La Vocación de La Orden Hoy
La Vocación de La Orden Hoy
La Vocación de La Orden Hoy
[El año 2009 celebraremos, D. m., el VIII centenario de la fundación de la Orden franciscana cuando el papa
Inocencio III aprobó la «Forma de vida» que le presentó San Francisco. Como uno de los medios para
preparar ese acontecimiento, la Orden (OFM) propone de nuevo la Declaración que hizo en su Capítulo
general de 1973 celebrado en Madrid. Carta del Ministro General
Como tuve ocasión de escribiros hace poco en la carta "La gracia de los orígenes", tendremos la gracia de poder
celebrar el VIII centenario de la Fundación de nuestra Orden. Para prepararnos a este gran acontecimiento, el
año 2006 tendremos en Asís el Capítulo general extraordinario, con el que comenzaremos el proceso de
discernimiento y de renovación de la Orden, que es uno de los objetivos que perseguimos con esta celebración.
El Definitorio General ha nombrado una Comisión para la preparación del Capítulo general extraordinario
integrada por: Fr. Francesco Bravi (Vicario general), Fr. Ambrogio Nguyen Van Si (Definidor general), Fr.
Thaddée Matura, Fr. Hermann Schalück, Fr. Giacomo Bini y Fr. José María Arregui. Ésta ha propuesto a todas
las fraternidades de la Orden la lectura y profundización de la Declaración del Capítulo General de Madrid
(1973): La Vocación de la Orden hoy. Por tal motivo os la enviamos como propuesta de trabajo, para
implicarnos y prepararnos a la celebración del Capítulo general.
Puesto que a todas luces es importante el trabajo y la implicación de todas las Entidades y todos los hermanos de
la Orden, pido a los Ministros y Custodios que:
-- estimulen a los hermanos a responder comunitariamente a las preguntas que se presentan como ayuda
complementaria;
-- finalmente, que los hermanos les envíen las respuestas de las fraternidades a la Curia Provincial, y ésta las
haga llegar resumidas, en no más de tres folios, a la Secretaría del Capítulo General, en la Curia General de
Roma, antes del mes de octubre del 2005.
Tanto la Comisión para la preparación del Capítulo general como el Definitorio, han considerado que el texto
que se propone para el estudio y profundización de los hermanos, aun siendo antiguo, conserva el vigor y la
actualidad que requieren los tiempos presentes. Personalmente pienso que la lectura, profundización y
meditación de esta Declaración del Capítulo General, La vocación de la Orden hoy, puede servirnos de gran
ayuda para la renovación que pretendemos con el Capítulo general y con la celebración del VIII centenario de la
aprobación de la Orden.
Agradezco una vez más a los Ministros y Custodios su servicio de implicación y de animación de los hermanos;
y agradezco también a todos los hermanos de la Orden el compromiso de intentar dar cada vez más calidad a su
vocación de fraternidad y de minoridad.
Presentación de la Declaración
«La vocación de la Orden hoy»
Llamados a actualizar continuamente nuestra forma de vida, de nuevo proponemos hoy a los Hermanos la
Declaración del Capítulo general de 1973: «La vocación de la Orden hoy».
La Orden de Hermanos Menores, acogiendo la invitación del Concilio Vaticano II, que deseaba para todos los
religiosos «un retorno incesante a las fuentes de toda vida cristiana [...] y una adaptación de los institutos a las
condiciones de los tiempos, que han cambiado» (PC 2), dio inicio a este proceso de renovación. Se comenzó
aquel largo y difícil camino de reflexión, sostenido por numerosas investigaciones históricas, teológicas y
espirituales sobre los orígenes, junto a experiencias concretas de renovación, que condujo también a decisiones
legislativas. Así fue como, dos años después del Concilio, en el Capítulo de 1967, se trabajó largamente sobre
las Constituciones Generales, para adaptarlas a las perspectivas abiertas por el Concilio mismo, mientras seis
años más tarde (1973), el Capítulo general de Madrid quiso presentar, bajo la forma de Declaración, redactada
de manera moderna, simple y accesible, una visión de la identidad franciscana en el corazón del mundo
contemporáneo. Se produjo, en armonía con los documentos conciliares, una entusiasta síntesis de
descubrimientos, propuestas, interrogantes y experiencias, venidas del pasado y situadas en el presente. La
acogida de la Orden a esta Declaración fue muy positiva: para muchos hermanos fue una inspiración y el
documento base para la formación de los jóvenes.
Los temas fundamentales que la Declaración afronta fueron retomados después por otros Capítulos, por los
documentos de los Ministros generales y por las Comisiones que se sucedieron en el curso de los años.
Redactada en el fervor conciliar, la Declaración mantiene un tono de esperanza, invita a todos a un serio examen
de conciencia, y permanece como un documento estimulante y optimista.
Para preparar el VIII centenario (1209-2009) de la aprobación de la Forma vitae, nos pareció que retomar este
texto podría animar la reflexión de todos los Hermanos sobre la refundación -la reactualización- del proyecto
evangélico que la Regla propone y que la Declaración, obediente a la invitación del Concilio, adaptó a los
tiempos presentes. Releerlo después de treinta años, personalmente y en fraternidad, no será un gesto nostálgico,
sino más bien una confrontación con nuestro tiempo:
-- De todo lo propuesto, ¿qué ideas son todavía actuales para cada uno de nosotros?
-- ¿Cómo responder hoy a las provocaciones de la Declaración? ¿Cómo pasar de la teoría a la praxis? ¿Qué
decisiones, gestos, pasos nuevos e inéditos serían importantes?
-- ¿Nos encontramos frente a situaciones y desafíos nuevos sobre los que la Declaración nada dice?
-- En un momento de grandes transformaciones y de crisis de nuestras Entidades, ¿qué esperanza tenemos y qué
esperanza proponemos al pueblo cristiano?
Roma, 11-XII-2004
La Comisión «Forma Vitae»
Presentación
1. Hombres de nuestro tiempo y consagrados a Dios, también nosotros, los Hermanos Menores, nos sentimos
interpelados por todas partes sobre el sentido de nuestra vida, de nuestras opciones, y sobre el carácter
específico de la vocación de nuestra Orden en el mundo de hoy2.
Después, la Iglesia, en la persona de Pablo VI, que ha enviado una Carta a nuestro Capítulo general, nos plantea
esta pregunta: «¿Cuál es vuestra misión en la Iglesia, cuál es vuestra vocación específica en el mundo de hoy?»,
y, al mismo tiempo, nos presenta algunos hitos esenciales para balizar nuestra búsqueda.
El mundo, por su parte, angustiado y agitado por tensiones, mas lleno de simpatía hacia San Francisco, nos
pregunta quiénes somos nosotros y qué ayuda podemos prestarle.
Pero incluso nosotros mismos, reunidos en Capítulo para revisar nuestras Constituciones Generales, -como
también lo hicieron con frecuencia nuestros mayores a lo largo de la historia de nuestra familia-, buscamos
nuestra identidad y el carácter particular de nuestra vocación en el hoy de nuestra existencia3.
2. Queremos dar una respuesta sincera a estas preguntas en la declaración que hemos elaborado. Esta
declaración no pretende ser una exposición de todos los elementos de la vida franciscana, ni un documento
espiritual, ni mucho menos un tratado teológico. Su propósito es recoger algunos de los elementos esenciales de
entre lo que se ha dicho sobre la vocación franciscana, expresarlos de forma condensada e incisiva y presentar,
así, como una afirmación de los valores que nos parecen hoy particularmente significativos de la vocación de la
Orden4. Quiere, igualmente, tener en cuenta los problemas nuevos surgidos en estos últimos años y precisar, a su
luz, algunas de las opciones ya tomadas. Es una llamada acuciante a encarnar en la vida concreta de los
Hermanos, mediante realizaciones efectivas, los temas sobre los cuales se ha llegado en la Orden a un acuerdo
general.
Esta declaración no debe permanecer letra muerta. Cada Provincia, a su luz y teniendo en cuenta también el
Informe del Ministro general, deberá esforzarse en estudiar algunos de los puntos subrayados por ella, a fin de
concretizarlos5.
Introducción
3. Nosotros, los Hermanos Menores, proclamamos en primer lugar nuestra confianza en el carisma concedido en
otro tiempo a Francisco de Asís y reconocido por la Iglesia6, carisma que sigue siendo actual y vivo, como lo
atestiguan numerosas voces tanto de dentro como de fuera del Cristianismo. Dóciles a este carisma de
Francisco, que supo captar las aspiraciones profundas de su época, nos sentimos obligados a contemplar el
mundo actual y a prestar atención a las cuestiones que nos plantean las tendencias contemporáneas,
comprendidas también sus "contestaciones". Nuestra existencia como Fraternidad la debemos a la experiencia
histórica de Francisco y de su Orden, y queremos permanecerle fieles. Francisco, acogiendo en la fe el
Evangelio de Cristo7, tuvo conciencia de ser enviado al mundo junto con sus hermanos, para testimoniar con su
forma de vida y proclamar con la palabra la conversión al Evangelio, la venida del Reino de Dios y la
manifestación de su amor entre los hombres. La conciencia de esta misión le dio el dinamismo espiritual, la
movilidad y la audacia propia de todo comienzo, y le lanzó en medio de los hombres, cristianos o no, para
compartir con ellos, en su situación concreta, la siempre joven y gozosa Buena Nueva. La llamada dirigida
entonces a este hombre, nos atañe y nos interpela hoy a nosotros; quehacer nuestro es acogerla y vivirla,
respondiendo así a la espera y a las necesidades de los hombres de nuestro tiempo8.
4. Reconocemos la distancia que media entre la figura de Francisco y nosotros, que nos decimos suyos, entre lo
que proponemos como ideal y el semblante concreto de nuestra Orden. La crisis del mundo y de la iglesia, de la
que somos tributarios, la situación actual de la Orden (numerosas salidas de Hermanos, envejecimiento del
grupo, crisis de confianza en nuestra vocación, como lo ha señalado también el Ministro general en su Relación
sobre el estado de la Orden) y, ante todo, nuestra voluntad de ser fieles al Evangelio, nos obligan a un nuevo
comienzo, es decir, a una más profunda conversión del corazón9. Nos exigen renovación en la fe, imaginación,
coraje, aceptación de riesgos, decisiones inmediatas. A pesar de nuestra fragilidad, queremos comprometernos
en este camino e indicar aquellos puntos que, al parecer, se nos imponen con mayor fuerza10.
I. EL EVANGELIO Y LA FE11
5. En el corazón de la vida franciscana, tal como lo atestiguan los Escritos de Francisco y otros textos12, se
encuentra la experiencia de fe en Dios en el encuentro personal con Jesucristo. Todo el proyecto evangélico,
bajo cualquier aspecto que se le considere -oración, fraternidad, pobreza, presencia entre los hombres, etc.-,
remite indefectiblemente a la fe13. Las incesantes recomendaciones de la Regla sobre la búsqueda de Dios, su
primacía absoluta y única en la vida de los hermanos, sobre la adoración y el amor que le son debidos, sobre el
marchar tras de Cristo y sobre la vida según su Evangelio, sobre la apertura al soplo soberanamente libre del
Espíritu, sobre el primado y la perseverancia en la oración; las motivaciones evangélicas propuestas para todas
las actitudes de los hermanos -contemplación, ayuno, oración, vestido, pobreza, trabajo, mendicidad, alimento-;
todo ello patentiza que en la raíz de semejante vida hay una experiencia singular de la fe en un Dios que es
Amor14.
6. Dicha experiencia tuvo lugar en un contexto cultural y religioso muy distinto del nuestro; sin embargo, no es
por ello menos ejemplar para nuestra situación15. Vivimos un momento en el que muchas seguridades,
facilidades e incluso ilusiones en torno a la fe se derrumban, y se nos impone volver, transcendiendo los
aspectos periféricos, al corazón mismo de nuestra opción cristiana: nuestra fe en Dios y Padre de Jesucristo. Fe,
que no es mero conocimiento o reflexión teológica, repetición de fórmulas, sistema ideológico o convicción
voluntarista, sino un hallazgo, una acogida gradual y viva de la realidad de Dios y del hombre a la luz de
Jesucristo. Don gratuito del Espíritu de Jesús, sin quien nada podemos hacer (cf. Jn 15,5), esta fe, libremente
aceptada, es el único fundamento sólido sobre el cual puede construirse una vida de oración, de celibato, de
fraternidad, de pobreza y de servicio16.
7. Sabemos que no es cómodo vivir dicha exigencia, difícil de expresar en fórmulas precisas, jamás consumada,
que siempre hay que reemprender y que nos empuja a nuevos comienzos. Por eso no debemos contentarnos con
palabras, ni pretender tampoco tener respuesta para todo; necesitamos, más bien, hacer nuestras, desde el
interior de la fe del Pueblo de Dios, humilde y honestamente, la difícil búsqueda y las incertidumbres, comunes
a tantos hombres17.
9. Esta profundización de la fe, a la que nuestra vocación y la situación actual nos obligan, no puede
emprenderse ni llevarse adelante, sin desfallecer, más que en la comunión de la Iglesia. «El sentido de Iglesia y
el servicio a la misma son parte integrante de vuestra vocación primigenia y propia»20. Muchos movimientos
evangélicos tuvieron que afrontar, en los siglos XII y XIII, el problema y, con frecuencia, los escándalos en la
Iglesia. Algunos de ellos se situaron contra la Iglesia, porque les parecía infiel al Evangelio que querían vivir.
Francisco, sensible también a las flaquezas de la Iglesia medieval, quiso de una vez por todas situarse y
permanecer en la plena comunión con ella. Y no fueron razones de oportunismo las que le movieron a obrar así,
sino un amor profundo y una obediencia sincera a la voluntad de Cristo, quien confió su Iglesia a Pedro y a sus
sucesores21. Esta iglesia, jerárquica en sus distintos ministerios, era para Francisco el lugar privilegiado donde
resuena la auténtica Palabra de Dios y donde Jesús se manifiesta en sus sacramentos22. Conociendo las
debilidades que había en la iglesia, no cesó de amarla y de considerar a los clérigos como maestros y señores
suyos, consciente de ser él mismo pecador.
10. Las estructuras de la Iglesia son hoy frecuentemente objeto de crítica, pues constituyen, al parecer de
muchos, como un obstáculo a la fe y al Evangelio23. Las críticas y la contestación con respecto a la «institución»
adquieren tonos vehementes y duros, y muchos, también entre nosotros, la abandonan, aunque solo sea
interiormente24.
11. Aun reconociendo que el rostro de la Iglesia, tal como los cristianos lo reflejamos, aparece algunas veces
desfigurado, queremos amar a esta Iglesia con todo el corazón y permanecer en su comunión. Sabemos que sólo
en ella podemos acoger y desarrollar nuestro carisma25, ya que ella es la enviada para mantener en el mundo la
fe en Dios y la presencia viva de Jesús y de su Espíritu, y para trabajar por el advenimiento del Reino de Dios
(cf. Lc 17,20-21). Ciertamente, nuestra forma de vida, en la medida en que es vivida, constituye una fuerza de
contestación de la mediocridad y de la flaqueza de las personas y de las estructuras. Pero al mismo tiempo, a
ejemplo de Francisco, queremos ser en la Iglesia hombres de paz y de reconciliación, amando a todos nuestros
hermanos cristianos y testimoniando obediencia y respeto a los Obispos y sobre todo «al Señor Papa»26.
12. El Señor nos ha llamado a vivir según el Evangelio, no en solitario, sino en una comunidad de hermanos.
Pues en ella y por ella se realiza nuestra vocación, porque es el lugar privilegiado de nuestro encuentro con
Dios. No sólo queremos vivir juntos, orientados hacia la misma meta y ayudándonos a alcanzarla, sino que
además nos volvemos los unos hacia los otros para amarnos mutuamente, según el ejemplo y el mandamiento
que el Señor nos dejó28. Debemos considerarnos todos como hermanos, reverenciarnos mutuamente,
manifestarnos con simplicidad nuestras necesidades, prestamos los más humildes servicios, evitar las disputas,
las murmuraciones, la cólera, los juicios negativos; en una palabra, debemos amarnos de obra y no de palabra
solamente, y eso con la ternura de una madre para con sus hijos29.
13. Semejante vida fraterna, significada y alimentada por la Eucaristía, sacramento de unidad y de caridad,
implica la coparticipación material y espiritual, la búsqueda de Dios y de Jesús en la oración en común, los
intercambios y las interpelaciones fraternas, la confrontación de nuestros compromisos respectivos y,
habitualmente, la vida llevada en común. La opción por una vida de este género, hecha tras reflexión, sometida a
la prueba del tiempo y expresada públicamente ante Dios y ante la Iglesia, nos une de forma permanente a la
comunidad de nuestros hermanos. Esta vida lleva consigo también la opción por el celibato a causa del Reino
(cf. Mt 19,12) que, apoyado en la promesa y en la llamada de Jesús, favorece la realización de semejante género
de vida30.
14. Nuestra fraternidad quiere ser una reunión de hombres venidos, bajo el impulso del Espíritu, de diferentes
ambientes sociales y culturales y que se esfuerzan por crear entre ellos verdaderos lazos de amistad, de respeto,
de acogida mutua; no es simplemente un equipo de trabajo, ni siquiera apostólico. Todos en ella son hermanos,
hombres iguales aunque diferentes, libres y corresponsables. Si bien excluye estructuras pesadas y minuciosas,
mantiene, sin embargo, el necesario servicio de unidad y de cohesión ejercido por los «ministros y servidores»
de la fraternidad, a quienes los hermanos deben obedecer31. De esta manera, buscando juntos lo que agrada al
Señor, aceptándose mutuamente, limitando la propia libertad por la de los otros, sometiéndose a las exigencias
de la vida común y a las estructuras indispensables de la fraternidad, los hermanos viven la verdadera
obediencia de Nuestro Señor Jesucristo32.
15. La comunidad fraterna no es una realidad cerrada en sí misma, sino que, por su mismo dinamismo, se
extiende a todos los hombres, que son para nosotros una manifestación de Cristo. Debemos, pues, amar y acoger
con benevolencia a amigos y enemigos, tanto si vienen a nosotros, como si vamos hacia ellos. Incluso,
podremos buscar con quienes lo deseen, nuevas formas de relación con la familia franciscana33.
Aun cuando constatamos que nuestro mundo está dividido en clases sociales y en categorías ideológicas,
nosotros nos negamos a juzgar y condenar a los hombres en virtud de estas clasificaciones. Conscientes de
nuestra obligación de ser en todas partes los testigos del Evangelio, no debemos, en nuestros contactos,
enredarnos en disputas, ni hacer proselitismo, ni siquiera religioso; queremos, sí, ser artífices de la paz, sin
pretensión alguna, corteses, alegres, sumisos a todos, practicando, si fuere necesario, la no-resistencia en su
sentido evangélico (cf. Mt 5,39) y franciscano y convencidos de que no somos más que servidores de una
Palabra que nos trasciende. Tenemos que testimoniar a todos cuantos encontremos, con nuestro amor lúcido a la
vez que benévolo, el valor insustituible de cada persona34.
16. Situados en un mundo en el que hay estructuras económicas, sociales, políticas, que influyen sobre el
hombre y, bajo formas sutiles de manipulación, impiden con frecuencia la verdadera libertad, no podemos
permanecer indiferentes ante tal estado de cosas, ni ser solidarios de cualquier situación en la que el hombre no
puede vivir como hombre, porque subdesarrollado o explotado. Por todo esto, en nombre de la caridad y de la
justicia y, precisamente, para ser fieles a nuestra vocación de «heraldos de la paz», estamos llamados a luchar
contra estos males y a trabajar por la liberación tanto de los oprimidos como de los opresores, anunciándoles la
conversión a la fe y al Evangelio (cf. Mc 1,15)35.
17. Si acertamos a vivir la auténtica fraternidad entre nosotros, «no de palabra sino de obra»36; si, en lugar de
cerrarnos en nosotros mismos, permanecemos abiertos a todos los hombres con los que entramos en contacto,
responderemos a la esperanza de un mundo que, amenazado por la despersonalización y el anonimato, anhela
profundamente la comunidad. Podremos entonces junto a otros hombres, cristianos o no, servir de fermento en
la edificación de una humanidad que no sea una masa de individuos solitarios y despersonalizados, sino una
comunión fraterna en Cristo37.
18. El nombre de «Hermanos Menores» que llevamos expresa una exigencia de fraternidad y también la de un
humilde servicio («minoridad»). Ya en el interior de nuestro grupo, somos invitados a obedecernos mutuamente
y, cuando algún cargo nos da una cierta autoridad, a excluir todo dominio y toda voluntad de poder, a prestar los
más humildes servicios39.
19. Con respecto a todos los hombres, nosotros, sumisos a toda criatura por Dios, debemos presentarnos,
comunitaria e individualmente, como pequeños, como servidores, a quienes nadie teme porque buscan servir y
no dominar ni imponerse, especialmente para fines espirituales. Semejante actitud exige el espíritu de infancia,
la pequeñez, la simplicidad, un optimismo decidido ante los hombres y los acontecimientos. Tenemos que
aceptar la inseguridad en el plano de las instituciones y de las ideas, la incertidumbre ante el porvenir, reconocer
que somos débiles y vulnerables, «siervos inútiles» (Lc 17,10), y que nadie es fuerte sino sólo Dios. De esta
forma, contribuiremos, por nuestra parte, a que resplandezca el rostro de la comunidad cristiana, que es el de su
Señor, quien no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,28)40.
20. Nuestra Regla y nuestra Vida consisten en seguir en todo las huellas de Jesucristo. Y puesto que Él se hizo
pobre por nosotros, estamos llamados a servir al Señor en la pobreza y humildad, como peregrinos y extranjeros
en el mundo. La pobreza, vivida en su doble dimensión, espiritual y social, se nos presenta como una tarea
peculiar y permanente42.
21. La pobreza de Francisco tenía raíces esencialmente evangélicas y suponía una actitud ante todo interior de
despojo total a causa del Reino y de absoluta dependencia con relación a Dios, fuente única de todo bien y de
toda riqueza43. Mas tal pobreza se manifestó al exterior de una forma muy particular, haciendo creíble la
predicación del Evangelio a los hombres de su tiempo44. Mientras el mundo monástico medieval hacía rendir
con su trabajo las propiedades territoriales que le aseguraban la subsistencia, Francisco no quiso para sí ni para
sus hermanos propiedad alguna. Él y sus compañeros, a imitación de Cristo y de los Apóstoles, enteramente
libres para la proclamación del Evangelio, empezaron a vivir como itinerantes. El trabajar para los otros y,
eventualmente, como último recurso, la mendicidad, les aseguraba la subsistencia. Aun cuando la evolución del
movimiento franciscano llevó consigo algunas adaptaciones (aceptación de «lugares», casas, iglesias para uso de
los hermanos), la negativa de Francisco a ser apresado por ciertas estructuras de la sociedad permanece firme; y
lo mismo hay que decir respecto a su rechazo del dinero y a la exigencia de una vida pobre45.
22. Necesitamos descubrir hoy cómo, en una situación socio-económica diferente, podemos mantener lo
esencial de nuestra opción por la pobreza. En el pasado, la Orden, atraída sin cesar por la pobreza radical de
Francisco, ha reaccionado continuamente, con más o menos vigor, contra la tendencia natural a instalarse. Hoy,
todos estamos invitados a buscar cómo expresar la misma exigencia. La carencia de propiedad de bienes raíces,
la penuria del alojamiento46, la subsistencia asegurada por el propio trabajo, la precariedad del empleo, son en
nuestros días la condición normal de un gran número de hombres, y todavía es más importante la masa de
aquellos que viven en condiciones inhumanas. Conviene, por tanto, buscar, habida cuenta de las situaciones
locales, la forma de vivir como los pequeños de hoy. Participando, pues, de esta situación, pero sin aceptar las
estructuras que mantienen a tantos de nuestros hermanos los hombres en la miseria, trataremos de ser, junto con
ellos, la levadura de una sociedad nueva llamada a la total participación en la salvación de Cristo (cf. Rm
11,12)47.
23. Si acertamos a vivir así, podremos desempeñar, frente a la sociedad de producción y de consumo, un
servicio de contestación. No tener propiedades, vivir del propio trabajo, de forma sencilla, modesta, pero bella,
negarse a ser víctima de la publicidad que no persigue otro fin que el consumo, nos dará el verdadero sentido de
los bienes materiales, nos acercará más a los pobres, a los marginados, y también a todos aquellos que, no
encontrando sentido en una sociedad de abundancia, buscan una vida más sobria y más libre48.
24. Nuestra pobreza evangélica implica también el compartir. Cuanto tenemos, no sólo lo compartiremos entre
nosotros, sino que además buscaremos darlo en ayuda a otros que se encuentran en necesidad material o
espiritual. Liberados de todo temor por la pobreza que hemos escogido, viviendo gozosamente de la esperanza
fundada sobre la Promesa, podremos testimoniar a los hombres de nuestro tiempo que este mundo tiene un
Sentido que lo trasciende y lo arrebata hacia un futuro que nosotros llamamos: Jesucristo49.
25. Inspirándonos en el Cántico del Hermano Sol, extenderemos nuestro cuidado fraterno a la naturaleza, hoy
amenazada por la conducta irresponsable y ávida de la sociedad industrial y de consumo. Queremos humanizar
la tierra que hemos recibido gratuitamente del Amor de Dios, enseñoreándonos de ella (Gn 1,28) con un
dominio que la haga enteramente fraterna al servicio de todos. De esta manera, sintonizaremos con la inquietud
de nuestro tiempo, dándole además la razón de nuestra actitud: esta creación tiene un origen de Amor que le da
su sentido, a saber, el nacimiento de una humanidad fraternal reunida en Cristo, por quien y para quien ha sido
creado el mundo50.
26. El trabajo es una necesidad ligada a nuestra profesión de pobreza. Francisco y los primeros hermanos se
aplicaban a trabajos muy variados (cuidado de los leprosos, trabajos entre el pueblo, predicación...). Con
relación al conjunto de la vida religiosa medieval, Francisco introdujo un concepto y una práctica nuevos: el
trabajo fuera de casa. Este trabajo no era principalmente clerical en el sentido actual de la palabra, pues el
pequeño grupo de los primeros tiempos se componía de las más diversas gentes, y solamente algunos eran
sacerdotes. Los hermanos ejercían, cuando era posible, el oficio o la profesión que ya tenían antes de entrar en la
fraternidad o aprendían uno. Dicho trabajo era ocasión de contacto con la gente y un medio de anunciar el
Evangelio52. Esta novedad no sobrevivió a la evolución de la Orden y a su inserción gradual en los cuadros de la
vida clerical y monástica. La Orden, posteriormente, se ha dedicado principalmente al trabajo ministerial
(ministerios sacerdotales, predicación, estudio), a la asistencia social (cuidado de los enfermos, atención a los
pobres, promoción de las clases desamparadas) y a los trabajos domésticos en el interior de los conventos para
los no clérigos.
27. Últimamente, participando en la evolución general de la vida religiosa, influenciados también por ciertas
experiencias de otras comunidades, hemos redescubierto un aspecto del trabajo tal y como Francisco lo había
vislumbrado. El trabajo y las ocupaciones empiezan a diversificarse en nuestras fraternidades. Aunque el trabajo
ministerial, el servicio a nuestras propias obras, así como los trabajos domésticos internos ocupan legítimamente
a la mayoría de los hermanos, es cada vez más frecuente ver a hermanos ejercer diferentes oficios o profesiones
asalariados dentro de empresas o instituciones que no pertenecen a la Orden ni a la Iglesia. Tal orientación nos
parece también conforme a nuestra vocación, pues nos encarna de una manera especial en la sociedad, nos hace
trabajar en su construcción y nos acerca a los que viven de su trabajo. Al mismo tiempo que es un camino del
futuro, hace que alcancemos una de las intuiciones de nuestros orígenes53.
28. Creemos, pues, que los hermanos pueden ejercer cualquier trabajo o profesión que sean compatibles con la
vida cristiana y franciscana. Mientras afirmamos la necesidad de trabajar en las obras propias o al servicio de las
instituciones organizadas de la Iglesia, reconocemos la importancia del trabajo entre los otros como forma de
servicio y de testimonio que nos acerca particularmente a nuestros hermanos.
29. Semejante compromiso implica también ciertos límites. Límites humanos, pues debemos velar para no ser
esclavos del trabajo ni del lucro y para conservar nuestra libertad de hombres frente a un mundo con estructuras
deshumanizantes. Límites impuestos por nuestra forma de vida: para nosotros, lo que retiene la prioridad
absoluta es la búsqueda de Dios (vida interior, soledad, oración), la vida fraterna, la disponibilidad para los
otros, la pobreza y el rechazo de todo poderío. Cualquier trabajo que nos impidiese habitualmente llevar este
género de vida, que es nuestra tarea esencial, no puede ser aceptado54.
30. Así, aun reconociendo en el trabajo la consumación de la creación, el completo desarrollo del hombre y su
participación en el destino de la humanidad, aun realizándolo con fidelidad y competencia, debemos, sin
embargo, ser conscientes de que no tiene sentido sino por su referencia al Padre que trabaja sin cesar en el
mundo (cf. Jn 5,17), para hacer de él una tierra de los vivientes55.
31. La misión esencial de nuestra fraternidad, su vocación en la Iglesia y en el mundo, consiste en la realización
vivida de nuestro proyecto de vida. Creemos que esforzándonos por vivir la experiencia de fe en el seno de la
comunidad humana, creando una fraternidad de amor y de servicio abierta a todos, viviendo en la pobreza y el
trabajo, participando en la esperanza de los pobres, podemos ser un esbozo de la nueva humanidad reunida
alrededor de Jesús resucitado por el poder de su Espíritu. Nuestra aportación a la construcción de la Iglesia y de
la humanidad es ante todo de este orden: damos testimonio, en primer lugar, con nuestra propia vida.
32. La palabra que anuncia y explica lo que Dios realizó en Jesucristo y lo que Él prosigue en nosotros y en el
mundo, forma indisolublemente parte, por supuesto, de nuestra misión, percibida por Francisco en el Evangelio
de la Misión de los Apóstoles y confirmada por un mandato de la Iglesia. Todos debemos estar siempre
dispuestos a dar razón de la esperanza que habita en nosotros (1 Pe 3,15). Quienes han recibido el ministerio
sacerdotal anuncian la Palabra según las modalidades inherentes a tal ministerio; pero todos los hermanos deben
dar testimonio, también de palabra, del Señor Jesús57.
Prestaremos particular atención a los cristianos desconcertados, a los hombres y mujeres en camino hacia la fe o
a los grupos de cristianos que, de diversas maneras, desean constituir comunidades de vida.
33. Nuestra voluntad de crear en el seno mismo del pueblo una comunidad fraterna, donde los hombres más
diversos compartan la vida, los bienes, el trabajo; una fraternidad que rehúse el poder para ser sierva, que opte
por un estilo de vida que la acerque a los pobres y la sensibilice ante la suerte de todos los oprimidos, lleva
consigo, quiérase o no, repercusiones sociales y políticas. Hay que guardarse, sin embargo, de confundir esta
voluntad con cualquier corriente política, de la clase que sea, de dejarla utilizar por una u otra tendencia; se
procurará, esto sí, llevar hasta sus últimas consecuencias las exigencias de las Bienaventuranzas. Así podremos
demostrar la posibilidad -siempre relativa, ya que ningún logro humano puede identificarse con el Reino de
Dios- de una comunidad en la que el hombre sea libre, reconocido como hermano, respetado en su valor.
34. Partiendo de ahí y teniendo en cuenta nuestra vocación de paz, nos será posible participar de veras en los
problemas y pugnas sociales y políticas de hoy. Esto exige una información seria, que evite los arrebatos
emocionales, los juicios sumarios injustos, las declaraciones irresponsables, y que permita un análisis objetivo
de las situaciones. Además, si intentamos vivir la justicia y la coparticipación entre nosotros, si participamos,
según nuestras posibilidades y nuestros carismas, en la suerte y en el trabajo de los pobres y de los marginados
de nuestro tiempo, tendremos entonces el derecho y el deber de unir nuestra voz a la de los oprimidos. Pero lo
haremos por amor a la persona que descubrimos en todo hombre, cualquiera que sea el grupo social al que
pertenece. De esta manera, como artífices de la paz, haremos avanzar la realización del Reino de Dios en el que
ya no deben existir muros entre los hombres, ni dominación: «No hay ya siervo o libre..., porque todos sois uno
en Cristo Jesús» (cf. Ga 3,26-28)58.
35. Lo que hemos dicho de la sociedad vale, en parte, para nuestra misión en la Iglesia. Si vivimos de veras
según el Evangelio la fe, el amor mutuo, la pobreza, el ejercicio de la autoridad como servicio, conseguiremos
ser en su seno un fermento de inquietud y de contestación evangélica. Tremenda exigencia, pues el mal y el
fracaso se encuentran, en primer lugar, en nosotros mismos; contentarnos con una contestación puramente
verbal de los otros sería una hipocresía59.
36. La descripción de nuestro ideal pone de manifiesto que no somos una organización estructurada con miras a
una o varias tareas concretas a realizar. Somos una comunidad de hermanos que, en el interior de la comunión
de la Iglesia, en unión con todos los que están animados por el espíritu de Francisco, queremos simplemente
vivir un estilo de vida evangélica, convencidos de que éste constituye una aportación peculiar al testimonio
global de los cristianos.
37. Todo cuanto es necesario como estructura y hace de nosotros una «Orden» (Orden de Hermanos Menores),
tiene la finalidad de asegurar la comunión fraterna entre nosotros y con la Iglesia, para que nuestro testimonio
sea siempre y cada vez más evangélico. Tal es el sentido fundamental de la autoridad en nuestra fraternidad,
tanto a escala local o provincial como para toda la Orden. Los hermanos a quienes se les confía el servicio de la
autoridad, aseguran la ligazón y unidad de los hermanos, los despiertan a su responsabilidad cristiana, los
afianzan en su vocación evangélica y franciscana, los liberan de su aislamiento para abrirlos a una comunión
más amplia. Ésta es, ante todo, la función del Ministro general de la Fraternidad, quien mantiene, con
intercambios frecuentes y contactos personales, la unidad de los hermanos dispersos por el mundo y los
representa ante el centro de la unidad eclesial60.
38. Garantizados y asegurados estos lazos fundamentales -y aún queda mucho por hacer en este terreno-, se ha
confiado a las fraternidades, a las provincias, a las agrupaciones culturales o regionales, la más amplia
autonomía y libertad, todavía insuficientemente aprovechadas. Las leyes necesarias tienden a garantizar la
subsidiaridad y a protegerla, eventualmente, contra la negligencia o la irresponsabilidad. De todos modos, hay
que contar más con el diálogo y el contacto personal entre los hermanos y sus ministros que con la multiplicidad
y la precisión de las leyes.
39. En el seno de los grupos (fraternidades, provincias, Orden), se dejará un amplio margen a la participación de
todos en las responsabilidades. Aunque la pluriformidad es un bien, sin embargo, hay que velar para que no
conduzca al aislamiento de cada grupo, sino que se organicen contactos e intercambios a nivel de responsables y
también entre hermanos de diferentes grupos.
40. En la elaboración de las leyes, la Orden adoptará su propio camino, evitará la anarquía y la disgregación,
conservará la agilidad y la flexibilidad, de suerte que, periódicamente, en cada Capítulo general, se lleven a cabo
revisiones y renovaciones posibles61.
Así es como podremos vivir según las palabras de Francisco: conscientes de haber hecho muy poco hasta ahora,
estemos siempre dispuestos a recomenzar la conversión evangélica a la que hemos sido llamados62.