Gestión Del Agua
Gestión Del Agua
Gestión Del Agua
Reflexiones sobre la
gestión del agua en
América Latina y el Caribe
Textos seleccionados 2002-2020
Andrei Jouravlev, Silvia Saravia Matus
y Marina Gil Sevilla (compiladores)
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Directora de la División de Recursos Naturales
Sally Shaw
Oficial a cargo, División de Documentos y Publicaciones
Los compiladores desean expresar su agradecimiento a Susana García y Lisbeth Naranjo por su
ayuda en la confección de este volumen.
LC/M.2021/1
S.20-00908
La autorización para reproducir total o parcialmente esta obra debe solicitarse a la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), División de Documentos y Publicaciones,
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gubernamentales pueden reproducir esta obra sin autorización previa. Solo se les solicita que
mencionen la fuente e informen a la CEPAL de tal reproducción.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Índice
Prólogo.................................................................................................................................................................................9
Introducción....................................................................................................................................................................13
Conclusiones..........................................................................................................................................................................................45 5
1. La ausencia de respuestas únicas.................................................................................................................................................. 45
2. Lecciones y consensos generales..................................................................................................................................................46
Capítulo II: Servicios de agua potable y saneamiento en América Latina y el Caribe 135
Introducción.....................................................................................................................................................................................................136
Organización institucional.............................................................................................................................................................176
Regulación y contratos....................................................................................................................................................................183
1. Regulación económica........................................................................................................................................................................183
2. Información para la regulación......................................................................................................................................................185
3. Contratos.....................................................................................................................................................................................................187
B1: Implicaciones del desarrollo de biocombustibles para la gestión y uso del agua................................ 235
1. Introducción...............................................................................................................................................................................................235
2. Cantidad de agua....................................................................................................................................................................................235
3. Calidad del agua.....................................................................................................................................................................................242
C2: Ventajas de adoptar el ciclo de acciones con enfoque del Nexo.................................................................... 293
Bibliografía....................................................................................................................................................................297
8
Prólogo
En comparación con otras regiones del mundo, América Latina y el Caribe cuenta con una importante
dotación de recursos naturales (en particular, hídricos, agrícolas, mineros y energéticos). Tradicionalmente,
estos recursos y los servicios públicos asociados (como agua potable, saneamiento o electricidad)
han desempeñado un rol clave en el desarrollo socioeconómico de la región. En muchos de nuestros
países, estos sectores están en la base del impulso del bienestar social, del progreso económico,
de la industrialización y del mejoramiento del nivel de vida de la población.
Alicia Bárcena
Secretaria Ejecutiva
Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL)
Introducción
Las políticas públicas para la gestión de los recursos hídricos y la prestación de los servicios de agua
potable y saneamiento han sido de particular interés para la Comisión Económica para América Latina
y el Caribe (CEPAL) en las últimas décadas. La enorme importancia que tienen estos temas en las
actividades de la CEPAL se remonta a los años ochenta y noventa del siglo pasado cuando nuestro
trabajo se centró en los esfuerzos de los países de América Latina y el Caribe para implementar las
recomendaciones contenidas, primero, en el Plan de Acción de Mar del Plata sobre el desarrollo
y la administración de los recursos hídricos, adoptado en la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Agua (Mar del Plata, Argentina, 14 al 25 de marzo de 1977) y, más tarde, en el capítulo
18, “Protección de la calidad y el suministro de los recursos de agua dulce: aplicación de criterios
integrados para el aprovechamiento, ordenación y uso de los recursos de agua dulce” del Programa
21, aprobado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo
(Río de Janeiro, 3 al 14 de junio de 1992). En aquellos años, la CEPAL asesoró a los gobiernos en
la formulación de políticas públicas, en medio de las condiciones de deterioro económico, social
e institucional generalizado que afligieron a la región durante la “década perdida” y en el posterior
período de ajuste y de profundas reformas estructurales.
En los primeros 15 años del nuevo siglo, los análisis de la CEPAL en la temática hídrica
se enfocaron en colaborar con los países de América Latina y el Caribe para superar los desafíos
que implicaba alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) acordados en la Cumbre del
Milenio de las Naciones Unidas (Nueva York, 6 al 8 de septiembre de 2000) donde se incluía una meta
referida a aumentar el acceso sostenible al agua potable y a servicios básicos de saneamiento. A
partir de 2016, el trabajo de la CEPAL con los gobiernos se ha centrado en apoyarlos para cumplir,
hacia 2030, el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 6 “Garantizar la disponibilidad y la gestión
sostenible del agua y el saneamiento para todos”, adoptado en el septuagésimo período de sesiones
de la Asamblea General de las Naciones Unidas (Nueva York, 15 al 30 de septiembre de 2015). Las
metas relativas al agua en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible incluyen no solo aspectos
de mejora en el acceso, sino también una perspectiva ambiental de gestión sostenible de la oferta
de agua. En este período, las economías de la región pasaron por una etapa inicial de bonanza
macroeconómica y relativa abundancia de financiamiento, como consecuencia del auge de precios
de las materias primas en mercados internacionales y, posteriormente, por la desaceleración del
crecimiento económico que se enmarcó en un contexto de debilitamiento sincronizado de la economía
mundial, tensiones comerciales, problemas geopolíticos, mayor estrechez presupuestaria y elevada
volatilidad financiera. Actualmente, la situación se ha agudizado con la pandemia de COVID-19, que
a pesar de haber llevado a una importante contracción de la economía y el empleo, ha puesto de
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
manifiesto la necesidad de contar con sistemas de agua potable y saneamiento de amplia cobertura
a fin de combatir la propagación del virus.
América Latina y el Caribe, en general, poseen abundantes recursos hídricos. Por esta razón,
en casi todos los países, el agua era considerada históricamente como un recurso ilimitado para
el desarrollo socioeconómico. Cabe agregar que, en la región, el modelo imperante de desarrollo
se ha caracterizado por el aprovechamiento intensivo de los recursos naturales (especialmente
agrícolas, mineros y hidroenergéticos), lo cual ha significado una alta demanda de agua. Las nuevas
condiciones —oferta inelástica de nuevas fuentes de agua, elevada y creciente demanda de la
misma, conflictos y externalidades generalizadas, de diverso tipo y en aumento, y competencia entre
múltiples usuarios cada vez más drástica y despiadada— hicieron que la atención de la sociedad
se desplazara gradualmente del interés en desarrollar nuevos recursos, en particular a través de
grandes obras de infraestructura de almacenamiento y trasvase, al fomento de la eficiencia, el control
de externalidades, la gestión de la demanda, la generación de ingresos, el manejo y la protección
14 de las fuentes de captación y la reasignación del agua que ya está en uso.
Todos estos factores han impulsado los esfuerzos de los países de la región por modernizar
y adecuar la gobernabilidad hídrica existente a las nuevas condiciones, proceso en el cual la CEPAL
ha apoyado a los gobiernos en forma activa. Para avanzar en estas reformas, los temas centrales
en los debates que se han llevado a cabo —y que en muchos casos, todavía están en marcha, pues
los consensos en estos temas suelen ser difíciles de alcanzar— se han relacionado con el diseño
institucional de sistemas de aplicación de la legislación respectiva; de asignación y reasignación
del agua, y de derechos y permisos de su uso; de control de la contaminación; de planificación
hídrica; de evaluación de obras y proyectos; de cobros por uso del agua y por descargas de aguas
residuales; de fiscalización de usuarios, y de dictámenes en conflictos vinculados al uso del agua.
Los Gobiernos de los países de América Latina y el Caribe han venido reconociendo desde
hace mucho tiempo la importancia de los servicios de agua potable y saneamiento como un factor
vital para la protección de la salud de la población y la lucha contra la pobreza. Sin embargo, casi 166
millones de personas en la región (26% de la población) aún no tienen acceso a un abastecimiento
de agua potable que satisfaga los criterios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (en la calidad
de agua distribuida a la población, la continuidad de servicio, las modalidades o formas de acceso,
entre otros)1. Además de esto, más de 443 millones de personas (69% de la población) todavía
no disponen de los servicios de saneamiento adecuados, en particular en cuanto al tratamiento y
disposición de las aguas servidas. Al mismo tiempo, la prestación de estos servicios se ve obligada a
adaptarse —lo que es un proceso sumamente complejo y costoso— a las restricciones ambientales
que se hacen cada vez más evidentes en la región (por contaminación hídrica tanto puntual como
difusa, cambio climático, agotamiento y deterioro de fuentes de captación y proliferación de conflictos
relacionados con el agua).
En respuesta a estos desafíos, los países de América Latina y el Caribe se han embarcado en
reformas institucionales de gran alcance y con énfasis en las siguientes materias: ordenamiento legal,
con el objetivo de trazar lineamientos para el sector; separación entre las funciones institucionales
(prestación, rectoría y regulación) y la consolidación de la institucionalidad dedicada en cada una
de ellas, en particular, de organismos de regulación; búsqueda de una escala (geográfica o político-
administrativa) óptima de la prestación, despolitización y profesionalización del servicio; sostenibilidad
económica y social (con tarifas que recuperen costos reales y subsidios que incluyan adecuadamente
a los grupos desaventajados); rendición de cuentas a partir de sistemas de información (como
indicadores y contabilidad regulatoria); políticas de control y regulación de prestadores y su gobierno
corporativo; y modalidades de participación y regulación del sector privado. Nuevamente, en este
camino de reformas, la CEPAL ha apoyado a los gobiernos en la formulación de políticas públicas
para la consecución de estos objetivos.
En todos los países existen múltiples actores que tienen algún grado de influencia sobre las
conductas de los usuarios de agua, o incluso sobre el recurso mismo (en cuanto a la disponibilidad y
otros atributos). Por esta razón, y para evitar conflictos derivados de una incoherencia en el accionar
de múltiples actores cuyas acciones muy a menudo se traslapan, es necesaria la concertación
y coordinación entre todos aquellos que toman decisiones que afectan al recurso compartido e
interconectado, y a sus aprovechamientos y usuarios. De esta manera, con un sistema de gobernanza
transparente, coherente y articulado, se podrá asegurar un uso eficiente y ordenado del agua.
En muchos casos, la unidad territorial óptima para este tipo de participación y coordinación
resulta ser la cuenca (o un grupo de cuencas interconectadas), lo que explica el interés que se observa
en muchos países por crear y operar organismos de cuenca para mejorar la gestión integrada del
agua y el manejo de las fuentes del recurso. Como resultado de este interés, tanto en las leyes de
aguas de reciente aprobación, como en muchas propuestas legislativas y en las reformas de leyes
existentes, se observa la intencionalidad de fortalecer y complementar la capacidad de gestión 15
de las autoridades nacionales o centrales en materia hídrica, mediante la creación de estructuras
participativas y multisectoriales de coordinación y concertación en el ámbito de cuencas. En respuesta
a estas demandas, la CEPAL ha asesorado a los gobiernos en aspectos de creación, organización
y financiamiento de organismos para la gestión y manejo de cuencas.
Desde hace mucho tiempo, en nuestras actividades de asesoramiento técnico a los países
hemos observado la recurrencia de ciertas situaciones en las cuales las políticas públicas seguidas
en un sector (especialmente, el de gestión de los recursos hídricos, el energético, el de agricultura o
el de servicios de agua potable y saneamiento) tienen profundas implicaciones o estaban fuertemente
condicionadas por las decisiones adoptadas en otros sectores. Estos conflictos y compensaciones
recíprocas, así como posibilidades de aprovechar sinergias, ponen en evidencia la necesidad de
un enfoque más coordinado e integrado, como el del Nexo entre agua, energía y alimentación. Este
enfoque permite analizar y manejar mejor los efectos derivados de situaciones como las siguientes:
• La modernización de riego (por ejemplo, cambio de riego por gravedad a riego por goteo
o aspersión) puede generar un ahorro de agua para otros usos. Sin embargo, esta política
puede implicar un aumento del consumo de energía y el riesgo de ampliar el uso consuntivo
de agua, lo que puede a su vez amenazar la sostenibilidad de las fuentes de abastecimiento
y afectar negativamente la disponibilidad del recurso para otros usuarios localizados en fases
ulteriores de los procesos.
• La expansión de la producción de biocombustibles tiene el potencial de disminuir la
dependencia nacional de las importaciones de hidrocarburos, pero asimismo conlleva el riesgo
de una mayor competencia por el agua y el suelo entre quienes se dedican a la agricultura.
Estas consecuencias pueden llevar a un encarecimiento del proceso de producción de
alimentos. Al mismo tiempo, existe preocupación por las repercusiones que la dependencia
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Todo esto explica nuestro interés en el Nexo entre agua, energía y alimentación, enfoque
que empezó a adquirir prominencia internacional desde la Conferencia sobre el Nexo entre Agua,
Energía y Seguridad Alimentaria “Soluciones para la Economía Verde” (Bonn, Alemania, 16 al 18
de noviembre de 2011). Esta metodología de análisis y gestión se fundamenta en la necesidad de
describir, analizar y manejar las interdependencias e interconexiones que los sectores del agua, de
la energía y de la alimentación inevitablemente tienen entre sí, con el objetivo de superar su gestión y
gobernabilidad fragmentadas y, con ello, reducir las ineficiencias, conflictos e incidencias negativas
derivadas de esa falta de integración y coordinación. Esto permitirá aprovechar de mejor manera las
sinergias entre los tres sectores incrementando la seguridad hídrica, energética y alimentaria, todo
ello en un marco de crecimiento, igualdad y sostenibilidad ambiental, tal como lo plantea la Agenda
2030 para el Desarrollo Sostenible.
La principal premisa del enfoque del Nexo es que, en las actuales condiciones de alto
nivel de aprovechamiento de los recursos naturales y elevados impactos antrópicos asociados, los
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
sectores del agua, la energía y la alimentación están cada vez más interconectados y son cada vez
más interdependientes. En consecuencia, las decisiones tomadas en un sector afectan a las políticas
seguidas en los otros. Por esta razón, un mejor manejo de estas interrelaciones e interdependencias
sería una herramienta sumamente útil frente a los desafíos del cambio climático y otras amenazas
ambientales, las crecientes demandas de la economía globalizada y una población cada vez mayor.
Este manejo es un gran desafío, especialmente en nuestra región de América Latina y el Caribe,
que se caracteriza por una fuerte dependencia de sus economías del aprovechamiento intensivo
de los recursos naturales que requieren grandes cantidades de agua para su desarrollo y, al mismo
tiempo, por la debilidad, informalidad e insuficiente desarrollo de los sistemas de gobernabilidad de
dichos recursos, en especial del agua. Cabe agregar que los debates en torno a la formulación o
reforma de las leyes de aguas y de servicios públicos a ella vinculados son una buena oportunidad
para incluir la consideración del Nexo en los marcos institucionales y políticas públicas.
Con el objetivo de brindar al lector una puerta de entrada a la vasta producción de la CEPAL
en materia de gobernanza y gestión de los recursos hídricos, desafíos hídricos, prestación de
servicios públicos de agua potable y saneamiento, y manejo del Nexo entre el agua, la energía y la
alimentación, este documento se estructura en tres grandes capítulos:
Fuente:
Parte A. M. Solanes y A. Jouravlev (editores) (2005), Integrando economía, legislación y
administración en la gestión del agua y sus servicios en América Latina y el Caribe
https://bit.ly/3pZPSZo
Parte B. A. Dourojeanni, A. Jouravlev y G. Chávez (editores) (2002), Gestión del agua a nivel de
cuencas: teoría y práctica
https://bit.ly/3fABNfX
Parte C. H. Peña (2016), Desafíos de la seguridad hídrica en América Latina y el Caribe
https://bit.ly/3fL3Zgw
Parte D. L. Martín y J. Bautista Justo (editores) (2015), Análisis, prevención y resolución de
conflictos por el agua en América Latina y el Caribe
https://bit.ly/37e6m7x
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Introducción
Los objetivos de este primer capítulo son, por un lado, introducir conceptos clave en la gobernanza
(o gobernabilidad) del agua, así como en su gestión, considerando los usos y servicios múltiples
de este patrimonio natural. Específicamente, el propósito de este análisis es:
20
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Preámbulo
1. La gobernabilidad del agua
a) Marco conceptual
El concepto de gobernabilidad aplicado al agua se refiere a la capacidad de la sociedad de movilizar
energías en forma coherente para el desarrollo sustentable de los recursos hídricos. En dicha
definición se incluye la capacidad de diseño de políticas públicas que sean socialmente aceptadas,
orientadas al desarrollo sustentable de los recursos hídricos, y de hacer efectiva su implementación
por los diferentes actores involucrados. El nivel de gobernabilidad de una sociedad en relación con
la gestión del agua, se ve determinado, entre otras, por las siguientes consideraciones: (i) el grado
de acuerdo social (implícito o explícito) respecto de la naturaleza de la relación entre el agua y la
sociedad; (ii) la existencia de consensos sobre las bases de las políticas públicas que expresan
dicha relación; y (iii) la disponibilidad de sistemas de gestión que posibiliten efectivamente, en un
marco de sustentabilidad, la implementación de dichas políticas.
a) La ineficacia de la administración
Parte fundamental de la pérdida de credibilidad de las instituciones públicas se debe a que no han
sido capaces de satisfacer necesidades concretas de la población en lo que se refiere a demandas
por servicios de utilidad pública, especialmente los de agua potable y saneamiento2.Muchas
veces, estas debilidades son el resultado de prácticas de gestión obsoletas e ineficientes; del
intervencionismo político, entendido como la participación de actores públicos en las decisiones
gerenciales, operativas, financieras o económicas de la administración, con fines políticos de corto
plazo u oportunistas; de la falta de recursos financieros y humanos; o de un mal diseño institucional
(no existencia de facultades y poderes claros, confusiones de roles, ausencia de mecanismos de
resolución de conflictos y otros).
De este modo, las organizaciones encargadas del recurso no tienen en muchos casos, ni
capacidad de inventario ni de gestión, problema que frecuentemente se agrava a nivel local como
resultado de descentralizaciones sin un adecuado análisis de las capacidades existentes. Así,
la calidad de los arreglos institucionales del sector hídrico en algunos países de la región no se
compadece con la importancia que requieren la asignación del agua y la prestación de los servicios
de utilidad pública a ella vinculados. En gran medida, esto es el resultado del prejuicio respecto del
rol del Estado, prejuicio que ha afectado negativamente las instituciones públicas a escala global.
2 Cabe recordar que, en los países de la región, unos 60 millones de personas (11% de la población) no tienen acceso
a los servicios de agua potable, y casi 140 millones (25%) a los de saneamiento (OMS/UNICEF, 2005). Además, en
general, la calidad y la confiabilidad de los servicios no son adecuadas, la infraestructura se encuentra en mal estado
y muchas de las soluciones, especialmente en materia de servicios de saneamiento, son precarias.
3 Por ejemplo, Sappington (1993) sugirió que, para asegurar el compromiso regulatorio, podría ser aconsejable dificultar
la medición de la rentabilidad real —por ejemplo, desarrollando sistemas contables que reduzcan la visibilidad de las
utilidades o alentando la integración vertical o la diversificación por parte de las empresas reguladas, de modo que
puedan reducirse las utilidades observables aplicando precios de transferencia “creativos”. Estas opiniones sorprenden
considerando la importancia de un adecuado acceso a la información, tanto en la regulación tradicional (Phillips,
1993) como en la teoría económica moderna (Laffont y Tirole, 1993), en la que la regulación económica se entiende,
fundamentalmente, como un problema de control en un marco de asimetría de la información entre el regulador y las
empresas reguladas (Laffont, 1994).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
En este contexto, la referencia a la sociedad civil pierde parte de su sentido, pues desaparece
el prerrequisito fáctico para el funcionamiento de aquélla. Esta situación de asimetría puede conducir
a asignaciones injustificadas de derechos de agua; desconocimiento de aprovechamientos de grupos
autóctonos; promoción de proyectos con impactos económicos globales negativos, pero con beneficios
sectoriales; regímenes de servicios y garantías que no incentivan eficiencia en la prestación de los
servicios de utilidad pública vinculados al agua, por mencionar los casos más notorios.
Esta necesidad de balance ha sido un tema fundamental en el agua, donde la falta de equilibrio
entre variables ambientales, sostenibilidad económica y la dimensión sociopolítica, lleva a la crisis
de gobernabilidad (Corrales, 2002). Por otra parte, esta débil presencia de la sociedad civil con
frecuencia tiende a ser sustituida por grupos pequeños pero activos, de escasa representatividad
en el conjunto de la sociedad, los cuales no están en condiciones de generar visiones comprensivas
de los problemas existentes, limitándose muchas veces a reproducir mensajes descontextualizados
generados en realidades muy distintas.
24
En relación con esta materia es importante recordar que, históricamente, las sociedades
al enfrentar grandes desafíos hídricos han estructurado sistemas de gobierno efectivos, derivados
de la necesidad de controlar el agua tanto para su defensa como su aprovechamiento y tanto a
nivel nacional como local. Son bien conocidos los casos de China y Egipto en la antigüedad, los
programas de desarrollo del oeste de los Estados Unidos, las autoridades locales de los Países
Bajos y el desarrollo de instituciones de cuenca en España. En América Latina, las necesidades
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
demanejo del agua, particularmente en zonas áridas con riego, devinieron en la creación de entidades
de manejo y en la consolidación de estructuras de usuarios que se hicieron cargo de algunos de los
servicios asociados con una gobernabilidad efectiva del agua. También es bien conocido el caso
de las cooperativas de usuarios en países como Argentina y Ecuador.
Esto pareciera indicar que el agua tiene un potencial —derivado de sus propias necesidades
de manejo y de lo vital de sus servicios— de generar formas propias de gobernabilidad, aun dentro
de contextos con grandes problemas de gobernabilidad general. Además, es importante tomar en
consideración los siguientes hechos:
• Existe una creciente conciencia de la opinión pública, que se refleja en numerosas declaraciones
realizadas tanto en el ámbito internacional como local, de la importancia del agua para el
futuro de la humanidad. En el desarrollo de dicha conciencia, no ha sido menor el impacto de
la difusión al público de las conclusiones de los distintos foros y otros eventos internacionales,
así como la constatación cotidiana y creciente de numerosos conflictos asociados a los
recursos hídricos que trascienden a la opinión pública. Esta situación hace una década no
existía, y se puede comprobar con claridad al comparar los resultados de la Conferencia de
las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Rio de Janeiro, Brasil, 3 al 14
de junio de 1992) con los de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible (26 de agosto
al 4 de septiembre de 2002, Johannesburgo, Sudáfrica).
• Un segundo elemento que favorece los esfuerzos en orden a mejorar los niveles de
gobernabilidad del sector hídrico, es la creciente convicción de la necesidad de una reforma
del Estado, como consecuencia de las mayores exigencias de la ciudadanía en su calidad
de beneficiaria de su actuación y de demandante de servicios.
• Finalmente cabe hacer presente que la gestión del agua, por su carácter ineludiblemente
26 social, estrechamente ligada a la satisfacción de necesidades básicas para la vida, constituye
también un campo propicio para fortalecer la estructura social desde sus bases y muchas
veces, en el mediano o largo plazo se constituye en un catalizador de la cooperación,
más allá de los conflictos ideológicos que hacen difícil la solución de problemas en otros
ámbitos de la sociedad.
Aparentemente, en China el agua era un elemento dentro del concepto de armonía universal,
sujeta al control público. La realización de deberes individuales con relación al agua, satisfaría el
bien más importante para el sistema social. En la ley musulmana más antigua, el agua era atributo
común de todos los musulmanes (le Cheik, 1898). Similarmente, en la antigua ley hindú, el agua poseía
una naturaleza fluida y purificadora, y no podía convertirse en un objeto de apropiación (Wohlwend,
1976). Curiosamente, en la ley romana, las aguas terrestres no eran incluidas dentro del concepto de
recursos comunes, sino que eran públicas o privadas. La distinción estaba basada en la magnitud,
perennidad y la opinión de los habitantes locales (“existimatio circumcolentium”) (Bonfante, 1929).
Sin embargo, cualquiera sea la categorización de cualquier cuerpo específico de agua, el hecho
central para el propósito de esta discusión es que, en la ley, agua dulce terrestre era considerada 27
lo suficientemente importante, escasa y útil, como para ser poseída pública o privadamente. Aquí
encontramos una temprana indicación de que al agua le fue otorgado, aunque implícitamente, un
valor económico.
En el pasado, la naturaleza jurídica del agua varió con el clima. Las distinciones entre zonas
áridas y semiáridas y zonas húmedas empezaban desde el momento mismo en que se determina
qué aguas son de dominio público y qué aguas son de dominio privado. En orden a ejemplificar
esta diferencia en términos históricos, es útil tener presente que, en el derecho de aguas francés
medieval, las aguas públicas o propiedad de la corona, eran sólo las navegables, es decir aquellas
que tenían relevancia económica o vital. Siendo un país relativamente húmedo, Francia del medioevo
no estimó relevante integrar las aguas no navegables en el dominio público, pues no había elementos
de escasez y competencia de usos que hicieran necesario un control detallado y cuidadoso. Nos
referimos al periodo 1669-1789 (Spota, 1941)5. En España, por el contrario, a partir del siglo XIII,
con Las Siete Partidas del Rey Don Alfonso El Sabio, los ríos se consideran públicos, sin distinguir
entre navegables y no navegables. España es en términos relativos un país más árido que Francia.
Al presente, esta distinción según el clima ya no es tan relevante, pues el agua pertenece
en general al dominio público, sea en países húmedos o áridos, con excepciones menores. Esto
evidencia que el régimen de uso de las aguas, y la competencia por las mismas, crean bienes escasos
en relación a ellas, escasez que no sólo se expresa en cantidades absolutas, sino también en la
calidad y el régimen (oportunidad) del recurso. Sin embargo, el ejemplo anterior es relevante para
ilustrar cómo las características climáticas llegaron a influir en la titularidad pública o no del recurso.
4 Los conceptos de bien común, público y privado ante la ley, no coinciden exactamente con los conceptos análogos en
la teoría económica.
5 Se debe aclarar que hay autores franceses que discuten el alcance de esta distinción.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Vale la pena destacar que en algún momento en la región se trató de sustituir la noción de
dominio público por la de patrimonio del Estado. Así se propuso en un proyecto de ley de aguas para
Perú, en los comienzos de los años noventa. Esta terminología se considera imprecisa y además
hace peligrar la dominialidad pública del agua, dado que patrimonio es un término ambiguo que
incluye bienes de dominio privado y público del Estado6. Con esta tesis coinciden autores franceses,
cuando comentan la ley de aguas de Francia de 1992 (Gazzaniga, 1993).
6 Es conveniente seguir con la terminología tradicional que establece que las aguas integran el dominio público del Estado o
de la nación toda (CEPAL, 1995). Ésta es, entre otras, la terminología de la legislación argentina, chilena (bienes nacionales
[cuyo dominio pertenece a la nación toda] de uso público), Ecuador y España. Es también la terminología de los estados
norteamericanos. Esta terminología tiene características precisas, de entendimiento universal conforme a la ciencia del
derecho. El término patrimonio de la nación tiene un significado menos preciso. Si por él se entiende el dominio de la
nación toda (Chile), inalienable e imprescriptible (Ecuador), el dominio público hidráulico (España) o el dominio público
del Estado (Argentina), es conveniente seguir con la terminología convencional para evitar problemas de interpretación
y juicios en el futuro. Si no se entiende lo mismo, hay que determinar precisamente qué significa, a efectos de que el
legislativo no se encuentre súbitamente que ha alienado los derechos públicos sobre el agua en forma inadvertida.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
7 En el diseño institucional de los derechos de agua, es conviene distinguir dos grupos de normas: las normas
estructurales, que determinan la estabilidad y la flexibilidad de los derechos que se entregan a los agentes económicos
sobre las aguas, y tienen por objetivo asegurar la inversión privada en el desarrollo del potencial económico del
recurso; y las normas regulatorias, que reflejan las características físicas, químicas y biológicas del recurso, y tienen
por objetivo asegurar el uso eficiente y ordenado del agua, la preservación de su capacidad de producción, su rol
ecológico, y prevenir la constitución de monopolios y la especulación (CEPAL, 1995). El desafío es encontrar el
balance adecuado entre las normas estructurales y regulatorias. Por un lado, las normas estructurales no deben
resultar en monopolios, especulación o deterioros sociales y ambientales, mientras que por el otro, las regulatorias
no deben ahogar el sistema económico ni perpetuar los patrones de uso anticuado que se oponen a la asignación
eficiente de los recursos hídricos.
8 En 1869, la legislatura del estado de Illinois otorgó derechos al ferrocarril sobre el lecho del lago Michigan (CEPAL,
1995). Cuatro años más tarde la legislatura revocó la ley en base a la cual se otorgaban derechos sobre el lecho del
lago. El ferrocarril argumentó que esta revocación de la ley afectaba sus derechos de propiedad, resultantes de la ley
anterior. La Suprema Corte de Estados Unidos declaró que la primera ley era inválida puesto que violaba el principio
de la tutela pública bajo la cual el estado de Illinois tenía sus derechos de propiedad sobre el lecho del lago. Esta tutela
no es renunciable por el Estado a través de la transferencia de propiedad. Este caso es sumamente interesante, puesto
que sus principios podrían ser aplicados a casos en los cuales la manera funcional de otorgamiento de derechos sobre
aguas equivalga a una alienación y transferencia del dominio público sobre el agua. Este principio de tutela pública ha
sido también aplicado con motivos ambientales.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
En algunas zonas áridas, como Arizona, en Estados Unidos, el Estado puede imponer límites
al monto de agua a utilizar por cada usuario, aunque los derechos de agua sean más amplios que
el máximo volumen de agua que se permite utilizar en el caso concreto. Estas medidas se aplican
a aguas subterráneas y a aguas superficiales utilizadas conjuntamente con aguas subterráneas. En
lo que hace a la agricultura, los montos asignados son determinados asumiendo que se utilizaran
técnicas de conservación. En otros sistemas, como el Francés (relevante a fin de ejemplificar) los
derechos tienen la posibilidad también de ser modificables por razones de interés público9. Queda
entonces claro que los derechos de agua son en algunos sistemas de avanzada, definibles en
términos de usos eficientes y ambientalmente no negativos, más que en término de volúmenes.
Finalmente, la sequía o falta de agua relativa a la demanda existente, plantea la necesidad de
redefinir los derechos de agua en épocas de escasez. Se pueden recurrir a dos sistemas básicos:
disminución a prorrata de todos los derechos o eliminación de los más modernos en favor de los más
antiguos. Ambos sistemas se practican en distintos lugares del planeta y ambos tienen partidarios
y críticos en función de su eficiencia económica, equidad social y viabilidad política.
La racionalidad detrás del principio ha sido construida precisa y claramente por las autoridades,
jueces y legislación de los Estados Unidos. Una declaración típica de la regla del uso efectivo y
30
beneficioso es: “el uso beneficioso es la base, la medida, y el límite de todos los derechos de usos
de agua … consistente con el interés del público en el mejor uso del agua” (Beck, 1991). Una idea
común era que la cantidad de agua debía ser no más que la necesitada, siendo la preocupación la
posibilidad de “conferir un monopolio absoluto a un solo individuo” (Beck, 1991).
La forma de incorporación de estas condicionantes tiene consecuencias profundas en relación
con la gobernabilidad efectiva de los recursos hídricos. En efecto, la monopolización a través de la
creación de barreras de entrada resultantes del control de los insumos esenciales de producción y
recursos naturales, son conocimiento común en la literatura económica (Sullivan, 1977). La existencia
de mercados de agua no alivia la situación, ya que de hecho “los insumos cruciales de este tipo no
son usualmente transados en mercados competitivos” (Armstrong, Cowan y Vickers, 1994).
Aún más, para grandes usuarios institucionales, los incentivos para vender derechos
de agua, sin la penalidad de caducidad por no uso, son insignificantes en comparación con las
ventajas estratégicas de controlar un insumo de producción clave, dentro de las políticas de poder
de mercado de prácticas corporativas. La experiencia chilena en la emisión de derechos de agua
no condicionados, es una validación aparente de los presentimientos detrás de los requerimientos
de uso efectivo y beneficioso, ya que ha producido un efecto negativo sobre el mercado de aguas
y sobre las asignaciones eficientes de los recursos hídricos (Bauer, 1995).
Es interesante destacar que, a raíz de estos problemas, distintas instancias judiciales y
administrativas han tomado varias decisiones sobre el sistema chileno de derechos de agua. Así,
el Tribunal Constitucional ha reconocido el derecho del Estado para regular las condiciones de los
9 Esto coincide con las posturas de algunos tratadistas norteamericanos, como por ejemplo, Sax (1989), y fallos en
los cuales se argumenta que el interés público condiciona el ejercicio de los derechos privados en agua, que no
son derechos asimilables a derechos sobre mercaderías ordinarias, y que pueden ser modificados sin compensación
según sean las orientaciones del interés público.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
d) Mercados de aguas
Si el tema de la asignación del agua es importante, el de su reasignación se convierte en fundamental
a medida que los recursos son más escasos en relación con la demanda. La apropiación original tiene
que ser reemplazada por transferencias a medida que las fuentes se agotan. Esto hace que los países,
para satisfacer demandas en aumento, deban optar entre resolver la cuestión de la reasignación
a través de mecanismos administrativos o por la creación de mercados de agua. El uso de estas
alternativas ha sido motivo de numerosos debates en la región, lo que, junto con dar cuenta de la
trascendencia del tema para la adecuada gestión del agua, refleja por una parte la insuficiencia de las
respuestas convencionales (reasignación administrativa), y por otra, las dificultades de implementar
una alternativa distinta (mercados) que en ocasiones presenta una profunda contradicción con
prácticas y conceptos arraigados.
32
2. La dependencia jerárquica del sector
y la estructura institucional
La estructura institucional responsable de la formulación de políticas públicas, de la asignación y
gestión de las aguas y de la fiscalización de los aprovechamientos, juega un rol importante en la
implementación de un sistema de desarrollo de aguas sostenible y, en general, en la gobernabilidad
efectiva del sector. En América Latina y el Caribe, los caminos adoptados por los distintos países
difieren grandemente, con resultados también diversos.
Las experiencias más interesantes de la región en las últimas décadas han sido las de México,
donde la Comisión Nacional de Agua (CNA) es el foco institucional para los recursos de agua; y
Brasil, donde se ha creado recientemente la Agencia Nacional de Aguas (ANA) con el propósito
principal de superar los conflictos tradicionales y las limitaciones impuestas por un sistema en donde
el agua ha sido hasta ahora encargada a ministerios funcionales. Otros ejemplos de organizaciones
no usuarias, o por lo menos no vinculadas a sectores específicos de usuarios de aguas, son el
Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial de Colombia, el Ministerio del Ambiente y
de los Recursos Naturales (MARNR) de Venezuela, la DGA del Ministerio de Obras Públicas (MOP)
de Chile, y la Autoridad de Recursos Hídricos (Water Resources Authority – WRA) de Jamaica.
El Banco Mundial (1993) pone énfasis además en la necesidad de separar la formulación de
políticas públicas, planificación y funciones reguladoras de funciones operacionales en cada nivel del
gobierno. Así, el Banco Mundial concuerda con la Comisión Nacional de Agua (NWC) de los Estados
Unidos, que en 1972 ya estaba recomendando que “la planificación de políticas y la planificación
sectorial deben estar separadas de la planificación funcional, diseño y construcción, y operación por
parte de agencias de acción” (NWC, 1972). En América Latina y el Caribe, esta separación funcional
es poco habitual, sin embargo, ella ha resultado exitosa cuando ha sido aplicada. Ese es el caso
de Chile, que desde 1969 mantiene una clara diferenciación de roles en la estructura institucional
del Estado, lo que le ha permitido evitar la distorsión de la función reguladora y generar un sistema
que da claras señales a los distintos agentes, sean ellos públicos o privados, acerca de la escasez
relativa de los recursos hídricos.
Otras importantes características que se estiman indispensables para que la autoridad hídrica
dé adecuada gobernabilidad al sector, se refieren a que tenga un elevado nivel jerárquico, permita la
consolidación de las múltiples facultades y responsabilidades relativas a la gestión del agua, tenga
una capacidad administrativa real y disponga de una autonomía efectiva.
Otro aspecto importante es que, dadas las complejidades técnicas de gestión del agua, un buen 33
número de países respetan los criterios administrativos en cuestiones que requieren conocimientos
profesionales específicos. Así, en la opinión de la Corte Suprema del Estado de Nebraska, “las
cuestiones de hecho deben ser determinadas en primera instancia por los funcionarios a cargo de la
administración del agua … esta conclusión técnica sobre hechos es final … a menos que aparezca
irracional o arbitraria” (Trelease, 1974).
Esta consideración es particularmente cierta con respecto a la creación de entidades de
administración con capacidad de adjudicación de conflictos entre particulares. Esto es importante
no sólo por capacidad técnica, sino además por la necesidad de expeditividad y de contar con un
sistema de bajo costo para resolver conflictos entre usuarios con diversos medios económicos. La
tesis de que los usuarios resuelven conflictos de mutuo acuerdo, no se compadece con la realidad
de que los usuarios poderosos que se benefician del statu quo no tienen incentivos para negociar, en
defecto de una instancia administrativa compulsiva de bajo costo accesible a todos los usuarios10.
En el estado de California, ha sido sugerido que los aumentos en efectividad y neutralidad de las
instituciones de supervisión, son una de las condiciones que llevan a la formación de mercados de
agua (Haddad, 1996).
Sin embargo, algunos sistemas, como el de Chile de 1981, habían elegido limitar los roles
administrativos en asuntos relacionados al agua. Como resultado de esto, muchos de los conflictos
10 En Chile, de acuerdo con Peña (2004), “con frecuencia los usuarios recurren a la DGA para que ejerza de hecho una
labor de árbitro para lograr acuerdos entre partes en conflicto, función no contemplada en la legislación vigente pero
que corresponde, por una parte, a la necesidad de tener instancias de resolución anteriores a los tribunales y, por otra,
a la tradicional imagen de imparcialidad que mantiene la autoridad pública. Por otra parte, en las ocasiones que un
usuario ha entrado en conflicto con la directiva de su organización, aún contando con un informe favorable de la DGA
y con resultados en el mismo sentido en los tribunales, ha sido prácticamente imposible revertir situaciones en plazos
que sean adecuados a la naturaleza de los problemas planteados”.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
de agua han ido a cortes y juzgados superiores, cuyos desempeños han sido bastante erráticos,
justamente por falta de conocimientos técnicos (Bauer, 1995)11. Briscoe (1996) sugiere que la
jurisdicción administrativa en Chile tenga mayores poderes —a semejanza de la provincia de Mendoza,
Argentina— para decidir administrativamente conflictos entre particulares12. La reforma del Código de
Aguas de Chile, también significó una revisión realista de las iniciativas que, en teoría y de acuerdo
a la legislación de 1981 debían tomar los particulares en defensa de sus intereses, pero que en la
práctica se comprobó que estaban incapacitados de asumir, por las restringidas posibilidades de
información y de estudio de materias complejas que tienen en la mayoría de los casos (Peña, 2005)13.
Algunos países, como Chile, han implementado con éxito sistemas de subsidios directos a
la demanda focalizados en los sectores de bajos ingresos. Sin embargo, en muchos otros países,
11 Las “características de las acciones judiciales y la falta de preparación especializada de muchos jueces, transforma los
juicios en un evento extremadamente impredecible, lento y de alto costo, contribuyendo todo ello a que los interesados
eviten en lo posible recurrir a dicha instancia, en especial aquellos de menor poder económico” (Peña, 2004).
12 La reforma del Código de Aguas de Chile ha fortalecido la institucionalidad de la administración pública del agua.
Entre otras cosas, se establece que la DGA tiene la obligación de considerar los aspectos ambientales en el proceso
de constitución de los nuevos derechos y, en especial, de determinar caudales ecológicos y resguardar la gestión
sustentable de los acuíferos (Peña, 2005). A este ultimo respecto, la reforma convalida el sentido del fallo sobre aguas
subterráneas de la Corte Suprema de Chile, donde se reconoce el derecho y deber que la administración tiene en
imponer adecuados controles a la sobreexplotación de los acuíferos. De igual forma, ese es el sentido de las nuevas
atribuciones de la administración que permiten impedir directamente la construcción de obras sin autorización en los
cauces, incorporar restricciones en la explotación de los acuíferos para garantizar su sustentabilidad y generar bases
de datos con los derechos de agua, para facilitar la generación de un activo mercado de aguas. Adicionalmente, el
cuerpo legal aprobado entregó nuevas atribuciones al Estado ante eventos críticos como las sequías.
13 En Chile, en cuanto a la gestión de las aguas subterráneas, el Código de Aguas de 1981 contemplaba que la DGA podría
adoptar medidas de protección sólo a petición de los afectados. De acuerdo con Brown (2005), en “la práctica, ninguna
de estas normas del Código de Aguas ha sido usada, porque no ha habido iniciativas de los usuarios para solicitarlo
a la DGA … y esta institución no está facultada legalmente para tomar la iniciativa al respecto, aún cuando hay varias
situaciones de acuíferos … que han ido manifestando en las últimas décadas, que hubieran ameritado la aplicación de
acciones de este tipo. Parecería ser muy difícil que un usuario (o usuarios) de un acuífero persista en una petición de
este tipo, que en definitiva le va a significar a él mismo alguna restricción en el ejercicio de sus derechos; parece mejor
solución para él profundizar su pozo y seguir explotando su caudal completo aunque esto signifique un mayor costo
para él … Así también la acción de una institución del Estado como la DGA se mantiene alejada de la gestión del agua
subterránea en un acuífero. Así también se evita que la DGA exija a los usuarios de agua subterránea la instalación
de sistemas de medición periódica de la situación de aguas subterráneas y de los caudales explotados, y exija la
información al respecto”.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
resulta difícil implementar esta alternativa, por las debilidades del propio Estado. Esto se debe a que,
para la aplicación efectiva de subsidios de este tipo, debe cumplirse una serie de condiciones previas
y necesarias de organización financiera y administrativa del Estado, condiciones que están lejos
de estar presentes en muchos países. Entre estas condiciones se puede mencionar las siguientes:
(i) voluntad política; (ii) un sistema fiscal capaz de generar los recursos suficientes, aún en tiempos
de crisis; (iii) capacidad administrativa de identificación, distribución y asignación; y (iv) capacidad
legal de seguimiento y monitoreo, y eventualmente, de rendición de cuentas y cumplimiento coactivo
(Solanes, 1999)14. Los casos de Cochabamba, Bolivia, con sus conflictos sociales, y de la ciudad de
Buenos Aires, Argentina, con su falta de previsión original para cobertura de los sectores marginados,
son ilustrativos de este serio rezago.
Recuadro I.1
Problemas que afectan la aplicación de los subsidios cruzados en los servicios de agua
potable y saneamiento en los países de la región
La respuesta tradicional a los problemas que plantea la escasa capacidad de pago de grupos importantes de la
población fueron los subsidios cruzados entre los usuarios que tienen mayor capacidad económica y los de bajos
ingresos, dentro de la misma zona de servicio. Si bien este tipo de redistribución no satisface criterios ortodoxos de
asignación eficiente de recursos, ha sido una solución pragmática a problemas comunes.
14 Además, es importante tener presente que, en Chile, este subsidio forma parte integral de un sistema más amplio de
focalización de programas sociales del Estado. Un sistema similar pero limitado exclusivamente a los servicios de agua
potable y saneamiento puede resultar costoso en relación con los beneficios (Yepes, 2003), y además no justificarse en
zonas con altos niveles de pobreza.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
En Chile, en cambio, la reciente reforma del Código de Aguas parte de la base que, sin perjuicio
de las consideraciones ambientales y de la reserva de caudales en función del interés general, en
la práctica, en la gran mayoría de los casos, el criterio de asignación entre distintas solicitudes será
estrictamente económico, considerando que desde la perspectiva del país es beneficioso destinar
los recursos hídricos escasos a aquellas actividades que presenten una productividad por metro
cúbico de agua más elevada (Peña, 2005). Cabe señalar que, a diferencia de otros países, en Chile
existe consenso en que resulta inconveniente dar preferencias a los requerimientos de un determinado
sector, porque se asume que ello favorecería la ineficiencia y no daría señales adecuadas a los
usuarios de agua sobre la escasez relativa del recurso.
15 Por ejemplo, de acuerdo con Rosenberg (2002), el maíz norteamericano se comercia internacionalmente con subsidios
que permiten venderlo a un 20% del costo de producción.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
norteamericano19, en general es notable20. Uno de los mejores ejemplos de esta clase de enfoque
balanceado, es la decisión del Juez Holmes determinada por prudencia y equidad “entre Scylla y
Charybdis”: “Por un lado si una franquicia significa que la ganancia más alta que se puede obtener
libre de competencia, es protegida por la garantía constitucional de la propiedad, entonces el
poder de regular es nulo. Por otro lado, si el poder de regular elimina totalmente la protección de la
propiedad, entonces ésta es inexistente. Esto no es materia de teoría económica, sino de interpretación
equitativa de un trato. Ninguna de las interpretaciones extremas pueden haber sido consentidas.
Un punto medio entre ambas debe ser alcanzado” (Corte Suprema de los Estados Unidos, 1912a).
Cabe agregar que, en ciertos casos, las cortes norteamericanas han resuelto que a fin de
determinar cuando hay pérdidas, se debe verificar los ingresos no sólo de actividad regulada, sino
también de sus negocios asociados no regulados pero vinculados a la actividad principal (criterio
de efecto total) (Corte Suprema de los Estados Unidos, 1896, 1942, 1979 y 1989).
La situación actual de América Latina y el Caribe, parece no otorgar este tipo de enfoque
razonable, pragmático, comprensivo y flexible a los derechos y contratos. Por el contrario, el “statu
quo” de la actual legislación de aguas y de servicios de utilidad pública y acuerdos para la protección
a la inversión, enfatizan la seguridad unilateral y contractual, aún si el contexto de las condiciones
cambia. En este sistema, algunos argumentan que existe confiscación cuando alguien tiene que
aceptar una ganancia más baja que la esperada, aún si existe rentabilidad. Así, no es extraño ver
que los titulares de servicios de utilidad pública tienen garantizados retornos, tasas de cambio y
tasas de interés. Esto sucede a pesar de que esta clase de garantías puede eliminar los beneficios
de la participación del sector privado, suprimiendo incentivos para seleccionar y manejar programas
y proyectos en forma eficiente (Thobani, 1999).
Además, estas garantías imponen en los hechos serios pasivos contingentes en los presupuestos
nacionales. También crean dos clases de actores económicos: los que tienen todas las garantías
38 a despecho de cambios en circunstancias, y aquellos, usualmente ciudadanos ordinarios, que no
tienen ninguna. Sin embargo, no ocurrió lo mismo en otros países, como en los Estados Unidos en
la depresión de 1929, donde las cortes reconocieron una declinación en las tasas de interés y las
ganancias de las empresas en todo el país en tiempos de crisis, y eran anuentes a aceptar tasas de
retorno más bajas en los servicios de utilidad pública (Phillips, 1993). Esto exige un doble trabajo,
por un lado, ajustar los procedimientos a la naturaleza de los problemas, y por el otro, ajustar las
soluciones a los antecedentes para casos similares.
Así, las nuevas modalidades de coordinación de las actividades de servicios de utilidad
pública plantean dos tipos básicos de problemas que requieren de respuestas en términos de
esquemas regulatorios. En primer lugar, la racionalidad de las decisiones de los nuevos actores
privados (maximizar ganancias) no habrá de coincidir necesariamente con las finalidades sociales
globales a las que deben responder actividades tan básicas como las de los servicios de utilidad
pública (requerimientos de cobertura, calidad y costo) (Phillips, 1993). Por tanto, es necesario que
existan ciertas disposiciones y mecanismos regulatorios que impidan apartamientos significativos
entre aquella racionalidad y esas finalidades sociales básicas.
En segundo lugar, buena parte de las actividades de servicios de utilidad pública no tienen
naturalmente las características adecuadas para que actúen los mecanismos propios de los mercados
19 “El concepto de retorno razonable de la Suprema Corte es en realidad una noción de zona de razonabilidad. La
confiscación es el límite inferior. La explotación de los usuarios es el límite superior. Si el retorno es razonable éste
debe caer entre estos límites. Claramente, las ganancias requeridas no pueden estar representadas por una suma
específica, ni determinadas por una fórmula precisa. Más bien variarán conforme a las condiciones económicas de
ambas, la compañía y la economía” (Troxel, 1947).
20 De acuerdo con Rogers (2002), “el pragmatismo de las escuelas anglosajonas de pensamiento, cuyo empiricismo las
aconseja cuando se tratan los problemas de gobernabilidad de aguas … la experimentación con derechos a través del
tiempo ha llevado a los Estados Unidos a enfoques flexibles en materia de gobernabilidad. Este enfoque permite ajustes
cuando las condiciones económicas y sociales cambian, porque no aspira a desarrollar instituciones que cubran de
una sola vez todas las eventualidades posibles”.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
competitivos. En tales actividades, el “ámbito de acción del mercado” debe ser construido por medio
de la reorganización productiva y a través de mecanismos institucionales y regulatorios. La calidad
no sólo de los mercados, sino además de la regulación, depende del contexto discreto donde se
insertan y de las actitudes y hábitos de la población específica, un hecho que frecuentemente se
ignora al hacer recomendaciones con supuestos efectos universales.
En tal sentido, vale destacar que si bien los países de la región han recibido una cantidad
significativa de asesoramiento internacional, poca ha sido la información sobre aspectos regulatorios
interdisciplinarios operativos, particularmente la dinámica doméstica legal de la regulación en
sistemas maduros con una larga tradición en la prestación de servicios de utilidad pública por el
sector privado (Reino Unido, Estados Unidos, Francia). Así, para superar los problemas del sector
de agua potable y saneamiento (Corrales, 2003):
• Se “planteó la necesidad de la ‘desintervención política’ de los servicios a través de tres
instrumentos interrelacionados. En primer lugar, un nuevo Marco Legal que propiciara la
adecuada separación de roles asociados a la prestación de los servicios dentro de los
cuales se incluye los de rectoría, los de regulación y los de operación, y la creación de
instancias regulatorias independientes que garanticen el cumplimiento de las ‘reglas de
juego’ establecidas. En segundo lugar, una política y estructura de financiamiento sectorial
que pueda garantizar la sostenibilidad económico/financiera de los servicios a través de
una política de tarifas y subsidios acorde con los objetivos sectoriales y, por último, la
incorporación de operadores privados con el fin de mejorar la eficiencia de la prestación,
mejorar la calidad de los servicios y separar, suficientemente, la operación de las funciones
rectoras, reguladoras y contraloras, del Estado”.
• Sin embargo, a “pesar del esfuerzo realizado, la región continúa presentando un alto grado
de exclusión de los servicios. Lo que es más preocupante aún, la velocidad de superación
de los problemas de cobertura ha sido inferior y se ha ido consolidando una situación de 39
exclusión social en muchos países de la región”.
Obviamente, los problemas asociados a la regulación y provisión de servicios de utilidad pública
se presentan tanto en servicios de agua potable y saneamiento, como en los de electricidad y riego. Se
puede decir que los mismos se hacen presentes, con aspectos particulares, pero también con muchas
bases comunes, en todos los sistemas de prestación de servicios masivos a muchos consumidores
sin condiciones de competencia perfecta. Así, en la generación eléctrica, el diseño defectuoso de
sistemas de asignación del agua puede favorecer la concentración de derechos de agua en unos
pocos generadores, facilitando poder de mercado y creando barreras a la entrada y la competencia.
Los servicios de riego y drenaje, cuando provistos por empresas privadas, están normalmente
sujetos a regulación como si fueran servicios de utilidad pública (Solanes, 2001). En el mundo, hay
pocos ejemplos de compañías privadas proveyendo esta clase de servicios, y los que se pueden
encontrar, fundamentalmente en los Estados Unidos (Carey Act y Carrier Ditch Companies), indican que
las mismas tuvieron problemas graves, incluyendo incapacidad para financiar obras, sobreestimación
de recursos de agua disponible, errores de ingeniería y subestimación de costos (Davidson, 1991).
En cualquier caso, la regulación de estos servicios incluye el derecho del usuario a la continuidad
del mismo, a una asignación equitativa, y a la regulación de tarifas por las comisiones regulatorias.
Esta regulación es una consecuencia lógica de la posición monopólica del prestador (Davidson,
1991). La regulación y el control estatal se aplican aun al caso de compañías estatales, como Bas-
Rhône-Languedoc en Francia, donde las tarifas son aprobadas por el gobierno nacional, quien
además designa un comisionado, que tiene poder de veto (NU, 1972). Cabe agregar que, el desigual
poder entre entidades de riego y usuarios hace que, en general, sus decisiones, contabilidades,
gastos, y programas, sean cuidadosamente regulados, aun si las entidades consisten de usuarios,
y no tienen motivos de lucro.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
5. El dilema ambiental
Como se ha señalado, el tema ambiental ha adquirido en los últimos años creciente importancia en
la región y frecuentemente es motivo de situaciones altamente polémicas, que reflejan la inexistencia
de un consenso social acerca de la materia. Los problemas que se presentan están referidos a
la mantención de la demanda ambiental, a la contaminación de los ríos, lagos y acuíferos, y a la
construcción de grandes obras hidráulicas.
b) Control de la contaminación
En esta materia el déficit de la región es de una gran magnitud y su solución supone la implementación
efectiva de arreglos institucionales orientados a ese propósito y la derivación al tema de importantes
recursos financieros que compiten con otras inversiones de carácter social o productivo22. En
40 este sentido, junto con constatar una creciente conciencia acerca de la necesidad de corregir la
situación existente, resulta difícil identificar un mecanismo de financiamiento adecuado y aceptado
por la población. En el caso de la contaminación por aguas servidas urbanas ello es evidente, si
se consideran las dificultades para asegurar la sustentabilidad financiera de los servicios de agua
potable y saneamiento. Una situación parecida se presenta en relación con la contaminación por
residuos industriales, en especial, cuando se trata de industrias pequeñas o medianas con un bajo
desarrollo tecnológico. Otro aspecto que refleja las dificultades de construir una gobernabilidad
efectiva en esta materia, se refiere a las limitaciones de la administración para abordar temas tales
como la fiscalización y vigilancia de vertidos clandestinos, en especial a los acuíferos, y de controlar
la contaminación difusa.
21 Por ejemplo, en una gran parte de Chile, las “aguas están prácticamente todas asignadas, están todas en uso” (Figueroa,
1993). De hecho, varios ríos en el norte y centro del país, en muchos tramos, se secan durante los meses de estiaje
por las extracciones que efectúan los usuarios. Como en estas áreas los derechos de agua han sido otorgados en su
totalidad, “no es posible establecer exigencias de caudales ecológicos, salvo que el Estado expropiara los derechos…,
o bien abriera un poder comprador a través de una licitación … en caso contrario se estaría violando el derecho de
propiedad consagrado en la constitución” (Brown, 2005).
22 En 1962, se estimó que en los países de la región más avanzados en esta temática, sólo alrededor del 10% de los
sistemas de alcantarillado disponían de instalaciones de tratamiento de las aguas servidas (OPS, 1990). En general,
puede decirse que desde entonces, salvo algunos casos aislados, entre los cuales se destaca por su envergadura y
avance, el plan de saneamiento hídrico de Chile —como resultado de este plan, la cobertura de tratamiento aumentó
del 8% en 1989 a casi 72% en 2004, y se espera, además, que supere al 98% en 2010 (Chile/SISS, 2003 y 2005b)—
, la situación no ha cambiado significativamente en términos regionales, debido principalmente a los altos costos
de las instalaciones de tratamiento de las aguas servidas y el desfinanciamiento crónico del sector. Así, se estima
que en la actualidad solamente el 13,7% de las aguas servidas procedentes de las viviendas conectadas a redes de
alcantarillado, recibe algún grado de tratamiento, que a menudo es deficiente (OPS, 2001).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Así, por ejemplo, en Brasil, la Constitución y la Ley No 6001, “Estatuto do Índio” de 1973, 41
contienen normas a este respecto. En Chile, la Ley Nº 19.253 de 1993, establece normas sobre
protección, fomento y desarrollo de los indígenas, y crea la Corporación Nacional de Desarrollo
Indígena (CONADI). En Colombia, la Constitución y la Nº Ley 21 de 1991, reconocen derechos sobre
tierras tradicionalmente ocupadas y recursos territoriales.
Sin embargo, no todos los países de la región elaboran cuidadosamente una definición clara
de derechos y obligaciones de sectores interesados y del gobierno, ni de medios substantivos y
procedimentales para la defensa de intereses étnicos y consuetudinarios (véase el recuadro I.2). Los
resultados son situaciones de indefinición y ambigüedad que crean incertidumbres e inseguridad
legal, y además no se traducen en el respeto efectivo de los intereses protegidos.
El problema se agrava por la incapacidad o falta de voluntad o medios que muchos grupos
tienen para apelar a la legislación común para proteger o consolidar sus derechos. Debe destacarse
que existe una notable diferencia en la manera en que se regulan los derechos de la población
aborigen en los países de la región de habla hispana y en los Estados Unidos y Canadá23. En el
primero de estos países, las decisiones judiciales han acordado en forma operativa altísima prioridad
al derecho indígena, que el derecho vigente respeta y hace aplicar.
La debilidad de los sistemas de protección de usos, abarca usos con derivación, es decir
extractivos, y usos sin derivación, es decir usos in situ o en su propio caudal, asociados al régimen
natural de las aguas. Estos incluyen actividades tales como la pesca, o el abrevadero, o aún el uso
de pastizales resultantes de la ocurrencia de aguas. El caso más frecuente es la destrucción de
23 Así, por ejemplo, los jueces canadienses han resuelto que los tratados y leyes deben interpretarse en forma equitativa,
amplia y liberal en favor de los indios (CEPAL, 1995). La Corte Suprema de los Estados Unidos ha sustentado una
interpretación similar diciendo que “sería extremo creer … que … (el Congreso) tomó de los indios los medios para
continuar sus viejos hábitos de vida … y sin embargo no les dejó el poder de cambiar a hábitos nuevos” (Corte Suprema
de los Estados Unidos, 1908).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Recuadro I.2
Condiciones legales para reconocer los derechos indígenas de agua
Socialmente, el agua andina es un bien comunitario; las comunidades han elaborado sistemas de derechos y obligaciones
de su uso y de su disfrute. Al mismo tiempo, la gestión del agua a escala comunitaria cohesiona a las comunidades. La
privatización individualista de los derechos de agua, al limitar la influencia de las comunidades sobre sus miembros,
puede contribuir a la fragmentación y a la disolución social.
Ya que los derechos indígenas, sean o no comunales, no siempre han sido formalmente reconocidos por los
Gobiernos, corren el riesgo de ser obliterados por las entregas de derechos formales a individuos o corporaciones.
Por lo tanto, es esencial seguir una estrategia para obtener el reconocimiento de los derechos de agua y modos de
gestión por parte de los indígenas en la legislación nacional, y diseñar y simplificar los procedimientos operativos
para su determinación y registro real en el campo. Esto debe ser hecho en términos claros y no ambiguos, ya que la
ambigüedad puede, por un lado, resultar en ignorancia y, por lo tanto, en duda; y, por otro lado, crea incertidumbre y,
por consiguiente, límites vagos y usurpables. Al respecto se necesitan los siguientes contenidos legislativos mínimos:
• Las leyes de aguas deben reconocer el uso consuetudinario del agua, incluyendo la función del agua como
parte de un ambiente estable y vívido, y como un servicio ambiental. Obviamente, este reconocimiento
incluye usos que requieren de desvíos, utilización de flujos y el más amplio papel del agua como parte
de un hábitat estable y sustentable.
• En términos de gestión, esta estrategia está cercanamente asociada con el manejo integrado de cuencas
y con las herramientas regulatorias necesarias para asegurar la prevención de la destrucción de las
fuentes y de la producción de agua a causa del mal manejo del suelo y la forestación.
• Si es que los proyectos nacionales van a afectar derechos consuetudinarios indígenas, se debe compensar
de manera pronta y adecuada, tomando en cuenta no sólo la remoción del bien sino también la afectación
del estilo de vida y la cancelación de los servicios ambientales.
42
• Las comunidades e individuos indígenas deben tener la capacidad de pedir el registro y el reconocimiento
de los usos indígenas en cualquier momento. Los derechos en papel que afecten los usos indígenas
deben ser anulados. Si los derechos en conflicto no son anulados, los usuarios indígenas deben recibir
compensación. Los beneficiarios de los derechos de agua que afectan a los usos indígenas deben ser
responsables de la compensación junto al gobierno y la dirección de la autoridad de aguas. El derecho
indígena para requerir un registro de los usos indígenas no debe estar sujeto a caducidad o pérdida del
derecho.
• El derecho de demandar el registro y el reconocimiento de un uso indígena del agua debe poder ser puesto
en práctica por cualquier miembro de la comunidad o por su autoridad, a nombre de la comunidad. Los
reclamos individuales deben ser hechos sólo por el beneficiario del reclamo o por la autoridad de su
comunidad, a su nombre y en su beneficio.
• En el sitio donde se localizan las comunidades indígenas, las autoridades hídricas deben estudiar,
reconocer y registrar ex-oficio el desvío, los usos de los flujos y los derechos de agua. Al infringir esta
tarea la autoridad de aguas, su jefe viola las tareas de un empleado público y es susceptible de ser
acusado por cargos penales y responsabilidad civil.
• Los procedimientos para poner en práctica las políticas indígenas de agua y para estudiar y registrar
los derechos y usos indígenas deberían asegurar que las comunidades e individuos interesados sean
oídos y tengan una participación oportuna. También deben ser capaces de presentar evidencias que
sustenten sus reclamos, usos y derechos. Cuando haya duda, las decisiones deben ser tomadas en favor
de la parte indígena (in dubio pro indigena).
Fuente: Solanes (2002a).
Parte del problema es que, en general, las legislaciones no reconocen usos consuetudinarios
no apropiativos, como actividades pesqueras en lagos. Existen casos en la región en los cuales
desarrollos de aguas, para riego, con otorgamientos formales de títulos, resultan en la destrucción
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
de usos pesqueros consuetudinarios con efectos negativos para la subsistencia y las economías
de grupos relevantes de población24.
Existe además la necesidad de definir una estrategia operativa con respecto al reconocimiento
de derechos étnicos y consuetudinarios. El derecho consuetudinario y el reconocimiento de
derechos y usos consuetudinarios, no son la misma cosa. No basta reconocer idealmente una
estructura de derecho consuetudinario. Se deben, además, reconocer los derechos específicos
que resultan de la misma, o compensarlos. Esto demanda una importante actividad estatal de
relevamiento, mensura y registro.
El problema de falta de especificidad en definición de los derechos protegidos, se ve agravado
cuando se firman acuerdos para la protección a la inversión extranjera, y los usos consuetudinarios
no se encuentran ni reconocidos por legislación específica ni protegidos por reconocimientos y
registros en la legislación ordinaria. En estos casos, un inversionista bien podría reclamar que no es
razonable que tenga en vista estos usos y derechos, considerando que no había forma legalmente
reconocida de los mismos.
Es importante destacar que un sistema de protección de derechos consuetudinarios que
no es aplicado y hecho vigente en forma efectiva por las cortes y jueces domésticos de los países
interesados, es de escaso valor. En este sentido, es relevante el reciente fallo de la Corte Suprema
de Justicia de Chile, en el caso de la Comunidad Indígena Atacameña de Toconce de la II Región
de Antofagasta vs. la Empresa de Servicios Sanitarios de Antofagasta (ESSAN), donde se sentó
como jurisprudencia que la propiedad ancestral indígena sobre las aguas, derivadas de prácticas
consuetudinarias, constituye dominio pleno: “es imposible calificar como ilegal el uso de las aguas sin
autorización, esto es, sin títulos concesionales, si esa utilización deriva de prácticas consuetudinarias”
(Yañez, 2005)25.
43
7. Cuencas transfronterizas
Cuencas transfronterizas son aquellas en las cuales los límites de la cuenca no coinciden con
circunscripciones políticas internacionales o nacionales26. En un sentido más restringido, se podría
decir que los problemas derivados de conflictos interjurisdiccionales, se pueden dar aún entre
municipios, estados, regiones y provincias. Los problemas en dichas cuencas replican a escala
interjurisdiccional los problemas internos de las jurisdicciones; es decir, competencia por un recurso
escaso y transferencia de externalidades negativas.
Lo expuesto hace ver que si los problemas de gestión y asignación del agua a nivel nacional
son complicados, los de nivel interjurisdiccional lo son aún más. Esta complejidad se debe a que, a
los inconvenientes normales de la política de aguas, se suma el hecho que el derecho internacional en
general y de aguas en particular es un derecho primitivo, en el sentido de que, planteado un diferendo
a nivel nacional, las partes normalmente pueden recurrir a la justicia, pero a nivel interjurisdiccional
esto no siempre es posible, pues los países no siempre tienen previstos arreglos para someter
conflictos a decisión de terceros (Solanes, 1987).
24 En Laguna Vera, del sistema Acahy, en Paraguay, se efectuaron derivaciones para riego de arroz que destruyeron la
economía de la población local, que practicaba pesca en forma consuetudinaria (Solanes y Getches, 1998).
25 En la opinión de la Corte Suprema, el legislador se hizo cargo de esta realidad y, por tanto, “ha optado por reconocer
esos derechos ancestrales en el caso de las comunidades indígenas, exigiendo sólo su regularización e inscripción, no
para fines de constitución, sino para darles certeza en cuanto a su entidad, ubicación de los puntos de captación de
las aguas y precisión de uso del recurso hídrico” (Yañez, 2005). Conforme a lo expresado, el artículo 2° transitorio del
Código de Aguas, que instaura el procedimiento de regularización, no tiene —en el parecer de la Corte— la finalidad de
constituir derechos de aguas, sino únicamente de regularizarlos e inscribirlos.
26 P ara un examen de las normas del derecho internacional relativas a los sistemas hídricos y cuerpos de agua
transfronterizos, véase Querol (2003).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
A nivel interno en países federales, también se pueden presentar diferencias y conflictos entre
miembros de una federación. Existen países, como los Estados Unidos, que han desarrollado una
importante jurisprudencia sobre el tema, y otros como Argentina, que, basados en esta jurisprudencia,
han decidido disputas a través de su Corte Suprema (Solanes, 1989). En estos países, se dan tres
elementos importantes: (i) por un lado, existe un mecanismo aceptado para solución de conflictos;
(ii) por el otro, existen principios substantivos reconocidos para ello; y finalmente, (iii) el mecanismo
de solución de conflictos no es político, lo que confiere una percepción de imparcialidad y certeza
a las decisiones.
Varios otros países no han aún determinado qué principios substantivos aplicarán en la
decisión de conflictos interjurisdiccionales, o qué mecanismo de adjudicación utilizarán. Existen
varias razones para este estado de cosas, como por ejemplo, asumir que el hecho de titularidad
nacional de aguas es un factor que previene los conflictos entre jurisdicciones o facilita su solución.
Sin embargo, esto no es necesariamente cierto, pues la titularidad no obsta al conflicto, y la decisión
política se ve demorada, por un lado, por las presiones de distintos tipos de intereses, y, por otro,
por la falta de un plazo y procedimientos para decidir.
En este sentido una contribución concreta que los países pueden hacer respecto de la solución
de conflictos interjurisdiccionales internos, es la adopción de reglas substantivas y mecanismos
procedimentales de decisión. Los principios substantivos comúnmente aceptados para este tipo de
cuestiones son: (i) que las partes tienen un derecho análogo a la utilización equitativa y razonable
de los recursos en cuestión (lo que no quiere decir que tengan derechos a partes iguales en la
asignación del recurso), considerando una serie de elementos entre los cuales es relevante el uso
preexistente; y (ii) que ninguna de las partes en un curso de aguas compartido tiene el derecho de
ocasionar un perjuicio apreciable a otras jurisdicciones.
En lo que hace a procedimientos para la solución de conflictos —un tema tanto o más relevante
44 que los principios substantivos, pues sin foro no hay solución—, se efectúan dos sugerencias: (i) a
nivel nacional, los países podrían reducir los costos de transacción envueltos en las demoras en la
solución de diferencias entre jurisdicciones, determinando claramente un foro al respecto, recurrible
a voluntad por cualquiera de las partes en una diferencia, con jurisdicción obligatoria y con la
obligación de decidir, con poderes suficientes para recabar prueba y ejecutar las decisiones; y (ii) a
nivel internacional, los países deberían acordar foros para la decisión de sus conflictos respecto de
cursos de aguas compartidos. Los principios substantivos mencionados más arriba requieren para su
actualización operativa que las jurisdicciones intervinientes en cuestiones de cursos transfronterizos
estén en posiciones cooperativas; es decir, dispuestas a intercambiar información, notificar sus
planes y proyectos a potenciales afectados, consultar y negociar.
Conclusiones
1. La ausencia de respuestas únicas
Estando el agua tan intrínsecamente ligada a las formas de ser de la sociedad y al entorno, no hay
respuestas únicas ni fáciles que garanticen su gobernabilidad. Lo único que parece posible sugerir a
este respecto, es que mientras que se pueden proponer distintos modos de organización y contenido
de los componentes formales de la gobernabilidad, como leyes y arreglos institucionales, cada
sociedad tiene condiciones naturales, grupos y estructuras de poder y necesidades que deben
ser objeto de atención específica en el proceso de diseño. De otro modo, se tiene el riesgo de no
considerar los elementos que aseguren su viabilidad. En este sentido, una mención especial merece
la consideración de los siguientes aspectos:
Por otra parte, es importante recordar que la globalización afecta los contenidos de la
gobernabilidad en más de un sentido. Los procesos internos son influenciados, más que nunca
antes, por factores y agentes externos. Estos factores son múltiples y, a lo largo de este trabajo,
se han dado ejemplos de estas influencias. Al respecto, lo más importante es tener conciencia
del fenómeno e identificar aquellos factores o condicionamientos externos que pueden afectar
seriamente la gobernabilidad.
• La gestión del agua implica la necesidad de tomar decisiones con fuerte contenido económico,
social y ambiental. Por ello, se recomienda que las administraciones de agua tengan
presupuestos independientes y sus titulares un período de estabilidad mínima. Además,
sería conveniente que éstos fueran personalmente responsables por el cumplimiento de
las leyes y los daños que genere el incumplimiento de sus funciones.
• La inserción del agua en el contexto ambiental puede resultar en una minimización de sus
elementos como factor de desarrollo, mientras que con su subordinación a estamentos
puramente económicos se corre el riesgo de minimizar su papel ambiental y social. Por
consiguiente, parece adecuado que el agua tenga su propia institucionalidad independiente
y estable.
• Los organismos de cuenca son opciones válidas para el manejo del agua, pero sus funciones
deben diseñarse de manera tal que sean implementables y concentrarse fundamentalmente
en el agua, como lo demuestran los modelos probados de Francia y España; también
deben tener poderes y financiación adecuada.
• Las organizaciones de usuarios son instancias de manejo útiles. Sin embargo, no pueden
suplir al Estado, pues son inherentemente limitadas, y deben estar sujetas a controles
adecuados.
• Debe existir un sistema de resolución de conflictos, que establezca un adecuado equilibrio
y delimite los ámbitos de aplicación de las facultades de las organizaciones de usuarios,
la administración y el poder judicial27.
• Existen materias relacionadas con el agua y sus servicios directamente vinculadas a la
gobernabilidad, por el impacto que tienen sobre la estabilidad social. Estas materias deben
ser contempladas adecuadamente en los tratados de protección a la inversión y al comercio.
48
En materia de las entidades de regulación de los servicios de agua potable y saneamiento:
• El universo a regular debe ser manejable. No es factible suponer que se puede regular un
universo de miles de prestadores. La consolidación de la estructura industrial es necesaria
por ventajas de economías de escala y necesidades de control.
• El regulador debe tener independencia y estabilidad, y estar sujeto a reglas de conducta
y ética.
• Debe contar con poderes y recursos necesarios, y tener capacidades legales adecuadas.
Una limitante que parecen tener los sistemas de administración y regulación en sus
diferentes niveles, es una notable falta de capacidad operativa, debido a múltiples factores como las
limitaciones de recursos financieros, humanos y legales, y, en ocasiones, a la baja valoración de su
rol regulador. Esto ha resultado de un entendimiento limitado de que los roles de la administración
—con una definición adecuada de funciones, extensión, estructura y controles sobre la misma— son
fundamentales para el manejo de un recurso tan complejo como es el agua.
De hecho, la apropiada definición de los papeles de la administración es crucial, para proteger
en ésta, como en otras materias más generales, al manejo sustentable, a la comunidad de usuarios
y al público en general, del predominio y control de intereses especiales. Por consiguiente, es
recomendable explicitar más las capacidades administrativas operativas de las entidades de manejo
y regulación, a efectos de permitirles cumplir más adecuadamente con sus responsabilidades.
27 Es especialmente importante asegurar que las administraciones de agua tengan un rol relevante en la decisión de
conflictos vinculados al agua: por un lado se decide en función de conocimiento técnico, y por otro, se alivia la
situación de los órganos judiciales, normalmente no versados técnicamente y además generalmente congestionados.
Sin embargo, los órganos judiciales son llamados a intervenir en caso de arbitrariedad, abuso, desvío de poder o
cuestiones exclusivamente jurídicas, como por ejemplo, el caso de argumentos sobre dominio de las aguas.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Parte B A. Dourojeanni, A. Jouravlev y G. Chávez (editores) (2002), Gestión del agua a nivel de cuencas:
teoría y práctica; pp. 7-40.
La validez de usar el espacio conformado por una cuenca, o cuencas interconectadas, como
territorio base para la gestión integrada del agua ha sido enfatizada y recomendada en todas las
grandes conferencias internacionales sobre los recursos hídricos (CEPAL, 1998c). Así, en la Conferencia 49
de las Naciones Unidas sobre el Agua (Mar del Plata, Argentina, 14 al 25 de marzo de 1977), se
recomendó que los países consideraran, “como cuestión urgente e importante, el establecimiento y
fortalecimiento de direcciones de cuencas fluviales, con miras a lograr una planificación y ordenación
de esas cuencas más eficientes e integradas respecto de todos los usos del agua”. En la Conferencia
Internacional sobre el Agua y el Medio Ambiente “El Desarrollo en la Perspectiva del Siglo XXI”
(Dublín, Irlanda, 26 al 31 de enero de 1992), se recalcó que la “gestión eficaz establece una relación
entre el uso del suelo y el aprovechamiento del agua en la totalidad de una cuenca hidrológica o un
acuífero” y que la “entidad geográfica más apropiada para la planificación y gestión de los recursos
hídricos es la cuenca fluvial”.
En el capítulo 18 “Protección de la calidad y el suministro de los recursos de agua dulce:
aplicación de criterios integrados para el aprovechamiento, ordenación y uso de los recursos de
agua dulce” del Programa 21, aprobado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Ambiente y el Desarrollo (Rio de Janeiro, 3 al 14 de junio de 1992), se enfatizó que la “ordenación
integrada de los recursos hídricos, incluida la integración de los aspectos relativos a las tierras y
a las aguas, tendría que hacerse a nivel de cuenca o subcuenca de captación” y que la “compleja
interconexión de los sistemas de agua dulce exige una ordenación global de dichos recursos (basado
en la ordenación de las cuencas hidrográficas)”. En la Conferencia Internacional sobre Agua y
Desarrollo Sostenible (París, Francia, 19 al 21 de marzo de 1998), se recomendó a las entidades de
asistencia bilateral y multilateral concentrar sus actividades orientadas a la “realización de reformas
institucionales, administrativas y económicas, que apunten al establecimiento de organizaciones de
cuenca y de autoridades reguladoras nacionales o regionales”.
Más recientemente, en la Conferencia Internacional sobre el Agua Dulce “El Agua: Una de
las Claves del Desarrollo Sostenible” (Bonn, Alemania, 3 al 7 de diciembre de 2001), se señala que la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
“clave de la armonía a largo plazo con la naturaleza y con nuestros semejantes reside en arreglos de
cooperación a nivel de cuenca hidrográfica” y que “las cuencas hidrográficas son el marco de referencia
indicado para la gestión de los recursos hídricos”, y se destaca que las “cuencas hidrográficas, las
cuencas fluviales, los lagos y los acuíferos deben ser el marco de referencia primario para la gestión
de los recursos hídricos” y que es “preciso crear mecanismos institucionales y participativos a este
nivel”. Cabe agregar que la Unión Europea, en su reciente Directiva Marco –Directiva 2000/60/CE del
Parlamento Europeo y del Consejo, del 23 de octubre de 2000, “Por la que se establece un marco
comunitario de actuación en el ámbito de la política de aguas”–, reconoce la cuenca como uno de
los elementos fundamentales de su política de aguas.
¿Por qué se consideran las cuencas como unidades territoriales adecuadas para la gestión
integrada del agua? En principio, es simplemente porque son las principales formas terrestres dentro
del ciclo hidrológico que captan y concentran la oferta del agua que proviene de las precipitaciones.
Además de esta condición física y biológica básica, cabe mencionar por lo menos las siguientes
razones que explican este hecho. La principal es que las características físicas del agua generan un
grado extremadamente alto, y en muchos casos imprevisible, de interrelación e interdependencia
(externalidades o efectos externos) entre los usos y usuarios de agua en una cuenca. Las aguas
superficiales y subterráneas, sobre todo ríos, lagos y fuentes subterráneas, así como las cuencas
de captación, las zonas de recarga, los lugares de extracción de agua, las obras hidráulicas y los
puntos de evacuación de aguas servidas, incluidas las franjas costeras, forman, con relación a una
cuenca, un sistema integrado e interconectado.
En la abrumadora mayoría de los usos llamados “consuntivos” (como riego y abastecimiento
de agua potable), sólo una pequeña parte del agua inicialmente extraída de una corriente se
consume. El agua que no se consume –es decir, que no se evapora o evapotranspira (el término
“evapotranspiración” se refiere a la pérdida de agua consumida y evaporada por y desde una planta)
50 que no es transferida a otra cuenca– retorna a la corriente en cierto punto aguas abajo, ya sea en
forma directa, mediante escorrentía superficial, o indirecta, mediante el agua subterránea, y en
consecuencia puede aprovecharse reiteradamente. Como resultado, los usos y usuarios situados
aguas abajo dependen de manera crítica de la cantidad, calidad y tiempo de los sobrantes, caudales
de retorno o pérdidas de los usos y usuarios situados aguas arriba.
En cuanto a los usos en el propio caudal o “no consuntivos” (como generación hidroeléctrica,
recreación y acuicultura), aunque normalmente no existe rivalidad entre los usuarios por la cantidad
de agua utilizada, también se da un alto grado de interrelación, interdependencia y afectación
recíproca entre usos en el propio caudal entre sí y entre usos consuntivos y en el propio caudal.
Los distintos usos en el propio caudal poseen requisitos de atributos físicos, biológicos y químicos
diferentes, pero interdependientes del caudal que varían en el tiempo y el espacio. Todos estos
atributos son afectados por usos de agua y tierra realizados aguas arriba. Estas interrelaciones e
interdependencias, tanto en el caso de los usos consuntivos como los que se realizan en el propio
caudal, se internalizan dentro de la cuenca (o grupo de cuencas interconectadas). Ello convierte a
la cuenca en la unidad territorial apropiada de análisis para la toma de decisiones de gestión del
agua, especialmente en cuanto a su uso múltiple, su asignación y el control de su contaminación.
Un aspecto por recalcar es la naturaleza unidireccional, asimétrica y anisotrópica de las
interrelaciones e interdependencias entre los usos y usuarios de agua en una cuenca. Los efectos
externos, tanto positivos como negativos, causados por las interrelaciones e interdependencias entre
los múltiples usos y usuarios de agua, siempre se propagan –a través de los sobrantes, caudales
de retorno o pérdidas– desde los usos y usuarios situados aguas arriba hacía los usos y usuarios
ubicados aguas abajo. En otras palabras, lo que ocurre aguas arriba casi siempre tiene algún efecto
en los usos y usuarios de agua ubicados aguas abajo, mientras que lo que ocurre aguas abajo
difícilmente puede tener influencia en los usuarios situados aguas arriba.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro I.3
¿Qué es el manejo de cuencas?
Los inicios del concepto original de manejo de cuencas (“watershed management”), en el sentido de “manejarla” o
“manipularla” para regular la descarga de agua que proviene de la misma, se encuentran en las escuelas forestales
de los Estados Unidos de Norteamérica. En unos casos se busca convertir los suelos en esponjas absorbentes de agua
y así regular la descarga de agua en cantidad, calidad y tiempo retardando la descarga superficial y aumentando el
flujo base. En otros casos se busca controlar la deposición de nieve en zonas sombreadas para que se derrita más
lentamente, siempre buscando retardar y reducir la escorrentía superficial y aumentar la infiltración. Algunos proyectos
de manejo de cuencas también podrían tener el fin contrario al anterior, es decir buscar que el agua no se infiltre
para poder captarla en algún receptáculo o, si se infiltra, impedir que las plantas freatofitas actúen como bombas de
extracción de agua subterránea. Para captar agua en zonas con mucha filtración se impermeabiliza la superficie de
una cuenca para almacenar agua en reservorios. También se habla de manejo de cuencas en zonas áridas cuando
se capta agua de neblinas costeras. En todos los casos estos objetivos se orientan a usar la cuenca como captadora
(“catchment area”) de agua para diferentes fines, principalmente para consumo humano (cuencas municipales) y para
reducir el impacto de la escorrentía protegiendo así zonas vulnerables cerca de pendientes o cauces. Los proyectos
más recientes de manejo de cuenca enfatizan cada vez más la necesidad de mejorar la calidad del agua y no sólo la
cantidad y tiempo de descarga.
Los alcances de manejo de cuencas evolucionaron de ese enfoque orientado puramente a la captación de
agua a otros niveles más complejos como los de protección de recursos naturales y mitigación del efecto de fenómenos
naturales extremos, los de control de erosión, el control de la contaminación, y luego conservación de suelos y
rehabilitación y recuperación de zonas degradadas, para luego pasar a los de mejoramiento de la producción, primero
forestal y de pastos, y luego agrícola, agroforestería o agrosilvopastoril en forma combinada. En épocas más recientes
esta expansión del concepto original de manejo de cuencas lo ha hecho extensivo al manejo integrado de los recursos
naturales de una cuenca, y por último a la gestión ambiental integrada. Se da el caso de proyectos que conservan el
nombre de manejo de cuencas, pero que más bien son de desarrollo regional, puesto que incluyen desde caminos,
viviendas, colegios y postas médicas hasta el uso de cocinas solares y digestores de biogas.
Originalmente, el manejo de cuencas era un dominio de los hidrólogos forestales que luego se amplió a los
agrónomos especialistas en suelos, sobre todo conservación de suelos, y luego a los expertos en agroforestería y
también a la gestión de los recursos naturales con fines productivos. Algunos de estos enfoques privilegian aspectos
estructurales menores, como construcción de terrazas y otras formas de conservación de suelos y retención de
agua, otros acentúan aspectos participativos, y así sucesivamente cada proyecto enfatiza algo más que el otro. Dado 51
que los proyectos de manejo de cuencas requieren mucho mayor involucramiento de la población local que los de
hidráulica, también se encuentran especialistas en manejo de cuencas en las áreas de sociología y antropología. En
el área de protección de cuencas hay geólogos y geomorfólogos, así como geógrafos. El área aún débil en cuanto a la
disponibilidad de especialistas se encuentra en la parte de estudios económicos, sobre todo de servicios ambientales
y de evaluación de proyectos de manejo de cuencas.
Institucionalmente, las actividades de manejo de cuencas no se realizan bajo estructuras administrativas
claramente definidas. En algunos países se encuentran bajo el mandato de programas de medio ambiente; en otros,
bajo esquemas de programas forestales; en otros, bajo sistemas de manejo de recursos naturales; y en otros, bajo
programas de desarrollo local o comunal, por citar sólo algunas de las múltiples variantes que tiene la institucionalidad
a cargo de conducir programas llamados todos de “manejo de cuencas”. En algunos países, como por ejemplo en Perú,
se han formulado programas nacionales de manejo de cuenca, a veces también llamados de microcuencas, como en
el sur de Brasil (“microbacias”) o de conservación de suelos o de agroforestería. Con algunas excepciones, como la
experiencia de la Corporación Autónoma del Valle del Cauca (CVC) en Colombia, es poco común que los programas de
manejo de cuencas formen parte de las actividades de las entidades de gestión del agua por cuencas.
En general, se recomienda que en cada país exista un programa nacional de manejo de cuencas o equivalente,
que podría depender de los ministerios o secretarías de medio ambiente o de agricultura o de alguna organización
forestal, el cual debería coordinar sus actividades con las entidades de gestión del agua por cuenca. Ambas instituciones,
una de carácter horizontal, nacional, y otra de tipo vertical, local o regional, podrían así complementar sus intereses,
y sobre todo servir de base para financiar los servicios ambientales que prestaría un buen manejo de cuencas de
captación a los usuarios aguas abajo y a las franjas costeras donde desembocan los ríos.
Fuente: Dourojeanni y Jouravlev (1999) y (2001).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Como resultado de este hecho, como regla general, a los usuarios aguas arriba poco les
interesan los efectos de sus acciones y decisiones en los usos y usuarios de agua aguas abajo, por
lo que suelen aprovechar su ubicación privilegiada. Los usuarios aguas abajo no tienen posibilidad de
controlarlos sin una intervención reguladora externa. Este hecho limita severamente las posibilidades
de alcanzar un aprovechamiento del recurso que sea económicamente óptimo, socialmente justo y
ambientalmente sustentable sólo a través de negociaciones o transacciones entre usuarios privados
o su acción colectiva, por lo que se justifica la intervención del Estado. Cabe agregar que los efectos
negativos persistentes tienden a acumularse aguas abajo en el tiempo como consecuencia de varias
actividades, separadas cronológicamente, realizadas en las partes de la cuenca situadas aguas arriba.
La segunda explicación es que las cuencas constituyen un área en donde interdependen
e interactúan, en un proceso permanente y dinámico, el agua con los sistemas físico (recursos
naturales) y biótico (flora y fauna). Los cambios en el uso de los recursos naturales, principalmente
la tierra, aguas arriba acarrean una modificación del ciclo hidrológico dentro de la cuenca aguas
abajo en cantidad, calidad, oportunidad y lugar. Es por esta razón que es en el ámbito de una cuenca
donde se puede lograr una mejor integración entre la gestión y el aprovechamiento del agua, por
un lado, y las acciones de manejo, explotación y control de uso de otros recursos naturales que
tienen repercusiones en el sistema hídrico, por el otro. Estas consideraciones ayudan a explicar
la importancia que se le asigna en la gestión del agua a las actividades de manejo de cuencas
(“watershed management”). Las actividades de manejo de cuencas, en su concepción original,
tienen como fin manejar la superficie y subsuperficie de la cuenca que capta el agua para regular
la escorrentía en cantidad, calidad y oportunidad (véase el recuadro I.3).
En tercer lugar, una característica fundamental de las cuencas, es que en sus territorios
se produce la interrelación e interdependencia entre los sistemas físicos y bióticos, y el sistema
socioeconómico, formado por los usuarios de las cuencas, sean habitantes o interventores externos
52 de la misma. En zonas de altas montañas, las cuencas son ejes naturales de comunicación y de
integración comercial, a lo largo de sus ríos o de las cumbres que las separan. En cuencas con
grandes descargas de agua y amplios valles relativamente planos, el eje de los ríos se constituye
también en una zona de articulación de sus habitantes, sobre todo por el uso de los mismos para
navegación, transporte y comunicación. El territorio de las cuencas, y los cauces en especial, facilitan
la relación entre quienes viven en ellas, aunque se agrupen dentro de las mismas en territorios
delimitados por razones político–administrativas (municipios, provincias, regiones, estados, etc.).
Su dependencia de un sistema hídrico compartido y de los caminos y vías de acceso, y el hecho de
que deben enfrentar a riesgos similares, confieren a los habitantes de una cuenca características
socioeconómicas y culturales comunes.
A pesar del reconocimiento generalizado de que las cuencas son unidades territoriales más
adecuadas para la gestión integrada del agua, debe tenerse presente que las mismas no son los
únicos espacios requeridos o posibles para la gestión de los recursos naturales o del ambiente en
general (véase el recuadro I.4). La aceptación del territorio delimitado por una o más cuencas con
fines de gestión del agua y de los recursos naturales asociados es, por lo tanto, una opción con
mayor o menor validez según las características políticas, económicas, ambientales y geográficas
de su entorno y los objetivos que se persigue con dicha gestión.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro I.4
Alternativas a las cuencas como unidades territoriales para la gestión del agua
A pesar de lo sostenido en favor de la realización de actividades coordinadas de gestión del agua en el ámbito de
cuencas, el territorio que abarca una cuenca no es obviamente el único ámbito dentro del cual se puede dirigir y
coordinar dichas actividades:
• Hidrológicamente: los límites naturales superficiales de una cuenca no necesariamente coinciden con
los límites de las aguas subterráneas (es por eso que en muchos países se establecen sistemas de
distritos de manejo de aguas subterráneas, que tienen sus límites definidos de acuerdo a los contornos
de los acuíferos); obviamente, no abarcan las superficies de los mares donde se genera una gran parte
del ciclo hidrológico; y generalmente no incluyen las franjas costeras y deltas donde el agua drenada
por una cuenca ejerce influencia determinante. Por otra parte, los límites de cuenca son, en general,
menos relevantes en zonas relativamente planas o de extrema aridez, y deben ser expandidos si, por
su cercanía o por la configuración de los sistemas hidrológicos que las forman, se interconectan dos o
más cuencas que den origen a regiones o subregiones hidrológicas con características productivas y
ecológicas generalmente comunes.
• Políticamente: los límites de las cuencas crean situaciones complejas de administración para los distintos
niveles de gobierno (nacional, central o federal, estatal, provincial, regional, municipal, comunidades
indígenas, etc.), quienes, por una parte, tienen la responsabilidad de dirigir, administrar o facilitar el
funcionamiento de procesos de gestión de los recursos naturales y de prestación de servicios públicos
basados en el agua y, por otra, deben relacionarse con otros niveles de gobierno para resolver problemas
comunes. Los límites político–administrativos se sobreponen a los límites naturales delimitados por la
naturaleza. Por ello, toda propuesta de gestión del agua y de los recursos naturales a nivel de cuenca
debe ser capaz de promover, facilitar y garantizar la participación activa de los niveles de gobierno
que corresponden a los diferentes espacios político–administrativos que conforman las cuencas, y a la
inversa, dichos gobiernos deben darle la autonomía necesaria al equipo técnico a cargo de la gestión
del agua para aplicar los planes.
• Institucionalmente: en muchos casos los ámbitos territoriales de acción de organismos públicos y privados
no coinciden con los límites naturales de las cuencas, lo que dificulta la gestión coordinada del agua. De
hecho, mientras que la cuenca es la unidad que determina la oferta de agua, muchas de las decisiones
que determinan la demanda de agua y de servicios públicos relacionados y que afectan su disponibilidad, 53
no se encuentran en la cuenca de origen, sino provienen de actores exógenos a ella. Por ejemplo, a
menudo hay conflictos creados por la intervención vertical de organismos dependientes de gobiernos
nacionales o centrales en asuntos locales, y cruce de funciones e intervenciones de actores públicos
y privados que son exógenos a la cuenca en las decisiones que la afectan. En algunas ocasiones, la
falta de claridad en la definición de los campos de actuación de las dependencias gubernamentales, o
la duplicidad de funciones y vacíos y contraposiciones institucionales, pueden resultar más conflictivos
que la superposición de los límites político–administrativos con los límites naturales de las cuencas. .
Fuente: Dourojeanni (2000a).
Las políticas para utilizar el territorio de una cuenca como base para la gestión del agua han
tenido diferentes enfoques y una desigual evolución en los países de América Latina y el Caribe. A
pesar del interés de muchos países de la región en tratar de poner en práctica estos sistemas desde
fines de los años treinta, la adopción de modelos de gestión del agua en el ámbito de cuencas ha
tenido –y tiene actualmente– una serie de dificultades. En general, la demografía de las entidades
de cuenca revela que tienen una extrema variabilidad de sobrevivencia en todos los países de la
región. Aún cuando se hayan creado bajo un amparo legal, sus posibilidades de permanencia no
están garantizadas. Muchas de las entidades creadas han desaparecido o no han logrado avances
significativos en términos de gestión integrada del agua por falta de apoyo del gobierno el tiempo
suficiente para consolidarse y estabilizarse; por haber carecido de recursos financieros, coordinación y
base legal adecuados; por la falta de claridad sobre sus roles; por haber tenido una compleja relación
de dependencia tanto administrativa como financiera; o por haber sido utilizadas con fines políticos,
entre muchos otros factores que dificultan su supervivencia. Las rivalidades interinstitucionales; el
haber pretendido asignarles demasiadas funciones al mismo tiempo; la falta de continuidad en las
autoridades políticas y técnicas; los conflictos con las autoridades regionales y sectoriales; y los
hechos de violencia, como los causados por terrorismo, han afectado su estabilidad. Pocas han
tenido la capacidad de adaptación a los múltiples cambios de personas y gobiernos, así como a
condiciones cambiantes tanto endógenas (como modificaciones de leyes de aguas) como exógenas
(como cambios en prioridades de los gobiernos) al sector hídrico
A pesar de los obstáculos existentes, continúa y se acrecienta interés en crear y operar
organismos de cuenca para tender a la gestión integrada del agua. El tema ha vuelto a recobrar
vigencia en los años recientes, gracias en parte a la búsqueda de reformar leyes de aguas y al
impacto de campañas internacionales a favor de crear capacidades de gobernabilidad para la gestión
integrada del agua (véase el recuadro I.5) y para desarrollo sustentable. Las autoridades ambientales y
defensores del medio ambiente han encontrado a su vez que la cuenca es un posible punto de partida
54 para coordinar acciones tendientes a la gestión ambiental –sobre todo si ya existen organizaciones
de gestión del agua a nivel de cuencas–, aún cuando ello es causa de severas controversias. A juicio
de los autores, no es adecuado combinar las funciones de gestión del agua y de gestión ambiental
bajo una sola autoridad. Cabe mencionar que el interés de los responsables del tema ambiental
en las estructuras administrativas de gestión del agua generalmente se debe a las dificultades que
enfrentan para lograr metas concretas de gestión ambiental (por ejemplo, descontaminar un río o
un lago). Es un hecho que no se puede adquirir capacidades para “gestionar” el ambiente sin pasar
necesariamente por gestionar bien el agua, los suelos, los bosques, la fauna, etc. Quien trata desde
un inicio de “hacer gestión ambiental integral”, al tratar de abarcar tantas cosas en tan poco tiempo
y con tan pocos recursos, simplemente se pierde en el esfuerzo.
Como resultado de este renovado interés, tanto en las leyes de aguas de reciente aprobación
como en muchas propuestas de nuevas leyes y de modificación de leyes existentes, aparece
por primera vez en forma explícita la intencionalidad de fortalecer y complementar la capacidad
de gestión de autoridades de aguas a nivel central o nacional con la creación de estructuras
participativas y multisectoriales de coordinación y concertación en el ámbito de cuencas, como un
medio de asegurar la participación cada vez mayor de actores nuevos, locales o antes ignorados,
en la toma de decisiones sobre aspectos importantes de gestión del agua y de operación de obras
hidráulicas de uso múltiple en sus cuencas, así como una forma de tender a realizar acciones de
gestión ambiental. Esto se debe a:
• La creciente complejidad de la gestión del agua y la intensificación de los conflictos por su
aprovechamiento, asociadas tanto a la demanda de agua que va en aumento, la expansión
de la ocupación del territorio y mayor competencia por el agua en cantidad, en calidad y
tiempo de ocurrencia, como a los problemas cada vez más agudos de la contaminación
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro I.5
¿Qué es la gestión integrada del agua?
La Asociación Mundial para el Agua (Global Water Partnership – GWP) define la gestión integrada del agua como un
proceso que promueve la gestión y el aprovechamiento coordinado del agua, la tierra y los recursos relacionados, con
el fin de maximizar el bienestar social y económico de manera equitativa sin comprometer la sustentabilidad de los
ecosistemas vitales. Por otro lado, un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) centra la atención
en un aspecto ligeramente diferente y dice que la gestión integrada del agua implica tomar decisiones y manejar los
recursos hídricos para varios usos de forma tal que se consideren las necesidades y deseos de diferentes usuarios
y partes interesadas. Según este estudio, la gestión integrada del agua comprende la gestión del agua superficial y
subterránea en un sentido cualitativo, cuantitativo y ecológico desde una perspectiva multidisciplinaria y centrada en
las necesidades y requerimientos de la sociedad en materia de agua.
Si uno analiza estas y otras definiciones, se puede llegar a la conclusión de que la gestión integrada del agua
puede entenderse como al menos cinco formas distintas de integración:
• la integración de los intereses de los diversos usos y usuarios de agua y la sociedad en su conjunto, con
el objetivo de reducir los conflictos entre los que dependen de y compiten por este escaso y vulnerable
recurso;
• la integración de todos los aspectos del agua que tengan influencia en sus usos y usuarios (cantidad,
calidad y tiempo de ocurrencia), y de la gestión de la oferta con la gestión de la demanda;
• la integración de los diferentes componentes del agua o de los diferentes fases del ciclo hidrológico (por
ejemplo, la integración entre la gestión del agua superficial y del agua subterránea);
• la integración de la gestión del agua y de la gestión de la tierra y otros recursos naturales y ecosistemas
relacionados; y
• la integración de la gestión del agua en el desarrollo económico, social y ambiental. 55
Fuente: GWP (2000); Solanes (1998); Van Hofwegen y Jaspers (2000).
Gráfico I.1
Clasificación de acciones de gestión a nivel de cuencas
Objetivos de gestión en cuencas
(1) Previa
E s t u d i o s , p l a n e s y p r o y e c t o s
(ordenamiento de cuencas)
(2) Intermedia “Ri ver Basin “Natural Resources “W at er Resou rces “W at er Resou rces
(inversión) Devel opm ent ” Development ” Devel opm ent ” Devel opm ent ”
(desarrollo integrado de (desarrollo o (desarrollo o (agua potable y
cuencas o desarrollo aprovechamiento de aprovechamiento de alcantarillado, riego y
regional) recursos naturales) recursos hídricos) drenaje, hidroenergía)
(3) Permanente “E nv i r onm ent al “Natural Resources “W at er Resou rces “W at er Resou rces
(operación y M an ag emen t ” Management” M an ag em en t” M an ag emen t”
mantenimiento, (gestión (gestión o manejo de (gestión o administración (administración de agua
manejo y ambiental) recursos naturales) del agua) potable, riego y drenaje)
conservación)
“W at er shed M anagem ent ”
(Manejo u ordenación de cuencas)
Gráfico I.2
Jerarquización de acciones de gestión a nivel de cuencas
Gestión
multisectorial
Gestión de
ambiental
naturales
recursos
Gestión del agua Gestión sectorial
del agua
Manejo de cuencas
− La etapa intermedia (2): etapa de inversión para la habilitación de la cuenca con fines de
aprovechamiento de sus recursos naturales. Esta etapa se asocia en inglés con el término
“development” (por ejemplo, “river basin development” o “water resources development”), por
lo que se la ha traducido al español usualmente como “desarrollo de cuencas” o “desarrollo
de recursos hídricos”.
• Los recursos naturales que son considerados en el proceso de gestión en una cuenca:
− El primer grupo (a): todos los recursos naturales e infraestructura en una cuenca.
− El segundo grupo (b): todos los recursos naturales presentes en una cuenca.
Esta forma de analizar los términos, presentada originalmente en Dourojeanni (1994a y 1994b)
y CEPAL (1994a), ayuda a clarificar los varios objetivos de acciones de gestión a nivel de cuencas. No
necesariamente es una forma única de clasificación pero por ahora es una de las pocas disponibles.
Ha sido ampliamente difundida por la CEPAL y aceptada en gran parte en las reuniones sobre esta
temática. Se espera que una más amplia aceptación de esta clasificación, especialmente por las redes
respectivas, como la Red Internacional de Organismos de Cuenca (RIOC) y la Red Latinoamericana
de Cooperación Técnica en Manejo de Cuencas Hidrográficas (REDLACH), facilitará enormemente
el entendimiento entre especialistas e intercambio de experiencias29.
28 Como en español no existe la distinción entre “watershed” y “river basin”, se tiende a traducir ambos conceptos como
“cuencas” o “cuencas hidrográficas”. En algunos casos, se procura hacer distinciones con expresiones tales como
“cuenca fluvial” y “hoya hidrográfica” para referirse a “river basin”, y “cuenca de alta montaña” o “cuenca de captación”
para referirse a “watershed”.
29 Cabe mencionar que lamentablemente hasta ahora ninguna de estas redes ni otros sistemas de cooperación han
asumido un rol de “rector” en la adaptación y definición de términos (glosarios).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
En el gráfico I.1 se aprecia que el tipo de gestión en el ámbito de cuencas más completo se
da en la columna (a), conocido en inglés como “river basin development” en la etapa intermedia y
“environmental management” en la etapa permanente. Este enfoque, que equivale a aplicar técnicas
de desarrollo regional mediante proyectos integrados de inversión a nivel de cuencas, tuvo gran auge
en los países de la región a partir de fines de los años cuarenta, sobre todo a raíz del éxito alcanzado
por la Tennessee Valley Authority (TVA), creada en 1933 en los Estados Unidos de Norteamérica.
Este modelo de gestión en el ámbito de cuencas se conoce en la región como “desarrollo
integral de cuencas” o “desarrollo de cuencas”. El proceso se inició con actividades aisladas e
irregulares para mitigar los efectos de inundaciones y, sobre todo, para generar energía hidroeléctrica,
sin considerar la interdependencia entre los usos del agua, aún cuando la cuenca era tomada como
base de trabajo. Además, se puso mucho énfasis en las tareas de la construcción y operación de
obras hidráulicas sectoriales, sin prestar mayor atención ni a la gestión del agua ni a la protección
de sus cuencas de captación.
Probablemente uno de los países de la región que más ha utilizado este enfoque en sus
inicios, bajo el nombre de “comisiones de cuencas”, ha sido México, país donde muchas actividades
de desarrollo regional fueron realizadas por cuencas a partir, en forma explícita, del ejemplo dado
por la TVA y otras comisiones de cuencas creadas posteriormente en los Estados Unidos de
Norteamérica. Así, a partir de 1947, se crearon en México varias comisiones ejecutivas o de estudio
de los ríos Papaloapan, Tepalcatepec, Balsas, Lerma–Chapala–Santiago, Grijalva, Fuerte, Pánuco,
etc., las cuales se establecieron para planear y construir obras y proyectos de infraestructura, o para
estudiar el aprovechamiento de los correspondientes recursos hídricos, en un marco de desarrollo
económico regional tomando el agua como el recurso integrador del territorio. Por sus características
de esfuerzo descentralizado y por los presupuestos manejados, alcanzaron un gran auge durante los
años cincuenta y sesenta, hasta el extremo de constituirse en una especie de superorganismos de
desarrollo regional con capacidad para realizar obras de todo tipo. Desaparecieron y sus funciones 59
fueron absorbidas por otras instituciones del Gobierno Federal, en los años setenta y ochenta, cuando
se fueron haciendo insostenibles, como consecuencia de que, al desarrollarse las capacidades
institucionales de los estados, sus gobiernos reclamaron realizar directamente las obras, prestar
los servicios y ejercer los presupuestos que venían siendo de la responsabilidad de las comisiones
(Chávez y otros, 2000).
En cuanto a otros países, ejemplos de este tipo de entidades incluyen la Corporación Autónoma
del Valle del Cauca (CVC) y la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) en Colombia,
la Corporación del Río Santa en Perú y la Comissão do Vale do São Francisco (CVSF) en Brasil. La
mayoría de estas entidades nacieron y evolucionaron a partir de la construcción de obras hidráulicas
mayores para generar hidroenergía o abastecer sistemas de riego o centros urbanos. Al carecerse de
entidades de cuenca, debían forzosamente llevar registros hidrológicos en toda la cuenca y realizar
una serie de actividades de gestión del agua y manejo de las cuencas de donde captaban el agua
(en el río Santa, por ejemplo, se instaló un equipo excelente de glaciología y control de lagunas).
Los enfoques de desarrollo regional utilizando la cuenca como territorio de referencia han
perdido vigencia en los países de la región (Dourojeanni, 1994a; CEPAL, 1994a). Un ejemplo de
entidades con este tipo de funciones que aún subsisten son las Corporaciones Regionales de
Desarrollo en Ecuador, en particular la Comisión de Estudios para el Desarrollo de la Cuenca del
Río Guayas (CEDEGE)30. Estas corporaciones tienen las siguientes competencias principales:
construcción y administración de los sistemas públicos de riego y de las infraestructuras hidráulicas
en general, control de la contaminación del agua, inventario y evaluación de los recursos hídricos,
así como las estrategias para su protección y manejo (OEA, 2002; Galárraga-Sánchez, 2000). En
30 a CEDEGE fue creada mediante la expedición del Decreto Ejecutivo No 2672, del 2 de diciembre de 1965, con el
objetivo de realizar investigaciones, estudios, obras y ejecutar programas y proyectos necesarios para el desarrollo
integral de la cuenca del Río Guayas y de la Península de Santa Elena.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Colombia, con la promulgación de la Ley No 99, “Por la cual se crea el Ministerio del Medio Ambiente,
se reordena el sector público encargado de la gestión y conservación del medio ambiente y los
recursos naturales renovables, se organiza el Sistema Nacional Ambiental –SINA– y se dictan otras
disposiciones”, del 22 de diciembre de 1993, las corporaciones de desarrollo de cuencas, como la
CVC y la CAR, clásicos ejemplos de entidades con funciones de fomento de desarrollo regional, se
les asigna funciones de gestión ambiental.
Uno de los problemas que enfrentan las entidades de desarrollo regional que consideran a
las cuencas como territorio de referencia es que se les confieren funciones que son competitivas
con las organizaciones político–administrativas (gobiernos regionales y locales), generando recelos
de dichas entidades, las cuales las ven como rivales31. Cabe mencionar que en algunos países los
gobiernos locales tienen usualmente un gran interés en “capturar” los grandes proyectos de inversión
en obras hidráulicas generados a nivel nacional. El problema es que muchas veces no tienen la
capacidad (técnica, financiera, gerencial, legal, etc.) de administración de tales proyectos (por ejemplo,
se dan casos cuando los equipos, como radios y camionetas, asignados a la operación de obras
hidráulicas son transferidos al gobierno local, para utilizarlos en otras actividades, muchas veces
políticas, o cuando la operación de obras que han implicados inversiones de miles de millones de
dólares se deja a cargo de personas con bajos rangos y salarios inferiores a una o dos mil dólares
y sin conocimientos técnicos básicos).
Otro problema común es que muchas de las organizaciones de desarrollo regional en el
ámbito de cuencas están interesadas en la explotación de los recursos naturales, principalmente el
agua, y en la realización de proyectos relacionados, por lo que la injerencia que en muchos casos
tienen en el proceso de gestión del agua desdibuja la separación entre reguladores y regulados,
convirtiéndolas en juez y parte. La experiencia indica que es conveniente no mezclar estos roles
contradictorios, de regulador o administrador del agua, por un lado, y de usuario de recurso o de
60 fomento de su aprovechamiento, por el otro. Al hacerlo, se arriesga la imparcialidad en la gestión
y la capacidad de evaluación objetiva de programas y proyectos (véase las páginas 47). La misma
situación de incompatibilidad se produce si se mezclan roles de fomento de uso del agua o de
“industria del agua” con roles de gestión ambiental.
El nivel intermedio de gestión en el ámbito de cuencas está dado por la columna (b) que incluye
las acciones orientadas a la coordinación del aprovechamiento (“natural resources development”) y
gestión de todos los recursos naturales presentes en una cuenca (“natural resources management”),
incluyendo el agua. Este nivel de gestión de todos los recursos naturales en una cuenca en forma
ordenada –ordenación del uso de los suelos y tierras de una cuenca según su aptitud y fines–
prácticamente no existe en la región aplicado en su concepción integral. En general, en la región, no
hay sistemas ni entidades que faciliten la coordinación de las acciones de uso, gestión y ordenamiento
de los recursos naturales en una cuenca. Sin embargo, sí hay muchas experiencias de programas
y proyectos de “manejo de cuencas” (véase la página 10). Las actividades del manejo de cuencas
vienen a ser una subrutina o parte de este enfoque integral de gestión de los recursos naturales,
31 Una importante lección de esas experiencias es que una entidad encargada de gestión de cuencas no debiera, por
lo menos en su etapa inicial, pretender gestionar todos los recursos naturales (CEPAL, 1998b; Dourojeanni, 1999b).
Conviene partir de la creación de “entidades de agua por cuenca” en lugar de “entidades de cuenca”. Los nombres
de “corporaciones de cuenca”, “consejos de cuenca”, “agencias de cuenca” y otros similares se refieren a territorios
y abren la puerta a muchos intereses, además de crear conflictos con las autoridades locales, puesto que dan la
impresión de que compiten y casi suplantan a ellas. Debe tomarse además especial cuidado en que una entidad de
agua a nivel de cuenca no sustituya las funciones de organismos ya existentes. Más bien debe reforzar la capacidad
operativa de su entorno institucional (el sistema de justicia, la fuerza pública, el sistema tributario, el sistema de control
de contaminación del agua, etc.) para poder cumplir con sus funciones y, sobre todo, facilitar la orientación de sus
actuaciones hacía objetivos y metas colectivamente acordados. Como un proceso evolutivo, una entidad de este
tipo podría ir asumiendo otros roles, ampliando paulatinamente sus funciones hasta llegar a la gestión de todos los
recursos naturales y finalmente del ambiente como un todo. De todas formas, la experiencia ha demostrado que si se
es capaz de gestionar y aprovechar adecuadamente el agua, se da solución a la mayoría de los problemas ambientales
existentes en la cuenca (Dourojeanni, 1994a).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
aún cuando muchas veces este término es utilizado en forma genérica para referirse a cualquier
conjunto de acciones que se realizan en una cuenca.
El tercer nivel de gestión, que se presenta en las columnas (c) y (d), está orientado a la
coordinación de las inversiones para el aprovechamiento del agua y su posterior gestión (“water
resources development” y “water resources management”, respectivamente). Es el nivel de
gestión de cuencas más conocido en los países de la región y donde se han realizado la mayoría
de los estudios e inversiones en hidroenergía, riego y drenaje, abastecimiento de agua potable y
saneamiento, y control de inundaciones. En la región es común que para la etapa intermedia (conocida
como “development” en inglés), orientada a la formulación y ejecución de proyectos de inversión,
hayan existido poderosos sistemas de gestión, lo que en gran medida se debe a que es una etapa
que normalmente cuenta con grandes recursos financieros y apoyo político. En cambio, la etapa
permanente (“management” en inglés), donde se deben coordinar día a día las acciones para el
ordenamiento, gestión, manejo o administración (por ejemplo, del agua, con el fin de asignarla entre
múltiples usuarios, controlar la calidad de la misma y realizar manejos conjuntos de agua superficial
y subterránea, entre otros), ha sido en general muy pobre. Ésta es la etapa que debe ser mejorada en
todos sus frentes. Una tendencia positiva es que hay muchas experiencias de gestión en el ámbito
de cuencas que, en los últimos años, han enfocado cada vez más la gestión y el manejo, tanto de
las obras hidráulicas construidas como del agua como recurso económico, social y ambiental, y en
particular la coordinación y concertación de acciones de gestión y aprovechamiento del agua, con
tendencia a la gestión integrada.
coordinación entre ellos. Es decir, que en general son pocas las acciones que pueden calificarse como
un “conjunto de acciones previamente coordinadas para manejar el agua y sus cuencas de captación”.
Cabe mencionar además, en forma breve, que existen también una gran cantidad de
modalidades de estudios, investigación y enseñanza de prácticas de gestión de cuencas. En general,
en los países de la región, hay más investigaciones y programas de estudio de “manejo de cuencas”
(ligados a escuelas hidrológico–forestales y de conservación de suelos) que de gestión del uso múltiple
del agua por cuenca (vinculados a programas de ingeniería civil hidráulica y de administración de
empresas), y casi ninguno orientado a la concepción moderna de “gestión integrada” del agua32.
En materia de creación de capacidades, la formación en gestión del uso múltiple del agua, gestión
empresarial de servicios públicos vinculados al agua, opciones de regulación y participación del
sector privado en la prestación de dichos servicios, así como legislación de agua, puede adquirirse
en los países de la región normalmente sólo en base a cursos cortos pero no a nivel de maestría o
doctorado. Ha existido además una enorme cantidad de “cuencas piloto”, usualmente con períodos
muy cortos de duración de las investigaciones (por cuanto sobreviven sólo con proyectos), no tanto
para investigación hidrológica (cuencas múltiples, pares, unitarios, “benchmark” y otras variantes),
si no más bien orientadas a ensayos de participación comunal en aplicación de prácticas de manejo
de cuencas. En lo referente a investigaciones sobre agencias, corporaciones, entidades o consejos
de cuenca con fines de uso múltiple del agua, se está recién empezando un proceso de recopilar
y comparar las experiencias obtenidas tanto a través de los talleres de gerentes de organismos de
cuenca (CEPAL, 1998b y 1999) como por medio de la RIOC.
32 Las instituciones vinculadas a la gestión de los recursos hídricos de los países de la región presentan una serie de
problemas que afectan directamente el desempeño de los funcionarios que ocupan cargos directivos. Ello ha inducido
a esos organismos a plantear la necesidad de promover la capacitación de su personal con responsabilidades
gerenciales. Teniendo a la vista estos antecedentes, la CEPAL, por medio de la División de Recursos Naturales e
Infraestructura, y con el aporte de la Deutsche Gesellschaft für Technische Zusammenarbeit (GTZ) y el Gobierno de
la República Federal de Alemania, formó un grupo de trabajo, que realizó un diagnóstico de la situación y, con estos
antecedentes, estructuró un Programa de Capacitación para la Gestión Integral de los Recursos Hídricos (CEPAL,
1991). Su propósito es ofrecer a las instituciones docentes de la región una alternativa de base para el desarrollo de
programas de capacitación en gestión integrada del agua para administradores de los recursos hídricos.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
sobre gestión integrada del agua suministran además información sobre lo que podría lograrse con
estos sistemas. En materia de formación académica y creación de capacidades en gestión integrada
del agua, sin embargo, es poco lo que se ha avanzado en los países de la región.
Una revisión de los casos de creación de entidades de cuenca en varios países de la región
sugiere que el éxito de tales iniciativas depende además de la confluencia de por lo menos tres
factores (Dourojeanni y Jouravlev, 2001):
• Un sistema político–institucional razonablemente estable y articulado a nivel nacional por lo
menos a nivel local. Se requiere un mínimo de estabilidad política, económica y financiera,
tanto del gobierno nacional como de los principales usuarios del agua de la cuenca. Al
respecto de los usuarios, es esencial que exista un liderazgo visible y honesto de una
persona o grupos de personas que apoyen la iniciativa con conocimiento y transparencia
en sus acciones. La continuidad de la estructura operativa (véase la página 40) de la
entidad de cuencas es esencial.
• Apoyo o por lo menos no oposición por parte de las autoridades públicas y su reconocimiento
de la necesidad de establecer bases permanentes y sólidas de gestión del agua a nivel
de cuencas o sistemas hídricos interconectados. Se requiere tener el apoyo mínimo o por
lo menos no oposición de parte de los gobiernos nacionales o locales para crear tales
sistemas. Es importante que el Estado estimule y apoye la creación de entidades de gestión
del agua por cuencas, inclusive promoviendo iniciativas privadas y de organizaciones no
gubernamentales, pero sin dejar de asumir y cumplir los roles que le corresponden en
asegurar el uso eficiente y ordenado del agua (garantizar el cumplimiento de la legislación
vigente, resolver conflictos entre usuarios, mantener sistemas de información sobre
disponibilidad y uso de agua, asistir y promover la adopción de criterios técnicos y estándares
de trabajo, etc.). En este contexto, es importante tener presente que, sin menospreciar la
66 importancia de iniciativas locales, las entidades de cuenca, para que sean sustentables
en el tiempo, requieren un fuerte y largo apoyo funcional y operativo para su creación y
desarrollo por parte de una administración central. Su estabilidad demanda un proceso
paulatino de transferencia de funciones y de formación de capacidades. La afirmación
que dice que “sin buenas administraciones nacionales de aguas es difícil que se puedan
generar organismos de cuenca” (Solanes, 1999) es por ello acertada.
• Una clara y abierta demanda por parte de los usuarios de agua, resultado de necesidades
sentidas para solucionar conflictos crecientes debido a la carencia o pobres sistemas de
gobernabilidad del agua. Debe existir una clara necesidad y disposición, de por lo menos
más de uno de los principales usuarios del agua de la cuenca, para propiciar la creación
y funcionamiento de un sistema de coordinación de acciones para una mejor gestión del
agua. Las estructuras directivas de estas entidades deben hacer de conocimiento público
quién financia y en qué invierten los recursos captados. Sin credibilidad en las estructuras
directivas no hay futuro posible para estas organizaciones que se generan debido a intereses
muy concretos de algunos usuarios en que se invierten los recursos que aportan.
• Estructura directiva. Hay varios tipos de estructura directiva según el grado de participación
y capacidad de decisión que se les otorgue a los diferentes actores involucrados en el
proceso de gestión33. El nombre que se asigna a la entidad de cuenca no necesariamente
33 Una de las conclusiones del Segundo Taller de Gerentes de Organismos de Cuencas en América Latina y el Caribe
(Santiago de Chile, 11 al 13 de diciembre de 1997) es que una entidad de cuencas debería responder en una primera
instancia a un directorio funcional con un máximo de una docena de personas, conformado por representantes del
Estado, grandes usuarios y la sociedad civil de la cuenca (CEPAL, 1998b). El personal de este directorio debe ser
remunerado y reunirse no menos de dos veces al mes. Este directorio, debe rendir a su vez cuentas a un comité que se
reúne anualmente con mayor cantidad de representantes, con la función clave de nombrar a los miembros del directorio
y aprobar los planes y presupuestos del ejercicio anual o bianual de la entidad.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
34 En Perú, uno de los autores fue Presidente del Consejo Superior de Aguas. Dicho Consejo, aunque sigue existiendo en
el papel, jamás fue operativo. Otro caso similar es Ecuador, donde el Consejo Nacional de Recursos Hídricos (CNRH),
con la conformación de un cuerpo colegiado de ministros, ha demostrado inoperancia y un limitado liderazgo de la
autoridad hídrica para asumir responsabilidades (Aguilar, 2000).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Seguridad hídrica
En este segundo contexto, junto con la creciente utilización del concepto de seguridad hídrica,
se ha observado la necesidad de desarrollar definiciones más precisas. Una definición que ha tenido
una amplia difusión señala que la seguridad hídrica es la existencia de un nivel aceptable de cantidad y
calidad de agua para la salud, la subsistencia, los ecosistemas y la producción, junto a un nivel aceptable
de riesgos para las personas, el medio ambiente y la economía, asociados al agua (Grey y Sadoff, 2007).
A su vez, Calow, Ludi y Tucker (2013) prepararon una definición, referida al contexto de
África, que busca destacar la importancia de servicios sostenibles y asequibles de agua potable y
saneamiento. Con ese propósito, definieron la seguridad hídrica como la disponibilidad de una adecuada
cantidad y calidad del agua para la salud, los medios de vida, los ecosistemas y la producción, y la
capacidad de acceder a ella, junto con un nivel aceptable de riesgos para las personas y el ambiente,
relacionados con el agua, y la capacidad para gestionar los mismos.
Otra definición de seguridad hídrica es la de Mason y Calow (2012), que indica que consiste
en tener suficiente agua, en cantidad y calidad, para las necesidades humanas (salud, sustento y
actividades productivas) y los ecosistemas, acompañada de la capacidad de acceso y aprovechamiento,
de resolver las compensaciones entre los distintos sectores, y de manejar los riesgos asociados al
agua, incluyendo crecidas, sequías y contaminación.
Por su parte, agencias del sistema de las Naciones Unidas, en el marco de ONU-Agua,
sistema de coordinación interagencial en temas de agua, concordaron en que la seguridad hídrica
es “la capacidad de una población para resguardar el acceso sostenible a cantidades adecuadas de
agua de calidad aceptable para el sustento, bienestar y desarrollo socioeconómico sostenibles; para
asegurar la protección contra la contaminación transmitida por el agua y los desastres relacionados
con ella, y para preservar los ecosistemas, en un clima de paz y estabilidad política” (ONU-Agua, 2013).
Finalmente, la OCDE (2013) presenta una aproximación al tema enfocada en el análisis
72 de riesgos y señala que la seguridad hídrica consiste en “mantener en niveles aceptables cuatro
riesgos asociados al agua: el riesgo de escasez, como falta de agua suficiente (en el corto y largo
plazo) para los usos beneficiosos de todos los usuarios; el riesgo de inadecuada calidad para un
propósito o uso determinado; el riesgo de los excesos (incluidas las crecidas), entendidas como
el rebase de los límites normales de un sistema hidráulico (natural o construido) o la acumulación
destructiva de agua en áreas que no están normalmente sumergidas; y el riesgo de deteriorar la
resiliencia de los sistemas de agua dulce, por exceder la capacidad de asimilación de las fuentes de
agua superficiales o subterráneas y sus interacciones, con la eventual superación de los umbrales
aceptables, causando daños irreversibles en las funciones hidráulicas y biológicas del sistema”.
Las definiciones de seguridad hídrica presentadas muestran aspectos concordantes y ciertas
discrepancias, como resultado de los distintos énfasis y propósitos de sus autores. Al respecto se
pueden hacer los siguientes comentarios:
• En general, las definiciones no se restringen a evaluar la disponibilidad física de agua, en
cantidad, calidad y oportunidad, sino más bien se orientan a contrastar los recursos hídricos
disponibles con los requerimientos de las personas, la economía y el medio ambiente. Es
decir, se entiende que la seguridad hídrica es un problema de las personas y del desarrollo
de la sociedad y no de la naturaleza.
• Se trata de definiciones que buscan integrar las distintas dimensiones que caracterizan la
función de los recursos hídricos en relación con la sociedad y el medio ambiente. Así, en ella
tienen cabida temas tales como: la provisión de servicios de agua potable y saneamiento
de buena calidad a la población, de tratamiento de las aguas residuales para el resguardo
de la salud de las personas, el suministro de recursos hídricos para la producción, la
disponibilidad de agua para el medioambiente y la protección a la población y los bienes
frente a eventos hidrológicos extremos, entre otras materias.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
35 Un 71% del caudal de América Latina y el Caribe corresponde a cuencas transfronterizas, que abarcan un 55% de la
superficie de la región (CEPAL, 1985). En América del Sur, las cuencas compartidas representan un 75% del caudal,
cifra que en México y Centroamérica alcanza el 24%. Estos aspectos de la seguridad hídrica se analizan en Brown y
Mumme (1999) y Cortez Lara, Whiteford y Chávez (2005).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
A nivel del debate sobre los desafíos que enfrenta la humanidad, el concepto de seguridad
hídrica se ha asociado a los temas de seguridad alimentaria y seguridad energética, y, además, se
ha analizado su relación con el paradigma de la gestión integrada de los recursos hídricos.
Respecto de los temas de seguridad alimentaria y energética, en la Conferencia Internacional
“Nexo entre Seguridad Hídrica, Energética y Alimentaria - Soluciones para la Economía Verde” (Bonn,
Alemania, 16 al 18 de noviembre de 2011) (Hoff, 2011) y varias otras iniciativas (WEF, 2011; FAO, 2014;
Bellfield, 2015) han puesto en evidencia las interrelaciones que existen entre dichos objetivos. En
efecto, ellos por una parte comparten los desafíos y restricciones que imponen temas tales como:
el crecimiento demográfico, el desarrollo económico, la urbanización, la globalización económica,
el cambio climático y, por otra, presentan la necesidad de gestionar con una visión integrada
las externalidades que se generan entre los sectores y las oportunidades de obtener beneficios
compartidos. Así, por ejemplo, la gestión de los recursos hídricos, el desarrollo de la agricultura
de riego y la producción de los biocombustibles, son temas que requieren visiones integradas
para controlar los impactos negativos y potenciar sus beneficios para una mejor seguridad hídrica,
alimentaria y energética. En todo caso, es importante hacer presente que el desafío de la seguridad
hídrica, también tiene diferencias significativas con los otros dos. En efecto, mientras que en relación
con la alimentación y la energía existen mercados globales que, en general, inciden directamente en
el acceso a dichos bienes (y por medio de los mismos y otros, a la así llamada “agua virtual”), en el
caso del agua, inevitablemente, el acceso depende de los factores locales, como son las demandas
de agua y las fuentes de abastecimiento ubicadas en el entorno geográfico, teniendo el comercio
mundial solo un papel indirecto.
Otro aspecto que ha sido motivo de debate, es la relación que tendrían, en el marco de la
agenda internacional en torno al agua, la promoción de la gestión integrada de los recursos hídricos y
el mejoramiento de la seguridad hídrica y si, en la práctica, serían equivalentes. En relación con esta
pregunta, una visión adecuada resulta considerar la gestión integrada como una estrategia centrada 75
en los medios, mientras que la gestión orientada por la seguridad hídrica, estaría destacando el
objetivo a alcanzar. Así, se trataría de aproximaciones que tienen una relación “simbiótica”, que se
refuerzan mutuamente (van Beek y Arriens, 2014).
políticas públicas en el ámbito del agua y otros sectores, considerando una base metodológica
común. El enfoque centrado en el análisis de los riesgos (por ejemplo, de abastecimiento de
agua a la población o a la producción, de protección contra inundaciones, de conservación
ambiental, etc.) constituye un procedimiento muy poderoso para evaluar la efectividad de
las políticas públicas relativas al mejoramiento de la seguridad hídrica, aunque, muchas
veces, resulta difícil de aplicar debido a que supone el empleo de herramientas de análisis
complejas y de antecedentes que no están siempre disponibles.
• El énfasis del concepto de seguridad hídrica en la mitigación de los riesgos conlleva la
necesidad de identificar las amenazas, vulnerabilidad e incertidumbres que debe enfrentar
la gestión del agua y evaluar su capacidad para adaptarse a los nuevos escenarios. La
consideración de la seguridad hídrica como el objetivo estratégico de la gestión del agua,
hace necesario estudiar la evolución de la situación actual con el propósito de identificar los
riesgos que se deberán enfrentar en los escenarios futuros. Dichos escenarios presentan
amenazas que son previsibles y otras que resultan inciertas y no es factible definirlas con
precisión. Por otra parte, los problemas del futuro serán, en cierta medida, el resultado de
la calidad del sistema de gestión para atender los desafíos del presente y de su capacidad
de adaptarse a los nuevos. En una región como América Latina y el Caribe, donde en las
últimas décadas se observan notables transformaciones sociales y productivas, el análisis
de los riesgos debe evitar cualquier enfoque metodológico que se restringa o enfoque
exclusivamente al estudio de la variabilidad hidrológica y climática y sus impactos. Por
el contrario, una gran fuente de amenazas y vulnerabilidad en la región se encuentra en
las dificultades de la sociedad para adaptarse a los problemas que produce su propio
desarrollo. Así, a las amenazas derivadas del medio físico es necesario agregar, como
un elemento fundamental, las incertidumbres o condicionantes sociales que generan los
procesos de transformación acelerada de la sociedad y de las demandas que imponen a
78 la gestión de los recursos naturales, y del agua en particular.
• Favorece la comparación de desempeño en temas y situaciones específicas. El análisis
de la seguridad hídrica es un enfoque que entrega elementos para hacer comparables
experiencias y resultados de la gestión del agua en distintos países y realidades, transmitir
las lecciones aprendidas y extender las mejores prácticas del sector. Sin perjuicio de lo
anterior, el enfoque metodológico que se centra en generar indicadores nacionales simples
de las distintas dimensiones de la seguridad hídrica a nivel de cada país no parece adecuado
para reflejar los verdaderos desafíos que presenta el sector en la región. En efecto, la
extensión geográfica, la heterogeneidad espacial y la complejidad de las situaciones que
se presentan al interior de cada país, inhabilitan la escala nacional para analizar y reflejar
adecuadamente los problemas reales, los que se presentan usualmente a nivel de una zona
o cuenca. Además, la complejidad de los temas relacionados con el agua, hace necesario
considerar múltiples elementos de contexto, los que frecuentemente no se reflejan en
indicadores sencillos desarrollados a escala nacional. Al respecto, Whittington, Sadoff y
Allaire (2013) señalan que “las estimaciones genéricas y globales del valor económico de
una mayor seguridad hídrica, no son útiles para orientar las decisiones de inversión en el
ámbito nacional o regional”. Así, indicadores tales como la disponibilidad de recursos hídricos
a nivel nacional, carecen de toda utilidad como guía de políticas públicas en la mayoría de
los países, con excepción de las más pequeñas islas del Caribe. Al respecto, un enfoque
realista para las condiciones de la región supone desarrollar análisis por cuencas o por
zonas de dimensiones acordes a la escala de los problemas comunes detectados, de modo
que la información nacional sea la agregación de los datos analizados localmente. Así, el
proceso de transmisión de experiencias, aprendizaje y comparación de desempeño en la
región debe realizarse en torno a temas específicos que resultan comunes a determinadas
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
zonas o cuencas localizadas en distintos países, sobre la base del desarrollo de estudios
en profundidad que consideren los costos y beneficios para cada caso.
En síntesis, el análisis sistemático de la seguridad hídrica puede ser de gran interés y utilidad
para los países de América Latina y el Caribe, concebido como un instrumento de análisis integral,
diagnóstico, definición de objetivos, evaluación y comparación de desempeño.
• El acceso a los servicios de agua potable y saneamiento, no solo resulta crítico por la
salud pública, sino que también contribuye efectivamente a la lucha contra la pobreza,
ya que ello permite elevar los niveles de ingreso disponibles de los pobres —sector más
afectado por la falta de acceso36— hasta en un 14%, debido a los menores costos de
abastecimiento y a la reducción de los gastos en salud (Garrido-Lecca, 2010).
• Además de la protección de la salud pública, un adecuado desarrollo de estos servicios
genera diversas externalidades positivas que inciden en la seguridad hídrica de actividades
económicas de gran interés para los países de la región (Hantke-Domas y Jouravlev, 2011).
Ese es el caso de los rubros alimentarios, la agricultura orientada a la exportación y de la
industria turística, cuya competitividad en los mercados internacionales se ve afectada
si dichos servicios no son de alto nivel. A modo de ejemplo, se puede señalar que en
países del sudeste asiático se ha estimado que las deficiencias en saneamiento causan
pérdidas en el sector turístico del 5% al 10% (OCDE, 2013). En forma similar, en América
Latina y el Caribe existen ejemplos que ilustran de manera dramática los impactos sobre
la actividad económica de las deficiencias en agua potable y saneamiento, como es el
caso de la epidemia de cólera que inició en el Perú en 1991 y que afectó a varios países
de la región (Jouravlev, 2004).
En relación con los niveles de riesgo que resultan aceptables para la región, considerando
su desarrollo actual y las tendencias previsibles, se pueden hacer los siguientes comentarios:
• A nivel mundial se ha aceptado que el acceso al agua potable y al saneamiento constituye
un derecho humano esencial amparado por el derecho internacional y así lo confirma
la Resolución 64/292 de 2010, de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la cual
exhorta a los gobiernos a su “cumplimiento progresivo” (Justo, 2013). Sobre este objetivo,
es importante destacar que la identificación de la seguridad hídrica a partir de los niveles
80 de cobertura “mejorados” resulta inadecuada para medir las reales expectativas de la
población, ya que incluye soluciones que de acuerdo al desarrollo social y económico de
América Latina y el Caribe resultan difíciles aceptar como suficientes (Jouravlev, 2015). Es
más realista para las condiciones de la región establecer como objetivo el acceso universal
a servicios de agua potable y saneamiento, considerando conexiones domiciliarias, por
lo menos en las ciudades. Aunado a esto, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible,
adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2015, establece,
expresamente, la universalización de los servicios de agua potable y saneamiento para el
año 2030, e incluye además metas relacionadas al control de contaminación y tratamiento
de las aguas residuales, la eficiencia en el uso del agua, la gestión integrada de los recursos
hídricos y protección de los ecosistemas, entre otros.
• La definición de riesgos aceptables en la región no debiera referirse solo al acceso y dotación
de agua disponible para la población sino también a la calidad del servicio, considerando
estándares adecuados respecto de su continuidad y control de calidad del agua. En
este sentido, es necesario destacar que ello es, en cierta medida, una materia dinámica
relacionada con las definiciones normativas, los avances científicos y las dificultades
para su cumplimiento, que también se modifican de acuerdo a los cambios en las fuentes
naturales. Así, por ejemplo, en los EE.UU. (EPA, 2013) se ha estimado que el 16% de los
requerimientos de inversión en infraestructura para los próximos 20 años corresponden
al acondicionamiento de los sistemas para cumplir las normativas sanitarias.
• Las metas de seguridad hídrica a alcanzar en los distintos países no pueden ser las mismas
(aunque bien pueden haber valores mínimos básicos como punto común de partida). Lo
36 El 70% de las personas sin acceso a agua potable y un 84% de las que carecen de servicios de saneamiento,
corresponde a los dos quintiles más bajos de ingreso (BID, 2007).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
anterior es debido, por una parte, a que existen amplias diferencias en los avances alcanzados
a la fecha y por otro, a que la determinación de las metas supone un compromiso entre
diversas políticas públicas de cada país, a partir de aspectos analizados, tales como: la
relación entre los costos y beneficios, disponibilidades presupuestarias y consideraciones
de equidad involucradas. Al respecto, un aspecto que resulta especialmente sensible es
la eliminación de las brechas entre las ciudades, sus periferias y las áreas rurales y los
estándares aceptables para dicho sector, considerando que los costos de provisión de los
servicios pueden ser muy elevados dependiendo de las condiciones locales y soluciones
tecnológicas utilizadas.
En relación con los desafíos que debe enfrentar esta dimensión de la seguridad hídrica, es
posible identificar los siguientes: i) superar los déficits existentes; ii) asegurar la disponibilidad de
recursos hídricos en las fuentes; y iii) controlar el deterioro de la calidad del agua en las fuentes.
usos productivos o ambientales, por el encarecimiento que supone la necesidad de recurrir a otras
fuentes de suministro más alejadas o más contaminadas, o por la sobreexplotación de acuíferos. Un
ejemplo de lo anterior, se da en algunas ciudades (como Bogotá, Quito, Lima y La Paz) en las que
una fuente importante de abastecimiento lo constituyen glaciares, los cuales presentan importantes
retrocesos a causa del cambio climático (IPCC, 2014).
Un segundo problema, asociado a la eventual intensificación de las condiciones de sequía,
se refiere al abastecimiento de poblaciones menores y rurales, que muchas veces dependen de
una única fuente de suministro. Ese es el caso de las pequeñas localidades en Chile en las que, en
años recientes, la condición general de sequía ha significado el colapso de numerosos sistemas de
suministro, obligando a atender las necesidades de unos 400 mil personas por medio de camiones
aljibe (Chile, 2015).
Recuadro I.6
Impactos del cambio climático en la generación hidroeléctrica en Centroamérica
Los escenarios de cambios potenciales en la temperatura, la precipitación, la aridez y los patrones intraanuales sugieren
mayores riesgos e incertidumbre para la hidroelectricidad. El efecto combinado del alza de la temperatura y los cambios
de la precipitación afectan la evapotranspiración en las cuencas, y por ende, su caudal, así como la evaporación en
los embalses. En un estudio realizado de las plantas Chixoy de Guatemala y Cerrón Grande de El Salvador, esta cadena
de efectos da como resultado, en el escenario más pesimista, reducciones de la generación superiores al 20% en las
dos plantas para el corte 2020 respecto a la generación de los períodos de referencia. Al corte 2050, las reducciones
serían superiores al 40% en ambas hidroeléctricas y en más de 80% para Chixoy y 70% para Cerrón Grande a finales
del siglo. En el escenario menos pesimista se espera un incremento de entre 4% y 6% en ambas plantas para el corte
2020. A partir de 2020, las estimaciones se vuelven negativas hasta llegar a una disminución del 26% en Chixoy y del
17% en Cerrón Grande a 2100.
En resumen, el progresivo aumento de temperatura previsto estará afectando la producción hidroeléctrica por
la evapotranspiración en la cuenca y la evaporación en el embalse. Es importante observar que el alza de temperatura
de la atmosfera podría contribuir a episodios de lluvias más intensas, y el aumento de la temperatura de la superficie
del mar a mayor intensidad de huracanes. No obstante, el mayor riesgo se relaciona con la lluvia, cuyo patrón en la
región ya demuestra gran variabilidad en su acumulado anual y en su distribución intraanual. Los escenarios futuros
sugieren un posible aumento en la variabilidad de las precipitaciones con una reducción progresiva, especialmente en
la segunda mitad del siglo. Sin embargo, el modelaje de la lluvia contiene varias incertidumbres aún por resolverse.
Esta situación indica una cierta ventana de oportunidad a corto plazo, que se va a ir cerrando si no se aprovecha,
para fortalecer la gestión de las cuencas, los embalses y las plantas existentes y el diseño de las nuevas iniciativas
de gestión integral del recurso hídrico y adaptación a la variabilidad climática y los impactos del cambio climático.
La disminución de la precipitación en la mayor parte de las cuencas de la región, junto con el progresivo
aumento de temperatura en todas ellas, afectará de forma significativa a la producción hidroeléctrica futura, al incidir
en la cantidad de recursos disponibles. El primero de los efectos de la elevación de temperatura tendrá mayor incidencia
en aquellos aprovechamientos cuya cuenca disponga en la actualidad de menores índices de pluviosidad, mientras
que el segundo en aquellos aprovechamientos en los que la superficie de embalse sea más elevada en relación con
sus recursos disponibles. Aparte de la evidente disminución de recursos disponibles, otro de los efectos que el cambio
climático pone en evidencia el aumento de la duración del período de estiaje, lo que multiplica el efecto que éste tiene
en la disminución de potencia firme en los distintos aprovechamientos.
85
Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Consejo Agropecuario Centroamericano (CAC),
Consejo de Ministros de Salud de Centroamérica (COMISCA), Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo
(CCAD), Consejo de Ministros de Hacienda o Finanzas de Centroamérica y República Dominicana (COSEFIN), Secretaría
de Integración Económica Centroamericana (SIECA), Sistema de la Integración Centroamericano (SICA), Programa de
Asistencia del Ministerio para Desarrollo Internacional del Gobierno Británico (UKAID) y Agencia de Cooperación para
el Desarrollo de Dinamarca (DANIDA) (2015), Cambio climático en Centroamérica: Impactos potenciales y opciones de
política pública, LC/MEX/L.1196, México, D.F.
Desde una perspectiva nacional, los niveles de riesgo aceptables serán aquellos asociados
a fallas en el suministro que no generan impactos sociales o económicos de relevancia a nivel local
o nacional, considerando las particularidades de cada país. Además, siendo la disponibilidad hídrica
variable de año en año, resulta necesario hacer un balance entre la extensión de las superficies
de riego que se desarrollan y el nivel de riesgo que se acepta. Así, a mayor extensión existirá un
mayor beneficio en años húmedos pero un mayor riesgo en años secos y, en la medida que no
existan aspectos sociales o estratégicos involucrados, el nivel de seguridad debiera depender de
la relación entre los costos y beneficios entre seguridad y productividad, tarea que corresponde
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
que la ampliación de las áreas regadas se convierta en un objetivo de política económica compartido
por la comunidad empresarial y los gobiernos.
De este modo, es frecuente que las decisiones de incorporar nuevas superficies gocen de
aceptación y se perciban como signos de progreso, y que, por el contrario, los controles para limitar
una posible expansión sean decisiones poco comprendidas por la comunidad, independientemente
de lo prudente que ellas pudieran ser desde la perspectiva de asegurar un adecuado balance entre la
oferta y la demanda. Esta aceptación, que en definitiva pudiera terminar perjudicando a los usuarios
originales, se explica porque los problemas de sustentabilidad asociados a una ampliación excesiva
de las zonas regadas se manifiesta sólo en el mediano o largo plazo, cuando se presentan condiciones
de sequía. Además, desde la perspectiva de los particulares interesados en incrementar las zonas
de riego, resulta habitual que los impactos derivados de una mayor demanda se socialicen a través
de la gestión del agua y sean imperceptibles en el corto plazo para el resto de los actores, mientras
que los beneficios económicos son inmediatos y permanecen privados.
Por otra parte, este proceso se ha visto facilitado por los desarrollos tecnológicos popularizados
en las últimas décadas, orientados a la producción agroindustrial para la exportación, como son los
sistemas de riego por goteo o cinta, por micro aspersión y por aspersión —en Chile, la superficie
de riego tecnificado ha estado creciendo más del 12% al año en el último tiempo—, unidos a los
sistemas de bombeo y al uso de tuberías de plástico de un menor costo, todo lo cual ha cambiado
completamente las posibilidades tecnológicas de incorporar nuevas superficies al riego, al hacer
regables terrenos que antes no lo eran, permitiendo con ello incrementar en forma radical las superficies
susceptibles de ser regadas (como está pasando en la Argentina y Uruguay con plantaciones nuevas
con mayor valor agregado).
En este contexto, la posibilidad de ampliar las superficies regadas a niveles insostenibles es
evidente, y en la región está presente. De este modo, si no existe un marco normativo que incorpore
una visión del balance entre la oferta y la demanda de largo plazo e instituciones sólidas que hayan 87
previsto este tipo de amenaza, las regulaciones y controles para limitar la expansión de los superficies
bajo riego tienden a ser ineficaces, en especial si los incentivos económicos son importantes y se
trata de un proceso que se desarrolla en forma masiva, generando para la comunidad beneficios
de corto plazo.
Recuadro I.7
Posible conflicto entre eficiencia y sustentabilidad
Normalmente sólo una pequeña parte del agua extraída de una corriente —un 30% en el caso del riego por surco—
se consume (en riego, en proceso de evapotranspiración). El agua que no se consume retorna a la corriente en cierto
punto, ya sea en forma directa, mediante el caudal de retorno superficial (derrames, sobrantes, etc.), o indirecta, en
forma de la recarga del acuífero, y en consecuencia puede aprovecharse aguas abajo. Obviamente también puede no
estar disponible para otros usos beneficiosos, por ejemplo, si se pierde irrecuperablemente drenándose al acuífero
salino. Este aprovechamiento puede tomar diferentes formas: usuarios con derechos de uso formalizados o no, o usos
ambientales u otros no expresados en tales derechos.
Esta situación significa que puede producirse un conflicto entre eficiencia y sustentabilidad: si mayor
eficiencia en el uso del agua (como por ejemplo, introducción de riego por aspersión) significa mayor uso consuntivo
(evapotranspiración) y consecuentemente menor caudal de retorno que anteriormente era fuente de un uso beneficioso,
entonces una mayor eficiencia en un uso del agua estaría afectando negativamente la sustentabilidad del otro
aprovechamiento. Estos efectos adversos pueden ser importantes, pero suele transcurrir un tiempo antes de hacerse
perceptibles, y a menudo es difícil determinar si son el resultado de la naturaleza estocástica de los caudales o de una
acción de un usuario aguas arriba, así como identificar el factor causante. De aquí, la necesidad de realizar un adecuado
análisis de estas decisiones, idealmente a nivel de cuenca más que en el ámbito de aprovechamientos individuales.
Fuente: Andrei Jouravlev (2014), “Posible conflicto entre eficiencia y sustentabilidad”, Carta Circular de la Red de
Cooperación en la Gestión Integral de Recursos Hídricos para el Desarrollo Sustentable en América Latina y el Caribe,
No 40, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Santiago de Chile.
las precipitaciones en sus zonas áridas y semiáridas. Además, estas zonas presentan algunas
características que amplifican los impactos de la disminución de precipitaciones en la gestión del
agua, tales como las siguientes:
• La disminución de precipitaciones se refleja en una reducción proporcionalmente mayor
en los caudales: se estima que, aun con una temperatura constante, una disminución del
25% en la precipitación se traduce en una reducción del 50% en el caudal (CEPAL, 1993).
• A lo anterior, en ocasiones se agrega el cambio en el régimen estacional de los caudales,
especialmente en las cuencas que presentan regímenes con un componente nival. En
esas cuencas, los caudales disminuyen en forma más acentuada en los meses de verano,
período crítico para el manejo del agua debido a las mayores demandas para riego.
• Los impactos también se hacen extensivos en forma amplificada en el valor de la recarga
de los acuíferos, la que usualmente se asocia a los esporádicos períodos de altos caudales.
• El cambio climático afectaría con mayor intensidad las condiciones hidrológicas extremas,
en especial aquellas relacionadas con los fenómenos de La Niña y El Niño, justamente
eventos que son especialmente relevantes en la hidrología de las zonas áridas y semiáridas
de la región.
• Por su parte, como consecuencia del cambio climático, la magnitud de las demandas
de agua, en particular las correspondientes al riego, el principal uso, también se verían
incrementadas, debido principalmente al aumento de las temperaturas.
De acuerdo a la señalado, los desequilibrios en los balances entre la oferta y la demanda
en las zonas áridas y semiáridas debido a una menor disponibilidad de recursos hídricos, como
resultado de la variabilidad y cambio climático, pueden llegar a ser de gran magnitud y una fuente
de grave inseguridad hídrica para los países.
90
A pesar de que se reconoce que los impactos económicos asociados a un cambio climático
serían muy significativos (CEPAL, 2010), a la escala de las cuencas, la incertidumbre de las previsiones
es tan elevada que ellas resultan inadecuadas para la planificación hidrológica. Así, se concluye que
lo relevante es aceptar que no resulta suficiente evaluar los riesgos con la hipótesis de un clima en
condiciones estacionarias y es necesario desarrollar una estrategia de adaptación a estos fenómenos
asumiendo un escenario de incertidumbre. En este contexto, la pregunta acerca del nivel de riesgo
aceptable tiene una respuesta difusa y resulta inaplicable una definición convencional, de carácter
estadístico, como las que se utilizan habitualmente en las cuestiones hidrológicas. En este caso,
alcanzar una seguridad hídrica aceptable significa simultáneamente:
• Atender adecuadamente a las necesidades derivadas de la variabilidad actual conocida
del clima y los recursos hídricos.
• Implementar una estrategia de adaptación —incluyendo el perfeccionamiento de los sistemas
normativos— que sea: i) sensible (es decir, en condiciones de reaccionar con prontitud);
ii) proactiva y preventiva (que busque adelantarse a los problemas); iii) flexible (que se
adapte a los cambios que se presenten); iv) duradera (que se mantenga en el tiempo); y v)
robusta (en condiciones de hacer frente a escenarios diversos).
Una estrategia de adaptación como la señalada requiere de un análisis integral de las amenazas
existentes, la elaboración de programas de seguimiento e investigación, y medidas de adecuación
en lo relativo a la institucionalidad, infraestructura e instrumentos de gestión.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Por otra parte, las dinámicas relativas a la evolución futura de la región pueden incidir
simultáneamente tanto haciendo más complejo y difícil el objetivo de alcanzar un riesgo ambiental
aceptable como facilitando el avance en la materia. En efecto, mientras la presión por el desarrollo
de los recursos naturales de la región, el crecimiento urbano y el cambio climático pueden afectar
negativamente dicho avance, el aumento de los ingresos, las transformaciones políticas y sociales, las
exigencias ambientales de los mercados globales, y los nuevos requerimientos de participación de los
actores sociales contribuyen favorablemente a priorizar este objetivo en la sociedad. A continuación
se presentan las áreas que constituyen los principales desafíos para la seguridad hídrica en el tema.
envergadura, no existe una regulación precisa y por lo tanto un control efectivo de la disposición de
los efluentes cloacales, y, además, muchas plantas de tratamiento se encuentran en mal estado o
abandonadas debido a insuficiencias tanto de recursos económicos como de capacidad operativa.
Por otra parte, en las localidades rurales una baja proporción de los sistemas dispone de recolección
de aguas servidas y aun menor, de su tratamiento.
Este inadecuado control de la contaminación causada por las descargas de las aguas
servidas domésticas, junto con deficiencias en la cobertura y calidad de los servicios de agua
potable y saneamiento, incide en el resguardo de la salud de la población, y en particular en la
elevada morbilidad por enfermedades transmitidas por el agua (cólera, fiebre tifoidea, disentería,
etc.). Al mismo tiempo, el reúso de las aguas residuales domésticas, con o sin tratamiento previo,
constituye una significativa fuente de agua para varios cultivos (vid, frutales, forestales, etc.).
De este modo, para la región, los objetivos de seguridad hídrica a mediano plazo necesariamente
suponen el tratamiento completo de las aguas servidas domésticas, tarea que representa grandes
esfuerzos tanto en lo institucional como en lo financiero. Así, las inversiones requeridas para alcanzar,
para el año 2030, una meta de cobertura de tratamiento de las aguas servidas del 64% superan los
33 mil millones de dólares (Mejía y otros, 2012).
Un segundo factor que incidiría en dicha amenaza sería la ausencia de tratamiento de las
aguas servidas, muchas veces reutilizadas en el riego. Así, la contaminación por nitratos podría limitar
en el futuro la disponibilidad de agua para fines domésticos, así como contribuir a los procesos de
eutrofización de los cuerpos de agua.
Esta situación presenta para la región el desafío inicial de implementar el tratamiento de las
aguas servidas e inclusive en el futuro pudiera requerir el desarrollo de tratamientos terciarios en
lugares específicos. Adicionalmente, en el mediano plazo, está la tarea de incorporar regulaciones
al uso de fertilizantes en la agricultura, tarea compleja y que en los países industrializados ha sido
de difícil implementación y ha tenido resultados inciertos (Byrne, 2007).
Los principales procesos que inciden en esta situación son los siguientes (PNUMA, 2012):
• Contaminación de las aguas: La contaminación y deterioro de la calidad del agua en muchos
cauces puede tener efectos significativos en los ecosistemas, generando condiciones
que los hacen incompatibles con la vida acuática. Así, en ríos altamente contaminados se
observa la desaparición de ciertas especies, e inclusive no resultan inusuales en la región
fenómenos tales como la mortandad masiva de peces. La destrucción de la biodiversidad
acuática por procesos de eutrofización es común en lagos y embalses de la región,
principalmente por la descarga de aguas residuales sin tratamiento previo y escorrentía
natural provenientes de áreas de agricultura intensiva, a lo que se le suma el uso recreativo
de los cuerpos de agua y la contaminación hídrica por desechos sólidos.
• Deterioro de los hábitats y pérdida de las funciones de regulación de eventos hidrológicos
extremos que cumplen los humedales: Considerando que la mantención de caudales
ecológicos en los ríos de la región es una práctica relativamente reciente e incipiente, son
numerosos los cauces donde la extracción de caudales —acompañada de los cambios
de su geometría (como la extracción de áridos, etc.)— para fines productivos excede
ampliamente los umbrales para mantener los ecosistemas. Asimismo, la explotación
excesiva de aguas subterráneas o superficiales en ocasiones genera un deterioro de
humedales de gran interés ambiental. Estas situaciones son especialmente frecuentes
en las zonas áridas y semiáridas, como es el caso del altiplano chileno y de la vertiente
del Pacífico de la Cordillera de los Andes. Por otra parte, en zonas húmedas la pérdida de
humedales conlleva una reducción de sus funciones de regulación de flujos y sedimentos,
con un incremento hacia aguas abajo de los caudales asociados a los eventos hidrológicos
extremos y una afectación de los equilibrios mecánico-fluviales. En muchas cuencas, este
régimen de extracción se ha desarrollado a lo largo de muchas décadas —frecuentemente
94 por más de un siglo—, lo que unido a la importancia del recurso hídrico para la actividad
económica local, genera una situación difícilmente reversible en el corto y mediano plazo.
Así, corresponde desarrollar una estrategia de compromiso para definir el riesgo ambiental
aceptable para la sociedad.
• Desarrollo de especies invasoras: En la región existen diversos ejemplos de especies
introducidas desde otros continentes, las que cambian la estructura de los ecosistemas
y, eventualmente, desplazan especies endémicas. Este proceso, que en algunas zonas se
inició hace más de un siglo, ha tomado un nuevo impulso con el desarrollo de la acuicultura.
Así, el desarrollo intensivo de la acuicultura con especies no nativas ha afectado de manera
considerable a varias cuencas del Brasil y a ríos del sur de Chile (Jiménez y Tundisi, 2012).
Otros casos a destacar son: la introducción de castores (castor canadensis) en la isla de
Tierra del Fuego, con importantes alteraciones en el régimen hidrológico de los cursos
de agua y la afectación del bosque nativo austral; y el avance del mejillón dorado cuyas
incrustaciones han producido daños en tomas de agua, plantas potabilizadoras, turbinas
de centrales hidroeléctricas y sistemas de refrigeración.
• Cambio climático: Los procesos de pérdida de biodiversidad y los cambios en el clima
tienen relaciones complejas de difícil predicción, relacionados tanto con los impactos
directos del cambio (temperaturas, precipitaciones, etc.), como indirectos (incluida la propia
reacción de la sociedad frente a los nuevos escenarios). En general, se espera que la tasa de
pérdida de biodiversidad se incremente; sin embargo, existen importantes incertidumbres
en relación con su magnitud y velocidad. De este modo, algunas predicciones muestran
situaciones que tendrían altos impactos, tales como una “sabanización” del Amazonas
con una disminución del 30% de la disponibilidad de agua en las regiones sur y sureste del
Brasil (Jiménez y Tundisi, 2012), lo que amenazaría los ecosistemas de una amplia zona.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Sin embargo, no todas las modelaciones son coincidentes y aún se considera en el mundo
científico un tema abierto (IPCC, 2014). En este marco, las estrategias de conservación de
la biodiversidad deberán ser robustas, haciéndose cargo de las incertidumbres existentes,
y tener la capacidad de responder a los nuevos conocimientos que se generen.
Cabe destacar que, aunque los países de América Latina y el Caribe han hecho grandes avances
en la definición de la normativa aplicable a los temas ambientales, incluidos los recursos hídricos,
persisten importantes debilidades en relación con la capacidad institucional para hacerlos efectivos
en la práctica (Embid y Martín, 2015). De este modo, para enfrentar los desafíos que se presentan en
esta materia y alcanzar una seguridad hídrica aceptable, es necesario superar dicha limitación.
La gravedad del tema queda reflejada en que en los últimos 30 años la región ha presentado
casi 90 mil pérdidas de vidas humanas por eventos extremos de origen hidrológico, meteorológico
y climatológico, afectando a unos 150 millones de personas, y produciendo daños por más de 120
mil millones de dólares (EM-DAT, 2016). Cabe destacar que estos impactos se generan con una
gran variabilidad en el tiempo, concentrándose principalmente en algunos años, lo que aumenta su
95
impacto disruptivo en el desarrollo de los países.
El origen de estos desastres se encuentra en una amplia variedad de fenómenos, acorde
con la gran diversidad geográfica que caracteriza a la región de América Latina y el Caribe. Entre
dichos fenómenos se pueden mencionar los siguientes:
• Huracanes y tormentas tropicales que afectan principalmente la zona del Caribe y América
Central. La magnitud de los impactos de estos fenómenos se puede ilustrar con el caso
del Huracán Mitch (1998) que causó daños por unos 6 mil millones de dólares, equivalente
al 16%del PIB de los países afectados (San Martin, 2002).
• Grandes inundaciones generadas por ríos de llanura, como las que se presentan en la
Cuenca del Plata. En la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, en 1982/1983 alcanzaron
un caudal máximo de 60 mil metros cúbicos por segundo y duraron más de un año, llegando
a cubrir superficies de 30 mil kilómetros cuadrados (Jiménez y Tundisi, 2012).
• Aluviones en zonas áridas, como las que afectan las cuencas de la costa pacífica de
Sudamérica y cordillera y piedemontes de Argentina. Estos fenómenos, a pesar de originarse
con precipitaciones de menor magnitud, en zonas donde se presentan precipitaciones solo
en forma esporádica, se caracterizan por su violencia y carácter sorpresivo, generando
grandes destrucciones. Por ejemplo, en Chile, los aluviones que afectaron las regiones de
Antofagasta y Atacama en 2015 dejaron más de 100 personas fallecidas o desaparecidas,
unos 30 mil damnificados y pérdidas de unos 1,5 mil millones de dólares.
• Inundaciones ribereñas, que se presentan como resultado de crecidas propias del régimen
hidrológico del río, pero que provocan daños debido a la ocupación del suelo de las áreas
que corresponden a su lecho mayor. También, en los valles de los ríos andinos, por fusión
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
estudios de ordenamiento territorial y el manejo integrado de las cuencas hídricas con la gestión y
ordenamiento del territorio, e implementarlos a través de políticas efectivas.
Parte D L. Martín y J. Bautista Justo (editores) (2015), Análisis, prevención y resolución de conflictos
por el agua en América Latina y el Caribe; pp. 11-22 y 35-55.
Este tipo de conflictos involucra procesos que se desarrollan a lo largo del tiempo,
poseen evoluciones fluctuantes y no se limitan a eventos aislados, lo cual hace necesario imprimir
dinamismo al análisis y evitar miradas estáticas y descontextualizadas de condiciones económicas,
demográficas, tecnológicas y otras. Si bien el agua tiene un lugar preponderante en el núcleo de
las disputas, se presentan en ellas connotaciones culturales, históricas, territoriales, sociales,
políticas, económicas y distributivas que son claves para su comprensión y resolución, haciendo
especialmente necesarios los abordajes interdisciplinarios. En ese sentido, también los CpA poseen
componentes que trascienden los aspectos técnicos o científicos, aún cuando es necesario que
éstos sean adecuadamente analizados y divulgados, en especial debido a la asimetría informativa y
al desigual poder de negociación y organización de las partes, que se conjugan con la baja fiabilidad
de mucha de la información circulante para propiciar, en ocasiones, el surgimiento de posturas
extremas y polarización. 99
En una cantidad importante de CpA, el epicentro de la controversia es la relación entre la
comunidad, las empresas y el Estado. Desde el plano de la comunidad, suelen desarrollarse acciones
colectivas que confrontan proyectos productivos por considerarlos negativos para los recursos hídricos
o para sus intereses. Estos proyectos normalmente son impulsados por compañías, en muchos
casos con participación de capital extranjero y cuentan con apoyo del Estado. Habitualmente, los
involucrados no tienen una percepción del sistema hidrológico nacional, sino de su cuenca o de la
porción de la que se abastecen, así como también una representación parcial de la organización
institucional y objetivos de la gestión del agua. Ello se agrava por cuanto se advierte todavía una
débil presencia de la sociedad civil, que en varios casos es sustituida por grupos pequeños pero
activos, de escasa representatividad en el conjunto de la comunidad y que no están en condiciones
de generar visiones comprensivas de los problemas existentes (Solanes y Jouravlev, 2005).
Se observa en los debates sobre CpA la ausencia de un marco teórico riguroso para
procesar la enorme casuística existente. El primer objetivo de este trabajo es reducir ese déficit a
través de la propuesta de una estructura conceptual para sistematizar los CpA que se producen
en la región. Se busca ofrecer con ello una herramienta práctica que facilite el abordaje de los
CpA. El primer desafío que plantea esta temática es la falta de claridad en los desacuerdos, ¿cómo
pueden manejarse adecuadamente los CpA si no existe precisión siquiera sobre sus componentes
esenciales? A eso apunta el marco teórico, que busca proveer una modalidad de análisis que
permita esa clarificación preliminar, para reducir las distorsiones en la información y obligar a
transparentar las posiciones y objetivos.
La opacidad sobre los actores e intereses involucrados en los CpA, y su diversidad y
heterogeneidad, conducen a escenarios de confusión que impiden comenzar el diálogo, alargan
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
La primera de ellas se vincula con la movilidad inherente al ciclo hidrológico, que no atiende
a límites políticos, administrativos ni jurídicos, y con ello dificulta la determinación y aplicación
100
de derechos sobre el agua, generando incertidumbre37. La segunda reside en la diversidad de
usos del agua, que puede dar lugar —en especial en los usos consuntivos— a rivalidad en los
aprovechamientos. Un tercer rasgo del agua que puede propiciar el surgimiento de CpA —sobre
todo, en caso de una deficiente gestión— es la interdependencia general de los usuarios: los usos
y usuarios situados aguas abajo dependen de manera crítica de la cantidad, calidad y tiempo de los
sobrantes, caudales de retorno o pérdidas de los usos y usuarios localizados aguas arriba, que por esta
razón, detentan una ubicación privilegiada. Esa diferencia de posiciones se traduce en la naturaleza
unidireccional y asimétrica de las interrelaciones e interdependencias entre los usos y usuarios de
agua en un sistema hídrico integrado (Dourojeanni, Jouravlev y Chávez, 2002). En la medida en que,
debido a su ubicación privilegiada en la cuenca, los comportamientos de los usuarios de aguas
arriba condicionan la situación de los de aguas abajo, pero no viceversa, existe un desequilibrio de
fuerzas que dificulta alcanzar un aprovechamiento óptimo y sustentable a través del proceso de la
negociación. Ello genera un escenario fértil para el surgimiento de los CpA, poniendo de manifiesto
la importancia de la intervención regulatoria del Estado para su prevención y solución. De aquí que
se entiende que “la gestión del agua es una gestión de conflictos” (CEPAL, 1992).
En términos generales, un conflicto es una clase de relación social cuyos participantes
persiguen objetivos incompatibles entre sí. En el caso del agua, esas pretensiones discordantes se
vinculan con su aprovechamiento real o potencial.
El choque intersubjetivo de intereses inherente a los CpA se traduce en la coexistencia de
una pretensión sobre los atributos o dimensiones del recurso y una resistencia que se le opone por
existir similares aspiraciones. Estas posturas encontradas se vinculan en la mayoría de los casos con
37 Los derechos privados sobre recursos comunes tienden a ser más limitados, correlativos, contingentes y atenuados,
en comparación con los que se aplican a la tierra, en virtud del carácter estático de la segunda (Cole y Ostrom, 2010).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
el acceso a una cantidad de agua de cierta calidad en un momento dado. Esta razón primaria para
el surgimiento de un CpA involucra generalmente escenarios de escasez en los cuales la asignación
para determinados usos y usuarios implica la insuficiencia para satisfacer otros —en cantidad, calidad
u oportunidad—, pero también se refiere a los casos de exceso de agua que originan controversias
sobre quién debe ser el sujeto receptor del sobrante y soportar los daños en caso que los hubiere.
La calidad del agua también es motivo de CpA, en la medida en que su degradación puede
comprometer una serie de destinos clave del recurso. La contaminación de las aguas puede generar
perjuicios productivos, económicos, ambientales y sanitarios a ciertos sectores y por ello este
componente se encuentra en el centro de la escena en una gran cantidad de casos. La colisión entre
los derechos extractivos sobre el agua y los permisos de vertido de desechos en el mismo cuerpo,
se convierte en un problema estructural, propio de esta faceta de los CpA.
Por último, la disponibilidad temporal del agua da lugar a controversias, en especial cuando
se enfrentan usos consuntivos (por ejemplo, el riego) con otros que —aunque no necesariamente
implican consumo del recurso— limitan la accesibilidad de terceros en determinados momentos
(como la generación hidroeléctrica cuando depende del almacenamiento para asignar el caudal en
el tiempo).
Con base en estos aspectos, es posible ensayar la siguiente tipología: i) conflictos entre usos,
ii) conflictos entre usuarios; iii) conflictos con actores no usuarios; iv) conflictos intergeneracionales;
v) conflictos interjurisdiccionales; y vi) conflictos institucionales.
Desde esta perspectiva, una muestra especialmente sensible para América Latina y el Caribe
es la de las industrias extractivas, aunque también en forma cada vez más perceptible lo son la
agricultura intensiva y la expansión urbana descontrolada. Los sectores de minería y petróleo resultan
claves para las economías de muchos países y suponen para la región miles de millones de dólares
en inversiones predominantemente extranjeras. Paralelamente, ese tipo de industrias demanda la
utilización de grandes cantidades de agua para sus operaciones, lo que muchas veces se traduce
en disputas con otras actividades. La situación de tensión entre los beneficios derivados de las
inversiones y la preservación del recurso se ha visto agravada en los últimos años ante la proliferación
de proyectos como resultado del aumento de los precios internacionales de esas materias primas.
Muchos emprendimientos que eran técnicamente o económicamente inviables hasta hace pocos
años se han vuelto atractivos para los inversores, incrementando la demanda de agua para estos
nuevos usos (Tafur, 2011).
Las principales amenazas de la industria minera en relación con el agua se vinculan con
posibilidades de extracción excesiva y contaminación. La primera se debe a que las operaciones
requieren grandes cantidades de agua para extraer minerales de la roca. El agua es necesaria en
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
todas las etapas de los procesos, incluyendo la explotación de canteras, la molienda, lixiviado y en la
extracción de líquidos o gas. Dado que la minería es una práctica intensiva en agua, existe el riesgo
de que los recursos hídricos sean utilizados de un modo no sustentable, lo cual es especialmente
problemático en zonas áridas en las cuales una parte importante de la industria minera se localiza
(como el norte de Chile). Aunque en términos relativos la minería normalmente es un usuario menor
en el ámbito nacional, en comparación, por ejemplo, con la agricultura, la conflictividad se explica
por el hecho de que tiende a representar un nuevo uso en cuencas ya sobreexplotadas.
En la minería, la contaminación del agua se produce en la forma de polución por químicos,
el drenaje ácido de las minas, el aumento de la salinización de los suelos y como resultado de los
productos de desecho del proceso de extracción y lixiviado, que también puede obstruir ríos y
arroyos. Es importante aclarar, sin embargo, que estos riesgos no son exclusivos de la industria
minera. Por ejemplo, un problema poco visible pero cada vez más grave es la contaminación difusa
causada por la agricultura.
Es importante destacar que los proyectos mineros tienden a localizarse en cabeceras de
cuencas, en donde existen ecosistemas captadores de agua o zonas de infiltración. Esta ubicación
estratégica implica que los posibles impactos, tanto en el uso de agua (extracción, contaminación,
secado de lagunas y bofedales, etc.) como en los ecosistemas asociados (por ejemplo, remoción
de suelos), tienen el potencial de afectar a todos los aprovechamientos localizados aguas abajo.
En el norte árido de Chile, la población ha reclamado contra la decisión de una empresa
de agua potable de vender sus derechos de agua para su uso en una mina, aduciendo que ello
comprometería la seguridad del abastecimiento urbano. En la zona han sido construidas plantas
de desalinización para aumentar el agua disponible para la minería, pero sería más barato para
las empresas utilizar el agua del río. En ese caso —que se reproduce a lo largo y ancho de toda
la región—, la tensión entre el destino para el consumo humano y el productivo es patente.
102 De igual forma, este CpA muestra las complejidades informativas que suelen enmarcar los
desacuerdos. Por un lado, el CpA se relaciona con los mecanismos institucionales para definir
el cambio en la asignación de uso del agua que había sido originalmente adjudicada para fines
de abastecimiento de agua potable. Otra visión es que extraer el agua de mala calidad del río
para uso minero a 3.500 metros sobre el nivel del mar y devolver el mismo caudal por medio de
la desalinización a nivel del mar para el abastecimiento humano, implicaría en un significativo
ahorro en costos de bombeo.
También en la región chilena del Maule se observa un CpA entre usos actuales muy recurrente.
La actividad agrícola en la zona depende en gran parte del riego proveniente del embalse de la
Laguna del Maule, que cuenta normalmente con una capacidad de almacenamiento de 1.420 millones
de metros cúbicos que permite abastecer a 230.000 hectáreas, pero que en 2012 —luego de dos
años de sequía— se había reducido a 294 millones de metros cúbicos. La escasez agravó la puja
por las reservas entre los regantes y la empresa hidroeléctrica, que para fines de producción de
electricidad demandó el uso de 100 millones de metros cúbicos desde la laguna. Ante la eclosión
de reclamos desde el sector agrícola, la Dirección de Obras Hidráulicas (DOH) cerró las compuertas
del embalse a la generadora, invocando un acuerdo de 1947 que otorgaba prioridad al destino
de riego en escenarios de escasez. La empresa cuestionó judicialmente la medida, lo cual llevó
inicialmente a la reapertura de las compuertas. Sin embargo, luego de fuertes movilizaciones públicas
de apoyo a los regantes, los tribunales dejaron sin efecto las medidas, permitiendo el cierre de las
compuertas para asegurar el acceso al agua para riego. La decisión se basó en la protección de
derechos fundamentales garantizados constitucionalmente de los regantes sobre los derechos de
aprovechamiento de agua.
Cabe agregar que es habitual que surjan CpA de este tipo en relación con los usos que
dependen del almacenamiento en embalses para asignar el caudal anual en el tiempo: la generación
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
de hidroelectricidad necesita manejar los caudales para satisfacer la demanda energética que se
concentra en los meses de invierno, estando desfasada en el tiempo de las necesidades estacionales
para el uso agrícola (verano).
Un aspecto muchas veces soslayado al analizar los conflictos entre usos se relaciona
también con los destinos no extractivos del agua, los cuales en ocasiones poseen una trascendencia
económica, ambiental y social decisiva (valor paisajístico, turismo, comercio inmobiliario, etc.).
Estos usos también ingresan en conflicto con otros —especialmente los extractivos— y merecen un
tratamiento mucho más minucioso del que reciben actualmente. Un sólo proyecto productivo puede
afectar gravemente el desarrollo o continuidad de economías locales asociadas al turismo, lo cual
hace necesario un análisis detenido de la proporcionalidad de los costos y beneficios involucrados.
El proceso de fractura hidráulica para extraer petróleo y gas de esquistos o arenas es un
ejemplo de CpA entre usos actuales y nuevos, pues la utilización de estas técnicas extractivas implica
el consumo de grandes cantidades de agua que no venían siendo masivamente demandadas por la
industria petrolera en el marco de los procedimientos convencionales (Tafur, 2011).
También las disputas sobre los derechos de uso de agua para agricultura urbana como las
suscitadas en Tarata (Cochabamba, Bolivia) son otra muestra de CpA entre usos actuales y nuevos.
En esa zona fue construida una represa que tenía como destino proveer agua a un sistema de riego y
satisfacer las necesidades básicas de los usuarios de agua de uso doméstico, pero que no contemplaba
específicamente los usos productivos del agua en el área urbana. Cuando la población urbana exigió
el derecho de usar el agua para cultivos alrededor de los hogares se desencadenaron violentos
conflictos con los agricultores del sistema de riego, que incluso llevaron a los grupos antagonistas
a dañar la infraestructura asociada con los usos de sus oponentes (Bustamante y otros, 2003)38.
La competencia entre los usos agrícola, industrial y doméstico está entre los principales factores
de generación de CpA entre los medios urbano y rural. La demanda creciente de agua para uso 103
doméstico e industrial como resultado de las tendencias de expansión urbana imperantes en el último
siglo produce el agotamiento de las fuentes de agua cercanas a los grandes centros poblacionales
y obliga a echar mano de aquellas cada vez más distantes y costosas, a menudo privando de este
recurso a las zonas rurales próximas y causando graves efectos económicos, sociales, culturales
y ambientales sobre las áreas desde las cuales el recurso se transfiere (Dourojeanni y Jouravlev,
1999). Otra cara de la misma moneda es la afectación de los usos urbanos por el consumo intensivo
de las aguas subterráneas con fines agrícolas, como sucedió con la sobreexplotación del acuífero
del Valle de Ica, en el Perú, para el cultivo de espárragos, que provocó un abrupto descenso de sus
niveles y comprometió severamente el abastecimiento de las poblaciones emplazadas en la zona.
También el aumento de descargas de aguas servidas en los cuerpos de agua cercanos
a las zonas urbanas constituye una fuente directa de CpA entre usos industriales, agrícolas,
domésticos, turístico y recreativos asociados a la calidad del recurso. Esto se advierte en los CpA
que surgen cuando los canales y acequias son utilizados progresivamente por asentamientos
humanos para arrojar desechos, cuando nuevos regantes se apropian de aguas servidas con fines
productivos, e incluso cuando los prestadores de servicios urbanos invierten en tratamiento y
pretenden vender las aguas servidas tratadas a agricultores que históricamente han usado estas
aguas (pero obviamente contaminadas).
38 Es interesante destacar que la cantidad de agua en juego no era la principal causa del CpA. El agua para riego urbano
que motivó la resistencia rondaba tan sólo el 5% del total disponible almacenado en la represa, pero ello no impidió que
los regantes rurales se sintieran afectados en sus derechos, al entender que el agua para riego urbano no había sido
utilizada por varios años y que los usuarios de agua urbanos no habían participado en la construcción y mantenimiento
del sistema en el mismo grado que ellos, en especial en lo que hace al aporte de mano de obra, un modo usual de
creación de derechos sobre un sistema de riego en esa zona. Sumado a esa visión sobre la pérdida de derechos de sus
oponentes, los regantes también consideraban que las demandas para agricultura urbana amenazarían crecientemente
sus intereses, todo lo cual terminó por conjugarse con rivalidades históricas fuertes entre el pueblo de Tarata y las
comunidades rurales circundantes para causar un típico CpA entre usos actuales y nuevos.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Otra causa de CpA en este ámbito es la obstaculización de las vías de drenaje urbano por
obras como resultado de los desarreglos en la expansión urbana. La mayoría de las ciudades en la
región, tanto las ubicadas en zonas de lluvias frecuentes como aquellas sujetas a altas variaciones
en intensidad de lluvias o al efecto de crecidas de ríos, carecen de infraestructura de drenaje urbano
adecuada y, en general, han sido desarrolladas sin planificación urbana, territorial ni de uso del suelo.
La sistemática ocupación de los cauces y las planicies de inundación es entonces una creciente
fuente de conflicto.
En cuanto a los conflictos producidos por la reserva del recurso para usos futuros, los
trasvases entre cuencas constituyen un creciente problema, pues crean nuevas oportunidades de
desarrollo en la cuenca recipiente y pérdida potencial de posibilidades económicas en la cuenca
originaria del recurso. En México, el trasvase de la cuenca Cutzamala para el abastecimiento
del Distrito Federal y en el Perú el proyecto Majes Siguas II, son ejemplos de este fenómeno. Es
importante aclarar, sin embargo, que estos conflictos con usos futuros no se limitan a los trasvases
entre cuencas. La misma situación puede presentarse cuando un uso actual en un sector de una
cuenca hará imposible otro uso potencial en otra área de ella, en especial cuando los beneficios del
uso actual, como generación hidroeléctrica, ocurren a usuarios externos o lejanos, mientras que los
costos e impactos son locales, como resultado de la imposibilidad de un uso futuro de esas aguas
con beneficios para la zona aledaña.
Un CpA típico de esta índole es el de la cuenca del río Tinguiririca, Chile, entre los regantes
de la Primera Sección del río y la empresa Tinguiririca Energía, titular de centrales hidroeléctricas.
El conflicto no se refiere tanto al uso del recurso como al comportamiento de los usuarios, pues la
Junta de Vigilancia del río —que nuclea a los regantes— aducía que las centrales hidroeléctricas
alteraban en forma sustancial el caudal natural del mismo, afectando el ejercicio de los derechos
de agua de los agricultores aguas abajo. Según denunciaban los regantes, las centrales —pese a
contar con autorizaciones de uso del agua como “de pasada” (que no permiten acumular el aguas,
sino que todo el caudal que ingresa a las obras de captación debe restituirse en forma inmediata al
río)— embalsaban el agua para asegurar el suministro ante la baja del caudal del río en épocas de
mayor demanda eléctrica, lo cual provocaba la reducción del caudal del río al mínimo y luego una
liberación de golpe de su caudal, impidiendo la programación de los turnos de riego y la distribución
del recurso entre los canalistas.
El CpA fue llevado a los tribunales por los regantes. La Corte Suprema de Chile admitió la
demanda y determinó que el funcionamiento de ambas centrales hidroeléctricas de pasada atentaban
contra el derecho de propiedad de los regantes debido a las constantes alzas y bajas del caudal del
río. Por ello, ordenó a las empresas generadoras que cumplieran estrictamente con las condiciones
técnicas en las que sus proyectos habían sido aprobados y respetaran los derechos de agua de
terceros39. Es interesante notar que la autoridad nacional de aguas —Dirección de General de Aguas
39 La Corte Suprema ponderó especialmente que en los 50 años anteriores al conflicto siempre se había podido distribuir
el caudal del río de acuerdo a los derechos de cada canalista sin mayores inconvenientes, incluso en épocas de sequía,
en las cuales el río se somete al régimen de turnos. Ello demostraba la necesidad de un cambio de comportamiento de
parte de las centrales, de modo de asegurar la compatibilidad de sus operaciones con los derechos de otros usuarios
del río.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
(DGA)— venía reconociendo la alteración del caudal del río Tinguiririca por parte de las empresas
hidroeléctricas, imponiendo sanciones a las mismas. Sin embargo, la lentitud de los procesos de
fiscalización, la falta de efecto disuasivo de las sanciones, así como la limitada potestad de la DGA
al respecto, habían puesto de manifiesto las deficiencias de la actual institucionalidad pública para
evitar los CpA.
Otro actor recurrente de los CpA entre usuarios es el sector minero. Estas firmas, sea en
etapa de exploración o explotación, se vuelven protagonistas de las disputas por dos grandes
razones: primero, por la obtención —generalmente vía la asignación por parte del Estado, pero
también en algunos casos por mecanismos de mercado o simplemente por hacer uso de “aguas
del minero”— de derechos de explotación sobre fuentes de agua que venían siendo controladas y
utilizadas —de jure o de facto, y normalmente con menor intensidad (menor uso consuntivo)— por
la comunidad de la zona del proyecto, ocasionando con ello disputas relacionadas con la cantidad
del recurso. Y en segundo lugar por la contaminación potencial, que aumenta exponencialmente la
reacción de los afectados.
Los CpA que involucran a usuarios vinculados con la minería no siempre enfrentan, sin
embargo, a grandes empresas con las poblaciones locales afectadas. En ocasiones, la denominada
minería informal configura un problema ambiental y social de mucha mayor complejidad y gravedad
que el anterior, debido a la dispersión espacial y dificultad para el control e identificación de los
responsables. Pese a ello, y dando cuenta de la relevancia de los factores históricos y las prácticas
culturales en este tipo de conflictos, se advierte una diferencia notable entre los CpA de la minería
empresarial y la artesanal, pues las poblaciones locales normalmente no reaccionan ante esta
última. Frecuentemente esta situación se debe a que la minería informal constituye parte de las
actividades de subsistencia de la comunidad local, coincidiendo en muchos casos los protagonistas
y los responsables. La cuestión en este punto es la debilidad de la política pública para hacer frente
a los problemas ambientales y sociales que presenta la minería artesanal. 105
Los conflictos entre usuarios tradicionales —en especial, indígenas y campesinos— y
actividades económicas, como minería y riego, suelen relacionarse con la debilidad de los sistemas
de protección de los usos consuetudinarios. En general, las legislaciones priorizan la protección de
los usos con derivación (extractivos) en desmedro de los que son sin derivación; es decir, aquellos
usos in situ asociados al régimen natural de las aguas, tales como pesca, abrevadero o el uso de
pastizales resultantes de la recurrencia de aguas. Cuando se analiza el otorgamiento de derechos para
riego, minería, generación de energía o abastecimiento urbano, los usos consuetudinarios afectados
no suelen ser debidamente considerados al momento de evaluar los proyectos ni mucho menos
compensados. Muchos ordenamientos desconocen los usos consuetudinarios no apropiativos —aún
cuando ellos poseen un rol central para la subsistencia de gran cantidad de grupos poblacionales—
lo cual deriva en su desplazamiento por otros usos que cuentan con una consagración formal.
Cabe agregar que en la mayoría de los países de la región es común que una parte importante
de los aprovechamientos se realice sin derechos ni permisos de uso (o descarga) regularizados ni
inscritos en registro público alguno y cuyas características resultan difícil de constatar, y también
que los usuarios no respeten las condiciones de extracción o vertimiento. Los derechos o permisos
debidamente registrados normalmente se limitan a los usuarios más nuevos. Esa falta de identificación
dificulta la protección de los derechos y usos, y es una importante fuente de los CpA.
En ese contexto de debilidad de la protección de los usos consuetudinarios, la problemática
asociada a los derechos de las comunidades indígenas sobre sus territorios y los recursos naturales
existentes en ellos atraviesa de forma transversal una cantidad significativa de los CpA (Schatz,
2010). Ese aspecto constituye uno de los puntos más sensibles de conflictividad y una pieza clave
para comprender, prevenir y superar los CpA, pues presenta implicaciones cuantitativas muy
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
significativas —al abarcar una cantidad notable de poblaciones y territorios en juego— así como
también cualitativas —pues esos derechos asociados a la territorialidad indígena impactan de modo
directo en la propiedad privada reconocida por los Estados— (véase el recuadro I.8).
En un plano más general, también se producen estos CpA cuando se desplazan de la agenda
pública las necesidades de conservación y gestión del recurso hídrico, por ejemplo con la priorización
de otras erogaciones presupuestarias en desmedro de las necesarias para la gobernabilidad del agua.
Las políticas macroeconómicas que condicionan a persistir en modelos de desarrollo
centrados en la producción de materias primas que comprometen la sustentabilidad del recurso
pueden de igual modo encuadrarse aquí. También la falta de priorización de las inversiones necesarias
para desarrollar fuentes de energía alternativas a las tradicionales, que ha llevado a la eclosión de
la industria de los hidrocarburos no convencionales ante la falta de sustitutos a los combustibles
fósiles, podría considerarse una tensión con los no usuarios.
Las políticas nacionales de energía y agricultura pueden tener un impacto profundo sobre
los recursos hídricos, y vice versa. El desarrollo y el manejo del agua inciden sobre la economía y la
106 sociedad a través de varias vías, tales como la migración, el crecimiento de las ciudades y los cambios
en la composición de las actividades productivas (GWP, 2000). Por ello, los conflictos resultantes
de esa interrelación entre políticas económicas y agua deben ser computados bajo esta categoría.
d) Conflictos intergeneracionales
Los conflictos intergeneracionales involucran la tensión entre las necesidades y preferencias de las
generaciones actuales y la preservación del recurso como derecho de las generaciones futuras. Cabe
observar que todo uso de agua conlleva un impacto futuro, por lo que el tema es si estos efectos son
transitorios o permanentes, y en este último caso, cómo son manejados, compensados y mitigados.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro I.8
La noción de territorialidad indígena y el plus de protección sobre la propiedad civil
Se entiende por territorialidad al modo de conceptualizar y de apropiar el espacio social en que se vive; se reflejan
en ella las distintas formas de relación con la naturaleza instituidas por los grupos sociales que ocupan la tierra. El
territorio es, desde esa perspectiva, una construcción social realizada en forma consciente por grupos humanos que
objetivizan su relación con el ambiente a través de prácticas continuas. Se trata de una construcción colectiva, y su
reflejo más patente es la presencia de una estructura social tradicional, bien definida, que habita el espacio mediante
representaciones culturales, a partir de ritos asociados a la tierra, ordenando religiosamente su entorno.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ha destacado que los derechos territoriales indígenas
abarcan un concepto más amplio y diferente de la simple posesión de un bien, que está relacionado con el derecho
colectivo a la supervivencia como pueblo organizado, con el control de su hábitat como una condición necesaria para
la reproducción de su cultura, para su propio desarrollo y para llevar a cabo sus planes de vida. De ese modo, la noción
de territorialidad indígena juega hoy un rol clave en la resolución de CpA que involucran a comunidades indígenas, en la
medida en que confiere un plus de protección a éstas últimas en caso de conflicto con derechos civiles de propiedad.
En efecto, la Corte IDH ha señalado que “para las comunidades indígenas la relación con la tierra no es
meramente una cuestión de posesión y producción sino un elemento material y espiritual del que deben gozar plenamente,
inclusive para preservar su legado cultural y transmitirlo a las generaciones futuras” y que “la cultura de los miembros
de las comunidades indígenas corresponde a una forma de vida particular de ser, ver y actuar en el mundo, constituido
a partir de su estrecha relación con sus territorios tradicionales y los recursos que allí se encuentran, no sólo por ser
éstos su principal medio de subsistencia, sino además porque constituyen un elemento integrante de su cosmovisión,
religiosidad y, por ende, de su identidad cultural”.
La consecuencia jurídica del reconocimiento de las particularidades del vínculo entre los pueblos indígenas y su
entorno territorial es la imposibilidad de sustituir su goce por una indemnización en dinero, sustitución que sí es posible
respecto de la propiedad civil. Como resultado, el reconocimiento de la protección convencional de la territorialidad
indígena implica poner en cabeza de los Estados un deber de restitución de las tierras frente a cuya efectivización la
propiedad de terceros es inoponible. El Estado no puede invocar el derecho de propiedad “civil” frente a los derechos
territoriales de las comunidades y —consecuentemente— debe expropiar las tierras y restituirlas. Naturalmente,
esto resulta extremadamente dificultoso en muchos casos, por ejemplo, cuando existen asentamientos poblacionales.
Lo cierto es que rige actualmente un deber estatal de priorizar, en términos generales, los derechos de los
pueblos indígenas en casos de conflicto con derechos de propiedad de terceros. Ello es así por cuanto los primeros están 107
vinculados a la supervivencia cultural y material de estos pueblos y deben adoptarse medidas positivas que permitan
revertir las situaciones de discriminación que éstos han sufrido históricamente. Los terceros verán protegidos sus
derechos con la justa compensación que les corresponde como consecuencia de la afectación a su derecho legítimo
de propiedad en favor del derecho de propiedad comunal, pero la regla es la entrega de tierras a las comunidades.
Los desafíos prácticos de estos estándares son enormes. Por una parte, de acuerdo al Convenio 169 de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, cuando
el retorno a las tierras ocupadas no sea posible, el Estado no cumple su obligación indemnizando en dinero a las
comunidades, sino que debe dárseles al menos la opción de entrega de tierras de calidad y condición jurídica similares,
de modo que les permitan subvenir a sus necesidades y garantizar su desarrollo futuro. Por otro lado, para la Corte IDH,
el hecho de que las tierras reclamadas estén siendo explotadas productivamente no es una razón suficiente para negar
el derecho a la propiedad y recuperación territorial de los pueblos indígenas y tribales, y es una justificación insuficiente
para relevar al Estado de responsabilidad internacional. De igual manera, ni la posesión material ni la existencia de
un título formal son requisitos que condicionan la existencia del derecho a la recuperación de las tierras indígenas.
La consagración de la protección de la territorialidad indígena a nivel internacional constituye un factor
decisivo en la resolución de los CpA que involucran a estos pueblos, en la medida en que los recursos hídricos son una
pieza clave de esa relación con el entorno. En la resolución de los CpA con este tipo de usuarios el deber estatal de
restitución puede transformarse en un factor desequilibrante en la medida en que entra en tensión en forma directa
con los derechos de propiedad reconocidos por el Estado durante siglos, conduciendo a medidas de expropiación —y
en ciertos casos de anulación— de permisos, concesiones y adjudicaciones de aquellas tierras que sean declaradas
como propiedad de las comunidades. La escala del problema y la contundencia de los mandatos internacionales ponen
de manifiesto la necesidad de un abordaje integral y comprometido de parte de los gobiernos que posibilite canales
de diálogo eficaces.
Fuente: Bello (2004); Damonte (2011).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
para una mina de oro —que inicialmente había sido declarada por el gobierno como de interés público
y conveniencia nacional— fue anulado por las cortes domésticas. La empresa a cargo del proyecto
informó recientemente el inicio de un reclamo arbitral por esos hechos.
e) Conflictos interjurisdiccionales
Este tipo de CpA refleja la tensión entre los objetivos y competencias de las diferentes divisiones
político-administrativas, como resultado de su falta de correspondencia con los límites físicos o
territoriales de las cuencas y los problemas de fragmentación y falta de coordinación que ello trae
aparejado. Los CpA interjurisdiccionales se pueden dar tanto entre países como entre municipios,
estados, regiones y provincias que comparten una misma cuenca y que —consecuentemente—
compiten por un recurso escaso y por la transferencia de las externalidades o impactos negativos
de la intervención humana sobre él. La interjurisdiccionalidad de los recursos naturales obra en
muchos casos como causa o condición predisponente para la configuración de conflictos, ya sea
como causa principal o como factor complejizador (Schatz, 2010). Un aspecto a considerar es que
efectivamente hay conflictos entre jurisdicciones que tienen dominio sobre las aguas (como Provincias
en la Argentina), que se asemejan mucho a conflictos en relación con aguas transfronterizas entre
países y, por el otro lado, conflictos entre unidades territoriales o administrativas (como municipios)
que no tienen ese dominio, pero que perciben al recurso —quizás por su cercanía— como propio.
Recuadro I.9
Los conflictos por el agua y el sistema internacional de protección
de las inversiones extranjeras
En el caso Bayview Irrigation District y otros contra México, de 2007, un grupo de propietarios de establecimientos
agrícolas ubicados en el estado de Texas (Estados Unidos) demandó a México ante un panel arbitral del CIADI aduciendo 109
que la decisión de ese país de desviar aguas del Río Bravo/Río Grande constituía una violación de sus derechos bajo
el Tratado de Libre Comercio entre México y Estados Unidos.
Los reclamantes aducían que el agua que transitaba desde México hasta sus campos era de su propiedad,
pues de acuerdo a un tratado de 1944 entre los dos países, México había renunciado a una cuota de agua de los
ríos transfronterizos para su uso en Texas. Invocaban, así, derechos sobre el agua transferidos desde México hacia
los Estados Unidos y después de este último hacia ellos mediante la constitución de derechos de propiedad bajo la
legislación interna estadounidense. De ese modo, cuando México desviaba las aguas —aún dentro de su territorio—
estaba afectando la inversión realizada en la adquisición de esos derechos de agua para regar los campos.
El tribunal arbitral consideró que los demandantes no eran inversores extranjeros en México, presupuesto
esencial de aplicación del tratado bilateral de protección de las inversiones. Sostuvo que ellos eran inversores
nacionales en Texas. El hecho de que una empresa dependa económicamente del suministro de bienes —en este caso
agua— de otro Estado, no es suficiente para que se considere a dicha empresa dependiente, como un inversionista
en ese otro Estado.
El Tribunal rechazó también que los demandantes fueran propietarios de agua en México, en el sentido de
derechos personales de propiedad con respecto a las aguas de ríos que fluyen en territorio mexicano. Explicó, así,
que el titular de un derecho otorgado por el Estado de Texas de extraer determinado volumen de agua del Río Bravo/
Río Grande no es su “propietario”. Concluyó que mientras el agua está en territorio mexicano pertenece a México, aún
cuando éste pueda verse obligado a entregar determinado volumen de ella en el río para que lo extraigan nacionales
de Estados Unidos.
Lo relevante de este caso pasa por el intento de someter la gestión del agua al derecho de inversiones
extranjeras. La posibilidad de que proliferen reclamos asociados al uso del agua bajo el marco de los sistemas
internacionales de protección de las inversiones plantea enormes desafíos para la temática de los CpA, en especial por
los potenciales desequilibrios que podría generar el hecho de tratar al agua como una inversión sin tomar en cuenta su
rol social, ecológico y geopolítico. Tanto la limitación o privación de derechos de uso del recurso a un inversor extranjero
resultantes de una determinada política de resolución de un CpA, como la afectación de un emprendimiento de su
propiedad por una medida de conservación del agua, podrían quedar enteramente sustraídas de la esfera nacional si
fueran admitidos como objeto de un reclamo bajo el CIADI.
Fuente: Bohoslavsky (2010); Bohoslavsky y Justo (2011).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Cusco y Espinar rechazaron los resultados, aunque la primera ha flexibilizado su posición. Por su
parte, el Alcalde de Espinar ratificó su rechazo y dijo que interpondría una demanda ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) contra la decisión del organismo constitucional.
En México, la Suprema Corte de Justicia invalidó la resolución adoptada por la Secretaría
del Medio Ambiente del Gobierno del Distrito Federal que establecía las condiciones para la recarga
del acuífero de la zona metropolitana de la Ciudad de México mediante inyección directa de agua
residual tratada. El objetivo de la medida era solucionar el problema de desabastecimiento del agua
producto del agotamiento del acuífero. Sin embargo, el tribunal entendió que las autoridades del
Distrito Federal se habían excedido en sus competencias, pues de acuerdo a la Constitución y la Ley
de Aguas Nacionales, los aspectos relacionados con la regulación de los acuíferos correspondían al
Poder Ejecutivo federal. Sostuvo que si bien el Gobierno del Distrito Federal, como concesionario,
tenía a su cargo actividades importantes respecto de las aguas nacionales que se le han asignado, no
podía ir más allá de esas atribuciones y establecer un procedimiento de recarga por inyección directa
al acuífero. La Corte aclaró que no desconocía que efectivamente el problema del aprovechamiento
y abastecimiento del agua es uno de los más graves para esa zona, pero ello no podía justificar que
las autoridades actuaran fuera de su ámbito competencial e invadieran las facultades de alguna otra,
pues precisamente uno de los aspectos del orden constitucional es la distribución de competencias
entre los diferentes niveles de gobierno.
f) Conflictos institucionales
Los conflictos institucionales ponen de manifiesto las disputas entre los diferentes actores públicos
y privados cuyos ámbitos de actuación impactan en la gestión y el aprovechamiento del agua. A
nivel gubernamental se plasman en la falta de coordinación entre las autoridades de agua y las áreas 111
encargadas de obras de infraestructura, medio ambiente, ordenamiento territorial, planificación,
generación de energía, servicios de agua potable, agricultura y otros sectores. En el plano privado, se
relaciona con el surgimiento de intereses sectoriales y grupos de presión. La intervención de múltiples
actores institucionales en el análisis, aprobación y supervisión de los proyectos que impactan en los
recursos hídricos y los ecosistemas relacionados, es una de las principales fuentes de inconsistencias
gubernamentales, que son campo especialmente propicio para el surgimiento de CpA.
a) Marco general
Hasta fines de los años ochenta, desarrollo y derechos humanos eran considerados como dos ámbitos
separados, con estrategias y objetivos divergentes. Desde entonces, la terminología de los derechos
humanos encontró mayor receptividad en el discurso internacional, pero también las desigualdades
crecientes que el proceso de globalización trajo aparejadas motivaron cuestionamientos sobre la
visión tradicional del desarrollo, que entendía al crecimiento económico como la solución completa
a sus desafíos. La necesidad de analizar las disparidades que se encuentran en el corazón de los
problemas de desarrollo y corregir las distribuciones injustas de poder llevaron a la construcción
de este nuevo abordaje.
de cuentas y un límite a los poderes privados y a los propios Estados. Si logramos trasladar las
proyecciones de este régimen a la gestión de los recursos hídricos, podremos dar pasos importantes
en la materialización de muchas metas que hasta ahora han sido relegadas.
Los expertos y las instituciones nacionales e internacionales vienen denunciando las falencias
en la gobernabilidad del agua, que subsisten aún a pesar de importantes cambios legales en los
últimos años, y también la forma de revertirlas. Esas deficiencias están asociadas a la falta de
capacidad de las autoridades nacionales para generar, monitorear y aplicar un sistema consistente
y sustentable de manejo de las intervenciones sobre los recursos hídricos. Las razones de esa falta
de capacidad son conocidas:
• Reducida voluntad política, que se traduce en recursos financieros y humanos insuficientes
para las instituciones del sector. La temática de los recursos hídricos no recibe la atención
que merece en la agenda política de los gobiernos, en especial por el predominio de
miradas cortoplacistas. El tipo de medidas involucradas supone ciclos más largos que los
de las administraciones y consecuentemente un beneficio que no usufructúa el gobierno
que hace el gasto o que paga el costo político de la intervención.
• Fragmentación en la gestión, tanto territorial como sectorial.
• Deficiente cultura del agua, que no permite equilibrar debidamente las dimensiones económica,
social y ambiental, lo que resulta en prácticas no sustentables y falta de participación.
• Divorcio entre las autoridades públicas y la realidad. La conflictividad asociada a los
recursos hídricos, que se traduce en bloqueos de proyectos por falta de licencia social,
judicialización, tensiones regionales, etc., constituye una realidad tangible en la mayoría de
los países. No es posible seguir gobernando como si los CpA fueran aislados, incidentales
o excepcionales. Antes bien, ellos son estructurales; su aumento obedece a no haber
enfrentado las causas de la crónica desatención de la temática hídrica y al avance del 113
discurso de los derechos, que enarbola tanto las pretensiones como las resistencias.
Los CpA son en buena medida emergentes de una crisis no asumida, conjugada con el
empoderamiento de los grupos vulnerables.
Pese al consenso existente sobre la pertinencia de soluciones como la gestión integral de los
recursos hídricos, la planificación o el fortalecimiento institucional, esos cursos de acción sólo han
sido implementados de manera limitada, dejando una gran brecha entre el discurso y la realidad. El
EBDH pretende ser una opción para reducir esa brecha de eficacia mediante la sujeción del manejo
de las intervenciones sobre los recursos hídricos a un marco normativo que goza de amplio consenso
y que constituye límite a la soberanía, incluido al poder constituyente.
Para lograr este objetivo, el EBDH ofrece una serie de dispositivos y principios que pueden
resultar claves para atacar las causas de las deficiencias en la gobernabilidad del agua que impiden
prevenir y superar los CpA e incluso, muchas veces los ocasionan. Esos dispositivos se relacionan
con la aplicación del régimen internacional de los derechos humanos al manejo de los recursos
hídricos, incluyendo aspectos tanto sustantivos como procedimentales. Desde esa perspectiva, el
EBDH puede contribuir a la superación de los problemas de gobernabilidad:
• Fortaleciendo la capacidad institucional para la aplicación de los regímenes legales.
El EBDH implica el empoderamiento de la sociedad civil (mediante la ampliación de la
legitimación y el mandato participativo de los derechos económicos, sociales y culturales)
y el fortalecimiento de las capacidades estatales (mediante el deber de protección de los
derechos humanos).
• Priorizando el sector hídrico más allá del corto plazo. El EBDH contribuye a reducir la
desatención gubernamental a través de la utilización de un régimen internacional imperativo
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Existe una importante brecha entre la declaración y la aplicación efectiva de los principios
sobre una buena gestión del agua. En las últimas décadas, las transformaciones institucionales y
organizativas en materia hídrica han sido más permeables a razones macroeconómicas y al fomento
de la participación privada en el abastecimiento urbano que a las vinculadas con la gestión integrada
del agua. El abordaje desde el DHAS puede contribuir a reducir esa brecha, en la medida en que
obliga a los Estados a adoptar medidas concretas y deliberadas hacia la gestión equitativa e integral
de las fuentes de abastecimiento.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
41 También el disfrute de un medio ambiente sano tiene reconocimiento a nivel internacional como derecho humano. En
el caso de la región, se cuenta con expresa consagración en el Protocolo de San Salvador, “Protocolo Adicional a la
Convención Americana sobre Derechos Humanos en Materia de Derechos Económicos Sociales y Culturales”, que
lo ubica junto con el derecho a contar con servicios públicos básicos, demostrando la interconexión entre ambos
aspectos: preservación de los recursos hídricos y abastecimiento de agua potable y saneamiento.
42 Es importante señalar que el “derecho al agua abarca sólo los usos personales y domésticos … No comprende
el agua necesaria para la agricultura o el pastoreo … El acceso al agua para la agricultura, en particular por los
pequeños propietarios, forma parte del derecho a una alimentación adecuada … puede decirse que el derecho al
agua asigna prioridad al uso de agua para la agricultura y el pastoreo cuando ello sea necesario para prevenir el
hambre” (ACNUDH, 2011).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
La prioridad de los usos domésticos y de subsistencia obliga a los Estados a diseñar y poner
en práctica sistemas de asignación de derechos de uso de agua que aseguren el acceso para esos
fines. Para ello es clave que en esa asignación se evite la concentración de derechos en pocos
usuarios, así como el desplazamiento de derechos consuetudinarios por el otorgamiento de permisos
formales. De igual modo, los grandes proyectos productivos o de infraestructura encuentran en el
DHAS un límite insoslayable, en la medida en que su desarrollo no puede implicar la postergación
del uso prioritario para fines personales, domésticos y de subsistencia.
Debidamente integradas, las ramas del derecho internacional relacionadas con los derechos
humanos, la gestión de los recursos hídricos e incluso la protección de inversiones, pueden
constituir un formidable instrumento para la superación de los problemas de fragmentación territorial
y sectorial en el manejo del agua. En primer lugar, los derechos consagrados en los tratados de
derechos humanos son directivas de base que deben presidir toda norma, sentencia o actuación
administrativa relacionada con el agua, operando como un piso mínimo exigible ante todos los
estamentos estatales. Esto obliga a la homogeneización de criterios, mitigando los problemas de
fragmentación territorial y sectorial.
El sometimiento a los sistemas normativos y jurisdiccionales de protección de los derechos
humanos conlleva el deber de acatar los parámetros mínimos de tutela que de ellos se desprenden,
obligación frente a la cual el reparto interno de atribuciones —tanto territorial como sectorial— es
118 inoponible. La imperatividad de esos estándares de protección de los derechos impide que las
diversidades locales o sectoriales deriven en una desigual protección o una afectación de esos
principios. Ello se acentúa al notar que los órganos encargados de controlar el respeto de las
obligaciones convencionales tienen un solo obligado, el Estado nacional, que no puede invocar
el federalismo o la asignación interna de competencias para justificar el incumplimiento de los
Pactos. De igual modo, un poder constituido no puede invocar la acción u omisión de otro según el
reparto interno para excusar un incumplimiento del tratado. En fin, ese sistema imperativo considera
irrelevante la distribución interna del poder en el plano territorial y orgánico a efectos de determinar
el acatamiento de los Pactos.
esas plantas representaban una amenaza para el río y su entorno y podían perjudicar la calidad de
las aguas y ocasionar daños transfronterizos considerables a la Argentina.
En su sentencia, el tribunal, por mayoría, declaró que Uruguay: i) había incumplido sus
obligaciones procesales de cooperación (de informar, notificar y negociar) con la Argentina y la
CARU; pero, ii) no las que obligan a las partes, dentro de sus ordenamientos jurídicos respectivos,
a dictar normas y adoptar medidas de conformidad con los convenios internacionales aplicables y
con adecuación a las pautas y recomendaciones de los organismos técnicos internacionales, a fin
de proteger y preservar el medio acuático y prevenir su contaminación.
Hay un considerable marco para la cooperación internacional en la región. La práctica de
suscribir acuerdos específicos de cooperación sobre recursos hídricos muestra un afianzamiento
donde predomina la bilateralidad, aunque exista un buen número de acuerdos multilaterales. En la
región, el derecho internacional de aguas presenta una particularización muy notable que lo distingue
de otros como el europeo, que cuenta con instrumentos marco generales. Sin embargo, el hecho
de que existan cursos de agua que no cuenten todavía con un tratado específico y que los únicos
países de la región que la firmaron (Paraguay y Venezuela) no hayan ratificado la Convención sobre
el Derecho de los Usos de los Cursos de Agua Internacionales para Fines Distintos de la Navegación
de 1997, en vigencia desde agosto de 2014, es señal de que se trata de un derecho en desarrollo.
Martín, Pinto y Salinas (2013) resumen los retos de la cooperación regional en aguas
transfronterizas:
• Desde la perspectiva de la regionalización, es necesaria la adopción de un régimen convencional
general que permita identificar reglas aplicables a situaciones no reguladas y que contemple
principios generales que faciliten la creación e interpretación de los acuerdos específicos.
Las opciones al respecto son tres y de carácter complementario: ratificar la Convención de
Nueva York, adherir al Convenio de Helsinki o celebrar un nuevo acuerdo regional. 119
• En cuanto al aspecto ambiental, los instrumentos y mecanismos de cooperación
adoptados en la región han contemplado de forma accesoria el principio de preservación
y conservación de los cursos de agua, al tiempo que los Estados lo han invocado en
los litigios jurisdiccionales. Sin embargo, su desarrollo ha sido limitado. La necesaria
profundización del contenido de esta variable puede ser conflictiva considerando que
los modelos de desarrollo basados en la explotación intensiva de los recursos naturales
predominan en una gran parte de la región.
• Aunque hay instrumentos que regulan un solo uso (por ejemplo, navegación), la práctica
convencional de América Latina y el Caribe muestra una preferencia por consagrar
mecanismos que involucran —generalmente— más de un tipo de aprovechamiento. Esa
diversidad de regulación por usos no debe ir en detrimento de un enfoque de gestión
integrada de los recursos hídricos que compute el cambio climático como variable
determinante que exige mayor flexibilidad, capacidad de reacción y adaptación, nivel de
información y coordinación. Los tratados sobre recursos transfronterizos refieren por lo
general a las aguas superficiales sin incluir las subterráneas, pero la región alberga uno
de los únicos tratados específicos sobre aguas subterráneas (Acuerdo sobre el Acuífero
Guaraní de 2010). El desafío es extender esa regulación al resto de los acuíferos e integrarla
con la existente para las aguas superficiales de manera consistente y uniforme.
• Por último, la solución diplomática de los conflictos muestra que la tasa de cooperación
en la región supera largamente la de los casos llevados ante cortes. Sin embargo, la
persistencia de conflictos similares entre los mismos Estados y sobre las mismas aguas
demuestra también que esos mecanismos de solución de controversias han carecido de
eficacia y agilidad. Las alternativas pueden ir desde optar por la competencia de la CIJ
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
c) El rol de la comunidad
Una de las claves para la prevención de los CpA pasa por superar la rivalidad entre la protección
del recurso y los intereses inmediatos de los agentes económicos, de modo que la preservación
120 del agua sea internalizada por aquellos como una meta propia. Para lograrlo deben propiciarse
mecanismos institucionales que fomenten la cohesión y pertenencia social, diferentes de la sanción
o la responsabilidad y más centrados en la prevención, participación y racionalidad de la acción
cooperativa.
Se necesita una nueva cultura del agua que integre debidamente a la dimensión económica del
recurso las consideraciones sociales y ambientales. Esa nueva cultura está íntimamente vinculada al
cambio de paradigma antes referido y se proyecta sobre múltiples aspectos de la política, la gestión
y la regulación del agua, poniendo particular énfasis en el pasaje de una gestión estatal, burocrática
hacia una más participativa y abierta.
En esa línea, en la Declaración de Dublín sobre el Agua y el Desarrollo Sostenible se establece
que “El aprovechamiento y la gestión del agua debe inspirarse en un planteamiento basado en la
participación de los usuarios, los planificadores y los responsables de las decisiones a todos los
niveles” y según la Declaración de Rio sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, “El mejor modo de
tratar las cuestiones ambientales es con la participación de todos los ciudadanos interesados, en
el nivel que corresponda. En el plano nacional, toda persona deberá tener acceso adecuado a la
información sobre el medio ambiente de que dispongan las autoridades públicas …, así como la
oportunidad de participar en los procesos de adopción de decisiones. Los Estados deberán facilitar
y fomentar la sensibilización y la participación de la población poniendo la información a disposición
de todos”.
Históricamente la participación en materia hídrica se limitó a los usuarios formalmente
reconocidos a través del otorgamiento de permisos, concesiones y derechos. Hoy puede hablarse
de un nuevo contenido del principio participativo, ya claramente perfilado en relación al DHAS. Las
modernas leyes de aguas han dado cuenta de la crisis de ese concepto tradicional y limitado de
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
121
Recuadro I.10
Principios del derecho internacional de aguas para la prevención y solución de conflictos
Uso equitativo y razonable. El principio conlleva sobre los Estados ribereños el derecho a utilizar y a beneficiarse
de la porción o parte del curso de agua internacional que se encuentra en su territorio; y la obligación de hacerlo
de manera que dicha utilización sea equitativa y razonable; esto es, sin sobrepasar los límites de su derecho a esa
utilización y sin privar a los otros Estados de la misma. Procura que los Estados ribereños accedan a una participación
que —aunque no igualitaria— resulte equitativa y razonable en el marco de las circunstancias fácticas del caso.
La equidad no implica igual participación, sino que en cada caso puede determinar derechos de aprovechamiento
de alcance diferenciado, de modo que lleve a un equilibrio en la satisfacción de los intereses de cada Estado. No se
desconoce el principio de igualdad entre los Estados, pero ello no significa que el derecho de participación sea idéntico
para cada uno de ellos, debiendo todos los Estados acceder a los beneficios en una proporción razonable en función
de sus necesidades. Es decir, la participación es equitativa en orden a los intereses de los Estados, y razonable si,
atendiendo dichos intereses, se logra un aprovechamiento óptimo y sostenible del curso de agua, lo que conlleva
obligaciones de cooperación en su protección y aprovechamiento. La equidad y razonabilidad deben determinarse en
cada caso concreto, tomando en cuenta todos los factores y circunstancias pertinentes: i) los factores geográficos,
hidrográficos, hidrológicos, climáticos, ecológicos y otros; ii) las necesidades económicas y sociales de los Estados
del curso de agua; iii) la población que depende del mismo; iv) los efectos que el uso del curso de agua en uno de los
Estados produzcan en otros; v) los usos actuales y potenciales del curso de agua; vi) la conservación, la protección, el
aprovechamiento y la economía en la utilización de los recursos hídricos y el costo de las medidas adoptadas al efecto;
y vii) la existencia de alternativas de valor comparable respecto del uso particular actual o previsto.
Obligación de no causar perjuicio sensible. Constituye una manifestación particular del principio
general del derecho sic utere tuo ut alienum non laedas (utiliza lo tuyo sin perjudicar a lo ajeno). Algunas convenciones
se han referido también a un daño “sensible”, “grave” o “sustancial” como el umbral o límite más allá del cual pueden
nacer pretensiones jurídicas. Sin embargo, no constituye un principio de indemnidad, dado que los Estados deben
soportar las incomodidades de carácter menor que se ocasionen como producto de la vecindad. La determinación del
“daño sensible” supone tanto unos criterios fácticos y objetivos —en orden a la cuantificación de la gravedad material
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
del daño— como un juicio de valor que depende de las circunstancias del caso y del momento en que se formó ese
juicio. Esta valoración es una exigencia para asegurar que realmente exista un interés jurídico vulnerado que justifique
la intervención, evitando que vagas alteraciones terminen por impedir toda actividad en salvaguarda de un status quo
que obtura todo nuevo desarrollo. Este principio se relaciona fundamentalmente a las cuestiones de calidad de las
aguas o de impacto ambiental, pero no así a las propias de la regulación de caudales, donde actúa encauzado por el
principio de la participación equitativa y razonable.
Deber de cooperación, información y consulta. Constituye un principio general del derecho
internacional que exige que en las relaciones de vecindad los Estados no sólo eviten situaciones en su territorio que
puedan perjudicar a sus pares (contenido negativo), sino que además impone un contenido positivo como expresión
de cooperación transfronteriza para el cumplimiento de objetivos e intereses comunes. El contar previamente con la
información del proyecto y la posibilidad de opinar al respecto resultan imprescindibles para que el Estado ribereño
pueda determinar si un uso del curso de agua compartido que se practicará en otro Estado ha de causar un impacto
sensible en su territorio o si se amolda al uso equitativo y razonable del curso de agua. Relacionadas con los principios
de uso equitativo y razonable y de la prohibición de causar daño sensible, aparecen tres obligaciones hacia los demás
Estados ribereños: i) informar cualquier cambio acaecido y relevante de las circunstancias a tener en cuenta en la
realización objetiva de la norma de la utilización equitativa y razonable; ii) notificar, antes de proceder a su ejecución,
todo proyecto de nuevo uso o medida que pueda causar un efecto perjudicial sensible en otro Estado; y iii) comunicar
rápidamente cualquier accidente o situación de emergencia que pueda afectar a otros Estados. La cooperación en
relación a los cursos de agua se manifiesta no sólo a través de la información y consulta sobre futuros proyectos, sino
también a partir del estudio e intercambio de datos sobre el curso en sí, e incluso el estudio conjunto entre los ribereños.
Deber de negociar. En el marco cooperativo que impone la comunidad de intereses sobre el curso compartido,
los Estados se encuentran en la obligación de negociar, en cuanto medio instrumental que permite establecer la
equidad y razonabilidad del uso del curso de agua. La necesidad de negociar de buena fe implica que las partes deben
tener en consideración los intereses recíprocos y tratar de conciliarlos efectivamente. Pero la ausencia de acuerdo no
conlleva limitación a la soberanía de ninguna de las partes, las que pueden continuar sus cometidos. La negociación,
como relación tendiente a acordar una solución concertada, no presenta un horizonte temporal preestablecido como
regla de derecho internacional. Son las circunstancias del caso a la luz de la buena fe las que muestran hasta dónde
es razonable su continuidad. La conclusión de la relación negocial puede deberse a un acuerdo —en el caso de que
la negociación sea exitosa—, o al desistimiento del proceso negocial por entenderse que el mismo se ha agotado sin
122 posibilidad de concertación. En el primero de estos casos, es posible que las partes formalicen su compromiso mediante
la celebración de un tratado u otra forma obligacional, mientras que en el segundo, pueden someter su diferendo a
otros mecanismos pacíficos de solución de controversias —como puede ser un acuerdo arbitral o a la CIJ—.
Deber de preservar y proteger los cursos de aguas. Producto de la interacción entre las fuentes
del derecho internacional, la obligación de prevenir el daño ambiental transfronterizo constituye un principio básico
del derecho internacional ambiental. Como manifestación del mismo, el deber de proteger y preservar los cursos de
agua se conforma como una obligación específica derivada de los principios anteriores, tanto a la hora de considerarse
el uso equitativo y razonable de un curso entre los ribereños, como a la de apreciar la inexistencia de daño sensible,
o de generar vínculos cooperativos o negociales. El Convenio de Helsinki vincula el análisis del daño transfronterizo
a la materia ambiental, expresando la necesidad de prevenir la contaminación de las aguas del curso compartido,
e incluso de recomponer la existente, a efectos de evitar incumplir la obligación de no causar perjuicios sensibles.
Fuente: Martín, Pinto, Salinas (2013); Barberis, Pfirter y Querol (2002).
El principal aporte del principio de participación para la prevención y solución de los CpA
consiste, entonces, en la contención de las resistencias a través de su procesamiento institucional,
todo lo cual permite mejores diagnósticos y la generación de compromiso e involucramiento para
lograr prácticas sociales sustentables.
El avance del paradigma ambiental ha dado lugar a críticas a ese enfoque dominial del
agua y sus consecuencias en materia de participación. Se pregona en la actualidad la existencia
de una categoría de bienes colectivos que no pertenecen al Estado ni a los particulares en forma
exclusiva, y que no son susceptibles de ser divididos en partes que permitan afirmar sobre ellas la
titularidad individual de un derecho dominial (Lorenzetti, 2008). La propuesta de la noción de bienes
colectivos enfatiza la pertenencia social y transindividual de los recursos hídricos y no admite una
titularidad exclusiva en cabeza del Estado. Al mismo tiempo, se habla de un bien social o colectivo
gestionado fiduciariamente por el Estado o la posibilidad de recurrir a la figura del usufructo del
patrimonio medioambiental como forma de compatibilizar el uso actual con el de las generaciones
futuras (Sambon, 2006).
Bajo el paradigma dominial, los únicos sujetos que tenían incidencia en la gestión del agua eran
el Estado-dueño y el titular de derechos administrativos conferidos por aquel, a quien se reconocía
capacidad de formular peticiones y reclamos asociados al recurso (véase el recuadro I.11). Como
producto del avance de la perspectiva ambiental, la referencia para esa capacidad poco a poco
deja de estar exclusivamente en la titularidad de un derecho individual surgido del permiso estatal
y los marcos regulatorios han empezado progresivamente a reconocer legitimación respecto de
los recursos hídricos a cualquier persona que acredite interés razonable y suficiente en defender
los intereses colectivos o difusos asociados a ellos. Es claro en la actualidad que el interés público
involucrado en la utilización de las aguas públicas no puede más ser definido exclusivamente por
el Estado, cuyos intereses no siempre resultan coincidentes ni pueden ser identificados con los del
público, sino que deben definirse mediante procesos que en mayor o menor medida garanticen la
participación de agentes no estatales43.
De ese modo, el aspecto clave del impacto del paradigma ambiental en la lógica dominial
tradicional de cara a la prevención de los CpA es la superación de la mirada centrada exclusivamente
124 en la propiedad del agua y la consiguiente ampliación del elenco de sujetos con capacidad de incidir
en la gestión de los recursos hídricos. Esa labor ya no recae de forma exclusiva en la burocracia
institucional del agua. Esta concentración de poder en el Estado y en los usuarios formales no dio
los resultados esperados, ya sea por falta de acción pública o por influencia excesiva de los grupos
de presión. En este escenario, el Estado debe asumir un rol regulador más robusto, especialmente
en materia de planificación estratégica y gestión integrada del agua. Además, es necesario
descentralizar ese papel y la apertura de la legitimación cumple ese rol, desde que todas las personas
que representan intereses asociados a la preservación de los recursos hídricos tendrán reconocida
la capacidad de formular peticiones y de reclamar que su voz sea escuchada en la formulación y
ejecución de políticas públicas.
La efectividad de los sistemas de gobernabilidad de los recursos comunes no depende tanto
de quien es su dueño (Cole y Ostrom, 2010), como de los sujetos que pueden propiciar las medidas
tendientes a su conservación; es decir, de la generación de esquemas de gestión que eviten que los
bienes comunes queden a merced de la acción o inacción de un universo reducido de sujetos. Estas
esquemas deben apoyar y complementar el rol regulador fortalecido del Estado, especialmente en
materia de planificación hídrica y gestión integrada del agua.
43 La definición del concepto de interés público como justificativo ineludible de la utilización de los recursos hídricos
públicos reviste notable complejidad. Superadas las concepciones subjetivistas que postulaban la identificación de los
intereses públicos con los intereses del Estado, o su identificación sin más con intereses sectoriales o corporativos, se
ha formulado una concepción sustancialista a partir de la cual se propone hablar de intereses públicos concretos, de
interés público en plural, y de intereses públicos heterogéneos. Con lo cual el problema se traslada en buena medida a
los mecanismos y procedimientos para la determinación de ese interés y al valor o la función que a él se reconozca con
posterioridad (Martín, 2010).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro I.11
Usos tradicionales y obras de infraestructura: el caso de yaciretá
En el caso Ramírez de 2007, la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina (CSJN) trató el reclamo indemnizatorio
iniciado por un pescador comercial en el río Paraná, quien demandó a la Entidad Binacional Yacyretá por el quebranto
de su actividad a raíz de la construcción de la represa Hidroeléctrica Yacyretá. Inicialmente, los tribunales provinciales
consideraron que se había probado el daño cierto y real en el patrimonio del actor, evidenciado en el deterioro de
su actividad debido a la ausencia de peces en cantidad y calidad necesaria para su explotación comercial en el río
y que ese daño había guardado relación causal con el accionar de la entidad binacional, toda vez que la omisión en
el desarrollo de una actividad preventiva fue capaz de ocasionar “en términos de previsibilidad” el daño producido.
La CSJN dejó sin efecto la sentencia y rechazó el reclamo indemnizatorio del pescador. Para ello sostuvo
que: i) únicamente la pérdida o el sacrificio de derechos e intereses incorporados al patrimonio son susceptibles de
generar un derecho al resarcimiento; y ii) no puede entenderse que exista en cabeza del pescador un derecho o interés
con esas características, basado en el supuesto deber del Estado de mantener una determinada cantidad y calidad
de especies de peces en el río Paraná, pues de otro modo, se extendería de manera irrazonable la responsabilidad del
Estado al punto de constituirlo en garante de ventajas económicas sin que exista deber legal de hacerlo. Es decir que
para la Corte la disminución de peces en el río Paraná no se traducía en un daño en el patrimonio del pescador, al no
ser aquellos de su propiedad. Ello es así pues tanto el Paraná como su contenido son parte del dominio público, que
no es propiedad singular de nadie. Y tampoco existía una obligación estatal de mantener una determinada cantidad
o calidad de peces en el río pues postular ese deber sería ubicar al Estado como garante de ventajas económicas sin
estar obligado a ello.
Propiciando la ratificación de la condena a la Entidad Binacional Yacyretá, el voto minoritario puso de resalto
diferentes argumentos, cuyo valor reside en computar la importancia de los usos consuetudinarios del recurso: i) el
deber de preservar los recursos hídricos y sus especies es especialmente exigible cuando ellos son fuente tradicional
de industria artesanal de las personas físicas y constituyen una fuente de trabajo que hace a su supervivencia y a la
de sus familias, considerando que el trabajo goza de la protección constitucional; ii) la pérdida de la fuente de trabajo
tradicional y casi artesanal de una persona es equiparable, bajo parámetros humanitarios, a la incapacidad laboral, dado
que no es exigible que quien ha trabajado décadas en el ejercicio lícito y regular de una industria, por un acto irregular
del Estado sea obligado a adquirir otras capacidades sin reparación alguna; y iii) en el caso de que una determinada
política pública genere, como contrapartida, un grupo vulnerable y desfavorecido, la obligación primigenia del Estado
debe consistir en brindarle un mayor nivel de protección, adoptando medidas positivas para reducir las desventajas
estructurales y dando trato preferente apropiado a esas personas, a fin de conseguir los objetivos de la plena realización 125
e igualdad dentro de la sociedad para todas ellas, logro que jamás podrán alcanzar si no se encuentran satisfechas
sus necesidades básicas y mínimas, que resultan inherentes a su condición de seres humanos.
El abordaje del caso por las dos líneas dentro de la CSJN expresa las tensiones entre el paradigma tradicional
de los recursos hídricos y las nuevas tendencias. Desde la perspectiva patrimonialista no existía un derecho del
pescador al mantenimiento de la cantidad de peces por cuanto el río no era de su propiedad, pero desde el respeto a
los usos consuetudinarios del recurso estaba claro que existía una privación de derechos que debía ser compensada.
Fuente: Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina (CSJN).
pueden actuar en su representación. De ese modo, la perspectiva colectiva habilita una incidencia
directa en las políticas de gestión de los recursos hídricos a través de la litigación estructural.
Tercero, genera un incentivo directo para la protección y preservación del agua mediante
la ampliación de los potenciales titulares de un reclamo de daño ambiental colectivo. Una de las
claves para superar los CpA debe ser el fortalecimiento de los mecanismos preventivos y de la
responsabilidad por contaminación y el consiguiente deber de recomponer el perjuicio ocasionado
al ecosistema. La práctica aquí propuesta permite reforzar el funcionamiento de esa responsabilidad,
pues expande el elenco de potenciales demandantes. Antes al contaminador podía apostar a la
ineficiencia estatal para controlar la contaminación o —en su caso— esperar algún reclamo de
aquel, como único legitimado. La relación era binaria pero eso cambia con la perspectiva colectiva
inherente al paradigma ambiental. Así resulta mucho más difícil para quien contamina el agua
capturar a un universo indeterminado de sujetos. De ese modo, el enfoque optimiza la protección
contra la contaminación del recurso por medio de la responsabilidad por daño ambiental colectivo
y el consiguiente deber de recomposición.
Cuarto, confiere a los ciudadanos un rol protagónico que implica consagrar los deberes, y
no sólo derechos, de cada uno de ellos respecto de los recursos hídricos: “La tutela del ambiente
importa el cumplimiento de los deberes que cada uno de los ciudadanos tienen respecto del cuidado
de los ríos … Estos deberes son el correlato que esos mismos ciudadanos tienen a disfrutar de un
ambiente sano, para sí y para las generaciones futuras, porque el daño que un individuo causa al
bien colectivo se lo está causando a sí mismo. La mejora o degradación del ambiente beneficia o
perjudica a toda la población, porque es un bien que pertenece a la esfera social y transindividual,
y de allí deriva la particular energía con que los jueces deben actuar para hacer efectivos estos
mandatos constitucionales” (CSJN, Mendoza, 2006).
Quinto, reduce la incidencia del síndrome “Not In My Back Yard” (no en mi patio trasero), por
126 el cual las poblaciones locales se oponen al desarrollo de ciertos emprendimientos en sus territorios,
pero no rechazan que el mismo proyecto se haga en otro lugar ni tampoco están dispuestos a renunciar
a los beneficios que ciertas prácticas suponen para la sociedad. En efecto, la mirada ambiental que
trasciende la idea de propiedad del agua permite fortalecer las acciones y resistencias a favor del
recurso hídrico, pero también plantea un límite clave para una idea muy arraigada en las poblaciones
y que genera muchos CpA: los recursos hídricos no son de propiedad de las comunidades locales
en cuyo territorio se hallan. Son bienes en cuya gestión no sólo importa la voz local ni se trata de una
simple cuestión de cercanía territorial. La comunidad local puede argumentar desde los derechos
afectados por un proyecto, pero no desde la propiedad del recurso.
d) Acceso a la información
Una de las grandes fuentes de los CpA es la falta de conocimiento del público sobre el estado de
los recursos hídricos y el impacto de las intervenciones humanas sobre ellos, que se conjuga con
asimetría informativa, captura y falta de credibilidad de los organismos técnicos estatales y de los
propios medios de comunicación: la brecha informativa se encuentre en dos tercios de los países
analizados (9 de 12) (OCDE, 2012). Por ello, el acceso a la información relacionada con los recursos
hídricos constituye un aspecto fundamental para prevenir o superar este tipo de disputas.
La importancia capital que presentan los recursos naturales para las economías de la región
contrasta con la muy escasa atención que los gobiernos prestan a su investigación, conocimiento e
inventario como presupuesto necesario de un manejo adecuado y sustentable que permita continuar
la explotación, dadas las condiciones de dependencia estructural con relación a ellos.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
La información sobre los recursos hídricos debe ser pública y compartida entre los particulares
y el Estado, puesta al servicio de la gestión integral del recurso para contribuir a la seguridad jurídica
y protección tanto de los grandes como de los pequeños usuarios. No puede ser patrimonio de
particulares ni limitarse a la protección y consolidación de los derechos adquiridos de grandes usuarios.
Es clave que la información parta de criterios comunes, para evitar la recurrente aparición
de datos diametralmente opuestos. La resolución y prevención de conflictos entre usuarios de
agua depende de la confiabilidad de la información, para lo cual sería ideal generar bases de datos
compartidas, organizadas por cuenca, conteniendo información sobre cantidad, calidad y demanda
de agua por usos y usuarios, vida silvestre y las comunidades humanas, y que esta información
sea la base para la toma de decisiones tanto administrativas como judiciales (Solanes y Getches,
1998). Ello permitiría contrarrestar los efectos adversos que produce, por un lado, la tendencia a
retacear información relevante y “real”, y la proliferación, por el otro, de información no fidedigna
o directamente manipulada en los grupos de interés especial. La combinación de un exceso de
información carente de rigor con el limitado acceso a aquella relevante y confiable es una fórmula
segura para el surgimiento de un CpA.
El acceso ciudadano a la información mediante canales apropiados es, de ese modo, un
elemento institucional fundamental para minimizar los CpA. La información es el factor que atraviesa
en forma transversal a este tipo de controversias. Los desacuerdos sobre ella suelen ser muchas
veces la causa que da nacimiento al CpA y el factor que traba su resolución, en especial debido a
la pérdida de credibilidad sobre la imparcialidad e independencia de las instituciones públicas. El
manejo de información divergente entre los actores, el ocultamiento de datos en torno a un proyecto
determinado, las trabas para el acceso por parte de autoridades y el manejo tendencioso o sesgado
de información por operadores del conflicto constituyen algunas de las principales causas de
escalada en los CpA (Schatz, 2010).
No es casual, entonces, que uno de los mayores reclamos de las poblaciones en territorios 127
de extracción de recursos naturales sea el insuficiente acceso a la información completa, adecuada
y de calidad. Muchas veces el Estado deja en manos de las empresas interesadas la responsabilidad
de informar a las poblaciones respecto del proyecto y los posibles impactos. Este traspaso de
responsabilidades genera mucho más desconcierto y desconfianza por la ausencia de las instituciones
del Estado que deberían ejercer esa función (Aranibar, Chaparro y Salgado, 2011).
El EBDH ofrece importantes instrumentos para luchar contra esa falta de acceso a la
información. La jurisprudencia de la Corte IDH ha otorgado un amplio contenido al derecho a la
libertad de pensamiento y de expresión consagrado en la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, principalmente a través de la explicitación de su alcance social. Ese abordaje colectivo
de estas libertades ha permitido dotar de una especial fuerza al acceso a la información pública
como uno de los derechos incluidos dentro del ámbito de tutela de la disposición.
Así, la Corte IDH ha establecido que el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión
comprende “no sólo el derecho y la libertad de expresar su propio pensamiento, sino también el
derecho y la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole” y dentro de
esa concepción ha cobrado una especial relevancia la información estatal o en poder del Estado44,
puesto que de su buen conocimiento por parte de la ciudadanía dependen las posibilidades de
participar y controlar adecuadamente las acciones del gobierno y el real cumplimiento de sus fines.
Sobre tal premisa, la Corte IDH ha forjado una directiva preeminente y determinante, conocida
como principio de “Máxima Divulgación”, por el cual se entiende que toda la información en poder
44 La expresión “información estatal o en poder del Estado” puede resultar de mayor utilidad que la alusión a la “información
pública”, pues las serias limitaciones materiales y normativas que existen en acceso, conocimiento y divulgación de la
información oficial, hacen que ese último concepto aparezca como una noción materialmente difusa y en algunos casos
contradictoria.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
del Estado es accesible. Ese acceso resulta una condición esencial de validez de la actuación de
las autoridades en una sociedad democrática, y se encuentra sólo sujeto a un sistema restringido
de excepciones.
De la aplicación de ese principio surgen una serie de reglas y pautas interpretativas fundamentales.
En primer término, corresponde al Estado demostrar que al establecer restricciones al acceso a
la información bajo su control lo ha hecho de manera compatible con las normas interamericanas
sobre la materia. La carga de demostración contiene un doble aspecto, pues el Estado no sólo
debe acreditar que la restricción se relaciona con uno de los objetivos legítimos que la habilitan
(prueba de legalidad), sino también que la divulgación de datos que pretende impedirse ocasiona
un perjuicio a esos objetivos que es mayor al interés público comprometido en su disponibilidad
(prueba de proporcionalidad).
Esta imposición de la carga probatoria es de vital importancia, dado que supone que en los
casos “dudosos” debe entenderse que la información es pública y por lo tanto accesible para el
particular. El particular no está obligado a justificar su pedido de información ni a acreditar un interés
directo o afectación personal para su obtención. En definitiva, el principio de máxima divulgación
trae aparejado la presunción de publicidad de toda información estatal, el consecuente traslado de
la carga argumentativa y probatoria de las restricciones hacia el Estado y la disponibilidad efectiva
y absoluta de todos sus registros y datos para cualquier ciudadano.
Es importante destacar que el principio de máxima divulgación no sólo ampara el derecho
de las personas a recibir información gubernamental, sino que conlleva la obligación positiva del
Estado de suministrarla. Ello implica que el Estado no sólo debe abstenerse de imponer obstáculos
a la llegada del público a esos datos, sino que se encuentra compelido a la adecuación de las
prácticas legislativas, administrativas y jurisdiccionales internas de manera tal de hacer efectivas la
disponibilidad y accesibilidad de su información y garantizar transparencia real en su procesamiento.
128 En muchos casos, esto implica el deber de generar y difundir de oficio la información relacionada con
proyectos de impacto en la comunidad. Esto es muy importante, pues en gran cantidad de ocasiones
el problema no es tanto el acceso como la existencia o disponibilidad misma de información y esta
faceta del principio de máxima divulgación obliga al Estado a generarla.
Además, la disponibilidad de información oportuna y relevante es clave para estimular la
participación de los interesados en la gestión del agua y para que este proceso sea efectivo. Por
lo tanto, deberían estar disponibles para el público informes oficiales e inventarios de fuentes de
aguas y abastecimientos, registros y antecedentes de usos de agua y descargas de aguas servidas,
derechos de aguas y sus titulares (GWP, 2000). En ese marco, el principio referido constituye una
herramienta clave para revertir la desatención estatal hacia los registros y catastros de aguas,
en la medida en que esa desatención se traduce en una afectación a esta garantía que conlleva
responsabilidad internacional.
Por otra parte, y en lo que hace al funcionamiento de las autoridades de aguas, también
constituye una obligación positiva del Estado el dotarlas en todos sus niveles de una adecuada
estructura que viabilice la disponibilidad, recolección y difusión de sus registros y datos. Muchas veces
los obstáculos que operan en este plano responden ya no a condicionamientos normativos, sino a
limitaciones estructurales que contribuyen a dificultar o impedir la publicidad de la información estatal.
Así, es habitual que el personal de las reparticiones no cuente con la capacitación ni con los recursos
necesarios para satisfacer esa demanda, lo que en los hechos se constituye en un límite material que
debe ser superado efectivamente por el Estado a través de la adopción de medidas positivas.
Por ello, resulta fundamental que los Estados adecúen sus prácticas administrativas de modo
de garantizar el acceso efectivo a la información. Ello incluye, al menos: i) evitar la imposición de costos
excesivos al solicitante que puedan traducirse en un obstáculo al acceso, tendiendo hacia la gratuidad
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
como principio; ii) asegurar que la información sea adecuadamente procesada y presentada por el
Estado, para facilitar su comprensión por el público; iii) garantizar la accesibilidad de la información
aún cuando se vincule con compañías privadas, cuando ellas desarrollen actividades de interés
público; y iv) propender a la unificación de las fuentes informativas, a fin de evitar inconsistencias.
e) Equidad intergeneracional
La visión productivista tradicional propició un sistema anclado en la titularidad pública del recurso
y en la posibilidad de su adjudicación para usos exclusivos desde la faz privada. Hasta fines del
siglo XX, esa interacción entre la apropiación individual del recurso y las necesidades públicas, era
pensada siempre dentro de una misma generación. Se prescindía así de las consecuencias que
operan en el mediano y largo plazo con cada intervención humana en el agua.
La creencia en el carácter inagotable de los recursos hídricos llevó a no computar las variables
inter-temporales de las intervenciones en ellos. A esa idea, basada en una limitada capacidad de
observación, se sumaban las dificultades de la concepción filosófico-política contractualista para
incluir a las generaciones pasadas, presentes y futuras dentro de una misma comunidad ética, con
obligaciones y deberes correlativos.
En efecto, en la lógica contractualista la celebración de los acuerdos siempre ha sido entendida
como realizada entre agentes actuales y en términos de reciprocidad, desconectando la generación
actual de su inserción histórica. La consecuencia más directa de este tipo de concepciones es la
artificial visión del hombre como un sujeto aislado y una idea de la justicia conmutativa sincrónica;
esto es, considerando que las compensaciones de sacrificios y beneficios se producen dentro de una
cohorte y en el mismo momento, como si la única transacción de costos y beneficios se produjera
129
entre los participantes, sin afectar a quienes vendrán en el futuro (Moffa, 2012).
A partir del fenómeno de destrucción del medio ambiente iniciado con la revolución industrial,
ese abordaje estático varió dramáticamente. Hablamos ahora de un vínculo ético entre generaciones
que agrega dinamismo al análisis y nos obliga a computar las necesidades de personas cuyos
padres no han nacido aún. Nos hemos visto forzados a asumir una tendencia de cada generación
a privilegiar sus deseos aún a expensas de quiénes vendrán y por eso no ha quedado otra opción
que explícitamente resguardar sus intereses. Más aún, esa tendencia a priorizar los beneficios
actuales muchas veces es a expensa de los intereses futuros de los propios usuarios actuales, lo
cual demuestra la presencia de un desafío inclusive previo al de la tutela de las generaciones por
venir. Hacen allí su aparición los derechos de las próximas generaciones.
De modo que hemos pasado de un sistema donde los sujetos esenciales eran los individuos
en interacción con el interés público pensados de modo estático (generación actual) a un régimen
donde el protagonismo lo tiene la comunidad, tanto actual como futura. La visión productivista omitía
toda consideración de la conexión entre las generaciones, que quedan libradas a la suerte que les
depare esa instantaneidad dentro de su propio contexto temporal. La explotación de los recursos
hídricos no encontraba un límite derivado del principio de equidad intergeneracional y por ende no
existían restricciones relacionadas con la sustentabilidad. Esa omisión terminó por comprometer en
muchos casos el carácter renovable del recurso, al menos de un modo proporcional a las demandas
de la sociedad. Por el contrario, hoy prevalece la noción de desarrollo sustentable, entendido como
“aquel que satisface las necesidades de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad
de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades” (CMMAD, 1987).
En el nuevo modelo, los actores de la gestión del recurso han variado. Su protagonista no es
ya el individuo aislado temporalmente, sino una comunidad conectada generacionalmente y ligada
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
por vínculos éticos y normativos. En esa relación, las autoridades y los agentes privados deben
velar por el uso y goce apropiado del ambiente por parte de las generaciones presentes y futuras,
lo cual se traduce en límites tangibles a la gestión del agua. Las generaciones futuras se incorporan
como un nuevo actor, cuyos intereses vienen a limitar las políticas públicas actuales y obligan a
gestiones sustentables. Dicho de otro modo, las generaciones futuras son un sujeto clave del nuevo
Estado de derecho y por tanto de los CpA, haciendo necesario que las instituciones contemplen
mecanismos y designen funcionarios encargados de defender los intereses de ese sujeto que no
puede defenderse porque no ha nacido aún.
Obviamente, las dificultades que supone el reconocimiento de esa subjetividad a las
generaciones futuras en materia de representación y deberes fiduciarios son mayúsculas (Gordillo,
2006). Pese a ello, el rol de los tribunales, así como de los ombudsman e instituciones similares,
cuestionando medidas estatales por afectar a las generaciones futuras, da cuenta de la incidencia
concreta de estos intereses en la gestión actual del recurso.
Existe amplio consenso sobre la necesidad de implementar una gestión integrada de los
recursos hídricos. Una de sus definiciones más aceptadas se refiere a un proceso que promueve
la gestión y el desarrollo coordinados del agua, la tierra y los recursos relacionados, con el fin de
130
maximizar el bienestar social y económico resultante de manera equitativa, sin comprometer la
sostenibilidad de los ecosistemas vitales (GWP, 2000). En la agenda de desarrollo post-2015, la gestión
integrada de los recursos hídricos se considera una herramienta para poder lograr un desarrollo
justo y sostenible con el medio ambiente, en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La gestión integrada de los recursos hídricos tiene por objetivos tanto reducir el nivel de los
CpA como proporcionar los medios para solucionarlos, incluyendo la coordinación de una variada
gama de aspectos de la gestión del agua: usos, intereses económicos, sociales y ambientales,
fases del ciclo hidrológico, entre otros (Solanes y Jouravlev, 2005). Si bien hace tiempo que se viene
impulsando el enfoque de gestión integrada en la región y la mayoría de las autoridades de aguas
se encuentran familiarizadas con sus conceptos principales, al tiempo que prácticamente todas las
leyes reformadas en la última década consagran de una u otra manera sus principios e institutos
(Hantke-Domas, 2011), la implementación en la práctica de esta visión resulta mucho más difícil.
Por lo pronto, es posible identificar en la gestión integrada la promoción de los siguientes cambios:
• La utilización sin límite y hasta el agotamiento del recurso da paso a un uso racional y
sustentable cuyo presupuesto es la conservación del agua. Así, se avanza del enfoque
cuantitativo a las visiones cualitativas y cuali-cuantitativas sobre el recurso, que atienden no
sólo la cantidad de agua disponible sino a su calidad y a la mutua implicancia que tienen.
• Las limitaciones evidentes de las políticas centradas de modo excluyente en la oferta se
superan a partir de enfoques que la combinan con la gestión de la demanda. Por su parte,
la consideración exclusiva de mecanismos de asignación del agua se complementa con
el diseño de dispositivos de su reasignación.
• La disociación de las aguas superficiales y subterráneas deja lugar a la consideración unitaria
del ciclo hidrológico que las administra en forma conjunta y en función de las interacciones.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
• La utilización fragmentada por usos y sectores da paso a la gestión integrada por cuencas
o grupos de cuencas interconectadas, capaz de incorporar intereses diversos y enfatizando
su uso múltiple y sucesivo.
• La planificación rígida comienza a ser reemplazada por una planificación dinámica, flexible
y adaptativa capaz de evolucionar al ritmo de la economía y sociedad pero también de
factores como el cambio climático que introducen un importante grado de variabilidad e
incertidumbre.
• La gestión exclusiva estatal y corporativa muestra sus limitaciones frente a una gestión
abierta con participación de los usuarios y la sociedad en su conjunto en el diseño,
implementación y evaluación de las políticas de gestión del agua.
La mayoría de las opiniones coinciden en la transformación de estos presupuestos pero
la realidad demuestra que los antiguos cánones todavía priman en muchos países y en todos los
niveles. Frente a esa brecha de efectividad, del EBDH fortalece la gestión integrada, configurándola
como una premisa de funcionamiento y no como una alternativa discrecional. No hay posibilidad
de manejo sustentable, como exigencia derivada de los derechos humanos, sin gestión integrada.
Es posible, así, desarrollar una sinergia entre los abordajes provenientes de la gestión
integrada del agua y el EBDH: por un lado, la función integradora del primero ancla el segundo
en el contexto físico del manejo de los recursos hídricos y ayuda a mitigar ciertas ambigüedades
que éste presenta. Por otro lado, el EBDH proporciona orientación fundamental para aumentar la
equidad en los procesos de reforma de la gestión del agua y ofrece recursos discursivos vigorosos
contra los desequilibrios estructurales dentro de los marcos de gestión integrados (Tremblay, 2010).
El primer ingrediente para el surgimiento de un CpA aparece cuando se excluye a las comunidades de
la participación en los procesos de toma de decisiones sobre los recursos naturales existentes en sus
territorios (Laplante y Spears, 2008). El control comunitario de los recursos y el derecho de los miembros
de la sociedad para controlar la dirección de sus vidas —materializados en reclamos de acceso a los
beneficios de la explotación o de rechazo a la recepción de sus externalidades negativas— suelen
estar en el centro de las pretensiones y resistencias que constituyen el objeto de los CpA.
adecuadamente sus intereses y que sus derechos se encuentren bien definidos y protegidos,
todo lo cual aumenta los CpA.
Naturalmente, la problemática analizada no es patrimonio exclusivo de la industria minera. Un
caso interesante se ha suscitado en Chile, por ejemplo, con el proyecto hidroeléctrico HidroAysén.
Ese emprendimiento ha sido objeto de una larga controversia que involucra la tensión entre las
ventajas de la generación hidroeléctrica y su impacto social y ambiental. La iniciativa contempla la
construcción de cinco represas en los ríos Baker y Pascua, con una capacidad conjunta instalada
de 2.750 MW, la inundación de tierras de alto valor paisajístico y ambiental, y la instalación de un
sistema de transmisión que atraviesa cerca de 2.000 kilómetros.
La aprobación ambiental de HidroAysén en el año 2011 generó movilizaciones en su contra.
Asimismo, el estudio de impacto ambiental fue objeto de numerosas observaciones en el marco del
trámite ante la autoridad administrativa, relacionadas con la falta o deficiente ponderación de varios
aspectos. En 2012, la Corte Suprema de Chile confirmó el rechazo de varios recursos de protección
planteados por organizaciones sociales y ambientalistas contra la continuidad del proyecto. Sin
embargo, en junio de 2014, el Comité de Ministros de una nueva administración gubernamental
hizo lugar a diferentes recursos de reclamación y revocó la autorización ambiental favorable al
mismo, por deficiencias en el plan de relocalización de pobladores, estudio de crecidas de origen
hidrometeorológico, impacto en la fauna autóctona, entre otras. Los titulares del proyecto han
impugnado el rechazo del Comité de Ministros ante los tribunales ambientales.
Se advierte comúnmente en los CpA en torno a los proyectos de recursos naturales e
infraestructura, que su autorización —tomada de acuerdo a los canales institucionales— no se vaya
acompañada de la licencia social; es decir, la aprobación o aceptación del emprendimiento por parte
de la comunidad local (Schatz, 2010). Ese proceder lleva al surgimiento del CpA.
45 Esto es especialmente importante para proteger a la población local de medidas que en realidad pueden ser sustituidas
por otras que generen un impacto menor, pero que muchas veces son descartadas por visiones de corto plazo o por
su mayor costo.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
135
Capítulo II
Fuente:
Parte A. J. Bautista Justo (2013), El derecho humano al agua y al saneamiento frente a los
Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)
https://bit.ly/33E8y7k
Parte B. M. Hantke-Domas y A. Jouravlev (editores) (2011), Lineamientos de política pública
para el sector de agua potable y saneamiento
https://bit.ly/2VB9YuU
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Introducción
En este capítulo se abordan los principales retos de prestación de los servicios de agua potable
y saneamiento, considerando, en primer lugar, el reconocimiento del derecho humano al agua y
al saneamiento. Además de presentar las implicancias de dicho reconocimiento, se resumen los
principales temas de investigación y asistencia técnica de la CEPAL para el fortalecimiento de
la capacidad de los Gobiernos de los países de la región para diseñar e implementar políticas
públicas efectivas con énfasis en el compromiso, la eficiencia, la equidad y la sostenibilidad de
este importante sector. Los lineamientos se agrupan en las siguientes ocho líneas de análisis:
i) factores exógenos determinantes del desempeño y la sostenibilidad de la prestación de los
servicios; ii) eficiencia de los organismos prestadores; iii) organización institucional del sector; iv)
estructura industrial; v) regulación y contratos; vi) tarifas y subsidios; vii) políticas para la población
rural, y viii) nuevas condicionantes que impone la globalización.
136
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Parte A J. Bautista Justo (2013), El derecho humano al agua y al saneamiento frente a los Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM); pp. 9-32 y 38-40.
1 La resolución contó con los votos positivos de 122 Estados, pero existieron 41 abstenciones de parte de miembros
que entendían no tener una obligación legal frente a su población en esta materia. El representante de los Estados
Unidos, por ejemplo, sostuvo que “no existe” DHAS en el plano internacional (Bulto, 2011). En términos generales, el eje
de la polémica en torno al reconocimiento del DHAS pasa por la ausencia de una consagración explícita del derecho
en el PIDESC, aspecto que sus detractores estiman como un impedimento para la proclamación de obligaciones
internacionales en cabeza de los Estados. En la vereda opuesta, los defensores del DHAS entienden que él se encuentra
implícitamente reconocido en el artículo 11 del PIDESC cuando enumera —de modo no exhaustivo— los derechos
exigibles para un nivel de vida adecuado y que su carácter esencial para el ejercicio de los demás derechos humanos
confirma la necesidad de su tutela. Sobre la oposición al reconocimiento del DHAS, véase Tully (2005), Stith (2010) y
Pardy (2011).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
titulares, pues toda persona, por el sólo hecho de serlo, los tiene; ii) son inderogables, con lo cual no
es posible disponer su supresión, aún por decisión de las mayorías (ello implica que están fuera del
debate democrático); iii) son inalienables —no pueden ser renunciados o cedidos— e imprescriptibles
—no pierden vigencia por el paso del tiempo— (ello implica que están fuera del mercado); y, iv)
son indivisibles e interdependientes, pues las diferentes categorías de derechos humanos (civiles y
políticos, económicos, sociales y culturales) tienen la misma jerarquía y se complementan entre sí.
Esa perspectiva nos brinda ya algunas orientaciones sobre las razones de la consagración del
DHA. Está claro que el agua es esencial para el desarrollo de cada persona y lo que ha demostrado
el escenario global de finales del siglo XX, época de reconocimiento del derecho, es que el acceso
a ella no se encuentra garantizado para millones de personas. Una importante evolución política y
social —en especial luego de la Segunda Guerra Mundial— ha llevado a la comunidad internacional
a considerar esa circunstancia como intolerable y a forjar diferentes iniciativas de desarrollo para
revertirla. Entre ellas, la mirada desde los derechos fundamentales ha adquirido una fuerte preeminencia,
dando lugar a lo que se conoce como el enfoque del desarrollo basado en los derechos humanos
(EBDH) (véase el recuadro II.1).
Recuadro II.1
El enfoque del desarrollo basado en los derechos humanos
Hasta fines de la década de los ochenta, desarrollo y derechos humanos eran considerados como dos ámbitos separados,
con estrategias y objetivos divergentes. Ello obedecía, entre otras razones, a la confrontación entre derechos civiles
y sociales que marcó la guerra fría. A partir de la caída del muro de Berlín la terminología de los derechos humanos
obtuvo mayor receptividad en el discurso internacional, pero también las desigualdades crecientes que el proceso de
globalización trajo aparejadas motivaron cuestionamientos sobre la visión tradicional del desarrollo, que entendía al
crecimiento económico como la solución completa a sus desafíos. La necesidad de analizar las disparidades que se
encuentran en el corazón de los problemas de desarrollo y corregir las distribuciones injustas de poder llevaron a la
construcción de un nuevo abordaje, conocido como enfoque basado en los derechos humanos (EBDH).
El EBDH busca integrar a los derechos consagrados en los tratados de derechos humanos en las estrategias de
crecimiento. Para ello no sólo centra su mirada en los resultados del desarrollo, sino que presta especial atención a los
procesos por los cuales aquel se logra, procurando que sean participativos, no discriminatorios y que sus destinatarios
dejen de ser meros receptores pasivos de decisiones tomadas en su nombre para convertirse en ciudadanos activos.
Se entiende que la aplicación del EBDH conduce a mejores y más sostenibles resultados de desarrollo humano y ayuda
a resolver y prevenir conflictos.
El valor agregado del EBDH pasa por los siguientes factores:
• Empoderamiento. Al encuadrar el desarrollo bajo los estándares de los tratados de derechos humanos,
lo que antes era concebido como “necesidades” ahora es entendido como derechos exigibles y la caridad
se transforma en cumplimiento de obligaciones internacionales. Este cambio de mirada es fundamental
para promover un rol activo de los sectores afectados.
• Rendición de cuentas. Este aspecto marca un rasgo distintivo del EBDH. Todos los estamentos
involucrados en las estrategias de desarrollo (locales, nacionales, regionales e internacionales) deben
dar cuenta del modo en que cumplen sus deberes en materia de derechos humanos.
• Participación. El EBDH asigna un valor fundamental a la participación activa, significativa y libre de
la sociedad civil, comunidades, minorías, pueblos indígenas, mujeres y demás sectores cuyas voces han
sido tradicionalmente excluidas de los debates sobre desarrollo. En oposición al enfoque usual, en el
que los requerimientos de los grupos vulnerables eran identificados sin su intervención, el EBDH postula
que sean esos sectores quienes participen en la determinación de sus propios objetivos de desarrollo y 139
se involucren en forma directa en diseñar e implementar los proyectos necesarios para su consecución.
Las organizaciones nacionales e internacionales pasan de ser los “ejecutores” de los programas de
desarrollo a ser sus “facilitadores”. Eso conlleva un sentido de pertenencia de parte de los destinatarios
que propicia una mayor sustentabilidad de los proyectos.
Reconocer el acceso al agua y saneamiento como un derecho humano los convierte en una titularidad legal y no
en caridad. Los derechos humanos no son optativos ni pueden ser adoptados o abandonados según el interés particular de
cada gobierno. Son obligaciones exigibles y por lo tanto presuponen sujetos con capacidad de reclamar frente a otros con
deber de responder. Esto significa una mayor rendición de cuentas y un límite a los poderes privados y a los propios Estados.
Fuente: OHCHR (2006), DFID (2000), Filmer-Wilson (2005), y Peña (2011).
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Recuadro II.2
La conferencia de las naciones unidas sobre el agua y el decenio internacional del agua
potable y del saneamiento ambiental
Durante la década de los setenta las Naciones Unidas organizaron de modo sistemático conferencias internacionales
relacionadas con el desarrollo y el medio ambiente, el agua incluida. El objetivo era promover discusiones y buscar
soluciones en estos temas, concientizando a los gobiernos y a la ciudadanía acerca de la importancia económica y
social de su interrelación.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua reconoció por primera vez que todos los pueblos, cualquiera
sea su nivel de desarrollo o condiciones económicas y sociales, tienen derecho al acceso al agua potable en cantidad y
calidad acordes con sus necesidades básicas. Para lograr la eficacia de esa declaración, se aprobó el “Plan de Acción
de Mar del Plata”, centrado en promover: i) la percepción cada vez más clara del problema; ii) el compromiso de los
gobiernos de proporcionar a todos agua de buena calidad en cantidad adecuada y servicios básicos de saneamiento
para 1990, dando la prioridad a los pobres y a los menos favorecidos y a las zonas donde escasea el agua; y, iii) la
asignación a este sector de una parte mayor de los recursos disponibles para el desarrollo general económico y social.
El 10 de noviembre de 1980, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el periodo 1981-1990 como
el Decenio Internacional del Agua Potable y del Saneamiento Ambiental. Los países miembros asumieron el compromiso
de lograr una mejora sustancial en las normas y los niveles de suministro de agua potable y saneamiento ambiental
a través del desarrollo de las políticas necesarias y del fortalecimiento de marcos institucionales, de programas de
educación y de participación social. A los organismos del sistema de las Naciones Unidas y a otras organizaciones
se los exhortó a que aumentaran su cooperación técnica y financiera con la finalidad de que se pudieran alcanzar los
objetivos propuestos.
Para América Latina y el Caribe, los objetivos del decenio consistían en asegurar agua potable al 91% de la
población urbana y al 56% de la población rural. En materia de saneamiento, se apuntaba proveer servicios para el 69%
de la población urbana y el 31% de la rural. Aun cuando el objetivo general de este decenio no se cumplió, millones
de personas se vieron beneficiadas con el acceso a los servicios a partir de la decisión de los países y las agencias
bilaterales y multilaterales de desarrollo de priorizar la financiación de proyectos relacionados con el abastecimiento
de agua potable y saneamiento.
Sin embargo, la persistencia de la situación obligó al nacimiento de nuevas iniciativas. A nivel regional, una de
las primeras se encuentra en la Carta de Punta del Este de 1961, en la que los gobiernos se comprometieron a lograr
140 una mejora sustancial en la expansión de los servicios de agua potable y saneamiento y asegurar que para 1971 los
servicios llegaran a no menos del 70% de la población urbana y del 50% de la rural. En 1972, los Ministros de Salud de
las Américas examinaron los progresos realizados y aprobaron el Plan Decenal de Salud para las Américas. Sus metas
eran lograr cobertura de agua potable del 80% en las zonas urbanas o, como mínimo, para la mitad de habitantes que
no disponía de estos servicios. En zonas rurales el objetivo era alcanzar cobertura del 50% o, como mínimo, reducir la
proporción de la población que carecía de dicho suministro en un 30%. En cuanto al saneamiento, las metas para las
zonas urbanas eran alcanzar la cobertura del 70% o, como mínimo, reducir en un 30% la proporción de la población que
carecía de los mismos, mientras que para el sector rural el objetivo era lograr la cobertura del 50% o, como mínimo,
reducir en un 30% el número de los habitantes que no disponían de servicios adecuados.
Fuente: Del Castillo (2009), Biswas y Tortajada (2011), y Salman y McInerney-Lankford (2004).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
En el ínterin entre las iniciativas de los años setenta y ochenta y la Observación General
15 en 2002, se produjo el fenómeno de liberalización global de los mercados, que, en algunos
casos, implicó la privatización de los servicios de agua potable y saneamiento y —en otros— la
aplicación de políticas de contención del gasto público que influyeron sobre la capacidad de
los prestadores estatales. Así, mientras que en la décadas de los setenta y ochenta el sector
había recibido atención desde las instituciones nacionales y mundiales (Budds y McGranahan,
2003), los años noventa anunciarían un creciente interés en la participación del sector privado
y reducción del gasto público.
La globalización no trajo aparejado inicialmente un abordaje del sector de agua potable
y saneamiento desde la perspectiva de los derechos humanos. Por el contrario, las iniciativas
en ese ámbito se caracterizaron por focalizar la atención en los aspectos comerciales de la
prestación, por entender que el mercado podría promover el desarrollo a partir de incrementar
la estabilidad, eficiencia, productividad y competitividad del sector (Morgan, 2008). En esas
concepciones, la privatización era vista como el mecanismo ideal para generar las inversiones
que los países en vías de desarrollo necesitaban (Palmi, 2010), en especial a la luz del fracaso de
muchos prestadores estatales en asegurar una adecuada provisión de servicios. A fines de los
años ochenta, los problemas de falta de recursos, ineficiencia y corrupción habían dado lugar
a una fuerte crítica de los diseños del desarrollo centrados en el Estado (Brocklehurst, 2002).
El discurso favorable a la participación privada en la prestación de los servicios de
agua potable y saneamiento encontró una de sus referencias más potentes en la lectura algo
sesgada que ciertos sectores hicieron de la Declaración de Dublín sobre el Agua y el Desarrollo
Sostenible, adoptada en la Conferencia Internacional sobre el Agua y el Medio Ambiente (Dublín,
1992) (Fauconnier, 1999). Si bien se concibe allí al agua como bien económico, simultáneamente
se resalta que el acceso a ella a un precio asequible constituye un derecho fundamental2.
Pese a que esa precisión marcaba un límite decisivo a la concepción mercantilista 141
del agua, en la medida en que —aún como bien económico (McDonald y Ruiters, 2005)— su
acceso debía asegurarse a aquellos que no podían sufragar su costo, la referencia al DHAS
fue omitida en el relato predominante de la Declaración de Dublín, que prefirió erigirla como
una expresa convalidación de las iniciativas neoliberales en el sector. Muchos de los países y
varias instituciones financieras internacionales optaron por focalizar su atención en el aspecto
del valor económico (Larson, 2010) y promovieron procesos privatizadores en el mundo en vías
de desarrollo, incluso como condición de acceso a sus préstamos, a partir de entender que ese
mecanismo permitiría extender el acceso a los servicios a precios razonables.
Como resultado de ello, en el período 1990-1997 los niveles de participación privada en
los servicios de agua potable y saneamiento aumentaron sensiblemente en relación al período
1974-1990 (Silva, Tynan y Yilmaz, 1998) y la mayoría de los países de América Latina emprendieron
reformas estructurales al sector 3.
2 El principio 4 de esa declaración establece que “El agua tiene un valor económico en todos sus diversos usos
en competencia a los que se destina y deberá reconocérsele como un bien económico”. Sin embargo, precisa a
continuación que “En virtud de este principio, es esencial reconocer ante todo el derecho fundamental de todo ser
humano a tener acceso a un agua pura y al saneamiento por un precio asequible. La ignorancia, en el pasado, del
valor económico del agua ha conducido al derroche y a la utilización de este recurso con efectos perjudiciales para el
medio ambiente. La gestión del agua, en su condición de bien económico, es un medio importante de conseguir un
aprovechamiento eficaz y equitativo y de favorecer la conservación y protección de los recursos hídricos”.
3 En América Latina y el Caribe, Chile se encuentra entre los primeros países en intentar modernizar su sector de agua
potable y saneamiento, con aprobación de nueva legislación ya desde 1988. Para 1991, tanto la Argentina como México
empezaron a realizar una serie de experimentos con la participación privada. En una segunda ola, el Perú, Colombia
y Bolivia aprobaron nuevas legislaciones a mediados de los años noventa y durante la segunda mitad de esa década
la reforma empezó a enraizarse en el Brasil y varios países de América Central (Jouravlev, 2001). Sobre las premisas
de descentralización, regulación, autofinanciamiento y participación privada, las reformas tendieron a desmantelar
la organización de la industria del agua bajo sistemas nacionales controlados por el gobierno central, que había
prevalecido hasta ese momento en muchos países de la región (Andrés y otros, 2010).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
La eclosión del discurso privatizador en los años noventa implicó acentuar un entendimiento
de la actividad focalizado en metas de sustentabilidad y eficiencia financiera (Bohoslavsky, 2011).
Se consideró que las mayores tarifas y la recuperación total de costos permitirían desalentar el
uso ineficiente del agua (Williams, 2006) y que ello redundaría en un incremento de la cobertura y
de calidad del servicio. Sin embargo, la falta de equilibrio entre esos objetivos y otras finalidades
relevantes, como la equidad y eficiencia productiva, generaba el riesgo de obstaculizar el acceso
a los servicios de parte de aquellos grupos sin recursos para afrontar esos costos, en especial
debido a la ausencia de efectivos sistemas de subsidios orientados a esos sectores. Ante esa
amenaza, y en la medida en que la falta de capacidad de pago no puede ser un impedimento
a su goce efectivo, el DHA nace en la arena internacional para poner un límite a la aplicación
irrestricta del principio de recuperación total de costos 4 (Bluemel, 2005).
En efecto, fue el descontento generado por un abordaje de la prestación de los servicios
de agua potable y saneamiento centrado en la idea de un mercado con débiles regulaciones
el que catalizó el cambio hacia una perspectiva orientada hacia la sociedad civil que culminó
con el reconocimiento del DHA, hoy ampliado al DHAS (Al Jayyousi, 2007). El mandato de no
discriminación inherente a este tipo de derechos —y su correlato en la regla de acceso universal
a los servicios— permite marcar límites a una visión que desatiende la accesibilidad a manos
de la eficiencia financiera.
Al final de cuentas, el DHA no surgió —como ocurrió con otros derechos humanos—
para poner freno a los avances del Estado sobre el individuo, sino para fijar pisos regulatorios
mínimos al mercado y fortalecer la capacidad del Estado de velar por su observancia5. Para
ello fijó —bajo la noción de deber de protección de los derechos humanos— obligaciones de
regulación en cabeza de las autoridades públicas, forzándolas a recuperar el rol del cual habían
abdicado en muchos casos6. El hecho de que el DHA emergiera luego de la etapa de liberalización
142 global, lejos de ser casual, confirma que la sujeción del sector a reglas de mercado sin una
adecuada regulación se convirtió en una amenaza para el bienestar de una porción creciente
de la comunidad.
de propiciar el acceso al servicio7 y que la doctrina del servicio público obligaba a conceder el
status de usuario y respetar parámetros de regularidad y generalidad, lo cierto es que en general
no se reconocía en cabeza de las personas un derecho a exigir ese acceso por sí mismas y
mediante remedios administrativos o judiciales efectivos (Pinto, Torchia y Martin, 2011). Por el
contrario, se entendía a la inclusión en el sistema de abastecimiento como un mandato político
o —en el mejor de los casos— como un objetivo programático, esto es, no invocable en forma
directa por los afectados.
Recuadro II.3
El caso de cochabamba, Bolivia
La experiencia de la ciudad de Cochabamba se cita con frecuencia como un ejemplo de los desequilibrios que produce
una visión que no toma en cuenta el DHAS al momento de instrumentar la participación privada en el sector de agua
potable y saneamiento.
Desde 1967 a 1999 los servicios de agua potable y saneamiento en Cochabamba habían sido prestados por
una empresa municipal, pero el sistema estaba afectado por malos resultados y bajas tasas de cobertura. En 1997,
sólo el 57% de los residentes estaban conectados a la red y los servicios se encontraban disponibles sólo una o dos
veces por semana en la mayor parte de la ciudad.
En 1998, el Banco Mundial ofreció un préstamo a Bolivia de 25 millones de dólares para mejorar su infraestructura
de agua potable, pero exigió una reforma en el sistema de su prestación que contemplara la participación privada. Como
resultado de esa demanda se puso en marcha un proceso de privatización que llevó a Aguas del Tunari a obtener una
concesión del servicio por 40 años. El acuerdo daba a la compañía el control del servicio a través de la red, derechos de
agua en la zona y un retorno garantizado sobre la inversión. A cambio, la compañía asumía el compromiso de proveer
los servicios a los consumidores existentes, ampliar el sistema de abastecimiento bajo la dirección de la autoridad
reguladora y propender al logro de pautas de accesibilidad, eficiencia y equidad.
Aguas del Tunari había estructurado la tarifa de agua potable en función del principio de recuperación total
de costos, lo que llevó a un aumento tarifario del 35% —que llegó al 200% para algunos consumidores— de modo
de viabilizar la inyección de fondos necesaria para mejorar la infraestructura y sufragar las deudas de la empresa.
La aplicación de las mayores tasas, entre otros factores, llevó a lo que hoy se conoce como la “Guerra del Agua”, 143
caracterizada por las protestas generalizadas, violentos incidentes y la aplicación de la ley marcial. En 2000, el gobierno
se vio obligado a cancelar el contrato con Aguas del Tunari.
El caso de Cochabamba expone los riesgos de una insuficiente atención a los componentes del DHAS al
momento de celebrar una concesión, en especial la asequibilidad y el deber de protección del usuario que pesa sobre
el Estado frente al proceder de los prestadores y de las propias autoridades. La rentabilidad garantizada, la política
de recuperación total de costos, la inclusión en el acuerdo de ejecución de un costoso proyecto adicional, y la carga
de la deuda en moneda extranjera llevaron a aumentos de tarifas que hacían incosteable los servicios para grandes
segmentos de la población y ese extremo resulta incompatible con el mandato de no discriminación propio de ese derecho.
Fuente: Palmi (2010), Salzman (2005), y Jouravlev (2004).
Una cosa es decir que el agua es una necesidad acuciante y que los gobiernos deben
implementar programas para su consecución y otra muy distinta es postular que cada persona
tiene un DHA. En el primer caso, el rol de la persona es meramente pasivo, receptora de acciones
estatales adoptadas sin su participación y carente de título para exigir —por ejemplo, ante un juez—,
el respeto del derecho. En la otra, se construyen sujetos activos, capaces de demandar y poner en
marcha una acción descentralizada que obligue a las autoridades públicas a cubrir pisos mínimos
y a fijar planes de acción encaminados al acceso pleno (Hardberger, 2005). La imposibilidad de
7 Ese consenso fue lo que se diluyó con la preeminencia de la visión mercantilista del servicio que acompañó la experiencia
privatizadora, pues justamente la lectura focalizada exclusivamente en la eficiencia financiera implicó comprometer la
accesibilidad del servicio para aquellos sectores sociales cuya inclusión no satisfacía ese requerimiento comercial.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
contar con agua potable o saneamiento como resultado de la pobreza, la pertenencia a un grupo
racial o social o la residencia en un lugar determinado8 constituye una violación al DHAS, por lo
que la discrecionalidad a cuyo abrigo actuaron muchos prestadores tiene hoy límites imperativos.
Por otra parte, la consagración del DHAS implica poner al suministro de agua potable y
saneamiento en el centro de la agenda pública y de esa forma superar la opacidad y falta de rendición
de cuentas con la que muchos servicios estatales han sido administrados (Bohoslavsky, 2011).
En definitiva, y como ha resaltado la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte
IDH) (Opinión Consultiva 7/86), el sistema mismo de protección de los derechos humanos en que se
inscribe el DHAS “está dirigido a reconocer derechos y libertades a las personas y no a facultar a los
Estados para hacerlo”. Ello reduce sensiblemente el margen de arbitrio en el que se apoyaron muchas
políticas sectoriales que no sólo desatendieron los reclamos de los usuarios, sino que terminaron por
socavar el mantenimiento y expansión de las redes, perpetuaron esquemas ineficientes de personal
y contrataciones e incluso asimilaron prácticas que terminaron por desfinanciar a los servicios.
Hasta el año 2002, el reconocimiento explicito del DHAS era aislado en el marco de los instrumentos
internacionales vinculantes (Bulto, 2011), aún cuando existían varios dispositivos de ley suave que
hacían referencia a él. Esto cambia con la Observación General 15, que abriría paso a una tendencia
global que alcanza su punto de inflexión en julio de 2010, con la Resolución 64/292 de la Asamblea
General de las Naciones Unidas, que declara al derecho al agua potable y el saneamiento como un
derecho humano esencial9. Los contornos actuales del DHA están dados por esa corriente.
8 La Corte Constitucional de Colombia (Sentencia T-418 de 2010) sostiene que las personas que habitan en el sector
rural y cuentan con recursos económicos limitados tienen derecho a ser protegidas especialmente, asegurándoles que
no sean “los últimos de la fila” en acceder al agua potable. Por ello, el Estado debe diseñar participativamente planes
específicos para asegurar el acceso al servicio con regularidad y continuidad en los sectores rurales y, mientras aquel
se implementa, debe adoptar medidas paliativas que aseguren algún mínimo acceso de supervivencia al agua potable.
9 La resolución tiene origen en una moción presentada por Bolivia y respaldada por 33 países más —entre los que
se encontraban Antigua y Barbuda, Cuba, Ecuador, El Salvador, Haití, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana,
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Uno de los principales desafíos que enfrenta la implementación del PIDESC se vincula con la
necesidad de clarificar el alcance de sus disposiciones. Ese rol es cumplido por las Observaciones
Generales del CESCR, que fijan en términos amplios —fuera de un caso concreto— los lineamientos
fundamentales de cada uno de los derechos que ese tratado consagra (Salman y McInerney-Lankford,
2004). El propósito de las Observaciones Generales es asistir a los Estados para que apliquen por sí
mismos el PIDESC, a partir de conocer claramente cuáles son las obligaciones que él engendra. Si
bien no revisten carácter obligatorio, ellas expresan la interpretación que del pacto hace su órgano
internacional de aplicación, lo cual les confiere un peso legal decisivo.
Santa Lucía, Uruguay y Venezuela— para que se reconociera el agua y el saneamiento como derechos humanos.
Un antecedente inmediato de esta iniciativa fue la campaña liderada por Bolivia durante el V Foro Mundial del Agua
(Estambul, 2009), donde se logró que 25 países firmaran una declaración alterna a la oficial, en la cual reconocían al
agua y al saneamiento como derechos humanos fundamentales. Durante el IV Foro Mundial del Agua (México, 2006),
únicamente se había logrado que 4 países firmaran la declaración alternativa, lo que evidencia el ascenso que tuvo
el tema a partir de las campañas y las movilizaciones desarrolladas por múltiples organismos de la sociedad civil,
organizaciones no gubernamentales y gobiernos.
10 La Corte Constitucional de Colombia (Sentencia T-381 de 2009) precisa que el agua potable constituye un derecho
fundamental que es parte del núcleo esencial del derecho a la vida en condiciones dignas cuando está destinada al
consumo humano, pero no cuando se usa en otras actividades, tales como el turismo o la explotación agropecuaria.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
un acceso sostenible a los recursos hídricos con fines agrícolas cuando de él depende el ejercicio
del derecho a una alimentación adecuada, tal como sucede con los agricultores marginados. En
igual línea, el CESCR ha enfatizado que los Estados deben garantizar un acceso suficiente al agua
para los pueblos indígenas11.
Si bien las condiciones requeridas para satisfacer el DHA son variables, los siguientes factores
deben respetarse en todos los casos para asegurar la sustancia del derecho.
Disponibilidad
El suministro de agua para cada persona debe ser suficiente y continuo para uso doméstico
y personal, tal como bebida, aseo personal o preparación de comida. Actualmente se considera a
nivel internacional que el mínimo exigible para hacer frente a las necesidades básicas se encuentra
entre 20 (PNUD, 2006) y 50 litros por persona por día (Howard y Bartram, 2003).
En esa línea, la jurisprudencia de la Corte Constitucional de Colombia ha considerado que
se vulnera el requisito de disponibilidad cuando la administración no lleva a cabo las acciones
necesarias para superar la falta de acceso al agua causada por un sismo que destruyó el pozo del
cual se abastecía una población indígena (Sentencia T-143 de 2010) o bien cuando una empresa se
niega a conectar una vivienda al servicio de agua aduciendo que no cuenta con redes de acueducto
necesarias para realizar dicha conexión (Sentencia T-1104 de 2005). De igual manera, las interrupciones
graves, prolongadas y constantes en la prestación del servicio (Sentencias T-091 de 2010 y T-539 de
1993) y la realización de obras que afectan las fuentes de agua sin asegurar una alternativa (Sentencia
T-381 de 2009), constituyen también supuestos de violación a este componente del derecho.
Calidad
El agua debe ser segura y por lo tanto libre de microorganismos, sustancias químicas o riesgo
146 de radiación que constituyan una amenaza para la salud. Además, el agua para uso doméstico debe
ser de color, olor y sabor aceptables.
La falta de satisfacción de estos requerimientos constituye un problema recurrente para
los usuarios de muchos sistemas de prestación en América Latina y el Caribe. Dando cuenta
de ello, en 2004, el Juzgado de Primera Instancia Civil y Comercial de Octava Nominación de
la Ciudad de Córdoba, Argentina (Caso “Marchisio, José Bautista y otros”) ordenó al gobierno
de la ciudad que adoptara las medidas necesarias para garantizar el adecuado funcionamiento
de la planta de tratamiento de líquidos cloacales, que se había visto saturada en su capacidad
como resultado del crecimiento poblacional, ocasionando con ello el vertido directo de líquidos
al río de la ciudad y la consiguiente contaminación de esa fuente de agua. En el intermedio, el
juez ordenó a las autoridades que aseguraran a los afectados una provisión mínima de 200 litros
diarios de agua potable, hasta tanto se realizaran las obras que posibilitaran el pleno acceso al
servicio público de abastecimiento.
También en la Argentina, la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo de San
Nicolás (Caso “Conde, Alberto José Luis”) condenó en 2008 a una prestadora estatal —creada luego
de reasumir un servicio provincial privatizado— a respetar la normativa nacional de calidad del agua.
La empresa adujo en su defensa que no tenía obligación de cumplir con esos parámetros,
pues el plan de inversiones previsto en el contrato de concesión se encontraba suspendido luego
de la ruptura de la ecuación económico-financiera del contrato en el contexto de la crisis de 2001
y la salida del prestador privado. Sin embargo, el tribunal desestimó ese abordaje y la condenó a
11 La Corte IDH ha destacado en fallos relacionados con los derechos de las comunidades indígenas sobre sus territorios
ancestrales el rol esencial del acceso al agua para la preservación de las prácticas culturales y la subsistencia de esos
pueblos (Casos “Comunidad Mayagna (Sumo) Awas Tingni” de 2001, “Comunidad indígena Yakye Axa” de 2005, y
“Pueblo Saramaka” de 2007). La misma línea expresa la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los
Pueblos Indígenas (Resolución 61/295 del 13 de septiembre de 2007).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
realizar los trabajos necesarios a fin de adecuar la calidad y potabilidad del agua de uso domiciliario
a los parámetros establecidos en el Código Alimentario12.
En Colombia, se ha considerado a la ausencia de tratamiento para el agua destinada al
consumo humano y a la falta de mantenimiento y limpieza de los tanques de almacenamiento como
un caso de violación a la obligación de calidad. Por ello, la Corte Constitucional (Sentencias T-410
de 2003 y T-418 de 2010) ordenó al prestador que —en un término máximo de 30 días— iniciara los
trámites administrativos y financieros necesarios para garantizar el suministro efectivo del servicio de
acueducto, con los niveles de calidad, regularidad, inmediatez y continuidad que exigen las normas
legales vigentes, en un plazo no superior a 6 meses. En este mismo sentido (Sentencia T-092 de 1995),
se estableció que existía una infracción a la obligación de calidad por la presencia de componentes
nocivos en el agua que nutría a un acueducto municipal y similar incumplimiento se detectó ante
la contaminación de la naciente de aguas que servían a un acueducto por la construcción de una
porqueriza y varios cultivos. Ello motivó la orden de suspensión del funcionamiento de la porqueriza
hasta tanto se ejecutaran las obras tendientes a impedir la llegada de materias fecales a dichas fuentes
y se obtuvieran las licencias sanitarias y ambientales correspondientes (Sentencia T-523 de 1994).
Accesibilidad
Los servicios de agua potable deben ser accesibles a todos sin discriminación de ninguna
índole. Este recaudo presenta cuatro dimensiones superpuestas.
1) Accesibilidad física
Los servicios deben encontrarse al alcance seguro de todos los sectores de la población.
Una cantidad de agua suficiente, segura y aceptable debe ser accesible dentro —o en inmediata
cercanía— de cada hogar, institución educativa y lugar de trabajo. Todos los servicios de suministro
deben ser culturalmente apropiados y sensibles a los requerimientos de género, edad y privacidad.
La seguridad física no debe ponerse en riesgo durante el acceso a los mismos. 147
Se ha considerado que, para cumplir este requisito, el tiempo necesario para buscar los 20
litros de agua —mínimo exigible de acuerdo al estándar de disponibilidad— no debería de exceder
los 30 minutos, incluyendo períodos de espera, y que la distancia entre el hogar y la fuente de agua
no debería superar 1 kilómetro —ida y vuelta— para considerar que existe acceso básico (Howard
y Bartram, 2003; GTZ, 2009; COHRE y otros, 2007; JMP, 2012c).
2) Accesibilidad económica
Los servicios deben ser asequibles para todos. Esto implica que los costos directos e
indirectos y los cargos para asegurar el servicio —incluidos los gastos de conexión y entrega— no
deben impedir que una persona tenga acceso al agua potable ni deben representar una amenaza
a su capacidad para el disfrute de otros derechos, tales como alimentación, vivienda, salud o
educación13 (ACNUDH, 2007).
El requisito de asequibilidad no es incompatible con la necesidad de recuperar los costos de
la prestación ni significa que los servicios deban prestarse de modo gratuito. Antes bien, exigir que el
agua sea accesible para todos implica que las autoridades determinen qué personas se encuentran
en condiciones de pagar y cuáles no, arbitrando las soluciones para estas últimas mediante el
suministro gratuito de una cantidad mínima, subsidios o mecanismos similares.
12 Para ello le ordenó la presentación de un proyecto con plazos concretos de realización, en cuya formulación debía
darse intervención al organismo regulador y contemplarse instancias de participación ciudadana. La sentencia dispuso
mantener durante todo el plazo de adecuación del servicio, la obligación del prestador de suministrar en forma gratuita
agua potable en bidones u otro mecanismo a toda persona o entidad con domicilio en la ciudad afectada que así lo
requiriera formalmente en la oficinas de la empresa, acreditando su condición de cliente consumidor del servicio y
justificando que la misma estaba destinada a personas menores de 3 años o mayores de 70 años, además de enfermos
internados en los distintos centros sanitarios de la ciudad o enfermos domiciliarios sin posibilidad material de ambular.
13 En algunos estudios se considera que los costos de los servicios de agua potable y saneamiento no deberían exceder
el 5% de los ingresos del hogar (GTZ, 2009). Sin embargo, otros estiman este umbral entre el 1% (Vergès, 2010a) y el
3% del presupuesto familiar (PNUD, 2006; Hutton, 2012).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
14 En este sentido, la Corte Constitucional de Colombia (Sentencias T-546 de 2009 y T-150 de 2003) ha reafirmado que el
DHAS no ampara la gratuidad indiscriminada de los servicios públicos y que cuando un usuario no paga por el servicio
recibido, está obrando como si los demás usuarios tuvieran que correr con su carga individual y financiar transitoria o
permanentemente su deuda. Ello atenta claramente contra el principio de solidaridad que, entre otros, exige que cada
usuario asuma las cargas razonables que le son propias y dificulta que las empresas presten los servicios con criterios
de eficiencia.
15 La Observación General 15 establece que “Todos los pagos por servicios de suministro de agua deberán basarse
en el principio de la equidad, a fin de asegurar que esos servicios, sean públicos o privados, estén al alcance de
todos, incluidos los grupos socialmente desfavorecidos”. Esa aserción ha sido interpretada como impedimento para la
desconexión por falta de pago.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro II.4
Sudáfrica: jurisprudencia en la protección contra desconexiones
En 2001, se resolvió el caso “Bon Vista Mansions”, originado en el reclamo iniciado por un grupo de vecinos de un barrio
de departamentos ante la decisión del prestador estatal de interrumpir el suministro por falta de pago. Los peticionantes
solicitaron el restablecimiento del servicio invocando en su favor la norma constitucional que consagra el derecho
al agua. El tribunal hizo lugar al pedido y ordenó la reconexión, al entender que los procedimientos seguidos para
interrumpir el suministro no habían sido justos y equitativos, pues no había existido una intimación previa ni se había
dado la oportunidad de defensa de los afectados. Este último aspecto fue especialmente subrayado, en la medida
en que la legislación sudafricana veda la desconexión por falta de pago si la persona prueba que no se encuentra en
condiciones de afrontar el costo del servicio.
En 2002, otro caso —”Manquele”— puso de resalto los retos que el ejercicio del DHAS presenta a escala
nacional. La demandante era una mujer desempleada madre de siete hijos, cuyo suministro de agua había sido
interrumpido por falta de pago. Ella demandó al prestador estatal por entender que la desconexión infringía la ley
sectorial que consagra explícitamente el derecho a disponer de una cantidad mínima (que la ley no determina) de agua
suficiente para la subsistencia e higiene de cada hogar. Ante la falta de cuantificación legal de ese mínimo, y en aras
de cumplir con ese mandato, el prestador había fijado una provisión gratuita para consumo doméstico de 6 mil litros
por mes, el cual había sido superado, sin saberlo, por la demandante. La corte rechazó el reclamo por entender que
no existía una determinación legal sobre la cantidad de agua gratuita que debía proveerse y que ese aspecto debía
ser establecido por la legislación y no por los jueces.
En esa senda, uno de los pronunciamientos más polémicos se halla en el caso “Mazibuko” de 2009, en el que
la Corte Constitucional rechazó el abordaje del acceso al agua potable desde la perspectiva de los pisos mínimos de
cobertura del PIDESC y se centró exclusivamente en el análisis del caso a la luz del ordenamiento constitucional. En este
caso cinco residentes de una de las zonas urbanas más pobres de Johannesburgo demandaron al prestador municipal
y al gobierno nacional. El motivo fue la implementación de un plan tendiente a reducir las pérdidas de agua y mejorar
la tasa de cobro a través del abandono de la tarifa plana y la instalación de medidores prepagos que abastecerían a
cada hogar con 25 litros por persona por día, límite por sobre el cual el servicio debía ser abonado por adelantado.
Los reclamantes impugnaron la medida por violatoria del derecho al agua consagrado a nivel constitucional y por la
ilegalidad y carácter discriminatorio de los medidores prepagos. En 2007, el tribunal de primera instancia consideró
que el mínimo de 25 litros por persona por día era inconstitucional, debiendo ser elevado a 50, y que los medidores
prepagos carecían de respaldo jurídico y habían sido implementados de un modo ilegal. El prestador apeló y en 2009 la
Corte de Apelaciones concluyó que el mínimo —de acuerdo a informes de expertos— era de 42 litros. Agregó que —aún 149
cuando los medidores prepagos eran ilegales, por carecer de sustento normativo y lesionar el debido proceso— debía
otorgarse al municipio un plazo de 2 años para adecuar sus políticas a las exigencias constitucionales.
Los demandantes cuestionaron la decisión del tribunal de apelaciones ante la Corte Constitucional, intentando
restablecer el criterio de primera instancia (de 50 litros y una ejecución inmediata de la sentencia). La Corte Constitucional
se apartó de lo decidido por los dos tribunales inferiores y concluyó que la política de provisión sin costo de 25 litros
resultaba razonable. Además, estimó que la utilización de medidores prepagos resultaba legal, acorde al debido proceso
y no discriminatoria, en la medida en que habían sido instalados persiguiendo una finalidad legítima (reducir el derroche
de agua) y eran adecuados para el logro de ese objetivo. La corte se apartó de los tribunales inferiores que habían
cuantificado la cantidad mínima de agua con base al estándar del núcleo esencial de los derechos del PIDESC y aseveró
que sólo correspondía a los jueces controlar la razonabilidad de la política pública encaminada al logro progresivo del
derecho, pero no fijar el contenido de los DESC. Esto último era incumbencia de los poderes legislativo y ejecutivo, que
se encuentran mejor situados para investigar las condiciones sociales a la luz de las disponibilidades presupuestarias.
Fuente: Elaboración propia.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
• El pago de las tarifas legalmente establecidas es una condición indispensable para garantizar
la prestación eficiente, continua e ininterrumpida de los servicios a los demás usuarios. Debe
existir un medio para desincentivar la falta de pago, que puede ser el corte del servicio.
• Sin embargo, existen unos límites específicos que el prestador debe respetar al momento de
suspender el suministro de algún servicio: primero, seguir ciertos parámetros procedimentales
que garanticen el debido proceso de los usuarios; y segundo, abstenerse de suspender
cuando se trata de establecimientos protegidos, como los centros penitenciarios, las
instituciones educativas o los hospitales, o bien cuando las personas perjudicadas son
sujetos de especial protección constitucional.
• Se entiende, de esa forma, que el corte del servicio a esos sujetos de especial protección
constitucional constituye una decisión desproporcionada, en la medida en que, aún
persiguiendo un fin constitucionalmente legitimo —como es la garantía de la prestación
eficiente, continúa y sin interrupciones a todos los usuarios— y siendo un instrumento
idóneo para alcanzar el objetivo perseguido, los beneficios obtenidos con su aplicación
son menores que los sacrificios a que son expuestos los titulares del DHAS16.
• En función de ello, ante el incumplimiento en el pago de más de dos períodos consecutivos de
facturación, el prestador debe informar la situación crediticia del usuario y el procedimiento
a seguir para que éste pueda ponerse al día en sus obligaciones, concediendo —de ser
necesario— plazos amplios y cuotas flexibles para el pago si su capacidad económica así
lo exige. Si, una vez realizados, los mencionados acuerdos son incumplidos pero el usuario
manifiesta y prueba que no cuenta con la capacidad económica para hacerse cargo del
pago de dicho servicio básico, la empresa prestadora debe instalar —a su cuenta— un
restrictor en el flujo del agua que garantice por lo menos 50 litros de agua por persona al
día o proveer una fuente pública del agua que asegure el suministro de igual cantidad. Ese
150 criterio ha sido considerado como la consagración jurisprudencial del derecho al mínimo
vital de agua potable.
• La ausencia de alguna de las conductas referidas anteriormente atenta contra el DHAS,
pero que siempre quedará al prestador iniciar las acciones judiciales pertinentes para el
cobro de su acreencia.
Por su parte, la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica (Sentencia 9629 de 2002) considera
que la suspensión del servicio de agua potable es una violación prima facie del DHAS, por lo que la
validez de la interrupción del suministro por incumplimiento en el pago está sujeta a dos requisitos:
“informar previamente al usuario sobre la deuda que tiene en mora con la institución” e “instalar una
fuente de agua pública en las cercanías del inmueble al que se le cortó el servicio”. De esa forma,
en ese país no se exige —como en Colombia— el mantenimiento del mínimo vital en el hogar, sino
que alcanza con asegurar una fuente pública que sustituya —al menos mínimamente— el servicio
suspendido (Sentencia 11045 de 2001).
A nivel legislativo, en Nicaragua, la Ley de Aguas establece que la prestación del servicio a
los consumidores en estado evidente de pobreza extrema no podrá ser interrumpida, salvo fuerza
mayor, debiendo en todo caso proporcionárseles alternativas de abastecimiento temporal, sean en
16 El principio de proporcionalidad es crecientemente utilizado por los tribunales de América Latina para controlar la
razonabilidad de los actos estatales. Su relevancia práctica consiste en dotar de un alcance más intenso al control
de razonabilidad, en tanto la prueba de proporcionalidad determina que al momento de constatar la legitimidad de
una medida de reglamentación de un derecho, el intérprete deba verificar la presencia de los siguientes elementos: i)
finalidad legítima de la restricción; ii) adecuación entre esa finalidad y los medios utilizados; iii) necesidad del medio
elegido para conseguir la finalidad perseguida; y, iv) proporcionalidad estricta entre el beneficio obtenido y el sacrificio
impuesto. De ese modo, el control sobre las medidas de reglamentación del DHAS demandará verificar que se persigue
una finalidad legítima con la regulación, que los medios utilizados para ello son idóneos y necesarios, por no existir
otros menos lesivos, y que la medida presenta un equilibrio entre el costo impuesto al derecho y el beneficio que ese
sacrificio reporta a otro derecho.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
puntos fijos o ambulatorios. Tampoco podrán interrumpirse estos servicios a hospitales, centros de
salud, escuelas, orfelinatos, asilos para ancianos, centros penitenciarios, estaciones de bomberos
y mercados populares.
3) No discriminación
Los servicios de abastecimiento deben ser accesibles para todos, incluidos los sectores
más vulnerables o marginados de la población, sin discriminación basada en factores prohibidos
como raza, sexo, edad, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social,
posición económica, discapacidad física o mental, estado de salud, orientación sexual, estado civil,
o cualquier otra condición política, social o de otro tipo que tenga por efecto anular o menoscabar
el igual disfrute del derecho al agua. Una asignación adecuada de los recursos resulta esencial para
cumplir con este recaudo, evitando —por ejemplo— la realización de inversiones que favorezcan
un suministro costoso de agua potable a una pequeña y privilegiada fracción de la población y
desatiendan a grupos mayoritarios en situación de desamparo.
4) Accesibilidad a la información
La accesibilidad incluye el derecho a buscar, recibir y difundir información concerniente a
los servicios de agua potable y saneamiento (véase las páginas 41 y 49).
Obligación de respeto
La obligación de respeto exige que los Estados se abstengan de interferir directa o 151
indirectamente con el disfrute del DHA. Eso incluye, entre otros, el deber de no incurrir en cualquier
práctica o actividad que obstaculice o limite el acceso igualitario al agua adecuada, de no interferir
arbitrariamente en los mecanismos consuetudinarios o tradicionales para el suministro de agua y
de no disminuir o contaminar las fuentes de agua.
Obligación de protección
Esta obligación requiere que el Estado prevenga la interferencia de terceros en el disfrute
del DHA. El concepto de terceros incluye a individuos, grupos, corporaciones y otras entidades, así
como a los agentes que actúan bajo la autoridad pública. Proteger implica, así, diseñar y poner en
práctica medidas regulatorias tendientes a evitar que esos terceros denieguen el acceso igualitario
al agua potable y contaminen o exploten en forma no equitativa los recursos hídricos17, con inclusión
de las fuentes naturales, los pozos y otros sistemas de distribución de agua.
Puntualmente, cuando los servicios de agua potable son operados o controlados por terceros,
los Estados deben evitar que éstos comprometan el acceso igualitario a suficiente agua de calidad.
Para prevenir esos abusos debe establecerse un sistema regulatorio efectivo de conformidad con
el PIDESC, que incluya monitoreo independiente, participación de los usuarios, e imposición de
penalidades por incumplimiento18.
17 La Corte Constitucional de Colombia (Sentencia T-379 de 1995) ordenó al prestador que dictara la reglamentación
necesaria para regular el aprovechamiento de aguas, de modo de revertir la disminución del nivel del “ojo de agua” que
proveía a una población como resultado del uso inadecuado por parte de uno de los propietarios ribereños. También
instó (Sentencia T-413 de 1995) a regular el uso del recurso y a priorizar el consumo doméstico, en un supuesto donde
su utilización con destino a una explotación piscícola y otros fines productivos había causado la falta de agua en los
hogares del área.
18 Un borrador de la Observación General 15 preveía directamente que los Estados se abstuvieran de privatizar los
servicios de agua potable hasta tanto contaran con un sistema regulatorio acorde con el PIDESC.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
La regulación de los servicios de agua potable y saneamiento constituye uno de los objetivos
trascendentes para alcanzar los objetivos de equidad e inclusión social y es un componente sustantivo
e insoslayable de la transformación del sector. El DHAS ofrece un marco jurídico internacional para
fortalecer esa función regulatoria, en la medida en que la inscribe dentro del cumplimiento del
deber de protección del derecho que incumbe al Estado. El hecho de poder amparar las medidas
regulatorias en el cumplimiento de un mandato internacional brinda una cobertura decisiva al Estado
frente a reclamos de inversores o prestadores privados que eventualmente puedan considerarse
afectados en sus derechos como resultado de aquellas (Bohoslavsky y Justo, 2011).
Obligación de cumplimiento
Esta obligación puede ser desagregada en las obligaciones de facilitar, promover y proporcionar.
La obligación de facilitar supone que el Estado adopte medidas positivas tendientes a asistir a los
individuos y grupos en el disfrute del derecho. Promover implica que el Estado debe llevar adelante
medidas educativas y de concientización sobre los modos de satisfacción del derecho. Por último, el
Estado tiene la obligación de proporcionar el derecho cuando los individuos o grupos se encuentran
imposibilitados, por razones ajenas a su control, de realizarlo por sí mismos con los medios a su
disposición. En este campo, “cumplir” implica, al menos: i) facilitar, por medio de medidas positivas
para la asistencia de individuos y comunidades, el goce del derecho al agua; ii) promover, por medio
de una educación apropiada sobre el uso higiénico del agua, protección de las fuentes y métodos
para su ahorro; y, iii) proveer el agua a aquellas personas o grupos impedidos, por razones ajenas
a su control, de realizar el derecho por medios a su alcance.
La observancia de esta obligación exige del Estado el reconocimiento del DHA en el
ordenamiento interno y la adopción de una estrategia y un plan de acción en materia de recursos
hídricos, velando por que el agua sea asequible para todos. Para el logro de este último requisito, los
Estados deben adoptar las medidas necesarias bajo el principio de equidad para que los servicios
152
estén al alcance de todos. Entre ellas, el CESCR menciona la utilización de tecnologías apropiadas
y presencia de políticas adecuadas en materia de tarifas (véase el recuadro II.5).
Desde la perspectiva del grado de exigibilidad del derecho en relación a pautas temporales se distingue
entre obligaciones básicas y progresivas. Ambos tipos de obligaciones resultan exigibles en forma
inmediata, pero en el primer caso deben asegurarse logros mínimos, mientras que en el segundo
el PIDESC se cumple adoptando las medidas tendientes al logro progresivo de la plenitud del DHA.
Obligaciones básicas
1) No scrimdiinación
El deber de garantizar —y no simplemente procurar— que el ejercicio de los derechos
protegidos se desarrolle sin discriminación es una obligación que produce efectos inmediatos y
conlleva la supresión también inmediata de toda práctica estatal contraria a la igualdad.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro II.5
Accesibilidad económica y subsidios
Los países de América Latina y el Caribe afrontan retos importantes para asegurar la accesibilidad económica del
servicio. Desde la perspectiva de las disparidades, se advierte que en nuestra región el décimo decil de la población (la
más rica) difícilmente gasta el 0,5% y todavía menos del 0,1% de su ingreso en servicios de agua potable de primera
calidad, mientras el primer decil (la población más pobre) consume un promedio del 5% de sus ingresos —que supera
en algunos casos al 10%— por tener acceso al agua de muy baja calidad. Casi un 30% de la gente vive por debajo de
la línea de pobreza (lo que incluye casi un 12% en condiciones de pobreza extrema o indigencia), por lo que debe ser
atendida hasta que las condiciones socioeconómicas se reviertan. Consecuentemente, muchos países se ven en la
necesidad de estructurar, financiar e implementar sistemas de subsidio dirigidos a los más pobres y que tengan por
objetivo una provisión sustentable de los servicios. Las experiencias recogidas muestran que un modelo eficiente de
subsidios debe tomar en cuenta, entre otros, los siguientes aspectos:
• Focalización: Las ayudas deben orientarse sólo a los sectores más necesitados de la sociedad, de
modo de evitar las distorsiones que conlleva reconocerlos de modo indiscriminado (error por inclusión)
o insuficiente (error por exclusión). Para su otorgamiento deben verificarse condiciones objetivas cuya
permanencia en el tiempo sea objeto de monitoreo. Por ejemplo, Chile presenta un modelo exitoso de
subsidios para familias por debajo de la línea de pobreza que se encuentra sujeto a acreditación de
la situación socioeconómica y supone una reducción del precio de los primeros 15 metros cúbicos de
consumo por mes.
• Eficiencia: Los subsidios deben alentar la conservación del agua a través de mayores tarifas para
los usuarios que superan el consumo mínimo. Sin embargo, esta diferenciación debe darse con sumo
cuidado y contemplar, por ejemplo, que con frecuencia los hogares pobres albergan a muchas más
personas que los de mayores ingresos. Si no se considera este factor se termina imponiendo una carga
desproporcionada a los sectores con menores ingresos y beneficiando a los hogares más pudientes. De
igual forma, es común que los intermediarios informales que abastecen a los hogares no conectados
compren el agua en grandes cantidades, por lo que un incremento de la tarifa por sobre los mínimos
será trasladado a sus clientes cautivos.
• Prioridad de la conexión a la red: Los subsidios deben atender prioritariamente a la población
urbano-marginal y rural que no está conectada a la red. Cuantos menos hogares pobres integren el
sistema de redes menor progresividad presentará el subsidio. Por ello, la asistencia debe centrarse 153
inicialmente en la posibilidad de lograr la conexión, aspecto que demanda en ocasiones una inversión
prohibitiva para hogares pobres que carecen de acceso a crédito. Si no se prioriza la conexión, el
subsidio al consumo sólo alcanzará a los sectores medios y altos, que son quienes tienen la capacidad
de sufragar ese costo. En igual medida, la falta de conexión y la necesidad de recurrir a proveedores
informales aumenta críticamente el valor del agua como resultado de la intermediación, cosa que no
sucede a quienes reciben el agua directamente del proveedor formal.
• Tenencia de la vivienda: Condicionar el acceso al servicio o los subsidios a la existencia de un título
legal en la tenencia también constituye un impedimento para millones de personas que viven en sitios
no autorizados. A medida que el proceso de urbanización atrae más gente del campo a asentamientos
informales en las ciudades, esta barrera a la expansión de los servicios aumenta.
Fuente: Soares y otros (2002), Varis (2007), PNUD (2006), Ferro y Lentini (2012), y ADERASA (2006).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
entre las declaraciones y los resultados tangibles. A través de la exigibilidad inmediata de acceso
al núcleo esencial del derecho se fomenta una acción descentralizada a nivel global que motoriza
importantes avances.
Por ejemplo, en la Argentina, la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo
y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires (Caso “Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia” de
2007) ha ordenado al gobierno comunal que garantice por medio de camiones cisterna el suministro
de agua potable a pobladores de un barrio marginal que carecían de abastecimiento, hasta tanto
se encontrara en condiciones de ofrecer otra alternativa que asegurara la normal prestación del
servicio de agua potable19. Esa provisión fue considerada en el caso como el piso mínimo del DHAS,
aclarando la sentencia que no implicaba un mejoramiento en la prestación del servicio respecto de
los habitantes afectados y que, por ende, no debía ser encuadrada como un avance en términos de
progresividad. Concluyó que, si bien es cierto que el acceso al agua potable requiere de una política
estatal que establezca y construya sistemas de suministro, no por ello, mientras tales políticas son
definidas y las obras implementadas, el servicio puede ser relegado u obviado.
19 La Cámara de Apelaciones Civil y Comercial de Neuquén aplicó el mismo criterio en el caso “Benítez Miriam y otros” de
2012.
20 La existencia de un contenido básico en los DESC es una consecuencia lógica del uso de la terminología de los
derechos. No habría justificación para elevar un “reclamo” a la condición de “derecho” (con todas las connotaciones
que este concepto tiene) si su contenido normativo pudiera ser tan indeterminado que permitiera la posibilidad de
que sus titulares no puedan exigir nada en concreto. Cada derecho debe dar lugar a un derecho mínimo absoluto, en
ausencia del cual debe considerarse que un Estado viola sus obligaciones (Alston, 1987).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Además, todas las medidas que configuren un supuesto de regresividad —en el sentido en
que impliquen empeorar o reducir el nivel de protección del derecho en comparación con el existente
al momento de su dictado— requerirán la consideración más cuidadosa y deberán justificarse
plenamente por referencia a la totalidad de los derechos previstos en el tratado y en el contexto del
aprovechamiento pleno del máximo de los recursos de que se disponga (Observación General 3).
Pese a esas afirmaciones, y aún a su reconocimiento explícito como un derecho humano por
parte de las Naciones Unidas, el saneamiento ha recibido menos atención que el DHA en sentido
estricto y, consecuentemente presenta un inferior desarrollo conceptual desde el punto de vista
normativo, especialmente en lo atinente a las obligaciones de derechos humanos que trae aparejadas.
En los últimos años esa indiferencia hacia el saneamiento desde el campo de los derechos
humanos ha comenzado a revertirse, lo cual obedece a diferentes circunstancias. Por lo pronto,
existen razones vinculadas con la dignidad humana que ponen de manifiesto la necesidad de conferir
a ese servicio un lugar más significativo al que se le asigna cuando sólo se le reconoce un papel
156 accesorio del DHA. De igual forma, la actividad de saneamiento constituye un requisito fundamental
para la sustentabilidad del DHA, en tanto propende a limitar la contaminación del recurso. Por último,
este servicio posee un impacto superlativo en el disfrute de la mayoría de los DESC y constituye
prácticamente una conditio sine quanon de cualquier estrategia nacional que quiera hacer frente
seriamente a las obligaciones del PIDESC.
En función de esas referencias, se advierte una creciente tendencia a reconocer al saneamiento
un lugar propio en el concierto de los derechos humanos y resulta, por ello, crucial delimitar con
claridad su contenido específico, el alcance de las obligaciones internacionales que involucra, y
sus niveles esenciales y progresivos de exigibilidad. En definitiva, debe aplicarse al saneamiento el
bagaje jurídico de los DESC.
En el logro de ese cometido se destaca la labor de la Relatora Especial sobre el Derecho
Humano al Agua y al Saneamiento21 (REAyS), quien a lo largo de diferentes informes ha desplegado
un análisis del DHS a la luz de los estándares del PIDESC. Siguiendo esa línea, y teniendo en miras
que el DHS comparte en general la mayoría de los conceptos desarrollados en la Observación
General 15 respecto del DHA, abordaremos a continuación las principales particularidades que el
régimen jurídico de este derecho presenta.
21 En septiembre de 2008 el Consejo de Derechos Humanos nombró —en función del estudio sobre DHAS presentado por
la Alta Comisionada para los Derechos Humanos (A/HRC/6/3)— a un Experto Independiente sobre la cuestión de las
obligaciones de derechos humanos relacionadas con el acceso al agua potable y el saneamiento. El nombramiento por
un período de 3 años recayó en Catarina de Albuquerque, a quien se le encomendó la elaboración de un compendio de
prácticas idóneas relacionadas con el acceso al agua y al saneamiento, la realización de un estudio para establecer con
más precisión el contenido de las obligaciones de derechos humanos relacionadas con el acceso a estos servicios y
la formulación de recomendaciones que pudieran contribuir a la realización de los ODM. En marzo de 2011, el Consejo
de Derechos Humanos renovó el mandato por 3 años más y cambió su denominación por la de REAyS. En ese marco,
los cometidos fueron ampliados a tareas de promoción de la plena realización del DHAS, especialmente respecto de
grupos vulnerables y marginados, determinación de los retos y obstáculos que se oponen a su plena efectividad y
elaboración de nuevas recomendaciones para la consecución de los ODM y su etapa post 2015 (Movilla Pateiro, 2012).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Disponibilidad
Debe haber un número suficiente de instalaciones de saneamiento en el interior o en las
inmediaciones de cada hogar, institución educativa o de salud, así como en lugares de trabajo y de
acceso público, de modo de evitar tiempos de espera excesivos para su utilización (REAyS, 2009).
En este sentido, el caso de la llamada “Villa 31 bis”, un barrio marginal de la ciudad de
Buenos Aires habitado por más de 6 mil personas, pone de resalto la gravitación del componente
de disponibilidad a la luz de la situación de riesgo sanitario que se repite en muchas de las grandes
ciudades de la región por falta de acceso a los servicios (véase el recuadro 6).
Calidad
Fundamentalmente —y teniendo en miras el devastador efecto humanitario que producen
las enfermedades relacionadas con la falta de acceso al saneamiento—, el primer requerimiento de
calidad es que los servicios sean seguros desde el punto de vista de la higiene (Langford, 2009). Ello
significa evitar el contacto del usuario con excrementos y brindarle acceso al agua no contaminada 157
para limpieza de manos, ano y genitales, incluyendo especialmente higiene menstrual. Otros
aspectos de la seguridad son también gravitantes, tales como la ausencia de riesgo técnico en las
instalaciones y la posibilidad de acceder a ellas en horario nocturno (REAyS, 2009). Su descarga
y mantenimiento resultan, asimismo, críticos para asegurar niveles mínimos de calidad, debiendo
utilizarse para ello soluciones mecanizadas y erradicarse el vaciado manual de las letrinas de pozo.
En este punto, es importante destacar la dimensión colectiva del DHS: cada persona tiene
derecho no sólo a instalaciones sanitarias para uso personal, sino también a verse protegida de
los excrementos y aguas residuales producidas por el prójimo. En consecuencia, sólo es posible
ejercer plenamente el DHS cuando las personas que residen en las inmediaciones también utilizan
instalaciones sanitarias adecuadas (Langford, 2009).
22 La inclusión del tratamiento de aguas residuales dentro del DHS no está exenta de reparos, en la medida en que
constituye, con la salvedad de ciertos países desarrollados, una actividad muy poco difundida en regiones en vías de
desarrollo. Se estima que, en América Latina y el Caribe, menos del 30% de las aguas servidas reciben tratamiento
(Lentini, 2008; Mejía y Rais, 2011).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Recuadro II.6
El caso de la “villa 31 bis”, Argentina
En la Villa 31 bis no existían cloacas, desagotes pluviales, red de agua potable ni vías pavimentadas. Las viviendas
sólo contaban con un sistema de descarga a pozos ciegos, pero en la mayoría de los casos éstos presentaban fisuras
y los camiones encargados de vaciarlos no prestaban servicios regularmente, con lo cual las calles se inundaban
constantemente y los residuos cloacales ascendían a la superficie. Además, los vecinos habían realizado a lo largo
del barrio redes informales de cloacas consistentes en caños angostos cuya descarga se efectuaba hacia los pasillos
y los espacios abiertos del barrio, que terminaban inundándose de desechos cloacales y aguas servidas expuestos
al aire libre.
Accesibilidad física
Todos los usuarios —en particular las personas con necesidades especiales de acceso,
como los niños, las personas con discapacidad, las de edad avanzada o las mujeres embarazadas—
158 deben tener garantizada la posibilidad de llegar sin riesgos hasta las instalaciones y poder utilizarlas
durante las 24 horas, ya sea en el interior o sectores cercanos a los hogares, lugares de trabajo,
escuelas y similares (REAyS, 2009).
Asequibilidad
El servicio de saneamiento, incluyendo la construcción, vaciado y mantenimiento de las
instalaciones, así como el tratamiento y la eliminación de materia fecal, debe estar disponible a
un precio que sea asequible para todas las personas sin comprometer la posibilidad de ejercer
los demás derechos. La interrupción del suministro de agua por falta de pago debe contemplar el
impacto específico en materia de saneamiento.
Para cumplir el mandato de asequibilidad, el Estado cuenta con un margen de apreciación para
conjugar medidas de apoyo a los ingresos, reducción de tarifas, subvenciones e incluso desarrollos
tecnológicos que redunden en una mayor eficiencia (REAyS, 2009; Comisión de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas, 2005).
Aceptabilidad
Esta faceta del DHS conlleva requerimientos relativos a la adecuación del servicio a las pautas
culturales de los usuarios y constituye un aspecto especialmente sensible para la concreción de
políticas, dado el halo de tabú que sobrevuela el tema y su nexo con la intimidad de las personas
(REAyS, 2009).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Por otra parte, y en pos de definir las obligaciones progresivas en materia del DHS, podría
considerarse que ellas consisten en la adopción de las medidas necesarias para avanzar expedita
y eficazmente hacia el acceso universal a instalaciones mejoradas para la recogida, transporte,
tratamiento y eliminación o reutilización de excrementos humanos bajo condiciones adecuadas de
disponibilidad, calidad, accesibilidad, asequibilidad y aceptabilidad. Los Estados deben propender
a lograr ese objetivo último por todos los medios a su alcance y mediante el destino del máximo de
recursos disponibles.
Durante un largo tiempo, las estrategias e iniciativas de protección de los derechos humanos
posaron su mirada casi exclusivamente en el rol y la responsabilidad del Estado. Sin embargo, a
medida de que el papel global de las empresas fue creciendo, también su nivel de exposición en esta
materia aumentó significativamente. Desde mediados del siglo XX, la responsabilidad corporativa
por violaciones a los derechos humanos viene alcanzando un vertiginoso desarrollo que terminó
por instalarla, en especial a partir de los años noventa, en la agenda de discusión de las Naciones
160 Unidas y otros foros globales (Rulli y Justo, 2012). En ese contexto, la iniciativa llevada adelante
por Ruggie tuvo por impronta un “pragmatismo de principios” encaminado a lograr los mayores
consensos posibles de parte de organizaciones no gubernamentales, empresas y gobiernos (Knox,
2011) a partir de la interrelación de tres guías fundamentales:
• El Estado tiene la obligación de proteger a las personas frente a los abusos de los derechos
humanos cometidos por terceros, incluidas las empresas, mediante medidas adecuadas,
actividades de reglamentación y sometimiento a la justicia. Esa protección constituye la
base misma del régimen internacional de derechos humanos.
• Las empresas tienen la obligación de respetar los derechos humanos, lo que significa
actuar con la debida diligencia para no vulnerar los derechos de terceros, y reparar las
consecuencias negativas de sus actividades. Ese respeto encarna la expectativa social
más elemental en relación con las empresas.
• Es necesario mejorar el acceso de las víctimas a vías de reparación efectivas, tanto
judiciales como extrajudiciales, pues ni siquiera los esfuerzos mejor coordinados pueden
impedir totalmente que se cometan abusos.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
26 Es necesario lograr que las empresas estatales cumplan sus obligaciones de derechos humanos en sus esferas
de funcionamiento, pues —pese al creciente rol que han ido adquiriendo en sectores especialmente sensibles de
la industria— muchas veces funcionan independientemente de muchas fuentes externas de escrutinio a que están
sometidas las empresas comerciales.
27 Los Estados no renuncian a sus obligaciones internacionales de derechos humanos por privatizar la prestación de
servicios. Si no aseguran que las empresas prestadoras cumplan sus obligaciones en este campo, las consecuencias
pueden ser perjudiciales para la reputación del propio Estado y atraerle problemas legales.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Esta obligación es autónoma e independiente del deber de protección de los Estados y por
ende vincula a las empresas aún cuando las autoridades no se encarguen de hacer respetar estos
derechos. Lo anterior es así al punto de que los PRs explicitan que el deber de respeto supone
“una responsabilidad adicional a la de cumplir las leyes y normas nacionales de protección de los
derechos humanos”. Dicho de otro modo, las empresas no pueden escudarse en el acatamiento
del derecho nacional para justificar la violación de los derechos humanos.
El catálogo de derechos a respetar es sumamente amplio y se encuentra fijado en el PR 12.
Entre ellos, el DHAS tiene un rol protagónico.
162
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Introducción
Las políticas públicas para el sector de agua potable y saneamiento revisten enorme importancia y
han sido de particular interés para la División de Recursos Naturales e Infraestructura en las últimas
décadas. Este interés se remonta, primero, a los años ochenta cuando la atención se centró en los
esfuerzos de los países para lograr los objetivos del Decenio Internacional del Agua Potable y del
Saneamiento Ambiental (1981-1990); y más tarde, en la década de los noventa, cuando analizamos
las experiencias regionales de las reformas sectoriales. Desde ese entonces, hemos asumido un
activo rol de investigación y asistencia técnica orientadas a la formulación de políticas públicas
que aseguren una prestación económicamente eficiente, socialmente equitativa y ambientalmente
sustentable de los servicios de agua potable y saneamiento. ¿Qué hemos aprendido en estos años?
• Las prioridades gubernamentales son muy importantes. Sin inversión para expandir la cobertura
y subsidios para los pobres, los servicios no serán socializables, en el sentido de que deben
alcanzar a todos, o de lo contrario, sus efectos positivos no se materializarán. Las prioridades
políticas se ven en el presupuesto del Estado, en su ética de servicio público, en la construcción
de instituciones sólidas y estables, en el énfasis en la eficiencia y transparencia, y en el control
de la corrupción y captura; no se deben limitar a las declaraciones para la prensa.
• Para que los servicios sean sustentables, las economías nacionales deben crecer para
poder generar —a través de salarios e impuestos— recursos suficientes para pagarlos. 163
Los agentes externos —como bancos o inversores— no son fuentes netas de recursos
adicionales a partir de los cuales el sector pueda depender en el largo plazo.
• Eficiencia y equidad no son criterios antagónicos sino que complementarios. La eficiencia
reduce los costos de prestación. Costos bajos implican mayor asequibilidad financiera y
mayores oportunidades de uso. Al subir artificialmente los costos del servicio, la ineficiencia
hiere la equidad.
• En muchos casos, las reformas se complican y fracasan por falta de convencimiento local,
imposición externa forzada y captura de las autoridades sectoriales, ya sea por grupos de
interés especial, empresas, sindicatos, políticos o burocracias.
• Varios intentos de reformas sectoriales desconocieron las limitaciones estructurales de las
economías nacionales y los principios compartidos por países desarrollados en materia
de protección de interés público, derecho de aguas y regulación de servicios públicos.
• En algunos casos, estos problemas se han potenciado por la visión excesivamente
comercialista con la que los tratados de protección a la inversión suelen enfocar las políticas
regulatorias y de protección de interés público.
• Los gobiernos deben imponer una regulación adecuada —a prestadores públicos, privados y
mixtos— basada en principios de rentabilidad justa y razonable, buena fe, diligencia debida,
obligación de eficiencia y transferencia de ganancias de eficiencia a los consumidores.
• Las garantías y protecciones artificiales incrementan el riesgo moral de ineficiencia y fracaso,
pues brindan seguridades no sustentables en el largo plazo y distorsionan incentivos para
la toma de decisiones.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
La preocupación por estos temas se origina en el convencimiento de que una buena prestación
de los servicios de agua potable y saneamiento es relevante para la salud pública, la equidad social,
el desarrollo económico y la sustentabilidad ambiental.
Este sector ha sido siempre una preocupación de los Estados, particularmente por su incidencia
en la salud pública. El consumo voluntario o accidental de agua contaminada y la exposición directa
a ella contribuyen al aumento de las tasas de morbilidad de la población afectada. En varios países
de la región, la incidencia de enfermedades relacionadas con el agua es sustancial28. Asimismo,
es fuente de mortalidad, particularmente infantil, dado que los niños son los más expuestos a
consumirla o jugar en ella. Adicionalmente, la exposición a agua contaminada es un agravante de la
desnutrición, puesto que las diarreas y otras infecciones o intoxicaciones alimentarias no permiten
la correcta absorción de nutrientes. Por último, los costos —tanto económicos y financieros como
sociales y familiares— por problemas de salud son importantes.
Si el impacto para la salud pública no fuese suficiente para motivar a los tomadores de
decisiones a priorizar de manera efectiva el sector, es importante recordar que existen poderosas
razones adicionales para promover una política que dé solución a los problemas de la cobertura
y la calidad de los servicios de agua potable y saneamiento: lucha contra la pobreza, fomento de
la inclusión y la paz social, promoción del desarrollo económico y protección del medio ambiente.
La inadecuada provisión del servicio afectará principalmente a los grupos sociales de menores
ingresos. Es cierto que las condiciones de salud son peores en estos grupos, sin acceso o con uno
deficiente, pues tienen un mayor número de enfermedades y decesos. El impacto directo de los costos
por tratar esas enfermedades puede llegar a ser sustancial sobre sus ingresos. Asimismo, el costo
de evitarlas suele ser muy alto (por ejemplo, acceder a agua embotellada), lo que hace que el ingreso
disponible de las familias disminuya, impidiéndoles el acceso a otros bienes, como la educación o
el trabajo. En esta situación, una mejora en el servicio libera recursos de los presupuestos de las
164 familias más pobres, pues no sólo permite disminuir los gastos en adquisición de agua de fuentes
alternativas o atención médica, sino también el tiempo perdido durante la enfermedad, el acarreo
de agua —que afecta en mayor medida a los niños y las mujeres—, facilitando la (re)inserción en el
mundo laboral e integración social. En términos de externalidades positivas, la mejora del servicio
aumenta los niveles de escolaridad —particularmente en las mujeres—, y, en general, el nivel de
vida de las personas.
El acceso a los servicios de buena calidad produce estabilidad política y contribuye a la paz
social, pues de otro modo las poblaciones hacen sentir sus frustraciones —particularmente cuando sus
necesidades más básicas, como el agua, no son satisfechas—, a veces en forma explosiva y violenta.
Los efectos de las mejoras de los servicios en la economía son sustanciales, no sólo por
el impacto positivo que tienen en la población económicamente activa, sino porque abren nuevas
oportunidades para el desarrollo del turismo y de las industrias agropecuarias, en especial las
orientadas a la exportación. La contaminación —real o percibida— de hortalizas o productos pesqueros,
por ejemplo, puede acarrear una merma en las exportaciones o, directamente, la pérdida de los
mercados29. Cabe recordar que, en los países de la región, una parte importante de la población
económicamente activa se desempeña en una actividad relacionada directa o indirectamente con el
uso de los recursos hídricos: agricultura, artesanía, turismo, hidroelectricidad, minería y agroindustria30.
Los efectos sobre el medio ambiente se perciben tanto en la captación de agua cruda como
en el vertido de aguas servidas. Aun cuando la industria de agua potable extrae en América Latina
y el Caribe menos de un 19% de los recursos hídricos disponibles (WRI, 2011), se trata de uno de
los usos más exigentes, tanto por su continuidad e inelasticidad como por la necesidad de que el
recurso responda a altos estándares sanitarios, requerimiento que muchas veces no se cumple en
vista de los altos índices de contaminación que afecta a muchos cuerpos de agua. Esta contaminación
no solo incide en la salud de las personas, en los altos costos de potabilización o en la merma en
el valor turístico y paisajístico de los cuerpos de agua, sino que también en la sostenibilidad de los
ecosistemas y las formas de vida asociadas.
Como resultado de los problemas anteriores, es posible advertir que la ausencia de buenos
servicios se traduce en los siguientes costos para los países:
• Gastos en salud. Los problemas de salud afectan más a la población de bajos ingresos,
y aún más a los niños. A su vez, el impacto de las enfermedades sobre el presupuesto
familiar de aquel segmento poblacional es significativamente mayor que en el resto de la
población. En lo que respecta a los costos sociales, éstos están asociados a la morbilidad,
la mortalidad, y la prevención.
• Gastos en provisión de agua y saneamiento. La falta de agua potable impone a quienes
carecen de ella gravámenes sustanciales en el momento de tener que optar por fuentes
más caras —y de peor calidad— de abastecimiento (como bidones o camiones aljibe) y de
disposición de excretas (letrinas, etc.). El costo de estas fuentes de abastecimiento puede
llegar a ser 10 o 20 veces mayor en comparación con el suministro por red, lo que reduce
la disponibilidad del servicio en zonas pobres. Asimismo, la población debe acarrear el
agua desde el punto de abastecimiento hacia sus casas, con la consiguiente pérdida de
tiempo que esto implica, particularmente en zonas rurales.
• Aumento de la deuda pública implícita. En la medida en que no se realizan las inversiones
en reposición y expansión de la infraestructura de agua potable y saneamiento, aumenta 165
la cantidad de financiamiento futuro requerido para ponerla al día.
• Aumento de la brecha de género. En las sociedades latinoamericanas, por regla general,
las mujeres todavía son las principales responsables del uso del agua. De ese modo, son
ellas quienes enfrentan mayores costos de oportunidad, sea por el tiempo de acarreo o
por las labores domésticas asociadas (limpieza y aseo del hogar, lavado de alimentos
y de ropa, etc.), disminuyendo sus oportunidades laborales o de otro tipo. Particular
atención debe ponerse en las niñas, que usualmente son empleadas para el acarreo, con
la consiguiente ausencia escolar. En tanto, la existencia de soluciones de saneamiento
disminuye la exposición de las mujeres a la violencia y acoso sexual.
Por consiguiente, una política pública orientada a mejorar la prestación de los servicios
puede revertir los costos anteriormente reseñados y transformarlos en beneficios, a los que se suma:
• Aumento del bienestar. El acceso al servicio libera fondos familiares que se destinaban
a procurar agua de diversos medios, normalmente de mayor costo y menor calidad. De
manera tal que este tipo de política pública tiene una incidencia directa sobre la disminución
de la pobreza e indigencia31, a lo que se suma una mayor disponibilidad de tiempo32
para dedicarlo al trabajo remunerado, al estudio o al esparcimiento, un reequilibrio en las
relaciones de género, una mejora en la asistencia y rendimiento escolar, y, en general, un
incremento en la calidad de vida de las personas.
31 En Lima, Perú, para familias en pobreza extrema, el hecho de conectarse a la red pública de agua potable representa
un incremento del 5% en el ingreso familiar. Sin embargo, si consideramos que los costos inevitables ascienden hasta
un 50% de ese ingreso nominal, el incremento en el ingreso disponible es del 10%. Además, se genera un ahorro
adicional en gastos en salud —por eliminación de episodios de enfermedad diarreica aguda— de alrededor del 4% del
ingreso disponible.
32 En Guatemala, el tiempo promedio empleado en las actividades de acarreo de agua es entre 5 y 6 horas por día. Estas
tareas —que tienden a coincidir con la jornada de estudios— a menudo son realizadas por los niños.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Factores exógenos34
166
Muy a menudo, los análisis sectoriales se centran en los elementos o factores —denominados
endógenos— que se relacionan en forma directa con el sector, como por ejemplo la estructura
industrial, las tarifas y subsidios, las inversiones, la gestión de los prestadores, la regulación
económica o el marco legal. En contraste, existe una serie de elementos que reciben menor atención
en esos análisis, y que —pese a ser exógenos a la industria— son tan poderosos y estructuralmente
determinantes —en especial en el largo plazo—, que aun las mejores políticas sectoriales se ven en
serias dificultades para contrarrestar su influencia. Estos elementos externos imponen condiciones
de borde o límites a partir de los cuales se condiciona el desarrollo del sector. Por ejemplo, la
macroeconomía del país, la calidad institucional y gobernabilidad o la prioridad que el sector tenga
en las políticas y presupuesto del gobierno35.
Los factores exógenos en ciertos casos serán uniformes a escala mundial. Por ejemplo, la
situación financiera internacional restringe el acceso al crédito para todos los países, aun cuando
sus implicaciones para el desarrollo del sector varían dependiendo de las condiciones locales.
33 Es ilustrativo observar que, en Chile, muchos de los beneficios del plan de saneamiento hídrico se plantean no sólo en
términos de la salud pública, calidad de vida y protección del medio ambiente, sino también como efectos positivos
en la economía. Así, las inversiones en tratamiento de las aguas servidas permiten: regar con agua limpia miles de
hectáreas destinadas al riego; ahorros sociales y económicos, al mejorar la salud de la población; fomentar la industria
turística, al tener más cauces descontaminados; reducir el impacto económico que podían producir riesgos de menores
exportaciones, ante una eventual campaña o denuncias por regar con aguas servidas; promover las cualidades de
productos nacionales en los mercados externos, libres de contaminación; generar más puestos de trabajo asociados al
aumento de las exportaciones y la industria turística; y asegurar la calidad de los cuerpos de agua usados como fuentes
para el abastecimiento de agua potable.
34 Este texto se basa principalmente en Lentini (2010) y (2011), y Oblitas (2010); referencias complementarias son Solanes
y Jouravlev (2005), Valenzuela y Jouravlev (2007), Ordoqui (2007), Alfaro (2009) y Garrido-Lecca (2010).
35 Por ejemplo, en el caso de Guatemala, se identificaron los siguientes factores exógenos: organización político-
administrativa, contexto macroeconómico, conflicto armado interno, cuestiones poblacionales, prioridades
gubernamentales, gestión del agua, desastres naturales y calidad institucional. En cambio, en el caso del Perú, estos
factores fueron los siguientes: situación socioeconómica, prioridad dada al sector, desarrollo del sistema político-
administrativo descentralizado, sistema de la administración pública y disponibilidad de los recursos hídricos.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Por cierto que habrá excepciones a esta observación, pues existen países con mejor calificación
financiera o que han alcanzado un alto nivel de autofinanciamiento a partir de tarifas; sin embargo,
en este caso sólo mejora la posición relativa en un escenario de escasez monetaria. Otro factor
de común observación es la alteración —a veces diametral— de políticas públicas de la mano de
cambios —democráticos— de gobierno, lo que redunda en modificar decisiones de largo plazo,
comunes a este tipo de industrias. Ahora, dado que la infraestructura del sector del agua potable
y saneamiento tiene una vida útil muy larga, siempre existirá la tentación de postergar la inversión
para reposición de la ya existente en favor de otras prioridades políticas y sociales más inmediatas,
aumentando de esta manera los pasivos —reposición e inversión no hecha— para los futuros
gobiernos y comprometiendo la sustentabilidad de la prestación de los servicios.
En otros casos, los factores exógenos serán particulares de cada país y, por consiguiente, no
extensibles a todos los demás, aun cuando puedan tener influencia sobre sus vecinos. Un ejemplo
de esto son los conflictos internos que varios países han sufrido. Este factor, que es externo al
sector del agua potable y saneamiento, sin duda influye en las asignaciones de recursos de los
gobiernos, quienes se verán obligados a mantener prioridades en materia de fuerzas armadas y
seguridad, afectando de esta manera la inversión en el sector. Los conflictos armados también
suponen la destrucción de infraestructura, aumentando así el déficit de cobertura. Para los países
vecinos, conflictos de este tipo implican un incremento del nivel de riesgo de la inversión, con lo que
aumenta su costo de capital y la infraestructura se encarece. Otro efecto es el de las migraciones de
las poblaciones afectadas, produciendo estrés sobre las entidades prestadoras que las reciben en
forma poco planificada, y generando inestabilidad y presión sobre la gobernabilidad de las mismas.
De esta manera, los factores exógenos —aun sin ser elementos propios del sector de agua
potable y saneamiento— poseen una influencia relevante sobre el mismo. ¿Cuál es el grado de esta
influencia? No existe respuesta única, con lo que una documentación atenta de la historia del sector podría
revelar los elementos de necesario análisis en cada experiencia, de cara a comprender las dinámicas 167
que se producen. El examen, indefectiblemente será caso a caso. A continuación presentaremos una
visión sinóptica de los principales factores exógenos que han influido en el desarrollo del sector en la
mayoría de los países de la región. A estos factores se pueden agregar varios otros como urbanización,
organización político-administrativa, escasez de agua e ideologías políticas.
1. Políticas macroeconómicas
El crecimiento y la estabilidad económica, producto de políticas macroeconómicas de largo plazo,
racionales, responsables y consistentes, son muy importantes para el sector de agua potable y
saneamiento, pues crean un clima en el país que resulta propicio para la inversión —tanto nacional
como extranjera—, debido al dinamismo económico que generan, y ello se traduce en mejoras en
los ingresos familiares y mayor estabilidad política y social.
inversión, que por regla general son redestinados a gasto corriente en detrimento de aquella. Una
relación inversa se observa en épocas de mayor crecimiento, que suelen venir acompañadas de
incrementos presupuestarios para el sector.
No debemos olvidar que la estabilidad macroeconómica no sólo favorece la sostenibilidad
de la inversión pública, sino que también mejora la disponibilidad de pago de los usuarios. Esta
circunstancia es un ejemplo de los factores que contribuyeron al éxito de la política de transición al
autofinanciamiento implementada en Chile a principios de los años noventa.
Un fenómeno normalmente observado en condiciones de estabilidad macroeconómica y
desarrollo económico es la disminución de la intervención política en la gestión de las entidades
prestadoras de los servicios. Ello obedece a que la mayor inversión y capacidad —y disposición—
de pago permiten satisfacer de modo más amplio las necesidades de las comunidades, y en la
medida en que la fuente de ingresos principal sea la tarifa que se cobra a los usuarios, disminuye
la dependencia financiera y política de estas entidades.
2. Pobreza
La pobreza es una constante presente en todos los países de la región36, siendo en algunos casos
factor de inestabilidad social y política. Este flagelo impide que las personas puedan participar de
los beneficios que la vida organizada de un país entrega a otros grupos.
Los grupos sociales más necesitados son los que sufren en mayor medida la insalubridad e
indignidad de no contar con servicios de agua potable y saneamiento. Ya se mencionaba antes el
impacto de esa carencia en la salud y cómo aquel afecta especialmente a los grupos sociales más
vulnerables. Por una parte, son ellos los que soportan la falta de inversión en infraestructura, pues ésta
168 encarece y empeora su acceso a los servicios. Claramente, la acción estatal debe concentrarse en
invertir en el acceso de este grupo a los servicios, aunque sea con soluciones no convencionales. Por
otro lado, la condición de pobre por definición sugiere que ni aun con ese acceso es posible que exista
capacidad de pago, particularmente cuando las prestaciones son de por sí caras y su universalización
demanda inversiones significativas. De aquí que el Estado tenga un rol esencial en el desarrollo del
sector, en el diseño de políticas de inversión pública que garanticen los fondos suficientes para él. La
falta de cobertura de redes impide universalizar el acceso a los servicios, no permite aprovechar al
máximo los beneficios que éstos ofrecen a la sociedad y dificulta la incorporación de otros tipos de
prestadores. La red es la plataforma sobre la cual se presta el servicio en forma eficiente y sustentable.
El aumento, muchas veces descontrolado, de la pobreza particularmente en las ciudades,
encarece y hace más compleja la extensión de las redes y la prestación del servicio, mientras que
la segregación socio-espacial de la población de menores ingresos —en el marco de organización
sectorial descentralizada— dificulta la implementación de tarifas socialmente sustentables en base
a subsidios cruzados. De ahí que resulte relevante una fuerte planificación urbana, pero también
un esfuerzo de las entidades prestadoras por extender las redes hacia zonas pobres con el apoyo
estatal para financiar tanto la expansión de cobertura como el pago continuo de los servicios.
Las cifras de inversión hablan por sí solas. Se estima que muchos países de la región lograrán
alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en materia de agua potable y saneamiento
(CEPAL, 2010b), pero habrá otros que no, debido a que sus inversiones no tienen prioridad suficiente
a pesar del discurso público. Ésta es una constante en América Latina. Por ejemplo, se estima que los
países de la región requieren invertir anualmente 2,6 mil millones de dólares para alcanzar los ODM
en 2015 y 4,7 mil millones para lograr acceso universal en 2020, lo cual contrasta con la inversión
37 En América Latina y el Caribe, 37,7 millones de personas no tienen acceso a fuentes mejoradas de agua potable y 117,2
a instalaciones mejoradas de saneamiento (JMP, 2011). Es importante tener presente que estas estimaciones se basan
en una definición “muy generosa” de cobertura y sobrestiman seriamente el acceso real a los servicios. La situación es
aún más grave, si se considera que con frecuencia la calidad de los servicios es mediocre (intermitencia, baja presión,
elevadas pérdidas de agua, etc.) y la infraestructura se encuentra en mal estado.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
histórica (1990-2008) de 2,8 mil millones al año (BID, 2010). Es necesario un trabajo de abogacía
para elevar el nivel de conciencia en la sociedad y el mundo político para asegurar una efectiva
priorización del sector tanto en la formulación de políticas como en asignaciones presupuestarias.
Con todo, la mayoría de los países de la región han desarrollado reformas sectoriales importantes,
empezando por la creación de marcos normativos. Si bien este paso resulta necesario, no es suficiente
para dar solución a los problemas que se enfrentarán en la etapa de implementación. Y es en esta
última parte donde usualmente se observan las mayores fallas en las prioridades públicas. De aquí que
resulte esencial que el esfuerzo no se centre solamente en los aspectos normativos —que definirán
el marco de acción—, sino que se continúe con la planificación y, sobre todo, la implementación de
la misma en el largo plazo, como una política de Estado. Con el propósito de mantener el empeño,
no se debe olvidar que el contexto institucional estable y la calidad del aparato estatal ayudarán en
este proceso asegurando la capacidad de implementar las políticas públicas complejas (regulación,
subsidios, etc.) que se requieren para reducir los costos y fomentar la eficiencia.
38 Este texto se basa principalmente en Bohoslavsky (2011) y Ferro, Lentini y Romero (2011); referencias complementarias
son Alfaro (2009), Ferro y Lentini (2010), y Vergès (2010a) y (2010b).
39 En sentido amplio, incluyendo no sólo los clásicos parámetros de calidad del agua potable (microbiológica, etc.),
continuidad, presión, gestión comercial y de reclamos, entre otras, sino además la sustentabilidad ambiental (uso de
energía, protección de fuentes de agua, no contaminación de cuerpos de agua, etc.), y metas de cobertura.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
universal (llegar a todos los usuarios que lo soliciten dentro del área asignada)— y con ciertas metas de
autofinanciación. Estos cuatro conceptos —calidad, precio, cobertura y autofinanciamiento— admiten
múltiples combinaciones. La calidad de servicio es muy variable en la región, la cobertura dista de la
universalidad en la mayoría de los casos y pocos prestadores han alcanzado el autofinanciamiento.
Recuadro II.7
¿Dilema público-privado?
Para muchos, el término “privado” es sinónimo de eficiencia e innovación y “público” equivale a despilfarro e
incompetencia. Otros en cambio asocian “privado” a negocio que deja de lado a usuarios no rentables y “público” a la
defensa de los pobres, las minorías y el interés social. La realidad suele tener matices. Aunque muchos argumentos
teóricos y prácticos indican que las empresas privadas de agua potable y alcantarillado deberían ser más eficientes
que sus contrapartes públicas, los escasos estudios empíricos disponibles proporcionan evidencia mixta sobre los
efectos del tipo de propiedad sobre la eficiencia en este sector en particular (Renzetti y Dupont, 2003).
La teoría argumenta que los mercados competitivos tienen una fuerte presión hacia la eficiencia. La conclusión
más importante que puede extraerse de estas experiencias es que cuando el nivel de competencia es bajo y las
empresas deben estar fuertemente reguladas, no hay demasiados elementos empíricos que justifiquen, en términos
generales, preferir uno u otro tipo de propiedad. En consecuencia, corresponde realizar una evaluación caso por caso
de sus ventajas y desventajas. Es decir, en este sector, la eficiencia depende más de condiciones institucionales y
estructurales del entorno que del tipo de propiedad.
La reestatización de algunas entidades prestadoras en la región se materializa dentro de un mundo completamente
diferente al vivido en las décadas previas a los años noventa, donde los servicios públicos se autorregulaban y no
necesariamente priorizaban la eficiencia en su inversión y gestión: la implementación de marcos institucionales para
la regulación económica de los prestadores y el reconocimiento de la eficiencia como un valor exigible a los servicios
públicos 40 han cambiado el panorama. Se acepta la regulación independiente tanto de compañías privadas —como un
reaseguro para que no se desvíen de metas socialmente deseables— como de empresas públicas —para contrarrestar
posible captura por grupos de interés que persiguen su propia agenda—, y además en varios casos, se separa el rol
de prestador de la planificación de largo plazo del sector.
En la mayoría de los casos, los marcos institucionales para la regulación económica fueron introducidos 171
pensando en que se aplicarían a operadores privados y no al sector público. Sin embargo, la participación privada no se
ha expandido tal como se esperaba, varios operadores privados internacionales se han ido de la región y los servicios
han sido reestatizados. Las realidades políticas y condiciones del sector apuntan a la preponderancia de la acción de
las empresas públicas en la prestación de los servicios. Uno de los aspectos principales de esta transformación ha sido
en el área de la eficiencia, toda vez que su inducción por medio de complejos mecanismos de incentivos económicos
y financieros siempre estuvo ideada para un operador privado. Entonces cabe preguntarse si la idea de eficiencia
inserta en los marcos normativos existentes es suficiente garantía para asegurar que un operador público —en manos
municipales o estatales— se comporte de tal manera o más bien se requieren enfoques y controles complementarios
o diferentes.
Fuente: Jouravlev (2001a), (2001b) y (2004).
40 Esta última tendencia es observada en todo el sector público a raíz del fuerte influjo de la nueva gestión pública
(“new public management”) en la administración (Pollitt y Bouckaert, 2004). En esencia, esta corriente persigue
introducir en la administración pública formas “más flexibles y dinámicas, similares a las técnicas empleadas por el
mercado y la empresa privada en la búsqueda de eficiencia, eficacia y efectividad” (Araya y Cerpa, 2009).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
2. Eficiencia y su medición
Conceptualmente, eficiencia es llegar al objetivo al menor costo (en tanto por eficacia se entiende
simplemente llegar a la meta). La minimización del costo presupone su posibilidad de medición, a
efectos de verificar el logro del objetivo de la eficiencia; de ahí que resulte importante determinar los
criterios de medición del desempeño de las entidades prestadoras. Cuando se plantea el problema
empírico hay dos caminos a seguir: fijar un nivel absoluto de eficiencia y usarlo de referencia, o
bien recurrir a las mejores prácticas para compararse con ellas y encaminarse hacia su logro. Lo
relevante es que esos objetivos sirvan de orientación de las acciones de las unidades que sean
menos productivas o más costosas, de modo de mejorar su desempeño relativo.
41 La eficiencia técnica es una medida de adecuación a las mejores prácticas ingenieriles; la eficiencia asignativa permite
ajustar las prácticas de producción a la mezcla de insumos que mejor refleje, desde un punto de vista económico, la
escasez o abundancia relativa de los mismos. La eficiencia total o económica aúna ambos conceptos: se está haciendo
técnicamente lo adecuado, a la vez que escogiendo la combinación de insumos que aconsejan los precios relativos.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
de los costos eficientes, y para que las ineficiencias no se traduzcan en mayores cargos tarifarios.
La abundancia y calidad de los datos son un prerrequisito. Con mala información de base no habrá
resultados fiables. El proceso iterativo de generar información, acumularla en bases de datos, difundirla,
discutirla, impugnarla en ciertos casos y recalcularla, tiene un valor agregado en la consecución a
largo plazo de prestadores eficientes.
Sin esas precisiones previas, el interés público puede ser pensado como un vector de cobertura,
calidad, medio ambiente, precio y subsidio. Ante la inexistencia de un solo objetivo ordenador, las
prioridades cambiarán dependiendo de quién esté a la cabeza de la institución y ello hace que no
resulte impensable ubicar a la generación de utilidades como criterio rector del servicio público al
cual se subordinen otras finalidades (por ejemplo, servicio universal).
A esta altura, el problema esencial radica en que los mecanismos regulatorios diseñados
para ser aplicados a los privados se encuentran desalineados con las motivaciones de las entidades
públicas (véase el recuadro II.8), con lo que la regulación debe buscar cómo recrear esos incentivos
de modo de evitar una laguna al respecto. Este dilema puede resultar falso, puesto que es factible
sostener que la falta de incentivos de naturaleza privada en las entidades públicas se controla con
los mecanismos públicos al efecto (auditorías internas, contralorías, juicios de cuentas y criminales,
incentivos al desempeño, etc.).
Una segunda propuesta nace a propósito de una serie de circunstancias, tales como la
insatisfacción con los resultados de la gestión privada, la percepción de gobiernos y usuarios de
que los entes reguladores no cumplieron con el papel que se les había asignado y una subsecuente
reestatización de las entidades prestadoras. Ese nuevo contexto abre la posibilidad de una
democratización de la compañía prestadora, que se sintetiza en la noción de “empresa pública abierta”
y que procura recuperar la operación pública del servicio a través de un bloque de juridicidad (reglas
públicas de gobernabilidad y derechos humanos) que promueva su eficiencia y equidad. Este bloque
orienta la labor y organización del prestador público con base en el reconocimiento de la jerarquía
supranacional del derecho humano al agua, la eficiencia en su protección y la democratización de
la gestión de la entidad por medio de directivas de independencia, transparencia, participación,
control social, acceso a la información y rendición de cuentas en su organización interna. Las reglas
en materia de contrataciones, personal, directivos, responsabilidad, control y demás aspectos deben
174 ser receptivas a aquellos vectores.
Esa empresa estatal abierta toma para sí los datos positivos del equilibrio entre eficiencia
y equidad y los concreta participativamente. Esa perspectiva impone a la empresa la búsqueda de
canales de comunicación e interacción con las autoridades políticas, expertos, usuarios, trabajadores y
ciudadanos. La agencia de regulación y control debe responder a esas mismas demandas simultáneas
de independencia, democratización y conocimiento en la toma de decisiones.
La participación amplia en un marco de independencia es crucial, pues de ese modo se
evita la captura del prestador por cualquiera de los sectores involucrados en el servicio. La empresa
debe ubicarse en un rol equidistante de las pretensiones esgrimidas desde los diferentes lugares
y por lo tanto no debe ser dominada ni por la perspectiva política de ciertas autoridades, ni por la
lógica puramente económica, ni por las pretensiones de los usuarios actuales a expensas de los
futuros. Por conducto de la participación pública se neutralizarán los riesgos de corrupción, captura
política e ineficiencia y con ello se promoverá la sustentabilidad del servicio, premisa esencial para
la concreción del derecho humano al agua.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro II.8
Nuevos marcos regulatorios para prestadores públicos
Los incentivos a la eficiencia de una empresa privada, y los medios de controlarlos, son diferentes al caso de prestación
pública. Una firma privada tiene un incentivo para ser eficiente en función de sus accionistas, aún si no es socialmente
eficiente. En el caso de un prestador público, no hay incentivos de ganancia para sus propietarios, sino para sus
empleados que, usufructuando su función, capitalicen en provecho propio el equivalente de precios de transferencia,
aumentos salariales, mano de obra redundante, contratos con influencia indebida o sobreprecios. El tema de cómo
regular una empresa de este tipo está abierto a especulación. No cabe duda de que los controles normales de una
empresa pública son relevantes, pero tampoco cabe duda de que, por su especificidad, la prestación de los servicios
de agua y saneamiento requiere controles diseñados específicamente para esta actividad.
En sistemas de alta calidad regulatoria, las raíces del derecho regulatorio arrancan en el derecho penal,
con estructuras de prohibiciones y sanciones. Los sujetos privados podían iniciar procesos fundados en violación a
esta legislación. Esto se complementa con un sistema de responsabilidades objetivas, en especial contra ofensas
corporativas, por consideraciones económicas. La responsabilidad objetiva procede cuando la ley la impone en forma
expresa, cuando el objetivo social de la regulación incorpora esta solución, cuando el demandado o inculpado está
bien ubicado en la estructura institucional como para prevenir violaciones regulatorias y cuando la prueba del estado
mental es difícil y costosa.
El derecho de los ciudadanos a iniciar persecuciones por violación de legislación regulatoria es considerado un
derecho constitucional, que provee a los mismos con salvaguardias en contra de la inercia y corrupción de los oficiales
públicos. Este derecho es parte fundamental de las estrategias de grupos de presión en favor de los intereses públicos.
Las sanciones pueden consistir en multas, prisión, reclusión, entre otras, sin perjuicio de las civiles. En cualquier caso,
es fundamental que la sanción tenga una magnitud tal que el riesgo de ser sujeto a ella elimine las ventajas de violar
la regulación. Si se trata de una empresa pública, la sanción para ser efectiva debe ser personal y no institucional. De
otro modo, los beneficios del acto indebido benefician al infractor o culpable y los costos son estatales.
A nivel operativo, se requiere que la regulación sea clara y expresa en la definición de objetivos regulatorios, y
de los deberes de funcionarios, directorios, empleados y representares legales de la empresa regulada. Debería haber
una definición amplia de estos objetivos, de manera de facilitar la tipificación como violaciones a los mismos de las
conductas violatorias de los obligados. Así, a las concepciones tradicionales de definición de objetivos institucionales
y correlativos deberes del personal (prestación del servicio, en condiciones adecuadas, con continuidad, regularidad,
universalidad, eficiencia, no discriminación, etc.) habría que agregar en forma expresa otros deberes genéricos, a lo 175
largo de la cadena de personal, consistentes en la prestación del servicio en condiciones de eficiencia económica, es
decir, buscando la alternativa sustentable de menor costo para los usuarios; de competitividad en la adquisición de
insumos y generación de productos; y de transparencia en la provisión de información. Debe ser claro también que su
violación apareja sanciones penales, administrativas y civiles, en forma solidaria a través de la cadena de comando
y dirección y responsables directos.
Los hacedores de políticas públicas no deben tener una postura de neutralidad moral, sino que deben inyectar
una dosis de retribución y ética en la legislación regulatoria. En el caso de empresas públicas, la penalidad debería
apuntar a los individuos, puesto que resulta absurdo, y de alguna manera chocante, que el Estado, vía una empresa
pública, opere de cobertura para faltas individuales.
Fuente: Solanes (2008).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Organización institucional42
Históricamente, la región ha experimentado una evolución en la forma en que se establecen las
organizaciones formales del gobierno y de los servicios de agua potable y saneamiento. En términos
institucionales es posible reconocer varios organismos que intervienen en el sector. Por una parte,
encontramos que las autoridades territoriales responsables —sobre quienes recae la obligación
legal de proveer el servicio en un área geográfica —serán usualmente los gobiernos municipales,
subnacionales o nacionales. En tanto, las entidades prestadoras podrán ser organismos públicos
(centralizados, descentralizados o desconcentrados), privados o mixtos. Por último, habrá una serie
de autoridades competentes que definirán las políticas generales, planes, requerimientos, control
normativo, etc., donde identificaremos a los entes rectores, reguladores económicos, entidades de
salud, agencias de medio ambiente y autoridades de aguas.
Dentro del contexto de los organismos intervinientes, el sector puede adoptar una de cuatro
estructuras. La primera es la gestión pública directa, donde la prestación es realizada por la autoridad
territorial responsable. La segunda es la gestión delegada pública, en la que esa autoridad decide
delegar la operación a otra entidad pública. La tercera se refiere a la gestión delegada privada, por la
que la autoridad territorial responsable designa a una entidad privada para la prestación por un período
determinado, usualmente a través de un contrato de concesión. Finalmente, la cuarta estructura es
la gestión privada directa, por la que la autoridad se limita a controlar y regular al privado en todas
sus acciones y responsabilidades, dado que es el propietario de los activos.
Ante la situación planteada, y considerando el proceso de reestatización de varios prestadores,
surge la duda de cuál es la mejor organización institucional para conducir la industria del agua potable
y saneamiento. Si se agrega la variable del manejo del recurso hídrico y la problemática asociada al
cambio climático (véase el recuadro II.9) y gestión del riesgo —sequías, inundaciones, deslizamientos
176 de tierra, etc.—, la pregunta sobre las organizaciones formales cobra aún más relevancia.
Al respecto, el primer lineamiento de política pública es la existencia de organizaciones
formales —entes y leyes— que se hagan cargo, separadamente, de la prestación de los servicios
de agua potable y saneamiento, por un lado, y de la gestión de los recursos hídricos, por el otro.
La explicación es que se trata de dos actividades altamente especializadas, que tienen objetos
propios, requerimientos profesionales y clientelas diferentes; además, su tratamiento conjunto crea
un conflicto de intereses, porque los segundos son insumos de los primeros, así como de varios
otros usos sectoriales (riego, minería, industrias, etc.). El agua como recurso natural y parte del medio
ambiente debe ser entonces gestionado por una organización diferente de la que debiera hacerse
cargo de los servicios de agua potable y saneamiento.
42 Este texto se basa principalmente en Lentini (2010) y (2011), Jouravlev (2004), y Solanes y Jouravlev (2005); referencias
complementarias son Oblitas (2010), Ferro y Lentini (2010), Vergès (2010a) y (2010b).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro II.9
Cambio climático en la región
Las proyecciones realizadas bajo distintos escenarios indican que existe una alta probabilidad de que se observe un
aumento medio de la temperatura de entre 1°C y 6°C, acompañado de modificaciones en los patrones de precipitación
con oscilaciones al alza de entre un 5% y un 10% y reducciones de entre un 20% y un 40%. Además, se espera un
derretimiento de los glaciares en los países andinos, una modificación de los patrones de eventos extremos en áreas
como el Caribe, Centroamérica y las zonas tropicales y subtropicales de América del Sur, y posibles modificaciones
en eventos climáticos como El Niño. Se estima que el cambio climático provocaría una pérdida equivalente a alrededor
de 1% del producto anual entre 2010 y 2100 en los países de la región, costo que sería mayor en los países andinos,
de Centroamérica y el Caribe.
Para cumplir bien esta última función, es recomendable que existan, al menos, tres organismos
formales. Por una parte, el ente encargado de definir, consensuar, promover, ejecutar y rendir cuentas
sobre la política nacional de los servicios (organismo o ente rector). Por otra parte, se requiere de un
organismo independiente (agencia de regulación) que supervise que una tercera organización —la
entidad prestadora de servicios— cumpla con los objetivos de calidad y precio que le sean exigibles
y que sancione su incumplimiento.
Por una parte, los países necesitan contar con un ente rector de la política pública, que se
haga cargo de fijar las metas y objetivos, de buscar mecanismos de solución a los problemas de
inversión, y de promover la coherencia de criterios. Este organismo, en forma participativa, fijará
los estándares mínimos de servicio de las entidades prestadoras en un instrumento legal que tenga
permanencia en el tiempo y que imponga claros parámetros de medición de su desempeño, y les
proveerá de todos los medios necesarios para que puedan cumplir sus funciones. En todo momento,
esta institución será la que deba hacerse responsable del impacto de sus decisiones sobre la entidad 177
prestadora, pues en muchos casos existirá la tentación de imponer niveles de servicio que pueden
resultar imposibles de financiar por los usuarios o por el presupuesto público. En muchos casos,
esta instancia deberá proveer fondos para la inversión, cuando la realidad social de los usuarios y
la situación financiera así lo requieran, incluyendo los subsidios que se necesiten.
El ente rector debe tener la mayor jerarquía posible —por lo menos, equivalente a
viceministerio— dentro de la estructura estatal43, pues será éste quien deberá entenderse y negociar
con otros ministerios, gobiernos locales e importantes empresas y adoptar decisiones estratégicas y
presupuestarias que marcarán el desarrollo del sector. Aún cuando el ente rector sólo responda a la
máxima autoridad nacional (Presidente o Primer Ministro), debe considerar dentro de sus obligaciones
rendir cuentas públicas detalladas sobre sus metas y logros, como también debe existir la posibilidad
de que los ciudadanos puedan observar dicha cuenta y que la autoridad responda razonadamente.
Por otra parte, se requiere de una institución reguladora que defina las condiciones (tarifas,
calidad, etc.) en que las entidades prestadoras proveen los servicios a los usuarios. Deberá ser
un organismo independiente del gobierno de turno, de modo que imponga disciplina y eficiencia
a los prestadores y sea quien objetivamente arbitre entre quien impone metas —ente rector— y
quien debe cumplirlas —entidades prestadoras. Este mismo organismo deberá velar por que las
tarifas que se cobren a los usuarios respondan fielmente al mandato que se le haya entregado al
prestador en ese sentido. Dada la complejidad de esta labor, se requerirá de personal competente,
43 Aun cuando históricamente la adscripción del ente rector al ámbito de salud había sido común, este sector tiene sus
propias y específicas funciones y prioridades, por lo que es común que no tenga la especialización necesaria para
abordar eficazmente la complejidad de los procesos inherentes a la prestación de los servicios de infraestructura, en
especial en relación con aspectos económicos y financieros. Por consiguiente, en la actualidad, el ente rector tiende a
encontrarse en jurisdicción o vinculado a ministerios con vocación y experiencia en infraestructura, obras públicas o
desarrollo urbano y territorial.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
En vista de esta situación, resulta esencial contar con un marco legal específico que regule la
gestión del recurso. En particular, el sector de agua potable y saneamiento requerirá que la legislación
hídrica contenga materias de su interés, tales como el otorgamiento de derechos o permisos de uso
de agua, controles sobre descargas contaminantes, uso del espacio, protección de fuentes, entre
otras, y que su aplicación esté a cargo de una autoridad independiente de otros usos y dotada con
atribuciones y recursos proporcionales a su responsabilidad (véase el recuadro II.10).
Recuadro II.10
Elementos jurídicos relevantes para servicios urbanos
Derechos de agua
Las ciudades requieren tener disponibilidad de agua para los servicios. En algunos sistemas, se deja a cargo de
los prestadores la responsabilidad de obtener y contar con los derechos necesarios. En otros sistemas, las autoridades
públicas responsables de los servicios peticionan derechos de agua para la prestación de los servicios, derechos que no
necesariamente requieren ser totalmente utilizados desde el momento de su otorgamiento, sino que se van utilizando
a medida que hacen falta. Otros sistemas permiten la reserva de los derechos para satisfacer las necesidades futuras.
Entre las normas legales particularmente importantes en los derechos de aguas de las ciudades se destacan:
i) la prioridad del uso para los servicios de agua potable, siempre que se establezcan resguardos para que lo anterior
no impida generar señales claras acerca del nivel de escasez del agua, y no conduzca a un uso ineficiente a partir de
ese privilegio; y ii) el poder de las autoridades públicas para expropiar derechos de agua cuando no existen volúmenes
disponibles. Al mismo tiempo, los sistemas legales deben contar con normas y procedimientos adecuados para que
las autoridades públicas y los prestadores puedan proteger, o reclamar la protección de, las fuentes de agua de las
cuales se abastecen.
Mercados de agua
Los mercados de agua permiten a las autoridades públicas y prestadores la compra de los derechos de agua
que necesitan para abastecer sus necesidades, siendo bastante común que a medida que se expanden las áreas
urbanas, compren derechos de agua a las zonas de riego periféricas al núcleo urbano.
Controles sobre efluentes urbanos
179
La prestación de los servicios de alcantarillado afecta la calidad de los recursos hídricos disponibles para
otros usuarios localizados aguas abajo. De allí, la importancia de las normas que determinan las obligaciones de las
entidades prestadoras en relación a descargas, sus condiciones, tratamiento y destino.
Uso del espacio
La alteración del flujo de las aguas, sea concentrándolas o bloqueándolas aguas arriba, y el uso y desarrollo
de terrenos en zonas altas, lo mismo que su deforestación, incrementan los riesgos en las áreas bajas. Estando las
zonas urbanas sujetas a inundaciones, tienen que tener planes regulatorios del espacio urbano y la normativa de
construcción, de manera de minimizar los impactos negativos de las mismas.
Autoridad de aguas
A fines de asegurar imparcialidad, objetividad, neutralidad y juicio técnico en el proceso de toma de decisiones,
es conveniente que la autoridad de aguas sea un ente no sectorial, separado de estamentos administrativos con
vocación sectorial o encargados de promoción del aprovechamiento.
Fuente: Solanes y Jouravlev (2005).
con una empresa de alcance nacional, a pesar de que el sector ha tendido a organizarse de modo
atomizado. Esos grandes prestadores nacionales surgieron en algunos casos como resultado de
la consolidación de pequeñas empresas locales, emprendimientos municipales o bien privados,
en algunos casos como respuesta a emergencias sanitarias o deficiencias en la capacidad de los
prestadores existentes45. Otra forma es la integración de los servicios en prestadores de nivel regional
o subnacional (estados, provincias, departamentos, regiones administrativas). En contraposición,
existen varios países cuyos servicios se encuentran descentralizados a nivel local, lo que, por lo
general, ha derivado en un esquema municipal numeroso, fragmentado y muy heterogéneo
1. Procesos de descentralización
En muchos países, la descentralización ha estado relacionada con problemas macroeconómicos
de los gobiernos centrales, que han transferido funciones a las divisiones políticas subnacionales
y locales. La finalidad de esos procesos parece haber sido fiscal en la mayoría de los casos,
aunque se han esgrimido argumentos de subsidiariedad y mejoramiento potencial en la gestión por
acercamiento de la prestación a la comunidad. Consiguientemente, se perdió escala y masa crítica,
se incrementaron los costos de transacción para suplir la coordinación interna, no se resolvió el
problema de la expansión y hoy se corre el riesgo de que tarifas políticas y escasa capacidad de
recuperación de costos y de aumento en la cobertura, se perpetúen.
Aunque las condiciones técnicas arrojan pistas para la configuración económica óptima de
los servicios —aquella que minimiza los costos medios de largo plazo—, la organización industrial
en el mundo real responde a otras circunstancias, históricas, geográficas o políticas. Lo que se
requiere es analizar críticamente la organización industrial existente y considerar la posibilidad de
reconfigurarla con arreglo a criterios que garanticen economía y sustentabilidad. 181
Las economías de escala se vinculan con la tendencia decreciente de los costos medios en
el largo plazo a medida que la producción aumenta. Estas economías están presentes en las obras
(principalmente, economías de escala de largo plazo, dado que en el corto plazo las redes y plantas
están fijas) —los costos unitarios de inversión (por persona servida) pueden ser hasta ocho veces
mayores en sistemas pequeños en comparación con prestadores más grandes (Phillips, 1993)— y
en la operación y administración (economías de escala de corto plazo, en la gestión y racionalización
de recursos comunes de dirección superior, gerencia general, administración, contabilidad, finanzas,
atención al cliente, facturación, mantenimiento de redes y plantas, compras y contrataciones, atracción
de talento al sector, nuevas tecnologías de productos y procesos, posición frente a la regulación,
poder negociador frente a proveedores, etc.). También hay economías de escala en la prospectiva
del sector —al planificar la expansión compartiendo recursos, programando mantenimiento y
evitando duplicaciones de obras— y en la coordinación del uso de los recursos hídricos —en el
aprovechamiento de las fuentes de suministro y en las descargas de aguas residuales— evitando
ruinosas duplicaciones de obras y gastos de tratamiento.
Estudios empíricos en distintos lugares del mundo arrojan economías de escala en poblaciones
cubiertas desde los 100 mil hasta cerca de un millón de habitantes, o con volúmenes entregados
a la red de unos 70 millones de metros cúbicos al año46. Con poblaciones o volúmenes mayores
46 Hay razones para creer que estos estudios están seriamente subestimando las economías de escala y alcance presentes
en la provisión de estos servicios, pues el comportamiento de muchas empresas de la región y el mundo, sobre todo
en países desarrollados, así lo confirma. Por ejemplo, los requerimientos de tecnología (alcantarillado versus letrinas),
la calidad del servicio, el nivel de recuperación de costos o las exigencias regulatorias (tratamiento de aguas servidas)
suelen ser mayores en prestadores más grandes. Muchas veces, estos factores tienen una influencia asimétrica que
puede dar una engañosa percepción de que los costos de empresas pequeñas son menores y así subestimar las
economías de escala.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
empiezan las deseconomías de escala, aunque hay casos de economías de escala constantes en
prestadores aún más grandes (de más de 4 millones de habitantes). En general, puede decirse que
con poblaciones de 100 mil hasta unos 4 millones de habitantes predominan las economías de escala
y economías de escala constantes. Con valores menores hay ahorros de costos por aglomerar o
consolidar prestadores pequeños y medianos, ganando escala. Lo anterior se potencia con las
economías de ámbito geográfico, dado que las aglomeraciones poblacionales más densas, permiten
extender las economías de escala para iguales poblaciones o producción de agua en comparación
con zonas más dispersas.
El mínimo costo medio de largo plazo da una pista para dimensionar servicios en una escala
óptima. Estos costos caen pronunciadamente cuando los prestadores comienzan a crecer, se
estabilizan en un tramo largo y luego vuelven a crecer aunque más lentamente.
La búsqueda de realizar economías puede llevar a consolidar prestadores. La decisión
de unir fusionarlos no debe ser adoptada en el simple convencimiento de que este movimiento
automáticamente producirá o generará beneficios. Por el contrario, la decisión debe tomarse una vez
que se ha determinado el posible impacto que esta nueva estructura tendrá sobre las inversiones, la
administración, la calidad y las tarifas y cómo serán capturadas las mayores eficiencias esperadas.
3. ¿Cómo avanzar?
La experiencia de consolidación de entidades prestadoras nos entrega algunas lecciones. Primero,
debe ser un proceso consensuado políticamente tanto a nivel central como en el ámbito local, y que
al mismo tiempo, requiere un fuerte liderazgo e incentivos. Segundo, debe desarrollarse dentro de
un marco normativo que permita disminuir los costos de transacción, como, por ejemplo, el destino
182 de los activos. Tercero, se debe desarrollar en etapas, con el objetivo de ir asentando decisiones
complejas antes de adentrarse en otras etapas. Cuarto, debe existir un claro marco de objetivos a
los que se deberá someter la nueva entidad, que represente las ganancias de eficiencia esperadas.
Quinto, debe existir un fuerte apoyo político y técnico al proceso de implementación, de ahí que se
facilite el proceso de consolidación. Sexto, se deben proveer las transferencias económicas mínimas
que permitan solventar los costos del proceso de consolidación. Séptimo, se debe realizar un análisis
de diligencia debida antes del proceso mismo de consolidación de modo de tener la información
efectiva y poder determinar los costos y alcances del proceso.
de mejor calidad, con una prospectiva de expansión de cobertura y sustentable desde el punto de
vista financiero, social y ambiental.
Encontrar las economías de escala implica buenos registros contables, costeo por procesos,
atribución razonable de costos comunes, decisiones de racionalizar costos y planificar obras. Las
fusiones implican decisiones sobre gobierno corporativo, instalaciones, contratos de provisión, el
organigrama y el personal, selección de cuadros directivos, introducción de incentivos retributivos y
de carrera para los empleados, relación con los accionistas (municipios, por ejemplo) y el regulador,
política de atención a los clientes, entre otros. La consolidación brinda una oportunidad única para el
rediseño de la estructura sectorial y para lograr metas muy significativas por su impacto económico,
social, sanitario y ecológico. No debería desperdiciarse por improvisación o por intereses parroquiales.
Finalmente, es importante recordar que no hay soluciones únicas y universales, aunque
desgraciadamente hay formas limitadas de hacer las cosas bien. Más que un problema de
opciones radicales, lo importante es estructurar sistemas equilibrados, ajustados a las condiciones
nacionales, donde las atribuciones sean asignadas a niveles adecuados de gobierno, de acuerdo
con consideraciones técnicas, disponibilidad de recursos, capacidad de gestión y, sobre todo,
criterios objetivos que permitan aprovechar al máximo las economías de escala y reducir los costos
de transacción (Solanes y Getches, 1998; Peña y Solanes, 2002). Continuar con una estructura
fuertemente fragmentada, implica renunciar a transferir a los consumidores los beneficios de las
economías de escala en términos de menores tarifas y mejor calidad del servicio, como lo prueba
ampliamente la experiencia regional e internacional en esta materia (Dupré y Lentini, 2000).
Regulación y contratos47
1. Regulación económica 183
La más aceptada visión de la regulación económica entiende a ésta como un proceso por el cual
se corrigen desviaciones del mercado perfecto, o lo que se conoce como fallas de mercado. Los
servicios de agua potable y alcantarillado son un ejemplo clásico de monopolio natural local. Un
monopolio natural es una actividad en la que, en virtud de sus características técnicas intrínsecas,
los costos totales de producción son menores cuando ella está a cargo de un único proveedor del
servicio que cuando se divide entre dos o más proveedores. De este modo, el ingreso al mercado
de un nuevo prestador no es rentable y —en consecuencia— el hecho de que el servicio en un área
geográfica esté en manos de un único proveedor resulta más eficiente.
47 Este texto se basa en Fernández y otros (2009), Hantke-Domas (2011), Vergès (2010a) y (2010b), Jouravlev (2003),
(2001a) y (2001b), y Solanes (1999).
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calidad y a un precio superior al que debería estarse cobrando; es decir, una regulación ineficaz es
equivalente a un impuesto al consumidor, pagado directamente al prestador.
Las estrategias de control pueden ser dos. Primero, podrá regular la estructura de la actividad,
promoviendo la competencia en aquellos segmentos del proceso productivo en que esto sea factible
y regulando las restantes etapas donde ello no sea posible. Esta forma de regulación es propia de
industrias donde existen espacios para la competencia, como es el caso de la electricidad y las
telecomunicaciones. En tanto, también puede regularse la conducta del monopolio cuando no es
viable introducir competencia en el sector.
La regulación de las conductas es una respuesta más apropiada en aquellas industrias,
como los servicios de agua potable y alcantarillado, en los que prácticamente no existe margen
alguno para la competencia. En este caso, el papel de la regulación estructural es complementario:
mejorar el acceso a la información que utilizan los reguladores.
La idea de controlar a una entidad prestadora de servicios públicos tiene una larga evolución
histórica en países como los Estados Unidos o el Reino Unido, en los cuales se han consolidado una
serie de principios básicos para disciplinar esa tarea (véase el recuadro II.11). En América Latina y
el Caribe, en tanto, la regulación económica tiene su origen en la década de los noventa, con la ola
de interés en promover la participación privada.
Recuadro II.11
Principios legales comunes en sistemas regulatorios avanzados
En países con mayor tradición regulatoria, particularmente los Estados Unidos y el Reino Unido, se han ido decantando
principios legales básicos aplicables a los procesos regulatorios:
48 En la práctica regulatoria de los Estados Unidos se reconocen los estándares siguientes de justicia y razonabilidad:
i) un estándar de equilibrio financiero —es decir que la tasa de rentabilidad debería ser suficiente para asegurar
la confianza en la solidez financiera del prestador; ii) un estándar de atracción de capitales —es decir que un
prestador tiene derecho a percibir una tasa de rentabilidad que le permita mantener su capacidad crediticia y atraer
capital adicional en condiciones favorables; y iii) un estándar de beneficios comparables —es decir que la tasa
de rentabilidad permitida debería ser igual a la que obtendrían otras empresas que corren riesgos comparables.
Como regla general, la regulación no garantiza que la empresa necesariamente ganará una tasa de rentabilidad
justa: “si bien las empresas están protegidas de las medidas arbitrarias de los reguladores, no están protegidas del
funcionamiento de las fuerzas económicas” (Crew y Kleindorfer, 1990).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
La región ha experimentado una transformación del sector al vivir durante la primera década
del siglo XXI la salida de operadores internacionales y la reestatización de los servicios en varios
países. De alguna manera, esta corriente ha coincidido con un debilitamiento generalizado de la
regulación, quizás explicado por la errada creencia de que la propiedad pública corrige por sí misma
las fallas de mercado que presenta la industria o por la percepción de que aquellos organismos no
cumplieron bien su función de protección del interés público durante la etapa de prestación privada.
Sin embargo, la realidad ha demostrado que el decaimiento de la función reguladora genera
en las entidades prestadoras un relajamiento en su desempeño. La presencia de un prestador
público no cambia el carácter monopólico de estos servicios y la correlativa necesidad de regulación
económica; aun cuando es cierto que esta nueva realidad exige que esa regulación adapte sus
herramientas tradicionales de cara a incentivar a entidades públicas —y no privadas como antaño.
Aquí existen graves deficiencias: “los marcos regulatorios de los países de la región no
garantizan un acceso adecuado de los reguladores a la información que necesitan para el desempeño
de sus funciones y … algunas de las características de su diseño tienden a exacerbar la ventaja
185
informativa de las empresas reguladas. En la región, se ha prestado mayor atención al desarrollo de
procedimientos teóricos de acceso a la información —basados en promoción de alguna forma de
competencia— que no han funcionado en la práctica y se ha ignorado las experiencias de los países
con una larga tradición en la prestación de servicios públicos por el sector privado. La prioridad
ahora es fortalecer, consolidar y hacer operativos los procedimientos de acceso a la información
interna de las empresas reguladas, especialmente la contabilidad regulatoria, el control de compras
y contrataciones con empresas vinculadas, y la participación de los consumidores” (Jouravlev 2003).
a) Contabilidad regulatoria49
En muchos países de la región, “no hay control regulatorio sobre las prácticas contables… Los entes
reguladores a menudo carecen… de información detallada sobre estructuras de costos… la falta de
normas reguladoras … significa que la información contable en muchos casos es inconsistente tanto
a través del tiempo como… [entre] las compañías” (ADERASA, 2009). La contabilidad regulatoria fija
reglas para integrar y conectar la información contable con la información extracontable, traducir
tales reglas en criterios de registro o reconocimiento, en procedimientos, y luego, consecuentemente,
en programas informáticos integrados. Entre los criterios de registro propios de la contabilidad
49 En los Estados Unidos a fines del siglo XIX y a comienzos del XX se prestaba poca atención a la contabilidad de las
empresas reguladas. Debido a este hecho, se produjeron graves abusos tanto de los consumidores como de los
inversionistas: en la contabilidad se inflaban los costos operativos; resultaba imposible determinar con precisión las
inversiones en instalaciones y equipos; no se discriminaba entre las actividades relacionadas y no relacionadas con la
prestación de los servicios regulados; y la sobrecapitalización —en muchos casos a expensas de los inversionistas—
era común (Phillips, 1993). Desde aquella época, se reconoce en general que los reguladores no pueden realizar una
tarea eficaz si no poseen las atribuciones necesarias para definir el sistema contable que deben utilizar las empresas
bajo su jurisdicción.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
b) Precios de transferencia
El segundo punto donde la región debe profundizar su capacidad en materia de regulación es el de
control de precios de transferencia. Por ellos se entenderán aquellos que se utilizan en transacciones
entre un prestador de servicios y sus empresas relacionadas. El control de estos precios resulta
muy importante para la fijación tarifaria, pues si ellos no representan el costo de mercado, entonces
es probable que la tarifa no sea eficiente, lo que constituye una amenaza real para el presupuesto
de los usuarios y una vulneración de la competencia. En el primer caso, el prestador cobrará a
los usuarios el precio “inflado” que pagó a una de sus empresas vinculadas. Se perjudica de esta
forma al usuario (quien finalmente paga el sobreprecio), beneficiando a la empresa relacionada (que
recibió un precio más alto del que el mercado paga), y dañando igualmente a sus competidores
(quienes no podrán competir, porque la empresa relacionada ganará las licitaciones aunque sus
precios sean más altos).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
3. Contratos
Una forma habitual de prestar los servicios es la de contratarlos a los operadores privados. Para ello,
el organismo territorial responsable normalmente licitará y firmará con el adjudicatario un contrato,
ya sea de gestión, operación y mantenimiento, arrendamiento o de concesión. La elección del tipo
de contrato y su diseño deben tomar en consideración las características y condiciones de los 187
servicios, lo que debe conducir a seleccionar adecuadamente la naturaleza de la relación contractual,
así como la atribución de la responsabilidad de la ejecución de las inversiones y la asignación de
los diferentes riesgos de la operación.
50 Desde fines del siglo XIX hasta cerca de 1920, la regulación de los servicios públicos en los Estados Unidos se
realizaba mediante contratos. Phillips (1993) hace la siguiente descripción de estas experiencias: “Si bien el uso de
los sistemas de licitación de contratos bien concebidos tuvo ciertas virtudes, en términos generales, este enfoque
… resultó un instrumento deficiente para … la regulación … se prestaba muy poca atención al interés del público …,
las concesiones … estaban mal redactadas … Y, aunque estuvieran bien concebidas, muchas veces las empresas
resultaban beneficiadas ya que era muy común que sus abogados fueran quienes redactaban los contratos y los
presentaban al ayuntamiento para su aprobación. Resultaba muy difícil modificar las tarifas o las normas de calidad
del servicio … las empresas se resistían a las reducciones tarifarias y el ayuntamiento a los aumentos … cuando
se acercaba la fecha de vencimiento del contrato la calidad de los servicios se deterioraba. La empresa trataba de
realizar las menores inversiones posibles para evitar pérdidas si el contrato no era renovado. Los acuerdos carecían
de disposiciones para que la maquinaria administrativa pudiera vigilar a la empresa y comprobar que cumpliera con
las condiciones de la concesión … Muchas veces, era imposible … modificar las disposiciones … del contrato … La
inclusión de exigencias detalladas era poco práctica dado lo cambiante de las condiciones”.
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de licitación usualmente adolecen de una serie de problemas que pueden incidir en la buscada
eficiencia del proceso, tal es el caso de las deficiencias en la preparación de pliegos de licitación, la
baja calidad de la información o la parcialidad de la autoridad convocante. Las licitaciones pueden
terminar siendo poco competitivas —como resultado de una inadecuada convocatoria que deriva en
la participación de pocos oferentes— o bien prestarse para la manipulación mediante propuestas a
precios bajos que serán elevados una vez adjudicada la licitación —oferta oportunista. Otro problema
presente en la renovación de los contratos es la asimetría de información de que goza el operador
existente en menoscabo del posible oferente, lo que sumado al alto costo de preparar una licitación,
puede inhibir a otros competidores.
Las metas contractuales en lo que respecta a la inversión están sometidas a gran incertidumbre,
debido tanto a la mala calidad de información sobre el estado inicial del servicio, como a la dificultad
de definir y valorizar las necesidades de reposición y ampliación para períodos prolongados. Por
estas razones, es conveniente que los contratos sean más de fines que de medios. La definición en
el contrato del programa de inversión del primer período intertarifario —normalmente 5 años— es
útil y necesaria. Por el contrario, se requiere gran flexibilidad en la formulación de los programas
quinquenales de inversión para el resto del plazo del contrato.
Entre las lecciones más importantes se destaca la vinculada con la duración de los contratos.
Usualmente se estila realizarlos por plazos superiores a los 20 años, de modo de poder amortizar
en ese período inversiones muy grandes; pero actualmente éstos se reducen a 10 o 12 años,
particularmente en países donde no existen grandes necesidades de inversión en infraestructura.
Otro elemento a destacar es el de la reversión de los activos a la autoridad territorial
responsable al término el contrato. Un problema común se relaciona con el hecho de que ciertos
activos tienen una vida útil superior al plazo del contrato. ¿Cómo se remunera al operador en este
caso? Esencialmente existen dos métodos, el de depreciación acelerada o el de pago de una
188 indemnización igual al valor neto del activo. En ambos casos, es esencial la inclusión de reglas
precisas sobre la contabilización y registro de las obras que se reciben al inicio del contrato y las
que se obtengan durante su ejecución.
La lección más importante es que los contratos no eliminan la necesidad de regulación —
sino que exigen un control detallado y permanente y una renegociación periódica— y, por tanto, no
prescinden de exigir un desempeño eficiente al prestador por la vía de estimular la competencia y
de comparar su desempeño con mejores prácticas, en base a sistemas de información alimentados
por una contabilidad regulatoria exhaustiva y normalizada. Los contratos se deben sujetar al marco
regulatorio general, que debe contener las condiciones y obligaciones básicas que ni los contratos
ni los operadores ni el Estado pueden violar.
Finalmente, también es necesario prestar atención al perfeccionamiento de los contratos
de delegación de la prestación de los servicios entre las autoridades territoriales responsables y las
empresas regionales o nacionales de carácter público.
Tarifas y subsidios51
La fijación tarifaria constituye uno de los problemas más representativos del sector. Las tarifas, se
supone, deberían generar la mayor parte de los ingresos de los prestadores, que a su vez deberían
lograr permitir pagar los costos de un servicio universal y de calidad para toda la población abastecida;
para esto se requieren inversiones en nueva infraestructura, reposición de activos existentes y pago
51 Este texto se basa principalmente en Fernández y otros (2009) y Jouravlev (2004); referencias complementarias son
Alfaro (2009), Garrido-Lecca (2010), Valenzuela y Jouravlev (2007), Ordoqui (2007), y Vergès (2010a) y (2010b).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
de gastos operacionales y de administración. Sin embargo, los problemas del sector no se pueden
reducir únicamente a problemas de tarifas.
189
1. Sustentabilidad financiera
Uno de los pilares de la regulación económica es la necesidad de generar incentivos suficientes
para que la entidad prestadora cobre una tarifa que cubra sus costos eficientes (operacionales y
de capital), de modo que ésta sea sostenible financieramente. A pesar de los avances en algunos
países, esta simple regla es la excepción en la región, pues la gran mayoría de los prestadores sólo
pueden recuperar de sus usuarios una parte de los costos operacionales del servicio; sin solventar
nuevas inversiones, si no es con la ayuda gubernamental.
El óptimo del financiamiento se alcanza cuando éste es solventado completamente por los
mismos usuarios. Al crear una relación directa entre ingresos y servicios prestados (clientes atendidos
y volúmenes suministrados, recolectados y tratados), el autofinanciamiento genera incentivos para una
mayor eficiencia empresarial (control de ingresos y costos). Además, impone sobre los consumidores el
incentivo de consumir los servicios conforme a la valoración que cada uno de ellos hace del mismo. Así,
la tarifa sirve de señal del costo real del servicio para los usuarios, quienes internalizan esos costos en
sus decisiones de consumo. Asimismo, el autofinanciamiento reduce la presión sobre los presupuestos
públicos pudiéndose destinar fondos a otras áreas de ayuda social, y también permite que el servicio
se financie en forma permanente y constante, lo que restringe la vulnerabilidad a vaivenes económicos
que, en cambio, sí se experimentan al depender su presupuesto del erario público.
El óptimo del autofinanciamiento no es un objetivo que se alcance en el corto o mediano plazo.
Ciertamente, algunos llegarán más temprano que tarde, pero todos habrán de luchar por él. Con
todo, la tarea es abordable si se persigue sistemáticamente una política de Estado que reconozca
hitos que se deben ir alcanzando para llegar a la meta.
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52 Las grandes inversiones en infraestructura son medidas anticíclicas que están bienvenidas en épocas de recesión,
pero en períodos de auge podrían ser una fuente de inflación, especialmente en países con economías pequeñas.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
lo cierto es que no existen experiencias reales donde todos los ingresos provengan de tarifas o del
erario público. Sin embargo, es recomendable que una parte importante sea financiada vías tarifas y
no sea subsidiada. Si se mira el agua desde una perspectiva ambiental y de creciente escasez relativa,
el pago individual es el mecanismo más directo de generar conciencia de que el uso irracional del
recurso produce efectos indeseados que se deben contabilizar. Usualmente, el consumo humano
no competirá con otros usos, pero sí tendrá un costo alternativo que no puede soslayarse.
La división entre las finanzas públicas y la gestión financiera de los prestadores es esencial.
Ninguno de esos órdenes debe confundirse entre sí. Esto implica que la gestión financiera del
prestador debe promover —por conducto de un buen desempeño— la mejora de la eficiencia de
sus procesos para obtener el anhelado financiamiento con los recursos que pueda recabar de sus
usuarios. Los aportes estatales o municipales, por el contrario, tienden a disminuir el incentivo de
los operadores por recabar fondos, lo que no estimula una mejora en la gestión a menos que esas
transferencias estén asociadas, o condicionadas, a aumentos de eficiencia. Con todo, las inversiones
públicas deberán siempre ser contabilizadas en los balances de los prestadores a efectos de calcular
reposición de activos; pero no para incluirlas en la base de activos regulatorios, a partir de los cuales
se calcula el costo de capital, pues precisamente ese costo fue cero para la entidad.
La indexación, o el mecanismo que traspasa automáticamente la inflación a las tarifas,
permite a la entidad prestadora solventar costos que aumentan sin su intervención. De aquí, que la
indexación de las tarifas sea una medida que contribuye a la sustentabilidad financiera.
2. Subsidios
Uno de los principales mecanismos de equidad en los servicios públicos son los sistemas de subsidios,
ya que éstos permiten que los consumidores de mayores ingresos contribuyan al consumo de los 191
más necesitados53 (“subsidios cruzados”) o que todos los contribuyentes del país ayuden a estos
últimos a través de transferencias de ingresos (impuestos) por medio del subsidio a la demanda. En
ambos casos, hay motivaciones de equidad, de derechos humanos, cohesión social, sustentabilidad
financiera, salud pública, y de universalización de beneficios, y es un mecanismo ampliamente
recomendable para satisfacer las necesidades de los grupos de menores ingresos.
53 Los subsidios cruzados no tendrían desventajas en términos de la eficiencia económica y la asignación de los recursos,
frente los subsidios directos, puesto que en la vida real no se da el supuesto de un sistema impositivo óptimo.
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porcentaje es gratuito, de modo que no se cuide el agua, a pesar de que esa agua tuvo un costo
que fue solventado por los contribuyentes o por otros usuarios de mayores ingresos. Este mismo
fenómeno se produce en el caso de las subvenciones públicas a las entidades prestadoras, en la
medida en que ocultan los costos reales de provisión del servicio en la tarifa que recibe el usuario.
Sin embargo, los subsidios cumplen una crucial labor de reconocer los derechos de los
grupos sociales que no pueden acceder a este tipo de bienes preferentes, y generan una serie
de beneficios que van desde disminuir la mortalidad infantil, reducir la morbilidad producto de
enfermedades hídricas, favorecer la igualdad de género, mejorar los niveles de escolaridad, etc. De
aquí que la preocupación teórica quede superada por los beneficios sociales del subsidio y sea, por
consiguiente, un mecanismo muy efectivo como instrumento de política social. Este reconocimiento
de derechos debe promover la participación de todos los intervinientes, de modo que quienes
contribuyen puedan expresar su visión respecto de la carga que se les impone —muchas veces
soportada por sólo algunos contribuyentes—, y quienes se beneficien puedan entender cómo los
favorece el mecanismo.
Uno de los problemas que enfrentan estas ayudas es la dificultad de discernir entre quienes
las necesitan de quienes no, particularmente en países de la región donde los recursos —de gestión e
inversión— son escasos. Adicionalmente, los mecanismos que se utilizan para discriminar positivamente
a quienes forman parte del grupo de asistencia son costosos de implementar ya que requieren de
la capacidad administrativa para hacer la discriminación. Sin perjuicio de lo anterior, en muchos
países existen subsidios y mecanismos de distribución. Lo lógico será, entonces, la promoción de
las sinergias entre los diversos programas estatales y municipales de subsidio que tienen sus propios
mecanismos de discriminación para la entrega de las ayudas sociales, de modo de aprovechar las
economías de ámbito al utilizar un mismo mecanismo en varios propósitos. Igualmente los subsidios
deben ser explicitados en las boletas o facturas con el objetivo de transparentar la ayuda.
192
fuertes y se interesen directamente por los problemas que las aquejan, cosa que en las urbes es
intermediada por los representantes políticos y sociales. Asimismo, por regla general, las comunidades
rurales poseen una gran proporción de pobres y de gente que podría ser considerada indigente.
Por si estas características fueran pocas, hay que agregar que en muchos países de la región los
grupos indígenas son componentes muy relevantes de las comunidades locales, lo que impone el
reconocimiento de su individualidad y su cultura a la hora de definir las políticas para la prestación
de los servicios.
Todas esas diferencias, que de por sí hacen demandante el trabajo con el sector rural,
exigen que cada país formule e implemente políticas públicas que equilibren las necesidades de
los usuarios rurales. Muchas veces se observa que las políticas públicas aplicadas a los sectores
rurales están influenciadas por soluciones para áreas urbanas, pese a que constituyen dos ámbitos
con características diferentes.
Las economías de escala que se pueden lograr, especialmente en el ámbito de los costos
operativos, no deben ser desdeñadas; pues los diversos sistemas pueden ser operados, mantenidos
y repuestos por pequeños grupos de trabajadores que pueden replicar sus funciones dentro del
ámbito geográfico de la cuenca, e incluso de zonas mayores como las regiones y sirviendo a diversos
empresas. Por el contrario, las economías de escala en inversión son más difíciles de alcanzar, dado
que los centros poblados no son densos en términos de población y muy alejados entre sí.
La inversión en el sector supone una serie de características particulares. Por ejemplo,
éste es un sector donde la inversión estatal no puede ser soslayada, pues el alto componente de
comunidades de bajos ingresos hace que no se pueda pensar en el autofinanciamiento con el pago
de tarifas. En particular, las zonas rurales, por ser heterogéneas, aceptan múltiples configuraciones
sociales —desde los grupos indigentes hasta sectores de clase media— y económicas, donde
predominan los pobres. Estos grupos se encontrarán esparcidos en el territorio (población rural
dispersa) o agrupados en torno a poblados y pueblos más grandes (población rural concentrada 193
o nucleada). Estas características hacen necesario que el Estado se haga cargo de garantizar los
recursos, instrumentos y medios de apoyo para que la población rural más pobre y dispersa tenga
acceso a servicios de buena calidad.
En términos de financiamiento de los servicios, una visión más apegada a los modelos
urbanos, donde sean los usuarios los que deban financiar parcial o totalmente el servicio, también
requiere de consideraciones particulares:
• Se debe definir políticas claras y sencillas para el otorgamiento de subsidios a la inversión,
buscando que a través de éstas se incentive el aprovechamiento de economías de escala,
en donde sea posible.
• Es necesario definir niveles especiales de subsidios para poblaciones más vulnerables y
minorías étnicas cuya capacidad económica no permite cofinanciar las inversiones, y en
algunos casos incluso tampoco pueden asumir los costos de operación y mantenimiento
de las soluciones.
• Se deben establecer mecanismos, programas o líneas específicas de financiamiento para
las áreas rurales, a efectos de especializar la aplicación de los recursos de acuerdo con
las metodologías de intervención requeridas y las tecnologías aplicables como soluciones
más adecuadas a la población rural.
No se debe descartar que en ciertas zonas rurales las inversiones puedan ser financiadas
—en determinadas proporciones— cruzadamente por las áreas urbanas. Por ejemplo, los planes
de descontaminación de cuencas deben considerar que las soluciones de tratamiento de las aguas
residuales deberán ser una labor conjunta de todos los actores del área y no sólo de los que pueden
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
hacerlo —las ciudades. En términos de equidad, las zonas urbanas tienen mayores niveles de ingreso
que las rurales, con lo que los subsidios cruzados tienen sentido. Sí habrá que discriminar entre los
usuarios pobres de los que no lo son en las zonas rurales, puesto que estos últimos no deben ser
favorecidos por el sólo hecho de vivir en esas áreas.
En términos regulatorios, se debería tener en consideración las siguientes recomendaciones:
• Definir o precisar los niveles específicos de servicio que existen y los que se espera alcanzar
en el ámbito rural, acorde a la capacidad económica de la población, sus características
culturales y las condiciones ambientales (disponibilidad de agua, calidad ambiental, etc.). En
abastecimiento de agua, los niveles de servicio van desde el acceso al agua sin tratamiento
directamente en la fuente hasta el suministro de agua potable a nivel domiciliario, con
medición, continuidad y presión adecuada, todo lo cual implica costos, disposición de
pago, capacidad de administración y aceptaciones sociales diferentes. En saneamiento,
los niveles de servicio varían desde disposición de excretas a campo abierto, hasta el
acceso a redes colectoras de alcantarillado sanitario, incluido el tratamiento de las aguas
servidas, pasando por soluciones individuales tipo letrina o sistema séptico. De aquí que
sea necesario también adecuar las normas técnicas nacionales aplicables al sector de
agua potable y saneamiento (por ejemplo, tipos de materiales y criterios de diseño de las
obras sanitarias) para que permitan una mayor flexibilidad en las zonas rurales. En el mismo
sentido, ciertos estándares de la industria pueden no tener justificación económica ni social
ni responder a las condiciones existentes en áreas rurales55. La calidad bacteriológica del
agua potable (ausencia de microorganismos patógenos) debería ser una condición base
o mínima.
• Implementar mecanismos de recolección y sistematización de información que permitan
cuantificar los recursos invertidos en incremento de coberturas o mejoramiento de la calidad
194 de los servicios rurales, separando tales asignaciones de las que se inviertan en las zonas
urbanas. De esta manera se podrán desarrollar análisis estratégicos de políticas públicas
relacionadas con la efectividad de las inversiones, los costos por persona beneficiada de
las soluciones implementadas, las relaciones entre inversiones realizadas y la sostenibilidad
de los sistemas, entre otros.
• Establecer costos unitarios de referencia para los diferentes tipos de inversión a realizar,
teniendo en cuenta variables particulares que se presentan en las áreas rurales, tales como:
i) densidad poblacional; ii) localización de los beneficiarios; iii) distancia desde la ciudad
más cercana o los centros de suministro de materiales; y iv) tipo de acceso.
• El mecanismo de cálculo tarifario no debe ser trasplantado desde el sector urbano al
rural, pues usualmente el primero considera una infinidad de parámetros, para lo que
se requiere mucha información. Si este mismo requerimiento se traslada al sector rural,
simplemente no podrá funcionar ni tampoco se justifica. De aquí que se deba agregar
como recomendación el definir un método de cálculo tarifario más simplificado y acorde
a las condiciones de las comunidades rurales.
En cuanto a la estructura institucional y su sostenibilidad:
• Promover el desarrollo de una política particular de Estado para el sector. Esta política
necesariamente será diferente de la urbana.
• Establecer una estructura institucional específica para la zona rural que ejerza como
mínimo funciones de formulación de políticas públicas, planificación y asistencia técnica,
desarrollando instrumentos y metodologías.
55 Como por ejemplo, lo podría ser mantener niveles de presión suficiente para elevar el agua en edificios, cuando en las
zonas rurales construcciones de tales características simplemente no existen.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
56 Ejemplos de uniones entre municipios, sin que se fusionen, hay muchos en la región, de los que se pueden destacar
el caso de la Mancomunidad de Municipios de la Cuenca del Río Naranjo (MANCUERNA) en Guatemala, el de las
Asociaciones Administradoras de Acueductos Rurales (ASADAS) en Costa Rica, y el de las asociaciones de Juntas de
Saneamiento en Paraguay.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Condicionantes de la globalización
1. Derecho humano al agua57
El derecho humano al agua impone a los Estados la obligación de satisfacer las necesidades hídricas
personales y domésticas de sus habitantes en forma suficiente, segura, aceptable, físicamente
accesible y financieramente asequible. Esto último no implica la gratuidad universal de los servicios;
sino que significa que su precio pueda ser solventado por la mayoría de habitantes. De esta forma,
quienes puedan hacerlo deberán pagar tarifas que reflejen el costo eficiente del servicio; y, al
contrario, quienes no puedan sufragarlos deberán tener acceso a un sistema de subsidios que les
garantice progresivamente consumos mínimos básicos.
Sin embargo, el derecho humano al agua no se satisface simplemente con el subsidio; sino que
además requiere de la construcción de instituciones regulatorias eficientes y estables. La eficiencia
en la prestación del servicio es esencial para satisfacer el derecho humano al agua; puesto que al
reducir los costos aumenta su disponibilidad. Por el contrario, cuando los costos se encarecen por
la ineficiencia de los prestadores, se atenta contra el derecho humano al agua. En este sector la
eficiencia es producto de la gestión del servicio, y su promoción depende fundamentalmente del
marco regulatorio, de la institucionalidad de control, de la voluntad política, y de las condiciones del
entorno económico, social, cultural y político del país. De aquí que, la importancia que los gobiernos
asignan al derecho humano al agua se refleja en la seriedad y prolijidad con que estos abordan la
regulación y su institucionalidad. En consecuencia, el reconocimiento de la existencia de un derecho
humano a los servicios de agua impone correlativamente la obligación al Estado de satisfacerlo; de
modo tal que su cumplimiento beneficia particularmente a los grupos marginados o limitados en el
uso, produciendo de esta manera una mayor equidad.
196 En lo que respecta al agua en su dimensión de recurso natural, y ya no de servicio público,
su acceso puede constituir un derecho humano bajo ciertas circunstancias; como por ejemplo,
cuando se trata de usos ancestrales de asentamientos indígenas y campesinos, o en el caso de
extracción manual para usos personales y domésticos. De aquí que resulta crucial el reconocimiento
e implementación de criterios legales apropiados para regular el acceso ordenado y sostenible a los
recursos hídricos por las partes interesadas y reconocer y proteger los derechos y usos ancestrales.
Los TBIs son tratados internacionales suscritos entre dos Estados, por los que uno de ellos
cede potestades regulatorias y judiciales soberanas a cambio de mayor credibilidad frente a los
inversores (Van Aaken 2008), por la vía de fijar estándares mínimos de conducta y mecanismos de
arbitraje en caso de disputa, cuyos alcances concretos luego definen los árbitros en sus laudos.
Su suscripción por parte de los países de la región fue el resultado de creer que un compromiso y
57 Este texto se basa en CEPAL (2009).
58 Este texto se basa principalmente en Bohoslavsky (2010); referencias complementarias son Bohoslavsky y Justo (2011),
Saulino (2011), y Solanes y Jouravlev (2007).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
cesión de esa magnitud atraerían mayor inversión extranjera. Para los países desarrollados, este
marco resultaba atractivo principalmente porque reconocía un sistema de resolución de conflictos
“despolitizado” —en contraste con los tribunales nacionales de los países receptores de la inversión
extranjera— que aseguraría a sus inversores mayor previsibilidad. Sin embargo, no ha podido
confirmarse un nexo concreto entre este “atractivo” y la generación de mayores inversiones. Incluso,
países que carecen de este tipo de tratados no han visto desaparecer la inversión extranjera.
Con esa cesión de potestades como antecedente, los paneles de árbitros encargados
de aplicar los TBIs han delineado paulatinamente los contornos de la protección del inversor,
omitiendo en muchas ocasiones tomar en consideración los principios regulatorios que los países
más desarrollados aplican a sus industrias de servicios públicos. Ello ha ocasionado una brecha
que favorece a los inversores aún respecto de reclamos que serían desoídos en sus propios países
como resultado de tales estándares. Esta diferenciación se explica por la premura en suscribir los
TBIs, por su imprecisión, por la creencia de que la regulación económica podía soportar los embates
de la realidad del monopolio natural con un número mínimo de reglas relativamente simples y por
asumir que la institucionalidad podía ser improvisada en el camino. Como resultado de lo anterior,
principios consolidados del sector, como la eficiencia, la debida diligencia, transparencia o la
exigibilidad de conductas razonables reciben poca atención de los tribunales arbitrales al momento
de decidir la resolución de conflictos que involucran el ejercicio de facultades regulatorias. De igual
manera, cuestiones de política pública como preocupaciones sociales, ambientales y culturales
de las autoridades receptoras de la inversión no suelen ser consideradas dentro del análisis de los
tribunales arbitrales.
Otra falencia del modelo reside en la falta de consistencia en los criterios arbitrales. Dado que
el tribunal arbitral —que se conforma para cada caso— no se encuentra obligado a respetar las pautas
adoptadas por otro tribunal similar, y en ausencia de un corpus de normas internacionales procesales
que lo conmine, éste puede resolver las disputas apartándose completamente de las soluciones previas, 197
dando lugar a una marcada incertidumbre sobre el resultado posible de cada pleito.
Frente a ese escenario, la particularidad de la industria del agua potable y saneamiento
impone reconocer una serie de criterios que deben ser ponderados al momento de resolver cualquier
controversia. En especial, los árbitros deben tener muy presente que el principio orientador de la
industria es el logro de la eficiencia, en torno al cual debe desenvolverse tanto la acción del Estado
receptor de la inversión como la del inversor. Con ello se logra objetivar las discusiones en un plano
más técnico, dando certeza y previsibilidad a su resolución.
A partir del diagnóstico previo se puede analizar la dinámica de los TBIs desde una perspectiva
que conjugue la regulación económica y el derecho internacional, de modo de proveer una mirada
que contribuya al debate.
De toda la experiencia anterior se debe recalcar en primer lugar la necesidad de un diálogo
institucional amplio previo a la incorporación de innovaciones profundas a los sistemas legales.
Es cierto que ese análisis resulta complejo en el caso de los TBIs, pues la especificidad que la
regulación económica posee —incluso dentro del mismo Estado—, conlleva dificultades para los
especialistas en derecho internacional que suelen asistir a las autoridades en la suscripción de
esos tratados. Tradicionalmente serán estos últimos quienes consultarán con los especialistas en
regulación, quienes a su vez desconocen los recovecos del derecho internacional. Sin embargo,
y pese a esas dificultades, el abordaje multidisciplinario y un escrutinio detenido de las posibles
consecuencias de la ratificación del TBI deben ser guías insoslayables para el país que pretenda
adentrarse en este sistema.
En esa tónica, resulta también aconsejable que cada Estado antes de involucrarse en la
atracción de inversión extranjera realice una evaluación del sector, de modo de evidenciar el contexto
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
a partir del cual se adoptaron decisiones. En la eventualidad de un juicio arbitral, esa contextualización
servirá al tribunal para entender qué era lo que el Estado esperaba de la inversión.
En resumidas cuentas, será importante prever el impacto que los TBIs tendrán sobre el
derecho interno, sobre sus prácticas administrativas y sobre los contratos —teniendo especial
cuidado en la redacción de concesiones y licencias.
Otro de los lineamientos que se extraen se refiere a la necesidad de asegurar que cláusulas
de protección al país receptor de la inversión sean incluidas en los TBIs59. Una sugerencia de mayor
alcance regional es la de promover un tratado modelo que incluya reglas tendientes a unificar la
posición de los Estados firmantes, ofreciendo de esta manera uniformidad a los contenidos de los
TBIs. Esas pautas uniformes deberían receptar los principios generales del derecho de las naciones
en cuestiones regulatorias, en especial aquellos que explicitan los deberes del inversor en materia
de eficiencia, diligencia debida, buena fe, transparencia y respeto por el interés público y las normas
del país huésped. La homogeneidad de criterios derivada de la adopción de un tratado regional o la
promoción de normas modelo permitiría nivelar la discusión y fomentar vínculos más equilibrados
con los inversores, ayudando —de esa forma— a países de la región que aun no se hayan dado un
ordenamiento de este corte en el sector del agua potable y saneamiento. Sin embargo, su adopción
debe concretarse antes de la firma o renovación de cualquier TBI, puesto que una vez que ello sucede
resultará muy difícil enmendar —sino denunciar— este tipo de acuerdos.
En ese orden es importante que se propicie la incorporación dentro del derecho aplicable
en los arbitrajes de los principios admitidos tanto en el derecho internacional como en el doméstico
en materia de protección del interés público, medio ambiente, aguas, servicios públicos, derechos
humanos y manejo de crisis económicas. Esta recomendación se deriva del hecho de que los TBIs
forman parte de un sistema jurídico en el que la institucionalidad internacional prevalece sobre el
derecho doméstico, incluso cuando este procura proteger esos intereses esenciales del país.
198
Adicionalmente, el contenido mismo de los tratados debe ser acotado a estándares claramente
establecidos, de modo de reducir la excesiva ambigüedad que sus principios presentan en la
actualidad y que conspira contra la previsibilidad de su aplicación: “Los estándares de responsabilidad
internacional que contienen los instrumentos iniciales no constituyen un buen homenaje a las disciplinas
legales y su vaguedad es tan amplia que nadie termina sabiendo qué conductas están permitidas y
cuáles prohibidas. Un estándar como el de expropiación debería claramente ser concebido como
una regla de justicia distributiva, dejando un espacio razonable para la actuación del Estado receptor.
Un estándar como el de trato justo y equitativo, en cambio, es una regla correctiva, cuya violación,
por ejemplo, no debería acarrear las mismas consecuencias que apareja la violación de la anterior”
(Barraguirre, 2010).
De la misma manera, el sistema de resolución de controversias del Centro Internacional
de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) debe ser objeto de una amplia discusión,
procurando corregir sus disfuncionalidades de carácter procedimental, entre las que se cuentan
la falta de rendición de cuentas, el déficit en materia de publicidad y participación, la inexistencia
de sistemas de unificación de la jurisprudencia arbitral y la ausencia de independencia o potencial
conflicto de intereses de los árbitros.
Desde una perspectiva práctica, se recomienda que antes de aceptar la inversión extranjera
en servicios públicos, los países desarrollen e implementen marcos regulatorios basados en los
principios regulatorios reconocidos, enfatizando a los inversores que las gestiones ante las agencias
de promoción de inversiones no los eximen de cumplir con todas las obligaciones ante los organismos
sectoriales competentes (como los ambientales o de aguas), ni constituyen una excusa para la
59 Por ejemplo, las cláusulas de medidas no prohibidas (la cláusula de preservación del orden público y de los intereses
esenciales de seguridad).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
ignorancia de las legislaciones y regulaciones nacionales. De aquí que las agencias de promoción
de inversiones no deban otorgar autorizaciones sin la conformidad expresa de los organismos
sectoriales competentes en cuestiones de servicios públicos, recursos hídricos o medio ambiente.
Es más, resulta relevante que los funcionarios sectoriales a cargo de la política pública y la
regulación económica sean sensibles a las consecuencias de sus acciones a la luz de los TBIs, pues
sus decisiones —aún las motivadas en consideraciones ajenas a la protección de las inversiones—
pueden servir de base para una futura demanda en contra del Estado. Esa constatación genera
tensiones al momento de adoptar una decisión regulatoria que va en beneficio de la eficiencia, por
ejemplo, pero en contra de los intereses del inversor.
Las negociaciones de los acuerdos de inversión deben ser enfrentadas con plena representación
de las posibles consecuencias no sólo en los tratados mismos, sino en la operacionalización en los
diversos sectores que tocan. Los tratados deben ser redactados de tal forma que se incorporen las
enseñanzas recogidas de la experiencia regional y mundial. De suerte tal, que estos instrumentos
plasmen específicamente cuáles son las expectativas de las partes en particular, sin dejar sus
términos abiertos a la interpretación extensiva en favor de los inversores. Igualmente, se debe prever
en los tratados la lógica evolución del marco regulatorio del sector, evitando asumir compromisos
que la obstaculicen.
Finalmente, la irrupción del derecho humano al agua tiene una importancia meridiana en
cuestiones de inversión extranjera, pues trae aparejadas una serie de obligaciones internacionales
para el Estado que impactan decisivamente en su papel regulatorio frente al inversor. En el marco
de la industria del agua potable los condicionamientos internacionales que tanto el TBI como el
derecho humano al agua suponen para el sector deben ser abordados desde una perspectiva de
armonización recíproca. Ello demanda de los árbitros la expresa consideración del deber estatal
de protección del derecho al momento de valorar una medida regulatoria en este sentido y lleva
incluso a evaluar la posibilidad de que los Estados controlen la convencionalidad de los laudos y 199
se abstengan de cumplirlos en caso de respuesta negativa. No resulta excesivo mencionar que la
preocupación por este derecho humano debe ser explicitada y promovida en las negociaciones de
los TBIs, de modo de transparentar a los árbitros la justa ponderación que su tutela merecerá en
la solución de diputas60.
60 La Federación Internacional de los Operadores Privados de Servicios de Agua (AquaFed) está a favor del derecho
humano al agua, pero no comparte la idea de incompatibilidad entre este derecho y los TBIs (AquaFed, 2009).
Capítulo III
Fuente:
Parte A y C1. A. Embid y L. Martín (editores) (2017), El Nexo entre el agua, la energía y la
alimentación en América Latina y el Caribe: planificación, marco normativo e identificación
de interconexiones prioritarias
https://bit.ly/2VSGysx
Parte B1. F. Saulino (2011), Implicaciones del desarrollo de los biocombustibles para la gestión
y el aprovechamiento del agua
https://bit.ly/37NhUz5
Parte B2. E. Zegarra (2018), La gestión del agua desde el punto de vista del Nexo entre el agua,
la energía y la alimentación en el Perú: estudio de caso del valle de Ica
https://bit.ly/33Y56Ve
Parte B3. M. Ballestero y T. López (editores) (2017), El Nexo entre el agua, la energía y la
alimentación en Costa Rica: el caso de la cuenca alta del río Reventazón
https://bit.ly/3ozQ7so
Parte B4. H. Peña (2018), Agua, producción de alimentos y energía: la experiencia
del Nexo en Chile
https://bit.ly/375dhB3
Parte C2. L. Naranjo y B. Willaarts (editores) (2020), Guía metodológica:
diseño de acciones con enfoque del Nexo entre agua, energía y alimentación para países
de América Latina y el Caribe
https://bit.ly/3gDn2cT
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Introducción
Este capítulo muestra la naturaleza intersectorial del agua a través del nexo entre el agua, la energía
y la alimentación. Se presenta, en primer término, un contexto institucional y de políticas públicas
en América Latina y el Caribe, con sus principales prioridades, oportunidades y desafíos, para
después dar paso a ejemplos prácticos de la región en torno al nexo. Los ejemplos van desde el
ámbito regional, con el caso de la producción de biocombustibles en América Latina y el Caribe,
al nacional, con casos de cuencas de ríos en el Perú y Costa Rica. Por último, se presenta el
caso de Chile y se examina la inclusión de conceptos del nexo en las últimas décadas en el país.
Además, el nexo entre agua, energía y alimentación brinda una oportunidad para plantear
conclusiones y recomendaciones de política integradas. Con el agua como factor central, el
capítulo presenta las principales conclusiones para la adopción del nexo en América Latina y el
Caribe, considerado aspectos de gobernanza, territoriales, legales y de planificación. El capítulo
finaliza con una guía práctica sobre las principales ventajas de adoptar el enfoque del nexo en el
ciclo de formulación de políticas públicas para la región.
202
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
203
1. El Nexo en las políticas tradicionales
Las primeras leyes de aguas son un instrumento útil para acreditar tanto el reconocimiento inicial del
Nexo entre agua, energía y agricultura, como las insuficiencias de esta forma original de su aplicación.
La Ley de Aguas española del año 1879, antecedente inmediato de la mayoría de las
leyes de aguas en América Latina (Embid y Martín, 2015), dispone que en “la concesión de
aprovechamientos especiales de aguas públicas se observará el siguiente orden de preferencia:
1º Abastecimiento de poblaciones; 2º Abastecimiento de ferrocarriles; 3º Riegos; 4º Canales
de navegación; 5º Molinos y otras fábricas, barcas de paso y puentes flotantes; 6º Estanques
para viveros o criaderos de peces”. Esta ley presenta una jerarquía entre distintos usos del
agua encabezada por los usos urbanos, también hay referencia a la alimentación y finalmente
menciona la energía (molinos 3). En consecuencia, en esta ley se reconoce claramente un Nexo
entre agua, energía y alimentación, puesto que define la forma de resolver las controversias entre
los solicitantes de un caudal de agua insuficiente para satisfacer las necesidades de todos. Esas
controversias y su resolución se basan en el principio de orden de prioridad. Por lo tanto, si se
presenta una incompatibilidad entre una solicitud de concesión para riego o acuicultura y otra
de uso energético, está previsto por la ley que la autoridad competente otorgue la concesión
para riego y deniegue la de “molinos” o acuicultura.
1 Esa vinculación se relaciona principalmente con la legislación de países áridos, que deben necesariamente introducir
tal orden para disciplinar las distintas demandas de agua y definir criterios para la adjudicación y el aprovechamiento.
2 En los proyectos (embalses, por ejemplo) de uso múltiple, el orden de prioridades está normalmente definido en el
mismo proyecto (aprobado por ley o decreto).
3 Ciertamente “molinos” es una referencia primitiva para designar a los usos energéticos. Sin embargo, cabe recordar
que las primeras centrales nucleares españolas se autorizaron (concesiones de agua) basándose en la referencia a los
“molinos” como usos energéticos.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Esta ley también contiene criterios de selección de solicitudes de concesiones de agua para
usos que se encuentren en el mismo nivel jerárquico: “Dentro de cada clase serán preferidas las
Empresas de mayor importancia y utilidad, y en igualdad de circunstancias las que antes hubiesen
solicitado el aprovechamiento”. Se añade que en todo caso se respetarán preferentemente los
aprovechamientos comunes. La “importancia y utilidad” son conceptos jurídicos indeterminados
que habrán de precisarse en cada momento por el poder público competente (pudiendo atender a la
creación de puestos de trabajo, por ejemplo). En última instancia y en igualdad de circunstancias, lo
que debiera primar es un criterio temporal: la concesión será otorgada a quien antes haya solicitado
el aprovechamiento.
También resulta de especial interés la referencia del precepto a los “aprovechamientos
comunes” que “en todo caso” deben respetarse en el otorgamiento de concesiones. En esos
aprovechamientos se encontraría un inequívoco antecedente de lo que actualmente constituye el
contenido del “derecho humano al agua”, dado que se habla de la facultad de usar las aguas para
beber, lavar ropas, bañarse, abrevar el ganado —con sujeción a los reglamentos existentes— sin
necesidad de posesión de título especial. Con lo que no sólo se encuentran en esta ley los elementos
del Nexo, sino también un antecedente del actualmente denominado derecho humano al agua.
Este orden de prioridades es la plasmación de un sistema de valores en el que cree la sociedad: un
predominio, sin discusión, de los usos urbanos y que implica no sólo el derecho al suministro de
agua, sino algo mucho más amplio y que incluye el riego de parques, jardines, calles y el consumo
de pequeñas industrias vinculadas a la red urbana, y la prioridad jerárquica respecto al resto de usos.
Este tipo de leyes carecen de cualquier sofisticación en la configuración del Nexo y de las
relaciones entre sus componentes. Lo único que preocupa es la atribución del agua ante posibles
competiciones por la misma. En este sentido, subyace una consideración productivista del recurso
que seguirá estando presente en la legislación y las políticas hidráulicas (construcción de obras
204 para facilitar el acceso al agua) hasta llegar a los grandes cambios que operan en el último tercio
del siglo XX y, especialmente en la actualidad (Embid, 2012).
Esta consideración meramente productivista será característica también de las políticas
y legislaciones de agricultura y energía que se desarrollan sobre todo en el siglo XX, si bien en la
actualidad son advertibles inicios sustantivos de cambio de orientación (Embid y Martín, 2015). Estas
leyes y políticas iniciales carecen de cualquier tipo de consideración ambiental y se han configurado
con total aislamiento unas de otras, sin ningún tipo de vaso comunicante, formal o informal. Así por
ejemplo, las políticas y las normativas relacionadas con la agricultura abordan fundamentalmente
las subvenciones a la actividad agraria, asumiendo que en general el agua y la energía barata han
constituido históricamente un subsidio indirecto a la agricultura, también la reforma de las estructuras
agrarias, así como la redistribución de la propiedad para fomentar un uso más eficiente de la actividad
agrícola (concentración parcelaria).
De la misma forma, las políticas y normativas propias de la energía (principalmente producción
y también su transporte y distribución) tienen su fundamento en favorecer la producción y distribución
de energía pero, hasta ahora, su conexión con los otros elementos del Nexo es poco visible. Lo
que prima en esta consideración es la regulación de la actividad industrial; es decir, identificar qué
ente institucional debe autorizar la instalación y operación de las plantas de producción de energía,
lo que muchas veces, para el caso de la hidroelectricidad, se presenta como un predominio de la
concesión (o autorización) eléctrica sobre la concesión de aguas. Esta situación, incluso llega a
determinar un cierto predominio —hasta jerárquico— de las autoridades energéticas sobre las del
agua, como es común observar en algunos de los países de América Central (Espinoza Rodríguez,
2016). El fenómeno coincide con lo que también es advertible históricamente en otros países donde
la autoridad del agua podía ser la energética o la de agricultura, con una falta de consideración de
las necesidades específicas del manejo del agua como recurso natural o vinculadas al consumo
humano, y su consiguiente sometimiento a las necesidades de la política energética o agrícola.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Llama la atención, cómo el uso hidroeléctrico de los grandes ríos transfronterizos ha precedido
a cualquier otro en los tratados internacionales sobre su aprovechamiento, dejando al margen
inclusivamente la navegación que normalmente es el origen del derecho internacional fluvial. Esto
está acompañado de una subordinación de los otros elementos del Nexo al uso hidroeléctrico por
la superior jerarquía de los tratados internacionales sobre la normativa interna (Espinoza Rodríguez,
2016; Barberis, Armas Pfirter y Querol, 2002; COMIP, 1992).
Se puede concluir que esta legislación y política clásica no tiene mucha trascendencia más
allá de la regulación de un orden jerárquico de utilizaciones del agua y que ése suele ser la única
interconexión del Nexo que se puede comprobar. No hay una profundización en las interrelaciones
y está completamente ausente la preocupación por coordinar los distintos usos, ya sea en el plano
orgánico —y cuando ha existido tal intento de coordinación, ha resultado normalmente un fracaso—
o funcional. Finalmente, las preocupaciones ambientales no tuvieron trascendencia. Sin embargo,
en la actualidad, todas estas características negativas han empezado a cambiar sustancialmente.
En este ámbito las tendencias han comenzado a cambiar en las últimas décadas. Se trata de
una planificación distinta a la que se venía practicando con anterioridad, que crecientemente incorpora
los elementos de evaluación, publicidad y transparencia, y que reconoce interrelaciones entre los
múltiples factores vinculados a obras hidráulicas, sistemas de riego o infraestructuras energéticas.
Aun cuando pueden encontrarse formas de planificación relativas a todos los elementos del Nexo,
es en el ámbito de la planificación hídrica donde se ha avanzado con mayor éxito. En España, por
ejemplo, los primeros planes hidrológicos de cuenca proceden de la autorización legal para su
formulación desde el año 1926, aunque los planes hidrológicos en el sentido moderno no aparecen
hasta finales del siglo XX, y en el contexto de la Unión Europea (UE), hasta bien comenzado el siglo
XXI. Una de sus dimensiones más distintivas es la consideración de norma jurídica que vincula a
todas las autoridades (Embid, 1991).
De las anteriores características debe resaltarse la elaboración coordinada de la planificación
con departamentos ministeriales competentes en materias distintas al agua y la coordinación con
las políticas sectoriales (agraria y energética). Esta concepción de la planificación hidrológica ha
influido también en la normativa de algunos países de la región. Un ejemplo destacable es el Ecuador
por la relevancia de la presencia de la planificación en su Ley Orgánica de Recursos Hídricos, Usos
y Aprovechamientos del Agua (LORHUyA) del año 2014. Es importante resaltar la conexión de la
planificación con el desarrollo regional y sectorial, así como la vinculación de la planificación sobre
todas las administraciones públicas de diferentes niveles de gobierno. Ese rasgo de vinculatoriedad
distingue la planificación definida en la LORHUyA de los otros ejemplos en la región.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Una dimensión similar es posible deducir de la experiencia de los países como México y
Brasil. En el caso de México, la planificación hídrica se remonta al año 1975, aun cuando se trata
de una planificación no vinculante y que tampoco tiene los rasgos mencionados. La Ley de Aguas
Nacionales entrega a la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) la responsabilidad de integrar y
formular el Programa Nacional Hídrico. Actualmente, está vigente el Plan Nacional Hídrico 2014-2018.
En general, la planificación hídrica es dependiente de lo que ordene el Plan Nacional de Desarrollo
(el actual abarca los años 2013-2018) que es el que establece los programas especiales que deben
existir; uno de ellos es el Programa Nacional Hídrico. Obsérvese que en los dos casos de planificación,
la misma está sujeta al período del mandato presidencial. Ello quiere decir que cuando comienza
un nuevo mandato presidencial, se inicia otro ciclo de planificación hídrica.
En el Brasil, la Ley No 9.433 del año 1997 establece como fundamentos de la Política
Nacional de Recursos Hídricos una serie de conceptos que hoy son comunes a la mayor parte de
las legislaciones de aguas: el agua como bien de dominio público y recurso natural limitado, con
valor económico, que tiene el uso prioritario que es el consumo humano y el abrevado de animales,
la gestión de los recursos hídricos debe hacer siempre posible el uso múltiple de las aguas, la
cuenca es una unidad territorial para la implementación de la Política Nacional de Recursos Hídricos
y la actuación del Sistema Nacional de Gestión de Recursos Hídricos, y la gestión de los recursos
hídricos debe ser descentralizada y contar con la participación de la administración pública, de los
usuarios y de las comunidades.
La planificación hidrológica en el Brasil es uno de los instrumentos de la Política Nacional de
Recursos Hídricos. El 30 de enero del año 2006, el Consejo Nacional de Recursos Hídricos aprobó
el Plan Nacional de Recursos Hídricos. Este plan contiene indicaciones para que se confeccionen y
aprueben planes de cuencas. Se señala que los planes deben ser compatibles con las planificaciones
de los sectores estratégicos (energía eléctrica, saneamiento, navegación y otros). No tiene naturaleza
206 jurídica normativa y, por tanto, no es vinculante frente a la actuación de las distintas autoridades con
competencias sobre el tema. El horizonte temporal del plan llega hasta el año 2020 y se plantea como
flexible y adaptable para las diversas circunstancias de los sectores relacionados (De Siqueira, 2008).
Una planificación hidrológica coordinada con las políticas sectoriales (energética y agraria) y
configurada como un proceso racional de adopción de decisiones y revisable periódicamente, es un
elemento imprescindible para enfocar de forma adecuada las interrelaciones de los elementos del
Nexo. En el caso español, existen también planificaciones sectoriales de energía (Plan Energético
Nacional del año 2012) o de agricultura (Plan Nacional de Modernización de Regadíos del año 2002,
actualizado en el año 2008), pero estos planes se diferencian de los hidrológicos, ya que no tienen
carácter vinculante y la ejecución de sus decisiones es dependiente, primero, de la voluntad de los
actores que en cada caso deben actuar, y segundo, de los criterios políticos y la consignación de los
créditos presupuestarios para la implementación de las infraestructuras o las distintas actuaciones
que en ellos se prevean.
Ello es muestra del predominio del elemento “agua” dentro del Nexo. Como la planificación
hidrológica está concebida para atender los distintos usos del agua, tiene la capacidad de cubrir los
“vacíos” que otras planificaciones presenten. Además, como se tienen en cuenta en la elaboración
de la planificación hidrológica, las perspectivas sectoriales de las correspondientes autoridades que
participan en el proceso, está asegurado, al menos desde el plano normativo, su carácter esencial
y capaz de cooperar a la necesaria coordinación entre los elementos del Nexo.
Una planificación hidrológica de estas características todavía no está generalizada4. Las
excepciones se pueden encontrar en las legislaciones de Brasil, Ecuador y México, a lo que puede
4 Según Miralles-Wilhelm (2014), “Los sectores de agua, alimentos y energía se planifican hoy sin mucha integración,
por ejemplo, se asigna el agua sin tener en cuenta las limitaciones de energía, la generación de energía está prevista
sin mucha consideración de las fuentes y los costos del agua, la producción de alimentos no tiene en cuenta las
necesidades de energía y de agua en su mayor parte. Es necesario abogar para que las herramientas de planificación
y los procedimientos institucionales evolucionen hacia enfoques integrados de planificación con el fin de aprovechar y
gestionar las amenazas identificadas”.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
añadirse la Ley de Recursos Hídricos del Perú del año 2009, y específicamente el Plan Nacional
de los Recursos Hídricos aprobado por el Decreto Supremo No 013-2015-MINAGRI del año 2015.
Conviene precisar además que las cuestiones importantes son las previsiones normativas —que en
cuanto a la planificación moderna sólo aparecen en la ley ecuatoriana—, la realización práctica de
la planificación con contenidos adecuados y, finalmente, su aplicación efectiva.
Además de la planificación hídrica, otro elemento preponderante del Nexo es la planificación
en materia energética. Las experiencias de esta planificación en la región son muchas y variadas.
La mayoría de los países cuenta con planificaciones integrales recientes, contemplando horizontes
temporales de al menos 30 años. Por su carácter estratégico muchas de estas planificaciones o
partes de ellas mantienen carácter reservado, encontrándose disponibles sólo resúmenes ejecutivos
o documentos destinados a la difusión, que no necesariamente reflejan el carácter de la planificación
real que es llevada a la práctica o a la que se dirige finalmente la inversión.
Las planificaciones referidas —al menos en su formulación teórica— revisten carácter integral,
contemplan el largo plazo e incorporan elementos modernos como energías renovables, eficiencia
energética e hídrica, seguridad energética, preocupaciones ambientales y cambio climático. Sin
embargo, no pueden considerarse concebidas desde el enfoque del Nexo, de manera consistente
con la fecha de su elaboración donde el planteamiento del Nexo era apenas incipiente.
La interacción entre agua y energía, por ejemplo y salvo muy contadas excepciones, no es
tenida en cuenta más que desde la tradicional perspectiva hidroeléctrica o en la medida en que pueda
incluirse dentro de la preocupación ambiental general. Cuando se trata de eficiencia energética,
algunas contemplan la incorporación de dispositivos para calentar el agua con energía solar en los
hogares. Esto demuestra claramente que ni siquiera se está ante una incipiente consideración del
Nexo en la planificación del sector, que es quizás el más poderoso y económicamente determinante
de los elementos del Nexo.
207
Si las posibilidades de desarrollo van en buena medida atadas a la disponibilidad de energía
a costo razonable, esta evidencia de falta casi total de consideración de los elementos del Nexo
en la planificación energética más moderna de la región, muestra uno de los puntos donde poner
atención. Es decir, es dable indagar y estudiar en qué medida las planificaciones energéticas
formuladas en la región para la primera mitad del siglo XXI resultan también sustentables y viables
desde el enfoque del Nexo.
Los instrumentos planificadores de referencia para los casos de agua y energía —más allá de
su existencia, su carácter público y nivel de aplicación— resultan más o menos claros. Sin embargo,
bastante más incertidumbre subsiste con respecto al tercer elemento del Nexo. Pues, en primer
lugar, debe definirse qué se entiende por la alimentación. Muy diversa será esta planificación si por el
tercer elemento del Nexo entendemos, alimentación, agricultura, suelo o todo a la vez. Por ejemplo,
Ringler, Bhaduri y Lawford (2014) proponen ampliar la definición del Nexo para abarcar agua, energía,
tierra y alimentación, reconociendo la dificultad de desligar la producción de alimentos del contexto
de recursos en donde se da dicha producción5. Por lo tanto, la planificación del uso del agua y de
la tierra puede adquirir muy diversas formas según se trate de considerar todos o algunos de esos
significados (planificación social, económica, ordenamiento territorial, ambiental, etc.).
La planificación integrada de los tres sectores o desde el enfoque del Nexo, se enmarca en
el más amplio proceso de planificación del desarrollo que a nivel regional se ha definido como un
acto político, una teoría y una disciplina para la creación de sentido (de pertenencia de futuro) y para
la gobernanza multi-escala, intersectorial y pluritemporal (Prado, 2015). Los siguientes tres dilemas
se han identificado para la planificación del desarrollo en la región:
5 El concepto de la tierra tiene un alcance mayor que el de suelo, pues además de los elementos pedológicos a partir de
los cuales se hace la caracterización de los suelos, también abarca los elementos de cobertura de recursos naturales
y la intervención humana en su modificación.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
• El dilema intertemporal, que se refiere a las formas de definición y los medios de articulación
de los diferentes horizontes temporales (largo, mediano y corto plazo) de la planificación.
• La coordinación multiescalar, que atañe a las formas de definición y los mecanismos de
articulación de las distintas escalas territoriales de la planificación para el desarrollo (local,
sub-nacional, de cuenca, nacional y global).
• La conjugación entre lo sectorial y lo integral, que se relaciona con las formas de definición
y los mecanismos de articulación de las aproximaciones especializadas y sectoriales de
la planificación, entre sí y con respecto a la mirada integral.
• Dentro del ODS 2 “Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la
nutrición y promover la agricultura sostenible”, se formula como meta “duplicar la producción
agrícola” aplicando “prácticas agrícolas resilientes que aumenten la productividad y la
producción, contribuyan al mantenimiento de los ecosistemas, fortalezcan la capacidad
208 de adaptación al cambio climático, los fenómenos meteorológicos extremos, las sequías,
las inundaciones y otros desastres, y mejoren progresivamente la calidad de la tierra y
del suelo”. El agua está incluida en la mención a las sequías e inundaciones. Se propone
una meta de alcanzar la “eliminación paralela de todas las formas de subvención a las
exportaciones agrícolas y todas las medidas de exportación con efectos equivalentes”.
• Dentro del ODS 6 “Garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el
saneamiento para todos”, se establece la meta de lograr el acceso universal y equitativo
al agua potable a un precio asequible para todos, más al saneamiento. También se plantea
la mejora de la calidad del agua, disminuyendo la contaminación y reduciendo a la mitad el
porcentaje de las aguas residuales sin tratar. Igualmente, aparece la mejora en la eficiencia
en la utilización del recurso hídrico, la implementación de una gestión integrada del agua,
la protección y restauración de los ecosistemas acuáticos, la ampliación de la cooperación
internacional, y se menciona la desalinización dentro de los objetivos de apoyo a los países
en vías de desarrollo.
• Dentro de las metas incluidas en el ODS 7 “Garantizar el acceso a una energía asequible,
fiable, sostenible y moderna para todos”, aparece la de garantizar el acceso universal a
servicios energéticos asequibles, fiables y modernos; también “aumentar considerablemente”
la proporción de energía renovable, duplicar la tasa mundial de mejora de la eficiencia
energética y promover la inversión en infraestructura energética y tecnologías limpias.
• Además, se pueden mencionar el ODS 11 relativo a las ciudades y los asentamientos
humanos inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles; el ODS 12 referente a modalidades de
consumo y producción sostenibles; el ODS 13 sobre las medidas para combatir el cambio
climático y sus efectos; el ODS 15 que busca proteger, restablecer y promover el uso
sostenible de los ecosistemas terrestres; y el ODS 17 sobre los medios de implementación.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Se señala que llegar a una verdadera integración de los distintos componentes del Nexo
requiere de significativa inversión económica porque “muchos de los viejos esquemas tienen que
ser cambiados y mucha de la actual infraestructura tendrá que ser puesta al día o completamente 209
reconstruida” (Martin-Nagle, 2012). Se apunta que la financiación de todo ello no podrá ser asumida
por entero por el sector público y que la inversión privada tendrá que jugar un papel relevante.
Esa incidencia en los aspectos financieros relativos al Nexo aparece también en otros
documentos como sucede en relación a la vinculación de las infraestructuras, cuyo sostenimiento
en el contexto del cambio climático depende de la existencia de tarifas. Los reguladores necesitarán,
entonces, reflejar en las tarifas el coste de las inversiones en resiliencia —la capacidad de un
sistema de soportar y recuperarse ante desastres y perturbaciones— para asegurar que éstas
sean viables y tener en cuenta la necesidad de incorporar tales riesgos a sus marcos regulatorios.
Ello está relacionado con la viabilidad financiera: la capacidad de los proyectos de ser susceptibles
de préstamos por parte de las instituciones del sistema financiero. Esa capacidad dependerá “de
identificar, evaluar y cuantificar los riesgos de los extremos climáticos en los proyectos individuales”
(WEC, 2015).
Ello tiene su consecuencia en la inclusión del sistema asegurador en el debate (por ejemplo,
la regulación del riesgo climático), previéndose obligaciones del asegurado para minimizar riesgos
en catástrofes (WEC, 2015). O tomando en consideración determinadas variables climáticas (como
los niveles de lluvia alcanzados en un determinado momento) a la hora de acordar y pagar las
indemnizaciones definidas en el contrato de seguro, pudiendo variar pólizas y cuantías indemnizatorias
según las variables pactadas. Todo ello para evitar la incertidumbre vinculada a las pérdidas por
los extremos climáticos.
Por ejemplo, el contrato de préstamo suscrito entre el Uruguay y el Banco Mundial en el año
2014, como consecuencia de la sequía del año 2012, que obligó a sustituir la energía hidroeléctrica,
imposible de producir en la cantidad requerida a causa de la reducción de agua a turbinar, por la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
energía más costosa procedente de combustibles fósiles, lo que condujo a un déficit presupuestario.
Para ayudar a disminuir esta exposición financiera, el gobierno realizó un contrato de préstamo, en
el que se combinaban los riesgos de sequía y un incremento del precio de la energía, reduciendo
de esa forma las incertidumbres relativas a una mayor apelación al presupuesto (WEF, 2016).
Esta situación es una consecuencia importante del Nexo, porque es la traducción práctica
de muchas de las interrelaciones y supone una forma de afrontarlas dentro del trasfondo de las
implicaciones medioambientales que subyacen a su realidad. Se insiste en la necesidad de construir
unas infraestructuras energéticas con resiliencia asegurada. Esa actuación constituye un sobrecoste
que debe ser tenido en cuenta en el diseño de los proyectos y los modelos financieros, lo que permite
concluir que “dada la alta cantidad de inversión necesitada…, la resiliencia es un prerrequisito para
desbloquear fondos de los inversores públicos y privados (WEC, 2015)”.
Ello supone que se debe conseguir una exacta delimitación de lo que se pueda entender
como resiliencia en los proyectos energéticos, lo que requiere la colaboración entre todos los
participantes en el mercado de la energía. Ellos “tienen que comprender el impacto de los eventos
climáticos extremos sobre las infraestructuras energéticas. Esto significa que las compañías
energéticas y los promotores de proyectos, bancos, compañías de seguros, inversores a largo
plazo, gobiernos y reguladores tienen que colaborar. La mejor coordinación habilitará innovación,
estándares tecnológicos, financiación apropiada e instrumentos de transferencia del riesgo, y un
marco regulatorio para proveer la guía necesaria para la regulación de la resiliencia y del mercado.
La industria energética y el sector financiero deberían trabajar con los reguladores y los gobiernos
para adaptar la regulación para hacer más viable la inversión en activos energéticos de una mayor
variedad de inversores a largo plazo” (WEF, 2016).
Es claro que quien debe conducir el proceso, considerando el sector como sistema a lo
largo de todas sus cadenas energéticas, en un marco de alta incertidumbre económica y climática
210 y vulnerabilidad social, es el Estado que debería evitar que el proceso de toma de decisiones sea
capturado por grupos de presión o interés especial de los actores financieros y energéticos. A
los efectos de colaboración en este tipo de proyectos se da entrada a un nuevo concepto que se
denomina “inversiones climáticas inteligentes” (WEF, 2016). Sobre estas inversiones se indica que
tendrían la virtualidad de “encontrar modos de adaptar a los análisis de evaluación de los riesgos
establecidos modelos y marcos de información…lo que…podría liberar flujos de capital hacia
inversiones más favorables al clima”.
Este discurso económico-financiero ha suscitado también posiciones críticas, como las de
Leese y Meisch (2015), que piensan que el Nexo se ha construido bajo las premisas de seguridad
y que lo que prima es una “precondición del proceso económico” resaltando su vinculación con
“necesidades de seguridad e intereses de determinadas empresas”. Al mismo tiempo, encuentran
también aspectos útiles de este enfoque dado que “partes de la población global podrían beneficiarse
eventualmente de tal concepto holístico”. Sin embargo, conceptualizar el Nexo como un proceso de
aseguramiento “permite comprender por qué agua, energía y alimentación están ahora caracterizadas
bajo el urgente paradigma de la seguridad en lugar de los más tempranos discursos sobre la justicia
distributiva. Se tiene, por consiguiente, que tener cuidado al preguntar qué es lo que está realmente
en juego en los términos del Nexo acerca de la seguridad entre agua, energía y alimentos, si la
supervivencia de la humanidad o la preservación de la actual configuración económica” (Leese y
Meisch, 2015).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
c) Seguridad
La búsqueda de la “seguridad”, que se lleva a cabo en una sociedad caracterizada por el riesgo y
la incertidumbre, también subyace a la construcción del Nexo. En un sentido más amplio, el Nexo
se inserta bajo el enfoque de seguridad humana, destacando las dimensiones de seguridad hídrica,
energética y alimentaria. Aún antes de la Conferencia de Bonn, en la Asamblea Anual del WEF del
año 2008, se señaló que la seguridad hídrica detenta un lugar privilegiado, en el mismo origen de la
construcción del Nexo (WEF, 2011). Dicho de otra forma, la comprensión del Nexo podría cooperar
en la consecución de la seguridad hídrica12. Con esto se pone de relieve la necesidad de tener un
claro concepto de lo que significa el término “seguridad” (hídrica, energética y alimentaria):
6 En WEF (2009) se considera la seguridad hídrica como la red que conecta todos los grandes desafíos (alimentación,
energía, cambio climático y desarrollo económico).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
que todos los componentes del Nexo (y su substrato ambiental) estuvieran contemplados en esta
clasificación. En el caso específico de la región, se señalan como los mayores riesgos los fracasos
de gobernanza y la profunda inestabilidad social, no apareciendo, por tanto, referencias directas a
los componentes del Nexo (WEF, 2016).
También debe ser resaltado el papel del cambio climático. Las proyecciones del cambio
climático indican, para América del Sur y como riesgo clave, la disponibilidad del agua en las regiones
semiáridas y dependientes del deshielo de glaciares, y para América Central, las inundaciones
y deslizamientos de tierra debido a la precipitación extrema (IPCC, 2014). Además, se observa
el incremento de los fenómenos atmosféricos extremos y su afección sobre las infraestructuras
energéticas: las pérdidas aseguradas (objeto de contratos de seguro) han aumentado un 40% y se
espera más fenómenos extremos en el futuro. Este hecho implicaría mayores esfuerzos económicos
para proteger los activos de las infraestructuras energéticas con la consiguiente necesidad de
acudir a la inversión privada (WEC, 2015). La principal medida que se sugiere es el incremento de
la resiliencia de las infraestructuras energéticas.
De esta forma, la aplicación efectiva del enfoque del Nexo en América Latina y el Caribe
requiere, como un primer e indispensable paso, tanto fortalecer los programas de monitoreo y
generación de información como consolidar y estandarizar las bases de datos existentes. Esto va a
permitir entender mejor el estado de los diferentes componentes del Nexo, realizar comparaciones
entre los diferentes sectores, cuencas o países, y evaluar los impactos causados por los diferentes
aprovechamientos sobre los recursos hídricos, ecosistemas relacionados y la seguridad hídrica,
energética y alimentaria.
b) Débil gobernabilidad
La deficiente capacidad planificadora va acompañada de una también muy precaria capacidad
de gestión, fiscalización y control de las autoridades de aguas y de los usos o aprovechamientos
sectoriales (riego, servicios de agua potable y saneamiento, etc.). Esta conocida deficiencia regional
puede deberse a múltiples causas, entre las que cabe mencionar la debilidad de los Estados, la
ineficacia de los marcos normativos, la falta de capacidades institucionales y de medios materiales
y humanos adecuados, la fragmentación del poder decisorio y la falta de participación ciudadana
(Martín y Justo, 2015).
tal vez cuando se trate de hidroelectricidad, pero será el propio diseño del sistema integrado
e interconectado y las posibilidades del país y la región en una relación mucho más estrecha
con el mercado internacional y la geopolítica regional, los que definirán las posibilidades de
esa planificación. Y otro tanto sucederá con la alimentación, determinada por las posibilidades
nacionales de producción, pero también por el poder de compra, crecientemente dependiente
de la disponibilidad y evolución de precios a nivel internacional.
La matriz energética presenta una complejidad notable a nivel regional y nacional. Otro tanto la
hídrica por no hablar de la agricultura, la producción de alimentos y lo que de ella conecte finalmente
con la alimentación. Cada componente del Nexo ha seguido una evolución dispar y funciona en
una lógica completamente diferente al resto. Desde este punto de vista parece extremadamente
difícil poner en pie de igualdad elementos que responden a variables de comportamientos diversos,
muchos de los cuales exceden incluso al ámbito nacional —espacio natural de la planificación—
como lo son los precios de la energía y los alimentos en el mundo global. La sola volatilidad, por
ejemplo, de los precios del petróleo (Arroyo y Cossío, 2015) o los alimentos, pueden tornar obsoleta
una planificación que debe soportar desde el mismo comienzo de su formación importantes grados
de incertidumbre.
Como resultado, la planificación desde el enfoque del Nexo es mucho más compleja que
simplemente advertir la relación entre los tres elementos. Hay aspectos técnicos relevantes de la
cuestión, pero sus posibilidades reales de implementación dependen sobre todo de definiciones
políticas y de política económica en torno a los modelos de desarrollo, el rol del Estado y la distribución
del ingreso.
c) Heterogeneidad regional
214
América Latina y el Caribe tiene una gran variedad de climas, regiones geográficas y se caracteriza
por abundantes y variados recursos naturales en los tres ámbitos del Nexo, pero que se encuentran
distribuidos de forma muy heterogénea tanto a nivel regional como dentro de los países.
Tomando por ejemplo la energía, es clara la importancia que tiene la generación hidroeléctrica
para Sudamérica donde representa más del 70% de la producción de energía en Colombia, Brasil,
Perú, Uruguay y Paraguay (IEA, 2013). Esa es también la situación en Costa Rica, que durante varios
meses en los años 2015 y 2016 alcanzó a producir toda su electricidad a partir de la generación
hidroeléctrica. Estos casos no pueden compararse con el Caribe o Mesoamérica, donde resulta
relevante la generación termoeléctrica o la geotermia, por ejemplo, pero no —o en menor medida—
la hidroelectricidad. De la misma manera, la disponibilidad abundante de agua en los primeros
contrasta con la potencialidad que la desalación pudiera tener en los segundos. Sin considerar a
México, la zona Andina, produce cerca del 65% del petróleo y el 34% del gas natural de América
Latina (Altomonte y otros, 2013). La situación de países como México y Venezuela, en tanto los
principales exportadores regionales, contrasta con la de países netamente importadores de petróleo
y gas como Chile, Paraguay y Uruguay. Hay rasgos regionales comunes, pero hay al menos tres
circunstancias que hacen extremadamente difícil elaborar una tipología consistente de países con
relación a la implementación del enfoque del Nexo:
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
diversas (Antofagasta, Copiapó, Maipo y Maule) en Chile, identifican las interacciones prioritarias
(minería, sobreexplotación de acuíferos, expansión urbana, hidroelectricidad y agricultura), tanto en
la actualidad (véase el diagrama III.1) como en condiciones del cambio climático.
La construcción de tipologías del Nexo permite disponer de un marco conceptual a partir del
cual se puede identificar y priorizar las áreas de intervención, considerando tanto las oportunidades
como los riesgos. Así, Meza y otros (2015) concluyen que el reúso, reciclado y la desalación se
están volviendo opciones atractivas de gestión en algunas zonas áridas y altamente vulnerables.
Sin embargo, sus impactos y externalidades negativas deben ser bien caracterizados y entendidos
por los decisores, los gestores privados y la sociedad para la coordinación, definición de políticas
y estrategias de adaptación.
2. El Nexo en la región
Muy pocos estudios sobre el Nexo en los países de América Latina y el Caribe se han dedicado
a explicar su marco normativo en tanto vehículo u obstáculo para la integración de políticas y
regulaciones que aparecen, en la mayoría de los casos, fuertemente desconectadas o fragmentadas.
Ello sin perder de vista que la legislación, aunque clave, no constituye más que uno de los elementos
dentro de la línea de sucesivos encadenamientos —política, planificación, legislación, administración
y gestión— que deben concurrir para alcanzar las sinergias que de la implementación del enfoque del
Nexo pueden conseguirse en la explotación y uso de los distintos recursos naturales involucrados.
Diagrama III.1
Esquemas de interacciones del Nexo en cuatro regiones de Chile
216
Fuente: Francisco Meza; Sebastián Vicuña; Jorge Gironás; David Poblete; Francisco Suárez y Melanie Oertel (2015) “Water-
food-energy nexus in Chile: the challenges due to global change in different regional contexts”, Water International, volumen
40, números 5-6.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Uno de esos elementos a tener en cuenta son los derechos humanos, muy relevantes para la
región, pero que han sido omitidos en los estudios realizados hasta la fecha como parte fundamental
de la ecuación del Nexo. Los derechos humanos son, sin embargo, una línea conductora que debería
unir la intervención pública sobre sectores productivos y, al mismo tiempo, jugaría un papel muy
útil para definir las interrelaciones sugeridas por el Nexo. Ese múltiple papel sería semejante al
que también tendría el derecho de protección de inversiones y, en el plano más estricto nacional,
la definición de prioridades contenidas en las leyes de aguas para la asignación de derechos de
agua. Derechos humanos, tratados de protección de inversiones y listado de prioridades deberían
alcanzar una línea de coordinación y continuidad, aun cuando muchas veces, pueden ser vectores
que jueguen en sentido contrario.
Este marco jurídico regional homogéneo reconoce el derecho al agua, a la alimentación 217
(Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales), y los servicios públicos básicos
(Convención Americana sobre Derechos Humanos y Protocolo de San Salvador), como derechos
de superior jerarquía y con ello define un marco de prioridades para la implementación del Nexo.
En el contexto del Nexo, lo relevante es el papel de los derechos humanos como moduladores
o limitadores de determinadas políticas sectoriales que movidas por consideraciones puramente
productivistas —en el fondo, recaudatorias— pudieran olvidarse de las exigencias implícitas al Nexo.
No se trata de producir suficiente energía para subvenir a los aumentos de la demanda previsibles
en distintas proyecciones temporales en el resto del mundo, sino que, como lo postulan la Agenda
2030 y los ODS y como premisa directriz de las distintas políticas, debe proporcionarse energía
de manera básica y a precio asequible, a las distintas personas que la precisan como condición
indispensable para realizar una vida digna; y lo mismo se puede decir de la alimentación o de la
provisión de servicios de agua potable y saneamiento. Estas prioridades definidas por los tratados
de derechos humanos, resultan a su vez coincidentes con la mayoría de las leyes de aguas de la
región que confieren al uso común de las aguas una prioridad absoluta sobre los usos especiales7
y, entre estos últimos, el abastecimiento de poblaciones aparece también como prioritario frente a
todos los demás.
7 La clasificación de los usos del agua en comunes, domésticos y primarios o generales por un lado y en contraposición
a ellos, los usos especiales privativos o exclusivos, ha sido adoptada por la gran mayoría de la legislación de aguas de
la región. La diferencia radica en que los primeros son aquellos cuyo objeto principal e inmediato es la satisfacción de
necesidades físicas indispensables para la vida y pueden ser realizados por medios manuales por todas las personas
por su sola condición de tales. Se los define como gratuitos, generales y libres y por su naturaleza no implican una
disminución o perjuicio sensible de los caudales. En cambio, los usos especiales son aquellos que están dirigidos a
producir un aumento en la esfera de acción y el poderío económico del hombre, son onerosos, determinados y requieren
del otorgamiento previo de un permiso o concesión para abastecimiento poblacional, riego, industria, minería, energía,
etc. Debe tenerse presente, sin embargo, que el contenido, la definición y los medios tanto de los usos comunes como
especiales pueden variar sustancialmente de acuerdo a cada legislación.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Este marco jurídico internacional colisiona por momentos y debe ser integrado con otro muy
relevante para el desarrollo del Nexo como el derecho de protección de inversiones extranjeras
(Bohoslavsky, 2010)8, que ha condicionado y condiciona fuertemente los proyectos vinculados
al desarrollo de cualquiera de los aspectos del Nexo. La relación entre estos dos ordenamientos
jurídicos internacionales ha evidenciado ya en la región tensiones que hacen imposible soslayar su
consideración futura (Bohoslavsky y Justo, 2011).
Este objetivo prioritario es una prescripción normativa nacional e internacional que se conjuga
a partir de varios institutos complementarios y de vigencia simultánea (uso común, servicio público,
abastecimiento a poblaciones como uso prioritario y derecho humano al agua) para definir con toda
claridad que la prioridad en el uso del agua, y por tanto en la implementación del enfoque del Nexo,
es la satisfacción del derecho al agua de los habitantes. Además, esta prioridad ha sido la forma y el
enfoque propuesto como vía para gestionar y prevenir la creciente conflictividad por el uso del agua
en la región (Martín y Justo, 2015) y enfrentar lo que se avizora como el principal riesgo regional, las
fallas en la gobernanza y la inestabilidad política y social (WEF, 2016).
Algunas constituciones han comenzado a proclamar recientemente estos derechos. Dentro
del ámbito regional, se puede señalar en ese sentido a las constituciones de Uruguay (2004), Ecuador
(2008), Bolivia (2009) y México (reforma constitucional de febrero del año 2012) que proclaman
el derecho humano al agua. El derecho humano a la alimentación se encuentra dentro de las
constituciones de Bolivia y Ecuador y el derecho a la electricidad exclusivamente en la constitución
del Estado Plurinacional de Bolivia, que también incluye el derecho de acceso al gas domiciliario,
siendo ésta la única constitución en los países de la región que incluye los tres derechos.
8 Esto tratados pueden desconocer, en su aplicación práctica, algunos de los derechos humanos: “Por ello es fundamental
que los Estados cuenten con un sólido cuerpo de leyes internas para proteger los derechos a la tierra, al uso del
agua, el medio ambiente y los derechos laborales. En los acuerdos…deberían establecerse controles periódicos de los
derechos de agua y de la asignación de agua a los inversionistas, de manera tal de asegurar que éstos no perjudiquen
el acceso al agua de los ciudadanos. Asimismo, dichos acuerdos no deberían socavar la capacidad del gobierno de
promulgar nuevas regulaciones internas en protección del interés público (incluyendo controles de contaminación…)”
(Saulino, 2011b).
9 Hay casos en la región donde se han intentado otorgar derechos de agua, bajo leyes de presupuesto dejando de lado la
normativa y las instituciones al respecto, mediante excepciones ad hoc, incluso en áreas de escasez y sobreasignación
de recursos: “Esto certifica la necesidad de la independencia legal, técnico-administrativa y financiera de los organismos
de gestión de aguas y de la estabilidad de su personal. Además certifica claramente la necesidad de tener reglas de la
máxima jerarquía e inviolabilidad para los procesos de asignación” (Solanes y Getches, 1998).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
superior cuando abunda, como sucede de forma general en muchos países de la región donde existe
un predominio de la hidroelectricidad y un importante potencial hidroeléctrico todavía por aprovechar.
12 Esto sucede en mercados de la electricidad con fuentes plurales de energía y en los que la energía hidroeléctrica,
por su flexibilidad, es la que suele ponerse en marcha en el momento previsible en que los precios de la electricidad
van a ser los más altos. Esto favorece la rentabilidad de las plantas de generación pero afecta a los usos que vayan
a tener lugar aguas abajo que, en muchos casos, habrán de configurarse como “precarios” si el titular de la planta
de producción tiene derecho a la flexibilidad de generación. Todo dependerá de lo que esté especificado en su título
concesional o autorizatorio.
13 Una característica del desarrollo hidroeléctrico de los últimos años es la preponderancia de la generación de pasada,
de pequeña escala y el énfasis en la construcción de presas con menor capacidad de almacenamiento y cuyo único
propósito es la generación eléctrica (a diferencia de otras épocas, en que un enfoque de usos múltiples era más
extendido) (Altomonte y otros, 2013).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
• La disponibilidad del agua es un elemento clave para la seguridad energética allí donde esta
energía (o la energía producida por centrales térmicas o nucleares para las que se precisa
de agua para su refrigeración) es predominante dentro del sistema energético de un país.
Quiere ello decir que las autoridades competentes deben llevar a cabo una gestión del
agua adecuada a los usos energéticos derivados de ella, sobre todo cuando se configure
una matriz energética de producción de energía dependiente de la hidroeléctrica o del
agua usada para los procesos de refrigeración.
• Un punto débil en la utilización del agua para la producción de energía son las sequías.
Las sequías reducen la disponibilidad del agua y, por tanto y además de impactos en
otros usos, afectan la producción de energía eléctrica. En América Latina y el Caribe se
tiene el ejemplo reciente de la sequía en el Brasil donde muchos millones de personas
han sido afectados por los cortes de luz producidos por la sequía ante la imposibilidad
de que con escasa agua se pueda llevar a cabo la generación acostumbrada de energía
(Roehrkasten y otros, 2016)14. Ello lleva consigo, la necesidad de llevar a cabo de forma
correcta y coordinada los procesos de planificación (de agua y energía) para evitar o, al
menos, reducir estas consecuencias críticas inevitables cuando se apuesta por una sola
fuente de energía como elemento básico para garantizar la seguridad energética, lo que se
agrava en el contexto del cambio climático. Esto hace conveniente repensar las matrices
energéticas, prestando mayor atención a las posibilidades de mayor aprovechamiento de
fuentes de energía nuevas y renovables.
• Existe un aspecto claramente insertable en el Nexo y que comienza a tener importancia
en la región como es la utilización de los canales de riego para la producción de energía
hidroeléctrica. Cuantitativamente no es significativa, pero a nivel local esta forma de
producción puede tener importancia tanto por la reducción de la necesidad de expansión
de las redes de distribución en los países con deficiencias en estos aspectos, como por 223
la ayuda para disminuir los costes de los sistemas de riego a los agricultores. Todo ello
muestra una vinculación entre agua y energía y alimentación muy relevante.
• Los fenómenos climáticos están subyaciendo a cualquier relación entre los componentes
del Nexo. Así, no es posible producir energía eólica cuando se dan altas velocidades del
viento, por ejemplo, cuando en determinadas épocas del año aparecen en ciertas partes
de Centroamérica los huracanes (WEC, 2015). Igualmente, fuertes inundaciones pueden
obligar, como medida preventiva, a descargar los embalses, lo que tampoco permitirá
turbinar mientras dure esa operación. De la misma forma, el aumento de temperaturas
puede interferir con procesos de la refrigeración en las centrales térmicas o nucleares,
lo que puede conducir a la suspensión temporal de su actividad. Sin embargo, se trata
de un fenómeno de escasa importancia cuantitativa en la región en este momento. En
todo caso, también hay que considerar el efecto de calentamiento del cuerpo de agua al
que se viertan las aguas de refrigeración. Ello puede afectar a la calidad y temperatura
del agua e impedir determinadas formas de vida en los ecosistemas, lo que debe tenerse
en cuenta dado el elemento de protección ambiental que subyace a las consideraciones
relativas al Nexo.
La generación hidroeléctrica es con mucha ventaja la principal fuente de energía de la región,
pero distribuida en forma muy heterogénea entre los países. El Cono Sur produce un 68% de su
electricidad de energía hidroeléctrica, mientras que en el Grupo Andino de países, por su parte,
este porcentaje alcanza un 71%. En América Central, México produce un 15% de su generación
de electricidad de energía hidráulica, pero todos los demás países generan una mayor proporción
de su electricidad de esta fuente. Los países del Caribe constituyen la excepción, puesto que, con
poca agua superficial, no dependen en gran medida de la energía hidroeléctrica (Escobar, López y
Clark, 2011). Sudamérica es, además, la tercera región del mundo que más capacidad hidroeléctrica
agregó durante 2015 (IHA, 2016). A su vez, los proyectos hidroeléctricos representan el segundo
lugar —luego de la minería y el petróleo— en términos de conflictividad socio-ambiental por el uso
de recursos hídricos (Martín y Justo, 2015).
Este sector constituye una oportunidad para la aplicación de un enfoque del Nexo que combine
de manera más eficiente el carácter multipropósito de los embalses —aunque lo construido desde
el año 2000 lo haya sido en menor medida que históricamente—, al tiempo que optimice su impacto
económico, social y ambiental. El potencial hidroeléctrico regional debe ser reevaluado desde el
enfoque del Nexo y la planificación trinómica tanto como los proyectos hidroeléctricos en fase de
proyecto, construcción y desarrollo, conforme los escenarios futuros de evolución de caudales,
precipitaciones y usos del agua, pues mayor capacidad instalada no se traduce necesariamente
en mayor generación.
En lugar de planes y diseños estáticos, la infraestructura hidroeléctrica tendrá que ser
planeada dentro de los rangos de incertidumbre que imponen las tendencias del clima y precipitación
para la región. En virtud de ello, se ha recomendado que los planes contengan provisiones para
operaciones específicas dependiendo del clima y de la demanda de agua, con una infraestructura
flexible, debiendo considerarse como alternativa las plantas con almacenamiento por bombeo y
los sistemas hidroeléctricos de pequeño tamaño —para aprovechar los beneficios de flexibilidad
y diversificación— como opciones para adaptarse a esa variabilidad climática (Escobar, López y
224 Clark, 2011).
La generación hidroeléctrica aporta confiabilidad al sistema pero debe ser complementada con
otras formas de energías renovables, aunque sean intermitentes, para reducir los riesgos derivados
de una dependencia excesiva y exclusiva de la fuente hidroeléctrica. La alteración y disminución
permanente estacional de la generación por motivos de sequía o reducción de caudales, constituye
una evidencia que se agrava en algunas regiones, países o cuencas con la previsión de escenarios
futuros (Vallejo, 2013; Flavin y otros, 2014; Recalde, 2016). Por ejemplo, un escenario pesimista para
las plantas Chixoy de Guatemala y Cerrón Grande de El Salvador, prevé reducciones de generación
superiores al 20% para el año 2020, mayores al 40% para el año 2050 y de más del 70% para finales
del siglo. Un escenario menos pesimista prevé un incremento de entre 4% y 6% para el año 2020
luego de lo cual se estima una disminución del 26% en Chixoy y del 17% en Cerrón Grande para el
año 2100 (CEPAL y otros, 2015).
El fenómeno El Niño afecta con sequía (Caribe, Colombia, el Nordeste del Brasil y Venezuela)
e inundaciones (Perú, Sur del Brasil, Paraguay, Uruguay, Ecuador, Bolivia y Argentina) a la región con
fuertes impactos en el sector energético. Por ejemplo, a diferencia del Perú y Ecuador, donde las
afectaciones se producen sobre todo en la infraestructura, en Colombia y Venezuela, los impactos
de este fenómeno implicaron, en varios casos, racionamiento de aguas y de energía con pérdidas
y mayores costos de producción asociados al incremento de la generación termoeléctrica para
compensar la disminución de generación hidroeléctrica. Los países andinos son especialmente
vulnerables al fenómeno, por lo que un El Niño normal a extraordinario podría restar entre 0.6% y
1.7% PIB a estos países (CAF, 2016; Martín, 2016).
Entre los análisis desde la perspectiva del Nexo en la región cabe mencionar el realizado en
el Estado Plurinacional de Bolivia, con el enfoque metodológico de la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) (Flammini y otros, 2014), que en relación con
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
el proyecto hidroeléctrico multipropósito San Jacinto, encontró que “se ejerce mayor presión
sobre el aspecto de alimentación/tierra debido a que la productividad de los cultivos es inferior
al promedio. Lo anterior puede deberse a que en la zona de riego se privilegia la calidad de la
vid para su posterior procesamiento vitivinícola más que a la venta bruta… Por otra parte, si bien
con la construcción del embalse se ha limitado el flujo de peces hacia aguas abajo, en el embalse
mismo se ha incrementado el tipo y número de especies, en algunos casos sin el debido control,
generando que algunas especies puedan ser depredadoras de otras pre-existentes…el proyecto…
además de haber generado un beneficio para la región, también tiene trade-offs. El más significativo
es la afectación en la calidad del agua en el embalse debido a retornos agrícolas con presencia de
pesticidas” (Rojas y Heiland, 2015).
Dentro de la interacción entre agua y energía, y como usuarios tanto de agua como de
energía, puede también ubicarse la producción de hidrocarburos y minera de evidente carácter
prioritario, entre otros motivos, por la extrema dependencia y reservas probadas que muchos países
de la región tienen sobre estas actividades (Altomonte y Sánchez, 2016). Es el caso de los países
andinos (Chile, Bolivia, Perú y Ecuador), junto con otros (como Argentina, Brasil, Colombia, México
y Venezuela). Las implicaciones que tanto la explotación de hidrocarburos como la minera tienen
son relevantes al punto que detentan el primer nivel en términos de conflictividad socio-ambiental
(Martín y Justo, 2015).
La región cuenta con muy significativas reservas probadas del petróleo y el gas natural
(20% y 4%) existentes en el mundo (Altomonte y Sánchez, 2016). Un tema dentro de este grupo
de actividades que debiera enfocarse con mayor atención desde la consideración del Nexo es la
explotación de hidrocarburos no convencionales, con el peligro colateral de contaminar los acuíferos
y afectar al abastecimiento de poblaciones o al agua para el riego. El procedimiento de fractura
hidráulica para su investigación y explotación conlleva un impacto energético, hídrico y ambiental
muy superior a los métodos empleados para los recursos convencionales. 225
Cabe destacar que la región posee más de un cuarto del total mundial de los recursos
técnicamente recuperables de gas natural de esquisto, ubicado en su mayoría en Argentina, México
y Brasil, encontrándose en pleno proceso de explotación (Arroyo y Perdriel, 2015). El principal riesgo
de su explotación se produce en el agua, elemento clave del Nexo, al tiempo que su rol trascendental
para la región es explicado por: i) el posible autoabastecimiento de energía en los países que tienen
este recurso; ii) el posible impacto económico en menores precios de la energía, menor volatilidad
en los mismos, mayor crecimiento económico, menores niveles de desigualdad, generación de
fuentes de empleo, etc.; y iii) el posible fortalecimiento de la integración energética en una renovada
geopolítica regional.
Lo propio ocurre cuando se trata de considerar tanto el agua como la energía en cuanto
insumos de la minería como una actividad que puede implicar un uso intensivo de ambos recursos
y de la cual, varios países de la región, presentan tanto una gran dependencia como potencialidad
de crecimiento, destacando el caso del oro (Perú), cobre y plata (Chile, México y Perú) y hierro
(Brasil). La minería se encuentra además entre los sectores de más rápido crecimiento en la región,
ubicada en la actualidad como principal destino de la cartera de inversiones mineras a nivel mundial
(Altomonte y Sánchez, 2016).
El consumo de agua en la minería en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México
y Perú, puede llegar hasta el 6% del total de los aprovechamientos (Willaarts, Garrido y Llamas,
2014). La minería puede impactar tanto en la cantidad como en la calidad del agua. Los impactos
en la cantidad son más notables en zonas con escasez de recursos hídricos. Esta es la situación de
zonas semiáridas como México central, el norte de Colombia, el noreste del Brasil, o áridas, como
el norte Chile, el noroeste de la Argentina, el oeste del Estado Plurinacional de Bolivia o el sur del
Perú. Cuando se trata de aguas subterráneas no renovables o de muy escasa tasa de renovación,
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
su explotación puede llegar a afectar severamente la seguridad hídrica de las poblaciones, como
ha ocurrido en el norte de Chile, entre otros (Willaarts, Garrido y Llamas, 2014). Donde los recursos
hídricos resultan abundantes, el problema consiste principalmente en evitar su contaminación.
De igual forma, la minería puede resultar intensiva desde el punto de vista del uso energético,
compitiendo con el resto de los sectores con posibilidad de impactos significativos. En varios casos,
la alta rentabilidad minera permite, además, afrontar el costo energético de la desalación en zonas
áridas o semiáridas, cerrando el círculo del Nexo. Como resultado, en muchos casos, el sector
extractivo compite por recursos escasos —agua y energía— con otras actividades económicas,
como la agricultura de riego y el desarrollo urbano.
15 La “modernización de regadíos” es la transformación de la técnica de riego, que pasa de gravedad (inundación) a ser
riego localizado por aspersión. Ello desemboca, en teoría, en un ahorro de agua, pero lleva consigo un incremento del
consumo de energía. Los ahorros de agua normalmente no son sustantivos: consecuencias de la modernización suelen
ser el incremento en el número de las cosechas y la expansión de la superficie bajo riego. Ambos factores pueden
causar disminución de caudal de retorno y de recarga de los acuíferos, lo que puede afectar la disponibilidad de agua
para otros usos localizados aguas abajo.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
actividades electro-intensivas muchas veces ineficientes. Se estima que una proporción significativa
del consumo energético de estos servicios se localiza en la etapa de transporte y distribución o
recolección, particularmente concentrada en la función de bombeo de los fluidos en materia de
abastecimiento de agua potable. En alcantarillado, en cambio, el mayor consumo eléctrico se da
en el tratamiento de las aguas residuales; el tratamiento y disposición de lodos posee un consumo
significativo, aunque también puede ser generador de energía (Ferro y Lentini, 2015). Los gastos de
electricidad de los prestadores de servicios representan entre el 5% y el 30% de los costos totales de
operación, y se estima que el gasto total de energía puede reducirse entre el 5% y el 15%. Estudios
a nivel nacional han comenzado a adoptar el enfoque del Nexo para el análisis de los servicios de
alcantarillado, tratamiento de aguas residuales y reúso en países como Brasil (Stepping, 2016).
Igualmente la construcción de trasvases de agua a larga distancia sólo se puede hacer con
la base de utilización de importantes cantidades de energía para poder llevar a cabo el transporte,
situación que en algunos lugares de la región es importante (por ejemplo, Distrito Federal de México, San
Pablo en el Brasil) y, sobre todo, las elevaciones de agua, aun cuando también en variadas ocasiones
tales elevaciones pueden ser compensadas, en todo o en parte, con las consiguientes caídas del agua
transportada y la posibilidad de instalar centrales hidroeléctricas en los tramos de caída.
Esta relación es muy importante debido a un crecimiento constante del consumo de energía
en los distintos procesos indicados. Ello guarda también relación con la apelación cada vez en mayor
medida a la desalación, una vez que los avances técnicos han permitido una rebaja sustancial del
coste del agua desalada que, en cualquier caso, todavía sigue siendo bastante superior al del agua
captada por otros medios. Lo mismo, en cuanto al gasto energético, puede decirse en relación al
mayor uso de aguas subterráneas en la agricultura, lo que tiene mucho que ver con la subvención
del precio de la energía a utilizar para ello en varios países.
Ante estos altos consumos energéticos, una de las principales líneas de propuestas consiste
en una mayor utilización de energías renovables y en la elevación de la eficiencia energética (Ferro y 227
Lentini, 2015). Desde la perspectiva del Nexo entre energía y agua, se insiste en incorporar la escasez
del agua al proceso de adopción de decisiones en el ámbito de la energía.
Cabe finalmente considerar los aspectos de la agricultura que involucran de manera más
clara la energía. La cadena agroalimentaria consume cerca del 30% de la energía del mundo (FAO,
2011a). Es evidente el lugar central que representa la agricultura en la región: utiliza cerca del
70-80% del agua y ocupa el 25% de la superficie total. Al mismo tiempo, existe un considerable
potencial de expansión y posibilidades de incremento de la productividad asociada, sobre todo a la
implementación y modernización del regadío, lo que lleva aparejado —en la mayoría de los casos—
un incremento del consumo energético. La modernización y expansión del regadío, el uso creciente
y la dependencia de las aguas subterráneas es ya una variable relevante en algunos de los países
de la región y puede transformarse en crítica en términos del Nexo en muchos otros en el futuro.
Un uso más intenso o eficiente del agua en la agricultura lleva aparejado un incremento
del consumo energético que debe ser contemplado de antemano desde el enfoque del Nexo. La
modernización de regadíos sin consideración adecuada de los impactos hidrológicos, ambientales
o energéticos en áreas con déficit, inseguridad en el abastecimiento o volatilidad de los precios de
la energía puede elevar la vulnerabilidad del productor, aumentando sus costes, con el consiguiente
impacto en la producción agropecuaria y su rentabilidad y el reclamo de subsidios al sector público.
Son factores que deben ser considerados en el diseño de una política, desde el enfoque del Nexo,
para un sector que presenta grandes oportunidades de implementación y expansión.
La sobreexplotación acuíferos, por su parte, lleva consigo una serie de problemas e
ineficiencias que podrían modularse o evitarse, en forma más expedita, desde un enfoque del Nexo.
La sobreexplotación combinada con precios bajos de la energía —muchas veces subsidiados,
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
a otros usos que puedan ser creadores de mayor valor añadido. Se trata de políticas que buscan
con la reducción del agua dedicada a la agricultura la posibilidad de relanzar determinados usos
industriales sin afectar la producción de alimentos, en la que estos países suelen ser autosuficientes
o excedentarios o, en todo caso, y por su capacidad económica, con la posibilidad de adquirir
tales alimentos en los mercados internacionales o de formular políticas (como de modernización de
regadíos) para ahorrar agua y conseguir un mismo nivel de producción de alimentos.
Estas políticas suelen ocasionar conflictos entre las estructuras organizadas representativas
de los agricultores (federaciones, asociaciones, etc.) y las de otros usos, incluso con los gobiernos.
Es en parte por esta razón que una adecuada aplicación del enfoque del Nexo, podría traer consigo
una reducción de la conflictividad socio-ambiental entre los distintos usuarios del agua, tanto
entre sus titulares como teniendo en cuenta a los usuarios informales, de mucha importancia en la
región. Ello debido fundamentalmente a que, la aplicación del enfoque del Nexo en la formulación
de políticas, permitiría identificar, de antemano, las afecciones entre sus distintos componentes, y
por consiguiente, corregirlas desde sus orígenes.
En países en vías de desarrollo son también comunes políticas de intensificación de la
superficie dedicada al regadío, como aspiración de conseguir la seguridad alimentaria o la soberanía
alimentaria. Un ejemplo de ello es la Ley de la Década del Riego 2015-2025, del año 2015, en el Estado
Plurinacional de Bolivia. Su objetivo consiste en alcanzar un millón de hectáreas bajo riego durante
esos diez años “con la finalidad de promover la producción agropecuaria a través de inversiones del
nivel central del Estado y las entidades territoriales autónomas orientadas al desarrollo del riego”.
La formulación de este tipo de actuaciones requiere de la disponibilidad de agua suficiente
en cantidad y calidad, además de los medios económicos necesarios para afrontar las inversiones
y, posteriormente —algo que muchas veces se pasa por alto—, poseer también las estructuras
organizativas adecuadas (tanto en el plano interno de la organización de los regantes como en el
administrativo propio de los niveles de gobierno) para la gestión con eficacia y productividad de 229
ese incremento de superficie agrícola de regadío. Entre otras condiciones, hace falta también una
administración con niveles técnicos adecuados para proceder con seguridad jurídica a la atribución
(mediante concesión u otros sistemas) de los caudales de agua necesarios para atender a esa
nueva superficie de regadío y un registro y catastro de aguas público que refleje con exactitud la
situación jurídica de reparto y utilización del agua, lo que es muy difícil de encontrar y muchas veces
compromete el éxito de políticas públicas.
Para evitar algunos de los riesgos vinculados al regadío, a veces se pone el acento en la
mayor capacidad de mejorar la producción de alimentos con el “agua verde”, que es la procedente
de la lluvia, que está en el suelo y que estaría vinculada a los cultivos de secano, en contraste con
el “agua azul”, que es la transportada artificialmente, con distintos tipos de canalizaciones y que da
lugar a los cultivos de regadío. El argumento es que allí donde no se dispone de agua suficiente, sólo
se puede mejorar la seguridad alimentaria, incrementando la productividad de los recursos hídricos
existentes y limitando el crecimiento de la población (Falkenmark y Rockström, 2011).
Igualmente, la relación puede mejorar con el incremento del tratamiento de las aguas
residuales urbanas alcanzando niveles de calidad que permitan su utilización para el riego. Esto
puede ser factible en las proximidades de importantes núcleos habitados, que permitan sufragar
las instalaciones de depuración y regeneración de aguas residuales. También, la llamada “cosecha
de lluvia”, la captación de la precipitación pluvial, tiene un papel en esta relación.
Finalmente, en la relación entre agua y alimentación, hay que tener en cuenta lo que se
conoce como “agua virtual”, que es el agua transportada (incorporada) con los alimentos que un país
importa (o exporta). Este enfoque puede servir para justificar las políticas públicas en función de la
posición del país (zona, cuenca o región) como exportador o importador de agua virtual en relación
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
a determinados alimentos. Los balances que puedan establecerse en relación al agua virtual, unidos
a la situación, en general, excedentaria o deficitaria, de agua, pueden aconsejar la intensificación
de determinadas políticas de producción de algún tipo de alimentos o, al contrario, proceder a su
importación, con la necesaria consideración de las condiciones económicas y sociales en cada caso.
La gran cuestión planteada a través del concepto de comercio de agua virtual es si ello
permite plantear ahorros de agua. Hoekstra y Chapagain (2008) estiman el ahorro global de agua
que permite el comercio agrario en 352 mil millones de metros cúbicos al año. Dadas las tendencias
mundiales de aumentos de consumo y reducción de disponibilidad de los recursos hídricos, la
utilidad de estos enfoques, sobre todo para los países con escasez hídrica, es evidente para que
puedan orientar sus políticas hídricas y agrarias. Cabe agregar que la región de América Latina y el
Caribe es un exportador neto de agua virtual, destacando cuantitativamente los casos de Argentina
y Brasil (Willaarts, Garrido y Llamas, 2014). Desde la perspectiva del Nexo, cesar en la producción de
determinado alimento con una gran huella hídrica y sustituirlo a efectos de consumo por el mismo
producto, pero importado, puede permitir liberar agua para otras utilizaciones, como la producción
de energía o el cuidado ambiental.
Con una extraordinaria potencialidad relativa en recursos hídricos, energéticos y una
capacidad de producción de alimentos, la región mantiene una deuda importante en materia de
alimentación con su propia población en la mayoría de los países (Martínez y Palma, 2016). La
potencial implementación de un enfoque del Nexo no puede soslayar que no son los alimentos, los
recursos hídricos, las fuentes de energía ni el desarrollo de la agricultura, lo que falta en la región,
sino un mínimo de equidad en los modelos de desarrollo sustentable y distribución de sus beneficios,
tal como lo postulan algunos enfoques sobre el Nexo (Biggs y otros, 2015).
Esta paradoja advierte sobre la necesidad de complementar y conectar la preocupación por el
Nexo y la seguridad hídrica, alimentaria y energética con el alcance inmediato de niveles mínimos de
230 equidad y satisfacción de derechos humanos vinculados a los elementos del Nexo, en particular, los
derechos a la alimentación y al agua. Si la situación se contempla en clave de seguridad, la paradoja
se advierte en el rol clave que se le adjudica a la región en proveer a la seguridad alimentaria global
(Bellfield, 2015), mientras parece incapaz de garantizar a sí misma niveles mínimos aceptables de
seguridad en los tres ámbitos.
También debe mencionarse el ciclo urbano del agua o Nexo urbano, que incluye el transporte
desde el punto de aducción (normalmente situado fuera del casco urbano y a veces incluso fuero
de la misma jurisdicción municipal), la potabilización, el transporte del agua ya potabilizada hasta
los diversos puntos de acometida, la recolección de aguas residuales, la canalización hacia las
correspondientes plantas de tratamiento de aguas residuales, la depuración, el tratamiento de lodos
e, idealmente la regeneración de las aguas residuales urbanas para permitir su reutilización con los
niveles de calidad adecuados en relación a los distintos usos a que se van a destinar, incluyendo
la agricultura.
Los servicios de agua potable y saneamiento adquieren una importancia singular en la
región, como ámbito de interconexión, por varios motivos: i) un 80% de la población es urbana, con
proyecciones de incrementos crecientes; ii) la expansión urbana que se está produciendo resulta
escasamente planificada; iii) la existencia de varias megalópolis como espacios críticos para los
abastecimientos urbanos y con crecientes costes energéticos; iv) la vulnerabilidad, segregación
espacial y falta de sustentabilidad; y v) la baja cobertura y deficiente calidad de servicios públicos,
en particular, los de saneamiento y tratamiento de las aguas residuales urbanas (CEPAL, 2014).
Este fenómeno que caracteriza a la región por tener uno de los mayores porcentajes de
población urbana del mundo, constituye una problemática transversal en cuanto involucra los tres
elementos del Nexo, con interacciones específicas de contextos urbanos de países en vías de
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Los elementos positivos de una nueva fuente de energía calificada como “renovable”
deben, sin embargo, matizarse si se tiene en cuenta que esa producción de plantas con destino a
la generación de energía puede llevar consigo una reducción en la producción de alimentos (por
la correspondiente reducción de la superficie agrícola destinada a ello) y también por sustraer una
parte del agua de su vinculación a la agricultura de regadío16. Igualmente y si se trata de residuos
forestales, puede quedar afectada la función ecológica de los bosques. Otra consecuencia puede
231
ser la elevación de los precios de los alimentos, si bien la relación causa-efecto entre la producción
(mundial) de biomasa y los precios agrícolas no es unánimemente aceptada (Martín Mateo, 2008).
Esos riesgos pueden ser prevenidos con una adecuada intervención pública, que puede
operar a varios niveles. Un primer nivel es el de la autorización de las instalaciones de producción
energética con este origen. Otro es la intervención que puede desarrollarse sobre las superficies
agrícolas o forestales que pretendan destinarse a estos fines. Normalmente son necesarios los dos
tipos de intervención17.
En la conferencia de Bonn se formuló al respecto un planteamiento preventivo, en el sentido
de que “Los países en desarrollo que están considerando la bioenergía tienen que tener en cuenta
todos los factores y consecuencias, como la aptitud de la tierra, la disponibilidad del agua, la
competitividad, los costes socioeconómicos y los beneficios, la seguridad alimentaria, el crecimiento
económico y la reducción de la pobreza” (Hoff, 2011).
Otro aspecto importante es que un tercio de los alimentos producidos se pierde, lo que
está igualmente en el origen de la preocupación sobre el Nexo (Martin-Nagle y otros, 2012). A nivel
global, esa pérdida de alimentos representa el 15% del total de la demanda de energía. Todavía más
significativo es el impacto de esta pérdida en el uso de agua, que se estima en entre el 20% y el 30%
16 Según la Comisión Europea (2011), “La agricultura intensiva, cuyo propósito es producir más alimentos y biomasa,
podría intensificar la demanda de agua dulce para regadío y, por consiguiente, la presión sobre las reservas hídricas.
Es preciso elaborar rápidamente soluciones en relación con el agua, de forma que aumente la eficiencia del riego, se
reduzca el consumo de agua y se gestionen y conserven de manera sostenible los acuíferos”.
17 En España, por ejemplo, las instalaciones eléctricas para esta producción de energía son objeto de autorización. A
esto se agrega la intervención, sobre todo con finalidad ambiental, sobre las superficies forestales destinadas a la
producción de biomasa. La intervención sobre las superficies agrícolas se hace principalmente desde la perspectiva
del agua, pues las concesiones deben referirse expresamente a las superficies de riego y cultivos a los que se debe
destinar el agua.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
del uso total de este recurso (Hoff, 2011). Éste es un aspecto importante que debe ser considerado
a la hora de la formulación de políticas y planificación de la producción y manejo de los alimentos
(conservación de alimentos en redes frigoríficas, transporte más seguro, educación de los pequeños
agricultores y sus familias, etc.) para evitar o disminuir ese resultado negativo.
Finalmente, en cuanto a las interrelaciones entre la agricultura y el cambio climático, es
preciso agregar que la actividad agrícola genera, globalmente, entre el 10% y el 12% de los gases
de efecto invernadero (IRTA, 2016). De la misma forma, la producción de energía eléctrica y de calor
contribuye con el 27% al total de las emisiones de estos gases (Martin-Nagle y otros, 2012).
Las consideraciones ambientales en el Nexo son muy importantes: las perspectivas solamente
sectoriales (desde el ángulo de la energía y de la producción de alimentos), puramente productivistas,
conllevan el riesgo de resultar en una máxima utilización del agua con la consiguiente degradación
del recurso que al final afectaría a la misma producción de energía y alimentos cuya maximización
fue, precisamente, la causa de la degradación del recurso hídrico.
La región es un exportador neto de materias primas y alimentos al tiempo que posee todavía
un gran potencial por desarrollar. En particular, Brasil y Argentina se encuentran entre los mayores
productores de biocombustibles de primera generación, pero también otros países como Colombia,
Paraguay y Perú, aunque en menor medida. No obstante, deben también tenerse en cuenta países
que se mueven en direcciones contrarias. Por ejemplo, en el Estado Plurinacional de Bolivia, la Ley
Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien, del año 2012, prohíbe “la producción
de agrocombustibles y la comercialización de productos agrícolas para la producción de los mismos
en tanto que es prioridad del Estado Plurinacional de Bolivia precautelar la soberanía con seguridad
alimentaria”.
En los casos de Brasil y Argentina ha tenido lugar un gran incremento de la producción de
232 estos biocombustibles e, igualmente, de su consumo, con una relación entre el nivel de producción y
consumo y el precio del petróleo. El resultado de esta actividad es un gran incremento de la demanda
de agua, constatándose que ese aumento lo es en menor medida en el Brasil que en la Argentina,
pues en el Brasil no se riega la caña de azúcar mientras que sí se practica en Tucumán (Argentina)
donde se centra la mayor producción. En ambos casos, sin embargo, también se constata una
elevación en la contaminación del agua por la utilización de fertilizantes y pesticidas en el proceso
de cultivo de las plantas e, igualmente, tiene lugar un incremento en la contaminación de las aguas
derivado del mismo proceso de producción del biocombustible (Saulino, 2011a).
De las interrelaciones entre alimentación y energía, la producción de biocombustibles es
de especial relevancia para la región (Mirzabaev y otros, 2015). Desde esta perspectiva, el enfoque
del Nexo implica la necesidad de revisión de las condiciones en que se ha producido la apuesta de
algunos países por la producción de biocombustibles (Saulino, 2011a; Scott, Kurian y Wescoat, 2015).
Es importante destacar también que, al ser la región un exportador neto de alimentos y
materias primas agrícolas, también se generan cantidades muy significativas de desechos biomásicos,
tanto en el campo como en los procesos de transformación, los cuales tienen un enorme potencial
como insumos para la producción de biomateriales y bioenergía. En concepto central del enfoque
de la bioeconomía es el de biorrefinería (véase Jungmeir, 2014), que se plantea como una alternativa
para el aprovechamiento pleno de la cascada de uso de la biomasa, generando nuevas cadenas
de valor y logrando reducir, e incluso eliminar, la descarga de desechos al ambiente. En particular,
se ha desarrollado el concepto de biorrefinería de desechos (Bhaskar y otros, 2016; Mohan y otros
2016). Argentina, uno de los principales países agroexportadores de la región, ya se está moviendo
en esa dirección y es previsible que la tendencia sea seguida por otros países.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
La mayoría de las formas de producción de energía requieren de agua pero la hidroeléctrica es la que reviste la mayor
importancia en la región siendo la principal fuente de energía y la que presenta un futuro de mayor crecimiento en
la mayoría de los países de Sudamérica y América Central. La hidroelectricidad a gran escala presenta múltiples
interconexiones y la dependencia excesiva de esta fuente en consideración del cambio y variabilidad climática amenaza
simultáneamente la seguridad hídrica, energética y alimentaria de países como Colombia, Venezuela o algunos del Caribe.
La explotación de hidrocarburos y minería demandan cantidades variables de agua y energía pudiendo afectar
severamente al medio ambiente y la calidad de los recursos hídricos. Esta interconexión es muy relevante en casi toda
la región pero muy especialmente en los países andinos, Brasil, México, Venezuela y algunos de América Central. La
relación puede cobrar una intensidad especial cuando se usan técnicas de fractura hidráulica.
El uso del agua para producción de energía no se compara con el de la agricultura en cantidad (salvo en regiones
áridas o semiáridas), pero es el que mayor conflictividad social genera tanto por el desplazamiento de poblaciones como
por las consecuencias asociadas y la afectación de calidad sobre las fuentes.
Energía-agua: captación, uso y desalación de agua
El mayor gasto energético en relación al agua en la región se produce en las etapas de captación de aguas subterráneas,
233
transporte y uso, entre los que destaca el riego. Esta interconexión debe considerar especialmente el nivel de subsidio
para la extracción, la sobrexplotación de los acuíferos tanto como la ineficiencia de los sistemas de riego y los equipos
de bombeo. La relevancia y dependencia creciente de las aguas subterráneas es común a toda la región con énfasis
en América Central y México donde alcanza al 65% del agua utilizada y en las áreas desérticas o semidesérticas de
Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, México o Perú, por ejemplo. La creciente sobreexplotación de acuíferos, presenta
interrelaciones con los tres ámbitos del Nexo al impactar la cantidad y calidad de las aguas, sacar tierras de producción
e incrementar los costos energéticos de su extracción, con mayores impactos negativos centrados frecuentemente en
los usuarios más débiles. En la actualidad, el consumo energético no es significativo en depuración ni en la desalación
que se limita a lugares puntuales para actividades de alta rentabilidad (principalmente en Chile, México, Perú y algunos
países del Caribe).
Agua-alimentación: agricultura
La importancia de la agricultura debe entenderse en relación con particularidades regionales donde su práctica
y expansión a gran escala y con destino principal de exportación tienen relación directa con la desforestación, el
monocultivo, el aumento del riesgo de contaminación difusa, sedimentación, erosión e inundaciones, el desplazamiento
de población local y la afectación de la agricultura familiar o de subsistencia, trascendente para la alimentación en la
región. Su relevancia es capital para la región en términos de consumo de agua, participación en el producto interno
bruto y provisión de trabajo, alcanzando prácticamente a la totalidad de los países de la región.
Una vinculación especial entre los tres elementos del Nexo se produce en los casos de producción de biocombustibles
dado que, usualmente, consumen agua, sirven para la producción de energías y pueden afectar, por sustracción de tierras
y aguas, a la producción de alimentos. La agricultura con fines de producción energética o de biocombustibles no sólo
comparte los impactos de la agricultura a gran escala sino que puede impactar tanto en la disponibilidad como en el
precio de los alimentos. Particular relevancia presenta el desarrollo de biocombustibles en Argentina, Brasil, Paraguay y
en menor medida en el Perú, Colombia y en países de América Central como Costa Rica. Igualmente es posible observar
la relación entre los tres elementos del Nexo en el ámbito agrícola, cuando se involucra la modernización de regadíos
(lo que implica mayor utilización energética, mayor uso consuntivo agua y puede elevar la producción de alimentos) o
se instauran políticas de fomento de la electricidad favoreciendo, mediante rebajas tarifarias, la sobreexplotación de
acuíferos dado que se incrementa la extracción de agua.
Cuadro III.1
Grado de relevancia de los ámbitos de interconexiones según subregión
Región
Ámbitos de interconexiones Región Andina Cono Sur Mesoamérica Caribe
Amazónica
Agricultura, modernización de regadíos Alta Media Media Alta Media
y sobreexplotación de acuíferos
Alta
Media Alta
Biocombustibles (Argentina, Media Media
(Perú, Colombia) (Brasil) Paraguay)
Alta
Alta (Argentina, (Costa Rica,
Alta (Colombia,
Generación hidroeléctrica Alta (Brasil) Paraguay, Perú, Guatemala, Baja
Venezuela) Uruguay) Panamá,
Honduras)
Alta
Alta (Argentina)
(Ecuador, Baja
Hidrocarburos Alta (Brasil) (Baja en Baja
Venezuela, (Alta en México)
Paraguay y
Perú) Uruguay)
Alta
(Bolivia, Chile, Alta Alta Alta
Minería Baja a media
Perú, Colombia, (Brasil) (Argentina) (México)
Venezuela)
Alta Alta
Nexo urbano (servicios de agua potable (Bolivia, Alta Alta Alta (Haití,
y saneamiento en las ciudades) Colombia, (Brasil) (Argentina) (México) Nicaragua)
Perú)
234
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Parte B
Estudios de caso sobre el Nexo entre agua, energía y
alimentación en América Latina y el Caribe
B1 F. Saulino (2011), Implicaciones del desarrollo de los biocombustibles para la gestión y el
aprovechamiento del agua; pp. 15-24.
En efecto, para mejorar la eficiencia del uso de la tierra probablemente se recurra a sistemas
de alto rendimiento que requieren un mayor uso de fertilizantes, pesticidas y agua para riego
(PNUMA y otros, 2011). Esta situación generaría un crecimiento de la demanda de agua, a la vez que
probablemente ocasione un incremento en la contaminación hídrica con fertilizantes y pesticidas.
Por otra parte, el aumento de las superficies plantadas podría causar una mayor evapotranspiración,
lo que aumentaría el uso consuntivo y reduciría el flujo de retorno y la recarga de los acuíferos.
Los impactos dependerán considerablemente del contexto, el tipo de uso de la tierra que será
reemplazado para aumentar la producción, la especie elegida, y la vulnerabilidad del ecosistema que
se verá afectado (Dworak y otros, 2008) (véase el recuadro III.2). Como regla general, las especies 235
que requieren menor riego, menos fertilizantes y pesticidas, y provén una mejor protección contra
la erosión tendrán un impacto menor en los recursos hídricos (NRC, 2008).
A estos impactos hay que sumarles los provenientes del proceso de producción de
biocombustibles, que también puede afectar la cantidad y calidad del agua. En efecto, las plantas
productoras de biodiesel y bioetanol utilizan agua en distintas etapas del proceso de producción,
por lo que su instalación puede significar un incremento de la demanda de agua. Asimismo, como
consecuencia del proceso de producción, se generan efluentes que, si no son tratados adecuadamente,
pueden ocasionar un incremento en la contaminación de los cuerpos receptores.
2. Cantidad de agua
a) Producción de biomasa
El agua juega un rol central en el cultivo de la biomasa que será luego utilizada para la producción
de biocombustibles. En efecto, la agricultura usa agua a través de la transpiración de las plantas y la
evaporación de los suelos (que en conjunto se denominan evapotranspiración) (Molden y otros, 2007).
Es posible clasificar el agua utilizada en la agricultura en dos categorías: agua azul y agua
verde. Se llama “agua azul” al agua extraída de los ríos, reservorios, lagos y acuíferos, que puede ser
utilizada en el riego de cultivos o para otros usos humanos (Molden y otros, 2007). El agua azul puede
ser destinada a usos consuntivos o no consuntivos. Los usos consuntivos remueven el agua del ciclo
hidrológico a través de la transpiración de las plantas, la evapotranspiración, o su incorporación a un
producto terminado; por lo que esta agua deja de estar disponible en lo inmediato para otros usos
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
(PNUMA y otros, 2011). Por otra parte, el uso no-consuntivo implica la devolución del agua al ecosistema,
con o sin cambios en su calidad u oportunidad (por ejemplo, en el caso de almacenamiento), lo que
permite su reutilización posterior para otros usos agrícolas, industriales o el consumo humano.
Recuadro III.2
Opciones para mejorar la productividad del agua a través de las mejoras agronómicas y
los cambios en la producción regional
Los modelos de ecosistemas pueden utilizarse para evaluar los impactos en la calidad de agua producto de la expansión
de la producción de los biocombustibles, al mismo tiempo que contribuyen a una mejor comprensión de la importancia
de las distintas prácticas de manejo del suelo y del agua para lograr un incremento de la productividad de la agricultura.
A partir de la utilización de uno de estos modelos, se cuantificó la productividad del agua para distintas
fuentes de biomasa. Los resultados sugieren que la productividad del agua varía considerablemente para las distintas
combinaciones de cultivo-biocombustible, y que existen variaciones geográficas significativas dentro de la misma
combinación. Estos resultados remarcan la importancia del suelo y los factores climáticos. Sin embargo, también el
manejo agronómico funciona como un fuerte determinante de la productividad del agua, ya que influencia los niveles
de producción, la transpiración y la evaporación del suelo.
Asimismo, se desarrollaron distintos escenarios que describen formas de aumentar la producción del cultivo
para bioenergía o alimentación. Estos escenarios incluyeron cambios en la elección de los cultivos plantados y mejoras
en su manejo. Para evaluar el impacto de la elección del cultivo desde la perspectiva del agua, se analizó un escenario
en que la cantidad total de agua utilizada actualmente por los diferentes cultivos bioenergéticos se destina sólo a aquel
que es más eficiente en términos de la energía producida por unidad de agua consumida.
A nivel mundial, asumiendo que otros recursos distintos del agua no están limitando el crecimiento, reemplazar
los cultivos actuales por otros más eficientes en términos de agua consumida podría teóricamente aumentar la energía
producida en un 60% sin ningún impacto en el flujo de retorno, es decir, sin afectar la disponibilidad de agua para
otros usuarios y el medio ambiente. Asimismo, la mejora en las prácticas de manejo podría aumentar el rendimiento
de los cultivos entre un 10 y 40%.
Fuente: PNUMA y otros (2011).
236
Cuando el agua azul es utilizada para riego, una parte del agua aplicada al cultivo es
evapotranspirada y el resto vuelve a los acuíferos y cursos de agua superficiales en lo que se conoce
como “flujo de retorno”. La eficiencia en la técnica de riego mide el porcentaje de agua utilizada para
riego que efectivamente es evapotranspirada (por ejemplo, una eficiencia del 50% significa que de
cada 4 unidades de agua utilizadas para riego sólo dos son evapotranspiradas y el resto se convierte
en el flujo de retorno) (Huffaker, 2010). Es decir que cuanto más eficiente es la técnica utilizada menor
es la cantidad de agua que se necesita aplicar para satisfacer las necesidades del cultivo y también
menor el flojo de retorno.
Sin embargo, este aumento en la eficiencia no siempre significa una mayor conservación del
recurso, sino que esto depende de la suerte que corra el agua “no consumida” por la evapotranspiración
(Huffaker, 2010). En efecto, esta agua “no consumida” en muchos casos es fuente de recarga de los
cuerpos de agua superficiales y de los acuíferos que, a su vez, proveen agua para otros usuarios o
usos18, expresados o no en derechos formales. En estos casos, un aumento en la eficiencia del riego
significa una menor extracción de agua, pero también un menor flujo de retorno, lo cual puede afectar
significativamente el caudal de los ríos y la recarga de los acuíferos (véase el recuadro III.3).
18 Siempre y cuando estos caudales de retorno no estén severamente degradados o no se dirijan hacia cuerpos de agua
que no tienen uso posible (por ejemplo, acuífero salino).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro III.3
Conservación, eficiencia y disponibilidad de agua
Supongamos que el río tiene un caudal de 10 unidades de agua en cada temporada de riego. En el status quo, una
granja extrae 4 unidades para riego, dejando otras 6 unidades en el río. Si suponemos una eficiencia del 50% en
la técnica de riego utilizada, 2 de las 4 unidades de agua se convertirían en evapotranspiración. Las dos unidades
no consumidas volverían al río, por lo que quedarían 8 unidades para otros usos. El aumento de la eficiencia en la
técnica de riego utilizada a un 66% puede significar también un aumento en la evapotranspiración (dependiendo de
la tecnología adoptada). Supongamos que la evapotranspiración aumenta de 2 a 2,5 unidades. Para 2,5 unidades de
evapotranspiración se requiere extraer 3,8 unidades de agua, dejando 6,2 para otros usos. El flujo de retorno sería en
este caso de 1,3 unidades y el caudal del río de 7,5 unidades. Podría parecer que se ha conservado el recurso, porque
al compararlo con la situación original del río después del punto de extracción, ha aumentado en 0,2 unidades. Sin
embargo, luego de incluir las 0,7 unidades de reducción del caudal producto del menor flujo de retorno, el caudal total
—disponible para usos y usuarios localizados aguas abajo— ha decrecido en 0,5 unidades.
Por otra parte, el término “agua verde” se utiliza para referirse al agua de lluvia acumulada
en los suelos, que se encuentra disponible para la utilización de las plantas (Molden y otros, 2007;
PNUMA y otros, 2011). El uso del agua verde se considera siempre un uso consuntivo, ya que el
agua utilizada deja de estar disponible en lo inmediato.
Durante la producción de biomasa se pueden utilizar distintas combinaciones de agua azul
y verde. En la agricultura de secano sólo se utiliza agua de lluvia para satisfacer las necesidades
del cultivo, y por tanto se dice que sólo usa agua verde, mientras que si se recurre al riego, al agua
verde se le agrega agua azul para mantener niveles adecuados de humedad en el suelo.
Las implicancias de utilizar una u otra fuente de agua difieren considerablemente (Molden
y otros, 2007). En efecto, un aumento en la evapotranspiración de agua azul implica una reducción
inmediata del caudal de los cursos de agua y de los niveles de agua subterránea; mientras que un
237
aumento en la evapotranspiración de agua verde se debe generalmente a la expansión del área
cultivada y normalmente tiene menos impacto en los caudales de agua azul que continúan disponibles
para otros usos.
Por tanto, el impacto de un aumento en la producción de biomasa en la cantidad de agua
varía considerablemente dependiendo de las características de las especies, las condiciones de
producción agrícola, y el clima del lugar en donde ésta se desarrolla (Gerbens-Leenes y otros, 2009).
Los casos de la producción de caña de azúcar en el Brasil, la Argentina y el Perú ilustran este punto.
En efecto, el cultivo de caña de azúcar en el Brasil generalmente no requiere riego (PNUMA
y otros, 2011). Esta práctica es más frecuente en el nordeste —región donde se genera tan solo el
10% de la producción total— y si bien se está utilizando con mayor frecuencia en la región centro-
oeste, todavía está asociada al riego suplementario o de rescate19. En cualquier caso, los volúmenes
de riego son bajos (aproximadamente entre 100 y 200 milímetros por año) y en general se utilizan
aguas residuales de la producción de caña y bioetanol.
En la Argentina la situación es diferente. La producción de caña de azúcar se concentra
mayoritariamente en la Provincia de Tucumán, donde funcionan 15 de los 23 ingenios azucareros
del país que representan entre un 60-65% de la producción nacional (Romero y otros, 2009). Las
Provincias de Salta y Jujuy por su parte aportan cerca de un 35%, seguidas por Santa Fe y Misiones
que apenas alcanzan el 1% de la producción total20.
19 Se utiliza para restaurar la humedad del suelo o para proveer agua al cultivo durante períodos de stress hídrico.
20 En la zafra 2010, la producción argentina de azúcar fue de casi 1,9 millones de toneladas. La Provincia de Tucumán
elaboró el 62,6% del azúcar argentino, mientras que Salta y Jujuy participaron con el 37% y el Litoral con menos del
1% (EEAOC, 2011).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
238 El cultivo de caña de azúcar se desarrolla principalmente en los valles de la costa norte del
país, un área que enfrenta problemas de disponibilidad de recursos hídricos (Guevara y Pareja,
2008; Albavera y Moya, 2007). El riego constituye el principal uso del agua en la costa, donde se
registran 1,7 millones de hectáreas bajo riego. En muchos casos, el uso del agua para riego es
deficiente y se estima que el 40% de las tierras de esta zona tiene problemas de drenaje y salinidad
producto de las malas prácticas en el uso del agua. La expansión del cultivo de caña requeriría,
por tanto, una gestión de los recursos hídricos que debiera combinar un uso más eficiente de los
recursos disponibles, una reorientación del uso actual, nuevas obras para ampliar la disponibilidad
de agua, y la mejora en las técnicas de riego utilizadas (Albavera y Moya, 2007). En el recuadro III.4
se analizan los efectos de un aumento en la producción de biomasa para la disponibilidad del agua
en los valles de Chira y Piura.
En lo que respecta a la producción de biodiesel, la soja es la fuente de biomasa más utilizada
en la Argentina y el Brasil. Las diferencias en el requerimiento de agua para el cultivo de soja entre
ambos países no son tan significativas como en el caso de la caña de azúcar.
21 La infraestructura hídrica de la provincia cuenta con una red de canales de más de 1,7 mil kilómetros de longitud, que
conduce aguas captadas en ríos, arroyos y vertientes por 30 obras fijas (9 presas y represas de embalse, 21 diques
niveladores) y más de 150 tomas rústicas (Tucumán, 2010). A ello se le suma el uso del agua subterránea desde pozos
surgentes y semisurgentes.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Recuadro III.4
Los efectos de un aumento en la producción de biomasa sobre la disponibilidad de
recursos hídricos en el Perú
Los valles de Chira y Piura se encuentran ubicados en el norte del Perú, en una región semiárida, donde la disponibilidad
del agua es baja a causa de la insuficiente capacidad reguladora del embalse Poechos y la creciente demanda. El 90%
del agua disponible en estos valles es usada para la agricultura, y el resto se divide entre el consumo poblacional (9%)
y el uso industrial (1%).
Como consecuencia del desarrollo de la industria del etanol en el Perú, en los próximos años se planea
incorporar progresivamente más de 22 mil hectáreas de cultivos destinados a la producción de biomasa en los valles
de Chira y Piura.
Un estudio realizado para el Proyecto Bioenergía y Seguridad Alimentaria de la Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) analizó la sostenibilidad del recurso hídrico ante este crecimiento
de la demanda para cuatro escenarios diferentes, y evaluó los impactos desde el punto de vista de la confiabilidad y
vulnerabilidad del sistema y la cobertura de la demanda.
Para el primer escenario, se utilizó el sistema en el estado en que se encontraba al momento del estudio, sin
considerar el aumento esperado en los cultivos para la generación de biomasa. Bajo estas circunstancias, se cubre
un 90% de la demanda de agua para actividades agrícolas, el 100% de la demanda poblacional e industrial, y un 76%
en los cultivos nuevos en instalación. Se considera que para este escenario la confiabilidad promedio del sistema —
garantía que ofrece el sistema para satisfacer las demandas— es de un 75%.
En el segundo escenario, se evaluó la situación para el año 2030 con la incorporación de unas 24 mil hectáreas
nuevas con cultivo de caña de azúcar. Asimismo, para este escenario y los siguientes, se incorporó el agua subterránea
al modelo para mejorar el abastecimiento de la demanda producto de la introducción de los cultivos para la generación
de biomasa. En este escenario, se alcanzaría el 98% de cobertura de la demanda de agua para consumo poblacional,
pero la cobertura de la demanda agrícola disminuiría considerablemente: 86% para los agricultores del valle y 62%
para las áreas nuevas con cultivos destinados a la generación de biomasa. Bajo este escenario, la confiabilidad del
sistema disminuye a un 65%.
En el tercer escenario, se analizó la situación en 2030 con un incremento en las áreas cultivadas con sorgo,
cuyo cultivo requiere un menor volumen de agua. En este escenario, se cubriría un 98% de la demanda poblacional,
un 80% de la demanda de los agricultores del valle, y un 73% de la demanda proveniente de las áreas plantadas con 239
sorgo. Bajo este escenario la confiabilidad del sistema mejora, alcanzando un 70%.
En el cuarto y último escenario, se consideró la situación en 2030 con un incremento de las áreas de cultivo
de caña, incorporando además un aumento en las áreas de cultivo de los agricultores. Para este escenario, se espera
un nivel de cobertura del 98% de la demanda poblacional, del 80% de los cultivos agrícolas del valle, y del 52% de los
cultivos de caña. La confiabilidad del sistema bajo este escenario es de un 59%, lo cual indica que la satisfacción de
las demandas de agua se vería muy afectada y el sistema no podría considerarse como confiable.
El estudio concluye remarcando la necesidad urgente de una planificación del aprovechamiento de los
recursos hídricos en los valles de Chira y Piura, así como la mejora en la productividad del agua para permitir una
mayor producción de alimentos con el mismo volumen de agua. Asimismo, se recomienda explorar otras variedades
con menor requerimiento de agua, como el sorgo, mejorar la eficiencia de uso de agua para riego y disminuir o eliminar
el sistema de riego por pozas, dada su baja eficiencia.
Fuente: Taipe (2010).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
En el Brasil, en el período 1995-2006, el área cultivada con soja aumentó un 69% alcanzando
las 15,6 millones de hectáreas plantadas (IBGE, 2006). Según datos del censo agropecuario 2006,
624 mil hectáreas de soja se encontraban bajo riego, lo que representaba un 14% de la superficie
regada total (Coelho, 2011) y un 4% de la superficie plantada con soja.
El área cultivada continuó aumentando en las campañas más recientes. En efecto, durante
la campaña 2008-2009 se plantaron 21,6 millones de hectáreas de soja (MAPA, 2009) y se espera
que para la campaña 2010-2011 el área plantada alcance las 23,3 millones de hectáreas con una
producción aproximada de 67,5 millones de toneladas (USDA, 2010c).
En la Argentina, el cultivo a nivel comercial se hace a secano (Carballo, 2011) y sólo se
utiliza riego en semilleros o por productores de alta tecnología localizados en áreas donde el agua
subterránea es apta (norte de Buenos Aires, sur de Santa Fe, sur-este de Buenos Aires o Córdoba).
El riego es complementario por lo que la superficie regada varía anualmente, aunque se estima que
en total no supera el 2% de la superficie plantada.
b) Producción de biocombustibles
El agua también juega un papel central en el proceso de producción de biocombustibles. Esta
sección analizará el uso de agua en el proceso de conversión de la biomasa en biocombustibles y
cómo las técnicas utilizadas pueden modificar la demanda de agua de la industria, tomando como
base el caso de las plantas de producción de etanol en el Brasil.
En el Brasil, las plantas que producen etanol a partir de caña de azúcar utilizan agua en
distintas etapas del proceso de producción, que incluyen: i) la recepción y preparación de la caña y
240 la extracción del caldo; ii) el tratamiento del caldo; iii) la fermentación; y iv) la destilación del alcohol
(ANA y otros, 2009)22.
Durante la primera etapa, la caña de azúcar es lavada, picada, desfibrada y molida. De este
proceso se extraen un caldo primario que es utilizado para la producción de azúcar y un caldo mixto
que se usa en la producción de etanol (ANA y otros, 2009). Existen tres usos del agua en esta etapa:
el lavado de la caña, el agua de remojo y la refrigeración de los equipos.
En la etapa de lavado de caña, la inclinación de la mesa de recepción determina la cantidad
de agua utilizada en el proceso (ANA y otros, 2009). En efecto, si se utilizan mesas planas o con poca
inclinación, la cantidad de agua utilizada es de aproximadamente 10 metros cúbicos por tonelada de
caña, mientras que con mesas inclinadas a 45º se disminuye el uso del agua a la mitad. En los casos
en los que la caña se recibe picada (como consecuencia de la extracción mecanizada) se utiliza un
proceso de limpieza en seco para evitar la pérdida de azúcar; por lo que, tomando en cuenta que
las usinas pueden recibir caña entera y caña picada, se estima que las tasas brutas de uso de agua
en este proceso alcanzarían los 2,2 metros cúbicos por tonelada de caña.
Una vez lavada, la caña se tritura, desfibra y posteriormente se envía a la molienda para
extraer el caldo (Cappelli y otros, 2009). El agua también se utiliza en esta etapa para embeber el
bagazo y disolver la sacarosa aún presente, aumentando de este modo la extracción (ANA y otros,
2009). En promedio, para este proceso se utiliza entre 25 y 30 metros cúbicos de agua por tonelada
de caña molida.
La segunda etapa es el tratamiento del caldo de caña con el fin de obtener un caldo clarificado
(ANA y otros, 2009). El uso promedio de agua en esta etapa alcanza los 0,435 metros cúbicos por
tonelada de caña.
22 Para una descripción detallada del uso del agua durante estos procesos véase ANA y otros (2009).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
La tercera etapa es la fermentación y durante ella se utiliza agua para la preparación del mosto,
para su refrigeración, para la dilución del fermento, para el lavado de los gases de la fermentación
y para la refrigeración de la maquinaria utilizada (ANA y otros, 2009). En esta etapa se utilizan en
promedio 4,4 metros cúbicos de agua por tonelada de caña.
Por último, durante la cuarta etapa se lleva a cabo la destilación. En esta etapa, se utiliza
agua en forma de vapor para la destilación, y agua en estado líquido para la refrigeración de los
condensadores (ANA y otros, 2009). En total, esta etapa del proceso utiliza en promedio 3,9 metros
cúbicos de agua por tonelada de caña.
El Estado de San Pablo puede ser tomado como ejemplo del impacto local de la producción
de azúcar y etanol para la captación de agua superficial. Durante la década de 1990, la participación
de este sector en la captación de agua representaba un 13% de la demanda total del Estado y cerca
de un 40% de la demanda del sector industrial (ANA y otros, 2009). Sin embargo, para el año 2007,
la participación de este sector en el demanda total del Estado había disminuido considerablemente
representando el 7,7% de la demanda total y cerca del 25% de la demanda del sector industrial.
Estos datos son particularmente significativos si se tiene en cuenta que durante el mismo período
la producción de este sector creció en un 125% sin que este crecimiento fuera acompañado por un
incremento en la demanda de agua.
A nivel global, la industria de caña de azúcar y etanol en el Brasil ha logrado disminuir
considerablemente la tasa de extracción de agua gracias a la implementación de mecanismos para su
reutilización y el uso de circuitos cerrados (ANA y otros, 2009). En efecto, como puede apreciarse en
el Gráfico 3, la tasa de extracción de agua pasó de ser de entre 15 a 20 metros cúbicos por tonelada
de caña en la década de 1970 a 1 metro cúbico por tonelada de caña en el año 2010. Esta disminución
en el uso del agua se debería a la aprobación de legislación ambiental y la implementación de un
sistema de cobro por la utilización de los recursos hídricos (véase la página 42) (ANA y otros, 2009).
241
Por otra parte, en lo que respecta a la producción de biodiesel, ésta comprende dos etapas: la
obtención del aceite a partir de la oleaginosa (que en la Argentina y el Brasil es mayoritariamente soja)
y su posterior transformación en biodiesel (Donato y Huerga, 2009). Según una encuesta realizada
a las empresas de extracción de aceite y producción de biodiesel en la Argentina23, aquellas que
más agua utilizaron como insumo durante el proceso de producción necesitaron 1,2 metro cúbico
de agua por una tonelada de aceite y 0,6 metro cúbico de agua para convertirlo en una tonelada
de biodiesel.
c) Conclusiones
Las diferencias en la demanda y productividad del agua entre las distintas combinaciones cultivo/
región geográfica/tecnología utilizada llevan a que el impacto del aumento en la producción de
biocombustibles deba evaluarse a nivel local, regional y de cuencas. En efecto, la producción de
biocombustibles a base de cultivos bajo riego requiere mayores volúmenes de agua en comparación
con la agricultura en secano, cuya influencia en la disponibilidad de recursos hídricos a nivel local
y regional es normalmente mucho menor.
23 Los datos relevados no involucraron a pequeñas y medianas empresas. La capacidad de las empresas aceiteras
relevadas supera las 96,5 mil toneladas al mes y la capacidad de las empresas productoras de biodiesel supera las 9
mil toneladas al mes (Donato y Huerga, 2009).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
valles de Chira y Piura, el aumento en la superficie bajo riego puede tener impactos significativos en
aquellas regiones que enfrentan problemas de disponibilidad de los recursos hídricos, afectando la
cantidad de agua disponible para otros usos y el medio ambiente. En muchos casos, sin embargo, la
elección de la variedad utilizada como fuente de biomasa puede aumentar la productividad del agua.
Por otra parte, las técnicas de producción también tienen un impacto significativo en la
demanda de agua en la etapa de conversión de la biomasa en biocombustibles. En este sentido,
la experiencia brasilera es un buen ejemplo de cómo la mejora de los procesos de producción,
incentivada por la legislación de aguas, puede afectar la tasa de extracción de la industria.
Gráfico III.1
Tendencia de la tasa de extracción de agua en la industria de la caña de azúcar y etanol
en el Brasil
(Metros cúbicos por tonelada de caña)
20
15
10
242
0
1970 1975 1980 1985 1990 1995 2000 2005 2010
a) Producción de biomasa
Un aumento en la producción de biomasa probablemente impacte en la calidad de agua como
consecuencia de la utilización de agroquímicos y pesticidas, o de la adopción de prácticas agrícolas
que generen la erosión del suelo.
En efecto, los pesticidas utilizados en la agricultura pueden ser arrastrados por la escorrentía
hacia lagos, lagunas y ríos, o llegar a ellos como consecuencia del proceso conocido como “deriva”24.
La presencia de estas sustancias en los cuerpos de agua puede causar el envenenamiento de los
peces que habitan estos ecosistemas y de sus predadores25, pudiendo afectar también la salud
de la población que se alimenta de ellos o que bebe el agua contaminada (PNUMA y otros, 2011;
Ongley, 1996). Asimismo, si los suelos en los que se aplican son permeables, los pesticidas pueden
filtrarse hacia los acuíferos y aguas subterráneas (NRC, 2008).
El uso de fertilizantes ricos en nitrógeno y fósforo también puede tener un impacto negativo en
los cuerpos de agua superficiales y subterráneos. En efectos, sólo una parte del fertilizante aplicado
al cultivo es absorbido por las especies plantadas, mientras que el resto permanece en el suelo y
puede ser transportado hacia aguas superficiales por la escorrentía (NRC, 2008).
La presencia de altas concentraciones de estos nutrientes en los cuerpos de agua estimulan
el crecimiento desmedido de las especies de algas, creando un desbalance en el ecosistema
(PNUMA y otros, 2011). Entre las consecuencias de este fenómeno, conocido como eutrofización,
se encuentra la producción excesiva de materia orgánica y el aumento del consumo de oxígeno
disuelto, que puede llevar a su agotamiento, causando la muerte de los organismos que habitan en
los ecosistemas acuáticos. Asimismo, el aumento en las concentraciones de nutrientes inorgánicos
tiene impactos en la salud de las personas y de los animales domésticos, y también puede afectar
el uso estético y recreativo de los cursos de agua (EPA, 2010). 243
Por otra parte, el mayor uso de fertilizantes que contienen nitrógeno puede provocar un aumento
de los niveles de nitratos y nitrititos presentes en el agua subterránea (NRC, 2008). El nitrógeno en
formas como el nitrato es altamente soluble y puede infiltrarse hacia la napa subterránea, afectando
su calidad. En efecto, la probabilidad de contaminación de aguas subterráneas con nitratos guarda
una fuerte correlación con el aumento en el uso de fertilizantes que contienen nitrógeno y con suelos
con buen drenaje asentados sobre grava o arena no consolidada.
Finalmente, la erosión del suelo producto de la adopción de prácticas agrícolas no sustentables,
como el arado de suelos no aptos para la agricultura, también puede afectar significativamente la
calidad de los cuerpos de agua superficiales (NRC, 2008). En efecto, los sedimentos resultantes de la
erosión del suelo son arrastrados por la escorrentía hacia los cuerpos de agua cercanos, afectando
su calidad (PNUMA y otros, 2011). Asimismo, estos sedimentos arrastran consigo nutrientes y
pesticidas, contribuyendo a los fenómenos descriptos en los párrafos anteriores.
Fiorio y otros (2000) proporcionan un ejemplo del problema que pueden ocasionar los
sedimentos en los sistemas acuáticos. Estos autores estudiaron una cuenca en el municipio de
Piracicaba, en el Estado de San Pablo, donde en el año 1978 se construyó un reservorio de agua.
En ese entonces, un 25% de la cuenca se encontraba cubierta con caña de azúcar. Veinte años
más tarde, ese porcentaje rozaba el 70% y el reservorio ya no podía utilizares como fuente de agua
debido a la presencia de sedimentos y a la perdida del 50% de su capacidad de almacenamiento.
24 La deriva es el proceso por el cual las gotas más finas de los productos agroquímicos se evaporan o son arrastradas
por el viento (Masiá y Cid, 2010). Los factores que influyen en la deriva son, entre otros, la velocidad y dirección del
viento, la temperatura, el equipo utilizado y la topografía.
25 Los residuos de pesticidas envenenan a los peces que habitan en los cuerpos de agua pudiendo causar su muerte, la
disminución en la producción de huevos o su eclosión, una menor resistencia a las enfermedades, la disminución de su
masa corporal, o una menor respuesta a los predadores.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Distintos factores relacionados con las prácticas agrícolas influyen en la probabilidad de que
fertilizantes, sedimentos y pesticidas contaminen los cuerpos de agua. Estos factores incluyen las
tasas y métodos de aplicación, la utilización de prácticas de conservación, la rotación de cultivos,
y la superficie cultivada (EPA, 2010).
En efecto, la adopción de estrategias destinadas a corregir la forma en la que se aplican los
fertilizantes puede disminuir las filtraciones de nutrientes a las napas subterráneas (EPA, 2011a). Dichas
estrategias se centran en la adecuación de la tasa de aplicación de fertilizantes en función del contenido
de nutrientes en el suelo. Asimismo, la adopción de prácticas basadas en el manejo de aguas escurridas
han probado ser eficaces para frenar el aumento de nutrientes y su consecuente impacto enla calidad
del agua26. Un ejemplo es la creación de humedales en el perímetro de los campos, para que reciban
estas aguas y filtren los nutrientes de forma previa a su descarga en ríos y arroyos.
Por otra parte, el uso de estrategias de manejo integrado de plagas puede contribuir a reducir
el uso de pesticidas, adaptando el tratamiento a los ciclos de infección y estableciendo con mayor
precisión la cantidad y momento de las aplicaciones (EPA, 2011a).
En lo que respecta a la contaminación por sedimentos, la utilización de prácticas de
conservación27, como la siembra directa28, aumentan la materia orgánica de los suelos, reducen la
lixiviación de nutrientes, e incrementan la actividad biológica, disminuyendo la contaminación por
esta fuente (Proforest, 2010). La adopción de este tipo de prácticas es muy frecuente en el cultivo
de soja en la Argentina, donde más de 15 millones de hectáreas fueron plantadas utilizando siembra
directa en la campaña 2008-2009 (Carballo, 2011; AAPRENSID, 2010).
b) Producción de biocombustibles
La descarga de los efluentes generados durante el proceso de producción de biocombustibles
244 puede causar la contaminación química, biológica y térmica en los cuerpos de agua que los reciben,
si no existe un control adecuado sobre estas emisiones (PNUMA y otros, 2011).
El proceso de producción de etanol en el Brasil puede servir como ejemplo de una industria
que ha logrado mejorar la eficiencia del proceso de producción, disminuyendo y controlando las
descargas de efluentes. En efecto, esta industria utiliza técnicas como la recirculación y el reuso de
las aguas de deshecho, combinadas con la mejora en la eficiencia de los equipos y la adopción de
procesos menos contaminantes como forma de reducir los impactos en la calidad del agua (PNUMA
y otros, 2011). Asimismo, parte de los efluentes del proceso de producción son utilizados para la
fertilización y riego del cultivo de caña, como una alternativa a su disposición en cuerpos de agua.
Durante la etapa del lavado de la caña de azúcar se generan efluentes que presentan un
potencial de contaminación medio en términos de materia orgánica (180-500 miligramos por litro de
DBO5) y una alta concentración de sólidos suspendidos como consecuencia de la tierra incorporada
durante la recolección de la caña (ANA y otros, 2009). El tratamiento de estos efluentes consiste en
la decantación y lagunas de estabilización como paso previo a su vertido en los cuerpos de agua.
Por otra parte, si el agua va a ser reutilizada, se decanta y se corrige su pH.
Asimismo, los efluentes provenientes de los condensadores barométricos de la fábrica y de
los multi-jets presentan un bajo potencial de contaminación en términos de materia orgánica (10-40
miligramos por litro de DBO5) y una alta temperatura (aproximadamente +45ºC) (ANA y otros, 2009).
Por tanto, se busca lograr su enfriamiento en tanques aspersores o en torres de enfriamiento, antes
de su reaprovechamiento o vertido.
26 Según EPA (2011a), ninguna de estas prácticas garantiza la producción sustentable de biocombustibles a escala industrial.
27 Se considera “labranza de conservación” al conjunto de operaciones de laboreo que, luego de la siembra del cultivo,
deja hasta un 30% del suelo cubierto por rastrojo (Studdert, 2001).
28 La siembra directa se basa en la ausencia de labranzas y la presencia de una cobertura permanente del suelo, vía
cultivos y rastrojos de cultivos anteriores (AAPRENSID, 2011).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
E. Zegarra (2018), La gestión del agua desde el punto de vista del Nexo entre el agua, la
B2 energía y la alimentación en el Perú: estudio de caso del valle de Ica; pp. 15-28.
Cuadro III.2
Estructura de los derechos de agua en el valle de Ica
Número de derechos Millones de metros cúbicos al año
Tipo de uso
246 Acuífero Río Total Acuífero Río Total
Agrario 1817 8657 10474 558,20 61,00 619,20
Industrial 25 2 27 3,88 0,01 3,89
Poblacional 55 8 63 22,49 0,04 22,53
Otros usos 24 2 26 2,33 0,02 2,28
Total 1921 8669 10590 586,90 61,02 647,90
Fuente: Registro Administrativo de Derechos de Agua (RADA), Autoridad Nacional del Agua (2018).
En el caso del uso agrario, la mayor proporción de caudal anual, más de 349 millones de
metros cúbicos, fue asignada en el periodo 2006-2011 (véase el cuadro III.3) con una reducción
significativa en el periodo más reciente (alrededor de 63 millones de metros cúbicos). En el caso del
uso poblacional, la tendencia ha sido distinta: se observa un importante crecimiento en el periodo
más reciente, llegando a casi 16 millones de metros cúbicos, el triple de lo asignado en el periodo
2006-2011. En otros usos, la evolución ha sido similar al sector agrario. Cabe decir que a partir
del año 2011, la zona de Ica fue declarada en emergencia hídrica (Cárdenas, 2012) por lo que las
autoridades intentaron restringir el otorgamiento de derechos, especialmente en el sector agrario
y de fuente subterránea (Guevara, 2017). A pesar de esto, en el periodo 2012-2017 se siguieron
asignando derechos, específicamente, al sector agrario, que recibió derechos de agua subterránea
por un caudal de 52 millones de metros cúbicos en este último periodo, y al sector poblacional, que
obtuvo más de 15 millones.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Cuadro III.3
Evolución de otorgamiento de derechos de agua en el valle de Ica
(En millones de metros cúbicos al año)
Período Agrario Poblacional Otros usos
Antes de 2006 207,2 1,9 3,3
2006-2011 349,2 5,3 1,9
2012-2017 62,8 15,6 0,7
Fuente: Registro Administrativo de Derechos de Agua (RADA), Autoridad Nacional del Agua (2018).
El otro elemento que considerar con respecto a estas cifras es que no necesariamente
reflejan los niveles reales de extracción de agua. Los derechos pueden interpretarse como volúmenes
máximos que los usuarios están autorizados a utilizar por año. Sin embargo, es muy probable que
diversos usuarios estén extrayendo mucha más agua de la que ha sido asignada en sus derechos,
especialmente de fuente subterránea. Igualmente, es plausible que otros sectores no puedan extraer
el volumen de agua subterránea asignado en sus dotaciones producto de restricciones económicas
y tecnológicas (Cárdenas, 2012; Muñoz y Zúñiga, 2018).
Hacia fines de los años noventa se observó el inicio del auge agroexportador de Ica que, a
partir de 2004-2005, se aceleraría fuertemente (véase el gráfico III.2). Entre los años 2005 y 2015,
las exportaciones se quintuplicaron, pasando de 100 millones de dólares a 500 millones anuales.
Si las tendencias históricas se mantienen, al año 2030 las exportaciones podrían superar 700
millones de dólares. En un escenario de desarrollo más intenso, se llegaría a 830 millones, y en uno
de menor crecimiento, a un poco más de 600 millones. En conjunto, estos escenarios implican un
posible crecimiento de entre 24% y 62% en el valor exportado del año 2015, lo cual evidencia que,
de mantenerse estas cifras de crecimiento exportador en la década siguiente, la presión sobre el
uso de agua subterránea del acuífero del valle de Ica sería aún más pronunciada que hasta la fecha.
A las empresas exportadoras y no exportadoras se les asignaron los derechos de agua
para un caudal que supera 200 millones de metros cúbicos al año (véase el cuadro III.4), mientras
que los pequeños agricultores tienen asignado 175 millones de metros cúbicos. Cabe señalar que
las empresas exportadoras recibieron la mayor parte de sus asignaciones (124 millones de metros
cúbicos) en el periodo 2006-2011. Igualmente, los tres tipos de unidades han seguido recibiendo
derechos de uso de agua subterránea en el periodo más reciente, donde se observa una mayor
asignación (34 millones de metros cúbicos al año) a las empresas no exportadoras y unos 20 millones
de metros cúbicos a las empresas exportadoras. En conjunto, las empresas exportadoras del valle
tienen actualmente derechos equivalentes al 35% del caudal total de agua subterránea asignada.
Similar proporción le corresponde a empresas no exportadoras, y un 30% a pequeños agricultores,
mayoritariamente parceleros.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Gráfico III.2
Evolución y proyecciones de agroexportaciones en el valle de Ica
(En millones de dólares)
900
750
600
450
300
150
0
1994 1999 2004 2009 2014 2019 2024 2029
Fuente: Superintendencia Nacional de Aduanas y de Administración Tributaria (SUNAT), Registro Administrativo de Derechos
de Agua (RADA), Asociación de Exportadores (ADEX) y proyecciones propias.
Cuadro III.4
Evolución de derechos de agua subterránea en el valle de Ica
(En millones de metros cúbicos al año)
248
Pequeños Empresas no Empresas
Período agricultores exportadoras exportadoras
2012-2017 14 34 20
2006-2011 85 98 124
Antes de 2006 77 75 62
Fuente: Superintendencia Nacional de Aduanas y de Administración Tributaria (SUNAT), Registro Administrativo de Derechos
de Agua (RADA) y Asociación de Exportadores (ADEX).
agua que se compensa con la recarga natural y evita el descenso de la napa freática. Dichos
números indican alarmantes estimaciones de sobreexplotación del acuífero pues manifiestan una
extracción, de unos 311 millones de metros cúbicos al año más que la reserva explotable con una
tasa de sobreexplotación de 123%. Perú/ANA (2016) sugiere que existe un descenso de 1,4 metros
por año de la napa freática en el distrito de Parcona entre 1998 y 2012 y de 1,5 metros en el distrito
de Salas (donde se ubica Villacurí). En evaluaciones más recientes, se ha determinado que la tasa
de descenso en Villacurí se ha acelerado notablemente superando incluso los 4 metros por año.
Cabe señalar que el acuífero de Villacurí (que recibe agua de la cuenca del río Ica) tendría ya un nivel
de sobreexplotación de 262%.
Otro factor preocupante es que, en el conjunto del valle de Ica, operan actualmente unos 1
200 pozos de los cuales solo el 30% tienen licencia de uso (que permite la extracción legal de agua
subterránea) (Perú/ANA, 2016). Este alto nivel de informalidad (70%) limita la capacidad de la autoridad
para regular y controlar la sobreexplotación. Otro indicador asociado a la sobreexplotación es la
creciente salinidad del agua. La salinidad del agua se ha más que triplicado en la evaluación de uno
de los fundos de Villacurí entre los años 1997 y 2010. Actualmente, la autoridad nacional y local de
aguas gestionan recursos para instalar un sistema de medición más preciso en el valle (piezómetros)
que genere mediciones más certeras y actualizadas sobre el real nivel de explotación existente.
En el contexto del Nexo, el auge agroexportador de Ica se ha convertido en la mayor fuente
económica de la región, pero, además, se ha transformado en la principal amenaza para el uso
sostenible del agua en el valle. Esto tiene implicaciones para el conjunto de la sociedad, específicamente
para otros actores dentro del mismo sistema local de gestión del recurso.
Cuadro III.5
Estructura agraria del valle de Ica
Área cosechada
Productores
Hectáreas Porcentaje
Pequeños agricultores 15611 10264 37
Empresas 200 17601 63
Total 15811 27864 100
Fuente: Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA), Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
El crecimiento de la población entre los años 2012 y 2018 fue del 14% para toda la provincia,
llegando al total de 277 mil personas en 2018 (véase el cuadro III.6). Destacan los distritos de
Subtanjalla y Ocucaje con un aumento superior al 30% y el de Salas (donde se ubica Villacurí) con
el 24%. La mayor parte de los distritos muestran incrementos superiores al promedio. En las zonas
urbanas más grandes de la ciudad de Ica y en la localidad vecina de Parcona, el crecimiento fue
del 11% y 12%, respectivamente. Así, se tiene un escenario de intenso crecimiento poblacional en
Ica, probablemente relacionado a procesos migratorios recientes. De mantenerse estas tendencias,
la población de la provincia de Ica se incrementaría en un 30% para el año 2030, generando una
importante presión por servicios públicos, entre ellos los de agua potable y alcantarillado.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Cuadro III.6
Población la Provincia de Ica
Continuidad Presión
Sector (horas al día) (metros de columna de agua) 251
S 01 Cercado 24,0 13,1
S 02 Manzanilla 24,0 14,4
S 03 San Miguel 24,0 12,9
S 04 Santa Maria 18,0 12,9
S 05 Divino Maestro 24,0 12,3
S 06 San Isidro 24,0 13,3
S 07 Cachiche 11,5 5,8
S 08 Huacachina 24,0 31,4
S 09 Angostura Alta 11,0 10,2
S 10 Angostura Limón 3,5 8,2
S 11 Av. Arenales 24,0 9,7
S 12 Adicsa 4,4 8,3
S 13 San Joaquín 11,0 12,7
S 14 Margen Izquierdo 7,0 11,3
S 15 San Carlos 24,0 15,5
S 16 Casuarinas 24,0 19,5
S 17 Los Portales 12,0 32,5
Promedio 17,3 14,3
Electro Dunas es una de las pocas empresas privadas de distribución eléctrica en el Perú
(Apoyo & Asociados, 2018). El sistema tarifario peruano permite dos esquemas: el sistema regulado
y el de libre competencia. El 98% de las actividades de Electro Dunas es del primer tipo de mercado,
es decir, las tarifas de electricidad están sujetas a regulación y dependen fuertemente del precio de
energía fijado por las empresas generadoras.
En el caso de la demanda de energía para la extracción de agua en Ica, la mayoría de los
pozos en explotación en el valle utilizan el combustible en lugar de la red de energía eléctrica. Esto
sucede debido a los altos costos fijos de instalación de la red para el abastecimiento de energía
eléctrica que, en muchos casos, no se justifica dada la dispersa ubicación de los pozos en el territorio.
Solo empresas grandes tienen la escala y capacidad financiera para instalar y utilizar plenamente la
red eléctrica para sus operaciones de bombeo, lo cual reduce significativamente el costo marginal
de extracción. Esta configuración favorece otra vez la integración vertical y mayor escala de las
empresas exportadoras que aprovechan estas economías para tener menores costos unitarios de
extracción de agua.
Excepto este caso, en el valle de Ica no se observan otras interacciones entre agua y energía
que sean de relevancia. Por una parte, el uso del agua no se ve afectado por centrales hidroeléctricas
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
ni tampoco por proyectos de este tipo que puedan competir ahora o en el futuro. Mientras que,
por otra parte, es importante la energía como insumo que afecta los costos de extracción de agua
subterránea en un acuífero que está en descenso. Por esta razón, habría un espacio para evaluar
si pueden incorporarse en el sistema de tarifas de energía los elementos para una gestión más
eficiente y equitativa del agua.
de afloramiento desértico, ocurrido en el valle de Ica en las últimas cinco décadas (Negro, 2016).
Hacia fines de los años setenta, se empezaron a secar definitivamente un conjunto de nueve lagunas
de importancia paisajística, en el corredor norte-sur a la propia ciudad de Ica.
La última laguna en secarse casi por completo fue Huacachina. Sin embargo, se ha mantenido
artificialmente con bombeo de agua subterránea por parte de la empresa municipal de agua potable,
desde mediados de los años ochenta. Esta laguna se convirtió en un importante atractivo turístico y
recreacional desde la segunda mitad del siglo XX debido a que sus aguas tenían minerales y sales
consideradas curativas. La laguna, además, tenía todas las características de un oasis rodeado de
un amplio sistema de dunas ubicadas cerca de la ciudad de Ica.
En las últimas dos décadas la laguna Huacachina y su entorno han entrado en un proceso
de deterioro ambiental y paisajístico. El manejo del espacio de la laguna requiere urgentemente
un plan integral de medidas de control y gestión del paisaje31. El reto de la gestión sostenible del
delicado paisaje de la laguna Huacachina es un tema clave del Nexo en este territorio. La actividad
humana, sin enmarcarse en procesos racionales de gestión y planificación del desarrollo, genera
situaciones de severo deterioro que generan la pérdida de activos paisajísticos y naturales de gran
importancia para la sociedad.
La reactivación de este proyecto en la primera mitad de los años 2000 por parte de actores
privados y del Estado (con apoyo político de autoridades del más alto nivel), movilizaron a las
comunidades de las zonas media y alta de la cuenca (en Huancavelica) para impedir su ejecución puesto
que sentían que afectaba sus intereses. Los campesinos que participaron en estas movilizaciones, y
en la organización de diversos procesos de resistencia, representaron un antecedente del impacto
negativo que ha tenido el nuevo proyecto en las comunidades aledañas al sistema Choclococha en
las últimas décadas (Oré y Geng, 2015).
El caso es emblemático porque el conflicto se ha desarrollado en la nueva institucionalidad
del agua en el Perú en conjunto con dos elementos adicionales: el proceso de descentralización
(iniciado en el año 2002) y la vigencia de la nueva Ley de Recursos Hídricos, que creó nuevas
instancias para la coordinación y gestión integrada del recurso, como los Consejos de Recursos
Hídricos de Cuenca (CRHC) (Salazar, 2017; Oré y Geng, 2018). El proceso atrajo la participación de
diversos agentes de la sociedad civil tales como organizaciones no gubernamentales y organismos
de cooperación internacional. Las comunidades llegaron incluso a instancias supranacionales, como
el Tribunal Latinoamericano del Agua, para cuestionar y paralizar el proyecto (Oré y Geng, 2015).
31 Las medidas requeridas van desde normas para el manejo del patrimonio histórico, regulación del uso de las vías y
los espacios circundantes, limitando el uso excesivo de vehículos a motor (areneros) en circuitos “de aventura en las
dunas”, manejo de la vegetación del balneario para eliminar o sustituir especies que consumen excesiva agua y dar
prioridad a especies locales, así como acciones relacionadas con la seguridad y limpieza públicas (Negro, 2016).
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Este conflicto entre Ica y Huancavelica se intensificó desde 2005 al 2015 (Oré y Geng, 2018;
Salazar, 2017). En el camino, los diversos actores de Ica que impulsaban el proyecto ampliado han
variado sus estrategias y aceptado que no era viable social y políticamente imponer un proyecto de
este tipo a las comunidades de la parte alta. En el último periodo, los actores relevantes han iniciado
un proceso distinto de acercamiento a la gestión del recurso en forma más mancomunada, utilizando
la institucionalidad existente para generar procesos que lleven a consensos y salidas mutuamente
beneficiosas, como promover procesos de inversión en actividades de reforestación, siembra y
cosecha de agua, y otras dedicadas a la recuperación y recarga de humedales para estabilizar y
mejorar la oferta de agua en las partes altas. Estas acciones, financiadas por actores de la parte
baja, generan beneficios a las comunidades en las zonas generadoras del agua y se han convertido
en un modelo interesante para enfrentar el problema del agua en Ica y en otras cuencas del país.
Otra interacción importante con actores de otra cuenca es con los pequeños agricultores del
valle vecino de Pisco. En este caso existe un proyecto de trasvase de aguas excedentes del río Pisco
para recargar el acuífero de Lanchas-Villacurí, donde se asientan un conjunto de grandes empresas
agroexportadoras iqueñas. Los productores de Pisco, mayoritariamente pequeños parceleros
herederos de la Reforma Agraria que siembran algodón y otros cultivos de consumo interno (maíz
amarillo, papa, legumbres), están expuestos a la fuerte variabilidad del régimen hídrico del río.
Este conflicto no ha tenido solución definitiva hasta la fecha (Gonzales y Damonte, 2018).
Tanto autoridades de Ica como del gobierno central buscan reactivar el proyecto como iniciativa
privada cofinanciada con el Estado. No obstante, esta opción es fuertemente cuestionada por las
organizaciones de pequeños productores de Pisco, que reclaman la construcción de un reservorio que
resuelva su problema crónico de inestabilidad en la oferta de agua en el valle (Gonzales y Damonte,
2018). A diferencia del caso con Huancavelica, este conflicto aún no visualiza una solución basada
en la nueva institucionalidad y en mínimo consenso de las partes.
En esta nueva etapa de la institucionalidad hídrica peruana va quedando claro que los 255
proyectos de trasvase hídrico enfrentan cada vez más dificultades para ejecutarse, si no están
acompañados de una estrategia dialogante, con fundamento real para convencer a los actores de
las zonas de origen, que estos van a obtener beneficios concretos (y un trato digno) en cuanto a la
disposición de un recurso, que consideran parte de sus espacios vitales y territorio. Es así como
los retos que tienen estos proyectos no son solo técnicos o financieros, sino también sociales y
culturales enfocados en revertir la ya ancestral desconfianza de los actores más pobres que perciben
un Estado que históricamente no ha defendido sus intereses. El caso de Huancavelica muestra un
nuevo camino posible, pero este depende de situaciones específicas y de actores concretos a nivel
local, nacional y regional que tomen decisiones.
consumida en el año previo, pero es bastante reducido por parte de los diversos usuarios. En la
mayoría de las cuencas el pago de la retribución fijado por la ANA no tiene mayor relevancia para
cambiar el comportamiento de los usuarios, especialmente referente a las aguas subterráneas
(Zegarra, 2014).
Un elemento complejo de la norma es el equilibrio requerido entre múltiples tipos de
instituciones públicas y privadas, así como formas diversas de organización social en torno al agua.
Por ejemplo, se tuvo que acomodar la aparición de los gobiernos regionales, elegidos por voto
popular desde el año 2002, quienes tienen funciones asignadas en cuanto a gestión de los recursos
hídricos en sus circunscripciones. La forma utilizada para encajar a estos nuevos actores políticos
fue la creación de los CRHC, instancias que cumplen funciones de planificación y coordinación (no
vinculantes) para la gestión integrada de los recursos hídricos. Estos CRHC, sin embargo, tienen
limitado poder en cuanto a la asignación de recursos presupuestales y decisiones sobre uso de los
fondos recaudados por retribuciones de uso o tarifas. Igualmente, ellos tienen un rol orientador y
no vinculante en cuanto a planes de gestión integrada de cuencas que deben ser aprobados por
la ANA (Salazar, 2017).
La nueva ley ha intentado enfrentar, con limitado éxito, el complejo tema de la superposición
de las cuencas con las administraciones políticas del país (regiones, provincias y distritos). A
pesar de que los CRHC buscan resolver este problema, lo cierto es que en casos concretos las
interacciones de los sistemas hídricos escapan a las demarcaciones políticas generando dificultades
en la participación de los actores relevantes.
El primer problema que queda claro en Ica es que la autoridad de aguas no se ha fortalecido
en una forma consistente en cuanto a capacidades para diseñar e implementar políticas de
regulación, coordinación y planificación con objetivos de sostenibilidad, equidad y eficiencia en el
uso del recurso en la cuenca. Un ejemplo de esto son los intentos fallidos de la nueva autoridad
por imponer y aplicar una veda a la perforación de pozos y a la extracción de agua subterránea en
el valle de Ica durante la última década (Guevara, 2017). La ANA y sus representaciones locales en
Ica como la Autoridad Local de Agua (ALA), a nivel cuenca, y la Autoridad Administrativa de Aguas
(AAA), a nivel de varias cuencas, han tenido serios problemas para hacer cumplir normas básicas de
un régimen de vedas a nuevos pozos y perforaciones que se inició en el año 2008 ante el alarmante
descenso de la napa freática.
El hecho de haberse mantenido el control del sector agricultura sobre la autoridad de agua
debilitó seriamente su capacidad para enfrentar problemas como los que tiene el acuífero de Ica
en forma integral. El Ministerio de Agricultura y Riego (MINAGRI) enfrenta objetivos encontrados de
promover la actividad de agroexportación por un lado (esta ha sido una de sus metas de política
más consistentes en las últimas dos décadas), y de buscar un uso más sostenible y equitativo del
agua, por el otro.
En el trascurso de la última década, la autoridad local y nacional de aguas y el propio MINAGRI
generaron normas contradictorias, en muchos casos favorables a la legalización de la extracción
informal de agua subterránea en Ica por parte de actores poderos en el valle (Guevara, 2017). Esta
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
hídrico32 en Pisco) como de demanda (vedas): “En ambos casos, dichos instrumentos han obtenido
pocos resultados sobre la mejora de la disponibilidad hídrica subterránea de la región. Los proyectos
de afianzamiento hídrico no han logrado ejecutarse, mientras las vedas de pozos no han podido
detener la perforación informal de pozos en Ica y Villacurí … la implementación de políticas e
instrumentos de política pública en el Perú tienen trayectorias sinuosas y complejas que se definen
a partir de relaciones de poder y conflictos de intereses” (Gonzales y Damonte, 2018).
En estos ejemplos de la interacción de la nueva institucionalidad y las políticas públicas de
una zona tan compleja como la cuenca del río Ica se reflejan claramente los problemas que ocurren
con la gestión del agua y que no son previstos por la legislación general que pretende ser aplicable
a todo un territorio de gran diversidad geográfica y social como el peruano.
32 Estos proyectos buscan mejorar la seguridad de oferta hídrica sin traer agua adicional de otras localidades (trasvases).
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Las concesiones para el aprovechamiento del agua por parte de privados y de instituciones
públicas son otorgadas por el MINAE, a través de la DA. En el año 1953, por medio de la Ley N° 1657,
se definió la cuenca del río Reventazón como una Reserva Nacional de Energía Hidráulica. También
se especificó que en esta cuenca no se podrá otorgar concesiones de agua para usos diferentes
de la generación eléctrica, sin consultar antes con el ICE. Esto ha llevado a que el ICE deniegue
muchas de las concesiones que solicitan los diversos sectores, en especial para uso agrícola. Esta
“reserva” plantea el predominio de un sector sobre otros, excepto el de agua potable, lo que puede
260 interpretarse como contrario al enfoque del Nexo, pues cualquier planteamiento de interrelación o
sinergia estaría condicionado por la efectividad de la comunicación entre los actores.
Existe una competencia por el uso del agua entre los proyectos hidroeléctricos y los caudales
necesarios para mantener las funciones biológicas dentro del cauce. Al tomarse el agua y transferirse
aguas abajo, se produce un impacto sobre la biodiversidad y sus ecosistemas. La Ley de Aguas
vigente no plantea las reservas hídricas para el mantenimiento del caudal ambiental, aspecto que
se ha solventado a partir de una norma administrativa que impone un 10% de reserva en proyectos
hidroeléctricos, aunque en algunos casos este caudal no ha sido suficiente o no se ha respetado,
causando repercusiones sobre los ecosistemas. Actualmente, a partir del Plan Nacional de Energía,
la DA tiene previsto oficializar una metodología para la determinación del caudal ambiental. En el
caso del proyecto Reventazón, el caudal ambiental fue definido según una metodología del ICE,
que considera las necesidades tanto ambientales como sociales de los usuarios del río aguas abajo
del embalse.
Los impactos ambientales han sido más evidentes en la construcción de los proyectos
hidroeléctricos Cachí, Angostura, La Joya y Reventazón, lo que ha provocado denuncias de
grupos ambientalistas y sociales, recursos de amparo de diversa índole en la Sala Constitucional
y movilizaciones sociales que, incluso, atrasaron la construcción de estos proyectos. En varios
casos, los impactos ambientales fueron mitigados y compensados a través de los planes de gestión
ambiental asociados a los estudios de impacto ambiental. 261
Le lección aprendida a lo largo de los años para los proyectos hidroeléctricos previos a la
construcción de la planta Reventazón fue la necesidad de asegurar la rigurosidad de los estudios
ambientales y de las metodologías utilizadas para el cálculo del caudal ambiental. Principalmente
el ICE, pero también la COMCURE y varias instituciones agrícolas han invertido gran cantidad de
recursos en obras de manejo y conservación de suelos, así como en extensión agropecuaria para
la adopción de buenas prácticas agroambientales, con el fin de mitigar impactos ambientales de la
actividad hidroeléctrica en esta cuenca.
Esta modernización, posiblemente, generaría una disminución en el agua aplicada por hectárea; de
esta forma, se podría ampliar la disponibilidad de agua para incrementar las áreas bajo regadío o
aumentar el número de cosechas al año. Lo anterior no necesariamente reducirá el uso consuntivo
del agua, pero permitirá ampliar áreas de siembra, aunque también implicaría una mayor demanda
de energía que debe ser considerada en los planes energéticos. Por las condiciones topográficas,
el agua residual de las actividades agropecuarias escurre hacia las quebradas o ríos sin que sea
reutilizada o tratada para otros usos, con el agravante de que la contaminación por agroquímicos y
purines requiere de tratamiento para que el agua pueda volverse a utilizar. En vista de esto, también
es importante el fomento de prácticas de cultivo menos intensivas en agroquímicos.
Las SUA tienen un gran potencial para el uso autogestionario y la gestión comunal del recurso
263
hídrico. Los agricultores las consideran como una opción para la mejor administración del agua.
Este tipo de organización agropecuaria podría llevar a un proceso de concientización, valoración y
mejor distribución del recurso, sin dejar de lado el mejoramiento de la capacidad administrativa y
los procesos de control y monitoreo de la DA.
Esta situación afecta a los productores agropecuarios. Ellos podrían beneficiarse de asistencia
del INDER para el desarrollo de los sistemas de riego, pero para poder acceder a este apoyo necesitan
contar previamente con una dotación de agua. Existen instancias de coordinación formales y ad-hoc
que procuran la confluencia de actores, la discusión de problemas y la búsqueda consensuada de
soluciones que minimicen la conflictividad. Sin embargo, no se ha logrado avanzar en el uso múltiple
de agua debido, principalmente, a procesos burocráticos entre las instituciones, a ciertos espacios
de poder y a la poca experiencia e insuficiente respaldo legal a la gestión integrada.
Una vía para solventar esta situación es usar la plataforma de coordinación que ofrece la
COMCURE. Sin embargo, otras instituciones no están obligadas a cumplir sus decisiones. Lo que
sucede en la realidad es que las instituciones van incorporando, voluntariamente y a su criterio,
estas recomendaciones en sus planes operativos, institucionales y presupuestos.
Con pocas excepciones, los marcos legales que dan respaldo a la institucionalidad y a las
acciones dentro de la cuenca del río Reventazón limitan la gestión integrada. Existen instancias de
coordinación formales y ad-hoc que procuran la confluencia de actores, la discusión de problemas
264
y la búsqueda consensuada de soluciones para minimizar la conflictividad, tal es el caso de la
Comisión de Recurso Hídrico de la Zona Norte de Cartago.
Solo dos municipalidades (Cartago y Paraíso) cuentan con los planes reguladores que
permiten definir el uso del territorio. La producción agropecuaria y la urbanización están invadiendo
las áreas de protección de acuíferos y nacientes, así como las zonas de recarga en toda la cuenca,
lo cual puede afectar la disponibilidad de agua para la producción de energía y de alimentos en el
mediano y largo plazo.
En el año 1963, el ICE desarrolló la Planta Hidroeléctrica Río Macho, para la cual se 265
construyó el embalse El Llano, ubicado en el Valle de Orosi en la provincia de Cartago, a 1.572
metros sobre el nivel del mar. Este embalse tiene una capacidad de almacenamiento de 39 millones
de metros cúbicos, de los cuales 24 millones es volumen útil. Las fuentes que proveen agua al
embalse provienen de siete ríos, que se encuentran en una zona montañosa y con una densa
cobertura boscosa.
A finales de la década de los setenta, las fuentes que abastecían de agua potable a la GAM
se volvieron insuficientes ante el crecimiento poblacional y la expansión urbana. A inicios de los
años ochenta, ante la necesidad de suplir la demanda creciente, el AyA realizó estudios técnicos
de las diversas opciones de abastecimiento. Una de ellas era aumentar el campo de pozos de La
Valencia, en la ciudad de Heredia, lo cual tenía como inconveniente que a esa fecha no se conocían
el comportamiento y la capacidad de los acuíferos Colima Inferior y Superior, de donde se extraería
el agua. Por otra parte, la demanda de energía hubiese significado un incremento en los costos y el
encarecimiento de la tarifa del servicio de agua potable.
La otra opción que se analizó fue el trasvase de agua de la cuenca del río Reventazón a la
cuenca del río Tárcoles, donde se asienta la GAM. Esta opción tenía la ventaja de que el agua se
conducía por gravedad, desde el embalse El Llano hasta la planta de tratamiento de agua del AyA,
en la ciudad de Tres Ríos. Además, era agua de buena calidad en una zona de alta pluviosidad y
protegida, lo que aseguraba el abastecimiento permanente de agua. Por lo anterior, ésta se convirtió
en la opción más rentable y viable.
La negociación entre el AyA y el ICE se dio a través de un convenio, en los términos más
favorables para ambas instituciones, que fue avalado por la Contraloría General de la República.
Según este acuerdo, el AyA tendría el suministro de 2,2 metros cúbicos por segundo de agua a
perpetuidad, debiendo retribuir al ICE con un único pago de 300 millones de colones (unos 7,5
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
millones de dólares), a fin de que esta institución desarrollara algunas captaciones en quebradas
cercanas al embalse El Llano, de tal forma que pudiese remplazar el caudal extraído.
Entre otros aspectos que fueron tenidos en cuenta por el ICE para respaldar este proyecto,
estuvo el hecho de que el trasvase de aguas de la cuenca del río Reventazón permitiría aumentar
el caudal base del río Virilla, principal subcuenca del río Tárcoles, para favorecer las plantas
hidroeléctricas tanto del ICE como de la CNFL.
En el año 1983 se inició la construcción del Acueducto Orosi 1, conocido también como
Acueducto Metropolitano, que entró en operación en 1987. El sistema capta un caudal de 2,2 metros
cúbicos por segundo, transportados a través de una conducción de 30 kilómetros de longitud, con
un túnel de 986 metros que cruza el Cerro de La Carpintera. Consta además de dos tuberías de gran
diámetro para conducir el agua de la planta de tratamiento de Tres Ríos al Acueducto Metropolitano.
Para los diseños y construcción de la obra, la Asamblea Legislativa aprobó con el Banco Mundial
un préstamo por 40 millones de dólares.
La derivación del acueducto estaba conectada a la salida del embalse El Llano, lo que
generaba una dependencia permanente e interrupciones del flujo de agua cuando paraba de operar
la planta de Río Macho. En la actualidad, el acueducto está conectado a un túnel con caja de registro
a la entrada del embalse, lo que garantiza la no interrupción del flujo de agua hacia el sistema de
acueducto.
Del caudal que alimenta el acueducto, 0,3 metros cúbicos por segundo abastecen los cantones
de Paraíso y Cartago; el resto es un aporte al sistema metropolitano, el cual suple de agua potable
al 25% de la población de la GAM, cerca de 750 mil personas. La demanda de agua de la GAM ha
seguido creciendo, tanto por el incremento de la urbanización y las actividades económicas, como
por el aumento del poder adquisitivo de la población y por la insuficiencia de medidas para regular
266 la demanda.
El AyA reporta pérdidas promedio de un 50% en términos de agua no contabilizada (véase la
página 14). En el año 2015, recibió un préstamo de 160 millones de dólares del Banco Centroamericano
de Integración Económica (BCIE) para financiar el Proyecto RANC-EE. Los errores en la micromedición,
conexiones ilícitas, consumos no facturados en áreas marginales y ajustes en la facturación superan
el 6% en la GAM y un 5% en los sistemas periféricos, y las pérdidas reales en redes son de un 47%
en la GAM y un 57% en los sistemas periféricos. Todos los sistemas del AyA presentan déficit en
cuanto a satisfacción de la demanda, especialmente en las épocas de verano (AyA, 2016).
Destaca también la alta dotación de agua en la planificación de los proyectos del AyA (325
litros por habitante por día), lo que resalta la conveniencia de un mayor énfasis en acciones para
el manejo de la demanda. Para el diseño de Orosi 2, se ha determinado una dotación de 180 litros
por habitante por día, considerando el incremento en la tarifa que traerán consigo las obras de
ampliación, las campañas masivas de educación sobre el uso del agua, así como los incentivos
para adopción de tecnología domiciliar eficiente (Phillips, 2017).
Desde el año 2006, el AyA empezó a trabajar en nuevos estudios para actualizar el Plan
Maestro del Acueducto Metropolitano y analizar las posibilidades para su ampliación. Problemas
de tipo administrativo, licitatorios y políticos, entre otros, llevaron a tomar la decisión de no hacer
una revisión integral de opciones, sino a concentrarse en la ampliación del acueducto Orosi 2. La
construcción de este proyecto empezaría en el año 2019 y finalizará en 2022. La ampliación permitirá
que se mantenga el servicio de agua potable a la población de la GAM, pues duplicará la capacidad
del caudal extraído del embalse El Llano.
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
El uso actual del agua podría maximizarse si el AyA mejorara la eficiencia en la producción
y en la distribución de agua, y redujera las pérdidas. Por su parte, la ARESEP puede incidir en que
la fijación de nuevas tarifas considere la remediación de fugas y el desperdicio de agua. En materia
de política pública, el AyA debería comprometerse a cumplir las metas del Proyecto RANC-EE a
fin de hacer un uso más racional del recurso y cubrir con el agua de Orosi 1 un mayor número de
abonados. De igual manera, es aconsejable promover mejores prácticas y tecnologías en la industria,
en el comercio y en los hogares que permitan un uso más eficiente del agua y avanzar hacia el reúso
y reciclaje de las aguas residuales tratadas.
Hasta la fecha esta interconexión ha tenido una dinámica positiva y no ha habido conflictos,
pero esta situación podría cambiar si las necesidades de agua para todos los usos se incrementasen
a futuro o si la disponibilidad de agua se viese afectada, por ejemplo, como consecuencia del cambio
climático. También es importante señalar que ambas instituciones deben invertir en la generación
de información, incluyendo el monitoreo, para determinar la disponibilidad hídrica y su distribución
específica en los distintos usos. El AyA debería continuar trabajando conjuntamente con el ICE
para coordinar todos los aspectos de diseño y construcción en la segunda fase del proyecto (Orosi
2); también es recomendable que este sea socializado con las comunidades de la cuenca del río 267
Reventazón.
Por otra parte, en el área donde se encuentra el embalse El Llano se desarrolla una agricultura
de importancia económica a nivel nacional, que ve limitado su acceso al recurso hídrico para ser
usado en riego y, por consecuencia, lograr mayores incrementos en productividad. La producción
agropecuaria debería avanzar en la protección de nacientes y en buenas prácticas en el uso de
suelo, de agroquímicos y de manejo de purines.
Si bien el SENARA está dispuesto a continuar con la expansión de obras de pequeño riego que
reclaman las SUA y asociaciones de productores, existe la limitante de contar con pocas fuentes de agua
disponibles. En este momento, la JASEC no está utilizando la totalidad del caudal de agua concesionado,
pero el remanente no puede ser aprovechado para otros usos, pues está reservado a la JASEC.
En el caso de la JASEC, la solidez institucional en procesos de solicitud de concesiones de
agua, el cumplimiento de requisitos y el pago de CAA dan muestra de su capacidad de planificación
y gestión. Sin embargo, los productores agropecuarios tienen limitaciones para cumplir con estos
requisitos e, incluso, muchas veces no cuentan con el conocimiento de la tramitología ni con el
tiempo ni con los recursos necesarios para su gestión, por tanto, no realizan los procedimientos
establecidos administrativamente y se quedan al margen de los beneficios de contar con concesiones
de agua para sus procesos productivos. Lo anterior es un factor que incrementa el uso del agua
de manera ilegal.
Se conformó la Comisión de Recurso Hídrico de la Zona Norte de Cartago como un espacio
de diálogo y búsqueda de soluciones a los problemas de escasez de agua y de competencia por
el recurso. En dicha comisión no participa la COMCURE, pero sí las mismas instituciones que son
parte de su Junta Directiva o de su Consejo de Cuenca. Una razón de esto podría ser la focalización
de la COMCURE en la ejecución de proyectos de conservación y producción sostenible, más que
en ordenamiento de la cuenca y coordinación. Puede existir una cierta superposición de funciones
y dispersión de esfuerzos entre estos dos organismos.
Las interrelaciones analizadas permiten concluir que en la zona alta de la cuenca del río
Reventazón existe un problema social a resolver, que no ha llegado todavía a altos niveles de
conflictividad entre los actores, pero de no haber soluciones eficaces, esta situación puede agravarse.
269
b) Recomendaciones de política pública
El sector de producción de alimentos se ve afectado en cuanto al acceso al agua. El riego constituye,
para la parte norte de la cuenca, una herramienta fundamental para poder continuar con la actividad
agropecuaria, pero requiere una optimización del uso del agua, lo que implica acciones de política
pública específicas llevadas a cabo por las instituciones del sector agropecuario y energético.
Por ejemplo, la adopción de mejores prácticas agrícolas y la aplicación de tecnologías de riego
de precisión que utilizan eficientemente el agua y la energía, ya sea mediante la microirrigación o
el riego por goteo. Se requiere capacitación para elevar el nivel técnico de los productores, que
permita la implementación de mejores prácticas de aprovechamiento y almacenamiento del agua.
Además, es necesario crear o posibilitar el acceso a los mecanismos habilitadores condicionados,
que faciliten las inversiones necesarias para lograr este objetivo de política (por ejemplo, créditos
específicos con el Sistema de Banca para el Desarrollo).
Las SUA son un instrumento útil que permite mejorar el uso y la administración del agua para
la agricultura, además promueven una mayor concientización en el uso racional y en la valoración
de agua como factor de producción. Pero se requiere una rápida actuación que permita legalizar el
accionar de aquellas que se encuentran en la informalidad, así como fortalecer las capacidades de
sus miembros en la solicitud de concesiones y en la gestión del recurso hídrico para la agricultura.
La legitimización de las SUA las convierte en aliadas para los productores, para las instituciones del
sector agropecuario y para la DA.
Es necesario fortalecer la acción institucional del SENARA, en forma prioritaria en la
prospección de las aguas subterráneas en esta parte de la cuenca, aún cuando se piensa que
carece de acuíferos de importancia.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
270 Al MAG le corresponden las funciones de la rectoría y coordinación de las instituciones del
sector agropecuario. Sería aconsejable una acción más eficaz en el campo de la investigación, el
riego, la transferencia de tecnología y la comercialización.
Es importante fortalecer la planificación regional en estrecha coordinación con los sectores
usuarios. El MIDEPLAN posee una función articuladora y una visión integral que se apoya en su
estructura regionalizada. Las interrelaciones del Nexo deberían incluirse en las agendas de los
Consejos de Desarrollo Regional del MIDEPLAN.
En 1953 se emitió la Ley N° 1657 (véase la página 37), que tenía como objetivo que el
Ministerio de Hacienda pudiera aportar los recursos financieros para la construcción de la Planta
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
Hidroeléctrica La Garita, ubicada en la cuenca del río Tárcoles. El desarrollo de esta ley estaba
directamente relacionado con la construcción de esta planta hidroeléctrica y la búsqueda de las
facilidades financieras para este fin; sin embargo, dos de sus artículos se desvinculan de este objetivo
y transcienden su acción a la cuenca del río Reventazón: i) en el artículo 12 se instruyó al ICE para
que, en no más de dos años y medio, realizara los estudios necesarios para el desarrollo de una
nueva central hidroeléctrica en la cuenca del río Reventazón; y ii) en el artículo 13 se especificó que,
para garantizar que los grandes recursos de esta cuenca se transformaran en energía eléctrica para
el desarrollo del país, se establecía una Zona Nacional de Reserva de Energía Hidráulica, delimitada
por el río Reventazón y las cuencas subsidiarias de sus afluentes.
Esta ley se encuentra vigente todavía hoy, a pesar de que la planta La Garita entró en operación
en el año 1958. Así que, al ser solicitadas las nuevas concesiones de agua en la cuenca del río
Reventazón, la DA sigue realizando de manera obligatoria la consulta al ICE para que se manifieste
en forma vinculante sobre el otorgamiento o no de tales concesiones. En los últimos años, el ICE ha
estado en contra del otorgamiento de la mayor parte de las nuevas concesiones o de la ampliación
de los plazos de aquellas que van venciendo, afectando las solicitudes de concesiones para uso del
agua en riego. En el caso de las concesiones nuevas o de solicitudes de aumento de caudal en las
vigentes, se aprueban si se presenta un estudio técnico del caudal de agua disponible, cantidades
concesionadas y los planes de manejo (Calvo, 2017).
A criterio de algunos expertos jurídicos (Morales, 2017; Muñoz, 2017), la Ley N° 1657 estaría
tácitamente derogada. Además, se argumenta que debería prevalecer la lógica jurídica de guardar
el equilibrio y la directa correlación entre los artículos 12 y 13 y el objetivo de la ley, de manera que
no se desvíen de los fines iniciales. Al respecto, la Sala Constitucional ha sido clara en general en
la no legalidad de artículos “inconexos” o “normas atípicas”, existiendo una amplia jurisprudencia
al respecto. Sea cual fuere la situación de esta ley, es aconsejable que se constituya un grupo de
trabajo con visión del Nexo y participación de los actores involucrados, para que se pronuncie sobre 271
el camino a seguir.
El marco jurídico del país evolucionó en la década de los noventa, en especial en materia
regulatoria, de incentivos y ambiental: desapareció el SNE, que era la entidad encargada de asignar
las concesiones de uso de agua; se creó en su lugar la ARESEP, como entidad regulatoria de los
servicios públicos; y la potestad que tenía el SNE de asignar las concesiones de agua se trasladó
al MINAE; el DA es el órgano ejecutor de esa función a nombre del MINAE.
La Ley Orgánica del Ambiente, del año 1995, ordenó la diversidad de áreas de protección
existentes y entregó su administración al MINAE. No menciona ni valida una categoría de manejo
denominada Zona Nacional de Reserva de Energía Hidráulica. Esta ley definió, además, los criterios
para la conservación y el uso sostenible del agua, que deben aplicarse en la elaboración y en la
ejecución de cualquier ordenamiento del recurso hídrico y en el otorgamiento de concesiones y
permisos para aprovechar cualquier componente del régimen hídrico.
En los años noventa, se eliminó el monopolio del ICE en la generación eléctrica y se permitió el
ingreso de nuevos actores (cooperativas de electrificación, empresas privadas y empresas municipales).
Sin dejar de reconocer la relevancia que ha tenido el ICE en el desarrollo del país, hay que
remarcar que también se le han otorgado una serie de prerrogativas, incluyendo una preferencia en el
acceso al agua para sus plantas hidroeléctricas. Queda manifiesto que existirían desequilibrios en la
interrelación entre el agua, la energía y otros usos, principalmente la agricultura, a pesar de que esta
cuenca cuenta con suficiente agua para satisfacer las necesidades de todos los sectores usuarios.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
El Nexo en Chile
En búsqueda de un nuevo equilibrio (período 1995-2017)
1. Contexto social, económico y político
Desde los años 1990, con la llegada de los gobiernos democráticos, se ha desarrollado en el país un
complejo proceso en búsqueda del nuevo equilibrio, que busca pasar del modelo con predominio
generalizado del mercado y escasa regulación, hacia uno más equilibrado donde esté presente el
interés público, a través de una mayor participación del Estado. Ello se ha manifestado con distinto
ritmo en los sectores de la actividad económica. El tema ambiental se incorporó a las decisiones de
inversión en la década de 1990, se modificó el Código de Aguas en el año 2005 y la institucionalidad
de la energía se revisó en diversas leyes aprobadas entre los años 2002 y 2016.
En este período la economía del país pasó por momentos de contracción económica como
consecuencia de las llamadas crisis asiática (1998-1999) y sub-prime (2008-2009) y de bonanza del
alto precio de las materias primas (2000-2014). En una economía abierta y fuertemente ligada a los
recursos naturales, este contexto externo produjo importantes impactos en las interacciones entre
agua, producción de alimentos y energía. Además de estos impactos económicos que afectaron
al conjunto de la economía, es necesario destacar tres aspectos específicos relacionados con la
competitividad de las fuentes energéticas:
• El primero fue el acuerdo gasífero con Argentina que permitió inaugurar en el año 1997 el
primer gasoducto transandino, diversificando la matriz energética con una fuente de menor
costo, pero que, debido a las graves restricciones en los envíos de energía presentadas a 273
partir del año 2004, amenazó con llevar al país al racionamiento eléctrico en el año 2008.
Esta crisis solo se resolvió con la construcción de la planta de gas natural licuado (GNL)
en Quinteros, que permitió traerlo desde otros países a partir del año 2009.
• Un segundo aspecto es la creciente competitividad de las fuentes de energía renovable
no convencionales (como solar, eólica y mini hidroeléctricas).
• Finalmente, las persistentes sequías observadas en el país en las últimas décadas,
parcialmente relacionadas con el fenómeno del cambio climático (CR2, 2015).
La dictación de normas de emisión y calidad de las aguas permitieron por primera vez en el país
avanzar en un plan de control de la contaminación. Asimismo, la legislación ambiental estableció
una institucionalidad con la Comisión Nacional del Medio Ambiente (CONAMA) actuando como
organismo coordinador de la institucionalidad pública. Esta legislación fue perfeccionada entre
los años 2010 y 2012 introduciendo cambios en las normativas y creando una nueva estructura
institucional consistente en un Ministerio del Medio Ambiente, un Servicio de Evaluación Ambiental
(SEA) encargado de organizar y coordinar los procesos de evaluación, una Superintendencia del
Medio Ambiente (SMA) responsable de la función fiscalizadora, y los Tribunales Ambientales, para
la resolución de los conflictos sobre la aplicación de las normativas.
Por su parte, la legislación de aguas fue motivo de una reforma discutida por más de 12
años en el Congreso Nacional y, después de un fuerte debate político acerca del papel del Estado
en la gestión de los recursos hídricos, fue aprobada el año 2005 tras considerar especialmente lo
relativo a la asignación de los derechos de aprovechamiento de aguas y su ejercicio (Peña, 2005;
Hantke-Domas, 2011). Entre sus objetivos, la reforma buscó favorecer la competencia, eliminar la
especulación y el acaparamiento de los derechos de agua, en especial para fines hidroeléctricos,
avanzar en la protección de los ecosistemas asociados a los recursos hídricos, y mejorar la gestión
de las aguas subterráneas.
Para ello, la modificación legal estableció el pago de una patente, con valores crecientes en
el tiempo, a los derechos de agua que no estaban en uso y la obligación para los peticionarios de
nuevos derechos de justificar el caudal solicitado. En lo referente al medio físico natural, se incorporó
la obligación de mantener caudales ecológicos en la constitución de nuevos derechos. Respecto
de las aguas subterráneas, se fortaleció la función pública permitiendo a la DGA declarar áreas de
restricción para nuevas extracciones y denegar solicitudes para garantizar la sostenibilidad de las
explotaciones de los acuíferos en el largo plazo. Además, se autorizó a la DGA a reservar caudales
274 para su uso en el abastecimiento de servicios de agua potable. Respecto de la constitución de nuevos
derechos de agua para usos no consuntivos (hidroeléctricos), se facultó a la DGA para denegarlos
si su constitución no estaba de acuerdo con el interés público. Esto significa que el otorgamiento de
nuevos derechos para fines hidroeléctricos queda subordinado a la evaluación que haga el Estado
de su conveniencia.
La primera reforma al marco institucional y legal fue la eliminación de la sequía como causal
de fuerza mayor en el caso de una interrupción del suministro eléctrico, lo que implicó nuevas
obligaciones para las generadoras (1999). Esta decisión significó un cambio estructural en la industria
eléctrica de Chile, incorporando nuevos riesgos para las decisiones de inversión en la generación
hidroeléctrica. Además, para abordar la necesidad de diversificar la matriz energética, mejorar
la competitividad en la generación y asegurar el abastecimiento —comprometido por la crisis de
suministro del gas argentino en la cual se suspendieron totalmente los envíos de gas— se aseguró
el acceso al mercado mayorista a cualquier generador, independientemente de su tamaño. Luego de
esto, se estableció un mecanismo de licitaciones de suministro, de acuerdo con los requerimientos
identificados por las empresas distribuidoras para proveer energía a los sectores regulados en el
mediano y largo plazo (2005). Esto llevó a imponer obligaciones a las empresas generadoras tales
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
como incorporar paulatinamente las energías renovables no convencionales (ERNC) hasta alcanzar
al menos un 10% en el año 2024, incluyendo centrales hidroeléctricas de hasta 20 MW (2008). En
lo institucional, se creó el Ministerio de Energía (2009), como entidad separada de minería, con la
responsabilidad de diseñar y coordinar los planes, políticas y normas para el buen funcionamiento
y desarrollo del sector eléctrico, quedando la CNE como órgano técnico encargado de analizar
precios, tarifas y normas técnicas, y organizar las licitaciones de las proveedoras. Mediante una
ley especial (N° 20.571) se hizo factible que las pequeñas fuentes de autogeneración de las ERNC
hasta 100 kW de potencia pudieran integrarse a los sistemas generales de distribución e inyectar
sus excedentes a la red (2012).
Finalmente, los problemas de suministro y altos costos, debido a las barreras de entrada del
sector eléctrico y la poca competencia existente, posibilitaron un nuevo consenso político, social y
técnico sobre cómo desarrollar el sector energético en el país, materializado, mediante un proceso de
diálogo y participación de actores privados y públicos a nivel nacional, en la formulación y aprobación
de la Agenda de Energía (2014). Dicho acuerdo cambió el paradigma que había imperado en el
sector eléctrico por más de 30 años, desde el dictamen de la Ley General de Servicios Eléctricos
en 1982. De acuerdo con esta visión, la dirección del desarrollo del sector se encontraba totalmente
entregada al mercado. La nueva estrategia dispuso que el Estado pasaría a tener un rol más activo
en la planificación de largo plazo del sector eléctrico, conciliando objetivos económicos, ambientales
y sociales en pro del bien común de toda la población (Romero y Tapia, 2018).
La Agenda de Energía estableció como una de sus tareas el diseñar y ejecutar una política
energética de largo plazo que contara con validación social, política y técnica, lo cual se realizó por
medio de mesas de trabajo temáticas, tanto a nivel central como regional. Así, se aprobó la Política
Nacional de Energía contenida en el documento denominado “Energía 2050: Política Energética
de Chile” (2015), la que se estableció basada en cuatro pilares: seguridad y calidad de suministro,
energía como motor de desarrollo, compatibilidad con el medio ambiente, y eficiencia y educación 275
energética, definiendo visiones, metas y lineamientos a los años 2035 y 2050.
En este nuevo marco, el año 2014 se aumentó la exigencia sobre las ERNC establecida en
2008, definiendo como meta llegar a un 20% del abastecimiento eléctrico nacional el año 2025.
Además, se revisó el mecanismo de licitaciones incorporado en el año 2005 mediante una ley en
2015, con el objetivo de disminuir los precios, aumentar la competencia, incorporar nuevos actores
y diversificar las fuentes de energía. Para ello se radicó en la CNE la obligación de efectuar las
licitaciones públicas —y no en las empresas distribuidoras— con plazos de antelación más largos
para facilitar la entrada de las nuevas fuentes, con contratos de mediano y largo plazo más flexibles
y competitivos.
Los censos agrícolas realizados entre los años 1996/97 y 2006/7 no muestran un incremento
neto de las superficies de riego, debido a la disminución de dichas superficies en la zona central y
sur, posiblemente asociada a fenómenos como el crecimiento de las zonas urbanas y edificadas,
que se compensa con una expansión en la zona del llamado Norte Chico. El incremento de las zonas
con riego tecnificado es sustancial, pasando de 92 mil a 304 mil hectáreas. Posiblemente, en la
actualidad, la superficie de riego tecnificado supere las 350 mil hectáreas. Es importante destacar
que este proceso de tecnificación del riego ha estado incentivado por el incremento de productividad
que se asocia a la modernización de la agricultura, más que por la necesidad de una utilización más
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
eficiente del agua. Los proyectos de tecnificación muestran elevadas rentabilidades económicas y
un incremento de las inversiones complementarias (CNR, 1999).
Una externalidad negativa asociada a este proceso es el impacto de la tecnificación del riego
en los retornos a los cauces y en las recargas a los acuíferos, recursos que usualmente son utilizados
por otros usuarios ubicados hacia aguas abajo o que aprovechan el mismo acuífero (Jouravlev, 2014).
Este efecto se acentúa cuando se asocia a un incremento del área regada a partir de los ahorros
debidos a la mayor eficiencia de aplicación y menores pérdidas. En un sistema como el chileno,
donde no existe una gestión integrada de los recursos hídricos a nivel de la cuenca, estos impactos
no son considerados en la toma de decisiones y su regulación constituye un desafío pendiente en
la actualidad. Para incorporar estos efectos a la toma de decisiones será necesario implementar y
fortalecer la institucionalidad y las regulaciones que posibiliten abordar a nivel de las cuencas las
soluciones más convenientes en cada caso, incluyendo compensaciones a los afectados cuando
esto se justifica.
Así, en la relación entre agua y producción de alimentos resulta fundamental el objetivo
del incremento en la productividad por metro cúbico asociado a un buen manejo del agua. Este
impacto se debe tanto al aumento de la cantidad y calidad de la producción como al desplazamiento
a cultivos de mayor valor con tecnologías más sofisticadas. Por ejemplo, el cuidadoso manejo de
las viñas con un “déficit controlado” es un elemento que incide directamente en la calidad de los
vinos (y en su precio). Por ejemplo, se puede destacar referido al caso cómo las exportaciones de
fruta fresca que a principio de la década de 1990 estaban en 700 millones de dólares, pasando
en el año 2002 a los 1,4 mil millones y en 2017 alcanzaron 4,8 mil millones de dólares. En el caso
de la producción de vino, las exportaciones pasaron de 52 millones de dólares en el año 1990 a
570 millones en el año 2000 y a casi 2 mil millones de dólares en el año 2017. Lo anterior enfatiza
que, en el análisis a nivel nacional, para un país con una economía abierta, la relación entre agua y
278 producción de alimentos debe considerar el aporte neto de las zonas regadas al PIB, y al bienestar
de los productores agrícolas y los sectores relacionados.
Por otra parte, el incremento de la explotación del agua subterránea relacionada con la
agricultura ha alcanzado sus máximos sustentables en diferentes acuíferos, inclusive en algunos
casos se observan situaciones de sobreexplotación. Esto ha llevado a aplicar la modificación del
Código de Aguas aprobada el 2005, declarando más de 300 sectores acuíferos como áreas de
restricción para la instalación de nuevos pozos. Estas restricciones para nuevas explotaciones
corresponden a los principales acuíferos que se localizan desde la zona central hacia el norte. La
urgencia en el control de las extracciones ha sido la causa de la modificación legal aprobada a
principios del año 2018, orientada a fortalecer las atribuciones fiscalizadoras de la DGA mediante
la Ley N° 21.064 que “Introduce Modificaciones al Marco Normativo que Rige las Aguas en Materia
de Fiscalización y Sanciones”.
alcanzados conjuntamente —no son separables—, la idea del Nexo está implícitamente presente en
su formulación, exigiendo una actitud coherente de los Estados (Embid y Liber, 2017).
En Chile, la preocupación por hacer llegar los servicios de agua potable y saneamiento y
de energía a toda la población, incluida la población rural, dio origen a programas especializados
del Estado desde la década de 1940 para la energía y desde el año 1964 para el agua potable rural.
En relación con la provisión de servicios de agua potable y saneamiento a la población urbana, el
Estado mantuvo permanentemente programas de ampliación de la cobertura (Valenzuela y Jouravlev,
2007), en un marco institucional que, salvo excepciones, era fuertemente centralizado. Además,
desde fines de los años 1980, las normativas relativas a las tarifas urbanas de provisión de los
servicios tanto de agua potable y saneamiento como de electricidad consideraron el otorgamiento
de subsidios focalizados en la población de menores recursos. Para ese propósito, se aplicó un
instrumento estandarizado y único que permite clasificar los hogares que requieren apoyo desde los
programas sociales de gobierno. El instrumento utilizado, que se creó en el año 1980 como Ficha
CAS, fue perfeccionado mediante la Ficha de Protección Social (FPS) y, en la actualidad, por el
Registro Social de Hogares. El uso de un instrumento único para focalizar los apoyos a la población
vulnerable, compartiendo los costos y el esfuerzo técnico y administrativo que implica organizar un
sistema nacional de subsidios, es un ejemplo de las sinergias que se generan entre los temas de
provisión de agua potable y saneamiento y de electricidad.
El programa iniciado en el año 1964 para proveer servicios de agua potable rural se intensificó
desde la década de 1990, alcanzando en la actualidad una cobertura prácticamente total en relación
con el suministro de agua potable en poblaciones concentradas y semiconcentradas (véase el gráfico
2), quedando aún pendiente del orden del 70% de la población en lo relativo al saneamiento rural.
Asimismo, existen cerca de unos 500 mil habitantes de población rural dispersa que requieren de
soluciones de agua potable y saneamiento sin conexión a redes.
A fines del año 1994, como parte de la política de superación de la pobreza, se creó el Programa
279
de Electrificación Rural (PER) (en la actualidad, Energización Rural). Cabe destacar que en esa época
el 53% de las viviendas rurales no disponía de electricidad (Estay, 2014). El PER es un programa
descentralizado ejecutado por la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo (SUBDERE)
y el Ministerio de Energía con los siguientes objetivos: integrar los sectores rurales al desarrollo
económico nacional; frenar la migración rural-urbana; aumentar las posibilidades de generación de
ingresos al tener medios más tecnificados de producción sobre la base de la energía eléctrica; y
mejorar el nivel socio-cultural de las habitantes. El programa dispone de diversos instrumentos con
subsidios y apoyos para utilizarse según la naturaleza de los requerimientos. Sus logros han sido
significativos, habiéndose ampliado la cobertura de hogares con electricidad al 86% en el año 2002
y alcanzando en la actualidad un valor del orden del 98% (Argomedo, 2015).
En síntesis, tanto en lo relativo a la provisión de agua potable y saneamiento como en los
servicios de electricidad, los programas públicos han sido efectivos en alcanzar las coberturas
básicas, quedando pendientes desafíos específicos relacionados con la calidad de los servicios.
energía relacionadas con el aprovechamiento del agua: la demanda de la minería para los procesos
de desalación de agua de mar y bombeo; la demanda asociada al manejo del agua para el regadío;
y la demanda derivada de los servicios de agua potable y saneamiento.
Gráfico III.3
Proyección del consumo energético anual de minería por proceso
(En teravatios-hora)
35
30
25
20
15
10
0
2017 2018 2019 2020 2021 2022 2023 2024 2025 2026 2027 2028
En síntesis, el gasto total en energía de los sectores minero, agrícola y de agua potable
y saneamiento, relacionado con la provisión, conducción, tratamiento y manejo del agua, puede
alcanzar 3 TWh, representando del orden del 4% del total del consumo nacional de energía eléctrica.
A lo anterior se debiera agregar el consumo asociado al manejo de agua por la industria, que sería
poco significativo.
décadas, ha mejorado las posibilidades de acuerdo en materia de energía, agua y medio ambiente.
En este contexto, es posible identificar los siguientes espacios de convergencia generados en los
últimos años: manejo conjunto del agua para la generación hidroeléctrica y el riego, y la eficiencia
hídrica y energética en el Nexo.
Parte C
Conclusiones y propuestas
A. Embid y L. Martín (editores) (2017), El Nexo entre el agua, la energía y la alimentación en
C1 América Latina y el Caribe: planificación, marco normativo e identificación de interconexiones
prioritarias; pp. 45-52.
1. Conclusiones generales
Los países de la región no han incorporado hasta el momento el enfoque del Nexo en el diseño
de sus políticas, ni en la planificación y tampoco en la regulación de servicios públicos ni gestión
de los recursos naturales. Al mismo tiempo, las características de la región ponen de manifiesto la
relevancia que este enfoque puede presentar para el desarrollo sustentable de los países por las
siguientes razones:
• Relativa abundancia de recursos naturales, con gran potencial de desarrollo en los tres
ámbitos del Nexo, aún cuando su explotación se basa en modelos de desarrollo que deben
ajustar sus condiciones de sustentabilidad y equidad.
• Esta situación se contrapone con escasa capacidad para la formulación e implementación
de políticas públicas en línea con los planteamientos del Nexo y debilidad, e inclusive
inexistencia, de sistemas de coordinación intersectorial.
284 • Altos niveles de desigualdad, pobreza e insatisfacción en la garantía y realización de los
derechos humanos.
para satisfacer la demanda energética, que suele estar desfasada de las necesidades
estacionales para otros usos.
• La explotación hidrocarburífera y minera, que aporta ingresos fiscales para los Estados
y es fuente de trabajo para la población, pero que necesita grandes caudales de agua y,
a la vez, puede afectar la calidad del recurso, ocasionando con ello múltiples problemas
en los abastecimientos urbanos, la agricultura y otros usos.
• La producción de biocombustibles, que diversifica la matriz energética y puede ser fuente
de ingresos importantes para el Estado (por vía impositiva) y para los agricultores, pero
incide en el consumo de agua, intensifica competencia por la tierra y puede afectar a la
producción de alimentos, reduciéndola o impactando al alza sus precios, y también a la
función ecológica de los bosques, si no se adoptan medidas precautorias adecuadas.
• El uso de los desechos agrícolas, agroindustriales y de alimentos, que bajo el concepto
de biorrefinería, pueden permitir un aprovechamiento pleno de la cascada de uso de la
biomasa, generando nuevas cadenas de valor y reduciendo o eliminando las descarga
al ambiente.
• La consideración de todas las interconexiones en los contextos urbanos que caracterizan
a la región, en particular la relativa a la expansión, mejoramiento de la calidad y eficiencia
de los servicios de abastecimiento de agua potable y, sobre todo, los de saneamiento y
tratamiento de las aguas residuales.
Recuadro III.5
Elementos fundamentales para procesos planificadores
El tema de planificación implica encontrar un balance entre la seguridad de derechos de los agentes económicos sobre
las aguas, importante para la promoción de inversiones, y los controles ex-ante, y eventualmente ex-post, de la actividad
privada. Además, si la planificación es inflexible, el proseguir con planes rígidos, especialmente en una economía
global y bajo condiciones cambiantes, puede conducir a errores costosos. La planificación supone contestar varias
cuestiones: ¿qué recursos se sujetan a control estatal, cómo se manejan la calidad y la cantidad, cuál es la medida
del poder público sobre el agua, cuál es el rol de la planificación del agua, cómo la misma se integra con planificación
regional y de otros sectores, y qué proceso se debe utilizar para facilitar una revisión continua y dinámica de los planes?
La planificación exige la integración de calidad y cantidad en el manejo del recurso, así como de aguas
superficiales y subterráneas, y de la oferta y demanda de agua. También implica la supervisión de las formas de uso,
incluyendo la cancelación de permisos, si hay usos ineficientes. Incluye asimismo una identificación y correlación de
usos y extracciones, de manera de preservar fuentes, caudales mínimos y demandas ecológicas.
Los derechos de agua deberían ser ajustables en función de objetivos de planificación. Si bien el Estado no
puede funcionalmente destruir derechos, puede ajustarlos, dentro de ciertos límites, conforme resulte de imperativos
ambientales o del mejor uso del recurso. En algunos sistemas, los permisos de uso no son permanentes, sino de duración
periódica, cuestión que permite su ajuste, pasado un tiempo razonable de amortización de inversiones.
La planificación supone la preparación de planes de emergencia frente a eventos naturales extremos y
desastres de origen humano. Incluye clasificación de usuarios y establecimiento de prioridades, en función del interés
público. Algunos sistemas prevén análisis de proyectos y usos en función de impactos ambientales, económicos y
sociales, así como auditorias, rehabilitación de sistemas, conservación, moratoria de otorgamiento de nuevos permisos,
y eventualmente eliminación de ciertos usos.
Otros elementos importantes son la creación de áreas de manejo especial y de áreas naturales protegidas,
establecimiento y mantenimiento de caudales ecológicos o mínimos, y el manejo coordinado de demandas competitivas.
Algunos sistemas exigen la elaboración de planes, antes de aprobar cualquier modificación sustancial de los cuerpos
de agua y sus márgenes.
La fragmentación administrativa conspira en contra de la planificación. Esta fragmentación puede darse
entre distintos usos del agua, entre diferentes manifestaciones del agua en el ciclo hidrológico, y entre entidades de
planificación y de manejo cotidiano. Sin integración de poderes administrativos, la planificación muy a menudo resulta 287
poco útil. Por ello, muchos sistemas hacen que sus planes sean aprobados bajo la forma de una ley, y se enfatiza la
necesidad de vincularlos al sistema de otorgamiento de permisos.
Hay elementos fundamentales para procesos planificadores. Si bien los mismos no pueden asegurar su éxito,
sin ellos la planificación no tiene sentido: i) definición de objetivos económicos, ambientales y sociales; ii) determinación
de indicadores para evaluar su relación con cada plan, y de umbrales de desempeño bajo los cuales un plan no se
aprueba; iii) conocer cuánta agua hay, quién la usa, dónde y cómo, lo que exige instituciones de administración,
derechos de agua, registros, catastros, y sistemas de adjudicación y resolución de conflictos; y iv) conocimiento
de las economías del agua y sus servicios, para tomar máxima ventaja de economías de escala y alcance, así como
conseguir equidad vía eficiencia.
Fuente: Solanes (2008).
Una legislación de aguas moderna cuyo contenido refleje las prioridades del Nexo
Las políticas de Estado, una vez formuladas, necesitan de un reflejo normativo. La mayor parte
de los países de la región cuentan con una ley de aguas, aunque no en todos los casos se trata de
una ley moderna que tenga en cuenta, además, las exigencias del Nexo. En todo caso, se considera
conveniente una ley de aguas que refleje y articule las necesidades que se desprenden de una efectiva
política del Nexo: planificación de cuencas, medidas de adaptación al cambio climático, cuestiones
ambientales como elemento subyacente, conservación del agua y posición prioritaria del consumo
humano y del abastecimiento a poblaciones sobre otras utilizaciones. Igualmente, es necesaria la
existencia de un adecuado y garantizador procedimiento de otorgamiento de derechos de uso de
agua, un registro de aguas que refleje y conduzca la realidad jurídica (normalmente concesional)
existente y mecanismos de resolución de conflictos que aseguren transparencia e imparcialidad.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
ríos transfronterizos o interjurisdiccionales, criterios para considerar los impactos sobre los distintos
componentes del Nexo en las decisiones que adopten.
Los derechos humanos deben estar presentes en las legislaciones aplicables a los
tres componentes del Nexo
Se recomienda la presencia en las correspondientes legislaciones de los derechos humanos
respectivos (derecho al agua y al saneamiento, derecho a la energía, derecho a la alimentación). Esa
presencia puede ser facilitada con la incorporación a la respectiva constitución de tales derechos.
De todas formas, lo esencial no son las proclamaciones en normas legales, sino la articulación de 291
mecanismos efectivos para su realización, con el control adecuado de las entidades públicas o
particulares que puedan vulnerarlos.
El nexo en las políticas a desarrollar por los entes públicos locales o sub-nacionales
Las decisiones relevantes para el Nexo no se adoptan solamente por las instituciones centrales
(gobierno y parlamento) sino también por los entes públicos locales y sub-nacionales. Por ello, se
recomienda asegurar por medio de reformas normativas que todos los entes públicos (también los
municipios o los gobiernos regionales o sub-nacionales, no solamente la administración central)
tengan en cuenta los impactos sobre los componentes del Nexo, de las decisiones que adopten
dentro de sus respectivas competencias e, igualmente, que las instituciones del gobierno central o
federal valoren las consecuencias para los entes locales y sub-nacionales, de sus decisiones sobre
asuntos relacionados con estos componentes.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
3. Propuestas sectoriales
292
Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
A continuación, se profundiza en las ventajas de la adopción del enfoque del Nexo en cada
una de las fases del desarrollo e políticas públicas y la relevancia de desarrollar cada una de ellas.
Ventajas en la formulación
• Construye una visión compartida de la acción. Es decir, que los actores de los distintos
sectores agua, energía y alimentación lleguen a un consenso respecto de la situación a la
que se desea llegar. Al ser una visión compartida por todos los actores, se sentirán parte
del proceso y se motivarán a trabajar porque esta visión se logre.
• Permite una postulación ambiciosa, realista y coherente de objetivos y metas. Esto,
guardando relación con los problemas principales identificados en la fase de diagnóstico.
• La adopción del enfoque del Nexo en esta fase promueve la búsqueda conjunta de
soluciones, ya sean medidas técnicas, normativas o financieras, entre todos los actores,
lo cual es importante porque así se generan soluciones coherentes respecto a cómo estas
medidas aportan a la consecución de objetivos y metas. Además, genera un compromiso
por parte de los actores, incluso previo a la implementación de la acción.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
• Al ser un proceso que cuenta con la participación de los distintos actores, se realiza una
evaluación integral de las distintas alternativas postuladas. De esta manera, se puede
identificar y determinar los impactos (sociales, económicos/productivos y ambientales)
en los sectores del Nexo. Permite a la vez, generar medidas para eliminarlos o mitigarlos.
• La evaluación ex ante de la viabilidad de las alternativas (económica, técnica e institucional),
que cuenta con el apoyo de un equipo técnico e interdisciplinario, logra incrementar la
probabilidad de que la acción tenga éxito y se pueda implementar con éxito. Esto, significa
también la asignación eficiente de recursos, al priorizar y seleccionar las alternativas más
costo-efectivas.
• Adoptar un enfoque del Nexo en esta fase permite planificar de manera conjunta qué se va a
medir, cómo se medirá, quién lo medirá, con qué frecuencia se medirá y cómo se financiará.
La coordinación intersectorial e interinstitucional permite intercambiar conocimientos,
recursos, capacidades y buenas prácticas. Lo cual brinda la oportunidad de desarrollar
bases de datos integradas, y la gestión y análisis conjunta de estos datos. De esta manera,
se asegura la generación y recopilación de información útil, creíble, transparente y robusta.
295
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Capítulo I
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