Vino Una Noche A Tocar
Vino Una Noche A Tocar
Vino Una Noche A Tocar
Yo estaba en el escenario lustrando mí trompeta cuando lo vi entrar. Era viejo y llevaba un sobretodo muy
gastado. Su cara le resultaba vagamente familiar, me pareció haberlo visto entre el público un par de veces en las
semanas previas. Me pareció algo desagradable y siniestro, quizás por la ropa y el cabello muy descuidados la palidez
cadavérica de j rostro. Olía raro, también. Parecía un viejo vampiro muy venido a menos. Y esta vez venía a tocar: vi
en sus manos un estuche de saco tenor.
El boliche del Ruso era un sótano bastante deteriorado, aunque la ambientación era agradable. Lo jueves a la
noche solíamos organizar jam-sessions. Siempre había poca gente, el público de jazz es pequeño, y más cuando se
trata de zapadas de aficionados. Hacía meses ya que no venía nadie nuevo a tocar. En general éramos solo nosotros
cuatro.
Lo vi cambiar unas palabras con el pianista y sentarse en la oscuridad. No me hacía mucha gracia la idea de
tocar con este hombre. Algo de él me inquietaba, aunque no podía precisar qué era. Y no se limitaba a su apariencia,
era además un tipo retraído, taciturno, un poco torpe. Creo que lo peor era su mirada: no me gustó mirarlo a los ojos
cuando lo saludé. Supuse también que como instrumentista debía ser mediocre, pero con todo no teníamos
verdaderas razones para no permitirle tocar.
Supe que no era el único que pensaba así: en el ajetreo de los preparativos intercambie con los demás
discretas palabras de conmiseración y fastidio, aunque ninguno de nosotros dijo nada al respecto.
Una vez que todo estuvo listo y la cantidad de público era suficiente, el bajista le hizo al Ruso un ademán de
“ya podemos empezar”. El ruso apagó la música y encendió las luces del escenario y bajo, más todavía, a la luz de la
sala. El viejo sacó un saxo hermoso, muy antiguo, pero brillante y muy bien cuidado. El contraste con el viejo
siniestro y el instrumento reluciente tenía algo de perverso. “seguro que se lo robó a alguien-2 pensé.
“Probablemente ni siquiera sepa tocarlo”. Pero este último pensamiento se desvaneció al ver que con qué
naturalidad el viejo armaba el instrumento, le colocaba la embocadura y una caña nueva. Casi con cariño, se diría.
Resolvimos comenzar con The days of Whine and Roses, de Mancinni; un tema suficientemente sencillo y
conocido como para entrar en calor, y para ver de qué era capaz nuestro invitado.
Enseguida notamos que el viejo tocaba condenadamente bien. Durante la melodía y nuestro solos, sus
contribuciones al acompañamiento eran correctas, refinadas, apropiadas y modestas, el tipo tenia buen gusto,
caramba. Y cuando le llego su turno de improvisar no lo pudimos creer: su solo fue de lo más delicioso que haya
escuchado en mi vida. la habilidad técnica del viejo y su sentido melódico eran los propios de un profesional.
Profesional es poco: de un verdadero artista. Pero no era solo eso, había algo, algo indefinible, mágico por decirlo
así, en su manera de tocar. Otra vez hubo miradas entre nosotros, pero era vez fueron de admiración y sorpresa.
Nos pareció entonces que podíamos seguir con temas un poco más complicados y así fue. El viejo conocía
todos a la perfección, como si los hubiera compuesto. Cuando acompañaba, cada una de sus notas y silencios tenían
algo de pincelada maestra. Y sus improvisaciones eran cada vez mejores: las nuestras no, cada vez, estamos tocando
ligeramente peor. Al principio lo atribuí a que tocar con un músico tan talentoso nos estaba resultando abrumador.
Lo que no podía explicarme era el extraño sentimiento de cansancio físico que empezaba a sentir.
Me pareció que mis compañeros estaban experimentado algo similar. Podía ver en sus caras el creciente
agotamiento y oír sus solos cada vez más pobres, y no podía ser que todos estuviésemos teniendo u mal día. El viejo,
en cambio parecía rejuvenecer con cada tema.
Llevaríamos tocando alrededor de una hora y media cuando el baterista se desmayó. Dejamos los
instrumentos y fuimos velozmente a atenderlo. Estaba pálido y sudaba frio. Naturalmente, dimos por terminado el
concierto. El viejo se fue sin saludar. Vi dos o tres personas del público que tuvieron la intención de felicitarlo, pero
no se atrevieron.
Una hora más tarde ya estábamos relativamente recuperados. Note que temblábamos un poco y que ninguno
se atrevía a decir nada. El público se había ido y estábamos solo nosotros y el Ruso. Entonces sucedió lo peor.
Al tiempo que desaparecía el cansancio y el malestar, al tiempo que podía sentir que recuperaba la cordura, y
desaparecían los temblores, empezó a crecer una horrible sospecha que se iba trasformando en certeza. Pude ver
que a los demás les sucedía exactamente lo mismo. Elegimos un tema y comenzamos a tocar. Al principio no hubo
nada extraño, pero cuando uno de nosotros quiso hacer un solo, no fue posible. De los instrumentos salían sonidos
discordantes, nuestros dedos respondían de modo torpe, como si no supiéramos tocar.
Todo esto fue hace tiempo, y desde entonces no fuimos mas al sótano del Ruso. No supe nada amas de mis
compañeros, pero sin duda les ha sucedido lo mismo que a mí. Yo no he vuelto a tocar nunca más, no porque no
quiera, sino simplemente porque ya no puedo.