2 El Sujeto Moral - Libertad Conocer Desear
2 El Sujeto Moral - Libertad Conocer Desear
2 El Sujeto Moral - Libertad Conocer Desear
El siguiente apartado está dedicado a explicar cuáles son y cómo funcionan los
principios que hacen posible y motivan el comportamiento libre, en el cual se debe hacer
realidad concreta la dirección de la voluntad hacia el bien. La libertad humana es en sí
misma una realidad espiritual, no reducible a la simple evolución de la materia. Sin em-
bargo, no es la libertad desencarnada de un sujeto puramente espiritual ni tampoco la
opción autónoma de un yo situado fuera del espacio y del tiempo. La acción libre repre-
senta el momento culminante y el principio de integración de un complicado proceso
que, por los fenómenos de interacción y de retroalimentación que en él se verifican,
tiene cierto carácter circular.
La conducta humana puede ser concebida, en efecto, como un proceso de co-
municación entre el hombre y el mundo, que en su conjunto mira a realizar el tipo de
vida que la persona desea para sí. En la conducta es posible distinguir analíticamente
cinco elementos fundamentales: 1) las inclinaciones y las tendencias, que llamaremos
genéricamente el deseo o desear humano; 2) el conocimiento sensible e intelectual de
los bienes a los que las tendencias se refieren; 3) la reacción afectiva o afectividad (sen-
timientos, emociones, pasiones), por la que la persona es y se siente afectada positiva o
negativamente según la relación que lo percibido tenga con sus inclinaciones y tenden-
cias; 4) el comportamiento o acción libre gobernado por la inteligencia y la voluntad,
facultades estas últimas a través de las cuales la persona elabora, valora y a veces mo-
difica los tres elementos anteriormente mencionados; y 5) los hábitos, suma expresión
de la libertad de la persona que mediante ellos modifica, para el bien o para el mal (vir-
tudes y vicios), la propia constitución operativa esencial, es decir, sus inclinaciones y
tendencias, su capacidad de juzgar, de decidir y de realizar, por lo que los hábitos cierran
el círculo pasando a ser el primer elemento de la serie, ya que en la práctica el compor-
tamiento procede de las inclinaciones y tendencias modificadas por los hábitos adquiri-
dos.
La libertad de coacción
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Libertad y amor
El amor no es otra cosa que la afirmación libre del
bien. En términos generales, el amor es el acto pri-
mordial de la voluntad libre, la primera impresión
que un fin (un bien amable en sí y por sí) provoca en
el espíritu, despertando el deseo y, muchas veces,
también el sentimiento; en él tienen su origen los
demás actos de la voluntad: intención, elección,
gozo, etc.
La moral tiene sus raíces más profundas en la persona, que consiste en «ser-
con». La moral se refiere a la vida que la persona vive entre personas. El fondo del pro-
blema moral consiste en la afirmación o negación concreta del bien a través del amor.
Aunque el hombre no lo sepa explícitamente en la
afirmación del bien o en su negación (aunque no lo
afirme porque es malo, sino sabiendo que es malo),
el hombre se repliega sobre sí mismo o el que es ca-
paz de verdadera amistad, quien sabe promover el
bien ajeno en cuanto tal, y no porque ello le resulte
útil, que se mueven dentro de la lógica del dar, del
construir, en la que se mueve sólo quien es capaz de
entenderla y de gozarse en ella. Estas reflexiones
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nos permiten vislumbrar que la ordenación de la libertad al bien no puede ser entendida
en último término como adhesión a valores abstractos o ideales impersonales.
“Ser” significa algo en parte igual y en parte distinto tanto para la persona como para
los entes no personales (por esto se dice que el “ser” es analógico). Pero para la persona
“ser” es “ser con”, la persona “co-es”. Es impen-
sable la existencia de una sola persona, que se-
ría algo así como una tragedia. Puesto que el ser
personal del hombre es poseído y modulado
por la esencia humana, en ésta hay que buscar
la razón de las particulares consecuencias que
el “ser-con” tiene para el hombre. Concreta-
mente, ahora se trata de entender cómo y por
qué el “ser-con-otro” o el “ser-con-otros” se
manifiesta en nuestro caso también como capa-
cidad de “ser-afectado-por otros”, es decir, como afectividad y como pasión.
Sobre todo, hay que tener en cuenta que la composición de alma y cuerpo, como
la síntesis de naturaleza y libertad en el ser humano, nos permiten entender que la ac-
ción humana libre no es pura iniciativa sin raíces.
Alma y cuerpo
En el ser de la persona humana subsiste un espíritu que es esencialmente la
forma de un cuerpo. Por eso, la unidad de la esencia humana no es absoluta simplicidad.
Consiste más bien en la composición sustancial de dos co-principios: uno material y otro
espiritual. Unión sustancial significa que no se
trata de la unión de dos entes ya constituidos,
sino de que el elemento material queda estruc-
turado como cuerpo humano por el alma racio-
nal. El cuerpo humano no es independiente del
espíritu, como tampoco el espíritu humano es
independiente del cuerpo mientras está vivifi-
cándolo. La dependencia es tan estrecha, que
hasta la actividad humana más espiritual está
de algún modo permeada de la condición cor-
pórea, de modo análogo a como el cuerpo está gobernado y finalizado por el espíritu.
Del hecho que el alma racional humana informe un cuerpo, exige que el hombre
racional también posee las facultades operativas propias de la vida vegetativa y de la
vida sensitiva, además de las que son específicas de la vida racional. Las facultades prin-
cipales de la vida vegetativa, que es la única poseída por las plantas, son la nutrición, el
crecimiento y la reproducción. La vida sensitiva se caracteriza por tener además un sis-
tema perceptivo (sentidos externos e internos) y un sistema apetitivo, por los que se
establece una relación con el medio ambiente encaminada a la satisfacción de las fun-
ciones vegetativas del organismo. A través de la percepción sensible el animal capta un
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Naturaleza y libertad
La complejidad estructural de la persona humana como sujeto moral no se deriva
únicamente de la composición de alma y cuerpo.
Existe también un nivel de composición propio de la
racionalidad humana, en cuanto que ella representa
una particular síntesis de naturaleza y libertad. La dis-
tinción entre naturaleza y libertad tiene un significado
diverso en el plano entitativo y en el plano operativo.
de otra determinación que la que procede de la propia decisión. Sin embargo, esta di-
versidad en el modo de obrar no puede prolongarse indefinidamente.
También se tiene en cuenta, que existe una inclinación o tendencia natural de la
voluntad hacia el bien captado como tal por la razón, que es el fundamento y la condi-
ción de posibilidad de su libertad de elección ante los bienes concretos. Esto no quiere
decir que algunos actos concretos de la voluntad (algunas decisiones) sean necesarios
mientras que otros son libres. Significa, más bien, que la voluntad es en virtud de su
misma naturaleza —necesariamente antes, y con independencia de cualquier acto del
individuo— una facultad de desear el bien que le presenta la inteligencia, y que se ma-
nifiesta como aspiración a la felicidad. La tendencia de la voluntad al bien inteligible
constituye su horizonte intencional básico y la razón de su automovimiento, cuya pre-
sencia informa a nivel fundamental todos los actos concretos de la voluntad, que son
siempre libres. Todo lo que se quiere libremente, se quiere porque la inteligencia des-
cubre en ello una razón de bien, que puede ser verdadera o sólo aparente.
Anteriormente habíamos dicho que tanto la composición de alma y cuerpo como
la síntesis de naturaleza y libertad nos permiten entender que la libertad humana no es
pura iniciativa sin raíces. El hombre posee inclinaciones y necesidades ligadas a su cor-
poreidad, a su sensibilidad y a su misma naturaleza racional que, sin embargo, sólo es
posible satisfacer mediante el comportamiento inteligente y libre. En la vida moral, te-
mas y necesidades procedentes de la no-libertad son continuamente elevados al plano
de la libertad, donde siempre son de algún modo transformados y a veces corregidos o
incluso rechazados. La libertad se alimenta de motivaciones que frecuentemente no vie-
nen de ella misma. De estas motivaciones nos ocupamos a continuación.
La inteligencia y la verdad
La inteligencia es el gran recurso –aunque no el único– de los seres humanos. Es
lo distintivo respecto de otros seres vivientes. Aristóteles define al hombre como un
animal que posee logos. Esta tenencia humana, la de su actividad intelectual, es superior
a las tenencias corpóreas o materiales, que se pueden adscribir al ámbito corpóreo y
material. También es superior a las que se pueden poseer en el conocimiento sensible.
Inteligencia sólo posee el hombre, y es gracias a ella que el ser humano puede alcanzar
niveles muy altos de posesión.
Podemos empezar por distinguir la inteligencia como facultad del acto que la
pone en ejercicio. La primera es considerada como potencia, en cuanto tal tiene la posi-
bilidad de pasar a acto, de actualizarse. En la tradición aristotélica se encuentra una me-
táfora muy bella, la metáfora del hombre despierto y del hombre dormido. El hombre
dormido representa al hombre que tiene la posibilidad de ejercer actos intelectuales
pero que nos los ejerce; en cambio, el hombre despierto se corresponde con aquel que
ejerce actos cognoscitivos del más alto nivel como son los intelectuales. El hombre no
está siempre despierto en este sentido, pero una vez que estrena la inteligencia, le son
entregadas grandes cotas de verdad. Así se pueden ir conociendo dimensiones de la
realidad hasta entonces insospechadas y se puede iniciar la andadura intelectual con
más o con menos intensidad.
¿Qué es lo que hace que la inteligencia como facultad se actualice? Según la filo-
sofía clásica, esto corre a cargo del intelecto agente. Este intelecto, cuyo descubrimiento
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La realidad es una gran cantera para descubrir, para obtener cotas elevadas de
verdad. El descubrimiento de la verdad supone una actitud previa: la admiración, el des-
habituamiento, la actitud humilde, algo ingenua e insatisfecha, de quien se pone en ca-
mino hacia el encuentro de la verdad, sabiendo interrogarse sobre la realidad. Esto su-
pone la actitud de ir por la vida tratando de descubrir la realidad, de aprender de todo
y de todos, lo cual requiere la capacidad de preguntarse hasta por lo más evidente, pug-
nando por penetrar en las entrañas mismas de la realidad.
En definitiva, la verdad es vital para el ser humano, el cual no puede renunciar a
ella; hacerlo equivaldría a renunciar precisamente a lo que le es propio, a lo que le co-
rresponde, ya que por tener inteligencia el ser humano puede medirse verdaderamente
con la realidad; puede, gracias a su inteligencia, encontrarse con aquello que es necesa-
rio, permanente. Cuando el ser humano no se ha encontrado con la verdad, le ocurre
una desgracia inmensa; sería hacer dejación de su propio ser, no vivir como persona
humana. Una vida así no es propiamente vida, no tendría discursividad, ni continuidad,
sería como una gran oscuridad, estaría a merced de cualquier instancia irracional inte-
rior o exteriormente.
Ahora bien, se puede decir:
1) El pensar acontece como operación y permanece y crece como hábito. El pen-
sar que nace como operación es el pensar operativo, y el que permanece son los hábitos
intelectuales. Esta es la división fundamental del conocimiento intelectual.
2) El pensar operativo es episódico: las operaciones pueden realizarse o no, y
cuando se realizan, tienen lugar y ya está, se detienen; no se conoce con ellas más que
lo ya conocido. Para conocer más, hay que ejercer nuevas operaciones.
3) Las operaciones del pensar son tres, y están jerárquicamente ordenadas de la
inferior a la superior:
a) La primera es la abstracción, también llamada simple aprehensión, mediante
la cual se obtienen los conceptos (como «blanco», «perro»). Esta obtención de los con-
ceptos se realiza mediante una luz intelectual (conocida en la tradición filosófica como
intelecto agente) que el hombre tiene y que se proyecta sobre las imágenes elaboradas
por la imaginación, de las cuales abstrae el concepto.
b) La segunda operación es el juicio, que tiene lugar cuando se reúnen y conectan
entre sí los conceptos, dando lugar a las proposiciones: 'el perro es blanco' es una pro-
posición lingüística que expresa un juicio.
c) La tercera operación se llama razonamiento o simplemente razón, y consiste
en el discurso racional, es decir, en un encadenamiento de proposiciones, lógicamente
conectadas: 'El perro es un animal', 'todos los animales viven y mueren', por tanto, 'los
perros viven y mueren.
4) Los hábitos del pensamiento que adquirimos después de realizar las operacio-
nes que se acaban de señalar son varios. Los más importantes son la ciencia y la sabidu-
ría, y consisten en hábitos de determinados saberes teóricos o prácticos, como saber
sumar, saber francés, saber ser prudente o ganar unas elecciones.
5) Para nosotros es relevante otra división del conocimiento intelectual, según la
cual éste puede ser teórico y práctico. El primero se refiere a la ciencia, el segundo a la
acción práctica, a la ética.
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- Las que tiene en común con los animales (inclinación a la reproducción y al cui-
dado de la prole, que en el hombre se extiende a todo lo relacionado con el matrimonio,
etc.).
- Las que son propias del hombre como ser racional (tendencia a la sociabilidad
y la amistad, al conocimiento, al amor, a la trascendencia).
Para la Ética es importante poder disponer de una noción, aun siendo abierta y
no definitiva, de lo que son las tendencias y que no sea reduccionista. Está en juego la
imagen misma del hombre como sujeto moral.
Si las tendencias fuesen en su conjunto inclina-
ciones egoístas de un sujeto replegado sobre
sí mismo, la vida moral consistiría en rechazar
todas las tendencias, lo que no nos parece ver-
dad; si fuesen de suyo inclinaciones que apun-
tan infaliblemente hacia el bien integral de la
persona, la vida moral consistiría simplemente
en dejarse llevar por ellas, lo que tampoco es
verdad. La vida moral no se desarrolla de es-
paldas a las tendencias, pero exige su interpre-
tación, elaboración y a veces su corrección.
Los sentimientos o pasiones ponen de manifiesto que las cosas o las personas
que nos rodean no nos son indiferentes, puesto que “nos afectan” y “nos modifican”.
Causan en nosotros reacciones interiores que nos permiten valorar su incidencia en
nuestra intimidad y en nuestras tareas: la alegría ante una persona querida, el miedo
ante una situación desconocida, la vergüenza ante un error, son manifestaciones de
nuestro modo de sentir y vivir el encuentro con el mundo y con nuestros semejantes. En
los sentimientos “lo que se recibe del mundo externo aparece bajo el signo del valor,
del significado que posee para la temática de las tendencias”. Por eso, los sentimientos
se modulan entre lo positivo y lo negativo (placer-dolor, simpatía-antipatía, respeto-
burla), y están llamados a desempeñar un importante papel en la percepción humana
de lo bueno y de lo malo. Los sentimientos contienen una primera valoración, esbozan
una toma de posición y sugieren una posible línea de conducta ante lo percibido.
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