Reflexiones Eugenio Espejo

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Sobre la utilidad, importancia, y conveniencias

que propone don Francisco Gil,


cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo, y su Sitio,
e individuo de la Real Academia Médica de Madrid,
en su Disertación físico-médica, acerca de un Método
seguro para preservar a los pueblos de viruelas

Doctor Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Consejo Nacional de Salud


Comisión de Promoción de la Salud
Reflexiones

Sobre la utilidad, importancia, y conveniencias


que propone don Francisco Gil,
cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo, y su Sitio,
e individuo de la Real Academia Médica de Madrid,
en su Disertación físico-médica, acerca de un Método
seguro para preservar a los pueblos de viruelas

Su autor

Doctor Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo


Reflexiones
Doctor Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
Edición: Paco Fierro
Presentación: David Chiriboga
Prólogo: Francisco Huerta Montalvo

Portada: Busto en bronce, Luis Mideros (1947). Hospital Eugenio Espejo, Quito
Diseño de portada: María Fernanda Moreno, Paco Fierro
Concepción gráfica, diseño y fotografía: Paco Fierro

Consejo Nacional de Salud


Comisión de Promoción de la Salud
Responsable de la Publicación: Dra. Irina Almeida
Quito, Ecuador

ISBN-978-9978-92-955-1
Impreso en Ecuador.
Junio de 2011

Distribución gratuita
Consejo Nacional de Salud

CONASA

Quito - Ecuador

Era Bicentenaria
2010
Índice

Carta de Juan Montúfar 9

Presentación 11

Sobre esta edición 17

Acerca de la edición de las Reflexiones


de la C.C.E. 31

Nota introductoria 45

Reflexiones 59

Carta a los médicos 255


Presentación 11

Presentación

David Chiriboga
Ministro de Salud
Presidente del Directorio
del Consejo Nacional de Salud

L
a publicación de una nueva edición de “Reflexiones
acerca de un método seguro para preservar a los
pueblos de viruelas” de Eugenio Espejo se enmarca
en el objetivo del MSP y el CONASA de difundir el pensamien-
to y aportes científicos de uno de los personajes mas impor-
tantes de la historia del continente americano y particular-
mente del desarrollo de la medicina.

Eugenio Espejo, la indiscutida primera figura de la


Colonia, y que más contribuyó a despertar a los ingenios, con
sus agudas críticas a los métodos de educación de la época, a
la práctica médica empírica y mediocre, a la ninguna preocu-
pación por la ciencia, por la higiene, fue también el que con
12 David Chiriboga

valentía y tino sacudió del letargo para que la Audiencia de


Quito busque su independencia.

Solamente después de 100 años de su muerte, connota-


dos historiadores y científicos del país y el continente inician
la meritoria y difícil tarea de investigar las obras de Eugenio
Espejo, abriendo así una inagotable fuente de sabiduría, de
inspiración, de aportes para la compresión de la realidad so-
cial y política de la época y de rigurosidad para la interpreta-
ción científica de los problemas de salud.

La lucidez y capacidad visionaria de su pensamiento ha


llevado a que la comunidad científica internacional y nacio-
nal lo reconozca como el pionero de la Microbiología y de la
Medicina Social. Plutarco Naranjo califica a la obra Reflexiones
sobre la Viruela, como la obra médica más importante que
se haya escrito en la América Colonial. Por otra parte, Carlos
Paladines, editor del tomo V de las Obras Completas de Eugenio
Espejo, publicada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana señala
que “la obra de Eugenio Espejo es una mina que no se agota”
“...sobre esta obra se ha trabajado en diferentes momentos en
los últimos cien años y sigue siendo un libro de estudio y la
gente sigue encontrando cosas nuevas”

En esta nueva edición, dirigida preferentemente a los


profesionales y estudiantes de la salud pública, se ha centrado
también en lograr una estructura que permita una lectura ágil,
para que pueda ser difundida a todo el pueblo ecuatoriano.

Conocer y reflexionar sobre el importante legado de


Eugenio Espejo, tanto para las ciencias sociales como para las
ciencias médicas constituye la principal y fundamental razón
Presentación 13

de esta publicación. La formación de las y los profesionales de


la salud no puede estar exenta de la información y compren-
sión de nuestra historia, nuestra identidad y de los aportes de
hombres y mujeres que como Eugenio Espejo han trascendi-
do por su pensamiento revolucionario.

David Chiriboga
Diciembre, de 2010

.
Sobre esta edición 17

Sobre esta edición

¿R
eimpresión o nueva edición? Esta es la cues-
tión primaria y fundamental que se debe re-
solver para difundir una obra ya publica-
da, que por su importancia se ha decidido darla a conocer
masivamente.
Una nueva edición de una obra fundamental sólo se jus-
tifica por la constatación incuestionable de limitaciones en las
versiones anteriores. En las «Reflexiones», como se pondrá en
evidencia en estas notas, las limitaciones se remontan a sus
fuentes: a los yerros, errores, omisiones de las copias de los
manuscritos engendradas por el descuido de los copistas y el
bajo nivel cultural de la época.
Algunos investigadores del pensamiento de Espejo en
su búsqueda de elementos de mayor contundencia para su-
perar esas debilidades y alcanzar una visión más cabal del
contenido de las «Reflexiones», han debido cotejar las dife-
rentes versiones publicadas. Esa es la ruta que hemos debido
transitar: seis documentos que ya forman parte de la historia
de las Reflexiones se han analizado y cotejado para preparar
esta edición.
En la edición de libros, como en la investigación cientí-
fica, siempre se plantearán nuevos y más amplios objetivos
y tareas de complejidad mayor. La elaboración sistemática
18 Paco Fierro

de un índice de temas y nombres y el estudio exhaustivo de


las fuentes a las que tuvo acceso el Precursor para la prepa-
ración de las «Reflexiones», escritas mientras se gestaba la
Revolución Francesa, podrían ser los siguientes escalones. Sin
la mínima pretensión de que sea la última palabra, por ahora
proponemos esta nueva edición.

Federico González Suárez es categórico:


«Las Reflexiones sobre el método de curar las viruelas
consta que las escribió Espejo por encargo del Cabildo Civil o
Ayuntamiento de Quito: también consta que Espejo envió al
Señor Francisco Gil un trabajo sobre el mismo asunto y con idén-
tico título: consta, además, que el escrito enviado a España fue
muy bien recibido por el médico del Escorial, y que lo imprimió
como Apéndice a la segunda edición de su Método para curar las
viruelas. Todo esto consta de un modo indudable. No obstante, se
nos ocurren las dudas siguientes: las reflexiones, que publicamos
ahora en el tomo segundo de los escritos de Espejo ¿son el mismo
opúsculo que remitió Espejo a España y que, según la Gaceta de
Madrid, se imprimió en aquella ciudad como Apéndice a la se-
gunda edición de la Disertación de don Francisco Gil? ¿Lo que se
imprimió en Madrid el año de 1786, fue obra distinta?
«Todas estas cuestiones habrían sido resueltas y todas es-
tas dudas se habrían desvanecido, si hubiéramos logrado tener
a la vista un ejemplar de la segunda edición de la obra o diser-
tación de don Francisco Gil; pero, a pesar de las diligencias que
hemos hecho, no hemos logrado conseguirlo: las dudas se resol-
verán con vista de la publicación deseada1.» Hasta aquí Federico
González Suárez.
Podemos ahora añadir: consta que Espejo envió a
España con una carta a don N. Montoya, con fecha de 18 de

1 Escritos de Espejo.Tomo Primero, Quito, 1912 (pág. LXVII)


Sobre esta edición 19

noviembre de 1785 y escrita por su amigo Juan Montúfar, II


Marqués de Selva Alegre,1 una copia semejante («por otra par-
te la pieza no ha dado lugar ni a correcciones, ni a otra cosa ma-
yor» —como dice en la carta) a la del informe entregado una
semana antes al Cabildo de Quito el 11 de noviembre, de sus
Reflexiones sobre la disertación escrita por el doctor Francisco
Gil, en el contexto del debate acerca de la inoculación como
método para combatir la viruela.
La copia enviada a España, con «yerros de ortografía, que
son indispensables aquí, y no hay como hallar escribientes hábi-
les» —tal como puntualiza Montúfar— está dirigida y dedica-
da a Don Joseph de Gálvez, Marqués de la Sonora, Secretario
de Estado del Despacho Universal de Indias.
Sólo unos meses después, en 1786, las Reflexiones de
Espejo aparecen en una edición impresa en España por el
propio doctor Gil2, como apéndice de la segunda edición3 de
su disertación.4 Es precisamente el doctor Gil, médico de El
Escorial quien valora, en 1786, a Espejo como «hombre ver-
sado en todo género de literatura, y verdaderamente sabio».
El mismo año de1786 aparece el tomo tercero del Ensayo
de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado
de Carlos III, preparado por Juan Sempere y Guarinos. Ya se in-
cluye una reseña de la segunda edición del libro de Francisco

1 Se reproduce esta carta, en versión facsimilar, en la carátula de este libro.


2 Para percibir la celeridad con la que el doctor Gil actuó, hay que considerar
el tiempo que trascurría para establecer comunicación entre la colonia y la
metrópoli. Se sabe por ejemplo, que en el mes de marzo del año siguien-
te llegó por fin a México la Cédula en que se daba a conocer la muerte de
Carlos III ocurrida el 14 de diciembre de 1788.
3 D. Francisco Gil: Disertación Físico - Médica, en la qual se prescribe un méto-
do seguro para preservar a los pueblos de viruelas hasta lograr la completa
extinción de ellas en todo el Reyno. Segunda edición, en la que como por
Apéndice se insertan las Reflexiones Críticas que hizo el doctor D. Francisco
Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Madrid 1786.
4 El texto publicado por Gil nos sirve como punto de partida para esta edición.
20 Paco Fierro

Gil: «También son importantes las adjuntas reflexiones que escri-


bió en Quito el Doctor Don Francisco Santa Cruz y Espejo, para
animar a sus paisanos a adoptar el método curativo del Señor
Don Francisco Gil1».
Mientras eso ocurría en Europa, mientras el prestigio del
médico quiteño se elevaba y volaba alto; en Quito, su tierra,
el sabio Espejo tuvo que dedicar sus energías a defenderse
de los ataques de algunos de sus colegas y de gran parte del
clero. Le fue imposible cumplir su propósito de reeditar su li-
bro en Quito, en su propia tierra. La historia de las Reflexiones
en Quito, fue otra, fue diferente, le llevó a su autor a persecu-
ción, prisión y muerte y el sabio Espejo murió como el Cristo
Crucificado o el Sócrates envenenado.
Cien años pasaron antes de que alguien se atreviera en
Quito a hurgar y publicar el libro en 1885. Tampoco enton-
ces pudo ser publicado íntegramente: la edición por entregas,
pese a los esfuerzos de Pablo Herrera, fue interrumpida en las
Memorias de la Academia Ecuatoriana, Correspondiente de la
Real Española.2
En esta edición se ha soslayado esa historia turbia, ras-
trera, de las Reflexiones y se ha privilegiado la que vuela alto,
la que se inició con la publicación como anexo a la Disertación
del doctor Gil. Los lectores interesados en conocer también
la otra historia, la local de las Reflexiones, pueden encon-
trar abundante documentación en varias publicaciones.
Recomendamos el excelente libro de más de 1000 páginas y
dos tomos de Manuel Ygnacio Monteros Valdivieso: Eugenio

1 Juan Sempere y Guarinos: Ensayo de una biblioteca española de los mejores


escritores del reinado de Carlos III, Tomo 3, 1786. (Pág. 96)
2 «Reflexiones» «Espejo y sus Escritos» Memorias de la Academia Ecuatoriana,
Correspondiente de la Real Española. Tomo I. Quito, Imprenta del
Gobierno1885-1888 (Tres entregas). La publicación quedó inconclusa.
22 Paco Fierro

Espejo (Chúzhig), El Sabio Médico Ecuatoriano, publicado por


la C.C.E. en el 2008.1
Hay más. En agosto de 1796, ante un rebrote de la epi-
demia de la viruela en México, el Virrey de la Nueva España,
Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte, ordenó la reedi-
ción de la disertación del médico español Francisco Gil. La
nueva edición salió en México ese mismo año de 17962. La
obra se había ya publicado previamente en México en 1788.
¿Contienen esas ediciones el apéndice con las Reflexiones de
Espejo?
En 1846, un investigador de la Historia de la Medicina,
brinda un reconocimiento significativo al autor de las
Reflexiones sobre el método para curar las Viruelas y a la vez,
incurre en una imperdonable injusticia contra Eugenio Espejo
al ignorarlo como autor. Anastasio Chinchilla incluye en sus
Anales históricos de la medicina en general y biográfico-biblio-
gráficos de la española en particular. Historia de la medicina es-
pañola3, una reseña muy favorable de la disertación de Espejo
y erróneamente la atribuye a Francisco Gil. Después de citar
varios párrafos de las Reflexiones, Chinchilla concluye: «Por
estos pasajes podrán conocer mis lectores el interés que ofrece
esta preciosa obrita». Desde entonces y hasta nuestros días4,

1 Manuel Ygnacio Monteros Valdivieso: Eugenio Espejo (Chúzhig), El Sabio


Médico Ecuatoriano, C.C.E. 2008.
2 La publicación aparece reseñada en el Archivo de la Historia y Filosofía de la
Medicina de la ciudad de México, Protomedicato, Legajo 4, exp. 22, f. 1-37,
“Viruelas”.
3 Anastasio Chinchilla: Anales históricos de la medicina en general y biográfico-
bibliográficos de la española en particular. Historia de la medicina española.
Volumen 4. Valencia, Imprenta de D. José Mateu Cervera, a cargo de Ventura
Lluch, 1846, 624 p.
4 Véase por ejemplo, Pilar León Sanz y Dolores Barettino Coloma: «Vicente
Ferrer Gorraiz Beamont y Montesa (1718-1792), un Polemista Navarro de
la Ilustración». «La Polémica sobre la Inoculación de las Viruelas». Tesis,
Universidad de Navarra. Gobierno de Navarra 2007. Pág. 257
Sobre esta edición 23

varios investigadores han citado el estudio de Espejo, a partir


de Chinchilla, considerándola obra de Francisco Gil.
En 1986, Agustín Albarracín Teulón1 también investiga-
dor español de la historia de las ideas médicas presentó un
público homenaje como acto de desagravio por la injusti-
cia cometida por su colega en 1846, contra Eugenio Espejo.
Esas disculpas, desde 2003, constan impresas ya para siempre
en los Anales de la Real Academia Nacional de Medicina de
España, por la intervención del doctor Rodrigo Fierro Cevallos
en su investidura como Académico de Honor2.
Al estudiar, cotejar y contrastar los manuscritos disponi­
bles y las versiones ya publicadas de las «Reflexiones», consta­
tamos que las distintas versiones retoman, o bien, la edición
preparada por Federico González Suárez en 1912 —que a su
vez tiene como fuente la edición de 1885 preparada por Pablo
Herrera, y la copia manuscrita del actual Fondo documental
Jijón y Caamaño3, para la sección que no llegó a publicarse
en las «Memorias de la Academia Ecuatoriana—; o, retoman
la edición de 1930 preparada por el doctor Gualberto Arcos,

1 Agustín Albarracín: De los aires, aguas y lugares hipocráticos a las Reflexiones


de Eugenio Espejo. Cultura: Revista del Banco Central del Ecuador, 1986,
Vol. 8
También en: Agustin Albarracín: “La medicina colonial en el siglo 18: de los
aires, aguas y lugares hipocráticos a las reflexiones higiénicas del ecuato-
riano Eugenio Espejo” Asclepio: Revista de historia de la medicina y de la
ciencia, 39(2) Madrid: Casa Velásquez - Consejo superior de investigaciones
científicas, CSIC, 1987 p. 201-214
2 Anales de la Real Academia Nacional de Medicina. Año 2003 - Tomo CXX -
Cuaderno Primero. Solemne Sesión. Día 28 de enero de 2003. (Págs. 79-80)
3 La copia manuscrita del actual Fondo documental Jijón y Caamaño es una
de las dos copias manuscritas que han llegado hasta nosotros, con numero-
sos errores y párrafos truncos. Contiene una copia de la Tabla de Citas inclui-
das por Espejo al final del texto. Al final tiene consignada la fecha: Quito y
Noviembre 11 de 1788, lo que nos permite pensar que la copia fue realizada
con posterioridad al año 1788; el copista pudo confundir 1785 con 1788.
24 Paco Fierro

cuya fuente primaria es la copia manuscrita1 del Fondo del


Colegio Mejía2.
Se constató además que en la última edición de las obras
completas de Espejo (2008), considerada por algunos, con al-
gún fundamento, como la definitiva; y publicada después de
la muerte de su editor, el doctor Philip Louis Astuto; no se in-
cluyen las «Reflexiones»3.
La copia manuscrita del apéndice publicado en 1786,
solicitada a la Biblioteca Nacional de Madrid por Jacinto
Jijón y Caamaño, reposa en la actualidad en los archivos del
Fondo Jijón y Caamaño y ha sido consultada y estudiada por
algunos investigadores que nos han dejado sus reflexiones.
Homero Viteri Lafronte en su documentado y extenso artículo
Un Libro Autógrafo de Espejo4 (1920), responde a algunos de
1 La copia manuscrita del Fondo del Colegio Mejía es otra copia del original, con
sus fallas. Consta que Espejo la tuvo en sus manos y él mismo habría incluido 7
páginas escritas de su puño y letra. No contiene la Tabla de las Citas que el au-
tor incluyó al final del texto, ni sus reclamos en el cuerpo de las mismas. Fecha
consignada: En Quito a 11 de Noviembre de 1785.
2 En líneas generales podríamos decir que los investigadores vinculados con las
ciencias médicas han preferido la edición de 1930, preparada por el médico
Gualberto Arcos; en tanto que los investigadores vinculados con las ciencias
humanas y sociales, se han inclinado por la edición de Federico González Suá­
rez. En los «Apuntes para una Crítica a los Estudios sobre Eugenio Espejo»,
Samuel Guerra Bravo considera que la edición de 1930 no ha hecho ningu-
na aportación: “Se trata de una publicación de homenaje, pues la obra era
ya conocida” (pág. 61). El mismo especialista considera además que el des-
cubrimiento de otra copia manuscrita (la del Fondo del Colegio Mejía) de las
Reflexiones “no era de importancia”, pues la obra “había sido publicada ya
por González Suárez” (pág. 59). Cf. «Eugenio Espejo, Conciencia Crítica de su
Época» Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito – 1978. En el libro
«Eugenio Espejo: Pensamiento Fundamental». 2007. Edición preparada por
Carlos Paladines, se prefiere también la versión de 1912 de las Reflexiones.
Algunos investigadores han optado por cotejar las dos versiones.
3 Eugenio de Santa Cruz y Espejo: Obras completas. Edición Philip L. Astuto.
Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Chimborazo. 2008
4 Edición especial del artículo publicado en el “Boletín de la Sociedad
Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos” Vol. IV- Núm. 12. Tipografía
y Encuadernación Salesianas, Quito, 1920. 113 p. (Pág. 100)
Sobre esta edición 25

los interrogantes planteados por González Suárez y concluye


con la constatación rotunda: «hay que considerar como un
verdadero triunfo de Espejo, la publicación de sus Reflexiones
en Madrid». Eduardo Estrella, editor de la copia facsimilar
de las Reflexiones (1993) afirma: «esta primera edición de las
Reflexiones, significó para Espejo un reconocimiento notable y
una legitimación inesperada de sus actividades científicas1»
Pese a esos y otros esfuerzos todavía no ha recibi-
do suficiente atención la auténtica Edición Príncipe de las
«Reflexiones» de Espejo aparecida más de 5 años antes de la
que se reconoce como la primera y la única obra impresa en
vida de Espejo, Las Primicias de la Cultura de Quito.
Se trata, aquella, de una edición parcial y que tuvo en-
tonces una gran difusión en todo el reino de España y sus co-
lonias. Desconocemos cuántos ejemplares se imprimieron
aunque consta que de la primera edición del libro de Gil en
1784 se imprimieron cuatro mil ejemplares. ¿El tiraje de la se-
gunda edición será acaso más limitado? No lo sabemos.
Aquella primera edición de Espejo, prácticamente des-
conocida, es la que nos ha servido de base para preparar la
presente edición. La hemos complementado con las seccio-
nes suprimidas entonces, a partir de la edición de 1930, y con
las notas explicativas y eruditas del propio Eugenio Espejo,
únicamente publicadas en la edición de 1912. La hemos enri-
quecido además, con las valiosas notas complementarias del
también erudito Federico González Suárez.
La alusión de Juan Pío Montúfar a la falta de escribien-
tes hábiles, nos permite atribuir a los copistas las diferencias
encontradas en las dos copias manuscritas disponibles en la
actualidad y en la utilizada por Francisco Gil, actualmente ex-
traviada. Federico González Suárez constata por su parte en

1 Eugenio Espejo: Reflexiones... Edición Facsimilar. C.C.E. Quito, 1993. (Pág. 132)
26 Paco Fierro

una de sus notas aclaratorias: «Este pasaje nos parece que, en


el original de que nos servimos para hacer la presente impresión,
se halla trunco; y conjeturamos que quien sacó la copia suprimió
algunos renglones, dejando, a causa de eso, el sentido incom-
prensible1». Efectivamente, hay varios párrafos truncos.
No faltan tampoco las licencias que se han otorgado
sus editores. La rotunda respuesta de Espejo respecto de la
opinión de Gil («cuyas últimas palabras no tienen la menor ver-
dad») en el sentido de que el contagio venéreo se trasladó de
América a España, Francisco Gil, su primer editor, la transmu-
ta en un tibio «tampoco es muy cierto…» El adjetivo que abre
la obra en el título «utilidad» es transformado en «virtud» por
Pablo Herrera su primer editor en Ecuador en 1885. Federico
González Suárez se limita a imitarlo. Las Indias occidentales,
se vuelven orientales en la edición de Gualberto Arcos. La
lógica cartesiana le impidió a Francisco Gil comprender por
ejemplo que en Quito hasta los vientos pueden cambiar de
dirección; Espejo explica que vienen del oriente y van hacia el
sur: Francisco Gil sin conocer la peculiar topografía de la ciu-
dad corrige y supone que si los vientos vienen del este hacia
el oeste irán.
El lector atento encontrará numerosas modificaciones
introducidas en 1885 por Herrera y en 1912 por el prolijo his-
toriador quiteño y también por el médico editor de 1930.
Algunas alteran el sentido y hasta ofuscan al más erudito:
Federico González Suárez siguiendo a Pablo Herrera transcri-
be por ejemplo «Cicerón toma parte...» en el sentido de que
Cicerón supuestamente participa en un diálogo entre dos fi-
lósofos estoicos griegos: Diógenes y Antípatros. En la copia
manuscrita (ms. Fjc) que sirvió de base para esa transcripción
se lee en cambio con mucha claridad: «Cicerón toma parti-

1 Véase la nota (23.1) de Federico González Suárez, incluida al pie de página en


esta edición.
Sobre esta edición 27

do...» (sobre la opinión de cada uno de los dos filósofos y que


Cicerón, sin participar en ese diálogo, se encarga de exponer).
Este error de transcripción motiva una severa aclaración de
Federico González Suárez a lo que erróneamente habría ma-
nifestado Espejo1
En esta edición se han rectificado algunos nombres y
errores notables. Para facilitar la lectura —uno de los objeti-
vos propuestos por el Consejo Nacional de Salud— se han di-
vidido algunos párrafos extensos. Con el fin de facilitar el es-
tudio comparativo se han insertado entre corchetes al inicio
del texto correspondiente, la numeración de páginas de las
ediciones estudiadas.
Para consignar las variantes y variaciones en las copias
manuscritas y en las diferentes ediciones, se ha adoptado un
procedimiento similar al seguido por Philip Louis Astuto en la
edición de las Obras Completas:
1912: Escritos de Espejo, tomo 2. Edición preparada por
Federico González Suárez: fgs
1930: Escritos Médicos. Edición preparada por Gualberto
Arcos: ga
Copia manuscrita utilizada por Pablo Herrera en 1885
y Federico González Suárez en 1912, que reposa en el
Fondo documental Jijón y Caamaño: ms. Fjc
Copia manuscrita utilizada por Gualberto Arcos, que re-
posa en el Fondo documental del Colegio Mejía: ms. Mej
Copias manuscrita y mecanografiada del texto publica-
do por Francisco Gil, que reposan en el Fondo documen-
tal Jijón y Caamaño: gil
Aunque no forma parte de esta edición se estudió tam-
bién la versión de 1885 preparada por Pablo Herrera y se

1 Véase la nota (38.1) de Federico González Suárez..


28 Paco Fierro

la cotejó con la edición preparada por Federico González


Suárez.
Con esta edición creemos que saldamos una parte de la
deuda que hemos acarreado por más de doscientos años con
el autor de las «Reflexiones» y nuestro Precursor tanto en el
ámbito científico como en el político. Los investigadores de la
Historia de las Ideas dispondrán de elementos complementa-
rios para su reflexión, entre otros problemas, sobre el carácter
del régimen en las colonias, en lo que se refiere a la ciencia y
la cultura en su relación con la Metrópoli; así como la relación
entre conocimiento y poder. ¿Cuáles fueron las razones reales
por las que el editor Francisco Gil omitió algunas secciones?
Como siempre lo ha propuesto el médico e historiador
Reinaldo Miño, ojalá el estudio de esta obra, se vuelva obliga-
torio para los estudiantes de medicina y ciencias afines.
Quedan otras tareas pendientes, en particular, la bús-
queda sistemática en archivos históricos de varios países,
de la abundante correspondencia de Espejo. No es casual,
por ejemplo, que entre 1791 y 1792, Manuel del Socorro
Rodríguez, literato cubano, fundara el Papel Periódico de la
ciudad de Santafé de Bogotá. Apareciera en Lima, el Mercurio
Peruano1, cuyo redactor principal fue el también médico salu-
brista y catedrático de Anatomía Hipólito Unanue y «en el án-
gulo más remoto y oscuro de la tierra» aparecieran las Primicias
de la Cultura de Quito, dirigidas por Francisco Eugenio de Santa
Cruz y Espejo.

1 Puede consultarse por ejemplo la carta de Espejo a la Sociedad Patriótica de


Lima del 4 de noviembre de 1791 y publicada en El Mercurio Peruano, nú-
mero 103, del 29 de diciembre de 1791
Sobre esta edición 29

Agradecimientos

Quisiera dejar constancia aquí de mi reconocimien-


to a las personas que han leído los materiales preparatorios
y han hecho diversas sugerencias y recomendaciones razo-
nadas, así como a las trabajadoras de las bibliotecas por la
oportunidad que me han brindado para acceder a los fondos
documentales.
Paco Fierro
Diciembre 2009
Sobre esta edición 31

Acerca de la edición de las


«Reflexiones» de la C.C.E.1

Notas para un análisis2

Al
iniciar la preparación de la edición del CONASA,
constatamos que en las Obras Completas de
Espejo preparadas por Louis Philip Astuto, que
la Casa de la Cultura Ecuatoriana había publicado en cuatro
tomos, estaban ausentes las “Reflexiones”. En las páginas que
preceden —“Sobre esta edición”— dejamos sentado que
una nueva edición de una obra ya publicada sólo se justifica
por la constatación incuestionable de limitaciones en las ver-
siones anteriores.

1 Eugenio Espejo. “Reflexiones Acerca de un Método Para Preservar a los Pueblos


de las Viruelas” Obras Completas, Tomo V. Casa de la Cultura Ecuatoriana
Benjamín Carrión. Quito, 2009. 413 páginas — Edición: Carlos Paladines.
2 En estas notas nos limitaremos a señalar algunos elementos que nos per-
miten constatar que en la edición de la Casa de la Cultura tampoco se han
logrado superar las limitaciones que justificaron la elaboración de la nueva
edición propuesta por el CONASA. Solamente se presentan algunos ejemplos
significativos.
32 Paco Fierro

El 25 de mayo se realizó el lanzamiento del tomo 5


de las Obras Completas;1 contiene una nueva edición de
las “Reflexiones”. La lógica reacción de las autoridades del
CONASA ha sido dudar de la oportunidad de imprimir esta
edición que ya estaba lista. ¿Supera la edición de la Casa de la
Cultura, las limitaciones de las ediciones anteriores? El estudio
que hemos realizado, con cotejo y confrontación de los mate-
riales, nos ha permitido constatar que conserva incuestiona-
bles limitaciones.
El editor, Carlos Paladines indica que su propósito es
completar el trabajo iniciado por Philip Astuto y presentar un
texto “lo más genuino o fidedigno posible”, “lo más cercano
al original”. Un texto “que supere las alteraciones de diversa
índole” que se han dado en las ediciones posteriores a la de
1912.
Asegura el editor, que se ha realizado una “transcrip-
ción lo más exacta posible” del manuscrito del Fondo Jijón
y Caamaño y que la edición de 1912 preparada por Federico
González Suárez “ha servido para la confrontación con el ma-
nuscrito original”. Añade el editor que “sobre este original” —
se trata de la copia manuscrita con fecha de 1788— prepa-
ró González Suárez la primera edición de las “Reflexiones”.2 El
otro manuscrito, el del Fondo del Colegio Mejía, “ha servido
para cotejar los cambios del caso y garantizar su fidelidad”.
Paladines parte del supuesto de que la copia manuscrita
del Fondo Jijón y Caamaño sería el manuscrito original y que
las ediciones de 1786 de Francisco Gil y de 1930 de Gualberto
Arcos, preparadas sobre otras copias manuscritas, lejos de
constituir aportaciones al conocimiento del pensamiento de

1 Está además en circulación el tomo 6 de las obras Completas, preparado tam-


bién por Carlos Paladines: Juicio a Espejo. La primera edición de esta obra ha-
bía sido ya publicada por la C.C.E. en 2007.
2 Cfr: Obras Completas Tomo V. Págs.: 9 y 10
Sobre esta edición 33

Espejo, no han hecho más que introducir modificaciones o al-


teraciones de diversa índole con relación al texto original de
Eugenio Espejo.
Estamos frente a una opinión que para decirlo con pa-
labras de Espejo, constituye “una débil conjetura” y un “fal-
so raciocinio”: el manuscrito original de Eugenio Espejo con-
tinúa extraviado y las cuatro ediciones históricas de “Las
Reflexiones” preparadas y publicadas en épocas y momentos
distintos, tuvieron como fuente alguna de tres copias manus-
critas diferentes: la enviada a España, también extraviada;1 la
del Fondo Jijón y Caamaño2 o la del Fondo del Colegio Mejía.3
No existe ningún indicio, ninguno, que permita privilegiar a
alguna de ellas y atribuirle el carácter de original en detrimen-
to de las demás. Las cuatro ediciones tienen las mismas limi-
taciones que sus fuentes, las limitaciones propias de cada una
de las copias manuscritas y las limitaciones propias de su res-
pectivo copista.4

1 Sirvió de fuente para la edición de 1786 (gil). Copia actualmente extraviada.


2 Sirvió de fuente para la edición de 1885 (Herrera) y la de 1912 de González
Suárez (fgs). Al final del texto, la copia presenta muy claramente la fecha:
Quito y noviembre 11 de 1788 (ms.Fjc).
3 Sirvió de fuente para la edición de 1930 (ga). Al final del texto, la copia tiene la
fecha con una mancha en la última cifra del año que impide apreciarla correc-
tamente : Quito y noviembre 11 de 178? En la portada registra: 1785 (ms. Mej).
4 Ya en 1978 Carlos Paladines, en una obra conjunta, había avalado la opinión
del investigador Carlos Bravo en el sentido de que el descubrimiento de la
otra copia manuscrita de las Reflexiones (la del Fondo del Colegio Mejía)
“no era de importancia”, pues la obra “había sido publicada ya por González
Suárez” (pág. 59) y que la edición de 1930 no ha hecho ninguna aportación:
“Se trata de una publicación de homenaje, pues la obra era ya conocida” (pág.
61). Para Paladines los «Apuntes para una Crítica a los Estudios sobre Eugenio
Espejo» de Samuel Guerra Bravo, constituyen un “estudio que pretende hacer
ver, en grandes líneas, la evolución de las investigaciones más representativas
que hasta hoy en día se han hecho sobre Espejo, al mismo tiempo que ofre-
ce una evaluación de las mismas” (pág. XI), Cf. «Eugenio Espejo, Conciencia
Crítica de su Época» Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito – 1978.
34 Paco Fierro

Después de cotejar los materiales estamos en capaci-


dad de conjeturar, con suficiente fundamento, que la persona
encargada de realizar los trabajos para la edición de la CCE,
pese a las indicaciones del editor, en la mayor parte del do-
cumento, no transcribió la copia manuscrita del Fondo Jijón y
Caamaño sino que optó por transcribir el texto de la edición
de Federico González Suárez para cotejarlo después con las
copias manuscritas. Hemos constatado además, que esta últi-
ma tarea se realizó solo parcialmente. No resultó exhaustiva y
sistemática. Hasta agrega errores suplementarios.
Algunas evidencias nos permiten constatar que las li-
mitaciones que contenía la edición de 1912, no han sido
superadas:
Después de presentar en varias páginas el «hermosísimo
pasaje» narrado por Cicerón, en la nota de la página 84 de la
edición de la CCE, se transcribe textualmente la aclaración, ca-
rente de todo fundamento, de Monseñor Federico González
Suárez (página 417 de la edición de 1912):
«Cicerón, Libro De Officiis 3º, cap. 12 y 13.
«Esta cita de Espejo requiere una aclaración.- Los
párrafos, que transcribe Espejo en el texto, están
sacados de los capítulos duodécimo y décimo
tercio del libro tercero de la obra de Cicerón inti-
tulada De Officiis, de los oficios ó de los deberes;
pero no es exacto que sea un diálogo entre dos
filósofos griegos, en el cual interviene el mismo
Cicerón, porque la obra De Officiis no está escrita
en diálogo como las Cuestiones tusculanas, sino
en estilo ó modo directo. Lo que hace Cicerón es
exponer la opinión de cada uno de los estoicos
griegos, y dar después la suya propia sobre el
caso del negociante de trigos, que de Alejandría
llega á la isla de Rodas.»
Sobre esta edición 35

Espejo no pretende que se trate de un diálogo. Es en rea-


lidad un error de Federico González Suárez que siguiendo a
Pablo Herrera, en vez de transcribir «Cicerón toma partido...»
sobre la opinión de los filósofos estoicos griegos, como dicen
los manuscritos, escribió «Cicerón toma parte...» en el sen-
tido de que Cicerón supuestamente participa en un diálogo
entre dos filósofos estoicos.
También este error lo hace suyo la edición de la CCE en
la página 81:
«Para que sea menos el enojo que tengan conmi-
go los hacendados, y porque es cosa que viene á
mi propósito, les referiré un hermosísimo pasaje
de la antigüedad. Traeré á Cicerón contando en
el libro de los Oficios, la disputa de dos filósofos
estoicos, en la que el mismo Cicerón toma parte
y decide la controversia. Óigase ya la cuestión…»
De haber consultado las copias manuscritas, se habría
evitado la repetición de los mismos errores.
De la transcripción del texto de 1912, sin cotejarlo sis-
temáticamente con el manuscrito, resultan reproducidos al-
gunos párrafos truncos que en la edición de la CCE siguen
truncos:
(Pág. 59) [fgs: 387-388]: «Y no era sino una de
esas fiebres inflamatorias, pestilentes, que ha-
biéndose encendido en un cortijo ó hacienda de
los Regulares del nombre de Jesús, ya extingui-
dos, llamada Tanlagua, se extendió por algunos
lugares, ó pueblos de este distrito infestando tan
solamente á los indios y á algunos mestizos, que
perecieron sin consuelo, por la impericia de los
que entonces se llamaban temerariamente pro-
fesores de medicina.»
36 Paco Fierro

El texto completo con la frase trunca resaltada:


«Y no era sino una de esas fiebres inflamatorias,
pestilentes, que habiéndose encendido en un
cortijo o hacienda de los Regulares del nombre
de Jesús, ya extinguidos, llamada Tanlagua, se
extendió por algunos lugares, o pueblos de este
distrito, infestando tan solamente a los indios y
a algunos mestizos, que perecieron sin consue-
lo, tanto por la malignidad de la fiebre cuanto
por la impericia de los que entonces se llamaban
temerariamente profesores de medicina.»
Ocurre lo mismo en el siguiente párrafo, que en la edi-
ción de la Casa de la Cultura sigue trunco:
(Pág. 65) [fgs: 394] «De esta manera, toda la masa
del aire, no es más que un vehículo apto, para
transmitir en vago. Luego el aire mismo no es
la causa inmediata de las enfermedades; y esas
partículas que hacen el contagio, son otros tan-
tos cuerpecillos distintos del fluido elemental
elástico; que llamamos aire. Luego es necesario
resulten esos maravillosos fenómenos, que apa-
recen de cuando en cuando, para el temor y rui-
na de los mortales.»
Al no contrastarlo con los manuscritos, el texto en la edi-
ción de la CCE no fue restaurado:
«De esta manera, toda la masa del aire, no es más
que un vehículo apto, para transmitir hacia di-
versos puntos la heterogeneidad de que está
recargado. Luego el aire mismo no es la causa
inmediata de las enfermedades, especialmente
de las epidémicas, y esas partículas que hacen
el contagio, son otros tantos cuerpecillos distin-
Sobre esta edición 37

tos del fluido elemental elástico que llamamos


aire. Luego es necesaria la conmistión de aque-
llos y de éste, para que resulten esos maravi-
llosos fenómenos, que aparecen de cuando en
cuando, para terror y ruina de los mortales.»
(En la misma página 65) [fgs: 395-396]:
«Un caso igual trae Paulo Jovio, sucedido por
motivo de otra ballena podrida en la costa del
mar, y que infestó a sus regiones vecinas que fue-
ron las de Génova, pero a mi ver, á toda la serie
de los siglos. El año de Roma 627 siendo cónsul
Marco Fulvio Flacco, se difundió una espantosa
multitud de langostas por toda el África, o lo que
hoy llamamos las costas de Berbería.»
Con este párrafo se transcribe también la nota de
Federico González Suárez, que alerta: (pág. 65)
«Este pasaje nos parece que, en el original de
que nos servimos para hacer la presente impre-
sión, se halla trunco; y conjeturamos que quien
sacó la copia suprimió algunos renglones, dejan-
do, a causa de eso, el sentido incomprensible –
NOTA DEL EDITOR» (González Suárez).
Atendiendo el llamado de Federico González Suárez y
consultando la copia del manuscrito del Fondo del Colegio
Mejía —lo que no se ha hecho— pudo haberse restaurado
en la edición de la CCE el párrafo completo:
«Un caso igual trae Paulo Jovio, sucedido por mo-
tivo de otra ballena podrida en la costa del mar
y que infectó a sus regiones vecinas que fueron
las de Génova. Pero el ejemplo que voy a refe-
rir, no tiene semejante, a mi ver, en toda la serie
de los siglos. El año de Roma 627 siendo cónsul
38 Paco Fierro

Marco Fulvio Flacco, se difundió una espantosa


multitud de langostas por toda el África, o lo que
hoy llamamos las costas de Berbería.»
Hemos constatado que tampoco se han transcrito ni co-
tejado las notas y referencias que constan en la sección «Tabla
de las citas que corresponden a los reclamos del cuerpo de
estas Reflexiones» (9 páginas), de la copia manuscrita que el
editor considera que es el texto original de Eugenio Espejo.
Sólo se insertan textualmente las notas tal como las presentó
Federico González Suárez, con reproches infundados a Espejo
incluidos; pese a las diferencias respecto a la copia manuscri-
ta, y a veces con notorios errores.
Considérese por ejemplo la referencia de Espejo, según
consta en el Manuscrito del Fondo Jijón y Caamaño:
(17) Thucidides lib. 2 pág. 130 y 147
Federico González Suárez al transcribir en letras la cifra
del libro 2, la altera y señala como fuente el libro noveno; aña-
de a continuación su reproche infundado a Espejo (página 55
de la edición de la CCE):
Tucídides, Libro noveno, páginas 130 y 147
Así está en el manuscrito la cita: Espejo no expre-
sa a qué edición se refiere; por lo mismo, es como
si no hubiera citado página ninguna. Tucídides,
en su Historia de la guerra del Peloponeso, narra
los estragos de la peste, que hubo en Atenas, en
el verano del segundo año de la guerra: esta des-
cripción se halla en el libro segundo. La obra de
Tucídides tiene sólo ocho libros: la cita de Espejo
está, pues; equivocada en el manuscrito. (Nota
de Federico González Suárez)
La equivocación no es de Espejo sino de Federico
González Suárez, y ahora también de la edición de la CCE
40 Paco Fierro

Ocurre lo mismo con algunas traducciones:


La frase citada en latín, atribuida a Hipócrates y traduci-
da por González Suárez se reproduce en la edición de la CCE
sin ningún comentario:
Página 31: «Auctorum morborum non omni-
no sunt certe praenuntiationes aut salutis aut
mortis».
- «Los presagios de los autores no son de nin-
guna manera anuncios ciertos ni de salud, ni de
muerte en las enfermedades.»
-Hipócrates.- Aforismos, Libro 2.º, aforismo 19.
Un error de transcripción le obliga a González Suárez
a realizar malabarismos para tratar de traducir una frase
que carecería de sentido, pues la palabra latina «Acutorum»
«agudas» ha sido transcrita como «Auctorum» «autores»:
Prænunciationis se refiere a aut salutis aut mortis, no a
Acutorum que adquiere todo su sentido junto a morborum.
Sería más cercano al pensamiento de Hipócrates si la frase se
transcribe y se la traduce de la siguiente manera o en un sen-
tido similar:
«Acutorum morborum non omnino sunt certe
prænunciationis aut salutis aut mortis».
«Las enfermedades agudas no constituyen ne-
cesariamente presagios ciertos ni de salud ni de
muerte».
Si bien se han rectificado errores en la transcripción
de nombres propios, persisten algunos: Freind se presenta
como Friend: (páginas 52, 56, 57); Werlhof se presenta como
Welofh en la página 53, Werlofh en la 56 y se lo escribe correc-
tamente en la página 152. Littre, se lo transcribe como Litre
en la página 139. Gorter se convierte en Corter: página 48.
Se confunden nombres y personas: al inglés Robert James,
Sobre esta edición 41

autor del Diccionario de la Medicina se lo confunde con


James Howell, hispanista, autor de los Diccionarios Políglotos
“Lexicon Tetragloton”. Página 50.
Hay errores adicionales en la edición de la Casa de la
Cultura que no estaban en las ediciones previas, ni en las co-
pias manuscritas:
Se lee por ejemplo en la edición de la CCE (pág. 21):
¿Y habrá acaso hombre tan perverso, y tan ene-
migo de la sociedad, que halle embarazos que
oponer hoy, dificultades que objetar?
¿Cómo resulta este error? La misma frase en las edicio-
nes anteriores:
[gil: 299] ¿Y habrá acaso hombre tan perverso, y
tan enemigo de la sociedad, que halle embara-
zos que oponer, y dificultades que objetar?
En la edición de 1912 [fgs: 347], se lee:
[…] que halle embarazos que oponer, o dificulta-
des que objetar?
En la copia manuscrita del Fondo Jijón y Caamaño:
[…] que halle embarazos que oponer; o y dificul-
tades que objetar?
El “hoy” reincide (pág. 23):
Pero aún hoy otro motivo de no menor magni-
tud que los ya dichos para apurar el estableci-
miento de lo que el Rey ordena.
En lugar de:
Pero aún hay otro motivo de no menor magni-
tud que los ya dichos, para apurar el estableci-
miento de lo que el Rey ordena:
Una letra mal colocada implica una gran diferencia:
Pág. 30:
42 Paco Fierro

(…) viene, ó una superación funesta ó una ma-


turación gangrenosa, (…)
Las ediciones anteriores y las copias manuscritas dicen:
(…) viene o una supuración funesta, o una ma-
turación gangrenosa, (…)
Los errores seleccionados son más que suficientes para
constatar que la edición de la CCE contiene incuestionables li-
mitaciones. No ha sido realizada con el necesario cuidado que
la importancia de la tarea exige.
En lo que se refiere a la sección que contiene la trans-
cripción de la versión publicada por Francisco Gil de las
“Reflexiones”, (páginas 267 – 308) nos ha llamado la atención
por ejemplo, que aunque no conste fecha alguna en la última
página de la edición de Gil impresa en 1786, la edición de la
CCE finaliza la transcripción de esa sección con la fecha: Quito
y noviembre 11 de 1788. Espejo terminó la obra en noviem-
bre de 1785, la envió a España inmediatamente (noviembre
18 de 1785) y Gil la publicó en 1786. ¿Cómo se explica el año
1788 en la trascripción de la versión de Gil? La edición de la
CCE no se pronuncia sobre ese misterio.
Al cotejar los materiales hemos constatado que tampo-
co se ha transcrito la versión de Gil1 sino más bien la versión
apenas modificada de Federico González Suárez con varios
errores adicionales, para entonces indicar en ella algunas di-
ferencias con notas de pie de página que como dogmas de
fe, que sólo hay que aceptar, revelan: «Texto cambiado por
Francisco Gil» opuesto al «Texto original de Espejo» y otros
similares comentarios. Según la opinión del editor del tomo V,
la copia manuscrita fechada en 1788, sería el original que Gil
modificó y cambió al publicarlo dos años antes, en 1786.
1 El lector podrá cotejar esa transcripción con la versión de Gil en la reproduc-
ción facsimilar que se la puede consultar en el sitio:
http://www.conasa.gob.ec/espejo/esp1786gil.pdf
Sobre esta edición 43

Una vez más cabe preguntar ¿Cuáles son los criterios


científicos que al editor Carlos Paladines le permitieron detec-
tar el texto original de Espejo? Si, y sólo si, como Moisés reci-
bió la luz por revelación, nosotros infieles, quedaríamos ex-
puestos a la justicia de la Santa Inquisición y lo afirmado aquí,
que es lo sustantivo de nuestras ideas al respecto, aunque no
pierda su fundamento, podría desde la fe, ser cuestionado.
Paco Fierro
Junio 2010
A Manera de Prólogo 45

Nota Introductoria

A Manera de Prólogo

Francisco Huerta Montalvo

A
lto honor me confiere el Consejo Nacional de Salud al
solicitarme unas líneas de presentación a la magnífi-
ca decisión de reimprimir el texto del Precursor que
mayor admiración transmite y genera entre los colegas mé-
dicos pero también entre otros públicos ajenos a las Artes de
Esculapio.
Bien por el CONASA; gratitud doble por una satisfacción
personal y ciudadana. Las páginas que siguen, igual que hace
más de dos siglos, también en tiempo presente, difundidas en
pocas ocasiones con la amplitud debida, tendrán, estoy segu-
ro, un gran impacto en la forma de ejercer y enseñar la Salud
Pública y la Medicina1. Satisfarán así un viejo requerimiento
1 Clásicos Ariel lo incluyó a comienzos de los años 70 en su “Biblioteca de
Autores Ecuatorianos.”
46 Francisco Huerta Montalvo

de algunos sectores ecuatorianos, los participantes en los


Congresos por la Salud y la Vida, por ejemplo; que seguimos
deseando que la atención de la salud de los compatriotas, se
conciba como un deber distinto a la atención a la enfermedad
y prevención de la misma; inexcusables ambas como tareas
del Estado y tarea de todos, pero tareas de Sísifo, si no van
antecedidas por la generación de una nueva cultura de salud
fundamentada en su promoción.
Tenemos que superar el viejo paradigma sostenido en
el eje de la enfermedad (su prevención o su atención) para
entrar con fuerza, como entiendo se ha decidido hacer, en el
paradigma del bienestar.
En efecto, pasar de sin enfermedad a con bienestar, se-
ría la revolución que estimularía Eugenio Espejo.

§§§

Cuando el 8 de octubre de 1785 el doctor Eugenio Espejo


dirige una carta a todos los médicos en ejercicio en el Quito
Colonial, estaba dando inicio a su incorporación a la Historia
Mundial de la Salud Pública y por supuesto, se convertía en
pionero de la misma en América Latina, particularmente en
el Ecuador.
Esa carta en la que solicita «... para verificar el papel que
el Muy Ilustre Cabildo se sirvió mandarme ayer que hiciera; me
es indispensable saber hoy mismo cuántos virolentos y lepro-
sos se hallan en el barrio a que usted ha sido destinado, el nom-
bre de la calle, el número que corresponde a las casas, quienes
son los dueños de éstas, el sexo de los contagiados, y las demás
circunstancias, que usted juzgase conveniente comunicarme»
constituye además testimonio de la perspicacia epidemioló-
gica del Precursor de tantas esencias vitales para el desarro-
A Manera de Prólogo 47

llo de nuestra Nación, por ello Padre Intelectual del Ecuador.


También contribuye –y corresponde hacerlo constar- a des-
mitificar ciertas afirmaciones producto de la admiración y el
entusiasmo, dicho está antes, que genera su vida y su obra.
En efecto, aquello señalado por su «íntimo amigo» Juan
Montúfar en carta dirigida a Don N. Montoya (a poco de que
Espejo cumpliese con lo solicitado por el Cabildo quiteño) re-
mitiéndole las «Reflexiones» y estableciendo que Espejo las
escribió «dentro de tres semanas» del encargo «sin faltar en sus
visitas ni dejar de recibirlas, lleno de otras ocupaciones» queda
desvirtuado.
Si la carta de Espejo a sus colegas es del 8 de octubre, y
está destinada a cumplir un encargo hecho «ayer» y la sesión
donde el Cabildo decide solicitar opinión a los médicos quite-
ños es del 7 de octubre, quedó claro que Espejo se toma cinco
semanas para cumplir su tarea, dado que «la acabó y presentó
ya jurídicamente a dicho Cabildo» el 11 de noviembre de 1785.
Siendo que a mí mismo me resulta dispendiosa esta
precisión cronológica, me la permito para que no se sigan
repitiendo cuando se escriba o hable sobre el genial Chuzig
cosas que vistas u oídas por extranjeros pueden juzgarse
ditirámbicas.
Obviamente la gloria de Espejo, mayor la merecida que
la hasta ahora otorgada, no sufre disminución por el impac-
to de catorce días. Meses hubiese podido tomarse que justi-
ficadísimos hubieren estado, dado el derroche de erudición
«espíritu geométrico» y agudeza crítica de su elaboración in-
telectual que, además, no es solo en el campo de lo médi-
co. Abarca una obra educativa de idénticos perfiles a los ya
señalados para sus «Reflexiones». Con Espejo se inaugura el
Pensamiento Crítico en el Ecuador y la decisión de poner la
pluma al servicio de las causas de las mayorías, con la firme vo-
luntad de iluminar, de avanzar, hacia el logro del bien común.
48 Francisco Huerta Montalvo

Siempre con voluntad de concordia y en ámbito


continental.

§§§

El texto del español Francisco Gil1 sobre el que Espejo


produce sus Reflexiones, revela a un Precursor, Bibliotecario
era, desbordado de inquietudes y conocimientos.
Crítico es también el ánimo del académico peninsular en
su «Disertación Físico - Médica, para preservar a los pueblos
de viruelas» pero no en la magnitud y profundidad a que se
atrevió Espejo.
Comienza su análisis el quiteño, parece ése su propósito
inicial, con una engañosa suavidad y una manifiesta generosi-
dad, no muy frecuente entre intelectuales.
Alude a lo que hoy llamaríamos «Serendipia» estable-
ciendo lo vasto de los «Conocimientos humanos» y que éstos
nos sean debidos siempre, o más frecuentemente, a la casua-
lidad que a la meditación.
Y continúa atribuyéndole a Gil la idea de prevenir el con-
tagio de las viruelas «o por la fuga de los virulentos o por la se-
paración que se haga de éstos a un lugar remoto» que es la pro-
puesta que se le había encomendado analizar.
A esta propuesta de aislar a los infecto-contagiosos, la
colma de elogios denominándola el «parto feliz» de un filóso-
fo ciudadano o de un físico patriota. Añadiendo que «su inven-
to hace constar para nuestra humillación», la cortedad de los
talentos del hombre y la sabiduría de una providencia eterna

1 D. Francisco Gil. Disertación Físico - Médica, en la qual se prescribe un método


seguro para preservar a los pueblos de viruelas hasta lograr la completa extin-
ción de ellas en todo el Reyno. Madrid 1784
A Manera de Prólogo 49

que de cuando en cuando concede a los mortales «algún don


de nueva luz».
Sin embargo y esta precisión no es dispendiosa, el propio
Gil, en el texto de la «Advertencia» que preside su DISERTACION
FISICO-MEDICA señala: «No he sido el único a quien en beneficio
común se le haya ofrecido este útil pensamiento».
Y menciona a un doctor Paulet1, cuyas meditaciones,
en Francia se entiende, son propuestas similares. «Cuando yo
tenía ya escritas y comunicadas las mías, con mucha anticipa-
ción, esto es, desde el año de 1768», diez y seis años antes de su
Disertación, anotando con humildad, «sin que el convenir am-
bos en lo sustancial de la idea, pruebe otra cosa, sino que la ver-
dad se deja descubrir igualmente en todos los países».
Narra Gil a continuación, en deseo de ejemplificar con
casos prácticos lo ocurrido en Lousiana, Nueva Orleans, en
tiempos del Conde de Gálvez a la sazón Gobernador de esos
territorios, que aisló enfermos de viruela en una casa consti-
tuida para el efecto «a la orilla opuesta del río Misisipí» donde
«se curaron todos con felicidad».
Este Conde de Gálvez, malagueño de origen, relata Gil
que luego de ciertas objeciones a su proyecto de aislamiento
reunió al Cabildo y entre otras preguntas les inquirió «¿Si pre-
ferían el bien público al particular? ¿Si expondrían su vida y la de
sus hijos por la salud de la Patria?»... «Y respondiendo todos con
la afirmativa, se despidió» y procedió, aún con protestas, a tras-
ladar a los virulentos al otro lado del Misisipí.
¡Hubiese sido bueno, tenerlo en Nueva Orleans, cuando
lo del Katrina!
Este conde de Gálvez mencionado, presumo alu-
de a Bernardo de Gálvez, quien luego sería Virrey de Nueva
1 M. J. J. Paulet: Histoire de la petite vérole avec les moyens d’en préserver les
enfants et d’en arrêter la contagion en France: Suivie d’une traduction françoi-
se du Traité de la Petite Vérole, de Rhases, Tome 1. Paris, 1768
50 Francisco Huerta Montalvo

España. Coincide en apellido con José de Gálvez, también ma-


lagueño, Marqués de la Sonora, visitador general de Nueva
España y luego Secretario de Indias, a quien Espejo dedica sus
Reflexiones.
En todo caso y avanzando en la lectura, es manifiesta la
decisión de Don Eugenio de realzar el mérito de Gil, puesto
que conociendo las prácticas por él expuestas «en el Real Sitio
de San Lorenzo, en varios lugares de la Península y otros de la
Europa» califica de «ineluctables» sus raciocinios.
Por ello el Precursor empieza a concluir en estas prime-
ras páginas escritas a modo de introducción, con sentencias
donde la suavidad inicial se abandona por completo.
¡Es que la salud del pueblo es la Suprema Ley! Leamos:
«A pesar de la libertad de pensar que en materias de Física
goza con plenitud el hombre; hoy no la tiene, ni la debe tener
el vasallo, acerca del presente objeto. Importa infinito que se le
vede con el mayor rigor el proponer obstáculos a la consecución
del fin, que se ha propuesto el autor del proyecto.»
A continuación destaca que un proyecto de la natura-
leza del analizado se le debió ocurrir a un Hombre Político y
consultado con un «Físico». Ocurrió al contrario. No es raro. Lo
raro es que el «político» lo haya entendido y asumido.
Y señalando lo anterior describe con orden envidiable el
Plan General de sus Reflexiones, sintiéndolo digo yo, materia
de su obligación, puesto que la cree tal «de todo buen vasallo,
especialmente de aquel que sea visible al populacho, o por
sus talentos (los coloca como primera razón) o por su doctrina
(era de los pocos que más allá de materia religiosa poseía una) o
por su reputación (que después de sus Reflexiones incrementó
sus detractores poderosos, pero creció en admiradores entre los
mejores espíritus de su tiempo) o por su nacimiento (que pone
casi al final, siendo que siempre manifestó profundo afecto por
52 Francisco Huerta Montalvo

su padre y demás familiares) o por su empleo (nadie iba a saber


más que alguien que hizo del estudio sinónimo de su vida) o por
su carácter (vaya que lo tenía, que es el primer médico ecuatoria-
no conocido al que se pretendió mandar al Oriente) o, finalmen-
te, por su verdadero mérito (nadie mejor que él se lo recono-
cía) exhortar a éste a la admisión gratuita del dicho proyecto.»
Espejo no cabe duda, se ha descrito a sí mismo al esta-
blecer como inspirado por la parábola de los talentos, cuales
siente son sus deberes fundamentales, estableciendo que
son: «primeramente la obligación indispensable que hay de obe-
decer al Rey y a sus ministros en aquellas cosas que al primer as-
pecto parecieren inasequibles, o injustas. En segundo lugar ha-
ciéndole comprender las resultas ventajosas que sobrevienen al
uso de éste orden superior y en tercer lugar, descubriéndole cier-
tos secretos de la Economía Política que no alcanza el vulgo a
cuya felicidad se dirigen».
En consecuencia procede en las páginas que siguen.

§§§

Lo que sigue, estimado lector, es un recorrido admirable


por lo más actual del más variado conocimiento de su tiempo.
Hubiese querido atreverme a glosarlo pero yo no soy Espejo
ni tengo, estos días, las tres o cinco semanas ¡qué va! los tres o
cinco años que desearía para comentar su vida y su obra. Me
lo debo. Quedo en deuda. Los amigos del CONASA, por mi
propia sugerencia quieren tener listas las Reflexiones durante
Abril, ojalá en homenaje a Juan Montalvo, para unir en el mis-
mo a dos grandes maestros.
Quedo en deuda puesto que Espejo requiere mucho
más esfuerzo que el panegírico habitual. Hay que juzgarlo
en su tiempo y eso requiere juzgar su tiempo y eso hace
A Manera de Prólogo 53

imprescindible conocer su tiempo y yo, que no me sé ni el


mío, que a buena hora se está alargando, menos me atrevo
con el siglo XVIII aunque solo fuese su segunda mitad. Es que
es un tiempo respetabilísimo donde se fragua un acumulado
continental y mundial orientado terca y valientemente a
la búsqueda de una nueva manera de estar en el planeta,
incluye la invención entre otras, de múltiples ingenios, tal
cuál el pararrayos, la máquina de vapor y el telar mecánico.
Genera enormes avances en el campo de la medicina y de la
higiene pública, la química y las matemáticas y todo, un largo
etcétera.
Surge con fuerza la idea del progreso, o mejor las ideas
políticas de progreso, si es que puede otorgárseles fecha de
nacimiento a las ideas. Ocurren la Revolución de los barrios de
Quito; la rebelión americana, la rebelión de Túpac Amaru y la
Revolución Francesa. Se lee y se escribe sobre derecho natural
y se desploma el derecho divino.
En fin, respetabilísimo y complejo es el siglo XVIII del que
caudillos contemporáneos gustaban de burlarse. Siglo de las
luces se lo ha llamado y fue tal igualmente durante su prime-
ra mitad. Luces con las sombras de las epidemias y el trabajo
infantil; con las sombras de las guillotinas y los dolores pro-
pios de los partos de la historia.
Ése fue, en micro síntesis, el agitado entorno del Duende
que nos deslumbra, con su país de la salud, con su sentido del
honor radicado en la extirpación de las viruelas del Reino, con
sus observaciones sobre los falsos médicos, los avariciosos es-
peculadores y… todo su ejercicio crítico tan hondo como fe-
cundo y poliédrico. Así es el pensamiento del hijo del picape-
drero de Cajamarca que aprendió a citar a Tucídides y a intuir
a Pasteur y a Koch, a los futuros cazadores de microbios, tal
cual intuyó a los usufructuarios de la vieja y siempre maltrata-
da democracia ecuatoriana.
54 Francisco Huerta Montalvo

¿Qué exagero?
En ninguno de los dos casos: leedlo.
«Si se pudieran apurar más las observaciones microscópi-
cas, aún más allá de lo que las adelantaron Malphigio, Réaumur,
Buffon y Needham, quizá encontraríamos en la incubación, ova-
ción, desarrollamiento, situación, figura, movimiento y duración
de estos corpúsculos movibles, la regla que podría servir a expli-
car toda la naturaleza, grados, propiedades, síntomas de las fie-
bres epidémicas y en particular de la viruela.»
Seguid leyendo:
«Con este mi genio, naturalmente propenso a todo género
de observación literaria y especialmente física, he notado, que el
año más abundante es aquél en que más se quejan los hacenda-
dos… Entre tanto el hacendado va haciendo su bolsa a costa de
la miseria y hambre del público. Y mientras mayores son éstas,
nos encarece su trigo, vende el más malo que tiene y carga sus
graneros del bueno, para cerrarlos absolutamente» y para que
sea mayor el enojo que tengan con él los hacendados les larga
a continuación un pasaje de Cicerón en el Libro de los Oficios,
una lección de Ética, que sobre todo los irrita, porque la eru-
dición del Precursor a más de generar envidia, en ocasiones
resulta dolorosa.
No sigo. Estoy incumpliendo un necesario propósito de
brevedad. Creo, por lo demás, que con lo dicho cumplo con el
cometido de fondo: Intentar hacer de despertador de «los in-
genios quiteños» como hizo él en 1779, con el Nuevo Luciano.

§§§

Me queda finalmente, el no menor deber de explicar


porqué un personaje del mérito aquí reflejado, no tiene
el reconocimiento que merece ¡Mostradme si no el gran
A Manera de Prólogo 55

monumento a Espejo en una Plaza adecuada de cualquiera


de nuestras ciudades. En Madrid, sí lo tienen.
Somos, y hay que cambiar comportamiento, una nación
descuidada de sus escasas glorias. No quiero decir ingrata. A
Espejo se lo ha mantenido, y ya sabéis algunas de las razones,
expresamente escondido.
Con la presente publicación se sigue reparando ese des-
cuido. Se lo sigue poniendo en la memoria.
Pronto tendremos, así espero, cátedras EUGENIO ESPEJO
en muchas de nuestras facultades de Medicina y otras áreas
del conocimiento, donde se podría estudiar su vida y su obra.
Yo mismo estoy empeñado en diseñar un proyecto de forma-
ción en Salud para graduar en Tercer Nivel de Educación, a
Salubristas que buena falta nos hacen. Y lo intento en home-
naje a una vida que en mucho me ha inspirado desde cuando
mi padre -que también admiraba al personaje- tuvo la amoro-
sa decisión de presentármelo.
Por eso, a mi primer hijo, que se me adelantó en el via-
je final hace treinta y seis años, lo bauticé con su nombre:
Francisco Javier Eugenio. Mi devoción es antigua. Aquí quiero
reiterarla. Gracias CONASA por permitírmelo

Francisco Huerta Montalvo


Guayaquil, marzo de 2010

.
Reflexiones 59

Reflexiones

Sobre la utilidad1, importancia, y conveniencias


que propone don Francisco Gil,
cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo, y su Sitio,
e individuo de la Real Academia Médica de Madrid,
en su Disertación físico-médica, acerca de un Método
seguro para preservar a los pueblos de viruelas

A
nadie debe admirar, que sea vasto, e inmenso el país
de los conocimientos humanos, ni que éstos se ha-
yan debido2 siempre, o más frecuentemente a la ca-
sualidad, que a la meditación. Pero debe ser cosa del mayor
asombro,3 que los conocimientos, que pertenecen al primer
objeto, que se presenta inevitablemente a los sentidos, se
substraigan a la vasta comprensión del espíritu, o huyan muy
lejos de su vista extensa, luminosa, y penetrativa. Entre tantos,
y tan innumerables entes, que cercan al hombre, su cuerpo es
el que primero se le [ga: 18] descubre; y como es una cosa
que le toca tan inmediatamente, sobre él recaen sus primeras

1 fgs: sustituye utilidad por virtud: Reflexiones sobre la virtud… de las viruelas
2 fgs, ms. Fjc: éstos nos sean debidos / ga, ms. Mej: éstos sean debidos
3 fgs, ga: cosa digna de mayor asombro / ms. Fjc, ms. Mej: cosa digna del mayor
asombro
60 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

advertencias. Luego que percibe su [fgs: 344] existencia, al


mismo tiempo observa, que es necesario apartarle1 de los pe-
ligros, proveer a su subsistencia, buscar los medios de su con-
servación, y huir todos los instrumentos de su incomodidad,
molestia, y dolor.
Con todo eso (¡quién lo creyera!)2 una idea al parecer tan
obvia, y fácil de excitarse en el entendimiento humano, como
[gil: 291] es la de prevenir el contagio de las viruelas, o por la
fuga de los virolentos, o por la separación que se haga de és-
tos a lugar remoto: esta idea, digo, tan natural, no había veni-
do al espíritu del hombre hasta hoy que ocurrió con la mayor
felicidad al del autor de la disertación. Si esta es la producción
dichosa de un profesor celoso de los adelantamientos de su
arte, es, y debe llamarse con más propiedad el parto feliz de
un filósofo ciudadano, o de un físico patriota. Pero su invento3
hace constar para nuestra humillación, cuál es la cortedad del
ingenio, y de los talentos del hombre, y por otra parte hace
ver que una providencia eterna, que gobierna con infinita sa-
biduría el mundo, comunica a los mortales de siglo en siglo,
y cuando le place algún don [gil: 292] de nueva luz ignorada
de los antiguos, o algún precioso invento necesario, útil, o a lo
menos deleitable a la humanidad.
El proyecto de exterminar del Reino el veneno varioloso,
oprime a primera vista4 a la imaginativa: esto prueba su vas-
ta extensión. Luego que le examina el entendimiento sin las
nubes de la preocupación, descubre el fondo de su verdad, le
hace adaptable a la razón, y obliga a ésta que le abrace con5
tenacidad.

1 fgs: apartarse / ms. Fjc: apartarte


2 fgs, ms. Fjc: (¡quién creyera!)
3 fgs, ms. Fjc, ga: intento
4 fgs, ga: a primera vista oprime / ms. Fjc, ms. Mej: a primera vista, oprime
5 fgs: a que lo abrace en su / ms. Fjc: a que la abrace en su / ga, ms. Mej: a que le
abrace con
Reflexiones 61

De la razón libre de preocupaciones1 es de quien se debe


esperar que admita, y que haga para los otros [fgs: 345] ad-
misibles los útiles inventos. Porque lo primero que se [ga:
19] opone al de nuestro autor es un cúmulo sombrío de di-
ficultades miradas por mayor, y por ese lado tenebroso, que
[gil: 293] descubre una vista perturbada, por sobrecogida del
miedo.
La tímida razón al representarse esta idea, Viruelas, trae
conjunta la noción equívoca de que son epidémicas, y en la
misma etimología de esta palabra se juzga hallar la necesidad
de que al tiempo de su invasión la hagan universal a todo un
pueblo, o a la mayor parte de él. Que en este caso no basta-
ría una casa de campo, o ermita para tantos virolentos. Que
el aire es un conductor continuo, perpetuo, trascendental,
y un cuerpo eléctrico, que atrayendo hacia sí todos los eflu-
vios variolosos, los dispara a todos los cuerpos humanos, que
no habían contraído de antemano su contagio; y, en fin, que
una casa destinada a este objeto distante de poblado, era del
mismo carácter, que una pirámide de [gil: 294] Egipto a cuya
construcción presidía el poder casi ilimitado de todo un Rey,
reunido al trabajo activo de millares de manos de infelices va-
sallos sacrificados a la vanidad de un solo individuo.
Estas, y otras dificultades son sostenidas por la mala edu-
cación, y falta de gusto de lo útil, y de lo verdadero. Más de
dos personas he conocido, que aseguraban era impractica-
ble el nuevo método de don Francisco Gil, porque no estaba
amurallada esta ciudad, y creían con mucha bondad, que el
contagio varioloso le habían de introducir hombres malignos
(aunque fuese impedido2 en las tres entradas de Santa Prisca,
San Diego y Recoleta Dominicana) de la misma forma que in-
troducirían gentes de mala fe, un contrabando de aguardien-

1 ms. Fjc, ms. Mej, fgs, ga: prejuicios


2 ms. Fjc, ms. Mej, fgs, ga: aun si fuese impedido
62 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

te [gil: 295] por sobre las colinas de los mismos [fgs: 346] ca-
minos reales citados. ¡Qué modo de pensar tan irracional!
Si las gentes1 que hacen estas objeciones, no se cono-
ciera que eran de suyo tan buenas, y tan sencillas, y [ga: 20]
cuyo error no viene sino de la constitución de este país negli-
gente, y aún olvidado de las obligaciones de cultivar2 el es-
píritu; se les debía3 reputar como criminales con el mayor, y
más horrendo de los delitos; esto es, de ser traidores al Rey,
y a la Patria; porque el proyecto de abolir en todo el Reino las
viruelas, tiene por objeto libertar de su funesto insulto las pre-
ciosísimas, e inestimables vidas del Soberano, su Real familia,
y las de toda la Nación. Cuando el proyecto no fuese sino un
arbitrio especioso, y lisonjero, [gil: 296] ocurrido en el calor de
una imaginación delirante, siendo de tan grave entidad en sus
consecuencias, se debía poner en práctica, hasta que el tiem-
po, y la experiencia ministrasen4 el conocimiento de su falibi-
lidad, y por consiguiente el desengaño. Pero estando funda-
do tanto en los ineluctables raciocinios con que le defiende
el autor, cuanto en la serie de casos prácticos sucedidos en el
Real sitio de San Lorenzo, en varios lugares de la Península, y
otros de la Europa, ya no tienen lugar las dudas, las apologías,
las dificultades.
A pesar de la libertad de pensar, que en materias de
Física goza con plenitud el hombre; hoy no la tiene, ni la debe
tener el vasallo acerca del presente objeto. Importa infinito,
que se le vede con [gil: 297] el mayor rigor el proponer obs-
táculos a la consecución del fin, que se ha propuesto el au-
tor del proyecto. Éste debía5 haber sido meditado, y produ-

1 fgs: Si no se conociera que las gentes que hacen estas objeciones


2 ms. Fjc, ms. Mej, fgs, ga: formar
3 fgs: debería
4 ministrasen: en el sentido de dar o suministrar (Nota del editor)
5 fgs: Éste debió
Reflexiones 63

cido, ya se ve, por el Hombre Político, esto [fgs: 347] es, un1
Magistrado instruido suficientemente en todas las obligacio-
nes de la Magistratura, que consisten en velar sobre la seguri-
dad del Público. El mismo proyecto puesto en estos términos
debía ser llevado al Físico para que solamente expusiera la na-
turaleza de las enfermedades contagiosas, y en particular la
de las viruelas. Y conocida ésta, ya la2 autoridad pública debía
determinar lo3 conveniente a este propósito, y fijar las [ga: 21]
reglas que se debían4 observar en la abolición del contagio,
y hacer una ley invariable, que quitara a los osados la animo-
sidad del [gil: 298] espíritu de disputa, y cavilación que los
vuelve cansados impugnadores.
Ahora, pues, el proyecto de extinguir las viruelas, si no lo
ha pensado y explicado un Genio Político, lo ha descubierto
un profesor de Física; pero con tal ventaja que lo ha adopta-
do un Ministro tan sabio, tan celoso, y tan lleno del espíritu de
humanidad, que haciendo venir en conocimiento del Padre
de la Patria, el Rey nuestro Señor5, su importancia, y utilidad,
manda que se tomen las medidas necesarias a ponerle en uso
con la mayor exactitud. El excelentísimo señor don Joseph de
Gálvez6 ha atendido como buen patriota a las insignes utili-
dades que de su práctica resultan a la Nación, y a tantos nu-
merosos pueblos de las Américas. ¿Y [gil: 299] habrá acaso7
hombre tan perverso, y tan enemigo de la sociedad, que halle
embarazos que oponer, y8 dificultades que objetar?

1 fgs: por un
2 fgs: omite: ya / ms. Fjc: y (palabra tachada) a la
3 ms. Mej: determinarlo
4 fgs: se deben
5 (sólo en gil: nuestro señor)
6 fgs: José de Gálvez / ms. Fjc, ms. Mej: Josef de Gálvez
7 ga: Y acaso había / ms. Mej: Y acaso habrá
8 fgs: o / ms. Fjc: o y
64 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Fuera de esto, aquellas más especiosas que podría un ge-


nio caviloso inventar, y producir, están propuestas1 con ener-
gía por el autor de la Disertación; pero disueltas por él mismo
con mayor, o con aquella que es propia de la evidencia. Sería
cerrar [fgs: 348] los ojos a ésta, volver a inculcar las mismas, y
repetirlas a los oídos de un vulgo tan ignorante como el nues-
tro, para que grite, y gima con dolor en el momento en que
se trabaja en solicitarle su mayor felicidad. Así el glorioso em-
peño de todo buen vasallo, especialmente de aquel que sea
visible al populacho, o por sus talentos, o por su doctrina, o
por su reputación, [gil: 300] o por su nacimiento, o por su em-
pleo, o por su carácter, o finalmente por su verdadero mérito,
será exhortar a éste a la admisión gratuita del dicho proyec-
to, manifestándole primeramente la obligación indispensable
que hay de obedecer al Rey, (1)2 y a sus [ga: 22] ministros3
en aquellas cosas que al primer aspecto pareciesen inasequi-
bles, o injustas. En segundo lugar haciéndole comprender las
resultas ventajosas que sobrevienen al uso de este orden su-
perior.4 En tercer lugar descubriéndole ciertos secretos de la
1 fgs: son propuestas / ms. Fjc: estas propuestas
2 (1) «Omnis anima potestatibus sublimioribus subdita sit.
Non est enim potestas nisi a Deo». Paul. Rom. c. 13 v.1
«Regem honorificate. Servi subditi estote in omni timore dominis non tantum
bonis, et modestis sed etiam dyscolis». Petr. 1 c. 2 v.17 y 18.
(Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(1.1) «Omnis anima potestatibus sublimoribus subdita sit: Non est enim
potestas nisi a Deo». Toda persona está sujeta a las potestades superiores:
porque no hay potestad que no venga de Dios.- San Pablo.- (Epístola a los
Romanos, Capítulo 13, versículo 1.º).
«Regem honorificate.- Servi subditi estote in omni timore dominis, non tan-
tum bonis et modestis, sed etiam dyscolis».- Respetad al Rey.- Vosotros los
siervos estad con todo temor sumisos a vuestros amos, no tan sólo a los bue-
nos y apacibles, sino también a los de recia condición.- San Pedro. (Epístola
primera, Capítulo 2.º, versículos 17 y 18). (Nota y traducción de Federico
González Suárez)
3 ms. Fjc, ga, ms. Mej: añade: aun
4 fgs: al uso de superior orden / ms. Fjc: al uso de este superior orden / ga: al uso
de esta orden superior;
Reflexiones 65

Economía Política, que no alcanza el vulgo, a cuya felicidad se


dirigen.1

1.º La obligación indispensable que hay de obedecer al Rey

Cuando no consideremos más que por una necesidad


inevitable de solicitarnos todas [fgs: 349] las ventajas de la so-
ciedad, [gil: 301] hemos radicado el depósito de la Autoridad
Pública en el Rey: que por la misma razón2 le hemos entre-
gado voluntariamente parte de nuestra libertad, para que
haga de nosotros lo que juzgue conveniente: que su poder,
en atención a este sacrificio, se extiende únicamente a procu-
rar el bien común de sus vasallos, (2)3 y que bajo de estas miras,
no podemos resistir a sus preceptos, considerando bien, que
ellos no tienen otro objeto que el buen orden, la armonía,4 la
conservación, y felicidad del Estado, obedeceremos con gus-
to a todo lo que su Majestad (Dios le guarde) ordenase sobre
cualquiera asunto gubernativo. Bajo de estas consideracio-

1 (solamente en la edición de Gil: que no alcanza el vulgo, a cuya felicidad se


dirigen.) ph, ms. Fjc, ms. Mej, fgs, ga: En tercer lugar, descubriéndole ciertos
secretos de la Economía Política, por la que en ciertos casos es preciso que al-
gunos particulares sean sacrificados al bien común.
2 gil: omite: razón / fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: añade: razón
3 (2) Numex. 27 v.13. Num. 31 v.3 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(2.1) En este lugar cita Espejo dos versículos del Libro de los Números, a saber,
el trece del capítulo 27, y el tercero del capítulo 31; pero esas citas están indu-
dablemente equivocadas: esa equivocación ¿es del manuscrito?, ¿será acaso
del mismo Espejo, que citó la Escritura Santa, sin cuidarse, como debía, de la
exactitud de la cita?- Como habla del fin con que fue instituida por Dios en la
sociedad la autoridad civil, no sería fuera de propósito recomendar lo que en-
seña Santo Tomás acerca del modo como deben gobernar los príncipes. (Del
gobierno monárquico, De regimine principuum. Libro primero: los cuatro últi-
mos capítulos). (Nota de Federico González Suárez)
4 fgs: omite: la armonía, añade: la economía,
66 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

nes, cada uno de nosotros debe imitar a Platón, (3)1 que daba
gracias al cielo porque le hizo nacer en el tiempo en [gil: 302]
el que vivía el admirable Sócrates. Y nosotros le debemos ren-
dir las más humildes, porque nos trajo al mundo bajo el feliz
gobierno de un Rey patriota, a quien no solamente Dios por su
misericordia, nos obliga a [fgs: 350] obedecer; pero aún nos
ha dado previos, y dulcísimos sentimientos para amarle.
Pero aún hay otro motivo de no menor magnitud que
los ya dichos, para apurar el establecimiento de lo que el Rey
ordena: es este2 nuestro honor. Para [ga: 23] quien compren-
diese bien esta palabra, lo que ella significa, y la genuina acep-
ción que debe tener entre nosotros; no habría necesidad, sino
de repetir de esta manera: El honor nos obliga a la extinción de
las Viruelas en este Reino. Y luego después de oídas estas pa-
labras, se correría [gil: 303] rápidamente tras la asecución3
heroica de este honor. Él es el4 objeto primario del Gobierno
Monárquico, porque la nobleza de las grandes acciones, cier-
ta sobria libertad de pensar, y de decir, y todos los efectos
de la grandeza de corazón se cultivan en él, y él los inspira
indefectiblemente.
De otra manera, ¿cómo yo5 me atrevería a tomar cier-
to género de elevación de ánimo en el tono, en los discur-
sos, y aún (permítaseme que lo diga) en la misma naturale-
za de la elocución? El honor (extendiendo6 hacia otros fines

1 (3) Diogen. Laert. in Plat. vita et Socrat. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(3.1) Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilus-
tres, Tomo primero. Artículos sobre Sócrates y sobre Platón. (Nota de Federico
González Suárez)
2 ms. Mej: Este es / fgs, ms. Fjc: Es este
3 fgs: asecusión / ga: consecución
4 fgs: omite: el
5 fgs: omite: yo
6 fgs: (extiendo
68 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

el1 significado preciso que yo2 le di) es también trascenden-


tal al que logrará3 la Nación por el precioso hallazgo sugeri-
do en el Proyecto. Dependerá este honor de que las naciones
que mayor rivalidad4 profesan a la nuestra, dejando [gil: 304]
sus caprichos, y abandonando sus resentimientos, adopten el
modo sencillo de exterminar todo contagio enemigo de la sa-
lud. Porque cuando se interesa ésta, la sana razón sofoca el
espíritu de la discordia, y abraza todo lo que le acomoda, aun-
que venga de las manos mismas del enemigo.
Conocida, pues, la utilidad5 del proyecto en los reinos ve-
cinos, se dilatará por todo el globo su establecimiento. Y [fgs:
351] véase aquí que en pocos días se habrá logrado el exter-
minio de una de aquellas plagas que se creían inexcusables a
la máquina del hombre. La Nación española habrá entonces
dado la ley a todo el universo. ¿Pero qué ley?6 Aquella que por
antonomasia se debería llamar la de la naturaleza, y de la hu-
manidad. El Rey debe ser obedecido [gil: 305] por esta gloria
[ga: 24] universal de su augusto nombre que correría por to-
dos los idiomas de las gentes, y todas las naciones de la tierra.

2.º Haciéndole comprender las resultas ventajosas, que


sobrevienen al uso de este orden superior

Por poco que se aplique el pueblo a la meditación del


daño, o daños que causa la epidemia de las viruelas, vendrá
en conocimiento de los provechos que resultan de su ente-
ra abolición. La hermosura y buen parecer de rostro es la pri-
mer ventaja7; aunque a la austeridad de un genio melancóli-
1 ms. Fjc: su
2 fgs, ga: que ya
3 fgs: lograría
4 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: ojeriza
5 fgs: la virtud
6 fgs, ga: Pero ¿qué ley?
7 ga, ms Mej: es la primera ventaja
Reflexiones 69

co parezca de un orden muy inferior, y casi de ningún mérito


la hermosura. Pero1 el espíritu filosófico halla en ella razones
sólidas para que sea estimable. Siendo la belleza el conjunto
natural de la regularidad, orden, [gil: 306] proporción, y si-
metría, una nación que por la mayor parte tuviese todas sus
gentes hermosas2 lograría un principio feliz de sociedad; por-
que las personas en quienes no se encuentran defectos con-
siderables de rostro, atan el vínculo de ésta con más fuertes
nudos, y donde hay más agrado, allí se reúnen más los corazo-
nes. Demás de esto, no sólo el Filósofo, pero también los que
se llaman Ascéticos, no pueden negar que la hermosura es un
don precioso emanado de las manos de un ser supremo,3 per-
fectísimo, esencial, e infinitamente hermoso; y que las gentes
hermosas son en quienes se retrata esta perfección de Dios4
[fgs: 352] Las mujeres que tanto desean cultivar la belleza, y
poseerla, tienen razón de llorar su pérdida en el fuego de las
enfermedades, [gil: 307] o en la nieve de los años. Sus atrac-
tivos bien reglados, debían conspirar a hacer amable, y al mis-
mo paso útil la Hermosura a la felicidad de la Patria, dejándola
que goce de los rendimientos, obsequios, y aun adoraciones
civiles del Amor Nupcial. La hermosura que tuviese otros de-
signios debía [ga: 25] proscribirse muy lejos de los poblados.
Pero, supuesta esta consideración, no otras que las mujeres,
especialmente las jóvenes estaban en la suave obligación de
rogar a los Magistrados, que cuidasen de extinguir el contagio
pernicioso de las viruelas; porque éste roba al mayor número
de los niños, y niñas esa amabilísima hermosura, que los hace
admisibles, aun cuando no tienen las prendas mentales, con
noble agrado al5 trato común. Unos [gil: 308] pierden los ojos,

1 fgs: sin punto seguido y omite: pero


2 fgs: todos sus individuos hermosos,
3 supremo, sólo en la edición de Gil
4 fgs, ga, ms. Fjc, Mej: se retratan las perfecciones de Dios
5 ms. Fjc: el
70 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

otros1 se aumentan con deformidad los labios, otros quedan


con las narices romas, o encogidas, y todos2 pierden las na-
turales proporciones, y esas tiernas líneas de la cutícula que
labran, y ordenan la simetría de la estructura del rostro, adqui-
riendo todo el horror de la fealdad, constituida en verrugas,
prominencias, desigualdades, hoyos asquerosos, y cicatrices
muy deformes.
Una cara de alguna niña, lacerada en estos términos, se
expone a hacer3 un matrimonio malogrado, o porque perdió
en su hermosura un hombre que simbolizase4 con su genio, y
costumbres, o porque aún después de contraído echa tal vez5
menos su consorte aquel primor que quizás le6 parece nece-
sario que intervenga7 en la unión sacramental de dos sujetos
de [gil: 309] diferente sexo. ¡Oh! y cuánta parte tiene en los
contratos matrimoniales, [fgs: 353] la vanidad, o el capricho
de los hombres, que quisieran siempre hermosas a sus mita-
des preciosas. Del mismo modo un rostro afeado por las virue-
las constituye a una niña noble menos proporcionada8 para
entrar por vocación a la clausura monástica, si se ha de seguir
la máxima de Santa Teresa, que deseaba (4)9 que sus monjas
1 fgs: en otros
2 fgs: otros
3 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: hace
4 fgs: que simpatizase
5 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: omitido: tal vez
6 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: omitido: quizás le
7 gil: omite: que intervenga / fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: añade: que intervenga
8 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: inepta
9 (4) Santa Teresa de Jesús: Cartas (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(4.1) Santa Teresa de Jesús, Cartas.
Así, de una manera tan vaga y tan indeterminada, se halla esta cita, de Santa
Teresa en el manuscrito de Espejo: lo que éste dice no se encuentra a la letra
en las Cartas de la Santa. (Nota de Federico González Suárez)
(4.2) Espejo no ha utilizado comillas para citar a la letra las Cartas de Teresa de
Jesús. La carta LXXXI del tomo 2 de la edición de 1752, tercera de las cartas
dirigidas a la Priora de las Carmelitas Descalzas de Sevilla en la que le encarga
que mire muy bien el recibo de ciertas novicias, refiriéndose a una postulan-
72 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

no fuesen feas; para que la caridad no padeciese la más mí-


nima rebaja, en el disgusto que causa la deformidad, y más
entre tan pocas personas que se han de estar viendo con de-
masiada frecuencia. Así mujeres feas, tienen una mala suerte,
quizá la de abandonarse a la [ga: 26] prostitución por cami-
nos más vergonzosos, especialmente en países a donde tiene
sueltas las riendas [gil: 310] la Policía, y da con el disimulo ini-
cuas franquezas a la disolución.
Quizá este fue el motivo por que los primeros Romanos
(5) permitieron a los padres el que expusiesen a sus hijos
1

monstruosos, según lo refiere Dionisio de Halicarnaso.(6)2


Rómulo impuso a todos los ciudadanos la necesidad de criar,
y educar a todos los niños, y de las niñas a las mayores; pero
igualmente consintió la crueldad de exponer a los feos, y feas,
a los monstruosos, y monstruosas después de haberlos ma-
nifestado a cinco de sus más próximos vecinos3. Véase aquí

te, que “me han dicho que es muy buena” Teresa de Jesús a la letra escribe:
“Harto tengo encomendado a Juan Diaz que la vea, y que si es fealdad, no sé
que señal que dicen tiene en el rostro, que no se tome... Yo me informaré bien
de esta Doncella, harto la loan, y en fin es de por acá, procuraré verla” (p. 288)
El P. Fr. Pedro de la Enunciación, Lector de Teología de los Carmelitas Descalzos
de Pamplona, su editor, comenta: ”Y fue discretísimo el reparo: no porque la
Santa buscare otra hermosura en sus hijas, que la interior, y del alma, sino por
quitarles aquel tropiezo exterior” (p. 290).
Es justa y precisamente lo que comenta Espejo.
Cartas de Santa Teresa de Jesús, Tomo 2, Madrid 1752 (Nota del editor)
1 (5) Tito Livio Lib. 1 Cap. 8 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(5.1) Tito Livio, libro primero, capítulo octavo. (Nota de Federico González
Suárez)
2 (6) Dionijs. Lib. 2 pág. 88 y 99 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(6.1) Dionisio de Halicarnaso, Libro segundo, páginas 88 y 99
Espejo no cita la edición, y así no podemos saber a qué edición se refiere al
indicar las páginas. (Nota de Federico González Suárez)
(6.2) Las expresiones citadas por Espejo corresponden al libro 2 y XV de Las
Antigüedades Romanas de Dionisio de Halicarnaso, siendo Rómulo el Rey de
los romanos. (Nota del editor)
3 Espejo omite que después de que cinco vecinos hayan juzgado que se trataba
de monstruos de la naturaleza, por haber nacido mutilados o extraordinaria-
Reflexiones 73

como el exterminio de las viruelas, [fgs: 354] acarrea el bene-


ficio de la subsistencia, y perpetuidad general de la hermosu-
ra, y en particular de la del bello sexo.
Veamos ahora cuanto aprovecha a la hermosura del
hombre. [gil: 311]
Todo filósofo debe llamar Hermosura Masculina aquella,
cuyos miembros bien proporcionados cooperan del modo
más ventajoso a cumplir, y ejercer todas1 las funciones anima-
les del hombre. Esta hermosura se puede decir esencial, pues
que la utilidad es su principal objeto y fundamento. Esta uti-
lidad es de todo el Estado; porque el hombre hermoso, en el
sentido que acabamos de explicar es apto para la agricultura,
propio para el comercio, acomodado para las maniobras de la
Marina, ágil para las manufacturas, idóneo para la fatiga mili-
tar, y a propósito para servir a la República de todos modos.
Y aun la carrera de las letras necesita de este género de hom-
bres hermosos que puedan vacar en el estudio con la cons-
tancia que requiere [gil: 312] la profesión2 de la Literatura; y
que3 tengan la aptitud de servir con decoro al altar, y al foro;
porque ¿qué4 horrorosa idea no dará de su ridícula propor-
ción, y estructura orgánica un sacerdote lleno de arrugas5 sa-
crificando, y un [ga: 27] juez tuerto, y cojo6 distribuyendo los
oráculos del depósito legislativo, con una fisonomía, que siem-
pre, y anticipadamente da unas sentencias de espanto? Uno,

mente desfigurados, los padres estaban autorizados a deshacerse de ellos sin


violar la ley. (Nota del editor)
1 fgs, ga: omitido: todas
2 ga: carrera
3 fgs: omite: que
4 ms. Mej: ¿por que, qué / ms. Fjc:: ¿porqué horrorosa
5 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: rugas
6 fgs, ms. Fjc: un juez deforme
74 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

y otro parecerían,1 o contentibles2 o formidables. Las viruelas,


pues, quitan del mundo esta hermosura de los hombres, vol-
viéndolos con sus malísimas crisis, o erupciones tumultuosas,
y erradas,3 cojos, mancos, y estropeados en los miembros más
necesarios a los usos de la vida doméstica y civil.
En este caso era cuando4 Licurgo (si hubiese alguna au-
toridad [gil: 313] en el hombre respecto de este solo objeto
[fgs: 355] para dar la muerte a sus semejantes), podría man-
dar con mejor apariencia de necesidad política, que se qui-
tase la vida a estos inútiles, y miserables individuos5 de la so-
ciedad, que la sirven de gravamen, como había ordenado en
sus leyes, que estableció6 para el gobierno de la Lacedemonia,
(7)7 un decreto de muerte contra todos los niños que naciesen
débiles, o considerablemente defectuosos en su natural cons-
titución. Esta ley brutal, en extremo cruelísima, y opuesta a la
humanidad, estaba fundada en la naturaleza del régimen po-
lítico de los Esparciatas, que consistía en que su potencia fue-
se formidable, y estuviese por eso dependiente de la forma-
ción de un pueblo duro, aguerrido, y feroz. Otra era la política
[gil: 314] de Dios, descrita en las Santas Escrituras, que prohí-
be la efusión de sangre, y la carnicería humana. Y el Evangelio

1 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: serán


2 gil, ms. Mej: contemptibles / ms. Fjc: contenptibles / contentibles: desprecia-
bles, de ninguna apreciación (Nota del editor)
3 fgs: omitido: y erradas
4 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: que
5 fgs, ms. Fjc: miembros
6 fgs: estableciendo
7 (7) Plutarco in vita Licurg. y 48 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(7.1) Plutarco.- En la vida de Licurgo y página 48.- (Tampoco expresa a qué edi-
ción se refiere). (Nota de Federico González Suárez)
(7.2) Lo expuesto por Espejo hace referencia al párrafo 16 y no al 48 como
consta en la copia manuscrita. También es un error de González Suárez: Espejo
no indica un número de página, sino el número de un párrafo. Al indicar el nú-
mero de un párrafo, el autor no necesita indicar el número de la página. (Nota
del editor)
Reflexiones 75

demuestra a los sabios del paganismo la barbarie de sus exce-


sos, autorizados como fundamento de su Legislación; porque
siendo un Dios de mansedumbre quien le estableció, no dudó
prohibir1 el que se derramara la sangre de estos miserables
que han sido víctimas de los contagios y enfermedades.
Pero no es esta la mayor ventaja, que resulta de abolir en
este Reino la epidemia variolosa. La más [ga: 28] excelente es
que se da la vida a innumerables que perecen al cuchillo de
las viruelas. Esta ventaja se puede calcular matemáticamente
sólo con hacer el cotejo de los que han muerto hoy con la
epidemia del sarampión. En medio de [gil: 315] un corto
pueblo, como el de Quito, que no pasa de veinte mil [fgs:
356] habitadores, la pérdida de cerca de2 tres mil personas,
es un atraso considerabilísimo a la población. Ahora, pues el
sarampión por más3 maligno que sea, no mata tantos, como
mata la epidemia más benigna de viruelas. En el sarampión
son contingentes las perniciosas resultas: en las viruelas casi
son esencialmente necesarias. En el primer contagio es una
la terminación febril: en el segundo son muchos los estados y
graduaciones de su constitución morbosa. En aquel después
de la erupción regular, se sigue las más veces la seguridad.
En éste después del primer paso, que pareció feliz, viene o
una supuración funesta, o una maturación gangrenosa, o
una desecación imperfecta, desigual, y [gil: 316] maligna,
o un retroceso instantáneo de las materias hacia el centro
con muerte casi repentina de los virolentos; y en fin otros
fatales consectarios anexos a la primera efervescencia, que se
suscitó4 dentro de los líquidos, de la máquina humana. Una
corta detención de las postillas5 hacia los pulmones acarrea
1 fgs: prohibió
2 fgs: omitido: cerca de
3 fgs: omite: más
4 fgs, ga: que se suscita
5 ga: pústulas
76 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

una pronta sofocación. Si la naturaleza es vigorosa para


volverlas a la periferia, deja aún sus impresiones perjudiciales
en toses,1 asmas,2 ptises3, o fiebres hécticas4 de por vida. Pero
sería cosa prolija hacer la enumeración exacta de todos los
efectos crueles, que trae5 tras sí la epidemia de las viruelas.
Si Hipócrates (8)6 dijo, que los pronósticos de las calentu-
ras agudas acerca de la salud, o la vida, siempre deben ser du-
dosos, e inciertos; nunca [fgs: 357] con [gil: 318] más propie-
dad se debe asegurar [ga: 29] esta sentencia, que en la fiebre
variolosa7, y de que no hay (aun cuando se ven los síntomas
más benignos), ni puede haber firme esperanza de su feliz su-
ceso: ¡Oh qué beneficio es no incurrirla en ningún tiempo! Se
afianza entonces la vida con prudente seguridad de que no

1 fgs: enosis, / ga: exostosis, / ms. Fjc: en voses,


2 fgs, ga: aftas
3 fgs: tisis, / ga: pthisis, / ms. Fjc, ms. Mej: phtises,
4 gil: fiebres écticas
5 fgs: que lleva
6 (8) «Acutorum morborum non omnino sunt certe prænuntiationis aut salutis
aut mortis». Hipocr. Lib 2 Aph. 19 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
8.1).«Auctorum morborum non omnino sunt certe praenuntiationes aut sa-
lutis aut mortis». - Los presagios de los autores no son de ninguna manera
anuncios ciertos ni de salud, ni de muerte en las enfermedades. -Hipócrates.-
Aforismos, Libro 2.º, aforismo 19. (Traducción y nota de Federico González
Suárez).
(8.2) La palabra latina «Acutorum»: agudas, ha sido transcrita como
«Auctorum»: autores. Sería más cercano al pensamiento de Hipócrates si se lo
transcribe y se lo traduce de la siguiente manera o en un sentido similar:
«Acutorum morborum non omnino sunt certe prænunciationis aut salutis aut
mortis».
«Las enfermedades agudas no constituyen necesariamente presagios ciertos
ni de salud ni de muerte».
Este aforismo se ha traducido también con frases como estas:
«No siempre es seguro el pronóstico en las enfermedades agudas, sea de
muerte o de sanidad».
«Los pronósticos de muerte o de recuperación en las enfermedades agudas
no siempre son confiables».
(Nota del editor).
7 ms. Fjc, ga, ms. Mej: sino en la fiebre variolosa
Reflexiones 77

se perderá que es la más ventajosa resulta de las que sobre-


vienen al uso de la orden Real de la extinción de las viruelas. Y
esto es lo que se debe incesantemente sugerir al pueblo.

3.º Descubriéndole ciertos secretos de la Economía Política1

La falta de educación en este país (como lo repetiré


siempre que se ofrezca) ha hecho desconocer a la mayor par-
te de las gentes esta necesidad que todos tenemos de hacer
los mayores, y más dolorosos sacrificios al bien de la Patria.
Por acaso se oye proferir2 a algunos como un oráculo misterio-
so la siguiente proposición: El bien común prefiere al particular.
Pero en la práctica nada3 se ve tan4 comúnmente sino5 que el
interés del público es sacrificado al interés del individuo. Por
todas partes no se presenta más que una multitud insensible
de Egotistas6 cuyo cruel designio es atesorar riquezas, solicitar
honores, gozar de los placeres, y de todas las7 comodidades
de la vida, a costa del bien universal: en una palabra, ser los
únicos depositarios de la felicidad, olvidando enteramente la
de la República. Así a todos nuestros compatriotas debería el
Filósofo que sirve de antorcha a la ciudad inculcarles frecuen-
temente estas nociones generales, pero dignas [gil: 319] de
su atención, y conocimiento.
«Un animal verdaderamente propio para la [fgs: 358] so-
ciedad civil (dice Puffendorf8), o un buen ciudadano es aquel

1 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: se añade: por la que en ciertos casos es preciso que
algunos particulares sean sacrificados al bien común.
2 gil: preferir
3 fgs: omite: nada
4 fgs: más
5 fgs: omite: sino
6 fgs, ga: Egoístas, / ms. Fjc: Egotistas / ms. Mej: aparece tachada la letra “t” de:
Egotistas
7 fgs: omitido: de todas las
8 ga: Pufendorff
78 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

que obedece prontamente, y de buena [ga: 30] voluntad las


órdenes de su soberano, el que trabaja con todas sus fuer-
zas en el adelantamiento del bien público, y prefiere éste sin
la menor perplejidad a su interés particular, el que nada mira
como ventajoso para sí, que no lo sea igualmente para el pú-
blico, el que finalmente se muestra cómodo,1 accesible, y ob-
sequioso para con sus conciudadanos. Ahora, pues (añade el
mismo autor), hay pocas gentes, que tengan alguna disposi-
ción a estas ideas desinteresadas.2 Las más no se contienen
en alguna [gil: 320] manera sino por el temor de las penas, y
muchos quedan toda su vida malos ciudadanos, animales in-
sociables, miembros viciosos de un3 estado». (9)4
Estas últimas palabras5 del sabio Puffendorf6, dichas en
el seno de la ciencia política, adonde7 se cultiva por principios
la Ética, y adonde8 la juventud se educa con estas máximas de
honor, dan a conocer cuál es mi espíritu de moderación, cuan-
do he dicho lo que pasa dentro de nuestra ciudad; y cómo
únicamente el celo me ha obligado a hablar en estos términos
que chocarán sin duda a la barbarie e ignorancia de algunos
pocos individuos, que esparciendo en este pueblo sugestio-
1 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: con modo
2 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: estos dictámenes desinteresados.
3 fgs: del
4 (9) Puffendorf, de Cive lib. 2 Cap. 5 S.5 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(9.1) Puffendorf, De Civ., capítulo 5.º Así es como se lee esta cita en el manus-
crito de Espejo: está equivocada. El trozo que cita Espejo lo ha sacado del ca-
pítulo primero del libro séptimo de la obra, que, en latín, escribió Puffendorf
sobre el Derecho natural y de gentes, en el que comienza a tratar de los dere-
chos y deberes del hombre considerado como miembro de la sociedad civil.
(Nota de Federico González Suárez)
(9.2) Aunque la transcripción está entre comillas, es más bien una versión
aproximada de Espejo de lo que dice Puffendorf: Derecho Natural y de Gentes.
Tomo 2, lib. 7, Cap. 1 S IV. Basilea 1771, ed. en francés. (Nota del editor)
5 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: expresiones
6 ga: Pufendorff
7 fgs: en la que / ga: a donde
8 fgs: Ética, donde / ga: a donde
80 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

nes contrarias a la suavidad de mi temperamento, previenen


[fgs: 359] su ánimo en contra de mi quietud. Pero (dando por
mí mismo un pequeñísimo [gil: 321] ejemplo a mis compa-
triotas) sacrifico ésta; porque de lo contrario sería un cobarde1
traidor a las obligaciones todas de ciudadano honrado,2 y a la
confianza del muy ilustre Cabildo que me condecoró con el
honor de destinarme a la formación de este Papel. De donde
he juzgado importante repetir, que el oficio de cada uno de
nosotros para con la Patria es (porque lo demanda así la graví-
sima calamidad que amenazan las viruelas), proscribir en caso
necesario el honor,3 despreciar la fortuna, sacrificar los [ga:
31] hijos, y prodigar la misma vida, en cambio de una muerte
suave, por coronada de la gloria de haber servido al estado.
Parece que es éste el método que para la persuasión
del populacho a la admisión del proyecto debe observar el
hombre público. A vuelta [gil: 322] de este orden, que prime-
ro se insinúa en el entendimiento para ganar después la vo-
luntad, se consigue fácilmente, que circule por todo el cuerpo
del pueblo (10)4 un modo uniforme de pensar, sentir, y hablar.

1 fgs: infame
2 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: honesto
3 fgs: prescribir el honor, / ga, ms. Fjc, ms. Mej: proscribir el honor,
4 (10) Cuidan algunos que Pueblo es llamado la gente menuda, así como me-
nestrales, e labradores. E esto no es así… Pueblo llaman el ayuntamiento de
todos los omes comunalmente de los mayores, e de los medianos, e de los
menores. Ca todos son menester e no se pueden escusar porque se han de
ayudar unos a otros, porque puedan bien vivir, e ser guardados, e mantenidos.
Ley 1ª Tit. 10 Part. ibi (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(10.1) «Cuydan algunos, quel Pueblo es llamado la gente menuda, assi como
menestrales, e labradores; e esto non es ansi [...] Pueblo llaman el ayuntamien-
to de todos los omes comunalmente, de los mayores, e de los medianos, e de
los menores. Ca todes son menester, e non se pueden escusar porque se han de
ayudar unos a otros, porque puedan bien biuir, e ser guardados, e mantenidos».
Espejo cita aquí la ley primera, título décimo de la Partida primera: ibi dice
la cita: hay en el manuscrito una equivocación notable. El pasaje citado está
sacado de la Partida segunda, título décimo, ley primera. (Nota de Federico
González Suárez)
Reflexiones 81

Porque éste (hablando de buena fe) posee1 una muy oscura


idea de que tiene2 un soberano, a quien debe prestar en con-
ciencia toda especie de [fgs: 360] obsequio, deferencia, res-
peto, y veneración. Y por3 mejor decir el nombre del Rey no
ha llegada a sus oídos absolutamente, o apenas le ha perci-
bido como, un trueno, que subsigue al horroroso resplandor
del rayo. Por lo menos no ha llegado a su conocimiento, que
el augusto Monarca, bajo cuyo suavísimo imperio hemos te-
nido la dicha de nacer, vele4 en su alivio, y universal [gil: 323]
prosperidad.
Cuando se vea por el populacho, que el Rey desde la re-
motísima distancia que juzga5 que hay desde el solio a su mi-
seria6, hace memoria de su conservación, se digna comunicar-
le sus altos, soberanos, y misericordiosos designios, y manda
poner en práctica los medios todos conducentes a su felicidad,
apartándole de los riesgos que amenazan, y efectivamente in-
vaden a su salud: cuando vea, digo, el populacho todo este
cúmulo de beneficencia real, no sólo él, pero el pueblo mis-
mo creerá que hay realmente un Soberano: que su carácter
no es otro, que la clemencia paterna, suavidad, bondad, y mi-
sericordia. ¿Y qué modo más indefectible de hacer conocer a
todos el soberano poder de la Autoridad Real que empezar la
cadena [gil: 324] del vasallaje por la labor primaria, y preciosa
[ga: 32] del favor, y el beneficio? Todos dirán entonces, esto
lo manda el Rey, y un Rey tan amante de sus vasallos lo man-
da para nuestra comodidad: solicita nuestro alivio, y quiere la
vida y, salud de sus hijos, porque a todos nos tiene con la ma-
yor ternura por tales. A esta íntima, y amable persuasión que

1 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: tiene


2 fgs: de que hay
3 fgs: para
4 fgs: vela
5 fgs: omite: que juzga
6 fgs: a la miseria
82 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

gane1 la voluntad de los pueblos, luego seguirá no solamente


el admitir el proyecto como bueno en la especulativa; sino el
poner en obra cuanto se juzgue conveniente para verlo veri-
ficado. El rico indolente podrá contribuir [fgs: 361] con algu-
nas sumas de dinero. El sujeto de talentos concurrirá con un
torrente de luces para los aciertos, e ilustraciones. El pobre sa-
crificará sus fuerzas, y las unirá a otros tantos [gil: 325] brazos
fuertes, pero prontos, y expeditos a tomar a la mano los mate-
riales del edificio, y en una palabra a fabricarse el templo de la
salud, para sus hijos, parientes, y amigos. Tal debe ser el efecto
que siga al conocimiento de una materia de tan grave interés.
¿Pero qué resultas tan desgraciadas no se deben espe-
rar de la más mínima negligencia en promover este proyecto?
Una epidemia, cualquiera que sea, es un soplo venenoso que
sin perdonar condición alguna,2 influye en todos los cuerpos
malignamente, y aspira3 a la muerte, y ruina de todos.
Estamos hoy día llorando la que ha causado, y está por
causar en sus horribles efectos el sarampión. Esta epidemia
en todas partes, y casi siempre benigna ha traído consigo el
luto, y la desolación a esta provincia. [gil: 326] ¡Oh, y cómo la
hubiéramos prevenido, cortado, y extinguido,4 si mejor suerte
nos hubiese anticipado, o la noticia del proyecto, o un ejem-
plar de la disertación que lo establecía! Seríamos felices,5 hu-
biéramos dado la vida a más de dos mil individuos que en esta
ocasión la han perdido. La flor de la juventud [ga: 33] quiteña,
aquella6 más útil y benéfica a la sociedad (porque tal concibo
a la gente de servicio, y empleada en las artes mecánicas), ésta
es la que ha perecido miserablemente, y toda se habría liber-

1 fgs, ms. Fjc: que gaste


2 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: añade: humana,
3 fgs: trae
4 fgs: y exterminado,
5 fgs, ga: omitido: Seríamos felices
6 fgs: la
Reflexiones 83

tado con la mayor felicidad1 al solo beneficio de separar muy


lejos de poblado los poquísimos contagiados2 que aparecie-
ron al principio del próximo pasado mes de julio. ¿Pero [fgs:
362] cuál estrago aún más lamentable no sentiríamos en las
fatales coyunturas [gil: 327] de una epidemia voraz, y de una3
extrema indigencia4 que tiene de lo preciso el pueblo, si el
ilustrísimo señor doctor don Blas Sobrino y Minayo, dignísimo
Obispo de esta Diócesis, no hubiera con un corazón verdade-
ramente episcopal abierto sus entrañas todas de misericordia
al magnífico socorro, y alivio de todas sus necesidades?(11)5
1 fgs: facilidad
2 fgs: contagios
3 fgs: la
4 fgs, ms. Fjc: indiferencia
5 (11) El ilustrísimo señor doctor don Blas Sobrino y Minayo, del Consejo de Su
Majestad y Dignísimo Obispo de esta Diócesis, se ha manifestado en tiempo
de la calamidad pública, que acaba de experimentar esta ciudad, con moti-
vo del contagio del Sarampión, un verdadero Obispo semejante a los de la
primitiva Iglesia en el celo, en la compasión, limosna, y caridad con que ha
socorrido a su grey abatida, doliente y consternada. Como es tan ingeniosa la
misericordia para el alivio de los enfermos, y necesitados destinó su Señoría
Ilustrísima una sala de las de su palacio a que fuese la de la provisión. Ella fue
una Oficina universal de botica donde se despachaban drogas medicinales;
de carnicería donde se daban cuantiosas raciones de carnero; y de comunes
abastos donde se prodigaban todos los víveres a beneficio de toda especie
de pobres. El autor de estas reflexiones tuvo el consuelo y alegría más íntima,
que pudo tener, ni tendrá en toda su vida, de estar, por tres días consecutivos
(en los que tuvo la facultad de librar boletas para mil individuos enfermos de
su barrio de San Sebastián a que fue destinado, dándolas con mano liberal,
hasta ver su puño diestro caérsele lánguido y desfallecido de tanto escribir
éstas, como las recetas a la Botica. Esta liberalidad admirable de este sagrado
sacerdote, que sabe de raíz las obligaciones del Episcopado, que podremos
llamar extemporáneas, no disminuyó, ni un ápice de las otras copiosas limos-
nas ordinarias, que acostumbra dar su Señoría Ilustrísima. Antes redobló las
atenciones a los infelices y las ansias de dar hasta el Sagrado pectoral, insignia
de la eminente jerarquía del Sacerdocio. Al genio filosófico del autor no hay
muchas cosas, que siendo populares, y debiendo saberse, las ignore. Así pudo
sacar una demostración aritmética, de lo que el señor Obispo impendió en el
espacio de dos meses, y consiguió la adjunta lista de efectos gastados; la que
va fiel, y legalmente sacada, para su propia instrucción, para la edificación del
pueblo, y para satisfacer a la agradecida, y piadosa curiosidad de este mismo
84 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

¿Y cuál no sería la amarga situación en [fgs: 363] que nos ha-


lláramos, si este muy ilustre Cuerpo Asamblea de los Padres
de la Patria: (12)1 si la vigilancia caritativa del Gobierno (13)2
que desea conocer a qué cantidad subió la que derramó en su alivio su Pastor.
(Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(11.1) No se detectan variantes en la transcripción de Federico González
Suárez. Añade: En el manuscrito no se halla la lista. (Nota de Federico González
Suárez)
1 (12) Del mismo modo el Muy Ilustre Cabildo de esta ciudad cumpliendo por
su parte con las obligaciones de Padre de la República, hizo muy frecuentes
ayuntamientos directos todos a procurar la salud pública. Llamó a los físicos a
su sala de ayuntamiento, les acordó los cargos de su oficio, oyó sus consultas,
y pareceres, los indujo a las observaciones anatómicas, destinó a cada uno
de ellos a un barrio de la ciudad, para que hiciese las visitas de enfermos en
compañía de un Regidor Diputado también a la asistencia de éstos, a librar
boletas a la casa del señor Obispo, y a firmar las recetas que hacían los físi-
cos, con cuya suscripción despachaba la Botica del Hospital lo que se le pe-
día, bien que asegurada de quedar pagada de propios de la ciudad. Y como
en este mismo tiempo llegase un impreso de don Francisco Gil acerca de la
preservación de viruelas; con este motivo, y el deseo que se suscitó de pro-
mover con todo el fervor posible los ramos de la policía médica, dio este Muy
Ilustre Cabildo al Autor de las presentes reflexiones, la libertad, y comisión de
exponer en un papel toda especie de aquellas que perteneciesen a la Física,
Política, Economía y Moral; ya se ve, que por hacerle el distinguido y no me-
recido honor de reputarlo Filósofo instruido, y sujeto aficionado a cultivar la
universal Literatura. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(12.1) No hay variantes en la nota de Federico González Suárez
2 (13) El Señor Presidente Regente de esta Real Audiencia y superintendente
general don Juan Joseph de Villalengua y Marfil ha tomado las medidas nece-
sarias a fin de libertar a este Pueblo de su ruina. Las órdenes los influjos, las su-
gestiones, las copiosas limosnas: todo lo ha puesto en uso, y en aquel grado, y
como lo pedía la infeliz constitución de Quito. Más por lo que mira al proyecto
de exterminar las viruelas; consta por acta capitular, cuanto se interesó en so-
licitar su verificación, y en promover su establecimiento con el celo que pide
la materia. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(13.1) El Señor Presidente Regente de esta Real Audiencia y superintendente
general don Juan Josef de Villalengua y Marfil ha tomado las medidas necesa-
rias a fin de libertar a este Pueblo de su ruina. Las órdenes, los influjos, las su-
gestiones; las copiosas limosnas: todo lo ha puesto en uso, y en aquel grado, y
como lo pedía la infeliz constitución de Quito. Más por lo que mira al proyecto
de exterminar las viruelas; consta por acta capitular cuanto se interesó en soli-
citar su verificación, y en promover su establecimiento con el celo que pide la
materia. (Nota de Federico González Suárez)
Reflexiones 85

no hubiese [fgs: 364] aplicado, y puesto en uso cuantos arbi-


trios, y medios1 pudo excogitar, y practicar su compasión para
los infelices contagiados?
Si hoy se encendiese nuevamente el contagio de las vi-
ruelas aquí, consumiría esta provincia; porque [gil: 328] las
fuerzas de los niños, la paciencia de los padres, la constancia
de los hombres misericordiosos, la quietud, y paz del ánimo
de todas las gentes, siguiendo la condición de las cosas huma-
nas están ya casi agotadas. Las viruelas trayendo por auxilia-
res la miseria, aflicción, y caimiento de los infelices, desolarían
absolutamente los tristes, y tiernos residuos de nuestra espe-
cie. ¡Qué pérdida tan irreparable!
No es lo más esto, sino que si nos descuidamos un poco2
en ahogar en su cuna el contagio varioloso, seremos nosotros
los depositarios de su pestilente [ga: 34] semilla. Sucederá
tal vez que ésta esté a punto de extinguirse, o extinguida ya
en España; porque todos los ramos de la policía se van hoy
perfeccionando allá. El celo patriótico se halla3 [gil: 329] en
su cumbre: las gentes todas están ya ilustradas. Sobre todo
el Gobierno vela en4 la conservación de la salud pública, y ha
autorizado el proyecto de don Francisco Gil. Y en tanto suce-
derá también que solamente en esta ciudad permanezca un
enemigo [fgs: 365] tan pernicioso, y tan fatal a toda la Nación.
Entonces se verá que de aquí, de Quito, como de un al-
macén, u oficina donde se reserva, y confecciona el fermento
atosigado de las viruelas, se difunde una parte de él para otras
regiones del alto, y bajo Perú, que pase hacia el reino Mejicano,
y aún dé un salto funesto a la Península: ¿Y qué desde este
país de la salud que ha merecido el renombre de paraíso de la

1 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: remedios


2 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: un poquito
3 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: está
4 fgs: por
86 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

tierra donde reina una igualdad serena, e inalterable de clima,


estación y [gil: 330] temperamento, ha de salir la pestilencia
que quizás1 marchite la2 vida de algún precioso vástago de
la Real Familia?3 ¡Ah! Que no se puede esto oír sin horror4 y
sin estremecimiento! ¿Pero entonces qué justas execraciones
no merecerá nuestra indolencia, de España, de Francia, de la
Europa toda, y aun quizá de todo el mundo? Cuando veamos
nosotros que todas las naciones adopten el sistema preserva-
torio5 de las viruelas, que ha inventado nuestro compatriota,
como creo que sucederá en nuestros días, ¿qué confusión de-
berá ser la nuestra de vernos sólos nosotros insensibles al ne-
gocio en que tome el mayor interés toda la tierra?
A la verdad, ignoramos que todos más, o menos según
nuestras condiciones nos vemos necesitados a [gil: 331] cul-
tivar los conocimientos políticos; cuando menos los más co-
munes principios del Derecho Público. Si los supiésemos, [ga:
35] veríamos ya que todo ciudadano, estando obligado a so-
licitar, como ya hemos dicho, la felicidad del Estado, penetra,6
que aquella consiste en que éste se vea (si puedo explicarme
así) cargado de una numerosísima población; porque el es-
plendor, fuerza, y poder de los [fgs: 366] pueblos, y por con-
siguiente de todo un reino, están pendientes de la innumera-
ble muchedumbre de individuos racionales que le sirvan (14)7
con utilidad: y que por una consecuencia inevitable el promo-
ver los recursos de la propagación del género humano, con

1 fgs, ms. Fjc: omitido quizás


2 fgs: añade: preciosísima
3 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: de nuestro augusto Monarca y de su Real Familia?
4 fgs: que se pueda oír esto sin horror
5 fgs, ms. Fjc: preservativo
6 así en los manuscritos
7 (14) Leg. 1 fs. solut. inutr. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(14.1) Ley primera.- Super. Así en el manuscrito. (Nota de Federico González
Suárez)
Reflexiones 87

los auxilios de su permanencia ilesa, es, y debe ser el objeto


de todo Patriota.
Como en la antigüedad1 hallamos [gil: 332] las fuentes
más puras de la política; para ver la dignidad de este asun-
to, echemos la vista con orden retrógrado, a la2 que observó
Roma cuando estuvo mejor gobernada, y hallaremos, que su
atención a aumentar el número de pobladores fue en cierto
modo llevada hasta el escrúpulo: porque ya se decretó asociar
los pueblos vecinos, y los subyugados a la República: ya se
pensó en dar, y efectivamente se dio Derecho de Ciudadanos a
muchísimos de los extranjeros; y ya finalmente se creyó hallar
un inmenso seminario de habitantes en el numerosísimo en-
jambre de sus mismos esclavos. Sus más antiguas leyes pro-
veyeron con demasiado ardor a este fin, determinando a los
ciudadanos al matrimonio. El Senado, y el Pueblo [gil: 333]
cada uno por su parte instituyeron leyes favorables a estos
contratos propiamente civiles, o de la sociedad. Aun los censo-
res, a su vez, como corrían con3 el cuidado de la disciplina de
las costumbres, y regularidad, tuvieron muy a la vista el mismo
objeto. Por la suavidad, y por la dureza, por el honor, y por la
ignominia, por la liberalidad,4 y por la miseria, en fin por todo
linaje de recompensa, o de rigor eran llevadas5 las gentes [fgs:
367] a procurar la [ga: 36] propagación de la especie: supon-
go, que aquella legítima, y autorizada por la razón, y el decoro
de las costumbres (15)6.

1 fgs: añade: es donde / ms. Fjc, ms. Mej: es, que hallamos
2 fgs: lo
3 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: tenían
4 fgs: libertad
5 fgs, ga: añade: todas
6 (15) Tito Livio 19; Apiano lib. 1; Aul. Gelio lib. 1 cap. 6; Valer. Maximo lib. 2 cap.
19 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(15.1) Tito Livio.- 19.
Apiano.- Libro primero.
Aulo Gelio.- Libro primero, capítulo 6.º
88 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Traigo a la consideración de mis lectores el mejor mo-


numento, que acerca de este punto he hallado en la Historia
Romana, referido por Dionisio; esto es, la arenga que dijo
Augusto a los [gil: 334] caballeros romanos, cuando para1 ver
el número de los2 casados, hizo que de una parte quedasen
los que lo eran, y pasasen a la opuesta los que no. Halló con
admiración de los mismos ciudadanos mayor el número de
estos últimos, y entonces fue cuando con una gravedad pro-
pia de censor les habló así (16)3:
«En tanto que las enfermedades, y las guerras nos arre-
batan tantos ciudadanos, ¿en qué vendrá a parar la ciudad,
si no se contraen más matrimonios? La ciudad no consiste
en las casas, los pórticos, ni las plazas públicas: los hombres
son los que la forman.4 Jamás veréis cómo cuentan las fábulas
que salgan los hombres de debajo de la [fgs: 368] tierra para
cuidar de vuestros intereses. Y no es para vivir [gil: 335] sin
compañía, que habéis escogido el celibato: cada uno de voso-
tros tiene consigo las compañeras de su mesa, y de su lecho,
y no solicitáis más que la paz en vuestros desórdenes: ¿acaso
me citaréis el ejemplo de las vírgenes vestales? Pero si no ob-
serváis las leyes de la pureza, era necesario castigaros como
Valerio Máximo.- Libro segundo, capítulo 19. (Nota de Federico González
Suárez)
1 fgs: por
2 fgs: omite: los
3 (16) Dion. lib. 5 6 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(16.1) Dionisio. Libro 56.
(Aunque con algún recelo de herir el sentimiento patrio, nos atrevemos a
emitir la siguiente conjetura, no destituida de fundamento: los pasajes, que
de Tito Livio, de Aulo Gelio, de Valerio Máximo, de Apiano, y sobre todo de
Dionisio de Halicarnaso cita nuestro compatriota el Doctor Espejo, están to-
mados de Heinecio y cuya erudita obra sobre las Antigüedades romanas, así
como su Historia del Derecho romano eran muy leídas en Quito a fines del si-
glo dieciocho y principios del diecinueve. Véase el volumen cuarto de la colec-
ción de las obras de Heinecio en latín. Ginebra, 1744. Edición en ocho tomos
gruesos). (Nota de Federico González Suárez)
4 fgs: componen.
90 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

a ellas. Vosotros sois malos ciudadanos, por cualquiera parte


que se mire, ya sea que todo el mundo imite vuestro ejemplo,
o ya sea que ninguno le siga. Mi único objeto es la perpetui-
dad de la República. He aumentado las penas a aquellos que
no han obedecido, y por lo que toca a las recompensas, son
ellas de tanto precio, que ignoro si el valor ha merecido, o te-
nido mayores. Galardones de menor consideración [gil: 336]
han obligado a millares de gentes a que expongan su vida, y
estas mismas ¿no os inducirán1 [ga: 37] a vosotros al empeño
de tomar una mujer, y de procurar tener, y educar los hijos?».
Por este precioso fragmento de la antigüedad podemos
juzgar cuál fue el dictamen de los mejores espíritus en orden
a sugerir poderosos medios para la población. El que tenemos
a la mano2 tan fácil y tan sano, pues no causa lesión a la santi-
dad del celibato. Evangélico3 es el exterminio de las viruelas.
Hemos visto cuánto nos interesa.
Así desde este momento querría4 que no se escuchase
más cierto rumor popular, que corre de que el proyecto de
la extinción de viruelas es impracticable en Quito; pues5 des-
honra altamente a esta6 ciudad. [gil: 337] Y esta sola será7 la
que en la vastísima extensión de la monarquía española me-
rezca, y se atraiga todo su menosprecio. [fgs: 369]
Por evitárselo; y por motivos más relevantes es que
el acreditado celo del bien público, y el amor al servicio del
Rey, del8 Señor Presidente Regente de esta Real Audiencia,

1 fgs: ¿no os introducirán


2 fgs: añade: es
3 fgs, ga: Evangelio
4 fgs: añade: yo
5 ms. Mej, ga: porque él
6 ga: la
7 fgs: sería
8 ga, ms. Mej: sustituye toda la frase por: No se debe recelar tan funesta resulta;
pues, ya el
Reflexiones 91

y Superintendente General don Juan Joseph1 Villalengua y


Marfil comunicó a este Ilustre Ayuntamiento la Orden Real el
día primero del presente mes de octubre con todos los encar-
gos, advertencias, e insinuaciones2 propias de la importancia
del asunto. En su3 consecuencia el muy Ilustre Cabildo, Justicia,
y Regimiento ha requerido a los de la Facultad Médica, para
que observen, cuál es a su juicio, la Casa de Campo más ade-
cuada [gil: 338] a este fin; y que digan todo lo que creyesen
oportuno, y conducente a promoverlo, y perfeccionarlo.
El celo de estos profesores ha meditado maduramente
el asunto,4 y hallando5 una Casa de Campo llamada vulgar-
mente el Batán de Piedrahíta, ha anunciado a este muy Ilustre
Cuerpo el día siete de este mismo mes de octubre las propor-
ciones que ésta tiene para servir de un cómodo hospital de
virolentos.
La tal casa parece que llena todas las ideas que propone,
y [ga: 38] desea el autor de la disertación. Está a competente
distancia de poblado con más de un cuarto de legua, y sepa-
rada absolutamente de los tránsitos comunes: el aire que la
rodea es de benigna constitución. Los vientos que de tiempo
en tiempo, o según las dos estaciones de primavera, [gil: 339]
e invierno experimentamos acá, y bañan la casa, por lo regular
se dirigen de Este a Sur,6 o al contrario sin mudar de dirección,
ni tocar a esta ciudad, porque ésta respecto de aquélla está
al Oeste,7 y porque cayendo en sitio profundo, viene a dar en
un paralelo con el que corresponde al terreno de Quito; pero
1 fgs: José / ga, ms. Fjc, ms. Mej: Josef
2 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: y sugestiones
3 fgs: omite: su
4 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: la cosa,
5 fgs: ha hallado
6 gil: de Este a Oeste (Francisco Gil, sin conocer la topografía peculiar de Quito,
modificó la descripción de la dirección del viento en el sentido que consideró
más lógico. Nota del editor).
7 fgs: Sudeste,
92 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

intermediando [fgs: 370] el cordón de una gran colina bien


levantada que separa a uno de otro, sirviendo de antemural a
los hálitos que la mala física de nuestros quiteños teme incon-
sideradamente, que se levanten de la Casa de Campo citada,
y vengan a esta ciudad. Tiene agua propia a muy corta distan-
cia, como de veinte pasos comunes para el uso de la bebida;
y para purificar las ropas corre en la parte inferior el peque-
ñuelo río de [gil: 340] Machángara. Para bajar a éste hay una
calzada, que hace fácil, y natural el descenso. Las piezas que
se encuentran hoy mismo por la necesidad, están aptas para
el servicio de los enfermos, y para1 el aposentamiento de los
enfermeros;2 pero deberán a poca costa tener después otra
figura, y aptitud así para la comunicación de la luz, como del
aire que las debe ventilar. Hay dos huertecitos y dos especies
de atrios imperfectos que ofrecen para la fábrica posterior
mucha comodidad. En fin parece haber nacido esta casa para
este efecto de depositar en ella a todos los infectos de enfer-
medades contagiosas.
Nada falta ahora; sino que con la mayor brevedad se
obligue al dueño de ella a que la venda. Y el día en que se
tome la posesión parece regular que [gil: 341] el mismo [ga:
39] Señor Presidente, Regente Superintendente General au-
torice esta3 con su presencia, yendo al frente del muy Ilustre
Cabildo a consagrar esta casa en nombre del Rey a la salud
pública. Porque así se dé al común4 (propenso a formar altas
ideas por el esplendor externo de las funciones brillantes) un
concepto en cierto modo sublime de la grande importancia
de la materia, del señalado servicio, que se le va a hacer, y del
particular anhelo que hay en obedecer al Rey. [fgs: 371]

1 fgs: su aposentamiento
2 ms. Fjc: de los enfermos
3 fgs: la autorice
4 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: público
Reflexiones 93

Hecho esto, deberán estar prontos los utensilios, ropas,


camas, y peculiar menaje1, que deben usarse en este peque-
ño hospital. Su guarda, asistencia, y confianza parece mejor
que se entregue a mujeres de edad de treinta años hasta cin-
cuenta; pero de conocida [gil: 342] probidad. Si se encon-
trasen seis, con las dotes necesarias para ejercer2 la hospitali-
dad, en la casa de recogimiento, que llaman el Beaterio, de allí
se deberán sacar por fuerza respecto de que éstas no están
obligadas a la clausura monástica con voto. Pero aun afuera
no dejan de hallarse mujeres pobres, y virtuosas que se quie-
ran encargar de esta función caritativa, especialmente si se les
ofrece, y da por el tiempo que dure la curación de los virolen-
tos un salario competente. Y cuando suceda que no haya en
la ciudad alguna epidemia, y con particularidad la de virue-
las, con todo esto el Muy Ilustre Cabildo comprometerá a cada
uno de sus beneméritos miembros, a una visita ocular de la
casa, y de todo lo que en ella se contiene cada quince días, por
turno en compañía de algún médico, o cirujano, por el motivo
que abajo se expondrá.3
Síguense ahora los oficios del ciudadano como físico.
Antes de todo es preciso que el pueblo esté bien persuadido
por éste, que las viruelas son una epidemia pestilente. Esta su-
gestión era ociosa en Europa a donde [ga: 40] están persua-
didas generalmente las gentes que no se contraen sino por
contagio. Acá las nuestras, parece que están en la creencia4
de que es un azote del cielo, que le envía a la tierra Dios en el
tiempo de su indignación. Por lo mismo haciéndose fatalis-
tas en línea de un conocimiento físico, creen que no le pue-
den [fgs: 372] evitar por la fuga, y que es preciso contraerlo,
o padecerlo, como la infección del pecado original; impresión
1 gil: homenaje
2 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: ejercitar
3 fgs: se expresa.
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: persuasión
94 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

[gil: 344] perniciosa que las vuelve indóciles a tomar los me-
dios de preservarse propuestos en la Disertación. El autor del
proyecto para hacerlo indubitablemente1 asequible, alega las
autoridades de los más célebres autores médicos, que han
afirmado ser las viruelas contagiosas. Cuando2 no atendiése-
mos sino al origen de éstas, y a su modo de propagarse en la
Europa; debíamos quedar en la inteligencia de que lo eran, y
que es indispensable el contacto físico de la causa al cuerpo
humano, para que en él se ponga en acción un fermento pe-
culiar homogéneo, y correspondiente a la naturaleza del eflu-
vio varioloso.
Sean los que fuesen los corpúsculos tenues, pero pes-
tilentes de las viruelas3; nuestra experiencia nos está dicien-
do, que éstos nos vinieron [gil: 345] siempre de España, y de
otras regiones de la Europa. En los tiempos anteriores en que
el ramo de comercio activo, que hacía ésta con la América,
especialmente a sus mares4 del Sur, no era tan frecuente; del
mismo modo era más rara la epidemia de viruelas. Conforme
la negociación europea se fue aumentando, y haciéndose
más común, también las viruelas se hicieron más familiares. En
tiempo de los que llamaban galeones que venían a los puer-
tos de Cartagena, Panamá, Portovelo, y Callao, padecíamos las
viruelas de veinte en veinte años. Después de doce en doce.
El año de 17515 incurrí6 de este contagio epidémico que
pareció no ser de los [ga: 41] más malignos; pero el año 1764
vi otro tan pestilencial, que desoló las bellas esperanzas de
[gil: 346] tanta juventud lozana, y bien constituida. Y enton-
ces [fgs: 373] perdí un hermano de los mejores talentos que

1 fgs, ga: indudablemente


2 fgs, ga: Aun cuando
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: de la viruela
4 fgs: orillas / ms. Fjc: ollares
5 fgs: El año de 1757
6 fgs: participó / ga: incurrió
Reflexiones 95

ha producido1 la naturaleza. Desde entonces volvió a los dos


años a infestarse esta ciudad, se destruyó su pestilencia ente-
ramente hasta el año próximo pasado de 1783, en que siendo
general el contagio con muerte de muchos niños, se nos ha
vuelto doméstica, o casi endémica, porque no se aparta hasta
hoy, invadiendo ya aquí, ya allí, en los barrios de esta ciudad;
como también en los pueblos del contorno de la provincia.
Es el caso que los navíos mercantes procedentes de Cádiz, o
la Coruña, llamados registros, son de todos los años, y de mu-
chas veces en cada un2 año.
No era difícil hacer una historia completa de las virue-
las, y desde [gil: 347] luego de las horrendas visitas que ha
hecho esta epidemia a la América, y a los más de sus territo-
rios, y poblaciones. La época infeliz de su venida confiesa don
Francisco Gil que fue cuando se empezó la conquista de la
América Septentrional en estos términos, «Desde Europa se
extendió esta epidemia a las Indias Orientales por medio del
comercio de los Holandeses, y a la América, a los primeros pa-
sos de su conquista, por medio de un negro esclavo de Pánfilo
Narváez, que padeciendo esta dolencia entre los habitadores
de Zempoala, les dejó su semilla en perpetua memoria de su
infeliz3 arribo. Siendo de notar que en cambio de este pesti-
lente género nos transportó el mal venéreo Pedro Margarit».
Hasta aquí el autor de la Disertación, cuyas últimas palabras
no tienen la menor verdad, como podrá ser que lo digamos
más4 abajo.5 Y es cosa muy cierta [gil: 348] que el dicho ne-
gro trajo a estas6 tierras la enfermedad más formidable, que

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que puede producir


2 fgs: omite: un
3 gil: feliz
4 ms. Fjc: acá abajo
5 gil: omite: Hasta aquí el autor de la Disertación, cuyas últimas palabras no tie-
nen la menor verdad, como podrá ser que lo digamos más abajo. Pero
6 ms. Fjc: ciertas
96 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

conoce la humana [fgs: 374] [ga: 42] naturaleza. Y este es un


hecho atestiguado por nuestros historiadores, y por Fonseca,
portugués de nación;1 y no es tan cierto que el mal venéreo
haya pasado de la América a la Europa.2
En los lugares con quienes3 no hay mayor trato ni comu-
nicación, o que están separados con algún dilatado interme-
dio de montañas, como son aquí en nuestra provincia las re-
ducciones de Mainas, todas las poblaciones de las riberas del
Marañón, el pueblo de Barbacoas, las costas de Esmeraldas, y
Tumaco, las misiones de Sucumbíos, las próximas doctrinas, o
curatos de Mindo, Gualea, Santo Domingo, Cocaniguas, &, no
ha entrado la [gil: 349] viruela: y si alguna vez se ha visto, que
ha principiado por algún individuo su veneno,4 han huido los
indios5 habitadores de los citados pueblos a lo más interior de
las altísimas, y espesas selvas que los rodean; dejando a los
contagiados6 en manos de la epidemia, de la soledad, y de su
tristísima suerte. Este ha sido y es su regular, pero seguro mé-
todo de preservarse de la infección7
De donde ha sucedido,8 con especialidad en las misio-
nes del Marañón, que a los pobres misioneros en casos igua-
les de la deserción de sus feligreses les ha sucedido verse en
la necesidad de perecer de hambre, no teniendo quién les dé
los efectos de la caza, de la pesca, y de los frutos monteses:
especie de pensión cotidiana con que estos fieles ministran9

1 fgs, ga: nacimiento


2 gil: (solamente en la edición de Gil): y no es tan cierto que el mal venéreo haya
pasado de la América a la Europa.
3 fgs: con los que
4 fgs, ms. Fjc: por algunos individuos su veneno ,
5 gil: individuos
6 ms. Fjc: contagios
7 gil: omite / fgs, ms. Fjc, ms. Mej, ga: añade: Este ha sido y es su regular, pero
seguro método de preservarse de la infección. / ga: precaverse
8 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ha pasado,
9 fgs: suministran
Reflexiones 97

los alimentos a sus párrocos. De éstos los que son diestros, y


nada decidiosos dejan [gil: 350] el sitio de la población, y hu-
yen con sus indios al centro de la montaña, con lo que toman
providencia para la seguridad de su propia vida.
No hizo esto1 en semejante coyuntura de picar2 el con-
tagio, el licenciado Juan Pablo de Santa Cruz y Espejo,3 [fgs:
375] hermano mío, el año pasado de 1781,4 cuando se hallaba
a la sazón de Párroco Misionero en la reducción del pueblo de
San Regis. Fue acometido un neófito suyo del contagio de las
viruelas, y pudo [ga: 43] conocerlo este eclesiástico, así por-
que lo5 había padecido, y visto muy bien padecer a muchísi-
mos en esta ciudad, como porque siendo hijo de un profesor
de medicina, y cirugía, tiene6 tal cual tintura de la patología, e
historia de las enfermedades. Teniendo, pues, que al conocer-
lo los indios de su [gil: 351] pueblo, lo dejasen solo, y a pun-
to de perecer: por otra parte persuadido íntimamente de las
obligaciones de su ministerio pastoral, para no desamparar a
su oveja perdida7 y doliente, determinó ocultarle dentro de
su mismo aposento, y hurtar8 su vista y noticia lo más que le
fue posible al resto de los feligreses. En esta situación el mis-
mo pastor (como debía ser) lo daba por su mano la bebida, y
el tenuísimo alimento de que necesita este género de dolien-
tes, y él mismo le socorría en el tiempo de sus comunes ne-
cesidades corporales. Pero de este modo le sacó con triunfo,
aunque9 marcado con las cicatrices, que dejó en su rostro, y
cuerpo el pestífero enemigo. Lo que viene al caso es, que nin-
1 fgs: así,
2 fgs: principiar. /ga: al principiar
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: Don Juan Pablo de Santa Cruz y Espejo
4 fgs: 1787
5 fgs: tanto por lo que / ms. Fjc, ms.Mej: así por lo que
6 fgs, ga: tenía
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej, ga: caída
8 fgs: e impedir
9 fgs: más que
98 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

gún otro individuo de San Regis fue asaltado1 de la [gil: 352]


dolencia variolosa. Véase aquí en breve, y por menor practi-
cado el método propuesto por don Francisco Gil. Pero sobre
todo véase aquí que2 es cosa indubitable,3 que la viruela es
enfermedad contagiosa, y que se logra la preservación de ella
evitando la vista, trato, y comunicación de los virolentos, y de
sus ropas, y utensilios.
Ahora, pues, por más4 horrorosa5 que sea la epidemia va-
riolosa; su veneno es de más benigna índole que [fgs: 376]
el de la peste. Sin comparación es más funesto, y de grados
muy superiores, el que constituye a este último,6 según la
expresión del famoso Gorter, benemérito discípulo del gran
Boerhaave, al principio del Comentario a los aforismos 127 y
1287 del insigne Sanctorio, es el fermento de la peste muy su-
til. [gil: 353] «Todos los autores, [ga: 44] dice, convienen en que
la materia pestilencial es volátil». Aun siendo así, la peste no
invade a los que toman las debidas precauciones para no in-
currirla; especialmente los que por la fuga de los contagiados
separan, digámoslo así, todos los motivos de apestarse. El mis-
mo Sanctorio nos confirma en esta doctrina con una senten-
cia propia de su gusto, y de su exquisito talento calculatorio, y
dice: «Non sponte inficimur peste, sed fertur ab aliis.8 Patet ex-
perimento Monialium» (17)9. Esto que afirma Sanctorio de lo
que pasa con las monjas, hemos visto prácticamente hoy que

1 fgs: atacado
2 fgs: cómo
3 fgs: indudable
4 fgs: omite: más
5 fgs, ms. Fjc: horrible
6 fgs: es más funesta y en grados más superiores esta última.
7 fgs: 727 y 728
8 fgs: alliis.
9 (17.1) No nos contagiamos nosotros por nosotros mismos de la peste: nos la
contagian otros. Que sea así, lo demuestra el caso de las monjas. (Traducción
y nota de Federico González Suárez)
100 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

ha sucedido así respecto de la epidemia del sarampión en el


monasterio del Carmen de la nueva fundación, en el que hay
catorce personas que no la han contraído, debiendo por la
[gil: 354] opinión vulgar contraerla en atención a no haberla
padecido en su niñez este número de personas1 preservadas.
Al contrario en los otros monasterios, que vulgarmente
se dicen abiertos (y lo son en verdad por la libre entrada, y sa-
lida que tiene en ellos una multitud de gentes2 de servicio) ha
tenido también franquísimo paso el sarampión, y ha causa-
do muchas muertes, con particularidad en el monasterio de
Santa Catalina. [fgs: 377]
Ahora, pues, por lo que mira a la misma peste, se me hace
cosa necesaria traer a la memoria3 un pasaje del celebérrimo
inglés James, autor del Diccionario de la Medicina, que dice
así: «Pues que es cierto que la Peste no nace en nuestros cli-
mas, y que es traída de países distantes, el medio más seguro,
y más cierto, [gil: 355] que puede, indicarse para preservar-
se de ella, es evitar el contagio. Mucho tiempo ha, que Celso
aconsejó a las personas que gozaban salud, y que no se creían
seguras, se alejasen por mar y tierra, y Noel Le Comte4 asegura
(Hist. Lib. 27) que este consejo fue de una grande utilidad du-
rante la peste que desoló la Italia en el año de 1625. Sanctorio
[ga: 45] (Med. stat. sect. Aph. 138)5 dice con la mayor natura-
lidad, que aquellos que ordenan para evitar la peste otros reme-
dios que la fuga, son unos ignorantes, o unos charlatanes que
quieren enriquecerse. Este es el motivo por que, los soberanos
proveen perfectamente al bien de sus vasallos, cuando en un
tiempo de peste impiden por todo género de medios; la en-
trada, o progresos del contagio, y que cuando una casa está
1 fgs: estas personas
2 fgs: gente
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej, ga: omitido: a la memoria
4 fgs, ga: Noel de Comte
5 fgs, ga: fgs: afo. 738)
Reflexiones 101

ya infecta, hacen salir de ella las personas que se hallan sanas,


y quemar todos los muebles de aquellos que han muerto, de
temor que la enfermedad no se comunique por su medio».
Hasta aquí James.
Si esta ventaja resulta de la separación de los apestados
con una malignidad, que parece, y es tan volátil, sutil, y tras-
cendental, ¿por qué no se deberá esperar semejante, y aún
más feliz con el contagio de las viruelas, que es respectiva-
mente más lento, tardo, y perezoso, incapaz de propagarse
en sólo un día a toda una ciudad, menos a todo un reino? En
efecto: los soberanos de la Europa van [fgs: 378] logrando
casi la entera abolición de la peste por solo este medio; siendo
así que [gil: 357] ésta por ser antiquísima en el mundo, podía
haberse hecho regional en toda, o en la mayor parte de la haz
de la tierra habitada. Pero Juan Gorter, ya citado, dice sobre
el aforismo 1261 de Sanctorio, como por la bondad divina no
se ha visto en nuestros tiempos la peste en esta región; nada
puedo añadir acerca de su naturaleza2, la cual prueba que la
Europa se halla ya limpia3 de ella por sus costumbres, y poli-
cía, y que quizá no se vería en alguna región, si no fuese por la
sórdida flojedad de los africanos, y afeminada delicadeza de
los asiáticos. ¿Cuánto más se debe esperar acerca del extermi-
nio de las viruelas, pues4 que éstas son, con muchísimos siglos
posteriores a la peste?5
Más aquí [ga: 46] entra ya la averiguación acerca del ori-
gen varioloso.

1 fgs: 726
2 fgs, ga, Ms. Mej: hasta aquí, esta frase entre comillas / ms. Fjc: tampoco hay
comillas
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej, ga: se ve limpia
4 fgs: puesto
5 Aquí concluye la primera de las secciones publicadas en 1786 por Francisco
Gil. La sección que sigue está preparada a partir de la edición de 1930 publica-
da por Gualberto Arcos.
102 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

La extraña y admirable naturaleza de la viruela, todo el


mundo la conoce; pero la historia de su nacimiento, y origen,
todo el mundo la ignora. Tanto más debe maravillar esta igno-
rancia, cuanto más horrenda y funesta fue, y es al género hu-
mano esta epidemia. Parece, que (a excepción de la peste) no
ha sufrido dominación morbosa, más tiránica y mortífera el
hombre. Con todo eso, desde que se exigió en arte el conoci-
miento1 de las enfermedades, su pronóstico y su curación, no
se ha visto dolencia tan circunstanciada, como la de la viruela.
Pero así mismo no ha habido, quien la haya tratado desde el
Padre de la Medicina, hasta cerca del siglo duodécimo del es-
tablecimiento de la Iglesia. Entre los eruditos, el África y la Asia
se dan igualmente por patria de la viruela; y entre las provin-
cias de estas dos partes de la tierra, [fgs: 379] unos culpan a
la Etiopía y Egipto y otros acusan a la Persia y a la Arabia el ha-
berla dado cuna. Dos consecuencias son las que se infieren de
esta diversidad de opiniones: la primera que no se sabe cuál
es el país natal de este contagio; la segunda, que también se
ignora el siglo2 en que éste nació, para el horror y desolación
de la humana posteridad.
Por lo que mira al lugar del nacimiento, Ricardo Mead y
Pablo Werlhof,3 citados por don Francisco Gil, son de parecer
que la tuvo en Etiopía. Freind4 asegura que en Egipto. Véase
ahora el motivo que a mi parecer, tuvieron aquellos y éste
para opinar con tan insigne variedad. En efecto, todo el que
han tenido ha sido de mera conjetura,5 sobre una materia que
debía ser un hecho histórico. A la verdad, la Etiopía pareció
ser el taller donde6 se fabricó siempre, por su ambiente muy

1 fgs: desde que se exigió en el arte del conocimiento


2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: se ignora cuál fue el siglo
3 fgs, ga, ms. Mej: Werlofh / ms. Fjc: Worlofh
4 fgs, ga: Friend
5 fgs: todo el que han tenido ha sido el conjeturar
6 fgs: en donde
104 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

caluroso, toda especie de epidemias y de enfermedades [ga:


47] pestilentes, cuya malignidad se hace ver principalmente
en la circunferencia del cuerpo, con pústulas,1 úlceras y demás
efectos cutáneos.2 Y tal parece el juicio que obligan a formar
los monumentos históricos que nos han dejado Tucídides,
Diodoro y Plutarco, acerca de aquella peste, que habiendo te-
nido su principio en la Etiopía, bajó al Egipto, desoló la Libia,
prendió su fuego en la Persia y vino repentinamente a hacer
sus estragos en Atenas. Este es el principio que tienen Mead
y Werlhof,3 para inferir que la Etiopía fue el suelo patrio de la
Viruela.
Según este principio, también debía subir a muy re-
mota antigüedad la infeliz época de la epidemia variolosa,
porque cuando se encendió el fuego [fgs: 380] de la Peste
Ateniense, fue el año del mundo 3574 y 430 años antes de la
venida de Jesucristo. Es cierto que Mead y Werlhof,4 no quie-
ren fijar su época en tan distantísima antigüedad; antes sí,
constantemente defienden que no la conocieron Hipócrates,
Crasístrato, Apolófanes, Mitrídates, Asclepiades, ni Themison5
entre los griegos; menos llegó a la noticia de Celso, Viviano y
Prisciano, entre los latinos, pero afirman que la viruela tuvo
su origen en la Etiopía, sin decir el tiempo preciso en que ella
apareció6 y se volvió endémica, que7 parecen cosas muy co-
nexas, especialmente en edad menos distante de la nuestra,
manifiesta que8 para decirlo así, no tuvieron otro fundamen-
to que la historia de la Peste Etiópica, difundida por la Grecia.

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: con postillas,


2 fgs: afecciones cutáneas. /ms. Fjc, ms. Mej: afectos cutáneos.
3 fgs, ga: Werlofh
4 fgs, ga: Werlofh
5 fgs, ms. Fjc, ga: Hemison
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: en que allá pareció
7 fgs: me
8 fgs: Esto manifiesta que
Reflexiones 105

Por este camino, harían muy bien los autores que quie-
ren persuadir que la antigua Grecia conoció el contagio de las
viruelas de1 producir que en este tiempo debía fijarse su fu-
nesto nacimiento y que desde luego, siendo esta misma peste
la fiebre variolosa, había motivo para decir que Hipócrates la
conoció, curó y describió. [ga: 48] En efecto, Hipócrates, trata
de ésta y la pinta a la larga, como médico y es verdad también
que muchos de sus síntomas, parece que caracterizan a la vi-
ruela. Traeré el largo pasaje de Tucídides, para que sea vista
esta verdad, como2 para que se haga más grata la narración,
en boca de un historiador tan célebre, cuya precisión y propie-
dad quizá dará aun mejor idea que la que envuelta en térmi-
nos oscuros, nace regularmente de los labios de los médicos.
Dice Tucídides3:
«Me contentaré con decir lo que ella era, como [fgs: 381]
que yo mismo experimenté esta enfermedad y he visto a otros
acometidos de ella. Esto podrá servir de alguna instrucción a
la posteridad si alguna vez acontece, que ella vuelva.
«Primeramente, este año estuvo libre de toda otra en-
fermedad, y cuando acontecía alguna, degeneraba luego en
ésta. Sorprendía repentinamente a aquellos que estaban con
buena salud y sin que cosa alguna la ocasionase, empezaba
con grande dolor4 de cabeza, ojos rojos e inflamados, la len-
gua sangrienta, las fauces de la misma manera, un aliento in-
fecto5 y una respiración dificultosa, seguida de estornudos y
de una voz ronca. De allí, bajando al pecho causaba una tos
violenta; cuando acometía al estómago, le hacía que se irri-

1 fgs: en
2 fgs: y (sustituye a como)
3 Dice Tucídides: omitido en: ms. Mej, ga
4 fgs, ms. Fjc: con grave dolor
5 fgs, ms. Fjc: un aliento infesto
106 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

tase1 y ocasionaba vómitos de toda especie de cólera,2 con


mucha fatiga. Los más de los enfermos, tenían un hipo acom-
pañado de una convulsión violenta, que se aplacaba en unos
durante la enfermedad y en otros, largo tiempo después. El
cuerpo que no estaba pálido sino encarnado y lívido, se cu-
bría de elevacioncitas y pústulas,3 y no parecía al tacto muy
caliente; pero interiormente ardía de tal modo que no podía
sufrir la cobija4 ni la camisa, hasta verse en la necesidad de
quedar desnudo. Se tomaba el mayor contento de sumergir-
se en agua fría y muchos a quienes no se guardó [ga: 49] cui-
dadosamente, se precipitaron a los pozos, perurgidos de una
sed inextinguible, sea que se bebiese5 poco o mucho.
«Estos síntomas eran acompañados de desvelos y de
continuas agitaciones, sin que se debilitara el cuerpo en tan-
to que estaba en su fuerza la enfermedad, porque había una
resistencia casi del todo increíble, de tal modo que los más
morían al séptimo o [fgs: 382] noveno día del ardor que los
devoraba, sin que sus fuerzas se6 disminuyeran mucho. Si pa-
saba este tiempo, bajaba la enfermedad al vientre y ulcerando
los intestinos causaba una diarrea inmoderada, que hizo mo-
rir a casi todos los enfermos de consunción, porque la enfer-
medad acometía sucesivamente a todas las partes del cuer-
po, comenzando desde la cabeza, y si al principio se escapaba
ésta, el mal ganaba las extremidades. Tan presto bajaba a los
testículos, tan presto a los dedos de pies y manos y muchos se
curaron con la pérdida del uso de estas partes y algunos aun
del de la vista.

1 fgs: le irritaba / ms. Fjc: le hacía que irritase


2 fgs omite: de cólera
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: y postillas,
4 fgs: la manta
5 fgs: sea que bebiesen
6 fgs: omite: se
Reflexiones 107

«Alguna vez recobrándose la salud, se perdía la memo-


ria, hasta el punto de desconocer a sus amigos, y aun a sí mis-
mos; la enfermedad pues dejando aparte muchos accidentes
extraordinarios, que eran diversos en diferentes sujetos, esta-
ba generalmente acompañada de los síntomas, cuya historia
acabamos de dar. Durante todo este tiempo, no hubo enfer-
medad que se mirase como ordinaria, y si alguna aparecía,
luego degeneraba en aquella.
«Algunos perecieron por defecto de socorro y otros, por
más que se tuvo cuidado de ellos. No se encontró algún reme-
dio que pudiese aliviarlos, porque lo que a unos aprovechaba,
a otros causaba daño. No hubo cuerpo alguno, débil o vigo-
roso, que resistiese a esta enfermedad; pero todos murieron,
por más cosas que se hicieron para su curación. Pero lo que
causaba mayor molestia era, por una parte, la desesperación
que algunas [ga: 50] veces se apoderaba de aquellos que es-
taban insultados y que les obligaba a abandonarse por sí mis-
mos, sin quererse hacer algún remedio; y por otro lado, que
el contagio sorprendía a [fgs: 383] aquellos que asistían a los
enfermos, y es lo que causó más estrago» (18).1
En algunos rasgos se diferencia la narración médica
del grande Hipócrates; lo que prueba la singularidad de ge-
nio del filósofo, y del historiador; y como él produce en todas
1 (18) Thucidides lib. 2 pág. 130 y 147 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(18.1) Tucídides, Libro noveno, páginas 130 y 147.
Así está en el manuscrito la cita: Espejo no expresa a qué edición se refiere;
por lo mismo, es como si no hubiera citado página ninguna. Tucídides, en su
Historia de la guerra del Peloponeso, narra los estragos de la peste, que hubo
en Atenas, en el verano del segundo año de la guerra: esta descripción se ha-
lla en el libro segundo. La obra de Tucídides tiene sólo ocho libros: la cita de
Espejo está, pues; equivocada en el manuscrito. (Nota de Federico González
Suárez)
(18.2) La larga cita que hace Espejo del libro 2 de la Guerra del Peloponeso, co-
rresponde principalmente a los párrafos 47 al 52. Aunque la transcripción se
encuentra entre comillas, es más bien una descripción aproximada de lo que
Tucídides narra. (Nota del editor)
108 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

las obras de espíritu, la claridad, la energía, el noble estilo y la


justísima propiedad de las palabras. Pero viniendo a nuestro
propósito, no hay para qué pretender que en aquel tiempo se
conocieron en Ática1 la naturaleza de las viruelas; porque las
citadas pinturas de la peste de Atenas y el Peloponeso, bien
que traigan algunos de los síntomas que se padecen en las
viruelas, pero ni son todos, ni son los característicos de éstas.
De balde se querría tomar en estas fuentes de la antigüe-
dad, el dudoso origen de la fiebre variolosa, aun cuando aña-
diésemos a ellas a Lucrecio,(19)2 [fgs: 384] que describiendo
la peste griega, le da sus valientes coloridos, como poeta. Pero
también me parece cierto que los célebres Mead y Werlhof,3
no han tenido presentes otros monumentos, que éstos, para
sacar por una de aquellas consecuencias de aventura y por
una de esas4 conjeturas fortuitas, que las viruelas debieron su
fatal principio a la Etiopía. Pudo obligarles a hacerlas, la idea
general,5 que tenemos de que siendo la Etiopia, la región más
interior del África, es su clima muy ardiente, su suelo muy lle-
no de suciedades, y sus moradores, quizá los más negligentes
y ociosos de toda la tierra, por lo que comúnmente se cree
que todas las pestes, nacen bajo del venenoso y mortífero cie-
lo etiópico. A más de esto, pudo también obligarles al mismo
dictamen, la [ga: 51] grande analogía que encontraron y hay
entre la naturaleza de la verdadera peste y la de las viruelas.

1 fgs, ms. Fjc: se conociese en la Ática


2 (19) Lucrecio lib. 2 cap. 47 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(19.1) Lucrecio.- Libro segundo, capítulo 47
(En el manuscrito de Espejo se encuentra esta cita tal como acabamos de
transcribirla; pero es indudablemente una equivocación manifiesta, pues la
descripción, que de la peste de Atenas hace Lucrecio, se encuentra al fin del
Libro sexto del poema latino De rerum natura, y ese libro o canto es el último
del poema). (Nota de Federico González Suárez)
3 fgs, ms. Mej, ga: Werlofh / ms. Fjc: Werlohf
4 ga: de aquellas
5 fgs, ms. Fjc: Pudo obligarlos la idea general
Reflexiones 109

Del mismo modo, está fundada en una débil conjetura,


la opinión del doctor Freind,1 que afirmaba ser el Egipto quien
dio nacimiento a la viruela. Mas (no omitiendo nada de la ver-
dad) es preciso decir que Freind,2 la pudo beber en las histo-
rias más antiguas, que tenemos de esta epidemia. Ellas refie-
ren que ésta apareció en Egipto, en tiempo de Omar, sucesor
de Mahoma. El mismo Mead, citando a Juan Jacobo Deisk,
dice: que en los países orientales se vio la viruela bajo la famo-
sa época de Mahoma, que fue a principios del siglo séptimo
del cristianismo. Por otra parte Rhazis, escritor árabe, en su tra-
tado que intituló: Discurso sobre la Peste, escrito en lengua si-
ríaca, describe el contagio varioloso perfectamente y le da su
principio en la Alejandría; porque no es otra cosa, decir, [fgs:
385] que Arhon Alejandrino, médico de profesión, escribió
de las viruelas y su curación, en el tiempo en que dominaba
Mahoma. Pero de sólo éste último monumento vino Freind3 a
inferir que el Egipto dio nacimiento a la enfermedad de que
vamos hablando. Y esta es la que llamo débil conjetura, o por
mejor decir, llamaré su opinión un falso raciocinio, que es éste.
Alejandría es país más sano respecto del de Egipto, con todo
eso en Alejandría escribió Arhon de la viruela; luego ésta na-
ció en el Egipto.
Para dar un poco de más fuerza a mis reflexiones, se hace
necesario decir, que hallo una cosa bien particular y es que
entre Barchusio, Schulizio, Freind4 y Le Clerk, que han escrito
la historia de la medicina, éste último es de una crítica juiciosa,
a mi ver, más correcta, que la que han aplicado los otros a su
historia; y contando eso5 un hombre sabio como éste, versadí-
simo en las lenguas orientales, no hace [ga: 52] mención del
1 fgs, ga: Friend
2 fgs, ga: Friend
3 fgs, ga: Friend
4 fgs, ga: Friend
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: y con todo eso,
110 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

escritor alejandrino, ni menos ha dicho que haya sido el autor


original de las viruelas, o que haya otros que escribiesen acer-
ca de éstas, en el siglo séptimo. Siempre trató1 como a prime-
ros autores a los insignes mahometanos del siglo de Avicena.
Ojalá, Le Clerk, así como lo dijo, nos hubiera dejado algunos
extractos de sus escritos sobre la epidemia variolosa.
¿Qué deberemos creer después de esto, sino que igno-
ramos enteramente cuál es el país, y cuál el siglo en que ésta
tuvo su nacimiento? Con todo nos hemos de persuadir de que
ella no tiene demasiada antigüedad. El famoso Martín Lister,
dice que, es un género de nueva enfermedad, no conocido
de los antiguos, y él mismo asegura, que casi desde [fgs: 386]
el siglo duodécimo fue que ella se describió, por los árabes
Avicena, Mesue, Rhazis y Alsaharabe. Estoy, pues, en el con-
cepto de que en la misma Arabia fue en donde primero se sus-
citó tan pestilencial levadura. Y tengo el gusto satisfactorio,2
de que habiéndolo pensado ya antes así, llegó a mi mano el
diccionario de medicina de Monsieur James3 y en el artículo
«Variolo», dice4 a mi propósito estas palabras notables: «Pues
los griegos no tenían de ella algún conocimiento,5 era menester
que los árabes la hubiesen traído de su propio país». Y es cosa
bien notoria, y muy regular,6 que en la región en donde se
descubren primeramente las enfermedades, allí se suelen ha-
cer igualmente sus descripciones. Así, la lepra en Egipto y en
Israel; la plica en Polonia; el sudor ánglico en la Gran Bretaña;
el escorbuto, en Holanda, Dinamarca, Suecia, Zelanda, etcéte-

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: Siempre trata


2 fgs, ms. Fjc y satisfacción
3 fgc: de medicina de James,
4 fgs: «Viruelas» encontré / ms. Fjc: «Varioloso» dice
5 fgs: «Pues, que los griegos no tenían de esta enfermedad algún conocimien-
to, / ms. Fjc, ms. Mej: Pues que los griegos no tenían de ella
6 ga: bien regular,
Reflexiones 111

ra; la tisis1 nerviosa en Virginia; el tarantismo en2 Italia, y aun


los suicidios violentos en toda la Inglaterra. La propensión
del hombre es transcribir al papel las cosas memorables, que
acontecen en su tiempo y [ga: 53] tener el cuidado de dejar-
las en memoria a la posteridad.
El que la Viruela sea un contagio descubierto cerca del
siglo duodécimo y que antes no fuese conocido ni descrito
por los médicos, historiadores, ni los demás literatos, es prue-
ba incontestable, de que no tiene mayor antigüedad. Éste es
un punto de crítica en el que tiene el mayor convencimiento
la fuerza del argumento negativo; porque el silencio de los an-
tiguos médicos, que fueron más exactos que nuestros moder-
nos, en pintarnos la calamidad morbosa, que de tiempo en
tiempo ha afligido al cuerpo humano, nos dice con evidencia,
que no [fgs: 387] llegó a su noticia, la que producen las virue-
las. Por lo que el mismo Lister, provoca con una generosa con-
fianza, y para decir verdad, con una valentía inglesa, a que le
muestren, lo que han añadido de nuevo los autores de hoy, al
retrato que nos dejaron los árabes de las viruelas3 y el método
de su curación. La consecuencia que se debe sacar de esto, es
que el tiempo en que se escribe de los males, ésta4 es la pri-
mera época de su cruel aborto.
Siguiendo este método, el celebérrimo Monsieur Le
Clerk , crítico excelente, como ya dije, prueba del mismo
5

modo, con otros autores, la antigüedad de la Hidrofobia, como


aparecida en tiempo del famoso médico Asclepiades, tan so-
lamente, porque en Plutarco se hallan algunas palabras, que
la significan o dan a entender; y Celio Aureliano, también mé-
dico bien antiguo, igualmente que célebre, quiere demostrar
1 ms. Fjc, ms. Mej: la thisis
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: en la Italia
3 fgs: que los árabes nos dejaron de las Viruelas
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ese es
5 fgs: el celebérrimo Le Clerk
112 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

la antigüedad del mismo accidente, por un pasaje que se halla


en el octavo libro de la Ilíada de Homero. Por lo mismo, noso-
tros, de la cabal descripción de las viruelas, hecha por Rhazis,
debemos atribuir a su tiempo el principio de ellas. [ga: 54]
Porque no es de dudar, que la naturaleza puede produ-
cir nuevas enfermedades, y esas por lo común, contagiosas;
¿qué dificultad habrá en creer que las viruelas hayan ejercido
su tiránico imperio sobre el cuerpo humano, solamente por
el espacio de más de seis siglos? En esta provincia se vio el
año pasado de 1764, por este mismo tiempo, la que se llamó
mal de manchas, o peste de los indios, cuya descripción hice y
tengo aún entre mis manuscritos. Y no era sino una de esas
fiebres inflamatorias, pestilentes, que habiéndose encendido
en [fgs: 388] un cortijo o hacienda de los Regulares del nom-
bre de Jesús, ya extinguidos, llamada Tanlagua, se extendió
por algunos lugares, o pueblos de este distrito, infestando tan
solamente a los indios y a algunos mestizos, que perecieron
sin consuelo, tanto por la malignidad de la fiebre cuanto1 por
la impericia de los que entonces se llamaban temerariamen-
te profesores de medicina. Pero esta calentura pestilencial, era
nueva en este país, a donde no hay tradición que se hubiese
visto ni antes ni después de la conquista, alguna de otra igual
naturaleza.
Tomás Sydenham, hombre nacido para las observacio-
nes de la humanidad enferma y de un carácter de nobilísimo
candor, cargado ya de años y de juiciosa2 experiencia, escri-
bió sobre el ingreso de una nueva calentura, que la descri-
be3 con el cúmulo de peculiares síntomas, que la distinguen4
de las otras calenturas y en un estilo verdaderamente latino.
Plutarco, refiriendo la contestación que tuvieron los médicos
1 fgs, ms. Fjc: omitido: tanto por la malignidad de la fiebre cuanto
2 fgs, ms. Fjc: de juiciosísima
3 fgs: y la describe
4 fgs, ms Fjc: la distinguían
Reflexiones 113

Philon y Diogemano, sobre si la naturaleza puede o no produ-


cir nuevas enfermedades, cita con este motivo a Atenodoro,
que aseguraba que la lepra elefanciaca y el mal de rabia, se
habían dejado ver por la primera vez, cuando vivía el famoso
Asclepiades de Bitinia. Ya se ve, que entonces [ga: 55] eran
nuevas y recién vistas aquellas enfermedades, respecto de la
edad del mundo, que hasta el tiempo de Asclepiades, llevaba
de antigüedad 3920 años. De donde, se debe inferir, que to-
dos los días tenemos nuevos efectos morbosos, que invaden
a la triste naturaleza humana. Y así, es digna de traerse aquí
una sentencia del que yo llamo por antonomasia, Historiador
Natural, el celebérrimo Daubenton. Este hombre doctísimo
destinado por la Providencia, para tener entrada en [fgs: 389]
los arcanos más recónditos de la naturaleza, cuenta los favo-
rables efectos que causó la cascarilla en las disenterías del
año de 1719,1 tanto en las que fueron acompañadas de fie-
bre, cuanto2 en las que no la tenían, y añade: «La ipecacuana
perdió entonces su reputación: mas nada debe concluirse de
esto (aquí está la sentencia muy propia de Daubenton) por-
que de un año a otro, las enfermedades del mismo nombre
son muy diferentes».
Parece, pues, que es lo más verosímil, fijar la primera
aparición de la viruela3, tanto al fin del undécimo siglo, por
lo que hace al tiempo, como en la Arabia, por lo que toca al
territorio. Lo que hay en esto de indubitable,4 por bien averi-
guado, es que se propagó este contagio del cuerpo, del mis-
mo modo y por los mismos pasos, que tres siglos antes, se ha-

1 fgs, ga: 1779 / Es en realidad el año de 1719 y así se confirma en los dos ma-
nuscritos. Años después Daubenton vuelve a utilizar la ipecacuana para
problemas digestivos, administrada en tabletas con chocolate: tabletas de
Daubenton (Nota del editor)
2 fgs: como
3 ga: las viruelas
4 fgs: de indudable,
114 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

bía esparcido la pestilencia espiritual del mahometismo. La


viruela iba también conquistando y haciendo horrible carni-
cería por tantos pueblos, cuantos fueron subyugados en los
tiempos anteriores al imperio de los mahometanos. Así, ella
se extendió por todo el Egipto, la Siria, la Palestina y la Persia;
se hizo conocer a lo largo de las costas del Asia, en la Licia, la
Sicilia y finalmente en las provincias marítimas del África, de
donde con los Sarracenos que infestaron a la Península, pasó
el Mediterráneo, [ga: 56] se difundió en la España, por consi-
guiente era inevitable que se comunicase acá a las Américas.
Contentándonos ahora con la verosimilitud, en orden al
origen de las viruelas, que es pura materia de mero hecho, de-
pendiente de la historia ¿nos atreveremos a sondear el abis-
mo de la causa fermentiva que las produce? Cuanto han dicho
hasta [fgs: 390] aquí los físicos no ha sido sino la producción
de la vanidad, y por consiguiente el testimonio claro de la fla-
queza de espíritu. Sydenham, acaso el único médico, que ha-
bló con ingenuidad y generoso candor, asegura cuando trata
de la fiebre pestilencial y peste de los años 1665 y 666, que
ignora cuál sea la disposición del aire, de quien depende el
aparato morbífico de las enfermedades epidémicas, con es-
pecialidad de las viruelas y peste y venera la bondad miseri-
cordiosísima del Dios Omnipotente, que no queriendo sino
raras veces la propagación mortífera de un aire venenoso y
mal constituido, hace que sólo sirva éste a inducir enferme-
dades de menor riesgo. Es el caso que el sabio inglés sitúa la
causa de las epidemias, en la pésima1 constitución del aire; y
de allí viene la admiración que le ocasiona ver que una misma
enfermedad, en cierta estación, abrace2 a infinito número de
gentes, haciéndose epidémica y en otra, solamente insulte3 a

1 fgs: atribuye la causa de las epidemias a la pésima


2 fgs, ms. Fjc: abraza
3 fgs: insulta / ms. Fjc: insultó
116 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

uno u otro individuo, sin pasar adelante con mayor ímpetu. Lo


cual así sucede, y esta experiencia se presentó también a los
ojos de Sydenham en las viruelas (20).1
Si atendemos a lo que han atribuido de daño o de pro-
vecho al aire los médicos, puede decirse, que en solo este ele-
mento, y sus mutaciones se [fgs: 391] debe hacer consistir la
causa de las enfermedades epidémicas. Y a la verdad, la at-
mósfera que nos circunda, debe tener un influjo muy pode-
roso, sobre nuestros cuerpos para causarles [ga: 57] sensibi-
lísimas alteraciones. Es cosa de espanto lo que juzga un autor
moderno acerca de la atmósfera: quiere él, que ésta sea como
un gran vaso químico, en el cual la materia de todas las espe-
cies de cuerpos sublunares fluctúa en enorme cantidad. Este
vaso (añade el autor), es como un gran horno continuamen-
te expuesto a la acción del sol, de donde resulta innumera-
ble cantidad de operaciones, de sublimaciones, de separacio-
nes, de composiciones, de digestiones, de fermentaciones,2
etcétera.
A esta cuenta, considérese ya ¿cuál no será el carácter
que imprima en la economía animal, cualquiera de estas va-
riedades continuas y perennes de nuestro ambiente? Aun

1 (20) Thom. Sydenham, cap. 2 febr. pestil. Et pestil. annor. 1645 et 66 (Nota de
Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(20.1) Thomas Sydenham.- Capítulo 2, febrero. Pestil. et pestis anuorum 1645
y 1665. Así esta la presente cita en el manuscrito: sospechamos que Espejo se
refiere a la obra titulada Observationes medicae circa morborum acutorum
historiam et curationem, Londres, 1676. Hay una equivocación en una de las
fechas: Sydenham habla de las epidemias, que hubo desde el año de 1661
hasta el de 1675. (Nota de Federico González Suárez)
(20.2) Febr. como abreviatura no corresponde a febrero sino a fiebre. El ca-
pítulo 2 de la sección segunda que cita Espejo, tiene como título: «Febris
Pestilentialis et Pestis annorum 1665 et 1666». También aquí el error debe atri-
buirse al copista que escribió 1645 en lugar de 1665. (Nota del editor)
2 fgs, ms. Fjc: omite: de separaciones, de composiciones, añade: de
putrefacciones,
Reflexiones 117

cuando nada1 hubiera de lo que dice este autor; pero2 no se


puede negar que el cuerpo humano está principalmente con-
movido por la presión de la atmósfera; y esta es de una mole
casi inmensa, respecto a la superficie y fuerzas naturales y
musculares de aquél. Hecho con la mayor exactitud el cálculo,
carga el hombre, sobre todo su cuerpo la cantidad de 3982½3
libras de aire lleno de vapores, que se dice por los filósofos, at-
mósfera. Si ésta muda instantáneamente de temperamento,4
es preciso que turbe nuestra salud, y aun debe causar mayor5
maravilla de6 que no induzca mayores daños, pues que7 aquel
peso puede subir en ciertas estaciones al de8 4000 libras, y
entonces9 debería romper la textura de las partes de nuestro
cuerpo, con especialidad la10 de los pulmones y el corazón, los
cuales sin duda, en estas circunstancias han de aplicar mayor
resistencia y han de ejercitar [fgs: 392] mayor y más vigorosa
acción. No es esto lo más que puede causar la presión de la at-
mósfera: el efecto más temible que puede producir es, volver
la sangre o muy espesa o muy líquida y por consiguiente, que
dentro de las venas y arterias ocupe o muy grande espacio o
muy corto, siempre con detrimento [ga: 58] de la salud y de
la misma vida. ¡Oh! ¡y cómo el vivir es un continuado prodigio!
Ahora pues, si a esta atmósfera se le une una porción de
vapores podridos, será inevitable que contraiga una natura-
leza maligna y contraria a la constitución de la sangre. Esto
bastará para que se suscite una enfermedad epidémica, cuyos

1 ms. Fjc, ms. Mej: Cuando nada


2 fgs: omite: pero
3 fgs, ms. Fjc: de 3890½ / ms. Mej: corregido: 3982½ / añadido al márgen: 85?
4 fgs: de temperatura,
5 fgs: omite: mayor
6 fgs: omite: de
7 fgs: pues ya que
8 ga: ocasiones a / fgs, ms. Fjc, ms. Mej: estaciones al de
9 fgs: omite: y entonces
10 ga: especialmente / fgs, ms. Fjc, ms. Mej: con especialidad la
118 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

síntomas correspondan a la calidad propia del veneno inspi-


rado por los pulmones y derramado en todas las entrañas. La
generación de las enfermedades contagiosas pide principios
peculiares que las caractericen. De allí vienen las disenterías,
las anginas, los cólicos, las perineumonías, las fiebres que rápi-
damente han acometido a la mayor parte de una ciudad. Una
fiebre catarral benigna casi en un mismo día echó a la cama a
toda la gente de Quito el año pasado de 1761.1 Después ex-
perimentamos un flujo de vientre epidémico y anginas, por el
año de 1765.2
¿Quién podrá comprender el misterio de que en seme-
jantes ocasiones, el aire venenoso determine3 a ciertas partes
del cuerpo y no a otras sus tiros perjudiciales? Los físicos4 se
esfuerzan a atribuir este efecto a la diversa configuración de
las moléculas pestilenciales y a la capacidad diversísima de los
diámetros que constituyen la superficie de las fibras del cuer-
po. Un glóbulo, pues, entrará bien por un poro orbicular, un
corpúsculo cuadrado [fgs: 393] por un diámetro de la misma
figura, etcétera. Así las cantáridas insinúan sus partículas en
los órganos que sirven a la filtración de la orina. El mercurio,
a donde quiera que se aplique, sube a las fauces y a las glán-
dulas salivales, a pesar de su conocida gravedad. El alcíbar5 se
fija más bien en el hígado que no en el bazo, etcétera. Y así
respectivamente con los venenos y los medicamentos suce-
de lo mismo. Pero, ¿de dónde sabremos evidentemente, que
pase este recíproco mecanismo, así de la acción [ga: 59] de
aquellos, como de la reacción de los resortes de la máquina
animal? Esto es muy oscuro e impenetrable, y la física queda6

1 ga, fgs, 1767


2 fgs, ms. Fjc: por el año de 1769
3 fgs: dirija
4 fgs, ms. Fjc: filósofos
5 ms. Fjc, ms. Mej: azivar
6 fgs, ms. Fjc: se queda
Reflexiones 119

siempre en la ignorancia de las causas, que producen tantos


admirables movimientos en la naturaleza. Siendo el aire un
elemento común, que le atrae el hombre, le inspira el cuadrú-
pedo, le goza el insecto y aun le necesita el pez, no sabemos
por qué estando en cierta constitución determinada la atmós-
fera, vive el hombre en el seno de la tranquilidad de humores
y el perro, verbi gratia; se muere con un garrotillo, el buey, con
una dislocación de piernas, y aun la planta se marchita con
una especie de cáncer, propia de su constitución.
Bernardino Ramazzini, hace memoria de una epidemia
contagiosa que comprendió sólo a los bueyes,1 empezando
primeramente en los campos de Vicencio, propagándose des-
pués a los de Padua y extendiéndose hasta casi todo el distrito
veneciano. Esta2 fiebre maligna, que insultó3 a sola la especie
vacuna, con unos síntomas perniciosísimos de ansiedad, aho-
go, ronquido, atolondramiento, evacuación de cierta materia
de mal olor que bajaba por las narices, flujo de vientre fetidí-
simo, algunas veces sanguíneo, inapetencia al pasto y [fgs:
394] pústulas4 parecidas a las de las viruelas que brotaban al
quinto o sexto día, con muerte de casi todos los bueyes con-
tagiados, al séptimo del acontecimiento. Esto que pasa con el
buey y refiere Ramazzini (21)5, acontece periódicamente en la
república de las aves y aun en el nuevo mundo de los insec-
tos. Toda especie de viviente, padece su epidemia y muerte

1 fgs: invadió sólo a los bueyes / ms. Fjc, ms. Mej: comprendió a solos los bueyes
2 ms. Mej, fgs, ms. Mej: Era
3 fgs: la que invadió / ms. Fjc, ms. Mej: la que insultó
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: postillas
5 (21) Bernard Ramazzini: dissertat. de epidem. contag. quae in boves irrepsit
(Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(21.1) Bernard Ramazzini, Disertación De vitanda contagia quae in boyes
irrepsit. (Nota de Federico González Suárez)
(21.2) B. Ramazzini, Dissertat. De contagiosa epidemia quae in Patavino agro
et tota fere Veneta ditione in Boves irrepsit, Patavii, ex typ. Io. Bapt. ... Padua,
1711 (Nota del editor)
120 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

en una general revolución que llega a conmover la armonía


de sus sólidos y líquidos. Lo más que se puede inferir de aquí
es que hay tósigos en la atmósfera adecuados a los individuos
de cada especie racional o bruta. Pero habrá estación en que
el aire contraiga una pestilencia que ataque simultáneamente
[ga: 60] a hombres1 y brutos, a vivientes e insensibles: enton-
ces la epidemia será universal.
De esta manera, toda la masa del aire, no es más que un
vehículo apto, para transmitir hacia diversos puntos la hete-
rogeneidad de que está recargado.2 Luego el aire mismo no
es la causa inmediata de las enfermedades, especialmente de
las epidémicas;3 y esas partículas que hacen el contagio, son
otros tantos cuerpecillos distintos del fluido elemental elás-
tico que llamamos aire. Luego es necesaria la conmistión de
aquellos y de éste, para que4 resulten esos maravillosos fenó-
menos, que aparecen de cuando en cuando, para terror5 y rui-
na de los mortales.
La historia nos ministra mucha materia para discurrir así:
Plutarco (22),6 refiere que una ballena arrojada a la ribera de
la provincia7 de Bunias se corrompió y con su putrefacción
causó una peste muy porfiada. Un caso igual trae Paulo Jovio,
sucedido por motivo de otra ballena podrida en la [fgs: 395]
costa del mar y que infectó8 a sus regiones vecinas que fue-
ron las de Génova. Pero el ejemplo que voy a referir, no tiene
1 ga: al hombre / fgs, ms. Fjc, ms. Mej: a hombres
2 fgs, ms. Fjc: párrafo trunco / fgs, ms. Fjc: omite: hacia diversos puntos la hete-
rogeneidad de que está recargado. Añade: fgs: en vago / ms. Fjc: a vago.
3 fgs: omite: especialmente de las epidémicas;
4 fgs, ms. Fjc: omite: la conmistión de aquellos y de éste, para que
5 fgs, ms. Fjc: para el temor
6 (22) Plutarco. lib. de industria animalium. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(22.1) Plutarco, De iudustrias animalium. (Nota de Federico González Suárez)
(22.2) Lo que refiere Plutarco se encuentra en los Diálogos sobre los animales
de mar y tierra. Plutarque: Oeuvres morales, Volumen 4 (Nota del editor)
7 fgs, ms. Fjc: de una provincia
8 fgs, ms. Fjc: infestó,
Reflexiones 121

semejante, a mi ver, en toda la serie de los siglos1 (23).2 El año


de Roma 627 siendo cónsul Marco Fulvio Flacco, se difundió
(24)3 una espantosa multitud de langostas por toda el África,
o lo que hoy llamamos las costas de Berbería. Ellas no roían
solamente las tiernas espigas, las plantas y las hojas de los ár-
boles, sino también sus cortezas y aun los leños mismos. No
está en esto que se acaba de decir, lo singular; sino en que ha-
biéndolas llevado el viento del mar4 se sumergieron; pero sa-
liendo sus cadáveres por medio de las ondas a las orillas, for-
maron5 inmensos montones y de tal suerte corrompieron el
aire, que se encendió luego una enfermedad, que infeccionó6
a los hombres y a las bestias. Si hemos de dar crédito a Orosio,
[ga: 61] acerca de la prodigiosa mortandad que causó la pes-
te, sube aquella al número de ochocientos mil en la Numidia y
de doscientos mil, en la provincia de Cartago.
Véase aquí cómo la infección, que adquiere el aire7 con
las partículas extrañas, que fluctúan dentro de él,8 causa todos
los estragos que se advierten en todas las epidemias. ¿Cómo
hemos de saber qué figura tengan ellas o qué naturaleza? Lo
que nos avisan nuestros sentidos es, que cuando hay el con-
curso de mucha humedad y mucho calor, se produce la putre-

1 fgs, ms Fjc: párrafo trunco / fgs, ms. Fjc: omite: el ejemplo que voy a referir, no
tiene semejante, / dice: pero a mi ver, a toda la serie de los siglos
2 (23.1) Este pasaje nos parece que, en el original de que nos servimos para ha-
cer la presente impresión, se halla trunco; y conjeturamos que quien sacó la
copia suprimió algunos renglones, dejando, a causa de eso, el sentido incom-
prensible. (Nota de Federico González Suárez)
3 (24) Paul. Orosio lib. 5 c. 11 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(24.1) Paulo Orosio, libro 5, capítulo 11.
4 fgs: al mar
5 fgs: formaban
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: inficionó
7 fgs, ms. Fjc: omite: el aire
8 fgs: dentro del aire
122 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

facción. Dapper en su [fgs: 396] descripción (25)1 del África,


dice: que experimentó, que nunca se encendió la peste en el
Egipto, sino cuando crecieron con demasía las aguas del Nilo
e inundaron todas las regiones; con cuyo motivo sucede, que
estancándose las aguas, se vuelve toda la tierra pantanosa y
que viniendo después los vientos australes y un calor excesi-
vo se vuelve el aire infecto y propio para suscitar2 la peste. Por
otra parte, nuestros mismos sentidos nos hacen conocer prác-
ticamente, que cuando hay el tal concurso de calor y hume-
dad y por consiguiente el tal principio de lo que se dice putre-
facción, se subsigue indispensablemente la generación de los
insectos. Parece, que por una coacción de esas que hace una
cadena de conjeturas el entendimiento, debemos atribuir a
éstos la causa de las viruelas; y que si se ha de asignar alguna,
sea aquella que contente cuando menos a la curiosidad del
espíritu, inquieto siempre por saber lo que no puede alcanzar.
En la casi infinita variedad de esos atomillos vivientes, se
tiene un admirable recurso para explicar la prodigiosa mul-
titud de epidemias tan diferentes y de síntomas tan varios
que se ofrecen a la observación. La dificultad más insupera-
ble es la que causa la viruela [ga: 62] acometiendo3 a casi to-
dos los que no probaron su contagio y perdonando también
a casi todos los que ya habían padecido. ¿Adónde está el in-
genio más luminoso que pueda penetrar estos arcanos? Aquí
no hay sino humillarse a confesar nuestra debilidad y nues-
tra ignorancia. Pero no solamente lo que pasa con las viruelas
debe causar nuestra humillación: todas las [fgs: 397] enfer-
medades, y para decir mejor, todas las cosas de la naturaleza,
ofrecen a cada paso un conjunto casi infinito de prodigios y
1 (25) Dapper. Descrip. Africae pág. 127 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(25.1) Dapper, Descriptio Africae, página 127 (Nota de Federico González
Suárez).
2 fgs, ms. Fjc: evitar
3 ga: asistiendo / fgs, ms. Fjc, ms. Mej: acometiendo
124 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

misterios. ¿Quién conoce la causa del constante período de la


terciana? ¿Quién penetra la naturaleza del contagio del mal
de rabia, que suele esconderse1 dentro del cuerpo humano
por muchos meses y2 por muchos años, sin manifestar o sin
poner en movimiento su veneno. Y así mismo con todas las
enfermedades, sus períodos, sus intervalos, sus graduaciones
y todas sus vicisitudes? Atrévome a decir, que ofreceré al me-
jor físico la mayor dificultad en la dolencia más ordinaria. Esto
no quita, que por la verosimilitud que presta la naturaleza de
los insectos, se juzgue que éstos son la causa de las viruelas.
Cada cuerpo de cualquier género que sea, tiene su pe-
culiar especie de insectos que se le pegan y le son como na-
turales, con particularidad. El aire, el agua, la tierra, las flores,
los frutos, los palos, los mármoles, los peces, las telas, en fin,
el microscopio ha descubierto un nuevo mundo de vivientes,
que se anidan proporcionalmente en todas las cosas. Entre
todas, el hombre es el más acometido de muchísimas castas
y familias de estos huéspedes molestos en todas las partes3
más principales de su cuerpo. Fuera de otros insectos propios
a cada entraña, han hallado los anatomistas los que parecen
comunes a todas, que son las variedades de lombrices,4 en el
cerebro, en el hígado, en el corazón, [ga: 63] en la vejiga, en el
ombligo y en la misma sangre. No se hable de las úlceras y de
los efectos del cutis, en los que encuentra la vista armada del
microscopio un hormiguero, o por mejor decir un torbellino
de átomos voraces y animados.
Y viniendo [fgs: 398] a nuestro asunto, el famoso Berrillo
ha observado gusanillos de cierta configuración en las pústu-
las5 de la viruela por medio del microscopio y Pedro de Castro
1 ga: extenderse / fgs, ms. Fjc, ms. Mej: esconderse
2 fgs: añade: aun
3 fgs, ms. Fjc: en todas, o las partes
4 fgs, ms. Fjc: omite: variedades de
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: postillas
Reflexiones 125

los ha visto en la peste napolitana del siglo XV, en1 cuyos bu-
bones hormigueaban los insectos. Así, no hay mucha justicia
en improbar la sentencia de tantos médicos que asientan la
causa de todas las enfermedades epidémicas en los dichos
animalillos o corpúsculos.2 Su comunicación al aire, a la san-
gre, al sistema nervioso, a todas las partes sólidas, explican fí-
sica y mecánicamente la que se dé de3 un cuerpo a otro y de
un pueblo a otro en las viruelas. Antes bien, en esta opinión
se concibe claramente, porque al tiempo de su supuración
comunica el virolento su contagio, más que en el del princi-
pio, erupción y aumento. Porque entonces los insectos están
ya4 en el ardor de su propagación y en el de su mayor movi-
miento y capacidad a desprenderse5 y correr hasta una dis-
tancia muy corta6 que les permite el determinado volumen de
su cuerpecillo. Nada hay aquí de extraño o extravagante, que
choque ni a la razón ni a los sentidos. Si se pudieran apurar
más las observaciones microscópicas, aún más allá de lo que
las adelantaron Malpigio, Reaumur, Buffon y Needham, quizá
encontraríamos en la incubación, ovación,7 desarrollamiento,
situación, figura, movimiento y duración de estos corpúsculos
movibles, la regla que podría servir a explicar toda la naturale-
za, grados, propiedades y síntomas de8 las fiebres epidémicas
y en particular de la viruela (26).9 [fgs: 399] [ga: 64]

1 fgs: omite: en la peste napolitana del siglo XV, en


2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: omite: o corpúsculos.
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: la que se da de
4 fgs: ya están
5 fgs: para desprenderse
6 fgs: omite: muy corta,
7 fgs: omite: ovación; ms. Fjc: o vocación
8 fs, ms. Fjc: ms. Mej: añade: todas
9 (26.1) Muy curiosa nos parece esta observación de nuestro compatriota: en
efecto, Espejo presagia, con una previsión verdaderamente admirable, los
descubrimientos del célebre monsieur Pasteur, y la teoría médica, hoy tan en
boga, de los microbios, como causa eficiente de las enfermedades, sobre todo
de las contagiosas. (Nota de Federico González Suárez)
126 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Podría suceder, y sucederá efectivamente, que también


entre los insectos como entre los demás animales que vemos,
haya mezcla de un insectillo de una especie, con otra de dis-
tinta, de cuyo acto generativo, resulte una tercera entidad, o
un monstruo en aquella línea. Entonces se hace necesario,
que si esta nueva casta es venenosa y se introduce en el cuer-
po del hombre, le cause nueva molestia o una nueva nueva
enfermedad, no conocida en los tiempos anteriores. ¿No po-
día empezar de esta manera1 el contagio varioloso? Quizá ha
habido en la Arabia la cópula preparatoria de un insecto pes-
tilente con otro insecto leproso (si es lícito hablar así) de don-
de haya nacido un nuevo insecto varioloso o causador de la
viruela. Porque ésta es constante que participa de la calidad
de la lepra en grado remiso y del carácter de la peste en gra-
do más intenso. Y a veces sucede que saliendo coinquinado el
virolento de cierta putrefacción en toda la masa de la sangre,
al tiempo de la crisis, suele quedar lazarino de por vida. Más
acontece, y es que al tiempo mismo de la maduración o cuan-
do la intenta la naturaleza, se vuelven como leprosos los viro-
lentos, con esa lepra elefancíaca y cenicienta. Esto pasa con la
viruela llamada confluente, que es de las más malignas y en-
tonces se levantan en el rostro algunas vejigas gangrenosas,
que cuando se rompen, manan un líquido muy fétido que el
vulgo nombra, aguadija; y Celso le dio la denominación [fgs:
400] de Ichos. (27)2 Después que sale éste se manifiestan roí-
das o carcomidas la piel o cutis y hasta la membrana cerosa,
por una materia propia de la gangrena.
1 fgs, ms. Fjc: ¿No podría empezar de otra manera
2 (27) Celso lib. 5. cap. 26. n.º 20 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(27.1) Celso, Libro 5.º, capítulo 26, n.º 20.
Así en el manuscrito. Sin duda, la obra, que cita Espejo, es la de Celso (Aurelio),
cuyo título es De Medicina Libri octo, Amsterdam, 1713. (Nota de Federico
González Suárez)
(27.2) La expresión citada por Espejo consta efectivamente en el Libro “quin-
tus” capítulo 26, párrafo 20. (Nota del editor)
Reflexiones 127

Las viruelas del año de 1764 fueron de esta clase y los


virolentos no eran los más, sino unos leprosos a quienes se
les caían grandes cantidades del cutis y de las partes carno-
sas, especialmente de los brazos y de las piernas. El [ga: 65]
mísero hermano que se me murió en aquella epidemia del ci-
tado año de 64 padeció este horrible síntoma, seguido de un
calor urgente espantoso. Con este motivo pude ver (lo que
nuestras gentes tenían por cosa rara y nunca vista en todas
las antecedentes1 epidemias variolosas), en los celebérrimos
Sydenham y Morton (28),2 que habían observado esto mis-
mo y que semejantes viruelas gangrenosas habían vuelto a
aparecer en el tiempo del muy ilustre y muy sabio Gerardo
Van Swieten, honor de los discípulos y de la familia del gran
Boerhaave. Este erudito y sapientísimo médico dice que expe-
rimentó que algunas veces se elevaban sobre las piernas de
estos virolentos unas vejigas de la magnitud de un huevo de
gallina, llenas de una sanguaza podrida [fgs: 401] sutil, que
si llegaban a abrirse dejaban ver toda la carne gangrenada y
negra. Pero debemos traer a la memoria que en las gangrenas
y en el cáncer se hallan en muchedumbre los insectos; y este
recuerdo hace mucho a mi propósito.
A mi corto juicio, nada satisface tan completamente a
la razón filosófica, como la causa de la viruela explicada del
modo que se acaba de establecer. El sistema patológico (29)3
1 fgs: anteriores
2 (28) Morton De febrib. inflammator. cap. 9. n.º 3. et historii, 2. 3. 30. 57. 60. 61.
62. Sidenham. dissert. epist. ad Guill. Cole. Van Switen pecul. var. tr. (Nota de
Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(28.1) Morton, De febribus inflammatoriis, capítulo 9, n.º 3, et historii, 2, 3,
30, 57, 60, 61, y 62. Sydenham, Disertatio epistolaris ad Gullielmum Cole. Van
Swieten, Pecul, var. tr.
Creemos que Espejo se refiere a los comentarios, que Van Swieten puso a
los Aforismos de Boerhaave, París 1773. Cinco volúmenes en latín. (Nota de
Federico González Suárez)
3 (29) Gaubio Pathol. pág. 32 n.º 74 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(29.1) Gaubio, Pathol., página 32, n.º 74.
128 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

de Gaubio es en sí muy general y adaptable a cuantos fenó-


menos se obran en todo el Universo. Los dos principios para
contraer cualquiera enfermedad, que él llama semina morbo-
rum et potentiae nocentes, constituyen una perogrullada de a
folio. Porque tales semillas de las enfermedades, no son más
que unas predisposiciones para enfermar; y las potencias noci-
vas son todas las cosas que pueden causar un mal. Esta expli-
cación no está fundada en las leyes del movimiento y meca-
nismo. Es como si se dijera: se enciende el fierro1 en la fragua,
porque en el fierro hay una semilla o predisposición para en-
cenderse y concurrió2 la [ga: 66] potencia inflamatoria para
causar el incendio. Asimismo si se preguntaría3 ¿por qué el ojo
ve? se respondería siguiendo a Gaubio de esta manera: por-
que el ojo tiene una predisposición o semilla para ver, y hay
una potencia visiva que ocasiona la visión. La fisiología y la pa-
tología no necesitan de otros principios para dar la razón de
todas las causas y de [fgs: 402] todos los efectos generalmen-
te. ¿Cuándo será que las enfermedades nos obliguen a formar
una teología médica, para reconocer siempre en la salud y en
la dolencia la mano de una Providencia Soberana?
Del modo, que el piadoso Nieuwentyt,4 como le apelli-
da Muschembroeck (30),5 se extendió en las contemplaciones
del mundo, para admirar la sabiduría de su autor y que con
Probablemente Espejo se refiere a las Institutiones Philosophicae Patologiae
medicinalis, Leiden, 1758. (Nota de Federico González Suárez)
(29.2) Gaubio: Institutiones Pathologies Medicinalis. 8vo. Leidae Batavorum,
1758.
1 fgs: hierro
2 fgs: concurre
3 fgs, ms. Fjc: Así mismo si se preguntara,
4 ga: Nicuwentyt
5 (30) Musschembroek, pref. ad phissi. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(30.1) Musschembroek, Praef. ad Physi.
Espejo cita la introducción o prefacio, que el célebre físico holandés antepuso
a su obra Elementa Physicae. Tenemos a la vista la segunda edición de Venecia,
1752. El prefacio, en que está citado Nienwentyt, no es de Musschembroek,
Reflexiones 129

el mismo objeto escribió su Teología física, Mr. Derham, de-


bíamos nosotros subir a la causa moral de las enfermedades
humanas. El pecado infundió1 en toda la posteridad de Adán
una constitución morbosa, y así como quedó enferma y caída
la naturaleza, por lo que mira a la gracia, así quedó doliente y
trabajada por lo que toca a su organización corpórea.
Todo hombre, por más robusto y sano que parezca, pa-
dece las incomodidades de la vida; y el cansancio, el hambre,
la sed, los disgustos interiores, las secretas aflicciones que ex-
perimentan las gentes que parece están en el auge de su sa-
nidad, son pequeñas enfermedades que le anuncian su mor-
talidad. De manera que como a las mismas indisposiciones
más graves de la salud llamó Tertuliano (31)2 porciones de la
muerte, así mismo a esta robustez, y a esta constitución ágil y
vigorosa de los miembros, a esta misma sucesión regular de
las [fgs: 403] funciones vitales; llamaremos porciones de la
enfermedad, porque en todas ellas hay un principio secreto
que va gastando los sólidos y disminuyendo sus [ga: 67] fuer-
zas, que va indisponiendo los líquidos y dejándoles menos es-
pirituosos. Y todo concurre a disponer las debilidades de la
vejez, las cercanías de la muerte y al fin la absoluta abolición
del movimiento, en que consiste la vida. Esta, pues, por la mis-
ma razón de la caída de la naturaleza, tiene tantos enemigos
cuantos son los entes que la rodean. De suerte que mirándolo
bien todos los elementos están tumultuados contra la salud
del hombre.
Paréceme que esta reflexión debe ser el fruto de la ver-
dadera filosofía y en consecuencia de ella hay otro de muy

sino del adicionador de la obra de éste, en la expresada edición de Venecia de


1752. (Nota de Federico González Suárez)
1 ga: concilió
2 (31) Tertulian in exhortat ad martyrium (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(31.1) Tertuliano, In exhortatione ad martyres. (Nota de Federico González
Suárez)
130 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

exquisito valor, que se puede sacar y es que en asuntos de


la física1 universal o particular, es suprema nuestra ignoran-
cia. Toda condición del cuerpo humano que lastima las accio-
nes vitales, las naturales2 y también las animales se llama en-
fermedad dice el restaurador de la verdadera medicina, (32)3
Boerhaave. Si dentro4 de nosotros mismos tenemos una lima
sorda que va gastando insensiblemente los resortes de esta
máquina nuestra, que es infinitamente complicada ¿cómo no
nos llamaremos5 siempre enfermos?
Bajo este punto de vista es muy superficial el modo de
concebir las causas de las enfermedades del célebre Gaubio.
Por lo menos, ¿cómo por los dos principios, citados se expli-
carán los efectos de [fgs: 404] lo que entre los físicos se llama
idiosincrasia? Desde luego el que el opio, tomado en cantidad
de cerca de dos onzas y eso por tres ocasiones en cada día, le
conservase firme6 la cabeza para hablar y disputar con acierto
a cierto hombre, que tenía la costumbre de tomarlo, como lo
refiere García del Huerto (33)7 ¿cómo se podrá explicar fácil-
mente o sin una adivinanza8 de Perogrullo en el sistema gau-
biano? De la misma suerte, nadie podrá por los mismos princi-
pios salir con felicidad en la explicación del siguiente efecto.9

1 fgs, ms. Fjc: filosofía,


2 fgs: la naturaleza física; ms. Fjc: las naturalezas
3 (32) Boerhaave de cognose et cur. morb. aph 1 (Nota de Eugenio Espejo - ms.
Fjc)
(32.1) Boerhaave. De cognoscendis et curandis morbis, Aforismo 1. (Nota de
Federico González Suárez)
4 fgs: Luego si dentro
5 fgs: como nosotros no nos hallaremos
6 fgs: le conserve tan firme
7 (33) García del Huerto lib. 9 cap. 18 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc) (Nota de
Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(33.1) García del Huerto, Libro 9, capítulo 18 (Nota de Federico González
Suárez) (Nota de Federico González Suárez).
8 fgs: adivinación
9 fgs: omite: del siguiente efecto / añade: de lo que
Reflexiones 131

[ga: 68] Teofrasto (34)1 cuenta que cierto hombre tomaba2


ordinariamente muchos manojos de eléboro, sin experimen-
tar algún daño. Horacio Augenio refiere, según afirma3 Juan
Domingo Sala, (35)4 que un noble romano aborrecía en sumo
grado las rosas5 y todas sus composiciones; pero acometido
éste de una terciana,6 que en otras ocasiones la había padeci-
do sin mayor peligro, quedó muerto tan solamente porque le
ministraron7 un poco de la miel rosada solutiva. En fin, el siste-
ma de Gaubio, nada satisface en punto del contagio variolo-
so y don Francisco Gil que lo ha adoptado, se ve en la necesi-
dad de recurrir a las mismas causas asignadas por los árabes a
quienes había poco antes reprobado. Véase pues, ahora cómo
acontece este hecho que a primera vista parecerá increíble.
Rhazis,8 el más antiguo de los médicos mahometa-
nos, el mejor de ellos, según el juicio unánime [fgs: 405] de
Morton, Lister, Jacobo de Castro y James y el primero como
el mismo Rhazis lo afirma, que escribió el tratado de viruelas
con claridad y exactitud. Este mismo Rhazis, digo, señala por
causa de esta enfermedad una especie de contagio innato.
¡Pensamiento atrevido y jamás escuchado hasta entonces en
la medicina! Este contagio es cierto género de levadura en la
sangre, semejante a aquel que hay en el vino nuevo, la cual
fermenta y después de los movimientos de fermentación se
purifica más tarde o más temprano, arrojando fuera de sí las
1 (34) Theophrast. de hist. plant. 19. 18 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(34.1) Teofrasto, De historia plantarum, 9, 18 (Nota de Federico González
Suárez).
2 fgs: en la explicación de lo que Teofrasto cuenta de cierto hombre que tomaba
3 ms. Fjc: según lo refiere / ms. Mej: según lo testifica
4 (35) Domin. Sala art. med. cap. 40 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(35.1) Domingo Sala, Artículos médicos, capítulo 10 (Nota de Federico
González Suárez).
5 ga: a las rosas
6 fgs: terciaria,
7 fgs: administraron
8 ms. Fjc: Racés / ms. Mej: Razés
132 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

materias morbíficas o pecantes por las glándulas de la piel.


Esta patología de las viruelas, la siguieron Avicena, Mesue y
los demás de su nación, acerca de la causa de éstas; y la siguie-
ron muchos otros modernos aplicándola a la que suscita las
demás fiebres en general. Ahora bien, ¿qué quieren decir esas
predisposiciones para recibir las enfermedades, que [ga: 69] se
hallan en el cuerpo y esas potencias nocivas que tienen actividad
para producirlas en un cuerpo que se halla con las dichas predis-
posiciones? Paréceme, que semillas y potencias vienen a dar en
cierto1 contagio innato arábigo, inventado desde el siglo dé-
cimo de nuestra era; pues, que éste abraza igualmente que la
disposición natural del cuerpo, la potencia nociva análoga a
ella, capaz de poner alguna vez en conocido movimiento su
efecto que es la viruela.
Por otra parte don Francisco Gil, demuestra mejor su
pensamiento en estas palabras: «rara es la condición del
fomes varioloso innato al hombre». Por más alteraciones
que padezcan sus humores con la edad, con la mutación
de alimentos, de países y de vida, y aun con el notable [fgs:
406] trastorno que se experimenta en las enfermedades, ni
se evacua, ni se disminuye, ni menos se pone en acción de
producir viruelas, hasta que se le mezcle aquel determinado
miasma contagioso que le es análogo... Ni se crea que Gaubio
y don Francisco Gil señalasen dos principios cuando Rhazis
asigna sólo uno. Es hacer demasiada injuria a un físico como
Rhazis pensar así, porque éste ni más ni menos que aquellos
requiere el comprincipio de cierta cosa que ayude a la
fermentación o la ponga en acto. Y cuando asemeja ésta a
la que se obra en el vino nuevo, es demasiada falta de crítica
creer que Rhazis pensase, que el vino fermentase2 por sus
propias fuerzas, esto es sin la concurrencia del aire externo

1 fgs: en aquel
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: fermentaba
134 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

y de otros comprincipios (para explicarme así) domésticos y


extraños. Véanse aquí (también se me perdonará esta frase)
otros tantos miasmas o potencias activas, que obligan a la
fermentación. Así pues, Rhazis, ha requerido fuera del fomes
innato, alguna otra cosa que la activase, la que para hablar
con Gaubio, llamaremos potencia nociva. [ga: 70]
Concluyamos de aquí, que Martín Lister (36)1 aseguró
muy bien, que nuestros modernos nada añadieron a lo que
dejaron escrito los árabes acerca de la causa de las Viruelas.
Pero Jacobo de Castro, (37)2 también médico famoso, londi-
nense, añade que estos médicos hicieron sus observaciones
[fgs: 407] con la mayor exactitud y hablaron tan bien acer-
ca de su historia, su causa y su método curativo, que nues-
tros autores de hoy apenas han tenido que decir alguna cosa
muy corta. Igualmente digamos dos puntos sobre este artí-
culo. Primero: que no es ajeno de este papel hablar de la cau-
sa de las viruelas, tan a la larga; pues esto no es, ni puede ser
indiferente a los médicos: antes, en vista de lo que se ha tra-
tado aquí y con el deseo de adelantar algo sobre la materia,
estudiarán en entender a los mejores3 autores, que han escri-
to acerca de ella, que no es pequeño interés. Segundo: que
sea cual fuere la causa de las viruelas, se debe estar en la su-
posición de que su contagio se comunica por medio de un
contacto físico próximo, que se hace inmediatamente de un
cuerpo a otro, el que4 no se difunde con la misma violencia, ra-
pidez y dirección que el aire. Y saber todo esto contribuye fe-
lizmente al establecimiento del método preservativo de don
1 (36) Martin Lister tract. de varioliis (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(36.1) Martín Lister, Tratatus de varioliis. (Nota de Federico González Suárez)
2 (37) Jacob. de Castro dissertat. in iniculationis methodum (Nota de Eugenio
Espejo - ms. Fjc)
(37.1) Jacobo de Castro, Disertación, In inmoculationis melhodum. (Nota de
Federico González Suárez)
3 fgs, ms. Fjc: mayores
4 fgs: el cual
Reflexiones 135

Francisco Gil. Cuando1 no le sea fácil al público el saberlo, le


será más fácil gozar de sus ventajas, que reconocerlas. Pero
vamos a otras reflexiones.
Lo vasto del proyecto, que estoy considerando es que si
consiste en la extinción de una enfermedad, que juzgaron los
árabes era hereditaria, depende más bien que en él abraza2
el exterminio universal de toda dolencia contagiosa. A vuelta
de esto, veo que en Quito se van a practicar todos los medios
concernientes a la salud pública de manera que en esta ciu-
dad, [ga: 71] llamaremos al tal proyecto, la clave que fran-
quea las puertas a la policía médica. Los ramos de ésta que me
vinieren a la memoria, los iré anotando, conforme se me ofre-
ciese su ocurrencia; [fgs: 408] pues que todos ellos merecen
la atención de un ciudadano.

Aire Popular

Éste es demasiado fétido y lleno de cuerpos extraños


podridos, y los motivos que hay para esto, son, primero: los
puercos que vagan de día por las calles, y que de noche van
a dormir dentro de las tiendas de sus amos, que son general-
mente los indios y los mestizos. Segundo: estos mismos que
hacen sus comunes necesidades, sin el más mínimo ápice de
vergüenza en las plazuelas y calles más públicas de la ciudad.
Tercero: los dueños de las casas, que teniendo criados muy
negligentes y de pésima educación, permiten, que éstos arro-
jen las inmundicias todas, al primer paso que dan fuera de la
misma casa, de manera, que ellas quedan represadas y fer-
mentándose por mucho tiempo. Cuarto: la poquísima agua
que corre por las calles de la ciudad.

1 fgs: Aun cuando


2 fgs: omite: depende más bien que en él. Añade: además / ms. Fjc: omite: de-
pende más bien que en él. Añade: por demás
136 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Remedios1

Los puercos

La cría de puercos dentro de la ciudad y de sus tien-


das, parece una necesidad inevitable, porque su manteca es
la que se gasta en todos los guisados y porque respecto de
esto, es ella una negociación o ramo de ésta, que hacen los
indios, como lo dicen, para aliviar su miseria. Pero sobre que
no calculan ellos, cuánto [ga: 72] gastan en engordarlos y
que no corresponde al gasto la ganancia, se debe prohibir en-
teramente el que así los ceben; sacándolos de dentro de las
tiendas y de las mismas casas, por medio de los alcaldes de
barrio2 por lo que mira a algunas partidas algo numerosas que
traen los mismos indios de los pueblos vecinos, para vender,
deberían ponerlas de venta en pie y al matadero dentro de la
carnicería de ganado mayor, obligándolos [fgs: 409] a este
género de abasto público, sin gravarles con pensión alguna.
La casa de carnicería por la capacidad que tiene, dará lugar a
esta matanza; y se conseguirá que la manteca se venda pura
y sin mezcla, que las indias fraudulentas la añaden para sacar
mayor logro.3 Por lo que mira a los puercos, que llaman de re-
galo y vienen a algunas casas,4 se desearía que los guardias de
alcabala y aguardientes avisaran de su ingreso al alcalde res-
pectivo a donde corresponde la casa, para que sin ruido o con
bastante secreto averiguara la verdad y aun tratara con él mis-
mo de procurar que los mataran5 cuanto antes. En lo que no
habrá la mayor6 dificultad porque esos puercos, como vienen
1 fgs, ms. Fjc: añade como subtítulo: 1.º Los puercos (también lo añadimos aquí)
2 fgs, ms. Fjc: del barrio. Y
3 fgs: lucro.
4 fgs, ms. Fjc: a algunas personas,
5 fgs: que los maten
6 fgs: omite: la mayor
Reflexiones 137

ya gordos y cebados, no necesitan de que se los alimente1 por


largos días en las casas.
2.º Para impedir que los indios y mestizos excreten en
las calles y plazas públicas, se debía ordenar se hiciera un pi-
lar o poste en cada calle a costa de los vecinos de ella y éste
no requeriría para su formación a más que a un real o dos, de
cada dueño de casa; armado de su pequeña argolla. Deberá
ser portátil para que en las noches se depositara en la casa del
vecino2 honrado y de mayor respeto, que se hallase en la tal
calle. Este mismo, podría tener la facultad de atar al poste, por
un cuarto de hora al que hallase exonerando el vientre públi-
camente. [ga: 73]
3.º Los alcaldes de barrio deberán estar rondando las ca-
lles, de día para notar las suciedades que hayan en las calles, y
conformándose con lo que el Gobierno tiene ordenado repe-
tidas veces acerca de esto, proceder a las multas de los due-
ños de casa negligentes y que permiten basuras en sus [fgs:
410] puertas. Pero, como hay gentes malignas y de pésima
índole, que querrán gravar a los vecinos con algún trabajo,
echándoles de noche y a oscuras las porquerías, será bien que
los alcaldes de barrio, sin adelantarse a infligir la pena a los ca-
seros, se contenten con hacerles limpiar a su vista, valiéndose
de las gentes de las tiendas y donde no las hubiere, de las de
los cuartos que llaman alquilones indistintamente y si pudiera
conocerse de aquellas que3 han arrojado las tales porquerías.
4.º Mejor fuera que absolutamente no corriera agua al-
guna por las calles, porque entonces, faltando la humedad y
calor que son los constitutivos de la corrupción, no se levan-
tarán los continuos catarros, toses y oftalmías que padecemos

1 fgs: de que los alimenten


2 fgs: añade: más
3 fgs, ms. Fjc: no las hubiese, de la de los cuartos, que llaman alquilones, indis-
tintamente, y (si puede conocerse), de aquellas que / ms. Mej: sin paréntesis
138 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

a la entrada y salida de lo que acá decimos veranos. Mientras


en los aldeorrios1 vecinos se goza de salud, regularmente en
Quito al tiempo de la mutación del temporal, contraemos al-
guna ligera enfermedad epidémica, a vuelta de la que se en-
cienden fiebres malignas y dolores de costado, de pésima
naturaleza.
De haber agua, había de ser en copia y tanta, que ba-
ñando las calles principales, se llevara consigo las porquerías
regularmente detenidas en los caños. Toda la que viene por
la Cantera, se había de introducir a la ciudad por las calles de
San Roque, y habían de ser obligados los dueños de casa a lle-
varla por sus calles a la hora que les cayese en turno la de su
riego, conforme se la hubiese asignado el Regidor de aguas.
Todo el fin del [ga: 70] curso de éstas por la ciudad, mira a su
limpieza y aunque por la desigualdad del terreno de Quito,
no se les puede hacer girar por todas las calles; pero enton-
ces se verán necesitados los que [fgs: 411] viven en las más
distantes a echar sus basuras en donde más próximamente
fueren corriendo, con el cuidado de no dejar parar, ni éstas ni
aquellas. Al tiempo de este copioso riego, sería común e ino-
cente la alegría del pueblo y los muchachos en particular, por
satisfacer su genio concurrirán2 a desterrar por medio de las
aguas toda inmundicia. Se educarían en el aseo y les quedará
para después la impresión de que éste es necesario; siendo ya
por costumbre aseados, cuando llegasen a ser adultos, inspi-
rarán3 a todos el mismo espíritu de limpieza y de horror a toda
suciedad.

1 fgs: en los alcores / ms. Fjc: A la corrios


2 fgs, ms. Fjc: concurrirían
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: inspirarían
Reflexiones 139

Comida y Bebida

Todo buen establecimiento tiene (quizá como en todas


partes) sus dificultades en esta ciudad. Lo que acabo de de-
cir acerca del antecedente artículo, parecerá a mis compatrio-
tas un alegre delirio en que la imaginación corre sin freno por
donde le place; pero diga el mundo lo que quiera, sus pre-
ocupaciones no me han de impedir hablar la verdad y todo lo
que convenga a su mayor felicidad, pues no podría callarlo sin
delito. En el presente artículo trato de la comida y bebida, en
cuanto una y otra pueden perjudicar a la salud. Es muy cier-
to que si ellas están en algún grado de corrupción, ocasionan
muchas enfermedades, y las más de ellas contagiosas; pero
los principales capítulos que [ga: 75] acerca de esto noto son:
1.º Malos trigos;1 2.º mal pan; 3.º confección venenosa de lico-
res espirituosos; 4.º escasez de víveres.

Remedios

1.º Malos trigos

Todo vecino dueño de hacienda es un perpetuo y mo-


lestísimo pregonero de injustas quejas contra la Divina
Providencia, culpándola de ignorante o cruel; pues que todos
los [fgs: 412] temporales ordinarios, lo predica contrarios y
funestos a sus mieses y cosechas, a sus siembras y a sus esquil-
mos. No hay estación que la juzguen ni publiquen2 favorable.
Lo peor, es que el cielo de Quito, suele ser para el malvado
chacarero, la regla de sus malos pronósticos, y en lloviendo
aquí con alguna constancia, o siguiendo con la misma el tiem-
po seco, afectará que pasa lo mismo o peor en su hacienda,
1 fgs: Mal trigo;
2 ga: y publiquen
140 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

aunque de positivo1 suceda lo contrario. El fin de todo esto2


es encarecer los géneros de maíz, papas y trigo, que son los
ramos más gruesos de nuestro abasto. Y así su continuo cla-
mor es el siguiente: este año no tenemos papas que comer, se
han helado, se han agusanado, se han podrido, no han naci-
do. Este año se pierden los trigos, no hay vientos, les han dado
el achaque, llueve mucho antes de tiempo, les han caído las
lanchas o no han nacido. Este año no cogeremos maíz, etcéte-
ra. ¿Qué sucede con esto? Que tiene y se toma toda la libertad
de vender esos géneros a como le diere la gana. Y como su-
cede que en la hacienda más fértil, o por la flaqueza de algún
terreno o lo que es más cierto, por la desidia del amo, y de un
malísimo mayordomo, en dar3 a las tierras todo el beneficio
que necesitan, sale alguna cantidad de mal trigo o mezclado
de mucha cizaña, que [ga: 76] aquí se llama ballico: todo el fin
es salir de éste, vendiéndolo a precio bien subido.
Con este mi genio, naturalmente propenso a todo géne-
ro de observación literaria y especialmente física, he notado,
que el año más abundante es aquel en que más se quejan los
hacendados. Y por lo mismo también he notado que en estos
tres meses se ha interrumpido su clamor: es el caso que como
ha [fgs: 413] visitado la muerte a todas sus casas, y ha estado
la ciudad en lamento con la epidemia del sarampión, el mayor
ruido ha apagado el menor o la presencia de un verdadero y
universal daño, les ha obligado a no proferir mentiras aflicti-
vas al común.4
Débeseles, pues, pedir razón jurada, de la cosecha de
buen y mal trigo que hubieren hecho. Obligarles a la venta
de la mayor parte del bueno y a la conservación o reserva de
lo restante. Con aquella se beneficia al público; con ésta se
1 fgs, ms. Fjc: de propósito
2 fgs, ms. Fjc: omite: esto
3 fgs: no dan
4 fgs: y en común.
Reflexiones 141

provee a una futura necesidad, que podría acontecer o por


un mal año subsiguiente o por venida de muchas gentes
extrañas, verbi gratia, un batallón o un regimiento. El mal trigo
se los debe obligar a que lo gasten en la ceba de puercos o de
otra especie de animales útiles.
Como el comercio que interviene en la venta de trigo, se
hace con ciertas personas, llamadas trigueros, que se dedican
a comprarlo a los hacendados y acopiarlo en sus casas, para
revender a las panaderas; debe obligarles el Procurador gene-
ral de la ciudad a que todas las semanas le vayan a dar aviso
de las arrobas de trigo que hubiesen comprado, de su bue-
na calidad y de la cantidad que por menor hubiesen revendi-
do1 a las panaderas, con confesión del precio reportado, por
lo que conviniere a la vigilancia del Gobierno. Últimamente,
al hacendado que se quejare tan injustamente, y en público,
debe sacársele una buena multa, para que en otra ocasión no
se queje y perturbe de ese [ga: 77] modo la quietud y alegría
general, que tanto contribuyen al aliento, robustez y sanidad
de toda la República.
Y si alguno advirtiere que siguiendo esta máxima de
ahogar el clamor, [fgs: 414] no se lograría oír el verdadero,
para implorar en este caso la clemencia y protección2 del cie-
lo, trayendo las sagradas imágenes de la Santísima Virgen de
Guápulo y del Quinche, se le debe persuadir a éste, que es
falsa su piedad por todos lados y que no considera los escan-
dalosos3 y sacrílegos pecados que va y viene cometiendo la
gente que trae y lleva la sagrada imagen, juntándose pro-
miscuamente ambos sexos, y al mismo tiempo profanando
con sus labios impuros las oraciones más santas y las preces
más humildes que ha consagrado nuestra adorable religión.

1 ga: vendido
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: la protección y clemencia
3 fgs, ms. Fjc: escándalos
142 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Después de esto se da pábulo a ciertos abusos, supersticiones


y malas ideas acerca de los principios de nuestra creencia y de
la naturaleza de los milagros.
Entre tanto el hacendado va haciendo su bolsa a costa
de la miseria y hambre del público. Y mientras mayores son
éstas, más encarece su trigo, vende el más malo que tiene y
carga sus graneros del bueno, para cerrarlos absolutamente.
El año pasado y éste ha sucedido así, nada más que porque
cayeron algunas aguas intempestivas y se mojaron los trigos
de las siembras postreras, que se llaman últimas suertes; los
cuales de verdad estuvieron pésimos, pero es también muy
cierto que todos se vendieron a precio de doce pesos la carga.
Para que sea menos el enojo que tengan conmigo los
hacendados, y porque es cosa que viene a mi propósito, les re-
feriré un hermosísimo pasaje de la antigüedad. Tráelo Cicerón
en el libro de los Oficios, contando1 la disputa de dos filósofos
estoicos, en la que el mismo Cicerón toma partido2 y decide la
controversia. Óigase ya la cuestión: [fgs: 415] [ga: 78]
«En una grande hambre que padecía la isla de Rodas, lle-
gó a ella un mercader en un navío cargado de trigo que le traía
desde Alejandría. Éste sabía que muchos otros3 lo habían co-
gido para llevarlo a la misma isla, a donde debían llegar muy
poco después que él. ¿Lo deberá publicar así o deberá quedar
callado a fin de vender a mejor precio su trigo? Sobre esta cues-
tión, dos filósofos estoicos son de diverso parecer. Diógenes
cree que el mercader debe estar a lo que tiene mandado el
derecho civil, lo cual consiste en declarar si tiene alguna lesión
el género que vende y en no cometer algún fraude en la ven-
ta; pero que en lo demás, como allí no se trataba más que de
salir de su trigo, le era lícito aprovechar de la coyuntura para

1 fgs, ms. Fjc: Traré a Cicerón contando en el libro de los Oficios


2 fgs: Cicerón toma parte.
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: otros muchos
Reflexiones 143

venderlo a lo más que pudiere. He traído, dirá el mercader, el


trigo con mucho trabajo y riesgo, le pongo a la venta, no lo
vendo a mayor precio que los otros y quizá lo vendo a menos
que aquel en que se vendería en un tiempo donde el trigo se-
ría más común. ¿A quién hago injusticia?»
«¡Qué! (replica Antípatro) ¿no debes hacernos el bien co-
mún y universal y servir de este modo a la sociedad humana?
1

¿No es acaso para esto que naciste al mundo? Los principios


de la naturaleza que dentro de ti se hallan y que estás obliga-
do a seguir y a los que debes obedecer ¿no te dicen que como
tu utilidad es la de todo el mundo, la de todo el mundo es tam-
bién la tuya propia? ¿De qué modo pues, o por qué puedes tú
ocultar a los habitadores de Rodas el beneficio que les ha de
llegar luego? ... Un hombre tiene una casa de la que se quie-
re deshacer, porque tiene muchos [fgs: 416] defectos; pero
que a él sólo son notorios: está ella apestada y se la cree sana;
hay muchas sabandijas en todos los aposentos; está construi-
da con malos [ga: 79] materiales y pronta a arruinarse. Nadie
sabe de esto, sino solamente2 su dueño. La vende sin decir
nada de esto al que la compra y la vende en más de lo que
juzgaba. ¿No es ésta una acción malvada? Sin duda, continúa
Antípatro, porque ¿no es esto hacer lo que se llama: no enca-
minar a un hombre que va perdido3, lo que los atenienses han
juzgado digno de las execraciones públicas? Pero aún es una
cosa mucho peor porque es dejar caer a un comprador en un
precipicio que no advierte y que se le oculta de mala fe: y es
como inducir a alguno en error, con designio formado, que es
un delito mayor sin comparación, que dejar de mostrar el ca-
mino a un hombre que va4 perdido.

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: comunicativo


2 fgs, ms. Fjc: sólo
3 fgs: a un hombre perdido
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: omite: que va
144 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Mas ved aquí a Diógenes, que habla en favor del merca-


der: aquel, dice, que te ha vendido esta casa, ¿te ha forzado
a que la compres, ni aun te ha solicitado para ello? Él se ha
deshecho1 porque no le gustaba y tú la compraste porque te
agradaba. Todos los días se ven gentes que queriendo ven-
der una casa de campo hacen pregonar públicamente: casa
de campo, buena y bien edificada de venta. Y aunque la casa no
sea buena2 ni bien construida, los que la venden no son re-
putados fraudulentos. ¿Cuánto menos se le deberá tratar así
al que no dijo mal ni bien de su casa? Cuando lo que se ven-
de está a la vista del comprador y que lo puede mirar cuando
quiera ¿dónde está el engaño del vendedor? Éste está obliga-
do a lo que ha dicho; pero no a lo que no expresó. Nunca se
ha dicho,3 que un vendedor deba descubrir los defectos de su
mercadería, [fgs: 417] y ¿habría cosa más ridícula que hacer
pregonar públicamente: casa apestada de venta?
Es menester finalmente (dice4 Cicerón), dar la senten-
cia sobre estas cuestiones, porque para resolverlas las hemos
puesto5 y no para dejarlas indecisas. Digo pues, que el [ga:
80] mercader de trigo no debe ocultar en manera alguna6 a los
Rodios, lo que sabe de los otros navíos cargados que seguían al
suyo: ni este vendedor7 los defectos de su casa al que la com-
pra. Bien sé que no decir lo que se sabe no es siempre ocultar-
lo. Pero es ocultar, cuando es una cosa, que aquellos con quienes
se trata tendrían interés en saber8 y que es por el suyo particular
que se les ocultaba. Ahora, ¿quién no ve lo que es ocultar las
cosas en iguales circunstancias y qué género de gentes son
1 fgs: añade: de ella
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ni buena
3 fgs, ms. Fjc: Nunca se ha oído hablar / ms. Mej: Nunca se ha oído decir
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: decide
5 fgs, ms. Fjc: propuesto
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: en manera alguna ocultar
7 fgs: ni éste vende
8 fgs, ms. Fjc: de saber,
146 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

capaces de ello? Ciertamente, no son gentes de franqueza,1


gentes rectas y sin artificio, gentes bien nacidas, equitativas,
en una palabra, gentes de bien; son gentes dobles, sombrías,
disimuladas, engañadoras, malignas, artificiosas» (38)2.
Esta es la famosa sentencia de Cicerón, que creo quizá
no la daría aun dentro del severo [fgs: 418] tribunal de la pe-
nitencia cualquiera probabilista. Pero ¡qué rectitud de enten-
dimiento! ¡Qué sanidad de corazón! ¡Qué amor al bien común!
¡Qué caridad (dirélo así) tan cristiana entre la nieve del paga-
nismo, donde aún no había parecido ni animado el sagrado
calor del Evangelio! Por cierto que ella debe confundir la indo-
lencia de los usureros, de los mercaderes, y la cruel avaricia de
los hacendados que esconden el trigo, para venderlo a más
alto precio; fijando3 entonces su riqueza en el hambre y ago-
nía de los infelices.
Cicerón les ha dado, siendo gentil, una enseñanza salu-
dable. Y como mi ánimo se dirige a solicitar el estado feliz de
esta provincia, no dejaré de repetirles, lo que dicen los Santos
1 fgs: ¡Ciertamente, no son gentes de franqueza!,
2 (38) Cicer. lib. de Officiis 3. cap 12 et 13 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(38.1) Cicerón, Libro De Officiis 3.º, capítulos 12 y 13.
Esta cita de Espejo requiere una aclaración. Los párrafos, que transcribe Espejo
en el texto, están sacados de los capítulos duodécimo y décimo tercio del li-
bro tercero de la obra de Cicerón intitulada De Officiis, de los oficios o de los
deberes; pero no es exacto que sea un diálogo entre dos filósofos griegos, en
el cual interviene el mismo Cicerón, porque la obra De Officiis no está escrita
en diálogo como las Cuestiones Tusculanas, sino en estilo o modo directo. Lo
que hace Cicerón es exponer la opinión de cada uno de los estoicos griegos,
y dar después la suya propia sobre el caso del negociante de trigos, que de
Alejandría llega a la isla de Rodas. (Nota de Federico González Suárez)
(38.2) Si se lee con atención nos daremos cuenta que Espejo no pretende que
se trata de un diálogo. No es más que un error en la transcripción realizada por
Pablo Herrera y que Federico González Suárez acepta como correcta sin con-
trastarla con la copia del manuscrito que dice: “Cicerón toma partido” (sobre la
opinión de los dos filósofos griegos); mientras que Herrera y González Suárez
transcriben: “Cicerón toma parte” (participa en el diálogo de los dos filósofos).
Así lo interpretó Federico González Suárez. (Nota del editor)
3 fgs: fincando
Reflexiones 147

Padres a este género de gentes insensibles. San Crisóstomo


(39)1 los compara a las fieras y a los demonios y añade que no
hay cosa más miserable, que un rico que desea sobrevenga
el hambre, para lograr el oro: «Vidistine quomodo aurum non
sinat homines esse [ga: 81] homines, sed feras et daemones?
Quid enim hoc divite fuerit miserabilius, qui optat quotidie esse
famem, ut ei sit aurum?» San Bernardo los vuelve homicidas
y [fgs: 419] al que pudiendo satisfacer el hambre ajena no la
alivia, le dice, que le mata: «Si non pavisti, occidisti». Pero si hoy
con su mal trigo ocultando el bueno han causado la maligni-
dad pestilente del sarampión los hacendados, ¿qué maldicio-
nes no recibirán en ellos, y en sus cosas, de Dios mismo y de
todo el pueblo? Será con justísima razón, porque en esto no
se hará sino practicar lo que la Santa Escritura, nos advierte
que sucede. «Qui abscondit frumenta, maledicetur in populis»
(40)2.

2.º El mal pan

Las panaderas solicitan con todo anhelo comprar, de los


hacendados y trigueros trigos o harinas que sean de menor
precio. Con este fin compran las más veces y en mayor can-
tidad el malo; pero cuidan también de tener alguna cosa del

1 (39.1) «¿Habéis visto cómo el oro hace que a los hombres dejen de ser hom-
bres y se truequen en fieras y en demonios? ¿Habrá alguien más miserable
que el rico aquel, que vivía deseando todos los días que hubiera escasez, para
aumentar su oro?». San Juan Crisóstomo, Homilía 39 sobre la Epístola primera
de San Pablo a los de Corinto. (Traducción de Federico González Suárez)
Por cierto, que el avaro de Antioquía, del que habla San Crisóstomo, no puede
negarse que tiene mucho de parecido con los hacendados de Quito, a quie-
nes zahiere Espejo: aquél se ponía triste y suspiraba, cuando cesó la sequía:
para estos nunca había tiempo bueno: uno y otros querían medrar a expensas
del hambre ajena. (Nota de Federico González Suárez)
2 (40) Proverb. cap. 11 v. 26 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(40.1) Libro de los Proverbios, capítulo 11, versículo 26. (Nota de Federico
González Suárez)
148 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

bueno. Su fin es mezclar éste por libras, con aquel otro, por
arrobas. Lo que resulta es, que el mal trigo vence al bueno y
sale un pan mal cocido, pegajoso, ácido, amargo, fétido y por
consiguiente, capaz de causar no solamente una enfermedad,
sino una muerte repentina. Así, con esta indigna y malditísima
negociación, nos han dado, las panaderas en todo este año y
el pasado, la levadura de las epidemias y un olor de muerte
que se esparce por todo el ambiente y aun nos amenaza con
mayor catástrofe. Sería mejor no comer pan alguno, que co-
mer el que procuran todavía darnos, aun en estos días, en que
a pesar de las falsas lágrimas de los hacendados hay en sus
trojes y en sus eras, muy superiores especies de trigo.
A ninguna otra cosa atribuyo los pésimos [fgs: 420] sín-
tomas con que ha venido acompañado el sarampión, sino al
mal pan que se comió, y1 [ga: 82] dispuso la naturaleza a con-
traer con malignidad su contagio, en otras ocasiones benig-
nísimo. No es fácil ponderar las funestas consecuencias, que
éste ha traído: las disenterías malignas, las fiebres hécticas,
las hambres caninas, las inflamaciones de los pulmones, de
los intestinos; los tumores y abscesos repentinos y de enorme
magnitud; el escorbuto, las gangrenas, el cáncer, un caimien-
to y postración de fuerzas inacabable en algunos, en otros
una inapetencia mortal:2 en todos la debilidad de todas las
funciones del estómago, con elevaciones, eructos fétidos, que
llaman los cultísimos médicos, nidorosos, vómitos frecuentes,
facilidad increíble a cámaras mortales de diversísimos colores,
y en particular verdes. Finalmente, parece que caer con el sa-
rampión hoy día es lo mismo que despedirse de este mundo
y de sus cosas; porque siendo como ha sido por lo ordinario
feliz su éxito, poco después han venido, en tropel, todas las
enfermedades que llevo referidas, y durando por más de dos

1 fgs: añade: el cual


2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: inmortal;
Reflexiones 149

meses han quitado casi sin admitir auxilios a los dolientes, la


vida. Para obrarse tan funestos efectos, sin duda hay una cau-
sa común y aunque quieran decir los malos físicos de nuestro
país que ha dependido esto de la mala constitución del año;
pero1 habiendo causa conocida más inmediata, más natural,
más perceptible, es ocioso recurrir a otros principios dudosos
distantes y contingentes, que en muchas otras ocasiones no
han obrado estos efectos.
Podré citar personas de la mayor veracidad y al mismo
tiempo de los alcances más finos y perspicaces [fgs: 421] a
quienes descubrí muchos meses antes del sarampión, el pro-
nóstico que hice de una epidemia mortal, por causa del malísi-
mo pan que se nos vendía. Y con este motivo, tuve la satisfac-
ción de oír, que en la misma casa había hecho igual vaticinio
el físico doctor Gaudé,2 médico [ga: 83] francés. El remedio
consiste, en arrojar a los perros y a los ríos todo el pan que se
hallase negro y hediondo, empezando esta diligencia prime-
ramente por las casas ricas a donde se cuece. Con este ejem-
plo, las pobres panaderas de los portales, tendrán escarmien-
to y se guardarán mucho de vender al público un veneno tan
mortífero, en vez de pan. Ya Hipócrates había dicho, que toda
hartura era mala, pero que la de pan es3 pésima. El de Quito,
como parece plomo, harta luego y verifica la sentencia del
príncipe de la medicina. Repito, pues, que es más convenien-
te a la salud pública, que falte absolutamente el pan y que no
se coma4 el que denegrido y crudo, le venden hoy las panade-
ras. Estas mismas, para emblanquecerlo, añaden a la harina de
trigo, la de maíz; y se conoce fácilmente esta mezcla, por las
cortezas del pan ásperas, duras y desiguales, con una blancu-
ra nada propia de aquella, que manifiesta el pan de puro trigo.
1 fgs: omite: pero
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: igual vaticinio físico el doctor Gaudé,
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: era
4 fgs: y no que se coma / ms. Fjc, ms. Mej: que no que se coma
150 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Sería mejor, que en caso apurado de la absoluta falta de éste,


se hiciera de solo maíz, como estuviera muy bien cocido.

3.º La confección de licores espirituosos1

Hay ciertas casas, (las que por moderación no nombro, y


que el público2 y el Gobierno las conocen bien) en donde se
fabrican aguardientes, que para sacarlos muy fuertes, les in-
funden muchos materiales acres, cáusticos y soporíferos. Hay
también [fgs: 422] otras tiendas, que vulgarmente llaman chi-
cherías, a donde también confeccionan, en vez de la simple
chicha de maíz, ciertos mostos, que al sólo llegarlos a la nariz,
bambanean3 la cabeza. Estos llevan en su preparación, entre
muchos simples muy calientes, dos hierbas narcóticas llama-
das huantug y chamico, que tienen la virtud de enloquecer y
turbar la cabeza. Parécense a la planta fabulosa [ga: 84] dicha
Nepenthe, cuyo zumo, decían los antiguos, bebido con vino
excitaba la alegría.
Todos estos licores aunque no se beban en mayor can-
tidad, he visto, que han producido las inflamaciones del hí-
gado, mortales disenterías, tumores en el bazo y caquexias o
verdaderas4 hidropesías, imposibles de curarse. ¿Cuántos de
ellos no dispondrán5 los cuerpos a fiebres malignas, con sínto-
mas fatales? En el exterminio de estos licores consiste la salud
pública. Y por más que las providencias dadas hasta aquí por
los Magistrados y el Gobierno, hayan sido en mucho número
y comprensivas de muy buenos y oportunos medios coopera-
tivos a su extinción; todavía se necesita que el celo extienda la
1 En esta sección se encuentran varias modificaciones en el manuscrito del
Fondo Jijón y Caamaño; por el tipo de letra parecen haber sido realizadas con
mucha posterioridad. .
2 fgs: pueblo
3 fgs: atacan / ms. Fjc: bambanean (tachado y sustituido por) atacan
4 ga: verdaderamente
5 fgs: ¿Cuánto no dispondrán / ms. Fjc: tachado: ellos
Reflexiones 151

pesquisa por todas partes, derrame los licores donde los halla-
re, quiebre los vasos que los contienen y obligue a los vende-
dores de raspaduras a que tengan apuntamientos de las per-
sonas a quienes las venden, y por aquí saber las que compran
con más frecuencia. Y sin más que esta señal, se debería tratar
de rondar las casas de éstas muy a menudo, por cualesquiera
de los Ministros de justicia, porque esta frecuente compra de
raspaduras, da a conocer, que éstas no sirven a otro uso que
a la composición de mostos, para destilarse en aguardientes,
de una naturaleza venenosa. Si por desgracia [fgs: 423] suce-
diere que en algún Monasterio se entendiese en esta fábrica,
deberá estar dado a prevención el allanamiento1 por el muy
Reverendo e Ilustrísimo Señor Obispo y esta sola noticia, bas-
tará a intimidar a las mujeres seglares o a las religiosas que
mantuvieren tan detestable negociación.

4.º Escasez de víveres

Este punto, mirado tan solamente por la parte que con-


cierne a facilitar en la ciudad el acopio de víveres y su venta
cómoda, fácil y a precios moderados, es del resorte de sólo
la Policía y por consiguiente, peculiar del Muy Ilustre Cabildo.
[ga: 85] Pero mirado por el lado que toca a la penuria, trae tras
sí2 las enfermedades y la muerte, ya pertenece a la Medicina.
Paréceme, que por cualquiera parte que se atienda éste, estoy
premunido con la autoridad de este3 Muy Ilustre Cuerpo, que
me concedió en uno de sus Ayuntamientos, la facultad de ha-
blar aun en asuntos políticos, para decir sobre el punto que
tengo a la mano, lo que juzgase conveniente.

1 fgs: deberá darse la prevención de allanamiento / ms. Fjc: deberá (tachado:


estar dado a) sustituido por: darse la prevención de allanamiento
2 fgs: que trae tras sí
3 fgs: que se atienda esto, estoy autorizado por este
152 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

La verdadera escasez tiene su principio en la mala cons-


titución del año. Las lluvias inmoderadas e intempestivas; un
tiempo seco muy prolijo y que se extiende por muchos me-
ses, hacen estériles los campos. ¿Pero es verdad que la esca-
sez de víveres tiene siempre estos principios?1 Nada menos.
Regularmente no reconoce otros que la dureza de los que los
dispensan a su arbitrio y poniéndoles a su antojo el arancel
y precios que quieren. La Providencia Divina, aun en la des-
igualdad de los temporales de un año irregular, produce en
un terreno lo que se perdió en otro o a falta de un género pro-
vee de otro igualmente necesario o no repugnante al gusto y
costumbre de las gentes, [fgs: 424] verbi gratia: cuando por
un año lluvioso se pierde el maíz en Chillo, se logra abundan-
temente este grano en los valles de Pomasqui, San Antonio
y Tanlagua.2 Y al contrario, cuando las papas se hielan en
Machachi, abundan éstas en los Cangahuas, Pesillo3 y territo-
rios inmediatos. Los trigos son abundantísimos o se cosechan
en grandísima copia, empezando desde Tabacundo, hasta la
villa de Ibarra y sus alrededores. Nunca sucede que se pierdan
todos, ni en todas partes. Y se puede decir que quien nos mi-
nistra todo el pan es el lado de Ibarra, vulgarmente la Villa, de
modo que los trigos de nuestras inmediaciones, Chillogallo,
Uyumbicho, Amaguaña, Machachi, etcétera, podremos de-
cir bien4 que nos vienen de [ga: 86] supererogación.5 Demás
de esto,6 cuando se escasea alguna especie de alimento en
una parte, abunda otra en otra. Hay de esto innumerables
ejemplos.

1 fgs: estas causas?


2 fgs, ms. Fjc: omite: Tanlagua y añade: y Chinguiltina / ms. Mej: tachado
Chinguiltina y sustituido por: Tanlagua
3 fgs: Pesillos / ms. Mej: Pecillos
4 fgs: omite: bien
5 ga, fgs: superogación.
6 fgs: Además de esto, ,
Reflexiones 153

Pues ¿de qué viene que casi todos los años estamos te-
miendo una hambre y se nos amenaza,1 casi siempre con ella?
A mi ver viene de malicia e ignorancia: la primera de los ha-
cendados, la segunda del populacho. Aquellos guardan2 un
idioma, que les es común y observan en su lenguaje, afectos
y expresiones, cierta monotonía de la que no se separan ni un
momento, ni un ápice. Algunos de ellos, decretan un mal pro-
nóstico y luego sigue una voz general de los demás. Otro le-
vanta el precio a algún género y entonces, ya está dada la ley.
No haya miedo que otro le dé por menos, ni falte en algo al
útil3 estatuto que propuso el primero. El populacho promue-
ve la escasez de víveres con su ignorancia. En faltando papas
dice: ya no tenemos qué hacer, ya no hay4 qué comer, y aun-
que tenga maíz,5 carne, calabazas, no [fgs: 425] hacen uso
de estos géneros con lo que obligan a los hacendados, a que
no cuiden de hacer en sus haciendas siembras copiosas de
legumbres y otras especies comestibles. El maíz en lo que se
gasta es en la fábrica de una bebida tenue, de mal gusto, lla-
mada chicha. La carne no alcanza a comprarla la gente pobre
en la carnicería; conténtase con probar alguna comprada a lo
que llaman mitades de mercado, en la venta que dicen chagro;
papas, col y queso, hacen toda la comida de los infelices. Si se
extendieran a hacer uso de otras cosas, ya se tendrían6 fáciles
recursos, para volver menos escasa la subsistencia.
Pero el Muy Ilustre Cabildo, podrá7 pedir a los diezme-
ros respectivos, que le diesen memorias de los frutos que hu-
biesen cogido, y de su calidad, para tener presente, hechos

1 fgs: una hambre, y nos amenazan


2 fgs: tienen
3 fgs, ms. Fjc: al último
4 fgs: ya no tenemos
5 fgs: mies,
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ya tendrían
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: podría
154 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

los cálculos necesarios, como corre el año y si se debe temer


prudentemente una [ga: 87] verdadera escasez. En habien-
do grave fundamento para esperarla, debería tomar muchas
providencias, que no dudo que a su celo por la patria, apli-
cación a beneficiarla, penetración y conocimiento de la ma-
teria, ocurrirían con demasiada facilidad.1 Entre las que die-
re o tuviere que hacer, me parece proponer una, con uno u
otro ejemplo. ¿Faltará, verbi gratia, necesariamente este año
el trigo? Pues particípese inmediatamente la noticia al Señor
Presidente Regente y pídasele que por bando mande al po-
pulacho, que no haga chichas y que compre el maíz, para los
usos necesarios a la vida. ¿No vendrán papas? pues minístrese
igual aviso a la Superioridad del2 Señor Presidente y comu-
nicándosele, la idea de lo que va a mandar, mande este Muy
Ilustre Cuerpo, que los semaneros obligados al abasto de car-
ne, traigan [fgs: 426] para cierto tiempo mayor número de
ganado y se venda, no en pie, sino descuartizado y en ventana
a la gente necesitada. Esta última especie me acarreará quizá
las imprecaciones de los obligados, porque su utilidad consis-
te en vender los novillos cebados, como llaman, en pie o vivos
a los indios carniceros. Era preciso preguntarles ¿si llevan en
esto a los ojos el bien del público?3 ¿Si saben que esos indios
no tiranizarán al común, con su venta doméstica y particular?
Cuando satisfagan a estas preguntas con buenas razones, que
no choquen al sentido común, a las leyes de la sociedad y a la
regla indefectible4 de la propia razón puédeseles dejar a que
hagan lo que gusten.

1 fgs: y no dudo, que, por su celo, por su aplicación y conocimientos de la mate-


ria, ocurriría con demasiada felicidad a todos los remedios. / ms. Fjc: ocurrirá
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: añade: mismo
3 fgs, ms. Fjc: ¿Era preciso preguntarles, si con esto cumplen con su conciencia?
¿si llevan en esto a los ojos el bien del público?
4 fgs: y a las reglas indefectibles
Reflexiones 155

Veo ahora que me harán dos réplicas, que les parecerá


que me pondrán1 en el mayor embarazo. Primera: de que se
han perdido los ganados;2 que su ceba es muy costosa, su ha-
llazgo muy difícil, con mayores expensas, su utilidad ninguna,
etcétera. A esta réplica, o por mejor decir a este cúmulo de di-
ficultades satisfaré [ga: 80] con otras preguntitas.3 ¿Cuándo
se encuentren algunos embarazos para facilitar el comercio
de ganados con Guayaquil, Cuenca y Loja se ha agotado acer-
ca de esta especie la Providencia? ¿Se ha vuelto Dios de piedra
a nuestras calamidades y se está complaciendo con crueldad
de nuestra ruina? Si se han alterado los pactos con aquellas
ciudades ¿faltan el Taminango4, los pueblos vecinos, los ha-
tos de las cinco leguas? Cerca de cuatro años5 que la queja de
que faltan los ganados se está oyendo diariamente, en junta
del pronóstico de que faltará la carne de un día para otro ¿y
es verdad que aquellos han faltado y [fgs: 427] que de ésta
hemos carecido en el todo? Y si la pérdida de los semaneros
es efectiva ¿por qué la continúan y con eso adelantan más su
atraso? ¿Por qué se empeñan tanto en ser preferidos para las
semanas?
Segunda réplica: el filósofo desde el retiro de su estudio,
sólo es bueno para coger un libro, para formar una critica mal
hecha y para maldecir lo que no conoce ni entiende, porque
le faltan años, experiencia, comercio negociativo,6 trato de
gentes experimentadas, etcétera.

1 fgs: les parecerá ponerme


2 fgs: añade equivocadamente: y segunda:
3 fgs: preguntas.
4 Taminango: municipio en Nariño (Nota del editor)
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: de cuatro años ha
6 fgs: omite: negociativo
156 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Respuesta

Pues el filósofo debe estar instruido en todas las mate-


rias literarias y civiles: lleno de todas las especies que concier-
nen a la economía. Y así sabe que el mayor1 y más adecuado
ramo para lograr la utilidad, es, en esta provincia, la ceba de
ganados. Sabe lo que cuesta cada cabeza por los contornos
de Riobamba, Cuenca, Latacunga2 y Pasto: cuánto vale el po-
treraje de cada un año, según la situación de los pastos, de-
hesas, o potreros: ¿cuántos y cuáles son los derechos que se
pagan en la carnicería y se llaman mechas? Sabe aún más, que
la miseria y pobreza del común llega a ser extrema y le pone
en estado de perecer. Y que su obligación es procurar el alivio3
y reparación; pues no [ga: 89] en balde le proporcionó Dios,
que tocara en esta epidemia y antes con sus manos esta triste
verdad; y que se le ofreciera esta ocasión de hablar pública-
mente en su favor.
Sobre todo sabe que a la escasez de víveres sigue inde-
fectiblemente la peste; porque los pobres corrompen la san-
gre volviéndola viscosa, melancólica y escorbútica,4 en sola la
consideración de un grave mal que les amenaza y temen aun
más allá de los justos límites [fgs: 428] que da el temor de un
juicio5 despejado y generoso. Sin saber cuál es el instinto por
que obran los racionales, se observa que cuando se forman la
idea de que un mal ha de ser común, es su aflicción sin con-
suelo y propensa siempre a un ahogo mortal y por el mejor
decir6 a la desesperación. Desde este caimiento de ánimo, los
pobres pasan a nutrirse de cuanto llega a sus manos, porque

1 fgs: el mejor
2 ga, ms. Mej, ms. Fjc: Tacunga
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: su alivio
4 fgs, ms. Fjc: escorbutiza,
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que da al temor un juicio
6 fgs, ms. Fjc: y, por decir mejor / ms. Mej: y por mejor decir
Reflexiones 157

el temor del hambre, obrando en su imaginativa, el espectro


de la misma hambre, ya se la hace sentir y padecer en la reali-
dad. Todos estos afectos son unas previas disposiciones para
contraer una epidemia maligna y contagiosa. Pues la observa-
ción constante de los buenos físicos y aun de los historiadores
asegura que la hambre trae tras sí la calamidad de la peste. Y
que ésta empieza ordinariamente entre las gentes de la ínfi-
ma plebe, porque su alimento es de los peores siempre.
«Surate, dice Mister James, en las Indias orientales, rara
vez está libre de peste y es cosa notable que entre tanto
1

que los ingleses, que están allí establecidos, no la contraen.


Aquellos que ocupan el primer puesto entre los naturales del
país, son unos banianos2 que no conocen ni la carne ni el vino
y no se alimentan sino de hortalizas, de arroz, de agua, etcéte-
ra, y la mayor parte de los habitantes viven de igual3 modo a
excepción de los extranjeros. Este mal alimento, junto al calor
del [ga: 90] clima es el que los hace tan sujetos a las enferme-
dades malignas y viviendo con un método del todo contra-
rio es que los extranjeros consiguen el fin de preservarse de
ellas».
Véanse aquí los horribles resultados4 de una hambre. Y
éstas son las que debe prevenir la Policía, procurando [fgs:
429] que haya abundancia de todo lo necesario: que las pana-
deras, verbi gratia, no tengan el atrevimiento de minorar5 los
panes y darlos aun en tiempo de la abundancia de trigos tan
pequeños, que cada uno no llega a tener tres onzas de peso:
que ellas mismas no mezclen el que llaman de huevo, con
ciertas drogas nocivas que le dan un barniz amarillo por fuera,
parecido al que causa la mezcla de los huevos: que finalmente
1 fgs: raras veces
2 ga: bananienes / fgs: bramanos / ms. Fjc: bamianos / ms. Mej: bananianos
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: del mismo
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: las horribles resultas
5 fgs: aminorar
158 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

sepa el público todo, que está bajo del suavísimo imperio de


las leyes y que no es lícito erguirse1 en dueño absoluto y árbi-
tro2 de sus acciones civiles; sino que debe sujetarse a lo que
ellas prescriben. Pues no sabiendo bien muchos particulares
estas obligaciones, ha sucedido que cuando el Gobierno ha
mandado ciertos reglamentos para facilitar los abastos; algu-
nos de ellos muy malvados, miembros viciosos de este públi-
co se han substraído de la obediencia o bien introduciéndolos
por la noche, o bien absolutamente dejándolos de introducir,
para que experimentada la total falta de ellos, sufra con dolor
el Gobierno, un mal que le parece irremediable.
Para mí es una increíble maravilla oír y ver la abundancia
de esta provincia, su feracidad y copia de alimentos nobles y
delicados y al mismo tiempo oír y ver la escasez, esterilidad y
falta aun de todo lo necesario para la vida. Cuando llega de
fuera algún individuo de tierras muy distintas,3 le hacemos
concebir una providencia copiosísima de víveres, que él no
quiere creer y cuando tratamos4 domésticamente de lo que
no [ga: 91] nos abunda, nos hallamos en un vacío de los ali-
mentos más ordinarios.
¿Cómo poder explicar esta estupenda paradoja? Me pa-
rece que fácilmente con viajar [fgs: 430] con la consideración
al Reino Mejicano y a su capital Méjico. Esta opulentísima ciu-
dad abunda sin término en el oro y en la plata. Hay cajas5 allí
de caudales cuantiosísimos que podrían enlosar una o mu-
chas calles con planchas de oro, del granito y del pórfido. Y
en tanto esa misma ciudad, la mejor y más brillante de ambas
Américas, carga o tiene dentro de sí, mendigos que se cubren
no con andrajos de alguna tela, sino con un pedazo de este-
1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: erigirse
2 fgs: arbitrario
3 fgs, ms. Fjc: distantes,
4 fgs, ms. Fjc: matamos
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: casas
Reflexiones 159

ra, en una palabra, desnudos. Así perspectivamente sucede


en esta ciudad1 en lo que mira a los víveres: la gente de algu-
na comodidad, come con abundancia: la rica presenta2 en su
mesa sin mucha diligencia, afán, ni costo, manjares exquisi-
tos3 y capaces de lisonjear la gula de los mismos que se jactan
de haber comido con esplendidez en Europa. Pero la gentalla
está4 que parece tener alma de lodo por inopia,5 no se atreve
a gastar el infeliz medio real que coge en pan, sino que para
hacer6 más durable su socorro, lo expende en harina de ceba-
da. De esta desigualdad de condiciones resultan estas mons-
truosidades de parecer una tierra fértil y al mismo paso7 esté-
ril. En corriendo la moneda con alguna suerte de equilibrio, y
en circulando (digámos así) esta sangre8 de las Repúblicas, no
solamente por los ramos mayores sino hasta por las ramifica-
ciones de las venas capilares está todo el cuerpo expedito y
sano y con disposición9 de girar por todas partes.
No sucede esto por aquí y proviene de muchos princi-
pios que los conozco pero que no es fácil ponerlos10 en el
breve volumen que he meditado escribir. Bastará decir que la
mujer más hábil en costura, fábrica de tejidos que llaman pe-
gadillos o en hilados [fgs: 431] de lana y algodón, [ga: 92] no
alcanza trabajando todo el día a ganar un real y medio. ¿Qué
habrá que admirar después de esto, que el año pasado de 41 y
42, en que aún no fui nacido, se experimentase en esta ciudad
tan solamente por las lluvias copiosas y tenaces de más de

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: Así respectivamente sucede con esta ciudad
2 fgs, ms. Fjc: puede presentar
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: muy exquisitos
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: la gentalla, ésta
5 ga: alma de todo por su inopia / ms. Fjc, ms. Mej: alma de lodo por su inopia;
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: sino por hacer
7 ga: y al mismo tiempo
8 fgs, ms. Fjc: circulando esta sangre (digámoslo así),
9 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: y en disposición
10 ms. Mej: proponerlos / fgs, ms. Fjc: explicar
160 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

seis meses consecutivos una hambre que mató bastante nú-


mero de gentes? Creo que ha sido la única que haya padecido
Quito desde el tiempo de la conquista, por lo menos no hallo
tradición de que1 este linaje de calamidad pública, nos hayan
transmitido nuestros mayores. Pero es muy de extrañar tam-
bién si atendemos a las quejas de los hacendados que no ex-
perimentemos casi todos los años igual azote; especialmente,
si a la falta de la industria se añadiera la indolencia quiteña,
de aquellos tiempos, para prevenir un mal futuro, ¡Vade ad
formicam o piger! se debía gritar entonces no al artesano, no
al menestral, no al pobre que trabajaba lo que podía, sino al
que era desidioso en dar providencias de seguridad, en caso
de que hubiese la urgencia de alojar aquí un considerable nú-
mero, verbi gratia, de soldados o de estorbar las malas conse-
cuencias de un mal año. En este defecto consistió el hambre
del que ya citamos. Y ella no sirvió más que a2 enriquecer a al-
gunos insensibles mostruosos,3 de quienes y de sus riquezas
ya no hay memoria, más que para la execración.
Con el genio que Dios me ha dado he inquerido sagaz-
mente, de estas personas que se dicen prudentes y adverti-
das cuáles fuesen les motivos de aquella pasada penuria y no
he podido saber cosa que satisfaga, y en vez de manifestar-
me las causas, sólo me han referido sus efectos. Me atreveré a
pronosticar, (sin [fgs: 432] ser un osado escrutador de los se-
cretos divinos) que hoy en circunstancias idénticas, no vendrá
a Quito tan cruel castigo, y será porque hoy las gentes están
más advertidas, los padres de la [ga: 93] patria atentos a las
cargas de su oficio público y el Gobierno con unos ojos vigi-
lantes y fijos en la conservación de la salud, sosiego y felicidad
pública.

1 fgs, ms. Fjc: contradicción, que de


2 fgs: no sirvió a más que para / ms. Fjc: no sirvió a más que
3 fgs, ms. Fjc: algunos pocos insensibles monstruos;
Reflexiones 161

Limpieza Local de Quito

A esta se opone, constantemente la suciedad de algunas


casas que son los depósitos de las inmundicias: 1.º Los monas-
terios; 2.º El hospital; 3.º Los lugares sagrados.

Remedios

1.º Los monasterios

No se diga una sola palabra de los dos del Carmen alto y


bajo de esta ciudad. Ambos están respirando igualmente que
el olor de las virtudes, el de la limpieza de sus celditas. Hablo
de los tres monasterios de la Concepción, Santa Clara y Santa
Catalina. Estos tres conventillos están llenos de porquerías, de
basuras y de toda especie de suciedades, así en sus patios y
corredores principales, como con mayor especialidad en sus
tránsitos menos frecuentados. Si alguna peste se había de en-
cender en esta ciudad, su cuna la había de tener1 en cualquie-
ra de estos tres sucísimos2 monasterios. Y si no la padecemos
es sin duda por la benignísima constitución de nuestro clima;
porque en lo demás, como llevo dicho, estos monasterios son
los seminarios de las inmundicias.
Parece, que el remedio consiste en que se exhortase
a los capellanes a que cada semana visiten una vez todo el
convento,3 habiendo prevenido antes a las abadesas y vica-
rias de casa de esta solemne visita y el saludable objeto de
ella. Pero [ga: 94] supongo a estos vicarios autorizados con
el supremo4 mandato del Señor [fgs: 433] Obispo, quien
1 fgs, ms. Fjc: la debía tener
2 fgs, ms. Fjc: suavísimos
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: cada semana una vez, visitasen todo el convento,
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: expreso
162 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

por las altas facultades ordinarias y por las de Delegado de


la Santa Sede, que residen en su ilustrísima persona, puede
dar (41)1 a aquellos este género de comisión gubernativa y
económica, por amor a la salud pública. Este mismo deberá
mandar al vicario de monjas catalinas, el devoto provincial
de Santo Domingo, exhortado a este fin por este muy Ilustre
Ayuntamiento, pues aquel puede por facultad que le da el
Santo Concilio de Trento, dar licencia aun a los seculares, in
scriptis, para que entren en los monasterios, se entiende que
por este fin.

2.º El hospital

Hay por desgracia uno solo en esta ciudad y se desearía


que abundaran éstos dentro de cualquiera población,2 pues
son los asilos a donde va a salvar su vida la gente pobre y des-
amparada de parientes y benefactores. Pero es también cosa
muy cierta que ellos deben estar en los extramuros de la ciu-
dad, por lo menos no en el centro de ella; para que3 sus háli-
tos corruptos no inficionen4 al vecindario con alguna enfer-
medad contagiosa. El hospital que aquí tenemos que es de
Patronato Real, a quien el Rey da el noveno y medio para su
subsistencia está a cargo de los religiosos legos del beato José
de Betancourt y se llaman los Betlehemitas, orden regular que
tuvo su principio en la América septentrional, en la ciudad de
Guatemala. El dicho hospital está situado dentro de la misma
ciudad a distancia de tres cuadras de la plaza mayor, a dos de
las de San [fgs: 434] Francisco y Santo Domingo, a una de la
del Convento de Santa Clara y a pocos pasos del Carmen de la
1 (41) Concil. Trident. ses 25. cap. 5 de regul. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(41.1) Concilio Tridentino, sesión 25, capítulo 5, De Regularibus. (Nota de
Federico González Suárez)
2 fgs, ms. Ms. Fjc: de cualquiera numerosa población;
3 fgs, ga: porque
4 ga: no infeccionen
Reflexiones 163

antigua fundación. Por aquí se puede ver cuán unido se halla


con el principal vecindario de la ciudad.
Debería ser que estuviese más distante y [ga: 95] aun
fuera de ella. Pero mediando la autoridad del Gobierno, no
es cosa imposible, ni difícil que se traslade a la casa ocupada
por1 los regulares extinguidos del nombre de Jesús,2 que se
dice vulgarmente la del Noviciado o del Tejar.3 Y con esto se
lograba4 que el cuartel de la corta tropa de la infantería del fis-
co, que hay aquí, se alojase cómodamente en el que ahora es
hospital; o bien según lo arbitrara mejor el Señor Presidente
Regente, de acuerdo con el Ilustrísimo Señor Obispo, se po-
dría dar otro uso útil y público, como de colegio Seminario,
o Universidad, etcétera. Pero aun cuando esta propuesta se
reputara por un alegre sueño de hombre despierto, debemos
estar a una ley (42)5 de nuestras municipalidades acerca de
la fundación de hospitales, que ordena6 que si son para curar
enfermedades contagiosas se pongan en lugares levantados.
Con todo esto, si el hospital citado, ha de quedar allí
como se quedará para siempre, ha de velar y procurar infati-
gablemente, en que haya cuidado de los enfermos, asistencia
perenne, curación hecha por gentes hábiles, así en Medicina
como en Cirugía; pero seglares, como lo mandan con justí-
simos motivos las (43)7 constituciones de estos frailes. Sobre
todo se ha de cuidar8 en que habiendo una buena ropería, se
promueva la mayor [fgs: 435] limpieza que sea posible, de

1 ms. Fjc, ms. Mej: ocupada a


2 fgs: que fue de los regulares extinguidos del nombre de Jesús.
3 fgs, ms. Fjc: omite: que se dice vulgarmente la del Noviciado o del Tejar.
4 fgs: se lograría
5 (42) Ley 2 tit. 4. lib. 1 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(42.1) Ley segunda, título 4, Libro primero. (Nota de Federico González Suárez)
6 ms. Fjc: que condena
7 (43) Actas capitulares. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(43.1) Actas capitulares. (Nota de Federico González Suárez)
8 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: celar,
164 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

manera que no se levanten de sus salas aires dañosos a la po-


blación. Para facilitar todo esto están mandadas a hacer las
frecuentes visitas, (44)1 así del Patrón Real como del Obispo
Diocesano y tanto las de derecho o en forma jurídica, cuanto
extraordinarias y sin forma, para solo2 la inspección de cómo
van las cosas de los hospitales; pues sus religiosos no son due-
ños, sino ministros de ellos y por tanto están obligados a sufrir
las visitas y dar cuentas y razón de su buen porte en materia3
de su hospitalidad. Ni menos [ga: 96] pueden hacerse cargo
de cuidar hospitales sin sujetarse a este género de gobierno
económico, como está ordenado aun a los frailes de San Juan
de Dios, no obstando a esto el que sean sacerdotes y gocen
los privilegios que han alcanzado de la Santa Sede.
Ahora es menester decir que estoy en la persuasión de
que estos religiosos Betlehemitas, no necesitan de que se les
estimule al cumplimiento de sus obligaciones con la memo-
ria de la visita por la que deben pasar. Otro método de reme-
dio sería el que habrían menester si hubiesen caído en la re-
lajación. Pero es oportuno saber cuando acontecería ésta y
por consiguiente cuando se debería echar mano de aquella
medicina.
Ya se ve, que todos los congresos regulares, a poco des-
pués de sus primeros fuegos4 de disciplina monástica, han ve-
nido a dar en el olvido de sus [fgs: 436] principales votos y del
cumplimiento de sus santas leyes. Es ocioso referir lo que ha
pasado en las Órdenes Monacales; pero mucho más con las
1 (44) Ley 22. tit. 2. lib. 1. Ley 3 tit. 4. lib. 1. Ley 5. tit. 4. lib. 1. cap. 15 Ibídem cap.
16. Ibídem cap. 19. Ibídem cap. 21 et 22. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(44.1) Ley 22, título 2.º, Libro 1.º
Ley 3, título 4.º, Libro 1.º.
Ley 5, título 4.º, Libro 1.º.- Ibídem capítulo 15.- Ibídem capítulo 16. Ibídem ca-
pítulo 19. Ibídem capítulo 21 y 22. (Nota de Federico González Suárez)
2 fgs, ms. Fjc, ms. Fjc: omite: solo
3 fgs, ms. Fjc: en razón
4 fgs: calores
Reflexiones 165

más famosas o todas las de los mendicantes: prescindo aho-


ra de lo que habrá pasado con la modernísima hospitalaria1
de frailes Betlehemitas. Sólo pretendo retratar una imagen de
su caída regular, para que en caso de que ésta llegase (lo que
Dios no permita) se apliquen los remedios convenientes, no a
la reforma de los frailes, sino al alivio de los míseros dolientes.
Esta es la pintura.2
Si sucediese que a una orden hospitalaria, se acogiesen
no por vocación, sino por necesidad, gentes sin cultura ni pu-
limiento, entregadas al tráfico o a las maniobras en los navíos,
que es lo mismo que decir a los vicios más feos y costumbres
más disolutas. Si de verdad y efectivamente, estas gentes fue-
sen admitidas a recibir el hábito de penitencia y a la profesión
de los votos comunes, como también del particular de hospi-
talidad, [ga: 97] aun cuando hubiesen pasado de los cuaren-
ta años; si estas mismas3 habiendo probado ya la modifica-
ción de una vida menos laboriosa, que la que antes tenían por
el trato de Reverencia y Paternidad que les da cortés y gratui-
tamente el secularismo, se volviesen orgullosas y engreídas,
como que valiesen más ahora que antes sus personas (siendo
que debía suceder lo contrario por naturaleza) y no quisieren
trabajar más que en la vida secular, haciéndose nobles y más
delicadas (45)4.
1 fgs, ms. Fjc: hospitalería
2 fgs: omitido: Esta es la pintura.
3 fgs: si estos mismos,
4 (45) «Neque enim propterea in militia Chistiana ad pietatem divites humilian-
tur, ut pauperes ad superbiam extollantur. Nullo modo enim decet, ut in ea
vita ubi fiunt senatores laboriosi, ibi fiant opifices otiosi; et quo veniunt relic-
tis deliciis suis qui fuerant praediorum domini, ibi sint rustici delicati».- Saint
Agustin: De Opere Monachorum, 37 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(45.1) «Neque enim propterea in militia Chistiana ad pietatem divites humi-
liantur, ut pauperes ad superbiam extollantur. Nullo modo enim decet, ut in
ea vita ubi fiunt senatores laboriosi, ibi fiant opifices otiosi; et quo veniunt re-
lictis deliciis suis qui fuerant praediorum domini, ibi sint rustici delicati».- Saint
Agustin: De Opere Monachorum, 37
166 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Si después de esto, estos [fgs: 437] religiosos, acordán-


dose de sus malas costumbres pasadas fuesen díscolos y es-
candalosos; no cuidasen a los enfermos, les diesen por ali-
mento una mala sopa, una mala pitanza, una mala legumbre
cocida, sin atender a sus particulares necesidades, aquellas
que demandan diverso género de manjares y de guisados; si
en vez de prodigar los remedios farmacéuticos de su botica a
beneficio de los dolientes, se los escaseasen hasta un grado
supremo de negarles lo preciso, contentándose con recetar-
les algunas purgas de mechoacán1, algunas ayudas, cuyos co-
cimientos se guarden en depósitos comunes y capaces,2 para
evitar la leve ocupación de hacerlos. Si sus roperías estuviesen
destituidas de buenos colchones, sábanas enteras, y limpias y
abundasen sólo en andrajos sucios; si estos religiosos se con-
tentasen sólo3 con algún barbero para erigirlo despóticamen-
te en cirujano de las enfermerías, alterando con esta atrevi-
da conducta, el orden de la sociedad y previniendo el juicio
de los Tribunales, a quienes compete este conocimiento. Si
en vez de4 llamar un Profesor público, acreditado, [fgs: 438]
científico, en una palabra, un buen médico secular, hiciesen
trabajar en la curación de sus enfermos a cualquier practicón

Por esto, no está bien que en la milicia cristiana, en la que los ricos se humi-
llan por piedad, los pobres se enaltezcan por soberbia. Pues, de ningún modo
conviene que en una vida, en la que los senadores se hacen trabajadores, se
hagan ociosos los artesanos; y que allí, a donde acuden, dejadas sus comodi-
dades, los que habían sido dueños de haciendas; allí los campesinos se hagan
delicados. San Agustín, en su Libro sobre el trabajo de los monjes.
Las palabras, que copia Espejo en latín, se leen no en el capítulo 37, como está
equivocadamente en el manuscrito, sino en el capítulo 25, al fin: la obra del
santo no tiene más que treinta y tres capítulos. (Traducción y nota de Federico
González Suárez)
1 mechoacán: (Convolvulus mechoacan) planta parecida a la enredadera de
campanillas (Nota del editor)
2 fgs: omite: y capaces,
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: omite: sólo
4 fgs: omite: este conocimiento. Si en vez de
Reflexiones 167

o enfermero de los1 de su Orden misma (lo que está vedado


por sus propios estatutos), para que no recete con la prudente
liberalidad2 que [ga: 98] requieren la buena práctica y las re-
glas del arte. Si estos medicamentos que se niegan a los due-
ños legítimos, que de ellos son los pobres,3 se tuviese la ansia
de venderlos al público. Si en efecto al venderlos no se tuviese
otra mira que satisfacer la avaricia de algún Prelado que man-
dase a los boticarios levantar el precio a las drogas. Si en la
misma venta de éstas fuesen tan irracionales que habiendo
cogido en el despacho de las primeras recetas un precio exce-
sivo fuesen (al ver que se repiten por los médicos las mismas)
levantando de punto las tasas, como que van a vender carísi-
mamente la necesidad.
Si después de todo esto, se advirtiere que los Prelados
Superiores, verbi gratia, Prefectos, (46)4 Viceprefectos
Generales, andan, [fgs: 439] a traer de aquí para allí a sus súb-

1 fgs, ms. Fjc: omite: de los


2 fgs: libertad
3 fgs: que ellos son de los pobres,
4 (46) Es cosa digna del mayor reparo, que siendo, que los Capítulos genera-
les de los Betleemitas, se hacen por alternativa ya en Lima, ya en Méjico, es
necesario, que se impendan en los viáticos de los Vocales; que vienen del
Reino Mejicano, o van a este del Perú, grandes cantidades de dinero, saca-
das del patrimonio de los pobres. Fuera de esto es costumbre de estos frailes,
que si se hace el Capítulo en Méjico, venga el Prefecto General a residir en
Lima, y al contrario: pero lo que importa la conducción del tal Prefecto sube
a la cantidad de diez mil pesos. Y en lo que mira a la continua translación de
Conventuales también se gasta bastante dinero; siendo, que la causa de esta
proviene de la falta de regularidad. A cuyo propósito transcribo la carta de un
Viceprefecto general escrita a un Prefecto de la Casa de Piura, en estos térmi-
nos: R. F. N. de N. Hijito de mi corazón: después de saludarte deseándote cum-
plida salud, y ofrecerte la mía a tu disposición, paso a decirte como en esta
ocasión remito un religioso del género, que hay porque es cosa lastimosa el
mísero estado en que está la Religión, cuyo daño viene de muy atrás, y sólo el
remedio que hay es el de Dios, a quien pido te guarde muchos años. Lima, y
marzo de 1770. Tu fino amante de corazón. Caamen (Nota de Eugenio Espejo
- ms. Fjc)
(46.1) Variante en la firma: Carmen. (Nota de Federico González Suárez)
168 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

ditos sin hacerlos parar, porque lo pide así, o la dureza cruel


de los Prefectos locales, o las pésimas costumbres de los con-
ventuales, en cuyos transportes se gastaría mucho dinero de
los pobres, en viáticos. Si no (47)1 tomasen ya la silla de manos
para buscar y conducir a sus enfermerías los afligidos con las
enfermedades, que es punto de sus constituciones y al con-
trario repeliesen con fiera crueldad a los que en su convento
solicitasen camas para curarse. Si se viese que sus salas no es-
tuviesen llenas de estos miserables, en los que abunda esta
ciudad. Si estos padres cuidasen más de tener y edificar una
iglesia suntuosa, una torre eminente, unas campanas muy so-
noras y tocadas con frecuencia, que son obras de la vana y
mundana ostentación, con olvido de los verdaderos templos
de Dios que son las criaturas racionales enfermas y con des-
precio de la laudable fama de su hospitalidad.
Si finalmente [fgs: 440] se oyese un rumor tierno y con-
tinuado de que los enfermos, más bien quieren arrastrar una
vida dolorosa, que ir al hospital, porque le ven a éste como el
lugar de su dilatado suplicio y de su muerte cierta, [ga: 99] a
la que no arrastran sino los que ya inhabilitados por los acci-
dentes, no pueden defenderse ni resistir el que los lleven por
fuerza.

1 (47) Para la pronta satisfacción de esta obligación (de la Hospitalidad) luego


que fueren hechos sabidores se pasarán a traerlos en una silla de manos, que
para esto estará preparada, desde los Hospitales, y casas donde tuvo la cura-
ción de ellos, hasta nuestro Hospital donde se ha de dar a ellos la curación o
deben convalecer; ni fien ajenos hombros la carga que Dios impuso a los su-
yos mismos. Constit. Betlem. Cap. 7, regla 2.ª. pág. 44. (Nota de Eugenio Espejo
- ms. Fjc)
(47.1) Para la pronta satisfacción de esta obligación (de la Hospitalidad), lue-
go que fueren hechos sabidores, se pasarán a traerlos en una silla de manos,
que para esto estará preparada, desde los Hospitales, y casas donde tuvo la
curación de ellos, hasta nuestro Hospital, donde se ha de dar a ellos la cura-
ción o deben convalecer; ni fíen a ajenos hombros la carga que Dios impuso a
los suyos mismos. Constit. Betlem. Cap. 7, regla 2.ª. pág. 44. (Nota de Federico
González Suárez)
Reflexiones 169

Si digo1 se encontrase todo este cúmulo de maldades


en nuestros Betlehemitas, no solamente se les deberá visitar,
sino que especialmente el Prelado (48)2 deberá3 informar al
Rey de esta pésima conducta, pidiendo al mismo tiempo a su
Majestad, la separación, supresión o absoluta extinción de es-
tos individuos nocivos a la sociedad.
No creeré que nuestros Betlehemitas se hallen en este
caso. Desde luego mi retrato no está seguramente cerca de su
original. Le veo muy lejos, y le temo muy cerca.
Todo lo que aquí se dice, debe ser antes bien una precau-
ción, que una historia verdadera, antes bien una sombra de lo
que podrá suceder, que una pintura cabal de lo que ahora es.
Pero no dudemos que si yo encontrara que había cogido en la
relajación a estos regulares, la profesión que hago de filósofo
cristiano, no me permitiría el ocultarla. La publicaría, esto es,
la haría venir en conocimiento de quien podía remediarla, sin
faltar a la justicia, por la misma notoriedad del hecho. En [fgs:
441] caso igual, equilibrando rigurosamente las cosas, vería
que importaba más el remedio del público (en cuya compara-
ción es una nonada4 particular la comunidad de doce sujetos
malversadores del patrimonio de los pobres, fundado en la

1 fgs: omite: digo


2 (48) Encargamos a los Prelados, que nos avisen cuántos Hospitales hay en
su Diócesis, de qué advocación, en qué lugares están fundados, qué rentas
tienen de limosnas temporales, o perpetuas, qué enfermedades se curan en
cada uno, si son de hombres o de mujeres, en qué cuartos, o forma están divi-
didos, y lo demás que pareciere conveniente a nuestra noticia. Ley 25, tit. 14,
lib. 3. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(48.1) Encargamos a los Prelados, que nos avisen cuántos Hospitales hay en
su Diócesis, de qué advocación, en qué lugares están fundados, qué rentas
tienen de limosnas temporales, o perpetuas, qué enfermedades se curan en
cada uno, si son de hombres o de mujeres, en qué cuartos, o forma están di-
vididos, y lo demás que pareciere conveniente a nuestra noticia. Ley 25, título
14, libro 3. (Nota de Federico González Suárez)
3 fgs, ms. Fjc: debería
4 ga: monada
170 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Real munificencia y en la misericordia de los particulares) que


la falsa reputación de un puñado de hombres faltos de cono-
cimiento de sus estatutos, y lo que es más, de la caridad cris-
tiana. ¿Cómo éstos, faltando a sus más urgentes obligaciones
no descuidarían de la limpieza de los hospitales, juzgándola
asunto de ninguna consecuencia? ¡Oh, cuánto importa el que
nosotros lo sepamos!

3.º Los lugares sagrados

En ninguna parte de la ciudad se puede venir a pade-


cer, no digo una [ga: 100] peste sino una muerte súbita, que
dentro de las iglesias más frecuentadas de San Francisco, San
Buenaventura, Capilla mayor del Sagrario y todas las demás,
según que en ellas se sepultan más o menos los cadáveres
de los fieles. La causa de un daño tan funesto consiste en la
continua exhalación de vapores venenosos que despiden de
las bóvedas sepulcrales. A ésto llaman los médicos Mephitis,
palabra latina que en el siglo de Augusto, según lo atestigua
Servio, significa1 un dios llamado así por el aire de olor bue-
no y malo. Hoy significa entre los buenos latinos el hedor de
la tierra o de las aguas. Sea lo que fuere, lo que importa sa-
ber es que la fetidez vaporosa que exhalan los sepulcros en
las iglesias son unos hálitos verdaderamente mefíticos, de los
que dice Ricardo Mead, (49)2 que es cosa notoria que puede
ser uno [fgs: 442] envenenado por los vapores y exhalaciones
venenosas o el aire apestado que penetra en el cuerpo me-
diante la respiración.

1 fgs, ms. Fjc: significaba


2 (49) Ricardo Mead. Ensayo sobre los venenos. (Nota de Eugenio Espejo - ms.
Fjc)
(49.1) Ricardo Mead, Ensayo sobre los venenos. (Nota de Federico González
Suárez)
172 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

¿Pero necesitamos acaso de la autoridad, aunque fuese


del mismo Apolo, para establecer una cosa tan verdadera y
que la experiencia diaria nos está dando por los ojos? Casi no
hay año en que no se vean los lamentables efectos de esta
verdad. En las bóvedas1 de San Francisco han perecido mu-
chos de los indios sacristanes, que codiciosos de algunos lu-
cidos despojos de los muertos, han entrado para quedar allí
mismo sofocados y sepultados de una vez.
No es difícil dar la razón de este violentísimo efecto a
quien sabe el mecanismo de la máquina del hombre. Porque
en conociendo en qué armonía, concierto y funciones de los
fluidos y de los sólidos consiste la vida, no hay cosa que difi-
culte la inteligencia de varios fenómenos adscriptos a la cons-
titución maquinal del cuerpo. ¿La vida, pues, en este sentido
[ga: 101] qué es sino el perpetuo giro de la masa sanguina-
ria? Conforme corre ésta,2 y según por donde da sus peren-
nes vueltas se obran todas las filtraciones de los líquidos o
materias acomodadas a los diversos diámetros de las partes
glandulosas. Y ellas son buenas o malas, correctas o viciosas,
naturales,3 ya por la correspondencia regular o ya por la pér-
dida del equilibrio y del resorte de aquélla y de estas últimas.
Para comprender esto, no hay sino echar la vista4 a la
fuerza elástica del corazón, que según el cálculo de Borelli,
(50)5 puede superar a la resistencia de [fgs: 443] 180000 li-
bras.6 ¿Considérese cuál ímpetu, cuál movimiento, cuál ce-
leridad no imprimirá a la sangre cuando la impele desde su
1 fgs, ms. Fjc: En la bóveda
2 fgs, ms. Fjc: omite: ésta,
3 fgs, ms. Ms. Fjc: añade: o preternaturales,
4 no hay sino echar la vista (así en ga, fgs, ms. Fjc, ms. Mej.
5 (50) Juan Alfonso Borelli. Tract. de vi percussionis. (Nota de Eugenio Espejo -
ms. Fjc)
(50.1) Juan Alfonso Borelli, Tratado De vi percussionis. (Nota de Federico
González Suárez)
6 fgs: 780000 libras.
Reflexiones 173

centro1 al tiempo de su contracción hacia las arterias y por


consiguiente hasta las más remotas extremidades de los
miembros inferiores? Era necesario un vigor motriz de muy
superior2 elasticidad para obrar este curso de la sangre que
vulgarmente se llama circulación. Y era preciso que en ésta
corriese, tanto aquélla, que en pocos minutos, la misma por-
ción de sangre que salió del corazón volviese a entrar en sus
ventrículos. Por lo menos el inglés Jacobo Keil (51)3 dice que el
curso veloz que adquiere la sangre al empezarlo por las arte-
rias es capaz de llegar a cincuenta y dos pies en cada minuto.
Si ésta va con la mayor comodidad (digámoslo así) por los va-
sos mayores, es preciso, que se estreche, se adelgace, y atenúe
muchísimo para girar libremente por las ramificaciones me-
nudas y tan delgadas que superan con mucho a la delicadeza
y finura4 de los cabellos más sutiles. Entonces, qué división de
partículas tan imperceptibles ¡Qué distribución tan uniforme!
Pero una y otra se perfeccionan en los vasitos mínimos y es-
trechísimos de los pulmones; y unos y otros obligan [ga: 102]
a éstos a la atracción y expulsión del aire, que fuera de servir
a la misma circulación esencial e inmediatamente tiene otros
diversos destinos, así en las vejiguillas5 pulmonares, como en
lo restante del cuerpo.
En este mecanismo consiste el uso y la necesidad de la
respiración. Si éste cesa,6 para el giro de la sangre, [fgs: 444] se
detiene en los pulmones, se subsigue la cesación de las fun-
ciones animales, que es decir se acaba la vida o con menos
prontitud o más excesivamente, según que se respira en vez

1 fgs, ms. Mej: su seno / ms. Fjc: su cono


2 fgs, ms. Fjc: Era menester un vigor motriz de ésta, y superior
3 (51) Jacobo Keil. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(51.1) Jacobo Keil. (Nota de Federico González Suárez)
4 fgs, ms. Fjc: a la delicadez y fineza
5 ga: los albeolos
6 fgs: si ésta cesa
174 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

del aire puro, otro fluido que sea más o menos diferente de él;
porque cualquiera otro no ha de tener, ni la consistencia fácil
de separarse, ni la elasticidad que goza el aire.
Ahora, pues, en las bóvedas sepulcrales es necesario que
se respire un fluido o una exhalación, que además de ser iner-
te e impropia para todo movimiento activo y pasivo, está llena
de partículas corruptas y venenosas. Así las muertes violen-
tas se deben atribuir a la inercia de aquel fluido que ocupó
los pulmones e hizo parar su alternada acción mecánica. Pero
porque el mismo fluido1 lleva en sí los principios de putrefac-
ción si es conducido por el aire y su ventilación a alguna dis-
tancia, producirá él en los cuerpos que allí se hallaren, no la
muerte pronta, ya se ve, pero si una alteración enorme, febril,
pestilencial, o de otra naturaleza morbosa. Luego véase aquí
que los sepulcros son los depósitos de este veneno activo y
trascendental, que en ninguna parte puede llegar a adquirir
tanta fuerza mortífera, sino en la estructura cóncava de las bó-
vedas y en la misma constitución del cuerpo humano, capaz
de más subida fetidez y corrupción quizá que todos los otros
entes, que conocemos.
Es constante la unanimidad de pareceres de los autores
médicos, sobre que las enfermedades pestilenciales, que se
suscitan en los [ga: 103] campos de batalla y en los ejércitos,
se deben a la corrupción de los cadáveres que se descuidan2
de enterrar. Es el caso que como por lo regular se empieza la
guerra por la primavera y sigue su [fgs: 445] horror en el es-
tío, el calor intenso del aire, pone en mayor fermentación los
humores de los difuntos y hace que se exhalen partículas ac-
tivísimas que esparciéndose en la atmósfera encienden una
fiebre contagiosa.

1 ms. Mej: párrafo trunco; omite: que ocupó los pulmones e hizo parar su alter-
nada acción mecánica. Pero porque el mismo fluido
2 fgs, ms. Fjc: se descuidó
Reflexiones 175

No es de omitir a este intento una historia de Monsieur


Baynard, referida a Mister James. Dice que, habiendo ido al-
gunos muchachos a jugar al contorno de un cadalso, donde
algunos meses antes se había expuesto el cadáver1 de un mal-
hechor, hicieron el cadáver de éste el objeto de su diversión y
se entretuvieron empujándole de un lado a otro. Uno de los
muchachos, que era más atrevido, quiso adelantar la inven-
ción y tuvo a bien darle una puñada encima del vientre, que
estando descubierto, seco por el calor de la estación, por den-
tro esponjado por los humores que habían caído, se abrió por
la violencia del golpe y despidió una agua tan ardiente y co-
rrosiva, que el brazo del muchacho por el que corrió, se le lla-
gó violentamente y tuvo que sufrir2 muchísimo, para impedir
el que se le encancerase. Si3 este efecto produce un solo cadá-
ver. ¿Qué causará4 la junta de muchos? ¿Y cuál5 tósigo no se
confeccionará en estos lugares subterráneos?
Dos son pues los daños irreparables que causan estos
depósitos venenosos: el primero las muertes violentas; el se-
gundo las enfermedades populares. Y cualquiera precaución
que se torne por los curas y religiosos a quienes pertenecen
los sepulcros, para impedir la comunicación de la causa, no
alcanza a extinguirla ninguna; como que se halla siempre ce-
bada y acopiada en los sagrados Templos. ¿Pues qué remedio
habrá acaso excogitado [ga: 104] el celo de algún buen ciu-
dadano? Si [fgs: 446] se le ha ocurrido felizmente, deberá6 pu-
blicar y pedir a los Magistrados, que se pongan7 en uso. Parece
que no tiene el menor inconveniente todo esto.

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: el cuerpo


2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que padecer
3 fgs, ms. Mej: omite: Si
4 fgs, ms. Fjc:¿qué causaría
5 fgs: Igual
6 fgs: lo debería
7 fgs, ms. Fjc: que se ponga
176 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

La Medicina de tan grave, pernicioso y universal daño,


está en que se hagan los entierros de los fieles difuntos, fuera
de la ciudad y no dentro de los lugares sagrados de ella.
Allá en la parte posterior de todo el recinto que se lla-
ma Alameda, hay una caída plana y que forma el principio del
Ejido y está muy a propósito para que se forme en ella un ce-
menterio común donde se deberá1 enterrar todo género de
gentes. Toda su fábrica no debe constar más que de paredes,
que tengan la altura de diez varas, puestas en cuadro, su ex-
tensión podrá2 ser de ciento sesenta varas de longitud y cin-
cuenta de latitud. En alguno de los extremos se podría hacer
una especie de mesa de piedra, a donde por mayor decencia y
aquella piedad religiosa que demandan los cuerpos que fue-
ron morada de un alma3 inmortal, se pudieren poner por el
breve rato que dure la excavación de la tierra. Los curas, ya se
ve como muy bien lo saben, han de llevar con cruz alta el ca-
dáver de su feligrés difunto y llegando al cementerio dirán las
últimas preces que por alivio de su alma manda la Iglesia se
digan y hecho el entierro, vuelven a su parroquia a celebrar su
Oficio y divinos Ministerios4 de nuestra reparación.
A este mismo cementerio se deberán5 trasladar todos
los esqueletos y osamentas que estuvieren depositados en las
bóvedas o sepulcros cóncavos de las iglesias, porque los otros
que están confundidos con la masa de la tierra en el mismo
lugar de su sepultura, no hay [fgs: 447] para qué removerlos
de allí, ni se necesita para procurar la limpieza local de Quito,
de su traslación.

1 fgs: se debería
2 fgs, ms. Fjc: podía
3 ga: del alma
4 fgs, ms. Mej: Misterios
5 fgs: se deberían
Reflexiones 177

Manifestado este remedio hay que considerar sobre [ga:


105] algunas cosas.1 Primeramente que la designación del lu-
gar, su bendición y consagración de tal cementerio son dere-
chos propios del Ilustrísimo Señor Obispo. En segundo lugar
que la traslación de los huesos de los difuntos de una iglesia a
un tal cementerio, no se puede hacer sin el permiso del Juez
Real. En tercer lugar, que una introducción semejante es nue-
va y necesita del beneplácito del Señor Vice-Patrón, como es
debido. En cuarto lugar, que el terreno pertenece a la ciudad y
podrá hacerse de él todo lo que quiera, conforme a este asun-
to pertenezca. En quinto lugar, que siendo este negocio puro
ramo de policía, obliga al Muy Ilustre Cabildo, el promoverlo.
Síguese de aquí, que este Muy Ilustre Cuerpo ha de in-
terponer sus preces ante la dignísima persona de Su Señoría
Ilustrísima, a fin de que tenga a bien designar el lugar y bende-
cirlo. Ha de solicitar la concordia de las dos cabezas, Eclesiástica
y Secular a propósito de que se hagan2 las ceremonias sin vi-
cio de nulidad. Y después ha de proceder obtenido el permi-
so del Señor Vice-Patrón y designado el sitio por el Ilustrísimo
Señor Obispo, a la edificación de las paredes. Dentro de éstas,
pueden a juicio del Señor Alcalde de primer voto, tomar el lu-
gar de su sepultura las personas distinguidas de esta ciudad y
aun edificar sus moderados monumentos fúnebres, o para la
duración o para el contento de la vanidad mundana.
No es fácil decir las utilidades que resultan de este sa-
grado establecimiento. Ni me parece que [fgs: 448] haya al-
guno que tenga de murmurar sobre su propuesta, juzgándo-
la inútil, nociva e inasequible. Todo lo que puede conmover
el espíritu débil, tímido o nada penetrativo, es el doble pre-
cepto que emanará3 de la Autoridad Episcopal y del Gobierno
1 ms. Fjc: Manifestando este remedio sobre él diré algunas cosas; / fgs:
Manifestado este remedio, diré sobre él algunas cosas.
2 ga: de que hagan
3 fgs: que emanaría
178 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Secular. El primero mandará sin duda, bajo de las penas ecle-


siásticas que juzgare [ga: 106] convenientes, que tanto el cle-
ro Secular como Regular no entierre en sus iglesias difunto al-
guno de cualquiera condición que sea. El segundo ordenará,
a mi parecer, que ninguna persona escoja sepultura eclesiásti-
ca en otro lugar sagrado que en el del cementerio universal1,
siendo cualquiera libre de pedir en cláusula de testamento los
oficios funerales en cualquiera de las iglesias de Regulares, pa-
gados los derechos al propio párroco.
En este doble precepto, se creerá por la gente ruda, que
se quita la libertad a los fieles de enterrarse como quieran2 y
a los curas y regulares, uno de aquellos ramos de emolumen-
to, que les hace subsistir. Pero creo que ni unos, ni otros, ten-
drán de qué quejarse. Aquellos no, porque no son privados
de sepultura eclesiástica, que debe ser todo su objeto. Estos
no, porque no se les defraudará a los curas sus derechos, ni a
los regulares se les caerá de las manos3 las obligaciones fúne-
bres. Pueden padecer alguna disminución pero será en aque-
lla parte de los entierros clandestinos, no tanto de adultos,
cuanto de niños, que celebran los regulares y procura el po-
pulacho, que así se celebren, en fraude de los derechos parro-
quiales. Y esta disminución, siendo siempre justa, no veo que
puedan padecer otra. Si por ella se levantase algún inicuo cla-
mor, se tiene con qué hacerlo acallar y [fgs: 449] poner a los
que lo levanten un perpetuo silencio. Es pues4 manifestándo-
les lo primero, que está prohibido a los religiosos y aun a los
mismos curas, por el derecho real canónico el que induzcan a
los enfermos a que se escojan sepultura en esta iglesia, más
bien que en la otra. (C. 1 de sep. in 6.º).5 Y el fin de este manda-
1 ga: general
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: quisieran
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: se les caerán de la mano
4 fgs: Después
5 fgs: (C. T. de sep. in 6.º)
Reflexiones 179

to eclesiástico es enajenar el corazón de los hombres dedica-


dos a la mayor [ga: 107] pureza de costumbres; de la ansia, y
avaricia de coger dinero, de entre los mismos despojos de la
muerte.
Lo segundo, persuadiéndoles que interviniendo el be-
neficio común, no se debe tener respeto a la falla de oblacio-
nes1 que lleguen a padecer los particulares. Esta máxima, sien-
do general y digna de saberse en todo el mundo, se creerá tal
vez que no tiene lugar con el clero secular y regular; porque
al parecer, deroga sus libertades y privilegios. Pero no es así,
aun en la opinión2 de los teólogos que miraron más por ellos
y fueron celosos de su conservación.
En un caso, si no idéntico, por lo menos muy parecido, es
que resuelve de esta manera aquel teólogo a quien el cuerpo
de donde era y toda su escuela, con la turba de las demás que
la lisonjeaban, llamaron por antonomasia el eximio Francisco
Suárez, que dice que, «cuando3 el gravamen o perjuicio es ge-
neral y entonces sobreviene una ordenanza también general;
pero favorable a la República, y es en materia que mira al bien
común, no se puede decir que ésta causa gravamen a los clé-
rigos, ni lesión a sus libertades; porque en este caso nada se
obra contra sus privilegios ni contra el derecho natural». Da
la razón este teólogo en lo que añade y [fgs: 450] por cierto
que es ella obvia y capaz de convencer a nuestros probabi-
listas. «Porque (dice) casi todas las leyes humanas tienen en
esto, que aun cuando sean útiles al común y por mejor decir
a todos generalmente, con todo eso, a veces vienen a resultar
en daño y gravamen de alguna persona. Pero no por eso se
ha de tratar de injustas ni perniciosas: porque intentan el bien
común y por lo mismo permiten justamente el daño o inco-

1 fgs, ms. Fjc: obligaciones


2 fgs: aún estila la opinión / ms. Fjc: aún estila opinión
3 fgs, ms. Fjc: «pues dice que, cuando / ms. Mej: pues dice «que, cuando
180 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

modidad del particular». Hay otro motivo también y es que


aunque en una ocasión o temporada, parece causar1 [ga: 108]
gravamen, pero en otras aprovechan y traen comodidad, de
manera que lo uno se compensa con lo otro.
Lo tercero, haciéndoles memoria de que en los ocho pri-
meros siglos de la Iglesia, no se enterraban los fieles, dentro
de los santos templos, sino en los cementerios, los cuales es-
taban situados fuera de las ciudades y cerca de los caminos
reales.
El emperador León, llamado el Sabio y el Filósofo, per-
mitió, por su constitución 820 que se enterrasen los difuntos
dentro de las ciudades y de las iglesias mismas. De suerte que
si no se enterraban en el interior de éstas, venía de prohibición
a la que no estaban sujetos los cuerpos de los Mártires, con
quienes no se observaba la regla general. Es verdad que des-
de el tiempo del Emperador Constantino hubo alguna altera-
ción en este punto de disciplina, porque este mismo Príncipe
fue el que primero rompió este orden, mandándose enterrar
en el pórtico del templo de los Apóstoles de Constantinopla.
A su imitación el Emperador Honorio, mandó fabricar su tú-
mulo en el recinto de la iglesia de San Pedro en Roma. [fgs:
451] Luego fueron seguidos estos ejemplos (dice Monsieur
Durand de Maillane2), porque el uso de hacerse enterrar a la
entrada de las iglesias, era casi general en tiempo del papa
León. En el posterior (añade) se obtuvo la sepultura en el in-
terior de los templos, pero los Obispos cuidaban atentamen-
te de no conceder esta gracia sino a aquellos que durante su
vida se habían distinguido en la piedad.
¿Pues qué inconveniente habrá3 en que se revoque el uso
antiguo, se promueva la santa disciplina de la Iglesia; se acuer-

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que causan


2 ga: Durand Maillane
3 fgs, ms. Fjc: habría
Reflexiones 181

den sus altísimos fines; se enciendan sus altas1 ideas que en


estas cosas bien misteriosas nos daba de nuestra satisfacción;2
se consulte finalmente a [ga: 109] la seguridad de la salud
pública? Sea cual fuere la opinión que se tenga de mi modo
de pensar, no obstante me lisonjeo de que desde que logré
la luz de la razón he atendido solamente a la felicidad de la
Patria; y me acuerdo con complacencia que este dictamen o
muy poco diferente expuse en un parecer que se me pidió por
orden del Señor Presidente Regente y Visitador General don
José de León y Pizarro, acerca de las muertes que padecieron
algunas personas que incautamente entraron a una de las bó-
vedas sepulcrales de la iglesia de San Buenaventura y acerca
del método de precaverlas; cuyo expediente corrió por mano
del Dr. Dn. Francisco de Salazar,3 Abogado Relator de esta Real
Audiencia.

Limpieza Personal de Quito

Parece que así se debe llamar la que deben observar las


personas; manifestando igualmente las que padeciendo al-
guna enfermedad contagiosa, pueden dañar al [fgs: 452] co-
mún de las gentes de esta ciudad. A pesar del saludable clima
de Quito, en el cual se juzga no hallarse de esas graves dolen-
cias, que tan frecuentemente se padecen en la Europa y en las
demás partes del mundo; no se dude, que no se vean aquí al-
gunas de ellas, en el más alto punto o de su actividad o de su
malicia. El fuego, que llaman de San Antón, el cual por cierto,
no es una simple fiebre erisipelatosa, le he visto aquí en dos
o tres personas con particular asombro. Hay pues, Hécticas,
Pthises,4 mal venéreo y otros muchos afectos que se comuni-
1 Fgs, ms. Fjc: las altas
2 Fgs, ms. Fjc: santificación,
3 fgs: Francisco Javier de Salazar, / ms. Fjc: Francisco Xavier de Salazar
4 ga, fgs, ms. Fjc: Hécticas Pthises
182 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

can con facilidad unos a otros. Sobre los [ga: 110] que pade-
cen, manifestaré cuáles deben ser separados de la Sociedad y
cuáles no. Debía aquí hablarse de todo género de gentes, que
atraían1 algún daño universal al público; pero me contentaré
con decir que se lo causan2 1.º Los que padecen mal venéreo.
2.º Los pthísicos y hécticos. 3.º Los sarampionentos3 y virolen-
tos. 4.º Los leprosos. 5.º Los falsos médicos.

Remedios

1.º Los que padecen mal venéreo

Acaso este contagio asqueroso ha llevado más gente al


otro mundo que la pólvora y el cañón. Como es tan universal
y de tantos atractivos su causa, el efecto es también universal
y desde luego inextinguible. Como entrara la castidad en el
género humano, ya se habría logrado abolir un mal, que es
pena y consecuencia forzosa de los deleites más torpes. No
busquemos remedios universales contra una enfermedad
que ha de durar lo que los siglos y lo que la prevaricación de
una naturaleza rebelde. Pero confesemos de buena fe que si
el mal venéreo es (digámoslo así) el síntoma de los placeres
deshonestos, no es tan [fgs: 453] moderna como se piensa su
primera aparición. Es preciso que sea muy antiguo su origen
y que haya tomado su cuna en los principios del mundo, en
medio de la mezcla abominable de los hijos de Dios, con las
hijas de los hombres.
Acuérdome que siendo aún muy muchacho leí una
cuestión de si esta enfermedad se acabaría en algún tiempo.

1 fgs: que atraen


2 fgs, ms. Fjc: que sólo causan
3 fgs: sarampionientos
Reflexiones 183

Quien la suscitaba, parece que1 era Enríquez o era Mercado,


autores españoles, pero tan despreciables que no trato2 de fi-
jar la memoria en quién de ellos la vi. Creo que el autor afir-
maba que se extinguiría; [ga: 111] y esta su opinión venía
del errado concepto en que estaba de que pocos tiempos an-
tes, esto es desde la conquista de las Américas, se había co-
municado a la Europa el contagio venéreo. Es de reír así de la
inepcia de la cuestión, como también el fundamento sobre el
que la resolvía. Sin duda que si estos escritores se apoyaron
en las narraciones de nuestros historiadores no tuvieron a los
ojos la Historia de Antonio de Herrera, para afirmar lo contra-
rio; pues este autor, asegura que el contagio venéreo le traje-
ron de Europa los españoles a las Américas. Y es muy digno
de notar para el ejercicio de una crítica filosófica, que Antonio
de Herrera, tiene para con nosotros muchos motivos de ser
creído y de que se adopte su parecer; porque él fue muy dis-
creto e instruido, de otra suerte no hubiera sido secretario del
Virrey de Nápoles, Vespaciano Gonzaga, historiador mayor de
las Indias, bajo de Felipe Segundo y autor de cuatro3 volúme-
nes en folio de la Historia General de las Indias y de la Historia
General del Mundo.4 Su obra, siendo muy prolija y muy cu-
riosa tiene por otra parte la bondad de ser muy obsequiosa a
nuestra [fgs: 454] nación; de manera que cualquiera extran-
jero, podría notarle de adulador.5 Y con todo eso, quiere que
los españoles hayan sido los que comunicaron a las indias el
doloroso mal de la costosísima liviandad.

1 fgs: omite: parece que


2 fgs: no cuidé / ms. Fjc, ms. Mej: no cuido
3 fgs: omite: cuatro
4 ga: Historia general de las Indias Occidentales / ms. Mej: Historia general del
mundo.
5 fgs, ms. Fjc: podía notarle de su adulador / ms. Mej: no podría notarle de su
adulador
184 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Por eso, no acabo de admirar la alucinación, que han pa-


decido en esta parte, casi todos los médicos modernos, atri-
buyendo a las Américas el origen de esta enfermedad. Quizá
no hay más fundamento que la aseveración que de esto
hacen dos médicos españoles, sevillanos ambos, que son
Rodrigo Diacio y Nicolás Monardes. El primero en su tratado
de Morbo venéreo, y el segundo en el suyo de las drogas de
la América1, quieren hacer creer que es regional o endémica
[ga: 112] en las Indias occidentales2 y que de ellas fue llevada
a Europa el año de 1492, después que Cristóbal Colón había
descubierto la Española a quien conocemos más por isla de
Santo Domingo.
Esta alucinación proviene de la pereza natural que hay
en el hombre para entregarse a la íntima indagación de las
materias; de la propensión que hay en casi todos de gober-
narse por la ajena autoridad y de seguir sus huellas; finalmen-
te, de la ignorancia de la antigüedad. No es mi ánimo, sino de
paso, hacer ver los obstáculos que tienen las ciencias para su
aumento.
Con todo eso, un médico tan ilustre por su mérito y
tan famoso, por serlo de la Reina Ana de Inglaterra, como
Martín Lister, después de decir que es indubitable que de las
islas americanas se trasladó, por medio de los españoles a
Europa el mal venéreo, quiere con la conjetura más desatina-
da del mundo, probar que fuese propio3 de los americanos.
Pregúntase de este modo. ¿Pero de [fgs: 455] dónde nació
entre los indios este contagio? Y responde que de la morde-
dura de algún animal venenoso o algún alimento envenena-
do es creíble que naciera. Procede después a su conjetura, di-
ciendo, que es cosa muy averiguada que los indios comían las

1 ga: de América,
2 ga: orientales
3 ga: propia
Reflexiones 185

sabandijas, para cuya comprobación, cita a nuestro excelen-


te historiador Gonzalo Fernández de Oviedo,1 que habiendo
sido Gobernador en una2 de nuestras islas, escribió la Historia
general de las Indias occidentales; y en ella cuenta que nues-
tros indios se alimentaban de las iguanas. Es cosa gustosa leer
a Martín Lister en lo que filosofa sobre este su aserto; pero no
lo ha de ser a los que quisieran oír muy raras veces estos dis-
cursos. Más juicioso que el citado inglés se porta otro celebrí-
simo paisano suyo, esto es, el insigne Gualtero de Harris, mé-
dico que fue del Príncipe de Orange, Guillermo, después Rey
[ga: 113] de la Gran Bretaña. Este médico pone en duda que
de la América se propagase a las demás partes el sucio conta-
gio venéreo y aun se inclina a creer que éste fuese tan antiguo
como el pecado deshonesto.
Esta sentencia de Harris, no porque sea de él, sino por
parecer ser de la verdad, es la que he abrazado constante-
mente. No es imposible demostrar de siglo en siglo la existen-
cia de este mal y subir hasta la más remota antigüedad; pero
no es mi intento cansar la paciencia de mis lectores, que acaso
se incomodarán con sólo la oferta3, sino darles uno u otro tes-
timonio a fin sólo de que satisfagan.
El poeta Ausonio en el epigrama 70 de Crispa, le ha lla-
mado el hijo de Nola, describiendo la prostitución de esta ciu-
dad, que es lo mismo que decir que era conocido su contagio
en el siglo [fgs: 456] cuarto de la era Cristiana. En el mismo si-
glo, el emperador Juliano, en su Sátira de los Césares, no duda
decir que Tiberio padeció los efectos de este mal, que son la
psora, la tiña y la sarna llamada empeine. Y Tácito, mucho an-
tes que Juliano, dijo en el libro 4.º de sus «Anales» que Tiberio,
de ordinario tenía la cara cubierta de úlceras y de asquero-

1 ms. Fjc, ms. Mej: Fernando González de Oviedo


2 fgs, ms. Fjc: de una de
3 ga: con la sola oferta / ms. Fjc, ms. Mej: con sola la oferta
186 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

sos emplastos; pero lo que viene al intento es, que uno y otro
atribuyen estas cicatrices vergonzosas a la incontinencia de
aquel malvado César; y que esta enfermedad es descrita y co-
nocida en el primer siglo de Jesucristo. El agradable y jocoso
Luciano la ha llamado enfermedad Lesbia; porque se percibió
o conoció primeramente en la isla de Lesbos, donde la livian-
dad y los excesos del deleite torpe, reinaban con mayor licen-
cia. Acaso en todo el Archipiélago no había otra isla de más in-
continencia y disolución. Subiendo algunos años más hacia el
tiempo del paganismo, hallamos que Antonio Musa, Médico
[ga: 114] muy honrado del Emperador Augusto, le curaba con
unciones de aceites cerca del fuego, le hacía sudar y le rocia-
ba después con agua fría. Suetonio, en la vida de Augusto es
que1 se refiere a la verdad histórica de aquel Médico tan céle-
bre, porque el Senado le levantó una estatua de bronce y le
colocó al lado del mismo Esculapio y porque el Emperador le
permitió llevara un anillo de oro y le eximió de los impuestos.
Horacio en la oda en que convida a sus amigos a alegrarse y
beber vino por la victoria que obtuvo Augusto, sobre Marco
Antonio y Cleopatra dice: «Cuando esta Reina disponía la rui-
na al Capitolio y la muerte al imperio con una vil y vergonzosa
tropa de hombres contagiados de una [fgs: 457] enfermedad
torpe, era una maldad beber el vino cécubo».
[...] Dum Capitolio
Regina dementes ruinas
funus et imperio parabat
contaminato cum grege turpium
morbo virorum [...] (52)2
Y en otra parte, el mismo poeta, refiriendo los denuestos
con que Mesio y Sarmento se improperaban, pone en boca de
uno de ellos, aquel con que le denuesta, que había contraído

1 fgs: quien
2 (52.1) Es la oda XXXVII del Libro primero. (Nota de Federico González Suárez)
188 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

una cicatriz muy fea su contrario en la cara, a causa de pade-


cer el contagio venéreo, llamado por Horacio, enfermedad de
Campania.
[...] At illi faeda cicatrix
setosam laevi frontem turpaverat oris
Campanum in morhum,1 in faciem permulta jocatus (53)2.
[ga: 115]
Es el caso que esta provincia de la Italia estaba sumergi-
da en el libertinaje y prostitución; pero la que se excedía en
estos vicios era Capua, como lo atestigua Cicerón llamándola
el domicilio de la [fgs: 458] deshonestidad: Domicilium im-
pudicitiae; de manera que con propiedad se debía decir Mal
Napolitano, aun desde aquel antiguo tiempo al contagio
venéreo.
Este pues, desde el descubrimiento de las Indias, tomó
el nombre de los lugares a donde primero se sentía, como he-
mos visto que ha sucedido en la antigüedad y no otro que pa-
reciese definirle perfectamente y al uso del arte Médico;3 mor-
bo índico, morbo gálico, morbo napolitano, son los sinónimos
de esta enfermedad, debiendo llamarse el mal de la torpeza o
la dolencia de todo el universo.
Cuando nos acercamos a la4 mayor antigüedad vemos,
que el grande Hipócrates la conoció e hizo su pintura,
trayendo sus peculiares síntomas, que para los médicos
traen la razón completa para constituir los que llaman
signos patognomónicos, y yo llamaré los caracteres de las
enfermedades. Pero viniendo a sacarlos de la autoridad del
1 ga, fgs, ms. Mej: in morbum,
2 (53.1) Los versos que cita Espejo se leen en la Sátira quinta del Libro primero.
(Traducción.- Mostraba una enorme cicatriz a la izquierda de la vellosa frente,
y prosiguió burlándose de su extraña cara, de la enfermedad de Campania).
(Nota de Federico González Suárez)
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: añade: por eso es que se ha juzgado moderno.
4 fgs: nos acordamos de la / ms. Fjc: nos acordamos a la
Reflexiones 189

Príncipe de la medicina, preguntaré a cualquier médico, de


cuál enfermedad son los siguientes: las postillas grandes que
cubriendo todo el cuerpo, salen con mayor copia a la cabeza,
las llagas más sucias cerca del pubis, y los lugares más secretos
y vergonzosos del cuerpo, las inflamaciones erisipelatosas, las
evacuaciones de vientre, el horror a la comida, la consunción de
las carnes, con calenturas o sin ella, la corrupción de los huesos;
toda especie de aflicción de los miembros, con podredumbre
de ellos; la caída de los cabellos; las inflamaciones de los
testículos; los dolores más acerbos entre los desvelos de la
noche; las úlceras de la boca, que serpean; los tubérculos o
bubones en las ingles; etcétera. Pues [fgs: 459] todos estos
[ga: 116] síntomas los trae Hipócrates describiendo el estado
pestilencial de Grecia. Si sus palabras de tanto peso para
los doctos, deberán convencer mi pensamiento; las que
produciré1 de la Santa Escritura, quitarán toda duda en este
asunto.
Los Libros sagrados, como son los testimonios más evi-
dentes e indefectibles que tenemos de la verdad, debería su-
ceder siempre que para cualesquiera materias, en quienes se
querrían producir hechos ciertos, ocurriésemos a sus sagra-
das fuentes, como que son las primeras que se han visto sobre
la tierra. Habiéndome valido de este consejo, he visto que en
ellas viene pintada la enfermedad deshonesta: Salomón en
sus «Proverbios» dice así:
«Vive lejos de la ramera, evitando llegar aun a los umbra-
les de su casa, para no abandonar tu honor y tu juventud en
manos de una mujer extraña y cruel. No sea que suceda que
los que no le pertenecen ni por la amistad ni por naturaleza,
se apoderen de tus riquezas y que vengas a padecer la miseria
en casa ajena, gimiendo en los últimos días de la vida, con la
corrupción de tus carnes y de tu cuerpo».
1 ga: reproduciré
190 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Jesús hijo de Sirac, el autor del «Eclesiástico», según los


mejores críticos, parece guardar en esta materia una expre-
sión más vehemente y decisiva, cuando dice: «será deshon-
rado el que se juntare con las prostitutas, la corrupción y los
gusanos se harán dueños de él: servirá de escarmiento y aun
vendrá a perder la vida». En el Libro de Job, se hallan estas pa-
labras: «que los huesos del impío se llenarán de los horrores
y vicios de su juventud y que aun pasarán con él a permane-
cer en medio del polvo mismo». Sea que ésta sea una dura
invectiva que Sophar, amigo de [fgs: 460] Job se la hiciese
tratándole de incontinente, como quieren algunos intérpre-
tes, o sea que Sophar tratase de hacer recuerdo [ga: 117] a
Naamathites de la suerte de los pecadores; para mi intento,
basta saber, que en los lugares de la «Escritura» se halla tra-
zado el dolor, pintadas las úlceras, descrito el padecer propio
del que hoy llamamos el mal venéreo. ¿Qué queda a vista de
esto, que dudar de su origen antiguo y de su propagación en
todo el mundo?
Nuestros historiadores que han dado razón de él y le mi-
raron como nuevo, no tenían la obligación de saber la histo-
ria de las enfermedades, conocimiento que debía quedar para
los médicos y ellos por lo mismo, nada atrasan a la verdad
de lo que hemos establecido, que fue lo que arriba me pro-
puse demostrar, cuando cité el pasaje de don Francisco Gil,
arrebatado en la opinión de los modernos y su innumerable
muchedumbre.
Viniendo a objeto más interesante, debo añadir que,
aunque no se pueda hacer separación de esta especie de con-
tagiados1; pero cuando menos, la buena policía ordenará que
los médicos, den aviso secreto a los magistrados de aquellas
personas que estuviesen más infectas y que no queriéndose
sujetar a una curación radical, pueden viciar a toda la juven-
1 fgs, ms. Fjc: contagios
Reflexiones 191

tud; ya para que esté a la mira, de contener sus liviandades, y


ya para que en caso de que tome otros pestilentísimos pro-
gresos el accidente, obliguen por fuerza a que se retiren a un
hospital. Este reglamento mira más directamente a las muje-
res prostitutas, de las cuales han habido algunas tan veneno-
sas, que o han hecho perder la virilidad o la vida a muchos
hombres, poco después, o en el mismo acto de la junta torpe.
Tanto mayor debe [fgs: 461] ser el celo en este asunto,
cuanto hoy se experimenta que por causa del contagio vené-
reo mueren muchas mujeres jóvenes con un mal que se les
ha hecho familiar, y ellas llaman agua blanca. [ga: 118] Los
médicos vulgares no han conocido esta enfermedad y de or-
dinario la han confundido con la que se denomina flujo blan-
co, que es una especie de gonorrea mujeril, y a la verdad, en
mi corto juicio, no es otra cosa que cancro1 uterino. Otros
le han dado el nombre de sangre luvia, y si (como debe ser)
entienden por esto la hemorragia uterina, se han engañado
miserablemente,2 porque ésta puede ser una simple solución
de los vasos de la matriz y el otro es un tumor que manan-
do siempre sanguaza o materia ichorosa,3 y a veces sangre, ya
viva, ya denegrida, causa acervísimos4 dolores por toda la re-
gión hipogástrica umbilical isquiática,5 extendiéndose por las
ingles y el pubis. Debe encargarse a los médicos que atiendan
a este objeto y se conformen en este pensamiento del cancro
por medio de las observaciones anatómicas. Sobre todo, de-
ben avisar al Magistrado, quiénes lo padecen, para que se en-
tienda6 en la abolición de sus ropas por el fuego, pues he visto
que es sumamente contagioso, y personas de vida devota, he

1 ga: chancro
2 fgs: míseramente; / ms. Fjc: mísera;
3 fgs: ichorofa
4 fgs: acerbísimos
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ischiádica,
6 ga: atienda
192 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

observado que le han contraído, por haber usado de la alfom-


bra de otra que lo padeció. Mi madre murió de esta enferme-
dad, por un contagio semejante.

2.º Los Pthísicos y Hécticos

Tampoco con estos no se debe tratar de alejarlos de


nuestra población a una casa de campo o a un hospital; aun-
que su dolencia es contagiosa, a juicio de los mejores Físicos
no son sus hálitos tan activos y volátiles que [fgs: 462] pue-
dan ocasionar daño en alguna distancia.
Federico Hoffman, hablando de la Pthisis, y preguntan-
do si es trascendental, afirma que sí, en ciertos casos, y es que
sigue la costumbre de los médicos anteriores en hacer seme-
jante cuestión y también en el modo de [ga: 119] resolver-
la. No hay duda que toda materia podrida que manan las lla-
gas malignas es contagiosa; y Riverio trae el ejemplo de una
criada que se volvió pthísica, cuidando a su ama, que también
lo era. El mismo habla de una muchacha que la contrajo de
una hermana suya, la cual también incurrió, por haber dado
la leche de su pecho a un hombre infecto de la misma enfer-
medad. Sehenckio, nos advierte que la saliva de los pthísicos
confirmados, es tan contagiosa, que un médico se volvió tal,
tan solamente por haberla llegado cerca. Los académicos de
Leipsig, nos dan ejemplos de lo mismo.
Poco más o menos, pasa con los hécticos, otro tanto. De
unos y otros deben dar noticia los médicos a los señores alcal-
des ordinarios, para que cuando llegue su fallecimiento, en-
tienda la autoridad de los jueces, en hacer que se quemen las
ropas y utensilios que más usaron los enfermos, mandando
con apercebimientos, que hagan constar los parientes here-
deros y albaceas, no de la quema de las cosas dichas, que ésta
la presenciará la justicia, sino de que han hecho blanquear
Reflexiones 193

con cal el aposento donde murieron los tales hécticos y los


pthísicos.

3.º Los sarampionentos1 y virolentos2 [gil: 358]

Prosigue la misma materia respecto a los sarampionentos


y virolentos3
De estos segundos, ya se ha tratado prolijamente, dán-
dose las razones por que deben ser separados a una casa de
campo4 distante de la ciudad: pero porque en este muy Ilustre
Cabildo se suscitó por un miembro suyo, [fgs: 463] deseoso
de saber las cosas a fondo, la dificultad de cuál remedio sería
conveniente aplicar cuando la epidemia variolosa se empe-
zase a encender en uno de los que llaman pueblos de las cin-
co leguas, con quienes es indispensable el trato, y comercio
de nuestros quiteños, doy lugar aquí en este artículo a estos
enfermos.
El reparo consiste en la siguiente reflexión. Siendo [ga:
120] la viruela [gil: 359] contagiosa, sucederá como ha su-
cedido en otras ocasiones, que desde la mayor distancia, v.
g., desde Popayán se traslade acá su pestilencia. Nosotros la
evitaremos llevando nuestros virolentos a la casa destinada.
Pero acontecerá, que verbi gratia en Guayllabamba, Zámbiza,
Cotocollao, o Tumbaco, se prenda en aquellos que no la han
padecido.5 Ahora en pueblos como éstos, no solamente mise-
rables, sino por la mayor parte de indios bárbaros aún, y salva-
jes, que no son capaces de entrar en conocimiento de lo que
les conviene, no hay como poner una casita separada para de-
positar a los contagiados. Por otro lado estos indios tienen ne-
1 fgs: sarampionientos
2 Sigue otra de las secciones publicadas por Francisco Gil.
3 añadido por Gil
4 fgs, ms. Fjc: omitido: de campo
5 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: que no la habían padecido.
194 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

cesidad de venir a poblado; y en efecto vienen, y entran en1


la ciudad; ni ninguno será capaz de impedírselo, porque [gil:
360] son varias las entradas, y menos traen en la frente el sello
de aquel contagio. Los quiteños españoles,2 mestizos e indios,
o van a sus haciendas, o van a sus cambios, o van a visitar a
sus parientes. ¿Quién puede embarazarlo? Luego se hace ne-
cesaria la infección universal de la provincia, y el proyecto de
la preservación de las viruelas queda frustrado. Esta es la terri-
ble objeción, que viene aun acompañada de un pensamiento
demasiado triste.
Dícese,3 pues, mejor sería en este caso, valernos de la
inoculación, [fgs: 464] practicarla con los niños tiernos, y no
esperar a que la viruela se aparte de nuestro territorio por al-
gunos años, para venir después a caer con estrago universal
sobre una juventud, ya bien constituida, educada, y útil a la
sociedad. [gil: 361]

Respuesta

Por más especiosa que parezca la dificultad me era la


cosa más fácil del mundo desembarazarme de ella. ¿Y cómo?
Remitiendo a los lectores a la segunda, [ga: 121] tercera, y
cuarta lectura de la misma disertación de don Francisco Gil.
A lo menos ya no pienso perder el tiempo; por lo que
deberé añadir, que si se conociese en algunos de los pueblos
citados el contagio varioloso, mande el muy Ilustre Cabildo a
los Tenientes pedáneos bajo de muy recias penas, y en donde
no los hay, a los mismos indios Gobernadores, que se hagan
cargo de no permitir la entrada de persona alguna en la casa
del virolento a excepción de sus padres, o parientes que vi-

1 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: a


2 fgs, ms. Fjc, ga: Los quiteños, españoles, / ms. Mej: Los quiteños españoles,
3 fgs, ms. Fjc: Dice,
Reflexiones 195

ven con él. Por otra parte pedirá al muy [gil: 362] reverendo
señor Obispo, que libre una Pastoral circulatoria a todos los
curas de la Diócesi1, acordándoles las obligaciones que tienen
de visitar a sus ovejas enfermas, las de socorrerlas con todo lo
necesario, y en particular mande, que todo cura de indios en
caso semejante de esta epidemia, no permita que en la casi-
ta contagiada,2 entren otras personas que él, y las demás ex-
presadas: siendo cierto3 que las casitas de estos indios no es-
tán unidas, sino muy dispersas por lo general: siéndolo4 que
los contagiados comúnmente al principio, no pasan de tres o
cuatro: siéndolo5 que el cura no puede gastar arriba de cua-
tro pesos en ministrarles6 un pedazo de carnero, de pollo de
su cocina, y de azúcar (con lo que hay bastante para la [gil:
363] medicina diética [fgs: 465] que consiste en caldos te-
nues, y tal cual cocimiento pectoral y anodino), por el espacio
de quince días cuando más: siéndolo7 que en esta práctica se
versan el servicio de Dios, el beneficio a la patria, la caridad al
prójimo; en una palabra el cumplimiento de las obligaciones
indispensables de los párrocos y ministros de Jesucristo; pare-
ce que se ha desvanecido por sí misma la objeción.
A más de esto, lo regular es, que el contagio se encien-
de precisa, y primariamente en esta capital, sea que venga de
Lima, o sea que de la ciudad de Popayán; porque él no viene
(como piensan necios)8 [ga: 122] en caballerías, y siguiendo
las mismas jornadas de los viajeros traficantes; ni menos da
un salto por medio del aire de un lugar a otro; sino que [gil:
364] se introduce en alguna ropa, o le trae alguna persona,
1 Fgs, ga: Diócesis /ms. Fjc, ms. Mej: Diócesi
2 fgs, ms. Fjc: en la casilla contagiada
3 sólo gil: añade: cierto
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: siendo
5 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: siendo
6 fgs: en suministrar
7 gs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: siendo
8 fgs, ms. Fjc: (como piensan algunos necios),
196 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

que poco antes le ha padecido. Así sucede en nuestra provin-


cia, que se oye la noticia de que la viruela está verbi gratia en
Santa Fe, en Popayán, y Pasto, mucho antes que llegue hacia1
nosotros; y esto mismo pasa con las demás provincias de las
Américas.
Si el que vertió la siguiente noticia, no fuese el hombre
más mendaz, y falto de reflexión que conozco, la apoyará en
confirmación de mi propósito. Decía éste que se halló en la
ciudad de Pasto a tiempo que allí hacía el sarampión sus ordi-
narios progresos, y que siendo contagiado un sirviente suyo,
le trajo a Quito antes2 que terminara la calentura, no deján-
dole parar en parte alguna, y que éste comunicó a Quito el
cruel contagio de que [gil: 365] venía herido a principios del
mes de julio. Si fuese verdadera esta noticia, primero alabaría
la compasión, misericordia, y caridad de este buen amo, que
así trató3 a su pobre sirviente [fgs: 466] enfermo. Lo segundo
me serviría oportunamente para decir, que sólo de este modo
se hace comunicable el veneno de las viruelas. Ha de haber,
pues, necesariamente, o ropa contaminada, o persona que
consigo la traiga. Y así no es4 en algún misérrimo pueblo de los
nombrados, que se abran los fardos, que se vendan las ropas,
ni en ellos es que los mercaderes hagan su mayor estancia.
Pasan muy luego, y de allí es que el contagio se comunica en
esta ciudad primeramente, y después, según el más frecuente
trato con los individuos de las cinco leguas, se propaga a [gil:
366] éstos. En este estado5 nuestro Batán de Piedrahíta, que
llamaremos en adelante la Casa de la Salud Pública, libertará
a toda la provincia de las viruelas, y del sarampión. [ga: 123]

1 fgs, ga: hasta


2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: antes de que
3 fgs, ms. Fjc: trajo
4 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: Ahora pues, no es
5 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: En este caso
Reflexiones 197

Este último fue llamado por Avicena viruela colérica: va-


riola cholerica, y todos los árabes le han tenido por hijo melli-
zo, que nació en un mismo tiempo que la viruela; pero que es
de una condición más moderada, y así su curación la han traí-
do en el mismo capítulo de aquélla. Hago esta memoria para
que se entienda, que la Casa de la Salud Pública ha de servir
también a los sarampionientos, en caso que aparezca nueva-
mente su epidemia.1 Pero los médicos estarán en caso igual
prontos a pasar noticia al Gobierno, para que se [gil: 367] en-
tienda la traslación de los contagiados. Y para que esta se faci-
lite, cada uno de ellos persuadirá, o de viva voz, o por escrito
al pueblo, como se halla en la inevitable necesidad de hacer
la denuncia.

4.º Los leprosos

No hay cosa, que pida más la atención de los


Legisladores, y de todos sus Ministros que el contagio de la le-
pra. Enfermedad [fgs: 467] más horrenda, y que menos admi-
ta los auxilios del arte como ésta, no se ha visto sobre la tierra:
ya podía2 haberse extinguido, tanto por la razón de ser anti-
quísima, cuanto porque en todas partes se han tomado todas
las precauciones necesarias para que no se contraiga. Moisés
con su sabia y divina legislación, [gil: 368] prescribió las reglas
de conocerla, y el modo3 de tratarla, y exterminarla. Herodoto
pretende que estas leyes de los judíos las sacaron de la prácti-
ca de los egipcios, entre quienes fue, y aún es hoy doméstica,
y regional, según lo asegura Lucrecio de la elefancia.

1 fgs, ms. Fjc: epidémica;


2 fgs, ms. Fjc: ya podría
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: método
198 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

En elephas morbus, qui praeter flumina Nili


Gignitur, Aegypto in media, neque praeterea usquam (54)1.
[ga: 124]
Entre los griegos, y los primeros romanos no hay vesti-
gio alguno de tales leyes, lo que manifiesta que no conocie-
ron2 la enfermedad. En el siglo séptimo de nuestra era vulgar
apareció3 primeramente en la Italia; pero la actividad, y celo
de Rotharico Rey de los lombardos la extinguió por medio
de sus [gil: 369] sabios reglamentos; de manera, que estos
son los que corren en medio de los edictos de sus sucesores;
y en el volumen de las que se llaman leyes lombardas. La de
Rotharico, que hace a nuestro propósito4 manda que un le-
proso sea echado de su casa, y que confinado en un paraje
particular, no pueda disponer de sus [fgs: 468] bienes, por-
que desde el momento que había sido extraído de su casa,
era juzgado muerto. Tan grande era el cuidado que se tenía
de que no se propagase el contagio, que para evitar el trato,
y comunicación de los leprosos, se les hacía incapaces de los
efectos civiles.
En verdad que a esto se debió la extinción de la lepra en
Europa, hasta que empezaron las cruzadas; con cuyo motivo
se vio ésta (digámoslo así) cubierta de sarna tan [gil: 370] per-
niciosa. Y así es, que en los siglos undécimo, y duodécimo, y
en los siguientes abundaron los leprosos de tanta copia, que
si hemos de dar crédito a Matheo de París, tan recomendable
por su literatura, y sinceridad, había en Europa hasta diez y
nueve mil hospitales de leprosos. Estos, me figuro, serían sin

1 (54.1) He ahí la enfermedad de la elefancia, la cual no se produce sino en


el centro de Egipto, y nunca fuera de las orillas del río Nilo, en ninguna otra
parte.- Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, Libro sexto. (Traducción de
Federico González Suárez)
2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: no les fue conocida
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: fue que ella apareció
4 fgs: que es a nuestro propósito / ms. Fjc: que ese a nuestro propósito
Reflexiones 199

duda molestísimos; y en tanto número, pues que fue preci-


so que en1 el año 1180 el Concilio, Lateranense 3, ordenase,
que los leprosos tuviesen iglesias, cementerios, y sacerdotes
particulares, porque por la crueldad de algunos eclesiásticos,
que no se las permitían, fue hecha esta constitución; y como
reflexiona Fleury en su Historia Eclesiástica, es la primera que
hizo la Iglesia en asunto de lazaretos. Estos ya no son en tan
gran número en la [gil: 371] Europa, lo que [ga: 125] prueba
que también son raros los enfermos de dolencia tan maligna.
Pero ésta que se va extinguiendo en unos países, que
han sido los receptáculos de todas las enfermedades extra-
ñas, se ve (¡quién lo creyera¡)2 que va tomando sus principios
en una ciudad tan limpia, de temperamento tan benigno, y de
cielo tan contrario a las pestilencias, como Quito. He visto ya
algunas personas, que la han padecido, así de la que se dice
leonina, como de aquella de quien [fgs: 469] dice Próspero
Alpino,3 celebérrimo médico de Padua, que él vio que era muy
común en Egipto, y acomete con especialidad a los pies, ase-
mejándolos en figura, y constitución de la piel a la del elefante.
Y para participar la noticia al sabio Gobierno, [gil: 372]
o al Muy Ilustre Cabildo, corrí carta de oficio a todos los mé-
dicos para que me avisaran del número de lazarinos, que hu-
biesen reconocido en la ciudad; cuya copia vendrá al fin de
este papel. Y un sólo individuo, aun sin ser de la profesión mé-
dica, tuvo la urbanidad de darme razón en su respuesta de
las personas que juzgaba ser leprosas. En coyuntura tan des-
graciada, deben4 tener lugar las leyes del Reino, y como nues-
tras municipales han proveído muy poco, como luego vere-
mos acerca de este punto, sin duda porque la lepra no había
aparecido con abundancia en las Américas; es preciso recu-
1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: pues fue preciso que / ga: que fue necesario, que
2 fgs, ms. Fjc: (¿quién lo creyera?); ga, ms. Mej: (¿Quién lo creería?)
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: Alpini,
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: es que deben
200 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

rrir, según el orden de nuestra jurisprudencia, a las leyes de


Castilla. Estas suponen erigidas las casas de San Lázaro, y San
Antón, [gil: 373] que nuestros españoles europeos llaman
vulgarmente lazaretos, palabra tomada del idioma italiano; y
por lo que mira a la separación de los leprosos, ordenan que
los alcaldes mayores examinadores, que constituyen el tribu-
nal del Real Protomedicato de Madrid, sean los alcaldes de to-
dos los enfermos de [ga: 126] lepra, que los examinen si la
padecen realmente, y los separen a las dichas casas en caso de
padecerla. En esta ciudad, como no ha habido jamás, ni aún
ahora hay tal Protomedicato, tales alcaldes mayores examina-
dores, ni Teniente alguno de Protomédico General, que debía
haberlo nombrado por el de Lima, ha velado1 este Muy Ilustre
Cuerpo en promover el ramo de la [fgs: 470] Policía Médica;
y por consiguiente en la Junta, o [gil: 374] Ayuntamiento del
día primero2 del próximo pasado mes de octubre me dio el
encargo de que expusiera en este mismo papel cuanto toca-
ba a la extinción del mal de lepra, y dijera si habría inconve-
niente en alojar a los leprosos en la misma Casa de la Salud
Pública. Estos son dos puntos, y llega ya el día de decirlo todo3
con la brevedad posible.
En cuanto al exterminio del mal de lepra, paréceme que
ahora se presenta la ocasión más favorable a conseguirlo, por
muchas razones.
Primera, están los médicos, y cirujanos, con motivo del
sarampión, y sus resultas, visitando todas, o casi todas las ca-
sas de la ciudad. Débeseles, pues, mandar que cada uno de
ellos note con especialidad al sujeto, o sujetos que hallaren
con lepra, y que tomando [gil: 375] razón individual de barrio,
casa, y cuarto donde viven, den por escrito a los Magistrados

1 fgs, ms. Fjc: ha celado


2 fgs: del día 7.º / ms. Fjc: del día 1.º
3 fgs, ms. Fjc: omite: todo
Reflexiones 201

la denuncia de ellos, averiguados sus nombres, calidades, y


ejercicios, que tengan en la ciudad.
Segunda, hay alcaldes de barrio bien celosos, y exactos
en rondar en sus mismas casas a las personas de mala vida;
les es muy fácil advertir muchas menudencias torpes, que en
ellas se encuentran, entre otras a las que padecen de sarna.
Los dichos alcaldes, pues, y todos los alguaciles, alcaides,1 te-
nientes, y ministriles,2 o corchetes de justicia que hay, estarán3
en la obligación de denunciar a los señores alcaldes ordina-
rios, que tal, o tal persona [ga: 127] la han visto con sarna;
para que éstos llevando en su compañía un médico, que sepa
algo de física, la examine, [gil: 376] y diga si es la sarna sim-
ple, y ordinaria, o si es alguna de las inmundísimas [fgs: 471]
lepras que cuentan los autores. Y en este caso el físico dará
razón individual de su reconocimiento, fundándolo en bue-
nas observaciones, buenos principios de la patología, y racio-
cinios filosóficos, para que no suceda que un leproso se que-
de en la ciudad, o un simple sarnoso vaya a confirmarse de
lazarino en la Casa de la Salud Pública.
Y para asegurarse mejor el juez, y que no acontezca un
efecto tan triste, y desdichado, hará reveer4 el certificado del
médico declarante, no sólo con los otros físicos, que serán
más, o menos de la misma doctrina, e instrucción; sino con
los hombres literatos, que se hallaren en la ciudad, especial-
mente sacerdotes teólogos, porque [gil: 377] estos últimos,
teniendo necesidad de saber la Santa Escritura a fondo, han
de tener muy vistas las leyes de Moisés, o por mejor decir han
de tener muy entendido el Levítico, con lo que de necesidad
han de saber exquisitamente las señales que da Moisés para
conocer la lepra. Y de este modo según resultare del dictamen
1 fgs, ms. Fjc: alcaldes
2 fgs: Ministros,
3 fgs: entrarán
4 fgs, ms. Fjc: ver
202 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

de éstos, se procederá a dar carta, o de hospital, o de libre ciu-


dad al pobre sarnoso, que se hallare bajo de este severo, pero
necesarísimo examen.
Tercera, se va a establecer la Casa de la Salud Pública. Su
objeto es el exterminio de toda enfermedad contagiosa, como
lo intenta, y dice don Francisco Gil. Su proyecto está abrazado
por la autoridad pública. Todos los aparatos son de fundar la
casa por momentos. Y [gil: 378] parece que nada falta a su
establecimiento, sino que suplique el Ilustrísimo Cabildo a Su
Majestad Católica se digne dar las ordenanzas, que a su real
ánimo pareciesen necesarias para la estabilidad1 de este obje-
to. Y [ga: 128] en tanto el [fgs: 472] Ilustrísimo2 Cabildo, como
ve a su augusto Monarca sediento de la salud de sus más re-
motos pueblos, deberá imitarle en este celo, y seguir algunas
máximas fundadas en el plan de las leyes mosaicas, hechas a
fin de exterminar la lepra, para lo que también necesita con-
sultar a los teólogos sabios que hayan estudiado los Sagrados
Libros.
Ahora pues, los jueces, observadas las reglas del parágra-
fo antecedente, procederán a la separación de los leprosos,
bien que con la mayor humanidad,3 y compasión [gil: 379] de
los miserables, con el mayor, y más severo empeño de ejecu-
tarla aun con4 la persona más distinguida, y caracterizada en
honores. Y en lo que mira a sus utensilios, los deberán hacer
llevar con los mismos enfermos, como está mandado por una
ley de las recopiladas de Indias. Así con seis, u ocho que se ha-
yan separado, que serán los más que se encuentren en esta
ciudad, se habrá logrado enteramente su exterminio; porque
el contagio de la lepra no es un aire que nos está rodeando;
sino una corrupción de humores, que produce cierta especie
1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: asecución
2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: Ilustre
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: si con la mayor humanidad
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: aunque fuese con
204 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

de insectos, que se anidan debajo de la cutícula, y roen el cutis


mismo, y todas las partes carnosas internas. Esta corrupción
de humores se deberá llamar disposición inmediata de pade-
cer la lepra; pero [gil: 380] ella misma no hay duda, que viene
de fuera en las aguas, alimentos, ropas, y trato de personas
que la padecen.
El mismo Próspero Alpino1 poco ha citado, que exami-
nó atentísimamente las enfermedades del Egipto, que por su
mérito intelectual logró que el ilustre Boerhaave le hiciese im-
primir su tratado De praesagienda vita et morte, y que tuvo un
genio tan inclinado a las observaciones físicas, como lo prue-
ba el viaje [fgs: 473] que hizo a Egipto para instruirse en el co-
nocimiento íntimo de las [ga: 129] plantas, y perfeccionar la
botánica. Alpino2 digo, juzga que la lepra de que los egipcios
pobres son acometidos, no les viene sino de las aguas corrup-
tas, y fétidas que beben; de la carne de buey, y camello salada
que comen, y del pez3 también salado y [gil: 381] podrido
que cogen en algunos lagos, y le usan. Añádese a esto el que-
so muy lleno de sal, y corrompido, que por venderse muy ba-
rato en aquel país, le toman en4 más frecuencia.
Síguese ahora hablar acerca del segundo punto de si ha-
bría inconveniente en depositar a los leprosos en la misma
Casa de la Salud Pública. Y de lo que acabamos de exponer se
podría inferir cuál era mi pensamiento. Pero será preciso des-
cubrirlo con más franqueza. En el día del citado Ayuntamiento
expusieron los demás médicos, que era necesaria otra casa
distinta, y distante de la de la salud pública para que se desti-
nara al depósito de los leprosos. Yo que no hago de médico en
particular, ni puedo serlo, según las ordinarias formas, y [gil:
382] costumbres de este país; sino que soy un aficionado a
1 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: Próspero Alpini
2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: Alpini,
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: peje
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: con
Reflexiones 205

todo género de literatura, opiné muy de otro modo, que los


citados profesores. Dije, que la misma casa, como tenía bas-
tante capacidad, para que se hicieran en ella divisiones, debía
servir de tal depósito.
Las razones contrarias que fueron pocas, se reducían a
que el aire contiguo de los leprosos, inficionaría a los virolen-
tos, y a sus asistentes: que el miedo que las gentes tienen1 al
mal de lepra, estorbaría que llevasen a la casa dicha a los hi-
jos, o niños que en ella deben curarse de viruela. Y en fin, que
no convenía que dentro de un mismo recinto se alojasen dos
especies de contagio. [fgs: 474] Repuse algunas cosas en la
misma sala de Ayuntamiento, que aunque no les convencie-
ron a los médicos, parece que [gil: 383] hicieron impresión
[ga: 130] más favorable en el ánimo de los capitulares: quisie-
ron oírmelas en un papel, y ahora voy a repetirlas con aquella
extensión, que no es dable observar en la rapidez de los dis-
cursos, y mucho menos en mi modo conciso, y violento, que
tengo de pronunciar.
Si yo hubiese dicho que en una misma sala, o que en
unos mismos aposentos debían estar alojados virolentos, y le-
prosos, era2 muy justo que se tuviese por intolerable mi pro-
puesta. Pero decir que la misma casa con pared muy doble,
que divida una sala de otra, y no sólo con pared, sino con la
distancia de algunos pasos, con patio, que a cada una le fuese
peculiar, con puertas que no sean comunes, sino peculiares,
con oficinas respectivas a cada uno de los contagiados,3 y [gil:
384] enfermedades ¿qué tiene de irracional, de arriesgado, ni
extravagante?
Decir que la proximidad de los corpúsculos, que nadan
en el fluido del aire, y que forman un ambiente común, respi-

1 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: tienen justamente


2 fgs, ms. Fjc: está
3 fgs: contagios,
206 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

rable de virolentos, y leprosos causa el peligro, es no enten-


der1 ni un átomo de física, y a su ignorancia se debe, que en
caso igual se quiera atribuir al aire la causa del contagio. La
naturaleza de los insectos más malignos, por un orden regu-
lar de la composición sublunar, o por mejor decir, por una sa-
bia, e infinitamente misericordiosa Providencia, que vela en
nuestra conservación, es muy delicada, fácil de extinguirse, y
perecer, e igualmente de movimiento progresivo muy tardo,
y perezoso. Parece que lo mismo es salir a un aire libre, nuevo,
y refrigerante, cuando [gil: 385] ha experimentado su última
destrucción, y ruina. Aunque se [fgs: 475] conciba, que la ma-
teria del contagio de la lepra que la ocasiona, no sean insec-
tos, sino otra cosa, sea cual fuere, ella es débil, insubsistente a
presencia del ambiente frío, y capaz de perder luego su fuerza
[ga: 131] venenosa. No hay duda, que pegándose al cuerpo
humano, e introduciéndose en sus poros, es ella activa en su
vigor, en su voracidad, en su propagación. Del mismo modo
abrigada, y anidada en telas de lana, y algodón, vive en estas
por mucho tiempo, y halla en las mismas su pábulo, y sub-
sistencia, pero como hemos dicho, la pierde fuera de ellas, al
menor soplo.
«Todas estas enfermedades pustulosas, y subcutáneas
(dice Mister James) se extienden por sí mismas como conta-
giosas, y se comunican. [gil: 386] Se incurre en ellas partici-
pando del mismo lecho de aquellos, que están infectos, sir-
viéndose de los vestidos, o lienzos impregnados de su sudor
craso, y sórdido, cubriéndose de la piel de animales, o de pa-
ños de lana, que les han servido. Siendo la lana por sí misma
floja, y como una esponja, que absorbe las partículas impu-
ras, que se exhalan de los cuerpos, es un vehículo tanto más a
propósito para estas enfermedades, cuanto más tiempo retie-
nen estas partículas, e impiden que se pierdan en el aire: por-
1 fgs: no ostentar ni / ga: no entender un
Reflexiones 207

que de la misma suerte que los olores agradables, que salen


de los cuerpos duran largo tiempo en el lienzo, los guantes, y
los vestidos donde fueron introducidos, de la misma suerte en
las enfermedades contagiosas, [gil: 387] tales como la peste,
la viruela, el sarampión, y las fiebres petechiales,1 la participa-
ción pútrida de las partículas que sirven de alimento a la en-
fermedad se insinúa profundamente en todas estas substan-
cias porosas, y sobre todo en la lana, y ellas quedan en esta
ocultas2 [fgs: 476] algunas veces durante largo tiempo antes
de ejercitar su infección».
Hablan de esta manera los verdaderos físicos; y los que
atentamente, y sin preocupación meditan la naturaleza de los
entes, sus movimientos, sus [ga: 132] alteraciones, su dura-
ción, en una palabra, todo el orden con que se perfecciona su
mecanismo. Cuando no veamos3 más que la lentitud con que
se propaga esta enfermedad, debíamos quedar satisfechos.
Hace muchos años ha, que ví, y emprendí la curación [gil: 388]
del doctor Palacios, cura de Zaraguro, leproso elefancíaco, to-
cándole el pulso, y observando muy de cerca su deplorable
situación de que murió. Ví al mismo tiempo personas que le
tocaban muy de cerca por parentesco, que se le llegaban con
frecuente trato, y hasta ahora no he visto que alguna de estas
se haya inficionado notablemente.
El año de 62, en que yo tenía 14 años de edad; ya porque
vivía dentro del Hospital de mujeres, mucho más por mi genio
dedicado a las observaciones físicas, advertí que una mulata
esclava del Tesorero de estas Caxas4 don Salvador Pareja, que

1 fgs: pestilenciales / gil, ms. Mej: petechiales / ms. Fjc: petichiales / ga:
petequiales
2 fgs: y ellas quedan ocultas / ms. Mej: y en ellas quedan en esta ocultas
3 fgs: no viéramos
4 fgs: de estas casas, ga: de estas cajas
208 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

estaba en la cama número 15 enferma de lepra,1 con sola la


precaución que prescribió mi padre, don Luis de Santa Cruz y
Espejo, cirujano y administrador de aquella casa, de que [gil:
389] nadie se le llegara con familiaridad, se logró que a nadie
contagiara. El Hospital de San Lázaro de la ciudad de Lima,
que por tener al2 frente un virrey, y ser de3 numerosísima po-
blación, guarda una policía tan excelente como la mejor repú-
blica de Europa, está a cinco cuadras de distancia de la plaza
mayor, esto es, en el centro de la ciudad.
Estos ejemplos no inducen a que se tenga seguridad de
no incurrir el contagio, si sólo [fgs: 477] se dirigen a probar
que el contacto (dirémoslo así) carnal y continuo con los le-
prosos, o sus vestidos es el que le produce, y se insinúa. Moisés
entre una de sus ordenanzas, manda que se quemen los vesti-
dos: luego que se conocen que están roídos de lepra; y este es
un remedio necesario, porque cuando [gil: 390] los [ga: 133]
insectos que la causan han tomado posesión de los interiores
estambres de las ropas, y en el cuerpo humano de la sustancia
glandulosa, y de la sangre, no hay medicamento que alcance
a extirparlos; y el aire externo, del que huyen, les obliga a que
en sus escondrijos, cavernillas, y celditas subcutáneas que se
han formado, se escondan a devorar lo que encuentran. Ya se
ve, que en los casos propuestos, y en el muy práctico de que
hay poquísimos leprosos en Quito, se nota la admirable bon-
dad de este temperamento, y como a él se debe en mucha
parte, que no haya hecho muchos progresos la lepra. Los paí-
ses calientes son los que la abrigan, y en ellos hay la mayor fa-
cilidad de la comunicación; cosa muy perceptible para quien
examine [gil: 391] cuidadosamente los fenómenos de la pro-
pagación verminosa, y de la situación del cuerpo humano en
1 fgs: en la cama n.º 15 enfermó de lepra, y / ms. Mej: en la cama número (no
consta el número) enferma de lepra;
2 fgs, ga: al / gil, ms. Fjc, ms. Mej: a la
3 fgs: y cerca de
Reflexiones 209

los dichos países. En estos es fecundísimo cualquier insecto,


su generación es prontísima, e indefectible: y el cuerpo hu-
mano es más delicado, poroso, de textura1 débil, y laxa, en fin
susceptible de cualquiera contagio, que se le insinúe, ya por la
constitución de sus fibras, como porque por lo común se ha-
lla abundante de materiales sucios, que son los nidos acomo-
dados de los insectos, o sea de cualquiera materia pestilente.
Juan Chardín, comerciante en piedras preciosas, y via-
jero, nada mentiroso, a las Indias orientales, asegura que en
[fgs: 478] Persia, de ordinario no se necesita sino conversar fa-
miliarmente con una persona afligida de lepra para contraer-
la, [gil: 392] tanto a causa de la actividad sutil del contagio,
cuanto a causa de la disposición del cuerpo preparado a re-
cibirlo en este país, más bien que en otro; porque allí reinan
especialmente el calor, y sequedad del aire, y las gentes usan
frecuentísimamente del baño; con todo lo que están los po-
ros muy abiertos. En nuestra Casa de la Salud Pública no se en-
cuentran estas disposiciones morbosas, [ga: 134] y caracterís-
ticas del Oriente: luego se sigue, que no hay por qué se tema
sea común ella a ambas enfermedades, bajo de las condicio-
nes presupuestas.
Que el miedo de que incurran los virolentos en la lepra,
retraerá a los padres, y parientes de que los lleven a la dicha
casa, es la segunda objeción que se me ha hecho. [gil: 393]

Respuesta

Nuestro pueblo a todo lo que tiene apariencia de nove-


dad, manifiesta2 un terror pánico. Todo le incomoda, y asusta;

1 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: de una textura


2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: tiene
210 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

y pasiones como estas1 tienen su raíz en la pobreza, y suma ig-


norancia.2 Las gentes hábiles, e instruidas, ven el mundo por
dentro, y por fuera desde el breve círculo de su aposento, y
nada les coge de sorpresa. Al contrario gentes ignorantes a
cada paso político, natural, o literario (al cual no están acos-
tumbradas) que vean dar, se les cae el cielo a plomo sobre sus
cabezas. Un hecho práctico estamos palpando hoy con nues-
tras manos sobre la disertación de don Francisco Gil. He oído,
pues, a más de cien personas, que sin haberla visto, ni tener
presente sus [gil: 394] razones, han declamado contra su útil
[fgs: 479] establecimiento. ¡Qué simpleza!3 ¡Qué disparate!
¡Querer acabar con las viruelas, es un intento, no sólo temera-
rio, sino imposible de verificarse! ¡Qué casa! ¡Qué renta! ¡Qué
paciencia! ¿Y dónde? En Quito. Véanse allí todas las dificulta-
des, que opone nuestro ignorante vulgo, el que persuadido
falsamente de que este mismo papel le hacía yo4 en contra del
autor del proyecto, ya había tenido grande contento, y prodi-
gádome sus [ga: 135] despreciables alabanzas.
En fin, ¿a qué no tiene miedo el vulgo? Pero a desterrarlo
deben contribuir los discursos sólidos, y5 elocuentes, que ha-
gan los sabios, y la mano misericordiosa del Magistrado, que
lleve a debida ejecución lo proyectado; porque si nos detene-
mos en6 el reparo de los temores populares, [gil: 395] nun-
ca verificaremos cosa de provecho. Acaso los mejores pen-
samientos del hombre han quedado en el abismo de sóla
su penetración, por el temor de lo que dirá el más salvaje
populacho.

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: añade: tan villanas y propias de corazones abatidos / ga:
añade: villanas y propias de corazones abatidos,
2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: añade: de este lugar.
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: ¡Qué tontera!
4 fgs: le haría yo
5 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: omite: sólidos y
6 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: si nos andamos con
Reflexiones 211

Hablando más directamente: debe publicar el físico, que


no han de incurrir mal de lepra los que fuesen a la Casa de la
Salud Pública. Y los jueces dirán al público, han de ir a ella1 los
virolentos, porque no hay trato familiar de éstos con los lepro-
sos, y tenemos buenos principios para asegurar que jamás ha-
brá un recíproco contagio. Debe añadirse, que el retirar a casa
particular distante a los leprosos, es una ley santa, que previe-
ne toda frotación (digámoslo así) de aquestos con los sanos, y
evitar el que usen unos, y otros dentro de las poblaciones una
misma cama, un [gil: 396] mismo vestido, un mismo plato,
una misma servilleta, una misma cuchara, un mismo aposen-
to, con lo que ¿qué personas, por más robustas, y sanas que
sean, no se volverán en el transcurso del2 [fgs: 480] tiempo3
de esta familiaridad, tan enfermas como aquellos? Pero no
por esto se les arroja con inhumanidad a ese retiro para que
perezcan en la falta de las cosas necesarias a la vida, mucho
menos se les aparta4 para que vivan en el olvido de su salud
eterna, o como los judíos sin templo, sin altar, sin sacerdote,
sin sacrificio. Han de tener todo lo necesario para lo espiritual,
y temporal. Y la ley llama Mayorales, o Manpastores5 a aque-
llos que los cuidan, porque la piedad de nuestros Monarcas
Católicos6 ha atendido a todos estos objetos con particular es-
mero, [gil: 397] y amor paterno a sus vasallos infelices. [ga:
136] El no contagiarse consistirá en el aseo de los vestidos,
alimentos, lechos, y demás cosas que llegan al cuerpo; pues
nuestro clima nos ofrece aquella seguridad, que falta en los
países calientes.

1 fgs: han de ir allá


2 fgs, ms. Fjc: de algún
3 ga, ms. Mej: añade: alguno
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: se les relega,
5 fgs: Mamposteros
6 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: Católicos Monarcas
212 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Juzgo que están desvanecidas las dificultades, y en este


supuesto, no hay más1 que recordar al Muy Ilustre Cabildo,
que son muchas las ventajas, que resultan de tener esa casa
común. Con la noticia de que en el Batán de Piedrahíta hay le-
prosos, no irá allá a divertirse parte de esta gente holgazana,
que en todos los países abunda,2 y es infinitamente propen-
so a la malignísima práctica de dañar paredes con tiznes, y de
arrancar plantas, como lo hicieron en la que llaman Alameda.
Menos irán los ladrones rateros, que [gil: 398] sabiendo que
hay algunos utensilios en la casa, y que estaba desierta, no hay
duda que llegarían a insultarla: los leprosos la defenderán.3
El ahorro del costo es la mayor ventaja; porque con aña-
dir pocas oficinas, que las reglará algún perito, no de nuestros
groseros albañiles, que no saben una sola palabra de arqui-
tectura, [fgs: 481] sino de aquellos que hayan visto algo de
mundo, o hayan leído algo que toque a este arte, se tendrá
todo expedito. Y como las viruelas, después de una vez extin-
guidas, puede ser que nunca aparezcan, o vengan muy tar-
de, la dicha casa no se estará inservible, y por lo mismo ruino-
sa. Pero en este caso es, que es necesaria la visita de uno de
los Regidores en compañía de algún médico cada quince días
por turno. El primero visitará [gil: 399] el estado de la casa,
la asistencia4 que se da a los enfermos, y todo lo anexo a la
policía. El segundo observará los aumentos, o disminución, o
estado medio de la enfermedad en estos5 miserables: podrá
hacerles6 alguna aplicación, o intentar su curación radical, et-

1 gil: omite: más


2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: en todas partes abunda,
3 fgs: la defenderían.
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: el tratamiento
5 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: en esos
6 fgs: Podía hacerles
Reflexiones 213

cétera, conforme las esperanzas que conciba de poder lograr-


lo.1 [ga: 137]
Pero2 cuál sea el médico que el Muy Ilustre Cabildo ha
de destinar; vamos a verlo en lo que sigue hablar acerca de la
limpieza personal de Quito.

5.º Falsos Médicos

Por más que muchos escritores hayan desacreditado el


arte médico, y que hayan extendido sus invectivas hasta a los
mismos profesores; no es de dudar, que el arte es saludable
y necesario a la humanidad; que el Médico bueno es el don3
inestimable que hace el cielo al lugar donde le quiere poner.
Si éste es malo, no hay peste tan devorante que se le parez-
ca, ni contagio más venenoso a quien se le pueda comparar.
Trato, pues, señores, de dar muy por mayor una idea del mé-
dico instruido, para que se conozca en contraposición, qué es
el falso o imperito.4 Ojalá me fuera posible tratar esta materia
con la extensión que ella demanda y es necesaria para Quito.
Desde luego me figuro que haría un gran servicio [fgs: 482]
a la República, especialmente si añadiese el método que en
esta ciudad podía observarse para aprender la medicina.
Antes de llegar al estudio de ésta debe, el que quiera5
profesar, entrar en tarea literaria,6 por una especie de vocación,
que inspira el genio,7 o cierta vehemente inclinación a profe-
sar en medio de las ciencias y artes,8 unas más bien que otras.
1 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: de poderla hacer.
2 La sección siguiente corresponde a la publicación de Gualberto Arcos, de
1930
3 fgs: es don
4 fgs: cuál es falso e imperito / ms. Fjc: cuál es el falso e imperito
5 fgs, ms. Fjc: el que la quiere / ms. Mej: el que la quiera
6 fgs: entrar en su estudio
7 ga: gremio,
8 ga: omite: de las ciencias y
214 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Esta inspiración secreta, demuestra, en el joven que la percibe


un principio luminoso de discernimiento. Y por él ya se puede
prometer él mismo la cadena1 feliz de sus conocimientos; y el
público, la esperanza de lograr en él un buen profesor.
Este presentimiento interior le condujo al celebérrimo
Tournefort2 a la averiguación de la naturaleza de las plantas.
Por él, pues, apenas se le puso a estudiar en el colegio [ga: 138]
de los jesuitas de Aix, el latín cuando (como dice Fontenelle3
en su elogio) «desde que vio las plantas ya se sintió Botánico;4
quería saber sus nombres; notaba cuidadosamente sus dife-
rencias, y algunas veces faltaba a las clases para ir a herborizar
en el campo, y para estudiar la naturaleza en vez de la lengua
de los antiguos romanos».
De aquí es que se debe pronosticar un suceso infeliz, si5
el muchacho es llevado al estudio de esta facultad, o por esca-
sez de fortuna, que no le permite seguir otra carrera más bri-
llante, o por una condición servil que le esclaviza a entrar en
el asilo médico, respecto de que tomada alguna leve tintura
de la gramática latina, no halla otro recurso literario. En estos
dos casos de muy mal agüero, no se puede esperar con algu-
na confianza prudente, que salgan buenos médicos; porque
entonces solamente una fatal necesidad los ha impelido a via-
jar por una6 [fgs: 483] región cuyo temperamento, extensión,
hermosura y propiedades jamás han de llegar a conocer.
A la vocación médica debe seguirse la disposición previa
de los buenos talentos. Por cierto que nada,7 nada valen para
los progresos de la medicina los ordinarios. Con estos podrían

1 ga: omite la cadena


2 ga: Fournefort,
3 ga, ms. Mej: Fontelle
4 fgs: Botanista,
5 fgs: añade: sólo / ms. Fjc: sustituye: si por: solo
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: compelido a viajar una
7 fgs: omite: nada,
Reflexiones 215

ser teólogos y juristas de mediana representación; pero médi-


cos de ningún mérito.
A los talentos se sigue la educación. Por más excelentes
que sean las potencias animales1 de algún gran genio, es pre-
ciso que ellas sean cultivadas, pulidas y amoldadas por la en-
señanza. De ordinario son más perniciosos a la sociedad los
buenos talentos sin doctrina, que las almas de plomo en su
natural inercia.
En parte de la educación debe entrar el conocimiento de
las lenguas griega, latina y francesa, porque las obras médicas
que son indispensablemente necesarias [ga: 139] de saber-
se están en estos idiomas. ¿Cuánta complacencia y utilidad
no sacará el estudiante de leer a Hipócrates en su original?
No hablo de las lenguas orientales en las que escribieron los
Avicenas, Mesues, Razes,2 Averroes y otros muchos que forma-
ron una época muy distinguida en las Edades de la Medicina,
porque quiero limitarme a la lengua latina. En efecto, que los
más de los autores médicos de fama están en buen latín, y
para hablar con las palabras del abad Pluche: «Ninguno igno-
ra, que son nuestros médicos los que os3 han hecho el servicio
inestimable de hacer florecer el estudio de la lengua griega, y
el uso de la hermosa latinidad». ¿Después tenemos4 por mé-
dicos a aquellos que absolutamente no la poseen, no la escri-
ben, no la entienden? Médicos en romance no son médicos,
[fgs: 484] porque, para decir limpiamente la verdad, nuestra
Nación (55)5 no ha ministrado6 obras útiles de Medicina en su
propio idioma.
1 fgs: naturales
2 fgs, ms. Fjc: omite: Razes,
3 ms. Mej: los aquellos / fgs, ms. Fjc: los que nos
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: Después de esto tendremos
5 (55.1) Cuando Espejo dice nuestra Nación, entiéndase que siempre se refiere
a España, de cuya monarquía formaba parte la Audiencia de Quito. (Nota de
Federico González Suárez)
6 fgs: aún no ha suministrado / ms. Fjc, ms. Mej: aún no ha ministrado
216 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Y entre tanto los Celsos, los Areteos,1 los Belinos, los


Marcianos, los Sideramios,2 los Boerhaaves, los Vanswierten,3
y otra innumerable multitud de celebérrimos autores, se que-
darán en los estantes sin abrirse, sin saber4 de lo que tratan. Lo
mismo pasará con los franceses para los que no saben tradu-
cir el idioma francés.5 Pero en este hay obras muy exquisitas,
que ellas solas, me atrevo a decir, nos podrían ahorrar los idio-
mas griego, siríaco, arábico6 y latino. Es un tesoro inestimable
la Historia de la Academia de las Ciencias. Débese levantar las
manos al Cielo, porque una noble envidia que poseyó el co-
razón del gran Colbert, al ver la gloria de la Inglaterra en su
Sociedad Real de Londres, produjo el establecimiento de la
sabia Compañía que acabamos de citar. Fuera de su magnífica
historia, que comprende todas las ramas del árbol físico, hay
otras obras de Historia Natural, de Física Experimental, [ga:
140] de la misma Medicina, que constituyen un diluvio de be-
neficios a las naciones, y la salud y permanencia de toda la hu-
manidad. Así un estudiante Médico se halla en la dulce pose-
sión7 de saber la lengua francesa. El que no la entiende, puede
decirse francamente que tampoco entiende la Medicina.
Detrás del conocimiento de las lenguas, viene la instruc-
ción de la8 buena Lógica, y las reglas de la Retórica: con la pri-
mera sabrá lo que son las [fgs: 485] ideas, y su origen, co-
nocerá las potencias del alma, y sus usos tan distintos; verá
lo que es razonamiento,9 lo que es verdad, lo que es crítica,

1 ga: Ajetcos,
2 ga: Sidehamios,
3 ga: Wansvierten,
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ni saber
5 ga, ms. Mej: omite: para los que no saben traducir el idioma francés.
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: arábigo
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: precisión
8 fgs, ms. Fjc: en la
9 fgs, ms. Fjc: raciocinio,
Reflexiones 217

opinión, escepticismo;1 con la segunda aprenderá a hablar co-


rrectamente, pondrá los raciocinios bien colocados, las pala-
bras con aptitud y proporción, las cláusulas con cadencia, un
discurso y una oración con armonía, propiedad, elegancia y
precisión, caracteres sublimes, pero que constituyen la verda-
dera elocuencia, sin ella ya se ven los razonamientos mons-
truosos, que nacen de los labios de los hombres; de mane-
ra que a veces, sea que muevan la lengua, sea que tomen la
pluma a la mano, no se ven ni se oyen sino las ignominias de
nuestra educación. Las certificaciones médicas, las consultas
por escrito y de palabra dichas y escritas con estilo bárbaro,
con voces exóticas y horrísonas.2 Todas están manifestando la
falta de verdadera Lógica, y de la buena Retórica entre los fal-
sos médicos.
El insigne Fontenelle,3 sabio universal, en el elogio del
anatomista Littre4, trae una reflexión, que me da pena el omi-
tirla. Dice: «La elocuencia le faltaba (a Monsieur Littre) absolu-
tamente. Un simple anatomista puede excusarla, y no tenerla,
pero el médico, no. El uno sólo tiene que descubrir hechos y
exponerlos a los ojos; pero el otro está5 obligado eternamen-
te a conjeturar [ga: 141] sobre unas materias muy dudosas,
lo está también a apoyar sus conjeturas con razonamientos
bastante sólidos, o que a lo menos satisfagan, y lisonjeen la
imaginación asustada; el médico debe algunas veces hablar
casi sin otro designio que hablar, porque tiene la desgracia de
no tratar con los hombres, sino precisamente en el tiempo en
que ellos están débiles [fgs: 486] y más niños que nunca. Esta
puerilidad o infancia en que los constituye la enfermedad, rei-

1 fgs: añade: etcétera;


2 ga: horrízonas.
3 ga: Fontachelle / ms. Mej: Fontchelle
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: Litre
5 fgs, ms. Fjc, ms. Fjc: omite: está
218 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

na principalmente en el1 gran mundo,2 que ocupa más a los


médicos, que saben ponerlos mejor a la moda, y que de ordi-
nario tiene más necesidad de ser entretenida que curada: un
médico puede tratar más racionalmente con el pueblo. Pero,
en general, si él no goza el don de la elocuencia, es casi3 me-
nester que tenga en recompensa el de los milagros».
A la Lógica y Retórica deben acompañar los elementos
de la Física tanto universal, como de la experimental. Pero na-
die crea que estos pudieron adquirirse en la escuela, aun cuan-
do los regulares extinguidos del nombre de Jesús fueron los
primeros que no hicieron más que dibujarnos una línea muy
corta de sus primeras nociones. La Geometría y la Álgebra
aplicadas a la Mecánica y a las demás partes de la Física abren
el camino a su conocimiento. ¿De no4 cómo se podrán enten-
der las leyes del movimiento en general, la fuerza elástica de
los músculos, el resorte del corazón y de las arterias, el círcu-
lo progresivo de la sangre y el intestino de las partes que la
constituyen, en una palabra, todo el mecanismo de una má-
quina tan complicada5 y maravillosa como el cuerpo del hom-
bre? Estas dos partes de las matemáticas son indispensables
para aprender con alguna seguridad la Física, la Anatomía, la
Medicina y las mismas otras partes de las Matemáticas.
Ahora el aprenderlas requiere un genio muy [ga: 142]
elevado y nada común. Este mismo ha menester el auxilio de
un hábil preceptor para hacer progresos:6 sin su voz viva, y
sin verle correr líneas, describir figuras, [fgs: 487] proponer
problemas y resolverlos, este mismo ilustre genio no llegará a

1 fgs: este
2 fgs, ms. Fjc: añade: y sobre todo en una mitad de este gran mundo,
3 casi: así consta en el original de Fontenelle y lo ha añadido aquí el editor
4 fgs: ¿Sin esto / ms. Fjc: ¿De esto
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: compuesta
6 fgs: hacerle progresar / ms. Fjc: hacer progresar
Reflexiones 219

ser ni geómetra ni algebrista. Podrá1 hacer rápidos progresos,


como la Historia Literaria me presenta muchos matemáticos,
que los hicieron felizmente; pero sujetos que hayan aprendi-
do sin maestro, me atreveré a decir que no hallo más que tres
hombres y medio en todas las Repúblicas2 de las ciencias.
El admirable y sublime genio de Pascal es el primero,
que por la sola definición de la Geometría pudo llegar a adivi-
nar hasta la proposición 32 de Euclides, siendo él de muy po-
cos años de edad. El celebérrimo Newton es el segundo, que
no necesitó de la lectura de Euclides, por lo que3 sabía aun
antes de haberlo visto. El tercero es Leibnitz, un prodigio de
la naturaleza, y del cual sólo se podría formar muchos sabios,
según la expresión de Fontenelle. No hubo menester más que
leer con aplicación los libros de todas las ciencias, para llegar
a adquirirlas perfectamente. El medio hombre entre estas tan
superiores inteligencias, es el Marqués del Hospital, que, aun-
que tuvo4 preceptores, con todo alcanzó a resolver a la edad
de 15 años un problema de Pascal sobre el que hablaban geó-
metras de cuenta, y entre ellos Arnaldo; y hallaban que tenían
dificultad. ¿Cómo podrá saber en esta ciudad el hombre más
aplicado ninguna cosa de estas por medio de solas sus pro-
pias luces? ¿Pero qué confusión no será para nuestros médi-
cos el no saberlas, y quizá el ignorar que las deben saber?
Mas no son la geometría y el álgebra y las partes mate-
máticas solas que deben saber y cultivar los que quieren estu-
diar la Medicina. Como ésta tiene por [ga: 143] objeto el cuer-
po humano, que, ya dijimos, [fgs: 488] era una máquina muy
compuesta de líquidos y sólidos, deben conocer la Estática,
la Mecánica, Hidráulica, Hidrostática, Optica y Acústica. De
otra manera el médico nada percibirá de cualquiera de las
1 fgs: añade: alguno
2 fgs, ms. Fjc: en toda la República
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: por que lo
4 fgs: no tuvo
220 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

operaciones de esa máquina. No sólo esto, sino que a los mis-


mos autores médicos nunca los podrá entender. ¿Cómo pe-
netrará lo que dice Baglivio en su tratado de fibra motrice?1
¿Lo que Sanctorio2 en su Medicina Estática? ¿Lo que Varignon
en su proyecto de una nueva mecánica? ¿Lo que Lister en
los Comentarios a los Aforismos de Sanctorio?3 ¿Lo que Juan
Gorter en los suyos al mismo Sanctorio,4 y en su tratado De
respiratione insensibili? ¿Lo que Hoffman, cuando su Fisiología
la funda en principios mecánicos? ¿Lo que Boerhaave en to-
das sus obras así prácticas como teóricas? ¿Lo que sus discípu-
los Haller, Gorter y Vanswieten? ¿Y lo que todo el sabio mundo
de médicos modernos, y con especialidad los buenos anato-
mistas han escrito sobre las posiciones de los músculos, sus
direcciones, sus puntos de apoyo; sobre las apófisis de las ex-
tremidades de los huesos, y, en una palabra, sobre todos los
movimientos compuestos e infinitamente diversificados de
toda la máquina humana? ¿Y sin poder entender, ni bien ni
mal, a los buenos escritores médicos, podrá haber ni sombra
de Medicina en Quito? Pero vamos adelante (56)5. [fgs: 489]
Conocida según estos principios la física, ya es preci-
so que el estudiante que se inclina por vocación a la medi-
cina, la empiece a estudiar; porque para esto es que le dice
Hipócrates: «Conare ut phisicus evadas», y que el adagio común
le dice también «Ubi desinit Phisicus, ibi incipit Medicus». Pero
es preciso ver cómo este estudiante quiteño va a emprender

1 ga: de fiebre motrice?


2 fgs: Santorio
3 fgs: Santorio?
4 fgs: Santorio,
5 (56.1) Hasta aquí se publicó esta obra de Espejo en las Memorias de la
Academia Ecuatoriana de la lengua, correspondiente de la Real Española: lo
que sigue es inédito. Más no sabemos por qué se suprimieron en la edición de
nuestra Academia las cuarenta citas y notas que tiene el manuscrito de Espejo
nosotros las hemos impreso fielmente. (Nota de Federico González Suárez)
Reflexiones 221

tan ardua [ga: 144] tarea.1 ¿Sabe este infeliz, qué maestro2 es
inteligente? ¿Quién posee la ciencia necesaria? ¿Conoce aca-
so, cuáles son los primeros libros que ha de tomar a la mano?
¿El mérito de los autores? ¿La progresión de conocimientos
que ha de hacer con ellos? ¿O cómo por su orden metódico
los ha de ir abriendo y examinando? A la verdad, que la anti-
cipada noticia de los buenos médicos es necesarísima en un
estudiante; porque en Quito no hay cátedras de Medicina, no
hay escuelas públicas, no hay profesores científicos que la ha-
yan cultivado en Universidades, a donde se dan las verdade-
ras ideas y lecciones de esta facultad. Más en esta ciudad será
una cosa lastimosa, pero digna de reír ver a un estudiante que
tome3 a estudiar el primer libro que una casualidad, las más
veces desgraciada, le puso a los ojos.
En la misma Europa, a donde florece tanto la medicina, a
donde se hallan meritísimos4 profesores de viva voz, y a don-
de hay todas las proporciones necesarias para saberla, podrá
suceder que falte al estudiante la historia de los buenos escri-
tores para poder escogerlos, y en efecto, esto es lo que el muy
célebre Hermann5 Coringio, docto en la historia y la jurispru-
dencia quiso prevenir en su tratadillo intitulado Introducción
al Arte Médica,6 en que vienen los [fgs: 490] mejores escrito-
res médicos y el método de discernirlos, lo mismo, y con co-
nocimiento más crítico de los que poco ha escribieron, han
tratado Lindenio, y Mercklin.7 Dejo de nombrar a Manget en
su Biblioteca de todos los autores que han escrito sobre la
Medicina, porque ésta, dividida como está en cuatro tomos,

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: carrera.


2 ga: que el maestro
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que se toma
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: peritísimos
5 ga, ms. Fjc: Hermano Coringio / ms. Mej: hermano coringio
6 ga: al de Arte Médica
7 ga: Mereklip / fgs: Merklin / ms. Fjc, ms. Mej: Mercklin
222 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

en folio, puede servir1 más bien de material a un diccionario


poco filosófico de los médicos, y no se podrá consultar a tiem-
po como querría2 la bondad de la obra que se necesita leer.
Lo que debo hacer ahora es preguntar ¿si hay mucho ni
[ga: 145] poco de esta noticia literaria en Quito? Es tal la po-
breza de ésta y la de los libros buenos, que por casualidad,
se encuentra alguno razonable. Prueba de esto y de lo que
he afirmado de la necesidad que hay de la anticipada noticia
de autores que debe tener el estudiante, es la siguiente histo-
ria. Conozco a un profesor público, que, cuando estaba en los
principios de su estudio médico, no tenía más que a Rivera,
pobrísimo autor de nuestra Nación en sus Instrucciones, mas
este tomo no era suyo, y, por lo mismo, se veía3 en la precisión
de transcribirlo de su propio puño.
Pero este mismo estudiante que no tenía siquiera idea
de que había otro orbe4 planetario de mundos innumerables,
en línea de literatura, díjome a mí,5 (que burlaba alguna vez su
pérdida de tiempo en librejo tan inútil)6 que «¡no había cosa
mejor que la Quinta esencia médica de Rivera!» ¡Qué tal afrenta
de nuestros progresos literarios! ¡Qué tal medicina la nuestra!
Sea lo que fuere, con el conocimiento de los buenos au-
tores, es bien que el estudiante busque un maestro que de
viva voz le dirija, que haga de catedrático,7 [fgs: 491] que le
diseñe8 las materias, que le ponga a la vista la necesidad9 de

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: servirá


2 fgs, ms. Mej: y como se querría
3 fgs: se vea / ms. Fjc: se verá
4 ga: órden
5 fgs, ms. Fjc, ga: díjome así, / ms. Mej: a mí,
6 ga: que gastaba alguna vez su pérdida de tiempo en librejo tan inútil, / fgs:
(que gastaba alguna vez su pérdida tan de tiempo en librejo tan inútil) / ms.
Fjc: (que burlaba alguna vez su pérdida tan de tiempo en librejo tan inútil),
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: de su catedrático
8 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: designe
9 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: y a la necesidad
Reflexiones 223

aprender de memoria unas buenas Instituciones médicas.


Pero digo la verdad delante del Dios vivo que nos ha de juz-
gar, que no he visto un sujeto en tiempos anteriores que pu-
diera seguir esta dirección. Es verdad, que conocí un ex jesuita
que alcanzaba estos principios, y era el padre Ignacio Liro, ale-
mán; pero no vi que éste enseñara a ningún individuo de esta
ciudad, si no es que se diga enseñanza académica la asidua y
perenne conversación física que tenía éste con cierto filóso-
fo quiteño, deseoso de tener entrada científica en los conoci-
mientos humanos.
Pero, a vuelta de [ga: 146] esto, vi que el año de 1763
el hombre más inepto de toda la tierra, sin tintura alguna de
medicina, sin un átomo de Gramática Latina, en una palabra,
un empírico desgraciado y desnudo de todo conocimiento, se
atrevió a hacer de maestro de medicina; y, con efecto, tomó
a su cargo algunos estudiantes que no sabían por dónde ni
quién los había de gobernar. ¿Cuál sería su magisterio? ¿Y de
éstos cuál sería su adelantamiento?1 Puede considerarlo cual-
quiera que tenga un ápice de sentido común. Si no los conci-
biese bien, o dudase de esta verdad histórica, haga juicio por
los efectos.
El tal buen maestro, pues, puso en manos de ese2 infe-
liz discípulo a Francisco Suárez de Rivera autor español de la
Quinta Esencia Médica; la peor obra de instituciones físicas que
ha salido de pluma mortal. Es preciso ver esta obrilla ridícula,
para hacer juicio de cuán despreciable y perniciosa es a la sa-
lud pública. Considérese, pues, un galenismo indigesto, mal
colocado, repetido mil veces, y envuelto en el [fgs: 492] cua-
ternión de los elementos, de las cualidades, de los accidentes
y de toda la algarabía de los malos aristotélicos y perversos3
1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ¡Cuál sería su magisterio! Y de estos ¡cuál sería su
adelantamiento!
2 fgs: de su
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: y perversísimos
224 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

escolásticos. El mismo maestro no pudo influir otro conoci-


miento de la anatomía, ni otro libro que el tenuísimo cartapa-
sillo1 del doctor Martínez, que no sirve para nada, y, teniendo
el título, de Examen de Cirujanos, debía tenerlo de ignominia
de un tan buen talento como el que tenía su discreto autor;
disculpable por otra parte, pues que escribía2 cuando empe-
zaba a rayar en el horizonte de nuestra Nación la pequeña luz
de los conocimientos en el orden de toda la física particular.
No es así que se deba tener siquiera una oscura idea de la ver-
dadera medicina.
Esta debe aprenderse en las Instituciones Médicas de
Boerhaave, o en la Medicina Racional de Federico [ga: 147]
Hoffman. No es que las recomiende yo porque estudié por
ellas. Ya se ve que los primeros libros o maestros que cono-
cemos nos llevan a porfía los afectos3 de nuestra voluntad. Y
por lo regular les rendimos un homenaje de gratitud cada vez
que los citamos, en lo que, si interviene el estilo de la ternura,
puede mezclarse el secreto lenguaje de la vanidad, pero estas
obras inmortales son las que no han4 de caer jamás de las ma-
nos de los que quieran5 ser buenos médicos.
Boerhaave necesita que le manejen los maestros y lo
den a entender a los discípulos. Sus razonamientos son pre-
cisos y geométricos. No hay palabra perdida en él, y mucho
menos ociosa. Habla por axiomas y demostraciones de suer-
te que, por eso, no ha faltado quien lo llame el Euclides de
los médicos. Será en lo posterior el que promueva la medicina
demostrativa por el conocimiento de la regla de la medicina;
[fgs: 493] pues ya Boerhaave ha corrido en estas partes6 sus

1 fgs: cartapacillo / ms. Fjc, ms. Mej: carta pacillo


2 ga: escribí
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: añade: todos
4 ga: que han
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: quisieren
6 fgs, ms. Fjc: en esta parte
226 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

líneas. El modo de tratar las enfermedades ha sido con el mé-


todo que gastó la antigüedad, llevando por guía la observa-
ción más bien averiguada, y esto ha causado que se le llame
el Hipócrates moderno.
Con todo eso no es para cualquier escolar el entender las
dichas Instituciones. Heister dice hablando de ellas: «Quambis
hae ultimae sine prudenti preceptori a tyrone vix inteligi queant»
(57)1 y Fontenelle, haciendo memoria de los turcos que tra-
dujeron al arábigo2 así las Instituciones como los Aforismos de
Boerhaave, admirado de esto pregunta: «¿Los más hábiles
turcos entienden, pues el latín? ¿Entenderán ellos una infini-
dad de cosas que tienen relación con nuestra Física, nuestra
Anatomía, nuestra Química de Europa, y que suponen su co-
nocimiento? ¿Cómo percibirán ellos el mérito de unas obras
que sólo puede conocerlas la capacidad de nuestros sabios?».
[ga: 148]
A las citadas Instituciones se deben acompañar los cono-
cimientos anatómicos, no solamente por los autores, de los
que hay una multitud de buenas obras, dignas de saberse,
sino por la observación práctica hecha en las disecciones de
los cadáveres y en la que se dice Zootomía o disección com-
parada, que es la que se hace en los brutos. Pero de una y otra,
así práctica como teórica, apenas ha habido unas nociones
muy superficiales en esta ciudad. Y acuérdome, a este propó-
sito, que el año de 1765, queriendo mi padre asegurarse de
los progresos [fgs: 494] que había conseguido yo en estu-
dios3 médicos, me hizo examinar particularmente con todos
los profesores, que entonces se hallaban, Monsieur Gaudé,
Liro, doctor Urrú y otro, que es4 preciso callar.
1 (57.1) Aunque estas últimas apenas podrán entenderlas los principiantes, sí
carecen de un prudente preceptor. (Traducción de Federico González Suárez)
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: en arábigo
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: en los estudios
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que me es
Reflexiones 227

Este último tuvo la animosidad de proceder al examen,


y tenerme dos días consecutivos a dos horas por la noche,
oyéndome hablar acerca de los elementos de la Medicina. No
contento con esta prueba que sería arduísima, si me hubiese
hecho otro que fuese maestro en la materia, o que, cuando
menos, supiese latín, pues1 en este idioma expuse cuanto ha-
blé; me obligó el bárbaro impostor a que volviese otra noche
a ser examinado en Anatomía delante de dos discípulos be-
neméritos a quienes dirigía. Llegada la noche citada, el buen
maestro intimó al discípulo más aprovechado y que pasaba de
la juventud, a que explicara la cabeza o lo que llaman los ana-
tomistas cavidad animal. Y no hizo sino repetir en latín bárba-
ro los breves y mal digeridos2 rasgos que trae Martínez en su
Examen de Cirujanos. Cuando acabó éste, dijo otro poquito y
mucho peor en la jerigonza latina acerca de la cavidad vital, el
segundo estudiante digno discípulo de tan grande maestro.3
A mí se me encargó por huésped que explicara la cavi-
dad natural. Por más que quise [ga: 149] ceñirme y recorrer las
entrañas que en ella se contienen muy por mayor, no lo con-
seguí tan fácilmente. El ardor de la juventud, la memoria más
pronta y perspicaz, los sentidos en su mayor vigor, veinte años
menos que tenía entonces, me4 hicieron5 algo prolijo, y, ha-
biéndose levantado cierta alteración sobre las glándulas rena-
les, que los tales discípulos no comprendían y yo iba a explicar
bien a la larga, me [fgs: 495] repuso el más aprovechado de
ellos, que él no sabía nada de eso, y que creía no se necesitaba
tanta Anatomía para que se supiese la Medicina. Véase aquí si
éste tendría siquiera6 la noción más mínima de lo que era esta

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: pues que


2 ga, ms. Mej: dirigidos
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: tan gran maestro.
4 ga: omite: me
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: me hicieron
6 ga: omite: siquiera
228 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

facultad. Aún no había llegado a su noticia, mucho menos a su


vista, la disertación1 de Federico Hoffman acerca del uso de la
Anatomía en la Medicina. Es el caso, que algunos falsos médi-
cos han logrado coger a Hoffman, ya en una edad en que no
está su cerebro para empezar por tan excelentes conocimien-
tos. Se ha entendido el elogio de Federico Hoffman con su po-
quito de sal. Más, ni esto, ni lo que vale la Anatomía, ha pasado
por la imaginación de nuestro estudiante.
Y ya se ve que quien no había cogido más que el Examen
de Martín Martínez, ¿qué podía haber leído los magníficos y
merecidos elogios que hacen a la anatomía y los urgentes ra-
ciocinios, con que los anatomistas y médicos recomiendan
su absoluta e indispensable necesidad? Con todo este mal
ejemplo que podría causar a algún estudiante médico la pro-
posición de aquel otro muy ignorante, se debe decir que él
aprendía2 la anatomía por la exposición anatómica del cuer-
po humano de Winflou y Morgagni, la cual3 puede servirle a
ilustrarse en las controversias que se han ofrecido entre los
anatomistas. La Biblioteca [ga: 150] Anatómica de Manget4
trae la colección de muchos tratados muy útiles, y es nece-
sario consultarla. Pero a ninguno, que fuera mi discípulo, le
dejaría omitir el compendio anatómico de Heister. Como es
una nuez que encierra mucho fondo, le haría aprender de
memoria, llevándole siempre a que viese las buenas láminas
de Bartolino Cowper y Kulmo. Con dolor dejo de recomendar
[fgs: 496] al estudiante quiteño a Ruysch, Vieuffens y Nuckio.
Para esta ciudad es esto un abismo. Pero citando a éstos y mu-
chísimos más5 podía hacer un conocido servicio a los que qui-
sieran cultivar la Medicina si no temiera atraerme la burla que
1 ga: discretación
2 ga, ms. Mej, ms. Fjc: aprenda
3 ms. Mej: omite: la cual
4 ga, ms. Mej: Mangete,
5 fgs, ms Fjc: y muchos más,
Reflexiones 229

hace Heicnecio1 a los falsos abogados, que ponen la fuerza


de la justicia en el numeroso cúmulo de citas. Y es célebre el
pasaje que este jurisperito ilustrísimo trae en el Prefacio a los
«Elementos del Derecho Civil». Dice,2 que un letradillo con el
ansia3 de citar produjo a nuestro Señor Salgado en su tratado
de Somosa. Y es de soltar la carcajada al saber que el Ministro
español tiene por apellido Somosa, y no debía existir en la na-
turaleza el tratado Somosa, que el letradillo citaba.
La Botánica es necesarísima al Médico. Cuando menos
debía ponerse en manos del estudiante a Tournefort. Su obra
no debe causar horror a nadie, porque no es prolija. Yo la leí
en un solo tomo en cuarto; y aunque tiene4 dos más, éstos
alegran la vista y la imaginación, porque no son más que de
figuras. Y por lo que mira a las virtudes de las plantas, ya que
se conozcan, (diremos así)5 sus rostros, bastaría la lectura o es-
tudio de la Materia médica de Herman o de Lemeri acerca de
los medicamentos simples.
Es tal la ignorancia de esta parte de la Ciencia Natural,
que en mi mayor juventud fue preciso hacer conocer a algu-
nos la Escabiosa, la Coclearia6 y sus usos medicinales. He des-
cubierto [ga: 151] cómo la planta exótica en esta provincia
que la llaman7 del cristal, es buena para curar a los tísicos. La
quina, o vulgarmente cascarilla de Loja, que es en efecto8 de
aquí de nuestra provincia, el pobre médico no la conoce, [fgs:
497] ni puede decir cuál es buena y cuál9 sin buenas propie-

1 fgs: Heinecio / ms. Fjc, ms. Mej: Heicneccio


2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: Dice, pues,
3 fgs, ms. Fjc: la ansia
4 fgs, ms. Fjc: porque, aunque tiene
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: (dirémoslo así),
6 fgs, ms. Fjc: la Codearia
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que llaman
8 fgs, ms. Fjc: que es efecto
9 fgs, ms. Fjc: cuál es
230 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

dades. Algo más saben de ésto los comerciantes de esta1 es-


pecie. ¡Qué tal desgracia!
Pero yo que quería decir algunas buenas cualidades del
buen médico, me voy dilatando, bien que por dar superficie,2
sobre las partes elementales de sus estudios. Dije3 solamen-
te que la Historia Natural, la que se llama Materia Médica,
la Química, la Farmacia, la Cirugía; todo esto debe saber el
Médico. Oh, ¡qué mundo tan vasto e infinito! ¡Pero desconoci-
do hasta aquí de nosotros!4
Dentro de la que se llama con más especialidad Medicina,
hay la Fisiología, o la doctrina del uso de las partes. Rivera no
es capaz de describir las funciones animales y naturales. Hay
una Patología o noticia de las enfermedades. Rivera no las
describe ni tiene donde las trate5 proponiendo sus caracte-
res. De manera que por esto me aconteció ver a cierto médi-
co que había estudiado por la Quinta esencia, que en ciertas
diarias consultas que se ofrecían acerca de una señorita enfer-
ma, ilustre por todas sus circunstancias, no había día que no
llevase la idea de una nueva enfermedad. Allí estuvo el afec-
to hipocondríaco, el histérico, la afección verminosa, el ácido
austero, acre, la sublujación6 dorsal, la obstrucción de los con-
ductos7 biliarios, el afecto epiléptico, etc., etcétera y era que,
con el buen deseo8 de ser útil. Un rato leía a Hoffman, otro rato
las cartas de Boerhaave. Un día a Etmulero, otro día a Lucas
Tozzi,9 y en cada uno de ellos le parecía ver descrita caracte-

1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: en esta


2 fgs, ms. Mej: bien que por la superficie
3 fgs: Diré
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: de los nuestros!
5 ga: las trae
6 fgs, ms. Mej: la subluxación
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: de los ductos
8 ga: y que era con el buen deseo
9 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: a Tozzi,
Reflexiones 231

rísticamente la enfermedad de aquella niña.1 Esto viene de no


tener impresas de antemano [ga: 152] en la memoria y razón,
las señales características de las enfermedades; esto es, tener
[fgs: 498] completa historia de ellas. ¡Qué sucede entonces!2
Que los signos vagos e indeterminados que después de visto
el enfermo lleva a su casa le determinan a juzgar que es tal
enfermedad, la primera que el acaso o tal cual ligera presun-
ción hizo abrir y leer en el libro. De aquí viene regularmente,
que se toma un mal por otro, que falta enteramente su cono-
cimiento. Que se trata con remedios que no son propios: que
se mata3 al enfermo, o se hace que tome otra naturaleza y du-
ración la enfermedad.
Yo he visto a otro falso médico que en la duda que se
ha suscitado entre algunos de su profesión, si es ésta o si es
aquella la enfermedad,4 ha tomado con admirable política,
pero absoluta ignorancia de su Arte, y entero abandono de
su conciencia, un término medio y ha dicho, en buenas pala-
bras, manteniéndose conciliador5 de opiniones, que no sola-
mente ambas partes6 tenían razón; sino que el mal que Ticio,
verbi gratia, padecía, tanto tenía de rabia canina y tanto de
lepra. Del mismo modo se porta con su genio conciliatorio en
la prescripción del remedio.7 Dice, verbi gratia, el uno necesita
el mercurio de tal preparación. Dice el otro que no y que son
menester sales neutras. Entonces añade «el citado médico»8
póngase en la receta tanto de mercurio y tanto de una sal
neutra y ambos quedan contentos.9 Y a veces, según el nú-
1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: de aquella niña respetable.
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ¿Qué sucede entonces?
3 fgs, ms. Fjc: que se trata
4 fgs, ms. Fjc: o si es aquella enfermedad,
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: metiéndose a conciliador
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ambos partidos
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: de remedios.
8 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: Pues, entonces (añade el citado médico), .
9 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: no consta: y ambos quedan contentos
232 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

mero de los médicos y sus diversos pareceres, quiere que se


haga una composición monstruosa que lo tenga todo. ¿Esta
es Medicina o bobería?
Pero viniendo a mi propósito, hay una Semiología, que
es la predicción de las enfermedades y sus éxitos. Hay una
Terapéutica, una Higiene o dieta; y otras tantas cosas que hace1
inevitable el aprenderlas bien. [ga: 153] [fgs: 499]
Puestos con la mayor solidez estos fundamentos es ca-
paz el estudiante de conciliar la teórica con la práctica; mas
ésta debe hacerse en un hospital grande de doscientos enfer-
mos verbi gratia, o más, para poder alcanzar a ver algunas en-
fermedades; porque el que tenemos acá, cuando mucho con-
tiene unas cuarenta camas ocupadas en las salas de hombres
y mujeres, como lo he observado y puede constar por docu-
mento esta verdad sacándose la suma cada mes de cuantos se
han curado, por los libros que tienen las enfermerías para sen-
tar las partidas de las personas que entran a curarse.2 Después
de esto este hospital no ofrece regularmente sino enfermeda-
des venéreas3 y rara vez alguna fiebre u otra dolencia.
Debe acompañar a esta práctica la lectura de Boerhaave,
de Sydenham, de Baglivio, de Ramazini, de las Observaciones
y cautelas doctísimas4 de Pablo Werlhof;5 de los tratados prác-
ticos de Lorenzo Heister; y de los de Tissot.6 Porque aun cuan-
do7 hay tantas obras médicas, no son tan frecuentes o comu-
nes en ellas las buenas observaciones, los casos prácticos, la
unión de una filosofía exacta con la antorcha, firme y nada va-

1 gs, ms. Fjc, ms. Mej: que se hace


2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: entran a ellas a curarse. ,
3 fgs, ms. Fjc: más que enfermedad venérea / ms. Mej: no ofrece más que regu-
larmente más enfermedad venérea
4 ga: doctosísimas
5 fgs, ga: Werlofh
6 fgs: Sisot.
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: aunque
Reflexiones 233

cilante, de un juicio acre. En los más de los libros se curan y se


prescriben remedios por el genio1 sistemático. Y de éstos es
de quienes dice Sydenham: «Egri curantur in libris, et moriuntur
in lectis» (58)2.
Por cautela debería citar aquí los malos prácticos, aun-
que por otra parte aceptados por el vulgo y llenos de la esti-
mación de los incautos. Pero como se había de traer al lado de
su noticia la crítica de sus obras [fgs: 500] sería este negocio
prolijo y capaz de revolver el humor atrabiliario a muchos que
manejan a estos autores.
A la verdad, hay poquitos pliegos escritos de la Práctica
Médica verdadera. Y entre tantos volúmenes, es preciso que
haya una vista muy perspicaz que se dirija a escoger y discer-
nir [ga: 154] lo precioso de lo vil. En tanto grado debe ser
esta vista mental, penetrativa y exacta, que ella sea quien for-
me el que se dice espíritu geométrico, el que entre la inmensa
multitud de cosas que tiene que observar el médico, vaya en
derechura a encontrar con la verdad; que ate justamente los
enlaces, las referencias, las conexiones; que discierna las ver-
daderas analogías para sacar las consecuencias,3 o por mejor
decir, las últimas resoluciones de lo que se debe obrar cuan-
do se encuentran. Que haga una serie de experimentos para
calcular qué número de ellos bastará a hacer una experiencia
segura, comunicable a la posteridad. Que no se pierda en la
multiplicidad de las combinaciones que ofrece la cadena con-
fusa de entes, que debe tener siempre a los ojos. Sin este espí-
ritu, no hay práctica, no hay medicina.
Y por eso se debe despreciar el errado juicio del vulgo,
que juzgaba4 hallar en la deformidad de un semblante rugo-
1 fgs: el género
2 (58.1) Los enfermos se curan en los libros; pero mueren en sus lechos.
(Traducción de Federico González Suárez)
3 ms. Fjc: los conectarios; / fgs, ms. Mej: los consectarios,
4 fgs, ms. Fjc: que juzga
234 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

so, porque los años dejaron sus tristes impresiones,1 un tesoro


de experiencia y de felicísima práctica. Si el Médico viejo no ha
logrado este espíritu geométrico, sus días pasados son otros
tantos errores, y su vejez es el apoyo tenaz e inadmisible de
caprichos inmortales. Como el acontecimiento de unas mis-
mas enfermedades es tan vario, y que de siglo en siglo se verá
sobre ellas mismas un caso idéntico, ¿cuál será la experiencia
de un inepto? Ninguna. [fgs: 501]
Pero la del espíritu geométrico será infinita, porque con-
ducido por las semejanzas que más simbolizan, saca una con-
jetura tan ajustada, que equivale, o es en realidad una demos-
tración. Resulta de aquí, que un joven sabio, que se ejercita en
pensar, es estimable; y el viejo indolente, rutinario e inepto,2
porque no tiene buena ni mala práctica, si le faltan los princi-
pios de formarla, y es incapaz de atender a los objetos que le
tocan [ga: 155] la puerta de los sentidos.
Con todo eso, todos los médicos debían amoldarse a
tratar las enfermedades y observarlas como Hipócrates. Este
fue el modelo de los tiempos anteriores; parece que lo será de
todos los siglos, porque, como dice Mister James: «Hipócrates
es la estrella polar de la Medicina, nunca se le pierde de vista,
que no sea a riesgo de perderse. Él ha representado las cosas,
tales como son, ni el orgullo, ni el interés le han apartado
jamás de la verdad. Es él siempre conciso y siempre claro; sus
descripciones son unas imágenes fieles de las enfermedades,
gracias al cuidado que tomó de no oscurecer los síntomas y el
suceso con una algarabía ininteligible; pues, que desterró3 la
jerigonza de los sistemas. Con él no es negocio de cualidades
primeras, ni de elementos. Él supo penetrar el seno de la
naturaleza, prever y pronosticar sus operaciones sin recurrir a

1 fgs, ms. Fjc: dejaron en él sus tristes impresiones,


2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: y el viejo indolente, contentible,
3 fgs, ms. Fjc: añade: de sus escritos
236 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

los principios originales de la vida. El calor innato y el húmedo


radical, términos vacíos de sentido, no manchan la pureza
de su composición. Él ha caracterizado las enfermedades sin
entrar en distinciones inútiles de especies, y en averiguaciones
sutiles sobre las causas». Esta es la pintura del mérito y talento
[fgs: 502] médico del padre de la Medicina.
Pero en Quito falta este indispensable socorro; porque
nadie le tiene ni le ha visto. El que hay1 en la librería de San
Fernando, no es para todos, y quizá no ha habido quien le re-
gistre, pero es de muy buena edición, en folio, con el texto
griego al lado, parece que es dado a luz y traducido por Jano
Cornario2. Yo le tengo3 de la traducción de Anucio Foesio,4 mé-
dico doctísimo en la lengua griega. En tanto lo que se ha visto
en esta ciudad son solo los5 aforismos vulgarizados6 en Tozzi y
Gorter,7 y en Rivera sin comentario alguno. [ga: 156]
Si ha faltado el Hipócrates, tampoco ha habido un maes-
tro docto y prudente, que lleve por la mano al escolar médico
para imbuirle de una práctica curativa, metódica y acertada.
He observado, por cierto, que aquel mal médico, o curandero
infeliz, de quien hice mención arriba, llevaba a su séquito los
discípulos que tenía, a las salas de los enfermos, al tiempo de
la visita médica. Ésta duraba cuando más un cuarto de hora;
en él no se trataba del conocimiento de alguna enfermedad,
del modo de tocar el pulso, del juicio que se debía hacer de los
signos, en una palabra, nada que condujese a alguna práctica
a lo menos superficial y empírica. No era esta visita más que8
un paseo de magisterio, para oír recetar ojos de cangrejos, la
1 ga: El que haya
2 fgs, ms. Fjc: Renato Corterio / ms. Mej: Renato Carterio
3 fgs: Yo tengo
4 ga, ms. Mej: Anucio Foecio; / fgs, ms. Fjc: Anucio Foesio,
5 fgs, ms. Fjc: son los
6 fgs, ms. Fjc: añade: y comentados
7 ga: Corter,
8 fgs: sino
Reflexiones 237

guoltipán,1 cuatro calientes sangrías y nada más; de manera


que, cuando yo le veía, siendo aún niño, reflexionaba sobre
el idiotismo de estas pobres gentes, y la infelicidad de los en-
fermos, que iban a sufrir una curación de la naturaleza que la
pinto.
De esta eximia práctica resultó que uno de los discípulos
de este gran maestro, cuando se le mostró en cierta casa de
[fgs: 503] campo la orina, a que hiciese uso de ésta como de
signo médico, se la bebió muy frescamente, teniéndola por
mistela. ¿Qué tal perspicacia de sentidos para médico? ¿Qué
tal conocimiento de los signos? ¿Qué tales disposiciones de
cerebro para observar la naturaleza?
Mas seguida,2 por algunos años la práctica de los hospi-
tales, ya podrá el estudiante conducirse por sí mismo; pero ha-
biendo recibido con buenas pruebas el grado de Doctor en la
Universidad. Mas, acordándome de lo que pasa en este asun-
to, es preciso decir al público que no hay orden ni concierto.
La facilidad de los Rectores en admitir a los grados, no tiene
término. De dos médicos que conozco, el uno sacó puntos a
su gusto, [ga: 157] espacio y comodidad en su propia casa.
Quiero decir, que, teniendo a la mano el tomo de la Medicina
Hipocrática de Juan Gorter,3 hizo su preelección pésimamen-
te, orden en que4 defendió una perogrullada, que el abuso de
las seis cosas no naturales, era la causa de las enfermedades;
al fin, éste quiso hacer conocer que había deseado estudiar, y
por consiguiente dio aviso a algunas personas a que le oye-
ran. Fue una lástima el acto, que no duró más que media hora.
Pero, habiendo de sustentar este mismo, otro médico condis-
cípulo del antecedente, lo hizo tan secretamente, que no se
supo lo que dijo, bien que por ser notoriamente menos apro-
1 ms. Fjc, ms. Mej: saqualtipán; fgs: omite: saqualtipán
2 fgs, ms. Fjc: Seguida, pues,
3 ga: de Juan Corter
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: pésimamente ordenada en que
238 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

vechado que el otro, se traslució que se había hecho con mu-


chísima anticipación de días la preelección.
Con estas previas disposiciones tan infelices, es preciso
que salgan al público falsos médicos, de los que sería mejor
carecer enteramente, que fiar a su irracional conducta la sa-
lud pública. ¿Pero [fgs: 504] qué se dirá de aquellos que ni
han dado a conocer los libros que manejaron, los maestros
que tuvieron, los grados que tomaron, la práctica que cultiva-
ron, y salen repentinamente a predicarse médicos en el pue-
blo, como los zánganos salen de las colmenas a esparcir por el
aire su desapacible susurro? ¿Podrá concebirse que gentes de
plomo y escoria en los talentos, puedan, sin voz viva de sabios
profesores, sin el conocimiento de los buenos escritores, (por
no cansar), sin ningún auxilio necesario para aprender la me-
dicina, la hayan aprendido, y que justamente podrían salir de
entre el polvo y las suciedades de una cocina a ejercer un arte
dificilísimo y casi imposible de ser conocido?
Nadie lo podría comprender ni considerar; mas en boca
de éstos se oye un excelentísimo raciocinio que puede minis-
trar la cabal idea de sus alcances. Dicen, pues, así, y lo dicen
con el estilo y método de los más [ga: 158] finos escolásticos.
El que sabe pensar, hablar y componer, tiene buenos talentos,
pero siempre los saca fuera de su centro, que es la Medicina.
No fija sus potencias, las divierte hacia conocimientos muy
distantes de su profesión. Llaman así la Historia, las lenguas,
las observaciones filosóficas; luego, no puede ser médico
práctico, porque tener entendimiento, es el mayor estorbo
que tiene para serlo. Así discurren los falsos médicos, poseí-
dos del concepto de que una flema tartárea es a propósito
para sacar los triunfos de la medicina farmacéutica. Con este
concepto corren al asilo de sus preocupaciones y por tanto, al
degüello de los hombres.1
1 fgs, ms. Fjc: Texto trunco, dice solamente: al asilo de los hombres.
Reflexiones 239

Pero estos excesos de los falsos médicos, son los que


este Muy Ilustre Cabildo está en la obligación de reprimir. Y
por otra parte se ve en la [fgs: 505] necesidad de promover el
estudio de la verdadera Medicina, de estimular a los que se co-
nociesen hábiles a que emprendan esta carrera, y de suplicar
al Rey, manifestando el lamentable estado de esta Provincia
en este punto, tan esencial a la conservación de los hombres,
que se digne despachar unos tres maestros, de los cuales el
de mayor mérito pudiese ser Catedrático de Prima, y, por con-
siguiente, Protomédico General de la Provincia, y los otros
dos Conjueces, Examinadores y Regentes de las Cátedras de
Método y Anatomía. Tendríamos siquiera este ligerísimo con-
suelo de que se podía tener1 algún ingreso al palacio de una
facultad, tan digna de la atención de los Soberanos. Para el
transporte de los tales profesores, para su cómodo estable-
cimiento y paga de su honorario, no ha de faltar arbitrio, que
todo lo facilite el celo y amor que manifiesta este Muy Ilustre
Cabildo al beneficio común.
Pero, si este pareciese2 un proyecto muy vasto3 y dificul-
toso de observar, se debía pedir al Protomédico General de
Lima, el que, cuando menos, [ga: 159] despachase un Teniente
de Protomédico que fuese más hábil,4 a que viniera a encen-
der el fuego aquí5 de una noble emulación, y tratar6 de refor-
mar (cuanto lo permite este lugar) el estudio de la Medicina. Y
éste debía ser pagado de las rentas que tiene la Cátedra esta-
blecida en el Real Colegio de San Fernando, a este fin de que
se enseñe algo de esta facultad. Y el Muy Ilustre Cabildo po-
día asignarle alguna otra pensión, con la que pudiese subsis-

1 fgs, ms. Fjc: se podía adquirir


2 fgs, ms. Fjc: parece
3 fgs, ms. Fjc: muy basto
4 fgs, ms. Fjc: muy hábil,
5 fgs, ms. Fjc: aquí el fuego
6 fgs, ms. Fjc: y tratara
240 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

tir con honor en esta capital, criando jóvenes en la educación


médica más acomodada al país.
Este Teniente de Protomédico se ha de procurar [fgs:
506] con el mayor empeño que tenga muy buenas cualida-
des, entre las que sí debe entrar cuando menos la de un hon-
rado nacimiento, deben ser indispensables las buenas cos-
tumbres y las prendas propias de un magistrado.1 Porque este
tal protomédico, según las disposiciones de las leyes del Reino
en general y las nuestras municipales, es un juez ordinario de
todas las causas civiles y criminales de todos los médicos, ci-
rujanos, boticarios, etcétera. Debe alternar con un Ministro
Togado, esto es, un Oidor de la Real Audiencia ha de ser como
un Asesor del Protomédico nada menos, pues que éste ha de
dar sentencia, y aquel le ha de acompañar cuando se tratase
de proceder contra alguna persona. Y aun en los tránsitos de
los lugares donde no hubiese Audiencia, quiere la ley que se
acompañe con el Gobernador, Corregidor, o Alcalde mayor, y
por su falta con la justicia ordinaria. ¿Cuánto importa, pues,
que el tal Protomédico sea persona decente, y, por lo que mira
a las dotes del espíritu, de nobilísimo origen? De otra suerte,
¿cómo podrá disponer y mandar libremente, ejerciendo los
grandes cargos de su tan honorífico empleo? ¿Cómo le obe-
decerán fácil y gustosamente los que conocieren la oscuridad,
o de su [ga: 160] extracción, o de sus talentos?
Por otra parte, será menester que este juez médico ven-
ga, como hemos dicho, de España o de Lima; porque como
otra ley dispone que el Protomédico General y los Alcaldes
mayores, no den carta de examen de aprobación ni de título
alguno, si no hubiese sido examinado el pretendiente, com-
pareciendo en persona; de allí es que el Título que cualquiera
de acá hubiese obtenido, se debe dar por alcanzado subrepti-
ciamente, [fgs: 507] y se le debe quitar. Pero si el Título, verbi
1 fgs, ms. Fjc: de un noble magistrado.
Reflexiones 241

gratia, fuese despachado para que alguno sea Protomédico,


por otra persona que no sea el Rey, digo, con el mayor aca-
tamiento, que, siendo privativo de su Majestad el crear estos
magistrados de tan clásica autoridad, por su real nombra-
miento, no deberá el Muy Ilustre Cabildo pasar por bastantes
los recaudos que este manifestare, en atención a que se opo-
nen a las leyes fundamentales con que se han establecido los
Protomédicos reales y toda especie de Protomédicos.
Mejor sería en este caso, que el que se hallare con las do-
tes necesarias para ser Teniente de Protomédico, y con lauda-
ble ambición de serlo, se condujese a Lima llevando las fide-
dignas certificaciones de haber seguido curso de Medicina en
Universidad, y de haber practicado con buen maestro por los
dos años que manda la ley. De este modo, o con estos recau-
dos se presentará ante el Tribunal del Real Protomedicato del
Perú, y verá éste si son bastantes, y, teniéndolos por tales, per-
mitirá que pase a sacar puntos para los grados de Bachiller y
Doctor; graduado que sea, le sujetará a su particular prueba o
examen privativo que hace este Tribunal. En logrando la apro-
bación en todos estos actos positivos, puede venirse en buena
hora, trayendo las patentes que le despachó el Protomédico.
Las deberá presentar [ga: 161] éstas, como es mandado por la
ley, ante la Justicia y Ayuntamiento Muy Ilustre de esta ciudad.
Con lo que, expedito el tal Teniente, podrá ejercer libremente
sus funciones. Pero, si no1 observasen estas diligencias, hay el
peligro de que cualquiera del vulgo impetre del Protomédico
subrepticiamente muy honoríficos despachos, [fgs: 508] in-
terviniendo el empeño de alguna persona poderosa, pero
que no tenga conocidos los principios de nuestra Religión.
¿Acaso no sabemos, por otra parte, que en muchas ciu-
dades, cada uno se sale con lo que quiere ser y llamarse?
Cualquiera en dichos lugares, se llama matemático, poeta, mé-
1 fgs, ms. Fjc: si no se
242 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

dico y otras cosas más que quiere. ¿Pues ahora no podría su-
ceder, que algún lacayo, prevalido de algún inicuo favor, haya
obtenido sus títulos sin exámenes, sin pruebas, y, en una pa-
labra, sin conocimiento del mismo empleo que solicitaba ad-
ministrar? Por eso, en esto de pedir Teniente de Protomédico
a Lima, no se hacía más que estimular al Real Protomedicato
del Perú a que cumpliese con una de las obligaciones, que le
impone la ley, de poner en todos los lugares dependientes de
ese Reino en punto de Medicina un Teniente, que sirva de ma-
yor, que esté al frente de los demás médicos, y que mande se
hagan los actos positivos conforme a las Ordenanzas Reales.
Porque el que este Muy Ilustre Cabildo ordene hacer a su pre-
sencia los exámenes de los Médicos y Cirujanos, nombrando
a su voluntad cualesquiera examinadores que le ha parecido
conveniente nombrar, sin duda ha venido de un fervor de celo,
que le hace velar en la buena administración de la Policía, ha-
biendo observado, por una parte, que en esta ciudad no hay
Protomédico, y por otra, que se ha hecho necesario dar licen-
cia y recados de profesor público al que ha solicitado [ga: 162]
ejercitar la Medicina. Si hubiese para esta costumbre alguna
particular facultad o privilegio, que en Cédula Real se le haya
dado a este Muy Ilustre Cuerpo en orden a esta materia, y que
excluya de ella y su conocimiento [fgs: 509] al Protomédico
General del Perú, no ha llegado aún a mi noticia. De donde, si
no hubiese dicho privilegio, los exámenes practicados en la
Sala de Ayuntamiento vienen de supererogación.
Pero es muy digno de saberse que los tales exámenes
pueden estar como están sujetos a muchos vicios y nulidades
irreparables. Lo primero, porque pueden ser nombrados para
examinadores, personas que no tengan la ciencia necesaria.
Segundo, porque sean señalados médicos, que no tengan ju-
risdicción. Tercero, porque los exámenes no se hagan según
nuestras leyes, que han prescrito el método de examinar.
Reflexiones 243

Por estos tres vicios, que concurrieron juntos en el exa-


men de una persona, que conozco mucho, se le hizo a ésta
por parte de los examinadores una injusticia muy clamorosa.
Primeramente le preguntaron por sus comunes cartapacios, y
como no tenía1 ciencia alguna, oyendo unas respuestas bien
fundadas2 en principios físicos, pero que ellos no entendían,
se vieron en la necesidad de reprobar al examinando. Puede
colegirse esta verdad por su narración histórica.
Uno de los examinadores preguntó si había regla cierta y
evidente para conocer el pulso. Respondió el examinando que
no, y el escándalo de una respuesta, fundada en buena física,
sorprendió al muy venerable concurso y al mismo examina-
dor. Se creyó que se había proferido por el que padecía el exa-
men, una herejía filosófica, no obstante que exponía las razo-
nes en que debía fundarse la respuesta. El mismo examinador
preguntó si podía vivir el hombre sin [ga: 163] respiración.
Respondió el sustentante que no. Se le replicó con los ejem-
plos del feto y de los [fgs: 510] buzos, pero el otro trayendo
a cuenta la mecánica de la respiración y el principal objeto de
ésta, deseó dar a conocer su uso, y por consiguiente demos-
trar que ningún hombre podía vivir sin la respiración, esto es,
sin los fines de esta acción vital. Pero todo pareció a oyentes y
examinador un cúmulo de desatinos.
El segundo examinador que hizo una pregunta en la
parte fisiológica, oyó que se le iba a responder haciendo una
recapitulación de la Fisiología, porque así lo demandaba la
pregunta, y, en vez de quedar agradecido a este orden, el exa-
minador irritado, insultó al que respondía con decirle que ese
era un fárrago, y que respondiese directamente. En fin, se le
reprobó, porque no fue otra cosa haber informado a este Muy
Ilustre Cabildo que necesitaba el examinando de práctica, y

1 fgs, ms. Fjc: tenían


2 fgs, ms. Fjc: bien que fundadas
244 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

haberle1 extorcido a que sus títulos y carta de licencia corriese


con tizne tan denigrativo. Esto es que el examinando había na-
cido en el hospital, criándose en él y por la felicidad de su genio,
inclinándose siempre a la observación de la naturaleza. Pero es-
tos malos pasantes2 de los examinadores, como antes los he-
mos pintado, tuvieron el atrevimiento de hacer una absoluta
reprobación, en la que la bondad y justicia de este Muy Ilustre
Cabildo, no consintió, atemperándose a sujetar al impetrarte
de la licencia a un año de práctica. En lo que manifestaban
los examinadores no saber ni un ápice de nuestras leyes, que
todos estamos obligados a saber, y esa es la intención de los
Soberanos en mandarlas promulgar, especialmente aque-
llas particulares que conciernen a nuestro Estado, condición
y empleo.3 Si las hubiesen sabido, verían que está mandado
del modo [fgs: 511] siguiente: [ga: 164] «A ningún Médico, ni
Cirujano, ni Boticario darán licencia con condición que estudien
o practiquen cierto tiempo, ni con otro gravamen ni pena, an-
tes al que la mereciese se la den y manden cumplir primeramen-
te, reservando la licencia para cuando la hubieren cumplido, la
cual no se la pueda dar sin volverle a examinar, por la orden y
forma susodicha, votándole su aprobación como si no fuera an-
tes examinado».
Por el segundo capítulo se le hizo a este examinando
igual injusticia, porque nuestras leyes sujetan a los que se
quieren recibir de Médicos al Tribunal de sólo el Protomédico
en junta de los Alcaldes mayores examinadores. Aquí, pues,
en esta ciudad podrían nombrarse examinadores en subsidio.
¿Pero cuáles? Sin duda los más provectos, los buenos prácti-
cos, los doctores antiguos, los de un crédito muy sobresaliente
y muy merecido, que funden con él la jurisdicción interpreta-

1 ga: de practicar y de haberle


2 fgs, ms. Mej: paseantes
3 fgs, ms. Fjc: a nuestra condición y empleo.
Reflexiones 245

tiva. Pero en el caso de nuestro examinando fueron nombra-


dos sujetos jóvenes, de mala educación y de peor doctrina. Y
a más de esto, muchachos que habían recibido el grado de
Doctor muy posteriormente, respecto del sujeto que se exa-
minaba, y quizá sucedió que no tenían aún el grado de Doctor
aquellos, cuando este otro tenía corrientes los títulos dados
por la Universidad.
No es esto lo peor, sino que estos mismos examinado-
res famosos, fueron recibidos en su oficio por este Muy Ilustre
Cabildo, en virtud de un examen lleno de vicios y nulidades;
ya porque les examinó un solo examinador; ya porque éste
no tenía pericia alguna del arte, y aun le faltaba siquiera el
cimiento de la voz común a una fama falsa, o a un nombre
[fgs: 512] de mérito mentido; ya porque el ruido común era
de que el tal examinador lo más que comprendía era el arte
mal fundado de [ga: 165] buscar minas de plata y oro, y tal
cual inteligencia de componer drogas usuales en la oficina de
Botica; ya porque predicándose el dicho examinador de an-
tiguo médico en las provincias del Perú y en su misma capi-
tal, vino a manifestar esta impostura en Quito, recibiendo el
grado de doctor a los sesenta o más años de edad, de ma-
nos del Rector1 de la Universidad, entonces, por sólo el mérito
de haber tomado el pulso a una parienta suya, y sin ningún
otro acto positivo, o lo que se llama examen, prueba, tentati-
va o tremenda; ya porque el tal examinador no sabiendo los
elementos de Medicina, redujo todo el examen a preguntar
algunas pocas trivialidades en la parte farmacéutica; ya por-
que dicho examen fue común a ambos estudiantes; y ya fi-
nalmente porque el tal examinador respecto de estos moti-
vos se hallaba incapaz de cumplir con unas obligaciones de
conciencia que no conocía, y procedió por eso a una solemne
aprobación. No podía ser que tales examinadores, examina-
1 fgs, ms. Fjc: de cierto Doctor
246 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

dos con estos vicios, fundasen título para examinar a ningún


otro médico; menos se debía esperar que fuesen tan animo-
sos cuando fueron señalados de examinadores. En fin, ellos
debían haberse representado1 modestamente al Muy Ilustre
Cabildo; no tenían facultad para examinar, pero, envanecidos,
simularon la verdad y procedieron temerariamente al uso de
un ejercicio que les vedaban las leyes. Esta circunstancia de
tanto momento indujo, ya se ve, una insanable nulidad del
acto de las licencias y recaudos anexos al dicho examen. Y por
evitar este [fgs: 513] desorden, que no está en mano del Muy
Ilustre Cabildo el prevenirlo, fue que el tal examinando nunca
había pensado en pasar por este acto, y no lo hubiera sufrido
jamás, si no hubiera sido dócil a la constante insinuación de
sus amigos. [ga: 166]
Por el tercer capítulo, de que sucede que no se hacen
los exámenes según el método prescrito en nuestras leyes,
también se le hizo injuria al citado examinando. Porque no se
ha de examinar a cualquiera que quiere alcanzar licencias por
preguntas generales y de pura teórica.2 Y para que se vea el
orden, transcribiré las palabras de la ley:
«Para hacer examen de cualquier médico, se juntarán
antes3 los examinadores con el Protomédico en su posada, o
en la parte que él les enviase a decir, no estando ausente o
para ello impedido, y estando en la del examinador más an-
tiguo, o en la que él les señalare; y allí verán los recaudos e
informaciones, y siendo bastantes le examinen en teórica,4 pi-
diéndole cuenta del método general y de lo que más les pa-
reciere preguntar de la Medicina, y poniéndole delante uno
de los autores de ella mandándole le abra y declare y hable
sobre lo que se hubiera abierto, haciéndole sobre lo mismo
1 fgs, ms. Fjc: presentado
2 ga: teoría.
3 ga: ante
4 ga: teoría,
Reflexiones 247

las preguntas que entendieren convenir hasta que todos que-


den enteramente informados de sus letras y suficiencia, y, es-
tándolo, nombrarán dos de los examinadores, señalando día
y hora cierta para que se hallen en el Hospital General, o en
el de la Corte, porque en ninguna otra parte se han de hacer
los exámenes; y allí ordenarán al que se examina, tome el pul-
so a cuatro o cinco enfermos, y a los más que pareciere a los
dos examinadores, y le preguntarán lo que ha entendido [fgs:
514] de cada enfermo y de la calidad de su enfermedad; si la
tiene por liviana, peligrosa o mortal, y las causas y señales que
para ello halla y el fin a que piense atender para el remedio y
curación de los tales enfermos, y de qué medicinas y reme-
dios piensa usar, y lo más que les pareciere. Y visto lo que en
todo dice y hace, se volverán a juntar todos los examinado-
res [ga: 167] con el Protomédico y dará ante ellos relación, el
que se examina de los dichos enfermos, como si hubiera ido
él solo a visitarlos; y si por ella y por la que dieren los dos exa-
minadores que asistieron con él y le examinaron de la práctica
no quedaren todos suficientemente informados en sus con-
ciencias, se harán hasta que se hallen1, las más diligencias que
les parezcan».
Véase aquí, por el Muy Ilustre Cabildo, cómo intervienen
regularmente en los exámenes muchos vicios, dignos de ser
abolidos: los cuales, desde luego, se incurren por la buena fe
del Muy Ilustre Cabildo, y malicia de las personas que le quie-
ren inducir en algún lazo. Y como la facultad de la Medicina
sea un objeto tan distante de su conocimiento; no es de ad-
mirar que sorprenda el engaño la noble sinceridad de sus tan
ilustres espíritus. Por eso, y porque me dio el cielo un genio
patriótico, me he visto en la necesidad de decir este cúmu-
lo de nulidades, que por lo ordinario inutiliza al ejercicio de
la profesión médica a estos falsos médicos. Y este Muy Ilustre
1 ms. Fjc, ms. Mej: hasta (ininteligible)
248 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

Cabildo tiene ya a la vista que la falta de primeras letras, de-


fecto de talentos naturales, mala educación de los espíritus,
pésimos progresos en esta carrera, ninguna práctica racional,
actos oscuros, pruebas fraudulentas, grados [fgs: 515] obte-
nidos con obrepción, exámenes hechos ante algún sujeto pri-
vado y sin justos títulos, malos éxitos en las curaciones, en los
pareceres, en los pronósticos; tiene, digo, a la vista, que estos
caracteres constituyen a los falsos médicos, y que estos mere-
cen la proscripción y la detestación de todo el mundo.
Cuando no suceda así, es preciso citarlos intempestiva-
mente a examen, porque éste puede y debe repetirse cada
y cuando le parezca bien al Muy Ilustre Cabildo, y semejan-
te facultad da la ley a los Protomédicos, y en tanto [ga: 168]
que aquí se den estos, no hay otro arbitrio para promover los
estudios médicos, que estas pruebas, las que nunca dan títu-
lo de preeminencia en los asientos, si sólo hacen constar la
idoneidad cultivada todos los días, y por lo mismo en línea
de precedencias, se debe estar tan solamente a la antigüedad
de los grados. Tampoco estas pruebas dan justo título para
tener entrada en los monasterios; porque si para el confesio-
nario requiere el derecho eclesiástico que tenga el confesor
de monjas cuarenta años, para el médico de ellas el mismo
pide la edad de cincuenta. Y esta ley santa se debe observar
inviolablemente, porque tiene miras muy sagradas, dignas
de no quebrantarse. Pero si esto se debe intimar1 a los falsos
médicos, que tienen la apariencia exterior de serlo, por cier-
tos pasos que han dado en la facultad, ¿qué se debería decir
y hacer de aquellos que no han pasado ni por estas ligeras
ceremonias?
El Muy Ilustre Cabildo, celoso de su buen nombre, debe-
rá en tanto que la profesión médica tome la forma ordinaria
prescrita por las leyes, según los medios que hemos insinua-
1 fgs, ms. Fjc: estimar
Reflexiones 249

do arriba, vedarles el [fgs: 516] que se encarguen de las cu-


raciones y de la visita de enfermos. Hay penas impuestas por
las mismas leyes a los infractores. ¿Ni cómo se ha de permitir
que los que no han seguido alguna carrera se vean tratados
promiscuamente de Doctores, de Médicos y de profesores
públicos?
Y al llegar a este punto, pongo en consideración de este
Muy Ilustre Cabildo, que los regulares, que hoy día, por moda,
o, por mejor decir, por una sugestión diabólica contraria a las
leyes eclesiásticas, tienen el ansia de parecer médicos y ciruja-
nos, y ser admitidos por tales a sombra de la autoridad de los
Magistrados, no deben ser promovidos por ningún título al
goce de profesores [ga: 169] públicos. Y, cuando sus prelados,
no acordándose del espíritu de sus estatutos monásticos, y
mucho menos de los Sagrados Cánones, no les prohíben esta
negociación secular, con que quieren vagar por el mundo los
que tan solamente1 le renunciaron; el Muy Ilustre Cabildo, con
no recibirlos a este ejercicio, y antes con privárselo severamen-
te si lo practican, ha cumplido con una de sus obligaciones
de conciencia. Y lo que sucede es que, si algún Regular con-
verso, o de los que llaman justamente legos, por algún caso2
es admitido a alguno de estos encargos (que ellos se juzgan
en derecho de satisfacer completamente), y los practican; se
quieren anteponer a los Doctores seculares, tomando3 asien-
to y lugar preeminente, y preferirlos4 en todo, contra todo el
orden de los derechos. A lo cual accede5 de buena fe la san-
ta piedad de los Magistrados, en consideración y virtud de su
hábito de penitencia que traen6. Pero éste, sólo da motivos de

1 fgs: seriamente
2 fgs, ms. Fjc, ms, Mej: acaso
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: tomar
4 fgs: preferido
5 fgs, ms. Fjc: acude
6 ga: que trae
250 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

humillación al religioso que le carga; y si todo cristiano debe


ser el que ministre [fgs: 517] y sirva, o el que esté a los pies de
todos, el Regular con más justo motivo no debe prevalerse de
las insignias de la humildad, para engreírse y dar señales de su
soberbia. Aun los Ministros Togados de mayor carácter y dig-
nidad, siguen el orden jerárquico en la ocupación de asientos1
en las universidades, según la antigüedad de los grados. ¿Y no
será razón2 que los que no los tienen ni los pueden tener, pues
son muertos a los honores y preeminencias seculares, quieran
presidir a los que las pueden gozar y de hecho las gozan?
Con este motivo, ocurre también decir, que en este Muy
Ilustre Cabildo residen mientras no haya Protomédico, todas
las facultades concernientes a perfeccionar este ramo de poli-
cía, y dar forma de [ga: 170] seguir un método para aprender
la Medicina, trayendo a la consideración el espíritu de las leyes
que lo prescriben.
Del mismo modo debe mandar este Muy Ilustre Cabildo
que los Médicos no llamen a las consultas a los Cirujanos, ni
traten con ellos con algún género de igualdad, aun en los ac-
tos de ceremonia, para que la profesión médica tenga la dis-
tinción debida y el honor correspondiente. En lo que el Muy
Ilustre Cabildo se arreglará a intimarles esta conducta a los
médicos, para que les obste y pare perjuicio la cédula dada
por nuestro Rey el señor don Felipe V,3 en San Lorenzo, a 27 de
noviembre de 1737, por la que se manda a los Médicos que
no admitan ni llamen a juntas a los Cirujanos en curaciones
de su facultad, ni concurran a consultas con ellos recibiendo
sus pareceres y votos, así por ser muy contrario y disonante a
su clase, como por otros motivos de mayor momento. [fgs:
518] Supongo, Señores, que esta reflexión es más bien un re-

1 ms. Mej: omite: de asientos


2 fgs: ¿Y será razón
3 fgs, ms. Fjc: don Felipe quinto / ms. Mej: don Felipe Quinto,
Reflexiones 251

medio precautorio para lo que acontecerá en lo futuro; por-


que, ciñéndome a decir una verdad la más interesante, y que
podría repetirla entre los últimos alientos de la vida, protesto
que no hallo un solo mediocre cirujano en una ciudad como
ésta, a donde hay Obispo, Presidente, Audiencia y Cancillería
Real, Cabildos y demás gentes ilustres que componen un no
despreciable lugar.
Muchas más cosas había1 que decir y reformar acerca de
este punto de los falsos médicos: no he hecho más que correr
una línea a los descubrimientos; porque me pareció impor-
tante exponer las cosas que se oponen a la limpieza personal
de Quito, y por mejor decir, a la felicidad pública. En lo poco
que he hablado no he seguido2 a la razón desnuda de hechos,
sino a ella [ga: 171] misma, apoyada en la autoridad y en los
ejemplos. La verdad ha sido a quien he rendido un irresistible
homenaje, y a estos objetos, que parecían muy distantes del
de la preservación de las viruelas,3 me ha traído el celo patrió-
tico. Tenía presentes estas palabras de don Francisco Gil:
«Aunque parece que únicamente nos hemos propuesto
por objeto el preservar a los pueblos de la peste de la Viruela,
se deja conocer muy bien que las mismas providencias indica-
das a este fin, son igualmente eficaces para toda enfermedad
contagiosa, y con especialidad para la verdadera peste».
¿Cuál mayor, Señores, que la impericia de los falsos
médicos?
Confieso,4 [gil: 399] que5 cuando he querido desempe-
ñar el cargo que este Muy Ilustre Cabildo me ha dado, si me
hallé muy inferior en fuerzas para salir con la empresa, me ha-

1 ga: habría
2 ms. Mej: no he conseguido
3 fgs, ms. Fjc: de viruelas
4 La sección final corresponde a la publicación de Francisco Gil.
5 fgs, ms. Fjc, ga: ms. Mej: Y desde luego,
252 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

llé con suficiente vigor1 [fgs: 519] para exponer la verdad. No


hay duda que me venía en tropel a la memoria la siguiente re-
flexión del autor, y era lo que me intimidaba, porque éste dice
hablando de su proyecto «Bien sé yo, que [gil: 400] la idea de
tan alto fin como me he propuesto, merecía la atención de un
hombre verdaderamente sabio, y fecundo, para que esforza-
da con su elocuencia, y persuasión,2 y apoyada con el peso de
su autoridad hallase mejor acogida en toda clase de gentes, y
ojalá se animase alguna persona de este carácter a tomar a su
cargo este asunto, y ponerle en estado de ser admisible por
quien pudiera ponerle en ejecución».
Ahora, pues, veo que en mí no hay el mérito de la facun-
dia, mucho menos el de la autoridad. Un filósofo, o un hombre
que desea serlo, no tiene más glorioso timbre, que el de pare-
cer, y ser en la realidad obediente a los preceptos de sus supe-
riores. Pero si a éstos, cuando son severos, y [gil: 401] zañudos
se rinde el filósofo por cristianismo; cuando [ga: 172] son ac-
cesibles, y templados se postra por inclinación. En la primera
difícil coyuntura obrará3 la religión todo el efecto: en la segun-
da tan amable, fija el amor toda la felicidad4 ¡Oh cuánto el apa-
cible, y suavísimo gobierno del muy ilustre señor Villalengua,5
retrata la dulcísima autoridad de nuestro Augusto Monarca!
Y, ¡oh cuánto se vincula a cada momento con esta conducta
la subordinación más fiel!6 En el Soberano, y en sus Ministros7

1 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: con demasiado vigor


2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: y persuasiva,
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: obra
4 fgs, ms Fjc, ms. Mej: fidelidad
5 ms. Mej: ¡Oh cuánto la real providencia favorable a la vida de estos vasallos /
ga: ¡Oh cuánto la real providencia favorable a estos vasallos
6 ms. Mej: más fiel de los pueblos americanos! / ga: más fiel de los pueblos de
América!
7 fgs, ms. Fjc: y en su Ministro / ms. Mej: En el Príncipe y en sus reales beneficen-
cias / ga: En el Príncipe y en sus reales beneficios
Reflexiones 253

estoy leyendo las máximas de justicia, de equidad,1 y de amor


a los vasallos.2 Y es en mí corresponder a sus intenciones tan
puras, inspirar a mis conciudadanos en este breve rasgo de mi
pluma, el amor de la religión, de la humanidad, y de las leyes.
Por este respeto se me [gil: 402] perdonará que haya toma-
do un tono, [fgs: 520] que el vulgo creerá que no me convie-
ne. Por el mismo se deberá creer, que respeto inviolablemente
sus ilustres personas, y todas sus insinuaciones, porque en la
obediencia he constituido todo mi honor, y toda mi gloria, y
siempre en estos casos hablaré3 con aquella libertad, que me
inspirare el superior influjo de un tan Ilustre Cuerpo4. Me haré

1 fgs: de equilibrio
2 ga, ms. Mej: practicadas a favor del Nuevo Mundo.
3 ga: hablará
4 (59.1) Observaciones de Federico González Suárez
El escrito de Espejo sobre la manera de impedir el contagio de las viruelas es,
en nuestro concepto, la mejor de las obras, que de nuestro compatriota han
llegado hasta nosotros. Llamamos la atención de los lectores a la parte final
del escrito, la cual merece calificarse de Informe sobre la higiene pública de
Quito, presentado a la Municipalidad de entonces: muy dignas de notarse son
las observaciones, que hace Espejo sobre las causas que perjudicaban a la sa-
lud pública en su tiempo; y, comparando época con época; nos vemos en la
triste y hasta vergonzosa necesidad de reconocer que no pocas de las obser-
vaciones, que ahora más de un siglo, hacía Espejo, no han perdido todavía su
oportunidad en la época presente. Nótese, por ejemplo, lo que dice sobre el
hospital.
Espejo era indudablemente un observador diligente de todo cuanto le rodea-
ba, y lo que observaba lo decía con admirable desenfado. De propósito no
queremos insistir sobre lo que observa acerca del aseo de las calles, de la con-
dición de los alimentos y de las medidas que propone para impedir la esca-
sez de la carne y de los víveres en la ciudad. ¡Con qué socarronería tan irónica
no hace la descripción del estado miserable del hospital y de las causas que
en ello habían influido! Espejo era, en verdad, hombre temible: armado de
su pluma, cáustica e hiriente, arremetía denodado contra los abusos, donde
quiera que los encontraba (60.1).
Habla de las epidemias, discurre acerca del morbo gálico, investiga la causa y
la señala con toda franqueza: diserta sobre la peste y pondera sus estragos, y
luego añade que todavía eran más dañinos que la misma peste los malos mé-
dicos; y con este motivo narra cómo se estudiaba en Quito la medicina, cómo
se rendían los exámenes y de qué manera se obtenían los grados. La descrip-
254 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo

digno de servirle por los continuos sacrificios de mi reposo: y


en ellos haré ver siempre que Vuestra Señoría es un maestro
severo, que a todos instantes da al público lecciones lumino-
sas de rendimiento, y gratitud a la sagrada persona del Rey.

Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo


Quito, y noviembre 11 de 17851

ción, que del estado del estudio de Medicina hace Espejo, causa profunda tris-
teza y se ve obligado uno a confesar, aunque le pese, que Quito, la capital de
la colonia, era a fines del siglo décimo octavo una ciudad muy atrasada: todos
los estudios yacían en completa decadencia. ¡El escrito de Espejo es verdade-
ramente revelador! (Nota de Federico González Suárez)
(60.1) Espejo escribió sus Reflexiones sobre la manera de extirpar las viruelas por
encargo del Ayuntamiento de Quito, el cual después le mandó borrar cier-
tas expresiones o cláusulas. No sabemos qué cláusulas fueron las que repro-
bó el Cabildo civil; pero, sin duda, serían las relativas a los malos médicos
y al estado del Hospital, porque consta que al Cabildo le presentaron que-
jas contra Espejo dos médicos y los frailes betlemitas. Véanse las Actas del
Cabildo civil de Quito: año de 1785.- Acta del 13 de diciembre. (Archivo de la
Municipalidad). (Nota de Federico González Suárez)
1 gil, fgs, ga: omiten firma y fecha / ms. Fjc: Quito, y noviembre 11 de 1788 / ms.
Mej: Quito, y noviembre 11 de 178? (ultima cifra del año ilegible)
En efecto de este modo sucedió en la ciudad de Quito del
reino del Perú, donde para convencer al vulgo ignorante,
que en todas partes compone el mayor número de las
gentes; el Magistrado y Cabildo de aquella ciudad dio el
encargo de que dijese su parecer sobre o que sentía acerca
del proyecto de esta Disertación al doctor don Francisco
Santa Cruz y Espejo, hombre versado en todo género de
literatura, y verdaderamente sabio: el cual, entre las muchas
reflexiones que le ocurrieron para satisfacer al encargo
escribió las siguientes, de que se remitió una copia al
excelentísimo señor marqués de Sonora, y S. E. se sirvió
comunicármelas.
Habiéndolas yo leído, desde luego consideré que sería muy
útil ponerlas como por Apéndice a mi Disertación, por lo
mucho que puede contribuir a desterrar la preocupación
común que hay, y que sirve de obstáculo para que el
proyecto sea generalmente adoptado. Hasta ahora tengo la
satisfacción de ver, que todo hombre de juicio que ha leído
la Disertación, está a favor de mi pensamiento, y espero,
que en lo sucesivo lo esté todo el Público, cuando a fuerzas
de experiencias consiga el desengaño.
Francisco Gil (1786)

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