Violencia y Trauma J Navarro Góngora
Violencia y Trauma J Navarro Góngora
Violencia y Trauma J Navarro Góngora
Este artículo revisa lo que es vivir en una experiencia de violencia crónica (control
coercitivo), identificando qué factores relacionados con las agresiones físicas,
emocionales y sexuales se asocian al trauma. Se concluye que el dolor de la víctima, su
terror, la sumisión, la falta de confianza en lo que siente, piensa y hace, junto con la
sensación de que la materia de la está hecha su persona ha sido degradada, son las
variables que con mayor probabilidad se asocian al desarrollo del trauma. La víctima
termina por funcionar en modo de supervivencia, y ello a pesar de sentirse
aterrorizada, confusa e insignificante.
De los tipos de violencia de los que hablan Johnson y Ferraro (2008), el que denominan
e mayor potencial traumático conlleva. Une la violencia
física, normalmente de una intensidad baja o media, a una implacable violencia
emocional o psicológica que deterioran profundamente la salud mental.
2
temor se multiplica en la medida en la que aumentan las situaciones e indicios a evitar,
y la certidumbre de que, no obstante, la agresión sobrevendrá en algún momento.
Lo traumático de la violencia física tiene que ver con que se pone en riesgo la vida de la
víctima, con su cronicidad, con el estado de terror e hiperalerta ante la proximidad de
la agresión o ante sus indicios, con la humillación del sometimiento, con la rabia de ser
tratada de forma tan injusta y tener que renunciar a proyectos personales (sus
sueños). El hecho de que el perpetrador sea además una figura de apego, a quien se
supone un rol de cuidado, vuelve la situación más traumática aún.
Posiblemente ha sido mérito de Stark (2007) demostrar, de una forma tan elocuente
como sugestiva, que la violencia que venimos denominando
de forma más acabada lo que es la violencia de género que en su opinión es emocional
o psicológica más violencia física baja o moderada. Las agresiones psicológicas se dan
3
en más del 99% de los casos de violencia física y el 72% de sus víctimas la consideran
peor que agresiones físicas (Follingstad et al., 1997; Holtzworth-Munroe et al., 1997).
Son varias las razones que justificación su efecto tan tóxico como letal. En primer lugar,
se trata de un patrón que se prolonga en el tiempo, y que a diferencia de la violencia
física, es constante. En segundo lugar sus víctimas la perciben como un indicio de las
agresiones físicas uesta de miedo y sumisión. En
tercer lugar, limita el acceso a recursos, sean estos económicos o personas que puedan
ayudarlas. Esta limitación impide el desarrollo personal mediante el control de
actividades (por ejemplo, trabajar), aunque conseguido el control no hay ninguna
garantía de que cese la violencia. En cuarto lugar, las agresiones emocionales buscan
deteriorar la imagen de competencia intelectual y emocional de las víctimas, las críticas
del agresor no se dirigen a conductas concretas (no sabe cocinar, no cuida a los hijos,
gasta mucho dinero, etc.) sino a la persona, lo que tiene como objetivo final el que no
confíen en lo que piensan, sienten o hacen, ni en su capacidad de amar y ser amadas.
En quinto lugar, el agresor puede ejercer su presunta superioridad intelectual o
emocional de una forma tal que haga sentir a la víctima humillada y degradada (por
ejemplo, cuando la ignora emocionalmente) (Navarro Góngora, 2015).
Pence y Paymar (1993) han sintetizado en su célebre Rueda del Poder y del Control las
formas más comunes de agresiones psicológicas y emocionales, hablan de intimidación
(asustar con miradas, romper cosas); maltrato emociona (denigrarla, hacerla sentir mal
consigo misma); aislamiento social (impedirla ver a su familia y amistades); minimizar,
culpabilizar o negar el maltrato; utilizar a los hijos (amenazar con raptarlos,
desacreditar a la madre); utilizar los privilegios de ser hombres (tratarla como a una
criada, monopolizar las decisiones); control económico (impedirla trabajar, controlar
todo el dinero); y coacción y amenazas (con matarla, con suicidarse, con denunciarla a
los servicios sociales). Por lo general, los agresores emplean varias de estas fórmulas al
mismo tiempo, aunque la investigación ha puesto de manifiesto que la agresión más
frecuente es gritar (89,6%), probablemente porque sea el indicador más claro de la
4
de analizar y juzgar. Cuando no podemos confiar en ninguna de las dos no podemos
orientarnos en el mundo.
Se estima que en torno al 40% de las mujeres víctimas del control coercitivo sufren
violaciones por parte de sus parejas. La violencia sexual no es sexo, no tiene que ver
con un deseo irrefrenable, tiene que ver con hacer sufrir utilizando el sexo. Así como
las agresiones emocionales alcanzan el núcleo de funcionamiento psicológico (la
confianza en su juicio emocional e intelectual), las sexuales alcanzan la intimidad física
de las víctimas. En las agresiones emocionales es posible una reparación, difícil cuando
es seria, pero finalmente posible cuando se tiene la fortuna de disponer de alguien que
se encargue de señalar los hechos que demuestren la competencia de la agredida. El
daño de la invasión de la intimidad sexual resulta más complicado de reparar, porque
deja el interior del cuerpo degradado, con una sensación de suciedad interna que el
agua no es capaz de limpiar. De alguna forma esa degradación se extiende a todo el
cuerpo, al self, con la sensación de que todo el yo se ha corrompido de forma
irremediable, o al menos está contaminado.
5
En realidad tanto en la violencia física como en la sexual, el cuerpo le pertenece al
agresor, es el lugar del dolor y porta, y muestra, la historia de agresiones. Pero en la
violencia sexual lo que se añade es su capacidad de hacer sentir a la víctima que toda
ella (su self) está definitivamente degradado. Mucho de la recuperación del trauma de
la violencia tiene que ver con volver a adueñarse del propio cuerpo, y volver a sentir
que su intimidad ha dejado de estar sucia. Mucho depende de lo serio que haya sido la
violación, de sus mensajes implícitos, violaciones extremadamente crueles pueden
dejar secuelas permanentes (traumas).
Violencia y Trauma
En el campo del trauma Terr (1991) es de las que mejor ha interpretado las diferencias
entre el impacto de un evento traumático único, del impacto de eventos repetidos. El
control coercitivo como violencia crónica encaja en la definición de traumas
(interpersonales) repetidos, el cuadro 1 recoge sus efectos.
Tipo II. Exposición larga a un estresor, o una cadena larga de crisis. La primera genera sorpresa,
las siguientes, anticipación. Efectos:
El cuadro 1 habla de que las cosas, en realidad, pueden ser aún peor. Todo depende
del nivel de violencia que ejerza el agresor. Cuando es particularmente seria el estrés
puede llegar a ser tan alto que bloquea el mecanismo de alternancia simpático /
parasimpático y la víctima se mantiene en un nivel de activación y ansiedad muy alto
siendo incapaz de tranquilizarse (auto-regularse), en esas condiciones le resulta muy
difícil fijar la atención y tener un curso de pensamiento organizado; la terapia, que
requiere de estas dos habilidades, se hace poco menos que imposible.
Un estrés muy alto provoca la activación excesiva de la amígdala (que evalúa el nivel
de peligro de los estímulos entrantes, si lo juzga letal da la respuesta de emergencia:
ataque, fuga o parálisis) bloquea el funcionamiento del hipocampo cuya función es
estructurar en términos de quién, dónde y cuándo los estímulos entrantes, y de ahí
pasa al córtex orbitofrontal. El bloqueo del hipocampo y del córtex orbitofrontal
significa que la víctima queda instalada en una respuesta de terror que al no poder
estructurarse se vive como inexpresable, interminable, letal y sin posibilidad de
solución. La sobreactivación de la amígdala y el bloqueo del hipocampo producen, en
lo que al trauma se refiere, otros tres efectos serios, en primer lugar queda afectado el
mecanismo de fijación de los engramas de memoria, quedando disociados partes de
los recuerdos de los acontecimientos traumáticos. En segundo lugar cuanto mayor es
el estrés mayor es el nivel de disociación, siendo el grado de disociación el que predice
la patología mental. Aquello que se disoció pasa a la memoria implícita y aparece en el
sujeto como respuestas físicas (dolores, tics, etc.) sin relación con enfermedad alguna,
y/o como estados emocionales (lloros, angustia, etc.) que no se ligan a las
circunstancias que está viviendo la persona. Disociación no significa que los problemas
hayan desaparecido porque no se tengan recuerdos de ellos, sólo significa que se
expresan de otra forma desde estados emocionales o respuestas físicas
aparentemente sin sentido e involuntarias, a trastornos disociativos en los que la parte
disociada, en ocasiones, se adueña de la personalidad (personalidad múltiple). En
tercer lugar, un estrés crónicamente alto, como el de las historias de violencia, puede
7
llegar a producir un daño cerebral, reducción del tamaño del hipotálamo, por la
presencia continua en el cerebro de la hormona relacionada con el estrés, el cortisol,
que finalmente es neuro-tóxica. Aquellas víctimas que padecen toda esta suerte de
alteraciones suelen recibir diagnósticos del tipo de estrés post-traumático complejo,
trastornos disociativos, de personalidad, obsesivo-compulsivo, maniaco-depresivos,
personalidad bordeline, depresión mayor, trastorno generalizado de ansiedad, ideas
suicidas, etc., pero junto con ellos pueden darse otros como adicciones, trastornos de
la alimentación, y una larga secuela de problemas físicos provocados por la activación
crónica del simpático como dolores musculares, hipertensión, trastornos
gastrointestinales, y otro largo etcétera relacionado con un funcionamiento deprimido
del sistema inmunológico.
Existe una asociación significativa entre ser víctima de violencia en una relación íntima
y haber sufrido abuso físico y sexual en la niñez (Afifi et al., 2009). Se estima que al
menos el 29% de las agredidas han sufrido ese tipo de abuso. Cuando este es el caso,
además de tener el doble de posibilidades que las mujeres de la población general de
ser objeto de violencia en la adultez (Tjaden y Thoennes, 2000), su desarrollo cerebral
tiene el tipo de problemas que hemos mencionado en el párrafo anterior: la violencia
que padecieron les hace tener una alta activación de la amígdala, junto con una falta
de desarrollo de aquellas estructuras que maduran gracias a una interacción positiva
con los cuidadores: el hipocampo y el córtex orbitofrontal, que son, además, las
estructuras que controlan el disparo de la amígdala (de la respuesta emocional); su
experiencia une una emocionalidad disparada con la imposibilidad de controlarla
ocampo y córtex orbitofrontal) funciona
inadecuadamente.
8
hacia quien es su figura emocional de referencia, el agresor; mucho de la posibilidad
de salir de una relación violenta tiene que ver con resolver esta paradoja del apego.
Conclusiones y discusión
Asumimos que en términos de trauma, el tipo de violencia física más peligrosa por su
toxicidad emocional es aquella que sume a la víctima en la humillación, el terror y la
sumisión, con un funcionamiento intelectual comprometido por la activación
permanente de la amígdala (simpático), lo que les hace difícil la planificación de cómo
salir de la violencia. Entra en modo de supervivencia. El trauma se liga igualmente a la
violencia aleatoria (llega a casa y sin mediar palabra la emprende a golpes), a su
frecuencia y dureza.
Posiblemente la violencia sexual es, sin más, traumática por su capacidad de hacer
sentir a la víctima que el material de que está constituida está sucio, corrompido.
Referencias bibliográficas.
9
Afifi, T. O., MacMillan, H., Cox, B. J., Asmundson, G. J., Stein, M. B. y Sareen, J. (2009).
Mental Health correlates of Intimate Partner Violence in marital relationships in a
national representative sample of males and females. J. of Interpersonal Violence,
24(2), 1398-1417.
-
and D. Maiuro (2001) Psychological abuse in
violent domestic relations. Nueva York: Springer Pub.
Navarro Góngora, J. (2015). Violencia en las Relaciones Íntimas. Una perspectiva
clínica. Barcelona: Ed. Herder.
Pence, E. y Paymar, M. (1993). Education groups for men who batter. The Duluth
Model. Nueva York: Springer Pub. Company.
Stark, E. (2007). Coercitive control. The entrapment of women in personal life. Nueva
York: Oxford University Press.
10