columnas que la separan en tres naves cubiertas por bóvedas de arista.
Parece que la fundación del castillo de Cardona se debe a los francos y hapermanecido
siempre muy vinculada a la historia de Cataluña; no obstanteson muchos los autores que
creen ver en ella el embrión del principado de Cataluña tras el gobierno de la zona por el
conde Borrell. Fue también señor del castillo Vifredo el Velloso que aumentó sus defensas
y está considerado como el artífice de su construcción como fortaleza militar. A finales del
siglo XIV, el vizcondado de Cardona fue elevado a condado, siendo Hugo Folch de
Cardona el primero que utilizó este título asociado al nombre de la plaza fortificada. Más
tarde fue convertido en ducado en la persona de Juan Raimundo Folch.
Su historia militar ha sido importante, pues nunca pudo ser rendido por las armas, pese a soportar repetidas ocasiones
un asedio. Uno de ellos ocurrió durante la Guerra de Sucesión, cuando fue sitiado el castillo por las tropas franco-
españolas del conde de Mauret en 1711, ya que el conde de Cardona, comprometido con el archiduque Carlos de
Austria, se había hecho fuerte en su castillo. No lograron, sin embargo, tomar la plaza después de un largo mes de
asedio.
Los personajes más relacionados con esta fortaleza lo están también con la colegiata de San Vicente que se encuentra
dentro del recinto del castillo. Uno de ellos fue Gribaldo, obispo de Urgel y hermano del fundador del castillo, el
vizconde Beremundo, a quien se debe la fundación de la iglesia. En su interior existió un panteón, dedicado a los
enterramientos de los duques de Cardona y miembros de su familia. Hoy en día de todos los sepulcros allí instalados
tan sólo se conserva el de San Ramón Nonato, miembro de la familia Cardona que residió en esta fortaleza hasta 1240,
fecha de su muerte; así como los de don Juan Ramón Folch, primer duque de Cardona y su esposa, doña Francisca
Manríquez de Lara.
Aquelarre
El actual castillo de Coria es una reconstrucción, efectuada en el siglo XV, de una fortaleza
anterior, difícil de fechar por no existir documentación fidedigna que nos informe sobre ella.
Contamos, sin embargo, con abundantes documentos en relación con la reedificación de la
fortaleza llevada a cabo a fines de la Edad Media. Hacia 1471 el señor de la villa, el aún conde de
Alba, ordenó la realización de un informe sobre el primitivo castillo con el fin de averiguar el
alcance que tendrían las obras que pretendía llevar a cabo en él. Por este informe sabemos que, de
la primera edificación, aún subsistía una torre pentagonal con dos plantas abovedadas que fue
respetada parcialmente en la reedificación comenzada hacia 1473, y en la que se dotó a esta torre
de unos muros más gruesos y una mayor altura que su predecesora.
Fue también en estos años cuando se construyeron en Coria la barrera del castillo y un foso de
grandes dimensiones concluido cuatro años después. Todas estas mejoras tendentes a consolidar
las defensas del castillo tenían como finalidad protegerlo de los ataques que pudiera recibir
durante la guerra con Portugal. La finalización de la obras ocurrió en 1478, ya que según la
documentación conservada este año se realizó el último pago a los trabajadores. El coste total de
las obras emprendidas en esas fechas en Coria ascendió a más de un millón de maravedís.
El castillo de Coria forma parte del recinto amurallado de la villa, que cuenta con un basamento
romano, aunque fue casi totalmente reedificada en el siglo XVI. La fortaleza propiamente dicha se
halla formada por una gran torre rodeada de edificaciones adyacentes, entre las que se encuentra
un tambor almenado y un arco de entrada. La torre del homenaje es de planta pentagonal con dos
ángulos rectos como si fuese resultado de la yuxtaposición de una torre cuadrada y una triangular.
Uno de los ángulos rectos presenta una estructura achaflanada para dar cabida a una escalera
interior.
Todo el castillo está construido en sillería con muy pocas aberturas al exterior lo cual aumenta
su aspecto de fortaleza nacida para la defensa militar. En la parte superior de los muros
sobresalen unas garitas semicilíndricas centradas en medio de cada lienzo, así como una
cornisa de arquillos que recorre la torre a nivel de las garitas y culmina con un almenado
reedificado en época reciente. En el interior del castillo se distinguen dos pisos: la cámara baja
y la cámara alta o salón principal, cubierto por una sólida bóveda de crucería.
Coria contó con una fortaleza musulmana hasta el año 1142, año de su conquista por Alfonso
VII, naciendo a partir de entonces una ciudad cristiana que contaba con sede episcopal. En el
siglo XV pertenecía el castillo al maestre de la Orden de Alcántara, Gutiérrez de Solís, fallecido
en 1470. Sin embargo, no fue heredado por su hijo, Gómez de Solís y Toledo, sino que fue
usurpado por el duque de Alba, a quien el rey castellano Enrique IV confirmó como señor de
Coria el mismo año de la muerte de su anterior titular. El de Alba se encontraba muy
interesado en acelerar las obras de reconstrucción del castillo pues esperaba un ataque del
marqués de Villena, que entonces formaba una liga alrededor de su sobrino, Francisco de
Solís, pretendiente al maestrazgo de la Orden de Alcántara. La muerte del de Villena en 1474,
obligó a Francisco de Solís a negociar directamente con el duque de Alba la devolución de su
señorío a través de su matrimonio con María Enríquez de Toledo, hija del duque.
Este enlace nunca llegó a realizarse, falleciendo en 1475 el de Solís durante la guerra de
Sucesión con Portugal. Con ello el duque de Alba quedaba como único señor de Coria, pues
las únicas reivindicaciones del señorío sólo podían venir de Gómez de Solís y Toledo, ajeno a
estas cuestiones y más pendiente de seguir su carrera eclesiástica que le llevó a ocupar el
obispado de Palencia.
Antes de comenzar la reestructuración del antiguo castillo de Coria, el duque de Alba encargó a
Ferrand García la redacción de un informe del estado del edificio. Las obras acometidas en él
tuvieron una mayor envergadura que las recomendadas en el informe y, según la documentación,
fueron realizadas por el maestro cantero y arquitecto Juan Carrera, autor de la torre del
homenaje, y por Tomás Bretón. Éste último dirigió las obras de excavación del foso del castillo,
hoy desaparecido, pero que debió ser de grandes dimensiones a juzgar por el tiempo empleado
en las labores (más de cuatro años) y el elevado número de trabajadores, alrededor de trescientos
ochenta.
Aquelarre
Las obras para la construcción del castillo de Jarandilla comenzaron a finales del
siglo XIV, prolongándose hasta la centuria siguiente, de ahí que algunos de sus
elementos nos recuerden más a los castillos-palacio utilizados como residencia
familiar que a las fortalezas militares propiamente dichas.
Se sitúa este castillo sobre un altozano desde el que domina la villa. En realidad más que castillo se trata de un palacio
fortificado del mismo estilo que los construidos en otras localidades extremeñas a finales de la Edad Media, pues en sus
zonas de edificación más primitivas hay claras muestras del estilo gótico. Se asienta el castillo sobre un espacio
rectangular y de grandes dimensiones.
El recinto exterior está flanqueado por cuatro torres cilíndricas en los ángulos, y en
medio de dos cubos más pequeños, algo salientes del plano, se abre la puerta de
acceso a la fortaleza. Ésta conduce a un extenso patio interior, también de forma
cuadrada, en el que se levantan las principales edificaciones del castillo y donde aún
se conserva una fuente gótica. En este núcleo interior, tres de sus lados están
constituidos por otras tantas crujías, y el cuarto por una muralla en la que se abre la
puerta de entrada a un patio más interior.
En dos de las esquinas de este nuevo rectángulo se levantan dos torres cilíndricas, y en los restantes ángulos, dos torres
cuadradas de mayores dimensiones que las anteriores. Toda la construcción del castillo es de mampostería, poseyendo
las torres cuadradas una cornisa de matacanes corridos.
Parece ser que el castillo de Jarandilla, del que no sabemos muy bien su origen, fue propiedad de los caballeros de la
Orden del Temple y más tarde convertido en la actual iglesia parroquial de Santa María de la Torre, denominación que
nos informa sobre sus orígenes como fortaleza. El actual castillo, anexo a la iglesia y de construcción posterior, pasó a
la Corona de Castilla y después, en 1359, al maestre de la Orden de Santiago, García Álvarez de Toledo, a cuya familia
perteneció hasta bien entrado el siglo XVI.
Uno de los personajes históricos más importantes que residió en el castillo de Jarandilla fue el Emperador Carlos V.
Tan sólo fueron unos meses, de noviembre de 1556 a febrero de 1557, los que habitó el castillo, mientras terminaba la
edificación de las habitaciones reales proyectadas en el monasterio de Yuste, donde se retiró. Volvió en distintas
ocasiones a este castillo, en donde se alojaba siempre en las mismas estancias, que aún hoy se conservan y poseen un
bello mirador.
Aquelarre
Las reformas que conoció el castillo se prolongaron desde ese momento hasta el siglo XV, en el cual se construyó una
barrera baja protegida por un foso, actualmente cegado. Esta barrera poseía un largo saliente pentagonal y abovedado,
cuya misión era la protección de una puerta secundaria que posteriormente se convirtió en la principal de todo el
conjunto. Volvió a ser reedificado en 1809, cuando los franceses lo ocuparon, esculpiendo entonces en sus muros el
escudo de la ciudad con la Virgen María y Jesús en sus brazos. En la actualidad, su aspecto es un claro ejemplo de
superposición de elementos constructivos musulmanes y cristianos.
La estructura del castillo es islámica, con dos torres albarranas situadas al Oeste y a las que se accede a través de un
puente que en origen estuvo construido en madera. Son torres de planta cuadrada y aspecto macizo que van unidas
mediante un lienzo de muralla al cuerpo central del castillo y a una barrera que lo rodea.
En la zona Sur del recinto se encuentra también una torre que, junto con la situada al Norte,
conforma el sistema defensivo del castillo, ampliando el ángulo de tiro en caso de ataque. Estas
torres, que están consideradas como la parte más antigua del recinto, poseen muros de aparejo
regular. Sobre la del homenaje se edificó la capilla de la patrona de la ciudad, Nuestra Señora de la
Victoria. En la zona más oriental de la fortaleza se conservan aún dos aljibes. Uno de ellos posee
dos grandes naves y bóvedas de cañón de 8 por 5 metros; el otro aljibe es de tres naves y más de 8
metros de profundidad.
La interesante historia de la ciudad de Trujillo se encuentra muy relacionada con la de su alcázar y el terreno en el que
se encuentra. En época romana contó con un importante puerto militar denominado Castro Julio y del que no quedan
hoy restos visibles. La construcción del castillo comenzó más tarde, con la ocupación musulmana del cerro. Su control
sobre esta zona extremeña durante varios siglos se basó en la construcción de fortalezas que, como la que ahora nos
ocupa, facilitaban su empuje contra los ejércitos cristianos del Norte peninsular.
Los musulmanes dominaron la villa y el castillo de Trujillo hasta que en el 1186 el rey Alfonso VIII
la toma con su ejército. No estuvo mucho tiempo la fortaleza en manos cristianas, pues el duro
ataque almohade obligó a las fuerzas cristianas a abandonarlo en el 1196. Hasta más de treinta
años después no volverá la fortaleza a ser regida por alcaides cristianos. La toma del castillo no fue
fácil, pues para ello hubo de reunirse una potente fuerza militar compuesta por efectivos de las
Órdenes Militares de Alcántara y Santiago así como las del obispo de Plasencia.
En el siglo XIII el castillo volvió definitivamente a manos cristianas, y fue entonces cuando se construyeron cuatro de
las torres albarranas que posee. En el siglo XIV la fortaleza fue donada por el rey castellano Alfonso XI a su mujer,
María de Portugal. Durante el siglo XV se refugió en ella el Infante don Enrique que, al igual que anteriormente Pedro
I, aumentó notablemente sus defensas. Pero sin duda la época de mayor esplendor del castillo de Trujillo se dio a
finales de aquella centuria, cuando los Reyes Católicos consiguieron tomarla tras un largo asedio que se prolongó
durante dos años. Una vez en su poder, los monarcas habitaron la fortaleza en numerosas ocasiones.
Uno de los personajes que más relación tuvo con el alcázar de Trujillo fue el Infante don
Enrique de Aragón, casado con la Infanta doña Catalina, propietaria del castillo por
cesión del rey castellano Juan II en 1428. No duró mucho en manos del Infante esta
donación, pues al haberse rebelado contra el monarca, cayó en desgracia siendo atacado
por los hombres de Juan II.
La resistencia del castillo de Trujillo fue dura, sobre todo la protagonizada por su alcaide, Garci Sánchez de Quiñones,
al que sólo lograron arrebatársela por una traición protagonizada por el privado real don Álvaro de Luna. No fue éste el
único alcaide que demostró lealtad a los moradores del castillo, pues años después don Diego López Pacheco
protagonizó, en 1475, un episodio similar al defender férreamente la fortaleza en la que se había refugiado doña Juana
la Beltraneja, prometida ya del rey de Portugal.
Aquelarre
A su muerte el castillo pasa, por expreso deseo del ex-pontífice, a la Santa Sede,
institución a la que Alfonso V acude para que le sea devuelta la propiedad de un castillo
que es rápidamente vendido a la Orden de Montesa por 150.000 sueldos, utilizados en
las campañas catalanas en Italia. Fue con Fernando el Católico, cuando la fortaleza
volvió a manos de la Corona, adquiriendo durante el reinado de Felipe II (1578) una
nueva fisonomía arquitectónica. Ya en el siglo XVIII, y durante la Guerra de Sucesión, el
castillo de Peñíscola se mantuvo fiel a Felipe V de Borbón, que recompensó a la villa por
ello otorgándole el título de "Fidelísima".
Su destrucción fue evidente a raíz de la Guerra de la Independencia, cuando sus muros y torres soportaron más de
6.000 mil bombas y 70.000 balas de cañón, en un intento de las tropas francesas de tomar la fortaleza. Sin embargo,
poco duró en las manos del general francés Suchet, ya que tras el ataque del general Elío, atravesando los subterráneos
del castillo, Peñíscola volvió a pasar a poder de los españoles. A principios del siglo XX, el castillo fue restaurado, al
tiempo que se habilitaban sus aposentos para albergar el Instituto de Estudios "Castillo de Peñíscola", bajo la dirección
de la Universidad de Valencia, y parte de sus estancias eran dedicadas a un museo local.
El Concilio de Constanza (1414-1418) puso fin al conflicto declarando anti-papa a Benedicto XIII
que, no satisfecho con esta decisión, se refugió, temiendo por su vida, en su castillo de Peñíscola.
Desde este lugar, y a pesar de estar aislado política y eclesiásticamente, siguió rigiendo un
pequeño colegio de cardenales que le son afectos. El nuevo Papa, Martín V, trató por todos los
medios de acabar con esta situación, primero por la vía militar, que fracasa, y más tarde
intentando, a través de un cardenal, envenenar a Benedicto XIII. Todo parece inútil. El ex-
pontífice, reunido en Peñíscola, nombra cardenales a sus más íntimos colaboradores, esperando
que tras su muerte, acaecida en 1424, defiendan su causa de pontífice legítimo de toda la
Cristiandad.
Aquelarre
Impresionan extraordinariamente los robustos y antiquísimos muros de la urbe, flanqueados por torrecillas y
castillejos, levantados por orden del rey Pedro IV de Aragón en el año 1358. Morella parece una ciudad prisionera en
inaccesible fortaleza. Al penetrar en su recinto, creemos entrar en lugar de la Edad Media. Las casas altas, apiñadas, de
antigua construcción e irregular arquitectura, con salientes balcones de madera y anchos aleros en los negruzcos
tejados, forman un conjunto original y pintoresco.
La fortaleza se compone de dos cuerpos que la dividen en dos plazas como si fuera
una vasta ciudadela circular. Dieciocho metros tiene el muro o escarpa de la primera
plaza; sobre ella, una especie de azotea, se levantan lienzos con troneras, de tal
espesor, que en ellos pudieron abrirse almacenes para los comestibles y
combustibles, depósitos para las municiones y cuarteles para las tropas.
A doce metros, sobre los muros aludidos, se alza la segunda plaza, con lienzos igualmente verticales en absoluto de
saeteras y almenería, dentro de los cuales pueden recorrerse acuartelamientos hasta para quinientos hombres. Todo el
castillo queda rodeado de precipicios sugeridores del vértigo. La única entrada accesible es por una rampa, al final de la
cual, en una grieta o cavado del peñón, está el Hacho, mazmorra de pesadilla a la que eran arrojados los prisioneros de
guerra, los mártires de política y los perturbados de pasión.
Contribuyen a hacer del castillo de Morella una fortaleza casi inexpugnable, aparte de la traición
o la negligencia, el murado de nueve metros de altura y dos kilómetros y medio de perímetro,
que, saliendo de él, recogía a toda la villa. Murallas perforadas por cuatro enormes puertas: la de
los Estudios, sobre cuyo arco se ve el triple escudo de la casa de Aragón; la de San Mateo, que
presenta el escudo de la ciudad y un Cristo románico de piedra; la de Forcall, bajo la sugestión
de otro Cristo de la misma época y los escudos local y aragonés; la de San Miguel, defendida por
dos torreones octógonos enlazados por una cortina central y por una presa de matacán sobre el
dintel. Murallas flanqueadas por catorce torreones con castillejos de almenas y matacanes.
De la vida del castillo se tiene noticia con las crónicas musulmanas, pese a las referencias que hacen ciertos cronistas
de las fortificaciones del año 180 y del mandato de Witiza (año 706), para destruir los muros del castro romano. La
plaza de Morella cayó, sin embargo, a manos musulmanas con fecha de 714. Y en las luchas del Cid y del valí de
Zaragoza contra Sancho Ramírez de Aragón, y el valí de Denia, Morella se puso al servicio de aquellos y aun cuando las
crónicas castellanas dan como vencedor al Cid, fue cierto que Sancho Ramírez se apoderó del castillo y lanzó por las
vertientes, hacia la villa sembrada de gemidos y recuperada de presagios, hasta la última gota de la sangre de los
defensores.
Siglo y medio después, decidido Jaime I a conquistar Valencia, permitió a su mayordomo, don
Blasco de Aragón, que formase avanzadilla e hiciese suyas cuantas plazas arrebatase a los
árabes. Por sorpresa (año 1232) entró en Morella. De noche, guiado por la luz verde de un
traidor, que le abría el portillo de Jerrisa. Pero poco tiempo le duró la conquista al de Aragón.
Sin miedo espiritual a su palabra de honor rota, Jaime I, convencido de la importancia de la
ciudadela, exigió al magnate su entrega, juntamente con la de la villa, a trueque de unas
mercedes cortas y desmedradas.
En 1332, Alfonso IV se los cedió al infante Don Fernando; cesión revocada a reclamación de Guillén de Vinatea. Segura
y Barranea, autor de una historia local publicada en Morella en el año 1868, cuenta cómo (año de 1414) coincidieron en
el castillo con un santo: Vicente Ferrer; un pontífice: Benedicto XIII, y un rey: Don Fernando de Antequera.
Durante la guerra de las Germanías, Morella permaneció fiel al emperador y fiel a Felipe V
durante las luchas de Sucesión, en las que el bayle Berenguer de Ciurana logró –batalla de
Almenara- el trofeo, para escudo local, de los tres cañones tomados al enemigo (cañones
fundidos para hacer una campana, que, durante muchos años, se han disputado la torre de la
iglesia arciprestal y la torre Zeloquia de la fortaleza).
Aquelarre
Situado en la llanura manchega, el castillo de Bolaños tiene una planta cuadrangular con dos torres en los ángulos de un
mismo frente. La torre de mayores dimensiones es la del homenaje, que tiene cuatro plantas y ventanas con arcos
apuntados. Posee también un sótano utilizado como almacén y cubierto con una cúpula de ladrillo. La otra torre, de
inferior altura, conserva aún una cámara interna y una terraza comunicada con el camino de ronda. La muralla está
almenada y da paso a un patio utilizado en ocasiones como plaza de toros. El castillo contaba con un foso que
actualmente aparece cegado. Toda la construcción esta realizada con mampostería pobre, existiendo ladrillo y tapial en
las zonas interiores.
No parece que en la zona en la que se asienta el castillo de Bolaños existiera una construcción
musulmana con anterioridad al levantamiento de esta fortaleza. La zona, sin embargo, tenía gran
importancia estratégica ya desde época romana pues se encontraba en el trazado de la calzada que
unía Mérida con Zaragoza. En época medieval, Bolaños formaba parte de la línea defensiva que,
desde Piedrabuena hasta Munera, protegía la ciudad de Almagro, sede de los maestres de la
Orden de Calatrava, propietarios del castillo desde el 1193. Pasó temporalmente Bolaños a manos
musulmanas tras la derrota de Alarcos, aunque en 1212 volvió a ser recuperado por los cristianos.
Fue arquitectónicamente muy modificado por los maestres de Calatrava, que en 1544 crearon la
encomienda de Bolaños.
Posteriormente, una vez perdida su estratégica situación defensiva, fue utilizado como almacén de tributos, por lo que
su deterioro fue muy rápido. La Diputación Provincial de Ciudad Real fue la encargada, ya en el siglo XX, de incluir al
castillo de Bolaños en un plan de recuperación que le ha devuelto su primitiva traza, al tiempo que ha permitido la
realización, en su recinto de una serie de campañas arqueológicas que nos han ilustrado sobre su historia pasada.
Aquelarre
Situado sobre un pedestal de roca de más de 70 metros de altitud, desde el que domina la villa y el río Guadalquivir, el
castillo de Almodóvar del Río conjuga elementos islámicos y cristianos, demostrándonos con ello los distintos gustos
artísticos de sus sucesivos moradores. Este castillo, denominado por los musulmanes "Hins-modovvar", comenzó a
construirse en el siglo XIII tras la reconquista de Córdoba por las tropas de Fernando III, el Santo. Reedificado, por
tanto, en estas fechas, sus elementos arquitectónicos musulmanes han desaparecido en su mayor parte, aunque aún
pueden contemplarse parte de los fechados en el siglo VIII.
Las excavaciones realizadas en la plaza de armas han sacado a la luz dos aljibes para recoger agua de lluvia. De ellos
han podido extraerse restos romanos, visigodos e islámicos, que nos hablan de los pobladores de la fortaleza con
anterioridad a su reedificación por los castellanos. Las torres que bordean el castillo, restauradas en el presente siglo,
nos hablan también de los gustos arquitectónicos de sus sucesivos moradores. Las principales de ellas reciben los
nombres de Torre del Moro, Torre Cuadrada, Torre de la Escucha (de traza islámica) y la Redonda, de factura visigoda.
Todas ellas han sido recientemente restauradas.
La zona donde se asienta el castillo de Almodóvar del Río conoció, desde época muy temprana, un
poblamiento permanente, tal y como atestiguan los restos arqueológicos hallados en ella. Quizá
debido a lo estratégico de su posición, los romanos edificaron en este lugar un castro, que
posteriormente fue habitado por los visigodos. El asentamiento de los musulmanes en la zona de
Córdoba a partir del siglo VIII, se dejó notar también en la zona de Almodóvar del Río, en donde
construyeron una fortaleza.
A ella decidió dirigirse, cinco siglos después, el rey de Baeza, Aben Muhammad, cuando huía de sus propios aliados
musulmanes que deseaban vengarse por la entrega de otros castillos cordobeses al rey castellano Fernando III. Sin
embargo, Aben Muhammad no llegó nunca al castillo de Almodóvar del Río, pues sus perseguidores le dieron alcance
en sus inmediaciones, decapitándolo en castigo por su traición. Cuando el ejército cristiano tomó, en el siglo XIII, esta
zona cordobesa, la alcazaba musulmana fue sustituida por el castillo que ahora conocemos, el cual, a causa de su
importancia estratégica, fue considerado, hasta el siglo XVII como propiedad real.
Durante la guerra civil castellana (siglo XIV) que enfrentó al rey Pedro I el Cruel con
su hermanastro Enrique de Trastámara, el castillo de Almodóvar del Río sirvió de
improvisada cárcel para muchos nobles enfrentados con el soberano legítimo. Entre
ellos se encontraban miembros de la nobleza castellana que apoyaron a Enrique de
Trastámara en su lucha por la Corona.
Pedro I de Castilla ordenó el encarcelamiento de su cuñada a la que retuvo en el castillo acusada de traición, y a quien
más tarde trasladó a Sevilla para su ajusticiamiento. Posteriormente, este mismo soberano utilizó el castillo como
fortaleza segura en la que albergar sus tesoros. Durante el siglo XV, el castillo de Almodóvar del Río volvió a ser
utilizado como cárcel, pues el rey castellano Enrique III encerró en él a su tío don Fadrique, duque de Benavente que
falleció en las mazmorras de esta fortaleza en 1440, reinando ya en Castilla Juan II. Don Álvaro de Luna, privado de
este último monarca, también eligió este castillo para encerrar en él a sus enemigos, entre ellos el señor de Luque.
Durante las revueltas cordobesas ocurridas a raíz de los enfrentamientos entre el rey
castellano Enrique IV y su hermano Alfonso, el castillo de Almodóvar del Río dejó de
ser propiedad real, para pasar a manos del señor de Cabra, que lo había tomado al
asalto. Retornó, tras estos acontecimientos, a la Corona de Castilla, cuyo soberano
ejercía la alcaidía de honor del castillo. Aunque siglos después, en 1639, pasaría a
manos particulares. En ese año, Francisco Corral y Guzmán, caballero de la Orden de
Santiago, lo adquirió por millón y medio de maravedís que entregó al rey Felipe IV.
Ya a comienzos de siglo XX, el castillo ha sido objeto de una esmerada restauración a
costa de su propietario, el conde de Torralba. Sus estancias interiores pueden ser
visitadas por el público todos los días, en grupos y con visita guiada.
El castillo de Almodóvar del Río fue, a lo largo de su historia, utilizado como fortaleza defensiva frente al avance
reconquistador cristiano y posteriormente, como prisión cuando, en el siglo XIII, el ejército castellano tomó sus torres.
Entre sus paredes, por tanto, fueron muchos los insignes visitantes que se vieron privados de libertad. Tal fue el caso
de doña Juana de Lara, hija de don Juan Núñez y señora de Vizcaya. Contrajo matrimonio con el Infante don Tello,
hijo de Alfonso XI y de doña Leonor de Guzmán, por lo que se vio inmersa en las luchas dinásticas que estallaron tras
la muerte de Alfonso XI y la llegada al trono de su único hijo legítimo Pedro I.
Aquelarre
El castillo de Belmonte fue construido en el siglo XIV por don Juan Pacheco,
deteniéndose la construcción en 1472. Ese mismo año, el citado don Juan Pacheco,
Marqués de Villena, contrajo matrimonio por tercera vez con María Velasco, cuyo
escudo no aparece en las paredes del castillo, lo cual ha hecho pensar que la
construcción de éste ya había finalizado, a pesar de haber quedado inconcluso el
patio y sin almenar la muralla. El castillo de Belmonte fue restaurado en el siglo XIX
siguiendo esquemas decorativos franceses, que nos impiden conocer como fueron
originalmente esas estancias.
Situado en un pequeño cerro fuera de la villa, el castillo de Belmonte es uno de los más
claros ejemplos de arquitectura militar del siglo XV, en el que se combinan también otros
elementos de la arquitectura civil gótica. Posee una planta original con forma de polígono en
torno a un patio pentagonal y rodeado, todo el conjunto, por una muralla de barrera con
líneas curvas, cuyas originales almenas nos recuerdan al estilo decorativo califal. Edificados
con sillares pequeños de piedra caliza en el exterior, posee el castillo seis cubos de planta
circular y la torre del homenaje, que es cuadrada. La puerta de acceso al castillo, la del
Campo, tuvo un foso con un puente levadizo, hoy desaparecidos. La puerta de acceso al
recinto interior, con alfiz, escudos y molduras se atribuye al arquitecto Juan Guas.
Los escudos de armas pertenecen al propietario del castillo, don Juan Pacheco,
primer marqués de Villena y a su mujer, María Portocarrerro Enríquez. En ellos
aparecen las palabras: Una sin par, lema que al parecer utilizaba el citado noble. Ya
en el interior del recinto, el patio de armas es el que nos muestra con mayor
evidencia las restauraciones efectuadas en el siglo XIX, sobre todo en las escaleras y
en las galerías del primer piso. La decoración interior del castillo, así como de la
capilla, es mudéjar, en yeso, y con motivos decorativos de atauriques vegetales que se
alternan con el escudo de la familia Pacheco y el de la Orden de Santiago. Son de
destacar los bellos artesonados que decoran los techos de las distintas estancias del
castillo, la mayoría de los cuales pertenecen a la restauración efectuada en el siglo
XIX, siendo solamente tres de ellos los originalmente realizados en el siglo XV.
El castillo de Belmonte está construido en una zona conocida como Las Chozas,
reconquistada en el siglo XII por Alfonso VII que contó con la ayuda de las Órdenes
militares de Calatrava y Santiago. Parece ser que en el siglo XIV y cuando este
territorio pertenecía al Infante Don Juan Manuel, cambió su nombre por el de
Belmonte haciendo alusión a unos cerros con encinas que en esta zona existían.
Desde finales del siglo XIV, Belmonte perteneció, por concesión real, a la familia de
los Pacheco. Uno de sus miembros fue Juan Pacheco, Marqués de Villena y maestre
de la Orden de Santiago, que ordenó la construcción del castillo. En 1456 llegó a un
acuerdo con el concejo del municipio de Belmonte para compartir los gastos que se
derivarían de la edificación de la muralla del pueblo que partían del castillo, que en
esos años estaba aún en construcción.
El marqués de Villena cedió el castillo, aún inacabado, a su hijo Diego López. Éste perdió
temporalmente la propiedad del castillo, así como de otras villas, a causa de su apoyo al bando de
la hija de Enrique IV, Juana la Beltraneja, durante la guerra civil castellana del siglo XV.
Posteriormente la ya reina Isabel la Católica le devolvió sus propiedades. En el siglo XIX el
castillo aún perteneciente a los Villena, era propiedad de una descendiente de éstos, la
emperatriz María Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Encargó la restauración del
castillo al arquitecto Sureda que siguió esquemas franceses en la realización de su trabajo.
Posteriormente fue habitado por una comunidad de dominicos que realizaron algunas reformas
arquitectónicas transformando el salón del castillo en oratorio. Años más tarde, en 1932, el
castillo de Belmonte fue declarado Monumento Nacional.
Durante el siglo XIV el castillo de Belmonte fue habitado por don Juan Manuel,
propietario del marquesado de Villena con anterioridad a don Juan Pacheco. El
Infante castellano don Juan Manuel debió heredarlo a la muerte de su padre, el
Infante don Manuel, hijo del rey Fernando III el Santo. Don Juan Manuel (1282
1347), noble y literato castellano, escribió entre los muros de este castillo uno de sus
libros más conocidos, el "De los enxiemplos" o ejemplos, compuesto por historias
cortas con un fin moralizante. Son muchos los autores que opinan que el arquitecto
Juan Guas participó en la construcción de parte del castillo de Belmonte. No siendo
frecuente conocer la identidad de los arquitectos de fortalezas de este estilo, el dato
es interesante por cuanto además se trata de un artista de gran talla dentro de la
escultura y la arquitectura del siglo XV.
Juan Guas, perteneciente a una familia, los Was, originarios de Lyon, comenzó a
trabajar junto a su padre, Pedro, como escultor en la Puerta de los Leones de la
catedral de Toledo, ciudad en la que falleció en 1495. Su participación en la
construcción del castillo de Belmonte es, para algunos autores, evidente en la puerta
de la fortaleza que, decorada con escudos y molduras, da acceso al recinto interior
del castillo. Juan Guas fue el reformador de los planos de San Juan de los Reyes en
Toledo. Otro de los personajes históricos que habitó el castillo de Belmonte durante
algún tiempo fue doña Juana, conocida como "la Beltraneja", hija del rey castellano
Enrique IV, y protagonista de los enfrentamientos políticos que sufrió Castilla en el
siglo XV y que acabaron con la entronización de Isabel la Católica. Una de las
puertas del castillo tiene su nombre, pues por ella huyó del castillo para evitar una
segura muerte de sus antiguos aliados.
Aquelarre
El actual castillo es obra de la segunda mitad del siglo XV, fecha en que comenzó a
construirse por orden del marqués de Villena sobre una edificación anterior de la que
no quedan restos. En el siglo XVI se añadió a la fortaleza una iglesia parroquial que
dificulta el estudio de las construcciones militares anteriores.
El castillo de Garcimuñoz, situado junto a la villa del mismo nombre, tiene una estructura sencilla, ya que se trata de
una gran mole de piedra con una planta cuadrada. Sus recios, altos y potentes muros poseen cuatro torreones en sus
esquinas, y quizá tuvo foso u otro sistema defensivo de aproche, que actualmente ha desaparecido. El lugar más
destacado del recinto es la entrada, realizada en ángulo reentrante.
En el interior del recinto se encuentra la iglesia parroquial de San Juan (cuyo campanario es uno de los torreones) y un
cementerio, siendo por ello un raro ejemplo de convivencia entre estructuras fortificadas, iglesia, cementerio y zonas
palaciegas. Todo ello se complementa con las estancias subterráneas en las que se mezclan las mazmorras y los
pasadizos.
El castillo de Garcimuñoz, nombre que tiene también la villa que nace al abrigo de sus murallas,
debe su denominación a un caballero, García Muñoz, del que no tenemos noticias históricas
fidedignas. No sabemos cuando se erigió el primer castillo en esta zona, aunque "Las Relaciones
Topográficas" del reinado de Felipe II, nos hablan de la existencia de una fortaleza, en su
mayoría de yeso, anterior a la construcción en piedra que levantó don Juan Pacheco, marqués de
Villena, en el siglo XV.
Aquella construcción anterior debió ser la residencia del Infante don Juan Manuel, que la denominó en su testamento
"el castiello" y en donde guardaba "sus dineros" y sobre la que su hijo y heredero permitió la fundación de un convento
dedicado a San Agustín. Pero el verdadero artífice del castillo, tal y como hoy en día lo contemplamos, fue el marqués
de Villena, quien en el siglo XV le aplicó su definitivo sistema defensivo que dota a la fortaleza de su aspecto
claramente militar.
Su vida bélica, sin embargo, terminó con el reinado de los Reyes Católicos que nombraron
alcaides para su custodia. Fue en el siglo siguiente cuando se le añadió la iglesia parroquial que,
poco a poco, fue solapándose sobre las construcciones militares hasta el punto de llegar a
utilizarse las troneras de la fortaleza como improvisados nichos funerarios.
Durante el siglo XIV el personaje más relevante que tuvo relación con el viejo castillo de Garcimuñoz fue el Infante don
Juan Manuel, propietario del mismo y al que se retiró al final de su vida. En este mismo castillo nació su hija
Constanza, que llevó una triste vida a causa de sus infortunados amores. Abandonada por el rey castellano Alfonso XI
poco tiempo después de sus desposorios, fue ofrecida en matrimonio al heredero de Aragón, el futuro Pedro IV. No
consolidándose este enlace, celebró su boda con el soberano portugués Pedro I.
Los amores de éste con doña Inés de Castro, le hicieron sufrir en soledad hasta su
muerte en 1345. Durante el siglo XV, los alrededores del castillo de Garcimuñoz
alcanzaron fama de contener mucha caza y fueron escenario de importantes batidas,
aunque el hecho más significativo en esta centuria fue el ataque militar al castillo por
parte de Jorge Manrique (1440-1479).
Conocido como "el General" y autor de las "Coplas" a la muerte de su padre, Manrique, defensor de la causa de Isabel la
Católica frente a las pretensiones de la hija de Enrique IV, Juana la Beltraneja, falleció en una emboscada en los
alrededores del castillo, sin que los médicos que le enviara su enemigo, el marqués de Villena, pudieran salvarle la vida.
Este episodio queda recordado en un monolito alzado en el camino del castillo y conocido como "la Cruz de Don Jorge".
Aquelarre
La zona en al que se asienta el castillo contó con un poblamiento antiguo y continuado, aunque hasta el año 884 no se
cita en los documentos la población con el nombre de "Petralata". El castillo de Perelada fue dominio de los condes de
Ampurias y pasó después a la familia Rocaberti. En el siglo XIII fue incendiado por sus defensores para impedir que
cayese en manos enemigas. Reedificado poco después, fue escenario en el siglo XV del levantamiento contra el rey Juan
II, cuyas tropas redujeron a los rebeldes en 1472.
A partir de este momento finaliza la historia militar del castillo de Peralada que será utilizado como residencia señorial
por las distintas familias nobles que lo poseyeron. Tras la ruina de la familia Rocabertí, el castillo pasó manos de los
señores de Mateu, que enriquecieron con aportaciones personales las joyas artísticas que el castillo encerraba. Fue
François Duvillers el artífice del parque y los jardines que lo rodean, siendo obra de D. Dot el lago y las rosaledas. Sus
actuales propietarios han ido enriqueciendo con valiosas obras de arte el contenido primitivo del castillo-palacio, con lo
cual se ha conseguido reunir un magnífico tesoro artístico en el que destaca la magnífica colección de vidrios.
Tradicionalmente los personajes más relacionados con este castillo han sido doña Mercadera Perelada
y el conde Dalmau de Rocaberti. La primera era la propietaria del castillo, que en 1285, sin necesidad
de armas, logró vencer a un caballero francés y hacerle prisionero, cuando la fortaleza sufrió asedio
por las tropas de Felipe III el Atrevido de Francia, al atacar la zona del Ampurdán.
El conde Dalmau de Rocaberti fue derrotado por aquel monarca francés y para evitar que el
castillo cayera en sus manos, lo incendió, huyendo posteriormente por los ríos Orlina y Llobregat,
tal y como lo narra el cronista Ramón Muntaner, testigo de estos acontecimientos.
Aquelarre
Un aspecto curioso de esta alcazaba granadina es su característico color rojizo. Este color se
debe al material utilizado para su construcción: el tapial. Este material era muy usado en las
obras defensivas musulmanas. En las posteriores restauraciones realizadas al edificio se
aprecian con más claridad debido a la utilización de otro tipo de materiales.
Se encuentra situado en el ángulo Noroeste del recinto amurallado que rodea la ciudad. Su estructura es muy simple,
constituyendo un perfecto ejemplo de arquitectura militar islámica edificada en tapial y con un característico color
anaranjado semejante al de las fortalezas musulmanas del Norte de África. Su recinto exterior construido por torres
cuadradas coronadas por almenas, presenta distintas alturas. Las torres son macizas, sin ningún adorno superfluo,
siendo el único espacio aprovechable de ellas la terraza superior. En una de estas torres, la de mayor altura gracias a un
segundo cuerpo de menores dimensiones que se alza sobre ella, se ha instalado una figura del Sagrado Corazón de
Jesús.
La zona de la Hoya de Guadix contó con una población estable ya desde época prehistórica, siendo la misma ciudad de
Guadix centro de gran importancia durante la época visigoda. Pero su mayor auge lo vivió a raíz de la invasión
musulmana de la Península, ya que desde los primeros años de aquella contó con un puesto fortificado. Hasta el siglo
XV, permaneció en poder islámico, excepto una breve temporada durante 1154, cuando Alfonso VIII tomó la ciudad y su
castillo, aunque no consiguió mantener su propiedad, pues en 1232, se convirtió en un reino independiente de Granada
al proclamarse sultán Muhammad Abu Yusuf.
Aunque conoció hechos militares, los Reyes Católicos la tomaron por pacto en 1489.
En el siglo XVI conoció la decadencia como puesto fortificado y residencia palaciega
al mismo tiempo, siendo entonces cuando se destruyeron la mayor parte de los
salones y estancias que se encontraban en su interior, por lo que su recinto
disminuyó considerablemente. Anteriormente ocupaba la zona en la que ahora se
encuentran el palacio de las Banadas, el Seminario y las iglesias de San Agustín y
Santiago. Fue declarado Monumento Nacional en 1931 y restaurado a partir de
entonces.
Guadix fue una de las ciudades que los Reyes Católicos, tomaron por pacto con sus
gobernantes, no siendo necesario el uso de las armas. En el caso de Guadix, el
acuerdo fue firmado en el 1489, cuando el Zagal, tío de Boabdil de Granada, se vio
obligado a ello tras la rendición de la ciudad de Baeza. Por medio de este acuerdo, los
monarcas castellanos se comprometían a respetar la vida, bienes e instituciones de
sus habitantes, a cambio de la entrega de la ciudad y de la conversión de su mezquita
en iglesia cristiana. Como autoridad de la ciudad de Guadix y de su castillo quedó
encargado, a partir de ese momento, don Pedro Hurtado de Mendoza.
Aquelarre
El castillo de Calahorra comenzó a construirse en 1509, finalizando sus obras cuatro años
después. Exteriormente quedó inacabado pues no se concluyó una barrera que, rodeando
todo el conjunto, había de ir rematada con almenas dobles.El castillo de Calahorra
comenzó a construirse en 1509, finalizando sus obras cuatro años después. Exteriormente
quedó inacabado pues no se concluyó una barrera que, rodeando todo el conjunto, había
de ir rematada con almenas dobles.
Situado a 20 kilómetros al Sur de Guadix, sobre un montículo, la imponente mole del castillo de La Calahorra es un
claro ejemplo de arquitectura militar gótico-mudéjar del Sur de España. Su aspecto exterior macizo, con una planta
cuadrada que posee un cubo en cada uno de sus ángulos y un cuerpo que sobresale hacia poniente, se debe sobre todo,
al espesor (4 metros) de sus altos muros, que, cerrados en su parte inferior, poseen ventanas cuadradas en la superior.
Rematado por un adarve cubierto y otro volado, destacan del conjunto las torres cubiertas
con pequeñas cúpulas. Todo ello confiere al castillo aspecto de fortaleza, impresión que
contrasta con la arquitectura civil y palaciega que su arquitecto, Lorenzo Vázquez, confirió
al interior del castillo. De él destacan la escalera genovesa, diez amplios salones y la capilla.
Pero quizá lo que más llama la atención, una vez franqueadas las puertas del castillo, sea el
patio italiano decorado en mármol, obra del arquitecto y escultor genovés Michaene
Carlone.
Consta de dos pisos con galería de arcos, sobre cuyas columnas, contemplamos los blasones de la familia de Rodrigo de
Vivar y Mendoza, su propietario, y los de su segunda esposa, María de Fonseca. Observando los elementos
constructivos del interior y el exterior del castillo, se distinguen claramente dos estilos: el de la escuela florentina, más
patente en el tratamiento de las piezas de mármol del patio, y la escuela lombarda que realizó su trabajo sobre piedra
del país bajo la dirección de Egidio de Gaudria. Todo ello convierte a La Calahorra en un claro ejemplo del castillo-
palacio del Renacimiento español.
Desde su nacimiento el castillo de La Calahorra fue un ejemplo de fortaleza inexpugnable.
Conoció los primeros ataques bélicos en 1510 cuando su propietario, Rodrigo de
Mendoza, se alzó contra el poder real, desafiando la normativa de fortificación de casas
nobiliarias. Tras su pertenencia al marquesado de Cenete, el castillo de La Calahorra pasó
a ser propiedad de los ducados del Infantado y de Osuna. Fue declarado Monumento
Nacional en 1922. La solidez de sus muros y lo recio de su construcción se hizo patente en
diciembre de 1943, cuando un corrimiento de tierras sepultó más de cien viviendas de la
villa vecina, no siendo afectado el castillo tras este suceso.
Sin duda el personaje histórico más íntimamente relacionado con el castillo de La Calahorra fue el propietario de estas
tierras y artífice de su construcción, Rodrigo de Vivar y Mendoza. Era hijo bastardo del Cardenal Mendoza, consejero
de los Reyes Católicos, y de doña Mencia de Castro. Legitimado su nacimiento por expreso deseo de los monarcas, se le
concedió también el marquesado de Cenete, compuesto por aquellas villas arrebatadas a los musulmanes tras los
enfrentamientos de 1489, y en agradecimiento a su valerosa participación en la guerra de Granada.
Estuvo casado en primeras nupcias con doña Leonor de la Cerda, única hija del duque de
Medinaceli, aunque posteriormente contrajo un segundo matrimonio con doña María de
Fonseca. El sello de la fuerte personalidad de Rodrigo de Mendoza se ve reflejado en la
construcción del castillo de La Calahorra, cuyas obras siguió muy de cerca. Fue él mismo
quien contrató a Michaene Carlone, arquitecto y escultor genovés, que labró el mármol
del patio del palacio en Italia, transportando, más tarde, las piezas a España.
No satisfecho del todo con el trabajo de Carlone, Rodrigo de Mendoza contrató otro grupo de artistas, italianos
también y dirigidos por Egidio de Gaudria, para que labraran otra parte del patio en piedra el país. Curiosa, y a la vez
representativa del carácter de Rodrigo de Mendoza es la inscripción hallada en la galería inferior del castillo y que reza
así: "El primer marqués Rodrigo de Mendoza, en 1510, a sus treinta y siete años de edad, mandó levantar esta casa en
solaz suyo, pero como estaba obligado a una ociosidad involuntaria a consecuencia de su huida del gobierno de nuestra
Hispania infeliz se retiró a este monte, y se entretenía andando así marginado, mientras tanto que no se le permitía
pensar en intentar otra cosa".
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Pese a que debieron existir construcciones fortificadas anteriores, el castillo de Torija que hoy
contemplamos es obra de mediados del siglo XV, no conservándose nada de sus estructuras
anteriores. Exteriormente se encuentra totalmente restaurado, dada su casi total destrucción
en el siglo XIX.
El castillo poseía un foso que protegía la entrada, aunque hoy en día se encuentra
cegado. Fue restaurado totalmente dado su mal estado tras las explosiones
sufridas durante la Guerra de la Independencia. La restauración le ha devuelto su
imponente aspecto, pese a que sus muros nunca fueron gruesos, quizá debido a
que su construcción se realizó en unos años en los que no era aún generalizada la
lucha con piezas artilleras. Su interior se encuentra hoy en día vacío, pero aún
quedan restos en sus muros de los cuatro pisos que poseyó, y el pozo que existía
en su centro. Por este patio se accede actualmente, a través de un cuerpo
acristalado, a la planta baja de la torre del homenaje, que alberga un museo
dedicado a la obra literaria de Camilo José Cela.
Desde la Antigüedad, la villa de Torija está considerada como un importante punto estratégico, junto a la actual autovía
de Aragón y la antigua vía romana que unía Compluto (Alcalá de Henares) con Cesaraugusta (Zaragoza). El primitivo
castillo de Torija fue construido en el siglo XIII por los Templarios, que lo edificaron sobre un antiguo monasterio. Más
adelante, en 1444, es citada su importancia estratégica en la guerra que enfrenta a los reinos de Castilla y Navarra. Por
ello, en estas fechas, su posesión fluctúa entre aquellos dos reinos.
Durante el siglo XVI fue escenario de justas y torneos organizados por miembros de la familia Mendoza. A finales del
siglo XVI el castillo dejó de ser habitado de una forma permanente, y solo en ocasiones fue abierto durante la centuria
siguiente. Durante el siglo XIX se convirtió en protagonista de las luchas que enfrentaron a españoles y franceses
durante la Guerra de la Independencia, sufriendo graves destrozos tras la inutilización de sus muros. En 1962 fue
reconstruido y sufrió algunas modificaciones en los años siguientes.
Hoy en día se encuentra restaurado, habiendo sido modificado el interior de su torre del
homenaje que alberga en sus salas un museo dedicado a la obra del Nobel de Literatura Camilo
José Cela: "Viaje a la Alcarria". Con ello, las dependencias del castillo de Torija se han
convertido en el único museo del mundo dedicado a una sola obra literaria y a la comarca de La
Alcarria.
Han sido muchos los personajes relacionados con la historia del castillo de Torija, cuyos nombres
podemos contemplar hoy día a la entrada de la fortaleza. Entre ellos destacan dos nobles que
residieron en Torija en el siglo XIV. El primero de ellos fue don Alonso Fernández Coronel,
nombrado Señor de Torija por el rey Alfonso XI, en agradecimiento a los servicios prestados a la
Corona de Castilla en la batalla del Salado (1340). También está relacionado con este castillo,
don Íñigo López de Orozco, cuyos vaivenes en la lucha fraticida entre Enrique de Trastámara y
Pedro I el Cruel, le valieron la muerte de manos del mismo rey castellano en la batalla de Nájera.
En el siglo XV, su habitante más ilustre fue don Lorenzo Suárez de Figueroa, hijo del Marqués
de Santillana, que convirtió Torija en un centro de nigromancia y juegos de mesa. Durante la
centuria siguiente los Mendoza siguieron muy relacionados con el castillo. Entre ellos destaca
don Alfonso de Mendoza, quien siendo señor de la villa, en el siglo XVI, celebró durante
treinta días y a las puertas del castillo un paso honroso durante el cual se dieron más de
noventa combates y numerosas fiestas. La estratégica situación del castillo fue una de las
razones de su destrucción, en 1811, por parte de Juan Martín, el Empecinado, quien decidió
minar las bases de sus muros para impedir que el castillo cayera en manos de las tropas
francesas.
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En el castillo de Anguix se pueden distinguir dos fases de construcción: una del siglo
XII, de la que apenas quedan restos; y otra de los siglos XIV y XV, fecha esta última
a la que pertenece su torre del homenaje.
Un arco rebajado, muy propio del siglo XV, destaca en la puerta de ingreso a la fortaleza;
pero lo más relevante de ella es su torre del homenaje situada en el ángulo Sudoeste del
recinto. Exteriormente posee cuatro garitones, de los cuales tres llegan hasta el suelo, así
como amplios ventanales.
Su acceso está situado a cuatro metros del suelo para evitar, en caso de peligro, un ataque
directo a sus estancias interiores. Tiene tres plantas, de las cuales la inferior estuvo
destinada a mazmorras, y conserva restos de una escalera en forma de caracol que
permitía el acceso a la zona superior, que posiblemente estuviera almenada.
Durante el siglo XIV el castillo perteneció a la villa de Huete y fue entregado por el
rey castellano Alfonso XI a su caballero Alfón Martínez, cuyo hijo contrajo
matrimonio con una descendiente de la poderosa familia Carrillo, a la que
perteneció la fortaleza hasta el siglo XV. Fue entonces cuando nuevamente en
manos de la Corona castellana, el castillo acabó en manos de Lope Vázquez de
Acuña, quien lo vendió en 1484 al conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza.
El paso del tiempo deterioró considerablemente sus muros, que fueron casi
destruidos durante la Guerra de Sucesión, ya que fue tomado por las tropas
austriacas. Éstas decidieron abandonarlo ante la presión del ejército borbónico, no
sin antes dinamitarlo para evitar su posesión por parte del enemigo. En 1847 pasó a
manos particulares por compra de todo el territorio que lo circunda, hallándose
actualmente en la misma situación.
Uno de los personajes que durante más tiempo habitó el castillo de Anguix fue, sin
duda, Íñigo López de Mendoza (1435-1515). Poseedor del título de conde de Tendilla,
adquirió la fortaleza por compra en 1484. Su finalidad era redondear sus posesiones
en torno al río Tajo y sus afluentes, conformando así un gran señorío territorial, que
le permitió lograr una importante posición social y ocupar altos puestos en la Corte
de los Reyes Católicos, como embajador en Roma y comandante de las tropas que
tomaron Granada en 1492. Sus herederos recibieron, más tarde, el título de
marqueses de Mondéjar.
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El interior del castillo se encuentra muy trasformado a causa de las restauraciones que ha conocido la fortaleza y que la
han destinado a Parador Nacional de Turismo, por lo que es difícil precisar cual era su estructura original. En la
actualidad existe en su interior un gran patio que, con un profundo pozo en su centro, ostenta en uno de sus lados una
hermosa galería de madera y decoración esgrafiada y de escudos que datan del siglo XVI.
Durante el siglo XV contó, el interior del castillo, con hermosos artesonados que
decoraban la techumbre de sus salones, y que fueron realizados según deseos del cardenal
don Pedro González de Mendoza. Quedaron destruidos tras el incendio que afectó a todo
el recinto durante la Guerra de la Independencia.
El punto sobre el que se alza el actual castillo de Sigüenza ya contó con una fortaleza erigida en el siglo V por los
visigodos sobre un castro romano. Entonces era conocida la localidad como "Segontia" o "Segunda". Con la llegada de
los musulmanes a esta zona de la península, Sigüenza vio trasformar su fortaleza en una alcazaba musulmana, que
sufrió nuevos cambios arquitectónicos tras la toma de la ciudad por el ejército cristiano en el siglo XII. La restauración
de la sede episcopal de Sigüenza tras la toma de la ciudad, facilitó el crecimiento de una población que ya con Alfonso
VII contó con la autoridad de los obispos sobre ella.
La obra constructiva del castillo fue aumentando con los siglos hasta ser completada en el XV bajo
las órdenes del cardenal don Pedro González de Mendoza, obispo de esta ciudad. Ya en el siglo
XVI, el castillo se encontraba en muy mal estado a causa del descuido de sus propietarios, los
herederos de Mendoza, y fue entonces cuando comenzó a ser utilizado como cuartel para la milicia
provincial según mandato de Felipe II. Durante la Guerra de Sucesión albergó al candidato al
trono de España, Carlos de Austria, hecho que motivó la ira de los habitantes de Sigüenza,
fervientes defensores del candidato borbónico Felipe.
Durante todo el siglo XIX, la historia militar de la fortaleza de Sigüenza es muy activa, comenzando con la toma de la
plaza por los franceses, que la ocuparon desde 1808 hasta 1811, año en el que fueron expulsados de ella por Juan
Martín el Empecinado. Su ruina por esos años ya era evidente, por lo que dejó de ser residencia episcopal, para volver,
en 1836, a estar ocupada por un ejército. En esta ocasión sus residentes fueron las tropas carlistas bajo el mando de
Ramón Cabrera. Cuando éste vio perdida su causa, se retiró del castillo no sin antes ordenar la casi total demolición de
sus muros. Posteriormente fue destinada a Cuartel de la Guardia Civil. Ello motivó el que fuera blanco de los
bombardeos durante la guerra civil y que quedara prácticamente arruinado.
El cardenal fue el impulsor de la construcción de un recinto murado que ensanchó el perímetro de la fortaleza,
capacitándola para albergar a más de mil hombres. Fue él también el responsable de la construcción en su interior de
una vivienda para los prelados que no restó capacidad militar a la antigua fortaleza.
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Aunque existió en este mismo lugar un puesto fortificado anterior, el actual castillo de
Cifuentes comenzó a construirse en 1324. En esta fecha, el Infante don Juan Manuel,
señor de estas tierras, ordenó el comienzo de la edificación de una fortaleza sobre
construcciones anteriores difíciles de fechar, aunque probablemente no muy antiguas, tan
sólo de la centuria anterior.
Erigido sobre una pequeña loma y con una apariencia de inmensa mole de piedra, el castillo de Cifuentes fue mandado
construir por el noble castellano don Juan Manuel. Sus muros, que conforman una planta rectangular, poseen torres en
las esquinas de distintas formas: la situada en el Noroeste de la fortaleza es de planta redonda, siendo cuadradas las
otras dos y pentagonal la del homenaje. La puerta de ingreso al castillo es acodada, lo cual demuestra la influencia
islámica de sus constructores. En origen el castillo estuvo rodeado por un foso, hoy en día cegado.
Su hija, la Infanta doña Blanca de Portugal, madre del rey Dionis, también se preocupa de embellecer Cifuentes
finalizando la construcción del templo parroquial que iniciara su madre. Al fallecimiento de doña Beatriz, es su hija
doña Blanca quien hereda el señorío junto a otros bienes con que le dota su abuelo, Alfonso X, con la intención de
conseguir para ella un buen matrimonio. La problemática castellana del momento, con el enfrentamiento entre el rey y
su hijo, el futuro Sancho IV, impide que los deseos del monarca se lleven a cabo.
Pero aunque doña Beatriz no puede contraer matrimonio, no se interrumpen sus amores con el
noble portugués Pedro Núñez Carpenteiro, siendo ambos los padres del futuro Maestre de
Calatrava Pedro Núñez de Prado. El señorío de Cifuentes, entretanto, sigue engrandeciéndose y
aumentando sus defensas con la construcción de un recinto amurallado que en 1324, cuando la
villa pase por compra al Infante castellano don Juan Manuel, albergará al castillo. Ya en el siglo
XV el rey Juan II donó la fortaleza a su privado don Álvaro de Luna, quien lo cedió al alférez
mayor de Castilla, Juan de Silva.
Esta fortaleza jugó un importante papel durante la Guerra de Secesión española, cuando fue tomada por las tropas del
archiduque Carlos, candidato al trono de España frente a Felipe de Borbón, el futuro Felipe V. Durante la Guerra de la
Independencia, siguió teniendo el castillo su importancia militar, pues fue ocupado por dos veces por las tropas leales
al Empecinado. Durante la guerra civil española sufrió el castillo de Cifuentes grandes destrozos en sus muros, por lo
que hubo de ser reconstruido.
Sin duda los personajes más relacionados con este castillo son el Infante don Juan
Manuel, su constructor, y la princesa de Éboli. Al noble castellano pertenecen los escudos
que la fortaleza ostenta en la zona de Poniente, bajo un arco apuntado. Hijo del Infante
don Manuel, el menor de los habidos por Fernando III el Santo y Beatriz de Suabia, nació
en Escalona en 1282. Quedó huérfano a muy temprana edad y dada su condición de hijo
de Infante de la Corona de Castilla, ocupó desde muy joven un importante lugar en la
Corte como regente durante la minoría de edad de Alfonso XI.
Sus rebeliones contra este monarca y el gran patrimonio que había logrado acumular, hicieron de don Juan Manuel
uno de los nobles más potentados del reino castellano, hasta el punto de manejar los hilos de la política del reino
entablando relaciones directas con el soberano aragonés, tal y como nos demuestra la numerosa documentación que
desde el castillo de Cifuentes envió al monarca de aquél reino, Pedro IV. Fue don Juan Manuel señor de Cifuentes
desde el año 1317, en que lo adquirió por compra a doña Blanca, aunque hasta siete años después no comenzó la
construcción del castillo edificado según sus deseos.
Heredado el señorío por su hija doña Juana, reina de Castilla por su matrimonio con
Enrique II de Trastámara, Cifuentes pasa, al cabo del tiempo, a manos de la poderosa
familia de los Silva. El cuarto conde de Cifuentes, don Fernando de Silva, es el propietario
del castillo cuando su hija Catalina, esposa de Diego Hurtado de Mendoza, da a luz en
1540 y en el propio castillo a su hija, doña Ana de Mendoza de la Cerda y Silva,
posteriormente princesa de Éboli por su matrimonio con el noble portugués poseedor de
este título.
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En el lugar en donde hoy se alza el castillo hubo, en la temprana Edad Media, una atalaya
musulmana denominada por sus moradores "Chadaraque" y de la que hoy no se
conservan restos, ya que el castillo que hoy contemplamos es enteramente obra del tercer
tercio del siglo XV. Actualmente se encuentra reconstruido gracias a la iniciativa
municipal.
Sobre un elevado cerro desde el que se dominan varios kilómetros de la vega del Henares y la cordillera Carpetana, se
alza el castillo de Jadraque. Posee una planta muy alargada y rectangular de grandes dimensiones, y en sus muros
cuatro torreones cilíndricos y uno rectangular. No cuenta con una torre del homenaje, ya que la avanzada fecha de su
edificación, cuando la artillería era el arma ofensiva más utilizada, no recomendaba la construcción de ninguna torre
que destacara del resto del conjunto, pues sería un blanco perfecto.
Desde el punto de vista defensivo, toda la fortaleza está rodeada por una achatada barrera de
piedra que, paralela a los muros del castillo, conforma un pasillo desde el que se situaría la
artillería. Interiormente, el castillo de Jadraque posee dos zonas diferenciadas: la militar y la de
residencia señorial, separadas ambas por un patio.
El cerro sobre el que se alza el castillo de Jadraque, definido por Ortega y Gasset como "el más perfecto del mundo",
debió contar en época islámica con un punto fortificado dado lo estratégico de su situación. Históricamente también es
conocida como la fortaleza del Cid, ya que según las leyendas, fue Rodrigo Díaz de Vivar el conquistador de esta plaza
cuando se hallaba en manos musulmanas. La fortaleza que hoy se alza en Jadraque es, sin embargo, de finales del siglo
XV, fecha en la que el cardenal don Pedro González de Mendoza ordenará la edificación del castillo-palacio.
Éste fue heredado por su hijo, Rodrigo, marqués de Cenete. A raíz del matrimonio de la
hija de éste con el duque del Infantado, el castillo pasó a ser propiedad de esta familia
hasta el siglo XIX, en la que extinguida ya, pasó a la Casa de Osuna. En 1889, y dado su
estado ruinoso, el municipio de la villa de Jadraque lo adquirió, en pública subasta, por el
irrisorio precio de 300 pesetas, procediendo a su inmediata restauración.
El castillo de Jadraque se encuentra íntimamente relacionado con el Cardenal don Pedro González de Mendoza (1428-
1495). Hábil político, prelado insigne y consejero de los Reyes Católicos, realizó en 1469 un trueque con el arzobispo de
Toledo, don Alfonso Carrillo, propietario de Jadraque en estas fechas, quizá con la intención de redondear sus señoríos
en Guadalajara y crear un patrimonio territorial que legar a sus hijos. Por medio del acuerdo entre ambos, el cardenal
Mendoza promete entregar a Carrillo la villa y fortaleza de Maqueda, así como la alcaldía mayor de Toledo.
Alfonso Carrillo, por su parte, le entrega las denominadas fortalezas del Cid (hoy conocida
como castillo de Jadraque) y de Alcorlo, junto con la villa de Jadraque y la tierra de
Alcorlo. Las negociaciones entre ambos no fueron fáciles, dada la dificultad de valoración
de ambos lotes. Una vez en posesión del castillo y la villa de Jadraque, el cardenal
Mendoza realiza, en 1489, una donación a favor de su hijo Rodrigo, marqués de Cenete,
propietario de ambos lugares desde ese momento.
Residió en Jadraque don Rodrigo de Mendoza a partir de1506, cuando ya estaba casado en segundas nupcias con doña
María de Fonseca. En este mismo castillo nació la hija de ambos, doña Mencia de Mendoza, condesa de Nassau por
matrimonio. También ella residió en el castillo de Jadraque una vez que quedó viuda en 1533.
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El castillo de Niebla, conocido también como el de los Guzmanes, posee dos recintos. El primero
de ellos rectangular con barbacana y torres cilíndricas, mientras que el segundo, situado en el
interior del conjunto, presenta diez torres cuadradas de robusta construcción. Este recinto
interior se halla dividido en dos mitades por una pared central que lo atraviesa. Posiblemente
tuviera una finalidad divisoria: la zona occidental estaría dedicada a caballerizas, almacenes y
armería, mientras que la oriental contendría las dependencias domésticas.
La zona sobre la que se asienta el castillo de Niebla, junto a la población del mismo
nombre, ha conocido un poblamiento continuado desde la Antigüedad. En época romana
era conocida como "Illipa", que derivó en "Elepa" cuando fue habitada por los visigodos.
Los musulmanes, al tomar la plaza, la denominaron "Lebla", nombre que volvió a ser
sustituido cuando la zona fue reconquistada por las tropas cristianas. En 1262, Alfonso X
el Sabio, tomó en su poder la fortaleza musulmana y la villa que la circundaba, pero no
fue hasta el siglo XV cuando comenzó a ser llamada Niebla, al convertirse en cabeza del
condado que el rey Enrique II creó para dote de su hija Juana Enríquez, esposa de Juan
Alfonso de Guzmán, cuarto señor de Sanlúcar.
En los años siguientes, el castillo pasó a ser propiedad de los descendientes de aquél,
los duques de Medina-Sidonia, para pasar más tarde a manos de la casa ducal de
Medinaceli, entre cuyas propiedades se mantuvo hasta finales de siglo pasado. Al
deterioro del castillo por la acción del tiempo no estuvo ajena la actuación de las
tropas francesas que volaron la fortaleza en 1812. Los innumerables destrozos de esta
acción artillera se unieron a la desidia de sus vecinos que, faltos quizá de vivienda, no
dudaron en despojar de sus sillares la muralla de la fortaleza, así como en construir
adosados a sus muros, chamizos de escasa calidad constructiva.
El castillo y villa de Niebla vieron modificado su status jurídico en 1368, año en que
nacía el condado de Niebla. Su titular era Juan Alonso de Guzmán, señor de Sanlúcar
de Barrameda, que recibió el título de conde de Niebla por expreso deseo del monarca
castellano Enrique II de Trastámara, con el que había emparentado al contraer
matrimonio con su hija Beatriz. Fue un cambio importante, sin duda, tanto para la vida
interna y la economía del castillo como para las aldeas que lo rodeaban, pues era la
primera vez que se creaba un condado, por juro hereditario, y en una persona que no
era de sangre real.
Aquelarre
En una escarpada colina a más de 130 metros sobre el cauce del río Cinca, se yergue la
fortaleza del castillo de Monzón. Se encuentra construido sobre una antigua atalaya
fortificada musulmana que, a su vez, ocupó el emplazamiento de un castro romano
preexistente. Protegido por un foso de 3 metros de profundidad, que se atraviesa por
medio de un puente levadizo, el castillo es un ejemplo de fortaleza defensiva con sus
potentes muros de ladrillo, de 2 metros de espesor. El castillo de Monzón, cuya entrada se
halla en el ángulo Sureste del conjunto, está compuesto por varios edificios
independientes. De ellos, la capilla es el más interesante. De una sola nave, cubierta con
bóveda de cañón apuntado, termina en un ábside iluminado por una ventana
semicircular.
También actuó la capilla como torreón defensivo, cumpliendo así una doble función,
militar y religiosa, propia de los edificios pertenecientes a una Orden militar. La torre del
homenaje, de planta cuadrada, posee un aparejo de sillería que en sus entrepaños
distingue cantos rodados colocados en forma de espina de pez, al modo romano, lo cual
nos habla de que su construcción ha de ser forzosamente anterior a la ocupación de los
Templarios. La Torre de Jaime I (así denominada por haber residido en ella el monarca
en su infancia) es de planta trapezoidal, con dos pisos y ventanas semicirculares. Muy
cerca de ella se encuentra la Torre de las Dependencias de aspecto ancho y robusto, con
una chimenea que pudo servir como salida de humos de una cocina.
La zona en donde se alza el castillo de Monzón fue ya habitada desde tiempos romanos,
en los que se construyó un castro, más tarde sepultado bajo una fortificación
musulmana denominada "Monçones", de donde derivaría su nombre actual de Monzón.
Fue Pedro I quien lo reconquistó en el 1089 y pobló su villa. Alfonso VII, el Batallador
en su testamento, dejó el castillo en manos de la Orden del Temple, que lo convirtió en
su principal encomienda dentro del Reino de Aragón. Posteriormente sirvió de
residencia temporal, hasta la mayoría de edad de Jaime I el Conquistador, rey de
Aragón. Jaime II atacó sus muros, en 1306, con el fin de expulsar a los últimos
caballeros Templarios que, dirigidos por Bartolomé de Bellvis, se negaban a
abandonarlo.
Aquelarre
Situado a 30 kilómetros de la ciudad de Huesca, el castillo de Loarre fue iniciado a finales del siglo XI, por lo que está
considerado de construcción cristiana, pese a encontrarse algún lienzo de muralla de fábrica musulmana entre sus
restos. De carácter religioso, militar y palaciego, se alza sobre una escarpada colina en las estribaciones de la sierra de
Guara, al norte de Huesca.
La puerta de la fachada principal, con portada de medio punto abocinado, cuenta con una interesante decoración
escultórica: la figura de un Cristo bendiciendo dentro de un nimbo almendrado (mandorla) y rodeado del Tetramorfos.
Todo el recinto se ve rodeado de diferentes construcciones defensivas. La zona que corresponde al monasterio puede
ser dividida en dos partes. En la primera de ellas existe una capilla de traza muy sencilla, de una nave y construida en la
zona más elevada del montículo según modelos románicos. Puede ser fechada a mediados del siglo XI.
La iglesia posee también una cúpula de crucero que se apoya en una combinación de trompas y pechinas. Sus muros se
hallan decorados con motivos típicos de la zona de Jaca, es decir, con cenefas taqueadas. Destaca también la
decoración de sus 78 capiteles con una variada decoración ornamental. Bajo el suelo encontramos una cripta que,
adecuándose al relieve de la montaña, posee una bóveda de cañón.
La existencia del castillo de Loarre está ligada a Sancho Ramírez, quien en el año 1070 arrebató a
los musulmanes esta zona, donándola a los canónigos regulares de la Orden de San Agustín. Por
medio de una bula de Alejandro II, se dio comienzo a la fundación monacal que subsistió (hasta el
1096, año en el que los monjes se trasladaron a Montearagón) con la zona palaciega de Loarre.
Fue en ella en donde fijó su residencia el propio Sancho Ramírez, su hijo Pedro I y posteriormente,
Sancho III, el Mayor, rey de Navarra. Gracias a esta circunstancia, el castillo de Loarre se convirtió
en uno de los puestos más avanzados del reino de Aragón ante los musulmanes asentados en
Huesca y Barbastro.
El castillo fue saqueado en 1287 y dos siglos después ocupó un lugar destacado en las luchas que se dieron a raíz del
Compromiso de Caspe. En 1418, Alfonso V cedió el castillo a su hermano Juan, y más tarde pasó a manos de Antonio
de Luna, aunque a finales de ese siglo retornaba a poder de la Corona. El deterioro y abandono del castillo comenzaron
en el siglo XVI, salvándose de su desmantelamiento gracias a la intervención de Felipe II. Su importancia estratégica
había acabado muchos antes por lo que, casi olvidado, fue residencia de soldados durante las guerras de Sucesión e
Independencia. A principios del siglo XX fue declarado Monumento Nacional, siendo restaurado en 1975.
El ataque, provocado por las tropas de Fernando I de Trastámara o de Antequera, formó parte del enfrentamiento
entre éste y los partidarios del conde Jaime de Urgel, tras las conversaciones que finalizaron con la firma del
Compromiso de Caspe. El asedio al castillo duró varios meses, durante los cuales, doña Violante fue asistida por
soldados ingleses y franceses reclutados por su hermano, Antonio de Luna. Cuando el castillo fue tomado por el
ejército real, doña Violante debió su vida y su libertad a la influencia que sobre los vencedores ejerció su familia, entre
ellos Benedicto XIII, conocido como el "antipapa" Luna, durante el Cisma que dividió a la Iglesia Católica en el siglo
XV.
Aquelarre
Aunque la mayor parte del actual castillo-palacio de Sabiote data del siglo XVI, las zonas
más antiguas de este recinto fortificado debieron construirse en el IX, época en la que el
cerro sobre el que se alza la fortaleza era de gran importancia estratégica para los
musulmanes que habitaban la zona. Con la toma del puesto fortificado de Sabiote por los
cristianos, ya en el siglo XIII, conoció importantes reformas arquitectónicas mucho más
acusadas cuando la Orden de Calatrava se hace cargo de ellas.
Sabemos poco de la edificación del castillo en estas fechas aunque es evidente, tras los estudios realizados en el recinto,
que en el siglo XIV existía allí un edificio de planta rectangular del que se restauraron algunos lienzos de sus murallas y
torres que ya amenazaban ruina. Pero fue en la primera mitad del siglo XVI, siendo el castillo de la familia Cobos,
cuando la importancia de las obras es tal que casi podemos hablar de la edificación de un castillo de nueva planta, pese
a que en 1533 se habían realizado algunas tareas de restauración en él, tal y como han demostrado los estudios
arqueológicos realizados en el castillo a partir de 1981.
El primitivo castillo debió contar con una planta cuadrada franqueada en sus esquinas por cubos o torres, siguiendo un
esquema preestablecido en todas las fortalezas musulmanas de Al-Andalus. Posteriormente, quizá en la
reestructuración del castillo realizada entre 1533 y 1535, se le añadieran dos torres más, que también fueron
modificadas tras la reforma que realizara Cobos al adquirirlo. Lo más llamativo en este castillo son los elementos
defensivos que siguen las directrices de la fortificación abaluartada utilizadas en Italia en el siglo XVI. Un ejemplo de
ello son las troneras de la torre Noroeste y las dobles espingarderas de las almenas, que coexisten con motivos civiles
de escudos heráldicos y grutescos en las pilastras.
Bajo las construcciones de la zona Sudeste del castillo existen galerías abovedadas con
una casamata de comunicación. El interior de la fortaleza se encuentra casi totalmente
arruinado, conservándose tan sólo parte del patio, que debió ser triangular, y de donde
parte una escalera construida en el muro de acceso al adarve. Debió contar el patio con
una arquería de columnas y capiteles jónicos, conservándose tan sólo en esta zona un
gran salón como único resto.
La importancia de Sabiote como lugar propicio para la instalación de una plaza militar es muy antigua. Los recientes
estudios arqueológicos realizados en la zona en donde se alza el castillo, conocida como La Loma, arrojan una
secuencia de asentamiento que, comenzando en la Edad de Bronce, conoce una continuidad durante la época ibérica y
visigoda. Se constata también que en torno al siglo IX existió un asentamiento musulmán duramente atacado en 1137
por Alfonso VII, que no logró tomarlo. Las fuentes árabes se refieren a este primer emplazamiento como "castillo de
Sabiyuta, demarcación de Úbeda, en la Cora de Jaén".
Fue en el primer tercio del siglo XIII cuando la toma de Sabiote se hizo efectiva por parte del ejército cristiano,
comenzando para este enclave una etapa protagonizada por la concesión de una nueva reglamentación jurídica basada
en el Fuero de Cuenca. A partir de 1254, la villa y el castillo pasan a ser posesión de la Orden de Calatrava, que con este
asentamiento redondeaba sus posesiones en el alto Guadalquivir, entrando a formar parte ya en el siglo XIV de un
patrimonio que englobaba también a las plazas fuertes de Canena, el Collado y Torre de Calatrava.
Fue Francisco de Cobos, considerado por algunos como valido del emperador Carlos V, el impulsor de la construcción
del castillo de Sabiote tal y como ahora lo contemplamos. Verdadero mecenas del renacimiento español, Cobos
introdujo en la edificación de Sabiote elementos artísticos italianizantes, al tiempo que reforzaba el carácter militar de
la fortaleza para prevenir, según algunos, la amenaza de los turcos y franceses. Esta última motivación no es
compartida por todos los historiadores que argumentan la lejanía del mar en relación a Sabiote y por tanto la relativa
necesidad de fortificar el castillo por esta causa.
Es evidente, sin embargo, que la cantidad de armas que el mismo Cobos encarga en
Italia, así como la maquinaria de guerra que según el inventario de 1567 posee el castillo,
debían tener una profunda causa. Todo ello unido a que en Sabiote se aplican los
principios de fortificación abaluartada seguidos en esa época en Italia, nos inducen a
pensar que Cobos quiso realizar un castillo en el que confluyeran los estilos militar y
renacentista. Ello queda evidenciado en la elección de los arquitectos que trabajaron en
las obras.
Uno de ellos, Andrés de Vandelvira, maestro cantero, trabajaría en la zona más palaciega de Sabiote, quedando la
estrictamente militar en manos de algún ingeniero del emperador Carlos V, quizá Benedetto de Ravenna. La finalidad
de Cobos con la reconstrucción de Sabiote y la adquisición de las villas de Torres y Canena fue la creación de un
mayorazgo, cuyos trámites interrumpió su muerte acaecida en 1547. Su viuda, doña María de Mendoza, VI condesa de
Ribadavia, se encargo de llevar a efecto los deseos de su marido, creando un amplio patrimonio que más tarde heredó
el hijo de ambos, Diego de Cobos.
Aquelarre
La cúspide del cerro sobre el que hoy se asienta el castillo de Santa Catalina estuvo
ocupado originalmente por una alcazaba islámica construida en el siglo VIII. A partir de
este momento podemos distinguir tres fases constructivas en el castillo. En la primera de
ellas, del siglo XIII al XV, en el cerro de Santa Catalina se construiría la mayor parte de
la fortificación, edificándose las seis torres y los lienzos de muralla que conforman la
planta del castillo. Se erigió así, lo hasta ahora conocido como Alcázar Nuevo. A finales
de esta fase constructiva se levantó la torre del homenaje.
La segunda fase se inició en el siglo XVII, cuando se remodelaron las dependencias internas del castillo reutilizando
materiales existentes en el mismo recinto. Ya en los inicios del siglo XIX, con la toma de la fortaleza por las tropas
franceses, conoce el castillo de Santa Catalina una tercera fase de construcción en la que se modifican nuevamente sus
dependencias interiores. Se articula ahora el castillo en tres áreas: la de acceso, la del patio de armas inferior y la del
patio de armas superior, situado al Noroeste del recinto.
Fueron también los franceses los constructores de un hospital en el interior del recinto
fortificado, así como de una serie de pabellones destinados al gobernador de la plaza y a la
guarnición. De ellos no quedan ahora más que escasos restos de su basamento. La zona
denominada como Alcázar Viejo, la más antigua y situada en el Oeste del cerro, fue
nuevamente remodelada en 1965 para instalar en ella un Parador Nacional de Turismo.
Elevado sobre una cumbre desde la que se divisa la ciudad de Jaén, el castillo de Santa Catalina se nos aparece como
una fortaleza inexpugnable sobre un rocoso cerro. Su planta es trapezoidal adaptándose al difícil terreno sobre el que
se asienta. Los lienzos de sus murallas muestran seis torres de distinta planta: la del Homenaje, la de las Damas, las
Torres Albarranas, la Torre de la Vela y la de las Troneras. La del homenaje, con su forma rectangular, domina el
conjunto no sólo por su mayor altura, sino también por la robustez de sus muros.
Se conservan aún en el interior del castillo aljibes y mazmorras subterráneas, que fueron trasformadas por los
franceses cuando tomaron el castillo durante la Guerra de la Independencia. Unida a la fortaleza mediante un arco a
modo de puente, se encuentra la capilla de Santa Catalina, en la que también se mezclan elementos constructivos
islámicos y cristianos. Posee una sola nave con bóveda apuntada y una cúpula peraltada.
La misma situación estratégica del cerro donde se alza el castillo motivó la edificación
en su cumbre de un puesto fortificado musulmán ya en el siglo VIII. Tras la conquista de
Jaén, en 1246, por las tropas de Fernando III el Santo, la alcazaba musulmana fue
bautizada con el nombre de Santa Catalina, pues tradicionalmente se acepta que fue el
día de la advocación a esta santa (25 de noviembre) cuando la conquista se hizo efectiva,
aunque no existe ningún documento que nos informe de ello. La fortaleza allí existente
fue sustancialmente modificada, añadiéndose entonces elementos defensivos cristianos.
Los cambios más importantes en su estructura arquitectónica se dieron, sin embargo, durante los reinados de Alfonso
X y Fernando IV de Castilla, durante los cuales, el castillo jugó un importante papel en la política reconquistadora
castellana de Andalucía. En el transcurso de la Guerra de la Independencia, la fortaleza de Santa Catalina fue tomada
por los franceses. La habitaron poco tiempo, pues hubieron de abandonarla tras la derrota sufrida por su ejército en la
batalla de Bailén.
No obstante su paso por este castillo dejó honda huella y numerosos restos sobre todo
en las estancias subterráneas, en donde, según documentación de la época, se instaló un
hospital con capacidad para cincuenta camas. Actualmente, el castillo se encuentra muy
restaurado y modificado en su estructura ya que se habilitaron sus estancias como
Parador Nacional de Turismo.
Quizá sea el rey castellano Fernando III el Santo uno de los monarcas más ligados al castillo de Santa Catalina, ya que
fue él quien se lo arrebató a los musulmanes, ordenando después la celebración de una misa, en agradecimiento por la
victoria. Esta celebración tuvo lugar en la capilla de castillo, que posteriormente, en el siglo XIV, contaba con unos
frescos en donde se narraba la vida del obispo de Jaén, San Pedro Pascual, mártir cristiano que prefirió seguir
prisionero en Granada predicando el Evangelio a ser rescatado por los cristianos, que no pudieron evitar su
decapitación en 1302.
En el siglo XV, uno de los residentes más ilustres del castillo de Santa Catalina fue don Miguel
Lucas de Iranzo, artífice de la construcción de la torre del homenaje. Hombre de fuerte
carácter logró atraer la atención del rey castellano Enrique IV que, temeroso de las intrigas de
la alta nobleza, quiso crear una nueva. A este recién nacido grupo pertenecía Miguel Lucas de
Iranzo ascendido a condestable de Castilla por decisión real y nombrado también alcaide de
Jaén.
Aquelarre
Es un castillo de imponente aspecto y solidez. Posee una sola entrada defendida por
torres de base rectangular; en los ángulos, pequeños torreones y en una de las
esquinas, se sitúa la torre del homenaje. Su planta irregular (de unos 38 por 25
metros) está rodeada por un foso y un doble recinto almenado.
El interior obedece al clásico modelo medieval de defensa, con pocas ventanas y puertas alargadas que sumado a su
posición sobre el mapa, situado en un peñasco aislado, hacen muy difícil poder superarlo.
Cuentan las crónicas, que el castillo de Andrade y sus tierras le fueron entregadas en 1369 a Fernán Pérez de Andrade
por sus servicios a Don Enrique de Tratamara. Daría orden entonces el señor de Andrade para construir la mayor parte
de la fortaleza.
Ya en 1476, varios nobles gallegos iniciaron una serie de revueltas conocidas como el
levantamiento de los Hernandinos (ver Fogar de Breogan) que pretendía desmantelar todas las
fortalezas de Galicia, teniendo que ser reedificado en esa misma fecha.
El mecanismo de defensa del señor de Andrade no pudo ser más expeditivo. La leyenda cuenta el castigo que sufrían
aquellos jefes de patrullas devastadoras que eran capturados, más en concreto centrada sobre la figura de Alonso de
Lanzós: después de ser encerrados durante cien días sin ver luz alguna eran emparedados vivos, de pie y atados, en un
muro de tres metros de espesor. Antes, se les cortaba la mano derecha.
Hoy día, este castillo es monumento nacional desde 1924, siendo el primero de la
provincia en alcanzar tal distinción.
Aquelarre
Construido por los Templarios a principios del siglo XIII, el castillo de Ponferrada
fue erigido sobre construcciones anteriores. Entre ellas se advierten restos de un
antiguo monasterio amurallado que, según estudios arqueológicos, data del siglo VII.
Durante el XV fue casi totalmente reconstruido por su propietario en esas fechas,
Pedro Álvarez Osorio, aunque posteriormente, ya en el reinado de los Reyes
Católicos, conoció algunas adiciones arquitectónicas como la torre situada junto a la
del homenaje que, según los datos heráldicos que posee, podría fecharse entre 1486 y
1492, ya que en ella aparece un escudo de los monarcas con una granada, que quizá
haga alusión al reino nazarí recién conquistado.
Realizado para facilitar el paso a los peregrinos que iban camino de Santiago de
Compostela, el castillo de Ponferrada es uno de los más bellos e importantes del antiguo
Reino de León. Se eleva sobre una pequeña colina que domina el río desde sus 60 metros
de altura. Su planta tiene forma de cuadrilátero irregular alargado y posee varios recintos
hasta acceder al núcleo del castillo. El más exterior de ellos esta formado por una muralla
almenada, con líneas de matacanes y mampostería de pizarra. El ingreso al castillo es de
una complicada arquitectura gótica: un puente de piedra salva el foso y nos acerca a una
puerta formada por dos arcos de medio punto, con repisas en forma de cabeza humana y de
flor. Posee también un peine o rastrillo con cornisa de matacanes.
Una vez en el interior se accede al patio de armas, que con una forma trapezoidal,
presenta un gran pozo en el centro, mientras en sus lados se abren las estancias o
celdas timbradas con el escudo de la Orden del Temple: dos cuadrados en enlace,
una cruz, una estrella, una rosa y una divisa bíblica entresacada del Libro de los
Salmos. La torre de homenaje es hueca y posee varios accesos precedidos por
puentes levadizos desde varios planos de la fortaleza, lo cual facilitaba su defensa
en caso de ataque.
Al Sur del recinto se encuentran las ruinas del antiguo monasterio, construido en
mampostería, sobre el que fue erigido el castillo y que han sido fechadas en el siglo
VII. En un gran cubo, situado en el ángulo Noreste, campean las armas de Castilla,
Osorio y Castro. En todo el recinto abundan, entremezclados, los escudos de armas y
los símbolos que hacen referencia no sólo a la Orden del Temple, como ya dijimos,
sino también a los nobles y reyes que tuvieron relación con la vida del castillo, tales
como los Castro, don Fadrique de Castilla, y los Reyes Católicos.
Con una excelente situación estratégica, este castillo y la villa del mismo nombre se encuentran
situados junto al antiguo puente medieval reforzado con hierro ("pons ferrata") de donde toma
su denominación. A lo largo de su historia, esta fortaleza contó con numerosos propietarios que
valoraban su buena situación geográfica. Aunque el castillo nació con el fin de proteger y dar
asilo a los peregrinos jacobeos, este mismo emplazamiento ya conoció un puesto fortificado en
época prerromana e imperial. La ciudadela sería destruida tras las duras incursiones en la zona
del ejército musulmán de Almanzor.
Fue ya en el siglo XIII cuando los Templarios levantaron el actual castillo que durante su
existencia activa cumplió una triple misión de fortaleza, cenobio y palacio. Su posesión por
parte de la Orden del Temple se debió a la cesión que les realizó en 1218 el rey Alfonso IX. En
1310, durante el reinado de Fernando IV, y a pesar de que en el Concilio de Salamanca los
caballeros templarios habían sido absueltos, se ordenó su desalojo del castillo, que pasó a ser
propiedad de la Corona de Castilla. Durante el reinado de Alfonso XI fue donado al conde de
Lemos, Pedro Núñez de Castro, y con Pedro I el Cruel formó parte del señorío de su esposa,
doña Juana de Castro.
De ella pasó a manos de don Fadrique de Castilla, hijo de Isabel de Castro, sobrina de doña
Juana, de quien finalmente volvió a pasar a ser propiedad de los condes de Lemos. Ya en el siglo
XV, Ponferrada retorna su antiguo status de realengo, acabando los Reyes Católicos con las
luchas mantenidas entre los miembros de la familia Lemos y los Manrique po la posesión del
castillo. Fue entonces cuando los monarcas otorgaron la alcaidia del castillo a los marqueses de
Villafranca.
Con independencia de los maestres y freires de la Orden del Temple que habitaron durante
años el castillo de Ponferrada, uno de los personajes más relacionados con esta fortaleza fue el
duque de Arjona, que realizó en ella numerosas reformas arquitectónicas. Su testamento, en el
que repartía entre sus herederos su extenso señorío y en el que estaba incluido el castillo de
Ponferrada, creó graves problemas a los Reyes Católicos, deseosos de acabar con aquellos
nobles que, basándose en su poderío territorial, pudieran alzarse contra la Corona.
Por ello, y como pretexto para impedir una guerra con el conde de Benavente,
tomaron el castillo de Ponferrada, aunque no pudieron impedir, por ser legítimo su
proceder, que Rodrigo Osorio, conde de Lemos y heredero del duque de Arjona, lo
sitiara tomando prisionero a su alcaide Jorge de Avendaño. La solución al conflicto
llegó en abril de 1485, cuando los monarcas compraron el castillo, aunque éste seguía
habitado por el conde de Lemos.
Aquelarre
Tiene la fortaleza una planta cuadrada con muros de poca altura y robustos cubos circulares en sus esquinas con talud.
Estas torres destacan poco en altura en relación a todo el conjunto, en el que no existe ninguna de ellas que podamos
definir como del homenaje. Toda la obra del castillo es de sillarejo, de piedra caliza.
En el siglo XV, la villa de Grajal pasó a manos de la familia Velasco. Uno de sus miembros, Fernando de la Vega, señor
de la villa y comendador mayor de la Orden de Santiago, proyectó la construcción del castillo que comenzó a edificarse
con su hijo y sucesor Juan de la Vega de Acuña, ya en el siglo XVI. Tuvo éste algún problema con la construcción del
castillo, ya que la legislación de la época impedía el levantamiento de fortalezas militares.
Son muchos los autores que explican su construcción como un deseo personal de Fernando de la Vega, padre del
artífice del castillo, sin que hubiera para ello una razón militar concreta. En cuanto al arquitecto de la fortaleza, se ha
barajado la hipótesis de que fuera Lorenzo de Donce.
Aquelarre
Basándonos en los escudos heráldicos que encontramos en la fachada de castillo, se deduce que
fue construido en torno al 1456, aunque las obras se prolongaron por lo menos hasta el año 76 de
la misma centuria. Son muchos los autores que califican la fábrica del castillo de Valencia de Don
Juan como "pobre", ya que los materiales con los que fue construido no eran de la primera
calidad, hecho que motivó el derrumbe de gran parte de la muralla que daba al río.
Con anterioridad a la construcción de este castillo gótico, existió otra fortaleza en este mismo lugar, que desde la Alta
Edad Media contó con una importancia considerable por haber sido sede de la celebración del Concilio de Coyanza en
el año 1050. De esta época data su primitivo trazado románico, muy modificado tras las definitivas obras constructivas
del siglo XV.
Situado junto al río Esla, la apariencia del castillo de Valencia de don Juan es, según algunos
autores, "casi teatral". Ello se debe al conjunto de entrantes y salientes que los contrafuertes de
sus muros provocan en el espectador. No siempre tuvo, sin embargo, este aspecto, ya que una
primitiva construcción, oculta ahora, lo dotó de un trazado típicamente románico que fue
modificado en el siglo XV, cuando estuvo en manos de la familia Acuña.
Fue entonces cuando sus constructores lo dotaron de una apariencia elegante que no le hacía perder su carácter de
fortaleza militar. Estuvo provisto de un foso y un antemuro que, compuesto por cubos macizos, se derrumbó quizá a
causa de la cercanía al río. Los lienzos de sus muros exteriores se encuentran flanqueados por estrechos cubos
dispuestos en grupos de tres. Este elemento constructivo se repite en la torre del homenaje, cuyos cubos contaban con
decoración gótica en su ventanal. Actualmente se encuentra casi totalmente arruinado, aunque conserva parte de su
almenado.
Convocado en el 1050 por Fernando I y su mujer doña Sancha, supuso la primera reunión de los reinos cristianos en
las que se consolidó lo que algunos autores han denominado "neogoticismo astur" y que preconizaba la continuidad
legal y política del status establecido en la Península por los visigodos en los siglos anteriores.
Pese a que el infante don Juan no residió en el actual castillo que lleva su nombre, indudablemente se trata de un
personaje relacionado con la antigua fortaleza, oculta tras la reedificación del siglo XV. El infante don Juan (1264-
1319), hijo de Alfonso X y conocido como "el de Tarifa" por su intervención en esta batalla, ocupó importantes cargos
en la corte castellana de su época, llegando a ser tutor del rey-niño Alfonso XI por deseo de María de Molina, esposa de
su hermano Sancho IV.
Aquelarre
Tiene este castillo una planta cuadrada, cuyos almenados muros encierran una cuadrada torre del homenaje. Ésta
destaca en altura de todo el conjunto, hallándose su terraza almenada también. La base del muro principal del castillo
está construida en talud, lo que otorga a este recinto un fuerte aspecto de fortaleza militar que queda, no obstante,
anulado por los vanos y ventanas que se abrieron en sus muros.
La villa de Guisona contó con una plaza fuerte desde época romana, aunque el castillo que ahora
contemplamos es de fábrica medieval. Es conocido también como la "Obra de Fluviá", por haber
sido esta familia su propietaria durante los siglos XIV y XV. En esta última centuria perteneció a
don Pedro de Cardona, que alentó su reedificación antes de ocupar el obispado de Tarragona.
Posteriormente perteneció al pueblo de Guissona, que optó por destruir sus muros para impedir su posesión por parte de
las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia. En la actualidad se encuentra reconstruido en parte.
Una de las personas más relacionadas con el antiguo castillo de Guisona es, sin duda,
doña Blanca de Fluviá, hija de Arnaldo y esposa del señor de Figueras, que fue su
propietaria durante el siglo XIV. Tras un revés de la fortuna, la familia vendió el
castillo al pueblo por la cantidad de 170.000 sueldos.
La jurisdicción criminal quedó reservada al obispo de Urgel, que se comprometió a no terminar la obra del castillo
para impedir que algún noble se rebelara e hiciera fuerte en el mismo.
Aquelarre
La muralla aislaba a la población de los ataques exteriores. Esta estructura se veía jalonada por una serie de torres y
diversos accesos al edificio. La puerta de la Alcazaba data del siglo XIII y es la más primitiva de las dos que posee el
conjunto. La otra data del siglo XV y se la denomina Porta Nova.
Hoy en día lo mejor conservado del castillo es su torre del homenaje. Está construida en piedra
labrada y coronada con un friso de matacanes. Su acceso se realiza por una larga escalera que
lleva a una puerta situada a unos 6 metros del suelo. Posee una ventana ajimezada de abertura
sencilla. Su torre es rectangular y posee amplias dimensiones, 13 metros de lado, 30 metros de
altura y 3 metros de grosor. Su interior se compone de cuatro niveles o pisos. La escalera del
interior es de madera, iluminada por ventanas con arcos geminados. Toda la estructura remata en
una cornisa de matacanes y almenas defensivas.
Como en todas estas construcciones, el material utilizado es la piedra. La mampostería es la técnica utilizada para las
zonas menos destacadas del edificio, mientras que los sillares se localizan en las esquinas del mismo. La piedra es un
material muy apropiado para este tipo de construcciones de tipo defensivo por su dureza y abundancia en las zonas
cercanas.
Su historia va unida a la de la familia Castro, familia que habitó el castillo durante largo tiempo. En 1332 Alfonso XI le
cedió el castillo a Pedro Fernández de Castro. El actual castillo de Monforte de Lemos, así como sus murallas, entran en
la historia a partir del siglo XV, fecha en que tras los acontecimientos protagonizados por la Irmandade, es derribada la
antigua fortaleza. Según la documentación hicieron falta más de 5.000 hombres para realizar el trabajo de demolición,
que se hallaban bajo las órdenes de Alonso Soto de Candelas. En 1672, el castillo-palacio de los Andrade sufrió un grave
incendio que tardó en sofocarse más de quince días, lo que provocó su ruina casi total y el hecho de que ahora tan sólo
podamos observar en perfecto estado su torre del homenaje.
La reconstrucción del castillo de Monforte se debe a Pedro Álvarez Osorio, primer conde de
Lemos y a su esposa doña Beatriz de Castro, que contrajeron matrimonio en 1430. El castillo no
fue erigido hasta 1467, aunque en su torre del homenaje figure el escudo de doña Beatriz,
fallecida en 1455. Ello se debe al interés de su esposo por que su blasón figurara en lugar visible,
pues la posesión del castillo la conservaba gracias a la herencia que de ella recibió.
Aquelarre
La mayor parte de la construcción del castillo de Batres data de finales del siglo XV y
principios del XVI, aunque hay quien opina que la base de la torre del homenaje es anterior
a esta fecha, de mediados del siglo XIV, lo cual nos indicaría la existencia de una fortaleza
anterior en este lugar de la que no quedan más restos.
Situado a la derecha de la carretera que accede a la villa, el castillo de Batres domina el cauce del arroyo Sequillo y una
amplia zona con pequeños bosques de coníferas de reciente plantación. Su planta es casi un cuadrado perfecto y sus
muros, construidos en ladrillo, poseen sólidos contrafuertes a modo de torretas, que dotan al edificio de un original
estilo militar, facultad que nunca debió utilizar, ya que, por lo que sabemos de su historia, fue siempre considerado
residencia señorial.
Destaca del conjunto la torre del homenaje, situada al Oeste del recinto. Sus 25
metros de altura se hallan divididos en cuatro plantas. La diferencia en el tamaño y
composición de los ladrillos de su base ha hecho pensar a los arqueólogos que esta
zona del castillo es la más antigua y fue construida durante el siglo XIV, siendo a
finales de la centuria siguiente cuando se erigió el resto sobre lo anteriormente
edificado. El acceso al castillo se realiza a través de una puerta del siglo XV, con arco
de medio punto y grandes dovelas en cuya parte superior destaca el escudo con las
armas de los Guzmán y de los Laso, sobre el que se situaba un reloj de sol,
actualmente desaparecido.
Del interior del castillo destaca el patio porticado con dos arquerías: la inferior con arcos de ladrillo y capiteles de
piedra de estilo jónico; la superior, con viguería de madera, sigue el mismo esquema decorativo. Fechada a principios
del siglo XVI, la galería de este patio porticado interrumpe la sucesión de sus columnas en la planta baja para facilitar
el acceso, desde la puerta principal, al interior del castillo.
Lo forzado de esta solución ha hecho pensar a los historiadores que se realizó sobre
una estructura anterior de la que hoy no quedan restos visibles. No se conservan
ninguno de los elementos defensivos que debió poseer el castillo y que, junto con la
barbacana, fueron desmontados en el siglo XVI.
La villa de Batres, a la que pertenece el castillo, fue repoblada en los siglos XII y XIII, época en que la localidad
pertenecía al señorío de Casarrubios (Toledo). Hacia 1360 el citado señorío se hallaba en manos de Alonso Fernández
Coronel, a quien el rey castellano Pedro I se lo arrebató para entregárselo a Pedro Sucres, nombrado notario mayor de
Toledo. Tras el matrimonio de éste último con María Ramírez de Guzmán, Batres se consolida como un señorío
independiente. Con el hijo y sucesor de ambos, Fernán Pérez de Guzmán, citan las crónicas, por primera vez, el castillo
de Batres. Éste pasó, por matrimonio, a los Laso de la Vega, familia que lo poseyó hasta finales del siglo XVI.
Pocas noticias tenemos del castillo de Batres desde ese momento hasta principios del siglo XX,
en que fuesecadero de tabaco y por ello modificados algunos vanos del piso inferior. El castillo
pasó a manos particulares en 1959, realizando su propietario una encomiable labor de
restauración ya que el interior se encontraba muy deteriorado desde los tiempos en que había
sido destinado a corral de ovejas. También el exterior y los jardines fueron rehabilitados,
apareciendo ante nuestros ojos el castillo rodeado de un frondoso jardín con cipreses, olmos,
pinos y encinas. Batres fue declarado Conjunto Histórico Artístico en abril de 1970, estando
actualmente destinado por su propietario a residencia de verano.
Dos de los personajes más relacionados con el castillo de Batres son figuras destacadas de nuestra literatura. El
primero de ellos, Fernán Pérez de Guzmán (1376-1460), historiador y poeta español, se retiró al castillo de Batres en
1432, dejando el servicio activo a la Corona tras la batalla de Higueruela y su enfrentamiento con el poderoso privado
real don Álvaro de Luna. En esta fortaleza nació la mayor parte de su producción literaria de la que se distingue su obra
más famosa: "Generaciones y semblanzas".
Compuesta por biografías de sus contemporáneos más famosos, el autor hace historia
en esta obra, realizada tras la muerte de aquellos, aunque su mayor valor reside en su
aspecto literario. Una hija de Fernán Pérez de Guzmán contrajo matrimonio con un
miembro de la familia Laso de la Vega, siendo un descendiente de ambos otro insigne
literato: Garci Laso de la Vega (1501-1536).
Poeta clásico y destacado militar, residió en el castillo de Batres cuando su hermano, Pedro, ocupó la titularidad del
señorío. Garcilaso ha sido definido como un hombre típico del Renacimiento por su amplia cultura y su dedicación a
las armas. Fue el autor de la oda "A la flor de Gnido" considerada una joya de la literatura española y que le valió el
título de "Petrarca español".
Aquelarre
Al Sur de la meseta en la que se asienta la localidad de Chinchón, se encuentran los restos de su castillo. Construido en
mampostería caliza y rellenos de piedra los huecos de sus muros, el castillo se halla formado por dos cuerpos
cuadrangulares, unidos por uno de sus ángulos, lo cual dota al recinto de seis esquinas en las que se elevan torreones
cilíndricos. Posee un foso, de más de 15 metros de profundidad, que no rodea la fortaleza por todos sus lados, ya que el
declive de la meseta sobre la que se asienta actúa, en algunos de sus flancos, como defensa natural.
Llama la atención, también, que todo el conjunto del castillo se eleve sobre un gran
zócalo en forma de talud. En el ángulo Noroeste del castillo y orientada hacia la
población, se erige una de las torres, considerada como del homenaje, hecho que en
cierto modo resulta anacrónico dada la tardía fecha de construcción de la fortaleza,
cuyos sistemas defensivos corresponden más a los siglos modernos que a los
medievales. Por todo ello, la fortaleza de Chinchón ha sido considerada un claro
ejemplo de castillo abaluartado.
Actualmente tan sólo se conserva la planta primera de las dos que tenía la fortaleza, accediéndose a ella, en el lado
Sureste, por un puente mixto, con una primera sección realizada en piedra y que salva gran parte del foso, y un último
tramo levadizo. La puerta de entrada al castillo está formada por un arco de medio punto, enmarcado en un dintel
sobre el que se encuentra un blasón con las armas de los Condes de Chinchón. Una vez levantado el puente levadizo
encajaría en este dintel, con lo cual la defensa del acceso a la fortaleza se realiza por medio de un sistema de doble
puerta. El interior del castillo se encuentra hoy casi totalmente destruido a causa de los distintos usos que ha tenido
durante su historia, y que han modificado su estructura original.
Durante la Guerra de la Independencia, en 1809, fue habitado por una brigada polaca que formaba parte de las tropas
francesas de Napoleón que, antes de partir, desmontaron toda la rejería de las ventanas incendiando parte del edificio.
Un siglo después su deterioro era completo al no impedirse el saqueo de las piedras de sus muros, destinadas a la
construcción de casas y caminos en los alrededores. Debió ser durante este periodo cuando la planta superior del
castillo quedó definitivamente destruida, y también cuando el interior de la fortaleza fue objeto de los más variados
usos.
Íntimamente relacionados con la historia del primitivo castillo se encuentran los miembros del linaje Cabrera,
posteriormente nombrados condes de Chinchón. Dentro de esta familia, el que históricamente adquiere una mayor
relevancia es el noble castellano Andrés Cabrera, miembro de la corte del rey Enrique IV que supo, no obstante, seguir
manteniendo su privilegiada situación con la llegada al trono de Isabel la Católica, quizá gracias a la amistad que unía a
la soberana con su esposa, Beatriz de Bobadilla.
Aquelarre
Declarado Monumento Nacional en 1949, junto al recinto amurallado de Buitrago, el castillo ha sido objeto de distintas
restauraciones en 1960 y 1968, a cargo del Estado Español.
El acceso al castillo se realizaba a través de una puerta en recodo, situada en una de las torres, y compuesta por dos
arcos apuntados de ladrillo. Toda la fábrica de la fortaleza está realizada con materiales clásicos de la construcción
mudéjar, formada por bandas de ladrillo, cal y piedra.
Esta localidad contó con gran importancia desde los tiempos prerromanos en que era denominada "Vulturacum" que
traducido por "Buitrera", desembocó en el topónimo actual al que se le añadió posteriormente el nombre del río que
fluye junto a sus murallas. Buitrago del Lozoya contó con una fortaleza en época musulmana que, en el año 940,
formaba parte de un conjunto de fortificaciones que protegían el valle del Jarama. Perteneció más tarde, y ya
encontrándose en manos cristianas, a los territorios donados por Alfonso VI en el 1085 a la iglesia de Toledo. Sin
embargo, hasta más de diez años después no contó Buitrago con una repoblación efectiva.
Hasta el siglo XII no tenemos noticias del castillo de Buitrago, que pasará, junto con la
población y algunos pueblos limítrofes, a formar parte de la Comunidad de Villa y
Tierra de Buitrago, perteneciente a la familia Mendoza. Durante la Guerra de la
Independencia el castillo fue saqueado, iniciándose entonces un proceso de ruina
frenado tan sólo en el presente siglo con alguna restauración de sus muros exteriores.
El recinto amurallado es Monumento Nacional desde 1949. Años más tarde se restauró
el torreón del castillo y el paseo de ronda, la fachada meridional del castillo y la
barbacana, aunque siguen adosados a sus muros algunos edificios particulares que
restan sobriedad al conjunto.
Aún estando varios miembros de la familia Mendoza muy relacionados con la historia de este castillo, es quizá el
marqués de Santillana el que halla mantenido un contacto más estrecho con él. Íñigo López de Mendoza (1398-1458),
primer marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares, es un interesante personaje histórico por su doble
vertiente de literato y político de su tiempo. Supo combinar su faceta cortesana durante los reinados de Juan II y
Enrique IV de Castilla con la literatura de inspiración popular: las Serranillas y las Canciones, que le han llevado a ser
reconocido como uno de los mejores poetas del siglo XV.
Aquelarre
Fue el año 787, en tiempos de Abderramán I, el que vio nacer a este castillo de la
ciudadela de Gibralfaro, al este de Málaga.
En su origen, este castillo debió tener dos cuerpos: un recinto exterior hecho de
ladrillo y otro interior, la alcazaba, con almenas y rasgadas saeteras (aberturas en el
muro para disparar por ellas) donde se va apuntando ya el arco de herradura.
Cuenta la leyenda, que Almotadhid (rey de Sevilla), antes de morir, transmitió a su hijo Mohammed su deseo de
conquistar Málaga, la “soñada”. Para ello, Mohammed conspiró con el lugarteniente de Badis Ben Habbus, rey de
Granada, que en ese momento dominaba Málaga. Con esta traición, no le fue difícil a Mohammed entrar arrasando en
Málaga y, viéndose sorprendidos, tuvieron que huir los partidarios de Badis Ben Habbus al castillo de Gibralfaro.
Adormecido por su éxito y engreído con su victoria fácil, Mohammed no hizo caso a las voces que le indicaban que
debía acabar de inmediato con los refugiados que aún permanecían en el castillo. Y cuando todo parecía perdido para
los partidarios del rey de Granada hallaron una última esperanza.
Hoy día se conservan los dos recintos, parte de la torre vigía y el camino
de ronda.
Aquelarre
De esta fecha debieron ser algunas de las torres, no conservadas hoy, y que recibían distintos nombres: la Torre Blanca,
la Torre de la Ciudad, la de la Escala, etc. Sus habitantes realizaron durante su historia activa algunas reformas, como la
construcción de la torre del homenaje en el siglo XV, a la que se le añadió en la centuria siguiente un templete cuadrado
con un reloj. Del siglo XVI es también el llamado Arco de los Gigantes, puerta de acceso para rodear las murallas de la
fortaleza.
El castillo de Antequera se alza sobre una pequeña elevación de terreno desde el que
domina a la población del mismo nombre. Su estructura es simple, pues consta de
dos torres de posible construcción romana, unidas por un lienzo de muralla.
La torre de menor altura fue destinada durante algún tiempo a polvorín, mientras que la otra sufrió algunas reformas
arquitectónicas desde su primitiva construcción islámica y las siguientes reformas cristianas. Se edificó sobre ella un
templete de base cuadrada, destinado a cobijar un reloj. Esta torre recibió el nombre de Torre del Reloj o del
Papabellotas y actualmente es propiedad del Ayuntamiento.
La ciudad de Antequera tuvo una gran importancia estratégica desde la época romana, en que era
denominada Anticaria. Más tarde con la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica, su
privilegiada situación se acentuó al convertirse en baluarte fronterizo de la defensa del Reino de
Granada.
Fue entonces denominada Medina Anticaria, es decir, la ciudad de Antequera, que sobresalió también a nivel
administrativo, siendo sus gobernantes nombrados directamente por el califa de Córdoba. Posteriormente, Antequera
se integró primeramente en la taifa de Málaga, para pasar después a la de Granada, cuyo rey Badis reformó la primitiva
alcazaba.
Los almohades reunificaron el territorio, que se integró más tarde en el reino nazarí de Granada.
Intentaron los castellanos en 1361 y durante el reinado de Pedro I, tomar el castillo de Antequera,
más la resistencia de los musulmanes les hizo desistir de su propósito hasta los primeros años del
siglo XV, en que lograron romper las férreas defensas de la muralla y el castillo, tras un largo
asedio de cinco meses. Antequera se convirtió entonces en una importante base cristiana contra
el reino de Granada.
Íntimamente ligado a la ciudad de Antequera y a su castillo se encuentra el infante don Fernando (1380-1416), hijo de
Juan I de Castilla y nieto de Pedro IV de Aragón. Fue en 1410 cuando don Fernando, que entonces ejercía el poder en
Castilla como tutor del rey-niño Juan II, inició el cerco de la ciudad de Antequera atacando sus murallas
periódicamente durante los cinco meses que duró el asedio.
El 24 de septiembre del año antes citado las tropas cristianas entraron en la ciudad,
cuya denominación tomó el tutor como sobrenombre, siendo conocido ahora como
Fernando de Antequera, que ocupó el trono de Aragón y Sicilia tras la muerte de
Martín el Humano y el Compromiso de Caspe.
Aquelarre
El castillo de Bellver es todo un símbolo del poder del rey Jaime II de Mallorca, quien
ordenó su edificación durante la efímera vida de este reino insular (1276-1349). Para
su construcción se contó con el arquitecto mallorquín Pedro Salvá, quien finalizó las
obras alrededor del año 1310 y trabajó conjuntamente con el pintor Francisco Cabalti,
autor de la pintura interior de la fortaleza.
Todo el conjunto descrito se encuentra elevado sobre una plataforma a la que se llega
atravesando un puente fijo sobre un foso y un puente levadizo sobre el contrafoso. La
torre del homenaje es de gran altura, unos 15 metros sobre la plataforma, y rematada
por 38 modillones almohadillados.
Su interior es sombrío y posee una cámara subterránea cuyo acceso se realiza a través de un
agujero circular en la parte superior, que se obstruye con una tapadera de piedra. Este lóbrego
lugar estaba destinado a calabozos y es conocido como "la Hoya". La galería circular interior se
compone de 21 grandes arcos y doble número de columnas octogonales.
Aquelarre
El conocido como castillo-palacio de Monterrey se encuentra situado sobre una elevada roca junto a la localidad de
Verín. Se trata en realidad de un complejo fortificado que reúne en su recinto distintas edificaciones militares,
religiosas y palaciegas. Tres son los recintos que presenta y seis las puertas de acceso al núcleo principal. El castillo
propiamente dicho se encuentra en el punto más alto del monte, rodeado por un recinto cuyo lado Este ha
desaparecido.
Curiosamente Monterrey cuenta con dos torres del homenaje: la más antigua, construida
probablemente por Juan de Zúñiga en 1474, tiene una planta cuadrada y está coronada por un
friso de matacanes; la otra, denominada de las Damas, fue edificada en torno a 1482 en la zona
Norte del recinto, es también cuadrada y cuenta con pequeñas garitas en sus esquinas. Forma
parte de una segunda zona del castillo muy modificada la centuria siguiente cuando se dotó a
todo el conjunto de un aspecto más palaciego.
Pero dentro del recinto existen otros edificios, cuyos restos nos ilustran sobre el aspecto que
debió tener Monterrey en el siglo XVI. Así se conserva aún el llamado Hospital de los peregrinos
y la iglesia parroquial de Santa María. El carácter de ambos nos informa de la importancia que el
conjunto de Monterrey tuvo en el desarrollo del Camino de Santiago.
Históricamente el conjunto palaciego y militar de Monterrey fue de gran importancia durante la Edad Media en
Galicia. La zona, poblada desde antiguo, contó con un castro, Olcetum. Ya en época medieval, Monterrey es el enclave
militar más importante de la zona conocida como "raya seca" o línea fronteriza de la provincia de Orense. La misma
denominación que recibe nos habla de su origen real y de la significación que para la monarquía castellano-leonesa
tuvo desde tiempos de Alfonso VIII, su repoblador. Perteneció a la Corona hasta el reinado de Juan II, monarca que
cedió el dominio señorial al noble navarro Diego López de Stúñiga, que entonces ocupaba el cargo de justicia mayor.
Entre los personajes relacionados con este castillo, los más vinculados sin duda han sido los condes de Monterrey, que
lo convirtieron en centro de su señorío ya a comienzos del siglo XV. El primer titular del señorío fue Diego López de
Stúñiga, casado con doña Elvira de Biedma, que pertenecía a una influyente familia gallega que además ostentó el
Adelantamiento Mayor del territorio.
Sus hijos y sucesores ampliaron el patrimonio heredado que logró su mayor auge tras el
matrimonio de una nieta del fundador de la casa de Monterrey, doña Teresa de Zúñiga,
con Sancho Sánchez de Ulloa, cuyo extenso patrimonio ofreció un nuevo esplendor al
de Monterrey. Fue precisamente aquél quien ordenó la más completa restauración del
castillo en su historia, empleando en las obras más de un millón de maravedís. Esta
cantidad hubo de ser pagada más tarde por Pedro de Zúñiga al resolverse, en 1491, el
pleito que les tenía enfrentados a causa de la posesión de Monterrey.
Aquelarre
En todo el conjunto llama la atención la torre del homenaje, muy bien conservada y
construida con un bello estilo gótico. Tiene 20 metros de altura y una planta
cuadrada, estando su remate superior compuesto por cubos circulares en los
ángulos, almenas y matacanes. Destaca el balcón que se abre en su muro, del más
puro estilo renacentista, de principios del siglo XVI. Posee una repisa de cantería
labrada.
Aquelarre
El actual castillo de Ampudia es, casi en su totalidad, obra del siglo XV, fecha en la
que se erigió sobre edificaciones anteriores, posiblemente del siglo XIII. Conoció
nuevas adiciones en el XVI y XVII, cuando se incluyó la cañonera que cubre la
entrada principal al patio interior y la puerta que luce escudos de principios del
XVII. En la actualidad se encuentra reformado.
El castillo gótico de Ampudia fue edificado en el siglo XV en recia sillería, sobre una estructura anterior fechada en el
siglo XIII. Sus murallas exteriores se encuentran muy derruidas, pero el cuerpo central del castillo se halla bien
conservado. Posee una planta cuadrada y está flanqueado por torres, también cuadradas y coronadas por almenas. De
todo el conjunto sobresale la torre del homenaje, utilizada también como vigía por el excelente panorama que ofrece de
la Tierra de Campos. En el interior del castillo se encuentra un patio rodeado de columnas y aún se conservan algunos
de sus salones con artesonados en sus techumbres que han sido restaurados recientemente.
Aquelarre
El actual castillo de Monzón de Campos es el resultado de una reconstrucción realizada en el siglo XV sobre una
fortaleza anterior. Destaca de todo el conjunto fortificado la torre del homenaje, de planta cuadrada y tres pisos
escasamente iluminados por estrechas saeteras, lo que confiere a su interior un lóbrego aspecto que hace comprensible
su antigua función de prisión.
En el patio de armas quedan restos de crujías que nos hablan de las caballerizas y
otras estancias que existían en esta zona del castillo. Actualmente tanto la muralla
baja que rodea la torre como ésta misma se encuentran restauradas, habiendo
sido construidos de nuevo los merlones de su almenado.
Este castillo es denominado Monzón de Campos para distinguirlo de su homónimo oscense, conocido como Monzón de
las Cortes. Durante los siglos X y XI, la población fue núcleo del condado de los Ansúrez y contó con una fortaleza
dividida en dos por el cauce del río Carrión. En el siglo XII, este castillo fue escenario de las conversaciones
diplomáticas convocadas para tratar los aspectos políticos que conllevaba el matrimonio entre doña Urraca y Alfonso el
Batallador, rey de Aragón. Las conversaciones fueron mantenidas por Pero Ansúrez, tutor de la reina de Castilla.
A partir del siglo XIV el castillo pertenece a los Rojas, marqueses de Poza desde 1530, uno de los
cuales contrajo matrimonio con la hija del almirante de Castilla, don Alfonso Enríquez. Desde
1958 pertenece a la Diputación de Palencia, que ha procedido a su restauración y al
acondicionamiento de sus estancias como Parador Nacional de Turismo, en cuyos salones tuvo
lugar en 1978 la firma de la constitución del Consejo de Castilla y León.
Muy relacionados con el primitivo castillo de Monzón de Campos se encuentran, tradicionalmente, los hermanos Vela.
Duramente perseguidos, los tres hermanos, Íñigo, Rodrigo y Diego, fueron cercados junto al castillo y quemados vivos,
al pie de sus muros, en castigo por el asesinato del conde don García II.
Fue Sancho III el Mayor, rey de Navarra y cuñado del asesinado el encargado de su
detención y ajusticiamiento. Residió también en este castillo de Monzón, tras el
divorcio de doña Urraca y el rey Alfonso, Pedro de Lara, de quien se decía que era el
amante de la reina y una de las muchas causas de la ruptura del matrimonio.
Aquelarre
El actual castillo señorial de Monleón está fechado en el siglo XV, aunque algunos de los
lienzos de sus muros fueron reconstruidos en el XVII. En la torre del homenaje podemos
distinguir dos fases constructivas: la mitad inferior, más antigua, comenzó a edificarse a
principios del siglo XV; en la superior, con una mampostería diferente, dataría de finales
de esa misma centuria o primeros años de la siguiente.
Se encuentra situado en el extremo occidental de la villa, en una zona escarpada sobre el arroyo Carnicero y el río
Alagón. Al igual que los castillos de Miranda y San Felices de los Gallegos, se inserta en el conjunto defensivo que rodea
la villa. Su planta está formada por un lienzo irregular, cortado en los lados Sur y Oeste por la torre del homenaje.
Ambos lienzos forman parte del recinto de la ciudad. Los otros dos muros se construyeron más tarde para lograr un
perímetro fortificado que protegiera la torre. En el flanco oriental, hacia la población, existen dos cubos que flanquean
un arco de medio punto de grandes dovelas que da acceso al patio de armas.
De uno de ellos arranca otro muro, rehecho en el siglo XVII, que por el Norte cerraba dicho patio;
desde el segundo, otro muro enlazaba con la muralla en dirección Norte-Sur, formando así el
conjunto de la planta. La torre del homenaje, de 37 metros de altura, situada en uno de los
ángulos, posee una planta cuadrada y está construida en mampuesto de granito con refuerzo de
sillería, rematada en un almenado con garitas voladas en los frentes y en los ángulos. El acceso a
esta torre tenía lugar, al igual que en otros castillos y por motivos defensivos, a través de una
escalera de mano a ras de la segunda planta, lo cual protegía su acceso, ya que la escala era
retirable en caso de ataque a la fortaleza.
Su interior estaba dividido en cinco estancias. La inferior con bóveda de medio cañón, presenta a cierta altura el acceso
a la escalera interior. Existen dos plantas de madera entre las que se encuentra una intermedia abovedada, junto con la
azotea, que según una descripción del siglo XVI se hallaba cubierta por un tejadillo.
Aunque la villa de Monleón aparece citada en la carta de arras de la reina doña Berenguela en
1199, Julio González señala como fecha de su repoblación el año 1215. De entonces datarían sus
murallas con algún recinto interior fortificado en su interior. La primera noticia documental que
tenemos sobre el castillo de Monleón es de 1306, año en el que en un documento del Archivo
Catedralicio se dirige a "los que moraren en el castillo de Monleón", haciendo referencia a una
guarnición militar allí establecida. El castillo era jurisdicción del concejo salmantino quizá desde
su repoblación. Actualmente es propiedad particular y ha sido restaurada y amueblada su torre
del homenaje.
Uno de los personajes más tradicionalmente relacionado con el castillo, pues lo poseyó como alcaide, fue don Rodrigo
de Maldonado, quien lo detentaba en el año 1477. Según nos refiere Hernando del Pulgar, lo administraba de un modo
tiránico y cometiendo ciertas irregularidades, pues había acuñado incluso moneda falsa. El rey Católico puso el castillo
en asedio amenazando a sus defensores con degollar a don Rodrigo, al que tenía como rehén, tras su arresto en su
refugio del convento de San Francisco.
Aquelarre
El castillo de Ciudad Rodrigo comenzó a edificarse en 1392 para el rey castellano Enrique II.
Según algunos autores, la dirección de las obras fueron encargadas al ingeniero real Gonzalo
Arias Genízaro; sin embargo, según otros historiadores fueron realizadas por el arquitecto Lope
Arias. En cualquier caso, lo que sí conocemos con seguridad es que fue construido sobre
edificaciones anteriores del siglo XII.
El castillo de Ciudad Rodrigo, actualmente Parador Nacional, se encuentra situado al Sur de la población, sobre una
colina desde la que defiende el puente sobre el río Águeda. El conjunto fortificado consta de un doble recinto exterior, y
una torre de planta cuadrada situada en el centro. Exteriormente el recinto está formado por cuatro lienzos con cubos
cuadrados en los ángulos y semicirculares a mitad del lienzo.
El inferior posee esquinas rematadas en sillares, que destacan de la obra de piedra de río que compone el resto de los
muros, culminados en almenas. El cuerpo superior, de menores dimensiones, posee una terraza y se halla también
almenado.
Son muchos los autores que admiten el origen romano de la fundación de esta ciudad,
denominada entonces Augustóbriga, cuya zona ya conoció un poblamiento celtibérico. Entonces
estaba habitada por los vetones y era llamada Miróbriga. Este término es, según algunos autores,
del que derivaría el nombre actual de Ciudad Rodrigo. Para otros, sin embargo, la denominación
de la ciudad se debe al Conde Rodrigo González de Cisneros, repoblador de la zona a finales del
siglo XI.
Su estratégica situación junto a Portugal, hará a Ciudad Rodrigo protagonista de los enfrentamientos militares y
diplomáticos entre el reino luso y los hispanos. En el siglo XIV, durante la guerra civil castellana que enfrentó al
monarca legítimo, Pedro I el Cruel, con su hermanastro Enrique de Trastámara, Ciudad Rodrigo se mantuvo fiel al rey
castellano, rindiéndose sólo cuando la victoria del de Trastámara fue inevitable. Una vez en el poder, el ya monarca
Enrique II de Castilla ordenó la reedificación del alcázar que, al final de las obras, presentaba el aspecto con el que hoy
lo conocemos.
La vida militar del castillo de Ciudad Rodrigo volvió a cobrar protagonismo durante la Guerra de Sucesión (1705)
cuando, estando defendida por el Duque de Berwick, fue tomada por el Archiduque Carlos de Austria, para volver a ser
recuperada, dos años después, por el ejército de Felipe V. Durante la
Guerra de la Independencia sus muros volvieron a ser atacados, siendo destruido el edificio en su mayor parte. En
1930, tras una restauración, fue trasformado en Museo Regional, pasando su gestión al Patronato Nacional de Turismo
que modificó sus estancias interiores para adecuarlo a su nueva función hotelera como Parador, actividad que subsiste
hoy día.
Uno de los personajes más relacionados con la historia de la villa y el castillo de Ciudad Rodrigo
fue el general inglés sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington, su libertador durante la Guerra
de la Independencia. En 1810 el castillo de Ciudad Rodrigo es defendido por Andrés Errasti con
6.000 hombres ante el ataque de las tropas napoleónicas comandadas por el mariscal Massena,
que lo asedian durante tres meses. A poca distancia se encuentra acampado el ejército anglo-
portugués que no interviene en defensa de los sitiados.
Fue entonces (primeros días de enero de 1812) cuando el Duque de Wellington pone sitio a la ciudad, asediando a los
sitiadores franceses que a su vez atacan al castillo. El 19 de ese mismo mes de enero, los franceses son derrotados y la
ciudad y su castillo liberados del asedio. En agradecimiento a esta victoria, las Cortes de Cádiz otorgan a Wellington el
título de Duque de Ciudad Rodrigo. Entretanto el castillo es, por algunos de sus lados, una masa de escombros que
años después será restaurado, recobrando nuevamente todo su esplendor.
Aquelarre
Parte de la construcción del castillo data del siglo XII, cuando Fernando II repobló y
reforzó los muros de la villa y la fortaleza. Debió existir con anterioridad otro puesto
fortificado en esta zona, de gran antigüedad a juzgar por los materiales romanos que se
advierten en la base de sus muros. Otra fase constructiva data de finales del siglo XV y
principios del siglo XVI (obra de sillería del muro occidental).
El castillo de Ledesma se halla integrado en el conjunto amurallado de la villa, situándose al Sur de este recinto de tal
modo que supone un refuerzo más de ella. Conocido el castillo como La Fortaleza, presenta unos recios muros
construidos con mampuesto de granito. Posee una planta trapezoidal y el acceso se realiza por una puerta que, en la
zona Sur, está compuesta por un arco bajo apuntado.
Se halla flanqueada esta puerta por un cubo circular y un torreón de sillería de planta
poligonal, en el que también está construido un pequeño cubo con troneras que destaca en
el muro occidental, lo cual nos hace fecharlo en torno a finales del siglo XV y principios del
siglo XVI. Una vez en el recinto interior se encuentra el patio de armas desde el cual se
accede al adarve por medio de una escalera. Por este mismo camino puede llegarse, y a
través de un arco de medio punto con grandes dovelas, a una cámara abovedada.
Conocida antiguamente con el nombre de Bletisa, esta villa fue un importante cruce de caminos entre las ciudades de
Salamanca, Zamora y Ciudad Rodrigo. Su estratégica situación en la comarca denominada Tierra de Ledesma originó
que fuera, según la tradición, prontamente poblada por los musulmanes, que a las órdenes de Musa ibn Nusair
ocuparon esta zona peninsular poco tiempo después de irrumpir en la Península. Sin embargo, no está la noticia
confrontada con la documentación existente, por lo que nos inclinamos a pensar que, dada la toponimia de esta zona,
la primera población estable fue mozárabe y ya en los siglos XI y XII.
En el siglo XV, perteneció Ledesma al infante de Castilla don Enrique, pasando posteriormente al duque de Béjar y
conde de Plasencia, don Pedro de Zúñiga. Fue Enrique IV, quien concedió a su valido don Beltrán de la Cueva la villa y
la fortaleza, que detentarán como condes de Ledesma sus sucesores hasta el siglo XVIII. Su situación fronteriza con
Portugal, convirtió a la fortaleza de Ledesma en codiciada posición durante las luchas ocurridas a finales del siglo XV y
los posteriores enfrentamientos durante la Guerra de las Comunidades.
En 1426, el rey Enrique IV concede la villa de Ledesma a don Beltrán de la Cueva, quien la vinculará con su titulo
condal, poseyéndola esta familia hasta el siglo XVIII. Fue don Beltrán también el impulsor de la construcción del
puente que posee la villa, compuesto por cinco arcos, de los cuales el central fue volado por los franceses durante la
Guerra de la Independencia.
Aquelarre
Los escasos restos del castillo de Alba de Tormes, muy arruinado tras la Guerra de la
Independencia y del que tan sólo queda en pie una gran torre cilíndrica, nos dificultan su
datación de una forma precisa. Debió comenzar a edificarse en los siglos XV y XVI sobre
construcciones anteriores, que se encontraban adosadas a las murallas de la villa.
Esta antigua fortaleza fue reestructurada por el rey castellano Sancho IV, quien en el siglo XIII fortifica lo construido en
época de Fernando II, añadiendo cinco torres y un patio de armas con aljibe. La Guerra de las Comunidades debió
arruinar todo el conjunto que, una vez en manos de la Casa de Alba, fue reedificado otorgándole un aspecto más militar
que palaciego.
Situado en la población del mismo nombre, el castillo de Alba de Tormes, formaba parte,
en el siglo XII, de una línea fronteriza que, marcada por el cauce del río Tormes, nació a
raíz de la repoblación de la denominada Extremadura leonesa. Hoy en día, del suntuoso
castillo-palacio de los Duques de Alba, que poseía seis torres, sólo queda en pie una de
ellas: la denominada de la Armería.
De imponente aspecto macizo, esta torre fue construida en el siglo XV, con una planta circular y un remate en la parte
superior de sus muros compuesto por una cornisa sobre modillones imitando matacanes. Su interior está dividido en
cuatro plantas, de las que destaca la segunda de ellas decorada con frescos a modo de tapices. Fueron realizados entre
1567 y 1571, y representan episodios de la batalla de Mühlberg, así como temas mitológicos de Marte, la Fama y la
Victoria, y alegóricos de las Artes Liberales y las Virtudes, obra del artista italiano Cristóbal Passini.
Documentalmente nos consta que la villa de Alba de Tormes ya poseía unpuesto
fortificado, en el mismo lugar donde hoy se alza la Torre de la Armería, en el año 1140.
Conocemos la noticia a través del fuero dado por Alfonso VII y en el que se hace
referencia a este castillo, que se verá envuelto en las querellas dinásticas entre Castilla y
León de finales del siglo XII. En 1304, la posesión del castillo pertenece a Fernando de la
Cerda, fluctuando su propiedad, a partir de entonces, entre el Reino de Castilla y los
Infantes de Aragón.
En 1429, el monarca castellano Juan II, la confiscó para cedérsela a Gutierre Gómez de Toledo, posteriormente obispo
de Palencia, que la entregó a su muerte a su sobrino Fernando Álvarez de Toledo, más tarde nombrado Conde de Alba.
La guerra civil castellana del siglo XV y los enfrentamientos con los comuneros en la centuria siguiente, dañaron
terriblemente sus muros. Fue la Casa de Alba, propietaria del castillo en estos años, la que construyó, sobre los
cimientos del antiguo castillo, una suntuosa fortaleza de aspecto palaciego. Su imagen exterior y sus estancias
habitables debieron ser impresionantes a juzgar por los comentarios que viajeros del siglo XVIII, como Ponz, nos han
trasmitido.
Su destrucción debió ser total a partir de 1809, fecha en que las tropas francesas, al
mando del mariscal Kellermann, lo atacan repetidamente, mientras es defendido por el
Duque de Parque, que no logra evitar la caída de los muros del castillo. Ello unido a los
años de abandono sufridos por el castillo, han dado como resultado los escasos restos que
se han conservado hasta hoy.
Fue Gutierre Gómez de Toledo, obispo de Palencia, quien poseyó en el siglo XV la antigua fortaleza de Alba de Tormes.
Ésta, por herencia, pasó a su sobrino Fernando Álvarez de Toledo, que poseyó el titulo de conde, y con quien arranca la
Casa de Alba, poseedora a partir de 1472 del título ducal en la persona de García Álvarez de Toledo. La documentación
conservada nos permite conocer la cantidad que el duque de Alba pagó en relación a las obras realizadas en su castillo
de Alba de Tormes. Entre 1473 y 1479 se libraron más de 377.000 maravedís entregados a Machín de Guernica,
cantero; al maestro yesero Abdallah y posiblemente al arquitecto Juan Guas, encargado de aquella zona del castillo
destinada a residencia.
Aquelarre
Junto a los de Pedraza, Cuellar, Coca y Sepúlveda, el de Turégano entra a formar parte
como una de las fortalezas más antiguas de la Carpetania.
Son pocos los restos que aún se conservan en pie pero podemos deducir que nuestro
castillo estuvo circundado por un grandioso foso, hoy desaparecido casi por
completo. Estuvo ceñido por todos sus lados por una barbacana almenada con cubos
en los ángulos y numerosas torres así como por recios lienzos de murallas de más de
tres metros de espesor.
Se conserva una cuadrada mole de piedra, con saeteras en forma de cruz, culminada de matacanes, canecillos,
alminares y bolas, con tres torreones a cada lado.
A través de un arco emblemado con el escudo episcopal y defendido por dos torres, llegaremos a la iglesia, erigida en el
siglo XIII: bóvedas macizas levemente apuntadas, ojivas desnudas y ciertos capiteles bizantinos.
El castillo de Turégano tiene antecedentes remotísimos y así lo proclama la verdad de la heráldica. Por disposición del
primer conde independiente de Castilla, Fernán González, que lo había rescatado a la morisma, su hijo erigió la
primitiva fábrica: Turris vega.
Alfonso VII, disgustado por los amoríos de su madre con el conde de Lara, lo cedió a la villa de Segovia.
También se cuenta que en esta fortaleza fue recluido Antonio Pérez, el famoso
secretario de Felipe II. Sería descubierto en sus amores con la princesa de Eboli y
confinado allí por el monarca.
Volvió a pasar a manos de los prelados segovianos en el siglo XVI, hasta que Carlos
III, definitivamente, lo dio a la Corona.
Aquelarre
El castillo de Pedraza posee distintas fases constructivas que, desde el siglo XIII al
XVI, le han conferido el aspecto que hoy en día contemplamos. Las zonas más
antiguas, con evidentes rasgos románicos, son escasas, siendo las mejor conservadas
las pertenecientes al siglo XVI, cuando el castillo fue nuevamente reestructurado en
gran parte para aumentar sus defensas. Es por tanto el castillo de Pedraza una
construcción básicamente románica con adiciones posteriores de los siglos XIV, XV y
XVI, fecha ésta última de la inscripción que se destaca en su puerta: "Don Íñigo
Fernández de Velasco, quinto condestable de los Velasco, año 1561".
Situado en el ángulo Noroeste del pueblo, sobre una elevada meseta, con escarpadas rocas en todos sus flancos, el
castillo de Pedraza forma parte de las murallas que envuelven también a la población y que hoy en día han desaparecido
en su mayor parte. La planta del castillo, un polígono irregular, ocupa una gran extensión de terreno que engloba
construcciones desde el siglo XIII al XVI. De esta primera fase románica y junto a la cisterna del castillo, quedan restos
de un pequeño castillete muy deteriorado, aunque aún puede observarse su primitiva planta poligonal y el arco redondo
de la entrada.
Las zonas del castillo mejor conservadas pertenecen a la última etapa constructiva
del mismo, es decir, los siglos XV y XVI. Entre ellas destaca la cisterna abovedada
(siglo XV), a la que se accede por una escalera que arranca del patio interior, y a cuyo
pie hallamos un escudo blasonado perteneciente a la familia Herrera, propietaria del
castillo en estos años. También del XV es la torre del homenaje, situada en un ángulo
del recinto, con almenas y algunos matacanes. Posee tres pisos de los cuales el
superior ha desaparecido, destruido hace unos cincuenta años.
A principios del siglo XVI el castillo fue reconstruido, elevándose entonces la zona Oeste de la fortaleza con ventanales
que dan al valle y un lienzo de muralla amatacanado en el Este, con un puente que hacía las veces de entrada al castillo.
Ésta posee una gran puerta de madera, defendida por dos cubos empotrados en el muro y sobre la que se encuentra el
blasón de la familia Velasco. Se halla recubierta con puntas de hierro en forma de pirámide, que formaban parte del
sistema defensivo del castillo, siendo su misión la de impedir el derribo de la puerta por la acción de los arietes, que se
quedaban clavados en ella, por lo que se hacían imposibles nuevas arremetidas.
Una vez flanqueada esta puerta se accede a un patio comunicado con otro interior
que debió estar rodeado de las estancias habitables del castillo, aunque hoy se hallan
desaparecidas. Al Este y Sur del recinto existe un muro bajo, a modo de barrera, con
elementos típicos de la construcción militar del siglo XVI: cañoneras, garitas y
parapeto. Todo el castillo se halla construido en piedra de sillería regularmente
tallada.
Por su especial situación estratégica, sobre una elevada meseta, que aumenta su inexpugnable situación, la localidad de
Pedraza conoció una plaza fortificada desde los primeros siglos de la Edad Media. Poseyó un reducto militar en época
románica, del que quedan algunos restos, aunque la mayoría pertenecen a los siglos XV y XVI. En 1460, durante el
reinado del monarca castellano Enrique IV, el castillo de Pedraza pertenecía a García Herrera, señor de la localidad,
pasando en la centuria siguiente, y a través de enlaces matrimoniales, a manos de los Fernández de Velasco,
condestables de Castilla, quienes a partir de 1525 reconstruyeron el castillo quizá con la finalidad de albergar en él a los
hijos del rey francés Francisco I, prisionero de Carlos V en la batalla de Pavía.
Tradicionalmente los personajes más relacionados con el castillo de Pedraza han sido los dos hijos del rey francés
Francisco I. Éste, hecho prisionero por Carlos V en la batalla de Pavía fue, según se cuenta, trasladado a España y
encerrado en la Torre de los Lujanes, situada en la Plaza de la Villa, frente al Ayuntamiento de Madrid. Las
negociaciones que entre ambos monarcas se celebraron, dieron como resultado un acuerdo, el denominado Tratado de
Madrid, que exigía para su cumplimiento la entrega de los hijos del rey francés, Enrique y Francisco, a la guardia del
monarca español, como rehenes y garantía. No se conserva ninguna documentación contemporánea que nos asegure la
permanencia de tan insignes rehenes en el castillo de Pedraza, siendo las noticias a este respecto de quince años
después a los acontecimientos.
Aquelarre
Cierto escritor contemporáneo ha escrito de este castillo: “Un fastuoso mitrado del
siglo XV, más aficionado a las armas y a las intrigas palaciegas que al ejercicio de la
austeridad y del ejemplo piadoso, don Alonso de Fonseca, levantó este relicario de
epopeyas y cantares de gesta, este palacio-fortaleza, doble cordón almenado,
acabado y empezado por castellanos y moriscos alarifes”. Construido con ladrillos,
conserva dentro del estilo flamígero, llamado ojival impropiamente, un atisbo
hondo, un ponderable sabor arábigo, que se echan bien de ver en el doble cordón de
almenas con que están rematados los dos cuerpos del edificio.
Su interior está derruido casi por completo. Pero basta lo muy poco que queda en estucos y
lacerías para estar conforme en que debió de ser esplendoroso, único en España y en el mundo
entero, representación genuina del mudejarismo español. Triunfa el humilde ladrillo, que a
veces resulta más bello que los castillos de piedra. Parece una obra inspirada por un magnate
fastuoso y ejecutada por un orife fantástico y que puede compararse con las corazas milanesas
en las que lo defensivo se cubre con regia capa de damasquinados y cinceladuras.
Maciza e imponente mole que, a distancia, parece hundirse en declive en el terreno, ostenta
cuatro garitones en sendos ángulos; arquería corrida de matacanes; adarves cruzados de primas
preciosamente decorados; barbacana con el relieve de un cubo; torre del homenaje cuadrada,
limitada por cuatro garitones puestos en los vértices y reforzada por ocho garitas pareadas en
cada lado, el castillo de Coca presenta una innovación en la estructura de las construcciones
bélicas de la Edad Media.
Este castillo perteneció a los señores de Fonseca, estirpe fundada por don Alonso, arzobispo de
Sevilla. En una de sus estancias estuvo recluido un hijo bastardo de Don Pedro I de Castilla: don
Diego Fonseca.
Aquelarre
Tal vez este castillo sea, por desgracia, el más derruido entre los castillos más
importantes de España. Sus muros están ahogados, sus lienzos se doblan y
pulverizan y sus torreones se agrietan. Difícilmente pueden dar muestra de aquello
que fue en los siglos XIII, XIV y XV.
Todo el cerro sobre el que se encuentra lo ocupaba la ciudadela (un castro romano al que se le añadieron,
sucesivamente, un alcázar árabe, una torre mudéjar y un recinto castellano), cercada por murallas en las que se abrían
siete puertas: de la Villa, del Río, de Duruelo, de Sopeña o del Castro, de la Fuerza, del Azogue y del Torno o Portiguillo.
Cuatro cuerpos se extendían ladera arriba: el muro ya señalado, las escarpas, la fortaleza y la
mansión. De ellos quedan aún en pie dos altos y un corredor, convertido en vivienda. También
algunos ladrillos mudéjares, enormes escudos góticos, piedras insignes de la gran cantera de
Sepúlveda, etc.
Lo propicio del terreno fue lo que convirtió a este castillo en el lugar ideal para situar una fortaleza recia y resistente y
su fundador, el conde Fernán González, fue la que la hizo posible.
Quizá Sepúlveda sea la población en que con mejor acierto quedó comprobada la
dominación del héroe castellano a causa de haber sido en ella más duradera y pacífica.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que Sepúlveda fue presa por Almanzor
varias veces. En el año 1111, Alfonso el Batallador, en guerra con su esposa Doña
Urraca, llegó hasta el castillo con sus huestes aragonesas de caballeros y peones y
derrotó a los condes Pedro de Lara y Gómez González, partidarios de la reina castellana.
A este castillo se retiró también en octubre de 1439 don Álvaro de Luna, su señor, durante el reinado de Juan II.
Enrique IV, por su parte, se lo cedió a su privado son Juan Pacheco, marqués de Villena, hombre codicioso y partidario
de la Beltraneja.
La leyenda cuenta que durante el siglo XIV estuvo el castillo en poder de una secta de
judíos dedicada a sacrificar niños cristianos. En 1466, por secretas acusaciones del
pueblo de Sepúlveda, fueron llevados 16 semitas y castigados con la horca y el fuego.
Don Benito San Juan, general español sitiado en el castillo (1808) por mil jinetes y
cuatro mil infantes franceses, logró, después de resistir cinco asaltos en el plazo de
breves horas, hacer desistir de su intento a los asaltantes.
Aquelarre
El actual castillo de Berlanga de Duero es obra del siglo XVI, fecha en la que se
construyó sobre otra fortaleza erigida en la centuria anterior. Fue alrededor de 1527
cuando se demolió gran parte del edificio del siglo XV, salvo su torre del homenaje
que se incorporó a las murallas del recinto. Se halla rodeado de una muralla con
elementos artilleros del siglo XVI, fecha en la que también se comenzó, junto al
castillo, la construcción de un palacio. Ello motivó el abandono de las obras de la
fortaleza, que a partir de este momento se destina a almacén y prisión.
A partir del siglo XVI los Tovar emparientan por matrimonio con los Duques de
Frías, que fueron nombrados más tarde y por deseo del rey Carlos I, marqueses de
Berlanga. Fue bajo la propiedad de estos últimos, hacia el año 1529, cuando se
comenzó la construcción del nuevo palacio renacentista que obligó al abandono del
castillo, destinado a partir de ese momento a almacén y prisión. Tanto el palacio
como los jardines fueron arrasados durante la invasión napoleónica por las tropas
francesas de Duvenet y Dorsenne.
Aquelarre
Arquitectónicamente hablando, sus muros de piedra presentan hacia el exterior 26 torres que, asentadas directamente
en la roca, se adaptan perfectamente al terreno. Ello hace que el castillo sea prácticamente inexpugnable en algunos de
sus lienzos, por lo que no se hizo necesaria la construcción de una barrera que lo protegiera. La altura de estas torres es
aproximadamente de diez metros, estando construidas de forma maciza en su base, por lo que son solamente
habitables en la zona superior de su terraza. En uno de los ángulos del recinto, donde se unen el lienzo que parte del
Norte y el del Sur, se encuentra una torre trapezoidal en cuya decoración encontramos elementos celtibéricos e
islámicos como consecuencia de la reutilización de materiales.
Se accede al castillo por una gran puerta situada en el Sudoeste del recinto que nos conduce, a través de un paso
acodado defendido por una torre con elementos califales, al núcleo del castillo propiamente dicho. Aunque éste es de
época cristiana, se utilizaron en su construcción elementos islámicos. Consta de seis torres a las que anteriormente se
accedía por medio de un puente que salvaba un foso, actualmente cegado. Se conservan aún en el interior de los muros
de esta fortaleza de Gormaz distintos recintos interiores, pozos y un aljibe, así como restos de otras construcciones
destinadas en origen a caballerizas y almacenes. A pesar de que actualmente se encuentre en su mayoría derruido, no
ha perdido su aspecto de fortaleza única en su género.
Esta primitiva fortaleza fue reedificada en el 966 durante el mandato del califa Al-
Hakem II, siendo a finales de ese mismo siglo atacada por el ejército cristiano de
Ramiro II de León, que no logró tomarla. Pasó la posesión de este castillo a manos
cristianas en el 1011, cuando el conde castellano Sancho García llegó a un acuerdo
con los musulmanes a cambio de su apoyo táctico. En el 1059 sufrió el asedio de
Fernando I de León, quien logró tomar la fortaleza, que desde este momento fue
propiedad del ejército cristiano.
Dos importantes personajes históricos tuvieron una estrecha relación con el castillo
de Gormaz. El primero de ellos fue don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, que lo habitó
como alcaide por expreso deseo de Alfonso VI. El segundo fue don Ruy Díaz de
Mendoza, poseedor del mismo por donación del monarca castellano Juan II, ya en el
siglo XV.
Aquelarre
Se alza este castillo al límite de un escarpado cerro, en la zona Sudeste de la villa amurallada de Monteagudo. Situada
entre los reinos vecinos de Aragón y Castilla, en esta villa el castillo es sólo una parte de las antiguas fortificaciones y
murallas que la rodeaban. La fortaleza es de estilo gótico renacentista con macizas torres octogonales en sus ángulos.
Dos de ellas son más grandes y altas que el resto y desde su terraza se domina gran parte de la comarca circundante.
La monotonía que se advierte en la parte exterior de los lienzos murados queda rota
por algunas aspilleras y ventanas. En el interior del recinto se conservan aún dos
galerías del siglo XVI en muy mal estado, y algunas estancias adornadas con yeserías
de grutescos en torno a un patio renacentista. El resto está casi del todo arruinado.
La zona en la que se asienta el castillo de Monteagudo de las Vicarías gozó, en la Edad Media, de una gran importancia
estratégica, ya que la fortaleza se encuentra en un lugar fronterizo, siendo su misión estrictamente defensiva frente a la
comarca aragonesa.
Los escudos que se encuentran sobre la puerta principal del castillo pertenecen a dos de los personajes más
relacionados con esta fortaleza, pues ordenaron su construcción y lo habitaron durante años. Nos referimos a Juan
Hurtado de Mendoza y Ruiz y a su hijo Pedro de Mendoza y Enríquez.
Aquelarre
El castillo de Alcañiz es uno de los más complejos de Aragón, por su organización mixta de
convento-palacio, sus grandes dimensiones y la mezcla de estilos arquitectónicos que
presenta. Situado sobre un alto, desde el que domina a la población del mismo nombre, el
recinto de la fortaleza posee una planta trapezoidal que recoge al heterogéneo conjunto.
Éste se halla claramente diferenciado en dos zonas: la Norte, en la que se agolpan las
construcciones medievales, y la Sur, con el palacio barroco de los Comendadores de
marcada estructura civil.
En la primera de ellas se encuentra la capilla, de época románica y dedicada a María Magdalena, el claustro y la torre
del homenaje, de planta cuadrada y cuatro pisos de altura. En su interior destaca una de las salas decorada con
pinturas murales sobre la conquista de Valencia, fechadas en el siglo XIV. La zona Sur del alcázar es donde se
encuentran las dependencias civiles y palaciegas de todo el conjunto. Fue reestructurada en 1728 y consta de un gran
palacio de estilo renacentista aragonés, cuya fachada se halla flanqueada por dos torres medievales en origen. En su
frente destaca la suntuosa portada barroca y los balcones.
Durante la Guerra de la Independencia, el castillo fue tomado por los franceses, aunque los españoles lo recuperaron
en 1809. Este capítulo bélico dio origen al nacimiento de la llamada "cruz de Alcañiz". Durante las guerras carlistas, el
castillo de Alcañiz fue convertido en cuartel por Cabrera. Fue rehabilitado ya en el siglo XX para adecuar sus estancias
al Parador de Turismo que hoy en día cobija.
Aquelarre
Se cree que la obra de mampostería de la torre de la Vela de esta fortaleza, hecha por los alarifes árabes, guarda a su vez
muchas semejanzas con otras obras de la ciudad como la parte saliente de la Puerta del Sol, torre de San Miguel.
Sin embargo, la portada principal tiene un dintel que se aproxima más al arte feudal castellano que
al general del resto del castillo. Un rastrillo la cierra y conduce a lo que debió ser un inmenso patio
de armas, capaz de contener caballeros y solados en número elevado.
Sería Alfonso VI quien conquistaría Maqueda poco después de haber hecho lo propio con
Madrid y Toledo y Alfonso VII lo entregaría a la Orden de Calatrava.
Más tarde, la fortaleza sería designada como albergue para Don Enrique I, bajo la tutela
dictatorial de don Álvaro de Lara.
En 1354 el castillo se vería envuelto en un suceso trágico. El cruel Pedro I mandó dar muerte en él
al maestre de la Orden de Calatrava don Juan Núñez de Prado, acusándole del cisma promovido
contra su antecesor Alfonso XI. La verdadera razón fue la íntima amistad que unía al maestre con
Alburquerque y la infeliz repudiada reina Doña Blanca.
Los Reyes Católicos hicieron de la fortaleza cabeza del Ducado de Maqueda, cuyo título
concedieron a don Diego de Cárdenas, su adelantado mayor en el reino de Granada.
Aquelarre
La muralla, de la que sobresale la torre del homenaje, se ve flanqueada en las esquinas por cubos cilíndricos. La torre
del homenaje, coronada por seis cilindros, es de planta cuadrada y se halla compuesta por dos cuerpos sobrepuestos de
tres y dos pisos respectivamente. Los muros y las torres del recinto se hallan adornados con escudos y blasones de los
López de Ayala, Silva y Castañeda, destacando sobre el matacán almenado el escudo del conde de Asalto, propietario y
restaurador del castillo en el siglo XIX.
Seguramente la zona en la que asienta el castillo de Guadamur conoció, en los primeros siglos
medievales, una fortaleza islámica. Sin embargo, el castillo que ahora contemplamos es obra del
siglo XV. Su propietario y constructor fue el conde de Fuensalida don Pedro López de Ayala,
llamado "el Mozo", que ocupaba el cargo de aposentador del rey y alcalde mayor de Toledo.
Ocupó el castillo como residencia habitual durante muchos años, reuniendo en él una
nutrida y selecta biblioteca de temas de caza, astronomía y religión. Posteriormente, y por
enlaces matrimoniales, el castillo pasó a ser propiedad de los duques de Uceda y Frías.
Fue casi totalmente destruido durante la invasión francesa y ocupado nuevamente como
cuartel por las tropas carlistas, que una vez lo abandonaron, destruyeron parte de sus
muros e incendiaron el resto.
Ante el desinterés mostrado durante años por su propietario, el duque de Uceda, los vecinos de la villa se hicieron
cargo de él hasta su compra por el conde de Asalto, que procedió a su restauración. Heredado por su hijo, el marqués
de Argüeso, el castillo sufrió un nuevo desmantelamiento durante la guerra civil de 1936. Su actual propietario, el
marqués de Campoó, volvió a restaurarlo, acondicionando su interior con armas y objetos de arte de los siglos XV y
XVI. Puede ser visitado por el público previa cita.
Han sido muchos los personajes relevantes que a lo largo de la Historia han residido
en el castillo de Guadamur, como por ejemplo, la reina Juana I de Castilla y su
esposo Felipe el Hermoso, quienes en 1502 habitaron la fortaleza con la esperanza
de que el descanso resolviera los problemas de salud del rey consorte. Habitó
también el castillo su hijo, Carlos I, retirado en sus muros tras el fallecimiento de su
esposa Isabel de Portugal. Pero Guadamur no sólo fue utilizado como lugar de
descanso o recreo, sino también como prisión. Así lo conoció doña Ana de Mendoza,
princesa de Éboli, allí encarcelada por orden del rey Felipe II, tras la muerte del
secretario Escobedo y la huida de su amante, el secretario real Antonio Pérez.
Aquelarre
En la actualidad se encuentra muy arruinado su recinto exterior, no así la torre del homenaje que fue recientemente
restaurada por sus propietarios particulares que la destinaron a residencia familiar.
Enclavado en un elevado lugar sobre el río Alberche, el castillo de Escalona posee una
potente barbacana y ocho torres albarranas, lo que le convierte en el castillo español
que más torres de este tipo posee. Están fabricadas con distintos materiales (tapial, cal
y canto) y revestidas por hiladas de piedra encintadas con ladrillo siguiendo el método
mudéjar que derivó del árabe.
El conjunto del castillo tiene una planta poligonal irregular en la que destaca la torre del homenaje, de más de 20
metros de altura; resaltando en la zona Sur de la fortaleza una terraza sobre el río. El recinto se halla partido por una
pared divisoria que atraviesa el castillo de Este a Oeste, creando así dos zonas diferenciadas: el patio de más de 100
metros de largo y el castillo-palacio, con una planta pentagonal. En él se encontraba el llamado salón de Embajadores
con bella decoración realizada por alarifes musulmanes, y descrita en la Crónica de don Álvaro de Luna, como la "sala
rica".
Dada su privilegiada situación, Escalona fue siempre un enclave fortificado. Dos años antes de la
toma de la ciudad de Toledo en el 1085, ya se encontraba en manos cristianas, aunque sufrió duros
ataques tras la invasión almorávide que conoció la península pocos años después. A comienzos del
siglo XIV se hallaba en manos del Infante don Juan Manuel, que lo había heredado de su padre por
cesión de su hermano el rey castellano Alfonso X.
Pasó en la centuria siguiente a ser propiedad de la Corona de Castilla y ya en el XV, y concretamente el año 1424, el
castillo pertenece al privado real don Álvaro de Luna, a quien debe la fortaleza sus elementos artilleros y defensivos. El
de Luna detenta la propiedad del castillo hasta 1453, año en que su caída en desgracia devuelve la titularidad de la
fortaleza a manos reales. Fue Enrique IV quien a finales del siglo XV cede el castillo de Escalona a Juan Pacheco,
marqués de Villena, que lo posee hasta 1474 y a quien se debe la decoración de conchas y cruces que detentan una de
las torres semicirculares del recinto, y que hacen alusión al maestrazgo de Santiago que aquél ocupaba.
Posteriormente pasó a ser propiedad del duque de Arcos. Ya en el siglo XIX sufrió
los ataques del mariscal francés Soult. Fue declarado Monumento Nacional en 1922
y actualmente es propiedad particular, habiendo sido rehabilitada y restaurada la
torre del homenaje como residencia familiar.
Además del Infante don Juan Manuel, artífice junto a su padre de gran parte de la construcción del castillo de
Escalona, uno de los personajes más íntimamente ligados con su historia fue don Álvaro de Luna, condestable de
Castilla. Propietario del castillo desde 1424, año en que lo recibió por donación real, el privado del monarca realizó
diversas transformaciones en la fortaleza.
Una de las más importantes fue la comenzada en 1438, tras la destrucción casi total
de la torre del castillo a causa de un rayo que provocó también un importante
incendio en otras estancias de la fortaleza y que mantuvo ocupados, durante tres
días, a más de mil hombres que lucharon por sofocarlo.
Diez años después de estas reformas, el castillo debió de estar en su mejor momento, pues el condestable celebró en él
una montería y una fiesta de tal suntuosidad que los invitados, el rey de Castilla y cortesanos portugueses, quedaron
deslumbrados por las riquezas y trofeos de caza que allí se custodiaban, y entre los que destacaba una gran alfombra
realizada con piel de león.
Aquelarre
Dado que el cerro en el que se asienta el castillo de Játiva contó desde la Antigüedad con
un puesto fortificado, la fortaleza que actualmente contemplamos es difícil de fechar.
Cuenta con una base ibera y cartaginesa, sobre la que los romanos construyeron una
atalaya. La llegada de los visigodos y de los musulmanes modificó sustancialmente la
fortificación ya existente, que se vio ampliada y engrandecida. La siguiente fase
constructiva se realizó ya en época cristiana, culminando con la construcción de la capilla,
a finales de la Edad Media, en el reinado de Alfonso V el Magnánimo. La casi total
destrucción del castillo en el siglo XVIII a causa de un terremoto y los daños causados
durante la Guerra de la Independencia posteriormente, motivaron su restauración ya en el
siglo XX.
La historia del castillo de Játiva se halla muy relacionada con la población a la que defiende. Fue
llamada "Saetabi Augustanorum" por los romanos, que edificaron en ella un puesto fortificado del
que quedan algunos restos en el llamado Castillo Menor o "Castell Vell" de Játiva. Los musulmanes
la denominaron "Medina Xateva", siendo evidentes sus reformas arquitectónicas del castro romano
y las ampliaciones, más patentes en el Castillo Mayor o "Castell Nou", cuyo muro izquierdo está
flanqueado por torreones cúbicos de factura islámica que se alternan con torres cuadradas.
Con la toma de la ciudad por los cristianos, en el siglo XIII, pasó a conocerse por
Játiva, adquiriendo a partir de entonces su castillo gran importancia dentro de las
fortificaciones de la Corona de Aragón, tanto por su situación estratégica como por
habilitarse sus estancias subterráneas como prisión. Fueron muchos y famosos los
prisioneros que conoció el castillo de Játiva hasta el siglo XVI, fecha en la que volvió
a adquirir protagonismo militar durante el levantamiento de las Germanías.
Mucho debió sufrir también el castillo durante el terremoto de marzo de 1748, que afectó
enormemente a su construcción. También la Guerra de la Independencia dio protagonismo al ya
muy deteriorado castillo de Játiva, pues sus ocupantes franceses al abandonarlo, en 1822,
demolieron parte de las torres y las murallas. El castillo fue declarado Monumento Histórico
Nacional en 1931, hecho que no impidió que sufriera nuevos ataques durante la guerra civil
española del 36, tras la cual fue restaurado.
Desde el siglo XIII al XVI fueron destinados a prisión parte de los aposentos
subterráneos del castillo de Játiva, por lo que la mayoría de los personajes relacionados
con él lo fueron en calidad de prisioneros de los monarcas de la Corona de Aragón. Tal
es el caso de los Infantes de la Cerda, cautivos en la fortaleza desde 1278 a 1288, o el de
don Jaime, conde de Urgel, que ingresó en las celdas del castillo en 1426 falleciendo allí
mismo siete años después. Lo mismo le ocurrió a Jaime de Aragón, barón de Arenós e
hijo del Duque de Gandía; y posteriormente a Diego de Borja, canónigo de la Catedral
de Valencia, acusado de asesinato por Felipe II y decapitado en el mismo castillo de
Játiva en 1552.
Pero entre todos los que sufrieron cautiverio en los sótanos de la fortaleza destaca
Fernando de Aragón, duque de Calabria. Pariente de otro Fernando de Aragón (rey de
Castilla tras su matrimonio con Isabel la Católica), el duque de Calabria conoció las
prisiones de los castillos españoles desde los catorce años de edad, estando entonces
encarcelado en La Mota, en Medina del Campo. Tras una breve estancia en la Corte de
Fernando el Católico, casado por entonces en segundas nupcias con Germana de Foix,
fue acusado por el monarca aragonés de traición y encerrado en el castillo de Atienza,
hasta que en 1512 fue trasladado al de Játiva, en donde también se especulaba con la
verdadera razón del encarcelamiento del duque de Calabria: sus amores con Germana
de Foix, la reciente esposa de Fernando el Católico, muchacha de dieciocho años de
edad y a la que el rey sobrepasaba en más de cuarenta.
En 1522, y tras su intervención en el final del levantamiento de las Germanías, Carlos V ordenó
su liberación, que años antes había sido recomendada por su más acérrimo enemigo, el rey
católico Fernando V. A pesar de que su prisión debió atenuarse en los últimos años (prueba de
ello es la magnífica biblioteca que logró reunir), su encarcelamiento fue largo y penoso. Una
vez en libertad contrajo matrimonio con la ex-reina Germana de Foix, viuda nuevamente del
marqués de Branderburgo. El duque de Calabria y su esposa, doña Germana, fueron los
fundadores del monasterio de San Miguel de los Reyes, lugar en el que recibieron sepultura.
Aquelarre
El cerro saguntino, atalaya que vigila y enseñorea en el llano valenciano, fue para los
árabes posición estratégica importantísima. En realidad no se conoce a este castillo
por con nombre de Sagunto sino que se le suele llamar Murviedro, esto es: muro
viejo. Játiva al sur, Murviedro al norte, fueron las dos defensas de Valencia. Puede
afirmarse con toda seguridad que la fortaleza árabe se erigió sobre la hermosa
cimentación de los que debió ser romano. Muy destruido está el castillo de
Murviedro a Sagunto, pero todavía se puede comprender fácilmente la hermosura y
sensación de sus días.
La puerta principal, de triple hoja, y el puente levadizo, modelo de los más bellos, se
han conservado casi intactos hasta fines del siglo XIX. Y todavía asombran al curioso
los calabozos subterráneos, conocidos por el nombre de “leoneras”; varios aljibes (uno
de ellos colosal, de dos naves de cincuenta metros de longitud y veintiún pilares con
cabida para veinticinco mil pies cúbicos de agua pluvial), una puerta mudéjar,
denominada “de la Almenara”, y varios lienzos de soberbia sillería.
Cada cultura ha ido dejando en Murviedro los detalles más extraordinarios. Ars romana,
Alcazaba musulmana y Alcázar cristiano, se acumularon en él los alardes de mejor factura. Y
desde la epopeya de Aníbal hasta el movimiento restaurador de hace dos siglos, por este
castillo pasaron hombres o sombras de hombres, movidos con fiera resolución, belicosas
disposiciones, contiendas y resistencias a sangre y fuego.
Íberos, fenicios, griegos, jonios, edetanos, vivieron intensamente entre estos muros ciclópeos
cual los de otra misteriosa Troya. Los árabes fueron quienes, indudablemente, convirtieron el
castro en ciudadela. Las antenas de murallas almenadas lo manifiestan.
Entre la serie de valíes que lo gobernaron figura Ben Lebrun, buen trovador y buen
guerrero, que compró la protección del Cid en seis mil dinares. Alfonso VI de Castilla
lo incendió, y Jaime I lo dio en señorío al infante Don Pedro de Portugal. Pedro IV el
Ceremonioso habitó y fortificó este castillo.
La “germanía” de Sagunto fue de las más fuertes en el año 1522 y tuvo sus juntas y
armó sus hombres en una de las plazas de armas de la ciudadela.
Aquelarre
Por las crónicas, por los relatos anteriores al siglo XVIII, sabemos toda la
importancia que tuvo el castillo de Montesa, señorío y sede de la famosa Orden
monástica militar.
Sus restos -un terremoto (siglo XVIII) lo arruinó- aparecen a 340 metros sobre el
nivel del mar, en una aislada colina, confundidos por su coloración con el rojizo
peñón que los sostiene. En el reino de Valencia, su situación era estratégica para
cerrar el paso de las invasiones. El castillo era de los más fuertes del reino, por sus
muros de catorce palmos de espesor, defendidos por puertas herradas, puente
colgante y buena artillería.
En el intramuro estaba el palacio prioral. Un claustro gótico rodeabas la plaza de armas, en la que
podían formar hasta dos mil peones y mil caballos. El templo aparecía enfrentado el sur, y en los
claustros ondeaban las banderas y gallardetes conquistados por los caballeros. Un hueco enorme
en el primer recinto, sobre el mismo tajo, indica dónde estuvo el portón de entrada, rasero con el
puente levadizo.
Quedan restos de lienzos de sillares bien labrados, y en la misma arista del ángulo principal tres
blasones: el de la Corona de Aragón, el cruzado de la Orden y otro de barras, no descifrable. Para
visitar estas ruinas hay que pasar por un portillo peligrosamente “volado” sobre el precipicio y
entre escombros.
Varios estilos debieron dejar sus huellas en la fortaleza de Montesa, ya que existía anteriormente a la invasión
musulmana. Se advierten alguna tracería, losas y sillares romanos, muros visigóticos, disposición arquitectónica de
castillo y cenobio castellanos. Se afirma que la incultura lugareña cargó con infinitos sillares (labrados y sin labrar) del
castillo para aprovecharlos en la construcción de casas particulares, en el embaldosamiento de las calles y hasta para
cercar las heredades.
Pedro III atacó a los musulmanes refugiados en la fortaleza, y estos hicieron pervivir el ejemplo de Pelayo en
Covadonga; desde lo más alto del cerro setabense hicieron rodar sobre las huestes aragonesas un aluvión de peñascos.
Fueron vencidos, sin embargo, y Pedro III confió Montesa a don Bernardo de Bellvís, caballero cruzado. En 1318,
Jaime II lo confió a la Orden de Montesa, y esta lo reedificó con indudable intención feudal. El maestre Fray Pedro de
Tous (allá por la mitad del siglo XIV) dirigió las fortificaciones, y Fray Francisco Llansol de Román (mitad del siglo
XVI) terminó el templo, el monasterio y las salas capitulares.
Quedó el castillo de forma tan admirable, que el cronista Escolano escribe: “todo de piedra muy bien labrada y cerrado
de muros de catorce palmos de alto, con sus troneras, reparos y traveseras y muchas puertas herradas, y artillería
bastante para una fortaleza en orden de guerra”.
La destrucción del castillo fue narrada asó por Llorente: “Amanecía el día 23 de
marzo de 1748. Después de copiosas lluvias, sonreía hermosa la primavera... Los
clérigos del Sacro Convento habían rezado en coro las Horas menores, y algunos de
ellos estaban celebrando misa. De pronto sintieron temblar la tierra a sus pies,
bambolearse las paredes y desplomarse las bóvedas con horrible estrépito. Eran las
seis y cuarto de la mañana. La iglesia y todas las construcciones del castillo se venían
abajo. Un prolongado trueno salía de aquellas ruinas y una nube de polvo las
envolvía. A las dos horas, otra sacudida completó la destrucción. Repitióse el
estrépito y la polvareda; caían rodando por la montaña los sillares desprendidos de
los muros...”
El rey Don Fernando VI, gran maestre de Montesa, quiso remediar su ruina decretando el
resurgimiento de su templo y de sus recintos. Pero el oro borbónico no anduvo tan expedito
como la buena voluntad del monarca..., y el castillo permanece escombrado sobre la
inaccesible roquera de precipitados flancos. Sólo el ágil pie de cabra se introduce entre los
lienzos orlados de plantas parásitas y se posa en las losas rotas, entre las que nace, fuerte y
salvaje, el más verde y aterciopelado césped.
Aquelarre
La tradición arqueológica supone edificado este lugar sobre el perímetro que ocupó el
campamento que levantó Pompeyo en sus trágicas luchas con Sartorio. Pero el castillo
data de la segunda mitad del siglo XV y, por tanto, sus defensas, almenados, fosos,
poternas y rastrillos, responden a una necesidad bélica mayor.
Se conserva extraordinariamente entero. La puerta principal estaba situada en el lienzo del lado este, y frente a ella un
puente levadizo salvaba el foso y el contrafoso. Dos murallas cercaban la fortaleza. La de defensa lo hacía con torrecillas,
cubos, almenas y saeteras al exterior. La otra estaba adosada al cuerpo central. Las torres, en los ángulos exteriores, se
denominaban: del Vigía, al norte; la poterna, al sur; al oeste, la del homenaje.
Al cruzar la enorme puerta principal se llega a la plaza de armas, con los calabozos en los
ángulos y una hermosísima cisterna en el centro. El interior del castillo está bien
conservado y restaurado, recordando a sus días de gloria en el siglo XVI.
En los sótanos encontramos amplias bodegas, mazmorras y polvorines. En los pisos altos, vemos salones soberbios,
alcobas suntuosas con chimeneas artísticas y vidrieras, lienzos y mobiliario del más fino gusto. Las vidrieras ostentan el
escudo con el lema de los señores de Benisanó: “La supervia de vos matará amós á dos.”
Una soberbia escalinata facilita el acceso a sus anchos y magníficos salones, terrazas y
galerías. Encontramos a lo largo del castillo riquísimos artesonados, chimeneas góticas,
puertas de labrada talla valenciana, escudos en la piedra, azulejos moriscos, tapices
orientales, muebles de traza espléndida, armas y pendones, trofeos y obras de arte
medieval,…
El castillo-alcázar de Benisanó fue erigido sobre una desmantelada ciudadela musulmana y si bien no ha sido escenario
de numerosos sucesos históricos, sí lo fue de uno de importancia decisiva.
Corría el año de 1525. Francisco I de Francia, el rey galán, había sido apresado en Pavía por el soldado guipuzcoano
Juan de Urbieta. Una flota armada le traía a Valencia con todos los honores. Desembarcó el día 29 de junio y el 3 de
julio fue trasladado a Benisanó, en cuyo castillo estuvo hospedado hasta el día 21. Don Jerónimo de Cavanilles, señor
de Benisanó, para agasajar a su ilustre huésped, organizó fiestas, cacerías, bailes y fiestas de poesía. Se cuenta como
curioso detalle que don Jerónimo tenía dos bellísimas hijas, cuya espléndida juventud cautivó al enamoradizo monarca
y que éste, durante un sarao, perplejo en su deseo, preguntó a Cavanilles con cuál bailaría primero que no desairara a la
otra.
- Señor…, bailad con ambas a dos – le contestó el noble valenciano.
Hay otra versión de este suceso. Se cuenta que las dos jóvenes se negaron a bailar con
rey extranjero, retirándose a sus habitaciones. Enfurecido el padre por esta descortesía,
las sacó de sus lechos, las presentó humilladas ante el rey, pronunciando la frase que es
la divisa de sus armas:
- ¡La supervia de vos matará amos á dos!
Aquelarre
Como un claro ejemplo de castillo torrejón, el de Iscar, se erige sobre un cerro que domina la villa
y un extenso paisaje de pinares y campos labrados. En la actualidad se encuentra muy deteriorado
y de su pobre conjunto lo más destacable es la torre del homenaje. Edificada en el siglo XV y en
sillería, posee una planta pentagonal con torreones y cubos angulares. Al igual que en otras
fortalezas, en Iscar el acceso a la torre del homenaje posee un sistema defensivo en altura, es
decir, que protegido por tres pequeñas torres adosadas a su base, abre su entrada a cierta altura
del suelo, estando ésta compuesta por un puente levadizo desaparecido en la actualidad.
Entre los personajes más relacionados con el castillo de Iscar se encuentran Pedro
de Zúñiga, conde de Miranda de Castañar, y su esposa Catalina Velasco de
Mendoza, cuyos escudos aparecen en los muros de la fortaleza. Fueron ellos quienes
contrataron al arquitecto Juan de Zamora para la realización de las obras que
querían emprender en Iscar. Parece ser que el arquitecto no quedó contento con el
pago recibido o éste no llegó a efectuarse pues envió una carta a los Reyes Católicos,
en 1493, quejándose del trato recibido por el conde de Miranda de Castañar.
Aquelarre
Como detalle curioso puede consignarse que en año 1201, sin que se sepa por qué
razones, Portillo estaba enfeudado por el conde Armengol de Urgel, el cual lo
gobernaba por mediación del noble aragonés Alonso Téllez de Meneses.
Sí se puede asegurar que la muy derruida fortaleza de Portillo es de las que ofrecen un mayor interés para la evocación y
el recuerdo. Dentro de los tres recintos que comprendió en su día, y estos ceñidos por un ancho foso aguado, y el pozo,
precedido de una escarpada colina era muy difícil que alguien no se sintiera seguro allí dentro. Con piedras y ballestas,
con baldes de agua al rojo vivo también era muy difícil creer que los pesados asaltantes podrían triunfar embarazados
con grebas y quijotes, torpes por viseras, gorjales y ventalles, ahogados por la cota, el espadón, la adarga o la lanza.
¿Había posibilidad alguna para que tan oprimidos guerreros apeasen la escarpa,
traspusieran el foso, escalasen una, dos y tres murallas defendidas con ahínco,
derribasen los portones ferrados y llegasen hasta el último refugio del castillo, una
torre soberbia, sin resquicios? Se comprende así todo el interés de los nobles en
multiplicar estas mansiones almenadas que guardaban su persona y atemorizaban
alardes ajenos.
El castillo de Portillo, arruinado y todo,, da una sensación tremenda de resistencia. Además, por ser obra del siglo XV
(segunda mitad) y haberse reformado en una época en que comenzaban a generalizarse las armas de fuego, no se
escatimaron, y aun se reforzaron, los mil detalles de vigor; los cubos macizos, los adarves dobles con almenas, las
disimuladas saeteras, los bastos y rectangulares merlones; los salientes estratégicos y hasta los subterráneos que, en
caso de necesidad, podían prolongarse en mina para la fuga de los sitiados.
Lo que mejor se conserva del castillo podría ser la prisión, un lugar lóbrego, un
verdadero pozo, de ciento trece escalones, dividido en tres plataformas. La primera,
a los cincuenta peldaños; la segunda, a los ochenta y cuatro, y a los ciento trece la
tercera. Subterráneos abovedados, de piedra sillería. Sin embargo, algo más queda
en pie. La puerta del primer recinto, ajorca de piedra, de arco severo, con blasones
sobre ella de los Benavente, y coronada almena sobre modillones de triple vuelta.
Y la torre del homenaje, de veinticinco metros de altura, cubo rectilíneo, de poco aire señorial y mucho aspecto de
prisión. Sus cuatro lienzos desnudos ofrecen la suavidad de una lisa imposta a los dos tercios de su altura. Cuatro
ventanales se rajan a los cuatro puntos cardinales, adintelados los cuatro con una aspiración gótica y con cierta
reminiscencia mudéjar. El interior de la torre estuvo dividido en tres pisos unidos, desde la base a la terraza, por una
escalera de cien peldaños. Queda, casi intacto, volado sobre la segunda cortina pétrea, un garitón de cono invertido,
con un matacán, sus aspilleras, cinco modillones y siente boceles horizontales.
El castillo de Portillo tiene una historia lúgubre. No resistió ningún embate. Fue
únicamente cárcel. Según el conde de Gamazo: “... en uno de los varios revoltijos de los
prisioneros tiempos de Juan II habían traído prisioneros a la torre... al conde de
Benavente, a don Enrique Enríquez y al afamado Suero de Quiñónez. Tal redada había
sido decretada pocos días atrás (un sábado vísperas de Sanctispíritu del año de mil e
cuatrocientos y ocho) por el propio rey, el condestable don Alvaro, el príncipe heredero
don Enrique y el marqués de Villena, que, después de deliberar <<una buena pieza>>,
tomaron tan radical decisión, sin duda por temor de que los encartados estuvieran
fraguando algo contra la vida del condestable o contra Castilla misma, en inteligencia
con el rey de Navarra”.
Por extraordinaria paradoja, años después, el rey Enrique IV concedía el feudo de Portillo al conde de Benavente, que,
dicho sea de paso se escapó, en su día, de la prisión comprando “con joyas y mayores dádivas” enviadas por su esposa,
doña María de Quiñónez, al vigilante Antón de León. Con patético destino de cárcel, años antes, Portillo sirvió para la
persona del mismísimo Juan II, a quien el revoltoso conde de Castro tuvo en “respetuosa custodia”.
Pero el episodio más emocionado del que fue escenario esta fortaleza es la prisión de
don Alvaro de Luna. A don Alvaro de Stúñiga, alcaide de Portillo, le llegó esta
severísima orden: “D. Alvaro de Stúñiga, mi alguacil mayor, yo vos mando que prendais
el cuerpo a don Alvaro de Luna, maestre de Santiago, é si se defendiese, que le mateis.
– Yo el REY.”
Y escribe Quintana: “... que fue llevado a Valladolid, y, después, pasada la fortaleza de Portillo, donde se le tuvo en prisión
bien estrecha y con mucha guardia”. “De cualquier manera que el proceso se hiciese, la mortal sentencia se pronunció,
firmóla el Rey, y se dieron las disposiciones propias para ejecutarla. El condestable fue sacado de la fortaleza de Portillo y
llevado por Diego Stúñiga a Valladolid”. Iba en una mula parda, encollada de cascabeles. Al trasponer el último recinto
del castillo, pronunció estas magníficas palabras: “Mientras un hombre ignora si há de morir ó no, puede recelar y temer
la muerte; pero luego que está cierto de ello, no es la muerte tan espantosa á un cristiano, que la repugne y rehuse, y
pronto estoy a ella si es la voluntad del Rey...”
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Aquelarre
El castillo de Peñafiel se encuentra situado en un altozano sobre las cuencas de los ríos Duero y Duratón. Su
impresionante imagen se asemeja a la de un navío a causa de la original forma de su planta alargada, que se adapta al
terreno en el que se asienta. Todo el conjunto, construido en cantería caliza y sillares regulares, posee más de 200
metros de largo por 20 de ancho, pero con tan sólo una entrada de acceso al castillo, situada al Sur y franqueada por dos
torres redondas.
El acceso se realiza a través de un pequeño foso, estando su entrada a cierta altura, por lo que debía de utilizarse para
entrar en ella una escalera móvil. Los ángulos de esta torre poseen garitones que, al igual que los construidos a mitad
de lienzo, no llegan al suelo. Interiormente posee dos plantas abovedadas, siendo evidentes los restos de los otros pisos
construidos en madera. Es precisamente esta torre del homenaje la que divide el conjunto en dos partes desiguales con
dos patios alargados, uno de los cuales quizá estuviera destinado al albergue de tropas, almacenes y establos.
En 1283, reinando ya Sancho IV, el señorío de Peñafiel pasa a manos de su tío el Infante don Manuel en concepto de
regalo por el nacimiento de su hijo. Es a éste último noble castellano, don Juan Manuel, a quien se debe la
reconstrucción del castillo. A mediados del siglo XIV, durante el reinado de Pedro I, el castillo y la villa volvieron a ser
propiedad de la Corona de Castilla. Al finalizar aquella centuria el titular del trono castellano, Juan I, concedió a su hijo
don Fernando de Antequera el señorío de Peñafiel, quien a su vez lo cedió a su heredero, el infante don Juan, al tomar
posesión del trono de Aragón. Durante el siglo XV, y perteneciendo nuevamente a Castilla, Peñafiel fue concedida por
Enrique IV al Maestre de Calatrava don Pedro Girón, donación que corroboró su hermana Isabel la Católica, una vez
asentada en el trono de Castilla.
Fue esta misma familia, propietarios del castillo hasta comienzos del siglo XX, la que
obtuvo el marquesado de Peñafiel durante el reinado de Felipe III, y posteriormente
el título de Duques de Osuna. Desde el punto de vista militar, el castillo sufrió el
maltrato recibido por las tropas carlistas que lo habitaron en 1836. Fue declarado
Monumento Nacional en 1917, estando actualmente restaurado.
Uno de los más ilustres moradores del castillo de Peñafiel fue el Infante don Juan Manuel a quien tradicionalmente se
encuentra ligada esta fortaleza, así como la villa a la que otorgó fuero. Este político y escritor castellano nacido en
Escalona en 1282, residió durante años en el castillo de Peñafiel en donde nació su hija, doña Juana Manuel, futura
esposa de Enrique II de Trastámara, y reina de Castilla. La historia del castillo de Peñafiel estuvo también relacionada
con la vida de los reyes de Navarra, pues fue en esta misma fortaleza donde nació, en mayo de 1421, don Carlos,
Príncipe de Viana.
Su temprana muerte, tras el encarcelamiento ordenado por su padre, motivó la
guerra civil entre Cataluña y Juan II de Aragón. Pero fue un noble castellano, don
Pedro Girón, maestre de la Orden de Calatrava, el autor del derribo de la fortaleza
en la que residió don Juan Manuel y el que ordenó la edificación del nuevo castillo.
El derribo se llevó a efecto en febrero de 1431, otorgando el rey castellano Juan II
permiso para las obras de una forma muy rápida, pues deseaba que este castillo
desapareciera a causa de las veces que, siendo propiedad del rey de Navarra, se
había rebelado éste.
Aquelarre
Al igual que el de Fuensaldaña, Torrelobatón puede definirse como un castillo-torrejón típico de la llanura castellana, ya
que se sitúa al extremo norte de la villa sobre una pequeña elevación del terreno, siendo su torre del homenaje lo más
destacado de todo el conjunto. La planta del castillo de Torrelobatón es cuadrada con cubos cilíndricos en tres de sus
esquinas, mientras que la cuarta lo ocupa una soberbia torre del homenaje de planta cuadrada y con ocho cubos volados
a modo de garitones.
Son estas garitas, curiosamente, las más largas de todos los castillos castellanos, y se
hallan decoradas con escudos de la familia Velasco, Mendoza y Enríquez (propietaria
del castillo en el siglo XV). Esta torre del homenaje, verdadero símbolo de la fortaleza,
posee dos entradas, una a nivel de la planta baja y otra a la altura del adarve,
quedando aún signos en la piedra de un puente levadizo que facilitaría el acceso.
Interiormente constaba de tres pisos comunicados por una escalera central.
Al observar el conjunto, llama la atención que el remate de sus muros carece de almenas, que han sido sustituidas por
un perfil horizontal y curvo hacia el interior del castillo, a modo de parapeto abocelado, sobre matacanes cegados.
Posee también Torrelobatón una poterna que comenzando en el foso del muro Norte desemboca en el patio de armas.
El castillo de Torrelobatón, es decir, el de la "torre de los lobatos" que hoy contemplamos, no puede ser el mismo del
que nos habla la Crónica del rey castellano Alfonso XI cuando nos narra la toma de todas las fortalezas pertenecientes
al noble levantisco Juan Núñez de Lara y de la Cerda, aunque quizá sean restos de ella las bases muradas que rodean
parte del recinto. En cualquier caso, el castillo que hoy se alza en este lugar, fue construido a finales del siglo XV por un
miembro de la familia Enríquez, perteneciente a la estirpe de los Almirantes de Castilla.
Habitaron en él los Velasco y los Mendoza, siendo en el siglo XVI tomado por los comuneros, que
parece ser destruyeron parte de las crujías del patio y las defensas exteriores del castillo.
Actualmente sus dependencias interiores se encuentran muy modificadas, pues fue habilitado
como silo de cereales.
El jefe de los comuneros castellanos, Juan de Padilla, es uno de los personajes más íntimamente ligados a la historia
del castillo de Torrelobatón. Nació en Toledo en 1420, siendo el primero en organizar un ejército rebelde en esta ciudad
contra las tropas imperiales de Carlos V. Sus ideales de defensa de las libertades y prerrogativas de las comunidades de
Castilla frente a las pretensiones imperiales, le llevaron a unirse a las fuerzas leales a Juan Bravo, venciendo ambos a
los soldados de Ronquillo, defensor del emperador.
Pero una de sus más sonadas victorias fue la toma de castillo de Torrelobatón. Éste
se hallaba en manos de las tropas imperiales cuando fue atacado por los hombres de
Padilla, que lo asediaron durante ocho días, tomándolo finalmente el 23 de abril de
1521. La posesión del castillo elevó los ánimos de los comuneros que, saliendo de él,
fueron derrotados en Villalar, siendo posteriormente encarcelados y ajusticiados.
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Edificado en alto sobre un saliente de la cadena de colinas que corren por esta
región, debió siempre cumplir con éxito su misión de eslabón en la serie de fuertes
fronterizos del reino de León, ya que tenía la vista de los Belmonte, Torre de
Mormojón y Villalba, y fácil enlace con los de Paradilla, Ampudia, Medina de
Rioseco y Mucientes.
Pero todo esta marcada disposición militar no hace sombra alguna para la elegancia de sus cubos, sus esbeltas torres, el
arco ojival de acceso o el saliente matacán que lo protege y sirve como dosel al escudo en el que sobre la puerta
campean los calderos de los ricos homes, señores de pendón y las estrellas de los Rojas.
El aspecto del castillo, aún hoy, es imponente. Tiene planta trapezoidal; en los ángulos, torreones
cuadrados, y en los lienzos, cubos; y tanto unas como otras, sobresalientes almenados. Un arco
ojival aparece sobre un portillo de mampostería con portón de hierro. Sobre el arco, los blasones
cuartelados y partidos.
Muy robustos son los muros; n algunos lienzos alcanzan los dos metros. Desde el portón, por un pasadizo abovedado,
se llega a la plaza de armas, amplia, capaz para dos mil pones, en la que se conservan el pozo y varios aljibes. El espacio
de las almenas permitiría que corriesen y se defendiesen en él más de mil ballesteros y arcabuceros. Se conservan
todavía varias escaleras de caracol, que subían hasta las estancias de los castellanos, y un espacioso almacén de víveres.
Pero la guarnición, mandada por esta brava mujer, opuso tal resistencia, arrojando
toda suerte proyectiles, que, en vez de escarmentar, como ansiaba, hubo de retirarse,
escarmentado, el Cruel.
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Tor-de-humos quiere decir “Torre de Humos”. Los castillos hasta el siglo XIV, además
de ciudadelas donde refugiarse, solían servir de atalayas con el sistema de comunicación
aérea más conocido entonces: fogatas en la noche y humaredas por el día.
El castillo de Tordehumos se alza sobre un cerro cónico y aislado que le sirve de peana. Se compone de: un recinto
exterior, un foso y el núcleo, y, detrás de éste, el patio de armas. El recinto a amurallamiento es de sólida sillería, alto y
espeso, sin almenas ni troneras, lo que hace suponer que fue erigido con anterioridad al uso de la pólvora.
El foso, hoy cegado, fue muy ancho, y aún se dibuja en toda su circunferencia. El núcleo tiene
planta cuadrangular y una altura de lienzos de quince metros; lienzos de recios sillares, con
almenas en la decoración, trofeos heráldicos sobre las puertas ciegas y algunas aspilleras para
armas de fuego de reparación posterior.
Dos entradas tiene este cuerpo central. Una, en la cortina de sur a este, y formada por tres arcos sucesivos: el primer
ojival, el segundo rebajado y el tercero elíptico. En el lienzo de oeste se abre la otra entrada.
El patio de armas, al que se llega por cualquiera de las entradas por unos caminos
abovedados, es amplia y se orienta alta, es una planicie. Del patio de armas arranca
la torre del homenaje, cuadrada de planta, de unos cuatro metros de ancha por
veinte de alta, de piedra sillería. Ostenta en la parte superior de la fachada tres
escudos. El del centro, con las antiguas armas de Castilla; el de la derecha, con
jirones en la mitad superior, y, en la inferior, una banda; el de la izquierda,
ajedrezado.
En la cara opuesta de la torre aparece otro escudo: flanqueado y tironeado. El interior de la torre estuvo dividido en
cinco pisos (uno subterráneo, de calabozos), unidos todos por una escalera entallada en el muro, de la que restan
algunos vestigios.
Situada a doce kilómetros de Medina de Rioseco, en las márgenes del río Sequillo, a
principios del siglo XIV (1308) era ya plaza fuerte. En su castillo se refugió el
turbulento don Juan Núñez de Lara para resistir la persecución violenta de Fernando
IV, prolongando tanto tiempo la defensa, que dio lugar a que se cansaran y
desbandaran los sitiadores.
En su castillo, Alfonso XI condenó a muerte al pérfido valido Alvar Núñez Osorio y lo dio luego a su favorita doña
Leonor de Guzmán.
También aquí, los infantes Don Juan y Don Fernando de Aragón, protegidos por su madre la reina Doña Leonor,
juraron odio a muerte a Pedro I de Castilla, su primo. Precisamente en tiempo de este monarca la villa era de realengo
y Enrique II la donaría junto al castillo a su hermana Doña Juana como dote por su matrimonio, en 1371, con el
aragonés don Felipe de Castro. Pero se la quitó a la hija de este matrimonio Juan I, quien la concedió, a cambio de
10.000 doblas de oro.
Aquelarre
El actual castillo de Simancas es un complejo conjunto, fruto de varios siglos de construcciones y ampliaciones de sus
dependencias. Se erige sobre una pequeña llanura limitada por un barranco artificialmente ampliado como foso. Consta
de un primer recinto defensivo en forma de cuadrilátero irregular que, con un foso delantero y talud en forma de
alambor, data de finales del siglo XV.
Este primer recinto posee dos puertas reforzadas con cubos redondos, que en origen eran
de madera y levadizas. En su interior, las mayores transformaciones se realizaron a partir
de 1578, año en el que el arquitecto Juan de Herrera, por orden del rey Felipe II, comenzó
los trabajos del patio, el salón de lectura y la terminación en punta de las torres. Posee
también una capilla con bóveda de crucería gótica y policromada, en donde podemos
contemplar los escudos nobiliarios de los Enríquez y los Velasco. Destaca en el conjunto
el denominado Cubo de Aragón y el del Obispo, rematado con una cúpula al estilo del
arquitecto Juan de Herrera.
La actual villa de Simancas, denominada "Senterica" por los celtíberos y "Septimanicas" por los romanos, ocupó en los
primeros años de la Edad Media un importante lugar desde el punto de vista militar. Prueba de ello es el hecho de que
fuera escenario de la victoriosa batalla de Simancas, que en el 939 enfrentó a las tropas cristianas de Ramiro II de León
con las musulmanas de Alberramán III, provocando la retirada de éste.
Situada en primera línea fronteriza con el poder islámico que dominaba el Sur de la
Península, gozó hasta el siglo XI, fecha en la que el avance cristiano llegó hasta el Tajo,
de una importancia vital para la defensa de los reinos cristianos de Norte peninsular.
De ahí que siempre contara con un punto fortificado donde hoy en día se alza el castillo,
que data en sus partes más antiguas de finales del siglo XV, cuando sus propietarios
eran los miembros de la poderosa familia Enríquez.
Ésta lo cedió a la Corona en 1480, siendo habilitadas sus dependencias, ya en el siglo XVI y por mandato del
emperador Carlos V, en Archivo General del Reino. Sus sucesores siguieron destinando el castillo a este fin, que
compartió con el de prisión. En la actualidad el castillo sigue siendo Archivo Histórico y en él se custodian valiosos
documentos y legajos de nuestra Historia desde 1540.
Uno de los personajes más relacionados con el castillo de Simancas fue el obispo de Zamora don
Antonio Osorio de Acuña (1459-1526). Activo militante en el bando de los comuneros contra el
emperador Carlos V, no limitó su actividad a un apoyo teórico de las tropas sublevadas, sino que
luchó personalmente contra el ejército imperial en la batalla de Tordesillas. Desde aquí se trasladó
a Toledo en donde fue nombrado arzobispo por los rebeldes que así le agradecían su apoyo a las
Comunidades.
Carlos V lo tomó prisionero cuando intentaba huir a Francia, encerrándolo en una celda situada en el último piso del
torreón del castillo de Simancas. De carácter enérgico y violento, Antonio de Acuña no dudó en estrangular al alcaide
de la fortaleza, Ronquillo, para intentar huir. Tras estos hechos, el Emperador, cansado de sus excesos y amparado por
la inviolabilidad eclesiástica, lo mandó ajusticiar en el mismo castillo. La orden se cumplió el 23 de marzo de 1526,
fecha a partir de la cual las relaciones entre el soberano y la Santa Sede se deterioraron enormemente hasta finalizar
con el decreto de excomunión contra Carlos V, por parte del pontífice romano.
Aquelarre
Pocos son los castillos que se conservan en la provincia de Vizcaya y ninguno tan firme y
entero como el de Gatica o Butrón.
Un castillo que fue reformado por completo en el s. XIX pero, por suerte, aún se
conservan reseñas de cuando esta fortaleza era resto insigne de lo que fue.
Los historiadores no se ponen de acuerdo en el año de su construcción y se barajan las posibilidades de que fuera en
alguno de estos siglos: X, XI o XII.
En origen, el castillo fue cuadrado, sobre una base de pedernal, con paredes de enorme espesor. Alrededor de este
núcleo corre una muralla con cubos angulares, de troneras y almenas.
La muralla, en su lado sur, hacía destacar un torreón pesado, redondo, oscuro y con
ventanas románicas.
Pocos son sus adornos, lo que nos prueba la concepción esencialmente bélica de este
castillo. En él todo es enorme y sin ligereza: terrible para la defensa y abrumador para la
existencia de la paz.
Desgraciadamente, a mediados del XIX, fue reformado por sus señores sin atención a su tradición histórica y hoy
Butrón es un conjunto de paredones almenados, ventanales con parteluz, tejados cónicos, torres con garitas, ojivas
perdidas,...
Sería Gonzalo Gómez de Butrón (1412) su señor más poderoso y quien le dio mayor importancia a la fortaleza durante
aquellas luchas fratricidas entre gamboinos y oñacinos que no pudieron reprimir los condes y monarcas de Castilla.
Según dicen, un día entró en las tierras de su enemigo, Juan Alfonso de Mújica, y cazó allí un
jabalí. Sin embargo, don Gonzalo fue sorprendido por el dueño, que le reprendió con aspereza su
acción. En aquel instante, se armó el de Butrón con su lanza y le atravesó el pecho a su reprensor.
Tras esto, remordiéndole la conciencia se encerró el asesino en su castillo.
Y hasta sus muros llegaron seis parientes del muerto que exigían reparar el agravio en un combate contra otros seis
familiares de don Gonzalo. Aceptado el reto, la lucha se desarrolló ante la atenta mirada del señor del castillo desde la
torre del Homenaje.
Los de Mújica llevan la mejor parte y cuando caen dos primos de Butrón, uno con la cabeza cercenada y el otro
atravesado de parte a parte, es cuando pretende salir don Gonzalo en ayuda de los suyos. Pero en la escalera del
torreón, le sale al paso el fantasma del asesinado Mújica.
Butrón mandoblea, hiere e intenta dar muerte a la muerte pero el fantasma no hace otra cosa sino reír a carcajadas
impidiéndole el paso. Y para cuando desaparece, ya es demasiado tarde y no ve más que los cadáveres de sus seis
allegados...
Otra leyenda aconteció dos años después. Don Gonzalo decidió fortificar la torre y, su adversario,
Alonso de Villela, elevó la suya a muy poca distancia. Exasperado Butrón por lo que cree un reto,
decide darle muerte y la ocasión no se hace esperar.
Sucedió que Villela y su pariente Juan Avendaño decidieron ir a Bermeo y Guernica con la única
intención de divertirse. Conocida la fama de enamoradizos por don Gonzalo de ambos mozos, les
hizo saber por un mensajero de la hermosura de dos mujeres (parientes de Butrón) muy capaces de
dejarse enamorar y que les estarían esperando. Hasta allí fueron los dos incautos y no tardaron
mucho en ser emborrachados y envenenados por las dos mujeres. Cuando llegó don Gonzalo no
tuvo más que acabar con los moribundos usando su espadón.
Aquelarre
Sobre una edificación anterior, de la que no quedan restos, en los primeros años del siglo XVI se
comenzó la construcción del castillo de Benavente. Esto es al menos lo que podemos deducir de
un inscripción en la que Alfonso Pimentel, conde de Benavente y su esposa, doña Ana Velasco,
declaran haber contraído matrimonio en 1501 y en esta misma villa. Suponemos que a partir de
esta fecha establecerían en este castillo su residencia, que a juzgar por los restos que han llegado
hasta nosotros, podría definirse mejor como un palacio, dadas sus escasas defensas militares.
La Torre del Caracol, prácticamente único vestigio del que debió ser un hermoso castillo-palacio, se
encuentra situado junto al cauce del río Orbigo. La ruina del castillo a raíz de la Guerra de la
Independencia no nos permite apreciar lo que debió ser el edificio en el siglo XVI, pues además de
la citada torre y de una galería de arcos semicirculares, así como algunos lienzos de muralla, pocos
son los muros que quedan en pie. La denominada Torre del Caracol, se halla edificada en ladrillo y
posee una planta cuadrada con 17 metros de lado.
Exteriormente sus ángulos están ocupados por garitones y su fachada por bellos miradores
con arcos escarzanos y balconada sobre matacanes, así como blasones de la familia
Pimentel. Se conjugan así, en un sólo edificio, los dos aspectos más característicos de este
castillo, el militar y el palaciego. Interiormente, la torre consta de tres plantas, la primera
con una original forma octogonal en su techado a base de trompas, siendo la segunda y la
tercera de escasa altura y aposentos redondos. En el lienzo occidental, que aún se conserva,
se encontraba el acceso principal al castillo en forma de arco. Existía otra entrada
secundaria, que hoy se aprecia bajo un ventanal. En la actualidad el castillo de Benavente
se encuentra muy reformado pues está destinado a Parador Nacional de Turismo.
La zona en la que se asienta el castillo de Benavente, en una ladera junto al río Orbigo,
poseyó un punto fortificado en la Alta Edad Media. Hoy en día no quedan restos de él,
sabiéndose tan sólo que el primitivo castillo fue construido a raíz de la repoblación de
Benavente durante el reinado de Fernando II. En el siglo XIV, la villa y el castillo
pertenecían al caballero portugués Juan Alonso Pimentel, por donación del monarca
castellano Enrique III. Grandioso debió ser el castillo-palacio construido por los Pimentel
en el siglo XVI y descrito en esas fechas por el Señor de Montigny como "uno de los más
exquisitos castillos de España".
Durante la Guerra de la Independencia, en 1808, la mayor parte del castillo quedo destruido a raíz
del enfrentamiento entre las tropas francesas, comandadas por el mariscal Lefévre, y el ejército
inglés, aliado de España. Abandonado a su suerte durante muchos años, en la actualidad se
encuentra reformado y adecuado a su nueva función hotelera de Parador Nacional de Turismo.
Aquelarre
Posee una planta cuadrada y sus muros son de sillería, reforzados en sus ángulos por cubos macizos. En el centro de los
lienzos posee garitones sobre matacanes que reposan sobre una base cilíndrica.
La torre del homenaje se encuentra en el muro Sur, junto a la puerta que se abre en él. Se halla
coronada por un balcón amatacanado y con almenas. Estas son rectangulares y alternan con saeteras.
De la barrera exterior que protegía el núcleo del castillo tan sólo se conservan hoy en día escasos
restos.
Históricamente el castillo de Villalonso comenzó su andadura en el siglo XV, aunque la documentación nos informa
que anteriormente, en el siglo XIII (1235), existía en este mismo lugar una plaza fortificada en poder de la Orden de
Alcántara.
Durante la guerra civil castellana del siglo XV, motivada por las aspiraciones al trono de
Juana la Beltraneja en contra de los derechos dinásticos de Isabel la Católica, el castillo
de Villalonso jugó un importante papel al igual que otras fortalezas de esta zona.
Su situación fue importante también durante los enfrentamientos bélicos entre Castilla y Portugal años después, una
vez instalados en el trono los Reyes Católicos. En ésta época el castillo se encontraba en manos de Pedro de Avendaño,
en nombre del rey portugués. Sirvió de refugio, cuando viajaba desde Toro, al conde de Marialba. Su papel como plaza
fronteriza fue también muy importante durante la Guerra de las Comunidades, ya en el reinado del emperador Carlos
V.
Quizá el personaje más relacionado con el castillo de Villalonso sea don Juan de Ulloa,
artífice de la construcción del castillo. Sobre la puerta de entrada a esta fortaleza se
encuentran dos escudos que corresponden a su propietario en la segunda mitad del
siglo XV, Juan de Ulloa y su mujer María Sarmiento.
Aquelarre
El castillo-palacio de Illueca, situado en un cerro alargado y rocoso, adapta su planta rectangular al terreno donde se
asienta. Exteriormente se advierten con facilidad sus distintas fases constructivas, siendo evidentes los distintos estilos
arquitectónicos que en él confluyen. A este respecto se conservan aún las partes más antiguas del castillo con un doble
foso, y murallas con torreones. En el interior se abre una gran sala con artesonado morisco y una chimenea de yesería
del mismo estilo. Realizado en su mayor parte según las tendencias mudéjares, su aspecto exterior se aleja del de una
fortaleza militar, asemejándose más a un gran palacio.
Los materiales más empleados son yeso y piedra, pero el ladrillo predomina en la fachada principal,
que tiene tres hileras de ventanas y restos de decoración de azulejos. Esta fachada, en la que se
advierten por la hilera de las ventanas las tres plantas que posee el edificio, tiene en su parte
superior una galería de arcos semicirculares que, realizada en el siglo XVI, sustituyó al remate
medieval que el castillo poseía.
También en la fachada principal destaca la portada del castillo, flanqueada por dos torres rematadas por arcos de
medio punto. Consta de tres arcos superpuestos con decoración renacentista italiana que recuerdan al palacio ducal de
Urbino del siglo XVI, aunque es de destacar que las volutas barrocas que adornan la puerta fueron situadas en el
castillo de Illueca un siglo después.
El castillo de Illueca, junto con otros señoríos pertenecientes al condado de Morata, fue vendido en 1665 por una
descendiente de la familia Luna al primer marqués de Villaverde, don Francisco Sanz de Cortés, que realizó numerosas
reformas en el edificio. Ya en el siglo XIX fue heredado por los condes de Arjillo y posteriormente por los Bordiú.
Uno de los personajes más relevantes que habitó el castillo de Illueca fue, sin duda, el
antipapa Benedicto XIII, más conocido como el "Papa Luna". Hijo de Juan Martínez
de Luna y de María Pérez Gotor, nació en el castillo de Illueca en 1328, pasando en él
su infancia. En estos primeros años de siglo XIV, el castillo debía tener una
apariencia muy distinta a la actual, con un patio de armas, entonces descubierto,
situado en la zona norte y al que se abrían numerosas salas.
En él residió Pedro de Luna hasta su traslado a Montpellier en donde cursó estudios de leyes. Elegido cardenal en 1375
y Papa, por los cardenales de Aviñón, en 1394, fue uno de los tres protagonistas del Cisma de Occidente que se
prolongó hasta 1418. En ese año, el Concilio de Constanza lo depuso como pontífice forzando a Benedicto XIII a
retirarse al castillo de Peñíscola en donde falleció, casi centenario, en 1424. Su cadáver fue trasladado a Illueca, de
donde fue sacado en plena Guerra de la Independencia por las tropas francesas y arrojado al río Isuela. Su cabeza fue
rescatada de las aguas y trasladada al castillo de Saviñán.
Génova debía su fortuna al comercio de tránsito entre los mercados del Mediterráneo oriental y
las ciudades de Flandes, Francia e Inglaterra, un vasto circuito que conoció en estos siglos
diversos itinerarios y vicisitudes. En el Mediterráneo oriental los italianos buscaban las especias
traídas de Oriente por las caravanas, pero también estas ciudades orientales eran importantes
focos industriales de artículos de lujo, y centros receptores de los productos agrarios y mineros
de las regiones vecinas, que alimentaron este comercio genovés.
Pero a finales de la Edad Media, Génova perdida la
independencia, en retirada su poderío en la Riviera,
expulsada de sus colonias y de sus mercados de Oriente se
volvió hacia el Mediterráneo occidental, buscando aquí, en
Mallorca, Valencia, Granada o Andalucía, la riqueza que
antes le proporcionaba Oriente, además de pasar a
controlar la ruta marítima de Flandes. El mercader y el
marino genovés se convirtieron en indispensables en estos
países.
Santiguadores
Uno de los recursos más extendidos por los curanderos, para enfrentarse a
traumatismos, heridas y todo tipo de enfermedades, fue el trazar cruces
sobre el área afectada y pronunciar ciertas palabras al mismo tiempo. Dicha
práctica aún se conserva en algunos lugares, pero en la Edad Media
constituía la de los santiguadores una auténtica especialidad en el campo de
la medicina popular.
Saludadores
La Inquisición nunca reprimió sus actividades si no cometían otros delitos. De hecho, cuando el
saludador aparece en las relaciones de causas, esta actividad aparece como su profesión y las
acusaciones suelen ser por falsificación de documentos, fraudes, estafas, adivinación, etc.
Las facultades de que hacían gala estos personajes eran de carácter mágico, y la cualidad de
saludador les era conferida por las especiales condiciones del nacimiento, como haber nacido en
viernes (si era un Viernes Santo, tanto mejor); ser el séptimo hijo varón de un matrimonio cuyos
primeros seis hijos hubieran sido también varones; haber llorado en el vientre de la madre, o
nacer con el “mantillo” (la bolsa amniótica que normalmente es expulsada algo después del
bebé).
El saludador pasaba además por ser un santo varón, familiar de Santa Quiteria o de santa
Catalina, razón por la cual algunos llevaban grabados en el cielo de la boca los símbolos que las
representaban.
La forma de actuar del saludador era sumamente curiosa, pues al residir su poder curativo en la
saliva, sanaban escupiendo al enfermo o a los alimentos que iban a comer. La “gracia” del
saludador no era transmisible, por tanto, su número fue siempre muy escaso. Por ello, cuando
viajaban de una aldea a otra, eran seguidos por una multitud que esperaba ávida recoger los
restos de comida, o los objetos que habían sido tocados por su preciosa y milagrosa saliva.
Resulta interesante constatar la diferencia existente entre los haberes de piqueros y arcabuceros.
Estos últimos recibían un escudo más para pólvora, cuerda y munición, además de un tostón
(treinta céntimos de escudo) para que pudieran proveerse de morrión (casco con los extremos
curvados hacia arriba y una cresta en el centro.
En principio pues la elección de un nuevo Capitán se realizaba entre los alféreces de mayor
mérito aunque no era infrecuente que, ignorándose los grados intermedios, se ascendiera a
Capitán a un soldado a condición de que éste tuviera diez años de antigüedad y reuniera los
méritos suficientes. El Capitán había de tener gran experiencia en las tácticas de combate y en el
empleo de las distintas armas especialmente de las de fuego, cuya importancia se revelaba cada
vez mayor. Tenía la obligación de supervisar el entrenamiento de sus hombres organizando para
ello combates simulados en los que se empleara la pica, se disparase el arcabuz, se maniobrara
en distintas formaciones, etc. Entre sus cometidos estaba también la elección de oficiales
competentes capaces de mantener un alto grado de disciplina y entrenamiento entre los soldados
de su compañía.
Otra de las obligaciones del Alférez consistía en escoger buenos músicos para cubrir los puestos
de tambores y pífanos, a quienes se encomendaba la importante misión de transmitir órdenes,
publicar bandos, etc. Estos instrumentistas debían conocer todos los toques del ejército que
indicaban asambleas, marchas, avisos, retretas, desafíos, mensajes, asaltos, etc. además debían
ser capaces de interpretar y transmitir las respuestas.
El grado de Sargento fue creado a finales del siglo XV a petición de los capitanes, que sentían la
necesidad de contar con oficiales que se encargaran específicamente de mantener la disciplina y
de velar por la ejecución de las órdenes en sus compañías. El Sargento tenía que conocer en todo
momento el número de soldados disponibles para poder formar rápidamente la compañía de
acuerdo con las órdenes recibidas. En lo relativo al mantenimiento de la disciplina, podía
castigar las faltas al servicio sin que mediase proceso alguno, en caso de flagrante delito. Estaba
también encargado del entrenamiento y de la instrucción de sus soldados, enseñándoles el
manejo y el cuidado de las armas y asignando a cada uno el puesto que más se ajustase a sus
condiciones. Antes de emprender una marcha, el Sargento se reunía con su Alférez y su Capitán
para establecer el itinerario, determinar las características de los bagajes, etc.
De acuerdo con las decisiones adoptadas en esta reunión tomaba las medidas necesarias para
que la tropa estuviese formada y los bagajes cargados antes del momento previsto para la
partida.
El grado de Cabo es más antiguo que los de Sargento y Alférez. Esencialmente, el Cabo estaba
encargado del buen estado de las armas y de la formación de los reclutas. También se ocupaba de
los enfermos, transmitiendo al Capitán las solicitudes de hospitalización. Era asimismo
responsable del puesto de guardia que se le asignara y debía permanecer en él con todos los
soldados de su escuadra hasta que el Sargento le relevase.
Lechuga, en su Tratado, habla de: cañón, de cuarenta libras; medio cañón, de veinticuatro;
cuarto, de doce; culebrina, de veinte; media, de diez y cuarto, de cinco, junto a morteros de tres
tamaños. Estimaba, sin embargo, que los tres tipos de cañones, “más seguros y manejables”,
podían hacer “todos los efectos que se pueden desear” en los asedios, sin necesidad de
culebrinas. Éstas, por sus características, poseían el inconveniente de apenas tener retroceso,
por lo que no se utilizaban en la guerra de sitio, ya que cargarlas exigía bien que los artilleros
salieran fuera de la protección de la batería, bien que arrastraran la pieza a fuerza de brazos al
interior de la misma, procedimientos ambos que presentaban inconvenientes. Además, las
culebrinas requerían para cada disparo una cantidad de pólvora equivalente a dos tercios del
peso de la bala, mientras que los cañones únicamente la mitad de éste, siendo por consiguiente
más rentables.
El sistema fue imitado por diversos países: en 1620 Francia adoptó los cañones de veinticuatro y
doce libras, en imitación directa de los españoles. Mauricio de Nassau hizo lo mismo.
Las reformas del emperador y de sus sucesores supusieron ciertamente un avance muy
considerable. Disminuyeron las dificultades de municionamiento e introdujeron un elevado
grado de racionalidad en el caos reinante anteriormente, pero estas medidas por sí solas no
bastaban para compensar los problemas técnicos de la artillería. Así, se hicieron intentos para
superar uno de los principales, el peso, acudiendo a piezas más ligeras, como los famosos
“cañones de cuero” suecos, y los “mansfelds”, pero no dieron resultados satisfactorios, de forma
que éste siguió constituyendo una seria limitación para el empleo táctico de la artillería.
Sirvió para cambiar enteramente las tácticas para la expugnación de una plaza, que se convirtió
Era una forma de guerra enteramente nueva, a la que se tuvieron que adaptar los tercios. Todo
ello, por la tiranía de unos cañones que en campo abierto eran casi despreciables.