El Gato y La Zorra

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EL GATO Y LA ZORRA

Un día un gato se encontró con una zorra en un bosque.

-Buenos días, mi querida señora zorra. ¿Cómo está usted de salud, y cómo van sus negocios en
estos tiempos caros?

-La zorra, llena de orgullo miró al gato de hito en hito, por algún tiempo no supo que
contestarle. Al fin le dijo:

-¡Oh! Miserable lamedor de mostachos, gatazo viejo y gris, hambriento comedor de ratos, ¿en
que piensas para atreverte así a presentarte ante mis ojos, y dirigirme preguntas respecto al
estado de mis negocios? ¿Qué has aprendido tú, y cuántas tretas conoces?

-Yo no conozco más que uno sola treta- contestó el gato modestamente.

-¿Y se puede saber en que consiste?

-Pues se lo diré. Cuando los perros me persiguen, doy un salto y me subo a un árbol
salvándome así del peligro.

-¿Y nada más? –exclamó la zorra-. Pues yo soy un maestro consumado en lo tocante a tretas, y
sobre todo y ante todo me sobra la astucia; pero te tengo lástima, pobre gato; vente conmigo,
y te enseñare a engañar a los hombres y a los perros.

En ese momento me apareció un cazador procedido de cuatro sabuesos.

El gato se subió ligeramente a un árbol, y se sentó en una de las ramas más altas cuyo espeso
follaje le ocultó completamente.

-Señora zorra, dése usted prisa en valerse de sus tretas!

¡Por Dios, dése usted prisa!

Pero, ya uno de los sabuesos había cogido a la zorra por la nuca y la sujetaba firmemente.

-¡Ay, señora zorra! –Le gritó el gato.- Vuestras múltiples tretas no os han valido de mucho en
esta ocasión. Si hubieras conocido una sola igual a la mía, no habrías perecido.
LA LEYENDA DEL AZAHAR

Mientras Julia regaba un diminuto naranjo, oyó el ruido de la caída de un caballo. Miró y vió a
un caballero cubierto de polvo, que atendía al animal caído.

-¿Quieres beber? – le preguntó la joven, ofreciéndole agua fresca. El caballero bebió, dio de
beber a su caballo, y dijo:

-¡Dime tu nombre gentil doncella!

-Me llamo Julia

-¡Oh Julia… ruega por mi después que me haya alejado!

-Tu voz es tan triste como rostro, caballero, ¿Quién eres y qué dolor te aflige?

-Soy Amadeo y voy a morir, Julia.

Y contó que el tirano de la ciudad había condenado a muerto a su amigo inocente, el cual sería
perdonado sólo si alguien se ofrecía para morir en su lugar ante de la puesta del sol.

-Es mi amigo desde la infancia –continuo-. Hemos tenido los mismos juegos, los mismos
maestros. Pero soy solo, y él, por el contrario, tiene esposa e hijos pequeños. He decidido
morir en su lugar.

-¡Noble héroe!, tu acción es maravillosa, pero me apena tu juventud.

-Llevaré conmigo el recuerdo de tu compasión Julia…, mas ahora deja ya que me apresure…. –
y espoleando su caballo partió.

Julia, confusa y entristecida, quedó junto a su naranjo. Oyó el galope del caballo que se
alejaba, y apenada por el fin que tendría el más puro de los caballeros, rogó.

-Oh, Señor de los Cielos, la juventud de Amadeo, que va a morir inocentemente, luce como el
sol. Pero tú, que eres la verdad ilumina al tirano para que él comprenda lo que es justo.

Mientras así rogaba, tendida sobre la tierra, por los terrones resquebrajados se filtraban sus
lágrimas que llegaron hasta las raíces profundas de las plantas.

Julia no pudo dormir, y vagó toda la noche entre los árboles viendo salir y ocultarse la luna.

Pero al aparecer el alba apareció ante sus ojos un espectáculo maravilloso; todos los arboles
lucían en los extremos de sus ramas, flores de sublime aroma.

Entretanto, por el camino que bordeaba el mar se escuchaba el galope de un caballo que se
acercaba. No tardó en detenerse y de él desmontó Amadeo que llamó:

-¿Julia!

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