Alain Roger - Breve Tratado Del Paisaje
Alain Roger - Breve Tratado Del Paisaje
Alain Roger - Breve Tratado Del Paisaje
Consejo asesor
Miguel Aguiló, Lorette Coen, Fernando Gómez Aguilera,
Yves Luginbühl, Claudio Minca, Nicolás Ortega,
Carmen Pena, Florencio Zoido, Perla Zusman
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Alain Roger
BREVE TRATADO
DEL PAISAJE
BIBLIOTECA NUEVA
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© Éditions Gallimard
© Alain Roger
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid
Almagro, 38
28010 Madrid
www.bibliotecanueva.es
[email protected]
ISBN: 978-84-16095-06-3
índice
Prefacio .......................................................................... 11
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índice
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naturaleza y cultura
La doble artealización
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Georg Wilhelm Friederich Hegel, Leçons d’esthétique, L’idée du
Beau, París, Aubier, 2 vol., I, págs. 120-121. Hay edición en español: Georg
Wilhelm Friedrich Hegel, Lecciones sobre la estética. La idea de lo Bello,
Madrid, Akal, 1989. Traducción: Alfredo Brotons Muñoz.
3 Paul Valéry, Monsieur Teste, París, Gallimard, 1947, pág. 19. Hay
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2 vol., I, pág. 167. La cursiva es mía. Hay edición en español: Oswald Spen-
gler, La decadencia de Occidente: bosquejo de una morfología de la his-
toria universal, Espasa-Calpe, Madrid, 1998, 2 vol. Traductor: Manuel
García Morente.
6 Carl Gustav Jung, Problèmes de l’art moderne, Ginebra, Buchet-Chas-
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que nos ha dado la vida, sino más bien una creación de nues-
tro cerebro: es nuestra inteligencia lo que le da la vida a la
naturaleza. Las cosas son porque nosotros las vemos, y la recep-
tividad así como la forma de nuestra visión dependen de las
artes que han influido en nosotros. Actualmente, la gente ve
la neblina no porque haya neblina, sino porque los pintores
y los poetas les han enseñado el encanto misterioso de tales
efectos. Sin duda, en Londres hay neblina desde hace siglos.
Es infinitamente probable pero nadie la veía, por lo que no
sabemos de su existencia. No existió mientras el arte no la
inventó [...] Esta luz blanca trepidante que ahora vemos en
Francia, con sus singulares manchas malvas y sus móviles som-
bras violetas, es la última fantasía del arte, que la naturale-
za, hay que reconocerlo, reproduce de maravilla. Donde
antes componía corots y dauvignys, ahora nos ofrece adora-
bles monets y encantadores pissarros»10.
El narrador proustiano no dice nada distinto cuando
expone a Albertina su concepción del artista oculista: «La gente
con clase nos dice ahora que Renoir es un gran pintor del
siglo xviii. Pero cuando lo dicen, se olvidan del Tiempo y de
que ha hecho falta mucho, incluso en pleno xix, para que
Renoir fuera saludado como gran artista. Para conseguir ser
reconocido así, el pintor original, el artista original actúa como
hacen los oculistas. El tratamiento a través de su pintura, a tra-
vés de su prosa, no siempre es agradable. Cuando ha termi-
nado, el cirujano dice: ahora mire. Y he aquí que el mundo
(que no ha sido creado una sola vez, sino cada vez que ha
aparecido un artista original) se nos presenta totalmente
diferente al antiguo, pero perfectamente claro. Mujeres que
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perdu, París, Gallimard, «Bibl. de la Pléiade» 1953, 3 vol., II, pág. 327.
Hay edición en español: Marcel Proust, La parte de Guermantes (En
busca del tiempo perdido), Barcelona, Lumen, 2002. Traductor: Carlos
Manzano.
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La doble artealización
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René-Louis de Girardin, De la composition des paysages, Seyssel,
Champ Vallon, 1992, pág. 55. Cursiva del autor.
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logía que acaba de publicar: «La palabra paisaje, cuya construcción a par-
tir de la palabra país servirá de modelo a todas las lenguas europeas, apa-
reció por primera vez en francés: en 1493 exactamente, según el Diccionaire
étymologique et historique du français de J. Dubois, H. Mitterand y
A. Dauzat, que atribuye esta innovación a un poeta originario de Valen-
ciennes (así pues, de Flandes): Jean Molinet (muerto en 1507), que lo uti-
liza para designar un «cuadro que representa un país» (Jardins et paysa-
ges, París, Larousse, 1996, pág. 93). Yo me inclino a creer que el «flamenco»
Molinet no hizo más que traducir el landschap neerlandés y me adhiero
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a la opinión de Jeanne Martinet: «Por tanto, todo hace pensar que la pala-
bra francesa, si no se ha forjado a partir del modelo neerlandés landschap,
al menos sí se ha adoptado como su calco o equivalente. La idea de pai-
saje en sí misma podría habernos sido propuesta por la visión de los pin-
tores, y el interés habría llevado finalmente de la representación al mode-
lo» («Le paysage: signifiant et signifiée», dans Lire le paysage, lire les
paysages, Université de Saint Etienne, 1984, pág. 64). Por lo demás, como
lo señala el propio J.-P. Le Dantec, nuestro desacuerdo no es más que una
cuestión «de detalle» (ob. cit., pág. 606).
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Maurice Barrès, La Colline inspirée, principio del primer capítulo:
«Hay lugares en los que respira el espíritu.»
19 Me uno, pues, al punto de vista de Agustin Berque: «En sí mismo,
el genio del lugar no existe» (Être humains sur la terre, París, Gallimard,
«Le Debat», 1996, pág. 187).
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pág. 186.
23 Michel Corajoud, «Le paysage, c’est l’endroit où le ciel et la terre
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ficada.
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Martin de la Soudière, «Regards sur un terroir et ailleurs. Le pay-
sage sage à l’ombre des terroirs», Paysage et aménagement, septiembre 1985,
págs. 21 y 23.
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Pierre Samson, en CIVAM, Le Tourisme du pays, AIDR, diciembre
de 1994.
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del jardín al LAND ART
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néen, Milán, Electa, 1992, pág. 74. Hay edición en español: Antonella Pie-
trogrande, «El jardín imaginado», en Paisaje mediterráneo, Milán, Elec-
ta, 1992.
32 K. Clark, L’Art du paysage, ob. cit., pág. 15.
33 Sin embargo, la necesidad de cercarlo es tan fuerte que Milton, en
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tre la mirada [...] Sabéis que la hierba era allí bastante árida,
los árboles bastante desparramados, por lo que daban poca
sombra, y que no había nada de agua. Ahora es fresco, verde,
está vestido, adornado, florido, regado», alegoría del Edén,
cuyo benévolo Dios sería el señor Wolmar, el esposo de
Julie35. Otra alegoría, la de ‘Paradou’ en La caída del abate
Mouret, de Zola, inmenso jardín cerrado, donde Serge reen-
cuentra, en el instante de la felix culpa, la inocencia y la inte-
gridad de Adán (véase más adelante).
Pero sin duda, es en el jardín japonés donde se ilustra mejor
la función monádica del arte, que consiste en concentrar lo
máximo en lo mínimo. Este deseo, tan a menudo expresado
por los artistas —el torrente del mundo en un «ápice de
materia» (Cézanne), «all world in a nutschell» (Joyce)—, nunca
se ha realizado mejor que en estos jardines en miniatura, donde
la artealización in situ, a fuerza de reducción, acaba por abs-
traerse de su propia materia, por transformarse en cuadro.
«La vocación de Ruysdael, de Corot, de Claude Monet o de
Cézanne no está muy alejada de la del ikebana, que, en un
ramo de algunas flores o en un minúsculo jardincillo, con-
centra y resume la totalidad del universo»36. «El jardín enano,
cuanto más pequeño sea tanto más vasta es la parte del
mundo que abarca»37. Lo mismo podemos decir, a otra esca-
la, de los ‘jardines secos’, los de —Ryoan-ji o de Daisen-in,
noble, Allier, 1960, pág. 297. Hay edición en español: Gilbert Durand, Las
estructuras antropológicas del imaginario, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 2005. Traducción: Victor Goldstein.
37 Michel Tournier, Les Météores, París, Gallimard, 1975, pág. 468.
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UT PICTURA HORTUS
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Esta pictorización abstracta del jardín ha seducido a algunos de los
más grandes paisajistas contemporáneos. «Mi idea de lo que debería y podría
ser un jardín, desde el punto de vista estético, procede de la pintura abs-
tracta» (Roberto Burle-Marx, «Jardins au Brésil», Techniques et architec-
ture, núm. 7/8, 1947). Volvemos a encontrar la misma idea en Russel Page
y en Geoffrey Jellicoe, que hacen referencia a Burle-Marx.
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paysage?, ob. cit., John Dixon Hunt, por su parte, recurre a ella en su artícu-
lo «Ut pictura poesis. Jardins et pittoresque en Anglaterre. 1710-1750»
en Histoire des jardins, París, Flammarion, 1991, pág. 227.
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Citado por Marie-Madeleine Martinet, en Art et nature en Gran-
de-Bretagne au XVIII siècle, París, Aubier, 1980, pág. 10.
42 Citado por M.-M. Martinet, ibíd., págs. 184 y sigs.
43 Citado ibíd., pág. 203.
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siendo muy fuerte en Estados Unidos durante el siglo xix. «Los fuegos de
nuestros jinetes iluminan nuestros barrancos y lanzan fuertes masas de luz
sobre grupos dignos del pincel de Salvator Rosa. [...] El follaje tenía ya un
tinte dorado que daba al paisaje el tono armonioso y rico de los cuadros
de Claudio de Lorena» (Washington Irving, En las praderas del Fair West,
1832). Pero la influencia de «estos viejos modelos europeos» irá declinan-
do poco a poco, como señala John Dixon Hunt en su artículo «Le paysa-
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Natham, 1979.
60 Quizá un eco de la eufórica comprobación de Horace Walpole en
su Essais sur l’art des jardins modernes (1770): «Ved cómo la superficie
de nuestro país se ha vuelto rica, alegre y pintoresca. [...] Por todas par-
tes, se viaja a través de una sucesión de cuadros.» Trad. español: Ensayo
sobre la jardinería moderna, Olañeta, Palma de mallorca, 2003; «Ensayo
sobre la jardinería moderna», en: El espíritu del lugar, Abada, Madrid,
2006.
61 Gilles Vlément, «La Planète, objet d’art», Architecutres, nº 36, junio
1993.
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los protopaisajes
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Josette Renault-Miskovsky, L’Environnement au temps de la pré-
histoire, París, Masson, 1985.
65 Ibíd., págs. 97, 98, 168.
66 A. Berque, Les Raisons du paysage, ob. cit., pág. 39.
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1868, 1882.
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Albert Dauzat, Le Sentiment de la nature et son expression artisti-
que, París, Alcan, 1914, pág. 177.
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las flores de lis», «del pájaro azul», y, en Egipto, las «flores de nenúfares
con patos», que datan de la XVIIIª dinastía.
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Willem Peters, «Le paysage dans la peinture murale de Campanie»,
en La Peinture de Pompéi, París, Hazan, 1993, págs. 227-291. Véase
también Erich Lessing y Antonio Varone, Pompéi, París, Terrail, 1995.
73 Erwin Panofsky, La Perspective comme forme simbolyque, París,
Ed. de Minuit, 1975 pág. 71, Panofsky se refiere también a las «represen-
taciones auténticamente perspectivas de lo que se llama el segundo estilo
pompeyano» (pág. 83). Véase igualmente su análisis de la «escenografía»
de Vitruvio. Hay edición en español: Erwin Panofsky, La Perspectiva
como forma simbólica, Barcelona, Tusquets, 1986, 1999. Traducción:
Virginia Careaga.
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La «ceguera» medieval
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El paisaje en China
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el nacimiento del paisaje en occidente
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págs. 52-53. Esta tesis sería de origen italiano y se remontaría al siglo xvi
(Paolo Pini, 1545).
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este nuevo material como una curiosidad que servía para real-
zar la ornamentación y los elementos secundarios. Fue en el
Norte, en Francia y sobre todo en Flandes y en los Países Bajos,
donde los pintores asimilaron la lección implícita del natu-
ralismo descriptivo y diferenciador descubierto por los artis-
tas de la Italia septentrional en la época del Trecento. Y fue-
ron también ellos los que, casi inmediatamente, crearon un
estilo naturalista homogéneo. Las escuelas del Norte enfo-
caron el problema desde un ángulo totalmente diferente: en
sus estudios o en sus pinturas, estos artistas no representa-
ban los especímenes botánicos como objetos aislados, como
hacían los especialistas italianos, sino que concebían el ani-
mal o la planta como inseparable de su entorno natural, de
su espacio vital, de su medio. En consecuencia, en el Norte,
el descubrimiento de la naturaleza solo podía desembocar
en el descubrimiento de la pintura del paisaje. Es un hecho
indiscutible, unánimemente aceptado, que este éxito se debe
al arte del Norte. Pero, al igual que en el grafismo de las figu-
ras y de las representaciones del espacio, tampoco en este caso
hay que desdeñar la aportación de Italia. De hecho, cualquier
investigación imparcial señalaría que fueron los italianos los
primeros en individualizar los ambientes de paisaje y que fue
su influencia la que llevó a experiencias similares en el Norte,
donde la pintura de paisajes acabó por convertirse en un géne-
ro independiente»90.
La cuestión de los Tacuina (o Theatra) sanitatis, señala-
da también por Otto Pächt, parece aún más compleja en cuan-
to que estos tratados, a diferencia de los herbarios, expresan,
incontestablemente, una voluntad paisajística que va mucho
más allá de las leyendas higiénicas. «Tacuinum es una pala-
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Otto Pächt, Le paysage dans l’art italien. Les premières études d’a-
près nature dans l’art italien et les premiers paysages de calendriers, Sain-
Pierre-de-Salerne, Gérard Monfort, 1991, págs. 66-68.
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D. Poirion y C. Thomasset, L’Art de vivre au Moyen Âge, ob. cit.,
pág. 49.
95 Ibíd., pág. 29.
96 Sucesivamente: ffos 21 rº, 23 rº, 27 rº, 82 rº, 90 rº y 97 rº.
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La invención de la ventana
na 312.
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abierta que, sin embargo, sólo deja ver el cielo y todavía no un paisaje»
(E. Panofsky, Les Primitifs flamands, ob. cit., pág. 297). Véase también,
págs. 119-120, la reproducción de «El nacimiento de la Virgen» que figu-
ra en el Leccionario del duque de Berry.
105 No podríamos pretender, con Jacob Burckhardt, que «los grandes
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Durero y Patinir
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Friederich Piel, Albrecht Dürer. Aquarelles et dessins, París, Adam
Biro, 1990, pág. 25.
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nio del Museo del Prado (155x173 cms) (Il. 20). El efecto es,
por otra parte, prodigioso y no se sabe qué admirar más, si
estas mujeres de busto luminoso o este paisaje sombrío y cena-
goso. O bien elimina la escena, o al menos la reduce, la
miniaturiza, solución liliputiense que gusta a Patinir107. Por
ejemplo, en San Jerónimo en un paisaje rocoso (36,5 x 34 cm,
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El campo
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109 Alain Roger, Nus et Paysages. Essai sur la fonction de l’art, París,
Aubier, 1978, 2001, pág. 37.
110 Piero Camporesi, Les Belles Contrées. Naissance du pausage ita-
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hacia nuevos paisajes
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nos: las pruebas que hoy has soportado tantas veces duran-
te el ascenso a esta montaña, debes saber que también te las
has encontrado, tú y tantos otros, en el camino hacia la feli-
cidad»; por último, al término de las ‘pruebas’, cuando alcan-
za ‘la felicidad’ bajo la forma de una visión grandiosa que
abarca la totalidad del país circundante. El gozo es indiscu-
tiblemente estético, pero conviene señalar que está menos liga-
do a la montaña misma que al panorama que se puede des-
cubrir desde la cima; y entonces, enseguida queda inhibido
por una meditación religiosa inspirada en las Confesiones de
San Agustín, de las que jamás se separa Petrarca y que abre
al azar: «El sexto libro se ofrece a mi vista. Mi hermano, deseo-
so de oír por mi boca algunas palabra de Agustín, se mante-
nía de pie con los oídos atentos. Pongo a Dios por testigo y
a mi propio hermano, que estaba allí; el pasaje sobre el que
cayó mi mirada contenía estas líneas: ‘Los hombres van a admi-
rar la altura de las montañas y las enormes olas del mar y la
anchura de los ríos y la inmensidad del océano y el curso de
los astros, y se abandonan ellos mismos.’ Quedé desconcer-
tado, lo confieso; y rogando a mi hermano, impaciente por
oírme leer, que no me molestara, cerré el libro. Estaba irri-
tado contra mí mismo por seguir admirando las cosas de la
tierra cuando desde hace mucho tiempo debería haber apren-
dido de los filósofos, incluso de los paganos, que solo el espí-
ritu es digno de admiración, a cuya grandeza nada es com-
parable»115.
El relato de Antoine de Ville es, sin embargo, más instruc-
tivo. El escudero de Carlos VIII está aquí para llevar a cabo
una misión, acompañado de algunos hombres, entre los que
hay un ‘escalador’ —la pared vertical del monte Aigulle se
escala como la de una fortaleza—, con el objetivo de acome-
115
Respecto a la ascensión de Petrarca al monte Ventoux, véase Phi-
lippe Joutard, L’Invention du mont Blanc, París, Gallimard/Julliard, 1986.
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John Grand-Carteret, La Montagne à travers les âges, 2 vol., Gre-
noble, 1903-1904, reimpresión Ginebra, Slatkine, 1983, vol I, pág. 313,
la cursiva es mía.
118 Citado por J. Grand-Carteret, ob. cit., págs. 301-302.
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Alain Corbin, Le Territoire du vide. L’occident et le désir du riva-
ge. 1750-1840, París, Aubier, 1988, pág. 16. Hay edición en español:
Alain Corbin, Territorio del vacío, Barcelona, Mondadori, 1993.
122 Ph. Joutard, L’Invention du mont Blanc, ob. cit., pág. 21.
123 Horace Benedict de Saussure, Voyages dans les Alpes, citado por
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131 H.B. de Saussure, Voyages dans les Alpes, citado por Ph. Joutard,
L’Invention du mont Blanc, ob. cit., pág. 126.
132 Citado por J. Grand-Carteret, La Montagne..., ob. cit., pág. 440.
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133
Citado ibid., pág. 423.
134
Jean Starobinski, L’Invention de la liberté, 1700-1789, Lausanne,
Skira, 1964, pág. 160.
102
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faud hace la misma constatación para los Pirineos: «El artista aquí solo
podrá andar tras las huellas del sabio. Va con retraso en este mundo nuevo
que sus pinceles no están adiestrados para reproducir.» Gustave Doré
«firma la renuncia casi definitiva de la pintura a servir de prolongación a
la mirada del naturalista» (art. Citado, págs. 243 y 254).
136 Citado por J. Grand-Carteret, La Montagne..., ob. cit., pág. 517.
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A. Corbin, Le Territoire du vide, ob. cit., La crítica de P. Campo-
resi, Les Belles Contrées, ob. cit., «La mer et le littoral» págs. 113 y sigs.
me parece poco pertinente.
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140 A. Corbin, Le Territoire du vide, ob. cit., págs. 24 y 26. Les Aven-
tures de Télémaque, de Fénelon, se publican en 1699, Robinson Crusoe,
en 1719.
141 Président de Bosses, Journal du voyage en Italie, citado por A. Cor-
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De lo bello a lo sublime
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ahí viene que, por una especie de inclinación natural, nuestra admiración
por Zeus no se dirija a los pequeños ríos, a pesar de su transparencia y de
su utilidad, sino al Nilo, al Danubio o al Rin, y mucho más aún al Océa-
no; la pequeña llama que hemos encendido, que conserva la pureza de su
brillo, nos sorprende menos aún que los fuegos celestes, aunque a menu-
do los alcance la oscuridad, y ésta merece menos nuestra admiración que
los cráteres del Etna» (Du Sublime, XXXV). Hay edición en español:
Demetrio / ‘Longino’, Sobre el estilo. Sobre lo sublime, Madrid, Gredos,
1979, 2002. Traducción: José García López.
146 Peter-Eckhard Knabe, Schlüsselbegriffe des kunsttheoretischen
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Vrin, 1969, págs. 18-19. Hay edición en español: Kant, Lo bello y lo subli-
me. La paz perpetua, Madrid, Espasa Calpe, 1946, 19827.
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Véanse los trabajos de Bernard Kalaoba, en particular Le Musée
vert. Radiographie du loisir en fôret, París, Anthropos, 1981, reed. París,
L’Harmattan, 1993.
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155 Ibíd., págs. 46-47. Sin embargo, no puede excluirse una cierta mís-
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pour une théorie du paysage, Seyssel, Champ Vallon, 1994, pág. 28. Ber-
que remite al libro de R. Nash, Wilderness and the American Mind, New
Haven y Londres, Yale University Press, 1973.
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mentales del western y que son los que han marcado la for-
mación de la nación americana no están situados allí y no
corresponden a los que se han utilizado como decorado natu-
ral. [...] Dicho de otro modo, el paisaje tipo, convertido en
modelo de referencia permanentemente retomado e imitado,
en suma, la convención, corresponde a lugares y a paisajes
que no fueron el escenario de los sucesos de la conquista del
Oeste»166. ¿Qué razones comerciales, culturales, estéticas ins-
piraron la elección de los productores y de los realizadores?
Lo ignoro. En todo caso, es este paisaje el que, mediante la
ilusión cinematográfica, se impuso a la mirada planetaria.
166
Michel Foucher, «Du désert, paysage du western», Hérodote, 7,
1977, págs. 131-132, reimpreso en La Théorie du paysage en France
(1974-1994), ob. cit., pág. 74.
167 Mort du paysage? ob. cit. (supra cap. I).
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¿Hay que llegar incluso a forjar los esquemas del caos, como he
creído poder aventurar, cierto que en otro contexto, con «Éloge du désor-
dre», Chaos-Harmonie-Existaence, École d’architecture de Clermont-
Ferrand, 1994. Kasouo Shinohara alababa, no hace mucho, «la belleza
del caos» en «Villes, chaos, activités», Cahiers du C.C.I., nº 5, 1988.
169 Paysages Photographies. En France les années quatre vingt. Mis-
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P. Francastel, Peinture et Société, ob. cit., págs. 198-199. «Parece
probable que nuestra época inaugure la edad de una la exploración poli-
sensorial del mundo». Ibíd., pág. 212.
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lles», en Maîtres et protecteurs de la nature, ob. cit., pág. 253. «El paisa-
je debe interpretarse como un palimpsesto» (Marcel Roncayolo, «Le pay-
sage du savant», en Les Lieux de la mémoire, t. II, La Nation, París,
Gallimard, 1986, pág. 517).
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viaje y paisaje
El extrañamiento
177 Ovidio, Tristes, libro V, x, 37. Hay edición en español: Publio Ovi-
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William Gilpin, Trois Essais sur le beau pittoresque, París, Éd. Du
Moniteur, 1982. Hay edición en español: William Gilpin, Tres ensayos sobre
la belleza pintoresca, Madrid, Abada, 2004. Traducción: Maysi Veuthey.
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El autismo de la renuncia
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183 Joris-Karl Huysmans, À rebours, capítulo XI, cursiva mía. Este «torpe
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paisaje y medio ambiente
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te. Esto no quiere decir que no haya que articular ambos tér-
minos, muy al contrario; pero la articulación pasa por la pre-
via disociación de los mismos. Este es el objeto del presente
capítulo.
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Un poco de historia
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La verdolatría
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Denise y Jean Pierre Le Dantec, Le Roman des jardins de France,
París, 1987, pág. 261. Carmontelle, en Les Jardin de Monceau (1779), seña-
la ya que un «verde demasiado inmenso y del mismo tono entristecería
demasiado nuestra alma, que sólo desea impresiones dulces, vivas y ale-
gres».
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192
«Ségolène Royal: créer un reflexe paysage» La Feuille du paysage,
diciembre, 1992, pág. 2. La ministra de Medio ambiente responde a una
pregunta de la redacción (CAUE: Consejo de Arquitectura, Urbanismo y
Medio ambiente).
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pág. 22.
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El complejo de la cicatriz
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co de todas las pasiones: una herida que, mal que bien, habría
que intentar reducir o, al menos, disimular. Como señala Pie-
rre-Marie Tricaud, «puesto que quien concibe una carrete-
ra, considera que su proyecto sólo puede tener un impacto
negativo tanto sobre el paisaje como sobre el medio ambien-
te, recurre al paisajista para camuflarlo»197. Triste vocación
la del que se creía investido de una misión creadora, inven-
tar el paisaje del mañana, y que se ve reducido al camuflaje,
sí ¡qué desaire!
Yo creo que conviene abandonar esta visión avergonza-
da de la autopista. No solo constituye, en sí misma, un autén-
tico paisaje, sino que, como en otro tiempo el TGV, produ-
ce otros nuevos. No se trata, pues, de esconder el tajo, ni de
cicatrizar sus accesos a golpe de apósitos vegetales, una con-
cepción decorativa y curativa, en una palabra: decurativa, que
resume bastante bien la misión que se le asigna al paisajista.
Tomemos el problema a la inversa: si llevamos hasta el extre-
mo, es decir, hasta el absurdo, este complejo de cicatriz y su
lógica del camuflaje, acabaremos teniendo que enterrar las
autopistas, no sólo en las aglomeraciones y en otras zonas
sensibles (lo que se justifica), sino en el conjunto del territo-
rio. Todo el país minado por este nuevo metro... Ya no hay
heridas, pero tampoco paisajes a nuestro alrededor, a no ser
para aquellos que, de tarde en tarde, volvieran a subir por
alguna ‘boca’ de este metrormiguero hexagonal. Por el con-
trario, nos corresponde a nosotros saber transformar esta cica-
triz en un rostro y esta herida en paisaje.
Emplearé una analogía. Se nos repite hasta la saciedad que
los postes desfiguran el paisaje. Aquí, de nuevo, se postula
un paisaje en sí, a priori intocable. No se les pasa por la cabe-
za a los llorosos ecologistas que una ‘armada de postes en el
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Thierry Grillet, Catálogo de la exposición «Création industrielle
et paysage. Ouvrages EDF en Nord-Pas-de-Calais)» Ed. du CCI, septiem-
bre de 1991.
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dueños y protectores de la naturaleza
200 Véanse las primeras páginas de este libro. Se podrían dar gran can-
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Descartes y Galileo
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206 Michel Henry, La Barbarie, París, Grasset, 1987, pág. 95. Hay edi-
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207 Ibíd., págs. 129-130. Véase también págs. 10, 16, 19, 119, 122 y sigs.
208
Michel Serres, Le Contrat nautrel, París, François Bourin, 1990.
Hay edición en español: Michel Serres, El contrato natural, Valencia, Pre-
textos, 1991.
209 Ibíd., pág. 70.
210 Ibíd., pág. 36.
211 Ibíd., pág. 133.
212 Ibíd., pág. 136.
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215
Descartes, Discours de la métode, VIª parte, cursiva mía. Hay edi-
ción en español: Descartes, Discurso del método: para dirigir bien la razón
y buscar la verdad en las ciencias, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999.
216 François Guéry, en Didier Deleule, François Guéry y Pierre Osmo,
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El «contrato natural»
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Ibíd., pág. 70.
230
«¡Aquí estamos, pues, embarcados! Por primera vez en la historia
Platón y Pascal, que jamás navegaron [sic] tienen los dos razón al mismo
tiempo» (M. Serres, Le Contrat naturel, ob. cit., pág. 72). Nos pregunta-
mos cómo consiguió Platón llegar dos veces a Sicilia...
231 Ibíd., pág. 72.
232 Ibíd., pág. 163.
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Mari-Angèle Hermiette, «Le concept de diversité biologique et la
création d’un statut de la nature», en B. Edeman Y M.-A. Hermiette, L’Hom-
me, la nature et le droit, ob. cit., págs. 254-255.
237 Augustin Berque, Être humains sur la terre, ob. cit., págs. 65-66.
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Martine Rémond-Gouilloud, «Le prix de la nature», en B. Edel-
man y M.-A. Hermiette, L’Homme, la nature et le droit, ob. cit., pág. 217.
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El interés «econológico»
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¿puede ser erótico un paisaje?
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de de la misma interpretación que la «ilusión del déjà vu», es decir «el órga-
no genital de la madre» (ob. cit., pág. 343). Por otro lado, el «déjà vu» lo
más habitual es que sea un paisaje. En cualquier caso, me parece difícil
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(As if this earth in fast thicks pants were breathing), una fuen-
te surgía en súbitos brotes y, en su brusca subida intermiten-
te, arrojaba fragmentos enormes. [...] y en medio de esta danza
de rocas, al mismo tiempo y sin cesar, el abismo proyectaba
a cada instante el río sagrado...»
Todos los elementos ‘geográficos’ son aquí femeninos:
chasm (‘abismo’), fountain (‘fuente’), sacred river (río sagra-
do), después, en los versos siguientes, caverns measureless to
man (grutas cuya medida no puede conocer el hombre’), life-
less ocean (‘océano sin vida’), caves of ice (‘cuevas de hielo)252,
y su violenta erotización, ‘viril’ y como ‘volcánica’ (metáfo-
ra de la metáfora) es lo que las organiza, las orgasmiza como
paisaje fantástico.
Huysmans, La Bièvre, la chica del arroyo... «La naturale-
za sólo es interesante cuando es débil y está desconsolada. No
niego en absoluto sus atractivos cuando, por la potencia de su
risa, hace estallar su corsé de lóbregas rocas y expone al sol
sus pechos de puntas verdes, pero confieso que ante estos exce-
sos de vigor, no siento la apiadada seducción que provocan en
mí un rincón desolado de una gran ciudad, el cerrillo desolla-
do o un reguero de agua que llora entre dos árboles dañados.
En el fondo, la belleza de un paisaje está hecha de melancolía.
Por eso La Bièvre, con su actitud desesperada y el aspecto medi-
tabundo de los que sufren, me seduce más que cualquier otra.»
De nuevo, la metáfora es reversible: si la prostituta es una
«cloaca seminal» (Parent-Duchâtelet, 1836), el cauterio nece-
sario del estupro, el Bièvre, «este guiñapo de río», este «ester-
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255 Sartre, La Nausée, París, Gallimard, 1938, págs. 177-181. Hay edi-
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258 Zola, La faute de l’abbé Mouret, libro II, cap. XV. Hay edición en
español: Emile Zola, La caída del abate Mouret, Llinars del Vallés, Edi-
tors, 1985.
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263 Véase más arriba el comentario de Huysmans sobre Zola. Para mayor
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del Narrador, en Proust. Les plaisirs et les noms, París, Denoël, 1985, pági-
nas 89 y sigs.
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epílogo
historia de una pasión teórica
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Cómo convertirse en un «Raboliot» del paisaje
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Alain Roger, La Travestie, París, Grasset, 1987. La película de Yves
Boisset, que tiene el mismo nombre, se estrenó en 1988.
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epílogo
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epílogo
270 Mort du paysage?, ob. cit., supra. Sin duda el volumen colectivo
más conocido sobre el tema.
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epílogo
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13-Indice onomastico 27/3/07 18:11 Página 205
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13-Indice onomastico 27/3/07 18:11 Página 206
206
13-Indice onomastico 27/3/07 18:11 Página 207
207
13-Indice onomastico 27/3/07 18:11 Página 208
208
13-Indice onomastico 27/3/07 18:11 Página 209
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13-Indice onomastico 27/3/07 18:11 Página 210
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13-Indice onomastico 27/3/07 18:11 Página 211
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14-Colección 27/3/07 18:11 Página 213
títulos publicados
25. Les séracs des Bossons, hermanos Bisson, 1862, en Montagne, Fr.
Guichon, pág. 61. Colección Sociedad francesa de fotografía
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1. Jardincito del Paraíso, Maestro del Alto Rin, siglo xv, Kunstinstitut,
Fráncfort
11. Calendario (febrero), de Las muy ricas horas del duque de Berry, her-
manos Limbourg, Museo Condé, Chantilly
Ilustraciones 14/3/07 16:38 Página 9
12. Calendario (agosto), de Las muy ricas horas del duque de Berry, her-
manos Limbourg, Museo Condé, Chantilly
Ilustraciones 14/3/07 16:38 Página 10
13. Virgen del canciller Rolin, Jan van Eyck, hacia 1433, Museo del Louvre,
París
Ilustraciones 14/3/07 16:38 Página 11
17. San Juan Bautista en el desierto, Geertgen Tot Sint Jans, hacia 1490-1495,
Staatliche Museum Preussischer Kulturbesitz, Berlín
Ilustraciones 14/3/07 16:38 Página 15
19. Wehlsch Ping, Alberto Durero, hacia 1495, Museo Ashmolean de Arte
y Arqueología, Oxford
Ilustraciones 14/3/07 16:38 Página 16
20. La tentación de san Isidro, Joachim Patinir, 1515, Museo del Prado,
Madrid