Calvo, Yadira - de Mujeres, Palabras y Alfileres
Calvo, Yadira - de Mujeres, Palabras y Alfileres
Calvo, Yadira - de Mujeres, Palabras y Alfileres
y alftleres
DE MUJERES, PALABRAS Y ALFILERES
Consejo editorial
DE MUJERES, PALABRAS
Y ALFILERES
El patriarcado en el lenguaje
edicions bellaterra
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Printed in Spain
ISBN: 978-84-7290-817-8
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Portal, 9
1. Arsénico y palabras, 11
Dosis mínimas, 11 • Estrategias discursivas de la dominación, 14 •
La involuntaria complicidad, 22 • Referencias bibliográficas, 25
4. La marca de lo no marcado, 57
Mamitas, negritas y reinitas, 57 • Del discurso a la norma, 59 • El
masculino: ni neutro, ni genérico, ni universal, 62 • Porque él no es
ella ni nosotros somos nosotras, 66 • Referencias bibliográficas, 69
6. El castellano derecho, 87
Limpia, fija y da esplendor, 87 • La enorme minoría, 92 • Añadir, su-
primir, enmendar, 96 • Referencias bibliográficas, 102
8 De mujeres, palabras y alfileres
Dosis mínimas
1. Viktor Klemperer, La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, en línea.
Todas las citas que en adelante se hagan de Klemperer proceden de este texto.
12 De mujeres, palabras y alfileres
2. Para lo relacionado con la posición de Teun A. van Dijk, me baso aquí en sus tex-
tos «Discurso y dominación» y «Discurso, poder y élites simbólicas», Discurso, poder
y cognición social (Conferencias)»; y en Antonieta Muñoz Navarro, «Teun van Dijk:
“Las élites son las primeras responsables en la reproducción del racismo”», todos en
línea.
14 De mujeres, palabras y alfileres
3. Teun A. van Dijk, «Estructura discursiva y cognición social»; José Antonio Díaz
Rojo: «Lengua, cosmovisión y mentalidad nacional», ambos en línea. La cosmovisión,
para Díaz Rojo, es más abarcadora que la ideología, porque incluye no solo cognicio-
nes sociales sino «las representaciones mentales compartidas por un grupo social que
pretende explicar la totalidad del universo».
Arsénico y palabras 15
que sirven para entender la realidad según sus propios intereses, crear
las actitudes que a ellos les convienen y juzgar los comportamientos
según se ajusten a los fines que pretenden conseguir. Es una represen-
tación falsa, interesada y distorsionada, pero «tiene la suficiente apa-
riencia de validez explicativa, “dadas cómo son las cosas” —es decir,
la biología de los sexos y la historia pasada de nuestra civilización—,
que parece “natural” y “de sentido común”, por lo tanto puede acep-
tarse casi sin fisuras».4
Tal como lo ve M.ª Jesús Buxó Rey, la desigualdad y la domina-
ción, una vez constituidas, necesitan preservarse manteniendo las asi-
metrías «en el acceso y en el uso de la lengua, el ritual, la religión y
los mitos que validan y regulan la producción y reproducción sociales,
especialmente la división sexual del trabajo y la reproducción físico-
social». El sistema se orienta a favorecer y mantener el mayor poder y
estatus socioeconómico del hombre.5 Ritual, religión, lengua, mitos:
son parte del sistema simbólico en que se asienta la dominación
masculina.
Hay estrategias discursivas utilizadas en general por todos los
grupos dominadores a fin de imponer su propia ideología, y en el se-
xismo existen además recursos específicos que a primera vista pare-
cen nimiedades en las que no vale la pena detenerse. Es el caso de
asociaciones cristalizadas como «mujer y familia», tal como se en-
cuentra en muchos libros de historia o de antropología; o «el Señor
Perico Pérez y señora» de las invitaciones, lo que supone una incapa-
cidad para percibir a las mujeres como seres autónomos; o las enume-
raciones del tipo «hombres, mujeres y niños», «profesores y profeso-
ras», «padre y madre», «ciudadanos y ciudadanas», en las cuales
siempre el vocablo masculino se enuncia antes del femenino, lo que
implica una visión jerarquizada de los sexos.
De igual modo, en los tratamientos de cortesía un hombre es «se-
ñor» cualquiera que sea su edad o su estado civil, pero una mujer es
«señorita» si es joven o soltera; al casarse o madurar se convierte en
8. Ana Martos, Historia medieval del sexo y del erotismo, en línea.
9. Ibid., p. 115.
18 De mujeres, palabras y alfileres
10. Sobre estos conceptos de Foucault, ver Liliana Vásquez Rocca, «Foucault: mi-
crofísica del poder y constitución de la subjetividad; discurso-acontecimiento y poder-
producción», en línea.
20 De mujeres, palabras y alfileres
15. Cit. por Luis Otero, Mi mamá me mima, p. 78. Las mayúsculas son del original.
16. Ibid.
22 De mujeres, palabras y alfileres
La involuntaria complicidad
Si le niegas este derecho a sentirse superior, que tienen todos los hom-
bres, entonces a cada cosa que le propongas te responderá con una ne-
gativa, para hacerte ver su superioridad.
22. Ibid.
23. Didier Eribon, «Entrevista a Pierre Bourdieu. ¿Qué significa hablar?», en línea.
Las cursivas son del original.
24. Judith Butler. Lenguaje, poder e identidad, p. 253.
Arsénico y palabras 25
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2.
El sujeto de los sujetos
El gran arquetipo
1. George Simmel, «Cultura femenina», en Cultura femenina y otros ensayos, p. 75.
2. Teun A. van Dijk, «Discurso y dominación», en línea.
28 De mujeres, palabras y alfileres
3. Amparo Moreno Sardà, De qué hablamos cuando hablamos del hombre, p. 145.
Las cursivas son del original.
4. Cf. Mercedes Madrid, La misoginia en Grecia, p. 322; Jean-Marie Aubert, La
mujer, pp. 119-120.
5. Para un estudio más detenido de las teorías de Galeno, ver Amparo Rodríguez, La
estirpe maldita, pp. 50-55; Josephine Lowndes Sevely, Los secretos de Eva. Nueva
teoría de la sexualidad femenina, p. 33.
6. Ver sobre Aristóteles, Robert Archer, Misoginia y defensa de las mujeres. Antolo-
gía de textos medievales, pp. 58-59; sobre la influencia de Aristóteles en la Iglesia,
Jean-Marie Aubert, op. cit., pp. 118-120; Uta Ranke Heinemann, Eunucos por el reino
de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, en línea.
El sujeto de los sujetos 29
él. En este mito se basa san Pablo y tras él la tira de frailes, teólogos,
curas, sermoneros y moralistas para afirmar que solo los varones están
hechos a imagen de Dios.
A finales del siglo vi, en el concilio de Maçon, un obispo recla-
maba que la mujer no podía «ser llamada hombre». Doce siglos más
tarde, uno de los redactores de la Enciclopedia menciona cierta «diser-
tación anónima» que repite lo mismo: mulieres homines non esse.7 No
serían tan zoquetes ni el obispo ni el disertador como para llover sobre
mojado. Lo que intentaban era establecer que no son seres humanos, o
al menos no en igual grado que ellos. Esa es la misma razón de por
qué en 1791, cuando se redactó la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, se quedaron por fuera los derechos de la
mitad de la humanidad.
Para Aristóteles el macho era el sexo formal (morphe), genera-
dor, activo, el que trasmite la forma del nuevo ser; la hembra, un prin-
cipio material (hyle), pasivo, el que se limita a recibir el esperma y
solo aporta el lugar y la materia de que se forma el embrión. En pocas
palabras, ella es la tierra y él la semilla. Antes de Aristóteles, Hipócra-
tes de Cos (460-377 a.C.) afirmaba que el embrión se formaría a partir
de dos espermas, aportado uno por cada sexo, pero sus ideas quedaron
aparcadas ante el gran prestigio de Aristóteles y el enorme valor de su
teoría para legitimar la desigualdad.
Con el tiempo, mucho tiempo, la verdad biológica empezó a aso-
mar; la ciencia aceptó que la mujer no era vaso o vasija como se de-
cía, y ya en el siglo xix quedó patente y claro que esperma y óvulo se
reparten su trabajo por partes iguales. Pero el hecho es que, «aunque
el lobo pierda las lanas, no pierde las mañas».
En 1984, Alain Daniélou, en un libro sobre Shiva y Dionisio, se
refiere al esperma como «el principio creativo» que «contiene poten-
cialmente toda la herencia ancestral y racial y las características ge-
néticas del futuro ser humano».8 En una obra de 2009, La biología de
la transformación,9 sus autores, puestos al día en una gran cantidad
de saberes, de pronto nos sorprenden diciendo cosas como esta: «El
7. Cf. Alicia H. Puleo (ed.), La ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el
siglo xviii, p. 44.
8. Cit. por Eugene Monick, Phallos. Símbolo sagrado de la masculinidad, pp. 33-34.
9. Bruce H. Lipton y Steve Bhaerman, La biología de la transformación, p. 107.
30 De mujeres, palabras y alfileres
12. crhoy.com (2/10/2012), «El hombre es el que hace todo malo, incluyendo a la
mujer», dijo el diputado del ML, en línea.
13. Mercedes Bengoechea, «Lenguaje y sexismo», en línea.
El sujeto de los sujetos 33
Sin este poder, la tierra sin duda seguiría siendo pantano y selva. Las
glorias de todas nuestras guerras serían desconocidas… Sea cual fuera
su uso en las sociedades civilizadas, los espejos son imprescindibles
para toda acción violenta y heroica».16
En 1965, Jorge Luis Borges distingue, en una conferencia, entre
el buen tango, que es un canto de guapos y compadritos, anterior a
Gardel, y el tango gardeliano «quejoso y llorón» que le sucedió, des-
preciable por «afeminado», «lacrimógeno» y «sentimental». El primer
momento, al que denomina la «épica de las orillas», a la que se refiere
con evidente admiración, es la de los «tiempos bravos», cuando «unos
asesinos podían hacerse famosos durante un año por matar a un co-
merciante de la calle Bustamante». Era la época en la que, según le
contó «un malevo» que lo «honró» con su amistad, se creía que «el
hombre que piensa cinco minutos seguidos en una mujer no es un
hombre, es un maricón». Y «ningún compadre se habría quejado de
que una mujer no lo quisiera, porque eso hubiera pasado por una ma-
riconería».
Ese era, para Borges, el verdadero tango y su clima «valeroso y
peleador», y el verdadero mundo tanguero, «de alma masculina», ma-
nifiesto en las letras de Celedonio Flores: «Y yo me hice en tangos /
porque es bravo, fuerte, / tiene algo de Vida, / tiene algo de muerte»,
que en versiones posteriores sufrió leves modificaciones. Por ejemplo,
según lo cantaba Roberto Quiroga: «Porque el tango es bravo, / por-
que el tango es fuerte, / tiene olor a vida / tiene gusto a muerte»; o en
la de Julio Sosa: «Porque el tango es macho, / porque el tango es
fuerte».17 De modo que «bravo», «fuerte» y «macho» se agrupan en la
misma línea semántica, opuesta a «afeminado», «lacrimógeno» y
«sentimental». Y es que la magia de ese espejo en que se miran algu-
nos hombres, al amplificarlos al doble de su tamaño, les hace creer
que ellas solo miden la mitad de lo que miden.
La idea del varón como género humano es tan incisiva y persis-
tente que se refleja desde luego y de modo notable en el empleo de los
masculinos como genéricos, pero no solo ahí. La fuerza del androcen-
Una de las cuestiones sobre la inteligencia que más intriga a los cientí-
ficos es por qué las mujeres parecen constituir la excepción a la regla
de que la capacidad intelectual está en proporción directa con las di-
mensiones de la cabeza. Simplificando la regla dice: cuanto más volu-
men craneal, más inteligencia. Y suele cumplirse, salvo en el caso de
las mujeres, que tienen un volumen craneal inferior al de los hombres,
pero igual inteligencia (las cursivas son mías).
18. Eulàlia Lledó Cunill, «Nombrar a las mujeres, describir la realidad: la plenitud
del discurso», en línea.
19. Cit. por Eugene Monick, op. cit., p. 48.
36 De mujeres, palabras y alfileres
Gente y no gente
Judy C. Pearson y sus colegas hacen notar que «una gran parte del
lenguaje asume la presencia de una audiencia masculina o estándar sin
ni siquiera emplear un término masculino.22 Ellas citan un anuncio
publicitario de la Compañía de Seguros Knights of Columbus: «Sus
propiedades inestimables… Su mujer e hijos»; otro, de una revista
dedicada al golf: «Un buen curso de golf es como una mujer hermosa.
Bella… pero siempre un poco bruja».23 Bengoechea incluye este de El
País (noviembre 1999): «Desayune con Einstein, suba al Everest a
mediodía y acuéstese con Marilyn».24 Esto lo encontramos tan genera-
lizado que casi parece natural.
Hay dos tipos de personas en el mundo: las que se atreven y las que no
se atreven, las que están borrachas de forma natural y dicen las cosas
desinhibidamente, y las que están anudadas de temores y diplomacia, y
viven en el “hubiera”. Estos son los que nunca se atreven a sacar a bai-
lar a la mujer que les gusta y se quedan toda la vida arrepintiéndose;
los otros son los que se levantan de su asiento y simplemente lo hacen».25
25. Paul Brito, «Ebrios de azufre», El Diablo Viejo, en línea. Las cursivas son mías.
El sujeto de los sujetos 39
26. José Lara Galisteo, «Urbanismo y sociedad azteca», en línea. Las cursivas son
mías.
27. idealista/news, «Jóvenes, mujeres e inmigrantes lideran el repunte del empleo en
los últimos doce meses», en línea.
40 De mujeres, palabras y alfileres
Referencias bibliográficas
28. Salvador de Madariaga, Corazón de piedra verde, p. 229, en línea. Las cursivas
son mías.
29. M.ª Milagros Rivera Garretas, Nombrar el mundo en femenino, p. 82.
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3.
La lengua que nos habla
tros hábitos de pensamiento son una sola cosa», y «el contenido mis-
mo del lenguaje está íntimamente relacionado con la cultura». Cultura
es, para Sapir, el conjunto de «costumbres y creencias que constituyen
una herencia social y determina la contextura de nuestra vida»; y tam-
bién para él, la historia de la cultura y la de la lengua fluyen por cau-
ces paralelos: el vocabulario «refleja con mayor o menor fidelidad la
cultura a cuyo servicio se encuentra». Es decir, no disponemos de vo-
cablos para referirnos a objetos, seres o fenómenos desconocidos.
«Una sociedad que no conozca la teosofía no necesita tener un nom-
bre para designarla»; los aborígenes que no sabían de los caballos,
cuando los vieron por primera vez, tuvieron que inventarse una pala-
bra o adoptarla de otra lengua para referirse a ellos.3 De cajón. Igual
que en castellano no teníamos vocablos para casi ningún objeto tecno-
lógico y los tomamos del inglés. Posiblemente también nos faltan para
lo que teniendo presencia y existencia nos negamos a reconocer.
Uno de los debates más ardientes sobre las palabras se generó a
partir de que, en 1911, el antropólogo alemán Franz Boas, discípulo de
Humboldt, planteó que cada lengua es una particular clasificación de
la experiencia, reflejada tanto en su gramática como en su léxico.4 Él
observó que los esquimales tenían muchos términos para nieve. Des-
pués alguien se dio cuenta de que no eran tantos, y que otros pueblos
con diferente clima no tenían menos. El resultado fue que sus ideas
cayeron en desprestigio. Pero también con el tiempo alguien más ad-
virtió que las lenguas de comunidades de zonas cálidas, como las de
ciertos grupos indígenas de Colombia, no tienen ninguno. Eso es al
menos un indicio de que en estos temas la balanza viene y va. Puede
ser que Boas alterara los datos, como se sospechó, pero clavó una fle-
cha hacia un camino por el que otras gentes han pasado, comprobando
que el vocabulario es causa y consecuencia del modo en que se perci-
be la realidad.
A raíz de las investigaciones de Boas, Benjamin Lee Whorf pen-
só que la abundancia del vocablo nieve en el pueblo esquimal se debía
a que pensaban en ella más que los otros pueblos. Su interés en el
tema había surgido durante su trabajo de investigador, como ingeniero
químico que era, en una compañía de seguros contra incendios, y
Canguros y calabazas
10. Juan de Dios Luque, Aspectos universales y particulares del léxico de las len-
guas del mundo, en línea.
11. Ibid.
12. Ibid.
13. Guiomar Ramírez-Montesinos, «¿Afecta el lenguaje la forma en que pensa-
mos?», en línea.
48 De mujeres, palabras y alfileres
14. Libre Pensar, «El papel del lenguaje en la percepción de las cosas», en línea.
15. Ibid.
16. Sobre los experimentos de Lupyan y Ward ver: David Robson, «What’s in a
name? The words behind thought»; Libre Pensar, op. cit.; Javier Valenzuela, «¿Para
qué sirve el lenguaje? El experimento de la discriminación de aliens», todos en línea.
La lengua que nos habla 49
18. Ibid.
19. Lera Boroditsky, «How does our language shape the way we think?», en línea.
20. Yasmina Okan, Stephanie M. Müller, Rocío García-Retamero, «Relación entre
pensamiento y lenguaje: cómo el género gramatical afecta a las representaciones se-
mánticas de los objetos», en línea.
21. Todas las referencia a Lera Boroditsky están tomadas de su texto «How does…».
La lengua que nos habla 51
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4.
La marca de lo no marcado
3. Ibid.
4. Gabriela Castellanos Llanos, «¿“Lenguajes incluyentes”, o lenguajes “política-
mente correctos”?», en línea.
La marca de lo no marcado 59
nuación contó que «nunca ha tenido que lidiar con actitudes machistas
en su trabajo».5 ¡Si ella lo dice…!
8. John Gastil, «Generic Pronouns and Sexist Language: The Oxymoronic Character
of Masculine Generics. Sex Roles», en línea.
9. Miguel Ángel Sarmiento Salinas, «La e para la desexualización del género en be-
neficio de la motivación de ELE en Suecia. Revitalizando la propuesta de Álvaro Gar-
cía Meseguer», en línea.
10. Gabriel Díez Lacunza (25/01/2016), <http://www.paginasiete.bo/sociedad/2016/
1/25/defensoria-mujeres-ancianos-sectores-mas-vulnerados-84480.html>.
62 De mujeres, palabras y alfileres
11. Vale aclarar que habitante en singular en castellano no es masculino sino común.
12. Octavi Martí, «Académicos contra señoras ministras. Las carteras ocupadas por
mujeres trastornan el idioma en Francia», en línea.
64 De mujeres, palabras y alfileres
sotros». A las mujeres, dice ella, los genéricos primero nos ocultan
para después mostrarnos «explícitamente subordinadas y excluidas».
Por lo tanto, «debe tener implicaciones psicológicas» el hecho de que
nos veamos obligadas a interpretar por el contexto cuándo estamos y
cuándo no.17
En general unos y otros estudios concuerdan en que los genéri-
cos producen ambigüedad, entorpecen la comunicación, inducen a
imaginar referentes masculinos; mejoran en los hombres el autocon-
cepto y hasta les promueven la sobreidentidad, en tanto que a las mu-
jeres las ocultan, excluyen, desdibujan e infravaloran; les provocan
subidentidad, autonegación, alienación, menor autoestima; y las colo-
can en una posición de dependencia y provisionalidad en el lenguaje.
De todo esto se concluye que refuerza, de una manera sutil y psicoló-
gica, actitudes y comportamientos sexistas.18
Ann Bodine asume que el uso del masculino como universal
procede de la visión prevaleciente de los gramáticos del siglo xviii,
cuando se estimaba que «los seres humanos debían ser considerados
masculinos salvo prueba en contrario».19 Pero la verdad, este uso
universal ya estaba consagrado, siglos antes, por los gramáticos de la
lengua latina, y posiblemente deriva de esa idea que ella apunta, re-
lacionada con lo señalado por Patrizia Violi cuando afirma que «en
la medida en que las mujeres son personas y seres humanos, son
“hombres”».20
De hecho hay buenas razones para sospechar que su origen va
mucho más allá de la gramática. Si en vez de un asunto de mayor tras-
cendencia fuera una simple prescripción gramatical, ¿por qué algunos
echarían sapos y culebras y otras sabandijas cuando se le intenta tocar
un pelo a la gramática? ¿Por qué reaccionarían tan enojados como si
les hubieran hecho una ofensa personal? Tal vez por lo que dijo Julian
Huxley: que un cambio en el lenguaje puede transformar nuestra apre-
17. Todos los planteamientos de M. Bengoechea Bartolomé a que nos referimos aquí
proceden de ibid. y de la entrevista que le hace Florinda Salinas, titulada «Mercedes
Bengoechea, filóloga: “El castellano es sexista”».
18. Véanse: Mercedes Bengoechea Bartolomé, op. cit.; Luce Irigariay, Yo, tú, noso-
tras, p. 28; Yasmina Okan et al., op. cit.; Silvia Molina Plaza, op. cit., John Gastil, op.
cit.; Mykol C. Hamilton, «Using masculine generics: Does generic he increase male
bias in the user’s imagery?», todos en línea.
19. Cit. por Laura Paterson, «Who is the Generic Masculine?», en línea.
20. Patrizia Violi, El infinito singular, p. 150.
66 De mujeres, palabras y alfileres
21. Stuart Chase, «Prólogo», en Benjamin Lee Whorf, Lenguaje, pensamiento y rea-
lidad, pp. 8, 10.
22. Florinda Salinas, op. cit.
23. Gabriela Castellanos, op. cit.
La marca de lo no marcado 67
Hay quienes arguyen tres impedimentos para que esto sea viable: la
ausencia de precedentes en otras lenguas; la dificultad de generalizar-
lo «sin el concurso masivo y opresivo de medios institucionales que
deberían obrar contra la costumbre; y la falta de garantía de que el
nuevo genérico no se asociará con la figura sexualmente dominante».25
Las dos primeras objeciones carecen de fuerza: la ausencia de
precedentes no indica falta de posibilidad. Si nos hubiéramos atenido
a precedentes, todavía las mujeres no votaríamos ni iríamos a las uni-
versidades. Si se consiguió en Suecia y en Finlandia, significa que se
puede. En cuanto al «concurso masivo y opresivo», con que un grupo
empiece a utilizarlo, se puede ir generalizando aunque al principio
pudiera resultar chocante o raro. Respecto de la posibilidad de que el
nuevo genérico se vuelva a asociar con lo masculino, puede que no
falte razón. El patriarcado es proteico y siempre encuentra acomodo.
Pero ya no estamos en los tiempos en que la gramática castellana que-
dó fijada por Nebrija. Ahora las mujeres no tenemos la misma dispo-
sición a quedarnos de lado y a no hacernos oír; a trancas y barrancas
hemos ido adquiriendo mayores cuotas de poder, hemos ido cambian-
do esa percepción histórica de inferioridad y poniendo en tela de jui-
cio la legitimidad de un orden social antes incuestionado. Podemos
hacer lo que dice van Dijk, «sustentar el contrapoder», la resistencia,
la contraideología.26
Y si bien no hemos llegado a algo tan radical como el «querides
amigues» de Meseguer, sí se ha conseguido crear la necesaria con-
ciencia social como para que algunas instituciones se preocupen por
utilizar un lenguaje en que al menos se atenúe la invisibilidad de las
mujeres sin afectar las normas idiomáticas; porque, ya se sabe, la Aca-
demia de inmediato nos daría un palmetazo, como se hacía en las
aulas en los tiempos de «la letra con sangre entra».
Así pues, y con ese fin y con ese miedo o respeto, según se vea,
se han propuesto diferentes textos o guías, morigeradas si se quiere,
pero respetables como lo es todo intento de lucha contra la desigual-
dad. Aun así, la Academia reaccionó con ceja levantada y dedo acusa-
dor. Y con ella algunos señores a quienes solo pensar en cambios les
quita el hambre y el sueño y el sosiego. Probablemente porque en el
Referencias bibliográficas
1. Toni Morrison, «Discurso al recibir el Premio Nobel de literatura», en línea. Todas
las referencias a Morrison proceden de este texto.
72 De mujeres, palabras y alfileres
Para darse cuenta del firme asentamiento del masculino como genéri-
co, basta con tener que hablar. Es una norma y es un uso, pero las
normas no se escriben en piedra y en cuanto al uso, si no cambiara,
hoy estaríamos diciendo «fermosura», «veredes» y «non fuyáis»,
como don Quijote. Respecto del también presumible acuerdo de los
lingüistas en que «no hay razón para censurarlo», estamos ante un
juicio de valor. Como señala Miguel Ángel Sarmiento, no queda cla-
ro «por qué se les asigna a los lingüistas la facultad de decidir lo que
es inamovible en la lengua castellana», sobre todo conociéndose el
papel que quienes la hablan desempeñan «en su sobrevivencia o
8. Miguel Ángel Sarmiento Salinas, «La e para la desexualización del género en be-
neficio de la motivación de ELE en Suecia. Revitalizando la propuesta de Álvaro Gar-
cía Meseguer», en línea.
76 De mujeres, palabras y alfileres
Si entendemos bien, esto significa que las mismas afectadas, o las per-
sonas conscientes, no tienen autoridad para señalar lo que les molesta
en una lengua que usan todos los días y aprendieron desde que anda-
ban a gatas. Afirmar que el sexismo de la lengua solo lo pueden seña-
lar los profesionales del lenguaje, es tanto como decir que el encareci-
miento de la vida solo lo pueden notar quienes tengan un título en
economía. Y por otra parte, muchas de las fundamentaciones idiomá-
ticas que hace Bosque están apoyadas en el trabajo «¿Es sexista la
lengua española?», de Álvaro García Meseguer, humanista e ingenie-
ro de caminos. O sea que para tratar de evitar el sexismo requerimos
de titulaciones en lenguaje pero para defenderlo no.
El lenguaje inclusivo y los policías del idioma 77
La andanada académica traía ya una cola muy larga, con la que habían
ido por delante barriéndole y alisándole el piso algunos personajes
como Javier Marías, Arturo Pérez Reverte, Gregorio Salvador y Juan
Manuel Prada por nombrar tan solo a los más furibundos de entre los
policías del idioma. En 1995, Marías escribe una biliosa aclaración a
una «amable lectora», sobre un paréntesis que utilizó en uno de sus
artículos en el cual dice: «El hombre contemporáneo… (y utilizo la
palabra hombre en su acepción genérica, que no hay por qué abolir en
favor de la cursilería feminista o más bien hembrista)…». La «amable
lectora» le reprochaba el empleo de la palabra «hombre» y del voca-
blo «hembrista», que —dice él— «era entendido como alguna suerte
de insulto». O sea, como lo que era. Él le explica que lo que llama
«hembrismo» es «tan condenable como el machismo y equivalente a
él». Se trata, dice, de «la actitud maniquea que no pretende igualdad,
sino favoritismo (a menudo con trampas)»; «el espíritu policial o in-
quisitorial que trata de imponer censuras al habla y a la opinión con
pretextos y subterfugios machistas o sexistas». Ahí se extiende sobre
el supuesto «hembrismo», del Instituto de la Mujer. Y luego, condes-
cendiente como un maestro de kínder, le aclara a su amable lectora
que «la lengua no se cambia por decreto o porque lo desee un determi-
nado grupo social, ni siquiera la cambia el Diccionario, que se limita a
registrar los términos que le parecen suficientemente instalados en el
uso y habla de los ciudadanos».
Le explica también a la lectora: «El habla es lo más libre que hay
después del pensamiento, y es inadmisible que nadie intente coartarla
o restringirla según sus gustos o su hipersensibilidad; es algo vivo y sin
dueño, y con infinitas posibilidades, de las cuales cada hablante elige
unas y rechaza otras, pero siempre sin tratar de imponer sus criterios o
preferencias a otros».9 ¡Qué raro! Si es así, y creemos que lo es, enten-
demos que él pueda crear su propia definición de hembrismo, que aún
no está en el Diccionario académico. Lo que no entendemos es por qué
lo de la lengua libre, sin dueño, coerciones ni restricciones, vale para él
y los que piensan como él, pero no para quienes piensan diferente. Ni
13. Olga Castro Vázquez, «Rebatiendo lo que otros dicen del lenguaje no sexista»,
en línea.
El lenguaje inclusivo y los policías del idioma 81
Referencias bibliográficas
2. Ver Luis Carlos Díaz Salgado, «Historia crítica y rosa de la Real Academia Espa-
ñola», en Silvia Senz y Montserrat Alberte (eds.), El dardo en la Academia, pp. 325-
326.
3. Viktor Klemperer, La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo (fragmen-
tos), en línea.
4. Luis Carlos Díaz Salgado, op. cit., p. 73.
5. Antonio de Nebrija, «Prólogo a la Gramática de la lengua castellana», en línea.
El castellano derecho 89
9. Cit. por Dolores Azorín, «Ideología y diccionario. La mujer en el imaginario so-
cial de la época a través del Tesoro de la lengua castellana o española de Covarru-
bias», en línea.
10. Esther Forgas Berdet, «Diccionario e ideología», en línea.
El castellano derecho 91
La enorme minoría
12. A. Nilsen, cit. por Silvia Molina Plaza, «Próximas bodas de plata de la investiga-
ción sobre lengua y discriminación genérica», Investigaciones Filológicas Anglo-nor-
teamericanas, Actas del I Congreso de Lengua y Literatura anglo-norteamericana,
p. 135, en línea.
13. Silvia Molina Plaza, ibid.
El castellano derecho 93
14. Ibid., p. 136.
15. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 22.ª edición, tomo I.
16. Dolores Azorín, op. cit.
94 De mujeres, palabras y alfileres
Igual ocurre con virtud, que ya desde su origen deriva de vir (hombre)
con el significado de «hombría», y llegó a significar «rectitud moral,
o una conformación general de la vida entera a ideas elevadas y pro-
pósitos morales», pero no para las mujeres, en cuyo caso la virtud
«queda confinada a una estrecha e insultante especificación. Significa
18. M.ª Ángeles Calero Fernández, Sexismo lingüístico. Análisis y propuestas ante la
discriminación sexual en la lengua, p. 110.
96 De mujeres, palabras y alfileres
que una mujer no ha sido nunca abordada, de una manera especial, por
un hombre —ni más ni menos que eso». Todo esto es para Tennessee,
«sencillamente execrable. Es degradante, es una burla insultante».19
Como detalle curioso y demostrativo del modo en que la ideolo-
gía puede contaminar las definiciones, es bueno saber que las mujeres
ingresamos en el Diccionario académico español con pie izquierdo ya
desde la entrada misma de la primera edición, la de 1739, que definía
así la letra «A»:
De modo que estos hombres oían llorar a las criaturas recién nacidas y
ya por ahí sin más distinguían no solo las diferencias vocálicas sino
los futuros destinos.
21. Faustino Juan Yáñez López, «Cambio léxico: las palabras nunca mueren», en línea.
22. Gloria Steinem, Ir más allá de las palabras. Rompiendo las barreras del género,
p. 24
23. Clarín, op. cit.
98 De mujeres, palabras y alfileres
24. Ver Juan Carlos Moreno Cabrera, «“Unifica, limpia y fija”. La RAE y los mitos
del nacionalismo lingüístico español», en El dardo en la Academia. Esencia y vigencia
de las academias de la lengua española, vol. I, p. 289.
25. Héctor Islas Azaïs, «Lenguaje y discriminación», en línea.
26. Juan Antonio Molina, «¡Cuidado con las palabras!», en línea.
27. Antonio García de León, «El poder por los caminos del lenguaje», Cuadernos
Políticos, pp. 67-81, en línea.
El castellano derecho 99
se el trabajo de darse una vuelta por la selva para ver qué hojas brotan
y florecen y cuáles acabaron su vida.28
Por eso, aunque en dicho Preámbulo la Real declara mantenerse
«atenta a la evolución del uso», da la impresión de que esto no siem-
pre se cumple. Y no se cumple porque ella considera una misión esen-
cial no borrar términos o acepciones «hirientes para la sensibilidad
social de nuestro tiempo» por la necesidad de facilitar, al menos, cla-
ves para comprender «textos escritos desde el año 1500». Debido a
eso «no tiene más remedio» que incluir «esas voces molestas, sin que
ello suponga prestar aquiescencia a lo que significan o significaron
antaño». Bien se sabe que en las obras de esa época suele haber anota-
ciones que aclaran voces empleadas entonces. Lo usual es que nadie
tenga a la par un diccionario cuando lee La Celestina o El Lazarillo de
Tormes. Y por otra parte, si las incluye el diccionario de uso común
¿para qué entonces el Diccionario histórico?
Nuevamente en el Preámbulo a la 23.ª edición, la Academia
vuelve a referirse a las demandas que recibe para eliminar «ciertas
palabras o acepciones que, en el sentir de algunos, o reflejan realida-
des sociales que se consideran superadas, o resultan hirientes para de-
terminadas sensibilidades». Y asegura que las examina con cuidado
procurando «aquilatar al máximo las definiciones para que no resulten
gratuitamente sesgadas u ofensivas». Por si alguien notara todas las
que se cuelan, aclara también que «no siempre puede atender a algu-
nas propuestas de supresión, pues los sentidos implicados han estado
hasta hace poco o siguen estando perfectamente vigentes en la comu-
nidad social». Y a propósito, ya que la forma en que se define algo es
sustancial para entenderlo, nos preguntamos por qué, por ejemplo, el
vocablo sexismo en su segunda acepción se define como «discrimina-
ción de personas de un sexo por considerarlo inferior a otro». ¿Es que
no saben ellos cuál es el sexo discriminado?
Puesto que las palabras «no solo expresan conceptos y signifi-
cados sino también evaluaciones asociadas a dichos significados, la
selección lexical es un medio obvio, y aún poderoso, para manejar las
opiniones» y «polarizar los modelos mentales», dice Teun van Dijk.29
Es una de las formas en que el discurso dominante ejerce su control
Referencias bibliográficas
33. Aurora Marco López y Carmen Alario Trigueros, «El discurso del DRAE como
representación de un determinado modelo del mundo», en línea.
34. «Preámbulo», Diccionario de la lengua española, 23.ª edición en línea.
El castellano derecho 103
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F2uYnDrI5WPNoNoGl8&hl=es&sa=X&redir_esc=y#v=onepage&q=
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gcom-n%C3%BAmeros-de-2015/2015-10-1-faustino-nunca-mueren/>.
7.
El club de Toby
1. Para conocer más detalles sobre el caso, ver Manuel Blas, «La doctora de Alcalá»;
María Dubón Permalink, «La primera doctorada en España»; Francisco Arias Solís,
«María Isidra de Guzmán y de la Cerda»; Paloma Fernández-Quintanilla, «Una espa-
ñola ilustrada. Doña María Quintina de Guzmán y de la Cerda», todos en línea.
El club de Toby 107
este modo, doña María Isidra, apenas con dieciséis años, obtuvo ofi-
cialmente el título de maestra y doctora en Filosofía y Letras Huma-
nas y fue nombrada, además, por aclamación universal, catedrática
honoraria de Filosofía Moderna y consiliaria perpetua de la Universi-
dad de Alcalá. Se trataba de un honor hasta entonces reservado única-
mente a los doctores en Teología, Derecho, Cánones, Leyes o Medici-
na. Como en su caso se trataba de nombramientos de oropel, tal
generosidad costaba poco.
Le siguieron los discursos de dos autoridades de la universidad:
el del consiliario y orador mayor y el del canciller. Ambos subrayaron
«el carácter singular del acontecimiento que estaban viviendo». El se-
gundo, además, destacó que este ejemplo, nunca antes visto ni oído,
hacía dudar de los «tenaces prejuicios» de aquellos que afirmaban sin
ambages que «la parte más cultivada de la República no apreciaba las
letras», o que «el bello sexo y los estudios no hacían buena mezcla»,
señalando que las condiciones intelectuales de la joven sobrepasaban
de lejos a las de un buen número de eminentes profesores.
El 28 de diciembre de 1784, con uniformidad de votos y bajo
presión de la corte, María Isidra Quintina Guzmán y de la Cerda es
nombrada académica honoraria. Contra la costumbre de pronunciar
los discursos de aceptación en latín, ella lo hizo en castellano. A lo
mejor no conocía ni una sola lengua muerta. Según Luis Carlos Díaz,
al ser solo honoraria «la Academia no la consideró nunca un miembro
de pleno derecho, y apenas si queda algún recuerdo de su efímero
paso por la institución».2
En cuanto a la universidad, si Isidra constituyó un ejemplo «nun-
ca visto ni oído», fue a la vez un ejemplo nunca seguido: hubo que
esperar hasta 1882, es decir, casi cien años, para que otra mujer, Mar-
tina Castell y Ballespi consiguiera vencer las resistencias y obtener un
doctorado en Alcalá; ese sí sin bambollas de teatro y a puro esfuerzo
personal. También a ella se negaron a darle el abrazo de rigor los
miembros del tribunal no fuera a ser que se les contagiara el virus de
la feminidad. Lamentablemente ejerció durante poco tiempo porque
murió unos tres años después.
2. Luis Carlos Díaz Salgado, «Historia crítica y rosa de la Real Academia Española»,
en Silvia Senz y Montserrat Alberte (eds.), El dardo en la Academia. Esencia y vigen-
cia de las academias de la lengua española, vol. I, p. 141.
108 De mujeres, palabras y alfileres
ción. Una y otra vez les dio con la puerta en las narices a mujeres de la
talla de Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Gertrudis Gómez de
Avellaneda, Blanca de los Ríos, Concha Espina o María Moliner. Esta
reiterada negativa fue ejemplo para otras academias que también se
negaron a abrir sus puertas a las mujeres. Un caso de misoginia pato-
lógica fue el de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, que se
negó a admitir a Concepción Arenal en el puesto que se había ganado
por oposición.4 Esto nos lleva a recordar a La pequeña Lulú, la histo-
rieta creada por la caricaturista norteamericana Marjorie Henderson
Buell, Marge, en la que los niños varones, liderados por Toby, fundan
un club en cuya entrada escriben: «No se admiten mujeres». En África
del Sur, en 1989, un cartel en una playa de Durban indicaba que esta-
ba reservada solo para los miembros de la raza blanca; y en Alemania
nazi abundaban los carteles de «No se admiten judíos». Un aire de
familia los une a todos.
La primera rechazada de plano por la Academia de la Lengua fue
Gertrudis Gómez de Avellaneda. La divina Tula, como la llamaban,
era poetisa, dramaturga y novelista, una de las grandes escritoras ro-
mánticas reconocida en su época. El 2 de febrero de1853, esto es, a
dos años de elegido por unanimidad como miembro honorario el pri-
mer latinoamericano, Andrés Bello, sesenta y nueve años después de
la comedia de María Isidra, y a 140 años de fundada la Academia, los
dramaturgos Francisco Martínez de la Rosa y Ángel Saavedra, duque
de Rivas, junto con otras destacadas personalidades del mundo de las
letras, propusieron a Gertrudis para ocupar el sillón vacante a la muer-
te del zamorano Juan Nicasio Gallego. Parecía contar con todos los
puntos para obtenerlo. Años antes, el mismo Juan Nicasio, después de
asistir al estreno de uno de los dramas de Avellaneda, asombrado de su
talento, exclamó: «¡Esta mujer es mucho hombre!», expresión que en
esa época, e incluso ahora, pasa por ser uno de los mayores cumplidos
y dignificaciones que una pueda recibir.
De igual modo José Zorrilla, el famoso autor del Don Juan Teno-
rio, había considerado, en alabanza de su inteligencia, que la naturale-
za, «por distracción», había puesto «un alma de hombre en aquella
envoltura de carne femenina». Y José Martí encontraba que había en
5. Ver Antonina Rodrigo, «Los doctos misóginos ceden el asiento», en línea; Julio
César Pagés, «Feminismo y masculinidad: ¿mujeres contra hombres?», en línea; Emi-
lia Pardo Bazán, carta I a Gertrudis Gómez de Avellaneda, en línea.
6. Todas incluidas por F. Vior, «Las mujeres en la Academia. Cartas inéditas de la
Avellaneda», El Correo, domingo 24 de febrero de 1889 (año X, n.º 3.250, p. 1, cols. 1-2),
en línea.
El club de Toby 111
7. Lorenzo Abdala (22/01/2013): «La Divina Tula: El bello sexo y la RAE», en línea.
112 De mujeres, palabras y alfileres
piensan crear para ella una plaza supernumeraria, a lo que le pide que
no transijan «a menos que vean imposible la victoria completa». En la
cuarta, del 10 de febrero, parece estar muy segura y confiada en sus
«sostenedores» y se despide: «Adiós, pues, hasta que nos veamos para
celebrar el triunfo».
Según relata Luis Carlos Díaz Salgado, con la petición de Gó-
mez de Avellaneda sobre la mesa, se desarrollaría uno de los plenos
más surrealistas en la historia de la institución. Tras un arduo debate
—y después de rezar una antífona en latín como se sigue haciendo en
todos los plenos— […], por catorce votos a favor y seis en contra
(faltaron cuatro académicos) se decidió que no estaba permitida la
entrada de mujeres en la Academia.8 El marqués de la Pezuela, amigo
suyo y uno de los defensores de su postulación, escribió una carta
comunicándole el resultado final de su candidatura: «En mi juicio,
casi todos valíamos menos que usted, por ahora, entre nuestros acadé-
micos, y para nadie es mayor esa pena que para su apasionado
servidor».9
Cuando los niños de la historieta de Marge le impiden a la pe-
queña Lulú entrar al club, ella pide a Toby que entonces le devuelva
un caramelo que le había dado, y se retira enojada. Ellos comentan:
«Ojalá y fuera niño. Sería uno de los mejores miembros de nuestro
club».
Por si para Gertrudis no fuera poco el dolor del desengaño, algu-
no se empeñó en echarle agua hirviendo sobre la quemadura. El conde
de San Luis, Aureliano Fernández Guerra, le dedicó unos versos obs-
cenos titulados: «Propuesta de una individua que solicitó serlo de la
Academia y fue desairada». Está por demás aclarar que el Diccionario
de la Academia aún ahora define «individua», en su séptima acepción,
como «mujer despreciable». El hecho es que a pesar de que se la ad-
miraba por su gran belleza física, y se la elogiaba por la supuesta viri-
lidad, o sea, por la excelsitud de su pluma, sus ovarios la inhabilitaban
para entrar al club de los elegidos.
A pesar del desaire, al morir, la divina Tula, en febrero de 1873,
donó todas sus obras a la Real Academia «en testimonio de aprecio».
Además, pide perdón, según sus palabras por «las ligerezas e injusti-
cias en que pude incurrir, resentida, cuando acordó la Academia, hace
algunos años, no admitir en su seno a ningún individuo de mi sexo».10
13. Emilia Pardo Bazán, «La cuestión académica. A Gertrudis Gómez de Avellane-
da» (Cartas 1 y 2, 27 de febrero de 1889), en línea. Las cursivas son del original.
14. Ibid.
116 De mujeres, palabras y alfileres
Mal hace, por carta de más, Fabián Fabié en aspirar a tanto honor.
Pero peor hace, por carta de menos, Doña Emilia Pardo Bazán en
pretender la misma honra disparatada.
¿Para qué quiere Doña Emilia ser académica?
¿Quiere que la llamen la Latina? Pues se lo llamarán sin que se
meta entre tantos hombres.
¿Cómo quiere que sus verdaderos amigos le alabemos esa manía?
Más vale que fume.
¡Ser académica! ¿Para qué? Es como si se empeñara en ser guar-
dia civila o de la policía secreta.
15. Emilia Pardo Bazán, «Miquiño mío», Cartas a Galdós, carta n.º 30, en línea.
16. Ambos artículos en Ermitas Penas, Clarín, crítico de Emilia Pardo Bazán, en lí-
nea. Las cursivas son del original.
17. Julián Moreiro (2014), «Escritoras pioneras del siglo xx. Cuando la literatura era
cosa de hombres», en línea: <http://umer.es/wp-content/uploads/2015/05/n84.pdf>.
El club de Toby 117
23. Ricardo Palma (1897), Recuerdos de España, notas de viaje, esbozos, neologis-
mos y americanismos, pp. 140-141.
120 De mujeres, palabras y alfileres
Día y noche pienso en el sillón; cuanto hago y digo lleva esa segunda:
mi vida tiene un objeto, mis actos una clave: entrar en la Academia.
Por ahí, por ahí me duele; aprieten bien; ciérrenme esas puertas bendi-
tas y habrán logrado matarme de pena».
Al final de cuentas, el sillón se lo dieron a Antonio María Fabié
y a Emilia la pena no la mató pero lo ocurrido sí le dolió y con justa
razón. Por eso cuando en 1912 quedan dos vacantes por la muerte de
Eduardo Saavedra y Juan José Herranz, conde de Reparaz, le envía al
director de la Academia, Alejandro Pidal y Mon, solicitud para ser
designada en una de ellas, y le adjunta su currículo y numerosos tele-
gramas de personalidades gallegas, como Alejandro Barreiro, director
de La Voz de Galicia, quien monta una campaña a su favor.
Desde El País, y en general desde la prensa (La Época, El Im-
parcial, La Mañana, España Nueva, La Tribuna, La Noche, Diario
Universal, España Libre, El Radical, Gedeón, El Mundo…), se or-
questó una campaña de apoyo. La Coruña se movilizó a su favor: el
Ayuntamiento, la Asociación de la Prensa, la Academia Galega, la Es-
cuela Normal, la Liga de Amigos, El Eco Ortegano, la Gaceta de Ga-
licia, el Sporting Club, la Comisión Provincial y la Universidad Popu-
lar entre otros. Se unieron el obispo de Jaca, Antolín López Peláez, y
el deán de la catedral de Santander. La Reunión de Artesanos incluso
envió a la Academia un millar de firmas. La Voz de Galicia se erigió
en portavoz de la campaña de manera continua del 20 de marzo al 18
de abril. En Portugal, el periódico A Lucia se unió a ella, y la noticia
se propagó a París y Nueva York.24
No obstante, el por entonces secretario de la Real Academia Es-
pañola afirma que no presentarán su candidatura por falta de tres aca-
démicos que firmen la propuesta. En carta del 10 de abril, Emilia le
solicita apoyo al académico Antonio Maura, un personaje político fa-
vorable al ingreso de mujeres en la Docta Casa, que había sido presi-
dente del Consejo de Ministros en cinco ocasiones. Le dice que Pérez
Galdós la apoya con su firma y, si él también lo hace, solo queda un
académico que sería muy fácil de encontrar.25 El caso es que no encon-
tró al tercero, y el segundo le falló. Por nueva carta que le dirige en
26. Ibid.
27. Ibid.
28. Cit. por Rocío Charques, op. cit.
122 De mujeres, palabras y alfileres
many concluye: «Ellas están para otra cosa más grande que para nues-
tros menesteres. ¡Mujeres intelectuales! ¿Usted no ha pensado en el
fruto de la unión de un hombre y una mujer intelectuales? ¡Serán unos
hijos neurasténicos! ¡Imposible, imposible!…».
El literato militar Leopoldo Cano resulta menos cavernícola que
el «sabio» catedrático, aunque sabe muy poco de la Academia en la
cual se sienta cada jueves, puesto que asegura que Carolina Coronado
fue académica. A su juicio la cosa es tan sencilla como que «¿Lo man-
da el Gobierno? ¡Pues que entren!». Para Pedro de Novo y Colson,
otro excelentísimo (pues todos los entrevistados lo son), las mujeres
con méritos podrían entrar, pero «será difícil en competencia con los
hombres».
Luego el periodista visita al marqués de Villa-Urrutia, que le re-
cuerda a un caballero del Greco, quien «discreto, fino, cortés», le con-
testa: «No hay prohibición; no hay tal precedente tampoco… Las ha
habido, es cierto, pero honorarias… No iban por la Academia; no mo-
lestaban… Ahora bien; el Decreto no dice que habrá una plaza para
mujer. Dice que pueden entrar… No es ninguna novedad esto de la
entrada de las mujeres en la Academia». (Como que se le habían olvi-
dado los portazos a doña Emilia y a la divina Tula.) Y luego añade que
el trabajo académico «no es divertido» y no cree que, «aparte del ho-
nor», «satisfaría a ninguna mujer». (Lástima que no le preguntaran a
ninguna de las candidatas.) Luego, con mucha reticencia declara que
tres señoras le han pedido ya el voto y si no tiene más remedio que de-
cidir por una, esa sea Blanca de los Ríos.39 Pero «si hubiera sido aca-
démico cuando la Pardo, la hubiera votado. Como si hubiera vivido
cuando Gertrudis». ¡Claro! Pero la cosa es que ya estaban muertas y
no le podían estorbar. Así es muy fácil ser generoso.
Cuando entrevistó al «ilustre poeta» Sandoval, este exclamó:
«No había antes precepto prohibitivo. Hubo una época en la que exis-
tían dificultades porque las mujeres no tenían voto; así es que estimo
el decreto un poco superfluo. El no haber entrado D.ª Emilia dificulta
mucho cualquiera elección. Usted mismo lo comprenderá; es muy di-
fícil ahora. Y no se pueden citar nombres…, aunque reconozco que
hay escritoras de muchísimo talento».40
39. Ibid.
40. Ver Antonina Rodrigo, op. cit.
126 De mujeres, palabras y alfileres
minatoria». Tal vez de inmediato silbó mirando hacia otro lado, con
las manos en los bolsillos, pero probablemente cree lo que dice: la
escasez de representación femenina se debe a que las mujeres no dan
la talla: «Muchas veces —afirma— consideramos escritoras y nos pa-
rece que aún están muy en ciernes. Será terrible tener que decirlo,
pero es la realidad». Y agrega: «Creo que aumentarán las mujeres en
la Academia cuando las novelistas y las periodistas actuales tengan
más años», lo que hay que entender como «cuando tengan más cali-
dad». Acepta que al nombrar algunos varones «a veces se equivoca»,
pero «quizá en casos muy concretos».
Clarín, que tanto había combatido a Pardo Bazán, en un texto de
1887 nos ofrece un tema para cavilar:
Todos sabemos —dice—, y no hay para qué andar con tapujos ni hipó-
critas atenuaciones, todos sabemos cómo se hacen los académicos; que
si de tarde en tarde se impone la opinión pública y a regañadientes se
admite en la Academia a un Castelar, a un Zorrilla, a un Echegaray (no
sin que voten en contra muchos), lo usual es que venza la cábala reac-
cionaria, o mejor, la cábala de la envidia y del orgullo, y se afecte des-
preciar a los escritores que el pueblo aclama…[…] Y ¿a quién se prefie-
re? Al que no hace sombra.45
Referencias bibliográficas
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+empe%C3%B1ara+en+ser+guardia+civila&source=bl&ots=NoF5AAfk
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%5B%E2%80%A6%5D%20%C2%A1Ser%20acad%C3%A9mica!%20
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Ya Veremos (8/03/2012), «La RAE y las mujeres», en línea: <https://masxus.
wordpress.com/2012/03/08/la-rae-y-las-mujeres/>.
8.
El sexo parlanchín
Una de las acusaciones ancestrales ligadas a esa peor estima del habla
de las mujeres es la de parlanchinería, tema en el que abundan refra-
nes y textos eruditos. En el imaginario popular, en realidad ellas no
conversan, dialogan o platican sino que parlotean, chismorrean, coti-
llean, cotorrean, chacharean… y en su parlotear son «murmuradoras»,
«detractoras», «porfiadoras», «chocarreras», «necias» y «mentirosas».2
Además, no solo hablan demasiado sino que lo hacen para hacer daño,
porque, ya se sabe, «el alacrán tiene la ponzoña en la cola y la mujer
en la boca».
Como señalan López y Morant, las mujeres «ocupan en la mito-
logía popular el podio de la verbalidad», pero «solo en cantidad»,
puesto que «se dice que hablan mucho más, pero que hablan peor, y de
ahí que la conversión de sus emisiones verbales en producto cultural
—en literatura, en suma— haya venido rodeada de toda suerte de
recelos».3 Pero de hecho, la charlatanería femenina es uno más de los
mitos de larga vigencia y no resiste la carga de la prueba.
Al parecer, las mujeres se inclinan hacia el habla privada y afec-
tiva primariamente para establecer y mantener relaciones, mostrar
similitudes y compartir experiencias, y tienen mayor fluidez verbal
con diferencias estadísticamente significativas. En grupos mixtos ha-
blan menos que en espacios femeninos y sus intervenciones son más
breves.
En un ensayo de 1935, Victoria Ocampo afirma: «Creo que,
desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer, ape-
nas entran en cierto terreno, empieza por un: “No me interrumpas” de
parte del hombre», cuya expresión predilecta es el monólogo: él «se
contenta con hablarse a sí mismo».4 Alguien diría que esto sí, pero en
los tiempos de los colochos de Shirley Temple. Esto es de hoy. Diver-
sas investigaciones permiten afirmar que los hombres propenden al
«habla pública» y las «conversaciones informativas», más monolo-
gantes; buscan intercambiar información y expresar opiniones perso-
nales con el fin de hacerlas prevalecer; procuran desplazar a las mu-
jeres fuera del espacio conversacional, reformulan lo que ellas dicen,
ignoran sus intentos por introducir nuevos temas o entablar diálogo,
las castigan con el silencio; dan lecciones, interrumpen más, hablan
más y durante más tiempo; se resisten a ceder la palabra; incurren en
más pláticas cruzadas y parecen emplear menos señales de refuerzo;
es decir, cosas como mover la cabeza, asentir, dar una respuesta mí-
nima.
Tannen ha observado que en sus propias conferencias, cuyos te-
mas se refieren particularmente a las mujeres, más allá de la propor-
ción de uno y otro sexo en el auditorio, invariablemente son ellos
quienes formulan la primera pregunta, intervienen con más frecuencia
y durante más tiempo; exhiben sus conocimientos y habilidades y cap-
tan el interés a través de anécdotas, chistes e información. Esto, a su
juicio, se relacionaría con el hecho de que, para la mayor parte de
5. Ver Violeta Demonte, «Naturaleza y estereotipo», op. cit., p. 217 y «Sobre la ex-
presión lingüística de la diferencia», en Cristina Bernis et al. (eds.), Los estudios sobre
la mujer. De la investigación a la docencia, p. 296; M.ª Jesús Buxó Rey, Antropología
de la mujer. Cognición, lengua e ideología cultura, p. 52; Irene Lozano Domingo,
Lenguaje femenino, lenguaje masculino, pp. 169-170, 177; Anthony Mulac et al., «The
gender-linked language effect: an empirical test of a general process model»; Deborah
Tannen, Tú no me entiendes, ¿por qué es tan difícil el diálogo hombre-mujer?, pp. 36,
65-66; Maitena Etxebarria Arostegui, «Mujeres lingüistas en el ámbito de los estudios
sociolingüísticos», en línea.
6. Virginia Woolf, «Hombres y mujeres», Las mujeres y la literatura, p. 76.
7. Cit. por Elizabeth Russell, «El sueño de un lenguaje común», en Àngels Carabí y
Marta Segarra (eds.), Mujeres y literatura, p. 101.
El sexo parlanchín 135
8. Violeta Demonte, «Sobre la expresión lingüística de la diferencia», op. cit., p. 296;
Mercedes Bengoechea, «Influencia del uso del lenguaje y los estilos comunicativos en
la autoestima y la formación de la identidad personal», ambos en línea.
9. Deborah Tannen, op. cit., p. 35.
136 De mujeres, palabras y alfileres
10. Para las referencias a Martín de Córdoba y Eiximenis, siguiendo el orden de las
citas, ver Robert Archer, Misoginia y defensa de las mujeres, pp. 163-164, 211-212.
11. Jaime Nubiola, «Esencialismo, diferencia sexual y lenguaje», en línea.
12. Teun A. van Dijk, Discurso, poder y cognición social, en línea.
13. Irene Lozano Domingo, op. cit., p. 26.
El sexo parlanchín 137
cias, ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio sim-
ple y doméstico». O sea que Dios las fabricó mentalmente equipadas
para los fogones y las escobas. Fray Luis, recurriendo a citas de auto-
ridades clásicas como Demócrito y Plutarco, insiste una y otra vez
sobre la necesidad de que las mujeres no hablen. Para el primero, su
aderezo y su hermosura es «el hablar escaso y limitado»; para el se-
gundo, «han de guardar siempre la casa y el silencio».17 Por su parte,
Pedro de Luján, sencillamente y sin más, advierte que «el oficio del
marido es saber bien hablar, y el de la mujer preciarse de callar».18 Por
aquí se entiende bien por qué pronostica el refrán que «a quien Dios le
ayuda la mujer se le queda muda».
Todo eso es cosa añeja y anticuada. ¿Lo es? Los integrantes del
dúo colombiano de pop, Cali y el Dandee, nacieron uno en 1988 y el
otro en 1993, lo cual significa que en 2016 el mayor de los dos no alcan-
za los treinta años. Un vistazo a su canción La muda nos puede aclarar
las cosas: «Quiero una mujer bien bonita callada que no me diga naa
/ que cuando me vaya a la noche y vuelva en la mañana / no diga naaa /
que aunque no le guste que tome se quede callada y / no diga naaa
/ quiero una mujer que no diga naa / naaah naaah naaah naaah naaah».
Vale la pena saber que en solo tres años, de 2011 a 2014, han recibido
doce reconocimientos musicales.
Es de asumir que, aunque el ideal de «calladita más bonita», si-
gue vigente, desde siempre ha de haber existido cierta mala concien-
cia porque someter a un grupo humano, privarlo de expresión, limitar
su desarrollo, es obvio que no está bien. Y como no lo está, hay que
enmascararlo de algo bueno y deseable. Por eso, el silencio femenino
se ha propuesto maliciosamente como muestra de virtud, sabiduría,
inteligencia, belleza, bondad y deseabilidad, y por eso dice el refrane-
ro que «gallina ponedora y mujer silenciosa valen cualquier cosa».
Desde luego los escritores, pensadores, filósofos, teólogos, sabios y
eruditos no se quedan atrás. Kierkegaard ve en el silencio no solo «la
mayor sabiduría de la mujer, sino también su mayor belleza»; para
Erasmo y para Luis Vives es un adorno y un atractivo,19 lo cual nos
recuerda aquel «me gustas cuando callas…» de Pablo Neruda y aque-
17. Ibid., p. 363.
18. Irene Lozano Domingo, op. cit., p. 28.
19. Irene Lozano Domingo, ibid., pp. 22-23.
El sexo parlanchín 139
24. Ibid., p. 132.
25. Ibid., p. 211.
26. Irene Lozano Domingo, op. cit., p. 23.
El sexo parlanchín 141
30. Luis Quintanar Rojas y Yulia Solovieva, «Análisis neuropsicológico de las alte-
raciones del lenguaje», en línea.
31. Elaine Showalter, «La crítica literaria en el desierto», en Marina Fe (coord.),
Otramente: lectura y escritura feministas, p. 92.
El sexo parlanchín 143
Referencias bibliográficas
32. Rodríguez, Aurelio (2004), «Nushu, lenguaje de mujeres. Cada palabra es como
una flor», en línea.
El sexo parlanchín 145
… tal como están ahora las cosas, nosotros los varones tenemos
que dirigir una especie de existencia bilingüe y casi podría decir
que bimental. Con las mujeres hablamos de «amor», «deber»,
«bien», «mal», «piedad», «esperanza» y otros conceptos irracio-
nales y emotivos, que no tienen existencia alguna, y cuya inven-
ción no tiene más objeto que el de controlar las exaltaciones fe-
meninas; pero entre nosotros, y en nuestros libros, tenemos un
vocabulario, y casi puedo decir un idioma, completamente distin-
to. «Amor» se convierte entonces en «la previsión de beneficios»;
«deber» se convierte en «necesidad» o «aptitud» y se transmutan
correspondientemente otras palabras. Además, utilizamos con las
mujeres un lenguaje que indica la máxima deferencia hacia su
sexo; y ellas creen a pies juntillas que ni el propio círculo jefe es
objeto de más devota adoración de lo que lo son ellas. Pero a es-
paldas suyas se las considera y se habla de ellas (todos menos los
muy jóvenes) como si fueran poco más que «organismos sin inte-
ligencia.
Edwin A. Abbott,
Planilandia, una novela de muchas dimensiones, 1884.
El habla desviada
El epígrafe con que se inicia este texto pertenece, como se ve, a finales
del siglo xix y se inscribe, como también se ve, en el género satírico.
Esto último, no lo primero, explica la alusión a la irracionalidad y
emotividad de los temas con que presumiblemente los hombres de Pla-
nilandia condescienden al hablar con las mujeres, y la fingida deferen-
cia con que lo hacen, aun asumiendo que carecen de juicio. Se trata de
un estereotipo, una idea preconstruida, exagerada, inmutable y simpli-
ficada, cuya finalidad es explicar, racionalizar y justificar por qué las
cosas están como están. Ayuda a mantener la raya invisible que acota
el territorio en el que nos movemos. Eso en cuanto a la presunta irra-
cionalidad, emotividad y exaltaciones que a las mujeres se atribuyen.
En cuanto al idioma «casi» completamente distinto, otras perso-
nas después de Abbot, independientemente de su sexo, parecen corro-
148 De mujeres, palabras y alfileres
1. Anthony Mulac et al., «The gender-linked language effect: an empirical test of a
general process model», en línea.
2. Alice F. Freed, «Epilogue: «Reflections on Language and Gender Research», en
línea.
3. Deborah Tannen, Género y discurso, p. 80.
4. Deborah Tannen, Tú no me entiendes, p. 5.
5. Robin Lakoff (1973), «Language and woman’s place», en línea. Todas las referen-
cias a ella proceden de esta fuente.
Mujeres de Planilandia 149
7. Javier García González, «¿Qué lengua enseñamos a nuestros alumnos extranje-
ros?», en línea.
Mujeres de Planilandia 151
8. María Dubón, «Mujeres charlatanas», en línea; Pilar García Mouton, Cómo ha-
blan las mujeres, pp. 59-60.
9. João da Silva Correia (1935), A linguagem da mulher, cit. por Irene Lozano Do-
mingo, Lenguaje femenino, lenguaje masculino, p. 63.
152 De mujeres, palabras y alfileres
de observar que Pérez Galdós los utiliza más que ella. «Se trata, por
tanto —asegura él—, de un tópico más, aunque coincide en muchos
casos con la realidad, pues es cierto que determinadas mujeres usan
muchísimo el diminutivo con valor afectivo o persuasivo». Incluso
señala que Ramón Menéndez Pidal, advirtiendo su abundante empleo
en los textos de santa Teresa, llegó a afirmar que sin su «hábil uso» no
lograría su lenguaje «muy matizadas delicadezas».
Hasta ahí, eufemismos e hipérboles en boca de mujeres llevan
con frecuencia la acusación implícita de mojigatería y exageración,
como que siempre andan por las puntas, y eso es censurable. Pero hay
otras observaciones que sugieren más bien habilidades, aunque tam-
poco les reportan créditos. Por ejemplo, según ya habían observado da
Silva Correia en 1935, y G. Steiner en 1977, ellas manifiestan «una
mayor habilidad y exactitud» para designar matices de colores: malva,
rosado púrpura, beis, crudo, aguamarina, lavanda… Algo bueno ha-
bría de haber. Pero no. Según afirma Lakoff, precisamente por tratarse
de una habilidad femenina, podemos concluir que cuando un hombre
usa esos adjetivos, «está imitando a una mujer sarcásticamente, a un
homosexual o a un decorador de interiores». Y es que a ellos esas dis-
tinciones les parecen tan irrelevantes y triviales como lo son «amor»,
«deber», «bien», «mal», «piedad» y «esperanza» para los hombres de
Planilandia. La pregunta es por qué algo bueno parece malo. En este
caso, se podría asumir que se debe a lo que apunta Javier García: se
toma como indicio de una mayor necesidad y preocupación por el ves-
tuario y lo que con él se relaciona y con cosas como la decoración del
hogar, que a ellos no les preocupan.
Algunas investigaciones aluden al empleo más abundante de vo-
cabulario participativo en las mujeres. Por ejemplo, verbos y nombres
que expresan estados psicológicos, emoción y motivación o la espe-
cialización en el vocabulario de la vida doméstica así como preferen-
cia por expresiones cariñosas del tipo de «querida», «cariño» y así; o
el gusto por los intensificadores como «tan» y «muy». Se destaca tam-
bién el empleo frecuente de matizadores del tipo de «creo», «supon-
go», «diría»; o las expresiones llamadas «cercas», del estilo: «algo así
como», «una especie de», etc.10 Pero todo esto, en última instancia,
Y con esto pareciera que lo malo no está en qué lenguaje usemos sino
en cómo se interpreta en función del sexo, sobre todo porque parece
sorprendente la devaluación del habla femenina cuando está bien do-
cumentado que las mujeres en general hablan mejor en el sentido de
utilizar las formas más correctas y más cercanas a la norma, o sea, las
de mayor prestigio.11 Todos los estudios sociolingüísticos, en distintos
países del mundo en los últimos veinte años, indican que su habla «es
cualitativamente mejor que la de los hombres» aun cuando sus posibi-
lidades de socialización sean mucho más reducidas, e incluso «la que
se queda confinada en el ámbito doméstico suele expresarse mejor
que su marido».12
Esto sí que está documentado, y como lo está, parece romper la
ecuación según la cual la calidad del lenguaje está en proporción di-
recta de la jerarquía social. Para decirlo en términos de Ángel López y
Ricardo Morant, «el lenguaje de las clases altas es mejor que el de las
clases bajas, el de los universitarios supera al de los analfabetos, pero
el de los hombres es peor que el de las mujeres. Y si bien no se trata de
situaciones objetivamente comparables, en cada caso la cultura las ha
equiparado: el rico, el titulado y el hombre son dominantes; el pobre,
el ignorante y la mujer están dominados».13
Puesto que el habla mejor de las mujeres se manifiesta en una
pronunciación más cuidada y en el empleo de palabras más «finas»,
esto se puede relacionar con la asociación de masculinidad y rudeza o
tosquedad. Pero tal vez también se deba a que, dada su posición social
14. Maitena Etxebarria Arostegui, op. cit. Todas las referencias a esta autora en el
presente ensayo están tomadas de este texto.
15. Violeta Demonte, «Naturaleza y estereotipo», op. cit. p. 217.
16. Ángel López García y Ricardo Morant, op. cit., pp. 13-14.
Mujeres de Planilandia 155
Cuando las mujeres emplean ese mismo léxico, los hombres las miran
con el rabo del ojo, porque, asegura María Azucena Penas Ibáñez,17
«estarían usurpando un poder que no les corresponde». En otras pala-
bras, se mire desde donde se mire, en última instancia, todo este asun-
to se reduce a poder o a no poder.
17. María Azucena Penas Ibáñez, «Semántica del discurso: la variable género. Una
investigación sobre el sexismo», en línea.
18. Dorothy Rissel, op. cit.
19. Maitena Etxebarria Arostegui op. cit.
20. Mercedes Bengoechea, «Influencia del uso del lenguaje y los estilos comunicati-
vos en la autoestima y la formación de la identidad personal», en línea. Todas las refe-
rencias a esta autora en el presente ensayo están tomadas de este texto.
156 De mujeres, palabras y alfileres
Insegura y vacilante
24. Anthony Mulac et al., «The gender-linked language effect: an empirical test of a
general process model», en línea.
Mujeres de Planilandia 159
25. Nina Baym, «La loca y sus lenguajes. Por qué no hago teoría literaria feminista»,
en Marina Fe (coord.), Otramente: lectura y escritura feministas, pp. 58-59. Las cursi-
vas son del original.
26. Christabel Pankhurst, «Liberadas. La historia de cómo ganamos el voto», en
Amalia Martín-Gamero, Antología del feminismo, p. 179.
27. «Curso de conferencias populares», en Amalia Martín-Gamero, Antología del
feminismo, p. 94.
28. Ibid., pp. 102-104.
160 De mujeres, palabras y alfileres
Planilandia
30. Cynthia Fuchs Epstein, Sex, Gender and the Social Order, 1988, cit. por Alice F.
Freed, op. cit.
31. Violeta Demonte (1991), «Sobre la expresión lingüística de la diferencia», en
Cristina Bernis et al. (eds.), Los estudios sobre la mujer. De la investigación a la do-
cencia, p. 295, en línea.
32. Nicholas A. Palomares, «Gender schematicity, gender identity salience, and gen-
der-linked language use»; Violeta Demonte, «Sobre la expresión lingüística de la dife-
rencia», en Cristina Bernis et al. (eds.), op. cit.
162 De mujeres, palabras y alfileres
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García González, Javier (1998), «¿Qué lengua enseñamos a nuestros alumnos
extranjeros? Algunas peculiaridades del lenguaje femenino». ASELE.
Mujeres de Planilandia 163
Y pensar que, pese a tantos estímulos de este tipo, aún hay gente
normal… Parece un milagro de fray Leopoldo.
Alberto Granados,
«La maté porque era mía (misoginia y canciones)»
den, como poseedor del Logos que es; en los años sesenta, el mundo
de habla hispana entraba en fiesta con olés, taconeos y palmeos cuan-
do Manolo Escobar cantaba aquello de «a mi novia le he prohibío que
vaya sola a la plaza»; y aplaudía a rabiar cuando Luis Eduardo Aute
negociaba con otro amigo la posesión de una novia como si estuvieran
en taparrabos junto a una hoguera en los confines del mundo y de la
historia: «Una de dos o me llevo a esa mujer, o entre los tres nos orga-
nizamos, si puede ser… o te la cambio por dos de quince, si puede
ser». Nadie se extrañaba, a nadie le parecía al menos curioso que en un
país civilizado se pudieran alcanzar muchos aplausos cantado algo así.
Sin duda porque a eso, o a algo muy parecido, nos habíamos en-
frentado desde que en el colegio nos dieron a conocer la Ilíada y la
Odisea, las obras cumbres de la antigüedad occidental, en donde una
mujer tiene el mismo valor de cambio que un trípode o dos caballos
con carro. Pero tampoco se sigue extrañando nadie al parecer cuando
el cantante de Calibre 50, después de darle unos cuantos consejos a un
Fulano para contentar a una novia enojada, termina diciendo: «Y si
después de eso ella no es feliz / para retirarle toda su amargura / con
todo respeto préstamela a mí». Se prestan, se venden, se intercambian
objetos, chunches, aparatos y, al menos en el deseo y la imaginación
masculina, mujeres conceptuadas como objetos, chunches y aparatos.
Al parecer, una corriente subterránea de su psique anhela meterlas en
esa misma lista de cosas que se venden, se prestan, se intercambian.
Al fin y al cabo, durante siglos les han hecho creer y sentir que Dios
hizo a Eva por encargo de Adán y durante siglos también, en algún
rincón de su psique, sobrevive el hombre «salvaje»; ese que, al decir
de Lévi-Strauss, intercambiaba mujeres, palabras, alimentos, bienes y
servicios para establecer alianzas. Como por aquellos años algunos se
imaginaban haciendo transacciones bajo este sistema de trueque, y
hasta lo musicalizaban, podemos conjeturar que el «pensamiento sal-
vaje» sale con solo raspar un poco.
Mientras Manolo Escobar le prohibía a su novia que fuera sola a
la plaza, el payo Juan Manuel, al que apodaban «el rumbero verde» no
por ecológico sino por procaz, popularizó Niña no te modernices; una
letra «festiva» que, según se dice, fue «un temazo al nivel de la calle,
los andamios, las tabernas o los cuarteles». Y es que, explican quienes
se refieren a él, «sintonizaba con el imaginario colectivo» de cierto
estrato de la sociedad (obviamente de la parte masculina de ese estra-
Látigos y canciones 167
de arte, pues sin querer comparar a don Emilio con el señor Goya, no
confundamos el tocino con la velocidad».2
Y claro que, para ver eso como obra de arte, habría que redefinir
el arte; pero además la obra de Goya era una denuncia, lo de El Moro
es denunciable, por hilarante que alguien lo encuentre. De modo que
ahora podemos volver a «divertirnos» con la violencia de Moro, aun-
que Moro esté bajo tierra hace un buen puño de años, si no optamos por
la de Alejandro Fernández, que está vivo y guapo. Con fondo de maria-
chis podemos ver y oír al mexicano amenazar a alguna con darle «unas
nalgadas con pencas de nopal». «Una lección que te mereces. / Unos
rasguños con espina de maguey / hoy se me antoja jugar gato en tus
cachetes». Lo criticaron, pero la censura no alteró su fama. «El Potri-
llo», así le dicen y así se autodenomina, sigue siendo uno de los cantan-
tes latinos más exitosos y más seductores, ¡qué pena!, para muchas.
En los años sesenta la gente se movía al ritmo de músicas cuyas
letras hablaban de mujeres cercadas de prohibiciones, prestables y ne-
gociables, cuando no aparecía alguno en plan cómico, como el payo
Juan Manuel, a contarnos su opinión, que era la misma del franquismo,
la misma de los curas, la misma de siempre. Hoy han cambiado los rit-
mos, pero no el discurso: la misoginia de que alardean no impide a sus
autores e intérpretes ganar fortunas y convertirse en ídolos juveniles.
El grupo Los Ilegales, considerado uno de los mejores de Astu-
rias, cuando sus miembros —según declara su cantante—, a finales de
los ochenta se estaban dedicando «al sexo deportivo con extrema fre-
cuencia» y parecían «una manada de monos en celo», popularizó Eres
una puta: «Eres una puta… / pero no lo bastante. / Tu boca huele /
como un escape de gas / Todo ese culo, / lleno de peligros. / Vámonos
al wáter, / haremos un guateque, / encima del retrete», y por ahí sigue,
si tenemos los hígados suficientes para continuar oyendo.
Los tiempos en que Emilio el Moro mandaba a las mujeres a
«estar en su casa bien» transcurrían en los oscuros años de rebozo y
pañoleta. Luego, con la democracia y los gobiernos socialistas, las
cosas cambiaron o se supone que cambiaron. Si por la música popular
se conjetura el imaginario masculino juvenil, se impone pensar que la
cerrazón de mollera en el modo de percibir a las mujeres, es desconso-
ladora. A finales del siglo xx, entre los ochenta y los noventa, surgió
Radio Futura, catalogado como uno de los grupos más importantes de
la historia musical del país, el más importante e influyente de la re-
ciente historia de la música pop española: el mejor de la década de
1980, el mejor «de los últimos 25 años», e incluso la «cúspide creativa
de la Movida». Este grupo popularizó la canción Corazón de tiza, que
repite una y otra vez: «Y si te vuelvo a ver pintar / un corazón de tiza
en la pared / te voy a dar una paliza por haber / escrito mi nombre
dentro».
Y si en la Madre Patria, el Moro les recetaba a las mujeres el
encierro doméstico, muchos años después, en México, el muy popular
cantante grupero Julión Álvarez manifiesta la misma opinión. En abril
de 2016, cuando la revista de espectáculos TV Notas le preguntó por
su vida sentimental, declaró que se había enamorado muchas veces,
«pero lo que me gusta —dijo— es que sean muy damitas. Estoy edu-
cado a la antigüita, me agrada que les guste agarrar un trapeador, por-
que puede estar hermosa y ser buena para lo que sea, pero si no tiene
ese detalle, pues para mí no sirve».3
Luego, tras el granizo de críticas que le cayó encima, salió a dar
explicaciones, en las que confirmó: «Es cierto que me gustan las mu-
jeres que sean de casa y más por mi trabajo, me gusta que me atienda
y que esté dedicada 100 por 100 de un servidor». «Me gusta que mi
mujer sepa barrer, trapear, planchar, que si tengo pocos días libres me
pueda preparar un caldito».4 Todavía no nos ha hecho una cancioncita
con el tema, pero apostaría que Julión era uno de aquellos niños que
escuchaban cantar, alborozados y felices, a los graciosos payasitos del
circo la vieja canción infantil sobre la niña que ningún día de la sema-
na podía jugar porque tenía que limpiar, lavar, coser, barrer, cocinar,
rezar: «y así limpiaba así así, y así limpiaba que yo la vi».
Aquí la idea explícita era que aprendieran los días de la semana;
la idea implícita, aleccionar a las niñas sobre los deberes «femeninos»
o lo que antes llamaban «oficios propios del sexo». «El sexo», ya se
entiende, eran las mujeres. No tan ingenua la canción, puesto que en-
3. Abril Mulato (21/04/2016), «A Julión Álvarez solo le gustan las mujeres que usan
el trapeador», en línea.
4. La Opinión, «Julión Álvarez da explicaciones después de sus comentarios machis-
tas», en línea
170 De mujeres, palabras y alfileres
8. Cristián Palma, «Blurred Lines de Robin Thicke: Polémica por letra sexista contra
las mujeres», en línea.
9. Pierre Bourdieu, La dominación masculina, en línea.
172 De mujeres, palabras y alfileres
Asesinatos cantados
Si estos temas hablan del sexo como violencia y hasta como servi-
dumbre, hay quienes encuentran muy gracioso o muy sensual o muy
romántico, según la música o el tono, matar a las mujeres. En 1992, el
trío humorístico Académica Palanca hacía reír a su público con la pie-
za cómica Me llaman mala persona: «Al llegar a casa tras un largo día
de trapicheo / esa mujer cruel no tenía listo todavía el papeo / y la tuve
que matar».
Para entonces ya los asesinatos de mujeres eran tema de la músi-
ca popular en la que el hecho exalta la figura heroica de un hombre
bueno víctima de la infidelidad, como ocurre con El preso número
nueve que la mató y no se arrepiente y si vuelve a nacer la vuelve a
matar, lo que no le quita ser «un hombre muy cabal»; o en el tango
Noche de Reyes, tan bueno el hombre, que la mató y llora eso sí (¡es
un tipo muy sensible!) por el niño al que ha dejado huérfano.
Loquillo y los Trogloditas era una banda de primer orden del
rock español, cuando en 1987 lanzaron el álbum Mis problemas con
las mujeres, en el que se encontraba una celebradísima canción titula-
da La mataré, de Sabino Méndez, con la que —dice Miguel Núñez—
«alcanzaron el estrellato, ganaron un disco de oro, y todos los premios
174 De mujeres, palabras y alfileres
12. El Debate, «¿Porqué [sic] Gerardo Ortiz ganó 102 mil dólares con Fuiste mía?»,
en línea; Animal Político, «El cantante Gerardo Ortiz queda libre tras pagar una fian-
za», en línea.
13. OMS, «Violencia contra la mujer», nota descriptiva n.º 239, en línea.
14. Alberto Nájar, «La música de México que está acusada de fomentar la violencia
contra las mujeres», en línea.
176 De mujeres, palabras y alfileres
18. Malcolm Gladwell (2006), Inteligencia intuitiva. ¿Por qué sabemos la verdad en
dos segundos?, pp. 25-26.
19. Ibid., p. 122.
178 De mujeres, palabras y alfileres
Referencias bibliográficas
1. Betzabé Marciani Burgos, «El lenguaje sexista y el hate speech: un pretexto para
discutir sobre los límites de la libertad de expresión y de la tolerancia liberal»; Bene-
dicto XVI, «Discurso del Santo Padre. Visita al campo de concentración de Aus-
chwitz», ambos en línea.
182 De mujeres, palabras y alfileres
2. Vicente Gimeno Sendra, «Libertad de expresión y derecho al honor (Caso Violeta
Friedman)», en línea.
3. Véanse: El País, «El Constitucional ampara a Friedman frente a la “incitación
antijudía” del ex jefe de las SS Degrelle»; El País, «El juicio contra la absolución del
nazi Degrelle enfrenta a Violeta Friedman con grupos “ultras”»; José F. Beaumont,
«Mientras viva seguiré luchando contra el nazismo»; El País, «Rechazado el recurso
de Violeta Friedman contra la absolución del nazi Degrelle», todos en línea.
Mariquita Pérez y la monja alférez 183
Mandamases y señorones
Como señala Héctor Islas Azaïs, «no nos interesa tanto que la
persona insultada sepa lo que pensamos de ella; generalmente busca-
mos dañarla, rebajar su autoestima y hacerla sentir menos digna» que
el insultante. «Muchas veces es solo un sucedáneo de la violencia físi-
ca, y en ocasiones tanto o más poderoso», y esto no puede justificarse,
«al menos tan fácilmente, como forma de libertad de expresión». Su
carácter vejatorio no debe soslayarse por el hecho de que «no es lo
mismo insultar que asesinar o condenar a la miseria a las personas», o
por la idea emanada de la sociología de que la discriminación es más
que actos individuales aislados «un sistema de relaciones sociales».
Porque, dice Islas, «no son los grupos, ni las clases, ni los géneros, ni
las razas», sino las personas concretas, quienes la padecen.13
Otro tipo de descalificaciones tiene que ver con la idea aún vi-
gente de que lo de las mujeres son las chanclas y el delantal. En 1990,
la diputada socialista Cristina Alberdi preguntó al entonces ministro
de Justicia de Felipe González, y más tarde defensor del Pueblo, Enri-
que Múgica, sobre la conveniencia de una mayor representación de
mujeres en el Consejo General del Poder Judicial. Este le contestó:
«¿Es que han hecho cocinas en las nuevas oficinas?»14
Independientemente de la ordinariez del ministro, él lo que hace
es ajustarse a las ideas de su cultura. No por nada se le llama cocini-
llas, según el DRAE, al «hombre que se entromete en las tareas do-
mésticas, especialmente en las de cocina». Puesto que, según el mis-
mo DRAE, «entrometer» o «entremeter» es meterse una persona
«donde no la llaman», «inmiscuirse en lo que no le toca», estos hom-
bres están apelando a un histórico reparto cultural de actividades, con-
sagrado en la lengua y expresado en el refrán «La mujer y la sartén en
la cocina están bien». En la lógica binaria con que funciona la socie-
dad patriarcal, que los hombres no tengan cabida en la cocina es solo
la otra cara de que las mujeres no tengan cabida en la cosa pública.
En febrero de 2006, el presidente de México, Vicente Fox, du-
rante una gira de trabajo en Mazatlán, Sinaloa, se vanagloriaba de que
para entonces el 75 por 100 de los hogares de México tenían una lava-
dora. Y luego aclaró: «Y no de dos patas o de dos piernas, una lavado-
ra metálica». En España, en marzo de 2013, Jesús Ferrera, secretario
patas, mejor». Y aun aclaró: «Soy racista, pero no con las mujeres».23
En Estados Unidos, otro político, el ahora presidente Donald Trump,
trata regularmente de «loca» en Twitter a la famosa periodista del ca-
nal Fox News Megyn Kelly, quien en agosto, durante el primer debate
republicano, le recordó que él llamaba «cerdas gordas», «perras»,
«puercas», «zorras» y «animales asquerosos» a las mujeres que no le
gustaban. Irritado, Trump le respondió que no quería perder el tiempo
siendo políticamente correcto. En seguida la acusó de ser una mentiro-
sa y de estar sobrevalorada y en su contra. Después del debate, a modo
de descalificación, dijo que ella estaba menstruando: «Uno podía ver
que la sangre le salía por los ojos, que le salía por todas partes». En
otro lugar, refiriéndose a sus comentarios negativos contra las mujeres
declaró que «los políticos dicen cosas aún peores cuando están detrás
de puertas cerradas».24 Y ahí sí que le podemos creer.
Como advierte Ana Valero, las expresiones sexistas, en tanto di-
rigidas a grupos, no pueden subsumirse dentro de las figuras de la di-
famación, la calumnia o la injuria: el discurso del odio incluye todas
las «expresiones que no solo estén motivadas por el odio» sino que,
sobre todo, traten de transmitirlo e incentivarlo. Se relaciona no solo
con exclusión de recursos económicos sino con la reiteración en el
tiempo de prejuicios y estereotipos negativos,25 en cuya transmisión el
lenguaje desempeña un papel crucial.
Entre los estereotipos en vigencia a que estos hombres apelan,
está el de la gran superioridad intelectual masculina frente a las muje-
res, a despecho de los títulos o méritos que ellas tengan. En 1989, Al-
fonso Guerra dijo de Pedro Pacheco, alcalde de Jerez: «Pasa tantas
horas en las peluquerías de señoras que no se le ocurren más que
chorradas».26 En mayo de 2014, otro político, Miguel Arias Cañete,
hoy comisario europeo de Acción por el Clima y Energía, y entonces
candidato del PP al Parlamento Europeo, mantuvo un debate electoral
27. F. Manetto, «Arias Cañete dice que fue benévolo con Valenciano para no parecer
machista», en línea.
28. Pierre Bourdieu, La dominación masculina, en línea.
Mariquita Pérez y la monja alférez 191
por ir con vestidos provocadores. En fin, que visto así, las criminales
son las víctimas.
En costa Rica hace unos cuantos años en el asilo Chapui, un lu-
gar para personas con problemas mentales, fue internado un campesi-
no por copular con las gallinas del vecindario. No es que la gente es-
tuviera preocupada por la moral del gallinero sino que al hacerlo las
mataba. Preguntado por el personal por qué hacía eso, el hombre de-
claró: «Es que uno está sentado en una piedra y pasa una gallina para
allá, pasa para acá… pasa para acá, pasa para allá… ¡y diay, uno no es
de piedra!». Es que es eso, como los hombres no son de piedra, las
mujeres, como las gallinas, deberían estar encerradas.
Como afirma Antonio García de León, «a diferencia de lo que
generalmente considera válido la lingüística tradicional (o las aproxi-
maciones a ella desde otras perspectivas), las estructuras cambiantes
y arborescentes del lenguaje no solo sirven para comunicar, sistemati-
zar, clasificar o mostrar la realidad; sino también para opacarla y
oscurecerla».36 El discurso de estos hombres tiene la misma finalidad
que tenía Degrelle cuando negaba la existencia de los hornos crema-
torios, y habría que preguntar a la sociedad, como el papa le preguntó
a su Dios, por qué calla y por qué tolera lo que no se debe callar ni
tolerar.
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de de Valladolid, León de la Riva», en línea: <http://noticias.lainforma
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36. Antonio García De León, «El poder por los caminos del lenguaje», en línea.
Mariquita Pérez y la monja alférez 195
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Público (11/11/205), «Un juez canadiense, a la víctima de una violación:
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el chino y el español», en línea: <https://repositorio.uam.es/bitstream/
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12.
La mitad irracional
4. Ibid., p. 59.
5. Ibid., p. 198.
6. Luis Carlos Díaz Salgado, «Eufemismos y toxifemismos», en línea.
7. George Steiner, «El milagro hueco», en línea.
La mitad irracional 201
La metáfora animal
19. Ibid., p. 125.
20. Irene López Rodríguez, «La animalización del retrato femenino en el Libro de
Buen Amor», en línea.
La mitad irracional 205
21. M.ª Jesús Salinero Cascante, «El cuerpo femenino y su representación en la fic-
ción literaria», en M.ª Azpeitia, et al., Piel que habla, p. 60.
22. Álex Grijelmo, La seducción de las palabras, p. 84.
23. Goebbels, «Los once principios de la propaganda», en línea.
24. Viktor Klemperer, La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo (Fragmen-
tos), en línea.
25. Paola Calderón, op. cit.
206 De mujeres, palabras y alfileres
26. Emilie L. Bergmann, «Mujer y lenguaje en los siglos xvi y xvii: Entre humanis-
tas y bárbaros», en línea.
27. Ver Edmundo González Blanco, El feminismo en las sociedades modernas,
pp. 36-37; Arthur Schopenhauer. El arte de tratar a las mujeres, p. 31; Elizabeth Badi-
ner, «¿Existe el instinto maternal?», p. 210; Catherine Jagoe et al., La mujer en los
discursos de género, p. 387; Moebius, La inferioridad mental de la mujer, p. 9.
La mitad irracional 207
28. Carol Cohn, «Sex and Death in the Rational World of Defense Intellectuals», en
línea.
208 De mujeres, palabras y alfileres
Cráteres y misiles
Referencias bibliográficas
6. Pueden escucharse en este sentido sus canciones Pa cantar hay que ser gallo, El
gallo de mil palenques y El gallo fino.
7. Tania Rodríguez Mora, «Porque no es lo mismo decir gallo que gallina», en línea.
De tajos y cojones 217
8. George Lakoff y Mark Johnson, Metáforas de la vida cotidiana, pp. 188, 42, 184,
respectivamente.
218 De mujeres, palabras y alfileres
De tajos y cojones
14. Bruno Marcos, «El poeta pastor y Lorca», en línea. El subrayado es mío.
De tajos y cojones 221
15. Antonio Jesús Gutiérrez Fernández, «Política de hombres y sus pelotas, según el
iluminado Pablo Iglesias», en línea.
16. Otto Guevara, «Al Presidente le falta testosterona para exigir transparencia en la
gestión pública», en línea.
222 De mujeres, palabras y alfileres
para quedarse de piedra: «No seas cobarde / no seas poco hombre / así
demuestras / que vales menos / que una mujer». ¡Y viva México!
Aunque nos deje a punto de trepar por las paredes, esto no resul-
ta extraño. Es el producto de lo que el filósofo francés Gabriel Marcel
denominó «técnicas de envilecimiento». Él las definió como «el con-
junto de procedimientos llevados a cabo deliberadamente para atacar
y destruir, en individuos que pertenecen a una categoría determinada,
el respeto que de sí mismos pueden tener y, ello, a fin de transformar-
los poco a poco en un desecho que se aprehende a sí mismo como
tal».21 Eso es exactamente lo que produce el discurso misógino del que
la del Barrio y muchas otras se han vuelto portadoras.
De acuerdo con la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la
Violencia Contra las Mujeres, algunos estudios demuestran que «hasta
el 70 por 100 de ellas ha experimentado violencia física y / o sexual por
parte de un compañero sentimental durante su vida». En el mismo do-
cumento se advierte que «los hombres no se sentirían con el derecho a
maltratar a sus compañeras si la sociedad no les hubiera enseñado que
ellas son seres inferiores de su pertenencia. Y las mujeres no se dejarían
maltratar si no se les hubiera enseñado a ser seres dependientes».22
Pienso que algunas, en su alienación, nunca llegan a darse cuen-
ta, pero, cada vez que para insultar o rebajar a un hombre apelan al
valor simbólico de lo que en la entrepierna «atocándole se sabe», es-
tán contribuyendo a afianzar la dominación masculina hermanada con
el lenguaje y rubricada por los diccionarios.
La Academia define «cojonudo» como «estupendo, magnífico,
excelente». Es un superlativo. El Word Reference lo opone a «coña-
zo», que la RAE define en su primera acepción como «persona o cosa
latosa, insoportable». Al menos desde Teun van Dijk y desde George
Lakoff, se ha reconocido sobradamente no solo la eficacia de las me-
táforas y metonimias para expresar y dar forma a la manera en que
pensamos, sino el hecho de que estas imágenes son coherentes con
nuestra cultura. Como no podemos desprendernos de asociaciones que
vienen rodando y fortaleciéndose durante siglos, y como se usan por
todas partes una y otra vez, a las mujeres nos quedarían, entre otras,
dos opciones: o hablando el castellano derecho del Diccionario, soñar
con un lugar bien «cojonudo» en el que no nos estén dando el «coña-
zo» con estas letanías; o privándonos, por nuestros principios, del
efecto de palabrotas montadas sobre la misoginia, ponerle cascabeles
al lenguaje que, aun cuando supone elogiar, rebaja y envenena. Que lo
oigamos venir, que lo podamos seguir, que todas sepamos de dónde
viene, con quién se asocia y a dónde va.
Referencias bibliográficas