Reflexiones Eugenio Espejo
Reflexiones Eugenio Espejo
Reflexiones Eugenio Espejo
Su autor
Portada: Busto en bronce, Luis Mideros (1947). Hospital Eugenio Espejo, Quito
Diseño de portada: María Fernanda Moreno, Paco Fierro
Concepción gráfica, diseño y fotografía: Paco Fierro
ISBN-978-9978-92-955-1
Impreso en Ecuador.
Junio de 2011
Distribución gratuita
Consejo Nacional de Salud
CONASA
Quito - Ecuador
Era Bicentenaria
2010
Índice
Presentación 11
Nota introductoria 45
Reflexiones 59
Presentación
David Chiriboga
Ministro de Salud
Presidente del Directorio
del Consejo Nacional de Salud
L
a publicación de una nueva edición de “Reflexiones
acerca de un método seguro para preservar a los
pueblos de viruelas” de Eugenio Espejo se enmarca
en el objetivo del MSP y el CONASA de difundir el pensamien-
to y aportes científicos de uno de los personajes mas impor-
tantes de la historia del continente americano y particular-
mente del desarrollo de la medicina.
David Chiriboga
Diciembre, de 2010
.
Sobre esta edición 17
¿R
eimpresión o nueva edición? Esta es la cues-
tión primaria y fundamental que se debe re-
solver para difundir una obra ya publica-
da, que por su importancia se ha decidido darla a conocer
masivamente.
Una nueva edición de una obra fundamental sólo se jus-
tifica por la constatación incuestionable de limitaciones en las
versiones anteriores. En las «Reflexiones», como se pondrá en
evidencia en estas notas, las limitaciones se remontan a sus
fuentes: a los yerros, errores, omisiones de las copias de los
manuscritos engendradas por el descuido de los copistas y el
bajo nivel cultural de la época.
Algunos investigadores del pensamiento de Espejo en
su búsqueda de elementos de mayor contundencia para su-
perar esas debilidades y alcanzar una visión más cabal del
contenido de las «Reflexiones», han debido cotejar las dife-
rentes versiones publicadas. Esa es la ruta que hemos debido
transitar: seis documentos que ya forman parte de la historia
de las Reflexiones se han analizado y cotejado para preparar
esta edición.
En la edición de libros, como en la investigación cientí-
fica, siempre se plantearán nuevos y más amplios objetivos
y tareas de complejidad mayor. La elaboración sistemática
18 Paco Fierro
1 Eugenio Espejo: Reflexiones... Edición Facsimilar. C.C.E. Quito, 1993. (Pág. 132)
26 Paco Fierro
Agradecimientos
Al
iniciar la preparación de la edición del CONASA,
constatamos que en las Obras Completas de
Espejo preparadas por Louis Philip Astuto, que
la Casa de la Cultura Ecuatoriana había publicado en cuatro
tomos, estaban ausentes las “Reflexiones”. En las páginas que
preceden —“Sobre esta edición”— dejamos sentado que
una nueva edición de una obra ya publicada sólo se justifica
por la constatación incuestionable de limitaciones en las ver-
siones anteriores.
Nota Introductoria
A Manera de Prólogo
A
lto honor me confiere el Consejo Nacional de Salud al
solicitarme unas líneas de presentación a la magnífi-
ca decisión de reimprimir el texto del Precursor que
mayor admiración transmite y genera entre los colegas mé-
dicos pero también entre otros públicos ajenos a las Artes de
Esculapio.
Bien por el CONASA; gratitud doble por una satisfacción
personal y ciudadana. Las páginas que siguen, igual que hace
más de dos siglos, también en tiempo presente, difundidas en
pocas ocasiones con la amplitud debida, tendrán, estoy segu-
ro, un gran impacto en la forma de ejercer y enseñar la Salud
Pública y la Medicina1. Satisfarán así un viejo requerimiento
1 Clásicos Ariel lo incluyó a comienzos de los años 70 en su “Biblioteca de
Autores Ecuatorianos.”
46 Francisco Huerta Montalvo
§§§
§§§
§§§
¿Qué exagero?
En ninguno de los dos casos: leedlo.
«Si se pudieran apurar más las observaciones microscópi-
cas, aún más allá de lo que las adelantaron Malphigio, Réaumur,
Buffon y Needham, quizá encontraríamos en la incubación, ova-
ción, desarrollamiento, situación, figura, movimiento y duración
de estos corpúsculos movibles, la regla que podría servir a expli-
car toda la naturaleza, grados, propiedades, síntomas de las fie-
bres epidémicas y en particular de la viruela.»
Seguid leyendo:
«Con este mi genio, naturalmente propenso a todo género
de observación literaria y especialmente física, he notado, que el
año más abundante es aquél en que más se quejan los hacenda-
dos… Entre tanto el hacendado va haciendo su bolsa a costa de
la miseria y hambre del público. Y mientras mayores son éstas,
nos encarece su trigo, vende el más malo que tiene y carga sus
graneros del bueno, para cerrarlos absolutamente» y para que
sea mayor el enojo que tengan con él los hacendados les larga
a continuación un pasaje de Cicerón en el Libro de los Oficios,
una lección de Ética, que sobre todo los irrita, porque la eru-
dición del Precursor a más de generar envidia, en ocasiones
resulta dolorosa.
No sigo. Estoy incumpliendo un necesario propósito de
brevedad. Creo, por lo demás, que con lo dicho cumplo con el
cometido de fondo: Intentar hacer de despertador de «los in-
genios quiteños» como hizo él en 1779, con el Nuevo Luciano.
§§§
.
Reflexiones 59
Reflexiones
A
nadie debe admirar, que sea vasto, e inmenso el país
de los conocimientos humanos, ni que éstos se ha-
yan debido2 siempre, o más frecuentemente a la ca-
sualidad, que a la meditación. Pero debe ser cosa del mayor
asombro,3 que los conocimientos, que pertenecen al primer
objeto, que se presenta inevitablemente a los sentidos, se
substraigan a la vasta comprensión del espíritu, o huyan muy
lejos de su vista extensa, luminosa, y penetrativa. Entre tantos,
y tan innumerables entes, que cercan al hombre, su cuerpo es
el que primero se le [ga: 18] descubre; y como es una cosa
que le toca tan inmediatamente, sobre él recaen sus primeras
1 fgs: sustituye utilidad por virtud: Reflexiones sobre la virtud… de las viruelas
2 fgs, ms. Fjc: éstos nos sean debidos / ga, ms. Mej: éstos sean debidos
3 fgs, ga: cosa digna de mayor asombro / ms. Fjc, ms. Mej: cosa digna del mayor
asombro
60 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
te [gil: 295] por sobre las colinas de los mismos [fgs: 346] ca-
minos reales citados. ¡Qué modo de pensar tan irracional!
Si las gentes1 que hacen estas objeciones, no se cono-
ciera que eran de suyo tan buenas, y tan sencillas, y [ga: 20]
cuyo error no viene sino de la constitución de este país negli-
gente, y aún olvidado de las obligaciones de cultivar2 el es-
píritu; se les debía3 reputar como criminales con el mayor, y
más horrendo de los delitos; esto es, de ser traidores al Rey,
y a la Patria; porque el proyecto de abolir en todo el Reino las
viruelas, tiene por objeto libertar de su funesto insulto las pre-
ciosísimas, e inestimables vidas del Soberano, su Real familia,
y las de toda la Nación. Cuando el proyecto no fuese sino un
arbitrio especioso, y lisonjero, [gil: 296] ocurrido en el calor de
una imaginación delirante, siendo de tan grave entidad en sus
consecuencias, se debía poner en práctica, hasta que el tiem-
po, y la experiencia ministrasen4 el conocimiento de su falibi-
lidad, y por consiguiente el desengaño. Pero estando funda-
do tanto en los ineluctables raciocinios con que le defiende
el autor, cuanto en la serie de casos prácticos sucedidos en el
Real sitio de San Lorenzo, en varios lugares de la Península, y
otros de la Europa, ya no tienen lugar las dudas, las apologías,
las dificultades.
A pesar de la libertad de pensar, que en materias de
Física goza con plenitud el hombre; hoy no la tiene, ni la debe
tener el vasallo acerca del presente objeto. Importa infinito,
que se le vede con [gil: 297] el mayor rigor el proponer obs-
táculos a la consecución del fin, que se ha propuesto el au-
tor del proyecto. Éste debía5 haber sido meditado, y produ-
cido, ya se ve, por el Hombre Político, esto [fgs: 347] es, un1
Magistrado instruido suficientemente en todas las obligacio-
nes de la Magistratura, que consisten en velar sobre la seguri-
dad del Público. El mismo proyecto puesto en estos términos
debía ser llevado al Físico para que solamente expusiera la na-
turaleza de las enfermedades contagiosas, y en particular la
de las viruelas. Y conocida ésta, ya la2 autoridad pública debía
determinar lo3 conveniente a este propósito, y fijar las [ga: 21]
reglas que se debían4 observar en la abolición del contagio,
y hacer una ley invariable, que quitara a los osados la animo-
sidad del [gil: 298] espíritu de disputa, y cavilación que los
vuelve cansados impugnadores.
Ahora, pues, el proyecto de extinguir las viruelas, si no lo
ha pensado y explicado un Genio Político, lo ha descubierto
un profesor de Física; pero con tal ventaja que lo ha adopta-
do un Ministro tan sabio, tan celoso, y tan lleno del espíritu de
humanidad, que haciendo venir en conocimiento del Padre
de la Patria, el Rey nuestro Señor5, su importancia, y utilidad,
manda que se tomen las medidas necesarias a ponerle en uso
con la mayor exactitud. El excelentísimo señor don Joseph de
Gálvez6 ha atendido como buen patriota a las insignes utili-
dades que de su práctica resultan a la Nación, y a tantos nu-
merosos pueblos de las Américas. ¿Y [gil: 299] habrá acaso7
hombre tan perverso, y tan enemigo de la sociedad, que halle
embarazos que oponer, y8 dificultades que objetar?
1 fgs: por un
2 fgs: omite: ya / ms. Fjc: y (palabra tachada) a la
3 ms. Mej: determinarlo
4 fgs: se deben
5 (sólo en gil: nuestro señor)
6 fgs: José de Gálvez / ms. Fjc, ms. Mej: Josef de Gálvez
7 ga: Y acaso había / ms. Mej: Y acaso habrá
8 fgs: o / ms. Fjc: o y
64 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
nes, cada uno de nosotros debe imitar a Platón, (3)1 que daba
gracias al cielo porque le hizo nacer en el tiempo en [gil: 302]
el que vivía el admirable Sócrates. Y nosotros le debemos ren-
dir las más humildes, porque nos trajo al mundo bajo el feliz
gobierno de un Rey patriota, a quien no solamente Dios por su
misericordia, nos obliga a [fgs: 350] obedecer; pero aún nos
ha dado previos, y dulcísimos sentimientos para amarle.
Pero aún hay otro motivo de no menor magnitud que
los ya dichos, para apurar el establecimiento de lo que el Rey
ordena: es este2 nuestro honor. Para [ga: 23] quien compren-
diese bien esta palabra, lo que ella significa, y la genuina acep-
ción que debe tener entre nosotros; no habría necesidad, sino
de repetir de esta manera: El honor nos obliga a la extinción de
las Viruelas en este Reino. Y luego después de oídas estas pa-
labras, se correría [gil: 303] rápidamente tras la asecución3
heroica de este honor. Él es el4 objeto primario del Gobierno
Monárquico, porque la nobleza de las grandes acciones, cier-
ta sobria libertad de pensar, y de decir, y todos los efectos
de la grandeza de corazón se cultivan en él, y él los inspira
indefectiblemente.
De otra manera, ¿cómo yo5 me atrevería a tomar cier-
to género de elevación de ánimo en el tono, en los discur-
sos, y aún (permítaseme que lo diga) en la misma naturale-
za de la elocución? El honor (extendiendo6 hacia otros fines
1 (3) Diogen. Laert. in Plat. vita et Socrat. (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(3.1) Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilus-
tres, Tomo primero. Artículos sobre Sócrates y sobre Platón. (Nota de Federico
González Suárez)
2 ms. Mej: Este es / fgs, ms. Fjc: Es este
3 fgs: asecusión / ga: consecución
4 fgs: omite: el
5 fgs: omite: yo
6 fgs: (extiendo
68 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
te, que “me han dicho que es muy buena” Teresa de Jesús a la letra escribe:
“Harto tengo encomendado a Juan Diaz que la vea, y que si es fealdad, no sé
que señal que dicen tiene en el rostro, que no se tome... Yo me informaré bien
de esta Doncella, harto la loan, y en fin es de por acá, procuraré verla” (p. 288)
El P. Fr. Pedro de la Enunciación, Lector de Teología de los Carmelitas Descalzos
de Pamplona, su editor, comenta: ”Y fue discretísimo el reparo: no porque la
Santa buscare otra hermosura en sus hijas, que la interior, y del alma, sino por
quitarles aquel tropiezo exterior” (p. 290).
Es justa y precisamente lo que comenta Espejo.
Cartas de Santa Teresa de Jesús, Tomo 2, Madrid 1752 (Nota del editor)
1 (5) Tito Livio Lib. 1 Cap. 8 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(5.1) Tito Livio, libro primero, capítulo octavo. (Nota de Federico González
Suárez)
2 (6) Dionijs. Lib. 2 pág. 88 y 99 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(6.1) Dionisio de Halicarnaso, Libro segundo, páginas 88 y 99
Espejo no cita la edición, y así no podemos saber a qué edición se refiere al
indicar las páginas. (Nota de Federico González Suárez)
(6.2) Las expresiones citadas por Espejo corresponden al libro 2 y XV de Las
Antigüedades Romanas de Dionisio de Halicarnaso, siendo Rómulo el Rey de
los romanos. (Nota del editor)
3 Espejo omite que después de que cinco vecinos hayan juzgado que se trataba
de monstruos de la naturaleza, por haber nacido mutilados o extraordinaria-
Reflexiones 73
1 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: se añade: por la que en ciertos casos es preciso que
algunos particulares sean sacrificados al bien común.
2 gil: preferir
3 fgs: omite: nada
4 fgs: más
5 fgs: omite: sino
6 fgs, ga: Egoístas, / ms. Fjc: Egotistas / ms. Mej: aparece tachada la letra “t” de:
Egotistas
7 fgs: omitido: de todas las
8 ga: Pufendorff
78 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 fgs: infame
2 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: honesto
3 fgs: prescribir el honor, / ga, ms. Fjc, ms. Mej: proscribir el honor,
4 (10) Cuidan algunos que Pueblo es llamado la gente menuda, así como me-
nestrales, e labradores. E esto no es así… Pueblo llaman el ayuntamiento de
todos los omes comunalmente de los mayores, e de los medianos, e de los
menores. Ca todos son menester e no se pueden escusar porque se han de
ayudar unos a otros, porque puedan bien vivir, e ser guardados, e mantenidos.
Ley 1ª Tit. 10 Part. ibi (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(10.1) «Cuydan algunos, quel Pueblo es llamado la gente menuda, assi como
menestrales, e labradores; e esto non es ansi [...] Pueblo llaman el ayuntamien-
to de todos los omes comunalmente, de los mayores, e de los medianos, e de
los menores. Ca todes son menester, e non se pueden escusar porque se han de
ayudar unos a otros, porque puedan bien biuir, e ser guardados, e mantenidos».
Espejo cita aquí la ley primera, título décimo de la Partida primera: ibi dice
la cita: hay en el manuscrito una equivocación notable. El pasaje citado está
sacado de la Partida segunda, título décimo, ley primera. (Nota de Federico
González Suárez)
Reflexiones 81
1 fgs: añade: es donde / ms. Fjc, ms. Mej: es, que hallamos
2 fgs: lo
3 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: tenían
4 fgs: libertad
5 fgs, ga: añade: todas
6 (15) Tito Livio 19; Apiano lib. 1; Aul. Gelio lib. 1 cap. 6; Valer. Maximo lib. 2 cap.
19 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(15.1) Tito Livio.- 19.
Apiano.- Libro primero.
Aulo Gelio.- Libro primero, capítulo 6.º
88 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 fgs: su aposentamiento
2 ms. Fjc: de los enfermos
3 fgs: la autorice
4 fgs, ga, ms. Fjc, ms. Mej: público
Reflexiones 93
[gil: 344] perniciosa que las vuelve indóciles a tomar los me-
dios de preservarse propuestos en la Disertación. El autor del
proyecto para hacerlo indubitablemente1 asequible, alega las
autoridades de los más célebres autores médicos, que han
afirmado ser las viruelas contagiosas. Cuando2 no atendiése-
mos sino al origen de éstas, y a su modo de propagarse en la
Europa; debíamos quedar en la inteligencia de que lo eran, y
que es indispensable el contacto físico de la causa al cuerpo
humano, para que en él se ponga en acción un fermento pe-
culiar homogéneo, y correspondiente a la naturaleza del eflu-
vio varioloso.
Sean los que fuesen los corpúsculos tenues, pero pes-
tilentes de las viruelas3; nuestra experiencia nos está dicien-
do, que éstos nos vinieron [gil: 345] siempre de España, y de
otras regiones de la Europa. En los tiempos anteriores en que
el ramo de comercio activo, que hacía ésta con la América,
especialmente a sus mares4 del Sur, no era tan frecuente; del
mismo modo era más rara la epidemia de viruelas. Conforme
la negociación europea se fue aumentando, y haciéndose
más común, también las viruelas se hicieron más familiares. En
tiempo de los que llamaban galeones que venían a los puer-
tos de Cartagena, Panamá, Portovelo, y Callao, padecíamos las
viruelas de veinte en veinte años. Después de doce en doce.
El año de 17515 incurrí6 de este contagio epidémico que
pareció no ser de los [ga: 41] más malignos; pero el año 1764
vi otro tan pestilencial, que desoló las bellas esperanzas de
[gil: 346] tanta juventud lozana, y bien constituida. Y enton-
ces [fgs: 373] perdí un hermano de los mejores talentos que
1 fgs: atacado
2 fgs: cómo
3 fgs: indudable
4 fgs: omite: más
5 fgs, ms. Fjc: horrible
6 fgs: es más funesta y en grados más superiores esta última.
7 fgs: 727 y 728
8 fgs: alliis.
9 (17.1) No nos contagiamos nosotros por nosotros mismos de la peste: nos la
contagian otros. Que sea así, lo demuestra el caso de las monjas. (Traducción
y nota de Federico González Suárez)
100 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 fgs: 726
2 fgs, ga, Ms. Mej: hasta aquí, esta frase entre comillas / ms. Fjc: tampoco hay
comillas
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej, ga: se ve limpia
4 fgs: puesto
5 Aquí concluye la primera de las secciones publicadas en 1786 por Francisco
Gil. La sección que sigue está preparada a partir de la edición de 1930 publica-
da por Gualberto Arcos.
102 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
Por este camino, harían muy bien los autores que quie-
ren persuadir que la antigua Grecia conoció el contagio de las
viruelas de1 producir que en este tiempo debía fijarse su fu-
nesto nacimiento y que desde luego, siendo esta misma peste
la fiebre variolosa, había motivo para decir que Hipócrates la
conoció, curó y describió. [ga: 48] En efecto, Hipócrates, trata
de ésta y la pinta a la larga, como médico y es verdad también
que muchos de sus síntomas, parece que caracterizan a la vi-
ruela. Traeré el largo pasaje de Tucídides, para que sea vista
esta verdad, como2 para que se haga más grata la narración,
en boca de un historiador tan célebre, cuya precisión y propie-
dad quizá dará aun mejor idea que la que envuelta en térmi-
nos oscuros, nace regularmente de los labios de los médicos.
Dice Tucídides3:
«Me contentaré con decir lo que ella era, como [fgs: 381]
que yo mismo experimenté esta enfermedad y he visto a otros
acometidos de ella. Esto podrá servir de alguna instrucción a
la posteridad si alguna vez acontece, que ella vuelva.
«Primeramente, este año estuvo libre de toda otra en-
fermedad, y cuando acontecía alguna, degeneraba luego en
ésta. Sorprendía repentinamente a aquellos que estaban con
buena salud y sin que cosa alguna la ocasionase, empezaba
con grande dolor4 de cabeza, ojos rojos e inflamados, la len-
gua sangrienta, las fauces de la misma manera, un aliento in-
fecto5 y una respiración dificultosa, seguida de estornudos y
de una voz ronca. De allí, bajando al pecho causaba una tos
violenta; cuando acometía al estómago, le hacía que se irri-
1 fgs: en
2 fgs: y (sustituye a como)
3 Dice Tucídides: omitido en: ms. Mej, ga
4 fgs, ms. Fjc: con grave dolor
5 fgs, ms. Fjc: un aliento infesto
106 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 fgs, ga: 1779 / Es en realidad el año de 1719 y así se confirma en los dos ma-
nuscritos. Años después Daubenton vuelve a utilizar la ipecacuana para
problemas digestivos, administrada en tabletas con chocolate: tabletas de
Daubenton (Nota del editor)
2 fgs: como
3 ga: las viruelas
4 fgs: de indudable,
114 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 (20) Thom. Sydenham, cap. 2 febr. pestil. Et pestil. annor. 1645 et 66 (Nota de
Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(20.1) Thomas Sydenham.- Capítulo 2, febrero. Pestil. et pestis anuorum 1645
y 1665. Así esta la presente cita en el manuscrito: sospechamos que Espejo se
refiere a la obra titulada Observationes medicae circa morborum acutorum
historiam et curationem, Londres, 1676. Hay una equivocación en una de las
fechas: Sydenham habla de las epidemias, que hubo desde el año de 1661
hasta el de 1675. (Nota de Federico González Suárez)
(20.2) Febr. como abreviatura no corresponde a febrero sino a fiebre. El ca-
pítulo 2 de la sección segunda que cita Espejo, tiene como título: «Febris
Pestilentialis et Pestis annorum 1665 et 1666». También aquí el error debe atri-
buirse al copista que escribió 1645 en lugar de 1665. (Nota del editor)
2 fgs, ms. Fjc: omite: de separaciones, de composiciones, añade: de
putrefacciones,
Reflexiones 117
1 fgs: invadió sólo a los bueyes / ms. Fjc, ms. Mej: comprendió a solos los bueyes
2 ms. Mej, fgs, ms. Mej: Era
3 fgs: la que invadió / ms. Fjc, ms. Mej: la que insultó
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: postillas
5 (21) Bernard Ramazzini: dissertat. de epidem. contag. quae in boves irrepsit
(Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(21.1) Bernard Ramazzini, Disertación De vitanda contagia quae in boyes
irrepsit. (Nota de Federico González Suárez)
(21.2) B. Ramazzini, Dissertat. De contagiosa epidemia quae in Patavino agro
et tota fere Veneta ditione in Boves irrepsit, Patavii, ex typ. Io. Bapt. ... Padua,
1711 (Nota del editor)
120 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 fgs, ms Fjc: párrafo trunco / fgs, ms. Fjc: omite: el ejemplo que voy a referir, no
tiene semejante, / dice: pero a mi ver, a toda la serie de los siglos
2 (23.1) Este pasaje nos parece que, en el original de que nos servimos para ha-
cer la presente impresión, se halla trunco; y conjeturamos que quien sacó la
copia suprimió algunos renglones, dejando, a causa de eso, el sentido incom-
prensible. (Nota de Federico González Suárez)
3 (24) Paul. Orosio lib. 5 c. 11 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(24.1) Paulo Orosio, libro 5, capítulo 11.
4 fgs: al mar
5 fgs: formaban
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: inficionó
7 fgs, ms. Fjc: omite: el aire
8 fgs: dentro del aire
122 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
los ha visto en la peste napolitana del siglo XV, en1 cuyos bu-
bones hormigueaban los insectos. Así, no hay mucha justicia
en improbar la sentencia de tantos médicos que asientan la
causa de todas las enfermedades epidémicas en los dichos
animalillos o corpúsculos.2 Su comunicación al aire, a la san-
gre, al sistema nervioso, a todas las partes sólidas, explican fí-
sica y mecánicamente la que se dé de3 un cuerpo a otro y de
un pueblo a otro en las viruelas. Antes bien, en esta opinión
se concibe claramente, porque al tiempo de su supuración
comunica el virolento su contagio, más que en el del princi-
pio, erupción y aumento. Porque entonces los insectos están
ya4 en el ardor de su propagación y en el de su mayor movi-
miento y capacidad a desprenderse5 y correr hasta una dis-
tancia muy corta6 que les permite el determinado volumen de
su cuerpecillo. Nada hay aquí de extraño o extravagante, que
choque ni a la razón ni a los sentidos. Si se pudieran apurar
más las observaciones microscópicas, aún más allá de lo que
las adelantaron Malpigio, Reaumur, Buffon y Needham, quizá
encontraríamos en la incubación, ovación,7 desarrollamiento,
situación, figura, movimiento y duración de estos corpúsculos
movibles, la regla que podría servir a explicar toda la naturale-
za, grados, propiedades y síntomas de8 las fiebres epidémicas
y en particular de la viruela (26).9 [fgs: 399] [ga: 64]
1 fgs: en aquel
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: fermentaba
134 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
Aire Popular
Remedios1
Los puercos
Comida y Bebida
Remedios
1 ga: vendido
2 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: la protección y clemencia
3 fgs, ms. Fjc: escándalos
142 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 (39.1) «¿Habéis visto cómo el oro hace que a los hombres dejen de ser hom-
bres y se truequen en fieras y en demonios? ¿Habrá alguien más miserable
que el rico aquel, que vivía deseando todos los días que hubiera escasez, para
aumentar su oro?». San Juan Crisóstomo, Homilía 39 sobre la Epístola primera
de San Pablo a los de Corinto. (Traducción de Federico González Suárez)
Por cierto, que el avaro de Antioquía, del que habla San Crisóstomo, no puede
negarse que tiene mucho de parecido con los hacendados de Quito, a quie-
nes zahiere Espejo: aquél se ponía triste y suspiraba, cuando cesó la sequía:
para estos nunca había tiempo bueno: uno y otros querían medrar a expensas
del hambre ajena. (Nota de Federico González Suárez)
2 (40) Proverb. cap. 11 v. 26 (Nota de Eugenio Espejo - ms. Fjc)
(40.1) Libro de los Proverbios, capítulo 11, versículo 26. (Nota de Federico
González Suárez)
148 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
bueno. Su fin es mezclar éste por libras, con aquel otro, por
arrobas. Lo que resulta es, que el mal trigo vence al bueno y
sale un pan mal cocido, pegajoso, ácido, amargo, fétido y por
consiguiente, capaz de causar no solamente una enfermedad,
sino una muerte repentina. Así, con esta indigna y malditísima
negociación, nos han dado, las panaderas en todo este año y
el pasado, la levadura de las epidemias y un olor de muerte
que se esparce por todo el ambiente y aun nos amenaza con
mayor catástrofe. Sería mejor no comer pan alguno, que co-
mer el que procuran todavía darnos, aun en estos días, en que
a pesar de las falsas lágrimas de los hacendados hay en sus
trojes y en sus eras, muy superiores especies de trigo.
A ninguna otra cosa atribuyo los pésimos [fgs: 420] sín-
tomas con que ha venido acompañado el sarampión, sino al
mal pan que se comió, y1 [ga: 82] dispuso la naturaleza a con-
traer con malignidad su contagio, en otras ocasiones benig-
nísimo. No es fácil ponderar las funestas consecuencias, que
éste ha traído: las disenterías malignas, las fiebres hécticas,
las hambres caninas, las inflamaciones de los pulmones, de
los intestinos; los tumores y abscesos repentinos y de enorme
magnitud; el escorbuto, las gangrenas, el cáncer, un caimien-
to y postración de fuerzas inacabable en algunos, en otros
una inapetencia mortal:2 en todos la debilidad de todas las
funciones del estómago, con elevaciones, eructos fétidos, que
llaman los cultísimos médicos, nidorosos, vómitos frecuentes,
facilidad increíble a cámaras mortales de diversísimos colores,
y en particular verdes. Finalmente, parece que caer con el sa-
rampión hoy día es lo mismo que despedirse de este mundo
y de sus cosas; porque siendo como ha sido por lo ordinario
feliz su éxito, poco después han venido, en tropel, todas las
enfermedades que llevo referidas, y durando por más de dos
pesquisa por todas partes, derrame los licores donde los halla-
re, quiebre los vasos que los contienen y obligue a los vende-
dores de raspaduras a que tengan apuntamientos de las per-
sonas a quienes las venden, y por aquí saber las que compran
con más frecuencia. Y sin más que esta señal, se debería tratar
de rondar las casas de éstas muy a menudo, por cualesquiera
de los Ministros de justicia, porque esta frecuente compra de
raspaduras, da a conocer, que éstas no sirven a otro uso que
a la composición de mostos, para destilarse en aguardientes,
de una naturaleza venenosa. Si por desgracia [fgs: 423] suce-
diere que en algún Monasterio se entendiese en esta fábrica,
deberá estar dado a prevención el allanamiento1 por el muy
Reverendo e Ilustrísimo Señor Obispo y esta sola noticia, bas-
tará a intimidar a las mujeres seglares o a las religiosas que
mantuvieren tan detestable negociación.
Pues ¿de qué viene que casi todos los años estamos te-
miendo una hambre y se nos amenaza,1 casi siempre con ella?
A mi ver viene de malicia e ignorancia: la primera de los ha-
cendados, la segunda del populacho. Aquellos guardan2 un
idioma, que les es común y observan en su lenguaje, afectos
y expresiones, cierta monotonía de la que no se separan ni un
momento, ni un ápice. Algunos de ellos, decretan un mal pro-
nóstico y luego sigue una voz general de los demás. Otro le-
vanta el precio a algún género y entonces, ya está dada la ley.
No haya miedo que otro le dé por menos, ni falte en algo al
útil3 estatuto que propuso el primero. El populacho promue-
ve la escasez de víveres con su ignorancia. En faltando papas
dice: ya no tenemos qué hacer, ya no hay4 qué comer, y aun-
que tenga maíz,5 carne, calabazas, no [fgs: 425] hacen uso
de estos géneros con lo que obligan a los hacendados, a que
no cuiden de hacer en sus haciendas siembras copiosas de
legumbres y otras especies comestibles. El maíz en lo que se
gasta es en la fábrica de una bebida tenue, de mal gusto, lla-
mada chicha. La carne no alcanza a comprarla la gente pobre
en la carnicería; conténtase con probar alguna comprada a lo
que llaman mitades de mercado, en la venta que dicen chagro;
papas, col y queso, hacen toda la comida de los infelices. Si se
extendieran a hacer uso de otras cosas, ya se tendrían6 fáciles
recursos, para volver menos escasa la subsistencia.
Pero el Muy Ilustre Cabildo, podrá7 pedir a los diezme-
ros respectivos, que le diesen memorias de los frutos que hu-
biesen cogido, y de su calidad, para tener presente, hechos
Respuesta
1 fgs: el mejor
2 ga, ms. Mej, ms. Fjc: Tacunga
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: su alivio
4 fgs, ms. Fjc: escorbutiza,
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: que da al temor un juicio
6 fgs, ms. Fjc: y, por decir mejor / ms. Mej: y por mejor decir
Reflexiones 157
1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: Así respectivamente sucede con esta ciudad
2 fgs, ms. Fjc: puede presentar
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: muy exquisitos
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: la gentalla, ésta
5 ga: alma de todo por su inopia / ms. Fjc, ms. Mej: alma de lodo por su inopia;
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: sino por hacer
7 ga: y al mismo tiempo
8 fgs, ms. Fjc: circulando esta sangre (digámoslo así),
9 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: y en disposición
10 ms. Mej: proponerlos / fgs, ms. Fjc: explicar
160 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
Remedios
2.º El hospital
Por esto, no está bien que en la milicia cristiana, en la que los ricos se humi-
llan por piedad, los pobres se enaltezcan por soberbia. Pues, de ningún modo
conviene que en una vida, en la que los senadores se hacen trabajadores, se
hagan ociosos los artesanos; y que allí, a donde acuden, dejadas sus comodi-
dades, los que habían sido dueños de haciendas; allí los campesinos se hagan
delicados. San Agustín, en su Libro sobre el trabajo de los monjes.
Las palabras, que copia Espejo en latín, se leen no en el capítulo 37, como está
equivocadamente en el manuscrito, sino en el capítulo 25, al fin: la obra del
santo no tiene más que treinta y tres capítulos. (Traducción y nota de Federico
González Suárez)
1 mechoacán: (Convolvulus mechoacan) planta parecida a la enredadera de
campanillas (Nota del editor)
2 fgs: omite: y capaces,
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: omite: sólo
4 fgs: omite: este conocimiento. Si en vez de
Reflexiones 167
del aire puro, otro fluido que sea más o menos diferente de él;
porque cualquiera otro no ha de tener, ni la consistencia fácil
de separarse, ni la elasticidad que goza el aire.
Ahora, pues, en las bóvedas sepulcrales es necesario que
se respire un fluido o una exhalación, que además de ser iner-
te e impropia para todo movimiento activo y pasivo, está llena
de partículas corruptas y venenosas. Así las muertes violen-
tas se deben atribuir a la inercia de aquel fluido que ocupó
los pulmones e hizo parar su alternada acción mecánica. Pero
porque el mismo fluido1 lleva en sí los principios de putrefac-
ción si es conducido por el aire y su ventilación a alguna dis-
tancia, producirá él en los cuerpos que allí se hallaren, no la
muerte pronta, ya se ve, pero si una alteración enorme, febril,
pestilencial, o de otra naturaleza morbosa. Luego véase aquí
que los sepulcros son los depósitos de este veneno activo y
trascendental, que en ninguna parte puede llegar a adquirir
tanta fuerza mortífera, sino en la estructura cóncava de las bó-
vedas y en la misma constitución del cuerpo humano, capaz
de más subida fetidez y corrupción quizá que todos los otros
entes, que conocemos.
Es constante la unanimidad de pareceres de los autores
médicos, sobre que las enfermedades pestilenciales, que se
suscitan en los [ga: 103] campos de batalla y en los ejércitos,
se deben a la corrupción de los cadáveres que se descuidan2
de enterrar. Es el caso que como por lo regular se empieza la
guerra por la primavera y sigue su [fgs: 445] horror en el es-
tío, el calor intenso del aire, pone en mayor fermentación los
humores de los difuntos y hace que se exhalen partículas ac-
tivísimas que esparciéndose en la atmósfera encienden una
fiebre contagiosa.
1 ms. Mej: párrafo trunco; omite: que ocupó los pulmones e hizo parar su alter-
nada acción mecánica. Pero porque el mismo fluido
2 fgs, ms. Fjc: se descuidó
Reflexiones 175
1 fgs: se debería
2 fgs, ms. Fjc: podía
3 ga: del alma
4 fgs, ms. Mej: Misterios
5 fgs: se deberían
Reflexiones 177
can con facilidad unos a otros. Sobre los [ga: 110] que pade-
cen, manifestaré cuáles deben ser separados de la Sociedad y
cuáles no. Debía aquí hablarse de todo género de gentes, que
atraían1 algún daño universal al público; pero me contentaré
con decir que se lo causan2 1.º Los que padecen mal venéreo.
2.º Los pthísicos y hécticos. 3.º Los sarampionentos3 y virolen-
tos. 4.º Los leprosos. 5.º Los falsos médicos.
Remedios
1 ga: de América,
2 ga: orientales
3 ga: propia
Reflexiones 185
sos emplastos; pero lo que viene al intento es, que uno y otro
atribuyen estas cicatrices vergonzosas a la incontinencia de
aquel malvado César; y que esta enfermedad es descrita y co-
nocida en el primer siglo de Jesucristo. El agradable y jocoso
Luciano la ha llamado enfermedad Lesbia; porque se percibió
o conoció primeramente en la isla de Lesbos, donde la livian-
dad y los excesos del deleite torpe, reinaban con mayor licen-
cia. Acaso en todo el Archipiélago no había otra isla de más in-
continencia y disolución. Subiendo algunos años más hacia el
tiempo del paganismo, hallamos que Antonio Musa, Médico
[ga: 114] muy honrado del Emperador Augusto, le curaba con
unciones de aceites cerca del fuego, le hacía sudar y le rocia-
ba después con agua fría. Suetonio, en la vida de Augusto es
que1 se refiere a la verdad histórica de aquel Médico tan céle-
bre, porque el Senado le levantó una estatua de bronce y le
colocó al lado del mismo Esculapio y porque el Emperador le
permitió llevara un anillo de oro y le eximió de los impuestos.
Horacio en la oda en que convida a sus amigos a alegrarse y
beber vino por la victoria que obtuvo Augusto, sobre Marco
Antonio y Cleopatra dice: «Cuando esta Reina disponía la rui-
na al Capitolio y la muerte al imperio con una vil y vergonzosa
tropa de hombres contagiados de una [fgs: 457] enfermedad
torpe, era una maldad beber el vino cécubo».
[...] Dum Capitolio
Regina dementes ruinas
funus et imperio parabat
contaminato cum grege turpium
morbo virorum [...] (52)2
Y en otra parte, el mismo poeta, refiriendo los denuestos
con que Mesio y Sarmento se improperaban, pone en boca de
uno de ellos, aquel con que le denuesta, que había contraído
1 fgs: quien
2 (52.1) Es la oda XXXVII del Libro primero. (Nota de Federico González Suárez)
188 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 ga: chancro
2 fgs: míseramente; / ms. Fjc: mísera;
3 fgs: ichorofa
4 fgs: acerbísimos
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ischiádica,
6 ga: atienda
192 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
Respuesta
ven con él. Por otra parte pedirá al muy [gil: 362] reverendo
señor Obispo, que libre una Pastoral circulatoria a todos los
curas de la Diócesi1, acordándoles las obligaciones que tienen
de visitar a sus ovejas enfermas, las de socorrerlas con todo lo
necesario, y en particular mande, que todo cura de indios en
caso semejante de esta epidemia, no permita que en la casi-
ta contagiada,2 entren otras personas que él, y las demás ex-
presadas: siendo cierto3 que las casitas de estos indios no es-
tán unidas, sino muy dispersas por lo general: siéndolo4 que
los contagiados comúnmente al principio, no pasan de tres o
cuatro: siéndolo5 que el cura no puede gastar arriba de cua-
tro pesos en ministrarles6 un pedazo de carnero, de pollo de
su cocina, y de azúcar (con lo que hay bastante para la [gil:
363] medicina diética [fgs: 465] que consiste en caldos te-
nues, y tal cual cocimiento pectoral y anodino), por el espacio
de quince días cuando más: siéndolo7 que en esta práctica se
versan el servicio de Dios, el beneficio a la patria, la caridad al
prójimo; en una palabra el cumplimiento de las obligaciones
indispensables de los párrocos y ministros de Jesucristo; pare-
ce que se ha desvanecido por sí misma la objeción.
A más de esto, lo regular es, que el contagio se encien-
de precisa, y primariamente en esta capital, sea que venga de
Lima, o sea que de la ciudad de Popayán; porque él no viene
(como piensan necios)8 [ga: 122] en caballerías, y siguiendo
las mismas jornadas de los viajeros traficantes; ni menos da
un salto por medio del aire de un lugar a otro; sino que [gil:
364] se introduce en alguna ropa, o le trae alguna persona,
1 Fgs, ga: Diócesis /ms. Fjc, ms. Mej: Diócesi
2 fgs, ms. Fjc: en la casilla contagiada
3 sólo gil: añade: cierto
4 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: siendo
5 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: siendo
6 fgs: en suministrar
7 gs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: siendo
8 fgs, ms. Fjc: (como piensan algunos necios),
196 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 fgs: pestilenciales / gil, ms. Mej: petechiales / ms. Fjc: petichiales / ga:
petequiales
2 fgs: y ellas quedan ocultas / ms. Mej: y en ellas quedan en esta ocultas
3 fgs: no viéramos
4 fgs: de estas casas, ga: de estas cajas
208 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
Respuesta
1 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: añade: tan villanas y propias de corazones abatidos / ga:
añade: villanas y propias de corazones abatidos,
2 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: añade: de este lugar.
3 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: ¡Qué tontera!
4 fgs: le haría yo
5 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: omite: sólidos y
6 fgs, ms. Fjc, ga, ms. Mej: si nos andamos con
Reflexiones 211
1 ga: Ajetcos,
2 ga: Sidehamios,
3 ga: Wansvierten,
4 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: ni saber
5 ga, ms. Mej: omite: para los que no saben traducir el idioma francés.
6 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: arábigo
7 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: precisión
8 fgs, ms. Fjc: en la
9 fgs, ms. Fjc: raciocinio,
Reflexiones 217
1 fgs: este
2 fgs, ms. Fjc: añade: y sobre todo en una mitad de este gran mundo,
3 casi: así consta en el original de Fontenelle y lo ha añadido aquí el editor
4 fgs: ¿Sin esto / ms. Fjc: ¿De esto
5 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: compuesta
6 fgs: hacerle progresar / ms. Fjc: hacer progresar
Reflexiones 219
tan ardua [ga: 144] tarea.1 ¿Sabe este infeliz, qué maestro2 es
inteligente? ¿Quién posee la ciencia necesaria? ¿Conoce aca-
so, cuáles son los primeros libros que ha de tomar a la mano?
¿El mérito de los autores? ¿La progresión de conocimientos
que ha de hacer con ellos? ¿O cómo por su orden metódico
los ha de ir abriendo y examinando? A la verdad, que la anti-
cipada noticia de los buenos médicos es necesarísima en un
estudiante; porque en Quito no hay cátedras de Medicina, no
hay escuelas públicas, no hay profesores científicos que la ha-
yan cultivado en Universidades, a donde se dan las verdade-
ras ideas y lecciones de esta facultad. Más en esta ciudad será
una cosa lastimosa, pero digna de reír ver a un estudiante que
tome3 a estudiar el primer libro que una casualidad, las más
veces desgraciada, le puso a los ojos.
En la misma Europa, a donde florece tanto la medicina, a
donde se hallan meritísimos4 profesores de viva voz, y a don-
de hay todas las proporciones necesarias para saberla, podrá
suceder que falte al estudiante la historia de los buenos escri-
tores para poder escogerlos, y en efecto, esto es lo que el muy
célebre Hermann5 Coringio, docto en la historia y la jurispru-
dencia quiso prevenir en su tratadillo intitulado Introducción
al Arte Médica,6 en que vienen los [fgs: 490] mejores escrito-
res médicos y el método de discernirlos, lo mismo, y con co-
nocimiento más crítico de los que poco ha escribieron, han
tratado Lindenio, y Mercklin.7 Dejo de nombrar a Manget en
su Biblioteca de todos los autores que han escrito sobre la
Medicina, porque ésta, dividida como está en cuatro tomos,
dico y otras cosas más que quiere. ¿Pues ahora no podría su-
ceder, que algún lacayo, prevalido de algún inicuo favor, haya
obtenido sus títulos sin exámenes, sin pruebas, y, en una pa-
labra, sin conocimiento del mismo empleo que solicitaba ad-
ministrar? Por eso, en esto de pedir Teniente de Protomédico
a Lima, no se hacía más que estimular al Real Protomedicato
del Perú a que cumpliese con una de las obligaciones, que le
impone la ley, de poner en todos los lugares dependientes de
ese Reino en punto de Medicina un Teniente, que sirva de ma-
yor, que esté al frente de los demás médicos, y que mande se
hagan los actos positivos conforme a las Ordenanzas Reales.
Porque el que este Muy Ilustre Cabildo ordene hacer a su pre-
sencia los exámenes de los Médicos y Cirujanos, nombrando
a su voluntad cualesquiera examinadores que le ha parecido
conveniente nombrar, sin duda ha venido de un fervor de celo,
que le hace velar en la buena administración de la Policía, ha-
biendo observado, por una parte, que en esta ciudad no hay
Protomédico, y por otra, que se ha hecho necesario dar licen-
cia y recados de profesor público al que ha solicitado [ga: 162]
ejercitar la Medicina. Si hubiese para esta costumbre alguna
particular facultad o privilegio, que en Cédula Real se le haya
dado a este Muy Ilustre Cuerpo en orden a esta materia, y que
excluya de ella y su conocimiento [fgs: 509] al Protomédico
General del Perú, no ha llegado aún a mi noticia. De donde, si
no hubiese dicho privilegio, los exámenes practicados en la
Sala de Ayuntamiento vienen de supererogación.
Pero es muy digno de saberse que los tales exámenes
pueden estar como están sujetos a muchos vicios y nulidades
irreparables. Lo primero, porque pueden ser nombrados para
examinadores, personas que no tengan la ciencia necesaria.
Segundo, porque sean señalados médicos, que no tengan ju-
risdicción. Tercero, porque los exámenes no se hagan según
nuestras leyes, que han prescrito el método de examinar.
Reflexiones 243
1 fgs: seriamente
2 fgs, ms. Fjc, ms, Mej: acaso
3 fgs, ms. Fjc, ms. Mej: tomar
4 fgs: preferido
5 fgs, ms. Fjc: acude
6 ga: que trae
250 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 ga: habría
2 ms. Mej: no he conseguido
3 fgs, ms. Fjc: de viruelas
4 La sección final corresponde a la publicación de Francisco Gil.
5 fgs, ms. Fjc, ga: ms. Mej: Y desde luego,
252 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
1 fgs: de equilibrio
2 ga, ms. Mej: practicadas a favor del Nuevo Mundo.
3 ga: hablará
4 (59.1) Observaciones de Federico González Suárez
El escrito de Espejo sobre la manera de impedir el contagio de las viruelas es,
en nuestro concepto, la mejor de las obras, que de nuestro compatriota han
llegado hasta nosotros. Llamamos la atención de los lectores a la parte final
del escrito, la cual merece calificarse de Informe sobre la higiene pública de
Quito, presentado a la Municipalidad de entonces: muy dignas de notarse son
las observaciones, que hace Espejo sobre las causas que perjudicaban a la sa-
lud pública en su tiempo; y, comparando época con época; nos vemos en la
triste y hasta vergonzosa necesidad de reconocer que no pocas de las obser-
vaciones, que ahora más de un siglo, hacía Espejo, no han perdido todavía su
oportunidad en la época presente. Nótese, por ejemplo, lo que dice sobre el
hospital.
Espejo era indudablemente un observador diligente de todo cuanto le rodea-
ba, y lo que observaba lo decía con admirable desenfado. De propósito no
queremos insistir sobre lo que observa acerca del aseo de las calles, de la con-
dición de los alimentos y de las medidas que propone para impedir la esca-
sez de la carne y de los víveres en la ciudad. ¡Con qué socarronería tan irónica
no hace la descripción del estado miserable del hospital y de las causas que
en ello habían influido! Espejo era, en verdad, hombre temible: armado de
su pluma, cáustica e hiriente, arremetía denodado contra los abusos, donde
quiera que los encontraba (60.1).
Habla de las epidemias, discurre acerca del morbo gálico, investiga la causa y
la señala con toda franqueza: diserta sobre la peste y pondera sus estragos, y
luego añade que todavía eran más dañinos que la misma peste los malos mé-
dicos; y con este motivo narra cómo se estudiaba en Quito la medicina, cómo
se rendían los exámenes y de qué manera se obtenían los grados. La descrip-
254 Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo
ción, que del estado del estudio de Medicina hace Espejo, causa profunda tris-
teza y se ve obligado uno a confesar, aunque le pese, que Quito, la capital de
la colonia, era a fines del siglo décimo octavo una ciudad muy atrasada: todos
los estudios yacían en completa decadencia. ¡El escrito de Espejo es verdade-
ramente revelador! (Nota de Federico González Suárez)
(60.1) Espejo escribió sus Reflexiones sobre la manera de extirpar las viruelas por
encargo del Ayuntamiento de Quito, el cual después le mandó borrar cier-
tas expresiones o cláusulas. No sabemos qué cláusulas fueron las que repro-
bó el Cabildo civil; pero, sin duda, serían las relativas a los malos médicos
y al estado del Hospital, porque consta que al Cabildo le presentaron que-
jas contra Espejo dos médicos y los frailes betlemitas. Véanse las Actas del
Cabildo civil de Quito: año de 1785.- Acta del 13 de diciembre. (Archivo de la
Municipalidad). (Nota de Federico González Suárez)
1 gil, fgs, ga: omiten firma y fecha / ms. Fjc: Quito, y noviembre 11 de 1788 / ms.
Mej: Quito, y noviembre 11 de 178? (ultima cifra del año ilegible)
En efecto de este modo sucedió en la ciudad de Quito del
reino del Perú, donde para convencer al vulgo ignorante,
que en todas partes compone el mayor número de las
gentes; el Magistrado y Cabildo de aquella ciudad dio el
encargo de que dijese su parecer sobre o que sentía acerca
del proyecto de esta Disertación al doctor don Francisco
Santa Cruz y Espejo, hombre versado en todo género de
literatura, y verdaderamente sabio: el cual, entre las muchas
reflexiones que le ocurrieron para satisfacer al encargo
escribió las siguientes, de que se remitió una copia al
excelentísimo señor marqués de Sonora, y S. E. se sirvió
comunicármelas.
Habiéndolas yo leído, desde luego consideré que sería muy
útil ponerlas como por Apéndice a mi Disertación, por lo
mucho que puede contribuir a desterrar la preocupación
común que hay, y que sirve de obstáculo para que el
proyecto sea generalmente adoptado. Hasta ahora tengo la
satisfacción de ver, que todo hombre de juicio que ha leído
la Disertación, está a favor de mi pensamiento, y espero,
que en lo sucesivo lo esté todo el Público, cuando a fuerzas
de experiencias consiga el desengaño.
Francisco Gil (1786)