Milciades Peña - Antes de Mayo - Cáp. 1

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ANTES DE MAYO

CAPITULO I: ESPAÑA Y AMÉRICA

¿Por qué estudiar a España?


Durante decenas de siglos las diferencias en el nivel de vida de las
distintas comarcas del mundo civilizado fueron comparativamente
pequeñas. Existían aquellas, por cierto, pero el incremento de la población,
que la falta de medios de producción adecuados no permitía enfrentar con
incrementos iguales o mayores en la producción, mantenía una mediocre
igualdad entre la mayor parte de los habitantes de las distintas regiones.
Había, eso sí, desniveles abismales entre el bienestar de unos muy pocos
privilegiados y la zaparrastrosa miseria de la gran mayoría. Pero hace unos
trescientos años este cuadro comenzó a cambiar, de modo lento al
principio, vertiginosamente después. Algunos contados países acusaron un
aumento paulatino de población y también de capacidad productiva. Ellos
devinieron entonces –combatiéndose entre si y sucediéndose en el centro
hegemónico– las potencias directoras del mundo, las más prósperas y las
más poderosas. Hablamos de Inglaterra, de Francia, de Alemania y de
Estados Unidos. Su progreso fue producto del capitalismo industrial, esto
es, de la ordenación de toda la sociedad en torno a los intereses de la
burguesía creadora de ese poder mayor que todas las coronas juntas: la
industria moderna.
La burguesía desempeñó un papel innegablemente revolucionario en el
curso de la historia. Hasta que ella no lo reveló, no supimos cuánto podía
llegar a dar de sí el trabajo del hombre. La burguesía produjo maravillas
más ciertas y mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos
romanos y las catedrales góticas. La burguesía no podía existir a no ser de
ir revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, vale
decir el sistema de la misma, y con él, todo el régimen social. Al contrario
de cuántas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición
primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente, la
época de la burguesía se caracteriza entre todas las demás por la
intensificación y modificación de la capacidad productora y sus métodos,
por una inquietud y una dinámica incesantes. Ya no reina aquel mercado
local y nacional que se bastaba a sí mismo, prescindiendo de todo aporte
forastero. Ahora la red del comercio es universal y en ella entran, unidas
por vínculos de interdependencia, todas las naciones. La burguesía
somete al campo al imperio de la ciudad. La burguesía va aglutinando
cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del
país. Territorios antes independientes, o apenas aliados, con intereses
distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y sistemas aduaneros
propios, se asocian y refunden en una nación única, bajo un gobierno, una
ley y un interés nacional de clase y una sola línea aduanera. A mediados
del siglo XIX, a un siglo apenas de haber logrado su plena soberanía sobre
la sociedad, la burguesía había creado energías productivas más
grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Nadie
en los siglos pasados hubiera podido sospechar siquiera que en el regazo
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Milcíades Peña

de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yacían soterradas tales


energías y tantos elementos creadores.1
Para tomar en sus manos el poder económico y político, y estructurar la
sociedad a su imagen y semejanza, la burguesía industrial tuvo que
desalojar a los maestros de los gremios artesanos, a los señores feudales,
en cuyas manos se concentraban las fuentes de riqueza. Su ascenso fue
fruto de una lucha victoriosa contra el régimen feudal. A medida que
crecían los medios de producción y transporte sobre los que cabalgaba la
burguesía industrial, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal
producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la
manufactura, en una palabra, el régimen precapitalista de la propiedad, no
correspondía ya al estado de las fuerzas productivas. Obstruía la
producción en vez de fomentarla. Habíase convertido en una múltiple traba
para su desenvolvimiento. Era menester hacerla saltar y saltó. Vino a
ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y social
más o menos democrática a ella adecuada, que permitía la hegemonía
económica y política de la clase en ascenso. 2 Tal fue la mentada revolución
democrático-burguesa.
El proceso se manifestó en distintas formas en los distintos países, y su
expresión política fue diferente en cada uno. La consolidación política de la
burguesía se expresó como violenta revolución popular en Francia en 1789
y 1848, y en Inglaterra como guerra civil primero y luego, en el siglo XIX,
como lucha por la reforma electoral y arancelaria. En Estados Unidos la
lucha se produjo en torno a la evolución de la esclavitud y culminó en la
guerra civil de Norte contra Sur. En fin, en Alemania hubo conciliación y
mutuo acomodamiento de burguesía, nobleza y realeza bajo la dirección
bonapartista de Bismarck.
Ni en España, ni en América Latina ocurrió nada comparable. De allí
proviene la esencial identidad entre España y América Latina. En el mundo
moderno, la ex metrópoli y las ex colonias se caracterizan por su atraso y
dependencia respecto a otras potencias. Ni una ni otras pudieron
desarrollarse hasta hoy como naciones capitalistas industriales, vale decir,
no han podido realizar lo fundamental de la revolución democrático-
burguesa.
Sin embargo, tanto España como América Latina sirvieron a la expansión
mundial y el triunfo del capitalismo industrial en Europa dónde estuvo
confinado hasta fines del siglo XIX. El descubrimiento de América abrió
nuevos horizontes e imprimió nuevos impulsos a la burguesía, atizando
con ello el elemento revolucionario que se escondía en la sociedad feudal
en descomposición. Con el crecimiento de la burguesía brotaban
necesidades nuevas que ya no bastaban a satisfacer los frutos locales sino
que requerían productos coloniales y muy especialmente oro y plata. Y
estos productos provenían de América latina. Metrópoli y colonias sirvieron
1
Carlos Marx y Federico Engels, “Manifiesto Comunista”, p. 65. Cénit, Madrid, 1932
2
Carlos Marx y Federico Engels, “Manifiesto Comunista”, p. 66 op. cit.
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así al florecimiento del capitalismo industrial; entraron para beneficio en el


remolino de la acumulación capitalista. Ambas fueron engranajes decisivos
en la estructuración del moderno mercado mundial, en la difusión del
intercambio mercantil por los cuatro confines de la tierra. Pero ni en
España ni en América hispana jamás hizo pie firme el capitalismo
industrial. En su ausencia, la revolución democrático-burguesa se quedó
en ideal teórico o caricatura política, sin llegar jamás a una realidad
triunfante.
Esa es, en sus fundamentos la famosa herencia que España dejó en sus
posesiones de América, herencia de la que la misma España no se ha
desprendido todavía. Una función periférica en la platea del capitalismo
mundial, un raquitismo insuperable del capitalismo industrial interno. Y por
lo tanto atraso, dependencia, estancamiento.
Por eso debemos estudiar a España como capitulo primero de la historia
latinoamericana. Las fuerzas históricas que generaron su fracaso como
nación moderna son las mismas que con igual resultado actuaron –y
actúan– sobre Latinoamérica.

Los mitos respecto a España


Toda realidad ofrece cierto grado de resistencia al conocimiento. Pero en el
proceso del conocimiento éste engendra a su vez para compensar su
debilidad un andamiaje de mitos que a su turno contribuyen a hacer más
inaprensible a la realidad. Este proceso es particularmente activo en el
campo histórico, y en el caso de la historia española reviste un carácter
extraordinario. El binomio grandeza-decadencia de España es un mito
puro, y sin embargo todas las interpretaciones españolas se aferran a él
con inusitado fervor. Pocos quieren ver que en España no hay ninguna
decadencia, sino un permanente raquitismo de su desarrollo económico.
Apenas habría que asombrarse de que los historiadores burgueses,
untuosos de óleo sacro, llenen sus páginas con nostálgicas visiones de la
grandeza española. Y lo malo es que hasta escritores marxistas han
pisado el garlito y pretenden que:
“Completada por la unificación de Granada, la unificación nacional
correspondía verdaderamente al adelanto técnico y cultural del
país. Ningún otro estaba en esa época (fines del siglo XV) tan
uniformemente preparado como España para lanzarse al torbellino
de la acumulación capitalista que siguió al descubrimiento de
América”.
Y que:
“por los años del descubrimiento de América el progreso
económico de la península era uno de los mejores de Europa”
Y que España fue:

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Milcíades Peña

“el primer imperio manufacturero y la primera organización


centralista y burocrática de la historia a partir de Roma”3
Todo esto pertenece al reino de la fantasía químicamente pura, sin la
menor impura partícula de realidad.
Por lo pronto, la unificación nacional de España todavía no se había
logrado en el siglo XV, recién comenzó con los Borbones. 4 Como lo advirtió
Marx, pese a la unificación puramente externa realizada por los Reyes
Católicos:
“España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración de mal
dirigidas repúblicas, con un soberano nominal a la cabeza.”
En las distintas regiones subsistieron distintas leyes, distintas monedas,
pabellones militares de distintos colores y distintos sistemas de
tributación.5 Bajo los Austrias, España, era una federación de cinco reinos
autónomos –Aragón, Castilla, Cataluña, Navarra y Valencia– dotados de
parlamentos, constituciones, sistemas monetarios y aranceles aduaneros
separados. Todavía en 1700 estaba prohibido transportar metales
preciosos de un reino a otro, porque estos se consideraban extranjeros
entre sí.6 Hay un fenómeno que caracteriza –entre tantos otros– el bajo
grado de integración económica entre las distintas provincias de España.
“La economía vasca estaba tan desintegrada del resto, que se
llegó al punto de que en el siglo XVII el Fuero de Vizcaya prohibía
la exportación de mineral de hierro no solamente al extranjero sino
al resto de España”7
“Cada uno de los reinos –cuenta el impagable don Manuel
Colmeiro en su verbosa, pero útil Historia de la Economía
Española– se encerraba en su territorio, ponía aduanas, fijaba
derechos de entrada y salida y decretaba prohibiciones. Las
mercaderías provenientes de Aragón eran extranjeras en Castilla,
Navarra, Cataluña y viceversa, de suerte que los mercaderes
debían pagar derecho de peaje cuantas veces pasaban de una a
otra zona fiscal.
La exuberancia de la vida municipal, que en los primeros años de
la reconquista aislaba a las ciudades hasta el punto de parecer
hijas emancipadas de la patria, se había debilitado con el tiempo,
formando pequeñas naciones llamadas a formar una monarquía
poderosa. Entretanto cada pueblo se gobernaba a su modo, sin
3
G. Munis, (Manuel Fernández-Grandizo Martínez).“Jalones de Derrota, Promesa de victoria,
España 1930-1939”, p. 11-13. México, Lucha Obrera, 1948.
4
José Larraz, “La Época del Mercantilismo en Castilla 1500-1700” p. 17. Aguilar. Madrid,
1945
5
Carlos Marx, “La Revolución Española”. p. 20. Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, s/f.
6
Earl J. Hamilton, “El Florecimiento del Capitalismo y Otros Ensayos de Historia Económica”
pp.192 y 204. Revista de Occidente, Madrid, 1948
7
John Sayler, “La Política Económica de España en la Época del Mercantilismo”, Anales de
Economía Sánchez de Moncada, Madrid, 1948.
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ANTES DE MAYO

hacer causa común con los demás pueblos peninsulares; aunque


obedeciendo al mismo soberano, celebraban cortes separadas,
gozaban de distintos fueros, y en fin, conservaban su autonomía”. 8
Verdaderamente, si se tiene en cuenta la realidad de España bajo los
Reyes Católicos, bajo Carlos V y aun después, se observa:
“la supervivencia inalterada de las economías autónomas de cada
uno de los cinco reinos peninsulares, sin que ninguna organización
superpuesta y asimiladora abriese camino a la idea de que
formaban parte de una economía nacional unitaria, se comprueba
que la de cada reino no llegó a fundirse en el crisol de la única
nacionalidad. El aragonés era considerado extranjero por el
castellano, y viceversa. Si las barreras aduaneras interpuestas los
disociaban económicamente, el trato fiscal que se daban entre sí
no difería del que dispensaban a los extranjeros. Aun dentro del
territorio de un mismo reino nuevas aduanas dificultaban el tránsito
de los mercaderes y los sobrecargaban, sin averiguar si se trataba
de mercancías obtenidas dentro del mismo país. Si la diversidad
de aduanas escindía a los reinos, los regímenes fiscales,
monetarios y rentísticos eran también distintos”.9
Faltaba, pues, en España, antes, durante y después de la conquista de
América –época en que se ubica el comienzo de su supuesta
“decadencia”– ese requisito básico y a la vez consecuencia primerísima del
desarrollo industrial capitalista, es decir, la unificación nacional. Inglaterra y
Francia, en cambio, ya habían avanzado largamente en este camino.
Causa y consecuencia de la falta de unidad nacional, en un círculo vicioso
que se perpetuaba automáticamente, era el atraso general de España en
el desarrollo del capitalismo industrial. Había en España, a no dudarlo,
tantos o cuantos miles de tejedores, tantos o cuantos miles de pañeros.
Con enumeraciones de ese género consuelan sus inquietudes los
nostálgicos de un pasado esplendor que nunca fue. Pero lo concreto es
que en la incipiente división internacional del trabajo que ya comenzaba a
estructurarse, España aparecía como un gran corral de ovejas
abastecedoras de lana para la crecientemente próspera industria textil de
Inglaterra. No es cierto que España “pasó a depender de la industria
extranjera” recién después de la conquista de América.10 Siempre fue así.
La superioridad industrial de los flamencos durante la Edad Media es un
hecho irrebatible de la historia económica. Llegaron a crear la primera
industria textil de exportación a base de lana extranjera. Al iniciarse el siglo
XVI Flandes comienza a ser desplazada por Inglaterra, que emprendía la
industrialización de su lana desbordando el mercado interno. Cuando se
producía esta lucha industrial entre Inglaterra y Flandes, España, bajo los
8
Manuel Colmeiro, “Historia de la Economía Política Española”. Madrid, 1863
9
Ramón Carande, “Carlos V y sus Banqueros,1516-1556”, Revista de Occidente, p. 101
Madrid, 1943
10
Rodolfo Puiggrós, “De la Colonia a la Revolución”, p.14. Partenón, Bs. As., 1949
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Milcíades Peña

Reyes Católicos, convertía el eje de su política económica en la


exportación de lana en bruto. El contraste es suficiente para comprender
que la Edad Media había legado a Inglaterra y a los Países Bajos una
superioridad industrial que la España del 1500 no recibiera de su pasado
histórico. Económicamente, España tuvo una Edad Media inferior a
Inglaterra o Francia.11
“A excepción de Barcelona y Valencia la industria de España en el
siglo XV fue muy escasa, teniendo apenas desarrollo. A
consecuencia de esto le eran necesarios los productos de la
industria extranjera. La lana que salía de España en vellones tenía
que volver a adquirirla, a precio elevado, bajo la forma de paños
flamencos, franceses y florentinos”.12
En 1548 las cortes de Valladolid se quejan de que la industria textil no es
capaz de abastecer a la mayoría de la población y confían en la
importación de telas extranjeras.13 Pese a una enorme producción de lana
según cuenta Colmeiro:
“fabricaban los españoles los géneros de lana con poco arte
llevándoles mucha ventaja en bondad y baratura Francia,
Inglaterra y Holanda”.
Un nuevo hecho confirma el atraso del desarrollo capitalista español. La
mayor parte de las actividades comerciales e industriales se hallaban en
manos de extranjeros, judíos sobre todo, hasta su expulsión.
“Como los asuntos financieros se hallaban en manos de los judíos
antes de 1492 y en ellos se encontraba también circunscripto el
pequeño comercio, quedó a los españoles sólo el cambio de sus
productos brutos con las manufacturas del extranjero y el
transporte de estos tejidos por mar”.14
“Los judíos formaban en España el mayor y más poderoso grupo
comercial, pasando por sus manos casi todas las operaciones de
cambio con el extranjero”.15
Los judíos eran los financistas de los reyes, y disfrutaban por eso de
privilegios que la raquítica burguesía española jamás soñó. Gozaban los
judíos el privilegio de no ser apresados por deudas, y, como abusaban de
ese privilegio para estafar a sus colegas cristianos, estos reclamaron en
las cortes el retiro de tal privilegio a los judíos, pero el Rey Enrique II
rechazó su pedido. Ahora bien: en todas las naciones, al comienzo de su

11
José Larraz, “La Época del Mercantilismo en Castilla 1500-1700” p. 100. Aguilar. Madrid,
1945
12
Konrad Haebler, “Prosperidad y decadencia económica de España durante el siglo XVI”.
Establecimiento Tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello. Madrid, 1899
13
Ramón Carande, “Carlos V y sus Banqueros, 1516-1556”, Revista de Occidente, p. 163
Madrid, 1943
14
Konrad Haebler, op. cit.
15
Julio Klein “La Mesta”. Biblioteca de Occidente, Madrid, 1936
18
ANTES DE MAYO

desarrollo, los comerciantes son sobre todo extranjeros, y esta


característica perdura cuanto menos progresa el país en el sentido
capitalista industrial. En Inglaterra, por ejemplo el comercio exterior fue
acaparado por extranjeros mientras el país fue principalmente un
exportador de materias primas. Esto cambió radicalmente al compás del
progreso industrial británico.16 Fue precisamente el retardo económico de
España lo que les permitió a los judíos conservar su posición dominante
mucho más tiempo que en Inglaterra y Francia. 17 Y la permanencia de los
judíos está indicando el atraso precisamente porque lo que caracteriza ai
capitalismo judío es su carácter comercial y usurario, es decir, explotador
de un proceso de producción ya existente y no, como el capitalismo
industrial, portador de un nuevo y progresivo sistema de producción, capaz
de arrasar con el feudalismo.18
Y la expulsión de los judíos no obedeció en lo fundamental a la presión de
la burguesía española, ni fue ésta quién los sustituyó. A principios del siglo
XIV Inglaterra expulsó a judíos e italianos, depositarios casi exclusivos
hasta entonces de las empresas más lucrativas, pero:
“los oficios más remunerativos de las finanzas inglesas pasaron a
las manos de los ingleses mismos. Aquí nosotros sorprendemos un
momento esencial de la formación capitalista”.19
Por el contrario, en Castilla, a partir de la expulsión de los judíos se produjo
un caótico vacío en las transacciones comerciales, hasta que su lugar fue
ocupado por italianos y flamencos.20 La burguesía española era demasiado
atrasada y débil para tomar en sus manos la herencia dejada por los
expulsados. Después de la conquista de América el predominio de los
extranjeros se acentuó más todavía, porque comerciar con España
resultaba más lucrativo que nunca. Las cortes de Segovia de 1532
denunciaron que los genoveses tenían el monopolio del comercio del
jabón, y las cortes madrileñas de 1552 protestaron porque los Fucar
monopolizaban el azogue y toda la industria que en torno a él giraba.
“De modo que –concluye Colmeiro– no le faltaba razón a Sancho
de Moncada cuando decía que los extranjeros negociaban en
España de 6 pares los 5.”21
El florecimiento de algunas ciudades se inserta también –aunque parezca
contradictorio– en el cuadro del atraso general de España. El privilegio de
las ciudades de llevar una vida autónoma es la simétrica contrapartida del
idéntico derecho de los señores feudales, y, como tal, es un elemento
característico de la Edad Media. La autonomía de las ciudades fue

16
Brentano, citado por Abraham León, “Concepción Materialista de la Cuestión Judía”
Indoamérica, Bs. As., 1953.
17
Abraham León, “Concepción Materialista de la Cuestión Judía”. Indoamérica, Bs. As., 1953.
18
Carlos Marx, “El Capital”, T. 2
19
Antonio Labriola, “Capitalismo”, A Disegno Histórico. Alberto Morano. Napoli,1926
20
Julio Klein “La Mesta”. Biblioteca de Occidente, Madrid, 1936
21
Manuel Colmeiro, op. cit.
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Milcíades Peña

progresiva en tanto sirvió de apoyo a las monarquías para poner en vereda


a los nobles. Pero devino reaccionaria cuando intentó perpetuarse contra
la monarquía absoluta, que iniciaba la unificación nacional, superando la
autonomía local de nobles y ciudades en la unidad general de la nación. El
crecimiento del poder independiente de las ciudades –por muy
democrática que sea su organización interna– equivale en síntesis a la
desintegración del Estado Nacional, sin el cual no hay revolución
democrático-burguesa posible. La independencia de las ciudades significa
que a sus puertas es preciso pagar derechos de aduana, exactamente
igual que en los puentes o caminos controlados por los señores feudales.
Por eso, en más de una ocasión, los señores feudales hicieron frente
común con las ciudades contra las monarquías absolutas defendiendo sus
privilegios locales contra los intentos de unificación nacional. 22 Al aparecer
el capitalismo –señala Marx– no sólo se liquida la servidumbre de la gleba,
sino que declina y palidece la existencia de ciudades soberanas, que es
una de las manifestaciones del esplendor de la Edad Media. 23
Era tan agudo el espíritu separatista de las ciudades españolas que
cobraban impuestos hasta sobre los artículos que los ganaderos
trashumantes llevaban sobre el lomo de sus ovejas. Ciudades como Sevilla
y Cádiz, ciudades de depósito de mercancías, defendían a toda costa sus
privilegios particulares oponiéndose a la integración de la economía
nacional.24 Por otra parte, ninguna de las ciudades había logrado
transformarse en el centro económico del país, como ya lo era Londres en
Gran Bretaña. Todo esto revela, no el poderío de la burguesía española,
sino su atraso, el que le impedía superar sus privilegios municipales para
así lanzarse a la conquista del estado nacional.
“Mientras en Francia e Inglaterra el desarrollo del comercio y de la
industria tuvo como consecuencia la creación de intereses generales
en el país entero y con esto la centralización política, Alemania no
pasó de la agrupación de intereses por provincias, alrededor de
centros puramente locales”.25
Estas palabras de Engels referentes a la Alemania del siglo XV sirven
también como descripción adecuada de la situación española.
El exclusivismo local de las ciudades se vinculaba indisolublemente al
régimen corporativo y gremial, característico del sistema de producción
medieval e insufrible para la industria capitalista. Es sintomático que los
adelantos industriales capitalistas surgieran siempre en ciudades nuevas,
no corporativas, o en la industria campesina explotada por los empresarios
capitalistas.26

22
José Larraz, op. cit.
23
Carlos Marx, “El Capital”, T. 1 y 2
24
José Larraz, op. cit.
25
Federico Engels, “Las Guerras Campesinas en Alemania”, p. 12, ed. Calomino, La Plata,
1946
26
José Larraz, op. cit.
20
ANTES DE MAYO

“Las nuevas manufacturas habían sido construidas en los puertos


marítimos de exportación o en lugares del campo alejados del
control de las ciudades y de su régimen gremial.”27
En Inglaterra y Francia la creciente burguesía industrial fue capaz de
ignorar o socavar las reglamentaciones corporativas que trababan su
desarrollo.28 En España, en cambio, lo exagerado de las trabas
corporativas parecen estar en relación directa con la incapacidad de la
burguesía para derribarlas. Los fabricamos extranjeros que abastecían la
mayor parte del mercado español elaboraban sus telas con entera libertad,
de acuerdo a las conveniencias técnicas y las preferencias del consumidor,
especialmente de los nuevos consumidores americanos. En cambio la
atrasada industria española seguía fabricando estilos anticuados con
técnicas envejecidas rigurosamente fijadas por las reglamentaciones
artesanales.29 Por otra parte las industrias españolas más celebradas,
como la de Sevilla, se caracterizaron siempre mucho más por la calidad
artesanal de su producción que por su gran volumen y baratura (Carande,
254). Mas la revolución industrial que multiplicó el desarrollo capitalista se
dejó sentir precisamente en lo que España no tenía: en la industria textil
productora de artículos baratos en gran cantidad.

La debilidad de la burguesía y la ausencia de una política


mercantilista
Nada revela tanto la extrema debilidad de la burguesía española como su
incapacidad para influir decisivamente en la política del Estado inclinándola
a su favor, al menos en esa variante conciliable con la monarquía, que era
el mercantilismo. Lo que Adam Smith llamó impropiamente “sistema
mercantil” era en realidad, como indicó List, un sistema industrial. La
esencia de la política mercantilista era unificar la nación. Como indica el
mejor estudioso del problema, el mercantilismo procura disolver los
exclusivismos locales de la Edad Media en un poderoso exclusivismo
nacional que fortalezca al país frente a sus competidores extranjeros.
Proponiendo una rigurosa reglamentación y planificación de la economía
nacional para sus transacciones con el exterior, el mercantilismo bregaba
en todo momento por la libertad de comercio en el sentido de eliminar los
particularismos localistas que dificultaban el tráfico interno. Pese a la falsa
versión acuñada por Adam Smith, el mercantilismo no buscaba el oro por
el oro mismo sino como medio de fortalecer la economía nacional, y por
ello, mediante una balanza de pagos favorable, estimulaba el desarrollo
industrial que permitía exportar artículos manufacturados y comprar
materias primas.

27
Carlos Marx, “El Capital”, T. 1 y 2
28
Jean Jaurés, “Historia Socialista de la Revolución Francesa”, p. 79. Poseidón, Bs. As., 1946
29
Manuel Colmeiro, op. cit.
21
Milcíades Peña

“Es evidente, –decía un ministro inglés ante el Parlamento en


1721– que nada contribuye tanto al aumento del bienestar público
como la exportación de manufacturas y la importación de materias
primas”.30
En España jamás existió una política mercantilista. No hubo por de pronto
unificación real del país ni liquidación de los particularismos locales.
“A pesar de las protestas de los mercantilistas, cada uno de los
cinco reinos discriminaba muy poco entre los otros 4 y las naciones
extranjeras. De hecho, Castilla recaudaba el mismo tributo sobre
las mercancías introducidas en el arzobispado de Sevilla desde el
interior que sobre las traídas desde afuera”31
Y una protección a la industria, base del mercantilismo, menos todavía.
Los reyes católicos –de quiénes se ha repetido, sin el menor fundamento,
que se inspiraban en principios mercantilistas– estimularon con reconocido
fervor la ganadería pensando en la exportación de lana como principal
instrumento de su política económica. Una concepción mercantilista no se
hubiera contentado con vender al extranjero la lana castellana; hubiera
procurado que se la industrializase en España, tanto más cuanto que la
producción de géneros era insuficiente, al grado de requerir la importación
desde el exterior.32
“La política comercial de España en el siglo XVI era la tradición
viva de la Edad Media, cuando las aduanas tenían un carácter
puramente fiscal. Por eso la autoridad en vez de seguir la regla
mercantilista de promover la exportación y embargar la
importación, observamos que de ordinario se allana la entrada y
entorpece la salida de géneros y frutos. Varias son las cosas que
las leyes no permiten sacar del reino; pocas las que no pueden
introducirse y muy raras veces se encuentra una palabra o se
descubre un pensamiento del sistema mercantil.”33
El único elemento presuntamente mercantilista de la política española fue
el afán por conservar los metales preciosos dentro de las fronteras del
reino. Pero el parecido es sólo aparente. El mercantilismo no sólo buscaba
acumular metales; explicaba que para lograrlo había que exportar más que
lo que se importaba y para ello era preciso vender artículos
manufacturados e importar materias primas. En cambio la política española
no hacía sino continuar la tradición metalista de la Edad Media, que
procuraba atesorar dentro de cada reino, feudo o ciudad, los metales
preciosos por medios escuetamente policiales.

30
Federico List, “Sistema Nacional de Economía Política”, p. 63. Aguílar, Madrid, 1944
31
Earl J. Hamilton, p. 196. op. cit.
32
Ramón Carande, p.163. op. cit.
33
Manuel Colmeiro, op. cit.
22
ANTES DE MAYO

“Para los verdaderos mercantilistas, partidarios teóricos y prácticos


de la doctrina de la balanza de comercio, el derrame ininterrumpido
de los metales preciosos de España era prueba infalible de que su
política superaba a la anterior, la cual se contentaba con prohibir la
exportación de metales preciosos, sin preocuparse del equilibrio de
la balanza de comercio o del superávit de exportaciones. En
efecto, España seguía aferrada a la vieja política “metalista” y por
último vióse obligada a dejar que la plata fluyese de ella “como la
lluvia fluye del tejado.”34
Mucho antes de este testimonio reciente del mejor conocedor del
mercantilismo, Colmeiro había observado ya que el afán de los Reyes
Católicos por conservar los metales preciosos no tenía nada de
mercantilista sino que significaba perseverar “en la política comercial de la
Edad Media.”
Nada demuestra mejor la ausencia de una política mercantilista y la
debilidad de la burguesía española –efecto y causa operantes en acción
recíproca– que la política ante las industrias de las colonias americanas.
Para los mercantilistas las colonias no podían ser otra cosa que fuentes de
materias primas requeridas por la metrópoli y mercado de las industrias
metropolitanas. Por ello siempre que las colonias inglesas trataron de
fomentar las empresas industriales, el Departamento de Comercio de la
Gran Bretaña se hizo presente para impedirlo. Cuando Pennsylvania
pretendió fomentar la industria del calzado, Inglaterra lo prohibió en virtud
de que:
“no podía esperarse la concesión de protección por las leyes a una
manufactura que compitiera con la de Inglaterra por la desventaja
que ello suponía para ese país”.
También se vetó una ley de Nueva York que trataba de fomentar el
desarrollo de la industria de lienzos para velas de barcos, porque era:
“más ventajoso para Inglaterra que se importara a la metrópoli todo
el cáñamo recogido en las plantaciones con el objeto de
elaborarlo”.
Y luego se vetó una ley de Massachussets con el argumento de que:
“la aprobación de leyes para el fomento de las manufacturas que
causaran desventajas en cualquier modo a las de este Reino ha
sido considerada siempre como impropia”.
En este rubro nada era trivial para el Departamento de Comercio de
Inglaterra, ni escapaba a su celo protector de la industria metropolitana. Así
llegó hasta prohibir la aprobación de las leyes sancionadas en Virginia y
Maryland que preveían la fundación de nuevas ciudades, por cuanto las
mismas debían conducir al establecimiento de industrias y atraer hacia sí a

34
José Larraz, op. cit.
23
Milcíades Peña

hombres del campo dedicados hasta entonces a la producción


tabacalera.35 Detrás de todas estas medidas estaba la burguesía inglesa,
pronta a defender su industria y acrecentarla mediante la explotación de
las colonias.
Nada de eso ocurría en España. Al contrario, cuando la afluencia de los
metales preciosos extraídos de Potosí y la insuficiencia de la industria
española provocó un colosal aumento de los precios y escasez general, las
Cortes de Valladolid (1548) pedían a la Corona que se permitiese la libre
importación de productos extranjeros para España y se prohibiese la
exportación de artículos españoles a América, para que así se aliviara la
escasez en España y se desarrollase la industria en América... 36
Por cierto que no existía preocupación alguna por proteger a la industria
española, y las cortes –presuntos órganos de la burguesía– demostraban
el acangrejado atraso de la burguesía española. Este criterio de combatir
la escasez hundiendo a la industria en vez de aprovecharla para acelerar
la acumulación de capital, revela claramente la supervivencia del espíritu
de las ciudades medievales, cuya política comercial procuraba por sobre
todo evitar la escasez y el alza de precios.37 Evidentemente, España
ejerció una política liberal para con la industria de sus colonias. 38 Las
cortes continuaron reclamando en todo momento que se prohibiera la
exportación de géneros para América, y a esas peticiones obedeció la
política de poner trabas al comercio con las colonias, habilitándose un solo
puerto y limitando los envíos a las pocas oportunidades de flotas y
galeones.39 De todo esto no se desprende, evidentemente, que las cortes
tuviesen interés en fomentar la industria nacional, 40 ni que la burguesía
española se sintiese demasiado ligada al desarrollo industrial de España.

España, intermediaria comercial


El monopolio del comercio con sus colonias que España se reservó, sólo
sirvió para enriquecer al comercio de Sevilla o Cádiz y a la industria y el
comercio extranjeros que se movían detrás de aquél.
“Llegaron a ser las Indias propiedad de una sola ciudad del reino, y las
provincias interiores de España y las que ocupaban el litoral del mar
Cantábrico o del Mediterráneo apenas podían gozar los beneficios del
comercio de América por el recargo de los tributos al paso de las
aduanas de tierra, de los derechos municipales y otras gabelas.” 41

35
Louis Haecker “Proceso y Triunfo del Capitalismo Norteamericano”, p. 148. Sudamericana,
Bs. As., 1952
36
José Larraz, p. 62-64. op. cit.
37
Ramón Carande, p.161, op. cit.
38
Earl J. Hamilton, p. 196, op. cit.
39
Ricardo Levene, “Investigaciones Acerca de la Historia Económica del Virreinato del Río de
la Plata”, El Ateneo, Bs. As., 1952
40
Konrad Haebler, op. cit.
41
Manuel Colmeiro, op. cit.
24
ANTES DE MAYO

Y era fatal que así ocurriera, dada la escasa capacidad de la industria


española y la ausencia de cualquier política favorable a su desarrollo. En el
archivo de negocios extranjeros de Francia se encontró una memoria
sobre el Comercio de Cádiz con las Indias en 1691, que contiene datos
reveladores. La participación de los españoles era cinco veces menor que
la de los franceses y tres veces menor que la de los ingleses. Tan corriente
se volvió el empleo de comerciantes españoles como testaferros de los
capitalistas extranjeros que, dice la memoria:
“ni las cortes de Madrid ignoran estas secretas inteligencias, más
lo disimulan por política”42
Por otra parte muy poco tiempo demoraron Inglaterra y Francia en
mantener relaciones directas con las Indias y abastecer la mayor parte del
mercado colonial vía contrabando.
“El comercio con las Indias vía Sevilla-Cádiz se redujo
extraordinariamente, y cuanto subsistió quedó sojuzgado por los
extranjeros”.43
Pretender que el monopolio ultramarino le permitiera a España acaparar el
comercio con América, no fue más que una ilusión. España no tenía
industria con qué abastecer ese mercado; apenas podía servir de
intermediaria, y muy pronto el contrabando redujo su importancia incluso
en esta función.44
Casi con unanimidad los folletos mercantilistas señalaban que la política
económica de España se basaba en principios radicalmente opuestos a los
que el mercantilismo consideraba exactos. 45 Para los mercantilistas,
España era el exacto modelo de lo que no había que hacer. He ahí una
prueba terminante de la ausencia de toda política mercantilista en España,
consecuencia de la debilidad de la burguesía hispana, que se expresaba
también en la composición social de las débiles corrientes de opinión que
propiciaban en España una política mercantilista. En Inglaterra y Francia
los teóricos del mercantilismo eran en su gran mayoría hombres de
negocios, exponentes lúcidos de la pujante burguesía. 46 Lo contrario
sucedía en España, donde los escasos mercantilistas se reclutaban en los
alrededores de la Corte y en el clero.47 La burguesía española era incapaz
de elaborar el pensamiento burgués. La tarea recaía en otras clases y
grupos sociales que estaban demasiado lucrativamente vinculados al
estancamiento de España para intentar nada serio en el sentido de
superarlo.

42
José Larraz, p. 144, op. cit.
43
José Larraz, op. cit.
44
Ramón Carande, p.157, op. cit.
45
José Larraz, op. cit.
46
José Larraz, op. cit.
47
Earl J. Hamilton, p. 197, op. cit.
25
Milcíades Peña

Como ha observado Carande:


“al estudioso de las ciudades medievales de Castilla y de los otros
reinos peninsulares le sorprende el exiguo peso que tuvo, en
comparación con otros países, el tipo de ciudadano patricio
enriquecido con el ejercicio de actividades industriales o
mercantiles. Sedes de floreciente economía, cuyo comercio
estuviera, exclusivamente, en manos españolas, no se encuentran
en el país. El gobierno local de las ciudades de Castilla lo
detentaban caballeros o hidalgos, agricultores o artesanos,
algunos letrados, pero rara vez mercaderes, debido a su exiguo
número, más que a una eliminación sistemática.”
Es sabido que cuando los judíos fueron expulsados, sus puestos pasaron
no a la burguesía española sino a los comerciantes extranjeros.
El estudio de la política de los representantes de las ciudades ante las
cortes denuncia con mayor nitidez todavía la debilidad de la burguesía
española. No sólo hay incoherencia total en la política propuesta por las
ciudades, sino que hay una permanente desorientación que tiende a
resolverse en el apoyo a la tradicional política de las ciudades medievales,
completamente opuesta al desarrollo del moderno capitalismo industrial.

El raquitismo estructural de España


No puede hablarse seriamente de decadencia de Esparta ni de que: “la
raíz de la decadencia se encuentra en los cargamentos de metales ricos
procedemos de América”48 o de que su pobreza se debió “a los metales
preciosos que ahogaron el desarrollo manufacturero español”. 49 Cabe
preguntar porque no lo ahogaron en otros países. Hubo en realidad
raquitismo estructural, crisis de estructura, que indudablemente fue
agravada por la inflación que originaron los metales procedentes de
América. Pero también Inglaterra y Francia soportaron la inflación. Sólo
que en ellos sirvió para acelerar vertiginosamente la acumulación del
capital, mientras que en España arruinó a la endeble industria.
“Si los cimientos de su economía se resintieron fue por su propia
debilidad”50
Esta debilidad de la economía española era la de su burguesía. Y esto
explica el fortalecimiento de la nobleza y la Iglesia, que perpetuaron los
obstáculos al desarrollo capitalista industrial –democrático-burgués–. El
mayorazgo, que impedía la comercialización de la propiedad de una familia
o de una orden religiosa fue una institución política que fortaleció a la
nobleza y a la Iglesia en detrimento del desarrollo capitalista.

48
Grandizo Munis, p. 17, op. cit.
49
Rodolfo Puiggrós, “De la Colonia a la Revolución”, p.118. Partenón, Bs. As., 1949
50
Ramón Carande, p. 59. op. cit
26
ANTES DE MAYO

El clero fue ganando de grado en grado el privilegio de la inmunidad de sus


bienes hasta hacerlo extensivo a todos los que pertenecían a las iglesias y
los monasterios.
“Protegido por esta inmunidad, el clero continuaba aumentando
sus heredades y posesiones en virtud de mandas y legados de
personas piadosas, de donaciones entre los ricos y compras que
hacían con el sobrante de sus rentas, de su derecho a heredar a la
multitud de hombres y mujeres que entraban en las
congregaciones religiosas, y por último, con el beneficio de sus
tratos y comercios, pues negociaban en ganados y lanas, abrían
boticas y tabernas”.51
Durante el siglo de decadencia la Iglesia parece haber sido la única
institución que creció:
“Mucho antes del final de la Edad Media la extensión de la mano
muerta y el aumento del número de conventos fueron condenados
en las cortes y en los escritos de los filósofos morales; pero a lo
largo del siglo XVI la Iglesia ganó terreno y en el XVII progresó a
trancos de gigante. En 1619 el Consejo de Castilla informaba que
el excesivo número de clérigos e instituciones eclesiásticas estaba
arruinando a España, y los economistas españoles del siglo XVII
concuerdan casi unánimemente en este juicio. Hay razón para
creer que la cifra conjunta de sacerdotes, religiosos y monjas se
duplicó aproximadamente en ese siglo, y se elevaba al final del
período a casi 180.000 en una población total de menos de 6
millones de habitantes. El celibato eclesiástico contribuía a la
despoblación, y la distribución indiscriminada de limosnas
agravaba el ya grave problema de la ociosidad y la vagancia.
Aunque se ha exagerado generalmente la incompetencia de la
Iglesia como terrateniente, el aumento de la mano muerta que
acompañaba a la expansión eclesiástica fue probablemente uno de
los factores de la decadencia agrícola. Durante el siglo XVII la
censura religiosa sobre la palabra escrita y hablada sofocó sin
duda en todos los países europeos el progreso intelectual, del cual
ha dependido siempre en gran medida el progreso económico;
pero debido a la dura mano de la Inquisición, la interferencia de la
Iglesia en el saber fue en España dónde alcanzó mayores
Proporciones”.52
El creciente predominio de la Iglesia perpetuaba el estancamiento de la
economía española. Y este estancamiento dejaba sin trabajo productivo a
grandes núcleos de población, cuyas únicas ocupaciones posibles eran la
vagancia a secas o la vagancia religiosa untada en óleo. Y esto, a su turno,
reforzaba el peso de la Iglesia.

51
Manuel Colmeiro, op. cit.
52
Earl J. Hamilton, p. 128, op. cit.
27
Milcíades Peña

“Debemos en justicia disculpar la inclinación de los españoles


refugiarse en lo sagrado. Pocas eran las profesiones que
convidaban con esperanzas de fortuna”.53
La potencia que así ganó el catolicismo fue una traba suplementaria de
tipo superestructural para el desarrollo capitalista, porque es bien sabido
que en contraposición al protestantismo, verdadera ideología del
capitalismo en la etapa de la acumulación primitiva, la religión católica fue
en su esencia y apariencia la religión del feudalismo. Marx señaló que la
confiscación de los bienes eclesiásticos fue una de las fuentes de la
acumulación primitiva.
“El patrimonio eclesiástico era el baluarte religioso detrás del cual
se atrincheraba el régimen antiguo de propiedad territorial. Al
venirse aquél a tierra éste no podrá mantenerse en pie”54
Así ocurrió efectivamente en Inglaterra, y posteriormente en Francia. Pero
en España fue la Iglesia quien confiscó a la nación para afianzar su propia
acumulación.55
Junto a la Iglesia crecieron también los latifundios de la nobleza a causa de
los mayorazgos, y las vinculaciones (Hamilton y Colmeiro). De este modo
quedó efectivamente bloqueado el camino de la revolución democrático-
burguesa.
“La mendicante burguesía española, como su colega rusa o polaca,
no tenía fuerza alguna que oponer a las potencias del pasado.
Todavía a comienzo del siglo XIX la iglesia española poseía
9.000.000 de fanegas, la nobleza 28.000.000 y la clase plebeya
17.000.000, pero la mayoría de las tierras nobles y plebeyas estaban
amayarozgadas y, por tanto, imposibilitadas de enajenación, lo cual
cerraba el camino para aumentar la clase de pequeños propietarios.
Muy pocas eran, en efecto, las localidades dónde estos
predominaban”. (Altamira cit. por Bagú, Economía 152).
Se ha afirmado muchas veces que la insurrección de las comunidades de
Castilla contra Carlos V fue la eclosión de la revolución democrático-
burguesa, en que la supuestamente progresista burguesía española 56 se
levantó frente al feudalismo y cayó derrotada. Recién entonces habría
comenzado la decadencia de la burguesía hispana. La insurrección de los
comuneros sería –se afirma– “un movimiento de la burguesía
manufacturera” impregnado “de gran vigor y clarividencia en cuanto al
progreso del país”57 “extirpando así no sólo los fundamentos económicos
del desarrollo nacional sino los derechos políticos del tercer estado y de las
53
Manuel Colmeiro, op. cit.
54
Carlos Marx, “El Capital”, T. 1, 2. op.cit.
55
Véase Sergio Bagú, “Economía de la Sociedad Colonial”, p. 32, sobre lo sucedido en
Inglaterra, dónde “la Iglesia romana era como en todo el continente europeo el más grande
propietario territorial y el principal sostenedor del régimen territorial”
56
Rodolfo Puiggrós ““De la Colonia...”, p.13, op. cit.
57
Grandizo Munis, p. 20, op. cit.
28
ANTES DE MAYO

masas populares”.58 No hay un solo hecho que sustente estas


generalizaciones apresuradas. Con su clarividencia habitual, Marx observó
que en el fondo de la insurrección castellana “se agitaba la defensa de las
libertades españolas medievales”.59 Pero estas libertades, precisamente
por ser medievales, nada tenían que ver con la burguesía manufacturera ni
con el progreso del país en sentido capitalista. Eran libertades no sólo de
reunión y asociación, sino también de gravar en las puertas de la ciudad
los productos “extranjeros” provenientes de otras regiones de España. Es
decir, la libertad del separatismo y el localismo contra la unificación general
de la nación. El desarrollo capitalista recién entra en su fase moderna –
propicia al desarrollo de la burguesía industrial– cuando obtenida la unidad
nacional bajo la férrea dirección de la monarquía absoluta, los elementos
varios de la sociedad quedan mezclados y unidos hasta permitir a las
ciudades el cambio de la soberanía e independencia local de la Edad
Media por el gobierno general de la burguesía. 60 La insurrección de Castilla
en cambio no tenía otro objetivo que el puramente negativo de defender
sus privilegios medievales contra el absorbente centralismo de la
monarquía. Pero el centralismo absolutista de la monarquía española solo
tenía una semejanza aparente con el absolutismo inglés o francés.
“Fue en el siglo XVI cuando se establecieron las grandes
monarquías, que se constituyeron, en todas partes, sobre la
decadencia de las clases feudales en continuos conflictos, la
aristocracia contra las ciudades. Pero en los otros Estados europeos
la monarquía absoluta se presenta como un centro civilizador, como
la iniciadora de la unidad social. En Esparta, por el contrario,
mientras la aristocracia se sumergía en la degradación sin perder
ninguno de sus peores privilegios, las ciudades perdían su poder
medieval sin ganar en importancia moderna. Por lo tanto, la
monarquía absoluta en Esparta sólo superficialmente parecida a las
monarquías de Europa, debe más bien ser incluida dentro de las
formas de gobierno asiáticas. Esparta, como Turquía, siguió siendo
una aglomeración de mal dirigidas republiquetas, con un soberano
nominal a la cabeza. El despotismo cambió de carácter en las
distintas provincias; pero por despótico que fuese el gobierno, no
impidió que en las provincias subsistiesen distintas leyes y
costumbres, distintas monedas, pabellones militares de variados
colores y variados sistemas de tributación. Este despotismo oriental
atacó el gobierno propio de los municipios sólo cuando se oponía a
sus intereses directos, pero permitía alegremente a estas
instituciones perdurar, siempre que tomaran sobre sí la carga de
hacer algo y le ahorrasen la complicación de la administración
popular”.61

58
Jorge Abelardo Ramos, “América Latina, Un País”, p. 25. Octubre, Bs. As., 1949
59
Carlos Marx, “La Revolución Española”, p.17. op. cit.
60
Carlos Marx, “La Revolución Española”, p.19. op. cit.
61
Carlos Marx, “La Revolución Española”, pp.19-20. op. cit.
29
Milcíades Peña

El carácter peculiar del absolutismo centralista español se corresponde


perfectamente bien con la naturaleza especialísima del grupo social en que
respaldó su política de unificación burocrática de Esparta. Desde luego, la
monarquía, a partir de los Reyes Católicos, aprovechó el antagonismo
entre la nobleza, las ciudades y la Iglesia para debilitar a los tres. Pero su
respaldo directo fueron los ganaderos trashumantes, agrupados en el
Honrado Concejo de la Mesta.
“La vida pastoril trashumante tuvo una evidente influencia en la
destrucción de las fronteras de la Edad Media, que habían impedido
todo progreso en las actividades comerciales.
Las marchas de los pastores con sus rebaños, largas y metódicas,
extendieron el mercado de los productos pastoriles más allá de los
límites locales e incluso allende las fronteras.” 62
Pero las ciudades –y las órdenes eclesiásticas, y la nobleza– oponían toda
clase de trabas a la peregrinación de los ganados mesteños, sea para
obtener fondos, sea para proteger a la agricultura y ganadería locales
agrupadas en torno a la ciudad. Desde luego, los ganaderos mesteños
aspiraban a la neutralización.
“El nacimiento de un fuerte poder central fue un bálsamo para los
maltratados ganaderos, pues les proporcionó un aliado y un
defensor contra las constantes exacciones de los recaudadores de
arbitrios locales”63
Y a su vez la monarquía no disponía de instrumento más adecuado para
derribar el localismo que migraciones de la Mesta:
“esa gran marea de la única riqueza del país con su flujo y reflujo a
través de la península”64
La monarquía delegó en la Mesta en forma de privilegios, funciones
administrativas y hasta judiciales y fiscales que correspondían al Estado
central, y de este modo:
“las ciudades, los monasterios, las casas mobiliarias, las órdenes
militares, descubren en la Mesta, con razón, un poderoso freno de
las inmunidades y mercedes que tradicionalmente gozaban”65
De este modo la Mesta fue sin duda un instrumento centralizador favorable
a la unidad nacional. Pero el sólo hecho de que la monarquía delegase en
una institución particular –de ámbito nacional, a diferencia de las
ciudades– funciones propias del Estado, demuestra las debilidad de la
propia monarquía en cuanto moderna monarquía absoluta, en cuanto
estado soberano nacional, independiente de todo otro poder dentro de las
fronteras en que ejercía su autoridad. Pero hay más:
62
Julio Klein, op. cit.
63
Julio Klein, op. cit.
64
Julio Klein, op. cit.
65
Julio Klein, op. cit.
30
ANTES DE MAYO

“Si la Mesta impulsaba a Esparta hacia adelante en el sentido de la


unificación nacional, tendía en cambio a detenerla en el sentido del
desarrollo industrial, Su interés básico era la exportación de lana, y la
industria textil española le resultaba un estorbo, igual que a los
comerciantes que vivían de la exportación de lana y la importación de
manufacturas extranjeras. Cuando Carlos V intentó limitar la
exportación de lana a la mitad de la producción anual, propiciando así
la industria pañera nacional, surgieron tales protestas por parte de la
poderosa Mesta –de quién la Corona dependía para obtener
empréstitos– y de los gremios de Burgos dónde se almacenaba la
lana para la exportación que se restauró la antigua proporción de 2/3
para la exportación y 1/3 para el consumo nacional” 66
El doble papel de la Mesta y la naturaleza asiática del centralismo regio –
manifestaciones de la debilidad de la mendicante burguesía española–
ponen de manifiesto la tragedia de Esparta; tragedia en el sentido
hegeliano: situación que no tiene ninguna salida hacia adelante. No hay en
España ninguna clase con intereses y fuerza como para emprender el
camino de la revolución democrático-burguesa. La débil burguesía sólo
acierta a defender sus privilegios locales, medievales, revelando así su
incapacidad para elevarse a clase nacional.
Pero el centralismo monárquico –que no se respalda en la burguesía
contra los nobles sino predominantemente en los ganaderos trashumantes
contra los nobles y las burguesías locales– tampoco busca una real
unificación nacional basada en el desarrollo capitalista. Apenas le interesa
el absoluto control burocrático para expoliar a todas las regiones y
satisfacer las voraces necesidades de sus camarillas. En fin, la
organización que más potentemente se interesa en realizar la unidad de la
nación –la Mesta de los ganaderos– es por su misma naturaleza hostil al
desarrollo del capitalismo industrial. Ningún grupo social actúa acorde a las
tareas que el desarrollo del capitalismo industrial les habría asignado; sus
intereses los orientan hacia otra cosa, hacia una peculiar combinación de
intereses progresivos y regresivos que las neutraliza como motores de la
revolución democrático-burguesa.
El caso más patético de esta combinatoria endiablada lo dan la burguesía,
que defiende sus libertades locales, pero se opone a la unificación de la
nación y el desarrollo consiguiente de un gran mercado interno, y los
ganaderos trashumantes, que presionan intensamente por la unificación
nacional, pero se oponen al desarrollo de la industria asignando a España
la función de exportador de lana supeditados crónicamente al
industrialismo foráneo.

66
Julio Klein, op. cit.
31
Milcíades Peña

Desde luego, no es sólo en España dónde se da esta situación sin salida


en que los intereses nacionales de todas las clases se entrecruzan y
combinan para perpetuar el estancamiento y bloquear el camino hacia la
revolución democrático-burguesa. Igual situación encontramos en Rusia,
en Italia, en China, en general en todos los países que comenzaron el siglo
XX sin haber logrado los objetivos de la revolución antedicha.

Los reinos de España eran solo “Indias de extranjeros”


Posiblemente el factor más importante en la modelación del carácter
peculiar del desarrollo histórico español sea la reconquista, esa obstinada
lucha de casi ocho siglos contra la dominación árabe. Por de pronto la
reconquista –convirtiendo a España en un gigantesco campamento
durante siglos– impidió el desarrollo de una agricultura próspera, y estable,
ocasionando el predominio de la ganadería. Pero el capitalismo industrial
sólo puede surgir de las entrañas de la economía agrícola en evolución,
nunca del pastoreo.
“Los moros y los cristianos se hacían una guerra cruel taladrando
los árboles, incendiando las mieses, robando o destruyendo los
ganados, poniendo a saco los lugares desguarnecidos, haciendo
cautivos y llevando la tierra a fuego y sangre. Estos saltos y
correrías se repetían alternativamente por una y otra parte, y
entonces el labrador perdía su hacienda y quedaba arruinado” 67
Cómo extrañar entonces la predilección por la ganadería. Y el predominio
de ésta a su turno dejó libre una gran masa de población –la ganadería
demanda mucho menos mano de obra que la agricultura– que hubo de
volcarse a la guerra y la aventura conformando así el gusto español por las
hazañas heroicas y su desapego por las actividades productivas. 68
Por otra parte la reconquista, consumiendo las energías de la población,
no fue clima propicio para el surgimiento de una clase capitalista nacional,
en el doble sentido de que fuera española –es decir, no extranjera– y de
que sus intereses abarcaran todo el país y no fueran puramente locales.
Hasta su expulsión, los judíos fueron el sector más fuerte. Luego esta
posición la ocuparon otros extranjeros. Además –otro aspecto del mismo
problema– las mayores inversiones de capital en España no pertenecían a
la burguesía española sino a los grandes banqueros internacionales de la
época. En Francia la burguesía fue dueña rentista del Estado antes de
apoderarse de él políticamente.69 En España los dueños del Estado eran
rentistas extranjeros, cuyo interés era sostener a la monarquía –como la
soga sostiene al ahorcado– en detrimento de cualquier aspiración de
apoderarse del Poder que pudiera alimentar la burguesía española. Si el
crédito del Estado fue uno de los primeros medios de desarrollo político de
67
Manuel Colmeiro, op. cit.
68
Ramón Carande, pp. 102-106, op. cit.
69
Jean Jaurés T.1, pp.56, op. cit.
32
ANTES DE MAYO

la burguesía70, en España, puesto en manos de banqueros extranjeros,


sirvió precisamente para anonadar el desarrollo político de la enclenque
burguesía nacional.
Todo eso quiere decir que España –ya en la época de su esplendor
imperial– era una nación semicolonial, abastecedora de lana para la
industria extranjera y cuya economía se hallaba controlada por extranjeros
y en manos de ellos. La similitud con Rusia es en este sentido pasmosa.
Como ocurría en Rusia, las líneas magistrales del comercio y las finanzas
españolas conducían al extranjero, asignando un papel dirigente al capital
comercial y bancario del exterior, dando un carácter colonial a todo el
movimiento capitalista en España.71
Las operaciones de crédito, concertadas por Carlos V, decidieron, con su
larga serie de empréstitos, que camino seguirían muchos de los tesoros de
las Indias. Hacia Flandes, Alemania e Italia, pasando o no por Medina,
salieron, en pago de capitales anticipados por los banqueros, sumas
inmensas acompañadas de cantidades tan grandes de intereses y de
cambios acumulados durante varios años, en ocasiones muchos años, que
llegaban con creces a duplicar el volumen del capital recibido. 72 Los
comerciantes españoles tuvieron que padecer la concurrencia forastera en
buen número de sus propias actividades, desplazados por los extranjeros
que las ejercían dentro del país. El dictamen de las Cortes de Valladolid en
1548 merece ser transcripto:
“Que habiendo sido socorrido V. M. en Alemania y en Italia, ha sido
causa de que vengan tanto número de extranjeros que, no
satisfechos con los negocios de V.M. de cambios y consignaciones,
y no contentos con que no hay maestrazgos, ni obispados, ni
Estados que no arrienden y disfruten; compran todas las lanas,
sedas, hierro y cueros y otras mercaderías y mantenimientos que es
lo que habla quedado a los naturales para tratar y vivir.”
Desde luego:
“si los extranjeros acaparan tantas manifestaciones del comercio en
la península y tan grande es la parte de beneficio obtenida en
España”73
La debilidad de la burguesía española es, pues, algo más que una
presunción.
Ya en 1528 se quejaban las cortes de que los genoveses fueran dueños de
los grandes negocios, haciendo préstamos en gran escala que recaudaban
luego con réditos inconcebibles y fabulosos. 74 Las casas genovesas eran
dueñas absolutas de la industria del jabón, producto que a principios del
70
Jean Jaurés. T.1, pp.58, op. cit.
71
León Trotsky, “Historia de la Revolución Rusa”, T. 1, p. 26
72
Ramón Carande, pp. 225, op. cit.
73
Ramón Carande, pp. 168, op. cit.
74
Cortes, 1528
33
Milcíades Peña

siglo XV alcanzó una gran importancia, así como también del tráfico de la
seda de Granada, la más famosa de su tiempo. Las Cortes de 1542 hablan
de los siguientes artículos que se hallaban monopolizados por los
genoveses; “cereales, lanas, seda, acero, etc.”75
En su Memorial al Rey para que no salga dinero del Reino, Luis Ortiz podía
explicarle a Enrique II que con las materias primas de España y de
América adquiridas por las naciones extranjeras por un ducado,
manufacturaban esos países artículos que vendían después a España por
10 ó 100 ducados. Ortiz se lamentaba de que los españoles habían sufrido
mayores agravios de los europeos que los que habla sufrido América de
España.
“A cambio de los metales preciosos los españoles les daban a los
indios bienes o brujerías de mucho o poco valor; pero mediante la
compra de productos manufacturados con sus propias materias
primas, España estaba enriqueciendo a otros países y
convirtiéndose en el hazmerreír de las naciones.”76
El capital extranjero siguió manejando las finanzas y el comercio de la
nación aun mientras la corona se empeñaba en dictar reglamentaciones de
exaltado nacionalismo económico. En 1772 –época de Carlos IV– los
franceses tenían en sus manos el mayor volumen de las transacciones
mercantiles que se realizaban en Cádiz, corriente principal del comercio
hispano; 79 casas de comercio mayorista pertenecían a capitalistas
franceses, después de los cuales venían en importancia los capitalistas
italianos y los ingleses.77
Las Cortes de Valladolid de 1548 expresaron muy concisamente la realidad
de la situación al manifestar que los reinos de España se empobrecían
cada vez más “y vienen a ser como Indias de extranjeros”78
Las deudas públicas de las monarquías absolutas fueron uno de los
motores más importantes de la acumulación primitiva. Los tipos
exorbitantes de interés permitieron cosechar beneficios fabulosos a los
banqueros internacionales. Esas ganancias:
“fueron factores importantes en la acumulación del capital, la mayor
parte del cual buscó probablemente salida en la industria, el
comercio y las finanzas”79
En España las ganancias fueron astronómicas, pero las inversiones en su
economía nulas.

75
Haberler, op. cit.
76
Hamilton, p. 198
77
Altamira, cit. por Bagú, “Economía...”, p.152. op. cit.
78
Ricardo Levene, op. cit.
79
Hamilton, p. 5
34
ANTES DE MAYO

“Los banqueros no se contentaban con cobrar caros sus anticipos.


Más pedían y más obtenían. Como grandes comerciantes,
monopolizaban ciertos negocios; como acreedores de la corona
administraban sus rentas; como industriales acaparaban las
materias primas y las importaban transformadas, a expensas de las
fuerzas productivas del país”80
Marx señaló que los empréstitos obtenidos por Inglaterra en Holanda
arruinaron a Holanda y favorecieron la acumulación del capital inglés. Con
España ocurrió lo contrario. Se arruinó ella y enriqueció a los banqueros
internacionales. En pleno esplendor imperial fue en realidad un país
semicolonial. Sus colonias de América no tendrían un destino mejor que el
de la Madre Patria.

Esquemas y criterios
La raíz de los mitos en torno a la supuesta prosperidad capitalista de
España es en el fondo una incapacidad para pensar dialécticamente y
soportar esta contradicción; que un país atrasado en el desarrollo burgués
capitalista haya descubierto y conquistado América. ¿Cómo de una nación
tan atrasada podía nacer el Imperio?
Si España hubiera sido atrasada el descubrimiento debió haber sido
realizado por Inglaterra. Tal es el esquema del sentido común que no
puede comprender que el desarrollo histórico no es armonioso y lineal sino
contradictorio y desigual, con el resultado de que las superestructuras
políticas nunca se corresponden mecánicamente como dientes de
engranajes. El desarrollo de la joven burguesía europea, que cabalgaba
sobre las crecientes fuerzas productivas, demandaba con urgencia la
apertura de nuevas rutas sobre el globo, en lo cual ya estaba implícito el
descubrimiento de América. Lo “lógico” –si por lógica entendemos la
ausencia de contradicciones y el esquematismo preestablecido– hubiera
sido que el descubrimiento corriera a cargo de las potencias con mayor
desarrollo burgués y no de España, que marchaba a la retaguardia. Pero
semejante lógica abstracta es extraña a la historia. Fue España quién por
una combinación de procesos superestructurales descubrió América, lo
que no es sino una temprana manifestación de la ley del desarrollo
desigual, común a toda la historia, y particularmente visible en el
capitalismo. Pero a la larga la estructura económica hizo sentir su acción y
España perdió bien pronto el monopolio de sus colonias y se transformó en
agente intermediario de Inglaterra y Francia, que luego habrían de
heredarla como metrópolis económicas de América Latina.
Pero el pensamiento formalista esquemático –aunque hable lenguaje
marxista– no puede comprender ese entronque desigual de estructura y
superestructura. A la grandeza imperial de España necesita inventarle una
base de prosperidad capitalista que nunca tuvo. Del mismo modo,
80
Ricardo Levene, op. cit.
35
Milcíades Peña

fosilizado su pensamiento por el esquema general de la revolución


democrático-burguesa en los países donde triunfó antes de finalizar el siglo
XIX, no comprende que en los países atrasados se da una combinación de
intereses de clase completamente distinta. Y no puede ni imaginarse que
en España no es la burguesía –raquítica y mendicante, aferrada todavía a
los privilegios locales de la Edad Media–, quién se esfuerza por lograr la
unidad del país sino los ganaderos trashumantes. Pero una unidad a su
modo, desvinculada del desarrollo industrial interno, teniendo así un
carácter simultáneamente progresivo-regresivo.
El marxismo enseña a buscar las claves para entender el proceso histórico
en los intereses de clases y grupos. Ese método permitió advertir que en
Inglaterra, Francia y Alemania, la burguesía, llegada a cierto grado de
desarrollo, tenía tales y cuales intereses, entre ellos la unidad del país. El
esquematismo disfrazado de marxismo saca de allí la conclusión de que
en todo el mundo todas las burguesías tuvieron iguales intereses y se
dedica –lupa o telescopio en mano– a descubrir o inventar “burguesías
progresistas”, y cada vez que aparece una realización política que en
Francia o Inglaterra fue impuesta por la burguesía grita: “he ahí la
burguesía”, aunque en el país en cuestión ella se haya opuesto a tal
política. Los elementos peculiares de cada situación nacional se les
escapan por entero y no ven nada de lo que es sin embargo característica
de los países atrasados: el desarrollo combinado, es decir, la coexistencia
de etapas distintas del desarrollo histórico, la transposición de tareas y
clases, la realización de tareas “progresivas” por clases reaccionarias que
dejan su sello de reacción en todos los elementos de progreso y la
temprana ordenación reaccionaria de las clases “progresistas” de acuerdo
al esquema clásico trazado por el Manifiesto Comunista en base al
desarrollo de la revolución democrático-burguesa en Inglaterra y Francia.
Para esta gente será siempre un misterio tan impenetrable como el de la
Santísima Trinidad ese método concreto de análisis histórico –el único
verdaderamente marxista– que le permite a Engels descubrir que al
comienzo del siglo XVI la clase más nacional –“de mayor espíritu
nacional”– en Alemania no ora la burguesía sino la nobleza, ya que ésta
era poderosa cuando era poderoso el Imperio y Alemania estaba unida. 81

81
Federico Engels, “Las Guerras Campesinas en Alemania”, pp. 20-97, op. cit.
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