The Thin Red Line

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The Thin Red Line: De lo bélico a lo anti-

bélico.

Luego de dos décadas sin sentarse en la silla del director, Terrence Malick realiza la
obra del septimo arte “The Thin Red Line”. Un film bélico que nos introduce, desde
diferentes perspectivas, lo vil que pueden ser estos catastróficos conflictos.

Ambientada en la segunda guerra mundial, el ejército estadounidense deberá asegurar


la isla de Guadalcanal, la cual está en posesión del ejército imperial japonés. El
epicentro de la historia se basa en las vivencias de un soldado llamado Witt,
interpretado por James Caviezel y, a partir de él, la trama se pasea entre distintos
puntos de vista de soldados involucrados en el conflicto; desde los altos mandos, que
tienen disputas entre sí por sus diferentes ideales, hasta los marines más rasos que
intentan cumplir las misiones asignadas.

Malick, basándose en la novela homónima de James Jones, nos trae un guión lleno de
impactantes acontecimientos, contrastando imágenes crudas con otras casi celestiales,
como acostumbra en su filmografía en piezas como “The New World” o “The Tree of
Life”; hurga introspectivamente en soldados que se distancian del típico héroe de
guerra norteamericano que busca medallas y reconocimientos. Además, su infaltable
voz en off, que nos arroja más preguntas que respuestas, sirve como hilo conductor de
la síntesis reflexiva que el realizador texano plasma en este film. Igualmente, utiliza
analogías entre la naturaleza, la humanidad, la guerra y los sentimientos, que son
unificadas mediante los diálogos casi poéticos y que a su vez ensamblan el
rompecabezas de preguntas filosóficas que Terrence deja a lo largo de la trama.

La cinematografía está a cargo de Jhon Toll; una cámara que nos trasmite muy de cerca
el horror de la guerra y lo cruda que esta puede llegar a ser. Toll se atreve a ir más allá
de lograr secuencias de acción magníficas y se toma el tiempo de mostrarnos
subjetivamente el conflicto interno que tienen los distintos personajes en cada suceso.
Mediante estos planos subjetivos, caminamos con los soldados y vemos la
metamorfosis que sufre cada uno en la historia. La naturaleza funciona como una
transición entre secuencias y siempre está presente para dar pie a los diálogos en off.
Los planos repletos de animales, árboles y nativos, sitúan al ecosistema de la isla de
Guadalcanal como espectadora y víctima de las atrocidades provocadas por las
naciones en guerra.

Este largometraje se alzó en 1999 con el prestigioso Oso de Oro de Berlín y obtuvo
siete nominaciones de la Academia de las cuales no ganó ninguna. Curiosamente las
estatuillas de «Mejor director» y «Mejor fotografía» (secciones en las que competía) se
las llevó la memorable “Saving Private Ryan” de Steven Spielberg, un film que aunque
pertenece al mismo género, no tiene punto de comparación con la obra de Malick en
cuanto a visión se habla. La pieza de Spielberg narra una típica historia de guerra llena
de acción y héroes patrios, apegándose así a una fórmula más clásica y hollywoodense;
en cambio, el realizador texano se toma la libertad de sensibilizar al espectador
exponiendo la guerra como el invento más corrosivo de la humanidad, en el cual no
importan las medallas ni los reconocimientos, sino la vida misma siendo destruida.

Es así como “The Thin Red Line” más allá de ser una grandiosa película bélica, que se
carga de la misma manera tanto de acción como de filosofía, se convierte en una
potente reflexión sobre la autodestrucción de la humanidad y la violación de la tierra.

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