Violencia y Trauma J Navarro Góngora

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Violencia en las Relaciones Íntimas y Trauma

Este artículo revisa lo que es vivir en una experiencia de violencia crónica (control
coercitivo), identificando qué factores relacionados con las agresiones físicas,
emocionales y sexuales se asocian al trauma. Se concluye que el dolor de la víctima, su
terror, la sumisión, la falta de confianza en lo que siente, piensa y hace, junto con la
sensación de que la materia de la está hecha su persona ha sido degradada, son las
variables que con mayor probabilidad se asocian al desarrollo del trauma. La víctima
termina por funcionar en modo de supervivencia, y ello a pesar de sentirse
aterrorizada, confusa e insignificante.

La violencia física en el control coercitivo

De los tipos de violencia de los que hablan Johnson y Ferraro (2008), el que denominan
e mayor potencial traumático conlleva. Une la violencia
física, normalmente de una intensidad baja o media, a una implacable violencia
emocional o psicológica que deterioran profundamente la salud mental.

El control coercitivo es una pauta de violencia crónica que básicamente implica el


infligir daño sin atender a las señales del sufrimiento insoportable de la víctima. Esa
conducta de daño y sufrimiento tiene un objetivo: arruinar la imagen de competencia
de la víctima y evitar que pueda abandonar al agresor. Las ideas de sufrimiento y
control sintetizan bien su finalidad, siempre y cuando se entienda que el control sin
sufrimiento difícilmente puede asumirse como violencia, aunque sí aparezca como tal
a un observador.

La estrategia mediante la que se ejerce el control coercitivo persigue varios objetivos.


En el caso de la violencia física es obligar a hacer algo o a dejar de hacer algo; es
sometimiento mediante el miedo y el sufrimiento. Lleva, igualmente, un poderoso
mensaje psicológico de desprecio, porque al fin y al cabo sólo se pega a quien no se
valora.

Las agresiones se vinculan a discrepancias sobre ciertos temas e indicios de que la


discusión se vuelve amenazante. Instaurada la pauta de violencia la víctima da la
respuesta de sometimiento, miedo y humillación no sólo ante los golpes sino ante
aquello que se relaciona con los golpes: temas e indicios más o menos cercanos a los
de la discusión. Si la víctima relaciona la violencia con los fines de semana cuando
bebe, por ejemplo, se sentirá igualmente mal ante otras fiestas, bodas, bautizos, etc.
en los que pueda intuir que volverá a beber, generando una pauta de (hiper)alerta
hacia todo aquello que pueda llevar a las agresiones como una manera de evitarlas. El

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temor se multiplica en la medida en la que aumentan las situaciones e indicios a evitar,
y la certidumbre de que, no obstante, la agresión sobrevendrá en algún momento.

El estado de hiperalerta se convierte en terror, rabia y humillación sin solución cuando


la violencia es letal o aleatoria. A veces todo lo que hace es aumentar el miedo o la
impotencia, una puede llevar a la huida (y en menor medida a la agresión), la otra a la
rendición, a la indefensión aprendida (y a la depresión). Esta respuesta de paralización
adopta dos modalidades, en la primera la víctima está en estado de shock, bloqueada
física, emocional e intelectualmente. En la segunda, la víctima está físicamente

Terror, humillación, hiperalerta y evitación constituyen el fondo de la experiencia


cotidiana de las víctimas de la violencia física, en la que los intervalos entre agresiones
terminan por vivirse como momentos de alivio. En realidad en la trayectoria de la
no hay momentos de
normalidad, de una situación crítica (una agresión severa, por ejemplo), se pasa a un
intermedio de alto estrés dominado por la anticipación, la alerta y por lo implacable, y
por momentos intrincado, de las agresiones psicológicas o emocionales.

La idea de control haciendo sufrir preside la violencia física y se alimenta de su propia


impotencia en la medida en que resulta finalmente difícil controlar el mundo interno
de una persona, sus pensamientos y sentimientos. Si la violencia busca borrar aquello
que diferencia a la víctima del agresor, el resultado es, por un lado, el sometimiento de
alguien que queda en un grado mayor o menor de terror y que, finalmente, dejó de ser
la persona que el agresor conoció, y, por el otro, la creación de una relación en la que
resulta inevitable la sospecha de deterioro y el riesgo de abandono. Ambos efectos son
tratados de corregir con más violencia.

Lo traumático de la violencia física tiene que ver con que se pone en riesgo la vida de la
víctima, con su cronicidad, con el estado de terror e hiperalerta ante la proximidad de
la agresión o ante sus indicios, con la humillación del sometimiento, con la rabia de ser
tratada de forma tan injusta y tener que renunciar a proyectos personales (sus
sueños). El hecho de que el perpetrador sea además una figura de apego, a quien se
supone un rol de cuidado, vuelve la situación más traumática aún.

La violencia emocional y psicológica y el trauma

Posiblemente ha sido mérito de Stark (2007) demostrar, de una forma tan elocuente
como sugestiva, que la violencia que venimos denominando
de forma más acabada lo que es la violencia de género que en su opinión es emocional
o psicológica más violencia física baja o moderada. Las agresiones psicológicas se dan

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en más del 99% de los casos de violencia física y el 72% de sus víctimas la consideran
peor que agresiones físicas (Follingstad et al., 1997; Holtzworth-Munroe et al., 1997).

Son varias las razones que justificación su efecto tan tóxico como letal. En primer lugar,
se trata de un patrón que se prolonga en el tiempo, y que a diferencia de la violencia
física, es constante. En segundo lugar sus víctimas la perciben como un indicio de las
agresiones físicas uesta de miedo y sumisión. En
tercer lugar, limita el acceso a recursos, sean estos económicos o personas que puedan
ayudarlas. Esta limitación impide el desarrollo personal mediante el control de
actividades (por ejemplo, trabajar), aunque conseguido el control no hay ninguna
garantía de que cese la violencia. En cuarto lugar, las agresiones emocionales buscan
deteriorar la imagen de competencia intelectual y emocional de las víctimas, las críticas
del agresor no se dirigen a conductas concretas (no sabe cocinar, no cuida a los hijos,
gasta mucho dinero, etc.) sino a la persona, lo que tiene como objetivo final el que no
confíen en lo que piensan, sienten o hacen, ni en su capacidad de amar y ser amadas.
En quinto lugar, el agresor puede ejercer su presunta superioridad intelectual o
emocional de una forma tal que haga sentir a la víctima humillada y degradada (por
ejemplo, cuando la ignora emocionalmente) (Navarro Góngora, 2015).

Pence y Paymar (1993) han sintetizado en su célebre Rueda del Poder y del Control las
formas más comunes de agresiones psicológicas y emocionales, hablan de intimidación
(asustar con miradas, romper cosas); maltrato emociona (denigrarla, hacerla sentir mal
consigo misma); aislamiento social (impedirla ver a su familia y amistades); minimizar,
culpabilizar o negar el maltrato; utilizar a los hijos (amenazar con raptarlos,
desacreditar a la madre); utilizar los privilegios de ser hombres (tratarla como a una
criada, monopolizar las decisiones); control económico (impedirla trabajar, controlar
todo el dinero); y coacción y amenazas (con matarla, con suicidarse, con denunciarla a
los servicios sociales). Por lo general, los agresores emplean varias de estas fórmulas al
mismo tiempo, aunque la investigación ha puesto de manifiesto que la agresión más
frecuente es gritar (89,6%), probablemente porque sea el indicador más claro de la

), las siete posteriores se relacionan con ataques a su imagen y a su


auto-estima (Anderson et al., 2003). Es como si el primer objetivo fuera el
sometimiento por el miedo, después constatar la falta de compromiso (puede hacer lo
que venga en gana al margen del sufrimiento de ella), y finalmente minarla en lo que
constituye las dos formas básicas de funcionamiento de los seres humanos: la
competencia emocional e intelectual (Navarro Góngora, 2015). Las emociones son la
forma automática de dirigir nuestras conductas, nos acercamos a lo que nos gusta y
nos alejamos de lo que repudiamos; sobre lo intelectual montamos nuestra capacidad

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de analizar y juzgar. Cuando no podemos confiar en ninguna de las dos no podemos
orientarnos en el mundo.

Las agresiones emocionales pueden presentarse de forma burda o sutil (Marshal,


2001). En la forma burda el victimario repite una y otra vez, en una especie de lavado
de cerebro, frases o palabras que ambos saben son ofensivas para la víctima, un
observador podría igualmente coincidir en aquello es una agresión. La violencia sutil
resulta más complicada, tiene que ver con juegos mentales en los que lo que aparece
en realidad tiene otro significado que sólo quien juega conoce. La víctima puede no
enterarse del juego, de la forma en que se la manipula, sólo de su efecto: se siente
confundida y mal sin saber por qué (lo que puede culpabilizarla). Obviamente cuanto
más consciente sea el juego del abusador más perverso resulta.

Para comprender qué significa vivir en una experiencia de violencia crónica y su


potencial de causar trauma, súmense los efectos. La violencia física sirve para obligar a
alguien a hacer algo o dejar de hacer algo, sirve para controlar; somete mediante el
terror. Si es frecuente y seria, el terror se mantiene entre agresión y agresión. La
víctima está desregulada, con una alta emocionalidad y con un funcionamiento
intelectual comprometido. Siente lo que sucede también como una humillación. El
objetivo de las agresiones emocionales es que la víctima pierda su confianza en lo que
siente, piensa y hace; no estar segura la hace más vulnerable a la manipulación del
agresor. En ambos tipos de violencia lo que se busca es hacer sufrir, lo que siempre se
presenta como justificado por lo que la víctima hace o deja de hacer. Cuando la
violencia es muy seria, como sucede en el control coercitivo, la conciencia de la víctima
se restringe a la pura supervivencia. Su problema es cómo sobrevivir a pesar de
sentirse aterrada, insignificante y confusa (Navarro Góngora, 2015).

Abuso sexual y Trauma

Se estima que en torno al 40% de las mujeres víctimas del control coercitivo sufren
violaciones por parte de sus parejas. La violencia sexual no es sexo, no tiene que ver
con un deseo irrefrenable, tiene que ver con hacer sufrir utilizando el sexo. Así como
las agresiones emocionales alcanzan el núcleo de funcionamiento psicológico (la
confianza en su juicio emocional e intelectual), las sexuales alcanzan la intimidad física
de las víctimas. En las agresiones emocionales es posible una reparación, difícil cuando
es seria, pero finalmente posible cuando se tiene la fortuna de disponer de alguien que
se encargue de señalar los hechos que demuestren la competencia de la agredida. El
daño de la invasión de la intimidad sexual resulta más complicado de reparar, porque
deja el interior del cuerpo degradado, con una sensación de suciedad interna que el
agua no es capaz de limpiar. De alguna forma esa degradación se extiende a todo el
cuerpo, al self, con la sensación de que todo el yo se ha corrompido de forma
irremediable, o al menos está contaminado.
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En realidad tanto en la violencia física como en la sexual, el cuerpo le pertenece al
agresor, es el lugar del dolor y porta, y muestra, la historia de agresiones. Pero en la
violencia sexual lo que se añade es su capacidad de hacer sentir a la víctima que toda
ella (su self) está definitivamente degradado. Mucho de la recuperación del trauma de
la violencia tiene que ver con volver a adueñarse del propio cuerpo, y volver a sentir
que su intimidad ha dejado de estar sucia. Mucho depende de lo serio que haya sido la
violación, de sus mensajes implícitos, violaciones extremadamente crueles pueden
dejar secuelas permanentes (traumas).

Violencia y Trauma

En el campo del trauma Terr (1991) es de las que mejor ha interpretado las diferencias
entre el impacto de un evento traumático único, del impacto de eventos repetidos. El
control coercitivo como violencia crónica encaja en la definición de traumas
(interpersonales) repetidos, el cuadro 1 recoge sus efectos.

Tipo I. Un solo acontecimiento crítico.

Tipo II. Exposición larga a un estresor, o una cadena larga de crisis. La primera genera sorpresa,
las siguientes, anticipación. Efectos:

- Medidas masivas de protección del self: negación, represión, disociación, auto-anestesia y


auto-hipnosis, identificación con el agresor, auto-agresión. Cambios profundos de carácter
(especialmente en menores de cinco años).

- Ausencia de sentimientos, rabia y tristeza. Diagnosticados como trastornos de conducta,


déficit de atención, depresión y trastornos disociativos.

- Frecuentemente se relaciona con experiencias tempranas en la niñez de abuso, negligencia


por parte de las figuras de apego (apego traumático).

Tipo I y II combinados: Un solo acontecimiento + una condición alta de estrés posterior.


Síntomas mixtos: depresión y un perpetuo lamentarse; desfiguramiento, discapacidad y dolor.

Cuadro 1. Tipos de eventos críticos y su impacto psicológico (Terr, 1991).

La investigación en neurociencias ha puesto de manifiesto lo que pasa cuando alguien


está sometido a una alta y continua activación neurofisiológica, como es el caso de
quienes están en una violencia severa crónica (control coercitivo). En términos
sencillos, tiene que ver con una activación constante del sistema simpático (que da la
respuesta emocional) y la consiguiente desconexión del para-simpático (que regula el
funcionamiento superior del córtex), funcionan de forma antagónica, cuando uno
funciona el otro se desconecta automáticamente. El resultado es una respuesta
emocional alta sin poder auto-regularse y un funcionamiento intelectual muy
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comprometido porque el para-simpático esta desconectado. La víctima no entiende lo
que lee, las películas, lo que se le dice, tiene olvidos; tiene dificultades en cualquier
funcionamiento que implique una discriminación fina. Naturalmente la persona
afectada tiene la conciencia de este comportamiento torpe, y cuando la situación se
prolonga le sucede lo que a cualquier persona afectada de una condición crónica: sus
dificultades pasan de verse como algo provocado por la condición a ser consideradas
como parte de su identidad, de modo que el que no pueda pensar con claridad no es
algo debido al miedo que está pasando, sino a que es torpe. Por desgracia este
mensaje es también reiterado ad nauseam por su pareja como parte de la violencia
emocional o psicológica, de modo que tiene una experiencia interna y otra externa de
lo que presuntamente es.

El cuadro 1 habla de que las cosas, en realidad, pueden ser aún peor. Todo depende
del nivel de violencia que ejerza el agresor. Cuando es particularmente seria el estrés
puede llegar a ser tan alto que bloquea el mecanismo de alternancia simpático /
parasimpático y la víctima se mantiene en un nivel de activación y ansiedad muy alto
siendo incapaz de tranquilizarse (auto-regularse), en esas condiciones le resulta muy
difícil fijar la atención y tener un curso de pensamiento organizado; la terapia, que
requiere de estas dos habilidades, se hace poco menos que imposible.

Un estrés muy alto provoca la activación excesiva de la amígdala (que evalúa el nivel
de peligro de los estímulos entrantes, si lo juzga letal da la respuesta de emergencia:
ataque, fuga o parálisis) bloquea el funcionamiento del hipocampo cuya función es
estructurar en términos de quién, dónde y cuándo los estímulos entrantes, y de ahí
pasa al córtex orbitofrontal. El bloqueo del hipocampo y del córtex orbitofrontal
significa que la víctima queda instalada en una respuesta de terror que al no poder
estructurarse se vive como inexpresable, interminable, letal y sin posibilidad de
solución. La sobreactivación de la amígdala y el bloqueo del hipocampo producen, en
lo que al trauma se refiere, otros tres efectos serios, en primer lugar queda afectado el
mecanismo de fijación de los engramas de memoria, quedando disociados partes de
los recuerdos de los acontecimientos traumáticos. En segundo lugar cuanto mayor es
el estrés mayor es el nivel de disociación, siendo el grado de disociación el que predice
la patología mental. Aquello que se disoció pasa a la memoria implícita y aparece en el
sujeto como respuestas físicas (dolores, tics, etc.) sin relación con enfermedad alguna,
y/o como estados emocionales (lloros, angustia, etc.) que no se ligan a las
circunstancias que está viviendo la persona. Disociación no significa que los problemas
hayan desaparecido porque no se tengan recuerdos de ellos, sólo significa que se
expresan de otra forma desde estados emocionales o respuestas físicas
aparentemente sin sentido e involuntarias, a trastornos disociativos en los que la parte
disociada, en ocasiones, se adueña de la personalidad (personalidad múltiple). En
tercer lugar, un estrés crónicamente alto, como el de las historias de violencia, puede
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llegar a producir un daño cerebral, reducción del tamaño del hipotálamo, por la
presencia continua en el cerebro de la hormona relacionada con el estrés, el cortisol,
que finalmente es neuro-tóxica. Aquellas víctimas que padecen toda esta suerte de
alteraciones suelen recibir diagnósticos del tipo de estrés post-traumático complejo,
trastornos disociativos, de personalidad, obsesivo-compulsivo, maniaco-depresivos,
personalidad bordeline, depresión mayor, trastorno generalizado de ansiedad, ideas
suicidas, etc., pero junto con ellos pueden darse otros como adicciones, trastornos de
la alimentación, y una larga secuela de problemas físicos provocados por la activación
crónica del simpático como dolores musculares, hipertensión, trastornos
gastrointestinales, y otro largo etcétera relacionado con un funcionamiento deprimido
del sistema inmunológico.

Existe una asociación significativa entre ser víctima de violencia en una relación íntima
y haber sufrido abuso físico y sexual en la niñez (Afifi et al., 2009). Se estima que al
menos el 29% de las agredidas han sufrido ese tipo de abuso. Cuando este es el caso,
además de tener el doble de posibilidades que las mujeres de la población general de
ser objeto de violencia en la adultez (Tjaden y Thoennes, 2000), su desarrollo cerebral
tiene el tipo de problemas que hemos mencionado en el párrafo anterior: la violencia
que padecieron les hace tener una alta activación de la amígdala, junto con una falta
de desarrollo de aquellas estructuras que maduran gracias a una interacción positiva
con los cuidadores: el hipocampo y el córtex orbitofrontal, que son, además, las
estructuras que controlan el disparo de la amígdala (de la respuesta emocional); su
experiencia une una emocionalidad disparada con la imposibilidad de controlarla
ocampo y córtex orbitofrontal) funciona
inadecuadamente.

Ese grupo de víctimas que sufrieron maltrato en su niñez, desarrollaron además un


apego inseguro tanto más disfuncional cuanto más caótica fuera la conducta de sus
cuidadores. El apego inseguro inscribe en el funcionamiento básico de las personas la
imposibilidad de prescindir de la figura de apego y, al mismo tiempo, una relación de
desconfianza hacia ella. Quienes crecen con un sistema límbico crónicamente activado
(alta emocionalidad), un sistema de regulación (hipocampo y córtex orbitofrontal)
afectado y un apego inseguro, y, además, en la adultez sufren una relación íntima (de
apego) de abuso, llegan con una grado de vulnerabilidad mayor que hace que la
experiencia de maltrato les sea potencialmente más perjudicial. Son quienes
desarrollan patologías más graves caracterizadas por mayores grados de disociación y
ansiedad que arruinan sus posibilidades de vivir una vida normal. Gravemente
incapacitadas por la experiencia emocional que están viviendo y por un
funcionamiento intelectual muy comprometido, entran en un círculo vicioso en el que
el apego juega su papel: cuando son abusadas la respuesta de apego les reconduce

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hacia quien es su figura emocional de referencia, el agresor; mucho de la posibilidad
de salir de una relación violenta tiene que ver con resolver esta paradoja del apego.

Conclusiones y discusión

El tipo de violencia que mayores posibilidades tiene de convertirse en traumático es el


ina una violencia física
normalmente de baja o de moderada intensidad (la de alta intensidad se da en torno al
5% de los casos), agresiones emocionales o psicológicas y sexuales. El efecto (querido o
no por el agresor) es de hacer sufrir y el control de las víctimas.

Asumimos que en términos de trauma, el tipo de violencia física más peligrosa por su
toxicidad emocional es aquella que sume a la víctima en la humillación, el terror y la
sumisión, con un funcionamiento intelectual comprometido por la activación
permanente de la amígdala (simpático), lo que les hace difícil la planificación de cómo
salir de la violencia. Entra en modo de supervivencia. El trauma se liga igualmente a la
violencia aleatoria (llega a casa y sin mediar palabra la emprende a golpes), a su
frecuencia y dureza.

El objetivo de la violencia psicológica o emocional es que la víctima dude de su criterio


de realidad, de lo que siente, piensa y hace. Lo más traumático aquí tiene que ver con
conseguir anular su sentido de la competencia emocional (su capacidad de ser amada y
de amar) e intelectual (lo que resulta más fácil si la violencia física ha hecho ya su
efecto), para ello suele utilizarse una dieta en la se combina el desprecio, la
negligencia (ignorar sus necesidades y a ella por entero), el terror (los gritos), los
juegos mentales (que la confunden y en los que se ignora qué está pasando) y la
humillación. Dudar del criterio propio la hace más susceptible a la influencia, al
control, del agresor.

Posiblemente la violencia sexual es, sin más, traumática por su capacidad de hacer
sentir a la víctima que el material de que está constituida está sucio, corrompido.

Dolor, terror, sumisión, humillación, sensación de incompetencia emocional e


intelectual y de que está construida de un material contaminado y corrompido,
constituyen, probablemente, el tipo de experiencia básica en la que se encuentran las
víctimas de violencia, el que, además, toda este dolor sea producido por su pareja, y
que su propio apego sea inseguro son factores de vulnerabilidad añadidos que hace
más fácil que el resultado sea una experiencia traumática.

Referencias bibliográficas.
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