Madre Piedad

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Oración:

Madre Piedad de la Cruz,


Amiga de los pobres y los niños
Dios te dio su gracia.
Recorriste difíciles caminos,
enseñando tu bondad.
Para ser santa naciste.
Iluminaste a los sin techo,
esperanza les diste.
Damos gracias por tu ejemplo,
ayúdanos, te lo pedimos
de todo corazón.
Amén

Del evangelio de San Mateo (Mt 5, 43-48):

Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os


digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos
de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia
a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen
lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis
de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos,
como vuestro Padre celestial es perfecto.
Biografía:
Piedad de la Cruz Ortiz Real, nació en Bocairente, el 12 de noviembre de 1842, en el bautizo se
le puso el nombre de Tomasa.

Desde muy niña, en su Primera Comunión, sintió que Dios la llamaba a consagrarle su
vida, y decía: «Cuando recibí por primera vez la Sagrada Comunión, quedé como
anonadada y experimenté que Jesús me llamaba a la Vida Religiosa».
Recibió su formación humana y espiritual en el Colegio de Loreto de las Religiosas de la
Sagrada Familia de Burdeos, en Valencia. Quiso ingresar en ese Instituto, pero su padre
la obligó a volver a casa; lo que no fue obstáculo para que se dedicase a hacer el bien a
los niños pobres, ancianos y enfermos de su pueblo llevando, a la vez, una vida de piedad
y oración profunda.
Transcurrido unos años y ya mayor de edad, ingresó al convento de Carmelitas de
clausura en Valencia, sin embargo, una enfermedad la obligó a volver con su familia.
Confundida por estos sucesos le rogaba a Dios que le mostrara con más claridad qué
quería de ella: «Tuya, Jesús mío, tuya quiero ser, pero dime dónde».
Más adelante, y con la convicción de que Dios la llamaba a seguirle, se dirigió a
Barcelona. Allí, en plena búsqueda vocacional, tuvo una experiencia extraordinaria; en
la que el Corazón de Jesús, le dijo: «Mira cómo me han puesto los hombres con sus
ingratitudes, ¿quieres tú ayudarme a llevar esta cruz?». A lo que ella respondió: «Si
necesitas una víctima y me quieres a mí, aquí estoy, Señor». Entonces, Jesús le dice:
«Funda, hija mía, que de ti y de tu Congregación siempre tendré misericordia».
Esta experiencia marcó su vocación. Ya no hay duda: Dios le pedía formar un nuevo
instituto religioso; ella quería ayudar a Cristo a llevar su Cruz, la cruz de los pobres y
enfermos.
En el año 1884, las inundaciones del río Segura destrozaron la huerta murciana. La
escasez de congregaciones religiosas en la zona, la hizo orientarse hacia ese territorio
de mayor necesidad. Así que un día, acompañada de tres postulantes, salió de Barcelona
camino de Puebla de Soto, a 1 km. de Alcantarilla, para fundar allí la primera Comunidad
de Terciarias de la Virgen del Carmen.
Tomasa, que tomó por nombre religioso Piedad de la Cruz, junto con las demás
hermanas y otras que iban ingresando, se multiplicaban en el cuidado de los enfermos
y las niñas huérfanas en un hospitalillo que ella llamó de «La Providencia». La Casa
pronto se quedó pequeña y abrió otra en Caudete.
Al principio, cuando decidió fundar, pidió al Corazón de Jesús hacerlo en tribulación
como signo de que todo aquello era de Dios y no invento personal. El Corazón de Jesús
se lo concedió con creces. Un día las hermanas de Caudete llegaron a Alcantarilla y se
llevaron las novicias, porque decían, que el Instituto aún no tenía la aprobación
diocesana; y dejaron a la Madre Piedad sola con Sor Alfonsa.
Fueron días de mucho dolor, y en su aflicción acudió al Obispo de Cartagena, que la
envió, junto a su compañera Alfonsa, al Convento de la Visitación de las Salesas Reales
en Orihuela. Es aquí, donde el Espíritu Santo la iluminó con fuerza, y en unos ejercicios
espirituales se fraguó el proyecto de la nueva Fundación que tendrá como patrono a San
Francisco de Sales. Por fin, el 8 de septiembre de 1890 nace la Congregación de las
Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús.
Su Carisma es acercar el amor y la Providencia de Dios a los más pobres y sencillos, por
medio del Corazón misericordioso de Cristo, abierto de brazos en la Cruz.
Piedad de la Cruz vivió pobre y murió pobre el 26 de febrero de 1916. La gente del pueblo
decía con profundo sentimiento: ¡Ha muerto una santa! ¡Ha muerto nuestra madre!
El 21 de marzo de 2004 fue beatificada en Roma por San Juan Pablo II.
Reflexión:
“Para ser santa nací”, decía la madre Piedad de la Cruz. “Sed perfectos, como vuestro
Padre celestial es perfecto.”, acabamos de escuchar en el evangelio
La santidad es el fin al que tiende todo bautizado. Desde el bautismo nuestro destino es
volver a Dios. Estamos llamados a la santidad. Ser santo no consiste en que nos hagan
una estatua y nos pongan en un pedestal, sino que es regresar a donde salimos, volver
a los brazos del Padre Eterno, Dios y creador nuestro.
«Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». (Las
Confesiones, 1, 1) Con estas palabras, que se han hecho célebres, san Agustín se dirige
a Dios en las Confesiones, y en estas palabras está la síntesis de toda la vida de uno de
los santos más grandes de la Iglesia.
«Inquietud». Esta palabra hace reflexionar, ¿por qué Madre Piedad y san Agustín viven
una intranquilidad fundamental en su vida? Porque viven una permanente búsqueda
espiritual, la inquietud del encuentro con Dios, la inquietud del amor.
El destino está claro, lo que es más complicado es el proceso que se desarrolla a lo largo
de toda la vida hasta llegar a la meta.
En muchas ocasiones, las circunstancias nos bambolean, nos llevan de un lado a otro o
de arriba abajo como si de una montaña rusa se tratara, por eso es necesario que en
ocasiones nos detengamos a pensar y examinemos nuestro camino y en qué tenemos
que fundar el proceso de santidad:
1. Humildad
2. Encuentro con Cristo
3. Oración

Sin duda que hay otros más, pero podríamos decir sin temor a equivocarnos que estos
son tres pilares fundamentales en los que nos hemos de apoyar para alcanzar la
salvación.
1º Humildad
Todos los santos, por muy grandes y sabios que hayan sido, han tenido que ser humildes:
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Decía Miguel de Cervantes en una de sus novelas: “La humildad es la base y fundamento
de todas las virtudes”. La humildad es la virtud más volátil, basta con que diga que soy
humilde para que se difumine y desaparezca la virtud de la humildad. La humildad nos
ayuda a conocernos de verdad.
Tenemos un magnífico ejemplo en la Madre Piedad, que buscó aquí y allá dónde la
quería el Señor, sin poner condiciones, sabiendo siempre que el que actúa es Dios a
través de ella. “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”. (Gal 2, 20)
No puedo vanagloriarme de nada de lo que hago, porque igual que no puedo añadir un
centímetro a mi estatura, no puedo presumir de lo que digo, porque no hablo por mí,
soy instrumento del Señor. Si algo hago de mérito, no soy yo quien lo hace, es Cristo que
actúa a través de mí. Él nos da la fuerza, porque sin El no podemos nada: “Todo lo puedo
en Cristo que me fortalece” (Flp 4:13)
Por tanto, vivamos en la humildad de ver los que de verdad somos

2º Encuentro con Cristo:


Es una realidad palpable que son muy pocos los cristianos que, en la escala de valores
de su vida, dan un lugar preferente a su fe, y a su religión.
Por desgracia, la mayoría de los bautizados solo practican su fe (si es que se puede llamar
así) en contadas ocasiones. Lo hacen cuando hay algún compromiso social que lo
requiere; cuando sobreviene una adversidad: accidente, fracaso, enfermedad, etc. y si,
entonces se recurre a Dios como si de un mago o genio poderoso se tratara.
También hay algunos cristianos que rezan o se acuerdan de Dios únicamente cuando
“tienen ganas” o cuando “me apetece”
El cristianismo así vivido, está muy lejos de ser auténtico. Ser cristianos es mucho más
que profesar una simple religión, es más que un conjunto de prácticas, ritos fríos o cultos
sentimentales y emotivos. El cristianismo es una forma de vida que involucra a toda la
persona, con todas sus relaciones con los demás, con el mundo, su entorno, consigo
mismo y, desde luego y sobre todo, con Dios.
Por desgracia el bautismo se da a una edad temprana y la mayoría de los que reciben el
sacramento de la Confirmación, por así decirlo, “les sucede de noche”, no se enteran,
porque no comprenden el significado de una vida de fe. Y, por tanto, las gracias recibidas
en los sacramentos no les sirven para tener una relación personal con Dios.
Contamos, además, con un sacramento que nos permite un “encuentro personal con
Dios”, la Eucaristía. En él podemos tocarle, tenerle en nuestro interior. Es un momento
privilegiado de contacto con Cristo, que puede propiciar ese acercamiento, y ser capaz
de transformar nuestra vida.
Así le ocurrió a la Madre Piedad. Muy joven, en su primera comunión, ya vivió en su
intimidad el encuentro con Jesús sacramentado, y a partir de ese momento crucial, solo
vivió para el Señor.
Es indispensable tener una experiencia de encuentro personal con Jesucristo, por medio
de su Espíritu, que venga a renovar, a actualizar, a revitalizar y a reactivar aquellas
gracias que se tuvieron en los sacramentos de iniciación cristiana, para que, a partir de
ahí, se empiece a construir nuestra vida bajo la inspiración de Cristo, y a la luz de la
Palabra de Dios.
La triste realidad es que son muchos los que rechazan, rehúyen o son indiferentes a este
encuentro, ya sea por temor al compromiso o por estar muy “a gusto” con la vida que
llevan, aunque esta no encaje en los planes de Dios.
El encuentro con Cristo cambia la vida y da felicidad. Cuando alguien no es feliz con
Cristo es porque no ha entendido que el Evangelio no es una carga, las cargas hay que
quitárselas de encima, y cuanto antes. Hay que estar “enamorado” del Evangelio.
La diferencia que hay entre estar enamorados o no estar enamorado es que te cambia
la vida. Sería ridículo que vieses a un chico en un portal y le dijeses: “oye ¿qué haces, a
quién estás aquí esperando?” “No, a nadie… Llevo tres horas esperando, pero a nadie…”
“Pero ¿te espera alguna chica?” “No, no: estoy aquí por fastidiarme, pero yo no estoy
enamorado de nadie… Yo no espero a nadie, yo no tengo a nadie, pero es que me
encanta fastidiarme…” ¡Está tonto! Ahora ¡qué distinto, cómo cambia, si estás
enamorado!: aguantas tres horas y siete horas, y catorce horas, lo que sea, porque
tienes a alguien que esperas, tienes a alguien que te quiere, tienes a alguien con el que
te vas a encontrar. (Homilía de monseñor Francisco Cerro 7/7/2013)
3º Oración:
No hay encuentro sin diálogo. No hay encuentro con Dios sin oración. La oración es la
luz del alma, el verdadero conocimiento de Dios, la mediadora entre Dios y los hombres.
La oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, ensancha el alma y la
tranquiliza. Y me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras. La
oración es un deseo de Dios, una sublime piedad que nos concede la gracia divina,
Hablemos con Dios con sencillez, con confianza y con humildad.
Podíamos decir algo así:
Hoy, mediante esta oración, quisiera que me concedas la gracia de vivir en santidad, esa
santidad que para otros es inalcanzable e ilógica. Esa santidad que muchas veces es vista
como una fantasía.
Sé que de tu mano podré tener esa paz y esa lucidez para saber entender lo que quieres
de mí, los caminos que debo tomar y las acciones que he realizar. Guíame siempre y no
dejes que el enemigo haga estragos en la vida que me regalas.
Quiero ser como Tú, amar con un poco de tu amor, servir con esa pasión con la que tú
servías y perdonar de la misma manera que Tú perdonas. Señor, ayúdame a ser reflejo
de Ti y dar testimonio al mundo con mi propia vida.
Dios del amor, limpia mi corazón y prepáralo para una existencia llena de pruebas,
ayúdame a saber que no siempre las cosas irán bien y que cuando la tormenta llegue
estarás ahí para auxiliarme en el momento en que clame por Ti.
Padre Celestial, hoy quiero que tu Espíritu me haga mejor, que siempre mi alma esté
dispuesta para Ti y que glorifique tu Santo Nombre.
Estoy aquí, frene a Ti, queriendo entender lo maravilloso que eres, Dios mío. Me
pregunto qué es lo que necesitas de este humilde siervo, pues soy tan pequeño y tan
imperfecto que, muchas veces, no puedo comprender el amor que sientes por mí.
Quiero transformar mi vida y vivirla diferente, siempre hay tiempo para intentar cambiar
y ser mejor. Saber de Ti y conocerte mucho más, es lo que deseo en este día y el resto
de mis días.
A pesar de que el camino sea difícil y complicado, dame las fuerzas para seguir adelante.
A pesar de que las pruebas sean duras, dame tu espíritu de valentía para hacer frente a
todo lo que venga, no permitas que me aparte de Ti, mi Dios. Quiero buscar nuevos
horizontes, teniéndote como principal motivo. Quiero enamorarme más de Ti, cada día.
Gracias mi buen Señor, porque confío en que atenderás mi súplica, porque verás con
buenos ojos mi petición y que me darás la oportunidad de buscar esa santidad a la que
todos somos llamados.
En el nombre santo de Jesús, te pido que no te despegues de mi lado y que me hagas ir
a ti cuando sea tu voluntad. Espero que mis acciones de hoy, puedan dibujar una sonrisa
en tu bello rostro.
Bendito seas por siempre mi Señor, digno de toda gloria y alabanza, y ahora me dispongo
a empezar mi plan de santidad tomado fuertemente de tu mano. Amén.

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