Chestertony Relativismo Religioso
Chestertony Relativismo Religioso
Chestertony Relativismo Religioso
¿Son todas las religiones igualmente válidas? Esta pregunta surge siempre en aquellas
sociedades en las que entran en contacto personas procedentes de diversas religiones. El
siglo XXI está propiciando un mayor contacto cultural a nivel global, en buena medida
gracias a las tecnologías de la información y a una mayor movilidad para los
desplazamientos. En una coyuntura de debilitamiento de la razón como la actual, parece
inevitable responder afirmativamente a esa pregunta al comprobar la variedad del
fenómeno religioso.
G.K. Chesterton vivió en una época similar a la nuestra, desde este punto de vista. La
Inglaterra de 1900 recogía la herencia de un siglo dominado por el positivismo. Esta
actitud intelectual sólo otorgaba validez al conocimiento que fuera verificable. Al
mismo tiempo, los británicos habían conocido la variedad cultural y religiosa de todo el
globo, quizá como ningún pueblo de su tiempo. Ante ese panorama las fórmulas
relativistas se propusieron como la solución al problema de la diversidad religiosa. Se
trata, como se ve, de una explicación no muy diferente de la que se propugna hoy en día
por parte de ciertas corrientes intelectuales.
El hombre eterno comienza con una nota preliminar que advierte sobre su intención de
ofrecer una respuesta al interrogante de la variedad religiosa: “Intentaré demostrar que
aquéllos que ponen a Cristo al mismo nivel que los mitos, y su religión al mismo nivel
que otras religiones, no hacen otra cosa que repetir una fórmula anticuada, contradicha
*
Artículo publicado en la revista Humanitas, n. 62, otoño 2011, Santiago de Chile: Pontificia Universidad
Católica de Chile, pp. 296-308.
**
Director del Colegio Mayor La Alameda, de Valencia, España.
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por un hecho sorprendente”1. Con este libro, Chesterton se disponía una vez más a ir
contracorriente.
Un libro profundo
Para que esta demostración fuera eficaz se requería de una visión de conjunto de la
historia. Era preciso mostrar el salto que supuso para el espíritu humano el nacimiento
de Jesucristo, e ilustrar hasta qué punto su legado era capaz de cambiar la vida de los
hombres.
C.S. Lewis, uno de los intelectuales cristianos que más ha escrito sobre la fe para el gran
público en el siglo XX, y autor de Cartas del diablo a su sobrino y de las Crónicas de
Narnia, captó este salto gracias a la visión de la historia de la humanidad dada por
Chesterton. Lewis fue un converso. Su acercamiento a la fe estuvo marcado por
reticencias fuertes al cristianismo. Así, escribió que él “distinguía claramente (o eso
decía) el Dios filosófico del ‘Dios de la religión popular’. Explicaba que no cabía
posibilidad de tener relación personal con Él. Creía que Él nos ideaba de la misma
forma que un dramaturgo idea sus personajes y yo no tenía más posibilidades de
‘acercarme a Él’ que Hamlet a Shakespeare. Tampoco le llamaba ‘Dios’; le llamaba
‘Espíritu’. Uno siempre lucha por conservar las comodidades que le quedan. Después
leí El hombre eterno de Chesterton y por primera vez vi toda la concepción cristiana de
la historia expuesta de una forma que parecía tener sentido”2.
Lewis y Prada tienen en común que ambos pasaron por un proceso de aproximación a la
fe cristiana desde posiciones intelectuales críticas, y en cada uno de ellos jugó un papel
importante la lectura de El hombre eterno.
Además, estos autores han podido apreciar el valor de esta obra gracias a que contaban
con una amplia cultura literaria. Como señala Pearce, uno de los biógrafos de
Chesterton, El hombre eterno no alcanzó en su día mucho éxito popular, puesto que “es
un libro más esotérico, más difícil de comprender; por quedarse en aguas someras, se
sumió en las profundidades. En resumen, en realidad nunca estuvo destinado a un
1
G. K. Chesterton, El hombre eterno, Cristiandad, Madrid 2004, p. 9. La referencia original es G.K.
Chesterton, The Everlasting Man, Londres 1925. En adelante, El hombre eterno.
2
C.S. Lewis, Cautivado por la alegría. Historia de mi conversión, Encuentro, Madrid 1989, p. 227-228.
3
Juan Manuel de Prada, ABC, 9 de diciembre de 2006.
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público masivo”4. Nuestro artículo quiere contribuir a hacer más asequible un texto
profundo y rico que contiene abundantes luces para el entendimiento y el corazón
humanos.
Chesterton tuvo un motivo bien concreto que le impulsó a sentarse para escribir El
hombre eterno. En 1919 H.G. Wells había publicado Esquema de la Historia5. Se
trataba de una obra voluminosa de carácter divulgativo que pretendía compendiar la
historia de la humanidad. El estilo narrativo facilitaba llegar a un público amplio y no
especializado. Sus más de mil páginas reunieron los hechos más sobresalientes que
habían ocurrido. Para lograrlo Wells contó con la ayuda generosa de amigos expertos en
cada materia.
Al igual que los ilustrados anteriores y que numerosos intelectuales posteriores, Wells
consideraba a las religiones equivalentes, y, por tanto, comparables entre sí. El
fenómeno religioso vendría a ser como una manifestación particular de la cultura de un
determinado pueblo. El valor de cada religión se veía, pues, relativizado.
Deberían pasar seis años hasta que Chesterton publicara una respuesta sólida a este
punto concreto de la obra de Wells. Esa réplica fue El hombre eterno.
Para asegurar una convivencia pacífica es evidente que conviene conocer lo que hay en
común. Wells quiso reunir los hechos verificables por todos. Sin embargo, resulta más
4
Joseph Pearce, G. K. Chesterton. Sabiduría e Inocencia, Encuentro, Madrid 1998, p. 388.
5
H. G. Wells, Esquema de la Historia. Historia sencilla de la vida y de la Humanidad, Atenea, Madrid
1925. La referencia original es H. G. Wells, The Outline of History: Being a Plain History of Life and
Mankind, George Newness, Londres 1919, pp. 1324.
6
Ibídem, p. 16. El subrayado corresponde al original.
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determinante para una convivencia auténtica entre los hombres la actitud de caminar
juntamente hacia la verdad, puesto que lo verdadero ofrece un cimiento más firme que
lo común a cualquier precio.
En El hombre eterno Chesterton desplegó el arte socrático con una mentalidad moderna.
Como hemos visto, pretendió hacer ver que el presupuesto de la igualdad de todas las
religiones es contradictorio. Si, en efecto, resulta contradictorio, dicho presupuesto no
puede ser verdadero. Así es como Sócrates ayudaba a sus interlocutores a cribar lo falso
de un modo razonado: si hallaba una contradicción en el planteamiento que se le hacía,
sabía que aquello no podía ser verdadero.
Podríamos decir que Chesterton, como hijo de su época, introdujo en este método un
componente positivista, puesto que basó la contradicción de la propuesta relativista en
un hecho. Eso sí, un hecho sorprendente, que, como afirmó en la Nota introductoria a El
hombre eterno, contradice la afirmación de que Cristo es un simple mito más y que la
religión cristiana se encuentra al mismo nivel que las otras religiones.
La obra está dividida en dos partes, las cuales salen al paso de dos ideas del
pensamiento dominante, una referente al hombre y la otra a Jesucristo. En primer lugar,
se trata de dilucidar si el hombre es simplemente un animal evolucionado, y
posteriormente se examina si Jesús de Nazaret es simplemente un maestro religioso más
entre los hombres.
Para mirar la historia desde dentro Chesterton se nutrió principalmente de dos fuentes.
Una fue el sentido común, algo que compartimos con nuestros antepasados y que,
efectivamente, es común en el sentido que Wells buscaba. Y la otra fuente fue la
literatura. Nuestro autor era un maestro de la crítica literaria. Ya de joven sobresalió por
sus ensayos sobre autores ingleses, en los que sabía exponer con agudeza el sentir del
autor expresado en el texto. Maisie Ward, una de sus primeras biógrafas, subrayó esta
habilidad de ir más allá del texto como una de sus principales aportaciones: Chesterton
7
El hombre eterno, p. 338.
-4-
“desarrolló una capacidad mental a la que debemos algunas de sus mejores obras: la
profundidad de visión”8.
Orígenes de la religión
Desde esta visión, la religión se concibe como algo irracional. En efecto, la religión
podría ser un sentimiento, un miedo, o incluso algo heredado. Este planteamiento
implica necesariamente la aceptación de que la religión sería un fenómeno carente de
lógica, y, por ello, deslizable con mucha facilidad hacia el fanatismo.
Como hemos apuntado, Chesterton tomó la perspectiva interior para observar este
fenómeno. Él no negó que pudiera haber manifestaciones de temor o de consuelo, de
fanatismo o de indiferencia. Pero la fuerza de la religión no se encontraba ahí, aunque
muchas veces conllevara ese tipo de experiencias. Para Chesterton, “el poder de la
8
Maisie Ward, Gilbert Keith Chesterton, Rowman & Littlefield Publishers, Oxford 2006, p. 53.
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religión reside en la mente”9. La religión no es, por tanto, algo meramente sentimental,
y, por supuesto, en absoluto irracional.
Una de las actividades propias de la mente es buscar respuestas. El hombre del siglo
XXI se ha especializado en responder con eficacia a las preguntas de orden práctico y
técnico, y quizá ha descuidado aquellos interrogantes que permiten contemplar la vida
dotada de un sentido. Así, el atractivo de la virtud o la realidad de la muerte despiertan
en el interior de la persona un anhelo de entenderse mejor a uno mismo. Hay
interrogantes en la vida humana que, si quedan abiertos, son una fuente de perplejidad
que nunca termina de agotarse. La religión ha sido y sigue siendo un intento de dar
respuesta cabal a los enigmas humanos.
En cambio, ante los enigmas humanos una minoría trazó teorías como fuente de
reflexión sobre el comportamiento moral más digno que le correspondía al hombre.
Estas respuestas se orientaban por la razón humana. Así, por ejemplo, los filósofos
estoicos y los sabios orientales articularon una serie de claves, muchas de las cuales
siguen teniendo validez a pesar del paso del tiempo.
Las mitologías se dirigían al corazón humano y sus narraciones trataban de colmar los
anhelos del hombre; las teorías filosóficas se dirigían, más bien, a la cabeza y buscaban
una coherencia racional en el comportamiento humano. Lo que Chesterton advirtió en
este esbozo de la historia de las religiones era que los sacerdotes y los filósofos, los que
alimentaban el sentido popular religioso con las historias politeístas y los que trazaban
las teorías globales del mundo, corrían paralelos. Cada uno tenía su propio dinamismo.
El politeísmo popular y la sabiduría filosófica trataban aspectos totalmente
desvinculados entre sí y –lo que es importante- apenas trabajaron juntos.
Chesterton ilustró este punto clave de su esbozo histórico con el ejemplo del filósofo
más completo de la Antigüedad: “Aristóteles, con su colosal sentido común, fue quizás
el más grande de todos los filósofos y, sin duda, el más práctico, pero en ningún caso
habría puesto al mismo nivel al Absoluto y al Apolo de Delfos, como una religión
similar o rival”10.
9
El hombre eterno, p. 63.
10
El hombre eterno, p. 160.
-6-
El paganismo cultivó las narraciones mitológicas de carácter religioso y la sabiduría
moral. Realmente se trata de dos dimensiones profundamente humanas. Sin embargo,
Chesterton observó que, aun siendo buenas en sí mismas, terminaron desgastándose y se
volvieron pesimistas: “el pesimismo no consiste en cansarse del mal sino del bien. La
desesperanza no reside en el cansancio ante el sufrimiento, sino en el hastío de la
alegría. Cuando por cualquier razón lo bueno de una sociedad deja de funcionar, la
sociedad empieza a declinar: cuando su alimento no alimenta, cuando sus remedios no
curan, cuando sus bendiciones dejan de bendecir”11.
El hecho sorprendente
Cuando parecía que el mundo no podía hacer más, irrumpieron en la historia unos
mensajeros misteriosos. Actuaban como un ejército, sujetos a una disciplina y con un
espíritu común. Llamaron la atención de la opinión pública del Imperio Romano por su
negativa a adorar al Emperador. Este simple rito había sido aceptado tácitamente por
todo el mundo, independientemente de la religión a la que pertenecieran. Sin embargo,
11
El hombre eterno, p. 197.
12
El hombre eterno, p. 208.
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este pequeño grupo no sólo se resistía a realizar este sencillo acto sino que argumentaba
su negación con la convicción de una experiencia personal.
Estos mensajeros tenían un mensaje ciertamente misterioso. Es más, tanto hoy como
hace 2000 años no deja de sorprender. En síntesis, estos curiosos personajes afirmaban
que el Creador del mundo había visitado en persona a este mismo mundo. Para ello, se
había hecho Hombre, igual a cualquiera de los hombres, pero que había sido rechazado
explícitamente por todos: autoridades, sacerdotes y pueblo. A punto de morir, perdonó a
todos la injusticia sufrida. Realmente se trataba de una narración conmovedora. Pero el
mensaje no terminaba aquí. Este Hombre, que había creado el mundo, venció a la
muerte y manifestó un deseo inimaginable e ilógico: a pesar del rechazo recibido, quería
compartir con el hombre su propio Espíritu.
Ciertamente este mensaje podía ser consolador para el corazón y ofrecía respuestas
coherentes a la inteligencia. Pero tenía algo más que no se hallaba en la mitología ni en
la sabiduría paganas: una vida nueva. Como ha puesto de manifiesto Benedicto XVI en
la encíclica Spe Salvi, la singularidad de este mensaje no es su aspecto informativo, es
decir, lo que nos comunica, sino, sobre todo, su dimensión performativa14. De la misma
forma que actúa la levadura en la masa a modo de fermento, este mensaje tenía la
capacidad de transformar a quienes lo aceptaban y creían en él. La Iglesia es
precisamente este cuerpo de mensajeros renovados, un fenómeno único en la historia de
los hombres.
Los cristianos se han presentado siempre no sólo como discípulos que habían sido
instruidos por un maestro sublime sino, sobre todo, como testigos de un acontecimiento.
Pero si ese testimonio era tan extraño y sorprendente no iba a ser difícil que un
contenido así sufriera alteraciones en su transmisión. Entonces, ¿de qué modo se ha
podido conservar con tanta precisión un mensaje así de extraño?
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la teología, se habría disuelto en una loca mitología de místicos, aún más alejada de la
razón o del racionalismo y, sobre todo, aún más alejada de la vida y del amor por la
vida”15. Sin los dogmas, el mensaje cristiano se habría diluido en una loca mitología o
se habría vuelto una rígida teoría.
Justamente el dogma suele ser rechazado por aquellas voces críticas con la Iglesia. Estas
personas argumentan que los dogmas han sido añadidos al mensaje de Jesús, y reducen
prácticamente toda su predicación a su núcleo auténtico: el mandamiento del amor. En
definitiva, se postula una caridad sin credo.
Aquí surge una cuestión decisiva en todo este asunto: ¿es realmente posible una caridad
sin credo? Al prescindir de los dogmas, de esas precisiones del mensaje, ¿resulta viable
predicar sin más el amor fraterno? Es más, ¿puedo yo amar como amó Jesucristo si
prescindo de quién es Jesucristo?
15
El hombre eterno, p. 286.
16
El hombre eterno, p. 305.
17
El hombre eterno, p. 308.
18
El hombre eterno, p. 312.
-9-
Jesucristo, la llave del corazón humano
A continuación, Jesucristo hizo una promesa a Simón Pedro: le entregaría las llaves del
Reino de los Cielos. Para Chesterton, esta imagen de las llaves constituye una lúcida
clave interpretativa para ilustrar la aportación de la Iglesia a la historia de la humanidad.
Una llave es un objeto que tiene una forma compleja pero definida. Lo que determina
que la llave es la correcta no es quién nos la ha dado, o si posee una forma
preestablecida, sino simplemente si es eficaz. Sabemos que poseemos la llave correcta si
esa llave es capaz de abrir la cerradura.
La fe es la llave que permite abrir la puerta de esta prisión, y salir a un mundo lleno de
luz y de alegría. En efecto, la llave de la fe es la llave correcta “porque se ajusta a la
cerradura, porque es como la vida […] Lo aceptamos, y encontramos que la tierra es
sólida bajo nuestros pies y el camino expedito ante nuestros ojos. No nos aprisiona en el
sueño del destino o la conciencia de un engaño universal. Nos abre a la vista no sólo
cielos increíbles, sino lo que a algunos les parece una tierra igualmente increíble,
haciéndola creíble. Es esa clase de verdad que resulta difícil de explicar por tratarse de
un hecho; un hecho para los que podemos llamar testigos. Somos cristianos y católicos
no porque adoremos a una llave, sino porque hemos atravesado una puerta y hemos
sentido el viento, el soplo de la trompeta de la libertad sobre la tierra de los vivos”21.
19
Mt 16, 15.
20
Mt 16, 16.
21
El hombre eterno, pp. 315-316.
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