En Nombre de Boby
En Nombre de Boby
En Nombre de Boby
correcta.
Ayer cumplió los ocho años, le hicimos una linda fiesta y Boby estuvo contento con el tren de cuerda, la pelota
de fútbol y la torta con velitas. Mi hermana había tenido miedo de que justamente en esos días viniera con
malas notas de la escuela, pero fue al revés, mejoró en aritmética y en lectura y no había motivo para
suprimirle los juguetes, al contrario.
Le dijimos que invitara a sus amigos y trajo al Beto y a Juanita; también vino Mario Panzani, pero se quedó
poco porque el padre estaba enfermo. Mi hermana los dejo jugar en el patio hasta la noche y Boby estrenó la
pelota, aunque las dos teníamos miedo de que nos rompieran las plantas con el entusiasmo.
Cuando fue la hora de la naranjada y la torta con velitas, le cantamos a coro el “apio verde” y nos reímos
mucho porque todo el mundo estaba contento, sobre todo Boby y mi hermana; yo, claro, no dejé de vigilar a
Boby y eso que me parecía estar perdiendo el tiempo, vigilando qué, si no había nada que vigilar; pero lo
mismo vigilando a Boby cuando él estaba distraído, buscándole esa mirada que mi hermana no parece advertir
y que me hace tanto daño.
Ese día solamente la miró así una vez, justo cuando mi hermana encendía las velitas, apenas un segundo antes
de bajar los ojos y decir como el niño bien educado que es: “Muy linda la torta, mamá” y Juanita aprobó
también y Mario Panzani. Yo había puesto el cuchillo largo para que Boby cortara la torta y en ese momento
sobre todo lo vigilé, desde la otra punta de la mesa, pero Boby estaba tan contento con la torta que apenas la
miró así a mi hermana y se concentró en la tarea de cortar las tajadas bien igualitas y repartirlas.
“Vos la primera mamá”, dijo Boby dándole su tajada, y después a Juanita y a mí, porque primero las damas.
Enseguida se fueron al patio para seguir jugando, salvo Mario Panzani que tenía al padre enfermo, pero antes
Boby le dijo de nuevo a mi hermana que la torta estaba muy rica, y a mí vino corriendo y me saltó al pescuezo
para darme uno de sus besos húmedos. “Qué lindo el trencito, tía”, y por la noche se me trepó a las rodillas
para confiarme el gran secreto: “Ahora tengo ocho años, sabes, tía”.