Ava March - Desde Lejos

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Queda prohibida la distribución de esta traducción sin la

aprobación expresa del grupo Traducciones Ganimedes, además esta


obra es de contenido homoerótico, es decir tiene escenas sexuales
explicitas hombre/hombre, si te molesta este tema no lo leas, además
que su contenido no es apto para cardíacos.
Algunas reglas están destinadas a romperse.

Soledad. Un concepto con el que Raphael Laurent está muy


familiarizado. Ha vivido una vida de aislamiento durante treinta y
seis años, huyendo de los excesos de los vampiros del clan local, hasta
que ve a Lord Aleric Vane, el tercer hermoso y disoluto hijo de un
duque. Durante tres años, Raphael lo ha visto desde lejos, pues sólo
cuando está cerca de Aleric la dolorosa sensación de vacío en su pecho
se alivia.

Separado de su familia por negarse a seguir los dictados de su


padre, las noches de Aleric están llenas de vicios. Pero después de tres
años en Londres, la ciudad ha perdido todo atractivo. Desolado y sin
dinero, su futuro parece sombrío. Hasta que un misterioso hombre cae
de las sombras para salvarlo de un trío de ladrones asesinos.

Cuando Aleric despierta, se encuentra cambiado para siempre.


La comezón que lo llevó a Londres, se ha ido. En su lugar, surge la
sensación de que conoce al bello Raphael de toda su vida.

Pero para salvar a Aleric, Raphael tuvo que romper las reglas,
dándose la oportunidad de amar al hombre que nunca pensó que
podría tener… una posibilidad que podría arrancar a Aleric de su
lado...
Noviembre 1817.

Londres, Inglaterra.

Raphael Laurent subió a la rama del árbol y parpadeó


contra la luz que salía a través de la ventana. No tuvo que
esperar a que su visión se adaptara para saber que él ya estaba
en la habitación. La opresión en su pecho se alivió y Raphael
tomó la primera bocanada de aire sin restricciones que había
tomado desde ayer por la noche. Aire llenó sus pulmones. Frío y
siempre tan dulce. Un antiguo vestigio de su conciencia salía de
la parte de atrás de su mente, amenazando con inundarlo con su
excitación y acelerando su pulso. Empujando todo a un lado,
movió su abrigo detrás de él.

Ciertamente no estaba preocupado de irse al infierno por


su desagradable comportamiento. Había estado en el infierno o,
más bien, en una muy buena imitación del infierno durante los
últimos treinta y seis años.

Cubierto con la sombra del árbol, se desabrochó sus


pantalones negros a la rodilla y jaló la falda de su camisa. Viendo
al par al lado de la cama, se sacó su pene y pasó una mano a lo
largo de su erección, acariciándolo ligeramente, imitando los
movimientos de ellos.

Por lo menos por centésima vez, agradeció en silencio a


quien fuera que hubiera dejado este gran roble en pie detrás de
burdel de madame Bessette. El tronco era lo suficientemente
fuerte para soportar el peso de Raphael y estaba perfectamente
ubicado. No directamente en frente, pero un poco a la derecha
de esa ventana en particular. La ventana de la alcoba de
Hannah, la puta favorita de Lord Aleric Vane, el tercer hijo del
duque de Haverton.

Una puta no siempre sentía la necesidad de cerrar las


cortinas. El pesado terciopelo escarlata a un lado, mostraba la
decadente habitación. Papel tapiz escarlata y crema con dibujos
cubrían las paredes. Una cama lo suficientemente grande como
para cualquier juego que Aleric deseara jugar, estaba a la
izquierda de la ventana. Ropas desechadas estaban esparcidas
en el piso de madera a los pies de la cama. El fuego ardía en la
chimenea sin duda para abrigarse del frío de noviembre que
entraba en la habitación.

Raphael inhaló —tierra húmeda, hojas secas, aire húmedo


y fresco, y una sucia combinación que sólo podía atribuirse a
Londres. Ni un indicio de Aleric. La ventana debería de estar
cerrada. ¿Por qué no podía ser verano? La ventana estaría
abierta y sería capaz de captar el olor de la excitación de Aleric
en el aire nocturno. El sudor masculino mezclado con el toque de
almizcle de su pre-semen y el sabor embriagador de su sangre
corriendo por sus venas.

Aunque no le molestaba. Era solo un panel delgado de


vidrio. Tenía sus ojos y oídos, y estaban muy por arriba de la tarea.

Con su mano apoyada contra el tronco del árbol, Raphael


seguía acariciando su pene, mientras miraba la gran mano de
Aleric subir y bajar por la espalda de Hannah. Su cabello oscuro
mezclándose con el cabello castaño miel de Hannah mientras
bajaba la cabeza para olerle el cuello. Los labios de Raphael
hormigueaban, como si las hebras de seda del cabello de
Hannah le hicieran cosquillas. Distraídamente, ella acariciaba el
eje de Aleric y luego presionó su boca contra su pecho.
Si solo ella pudiera mover su pequeña mano a la derecha,
entonces tendría una visión completa de Aleric. Aun así, su
delgada forma medio cubría el impresionantemente ancho
pecho. Negándole a Raphael el duro abdomen, la grieta de su
ombligo, el fino rastro de oscuro vello que guiaba a…

Ella cayó de rodillas, la excitación de Aleric ahora era


visible por encima del delgado hombro. «Gracias, Hannah». El pene
de Raphael se movió. Un escalofrío de lujuria recorrió su columna
vertebral. Casi podía sentir el húmedo calor de la ágil lengua de
la puta lamiendo la cabeza de su pene, una ligera caricia,
provocando la punta. Frustración brotó en su interior.

Pasando una mano por su cabello, Aleric acunó la cabeza


de Hannah. Ella atendió la silenciosa petición y abrió la boca,
llevando el pene de Aleric al interior. Raphael tomó su propio
pene en su puño, y empujó sus caderas, imitando los sutiles
movimientos de Aleric ante las expertas atenciones de Hannah.

Aleric cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás,


dejando al descubierto las fuertes cuerdas de su cuello y la
prueba de que su pulso se aceleraba. El hambre mezclado con el
fuerte deseo de Raphael, era potente y embriagador,
consumiendo sus sentidos. Mostraba los dientes, abriendo y
cerrando la mandíbula lentamente la cabeza ligeramente
inclinada. Thump—thump. Thump—thump. Podía oír los latidos del
corazón de Aleric, sentir la vena ceder ante el asalto...

Su mano comenzó a deslizarse desde el tronco del árbol, su


cuerpo meciéndose hacia Aleric, cuando se recuperó. Con un
rápido movimiento de cabeza, se irguió y pasó la lengua por los
dientes obligándose a retroceder. Infiernos, una de estas noches
se caería del árbol si no era más cuidadoso.

Parpadeó, despejando la niebla de la persistente hambre


de su visión, y volvió a centrarse en la recámara.
El agarre de Hannah en la base del pene de Aleric cambió.
Deslizándolo hacia arriba por entre dos dedos a lo largo del rígido
eje. Luego los deslizó hacia abajo, tomando el pene de Aleric
con sus dedos y boca. Una vez que ella mojó adecuadamente
los dedos, los llevó detrás de las bolas de Aleric, sin nunca romper
el ritmo.

Raphael se dio cuenta por la mirada en el rostro de Aleric


que ella no lo penetró. Era una pequeña provocación de la
talentosa puta que Hannah era. Podía entender por qué era la
preferida de Aleric.

En el momento que Aleric inclinó sus caderas, en busca de


algo más, ella apartó los labios del pene y abrió el cajón superior
de la mesita de noche. La anticipación tenía a Raphael
jadeando. Sosteniendo el árbol, se inclinó hacia delante,
estirando el cuello, tratando de ver el interior del cajón. Dejó
escapar un gruñido de satisfacción. No era su favorito, pero el
tapón anal de vidrio era un cercano segundo lugar. El
suficientemente ancho para estirarlo placenteramente. Lo
suficiente para llenar el culo de Aleric y mantenerse firme en su
lugar.

Acariciando el pene de Aleric, ella levantó la vista y le


mostró el juguete. Los extremos ondulados de su cabello miel
castaño rozaron el arco de su espalda baja. —¿Estás de
acuerdo?

Una sonrisa elevó los bordes de los labios de Aleric.


Sosteniendo su mirada, abrió su postura.

Ella se rio, una risa baja y ronca, llena de placer perverso.


Ella llevó el tapón anal de vidrio a su boca y lo chupó. Raphael
apoyó su espalda contra el árbol, mientras ella se metía dos
dedos a la boca, mojándolos y acunando las bolas de Aleric en
su mano, ella separó sus nalgas con dos dedos. Hannah
lentamente sacó el juguete de entre sus labios. El húmedo y
brillante eje captó la luz de las velas.

Raphael apretó el culo con envidia. La corteza le raspó las


plantas de los pies descalzos cuando se movió, ampliando su
postura. Cuidando de no limpiar la humedad, llevó la mano a la
parte trasera de sus pantalones abiertos y metió los dedos entre
sus nalgas a su entrada. Y los llevó al interior mientras Hannah
empujaba el tapón de vidrio en el interior.

Aleric se levantó ligeramente en sus dedos de los pies y


luego se dejó caer con un gruñido. A causa de un mal hábito,
Raphael se mordió el labio inferior, sofocando su propio gruñido.
Necesitando aliviar el dolor, trabajó con los dedos más profundo,
gruesos y largos, el placer se extendía en espiral a través de él,
pero no era suficiente. Su mirada fija en el eje de Aleric que
sobresalía de entre el vello oscuro con la corona rojo ciruela,
humedecida por la boca de la prostituta. Si sólo ese pene
estuviera dentro de él en estos momentos. Llenándolo por
completo. Estirándolo. Empujándolo.

Sacó y metió tres dedos, necesitaba el dulce estiramiento,


pero resistió el impulso de empujar y en lugar de acariciar su pene
se obligó a continuar con el ritmo de Aleric.

Hannah pasó la lengua por el líquido que escurría por la


pequeña hendidura de la cabeza del pene de Aleric. Raphael se
estremeció con las fuertes sensaciones. Con una mano todavía
entre los muslos, acarició las bolas de Aleric y volvió a chupar el
pene.

Las oscuras pestañas de Aleric bajaron. Él se aferró a los


delgados hombros. Un temblar sacudía los fuertes músculos de sus
muslos frente a las mejillas hundidas de Hannah que se deslizaban
hacia arriba. Sus labios tensos y sus cejas unidas.

Raphael acarició furiosamente su pene, moviendo el


pulgar sobre la cabeza, usando el pre-semen para lubricar su eje.
Sus bolas se tensaron, presionándose y rogando por ser tocadas.
Aguda necesidad inundaba su interior. Tensándose incluso más.

En un rápido movimiento, Aleric tomó a Hannah,


levantándola y girándola hacia la cama.

Ella se inclinó sobre la cama y arqueó la espalda en


invitación. Su cabello derramado sobre los hombros. —Sí, Aleric,
jódeme —ronroneó.

Aleric deslizó un dedo entre los muslos abiertos de ella.

«Sabes que ella está lista. Jódela, Aleric. Ahora».

Con un bajo gruñido, Aleric la agarró de las caderas y se


empujó hacia adelante.

Un gemido retumbó en el pecho de Raphael. Sólo podía


ver el extremo rectangular del tapón firmemente dentro del
pasaje de Aleric mientras él se empujaba en el interior de ella. Si
solo pudiera estar detrás de Aleric, su pene llenando ese
perfectamente musculoso culo. Sus manos en las delgadas
caderas de Aleric. Sus dientes raspando la suave área sobre el
omóplato de Aleric. Si tan sólo pudiera saborear su piel. Sentir el
calor de su cuerpo.

Una ola de necesidad casi lo llevó a sus rodillas. Su


respiración era dura y áspera. Los dedos aun en su culo, su mano
aun envolviéndose alrededor de su eje, tratando de seguir un
lento ritmo, esforzándose en sostenerse. Para esperar a Aleric.
Pero la dura impaciencia que recorría cada centímetro de su
piel, no se podía negar. Su duro y pesado pene en la palma de su
mano, exigía su tiempo.

Apoyando una mano sobre la colcha escarlata, Aleric se


inclinó sobre Hannah y metió la mano bajo las caderas.

Ella se estremeció. —¡Oh! —Agarrándose del edredón, ella


se empujaba contra él—. Oh, yo…yo... Sí, Aleric.
Una forzada sonrisa elevó los labios de Raphael. Sólo un
verdadero caballero se preocupaba por el placer de una
prostituta, y Aleric ciertamente era un caballero.

Aleric se empujó más rápido y más duro, sacudiendo la


cama. Las maderas de la cama crujían bajo el ataque. Sus
músculos se flexionaban bajo la piel dorada pálida que brillaba
con el sudor. Un orgasmo se apoderó de la base de la columna
de Raphael. Aleric bruscamente se apartó, sacando su pene.

Un agudo y feroz clímax recorrió el eje de Raphael. Su


cuerpo se tensó hasta los dedos en el momento de la liberación
que devanaba los sentidos. Mordió el interior de la mejilla entre
sus dientes para ahogar el grito cuando se corría sobre el patio
de abajo, mientras Aleric pintaba el trasero de Hannah con su
propia semilla.

Jadeando, Raphael se apoyó en el tronco del árbol. Su


pulso latía a través de sus venas, retumbando fuerte en sus oídos.
Se estremeció mientras sacaba su mano de los pantalones
desabrochados, los dedos se deslizaron fuera de su cuerpo, y
luego se abrochó los botones y metió la falda de su camisa. En su
casa, podría dedicar toda una noche a acariciarse una y otra
vez. Sin embargo, la fuerza combinada de los orgasmos solitarios,
no podría rivalizar con uno solo de los que tenía mientras estaba
en este árbol. El ver a Aleric, de alguna manera hacía las
sensaciones más fuertes, más poderosas.

Aun aturdido, Raphael sacudió la cabeza para despejarse.


Sacó un pañuelo de encaje del bolsillo del chaleco, se limpió las
manos y se centró de nuevo en la habitación.

Peinándose con los dedos el alborotado cabello, Hannah


se sentó en el borde de la cama, las rodillas juntas y los tobillos
cruzados, arqueó su espalda exagerando el movimiento de sus
delgadas caderas.
Aleric, con suaves pasos, se dirigió al lavabo. Sólido y
poderoso, todas las líneas de su cuerpo moldeadas de manera
fluida. Sus hombros muy anchos. La espalda esculpida. La parte
trasera redondeada con firmeza. Los muslos fuertes y musculosas
pantorrillas. Sumergió un paño en un cuenco, lo llevó entre las
piernas. Al llegar atrás, se quitó el tapón y luego lo dejó caer en el
cuenco. Se acercó a la cómoda de caoba y tomó una licorera
con licor de una bandeja de plata. Probablemente brandi, dada
la preferencia de Aleric por el licor. Regresó con Hannah,
sirviéndose una generosa cantidad y bebiéndose el contenido.
Después de volver a llenar el vaso y beber un sorbo, dejó el vaso
sobre la cómoda y tomó sus pantalones negros del suelo.

Sacudiendo su cabello detrás de sus hombros, Hannah se


levantó balanceando ligeramente las caderas al caminar por la
habitación. Ella envolvió sus brazos alrededor de la cintura de
Aleric y frotó la mejilla contra su espalda. —¿Cuándo te veré otra
vez?

Él se quedó inmóvil por un momento. Le dio una palmadita


en el antebrazo, ligeramente desenrolló los brazos de su cintura, y
se acercó a su alrededor.

—Aleric, ¿cuándo voy a verte de nuevo?

Evitando su mirada, pasó la camisa blanca sobre su


cabeza, la metió en su cintura y siguió vistiéndose.

La tensión en el estómago cortaba a Raphael. Con el ceño


fruncido, pasó una mano sobre su abdomen, tratando de aliviar
el nudo cada vez mayor.

Ella inclinó la cabeza. —¿Aleric? ¿Cuándo? —La


desesperación era evidente en su tono.

Tomó un largo trago de licor. Usando el espejo en la pared


enfrente de la cama para atar su pañuelo con el matemático
nudo de costumbre.
Con su columna vertebral tensa como un palo, ella levantó
la barbilla. —Rechacé la oferta de Lord Albright de ser mi
protector.

Aleric se giró sosteniéndole una desafiante mirada, sus


hermosos ojos azules cansados como el mundo de Raphael. —
Imprudente elección, querida —dijo, la rica voz de barítono llegó
a Raphael.

Sus ojos se dilataron, su cara se retorcía de rabia, tomó un


cepillo para el cabello del lavabo y se lo lanzó. —¡Bastardo!

Bajando la cabeza evadiéndolo, Aleric siguió abotonando


su abrigo negro. El cepillo pasó por encima del hombro. —
Cálmate, Hannah.

—¡No! —Echó un vistazo por la habitación y agarró la jarra


de la cómoda.

Dando un paso atrás, Aleric levantó una mano. —Por favor,


Hannah.

Líquido color ámbar se derramó del cristal, cuando ella


tomó la licorera y apuntó. —No. ¡Ahora estoy atascada aquí por
tu causa!

Metió la mano en el bolsillo de su abrigo. —Ten. Deja eso.

Ella lo miró por un momento y luego dejó la jarra. Tomó los


billetes de su mano extendida y los desdobló. —¿Treinta libras? Ni
siquiera paga la factura de mi modista.

Aleric se estremeció, como si ella hubiera abofeteado su


hermoso rostro blanco, se giró y salió por la puerta.

Aullando con furia, Hannah tomó la jarra y la tiró. El cristal


se quebró, fragmentos se esparcieron por el suelo. Brandi se
escurrió por la puerta cerrada.
Esa horrible sensación de vacío tensó el pecho de Raphael.
Cerrando los ojos, hizo una mueca. Debería de estar
acostumbrado a eso por ahora, pero el contraste siempre lo
sobresaltó. De la promesa de... algo del sinfín vacío.

¿Que había sucedido en esa habitación? La puta no se


preocupaba por a él —ellos eran criaturas voraces y no podía
culpar a Hannah por tratar de garantizar que Aleric la protegiera.
El hombre era hijo de un duque. Hermoso, en forma, y en su mejor
momento. Lo contrario a Lord Albright.

Pero Aleric... Él visitaba a Bessette al menos una vez a la


semana y siempre le decía a Hannah cuándo lo debería esperar
la siguiente vez. ¿Por qué no había respondido a su pregunta? Y
la manera en que él…

Un característico crujido llamó la atención de Raphael


abajo. La luz se derramaba por la puerta trasera abierta. Se puso
en cuclillas y se acurrucó dentro de su abrigo negro y se acercó
al tronco del árbol. Una brisa agitaba las hojas secas, moviendo
algunos cabellos sueltos de la larga cabellera hacia sus labios, los
extremos hacían cosquillas en la mejilla. El empleado
rápidamente lo metió de nuevo en la cola en su nuca.

Una figura encorvada arrastrando los pies pasó


directamente debajo de él. —Limpia correctamente —murmuró
una voz gruesa y áspera de mujer con un claro sarcasmo burlón
en su tono.

Vio la cima de la cabeza con cabello gris rizado de la


mujer, deseando que ella caminara más rápido. Aleric estaría en
su carruaje en este momento y Raphael no podía retirarse por la
noche hasta que lo viera cruzar la puerta de su departamento de
soltero.

Líquido se extendió cuando la mujer vació una cubeta en


el oscuro patio. —Voy a hacerlo, apropiadamente —ella
continuó, golpeando el cubo contra su pierna mientras ella
lentamente se dirigía hacia atrás—, apropiado y de lujo…

El triángulo de la luz se redujo. La puerta crujió cerrándose.

Agachándose, esperó para asegurarse que la mujer no


saliera de nuevo con otro cubo para vaciarlo. Metió la mano en
el bolsillo del abrigo. Deslizó sus manos dentro de la suave piel de
cabra de sus guantes que sacó de su bolsillo, su última
adquisición. Giró las manos una y otra vez, un suave y agradable
toque, mientras esperaba unos instantes.

La aprensión se deslizó sobre sus nervios, enfriando su piel.


Raphael estaba completamente inmóvil. Cerró los ojos y extendió
sus otros sentidos.

Estaba solo, como siempre. Nada había alrededor de las


inmediaciones del prostíbulo. Los vampiros de Katerina preferían
el East End con sus abundantes y fáciles presas. Si ese fuera el
caso, entonces ¿por qué…?

Su corazón dio un vuelco.

«Aleric».

Sacó su mano del bolsillo, se puso de pie y vio a través de


las ramas de los árboles, más allá de la ventana oscura encima
de la habitación de Hannah y al techo. Luego se agachó,
enrollando sus músculos, y se levantó.
Aleric cruzó el vestíbulo de la entrada. Gritos y estridentes
risas salían desde la sala de recepción a la izquierda, los sonidos
se mezclaban con el clic rápido de sus zapatos de esa tarde
contra el suelo de mármol. Un fornido ex boxeador abrió la puerta
principal mientras se acercaba. Inclinando la cabeza al guardia,
salió del burdel y se dirigió a la calle Curzon.

Dejó escapar un bufido de desprecio para sí mismo. ¿Por


qué infiernos no había previsto eso? Esto es lo que se tiene por
elegir una puta de entre todas los demás. Pero a él le gustaba
Hannah. No era la mujer más bella que Bessette tenía para
ofrecer, pero con su cabello miel castaño y suaves y ligeras
curvas era bastante agradable a la vista. Y a ella no parecía
importarle atender sus excentricidades. Sus preferencias no
naturales. Ella incluso cedió en algunas ocasiones a compartirlo
con otro hombre. En pocas palabras, se sentía cómodo con ella.

Por lo menos había sido así hasta hace unos minutos.

Cristo, ser estafado por una prostituta. Para nada una


experiencia que fomentara la confianza de un hombre. Si
estuviera dentro de sus posibilidades, le daría todo lo que ella
necesitara para salir del burdel. No es que quisiera una amante.
No, definitivamente no era uno de esos. Pero él la hubiera
ayudado. Sólo con ella se había sentido cómodo siendo
indulgente con los deseos particulares que mantenía ocultos de
los demás. Y puesto que él había sido incapaz de tragarse su
orgullo y admitir la verdad, ella pensó que él era amarrete,
egoísta, indiferente. Su oferta se había convertido en un insulto.
Tendría que haber guardado su dinero y no dárselo a
Madame Bessette. Salvarse de la humillación. Sin embargo,
Hannah había estado esperándolo, y él no quería dejar a nadie
abajo. Ahora no tenía nada. La pequeña herencia de su abuela
hace mucho tiempo se había acabado. Lo poco que había
logrado ganar esta noche en la casa de juego del infierno
estaba en las pequeñas manos de Hannah. Una suma tan
pequeña que no podía pagar la factura de la modista de una
prostituta.

Él debería de pagarle a su sastre. El hombre no tardaría en


llamar a su puerta, exigiendo el pago. No podía vivir
indefinidamente del crédito. ¿Cuánto tiempo antes de que fuera
expulsado de su departamento de soltero? Cualquier día, a
juzgar por su más reciente encuentro con su casero.

Haciendo una mueca, después de hacer rodar sus


hombros, sus tensas articulaciones se estiraron. Nunca podría
regresar al Bessette, del mismo modo que no podía regresar a la
Casa Barton en donde vivía la familia del duque de Haverton. El
hombre que dejó de considerarse a sí mismo el padre de Aleric
hace tres años.

Doblando a la izquierda en el cruce, se dirigió al norte. La


niebla cubría ligeramente la calle vacía. El frío se filtraba en sus
huesos. El invierno empezaba a hundir sus dientes en la ciudad.
No podía regresar para recuperar sus guantes de cuero negro,
Aleric metió las manos desnudas en los bolsillos del abrigo.
Maldición, detestaba el invierno. Si tan sólo hubiera sido capaz de
mantener su carruaje durante unos cuantos meses más.

Ansioso por la calidez de un fuego, cruzó la calle Queen y


cortó entre dos edificios, tomando la ruta más rápida a casa.

Quizás debería haberse quedado a vivir en la Casa Barton.


Hacer lo que su padre exigía. Londres había perdido sin duda
todo atractivo. En realidad, la ciudad estaba muy lejos de la
tierra idealizada de emoción y aventura que le había atraído en
su juventud. La vida en la propiedad de su padre podría ser
aburrida en extremo pero al menos tendría un techo sobre su
cabeza.

—Infiernos sangrientos —murmuró con disgusto.


¿Realmente estaba considerando regresar? ¿A las sofocantes
restricciones, la paralizante monotonía? ¿Y el tener que rogar
para obtener el perdón de su padre? Su orgullo nunca se
recuperaría.

La desolación se estableció fuerte sobre sus hombros. Se


frotó las manos sobre su cara y luego metió las manos frías de
nuevo en sus bolsillos. El tintineo de un arnés llamó su atención.
Levantó la vista y vio un grupo de cuatro personas cruzar el final
del callejón, en un carruaje hacia la calle Charles a un buen
ritmo. Las manos del conductor sostenían las muchas líneas y
hacía estallar un látigo sobre el lomo de los caballos, instando a
las bestias a avanzar. El carruaje salió de la vista. Los sonidos de
los cascos de los caballos rápidamente se desvanecieron en la
nada.

La niebla envolvía la mayor parte de la luz de la luna,


arrojando al callejón a una inquietante oscuridad plata. Oyó un
crujido a su izquierda. Aleric se movió a tiempo para evitar pisar
una rata que corría por el camino.

Un mal presentimiento lo envolvió. El vello en su nuca se


erizó. Oyó el crujido de la grava bajo los pies rebotando en las
paredes de ladrillo de los edificios a ambos lados, el sonido poco
natural era fuerte, llenando sus oídos. Fijando su atención en la
calle Charles más adelante, Aleric aceleró el paso.

—Hey, señor.

Dos formas oscuras emergieron de las densas sombras a la


izquierda, uno medio alto y delgado, el otro más pequeño y
robusto. Aleric se detuvo y vio por encima del hombro. Una
tercera persona estaba detrás de él. Alto y robusto, el hombre
rivalizaba con los guardias de Bessette.

«¡Genial!» La noche no podía terminar peor. —Buenas


noches, caballeros.

—Vacía tus bolsillos.

Suspiró. —Están vacíos.

Los ladrones se acercaban, dos delante y uno por detrás.


Sintió el aliento del gigante en la parte posterior de la cabeza,
agitando su cabello. El hedor de los cuerpos sin bañar lo
rodeaba. Su estómago se revolvió. Incluso un baño en el Támesis,
sería mejor para esos tres.

El hombre más pequeño señaló el pecho de Aleric con una


navaja. El acero brilló a la luz de la luna. El sombrero de ala
ancha escondía los ojos del hombre. —Eso es lo que dicen todos.
¿No es así, Tom? —Se acercó, presionando la hoja contra las
costillas de Aleric. La punta afilada penetró su chaqueta, chaleco
y camisa, raspando su piel.

Aleric se puso tenso.

El otro hombre frente a Aleric sonrió, mostrando los


muñones de los dientes que le quedaban. —Así es, Frank. Creo
que sus bolsillos no están tan vacíos.

Aleric abrió la boca y luego la cerró. Sus hombros caídos.


¿Para qué discutir con el destino?

Una figura oscura atravesó la niebla. Tom voló contra la


pared de ladrillo. Un nauseabundo ruido sordo llenó el callejón.

El hombre más pequeño, Frank, giró la cabeza. —¿Qué


suc…? —Tropezó con Aleric.

El fuego de la puñalada atravesó la parte media del pecho


de Aleric, justo entre las costillas. —¡Ah! —Empujó al hombre y
tomó el cuchillo, el metal se sentía cálido y húmedo en las manos
de Frank. Silbó entre dientes, lanzó la navaja y apretó la palma de
la mano en la herida. El dolor se apoderó de cada nervio de su
cuerpo. Sus piernas cedieron, las rodillas impactaron fuertemente
contra el suelo duro.

Luchando por respirar, Aleric levantó la vista. Las imágenes


eran borrosas y trató de enfocar.

La figura oscura era un hombre. Con la tenue luz de la luna


observó que era un hombre con su cabello rubio largo y recogido
en una cola en la nuca. Su abrigo se levantó mostrando
desnudas y elegantes pantorrillas. Agarró a Frank y lo levantó
varios centímetros del suelo.

—Vámonos, el bastardo está sangrando. —Frank arañó la


mano del hombre y le golpeó el brazo.

El gigante lanzó su puño hacia adelante. El otro hombre


envolvió su mano alrededor del grueso cuello del gigante.

Un gruñido salvaje resonó en el callejón.

—¡No! ¡Ayuda, ayuda! ¡No dejen que me muerda! —Frank


se retorcía y se sacudía, pero fue en vano.

Bramando de impotente rabia, el gigante golpeaba al


hombre, y sus patadas levantaban polvo que irritó la nariz de
Aleric. Sin esfuerzo, el brazo extendido del hombre absorbió los
impactos, al parecer sin afectarse por el ataque del gigante.

Mostrando los dientes, el hombre jaló a Frank y se abalanzó


a su cuello. Los gritos de pánico cesaron.

El shock inundó el cerebro de Aleric. Se tambaleó, y se


apoyó en su brazo. Grava raspó la palma de su mano. Líquido
caliente cubría su otra mano.

Estaba sangrando y bastante por cierto. Bonita manera de


terminar la noche.
Frank se desmoronó en el suelo. El hombre se giró al
gigante, que gritaba de terror. El agudo sonido sacudió los
tímpanos de Aleric. Un instante después, un segundo cuerpo se
unió a los descalzos pies del primer hombre.

Jadeando fuertemente, el hombre se limpió la boca con el


antebrazo.

Su mirada fija en Aleric.

Necesidad, deseo, anhelo, se estrelló contra Aleric. La


fuerza de eso le robaba el aliento.

Los ojos de plata ardían. Ojos que parecían sostener la luz


de la luna. El hombre saltó por encima de los cuerpos.

¿Cómo infiernos lo había hecho sin hacer ruido? El brazo de


Aleric tembló. La fuerza con que sostenía su brazo se redujo. Su
camisa estaba pegada a su pecho como una pegajosa y
caliente venda. Al menos ya no sentiría más dolor. Quizás no era
la mejor señal. Pero habría menos sangre para que el hombre lo
drenara.

Empujando el largo de su abrigo hacia atrás de él, el


hombre cayó de cuclillas. Olas de largo cabello dorado enmarcó
el más bello rostro que Aleric hubiera visto. Incluso las puntas de
los dientes sobre su labio inferior eran de alguna manera
hermosas.

Una densa oscuridad invadió los bordes de su visión. Se


tambaleó, la cabeza cayó hacia adelante, cerrando los ojos al
caer a la deriva. Manos fuertes y suaves en sus hombros lo
mantuvieron firme.

—¿Aleric? —dijo el hombre, preocupación tensaba su voz.

«Oh». Ahora entendía. «Ya estoy muerto». Bueno. Él habría sido


un terrible sacerdote.
—¡Aleric! —Raphael sacudió los hombros de Aleric. Aleric
estaba tan flojo como un hombre muerto.

Pánico acortó las respiraciones de Raphael. Con una mano


acunando la parte posterior de la cabeza de Aleric lo bajó con
cuidado sobre la espalda y desabrochó el abrigo negro. La
sangre carmesí empapaba la camisa de color amarillo canario. El
dulce aroma flotaba a su alrededor. Era poderosamente
atractivo. Luchó contra el deseo y arrancó la corbata de Aleric.
Puso una mano en el cuello de Aleric, la piel húmeda y caliente al
tacto. El débil pulso golpeaba la palma de su mano.

Alivio lo recorrió. No había perdido a Aleric.

»—¿Por qué no tomaste tu carruaje? ¿No sabes que las


calles no son seguras? Y es casi diciembre. ¿Dónde está tu
abrigo? —Las palabras brotaron de su boca mientras apretaba la
corbata contra la herida, sosteniéndola con una mano firme—.
¿Y un callejón, Aleric? ¿Solo? ¿Por qué no tomaste el camino de
siempre a tu casa?

Había perdido minutos mientras buscaba a Aleric. Preciosos


minutos en los que pudo haber detenido a los tres ladrones antes
de que hubieran tenido la oportunidad de atacar. Dejando a
Aleric ajeno al peligro que habría evitado y ajeno a la presencia
de Raphael. Como Raphael lo había hecho en innumerables
ocasiones en los últimos tres años.

La blanca corbata rápidamente se volvió roja. La sangre


caliente cubrió sus dedos. La respiración de Aleric se hizo más
lenta y se volvió superficial.

El tiempo apremiaba, solo le quedaban segundos a


Raphael.
Los mortales eran malditamente frágiles. La herida era
demasiado profunda. Aleric no sería capaz de curarse por sí
mismo. A menos que...

«¡No! Él te despreciará. Por siempre».

Se inclinó sobre Aleric, Raphael pasó las puntas de los


dedos sobre las cerradas pestañas de Aleric, por el puente de la
recta nariz y los entreabiertos labios. Absorbió todos los detalles
de los hermosos rasgos de Aleric. El ángulo de los pómulos, la bien
definida línea de la mandíbula, la incipiente barba de la noche.

Tan cruel, solo poder tocarlo una vez.

Cerró los ojos. Un temblor de la más pura necesidad


atormentaba su cuerpo, algo que venía desde muy adentro,
desde el núcleo mismo de lo que quedaba de su alma. Una
petición que se negó a rechazar.

«No puedo perderlo».

Sacando sus colmillos, inclinó la cabeza de Aleric, dejando


al descubierto su cuello, y se dejó caer. Las puntas de los dientes
perforaron la suave piel. La suave vena que se extendía por
debajo, cedió bajo el asalto de Raphael. La sangre fluyó dentro
de su boca. Era más caliente que el fuego y más dulce que el
azúcar e inundó su lengua, y era única, era de Aleric. El corazón
de Raphael se estrelló contra sus costillas, la lujuria lo recorría
desde la punta de sus dedos recorriéndolo, irradiando hasta la
punta de los dedos de sus manos y pies y entonces de regreso a
su ingle. Su pene se endureció, presionándose dolorosamente
contra sus pantalones. Suspendido en el borde de un orgasmo,
Raphael bebió con avidez.

Hasta que no quedó nada. Hasta que había tomado hasta


la última gota.

Estremeciéndose con la avalancha de sensaciones, pasó


su lengua sobre la herida, sellándola. Raphael se subió la manga
de la camisa y cortó su muñeca con sus colmillos, y dejó que su
propia sangre goteara en los labios de Aleric y en su boca
abierta.

»—Despierta. Despierta, Aleric. Por favor —murmuró con


urgencia.

Se oyó un ruido de grava seguido de un gemido.

Vio por encima del hombro. Tumbado en el suelo, el


hombre más débil trataba de levantar la cabeza. Se estaba
recuperando. Tendría que haberlo drenado más, pero había una
línea muy fina entre la recuperación y la muerte. Una línea que
odiaba cruzar, sin importa si lo merecían.

Una línea que esperaba no acabar de cruzar de manera


irrevocable.

El frío miedo borró el persistente deseo. Raphael se quitó el


nudo de la corbata y sacó la ropa de su cuello. Jalando a Aleric,
sentándolo, rápidamente envolvió la tela en el pecho de Aleric,
sobre la herida de la navaja, anudando los extremos. Colocó la
flácida mano de Aleric sobre su hombro y tomando las piernas de
Aleric, Raphael se puso de pie.

»—Vas a estar bien, Aleric.


Raphael sumergió la tela en una vasija. El agua clara y
fresca cambió a un tono carmesí. Exprimió el paño y se apartó
del lavabo. Pasando por encima del desorden de ropa en el piso,
regresó al lado de Aleric.

Lo imposible había sucedido. Lord Aleric Vane estaba en la


cama de Raphael, Pero Aleric no se había movido desde que lo
había colocado allí. Ni siquiera había soltado un gruñido de
molestia cuando Raphael le quitó la chaqueta, chaleco, camisa
y pantalón.

Sin embargo, Raphael cuidó de no mover el colchón


cuando se acomodó en el borde de la cama. Tocándolo
ligeramente pasó el paño húmedo sobre el pecho de Aleric,
retirando hasta la última de las manchas de color carmesí. La
sangre ya no se filtraba de la profunda herida. Sin embargo, ese
hecho no le trajo ningún consuelo. La falta de sangre era su
propia obra.

¡Dios mío!, beber de otro nunca se había sentido así antes.


Las sensaciones eran tan fuerte, tan potentes. El sabor de Aleric
de alguna forma era instantáneo y poderosamente adictivo, no
pudo detenerse antes de agotarlo, aunque se lo hubiera
propuesto.

Pero más importante que la experiencia, la herida que le


había empujado a robar la sangre de Aleric no había sanado. Un
fuerte rojo estropeaba la perfección de su pecho. Un signo del
fracaso de Raphael.
Su mirada recorrió el cuerpo desnudo, excepto por la ropa
interior de Aleric. Su cuerpo de un metro ochenta y cinco
ocupaba casi toda la longitud de la cama. Musculoso por sus
frecuentes visitas a la Academia de Esgrima de Angelo, Aleric era
un hombre guapo. Alguien que Raphael necesitaba con una
intensidad que no podía explicar. Y la intensidad se multiplicaba
por diez cuando estaba tan cerca de él.

La tela cayó de su mano al suelo, con un golpe sordo.


Aunque tentador, no había sido capaz de dejar a un hombre
inconsciente completamente desnudo. Sin embargo, la ropa
interior era de un lino tan fino que podía ver la sombra del oscuro
vello en la ingle de Aleric y el contorno de su flácido pene, la
cabeza del pene se apoyaba en la parte superior interna del
muslo.

A excepción de esa maldita herida, Aleric parecía sano.


Como si simplemente estuviera durmiendo y pudiera despertar en
cualquier momento. Pero Raphael temía que el brillo dorado de
la piel de Aleric fuera sólo un producto de la luz de la vela en la
mesita de noche. Su corazón estaba tan débil, Raphael tenía que
acercarse y esforzarse para oírlo.

—Lo siento —susurró, mientras alisaba el corto y alborotado


cabello oscuro de Aleric—. Lo intenté, pero quizás sea mejor así.
Sería más allá que cruel condenarte a esta vida sin tu permiso. Es
tan... solitaria. Y extrañarías el sol. Sé que yo aun lo extraño.

Cerrando los ojos contra el ardor de las lágrimas, apoyó la


frente sobre el amplio hombro de Aleric. Un bajo gemido de dolor
salió de la tensa garganta de Raphael.

Su corazón dolía. Dolía mucho.

»—Pero te extrañaría a ti más que al sol. —Acunando la


mandíbula de Aleric, presionó sus labios contra su hombro. Las
lágrimas caían de las mejillas de Raphael, mojando la suave
piel—. ¿Cómo voy a pasar una noche sin verte? ¿Sin estar cerca
de ti? Por favor, Aleric, despierta. Te necesito.

¿Por qué no funcionaba? Infiernos, debería de haber


funcionado. La impotencia y la frustración se mezclaban con la
desolación. Raphael se sentó y frotó con sus palmas los ojos.
Respiró hondo, se acomodó lo mejor que pudo y se puso de pie.
Paseaba pensativo junto a la cama.

Aunque Aleric era el primero, el proceso no era tan


complicado. Drenar la sangre de la víctima y sustituirla por una de
vampiro. Ese conocimiento y la instintiva necesidad de
alimentarse de alguna manera le habían llegado con la sangre
de su creador cuando Raphael fue convertido. Todo lo demás,
bueno, lo aprendió por su cuenta. Pero Aleric sería suyo, y
Raphael nunca abandonaría a un nuevo vampiro de la forma en
que él había sido abandonado.

Pero primero, tenía que averiguar por qué Aleric no se


había convertido. Interrumpió su paseo para quitarse la chaqueta
y el chaleco, arrojándolos al suelo arriba de su abrigo. Quizás
debería buscar a Katerina. Preguntarle a ella. Como jefa del clan
de los vampiros locales, lo habría hecho suficientes veces como
para ser una experta en el arte de la creación de vampiros. Pero
ella no estaría feliz, y eso era decir poco, él había quebrado una
de las reglas de ella al convertir a un hombre por su propia
cuenta. Ella bien podría negarse a ayudarle, o algo mucho peor.
Además de este hecho, no estaba seguro de cuánto tiempo
podría durar Aleric en este estado. Para cuando regresara, Aleric
podría estar muerto, y el hombre estaba demasiado débil para
llevarlo con Katerina.

No importaba lo mucho que le temiera, una visita al East


End sería necesaria si de alguna manera Aleric conseguía pasar
esta noche. Era mejor presentar a Aleric y pedirle perdón a
Katerina a que sus vampiros creyeran que él era una amenaza
para su clan. Había visto cazar a los descarriados y a
exploradores que vagaban en la ciudad. Eludirlos no era una
opción. Hasta que él probara el límite de su benevolencia se
quedaría al lado de Aleric.

Apretándose el puente de la nariz, se obligó a recordar lo


que había hecho. Aleric no había muerto antes de que tratara
de convertirlo. De eso estaba seguro. Había actuado con la
suficiente rapidez. Hasta la última gota de la sangre de Aleric
había fluido a Raphael, y luego le había dado a Aleric la suya.

Raphael se paró en seco. Miró hacia la cama. La luz de las


velas estaba iluminándolo. Aleric estaba demasiado pálido.

No le había dado a Aleric suficiente. Ese maldito ladrón lo


había interrumpido.

Con dos pasos llegó al lado de Aleric. Sacó sus colmillos,


subió el puño de encaje de su camisa y se cortó la muñeca, por
segunda vez esa noche. Acunó la parte posterior de la cabeza
de Aleric con su otra mano, Inclinando la cabeza de Aleric hacia
atrás, dejó que el goteo de sangre cayera en su boca abierta.

Con cada fibra de su ser, quería que Aleric despertara. »—


Por favor, Aleric, por favor —gritaba por lo bajo.

Manos fuertes agarraron el antebrazo de Raphael,


jalándolo hacia abajo. Los labios secos presionando su muñeca.
Una lengua caliente y húmeda trabajada en su piel, succionando
con avidez.

Una caliente lujuria se envolvió alrededor de Raphael.


Lujuria, más allá de decadente. Sus nervios zumbaban con las
sensaciones. Sorprendido, se quedó sin aliento y apoyó una mano
en el muslo de Aleric para mantener el equilibrio. El calor de la
erección de Aleric traspasaba la ropa interior de fino lino hacia la
palma de su mano. Raphael cerró instintivamente su mano en el
duro eje y acarició la caliente piel sobre la ropa.
Un gruñido salió del pecho de Aleric. Levantó sus caderas,
en busca de más.

El brazo de Raphael se estremeció. La fuerza se filtraba de


su cuerpo, fluyendo a Aleric. «¡Suficiente!», señaló apartando el
brazo del control de Aleric.

Oscuras pestañas se apoyaban en sus enrojecidas mejillas y


luego subieron para revelar los brillantes ojos azul-plata.

Un intenso deseo golpeó a Raphael, jalándolo con una


fuerza física a acercarse a Aleric. Se inclinó, su cabello cayó
sobre su hombro. Sus labios sobre los de Aleric, sus jadeantes
respiraciones mezcladas. Pasó su lengua por el labio inferior de
Aleric, lamiendo las gotas de sangre.

Su mirada fija en la de Aleric, acortó lo último de la


distancia, moviéndose muy lentamente. Ligera y
provisionalmente, como si temiera que un solo toque lo
despertara de un sueño, apretó sus labios con los de Aleric.

La sensación se estrelló sobre él, se arremolinaba a su


alrededor en una caricia tangible por los más breves pero más
largos segundos. Luego inundó su piel, cada centímetro de su
cuerpo, antes de establecerse en algún lugar profundo en lo más
recóndito de su ser, en el lugar en el que su alma una vez residió.

Se sentía como si el sol de repente inundara su interior, sus


cálidos rayos llenando sus últimos treinta y seis años de soledad y
vacío.

Manos fuertes se apoderaron de la parte posterior de su


cabeza y lo arrastraron más cerca, profundizando el ligero beso y
trayendo a Raphael al presente. Abrió la boca, deslizó los labios
sobre los de Aleric. La lengua del otro hombre penetró su boca,
decidida, firme, exigente. La lujuria se encendió bajo su piel. Su
beso se volvió duro y agresivo, coincidiendo con la necesidad de
Aleric.
Hacía tiempo que no besaba a otro ni había compartido
una intimidad. La sequía de tanto tiempo avivó sus sentidos y
absorbió todas las sensaciones de la caliente lengua de Aleric
como si fuera lo último que recibiría.

Esas manos se movieron hasta el cuello de su camisa y lo


jalaron. La tela se rasgó, el sonido retumbó en el aire. Aleric
apartó la camisa de los hombros. Rompiendo el beso con
renuencia, Raphael se echó hacia atrás lo suficiente como para
quitarse las mangas de sus muñecas. Antes de que pudiera
apretar los labios de nuevo en los de Aleric, las manos se cerraron
alrededor de sus costillas, y lo empujaron. El aire pasó zumbando
los oídos y cayó cerca de los pies de la cama, de espaldas. Aleric
se abalanzó sobre él, los labios retraídos, los colmillos fuera y
jadeando desgarró el pantalón de Raphael.

Una ráfaga de movimientos más tarde y los pantalones


fueron arrojados a un lado. Aleric se acomodó entre sus muslos,
cubriéndolo, e inclinando su boca sobre la suya. El lino se frotaba
contra su duro pene. Una áspera caricia que podría ser mucho
más. Pasó las manos por la espalda del hombre hasta la cintura,
su piel caliente y suave como el terciopelo por debajo de sus
palmas. La fina ropa interior de Aleric no era rival para Raphael.
Arrancó la tela y la arrojó. El pene de Aleric surgió libre, contra el
vientre de Raphael.

Agarrando el culo de Aleric, inclinó sus caderas, frotando la


base de la erección del hombre por el pliegue de su propio culo,
jugando con su agujero, y por encima de sus balas. Aleric era
tentador. Aleric temblaba, se estremecía y jadeaba.

Aleric apartó los labios de los suyos. —Debo tenerte. ¡Ahora!

Con un rápido movimiento, Raphael escupió en su mano y


tomó el pene de Aleric, lubricando su eje. La vaselina funcionaria
mejor, pero no había una oportunidad en el infierno que se
alejara de Aleric para tomar la botella del cajón de su mesita de
noche. Colocó la corona del pene en su entrada y Aleric se
empujó adentro. Un largo empujón lo estiró aun más.

Un gemido retumbó en su pecho. El color más delicioso del


calor que lo rodeaba, lo recorrió. Su culo ardía, vibraba. Un dolor
dulce y embriagador, lo hacia más impaciente. Antes de que las
palabras salieran de sus labios, Aleric comenzó un duro ritmo,
empujándose contra él. Las bolas de Aleric golpeando contra las
suyas. El potente olor de la excitación en el sudor de Aleric
llenaba cada una de sus respiraciones, aumentando el deseo
que consumía sus sentidos y cambiando a un impulso e
imparable deseo de dominar.

Gruñendo bajo, sacó a Aleric, y luego lo puso de rodillas y


cayó sobre él. Inclinándose sobre Aleric, escupió en la palma de
su mano una vez más, usándola para lubricar su propio pene. La
necesidad de poseerlo lo golpeaba tan fuerte que recorría
insistentemente sus venas, pero se contuvo lo suficiente como
para chupar con rapidez sus dedos. Aleric jaló sus rodillas hasta el
pecho e inclinó la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto el
cuello, la imagen misma de la voluntaria sumisión.

Raphael empujó dos dedos dentro del arrugado agujero


que lo aferraba en su calor. Su pene tembló con anticipación. La
liberación se formaba en su interior, la presión se acumulaba en
sus bolas.

Giró los dedos, buscando desesperadamente...

—Sí, sí —jadeó Aleric, sus párpados se movían cuando


Raphael frotó el punto dulce.

Una gota de líquido se derramó de la punta del pene de


Aleric, mojando su abdomen. Sus músculos se relajaron lo
suficiente para que los dedos de Raphael se deslizaran
suavemente mientras suavemente los empujaba, estirándolo,
preparándolo. Sabía que no podría causarle daño físico a Aleric si
se saltaba los preliminares y simplemente empujaba su pene,
como el mismo Aleric había hecho. Su cuerpo ahora podía tener
más. Lo que alguna vez habría sido duro y puro dolor, ahora se
enriquecía con una gran dosis de placer. Había descubierto este
hecho hace muchos años cuando la desesperación lo había
empujado a estar con otro de su especie. Pero él no quería
asustar a Aleric, o que creyera que no le importaba.

En lugar de eso, esperó hasta que Aleric se jaló, pidiendo


más. Y alineó su pene con ese dulce agujero y se empujó fuerte
adentro.

Aleric gruñó. El parpadeo de una mueca de dolor en su


rostro cambió rápidamente al asombro mientras Raphael se
hundía hasta la empuñadura. El placer más profundo se apoderó
de Raphael. En pocas palabras, le robó el aliento de su pecho.
Tan perfectamente enterrado dentro de Aleric, íntimamente
unido a él. Apoyando las manos en la cama, a cada lado de los
anchos hombros de Aleric, presionó sus labios en los de Aleric,
necesitaba besarlo. Luego retrocedió y se dirigió hacia él.

Aleric lo jaló y enterró su cara en el cuello. Los suaves labios


recorrían su hombro. Raphael se movió, ajustando el ángulo de
sus golpes, tratando de llegar a la glándula del hombre con cada
golpe. Aleric se estremeció, abrió la boca, y luego el dolor
atravesó el hombro de Raphael.

Sorprendido por la mordida, trató de apartarse, pero Aleric


se aferraba a él. Moviendo las caderas, empujándose contra él,
buscando más.

El orgasmo se formaba con una primitiva necesidad de


marcar a Aleric con su aroma, marcándolo como suyo con una
fuerza que no podía reprimir. Rápidamente se salió y agarró su
pene corriéndose sobre Aleric desde la cabeza al abdomen, el
pecho de Aleric se movía con un ritmo de una canción que se
repetía en su cabeza.

«Mío. Mío. Mío».


Con el eco de su poderosa liberación aun estremeciendo
sus músculos, tomó en su puño la erección de Aleric. Con dos
jalones, el eje se endureció aún más, como una barra de hierro
ardiente en la mano. Cuando sintió la gruesa vena pulsar, apuntó
la corona hacia su propio pecho. Con un rugido, Aleric se corrió.

Raphael pasó sus dedos a través de la semilla de color


blanco nacarado que estaba en su piel. Aleric enseñó los dientes,
gruñendo su aprobación, y pasó la mano por encima de su
propio pecho, untándolos con los restos del clímax de Raphael.
Una sonrisa elevó los labios de Raphael, la satisfacción más
profunda corría por sus venas.

Los jadeos de Aleric llenaban la habitación. Raphael vio


cómo sus colmillos retrocedían. Clara lujuria en sus ojos azules-
plata, la agresión se deslizaba en sus rasgos. Su mirada se centró
en el rostro de Raphael, como si realmente lo viera por primera
vez.

La tensión anudó el estómago de Raphael, sosteniéndose


fuerte. Conmoción, confusión, acusación, todo lo que había
temido, lo vio reflejado en los ojos de Aleric.

Las oscuras cejas de Aleric unidas. —¿Quién infiernos eres?


El hombre agachó la cabeza. Hubiera sido una simple
inclinación de reconocimiento excepto porque se quedó oculto
bajo la cortina de su larga cabellera dorada. Los hombros
cuadrados mientras se deslizaban de entre los muslos abiertos de
Aleric. —Mis disculpas, Lord Aleric, por la falta de una correcta
presentación. Soy Raphael Laurent.

Aleric tenía más conocidos de los que podían contar en


Londres, pero no reconocía el nombre del hombre. Y ciertamente
lo habría recordado si alguna vez se hubieran cruzado. ¿Se
habría emborrachado anoche? No sería la primera vez que
hubiera despertado sin una prenda de ropa en una cama que no
era la suya.

Hizo un inventario mental rápido. No, no logró explicarse.


Por lo menos no se sentía como si se hubiera excedido con el
brandi. En realidad, era todo lo contrario.

Confundido y desorientado, se sentó y miró a su alrededor


en busca de una pista, algo que explicara la situación. Estaba en
un dormitorio con una gran cama con dosel. Todos los muebles
tenían un marcado aire de opulencia. Dos sillas con tapiz de
brocado de plata y celeste, las patas delicadamente curvadas
de un escritorio, un intrincado labrado en un baúl de caoba
frente al armario. Cortinas de terciopelo cubrían las dos ventanas
en la pared del fondo. Cuadros con marcos dorados se
alineaban en las otras paredes, un paisaje de un tranquilo campo
con una gran extensión de hierba verde, un jardín con flores en
plena floración absorbiendo los rayos del sol, y una salida del sol
rompiendo a través de un campo de trigo. La chimenea era de
mármol gris, era de noche, la habitación sólo alumbrada por una
vela en la mesita de noche. Aun así…

Miró a su alrededor otra vez. Las esquinas de la habitación


deberían de estar envueltas en sombras. Era consciente de que
la única vela daba poca luz y, aun así, podía ver todos los
detalles del lugar, incluso todos los matices de color, desde el rojo
intenso al brillante de las rosas en una de las pinturas por las
ventanas.

Movió la cabeza rápidamente y todos los acontecimientos


de esa tarde se cristalizaron con asombrosa claridad en su
mente. Hannah, el camino a casa, los tres ladrones en el callejón,
el puñal hundiéndose en su pecho, y despertar con la imperiosa
necesidad de enterrar su pene dentro de Laurent, para reclamar
al hombre como suyo. Se movió, muy consciente de
exactamente dónde había estado el pene de Laurent.

Infiernos. Había sido penetrado anoche e incluso... rogó por


eso. El conocimiento debería haberle sorprendido, al menos en
algún nivel. Los impulsos habían estado presentes desde que
había llegado a la adolescencia, pero nunca se entregó a ellos,
solo cuando una mujer —Hannah, para ser más específico—
también estaba presente. Su presencia de alguna manera
mantenía alejados sus temores de que él era, de hecho, un
sodomita, incluso cuando él estaba sobre sus rodillas. Pero,
curiosamente, el hecho de que acababa de acostarse con otro
hombre, y sólo un hombre, no le causó ni siquiera un
estremecimiento de malestar. Tenía asuntos más apremiantes en
su mente. —Pensé que estaba muerto.

—No. Al menos no lo creo.

—¿Cómo puedes no estar seguro?

Aun evitando la mirada de Aleric, Laurent claramente


incómodo se encogió de hombros. —Nunca había convertido a
alguien antes. No estaba seguro de haberlo hecho
correctamente. No es un proceso terriblemente complicado,
pero hubo un pequeño retraso que me causó un poco de
preocupación.

—¿Convertir? —Tragó saliva, luchando por el aumento de


la ansiedad. No podía explicarlo, pero de alguna manera sabía
la respuesta a la pregunta. Sabía por qué su visión ahora
rivalizaba con la de un gato, sentía el dulce sabor metálico de la
sangre que se quedó en su lengua. Y sabía sin siquiera ver que la
marca del cuchillo que el ladrón causó en su pecho, ya no
estaba.

—Sí. Ahora eres un vampiro. —Laurent se asomó a través


del despeinado rizado cabello que cubría su cara—. Como yo.

—Oh. —«Brillante». Se oyó como un tonto, pero era lo único


que se le ocurrió decir. Su mente aun desordenada, demasiado
aturdido como para formar una frase coherente.

Laurent extendió la mano, una elegante mano, para tomar


el tobillo de Aleric antes de apartarla de nuevo. Con un fluido
movimiento, se levantó de la cama. De espaldas a él, agarró una
camisa blanca del piso de madera, de la manga rota colgaban
unos hilos. —Te estabas muriendo, Aleric. Era la única manera de
salvarte.

Llevó una mano al cuello y se tomó el pulso deslizándose


por debajo de sus dedos. —Pero aun tengo el latido de mi
corazón. Pensé que los vampiros estaban muertos.

—No. No exactamente. —De la pila de ropa en el suelo,


Laurent tomó otra camisa y arrojó ambas a un recipiente al lado
del lavabo—. El término correcto es no-muertos.

—Pero ¿cómo…?

Laurent se giró y levantó una mano. —Simplemente así.


Acéptalo, o te volverás loco.
—Está bien. —Asintió con una lenta sacudida de la cabeza.
Un concepto difícil de que su mente entendiera, pero la certeza
de tranquilidad en el tono del vampiro le ofrecía una medida
positiva de bienestar—. Pero ¿podrías definir a los no-muertos?

Laurent se acercó a la cómoda delante del baúl y un


instante después estaba sentado en la parte superior de la
misma. Levantó el pie, apoyando el talón en el borde, la otra
pierna colgando por la adornada parte delantera de la cómoda.
El mentón casi rozando la rodilla, contemplando a Aleric.

Aleric no tenía ni una vaga idea de cómo se debería de


ver un vampiro. Él era la imagen misma de la juventud y la
vitalidad. La luz de las velas iluminaba la cómoda, sus rayos
vacilantes destacaban su pálida piel ámbar y su dorado y
ondulado cabello. Su piel desnuda, con un ligero rubor por el
esfuerzo, se moldeaba suavemente sobre los delgados músculos
y sólidos huesos.

Unos centímetros más pequeños que Aleric, el delgado


cuerpo no aparentaba fuerza. Sin embargo, Aleric vívidamente
recordaba la facilidad con la que Laurent lo había jalado la
mitad del camino a la cama.

A primera vista, Laurent parecía un hombre joven y sano,


probablemente no mucho mayor de veinte años de edad. Pero
había algo en él, en la fácil forma en la que se movía, en la
perfección de su belleza física y la reflexiva expresión de sus ojos
plata, que declaraban que era más de lo que parecía.

—¿Qué te gustaría saber? —preguntó el hombre.

—Todo.

Laurent acomodó su cabello detrás de la oreja, dejando al


descubierto la limpia línea de su mandíbula. —Sólo puedo decirte
lo que sé. Lo más importante, es que es necesario evitar el sol. —
Con sus brazos envolviendo sus piernas, pasó una mano sobre los
nudillos de la otra—. Quema, incluso cuando está oculto por las
nubes.

Aleric asintió. Había asumido eso. Los vampiros no eran


conocidos como criaturas de la noche por nada. Teniendo en
cuenta que había estado evitando toneladas de horas del día
desde su llegada a Londres hace tres años, sólo tendría que
empujar el comienzo de su día... bueno, ahora la noche... unas
horas más tarde de lo habitual.

»—No se envejece físicamente ni otro día y puedes curarte,


pero no eres inmortal, puedes morir. Una estaca en el corazón, el
hambre, y no dejes que nadie corte la cabeza de tu cuerpo.

Tres cosas que había evitado durante toda su vida. Una vez
más, nada que debería ser demasiado difícil de lograr. Una
pequeña porción de su mente se maravilló con su capacidad
para permanecer tan clínico y objetivo en tal situación. Pero en
lugar de hacer una pausa para examinar por qué no estaba más
inestable con la conversación, centró su atención en el bello
hombre arriba de la cómoda.

Su postura informal parecía más por costumbre que por


cualquier intento de proteger su desnudez. Aleric podía ver
claramente el flácido pene descansando sobre sus bolas detrás
del antebrazo que cruzaba su ingle. A pesar de que todas las
líneas de su cuerpo estaban cómodamente encorvadas sobre la
cómoda, Aleric no podía ignorar el parecido a un depredador,
esperando pacientemente el momento oportuno para entrar en
acción.

»—Tu estómago rechaza los alimentos. Una experiencia


bastante desagradable. Es mejor no tomar ni siquiera un bocado
de ninguna cosa remotamente sólida. Los líquidos están bien.
Nunca me han causado ningún efecto nocivo. El brandi aun
sabe a brandi, pero no vas a conseguir embriagarte, sin importar
la cantidad que bebas.
Aleric frunció el ceño. Aunque no bebía hasta la
inconsciencia en condiciones normales, no le alegraba el saber
que la posibilidad ya no estaba allí. Algunos días tomaba un
trago o dos de más por alguna razón. Esta noche, por ejemplo.

Un toque de diversión iluminó los ojos de Laurent. »—Por


supuesto, eres más que bienvenido a probarlo. Pero incluso
tomando una botella de brandi sólo te dejará con la necesidad
de utilizar el mingitorio... y pagar la cuenta.

Aleric levantó una ceja, no le hizo gracia el intento de


Laurent de divertirse a expensas de él. En cualquier caso, no se
había excedido hasta ese punto en más de un año. Dejando su
cena a un lado la infernal casa de juego le había enseñado a
mantener más cuidado en sus límites. —Si no puedo comer,
entonces, ¿cómo voy a hacer para no morirme de hambre?

—Ahora tiene estos... —Las largas pestañas de Laurent


bajaron y lentamente abrió la boca, retrajo los labios para revelar
un par de puntiagudos dientes que descendían de sus encías.
Luego bajó la cabeza, la frente casi rozando la rodilla, una vez
más, escondiéndose detrás de la cortina de su cabello—. Vas a
beber de otros.

—¿Su sangre?

—No hay de qué preocuparse. —Laurent levantó la vista.


¿Cómo Aleric podía verse tan calmado? Sólo desaparecían las
señales de alarma de sus instintos como si nunca hubieran
existido—. La experiencia no es tan… inquietante como suena.
No tendrás que hacerlo a menudo. Cada pocas noches más o
menos. Sabrás cuándo tienes hambre. Tomarás sólo lo realmente
necesario. No los drenarás y no los lastimarás. Ellos tampoco lo
recordarán, si los dejas inconscientes.

Por lo menos su supervivencia no significaba la muerte de


otro. Eso era un pequeño consuelo.
»—Sería mejor si cortas todos los lazos con amigos y
familiares. Incluso una breve visita podría provocar preguntas
incómodas. Podrán notar los cambios en ti.

Nunca había pensado en eso antes, pero ahora que lo


pensaba, se dio cuenta que no tenía verdaderos amigos en
Londres. Conocidos, compañeros que se le unían para una
noche de juerga y las mujeres que se unían a él en su cama, pero
nadie que se inmutara ante su repentina desaparición.
Afortunado, dada su nueva situación, pero aun así no era un muy
buen indicador del tipo de vida que había elegido para sí mismo.
En su búsqueda para calmar ese constante ardor en su piel por la
aventura y la emoción, por algo más que la suave rutina, sólo
había conseguido un gran vacío, una vida solitaria, y en el
proceso destruyó su relación con las únicas personas que alguna
vez remotamente se preocuparon por él.

Dejó escapar un suspiro. —Dudo que mis conocidos me


echen de menos, y no he hablado con mi padre o mis hermanos
en tres años.

Laurent frunció el ceño, se inclinó hacia delante,


manteniendo fácilmente el equilibrio sobre el borde de la
cómoda. —¿Por qué no? —preguntó, una intensa curiosidad
escrita por toda la cara.

Aleric se sorprendió un poco con la pregunta. Todo el que


era alguien sabía la respuesta. Sin embargo, dada la naturaleza
de Laurent, obviamente no se movía entre la sociedad. Había
causado toneladas de comentarios entre la alta sociedad
durante un tiempo —cómo el duque de Haverton le había dado
la espalda a su hijo menor, Aleric, en respuesta a los rumores que
habían estado causando cuando se lanzó a una disoluta y ruda
vida con seguridad, o al menos eso era lo que él creía.

—El primer hijo es el heredero. El segundo hijo es una pieza


de repuesto. El tercer hijos está destinado a la iglesia —le informó
a Laurent—. Para el gran desagrado de mi padre, opté por no
aceptar la vida en la casa Barton. —Gran desagrado, era decir
poco. Como un poderoso y rico duque, había pocos que se
atrevían a ir contra los deseos del hombre. Aleric se había
atrevido, y después algo más. Días de discusiones con su padre
habían terminado con Aleric saliendo por la puerta de la finca de
la familia. Y no había vuelto desde entonces.

Laurent levantó una ceja escéptica. —¿La iglesia?

—Así es —respondió él con una inclinación de su cabeza—.


Y ya que no seguí la línea que esperaba, mi padre me repudió.
Por eso no he hablado con él en muchos años.

—¿Y con tus hermanos?

—Son hijos obedientes, están dispuestos a seguir los pasos


de mi padre. Muy diferentes a mí. —No se molestó en ocultar el
sarcasmo en su tono.

Se movió en la cama, doblando una rodilla, imitando la


postura de Laurent y jalando un hilo perdido de la colcha de
seda. Había pensado que sus opciones eran limitadas hace unas
horas. Sin un chelín a su nombre, la fuerte amenaza de sus
acreedores llamando a su puerta, y con la clara posibilidad de
que pronto se encontraría sin un techo sobre su cabeza. Sí, había
estado cada vez más cansado de la ciudad, pero... el darse
cuenta que nunca podría regresar a la vida que conoció
lentamente le cayó, dándose cuenta de que todo lo que había
conocido, la seguridad que sabía que tendría con suficientes
ruegos de constricción, bajando la cabeza y prometiendo no salir
de la línea, de tal manera que su padre lo aceptara de regreso,
ahora eso también se había ido.

—Va a ser más fácil de aceptar con el tiempo. —La suave


voz de Laurent rompió el silencio.

—¿Y cuánto tiempo has tenido tú?


Un velo de tristeza cayó sobre su rostro. —Treinta y seis años.

—¿Qué edad tenías cuando... te convertiste?

—Veintiún años.

Seis años más joven que Aleric. Aunque realmente el


hombre en realidad tenía cincuenta y siete años de edad. Desde
luego, no los parecía. —¿Hay otros como nosotros?

—Si.

—¿En Londres?

Laurent vaciló. —Si.

Más preguntas llegaron a su cabeza, pero tenía la


impresión de que Laurent no les daría la bienvenida ahora.
Laurent no había agachado la cabeza, no había vuelto a
esconderse debajo de la cortina de su cabello. Aun lo miraba
con esos pacientes ojos de plata. Aun así...

Aleric distraídamente sacudió la cabeza, sin poder precisar


cómo eso le causó una sensación de malestar, de inquietud.

—Se está haciendo tarde —anunció Laurent—. Debes


prepararte para el día, descansar un poco. Incluso aunque te
escondas de la luz del sol, es necesario dormir durante el día. Tu
cuerpo lo exige. Si lo deseas, eres bienvenido a mi cama. —Con
un elegante salto cayó de pie sin hacer ruido.

¿Su cama? ¿Claro, en qué cama podría estar? Y una


cama muy cómoda, aunque un poco desordenada. El edredón
estaba arrugado y se veía la sábana blanca de debajo. Las
almohadas amontonadas en la cabecera. El colchón suave pero
firme, y lo suficientemente grande para acomodar fácilmente a
dos hombres. Su piel se erizó al reconocer el recuerdo de cómo
ese edredón de seda se arrugó deslizándose mientras Laurent se
empujaba dentro de él.
Levantó la cabeza alrededor, su atención fue de inmediato
a Laurent mientras el hombre ajustaba las cortinas que cubría una
de las ventanas. Los músculos de su espalda se ondulaban con
sus movimientos. Aleric apretó los puños con la necesidad de
palmear los redondos globos de su trasero.

La excitación lo inundó, enfocando todos sus sentidos en


Laurent. Las aletas de su nariz se movían cuando captó el aroma
en el aire. Almizcle masculino, una pizca de jabón y sudor se
mezclaban con el claro aroma de su propia semilla. Laurent aun
llevaba su marca. Un temblor sacudió su cuerpo. Su respiración se
volvió dura y fuerte. Sintió un ligero dolor, como el roce de una
aguja, en sus encías. Distraídamente pasó la lengua por los
dientes superiores, tocando dos afiladas puntas.

Se balanceó hacia delante, tensó sus músculos, a una


fracción de segundo de saltar de la cama y lanzarse hacia
Laurent, empujar al hombre al suelo y hundir sus dientes en el
musculoso hombro y tomarlo, registró que Laurent se dirigía hacia
la puerta.

—Laurent. —¿Era su voz? Sonaba más gruñido que una


palabra.

Con la mano en el picaporte, se giró. Su rígido pene


sobresalía duro de su cuerpo. El olor era fuerte y preciso, Aleric
juró que podía saborear el líquido que se derramaba de la punta
del pene de Laurent.

—Puedes llamarme Raphael, si lo deseas.

—¿Te vas?

—Sí. Necesitas descansar. —Señaló con la cabeza la ingle


de Aleric, su evidente erección necesitaba toda su atención—. Y
si me quedo más tiempo, no vas a lograr descansar. Buenos días,
Aleric. Te veré de nuevo al caer la noche.
El chasquido de la puerta al cerrarse se hizo eco en la sala
antes de que se desvaneciera en la nada.

Su jadeante respiración era todo lo que rompía el silencio.


El sonido rápidamente fue tragado por el dolor en su pecho.

«¡No! »

Aleric saltó de la cama, se puso de pie y se dirigió a la


puerta. Con su corazón golpeando contra sus costillas, abrió la
puerta.

En la mitad de un pequeño pasillo, Raphael se giró hacia


él. —¿Necesitas algo?

«A ti».

No podía explicarlo, pero de repente frenéticamente no


quería estar solo. Noción ridícula. Era un hombre adulto, había
vivido solo durante los últimos tres años. Pero no podía sacudirse
eso, no había razón por la desesperación de estar separado de
Raphael.

—¿Aleric?

—¿A dónde vas? —Infiernos, y ahora incluso se oía


desesperado.

—A otra habitación por la noche. —Raphael señaló con sus


dedos la puerta cerrada al final del pasillo.

«Quédate conmigo». Agarró el pomo con fuerza, pero no pudo


evitar el temblor de su brazo.

La mirada de Raphael recorrió su rostro. Después de un


momento, asintió.

La tensión se evaporó cuando Raphael se acercó a él.


Aleric se hizo a un lado, permitiendo que Raphael lo pasara, y
luego cerró la puerta detrás de él.
Raphael apartó el edredón, enderezó las dos almohadas y
se metió en la cama, dejando lugar del otro lado. Aleric lo
observaba mientras acomodaba el edredón sobre su pecho,
claramente preparándose para la noche.

Vio a Aleric y palmeó el colchón. —Ven. No descansarás


bien de pie junto a la puerta.

Negándose a pensar en el hecho de que estaría en la


cama con un hombre desnudo, cruzó la habitación y se metió
debajo de la fría sábana. Raphael apagó la vela de la mesita de
noche, sumiendo a la habitación en oscuridad total.

Aleric parpadeó. Al parecer, aun necesitaba un poco de


luz para ver.

El acre humo de la vela irritó su nariz y se disipó


rápidamente. Acomodó la almohada y se acostó sobre su
abdomen. Sintió el calor del cuerpo de Raphael acercarse, antes
de ser consciente de eso, su brazo estaba rodeando su cintura y
lo jalaba a su costado, la cabeza apoyada sobre el hombro de
Raphael.

En vez de excitarse de nuevo, la presión de piel desnuda


contra la piel desnuda sólo le trajo confort, alejando la última
persistente oleada de pánico que se había aferrado a su
estómago como un maldito puño. Suaves dedos recorrían su
cabello, adormeciendo sus sentidos. El firme latido del corazón de
Raphael causó que sus ojos se cerraran. Debería darle las gracias.
El hombre lo había entendido de alguna manera y lo salvó de la
vergüenza de tener que rebajarse a rogarle a Raphael que se
quedara. Pero el sueño se apoderaba de él rápidamente.

Mañana. Tendría que darle las gracias, mañana.


La madera crujía bajo los pies descalzos de Raphael. Ajustó
rápidamente sus pasos y saltó cruzando el espacio entre dos
edificios. Una mujer permanecía en las sombras en medio de
basura y cajas desechadas en el callejón, ni siquiera miraba
hacia arriba.

Las hileras de casas y plazas ordenadas de Mayfair estaban


muy lejos detrás de él. Aquí había un laberinto de calles estrechas
y decrépitas casas, tabernas y edificios. El hedor de la humedad,
agua sucia y cuerpos sin bañar irritaba su nariz. ¿Por qué el
Támesis olía mucho peor en este extremo de la ciudad?

En vez de seguir por el callejón de al lado, se detuvo en el


borde de la azotea de un edificio y miró alrededor. La luna llena
estaba alta en el cielo, iluminando el caótico patrón de los
techos circundantes. Algunos terminaban en punta, otros planos
y, algunos más, inclinados debido a la edad. La niebla del
Támesis estaba baja entre los edificios, cubriendo los callejones y
las calles con una niebla ligera. El sol se había puesto hace unas
horas. Las pocas almas trabajadoras que habitaban en el East
End ahora estaban a salvo en sus camas, dejando a los ladrones,
borrachos y putas vagar por las calles. Presas fáciles para
aquellos como él mismo.

No es que él siempre buscara su comida aquí. No se


atrevería a incursionar en el territorio de otro. Después de todo,
valoraba su cuello. Y siendo el único de su tipo en el West End,
fácilmente podría encontrar a un caballero que se retrasaba de
regreso a casa sin despertar sospechas innecesarias.
Pero no era el único vampiro en Mayfair. Por lo menos no
en este momento. Le había costado todo su autocontrol no
quedarse con Aleric. Resistirse a la imperiosa necesidad de estar
simplemente cerca de él, tener al hombre en sus brazos. De
alguna manera se las arregló para salir de la cama, dejando a
Aleric tranquilo mientras dormía.

Tampoco había sido lo suficientemente estúpido como


para creer que la tácita petición de Aleric de anoche tenía algo
que ver con Raphael en particular. Necesitaba cualquier cuerpo
caliente. Sí, él se había sorprendido de que Aleric abriera la
puerta, pero debería haberlo previsto. La ansiedad del hombre
había sido palpable y era totalmente comprensible. Después de
todo, había sido sólo producto de la confusión que venía con ser
un nuevo vampiro.

Aunque dada la reacción de Aleric de anoche, tal vez


debería haberlo despertado, informarle que saldría un momento.
Pero, Aleric podría haberlo visto con esos ojos suplicantes y se
obligaría a quedarse. Sin importar lo mucho que deseaba lo
contrario, la diligencia de esta noche necesitaba su atención
inmediata. Y tenía que ser rápido al respecto. En la nota que
había dejado sobre la mesita de noche junto a la vela le
informaba a Aleric que volvería antes de la medianoche. No
quería que el hombre se despertara y creyera que lo había
abandonado.

Él ya había estado en el East End esta noche y había


estado varias veces en el departamento de soltero de Aleric. Sólo
una última misión antes de poder regresar a casa para recuperar
a Aleric. Echó un vistazo a los tejados, su atención se detuvo en
una chimenea derrumbada a más de dos calles. Retrocedió dos
pasos, corrió hacia delante, y cruzó la distancia hasta el edificio
de al lado, dirigiéndose hacia esa chimenea.

Cuando llegó a su destino, se puso en cuclillas en medio de


los ladrillos caídos y vio sobre el borde del techo. Alto, ancho de
espaldas, con el cabello oscuro... Raphael cerró brevemente los
ojos y extendió sus otros sentidos... un vampiro. No era el mismo al
que le había expresado su petición antes, pero sin duda era uno
de los de Katerina.

El vampiro se apartó de la pared de ladrillo y levantó la


vista, viendo a Raphael. Ante su movimiento de cabeza, Raphael
se dejó caer, aterrizando a poca distancia del hombre que
estaba de pie. Vestido todo de negro para confundirse con las
sombras, era guapo, de una forma marcadamente masculina,
pero más allá de su poca atractiva arrogancia, por alguna razón,
Raphael nunca se había encontrado atraído a ningún vampiro.
Extraño, considerando que Aleric tenía una estructura similar.
Encajaría a la perfección en su clan.

La aprehensión comenzó a filtrarse en sus entrañas pero la


empujó a un lado. No era algo que necesitaba. Ya habría tiempo
suficiente para esas preocupaciones particulares más tarde esta
noche.

—¿Me concede una audiencia? —preguntó, hablando en


voz baja para no ser escuchado por oídos no deseados. Se había
debatido en revelar que tenía un huésped y decidió que el
silencio era la ruta más segura sobre el tema.

Duros, ojos gris-acero recorrieron el cuerpo de Raphael.


Una mueca de desdén curvó los labios del hombre. —Si.

—Gracias —dijo, inclinando la cabeza rápidamente, pero


cuidando de mantener su atención en el vampiro—. Y por favor,
exprésale mi agradecimiento a ella. Ella puede esperarme... —
Hizo una pausa para calcular el tiempo que se tardaría en
regresar a casa, recoger a Aleric y viajar por toda la ciudad.
Luego añadió un poco más para cubrir los retrasos imprevistos.
Llegar tarde no sería bueno—. Dentro de dos horas.
El vampiro no respondió. Simplemente se dio media vuelta
y salió del callejón. El despido grosero no lo irritó en lo más
mínimo. Más bien prefería tratar con eso que atraer su atención.

Una vez que el hombre desapareció en la niebla, Raphael


escaneó las paredes de ladrillo que lo rodeaban buscando una
ruta fácil para regresar a la azotea. Aunque claramente podrido
por la edad, el marco de la puerta cercana y las ventanas por
encima de ella deberían de ser capaces de soportar su peso.
Rápidamente escaló la pared y se dirigió a Mayfair.

Al llegar a Cheapside, el distintivo olor de un carruaje le


hizo caer de nuevo a la calle. Los vampiros de Katerina lo
ignoraban porque estaban acostumbrados a su presencia.
Incluso aunque Aleric estaría con él, Aleric podría no apreciar el
viaje a pie, era mejor utilizar un carruaje durante la mayor parte
de la distancia.

Abrió la puerta. Un farol iluminaba el pasillo. El silencio fue


roto por un caballo moviéndose en su caballeriza, el susurro de la
paja bajo sus pezuñas. Él le dio un codazo a un hombre de edad
sentado en una silla junto a la puerta. El hombre se frotó el sueño
de los ojos y Raphael transmitió sus instrucciones. Un carruaje
cerrado con un conductor. Sin lacayos adicional. El carruaje
estaría de regreso antes del amanecer. El hombre agarró un
pedazo de papel y un lápiz del suelo al lado de su silla y
garabateó la dirección de Raphael.

—¿Pagará ahora?

Metió la mano en el bolsillo de su abrigo. Los ojos del


hombre se abrieron ante el grueso montón de billetes de una
libra. Le entregó la suma correcta, y luego añadió una propina
más para asegurar una oportuna llegada.

»—Muy amable de su parte, señor. —El hombre hizo una


respetuosa reverencia. Guardó el dinero y el trozo de papel en el
bolsillo de su pantalón. Pasando su mano a lo largo de la
desaliñada mandíbula, revisó a Raphael—. ¿Por qué no tiene
zapatos?

«Porque la suela se resbala en las tejas». Él mantuvo su expresión


neutral. —Debo de haberlos extraviado.

El rostro lleno de arrugas se retorció confundido. Entonces,


el hombre sacudió su gris cabeza, tomando un cepillo de un
estante en la pared. —Extraviarlos. No tiene ningún sentido...

Raphael cerró la puerta detrás de él, cortando el resto de


las palabras que el hombre gruñía. Tenía que haber recordado lo
de los zapatos. ¿Qué clase de caballero anda descalzo por la
ciudad? Esperaba no haber despertado demasiada curiosidad
en el hombre. Tenía suficientes preocupaciones de qué ocuparse.
Lo último que necesitaba esta noche era a un conductor
interrogándolo.

Cuándo caminó de regreso a su casa, esas


preocupaciones se habían olvidado. ¿Qué pasará si Katerina no
quería a Aleric? Ella le había dado a entender antes que permitía
la solitaria presencia de Raphael sólo porque él había estado en
la ciudad antes de que ella llegara. Si ella se oponía a Aleric,
dudaba de que alguna vez pudiera salir de su casa. Bonita pero
letal, Katerina podría fácilmente destruirlos. O sólo a Aleric, o solo
a Raphael, según su estado de ánimo. Desde el momento en que
cruzaran la puerta principal, estarían completamente a su antojo.
Sin embargo, era un riesgo necesario para garantizar la seguridad
de Aleric. El hombre nunca sería capaz de moverse libremente
por Londres sin su aprobación.

Más que eso, como creador de Aleric, Raphael se sentía en


la responsabilidad de educar al hombre y ayudarlo a elegir el
camino de su nueva vida. No dejaría a Aleric sufriendo,
confundido y cometiendo las equivocaciones que él mismo
había sufrido después de haber despertado como un vampiro. Si
Katerina le extendía una invitación, y Raphael tenían una
sospecha de que lo haría, entonces Aleric podría unirse a su clan.
Y la vida del clan era una opción para Aleric. Una que Raphael
temía que fuera un señuelo tentador. Como un hombre
acostumbrado a las noches dedicadas al vicio y el libertinaje, eso
era lo más parecido a su antigua forma de vida.

Una opción que Raphael esperaba más allá de toda


esperanza que Aleric no eligiera, pero no podía evitar que el
hombre ignorara sus elecciones y egoístamente mantenerlo con
él, no importaba lo mucho que lo deseaba.

En realidad era lo menos que podía hacer, teniendo en


cuenta que había condenado a Aleric a esta vida.

La soledad, el aislamiento, la constante necesidad de


esconderse de los demás. Solo aliviaba el vacío la posibilidad de
ver algunas horas a Aleric. En esas noches cuando él no lo podía
encontrar, cuando lo había buscado en vano por la ciudad... era
una verdadera tortura.

¿Qué si Aleric decidía dejarlo? Raphael cruzó la calle Hart y


se dirigió hacia el norte, de vez en cuando dejaba la calle para
recorrer las grandes extensiones de césped bien cuidado de las
plazas. No sabía si podría volver a ser como había sido antes de
que hubiera puesto los ojos en Aleric. Las noches se extendían
infinitamente largas. Nulas de toda esperanza, de cualquier
atisbo de felicidad.

Llegó a su casa y se detuvo para frotarse el pecho,


tratando de calmar el dolor. ¿Cómo podría la sola idea de perder
a Aleric doler tanto? No tenía ningún derecho sobre el hombre,
sin embargo, cada fibra de su ser se rebelaba ante la posibilidad,
le exigía que hiciera todo lo posible para mantenerlo a su lado.

«No». Una dura mueca de dolor cruzó su cara. Aleric


optaría por quedarse con él por su propia voluntad u optaría por
dejarlo o bien unirse a un clan o vivir su propia vida solitaria. Si
Raphael fuera el que tomara la decisión, nunca se alejaría de
Aleric.

Por lo menos el hombre no lo había maldecido por


condenarlo al infierno, ni se había apartado de él con miedo
anoche. De eso se sentía afortunado. Había sido llamado
monstruo y bestia inmunda en más de una ocasión. La
experiencia era desagradable, pero soportable. Sin embargo, de
los labios de Aleric, esas palabras le habrían causado mucho más
que un simple malestar. Lo hubieran destruido por completo.

Tomó unas cuantas profundas respiraciones,


controlándose, y luego se colocó en cuclillas mirando hacia el
frente de la casa. Las cortinas de la recámara se movían
ligeramente con la brisa de la noche. La blanca tela entre el
grueso terciopelo verde se movía más allá de la ventana que
había dejado abierta.

Un cambio rápido de ropa era algo más adecuado, antes


de informarle a Aleric de su misión. Con su determinación
tomada, se dirigió hacia su casa.

Aleric estiró un brazo y se encontró con las frías sábanas. Se


puso rígido y revisó la habitación vacía.

¿Dónde estaba Raphael?

Cerró los ojos y se centró exclusivamente en escuchar, pero


no pudo detectar ningún sonido llegando del interior de la casa.
Raphael no estaba en la casa. No podía precisar cómo sabía
eso. El conocimiento estaba allí. Un hecho sólido, indiscutible.

Estaba solo.

Aprehensión se enrolló alrededor de su pecho,


apretándose cada vez más.
Infiernos, se sentía como si estuviera de pie en la puerta de
su colegio de internado viendo el carruaje de la familia alejarse.
No es que algún miembro de la familia hubiera estado en ese
carruaje. Su padre no se había molestado ni siquiera en
despedirlo.

«Raphael volverá a mí. Me dijo que me volvería a ver al caer la noche».

Al repetir las palabras en la cabeza, la tensión en su pecho


se alivió lo suficiente para que el sentido común regresara.

—Ya no tienes ocho años —se recordó.

Con ese recordatorio, se levantó de la cama. Un blanco


destello en la mesita de noche llamó su atención. Tomó la nota.

Volveré antes de la medianoche.

Aleric vio las palabras escritas con adornada letra cursiva,


no le importó examinar el alivio que lo inundó. ¿A dónde habría
ido Raphael? Vio el reloj en la mesita de noche. Cinco minutos
para la medianoche. Iba a saberlo muy pronto.

Sin embargo, primero, tenía que ponerse algo de ropa.

Tomó el chaleco de la pila de ropa en el suelo y frotó el


dedo sobre la gran mancha y el pequeño desgarro que
estropeaba la seda de color amarillo. Prueba fehaciente de que
la noche anterior no había sido un sueño ni una pesadilla. Una
navaja se había hundido en su pecho. La sangre seca en la
punta del dedo era la suya. Aunque ahora la de Raphael corría
por sus venas.

No era el más cómodo de los pensamientos.

El chaleco estaba arruinado para siempre, lo arrojó a la


basura y encontró los pantalones por debajo de su abrigo
también arruinados. Revisó el suelo. ¿Dónde estaba su...?
Recordó el tirón en la cintura, el sonido de la tela desgarrarse,
luego la sensación del pene deslizándose sobre la piel desnuda.

Se había sentido atraído por los hombres durante toda su


vida, algo que sólo había empezado a reconocer hace un par
de años, pero nunca se había acercado a eso tan intensamente
con un solo individuo.

Una persona bella, demasiado tentadora. Un hombre


cuyos labios suaves fueron hechos para sus besos. Cuyo duro
cuerpo encajaba perfectamente contra el suyo. Un cuerpo
fuerte, lo suficiente como para sostener toda la fuerza de su
deseo, y ser capaz de devolverlo en la misma medida.

Y maldición si Raphael podía corresponderle.

Su apretado culo recordaba el pene que latía en él. El


calor encendía su piel, y dejó escapar un gruñido ante el torrente
de sensaciones.

Sacudió la cabeza en un intento de deshacerse de la


llamarada de lujuria y tratar de bajar su erección.

Un esfuerzo completamente inútil.

Dejando escapar un bufido de fastidio, lanzó los


pantalones y cruzó al lavabo. Arrugó la nariz ante el agua sucia
del cuenco. Lo vacío. Era evidente que Raphael no tenía
empleados. Levantó la mirada al espejo y parpadeó un poco
sorprendido al ver su propio reflejo. ¿Qué había esperado?
Después de todo aun era de carne y hueso. Aunque sus ojos
definitivamente no eran como siempre. Ya no eran de un azul
real, tenían un resplandor de plata como los de Raphael.

Se alisó el cabello con la mano. Inclinándose hacia el


espejo, pasó los dedos por su mandíbula. Sólo el más leve indicio
de oscura barba, como si se hubiera afeitado diez horas antes.
Sin embargo, había sido más del doble de tiempo desde que
tomó su navaja de afeitar.
Interesante... Tendría que acordarse de añadir eso a su lista
de preguntas para Raphael.

Se apartó del lavabo y escaneó la habitación. El abrigo de


terciopelo azul marino y chaleco de brocado cerca de los pies
de la cama tenían que pertenecer a Raphael. Aleric ni siquiera se
molestó en recogerlos. Teniendo en cuenta la complexión más
delgada del hombre, no le quedarían. Ahora solo tenía sus
pantalones.

Más que nada para hacer algo, tomó la vela y salió del
dormitorio para echar un vistazo alrededor. Sólo había otra
puerta al final del pasillo, el cuarto que Raphael tenía previsto
utilizar por la noche.

No la noche. El día.

Definitivamente le tomaría un tiempo organizar sus


pensamientos.

Eso no era a lo único que tendría que acostumbrarse. Ese


sentido de buscar algo, un constante hormigueo de ir por algo
más que lo había empujado a ser un joven temerario, siempre en
busca de aventura, había estado ausente por primera vez desde
que podía recordar. Pero mientras una parte de él abrazaba la
posibilidad de su nueva vida, todo era aún demasiado nuevo,
demasiado sorprendentemente extraño para su comodidad.
Tampoco tenía ni idea de cómo sería en esta nueva etapa de su
vida. ¿Dónde iba a pasar sus días escondiéndose del sol? No
tenía ni un chelín a su nombre. Su departamento no era una
opción viable durante mucho tiempo.

Y, sobre todo, no iba a volver a ser como antes de que


Raphael lo convirtiera.
—Va a ser más fácil de aceptar con el tiempo.
Las palabras de Raphael flotaron en su cabeza, un
bálsamo que calmaba el malestar. Bajó las escaleras y abrió la
puerta al final del corto pasillo.

Un olor rancio golpeó su nariz. La vela iluminó las


fantasmales sombras que recorrían la habitación. Avanzó un paso
y se dio cuenta de que simplemente eran los mueble cubiertos
con sábanas blancas. Bueno, que habían sido blancas. Una ligera
capa de polvo cubría los picos y valles que describían dos sofás,
unas pocas sillas y mesitas redondas de té. Como en el dormitorio
de Raphael, espejos y pinturas con marcos dorados se alineaban
en las paredes con paneles blancos. El techo tenía patrones de
yeso moldeado.

Esta tenía que ser la sala de la casa. ¿Raphael nunca la


utilizaba? Revisó los otros cuartos, incluso bajo al primer piso para
ver el comedor y la cocina, antes de regresar a la sala. A
excepción de la pequeña biblioteca con estantes para libros que
abarcaban desde el piso hasta el techo, cada cuarto se parecía
a la sala. Como si no hubiera estado habitada desde hace años.
Y el decorado, Rocco, era de décadas de antigüedad. La casa
se sentía como si hubiera sido congelada en el tiempo hace unos
cuarenta o cincuenta años.

Claramente se sentía… solitaria. ¿Cómo pudo Raphael vivir


aquí? O quizás no era su casa. Quizás simplemente la tomó
prestada, sus verdaderos dueños estarían fuera del país.
Ciertamente no se sentía como la residencia de un caballero.
Casi podía sentir el eco de una elegante dama antigua que
todavía insistía en ponerse una peluca blanca.

Esa sensación de soledad se desvaneció. El calor llenó su


pecho. El aire viciado ahora se enriquecía con el aroma de…

—Aleric.
Antes de que fuera consciente de ello, una sonrisa se había
formado en sus labios. Se dio la vuelta para encontrarse con
Raphael cruzando con grandes pasos la habitación.

Quizás esta era su casa, después de todo.

Una cinta de seda roja sostenía su largo cabello.


Inmaculados puños de encaje blanco salían por debajo de las
mangas de su chaqueta de terciopelo amatista. Pantalones de
satín plata abrazaban sus muslos y sus pantorrillas estaban
cubiertas con medias blancas. Y esos zapatos. De tacón bajo con
hebillas de diamantes incrustados. En cualquier otro hombre, el
conjunto se vería ridículo. Pero de alguna manera era a su
medida.

—Buenas noches, Raphael. Estás muy elegante esta noche.


—Extraño, se sentía cómodo con él. Su presencia le era tan
familiar, como si Aleric lo hubiera conocido de siempre.

—¿Viste mi nota?

Aleric asintió.

»—Me disculpo por mi ausencia. Algunos asuntos requerían


mi atención y pensé que sería mejor encargarme de ellos antes
de que despertaras. —Un indicio de preocupación se marcó en
sus rasgos, uniendo sus cejas un poco—. Anoche preguntaste si
había otros como nosotros en Londres. He hecho arreglos para
que podamos hacer una visita. Una introducción al clan. —Antes
de que Aleric pudiera abrir la boca para expresar su pregunta,
Raphael añadió—: Voy a explicarte todo de camino allá. El
coche llegará en breve. Antes de que podamos salir necesitas
ponerte algo más apropiado.

—A pesar de lo tentador del terciopelo púrpura, dudo


mucho que algo de tu ropa me quede. —Señaló con los dedos
sus pantalones—. Todo lo demás que tenía anoche no está en
condiciones de ser usado.
—No hay de qué preocuparse. Me detuve en tu
departamento.

«¿Lo hizo?» Una fuerte irritación recorrió su columna. —No


recuerdo haberte dado las llaves.

—La ventana del dormitorio no estaba cerrada con llave —


dijo Raphael por encima del hombro mientras salía de la
habitación.

—Mi departamento está en el tercer piso —señaló Aleric


siguiendo a Raphael por las escaleras.

—Y de fácil acceso desde la azotea. —Raphael abrió la


puerta de otra recámara—. Esta recámara es tuya por el tiempo
que desees permanecer aquí.

—Gracias —dijo Aleric, sorprendido por la generosidad del


hombre. Por lo menos no tenía que preocuparse por encontrarse
sin un techo sobre su cabeza nunca más. Aunque hubiera
preferido quedarse en la habitación de Raphael, que tener la
suya—. Y gracias... por lo de anoche.— «Cuando me comporté como un total
y absoluto idiota...»

Raphael inclinó la cabeza, los bordes de los labios se


elevaron en una sonrisa comprensiva.

Agradeció que Raphael no diera más detalles sobre el


tema, Aleric se giró y dejó la vela sobre la cómoda al lado de una
jarra llena de brandi en una bandeja de plata con un vaso vacío.
El fuego en la chimenea parecía cálido, pero debía haber sido
recién encendido porque el calor aún no había remplazado el
frío de la habitación. En el aire fresco había un toque del rancio
olor que impregnaba las otras habitaciones de la casa, con la
excepción de la habitación de Raphael y la pequeña biblioteca.
Tenía la impresión de que alguien la había arreglado
recientemente, las sábanas blancas no cubrían los muebles. La
cama parecía recién hecha. El edredón estampada en oro, las
almohadas blancas esponjadas.

—Es tu casa, ¿no es así? —Aleric preguntó.

—¿Perdón?

—Esta casa. ¿Es tuya?

—Si.

—¿Siempre has vivido aquí?

—No. Me crie en el campo. —Raphael avivó el fuego con


un atizador de hierro, elevando las llamas—. La casa era de mi
abuela. Ella me la dejó cuando era un niño. La casa permaneció
cerrada durante años antes de que tuviera necesidad de usarla.

—¿Cortaste los lazos con tu familia?

—No había necesidad de cortar los lazos. Mis padres


habían fallecido un par de años antes. Pero no creí prudente
continuar viviendo en esa casa, con vecinos curiosos, por lo que
me trasladé a Londres. —Dejó el atizador contra el mármol que
rodeaba la chimenea, y señaló una puerta estrecha en una
pared—. Vas a encontrar un cambio de ropa ahí. Si necesitas
algo más, solo pídelo.

Aleric quería saber mucho más sobre Raphael —de cómo


había sido su vida antes de ser convertido. ¿La extrañaba o había
abrazado este estilo de vida? Pero la forma en que cambió de
tema indicaba que prefería no discutir su pasado. Así que lo
aceptó. —Gracias.

—¿Cómo te sientes? —La mirada del hombre rogaba por


una respuesta honesta y no sólo una respuesta cortés,
conversacional.

—Malditamente fantástico. Pero tengo sed. —Estas tres


últimas palabras salieron de su boca sin pensarlo consciente. Pero
había dicho la verdad. Estaba sediento. No era hambre, sino sed.
Más clara y más aguda que después de un día de verano bajo el
caliente sol.

Raphael se subió el encaje de su manga y le ofreció la


muñeca a Aleric. —Ten, bebe.

—Ah... no creo que deba... —A pesar de la incertidumbre


en su interior, sus pies se movieron, llevándolo más cerca de
Raphael, a la muñeca bellamente desnuda.

—Tomé más que suficiente anoche. Toma lo que necesites.

—¿Podemos beber uno de otro?

Raphael dudó antes de asentir, eso no le inspiró confianza.


Con un fluido rápido movimiento, Raphael llevó la muñeca a la
boca y cortó su propia piel.

Un muy familiar dulce aroma, ligeramente metálico, emanó


de la herida, rodeando a Aleric. Llegó a su nariz e inhaló el
delicioso aroma. Vagamente registró el ardor en sus encías, sus
colmillos descendieron. Toda su atención se centraba en la
muñeca de Raphael, la sangre acumulada en la herida, el fuerte
pulso de su vena.

Una tentadora gota carmesí se deslizó por el dorso de la


mano, aferrándose a su piel por un brevísimo instante antes de
estar a punto de caer...

Aleric tomó el brazo de Raphael. La sangre al instante tocó


la lengua de Aleric, algo se sacudió en su interior. Una necesidad
primitiva, junto con un sentimiento de absoluta plenitud.

El líquido fluyó de la boca a la garganta. El calor llegó a su


estómago, calentándolo de adentro hacia afuera. Tan dulce —
tan satisfactorio. Cada trago exigía otro y otro.

Un gemido llenó sus oídos. «Raphael». Succionando con


avidez, Aleric levantó la vista. La cabeza de Raphael se había
inclinado hacia atrás, sus largas pestañas descansando sobre sus
mejillas, sus labios se abrieron. Tambaleándose sobre sus pies,
tomando los hombros de Aleric, los dedos se encajaban en sus
músculos y tendones.

Incluso por encima del olor casi insoportable de la sangre,


podría detectar la excitación de Raphael. El masculino almizcle y
el olor del pre-semen que escurría del pene del hombre. Su
cuerpo reaccionó al instante. Su pene se endureció, sus bolas se
tensaron. Soltó la muñeca de Raphael, y tomó al hombre
presionando su boca con la suya.

Una lengua caliente entró en su boca, enredándose con la


suya. Dejó escapar un gemido y jaló a Raphael más cerca,
presionando sus caderas, frotando sus duros penes juntos. La
lujuria lo recorría y consumía sus sentidos.

Desabotonó los pantalones de Raphael, los bajó hasta las


rodillas. Empujado el abrigo de terciopelo por sus hombros. Con
una mano en la parte superior del brazo, giró a Raphael y lo
apretó contra la pared. La necesidad corría frenética a través de
sus venas e hizo un trabajo rápido bajando sus propios pantalones
y liberando su erección.

Con las manos apoyadas contra la pared, Raphael arqueó


su espalda baja en clara invitación, presentando su culo a Aleric.
—Tómame, Aleric. Por favor —dijo Raphael, la urgencia
empapando la declaración.

Respirando fuerte y rápido, apartó la falda de la camisa de


Raphael a un lado y escupió en su palma, apartando las
redondas nalgas del hombre, mojó su entrada. La piel arrugada
se estremecía bajo su toque, causando un estremecimiento
directo a su ingle. Incapaz de esperar un segundo más, separó las
nalgas y extendió el agujero con los pulgares y empujó su pene
dentro del culo del otro hombre.
Raphael dejó escapar un gemido gutural, uno del más
puro placer. Con un rápido movimiento de sus caderas Aleric
estaba dentro hasta la empuñadura, obteniendo otro gemido de
Raphael. La exquisita presión se apoderó de su eje. El calor. Tan
malditamente caliente que le urgía a empujarse. Empujó su pene
dentro del otro hombre, poseyéndolo por completo,
sosteniéndolo. Apretando los dientes, se apartó, un poco
saboreando la excitante fricción, para luego empujarse dentro
de Raphael, con cada duro empujón, marcando al hombre
como suyo.

Raphael giró la cabeza, sus labios presionados en su


camisa blanca que cubría sus bíceps, como para amortiguar sus
gruñidos. Mechones de rubio cabello se escaparon de su
arreglada cola de caballo y se pegaban en su sien humedecida
por el sudor. Con un rápido movimiento de los dedos, Aleric los
acomodó detrás de la oreja. Los cerrados ojos de Raphael se
abrieron. La lujuria y la necesidad eran evidentes en la mirada de
Raphael.

Aleric se inclinó sobre él y hundió sus colmillos a través del


chaleco y la camisa de Raphael en el duro músculo de su
hombro. Con la boca pegada a la tela, chupó con fuerza
mientras seguía empujándose dentro de Raphael. Cada empujón
se sentía como la absoluta definición de perfección. Un temblor
sacudió el cuerpo de Raphael y luego dejó escapar un ronco
grito.

El aroma de su liberación provocó la de Aleric. El orgasmo


lo recorrió, rápido y feroz, demasiado fuerte para ser negado.
Con un rugido salvaje se derramó profundamente dentro de
Raphael.

Sus brazos se deslizaron alrededor de la cintura de Raphael,


mientras descansaba en él, la seda negra de su chaleco
presionaba su mejilla. Curiosamente, no se sentía agotado o
cansado. Ni la habitual flacidez. Se sentía lleno de energía y listo
para más, no se había calmado su lujuria.

Raphael se giró en sus brazos. Un ligero rubor teñía sus


mejillas. Sus colmillos superiores rozaban su sensual lleno labio
inferior. Con un ligero toque de las yemas de sus dedos recorrió a
Aleric desde la sien hasta la mandíbula. —¿Te sientes mejor?

Aleric asintió y se apoyó al contacto, en busca de más.


Una profunda sensación de alegría lo inundó. Dejó caer la
cabeza pasando su nariz por el cuello, la corbata del hombre le
hacía cosquillas en la nariz. Podía quedarse aquí con Raphael,
absorbiendo el olor y el calor de su cuerpo, para siempre.

—Aleric. —La voz de Raphael flotaba alrededor de él, tan


suave y ligera como las manos que acariciaban su espalda
desnuda—. Tenemos que irnos pronto.

Con renuencia, Aleric soltó a Raphael y dio un paso atrás


para arreglar sus pantalones.

Cuando Raphael se inclinó para levantar sus pantalones,


Aleric vio cuatro manchas de sangre carmesí estropeando la
seda azul pálido de su chaleco.

—Tu hombro —dijo, preocupación tensaba su voz.


¿Cuando había perdido su auto control? Había mordido al
hombre, por amor a Cristo.

—No te preocupes. —Raphael se arregló la camisa—. Ya


está curado. Pero voy a tener que cambiarme antes de irnos. Y —
Raphael se quedó mirando su pecho desnudo—, necesitas
vestirte.

—Bien —dijo con un guiño. Raphael, obviamente, pensaba


que la cita era importante.

Cuando el hombre se marchó, Aleric entró al armario.


Abrigos y chalecos colgaban en ganchos a lo largo de una
pared. Camisas blancas, y pantalones estaban dobladas en los
estantes. Botas de montar y zapatos de noche estaban en el
suelo debajo de un estante inferior. Todo limpio y ordenado.
Cada cosa en su lugar. Y todo era suyo. Raphael había recogido
más de un cambio de ropa de su departamento. Había traído el
armario completo de Aleric. Bueno, no todo. La monótona capa
verde olivo no estaba allí. A Aleric no le importaba, no la había
usado ni una vez. Le apretaba demasiado en los hombros.

De alguna manera sabía lo que iba a encontrar antes de


abrir el cajón superior de la estrecha cómoda. Ropa interior de
lino, calcetines de lana, pañuelos y guantes. Tomó un par de
guantes negros. Frunció el ceño y se frotó el pulgar sobre la suave
y bien gastada piel de cabritilla con un pequeño bordado de AV
en los puños. Pensó que los había perdido hacía meses. Debieron
de haber estado escondidos en el fondo de un cajón.

Eligió ropa interior, calcetines, una corbata y los guantes.


Abrió la tapa de una caja de plata. Sus manos revolotearon
alrededor de un pasador de esmeralda cuando se dio cuenta de
que Raphael había traído también la caja labrada de plata. Y en
el interior no había cuatro pisa corbatas, sino cinco, y el par de
mancuernillas de Onyx.

Frunció el ceño. Un sentimiento de inquietud invadió la


boca del estómago.

Un golpe sonó en la puerta del dormitorio. —¿Estás listo?

Aleric cerró la tapa de la caja de plata. —Aun no.

—Bueno, apresúrate. El carruaje está esperando y tenemos


que regresar antes de que el sol se levante.

—Voy en un momento —le contestó.

Se vistió lo más rápido que pudo, por lo que solo hizo un


nudo simple a la corbata y no se molestó en colocarse un pisa
corbatas. Admitía que tenía curiosidad por conocer a otros de su
especie. Después de ponerse la chaqueta, tomó los guantes del
armario y salió al encuentro de Raphael.
El sonido de los cascos de los caballos y el rechinido del
carruaje era todo lo que rompía el silencio. Una linterna de
bronce colgaba de un gancho junto a la puerta, pero ni Raphael
ni Aleric se habían molestado en encenderla. La luz de la luna
brillando a través de las ventanas del carruaje era más que
suficiente para que Aleric pudiera ver.

Aleric jaló la manga de su camisa, ajustándola de tal


manera que se viera sobre la manga de su abrigo negro de
noche. La paciencia nunca había sido uno de sus puntos fuertes,
pero parecía tener menos que antes.

Con la boca tensa por la molestia, Aleric se movió en el


banco, estirando las piernas lo mejor que pudo en el estrecho
confín del carruaje. Su rodilla rozaba la de Raphael y las
sensaciones se disparaban de su pierna a su ingle. Su pene se
movió contra la tela de sus pantalones. No hacía ni una hora, él y
Raphael habían estado íntimamente juntos, y ya estaba
impaciente por más.

Su mirada recorría a Raphael, que estaba sentado frente a


él. Sí, el hombre era guapo, hermoso, incluso, pero había visto
una cara bonita antes y no tenía esta reacción. ¿Qué tenía él
que le causaba esta constante necesidad? Incluso recién
saciado, ese deseo se mantenía, zumbando por más.

Tampoco ayudaba mucho el estar tan cerca de Raphael.

Y sin duda la vista de las casas que pasaban no podría ser


tan interesante. La atención de Raphael no se había alejado de
la ventana, desde que el carruaje había salido de su casa. Y se
había quedado en silencio frustrante.

¿Suficiente? Él había esperado mucho más allá del límite


de los buenos modales para que Raphael sacara a colación el
tema por su propia voluntad. —¿Tienes la intención de explicarlo
antes o después de llegar?

Raphael se puso rígido, cerró brevemente los ojos. Su


suspiro llenó el carruaje. —He hecho los arreglos necesarios para
introducirte en el clan.

Obviamente. Aleric no había entrado al carruaje


completamente ignorante del plan para esa noche. Arqueó una
ceja, que provocó que la mirada de Raphael se perdiera viendo
de nuevo las casas que pasaban. —¿Vas a continuar?

—Un clan reside en Londres —dijo en un aburrido tono


monótono, como si estuviera recitando un libro que hacía tiempo
hubiera memorizado—. Está dirigido por una mujer. Su nombre es
Katerina. Te reunirás con ella esta noche y quizás con algunos de
sus vampiros.

—¿Cuántos hay y por qué te refieres a ellos como de ella?

—Aproximadamente treinta y cinco. Son de ella porque


ella los convirtió. De todos modos, a la mayoría de ellos. —
Raphael levantó una pierna y apoyó el talón en el borde del
asiento y colocó un brazo sobre su pantorrilla—. Son todos
hombres, a excepción de ella. — La resignación se filtró en su
voz—. Las hembras son... diferentes. Encontrarás que tienes
mucha más fuerza de lo que nunca tuviste, pero ella tiene un
poder más que físico. Sus vampiros llevan su sangre y hacen lo
que les ordena. —Raphael golpeó fuertemente en el techo y el
carruaje se detuvo—. Vamos a recorrer el resto de la distancia a
pie. No está lejos. —Bajó su pie al suelo y finalmente se giró hacia
Aleric. Su boca era una línea sombría. La falta absoluta de
paciencia evidente en los ojos plata de Raphael detuvo la
avalancha de preguntas antes de que Aleric incluso comenzara
una sola voz—. De aquí en adelante, cierra la boca y no te
apartes de mi lado.

Aleric abrió la boca para protestar, pero Raphael ya


estaba fuera del carruaje. ¿El hombre estaba intentando irritarlo
esta noche? Aleric se agachó para pasar por la estrecha puerta
y, con un movimiento de sus dedos, la cerró detrás de él.

—Espera aquí —le indico Raphael al conductor—. Vamos a


regresar en una hora.

El conductor miraba a su alrededor con cautela,


apretando las líneas de cuero, sus hombros parecían encorvarse
aún más dentro de su abrigo hecho jirones.

Aleric podía entender la renuencia del conductor. Desde


luego, no se consideraba un cobarde, pero cualquiera con un
mínimo de sentido común evitaría este extremo de la ciudad. La
desolación de los edificios ruinosos, las calles oscuras y estrechas
sin una sola farola iluminando el camino, las miserables pobres
almas se acurrucaban en los escalones de piedra de las puertas
de lo que quizás podría pasar por una casa de huéspedes...

Decididamente no era un lugar agradable para


encontrarse solo. Y También hacía un maldito frío. Podía ver su
aliento en el gélido aire. Por lo menos se había acordado de
tomar los guantes antes de salir de la casa de Raphael. Aunque
el abrigo habría sido la prenda más útil que tomó.

Sin molestarse en recibir la confirmación del conductor,


Raphael caminó por la calle. Con pocos pasos largos, Aleric llegó
a su lado.

—¿El conductor esperará? —preguntó en voz baja. Cada


sonido parecía amplificado, rebotando en los edificios y
retumbando en los oídos.
—Él va a estar allí. Cuando le di nuestra dirección en la
casa, lo compensé por todo tipo de preocupaciones, con la
promesa de más a nuestro regreso a Mayfair.

Raphael giró a la izquierda en el cruce con la mirada al


frente, caminando con indiferencia, como si estuviera
simplemente dando un paseo a lo largo de la calle Bond. El
húmedo olor del Támesis flotaba en el aire de la noche, haciendo
que se sintiera de alguna manera aún más frío. Deberían de estar
cerca de los muelles.

El vello de su nuca se erizó. Una rápida mirada reveló que


estaban solos, pero no podía deshacerse de la sensación de que
un par de ojos seguía todos sus movimientos. Probablemente
algunas personas acechaban en algún profundo lugar en las
sombras. La elaborada ropa de Raphael prácticamente gritaba
que llevaba una bolsa de dinero, y su delgado cuerpo no
prometía disuadirlo. Un ladrón lo abordaría solo por sus zapatos.

Cuadró los hombros y levantó la barbilla, acercándose más


a Raphael. Flexionó sus puños a los costados, una advertencia
silenciosa para que cualquier persona pensara que dos
caballeros claramente estaban fuera de su elemento para ser
presas fáciles. Quizás no había dado pelea la última vez que él
mismo había sido abordado por los ladrones, pero eso no
significaba que no fuera capaz de hacerlo. Era simplemente
cuestión de tener algo por lo que valiera la pena luchar, y que
Dios ayudará a cualquiera que tuviera la intención de dañar a
Raphael.

Entonces rodó los ojos ante su propia necedad. Como si


Raphael necesitara protección. Había sido testigo de primera
mano cómo el hombre trataba a los ladrones.

Cada pedacito de aprehensión se retiró de su intestino


cuando la realidad le llegó. Tampoco él necesitaba la protección
de Raphael. Podía sentir la fuerza de sus propios miembros, el
poder en sus puños cerrados, a la espera de ser puestos al
servicio. Y esas no eran las únicas armas en su arsenal. Ese
conocimiento le trajo una fuerte oleada de confianza. Londres
estaba abierto para él de una manera que nunca había estado
antes. Ahora podía ir donde quisiera, sin siquiera una
preocupación.

Sus pasos se relajaron, combinando con los de Raphael. Sin


embargo, al aproximarse a un viejo y enorme almacén en el
extremo de la calle, la tranquilidad se deslizó fuera de Raphael,
siendo sustituido por un borde de alerta. Un leve crujido en lo alto
llamó la atención de Aleric. Contra el cielo de la noche, vio la
silueta recortada de dos hombres que se agachaban cerca del
borde del techo del almacén. Uno se detuvo y se giró,
atravesando el techo y desapareciendo del otro lado.

Sus sentidos se agudizaron. Había más de ellos. A pesar de


que rápidamente revisó los edificios circundantes y los callejones
no vio nada, pero podía sentir que lo observaban y a Raphael.

Esta noche no sería una agradable reunión.

«Cierra la boca y no te apartes de mi lado». El recuerdo de la severa


advertencia de Raphael resonaba en sus oídos. Cuando se
detuvieron ante una puerta alta vio con recelo a Raphael. No
había dicho mucho más sobre esta presentación. Algunos
matices que Aleric no podía entender, pero Raphael era muy
consciente de eso y se había mantenido deliberadamente en
silencio sobre el tema.

Pero ¿por qué?

La puerta se abrió. Una expresión de cortés desinterés cayó


sobre el rostro de Raphael. Un hombre de cabello oscuro de la
misma altura que Aleric les indicó que entraran. Sin decir una
palabra, el hombre los condujo por un pasillo corto y vacío, que
coincidía con el exterior de austeras tablas de madera del
almacén. Luego se detuvo ante una puerta y la abrió.
Cuando Aleric cruzó el umbral, parpadeó en shock. Buen
Señor, el lugar era grandioso. Impecable piso de mármol blanco.
Un alto techo ribeteado con molduras intrincadas. Grandes
pinturas, más altas que él, con marcos dorados en las paredes
cubiertas de fino tapiz de seda azul. Varios sofás y sillas elegantes
esparcidos alrededor. Tres candelabros de oro macizo y otros de
cristal proporcionaban suficiente luz como para rivalizar con una
tarde de verano.

Esa formal sala pondría en vergüenza la finca ducal de su


padre.

Una mujer se levantó de un sofá crema en el otro extremo


del cuarto. Alta, esbelta y exquisitamente hermosa, claramente
pertenecía a ese ambiente. Su cabello castaño recogido
elegantemente en un moño, dejando al descubierto la larga y
estilizada línea de su cuello. Su exuberante pecho se derramaba
del corpiño de su elegante vestido de rica seda de color ámbar.
Regia como una reina, con las manos cruzadas delante de ella
sosteniendo un abanico cerrado, esperando a que se acercaran.

Pero a pesar de su belleza seductora, algo acerca de ella


mantenía a Aleric en guardia.

Raphael hizo una reverencia digna de una presentación en


la corte. —Buenas noches, Katerina. Mi agradecimiento por tu
amabilidad en aceptar mi solicitud para una audiencia.

—Ah, Señor Laurent. —Su voz era claramente femenina, y


tenía un fuerte acento ruso—. El motivo de tu visita es claro ahora.

—Permíteme presentarte al señor Aleric Vane.

Aleric inclinó la cabeza. Raphael le había dicho que


permaneciera en silencio, pero veintisiete años de buenos
modales eran imposibles de ignorar. —Siempre es un placer
conocer a una mujer tan hermosa. —Las palabras fluían de su
boca sin problemas, las mismas que había dicho en innumerables
veladas y toneladas de bailes.

Una sonrisa de satisfacción se mostró en sus labios. Aleric


luchó para quedarse quieto y no mover su peso contra la fuerza
de sus sentidos. Se sentía como un caballo en los cajones del
Tattersalls.

—Un hombre muy guapo y un caballero. Sin embargo, no


sabía que era la anfitriona de un invitado en nuestra hermosa
ciudad.

—Él lleva mi sangre, Katerina —Raphael le informó, tan


casual como podría ser.

Aleric giró la cabeza hacia Raphael. ¿A dónde infiernos


quería llegar con ese comentario?

Ella arqueó una fina y rojiza ceja. —Es una lástima, pero
nada que no se pueda remediar. —Su atención se centró en
Aleric—. Dime, señor Aleric, ¿Te has estado familiarizando con el
señor Laurent?

Por alguna razón no creía que fuera apropiado informarle


que vio por primera vez a Raphael hace menos de veinticuatro
horas. —Lo suficiente para saber que su gusto por el terciopelo no
se limita a esta noche.

Su risa tintineante era toda femenina delicadeza, sin


embargo, sólo sirvió para ponerlo aún más en guardia. —El señor
Laurent tiene un estilo determinado, cuando se trata de moda,
¿no es así? También tiene un cierto aire de independencia, que
no me parece tan divertido.

La tensión brillaba en el aire. Una baja vibración que se


fortalecía con cada segundo que pasaba. Echó un vistazo a
Raphael. Sus rasgos entrenados en atención cortés, cada línea
en su cuerpo hablaba de total tranquilidad, y sin embargo...
Él se movió un paso más cerca, rozó sus dedos
enguantados con los de Raphael. El ruido cesó a un tenue
zumbido.

Sus ojos color violeta plata se entrecerraron.

Raphael levantó el mentón. —Te doy mi palabra que no


volverá a suceder, Katerina.

—Esperemos que no. —Ella cerró su abanico golpeándolo


ligeramente contra su palma—. Vamos. Roman y Grant tienen
ganas de conocer al señor Aleric.

Con un suave susurro de la seda color ámbar, ella salió de


la habitación. La siguieron por un amplio pasillo forrado de
espejos hasta una gran escalera del otro lado del corredor, hasta
una puerta. Cuando entraron miró alrededor, no había ventanas,
ni siquiera cubiertas por pesadas cortinas para bloquear el sol. No
había ninguna ventana en la sala.

Un ligero toque en su muñeca lo hizo volver a la tarea en


cuestión. Aumentó el paso que había disminuido y siguió junto a
Raphael. Hombro con hombro, de nuevo cruzaron otras puertas
dobles.

Una de las puertas dobles de roble se abría cuando ellos se


acercaron. La gran sala de billar estaba ocupada por cerca de
dos docenas de hombres, todos ellos... vampiros. Y todos ello en
varios estados de desnudez, desde trajes de noche, como él,
hasta mangas de camisa y pantalones, a nada en absoluto.

Algunos conversaban con otros en los sofás de cuero junto


a las paredes con paneles de caoba. Con los tacos de billar en la
mano, algunos se arremolinaban junto a las mesas de billar.
Mientras que otros utilizan los sofás y mesas de billar para un
propósito diferente.
Por Dios, ¿todos los vampiros eran sodomitas masculinos? Si
él no supiera dónde estaba, pensaría en una decadente casa de
Molly1.

Infiernos. No sabía a dónde ver primero. No podía tomarlo


lo suficientemente rápido. Un par se abrazaba en un sofá
masturbándose uno al otro. Mientras que a menos de diez pasos
de distancia, otro par estaban jodiendo, uno de los hombres se
agachaba y era casi doblado a la mitad por el otro,
presionándose sobre la parte de atrás de sus muslos musculosos,
empujando sus piernas contra su pecho mientras entraba en él.
Un vampiro estaba arrodillado a horcajadas sobre otro en una
mesa de billar, montando duro al hombre. El sudor resbalaba por
la desnuda espalda, hasta la grieta de su culo, en donde estaba
enterrado un grueso pene. Una tercera persona saltó sobre la
mesa, se bajó su pantalón, sacó su erección y agarró las caderas
del hombre para calmar sus movimientos, y —Dios mío, ¿era eso
posible?

Raphael no se inmutó ante el sorprendente


comportamiento y siguió a Katerina, serpenteando a lo largo del
perímetro de la habitación. Su culo apretado en simpatía por los
vampiros, así como por el deseo que lo recorría, caliente y fuerte.
Hizo una mueca de dolor ante el duro placer que elevaba los
labios de los hombres, que gruñían, indicando que aceptaban el
juego brusco.

Un fuerte olor llenó el aire y Aleric giró la cabeza viendo a


una pareja jodiendo en el sofá que Katerina justo acababa de
pasar. Siseando fuertemente, el vampiro miró sobre su hombro,
retrajo los labios y mostró los colmillos. En el instante en que la vio
inclinó la cabeza en sumisión.

1
House Molly es un termino arcaico ingles del siglo XVIII usado para tabernas o cuartos privados donde los
homosexuales y hombres usando ropa femenina podían encontrarse con otros hombres y posibles parejas
sexuales. Las casas Molly, son los precursores de los bares gay.
Katerina habló, pero Aleric apenas escuchaba su voz,
mucho menos sus palabras. Él tenía una línea roja con la forma
exacta del abanico de Katerina, floreciendo en la pálida nalga
del vampiro. Y... ¿eso era un tatuaje? Una ornamentada letra K
cursiva en la suave extensión de piel entre el agujero del culo del
vampiro y sus bolas.

Eso debió de haber dolido.

Un codazo en sus bíceps, lo sacó de la vista. «Raphael». El


trasero del hombre era mucho más hermoso que el del vampiro.
Piel suave y cálida. Perfectamente redondas nalgas. Aleric se
movió cuando la erección de su pene se volvió dolorosa. Apretó
los puños, luchando contra el impulso casi imparable de lanzar a
Raphael contra el sofá vacío. Para tomar al hombre.

Le tomó todo lo que tenía mantener los impulsos bajo


control cuando Katerina los llevó a la mesa de billar en el otro
extremo del cuarto en donde dos hombres jugaban. Uno se
inclinaba sobre la mesa, alineando un disparo, y el otro un paso
atrás y ligeramente a un lado, un taco en la mano. Ambos se
habían quitado sus abrigos y tenían las mangas de camisa
enrolladas casualmente, dejando al descubierto sus musculosos
antebrazos. Se dirigieron a Katerina cuando el trío se acercó.
Quizás un par de centímetros más altos que él y más fuertes, la
pareja tenía un aire distintivo de los militares. Los pantalones
blancos dentro de botas negras, mostraban una erección que
era difícil perderse. Pero aparte de eso era su postura la que
hablaba, espalda recta y hombros cuadrados, el mentón
inclinado hacia la orden.

—Buenas noches, Katerina —dijeron casi al unísono, el bajo


y profundo gruñido mezclado con su voz era algo que Aleric no
pudo distinguir cuando uno de ellos empezó a hablar.

—¿Todo está bien? —preguntó ella.


—Como siempre —respondió el que estaba al frente con
una inclinación de su cabeza.

—Tengo a alguien que quiero que conozcan. —Con un


pequeño movimiento, ella señaló a Aleric con su abanico
cerrado—. Él es el señor Aleric Vane. Señor Aleric, ellos son Grant y
Roman. — Señaló al que estaba al frente con pantalones blancos
y luego al que estaba a un paso detrás de él.

Aleric inclinó la cabeza en un silencioso saludo. Oyó un


gruñido agudo de algún lugar detrás de él y luego un siseo
contestándole, pero estaba demasiado preocupado tratando de
no tocar la mano de Raphael. Estaba tan cerca de él que podía
sentir el calor de su cuerpo, oír cada respiración acelerándose
levemente.

Mientras Katerina hablaba con Grant, Roman miraba la


habitación, su astuta mirada no se perdía nada de la acción que
los rodeaba. Entonces, la atención se centró en Aleric y Raphael.

Aleric no podía evitar moverse, no por que la mirada del


hombre —que no tenía un rastro de amenaza, sólo observaba—
no se veía amenazante, sino considerado —por la impaciencia y
la necesidad que mantenían sus nervios tensos. Quería llevar sus
manos a su erección, hacer algo para apaciguar su necesidad.

Maldición. No tenía quince años. Aun así, su auto control


parecía prácticamente haber desaparecido desde que había
visto por primera vez a Raphael.

¿A quién quería engañar? Se había esfumado.

Apretando los puños, miró la mesa de billar, tratando de


enfocar sus pensamientos en algo suave. Algo soso y aburrido.
Pero las dos bolas que quedaban estaban muy juntas y sólo trajo
a su mente la imagen de las bolas de Raphael apretadas,
besando la base de su duro pene que descansaba sobre su
abdomen, mientras Aleric empujaba su pene dentro de él.
—Él es del señor Laurent.

Una voz masculina baja penetró la espesa niebla de la


lujuria.

«¿El qué?»

Aleric giró la cabeza. Roman se había acercado a Grant,


ahora casi directamente detrás de él, su boca a un par de
centímetros de la oreja de Grant, con la mano casualmente en la
cadera del otro hombre. La mirada fija del vampiro en Aleric, no
dejaban duda de a quién se habían referido.

¿Él era de Raphael? Aleric no era un perro para pertenecer


a alguien. Muy ofendido abrió la boca para protestar, cuando
Raphael respondió.

—Si.
Con un fuerte chasquido del látigo el carruaje se tambaleó
hacia adelante. Raphael revisaba los techos de los edificios que
podía ver desde la ventana y lanzó un suspiro de alivio al
encontrarlos vacíos. De todos modos, si ella hubiera tenido la
intención de mantener esa noche a Aleric con ella, no le habría
permitido salir de su casa.

Se había preocupado acerca de que ella tuviera alguna


objeción por Aleric. Debería haber sabido que esa era la menor
de sus preocupaciones.

—¿Qué infiernos quiso decir con “él es de Raphael”? ¿Y por


qué estuviste de acuerdo con él?

Raphael pasó sus manos sobre la cara y reunió paciencia.


Como un nuevo vampiro, las emociones de Aleric eran similares a
los de un adolescente —temperamental y volátil, cambiando
rápidamente de un extremo a otro, excepto que eran más fuertes
y más potentes. Infiernos, Raphael había prácticamente sentido
la indignación de Aleric cuando Roman había preguntado. Pero
Aleric al menos había esperado hasta que regresaron al carruaje
antes de preguntar. Una discusión frente a Katerina no habría sido
la acción más prudente.

—Debido a que llevas mi sangre. Es sólo una frase usada


para describir el hecho de que te convertí. Como te expliqué
antes, casi todos los vampiros que has visto esta noche son de
Katerina. Ella los convirtió, por lo que son de ella. Te convertí, ergo
eres mío. —Pero Román, al menos, había entendido que Raphael
estaba reclamando a Aleric como suyo. No era exactamente la
cosa más sabia de hacer, sobre todo sin pedir el permiso de
Aleric, pero no había sido capaz de detenerse.

—Oh, bueno, entonces... —Los labios de Aleric se torcieron


en una mueca de descontento por tener que dejar la discusión.
Se movió en la banca y se agachó para ajustar su pene. La más
que descarada erección había bajado un poco en el camino al
carruaje, pero aún había rigidez suficiente para levantar la tela y
recordar cuánto le había afectado la visita a Aleric.

«Es lo que quería que viera».

«Pero no quería que le gustara tanto».

Se giró para ver por la ventana y dejó escapar un suspiro


que sólo mostraba la desolación en su interior. Katerina había sido
sutil, pero su mensaje había sido claro. Al salir, ella le había dicho
a Aleric; —Espero que esta visita no sea la última.

Afortunadamente, Aleric no había respondido con un sí o


un no. Mantuvo la boca cerrada e inclinó la cabeza en
despedida. Pero ella lo quería. ¡Sin lugar a dudas! Si regresaba,
ella le extendería una invitación para unirse a su clan. Una simple
cortesía y nada más. No es que se Aleric rechazara la invitación,
pero si lo hacía, Raphael dudaba que Katerina aceptara un no
por respuesta. Ella apenas había sido capaz de apartar los ojos
de él.

No es que Aleric se hubiera dado cuenta. Con los ojos muy


abiertos, su pene duro, una oleada de deseo coloreando sus
mejillas, y casi sin aliento, su atención se había fijado en los
vampiros desde el momento en que había entrado a la sala de
billar. Su excitación era como una fuerza física, Raphael no había
sido capaz de evitar sentirse afectado por ella, incluso con la
tensión de la reunión con Katerina y el mantener una fachada
amable, tenían sus nervios al punto de la ruptura.
El cuero crujió cuando Aleric se movió de nuevo en el
banco. Su rodilla chocó la de Raphael. La rápida respiración de
Aleric era claramente audible incluso por encima de los sonidos
de los cascos de los caballos golpeando contra la calle, el
conductor los llevaba rápidamente a Mayfair. Otro golpe contra
la rodilla de Raphael, y Aleric presionó la pantorrilla contra la
suya. El lento masaje de la suave lana contra la espinilla cubierta
hablaba más que las palabras, que Aleric quería su atención.

El deseo se encendió bajo su piel. No podría contenerlo, ni


siquiera si lo hubiera intentado. El saber que Aleric sólo lo quería
porque él estaba allí, para servir como un conveniente recipiente
para saciar su lujuria, no podía atenuar la necesidad que se
construía con rapidez dentro de él.

Miró a Aleric. Los ojos azul-plata del hombre estaban


vidriosos por la pasión, sus labios se abrieron, dejando al
descubierto las puntas afiladas de sus colmillos, mientras se
acariciaba su erección a través de sus pantalones.

Raphael cerró la delgada cortina de la ventanilla,


bloqueando la mayor parte de la luz de la luna, pero no toda. La
luz plateada que se filtraba por los bordes era suficiente para
mantener el interior en la sombra, pero no en completa
oscuridad.

El suave ruido de la palma de Aleric deslizándose sobre los


pantalones cesó. Los dos se quedaron en silencio, sin mover un
músculo. Raphael dejó la anticipación construirse hasta que
pudo sentir las ondas de necesidad rodar desde Aleric, rodando
sobre su piel y alimentando la suya.

¿Le gustaría esto con otro?

«Nunca».

Un movimiento de su cabeza, y Aleric dejó su banca. El


carruaje se sacudió cuando cayó junto a Raphael, montado a
horcajadas en sus caderas y los brazos a ambos lados de los
hombros de Raphael. Aleric inclinó su boca sobre la de Raphael,
sus colmillos chocaron contra los dientes de Raphael. Antes de
que Raphael, incluso pudiera empezar a saborear el duro beso,
Aleric se apartó y bajó la cabeza, su boca tocaba el cuello de
Raphael. Raphael inclinó la cabeza hacia atrás, concediéndole
acceso, Aleric frenéticamente pasó sus labios a lo largo de su
mandíbula y hasta la oreja. Un escalofrío recorrió su columna. Su
ahora duro pene se movió contra la tela de sus pantalones.

—No podía dejar de pensar en estar contigo. —Un poco de


confusión se destacaba sobre la pasión en la voz baja de Aleric.

Raphael acarició sus costados, sintiendo el cuerpo del


hombre estremecerse. —¿Quieres decir que no podías dejar de
pensar en el sexo? Eso es de esperar, todos tus sentidos, todos tus
instintos se acentúan, fortaleciéndose. La lujuria es sólo uno de
ellos. Con el tiempo, te acostumbrarás a los deseos, a la
necesidad constante, y serás capaz de moderarte.

—Espero que tengas razón. —Las ráfagas rápidas de calor


en el húmedo aliento de Aleric recorrían su cuello. Se movió más
cerca, presionándose contra Raphael—. Es desconcertante,
tener tan poco control sobre uno mismo.

—No tiene que ser desconcertante. No hay necesidad,


estoy aquí para ti. —Las palabras de Raphael se convirtieron en
un gemido cuando Aleric tomó sus caderas, frotando sus duros
penes juntos.

Jalando el cabello de Aleric, acercó la boca del hombre a


la suya. No había nada como besar a Aleric. La forma en que lo
hacía sentir, como si hubiera encontrado su hogar. Su corazón se
apretó ante la perspectiva de perder a Aleric, pero hizo a un lado
la desesperación, se centró en el hombre en sus brazos. Decidido
a reunir la mayor cantidad de recuerdos de Aleric que pudiera,
ya que serían necesarios para que le durara una eternidad.
Agarró el trasero de Aleric, empujó los dedos por la suave
lana de los pantalones entre las firmes nalgas. Las lenguas
giraban, los labios juntos, presionándose uno contra el otro,
trabajando uno junto al otro en un punto álgido. Fluido se filtró
desde la punta de su pene, humedeciendo sus pantalones. Cada
movimiento causaba que el manchado satín se frotara sobre la
cabeza de su pene en una dulce caricia agónica.

Un orgasmo inminente se apoderó de su columna,


tensando sus bolas. «Aun no». Quería estar dentro de Aleric, quería
al hombre debajo de él, pero los estrechos confines del transporte
representaban un desafío.

Pero no podía dejar sin atención a Aleric, después de todo


le había dado su palabra de que iba a estar allí para él. Muy bien
podía recordar la abrumadora y aun así confusa y constante
necesidad, durante las primeras semanas después de que se
había convertido. Raphael llevó sus manos entre los cuerpos y
desabrochó los pantalones de Aleric. Apartó los lazos y los separó,
giró la cabeza apartándose del beso y empujó los anchos
hombros de Aleric. —Levántate. Gírate.

—¿Por qué? —Aleric se movió hacia abajo. Raphael


sostenía al hombre más grande para que se girara. Al convertirse
Aleric no solo había amplificado sus emociones sino también su
fuerza física, dándole a Raphael la clara impresión de que Aleric
podría haberse separado del control en un instante si así lo
hubiera decidido. Miró fijamente a Raphael por un momento, con
los labios húmedos por los besos, su pecho subiendo y bajando,
con los músculos duros como el hierro por debajo de las manos
de Raphael. La comprensión sustituyó el desconcierto en el rostro
de Aleric—. Ah, quieres penetrarme.

—No. No aquí —dijo con un leve movimiento de su


cabeza—. Algo más. Sólo levántate antes de llegar a Mayfair.
Aleric obedeció, se agachó para evitar golpear la cabeza
y los hombros contra el techo del carruaje.

—Inclínate hacia delante. Apoya tus manos en el banco —


dijo, bajando los pantalones y ropa interior de Aleric hasta las
rodillas. Aleric obedeció inmediatamente, Raphael apartó la
falda de la camisa y el abrigo y palmeó las firmes nalgas,
separándolas y descubriendo su entrada. Las bolas de Aleric
subieron, su pene se balanceaba tan alto que Raphael no podía
verlo entre sus muslos musculosos. Quería empujar a Aleric de
rodillas y tomarlo. Enterrar su pene dentro de él, que Aleric pidiera
más. Rogara por él, y sólo por él para obtener más.

Sus dedos se clavaban en la lisa piel cuando el carruaje


giró a la izquierda, el movimiento sacudió sus sentidos.

«No aquí». Quería a Aleric en su cama. Quería pasar el resto


de la noche con el hombre en sus brazos y debajo de él y encima
de él. Quería saborear cada momento que el hombre le dejara.

Raphael dejó escapar el aliento sobre el expuesto pliegue.


El apretado anillo de músculo se estremeció.

—Por favor — murmuró Aleric, el sonido jadeante.

Con su lengua recorrió una línea desde la base de las bolas


a la entrada y arriba de su trasero. Luego bajó, deteniendo la
boca sobre las bolas, antes de trabajar su camino en el dulce
agujero.

Lo besó y lamió, mojándolo totalmente, lo preparó para lo


que vendría una vez que llegaran a su casa. Los bajos gemidos
de Aleric llenaban el carruaje cerrado, instándolo a seguir. Dentro
de sus incómodos pantalones, el pene de Raphael estaba tan
condenadamente duro que dolía. Abrió sus piernas más,
tratando de aliviar la presión, y continuó atormentando a Aleric.

Ligeros y pequeños toques, largos y lujuriosos recorridos.


Ocasionalmente una mordida en cada firme nalga, entonces
recorría el perímetro. El apretado anillo de músculo se relajó bajo
sus atenciones, abriéndose para Raphael. Suave, flexible, y
dolorosamente vacío, listo para él.

El orgasmo se apoderó de él nuevamente, como una


mano apretando sus bolas. Sentía la tensión en todo el cuerpo de
Aleric cuando llegaba a su culminación, cada musculo se
contraía, temblaba, con el esfuerzo que necesitaba para el
clímax que se había estado construyendo durante horas.

Raphael se apartó. —¿Te gustó lo que viste en la sala de


billar?

Los jadeos de Aleric llenaban el silencio. —Si.

—Podemos regresar si lo deseas. Apostaría que la mayoría


de los hombres en la sala en la sala estarían dispuestos a
agacharse para ti. —Necesitaba saber. Necesitaba oírlo de los
labios de Aleric. ¿En este momento, necesitaba a Raphael, o a
cualquier pene que calmara su ardor?

Aleric negó con la cabeza.

Raphael empujó su lengua dentro del agujero de Aleric.


Aleric se quedó sin aliento y se empujó hacia atrás, deseoso de
más. Pero Raphael se apartó, lo hizo esperar. No podía explicar
de dónde venía esa perversa necesidad, por qué la irritación
recorría su columna. Era como si cada suspiro de Aleric, de
alguna forma placentera, de repente provocaba resentimiento
en su interior.

—¿Estás seguro? Esos tres vampiros captaron tu atención.


Quizás prefieras estar encerrado entre ellos dos, llenándote con
sus penes.

Todo el cuerpo de Aleric tembló, un rápido


estremecimiento, fue suficiente respuesta. Pero Raphael
necesitaba escuchar la palabra.
Usando sus dedos, extendió la entrada de Aleric. —¿Sí?

Aleric dejó escapar un gruñido. —Maldición, no. Por favor,


Raphael. —Su nombre salió como un gemido, desesperado y
necesitado, un ruego por más. Un ruego sólo para él.

Y era música pura para los oídos de Raphael.

Luchó para contener la sonrisa, contener la necesidad de


jalar al hombre a sus brazos, para darle un beso y nunca dejarlo ir,
en lugar de eso regresó a trabajar, dándole a Aleric lo que
necesitaba. Alternaba entre joderlo con la lengua y provocar su
entrada con las yemas de los pulgares, su toque se deslizó con
suavidad sobre la oscura piel. Su pene se sacudió, se endureció
aún más en un grito silencioso de celos. Sin embargo, hizo caso
omiso de las demandas de su cuerpo y se centró en Aleric.

Cuando la respiración de Aleric se volvió dura, reflejando la


propia de Raphael, alcanzó los muslos de Aleric y se apoderó de
su pene, jalándolo. Agachándose, siguió la prominente vena en
el eje, la recorrió con su lengua y tomó la cabeza, disfrutando de
la gota de pre-semen de la punta.

El sabor de Aleric encendió cada nervio de su cuerpo.


Cada pensamiento desapareció. Se evaporó. Con una mano,
desesperadamente desabrochó sus propios pantalones y sacó su
erección, mientras cerraba los labios sobre la corona del pene de
Aleric.

El clímax explotó a través de él, moviendo sus sentidos.


Raphael derramó su semilla en el suelo mientras la de Aleric
llenaba su boca. Tragó con avidez, cada dulce amarga gota,
mientras acariciaba su eje y ordeñaba todo.

Con un húmedo ruido apartó los labios del eje de Aleric.


Después de una rápida mordida en la nalga, Raphael levantó los
pantalones y ropa interior de Aleric. Luego se desplomó contra el
banco, con los ojos cerrados mientras se esforzaba por recuperar
el aliento.

Y había creído que sus clímax habían sido poderosos


cuando veía a Aleric desde ese árbol. Una risa de saciedad
retumbó en su pecho. Infiernos, nada podía compararse con la
realidad de estar con él. La excitación de Aleric la manera que
alimentaba la suya, amplificándola y consumiéndolo. Pero era
más que eso. Era la sensación de estar conectado a él, casi
como si su alma se hubiera fusionado con la de Aleric. Cada uno
de sus jadeos de placer, cada ataque de ira, cada una de sus
sonrisas —Raphael lo sentía como si fueran suyos.

El banco crujió cuando Aleric se sentó a horcajadas en sus


caderas de nuevo, su sólido peso sobre los muslos de Raphael.
Las ondas de calor salían del pecho de Aleric penetrando a
través de su chaqueta, chaleco y camisa y calentando aún más
la piel ya caliente. Suaves y sedosos labios rozaron su mejilla un
instante antes de que los labios acariciaran su cuello,
provocando la delicada piel debajo de su mandíbula.

Con los ojos aun cerrados, Raphael rodeó con sus brazos la
cintura de Aleric, y lo sostuvo solo absorbiendo el afecto del
hombre.

«No me dejes. Nunca».

El ruego estaba en la punta de la lengua. Él había abierto


la boca, tomó un respiro, cuando Aleric habló.

—¿Por qué no me dijiste qué esperar esta noche? —Su voz


era baja, un estruendo ronco—. ¿Por qué deliberadamente me
mantuviste en la oscuridad?

Afortunadamente Aleric no podía ver la mueca de dolor


tensando la boca. —Lo pensé hacer, pero quería que formaras tu
propia opinión de ella y de su clan. —Él no había querido que su
mala opinión de Katerina, y su disgusto por la arrogancia y los
excesos de los vampiros convertidos, mancharan la percepción
de Aleric.

Esos labios se abrieron camino hasta su oído, murmurando


sobre la sensible concha. —Entonces, ¿por qué te preocupabas
tanto? Estabas al borde, aunque no se podía decir solo al verte.

Raphael se puso tenso. ¿Cómo lo había sabido Aleric?


Pensó que lo había escondido bien de Katerina, por no hablar de
Aleric. No había querido que Aleric también se preocupara.
Katerina podría saborear su miedo, y lo último que quería era que
marcara a Raphael como débil.

Aleric se apartó, apoyando su peso en los muslos de


Raphael. Distraídamente deslizó una mano por el brazo de
Raphael, sobre el borde de encaje de la manga de la camisa
que cubría su muñeca. Dedos enguantados se deslizaron por su
mano y entrelazó sus dedos.

—Dime —insistió Aleric, su mirada paciente, dispuesto a


compartir la carga de Raphael.

—Rompí una de sus reglas —confesó—. Te salvé sin su


permiso. Ella no permite nuevos vampiros en la ciudad a menos
que sean los que ella misma crea. No estaba seguro de cómo iba
a reaccionar contigo.

—Y cómo iba a reaccionar contigo. No sólo estabas


preocupado por mí. Pero si era un riesgo, entonces, ¿por qué era
tan importante que me trajeras aquí esta noche?

—No quería que sus hombres pensaran que eras un


vagabundo, una amenaza, necesitas su aprobación para
permanecer en Londres durante un tiempo.

—¿La tengo? —Aleric preguntó, la preocupación arrugó su


frente.
Él asintió. —Si. —Pero si Aleric rechazaba la invitación de
Katerina, Raphael temía que el recibimiento no fuera a durar.

Las oscuras cejas de Aleric se unieron considerando la


respuesta de Raphael. —La sala de billar. ¿Es siempre así? ¿Todos
los vampiros prefieren a los de su propio sexo?

—La mayoría lo hacen. Un hombre y una mujer no son


necesarios para producir otro vampiro, por lo que la arraigada
preferencia no es igual entre nosotros como lo es con los
mortales. Y por lo que sé de ellos, sí, son siempre así. Los vampiros
de Katerina son la definición misma del exceso y es totalmente
indiscriminado. Ellos penetran a casi todos. —«Incluso a mí»—. A
pesar de que parecen tener preferencias de unos sobre otros.
Son versiones muy masculinas de ella. La agresión, la
territorialidad, la lujuria de esos rasgos son amplificadas en sus
creaciones. Llegó a Londres poco después de mi llegada.
Destruyó el viejo clan y formó el suyo.

—¿Por qué tenía que matar? ¿No podía simplemente


sustituir al viejo líder?

—No. Es una necesidad. Una manera de asegurar la


lealtad.

—Pero todos ellos no parecen ser tan excesivos. —Con su


mano libre, Aleric ajustó la corbata de Raphael hasta que el
encaje colgó correctamente cubriendo los botones superiores de
su chaleco—. Los dos que nos presentó... parecían diferentes a los
demás.

—Ella adquirió a Grant y a Roman al comienzo de la


guerra. Roman no es suyo en el sentido más estricto. Grant lo
convirtió para él. Los dos nunca se separan. —Raphael había
oído quejarse a los otros hombres en más de una ocasión acerca
de cómo Roman no hacía nada malo para los ojos de Grant—.
Ella tomó a Grant del campo de batalla. Él era algo así como el
comandante, probablemente por que es muy hábil en mantener
a los demás en línea.

—Hablas de ellos como si no fueras uno de ellos.

—No lo soy. Los has visto esta noche. ¿Me parezco a


alguno de ellos? —Sacudió la cabeza—. No soy lo que ella
hubiera optado por convertir. —Él se armó de valor y se obligó a
pronunciar las palabras, cuando era la última cosa que quería
hacer. Sosteniendo la mirada Aleric, le preguntó—: ¿Quieres ser
uno de ellos? Si regresas, ella te extenderá una invitación para
unirte a su clan.

La cara Aleric se torció ofendido. —Infiernos, no.

Apretó la mano de Aleric. Su corazón se estrellaba contra


sus costillas, pero necesitaba verificar la respuesta de Aleric. —
¿Estás seguro?

—¿Es lo que quieres?

—No, no —dijo Raphael, rehusándolo con cada fibra de su


ser—. Por favor, no lo creas. Pero debes saber que es una opción
para ti ahora. No tienes que sentirte como si estuvieras de algún
modo obligado a quedarte conmigo. Puedes unirte a un clan, no
estar tan solo. Saber que hay muchos otros como nosotros.

—Ellos no son como nosotros. —Aleric soltó un bufido de


desprecio, con toda la condescendencia aristocrática—. Bueno,
excepto quizás por esos dos. Y... ¿cómo lo supo? ¿Cómo supo
Roman que era tuyo?

Raphael se encogió de hombros, su mente estaba


demasiado fija en el asunto en sus manos para pensar en Roman.
—No lo sé. Creo que lo supuso, llegaste conmigo. —Con una
mano temblándole ligeramente, ahuecó la fuerte mandíbula de
Aleric, la incipiente barba se sentía suave en su palma—. ¿De
verdad quieres estar conmigo? —preguntó, casi demasiado
asustado de creer lo que pensaba sería imposible. ¿Cuántos años
había pasado viendo de lejos a Aleric? ¿Cuántas noches había
seguido a Aleric de su club, a la casa de juego, a toneladas de
bailes, a ese burdel, y de nuevo a su departamento de soltero?
En todo ese tiempo, nunca se había atrevido a esperar que algún
día Aleric pudiera ser suyo.

Su expresión era inescrutable, Aleric lo consideró por un


momento interminable y luego, lentamente, se inclinó, la mirada
clavada en la suya. Los labios de Raphael hormigueaban,
anticipándose a su beso, pero Aleric se detuvo justo antes del
contacto. —Si. —La palabra susurrada en los labios de Raphael
era el más suave roce del sonido.

Raphael se enderezó y se inclinó sobre la boca de Aleric.


Metió la lengua más allá de los labios del hombre y barrió las
profundidades de su caliente boca, enredándola con la de
Aleric. El beso siguió y siguió, mientras su corazón, su alma y cada
pedacito de él surgían a la vida completamente. Envolviendo sus
brazos alrededor del cuello de Aleric, se aferró a él, negándose a
dejar que se fuera. De alguna manera sabía que no podía dejarlo
ir.

Sin embargo, el dulce alivio duró poco. La preocupación se


formó amenazando con apagar la alegría que recorría sus venas.

Aleric se apartó, rompiendo el beso. —¿Qué sucede?

—Ella no te permitirá rechazarla.

Aleric levantó una elegante ceja. Dios, Raphael jamás


olvidaría que el hombre era el hijo de un duque. —Las
invitaciones pueden ser rechazados. Puedes estar tranquilo, he
rechazado muchas.

—Esta no es así. Vi la forma en que te miraba. Ella te quiere.


Yo soy como un ratón corriendo a lo largo de los bordes de una
habitación. Nada más que una molestia leve. Fácilmente
ignorado. ¿Pero tú? No eres tan fácil de ignorar. Y ella podría
preocuparse dado de que ya somos dos, podríamos convertir a
más.

—Entonces solo tenemos que convencerla de lo contrario.

Si sólo fuera tan fácil.

Empezó a sacudir la cabeza, pero las fuertes manos de


Aleric enmarcaron su rostro, deteniéndolo. »—No tenemos que
convencerla esta noche, ¿verdad?

—No. Pero puede que tengamos que salir de Londres si…

Fue silenciado por un beso rápido, caliente y fugaz, que


contenía una promesa de mucho más. Con un gruñido, Aleric se
acercó más, pecho con pecho, cadera con cadera. Raphael se
estremeció cuando la dura longitud del pene de Aleric se
presionó contra el suyo. La excitación de inmediato encendió los
sentidos. Feroces y agudos. Muchos más agudos, porque los de
Aleric se mesclaban con los suyos. Impacientes, necesitados,
exigiendo su atención.

—¿Tienes la intención hacer buen uso de eso o no? —Aleric


exigió, sus labios se curvaron en una sonrisa salvaje, mientras
giraba sus caderas, frotándose contra Raphael.

Envolvió la mano alrededor del cuello de Aleric,


acercándolo para decirle exactamente dónde tenía la intención
de meter el pene, cuando el transporte se detuvo.

«Maldición».

Raphael levantó la cortina. —Estamos en casa. —Su casa.


Nunca más estaría tan solo. Tan vacío. Por primera vez desde que
podía recordar, estaba realmente contento de estar en casa.

Aleric maldijo entre dientes. Mientras Aleric se movía de


regreso a su banca cerró sus pantalones, Raphael levantó las
caderas e hizo una mueca de dolor empujando su erección en
sus pantalones. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó
una pesada llave de latón y la dejó en la mano de Aleric.

—Tengo la intención de hacer buen uso de esto. Ahora,


entra a la casa. Voy a pagarle al conductor.
Aleric llegó al segundo piso y siguió el pasillo hasta el cuarto
del fondo. Cada paso lo hacía muy consciente de la humedad
entre sus nalgas. Una sensación decadente y erótica que lo hacía
desear más.

Después de abrir la puerta de la recámara de Raphael,


entró sin molestarse en cerrar la puerta detrás de él porque
Raphael lo seguiría pronto. Dejó la vela que había sacado de la
pequeña cómoda junto a la puerta. La chimenea estaba
apagada, pero Aleric no tenía ninguna prisa para encenderla. El
paseo lo había calentado, espantando el frío que se filtraba en
sus huesos por el húmedo aire de la noche.

¿Por qué Raphael dudaría que quisiera quedarse con él?


La cruda, desnuda y desesperada necesidad en los ojos de
Raphael había tomado la decisión por él, si la respuesta no
hubiera estado de alguna forma dentro de él todo el tiempo. Era
casi como si no hubiera tenido opción en el asunto. Lo único que
sabía era que ni siquiera podía contemplar condenar al hombre
a vagar solo por la casa vacía. Era tan hermoso, tan
perfectamente construido, un festín para los ojos, pero tan
dolorosamente solo.

Se quitó un guante y lo dejó caer al suelo. Cualquier


esperanza de ver a su padre o a sus hermanos una vez más se
había alejado, y tendrían que salir de Londres, dejar atrás todo lo
que conocía, pero ahora tenía a Raphael. Era una maravilla que
Raphael hubiera llegado con él esa fatídica noche. Extraño, la
manera que el destino jugaba con las cosas. Justo cuando
parecía que toda esperanza se había perdido, Raphael había
caído, literalmente, en su vida. Paciente y fuerte, honesto y firme,
un hombre con el que quería estar por el resto de sus días.

Con el otro guante colgando de sus manos, hizo una pausa


para buscar dentro de sí mismo. No encontró ni un atisbo de
angustia, resistencia, ni siquiera asco. Era consciente de que
probablemente debería sentir esas cosas, pero no lo hacía. Tal
vez era porque ahora era un vampiro, pero se sentía bien con
Raphael. Como si le perteneciera a él. Sí, había empezado a
reconocer esa parte de sí mismo, pero eso no significaba que
hubiera estado a gusto con eso. Después de todo, la sodomía era
contra la ley. Se castigaba con la muerte, sin importar la ruina
social total y absoluta, los hombres simplemente no preferían a
otros hombres.

Pero ahora no tenía que preocuparse por lo que la


sociedad pensara de él, nunca más, ¿no es así? Arqueando una
ceja, sacudió la mano y el guante resbaló de sus dedos. Quizás
adaptarse a su nueva vida sería más fácil de lo que había
imaginado. Sin duda, tenía algunas claras ventajas.

Oyó pasos que se acercaban, mientras el mayor beneficio


de todos entraba en la habitación.

Aleric se detuvo, de espaldas a Raphael, y dejó que el


hombre llegara. Simplemente dejó que su presencia lo inundara.
Llenó el pecho hasta que cada respiración se sentía más fácil y
más limpia. Una mano tocó su espalda baja, rodeó su cintura
llegando a su ombligo. Su piel cosquilleó. Un estremecimiento lo
recorrió, su pene se liberó de sus pantalones de nuevo.

—¿El conductor causó algún problema? —preguntó.

—Los billetes de una libra tienen una forma de resolver los


problemas. —La voz de Raphael retumbó por encima de su
hombro.
—Raphael —dijo, cuando pensó en algo, cerrando los ojos
ante el agudo dolor de la vergüenza—. Debo decir que no tengo
ni un chelín a mi nombre. Solo la ropa que sacaste de mi
departamento.

—No hay de que preocuparse. —El otro brazo de Raphael,


envolvió su cintura y lo abrazó. Calmándolo—. Si bien no soy de
noble cuna, mi madre era una heredera y ella me lo dejó todo.
Nosotros nunca tendremos que preocuparnos por nada.

—¿Nosotros?

Raphael lo jaló y Aleric obedientemente se giró en sus


brazos. —Sí. Nosotros. Tú y yo. —Respiró hondo, como si saboreara
el sonido de las palabras, y luego los pensativos ojos plateados
brillaron con picardía—. Ahora bien, me parece recordar que
planteaste un desafío en cuanto a mis intenciones. Pero primero,
creo que voy a plantear uno de los míos.

Raphael deslizó sus manos por el pecho para trabajar el


nudo de la corbata. El simple toque de Raphael tenía un
profundo efecto en él. Aleric se movió, el deseo rugió
completamente a la vida. Sabía que Raphael podría quitarle la
corbata en un instante si así lo deseara, en lugar de eso se
mantuvo con movimientos lentos, la ropa se deslizó del nudo y la
suave tela se deslizó.

La corbata incluso parecía caer lentamente por el aire,


antes de formar un charco de lino blanco en el suelo.

Apretó los dientes. Raphael estaba haciéndolo


deliberadamente. Haciéndolo esperar. Ese era un desafío tácito.

Las largas pestañas de Raphael estaban medio cerradas


mientras desabrochaba el primer botón de su abrigo de noche.
Sus elegantes dedos fueron al siguiente y repitió el proceso
dolorosamente lento. La impaciencia se construía dentro de
Aleric. Respirando con dificultad, Aleric trató de controlarse y
evitar apartar las manos de Raphael y quitarse el abrigo. Las
agudas oleadas de lujuria siempre lo habían gobernado y tenía
que reaprender a controlarse.

Dejó sus manos a los costados, tenía que hacer algo con
ellas. Cristo, ¿había desabrochado sus pantalones? Malditamente
se sentía como si su pene repentinamente estuviera sobre los
pantalones de Raphael.

Cada respiración le traía el embriagador aroma de la


excitación de Raphael, y agregaba más combustible a la ya
ardiente necesidad que se estaba desarrollando con más fuerza
con cada segundo.

«Infiernos sangrientos».

Levantó los brazos y jaló los botones del abrigo violeta de


Raphael que se deslizó al suelo.

Raphael hizo una mueca, en parte con molestia y en parte


con indulgencia. —Ten cuidado, Aleric. No quiero pasar la noche
de mañana cosiendo los botones de nuevo en mi ropa.

Sorprendido, Aleric parpadeó, sus dedos se detuvieron en


la corbata de Raphael. —¿Eres un costurero?

—No —dijo Raphael, con un elegante movimiento de


cabeza mientras lentamente desabrochaba el chaleco de Aleric.
La holgada ropa interior permitía cierto grado de comodidad a la
erección de Aleric. El hombre no estaba tan incómodo como
parecía—. Pero es más problema encontrar un sastre que
mantenga su tienda abierta de noche. Por necesidad, he
aprendido a manejar una aguja e hilo para atender las
reparaciones.

—¿No podemos contratar un criado que venga por las


tardes y atienda estas cosas para nosotros?
—Es mejor si no lo hacemos. Preguntas incómodas y todo
eso.

—¿Los vecinos no dudan sobre tu presencia en esta casa?


—Después de todo, Raphael vivía en una casa con vecinos a
cada lado de la calle.

Raphael retiró el abrigo de Aleric y luego el chaleco de sus


hombros, lanzándolos a una silla cercana. —Rara vez los veo, y
rara vez utilizo la puerta de entrada. Por lo general, entro y salgo
por una de las ventanas. —Con un simple movimiento de sus
dedos, las mancuernillas de ónix de los puños de la camisa de
Aleric cayeron a sus manos. Los metió en el bolsillo—. Ellos creen
que duermo todo el día y paso las noches recorriendo la ciudad,
como los otros caballeros ociosos de la alta sociedad.

—Eso es correcto, yo era uno de esos. —Estiró las manos y


dejó que el abrigo de Raphael cayera al suelo. El ver el terciopelo
arrugado en el suelo apaciguó un poco su lujuria. Estaba un paso
más cerca de tener a Raphael desnudo.

Aleric estaba tratando de manejar los pequeños botones


del chaleco de Raphael, tratando de quitarle la maldita prenda
sin desgarrarla, cuando Raphael levantó su camisa.

—Levanta los brazos —murmuró Raphael, con una sonrisa


en sus labios.

Un movimiento rápido y la camisa de Aleric se unió a la


ropa de Raphael en el suelo.

La mirada de Raphael era más potente que una caricia


física. Recorría su desnudo pecho, siguiendo la delgada línea de
oscuro vello que bajaba hacia su erección bajo su ropa interior.
Su pene latía, luchando contra la tela. El sudor cubría cada
centímetro de su piel. Si Raphael lo tocaban ese momento... por
Dios, él no sería responsable de sus actos.
Esa sonrisa se amplió, dejando al descubierto las puntas de
dos magníficos dientes afilados.

Un gruñido de impaciencia retumbó en su pecho, Raphael


se giró dejando a Aleric temblando. Afortunadamente, Raphael
no se detuvo, se quitó su ropa, el chaleco, la corbata, y la camisa
pronto se unió a la ropa de Aleric en la silla.

—Te dejaré los pantalones —dijo Raphael, mientras se


sentaba en el borde de la cama para quitarse los pantalones y
las medias.

Infiernos con los botones. Saltaron al suelo, uniéndose a los


otros, mientras Aleric se quitaba los zapatos. Un instante después
su pene saltó libre, golpeando su piel en gloriosa bienvenida. Dejó
los pantalones y ropa interior en un montón arrugado y se
encaminó hacia un lado de la cama.

Con los puños tensos fulminó con la mirada a Raphael, que


estaba sentado desnudo en la cama, su hermoso pene sobresalía
de su cuerpo, el pre-semen escurriendo de la punta. —¿Has
terminado?

»—No —respondió Raphael con determinada calma—. En


cualquier momento es bueno para ti.

«Infiernos que lo es». Aleric volvió a gruñir, el ruido sordo llenó la


habitación.

»—Paciencia, Aleric.

En vez de irritarle más el suave murmullo de Raphael de


alguna manera contuvo su frustración. Raphael movió sus
pestañas y frunció el ceño y los labios.

—¿Qué sucede?

—No quiero morderte accidentalmente. —Vio a Aleric y


rápidamente retrajo los labios, mostrando su blanca y recta
dentadura. Él habría querido que de alguna manera sus colmillos
retrocedieran.

Estaba en la punta de la lengua de Aleric decirle a


Raphael, que no le importaba mucho si lo mordía —él le había
hecho eso a Raphael en un par de ocasiones hasta el momento y
sabía que habría muchos más por venir—, cuando el hombre se
deslizó en la cama, con gracia cayendo de rodillas a los pies de
Aleric.

Raphael agarró sus caderas, abrió la boca y sacó la


lengua. Aleric no tenía ni idea de cómo contener su orgasmo.
Estaba allí, en la base de su pene. La presión se acumulaba en
sus bolas a niveles casi imposibles, enterró sus dedos en el suave
cabello de Raphael, desordenando completamente la ordenada
cola en la nuca y, en silencio, instó al hombre a hacer algo más
que pasar la punta de la lengua por la corona.

Dejando escapar un irregular gemido, inclinó la cabeza


hacia atrás, mientras tomaba toda la longitud de Aleric dentro
del húmedo calor de su boca. Sus piernas temblaban mientras
Raphael tomaba un ritmo de movimientos largos y decadentes,
chupando y apartándose. Aleric ni siquiera podía verlo, porque
sabía que si lo hacía, la vista le haría correrse en la garganta de
Raphael. La boca del hombre era el cielo. Seguido por su cuerpo.
No, sus besos. No, sus caricias.

Todo Raphael lo llevaba al borde de la distracción.


Elevando la necesidad a una escala que nunca antes había
experimentado.

Una mano se apoyó en la cadera, los dedos extendidos a


la deriva hacia la ingle. Luego dos dígitos apretaron su eje. El
ritmo de Raphael ininterrumpida, tomando el pene de Aleric con
su boca y sus dedos.

Un recuerdo le llegó y entonces desapareció. Tan


rápidamente que no había sido capaz de captarlo. Frunció el
ceño y trató de que el recuerdo regresara, pero Raphael estaba
chupando su memoria por su pene.

Una ligera presión sobre sus bolas y entonces esos húmedos


dedos se deslizaron dentro de su entrada.

Sus rodillas amenazaron con ceder y entonces el recuerdo


lo golpeó con tal fuerza que casi lo derribó.

«Hannah».

Tomando el cabello de Raphael apartó al hombre.

Raphael cayó de espaldas a poca distancia, tumbando


una silla con gran estrépito. La confusión y el shock escrito en
todo su rostro, mirando a Aleric. Se apoyó en sus codos. —
¿Aleric?

Sacudió la cabeza, un duro movimiento advirtiéndole al


hombre que detuviera su maldita lengua.
—Por lo general, entro y salgo a través de una de las ventanas.
—La ventana de tu dormitorio no estaba cerrada con llave... fácilmente accesible
desde la azotea.

La imagen de los dos vampiros de Katerina, en cuclillas en


el techo de un almacén, revoloteaba por su cabeza.
—Pero incluso tomando toda una botella de brandi sólo...

El brandi, su bebida preferida, que le esperaba en el


dormitorio. La ausencia de la capa que detestaba de las cosas
que Raphael había traído de su armario. Los guantes de cabritilla
que pensaba que había perdido hace mucho tiempo. El pisa
corbatas que había desaparecido y la pareja de las
mancuernillas de ónix.

Desde el momento en que Aleric había visto por primera


vez a Raphael ayer por la noche, la presencia del hombre la
había sentido tan familiar, como si hubiera conocido a Raphael
de toda su vida. Sin embargo, en realidad sabía muy poco del
hombre. Lo poco que sabía lo había aprendido de su
interrogatorio. Sin embargo, Raphael conocía de alguna manera
todos los detalles de Aleric. No había necesidad de preguntas.
Excepto una, ¿por qué Aleric había cortado los lazos con su
familia?

¡Cristo! Y Raphael lo acababa de tocar de la exacta


manera como Hannah lo había hecho la última anoche.
—Mis disculpas, Lord Aleric, por mi falta de presentarme apropiadamente.

Jodidos infiernos sangrientos.

No había sido el destino.

Su pecho trabajaba con fuerza en respirar cuando una


oleada de sensaciones de traición y rabia sacudía su interior.
Inundando sus venas, con caliente y feroz lujuria y furia, en una
mezcla nociva. Con las manos apretadas en un puño a los
costados, dio un paso hacia Raphael.

—¿Cómo sabías mi nombre?

Raphael juraba que su corazón se detuvo. Todo lo que


podía hacer era ver a Aleric que se acercaba a él.

—¿Cómo? —La palabra rompió el aire—. Nunca te lo dije.


Nunca me presenté.

Abrió la boca pero las palabras no salían. Su mente


completamente en blanco, inundado por el shock de que todo
rápidamente se había vuelto horriblemente mal.

»—¿Cómo diablos sabias la dirección de mi


departamento?
Raphael cerró los ojos. Angustia total y absoluta se apoderó
de él. Una gruesa y pesada manta de miseria mataba toda
huella de felicidad, le robaba toda esperanza. El dolor más
terrible desgarraba su pecho, un dolor que ahora estaría con él
siempre.

¿Cómo no había previsto esto? Ni siquiera se preocupó de


que Aleric cuestionara cómo había sabido algo tan simple como
su nombre y la dirección de su departamento.

Si eso no era el colmo de la estupidez, no sabía lo que era.

Sabía lo que había hecho. Sabía su error. Esto era su


castigo por saborear a Aleric enfocándose en él. Todo lo que
quería era complacer a Aleric, avivar sus deseos y, al mismo
tiempo, disfrutar la sensación de ser el único objeto de las
atenciones de Lord Aleric Vane. Por fin estaba en la posición que
había envidiado desde lejos durante tanto tiempo. Demasiado
atrapado en el momento, no había pensado antes de actuar.
Simplemente siguió sus instintos, que se habían formado de años
de ver a Aleric con esa puta.

Y pensar que menos de cinco minutos antes estaba seguro


de saber que Aleric estaría con él para siempre.

Ya no más.

Tragó saliva y se obligó a ponerse de pie. Recuperando


valor, vio directamente a los ojos a Aleric. No tenía sentido
negarlo. —Porque te he visto cruzar la puerta de tu
departamento en innumerables ocasiones.

Las aletas de la nariz de Aleric se movían con indignación.


Un color escarlata se elevó desde su pecho y tiño sus mejillas. —
¿Cuánto sangriento tiempo me has estado espiando?

Raphael se encogió de hombros. Cuando preguntó tan


bruscamente lo hacía sentir como la más depravada de las
almas. Malvado y disoluto, sin un hueso moral en su cuerpo.
Extraño, la forma en que su conciencia ahora subió a la
superficie, recordándole sin lugar a dudas cuán equivocado
había estado en entrometerse en los momentos íntimos de otros.

«Dile la verdad. Se merece escucharlo». —Años. —Su murmullo se vio


afectado por su pesar.

—¿Cuántos?

—Tres.

—¿Me has estado espiando desde que llegué a Londres?

«Al menos logré tocarlo. Darle un beso. Estar cerca de él».

Esos recuerdos, de hecho, tendrían que durar una


eternidad. Porque estaba perdiendo a Aleric. Lo había perdido
desde el momento en que el hombre había caminado por ese
callejón oscuro.

Raphael asintió.

En un parpadeo, grandes manos rodearon sus costillas y


entonces lo impactaron contra la pared. Un fuerte ruido se oyó
cuando la pintura junto a la puerta cayó al suelo, la esquina cayó
en sus espinillas. Por Dios, Aleric lo había lanzado en la habitación.
Sus instintos se hicieron presentes y se puso de pie para enfrentar
a Aleric que se acercaba. La imagen era intimidante.

Sus poderosos músculos abultaban su piel brillante por el


sudor. Sus ojos azul-plata oscurecidos con furia. Su hermoso rostro
desencajado por la ira. Una imagen que Raphael reconoció de
haber visto a los vampiros de Katerina pelear entre sí, observó el
espectáculo desde lejos en una ocasión. Enfurecidos más allá del
pensamiento racional, más allá de la razón, los dos se habían
dado puñetazos. Rasgado con sus colmillos, y se empujaban uno
al otro contra las paredes de ladrillo del callejón. Crueldad terrible
en cada golpe que parecía de alguna manera sólo echar más
leña al fuego. Grant y Roman habían batallado para poner fin a
esa situación.

Pero en esta noche sólo estaban Aleric y Raphael. No


había nadie más.

»—¡Bastardo! —mostrando sus colmillos, Aleric dejó escapar


un gruñido. El salvaje sonido llenó la habitación y retumbó en las
paredes, que parecía sacudir los mismos cimientos de la casa.

La intensidad de su ira hizo que Raphael se apartara un


paso, como si hubiera recibido un puñetazo en su estómago.
Podía sentir la rabia de Aleric corriendo por sus venas. Sus
músculos se tensaron preparándose para atacar. Debajo de ella
aun sentía el deseo frustrado ardiendo al rojo vivo y la traición
que había atravesado el corazón de Aleric.

Se aferró al dolor, rehusándose a permitir que la ira lo


consumiera, porque si lo hacía, podría muy bien destruir a ambos.
—Aleric, por favor, calma…

—¡Depravado jodido bastardo! Lo hiciste a propósito. Me


hiciste como tú… un maldito sodomita. —Escupió la última
palabra.

—No te atrevas a lanzarme esa acusación —le dijo


indignado, Aleric podía caer tan bajo como para convertir lo que
habían compartido en algo asqueroso y sucio—. Te he visto con
otros hombres antes.

Pero Aleric continuó, sordo a sus protestas, mientras se


acercaba cada vez más. —Por ti, no puedo permanecer en
Londres, no puede volver a casa. ¡Te llevaste mi vida!

—Salvé tu maldita vida.

—Me convertiste en un monstruo.


Raphael se quedó sin aliento, el aire salió de sus pulmones.
—¿Realmente crees eso? No podía dejar que murieras. No tenía
otra opción.

Con la palma abierta Aleric golpeó los hombros de


Raphael empujándolo contra la pared. —¿Por qué infiernos lo
hiciste? —gruñó.

—No podía perderte. Lo siento, Aleric, pero tenía que


salvarte. No podía soportar la idea de no verte más. Estaba muy
solo y estar cerca de ti aliviaba en algo el vacío. Casi me hacía
sentir todo de nuevo. —Raphael miró a Aleric a los ojos, se negó a
ver el puño listo para golpear—. ¿No lo entiendes, Aleric? ¿No
puedes sentirlo?

Maldito todo el infierno, ¿por qué no lo había notado


antes? Quería sacudir la cabeza ante su propia ceguera.
¿Cuántas veces había visto a Grant y Roman juntos? Los dos
siempre trabajando como un par. Un par perfecto. Un marcado
contraste con todos los demás. Infiernos, incluso Aleric lo había
comentado en el carruaje.

«Ellos no son como nosotros... Bueno, excepto quizás por esos dos».

—Tenías razón, Aleric. Grant y Roman son como nosotros.


Grant convirtió a Roman. Son leales a Katerina, porque así lo
exige. Debido a que Grant es suyo. Pero lo más importante es que
son ferozmente leales el uno al otro. Nunca los he visto separados.

Jadeando, Aleric abría y cerraba el puño, los músculos y


tendones en los brazo se movían. Pero él no lo golpeó.

»—Tienes mi sangre en tus venas, como yo tengo la tuya en


las mías. Pero es más que eso. —Hizo una mueca, luchando por
encontrar las palabras. Él había necesitado a Aleric incluso antes
de haber robado su sangre. Por primera vez, deseó no haber
vivido aislado tanto tiempo. Había muchas cosas que aún no
comprendía de ser un vampiro. Algo dentro de él le decía que
había mucho más en su conexión con Aleric. Algo importante, un
elemento que faltaba y no podía entender—. No puedo
explicarlo. Lo único que sé es que apartarme de ti duele. El
pensamiento de no estar contigo es doloroso. Y cuando estoy
contigo, me siento completo.

Extendió la mano y la apoyó en el pecho desnudo de


Aleric. Sintió que su corazón golpeaba las costillas. Sintió el
temblor sacudir el poderoso cuerpo del hombre.

»—También lo sientes. Sé que lo haces, Aleric. Puedo


sentirlo.

Los ojos de Aleric ardían. Miró fijamente a Raphael durante


un buen rato. Justo cuando Raphael estaba seguro de que el
puño cortaría el aire hacia él, el brazo de Aleric lentamente cayó
a su lado. Aleric sacudió la cabeza en un fuerte movimiento y
retrocedió un paso fuera del alcance, haciendo que la mano de
Raphael se apartara de su pecho. Por una fracción de segundo
la ira se encendió de nuevo en su rostro, y luego fue sustituida por
una extraña mezcla de confusión y comprensión. Una mueca de
dolor apretó su frente, cambiando su atención a la pintura que
había caído al suelo, una que le recordaba los campos cubiertos
de hierba de la infancia en el campo de Raphael.

—Eso se fue. —La voz de Aleric era baja, un simple


murmullo jadeante, como si estuviera hablando más para sí que
para Raphael—. Ese ardor de... algo. Solía creer que el campo
era demasiado serio, que necesitaba un poco de emoción. Así
que vine a Londres. Pero ese ardor seguía... hasta que te vi. —
Miró a Raphael—. ¿Pero por qué?

—No lo sé.

—Podía sentirte. Cuando estábamos en el almacén, podía


sentir tu tensión. Esta noche, sabía que no estabas en la casa,
incluso antes de que encontrara tu nota. Y cuando estoy
contigo... Es como si te perteneciera, sólo a ti.
—Porque me perteneces, como yo te pertenezco.

—¿Pero por qué?

Raphael se encogió de hombros. Estaba tan


desconcertado como Aleric, pero había aprendido hace mucho
tiempo a simplemente aceptar las cosas como eran, detener el
flujo de preguntas para que no lo llevaran al manicomio. —No lo
sé. Simplemente así es.

Aleric dejó escapar un resoplido de frustración. —Infiernos.


Tiene que haber una explicación. Pareces convencido de que
somos como Grant y Roman. Vamos a preguntarles.

—No, no debemos. —El instinto le advertía que nunca se


acercara a ese almacén de nuevo—. Roman sabía que eras mío.
Él sabe de nosotros. De alguna manera lo reconoció. Lo que
significa que se lo dirá a Grant y él ahora a ella. —Los dos
hombres nunca habían sido abiertamente hostiles hacia Raphael,
siempre lo habían dejado en paz, y aun así... Era un riesgo
desconocido mayor del que estaba dispuesto a tomar. ¿Y qué si
le hubieran informado a Katerina?

Un escalofrío de aprensión recorrió su columna.

Vio desesperadamente el cuarto, medio esperando que


sus hombres invadieran la casa. Para cazarlos. Para separarlos.

—No voy a dejar que te hagan daño —gruñó Aleric. Era


una promesa, una seria promesa.

Con la barbilla y los hombros hacia atrás, sentía una feroz


protección irradiando de Aleric. El temor dejó a Raphael. Tenía a
alguien a su lado, alguien que se preocupaba lo suficiente como
para protegerlo de...

Espera…

—¿Te quedarás conmigo?


—Por supuesto. ¿Cómo puedes dudarlo?

Raphael miró a Aleric con incredulidad. ¿Cómo podía


dudarlo? —Me lanzaste en la habitación. Dos veces.

Aleric tuvo el buen sentido de verse arrepentido. —Bueno,


sí... no te hice daño, ¿verdad?

«Casi me rompes el corazón en dos». Pero Raphael guardó silencio.


No había necesidad de darle la carga de la verdad a Aleric. No
necesitaba saber que sus palabras pronunciadas con ira le
habían causado un dolor mucho mayor que la ligera molestia de
ser golpeado contra una pared. —No. —Le dio a Aleric una
sonrisa—. Mi cuerpo puede tolerar el abuso mucho más que un
par de miserables empujones. No me hiciste daño.

Aleric acarició su mandíbula. Sus cejas oscuras bajaron, los


ojos llenos de remordimiento. —Sí. Lo siento, Raphael. No debería
haber dicho esas cosas. No las quería decir. Infiernos, Yo…yo...
estuve a punto de golpearte. No sé qué me pasó. Pero, no
volverá a suceder. Te doy mi palabra.

Puso su mano sobre la de Aleric, sosteniéndola fuerte. —


Tenías todo el derecho de estar enojado conmigo. Sin duda lo
hubiera estado si nuestras posiciones se invirtieran. Debí habértelo
dicho, ser más directo. Cómo, pensé… —Sus labios se torcieron.
No podía pensar en ninguna manera en la que podría haber
abordado el tema sutilmente con Aleric, decirle que lo había
estado observando desde lejos durante años. «Ah, y dicho sea de paso,
Aleric, si lo deseas, puedo conseguir uno de los tapones anales de vidrio que parecen gustarte
tanto».

No, definitivamente no había una manera fácil.

Apartó la mano de Aleric de su mandíbula, entrelazando


los dedos. »—Sabes que no podemos permanecer en Londres.
Tenemos que irnos. Mañana por la noche, a más tardar.
Aleric se encogió de hombros. —No importa dónde
estemos, siempre y cuando esté contigo. Pero ¿podemos al
menos ir a un lugar caliente? Detesto el invierno.

¿Detestaba el invierno? Tres años y no había oído a Aleric


quejarse del frío ni una vez. ¿Qué otra cosa no sabía de él?
Probablemente las suficientes como para llenar un océano. Pero
ahora no era el momento para preguntas, habría tiempo de
sobra para eso más tarde. —Sí, por supuesto. La elección es tuya.
¿Alguna sugerencia?

—¿Qué tal Roma? He oído que las noches son


relativamente calientes o al menos no tan frías en esta época del
año.

—Entonces Roma. —Tal vez aún había tiempo antes del


amanecer para asegurar un carruaje para mañana por la noche.
No del mismo lugar. Dudaba que el conductor quisiera regresar
frente a su puerta sin importar el montón de dinero. Y un barco.
Tenía que asegurar el transporte al continente. Una vez que
llegaran a Francia, sería una simple cuestión de contratar otro
carruaje. La casa se quedaría vacía. No había razón para
venderla, si podrían utilizarla después. Había suficiente lugar en el
ático para almacenar sus cosas y…

La excitación alteró sus sentidos en una fracción de


segundo antes de jalar a Aleric hacia él. Piel desnuda contra piel
desnuda. Su pierna contra la larga pierna de Aleric, pecho contra
pecho, su erección presionándose contra su bajo vientre.

La logística de un viaje a Roma salió volando de su cabeza.

Aleric miraba fijamente sus labios. Su pulgar rozó la


superficie en una petición de silencio.

—Quieres darme un beso. —Su murmullo era una


afirmación, no una pregunta. Pero, Aleric inclinó la cabeza y él
preguntó—. ¿Lo quieres?
Levantó esos hermosos ojos azul-plata para encontrarse
con los suyos. Una lenta y traviesa sonrisa se formó en los labios de
Aleric, revelando las puntas de sus colmillos. —Sí. Y algo más.

—Entonces, ¿qué estás esperando?

Aleric arqueó la ceja, desafiante, haciendo que Raphael


revisara sus planes para la noche. No para un carruaje. No saldría
de esta habitación hasta el anochecer.

Aleric lentamente se inclinó. Tocó los labios de Raphael en


una dulce fusión que pronto encendió la pasión que se apoderó
de ellos. Se inclinó sobre la boca de Aleric, necesitando más. Su
corazón se sacudió, parecía llenar todo su ser cuando envolvió
sus brazos alrededor de su amante, manteniéndolo cerca. Y
pensar que solía extrañar el sol. Nunca extrañaría el sol de nuevo,
porque ahora tenía a Aleric.
Ava March es una autora de novelas erótico históricos m/m. Le
encanta escribir sobre la realeza donde el decoro era de suma
importancia, pero donde cualquier cosa podía suceder tras las puertas
cerradas.

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