Charles H. Spurgeon - Fuerzalos A Entrar

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25/2/2018 Charles Spurgeon / Fuérzalos a Entrar / sermón 227 del 5 de diciembre de 1858 / New Park Street

El Púlpito de la Capilla New Park
Street
 
Fuérzalos a Entrar
NO. 227
Sermón predicado la mañana del Domingo 5 de
Diciembre de 1858

por Charles Haddon Spurgeon

En el Music Hall, Royal Surrey Gardens.
Sermones
"Fuérzalos a entrar." ­­ Lucas 14: 23

Tengo tanta prisa de ir y obedecer hoy mismo esta orden de forzar a entrar a los que
se detienen ahora en los caminos y en los vallados, que no me puedo quedar en la
introducción sino que debo dar inicio a mi presentación de inmediato.

Oigan pues, oh ustedes que desconocen por completo la verdad que es en Jesús,
oigan pues el mensaje que tengo que entregarles. Ustedes han caído, caído en su
padre Adán; también han caído por ustedes mismos, por el pecado que cometen
diariamente y por su constante iniquidad. Han provocado la ira del Altísimo. Y tan
ciertamente como han pecado, así de seguro los deberá castigar Dios si perseveran
en sus iniquidades, pues el Señor es un Dios de justicia, y de ninguna manera pasará
por alto al culpable.

¿Acaso no lo han oído ustedes?, ¿no se les ha dicho desde hace mucho tiempo al
oído que, Dios, en su infinita misericordia, ha establecido una forma por la que, sin
ninguna violación en contra de su honor, puede tener misericordia de ustedes, los
culpables e indignos? A ustedes les hablo. Y mi voz se dirige a ustedes, oh hijos de
los hombres. Jesucristo, Dios verdadero de Dios verdadero, descendió del cielo, y
fue hecho a semejanza de carne de pecado. Engendrado por el Espíritu Santo, Él
nació de la Virgen María. Vivió en este mundo una vida de santidad ejemplar y del
más profundo sufrimiento, hasta que se entregó para morir por nuestros pecados,
"el justo por los injustos, para llevarnos a Dios."

Y ahora el plan de salvación es declarado con sencillez a ustedes: "Todo aquel que
cree en el Señor Jesucristo será salvo." Para ustedes que han violado todos los
preceptos de Dios, y han despreciado su misericordia y desafiado su venganza, hay
todavía para ustedes una misericordia proclamada: "todo aquel que invocare el
nombre del Señor, será salvo." Porque es "Palabra fiel y digna de ser recibida por
todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo
soy el primero;" "Y al que a Él viene, jamás lo echará fuera. Porque Él puede
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también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre
para interceder por ellos."

Ahora todo lo que les pide Dios, y esto Él se los da a ustedes, es que tan sólo miren a
Su Hijo sangrante y moribundo, y confíen sus almas en las manos de Él cuyo
nombre es lo único que puede salvarlos de la muerte y del infierno. ¿No es de
asombrar que la proclamación de este evangelio, no reciba la aceptación unánime
de los hombres? Uno pensaría que tan pronto como fuera predicado: "para que todo
aquel que en él cree, no se pierda," cada uno de ustedes, "arrojando sus pecados e
iniquidades," se aferrarían a Jesucristo, y mirarían solamente a Su Cruz. Pero ¡ay!
tal es la desesperada maldad de nuestra naturaleza, tal la perniciosa depravación de
nuestro carácter, que este mensaje es despreciado, la invitación al banquete del
Evangelio es rechazada, y hay muchas personas que en este día son enemigos de
Dios por sus obras perversas. Ustedes son enemigos del Dios que les predica a
Cristo hoy, enemigos de Él que envió a su Hijo para dar su vida como rescate para
muchos. Digo que es extraño que sea así, y sin embargo es un hecho, y por ello la
necesidad del mandato del texto: "Fuérzalos a entrar."

Hijos de Dios, para ustedes que han creído, tengo poco o nada que decirles esta
mañana; y voy directo a cumplir mi propósito: busco a aquellos que no quieren
venir, a los que están por los caminos y por los callejones. Y si Dios va conmigo, es
mi deber cumplir ahora con esta orden: "Fuérzalos a entrar."

Primero, debo encontrarlos. Después, me debo de poner a trabajar para forzarlos a


entrar.

I. Primero, debo ENCONTRARLOS A USTEDES. Si leen los versículos que


preceden al texto, encontrarán una ampliación de este mandato: "Vé pronto por las
plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los
ciegos." Y luego, más adelante, "Vé por los caminos" y trae a los vagabundos y
bandidos; "y por los vallados" y trae a aquellos que no tienen donde descansar su
cabeza, y están acostados junto a los vallados descansando, tráelos también, y
"fuérzalos a entrar." Sí, los estoy viendo esta mañana, a ustedes los pobres. Mi
misión es forzarlos a entrar. Ustedes no tienen recursos, pero esto no es una barrera
para el reino de los Cielos, pues Dios no ha excluido de Su gracia al hombre que
tiene frío y está cubierto de harapos y necesitado de pan. De hecho, si hubiera
alguna distinción, estaría del lado de ustedes, y sería en su beneficio, "a vosotros es
enviada la palabra de esta salvación." "Y a los pobres es anunciado el evangelio."

Pero especialmente debo hablarles a quienes son pobres espiritualmente. Ustedes


no tienen fe, no tienen virtud, no tienen buenas obras, no tienen gracia, y lo que es
peor aún, no tienen ninguna esperanza. Ah, mi Señor les ha enviado una invitación
inmerecida. Vengan y sean bienvenidos a la fiesta de matrimonio de Su amor. "El
que quiera, tome del agua de vida gratuitamente." Vengan, debo acercarme a
ustedes, aunque estén manchados con la peor suciedad, y aunque no tengan nada
sino harapos sobre sus espaldas. Aunque sus obras justas son como trapo de
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inmundicia, aún así me debo acercar a ustedes para invitarlos, primero, y si es


necesario, forzarlos a entrar.

Y ahora los veo otra vez. No sólo son pobres, sino también mancos. Hubo un tiempo
cuando creían que podrían lograr su propia salvación sin la ayuda de Dios, cuando
podían hacer buenas obras, participar en las ceremonias, y entrar al cielo por
ustedes mismos. Pero ahora están mancos, la espada de la Ley les ha amputado sus
manos, y ahora ya no pueden trabajar más; dicen, con amarga tristeza:

"La mejor realización de mis manos,
 
No se atreve a presentarse ante Tu Trono."

Han perdido ahora todo el poder para obedecer la Ley. Sienten que cuando quieren
hacer el bien, el mal está presente en ustedes. Ustedes están mancos. Han
renunciado, como a una esperanza abandonada, a todo intento de salvarse por sus
propios medios, debido a que están mancos y sin brazos. Pero están peor que eso,
porque si no pudieran hallar su camino al Cielo, podrían encontrar el camino por el
sendero de la fe. Pero están lisiados de los pies al igual que de las manos. Sienten
que no pueden creer, que no pueden arrepentirse, que no pueden obedecer las
estipulaciones del evangelio. Se sienten absolutamente arruinados, sin ningún
poder en todos los sentidos para hacer algo que pueda agradar a Dios. En efecto,
ustedes claman:

"Oh, si tan sólo creyera,
 
Entonces todo sería muy fácil,
 
Quiero, pero no puedo, socórreme Señor,
Mi ayuda debe venir de Ti."  

Para ti soy enviado también. Ante ti debo levantar en alto el estandarte manchado
de sangre de la Cruz, a ti debo predicar este evangelio: "Porque todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo." Y a ti debo proclamar: "El que quiera,
tome del agua de vida gratuitamente."

Hay todavía otra clase. Ustedes están indecisos. Están dudando entre dos opiniones.
Algunas veces están inclinados seriamente, y otras veces la alegría del mundo los
desvía. El poco progreso que hacen en la religión es muy débil. Tienen un poco de
fuerza, pero es tan poca que avanzan penosamente. Ah, hermano que caminas
cojeando, a ti también se ha enviado esta palabra de salvación. Aunque te quedes
paralizado entre dos opiniones, el Señor me envía a ti con este mensaje: "¿Hasta
cuándo vacilaréis entre dos opiniones? Si Jehovah es Dios, ¡seguidle! Y si Baal,
¡seguidle!" Considera tus caminos; pon en orden tu casa, porque vas a morir y no
vivirás. ¡Prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel! Ya no titubeen,
decídanse por Dios y Su Verdad.

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Y todavía veo a otra clase, la de los ciegos. Sí, a ustedes que no pueden verse ni a sí
mismos, que se creen buenos cuando está llenos de maldad, que toman por amargo
lo dulce y lo dulce por amargo, la oscuridad por la luz y la luz por oscuridad. A
ustedes he sido enviado. Ustedes, almas ciegas que no pueden ver su herencia
perdida, que no creen que el pecado sea tan excesivamente malo como lo es, y que
no quieren ser persuadidos que Dios es un Dios justo y recto, a ustedes he sido
enviado. A ustedes, también, que no pueden ver al Salvador, que no ven belleza en
Él para desearlo; que no ven la excelencia en la virtud, ni gloria en la religión, ni
felicidad en el servicio a Dios, ni se deleitan por ser sus hijos; a ustedes, también, he
sido enviado.

Si, ¿a quién no he sido enviado si me apego a mi texto? Porque va más lejos aún: no
sólo da una descripción particular, de manera que pueda encontrarse cada caso
individual, sino que más adelante hace un recorrido general, y dice: "Vé por los
caminos y por los callejones." Aquí hacemos entrar a todos los rangos y condiciones
de hombres: al gran señor en su caballo por el camino, y a la mujer caminando con
todo el peso de sus preocupaciones. Al ladrón emboscando al que va por el camino;
todos ellos están en los caminos, y todos ellos son forzados a entrar, y allá en los
callejones descansan las pobres almas cuyos refugios construidos de mentiras han
sido destruidos, y buscan ahora un pequeño albergue para sus cansadas cabezas. A
ustedes, también, hemos sido enviados esta mañana. Este es el mandato universal:
fuérzalos a entrar.

Ahora, hago una pausa después de haber descrito el carácter. Hago una pausa para
mirar hacia la tarea parecida a la de Hércules que está frente mí. Bien dijo
Melanchton: "El viejo Adán fue demasiado fuerte para el joven Melanchton." Como
si un niño quisiera doblegar a un Sansón, así busco yo conducir a un pecador hacia
la Cruz de Cristo. Y, sin embargo, el Señor me envía con ese encargo. Allí, veo ante
mí la gran montaña de la depravación humana y de la torpe indiferencia, pero por la
fe exclamo, "¿Quién eres tú, oh gran montaña? ¡Delante de Zorobabel serás
aplanada!"

¿Mi señor me dice: fuérzalos a entrar? Entonces, aunque el pecador sea como un
Sansón y yo como un niño, lo conduciré con un hilo. Si Dios me dijo que lo hiciera, y
yo lo intento con fe, se hará; y si con un corazón que gime, lucha y llora, busco este
día forzar a los pecadores a venir a Cristo, las dulces exigencias del Espíritu Santo
irán con cada palabra, y algunos serán forzados a entrar, con toda certeza.

II. Y ahora manos a la obra, directo a la tarea. Hombres y mujeres inconversos,


todavía sin reconciliación y sin regeneración, a ustedes debo FORZARLOS A
ENTRAR. Permítanme abordarlos en los caminos del pecado y repetirles otra vez mi
encargo. El Rey del Cielo les envía esta mañana una inmerecida invitación. Él dice:
"¡Vivo yo, que no quiero la muerte del impío, sino que el impío se aparte de su
camino y viva!"

"Venid, pues, dice Jehovah; y razonemos juntos: Aunque vuestros pecados sean
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como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el
carmesí, vendrán a ser como blanca lana." Queridos hermanos, mi corazón se
regocija al pensar que tengo tan buena nueva que decirles, y sin embargo confieso
que mi alma también está triste porque veo que ustedes no la consideran una buena
nueva, sino que se alejan de ella, y no le dan su debida consideración.

Permíteme decirte lo que el Rey ha hecho por ti: Él conocía tu culpa, Él sabía
anticipadamente que ustedes se irían a la ruina. Sabía que su justicia exigiría la
sangre de ustedes, y para resolver esta dificultad, y que su justicia fuera
debidamente cumplida, y que aún así ustedes pudieran ser salvos, Jesucristo ha
muerto. Contemplen por un momento este cuadro. ¿Ven a ese hombre allí de
rodillas en el jardín de Getsemaní, sudando gotas de sangre? ¿Ven después esto: ven
a ese Ser que sufre atado a un pilar y que es azotado con terribles latigazos, hasta
que los huesos de sus hombros se vuelven visibles como blancas islas en medio de
un mar de sangre? Otra vez, vean este tercer cuadro. Es el mismo Hombre que
cuelga en la Cruz con las manos extendidas, y con los pies firmemente clavados,
agonizante, gimiendo y sangrando; es como si el cuadro hablara y dijera,
"Consumado es."

Todo esto ha hecho Jesucristo de Nazaret para que Dios pudiera, de manera
consistente con su justicia, perdonar el pecado. Y el mensaje para ustedes esta
mañana es este: "Cree en el Señor Jesús y serás salvo." Es decir, confíen en Él,
renuncien a sus obras y a sus caminos, y pongan su corazón solamente en este
Hombre, quien se entregó, Él mismo, por los pecadores.

Bien hermanos, les he dicho el mensaje, ¿qué dicen al respecto? ¿lo rechazan? Me
dicen que para ustedes no es nada. No pueden escucharlo; que me escucharán muy
pronto. Pero quieren continuar en su camino en este día y cuidar sus propiedades y
sus bienes. Deténganse hermanos, no solamente me fue dicho que les dijera el
mensaje y continuara con mis asuntos. No. Se me pide que les fuerce a entrar. Y
permítanme hacerles esta observación antes que siga adelante, que hay una cosa
que puedo decir, y de la que Dios es testigo esta mañana, que es en serio mi deseo
que obedezcas este mandato de Dios. Puedes despreciar tu propia salvación, pero yo
no la desprecio. Te puedes ir y olvidar lo que vas a oír, pero recuerda por favor que
las cosas que ahora te digo me costaron muchos sufrimientos antes que viniera aquí
para expresarlas. Te hablo desde la parte más íntima de mi alma, mi pobre
hermano, cuando te suplico por quien vive y estuvo muerto, y está vivo para
siempre. Considera el mensaje de mi Señor que me pide que te lo presente ahora.

¿Pero acaso lo desprecias? ¿Todavía lo rechazas? Entonces debo cambiar mi tono


por un minuto. No solamente te diré el mensaje y te invitaré como lo hago con toda
seriedad y afecto sincero, sino que iré más lejos. Pecador, en el nombre de Dios te
ordeno que te arrepientas y creas. ¿Me preguntas de dónde viene mi autoridad? Soy
un embajador del Cielo. Mis credenciales, algunas de ellas secretas y en mi propio
corazón. Y otras están abiertas ante ustedes y tienen los sellos de mi ministerio que
son las muchas personas algunas sentadas y otras de pie en esta iglesia, donde Dios
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me ha dado muchas almas por mis servicios. Como el Dios eterno me ha dado una
comisión para predicar Su evangelio, les ordeno que crean en el Señor Jesucristo.
No por mi propia autoridad sino por la autoridad de quien dijo, "Id por todo el
mundo y predicad el evangelio a toda criatura." Y luego añadió esta solemne
sanción, "El que cree y es bautizado será salvo; pero el que no cree será condenado."
Rechacen mi mensaje, y recuerden "El que ha desechado la ley de Moisés ha de
morir sin compasión por el testimonio de dos o tres testigos." ¿Cuánto mayor
castigo pensáis que merecerá el que ha pisoteado al Hijo de Dios? Un embajador no
tiene menor rango que el hombre con quien trata, puesto que está colocado en alto.
Si el ministro escoge asumir la dignidad adecuada, y es ceñido con la omnipotencia
de Dios, y es consagrado con su santa unción, debe mandar a los hombres, y hablar
con toda autoridad para forzarlos a entrar: "convence, reprende y exhorta con toda
paciencia y enseñanza."

¿Pero te alejas y dices que no aceptarás órdenes? Entonces otra vez cambiaré mi
nota. Si lo anterior no ayuda, todos los otros medios a mi alcance serán intentados.
Queridos hermanos, vengo a ustedes con mi lenguaje sencillo, para exhortales que
corran hacia Cristo. Oh, hermanos míos, ¿no saben que es un Cristo lleno de amor?
Déjenme decirles desde mi propia alma lo que sé de Él. Yo también, alguna vez lo
desprecié. Él tocaba a la puerta de mi corazón y yo rehusaba abrirla. Venía a mí,
innumerables veces, mañana tras mañana, y noche tras noche. Me reconvenía en mi
conciencia y me hablaba por medio de su Espíritu, y cuando, por fin, los truenos de
la Ley prevalecieron en mi conciencia, creía que Cristo era cruel y sin amor.

Oh, no me puedo perdonar nunca a mí mismo por haber pensado tan mal de Él.
Pero qué recepción tan llena de amor tuve cuando fui hacia Él. Yo pensaba que me
castigaría, pero su mano no estaba cerrada por la ira sino completamente abierta en
misericordia. Yo pensaba, completamente seguro, que sus ojos lanzarían
relámpagos de ira hacia mí; pero, en lugar de ello, estaban llenos de lágrimas. Cayó
sobre mi cuello y me besó. Me quitó mis harapos y me vistió con Su justicia, e hizo
que mi alma cantara en alto de alegría; al tiempo en la casa de mi corazón y en la
casa de Su iglesia había música y danza, porque el hijo que había perdido fue
encontrado, y el que estaba muerto recibió de nuevo la vida.

Te exhorto, pues, a que mires a Jesucristo para que tu carga sea aligerada. Pecador,
nunca lo lamentarás, seré un testimonio por mi Señor que no lo lamentarás nunca,
no suspirarás para regresar a tu estado de condenación. Saldrás de Egipto e irás a la
Tierra Prometida y la encontrarás fluyendo con leche y miel. Encontrarás pesadas
las pruebas de la vida cristiana, pero recibirás Gracia para que se vuelvan livianas.
En cuanto a los goces y deleites de ser un hijo de Dios, si hoy te miento me lo
cargarás en los días venideros. Si saboreas y ves que el Señor es bueno, no tengo la
menor duda que descubrirás que no sólo es bueno, sino mejor de lo que lo pueden
describir los labios de los hombres.

No sé qué argumentos utilizar contigo. Apelo a tus propios intereses. Oh, mi pobre
amigo, ¿no sería mejor para ti reconciliarte con el Dios del Cielo, que ser su
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enemigo? ¿Qué ganas con oponerte a Él? ¿Acaso eres más feliz siendo su enemigo?
Responde, buscador de placeres: ¿has hallado deleites en esa copa? Respóndeme,
fariseo: ¿has hallado descanso para las plantas de tus pies en todos tus trabajos? Oh
tú, que te empeñas en establecer tu propia justicia, te mando que dejes hablar a tu
conciencia. ¿Has encontrado que es una senda feliz? Ah, mi amigo, "¿Por qué
gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no satisface? Oídme
atentamente y comed del bien, y vuestra alma se deleitará con manjares."

Te exhorto por todo lo que es sagrado y solemne, todo lo que es importante y


eterno, ¡huye para salvar tu vida! No mires hacia atrás, no te quedes en la llanura,
no te detengas hasta que hayas probado, y encontrado un interés en la sangre de
Jesucristo, esa sangre que nos lava de todo pecado. ¿Todavía permaneces frío e
indiferente? ¿Acaso no me permitirá el ciego que lo guíe a la fiesta? ¿No querrá mi
amigo lisiado poner su mano en mi hombro y permitirme que lo lleve al banquete?
¿No consentirá el pobre que camine junto a él? ¿Acaso debo usar palabras más
fuertes? ¿Debo ejercer alguna otra presión para forzarlos a entrar? Pecadores, a esto
estoy resuelto esta mañana, y si no son salvos ustedes no tendrán excusa. Ustedes,
desde el que peina canas hasta el que está en su infancia, si no se aferran a Cristo
hoy, la sangre de ustedes será sobre sus propias cabezas.

Si hay poder en el hombre para traer a su compañero, (como lo hay cuando el


hombre es ayudado por el Espíritu Santo) ese poder será ejercido esta mañana, con
la ayuda de Dios. Vamos, no me voy a desanimar por sus rechazos. Si falla mi
exhortación, intentaré otra cosa. Hermanos míos, les suplico, les suplico que se
detengan y consideren. ¿Saben qué es lo que están rechazando esta mañana? Están
rechazando a Cristo, su único Salvador. "Porque nadie puede poner otro
fundamento que el que está puesto." " Y en ningún otro hay salvación, porque no
hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos."
Hermanos míos, no puedo soportar que ustedes hagan esto, pues yo sí recuerdo lo
que ustedes están olvidando: el día vendrá en el que ustedes van a necesitar un
Salvador. No falta mucho para que pasen los cansados meses, y su fortaleza
comience a declinar. El pulso les fallará, su fuerza los va a abandonar, y ustedes y el
horrendo monstruo, LA MUERTE, se enfrentarán entre sí. ¿Qué van a hacer en las
crecidas corrientes del Jordán sin un Salvador? Los lechos de muerte son cosas frías
sin el Señor Jesucristo.

De cualquier manera morir es algo horrible. El que tiene la mejor esperanza, y la fe


más triunfal, encuentra que la muerte no es un asunto de risa. Es algo terrible pasar
de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo inmortal, del tiempo a la eternidad. Y
van a encontrar que es difícil pasar por las puertas de hierro de la muerte sin las
dulces alas de los ángeles conduciéndoles a los portales de los cielos. Será una cosa
muy dura morir sin Cristo.

No puedo evitar pensar en ustedes. Los veo actuar como suicidas esta mañana, y me
imagino a mí mismo parado al lado de sus camas escuchando sus gritos, y sabiendo
que se están muriendo sin esperanza. No puedo soportar eso. Me parece estar junto
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a su féretro ahora, viendo sus rostros pálidos y fríos, y yo digo: "Este hombre
despreció a Cristo y descuidó la gran salvación." Pienso cuán amargas lágrimas voy
a derramar en ese momento, si pienso que no les he sido fiel; y cómo esos ojos
cerrados permanentemente en la muerte, pareciera que me reprochan y dicen:
"Ministro, asistí a tus predicaciones en el famoso Music Hall, pero no te
preocupaste seriamente por mí; me divertiste, me predicaste, pero no me rogaste.
No supiste lo que Pablo quiso decir cuando dijo, "y como Dios os exhorta por medio
nuestro, rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!"

Les suplico que permitan que este mensaje entre en su corazón, por otra razón. Me
imagino a mí mismo de pie en el tribunal de Dios. Como es cierto que el Señor vive,
el día del juicio viene. ¿Creen en eso ustedes? Ustedes no son infieles. Su conciencia
no les permitiría dudar de la Escritura. Tal vez han pretendido hacerlo, pero no
pueden.

Sientes que debe haber un día que Dios va a juzgar al mundo en justicia. Te veo en
medio de la multitud y el ojo de Dios está fijo en ti. Te parece a ti que Él no está
mirando hacia ningún otro lado, sino sólo a ti, y te llama ante Él. Y Él lee tus
pecados y exclama, "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno del infierno."

Mi querido lector, no puedo soportar pensarte en esa situación; me parece que


todos los cabellos de mi cabeza se ponen de punta al pensar en la condenación de
cualquiera de mis lectores. ¿Se imaginan ustedes en esa situación? La palabra ha
sido pronunciada: "Apartaos de mí, malditos." ¿Ves el abismo cuando se abre para
tragarte? ¿Oyes los gritos y alaridos de los que te han precedido en ese eterno lago
de tormento? En vez de imaginar esa escena, me vuelvo hacia ti con las palabras del
Profeta inspirado, y te digo: "¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego
consumidor? ¿Quién de nosotros podrá habitar con las llamas eternas?" ¡Oh! Mi
hermano, no te puedo permitir que hagas de lado de esa manera la religión. No, yo
pienso en lo que va a venir después de la muerte. Estaría privado de toda
humanidad si viera a una persona a punto de envenenarse y no le arrancara la copa.
O si viera a alguien a punto de lanzarse desde el Puente de Londres, y no lo asistiera
para impedirlo. Y sería peor que un demonio si ahora con todo amor, y amabilidad y
verdad, no te implorara a: "echar mano de la vida eterna," y: "Trabajar, no por la
comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna."

Algún hiper-calvinista me diría que estoy equivocado al hacer esto. No puedo


evitarlo. Debo hacerlo. Y puesto que al final debo estar ante mi Juez, siento que no
tendré una prueba completa de mi ministerio a menos que suplique con muchas
lágrimas que ustedes quieran ser salvados, que ustedes quieran mirar a Jesucristo y
recibir Su gloriosa salvación.

¿Pero acaso sirve de algo? ¿Acaso todas mis súplicas se han desperdiciado ya que
ustedes no les han prestado ninguna atención? Entonces, otra vez cambio mi nota.
Pecador, te he suplicado como un hombre le suplica a su amigo, y si fuera por mi
propia vida no podría hablar con más fervor en esta mañana como lo hago por la
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tuya. Me preocupé en serio por mi alma, pero ni un cachito más de lo que me


preocupan las almas de mi congregación esta mañana. Y por tanto, si hacen de lado
estas súplicas, tengo algo más: Debo amenazarlos. No siempre tendrán
advertencias como estas:

Viene el día, cuando será apagada la voz de todo ministro del Evangelio, al menos
para ti. Porque tu oído estará congelado en la muerte. Ya no habrá ninguna
amenaza. Será más bien el cumplimiento de la amenaza. No habrá promesa, ni
proclamaciones de perdón y misericordia; ni sangre que hable de paz. Sino que
estarás en la tierra donde el día del Señor es tragado enteramente en noches eternas
de desdicha, y donde la predicación del Evangelio está prohibida porque ambos
serían infructuosos. Te pido entonces que escuches esta voz que se dirige ahora a tu
conciencia. Pues sino, Dios te hablará en Su ira, y te dirá con sumo disgusto: "Pero,
por cuanto llamé, y os resististeis; extendí mis manos, y no hubo quien escuchara
(más bien, desechasteis todo consejo mío y no quisisteis mi reprensión), yo también
me reiré en vuestra calamidad. Me burlaré cuando os llegue lo que teméis, cuando
llegue como destrucción lo que teméis cuando vuestra calamidad llegue como un
torbellino y vengan sobre vosotros tribulación y angustia." Pecador, te vuelvo a
amenazar. Recuerda, puede ser que tengas muy poco tiempo para oír estas
advertencias. Tú imaginas que tu vida será larga, ¿pero acaso no sabes qué corta es?
¿Alguna vez has intentado medir cuán frágil eres? ¿Has visto el cuerpo de un
muerto cuando ha sido cortado en pedazos por los estudiantes de anatomía? ¿Has
visto algo tan maravilloso como la estructura humana?

"Qué extraño, que una arpa de mil cuerdas,
Se conserve afinada por tanto tiempo."  

Pero deja que tan sólo una cuerda se tuerza, que un bocado de comida se vaya por la
dirección equivocada, y te puedes morir. Por el más insignificante incidente, te
puedes morir en cualquier momento, cuando Dios lo quiera. Hombres muy fuertes
han perecido en pequeños y ligeros accidentes, y eso te puede pasar a ti. En la
capilla, en la casa de Dios, han caído muertos algunos hombres. Muy a menudo nos
enteramos de personas que caen en nuestras calles, rodando del tiempo a la
eternidad, por algún súbito ataque. ¿Estás seguro que ese corazón tuyo está
perfectamente sano? ¿Circula tu sangre con toda precisión? ¿Estás completamente
seguro de eso? Y si así es, ¿cuánto tiempo te va a durar?

Oh, tal vez hay aquí quienes nunca verán el día de Navidad. puede ser que el
mandato ya haya salido: "Pon en orden tu casa, porque vas a morir y no vivirás." De
toda esta gran congregación, no podría decir con precisión cuántos estarán muertos
en un año; pero sí es cierto que el grupo congregado ahora nunca se volverá a reunir
completo otra vez en otra asamblea. Algunos de esta vasta multitud, tal vez dos o
tres, partirán antes de que recibamos al nuevo año. Les recuerdo, pues, queridos
hermanos , que la puerta de la salvación puede cerrarse, o muy bien pudieras estar
lejos de donde está la puerta de la misericordia. Vamos, pues, deja que la amenaza
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tenga poder sobre ti. No te lo digo para amenazarte sin motivo, sino con la
esperanza de que la amenaza de un hermano pueda conducirte al lugar en donde
Dios ha preparado el banquete del Evangelio.

Y ahora, ¿me debo ir sin ninguna esperanza? ¿Ya se agotó todo lo que puedo decir?
No, regreso nuevamente contigo. Dime, hermano, ¿qué es lo que te mantiene
alejado de Cristo? Escucho que alguien dice: "Oh, señor, es porque me siento
demasiado culpable." Eso no puede ser, mi amigo, no puede ser. "Pero, señor, soy el
primero de los pecadores." Amigo mío, no lo eres. El primero de los pecadores
murió y fue al cielo hace muchos años. Su nombre era Saulo de Tarso, después
llamado el apóstol Pablo. Él fue el primero de los pecadores, y yo sé que dijo la
verdad de Dios. "No", aún dices, "soy demasiado vil." No puedes ser más vil que el
primero de los pecadores. Cuando mucho eres el segundo entre los peores. Pero aun
suponiendo que eres el peor que vive hoy día, sigues siendo el segundo, porque
Pablo fue el primero. Pero supongamos que eres el primero, ¿no es esa
precisamente la razón para que vengas a Cristo? Entre peor sea la condición de un
hombre, con mayor razón debería ir al hospital o con un médico. Entre más pobre
seas, mayor razón tienes para aceptar la caridad que te ofrece otro.

Ahora bien, Cristo no busca ningún mérito tuyo. Él da gratuitamente. Entre peor
seas, más bienvenido eres. Pero déjame preguntarte: ¿Crees que te volverás mejor
manteniéndote alejado de Cristo? Si es así, todavía sabes muy poco acerca del
camino de la salvación. No, señor, entre más te detengas, te volverás peor. Tu
esperanza se debilitará, tu desesperación se hará más fuerte. El clavo con el que
Satanás te ha sujetado estará más firmemente clavado, y tendrás menos esperanza
que nunca. Mira, te lo suplico, recuerda que no ganas nada con la demora, pero por
ella puedes perderlo todo. "Pero," exclama otro: "siento que no puedo creer." No,
amigo mío, y nunca vas a creer si primero miras a la fe. Recuerda, que no he venido
para invitarte a la fe, sino que he venido para invitarte a Cristo. Pero dices, ¿cuál es
la diferencia? Pues simplemente ésta: si primero que nada dices, "yo quiero creer en
algo," nunca creerás. Tu primera pregunta debe ser, ¿qué es esta cosa en la que debo
creer?" Así la fe vendrá como consecuencia de esa búsqueda.

Nuestro primer negocio no tiene que ver con la fe, sino con Cristo. Ven, te lo
suplico, al monte del Calvario, y mira la Cruz. Contempla al Hijo de Dios, quien hizo
los cielos y la tierra, que muere por tus pecados. Míralo a Él, ¿no hay poder en Él
para salvar? Mira Su rostro tan lleno de piedad. ¿Acaso no hay amor en Su corazón
que demuestra que está deseando salvarnos? Con toda certeza, pecador, mirar a
Cristo te ayudará a creer. No creas primero, para después ir a Cristo, pues de esa
manera tu fe será una cosa sin ningún valor. Ve a Cristo sin ninguna fe, y arrójate
sobre Él, o te hundes o nadas. Pero oigo otro exclamación: "Oh, señor, no te
imaginas cuántas veces he sido invitado, durante cuánto tiempo he rechazado al
Señor." No lo sé, y no lo quiero saber. Todo lo que sé es que mi Señor me ha enviado
para forzarte a entrar, así que ven ahora. Puedes haber rechazado mil invitaciones,
no conviertas esta en la mil una.

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25/2/2018 Charles Spurgeon / Fuérzalos a Entrar / sermón 227 del 5 de diciembre de 1858 / New Park Street

Has estado en la casa de Dios, y sólo te has endurecido para recibir el evangelio.
Pero ¿acaso no veo una lágrima en tu ojo? Vamos, hermano mío, no te endurezcas
por el sermón de esta mañana. ¡Oh, Espíritu del Dios viviente, ven y derrite este
corazón porque nunca ha sido derretido, y fuérzalo a entrar! No te puedo dejar ir
con excusas tan vanas como esas; si has vivido tantos años menospreciando a
Cristo, hay muchísimas razones por las que no debes menospreciarlo ahora.

¿Pero no te oí decir en voz baja que este no es el momento oportuno? ¿Entonces qué
debo decirte? ¿Cuándo va a llegar ese momento oportuno? ¿Vendrá cuando estés en
el infierno? ¿Vendrá cuando te estés muriendo, y las tenazas de la muerte se cierren
sobre tu garganta; será entonces? ¿O cuando el sudor que quema esté abrasando tu
frente; y entonces otra vez, cuando el frío sudor pegajoso esté allí, ¿serán esos los
tiempos adecuados?

¿Cuando los dolores estén torturándote, y estés al borde de la tumba? No, señor,
esta mañana es el momento conveniente. Que Dios lo haga así. Recuerda, no tengo
autoridad de pedirte que vengas a Cristo mañana. El Señor no te ha invitado para
venir a Él el próximo martes. La invitación es, "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones, como en la provocación," porque el Espíritu dice "hoy." "Venid,
pues, dice Jehovah; y razonemos juntos" ¿por qué lo pospondrías? Podría ser la
última advertencia que puedas tener alguna vez. Posponlo, y puede ser que nunca
más vuelvas a llorar en la iglesia. Podrías no tener nunca más la posibilidad de oír
un sermón tan apasionado dirigido a ti. Puede ser que ya nunca te supliquen como
yo te estoy suplicando ahora. Puedes irte ahora y Dios puede decir, "él es dado a
ídolos; déjalo." Él arrojará las riendas sobre tu cuello; y entonces, pon atención, tu
camino es seguro, es el camino de la segura condenación y rápida destrucción.

Y ahora de nuevo, ¿todo esto es en vano? ¿No quieres venir a Cristo ahora?
Entonces, ¿qué más puedo hacer? No tengo sino un último recurso, y lo voy a
utilizar ahora. Se me permite que llore por ti; se me autoriza a orar por ti. Puedes
despreciar mi predicación; puedes reírte del predicador; puedes llamarlo fanático si
quieres; no te va a regañar, no traerá ninguna acusación en tu contra ante el gran
Juez. Tu ofensa, en lo que a el concierne, está perdonada antes de que sea cometida;
pero debes recordar que el mensaje que estás rechazando esta mañana es un
mensaje de Alguien que te ama, y también se te da por los labios de alguien que te
ama. Debes recordar que tú puedes jugar tu alma con el diablo, que puedes pensar
con ligereza que es un asunto sin mayor importancia; pero hay alguien que está
preocupado por tu alma, y uno que antes de venir aquí luchó con su Dios pidiendo
fortaleza para predicarte, y quien cuando se haya ido de este lugar no olvidará a su
audiencia de esta mañana.

Vuelvo a repetirlo, cuando las palabras nos fallan podemos derramar lágrimas; pues
las palabras y las lágrimas son las armas con las que los ministros del evangelio
fuerzan a los hombres a entrar. Tú no sabes, y supongo que no lo puedes creer, qué
ansias siente un hombre a quien Dios ha llamado al ministerio por su congregación,
y especialmente por algunos de los miembros. Oí el otro día de un joven que asistió
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a esta iglesia durante mucho tiempo, y que la esperanza de su padre era que fuera
traído a Cristo. Sin embargo, ese joven se hizo amigo de un incrédulo; y ahora
descuida sus deberes, y vive cada día en el camino del pecado. Vi el rostro pálido de
su padre. No le pedí que me dijera lo que le pasaba, pues sentí que sería remover la
pena y abrir de nuevo la herida. Temo, a veces, que los cabellos grises de ese buen
hombre se irán a la tumba llenos de pena.

Jóvenes, ustedes no oran por ustedes mismos, pero sus madres luchan por ustedes.
Ustedes no piensan en sus propias almas, pero la preocupación de sus padres es
ejercitada por ustedes. He estado en reuniones de oración, y he oído a los hijos de
Dios orar allí, y no hubieran podido orar con más celo y más intensidad de angustia
si cada uno de ellos hubiera estado buscando la salvación de su propia alma. ¿Y no
es extraño que nosotros estemos listos para mover cielo y tierra por la salvación de
ustedes, y que ni aún así ustedes no piensen en ustedes mismos y no tengan ningún
respeto para las cosas eternas?

Ahora me dirijo por un momento a algunos de ustedes en particular. Hay algunos


aquí que son miembros de iglesias cristianas, y que hacen una profesión de religión.
Pero, a menos que me equivoque, y me daría mucho gusto estarlo, su profesión es
una mentira. No viven de acuerdo a ella, la deshonran. Viven en la práctica perpetua
de no asistir a la casa de Dios, si no es que viven peores pecados aun. Ahora yo les
pregunto a esos que no son el adorno de la doctrina de Dios su Salvador, ¿se
imaginan que me pueden llamar su pastor, y que mi alma no pueda temblar por
ustedes y que en secreto no derrame lágrimas por ustedes? Repito y digo que puede
ser asunto de poca importancia para ustedes cómo manchan su ropa cristiana, pero
es un asunto de gran preocupación para quienes suspiran y lloran y se lamentan por
las iniquidades de los que profesan en Sión.

¿No le queda al ministro ninguna otra cosa, además de llorar y de orar? Sí, hay algo
más. Dios no les ha dado a sus siervos el poder para dar la regeneración, pero les ha
dado algo relacionado. Es imposible que un hombre pueda regenerar a su vecino. Y,
sin embargo ¿cómo nacen los hombres de nuevo a Dios? ¿No habla el apóstol de
alguien (Onésimo) a quien había engendrado en sus prisiones? Ahora pues, el
ministro tiene un poder que le es dado por Dios, para ser considerado padre y
madre de aquellos nacidos de Dios, pues el apóstol dijo que sufrió dolores de parto
por las almas hasta que Cristo fue formado en ellas. ¿Qué podemos hacer entonces?
Podemos ahora apelar al Espíritu. Sé que he predicado el Evangelio, y que lo he
predicado con mucho celo. Le recuerdo a mi Señor que honre Su propia promesa. Él
ha dicho que Su palabra no volverá a Él vacía, y no volverá. Está en Sus manos, no
en las mías. No puedo forzarlos, pero Tú Oh Espíritu de Dios, que tienes la llave del
corazón, Tú puedes forzarlos.

¿Alguna vez notaron en ese capítulo del Apocalipsis, donde dice, "He aquí, yo estoy
a la puerta y llamo," que unos cuantos versículos antes, la misma Persona es
descrita como el que tiene la llave de David? De manera que, si tocar a la puerta no
funciona, Él tiene la llave y puede y quiere entrar. Ahora, si el llamado a la puerta de
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un ministro lleno de celo no prevalece contigo esta mañana, queda todavía ese
secreto abrir del corazón que lleva a cabo el Espíritu, de manera que serán forzados
a entrar. Consideré mi deber trabajar con ustedes como si yo pudiera forzarlos. Pero
ahora lo dejo todo en las manos de mi Señor. No puede ser Su voluntad que después
de haber trabajado tanto en el parto, no demos a luz hijos espirituales. Todo
depende de Él. Él es Señor del corazón y el día lo va declarar: que algunos de
ustedes llevados por la Gracia Soberana, se han convertido en prisioneros
voluntarios de Jesús, que todo lo conquista y han sometido sus corazones a Él por
medio del sermón de esta mañana.

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