Zafra - Entusiasmo - Sujetos Encarnados

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El entusiasmo

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Remedios Zafra

El entusiasmo
Precariedad y trabajo
creativo en la era digital

EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA

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Ilustración: © lookatcia (inspirada en la portada de Mute, vol. 2, n.º 1)

Primera edición: noviembre 2017


Segunda edición: abril 2018
Tercera edición: abril 2019

Diseño de la colección: Julio Vivas y Estudio A


© Remedios Zafra, 2017
© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2017
Pedró de la Creu, 58
08034 Barcelona

ISBN: 978-84-339-6417-5
Depósito Legal: B. 23183-2017

Printed in Spain

Liberdúplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4 - Polígono Torrentfondo


08791 Sant Llorenç d’Hortons

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El día 27 de septiembre de 2017, el jurado compuesto
por Jordi Gracia, Chus Martínez, Joan Riambau, Daniel
Rico y la editora Silvia Sesé concedió el 45.º Premio Anagra-
ma de Ensayo a El entusiasmo, de Remedios Zafra.

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Cuando pienso en la mecánica del poder, pienso
en su forma capilar de existencia, en el punto en que
el poder encuentra el núcleo mismo de los individuos,
alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, actitudes,
sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana.
MICHEL FOUCAULT

Nos han hecho creer que somos libres, que tene-


mos capacidad para controlar nuestro destino y que
con más o menos esfuerzo seremos capaces de conse-
guir aquello que nos propongamos. Estas ideas no
solo no son ciertas, sino que son una fuente de frus-
tración.
MARCOS CASADO

¿Cómo elegir al triste si está el entusiasta?


LAURA BEY

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I. Pobreza y entusiasmo.
Cuando el trabajo no vale dinero

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1. LOS POBRES CREAN

Puede que solo dos estados de ánimo constante1 hagan que


la vida valga la pena ser vivida. Yo diría el noble goce de una
pasión creadora o el desamparo de perderla. Me refiero a esa pa-
sión que punza y arrastra y que nos motiva a anteponer el de-
seo frente al inmovilismo, el hacer frente al tener, una prác-
tica creativa frente a, por ejemplo, un trabajo alienante, esa
sensación que perturba «profundamente» frente a la que re-
signa o reconforta.
Y en esta pulsión primera me parece que no debiera ser
tan determinante su instrumento –palabra, tecla, cuerpo o
pincel–, sino que algo trastoca la posibilidad de esta pasión
cuando de la práctica creativa llevada por el entusiasmo pue-
den derivarse trabajos capaces de proyectarse como futuro,
es decir, trabajos de los que se puede vivir y trabajos de los
que no. Cuando sentida y buscada esta pasión no puede ser
ejercida y late el desamparo de verla aplazada permanente-
mente. Creo que muchos de los nuevos pobres que hablan

1. «Hay solo dos tipos de estado de ánimo constante en los cuales la


vida vale ser vivida: el noble goce de una religión o el noble desamparo
de haber perdido una», Fernando Pessoa, Erostratus, Pre-Textos, Valen-
cia, 1988, p. 81.

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de la época de hoy (y cuya genealogía fundiría sus raíces en
formas feminizadas de trabajo) habitan ahí, donde la «forma
capilar de existencia» del poder y la expectativa –propia y
ajena– vulnerabiliza silenciosamente y limita a las personas
en sus tiempos y en sus medios.
El contexto de estos sujetos creadores estaría definido por
su infiltración en trabajos y prácticas temporales y en vidas per-
manentemente conectadas. Sujetos envueltos en precariedad y
travestidos de un entusiasmo fingido, usado para aumentar su
productividad a cambio de pagos simbólicos o de esperanza de
vida pospuesta. Un entusiasmo que encontraría sus máximas
expresiones de júbilo forzado en trabajos culturales, creativos
y cada vez más en el contexto académico. Miro alrededor y ob-
servo que esto acontece hoy. Como si la pareja «pobreza y
creación» actualizara, en un giro y engarce temporal, aquella
época anterior a la invención de la imprenta en la que, sugería
Smith,1 «estudioso y pordiosero» eran palabras casi sinónimas.
Quizá el pobre logre pulsión si dispone de tiempo, pero
difícilmente la vigente cesión a un mundo tecnológico cada
vez más excedentario y burocratizado permitirá más que mí-
nimos fragmentos de tiempo que, extrañamente, lograrán
romper el hielo del alma. Solo hacernos sentir el pico en pe-
queños golpes para que salga polvo y no grieta, sabiendo
como sabemos que toda creación debiera aspirar no solo a
tocar o empañar mínimamente conciencia y sensibilidad,
sino a fragmentar ese «mar congelado que llevamos dentro».2

1. «Antes de inventarse la imprenta, estudioso y pordiosero eran


vocablos casi sinónimos. Parece que con anterioridad los rectores de las
universidades otorgaban a menudo a sus estudiantes un permiso para
mendigar», A. Smith (1776), La riqueza de las naciones, Alianza, Madrid,
2011, pp. 113-114.
2. Kafka, en carta a Oskar Pollak (1904), citado por George Stei-
ner en Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhu-
mano, Gedisa, Barcelona, 2003, p. 85.

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No sin contradicción, muchas personas preferiríamos el
camino de la creación modesta pero libre a la acumulación y
riqueza subordinadas a un trabajo sin pasión. Eso pensamos
y eso decimos antes de descubrir que la libertad mengua
cuando no hay dinero y sí expectativa, cuando el vivir se sos-
tiene difícilmente sobre una superficie demasiado inestable
que precisa unos mínimos de energía y sustento. Entonces se
sucumbe a «lo que salga», aplazando la vida y esa pasión (que
identificamos como lo que nos mueve de la vida) a un futu-
ro donde las condiciones sean mejores. Como una minúscu-
la herida tapada por la ropa, primero invisible, va lentamente
creciendo la frustración. Comienza así una vida permanente-
mente pospuesta, una cesión del tiempo de creación al futu-
ro, una encadenada y constante inversión para lograr recursos
mínimos pero suficientes, proporcionando algo de dinero y
restando a esa pulsión sentida gran parte del tiempo, cedido
ahora al sustento y a la apariencia.
En el carácter precario de los trabajos disponibles radica
la situación ventajosa de quien contrata hoy movido por la
maximización racionalista de «menor inversión y mayor be-
neficio». Pero también ahí se acomoda la excusa de tempora-
lidad de quien trabaja soñando con algo mejor. Si este sujeto
apostara por iniciar el largo camino hacia un trabajo intelec-
tual en el ámbito académico, creativo o cultural, pronto des-
cubriría que su entusiasmo puede ser usado como argumento
para legitimar su explotación, su pago con experiencia o su
apagamiento crítico, conformándose con dedicarse gratis a
algo que orbita alrededor de la vocación, invirtiendo en un
futuro que se aleja con el tiempo, o cobrando de otra manera
(inmaterial), pongamos con experiencia, visibilidad, afecto,
reconocimiento, seguidores y likes que alimenten mínima-
mente su vanidad o su malherida expectativa vital.
Merodeando esta argumentación, hay dos formas de en-
tusiasmo que se dan cita en este ensayo y que, bebiendo de

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mi obra anterior,1 intentarán aquí dar cuerpo a una visión
integradora del sujeto creativo cuando deviene sujeto preca-
rio en la era digital. Una forma de entusiasmo aludiría a la
«exaltación derivada de una pasión intelectual y creadora», y
la forma más contemporánea surgiría como «apariencia alte-
rada que alimenta la maquinaria y la velocidad productivas»
en el marco capitalista. Esa que requiere camuflar la preocu-
pación y el conflicto bajo una coraza de motivación forzada
generadora de contagio, mantenedora del ritmo de produc-
ción del sistema, sintonizando como procesos análogos: pro-
ducción intelectual y de mercado.
He aquí el asunto que quiere atravesar las páginas que
siguen, bajo la sensación de que el entusiasmo sostiene el
aparato productivo, el plazo de entrega y tantas noches sin
dormir, los procesos de evaluación permanentes, una vida
competitiva, el agotamiento travestido, convirtiéndose en mo-
tor para la cultura y la precariedad de muchos que buscan vi-
vir de la investigación y la creatividad en trabajos culturales
o académicos. Ya sea aquellos que siempre quisieron hacerlo,
como otros muchos que descubren en lo que les motivó en
algún momento pasado la posibilidad de convertirlo en la red
en razón de ser frente a un vacío laboral o vital.
Y me parece que el entusiasmo anuda una de las dificul-
tades del mundo actual cuando hablamos de las formas de
movilización creativa, dependencia y conflicto contemporá-
neos. Me refiero no solo a aquellas potencias derivadas de
habitar un mundo conectado, mediado por pantallas y por la
posibilidad constante de crear y compartir fragmentos de

1. Me refiero aquí tanto a mis ensayos más recientes –Ojos y Capi-


tal, (h)adas y Un cuarto propio conectado–, que sugieren de manera esbo-
zada algunas de las ideas que desarrollo en este libro, como a los artículos
en los que sitúo como foco de preocupación las vigentes dinámicas del
sujeto creativo y precario y la instrumentación capitalista del entusiasmo.

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vida, sino también a la búsqueda de la hiperactividad con
todo tipo de estrategias apoyadas en la motivación y mante-
nedoras de la ansiedad productiva de quien teme o se resiste
(no está claro) a dejar tiempos vacíos entre sus prácticas.
Tiempos que puedan hacer pensativa la lógica laboral en que
se inscriben. Porque quizá si lo hicieran, estos tiempos ope-
rarían como interruptor de conciencia y movilización.
El pasado no ayuda. Hace tiempo que en Occidente las
idealizadas figuras de artistas y creadores han soportado ca-
pas y capas entrelazadas de mitos que agrandaban su presupo-
sición, primero como hombres, y segundo como individuos
capaces de vivir al límite y de lindar con el precipicio de la
pobreza. Una pobreza derivada en muchos casos de un con-
texto previo de solvencia material e ilustración donde el sujeto
que amaba crear estaba dispuesto a renunciar a lujos y aban-
donar propiedades por su pasión intelectual. Porque rara vez
ha venido del pobre, que difícilmente podía siquiera aspirar
a un tiempo ilustrado, a desear crear.
No se desea lo que no se conoce o lo que precisa tiem-
pos socialmente no productivos (ya saben, pensar, aburrirse,
soñar, poetizar...). Con vivir ya basta. Si el poder en Occi-
dente tuviera voz, habría sido un eco que atravesaría el pasa-
do: «No es bueno que los pobres creen.» No lo es porque la
creación es movilizada por el conocimiento, el conocimiento
genera conciencia, y la conciencia es pregunta que interpela:
¡eh, tú, por qué tienes tanto y yo nada!
Hoy sin embargo en muchos lugares del mundo, allí
donde unos mínimos democráticos garanticen la educación
pública, los pobres estudian, los pobres acceden al mundo
archivado y los pobres pueden crear. Muchos sueñan con
hacerlo. Y esto parece transgresor. Sin embargo, el escenario
contemporáneo nos hablaría todavía de antiguos mitos here-
dados y singulares expectativas sobre los creadores, proyec-
tando una pasión pura y sacrificada, dispuesta a renunciar a

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lo material por su entusiasmo creativo. Esto no ha hecho
sino sostener sistemas dicotómicos que han contribuido a
fracturar las parejas alma y cuerpo, vida material y vida espi-
ritual, trabajo creativo y pago económico. Tan bella y senti-
damente (porque es ficción y es cierto al mismo tiempo) en
su paseo Robert Walser describe en boca de otros su preocu-
pación de poeta pobre:

El dinero está desde hoy a su disposición. Se ve que un


fuerte alborozo se extiende en este instante por sus rasgos.
Sus ojos brillan; su boca tiene en este momento un algo
sonriente con lo que quizá hacía mucho que no había reí-
do, porque apremiantes preocupaciones cotidianas de ca-
rácter odioso le prohibían hacerlo, y porque desde hacía
largo tiempo quizá se encontraba la mayoría de las veces de
apesadumbrado humor, ya que toda clase de malos y tristes
pensamientos ensombrecían su frente. Frótese las manos
de placer y alégrese de que algunas nobles y amables bene-
factoras, movidas por el sublime pensamiento de que es be-
llo amortiguar el sufrimiento y bueno suavizar la necesi-
dad, pensaran que un pobre poeta sin éxito (porque eso es
lo que es usted, ¿no?) necesitaba apoyo.1

«Amortiguar el sufrimiento», «suavizar la necesidad» de


un pobre poeta que es pobre y como es poeta no debería
hablar de dinero. En algún momento de nuestra historia ha-
blar de dinero cuando uno escribe, pinta, compone una
obra o crea se hizo de mal gusto. Como si la creación habi-
tara esa dimensión donde el pago ya se presupone suficien-
te en el ejercicio creador; como temiendo (o alimentando
el temor) que las palabras dinero o sueldo entren en conflic-
to con la inspiración, que algo ensuciara el mundo abstracto

1. R. Walser, El paseo, Siruela, Madrid, 1997, pp. 8-9.

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y limpio de la obra, aun cuando está hecha entre detritus y
miseria.
Pero también la donación frente al pago hace a la perso-
na creadora dependiente de un sistema de auspicio derivado
del poder y la riqueza. Sean ricos benefactores, sean contem-
poráneos bancos rescatados, siempre me ha parecido que
eclipsan en sus dádivas los delitos que toda gran fortuna es-
conde.
En los últimos tiempos, sin embargo, ha ocurrido que la
valoración del ejercicio artístico se ha socializado del lado de
la afición y el placer como aquello practicado en tiempos
ociosos y considerado difusamente como actividad laboral.
De forma que el contexto no pierde la oportunidad de recor-
dar a quienes crean que eso no es un trabajo en sentido es-
tricto y que por ello cualquiera puede aprovechar para pedir
gratis a un amigo o a un familiar que crea: un retrato para su
hijo, una ilustración para su trabajo, un poema para su pare-
ja, presuponiendo que el gusto por hacer ya compensa el tra-
bajo, reforzando la idea de que el pago a lo creativo va implí-
cito en su mero ejercicio.
Con excesiva frecuencia nos viene a la mente esta dico-
tomía presente en la relación entre creación y precariedad.
Me refiero a la que presenta enfrentados el dinero y el saber,
el interés comercial y el interés cultural, la creación munda-
na y la espiritual. Y me parece que cuando se nos muestran
como opuestos hay algo de fingimiento interesado, porque
nunca una creación se hace aislada del mundo material.
Toda creación siempre es atravesada por las cosas cotidianas
de la vida: el trabajo, el dinero, los espacios que habitamos,
nuestros cuerpos y deseos, esa maldita preocupación.
Pero también la democratización creadora se sostiene
hoy en un escenario que ha encontrado en las últimas déca-
das el hábitat idóneo para su generalización en un mundo en
red, con fácil disponibilidad de acceso al conocimiento y a mul-

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titud de herramientas que favorecen y permiten compartir lo
producido. En poco tiempo ha pasado que en Internet todos
nos hemos convertido en creadores potenciales, en produc-
tores creativos de mundo. La emoción primera de idear y
compartir textos, imágenes, proyectos, publicar libros, hacer
películas y obra aún nos hace rememorar esa intensidad per-
sonal que descubrimos en la infancia frente al ejercicio crea-
dor trenzado al atardecer entre ceras como fósforos y tardes de
desván.
Una emoción que pasa por alto el espejismo efectista
que promueve el software y las infinitas aplicaciones (como
apéndices de nuestros dedos) que dicen ayudarnos a crear
hoy a golpe de clic; pero también las infinitas posibilidades
de archivo y combinación de mundo derivadas de la apro-
piación y mezcla en la red, favorecidas por la tecnología y un
mundo excedentario, donde todo lo digitalizable (cada vez
más «todo») circula.
Tengo la impresión, y es lo que intentaré reflexionar
aquí, de que las herencias del pasado operan hoy en un
mundo creativo que la red y las formas contemporáneas del
capitalismo cultural han convertido en algo profundamente
distinto. Pienso que en una vida conectada pronto descubri-
mos la potencia de disponer de conocimiento y recursos para
crear y comunicar como práctica habitual en nuestros días,
pero que así como crece el deseo de convertir una práctica
vocacional en práctica que nos permita una vida emancipada
y un trabajo remunerado, el escenario global muta increíble-
mente las formas de vivir la frustración, el empleo, el fracaso
y la expectativa.
La permanente cuantificación de mundo (nosotros tam-
bién, que vamos adjuntos) y la hipervisibilidad de estos pro-
cesos (la vida al lado de nosotros mismos) nos transforman.
Y lo hacen desde un punto de vista también material y clara-
mente biopolítico. Desde las casas-habitación donde vivimos

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y la forma de relacionarnos y desear, hasta la experiencia de
una pasión creativa que tanto frustra como punza y arrastra.
No tardamos en advertir que el sistema cultural se vale
hoy de una multitud de personas creativas desarticuladas po-
líticamente. Multitud alimentada de becarios sin sueldo,
contratados por horas e interinos, solitarios escritores de
gran vocación, autónomos errantes, doctorandas embaraza-
das, colaboradores y críticos culturales, polivalentes artistas-
comisarios y jóvenes permanentemente conectados que casi
siempre «compiten».
Pronto descubrimos que la posibilidad de un pago afec-
tivo o de un pago inmaterial que al menos les haga visibles
es un pago insuficiente pero «va reconfortando»; que algunas
personas lo logran porque acumulan grandes, ingentes núme-
ros online, pero difícilmente la mayoría que orbita en torno a
números bajos pagará facturas y comida sumando seguidores
en Internet en el «libre» ejercicio creativo y sin ceder a la pre-
sión tramposa de las audiencias. Pienso que este contexto no
ha venido libre de explotación y desigualdad.
Creo que estos procesos de toma de conciencia y frustra-
ción (este singular dolor que oscila entre sentir perder y re-
cuperar la pasión por crear) describen a una generación de
personas conectadas que navegan en este inicio de siglo entre
la precariedad laboral y una pasión que les punza (por sentir-
la, por haberla sentido, por estar perdiéndola).
No olvido que quienes crean tienen cuerpo. Un cuerpo
que habita lugares con identidad y que transita espacios. Que
aquí y allí los entusiastas se relacionan con otros y fantasean,
pero no solo como parte de su proceso creativo, sino tam-
bién como parte de su subjetivación política. Por ello El en-
tusiasmo propone un acercamiento crítico y «encarnado» a las
formas de creación y precariedad contemporáneas desde lo
pequeño (intimidad frente a estadística). Quiere hacerlo sin
renunciar a la potencia que la imaginación y las figuraciones

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políticas tienen en el ejercicio reflexivo sobre el mundo capi-
talista y en red que habitamos, desde la vivencia de sujetos
con nombre, observados de cerca junto a esa mesa con polvo
y a esa ventana entreabierta.
No se extrañen si a la mirada reticular a los mundos de
vida de la creación contemporánea, graduada desde los estu-
dios sobre la cultura y las redes, la antropología y el arte, y
escrita desacomplejando el amor entre etnografía y literatura,
se suma la figuración política no exenta de fantasía, contra-
dicción y fábula. Porque moviliza pensar que personajes y
máscaras pueden ayudarnos a encarnar la potencia y limita-
ciones de la vida a la que apunta la precariedad de los entu-
siastas, sin menospreciar su «como si», su metáfora, su «érase
una vez».

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funcionaron con el señor Spingel, que crecía y menguaba se-
gún timidez e interlocutor, como si sus huesos se plegaran
elásticos y sin crujidos y sus órganos se comprimieran a la
velocidad a la que los demás solo nos ruborizamos o bajamos
levemente la mirada. Este profesor despertó en Sibila una
tierna simpatía. Probablemente porque, sin exteriorizarlo de
manera evidente, Sibila presentía que su devenir sería con
suerte parecido al de Spingel.

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4. SUJETOS ENCARNADOS. ¿TIENE CUERPO
UN CIENTÍFICO?

Un hombre que lee, o que piensa o que calcula,


pertenece a la especie y no al sexo; en sus mejores mo-
mentos, escapa incluso a lo humano.
MARGUERITE YOURCENAR,
Memorias de Adriano

Una espesa arboleda con flores junto a un negruzco


acantilado aparentemente vacío. Nos enseñan que lo oscuro,
como la ausencia, no es merecedor de mirada. En la cultura
occidental, en el conflicto de abstracción y subjetivación de
la masculinidad (equiparada con la humanidad) los hom-
bres han dejado en el camino oscuro del acantilado su «cor-
poreidad». Y me pregunto: ¿tiene cuerpo un escritor o un cien-
tífico?
En el trance de conformación identitaria de las mujeres,
la pérdida ha sido otra. Estas han sido despojadas de subjeti-
vidad. La arboleda es su cuerpo, su materialidad, objeto de la
mirada, y en el negruzco acantilado su histórica negación es-
tructural es el sujeto. Como consecuencia, su ausencia, pon-
gamos entre otras, en el saber archivado y en la ciencia.
Aún hoy el escrutinio de las mujeres orbita siempre alre-
dedor de su cuerpo y su imagen. Su consideración en cual-
quier ámbito público sigue yendo precedida de «una imagen
sobre la que opinar», un cuerpo sobre el que tomar partido.
El pasado no ayuda sino como ejemplo de rechazo, pues la
presentación de las mujeres en los trabajos y ámbitos del sa-
ber, la creación y la ciencia ha ido adelantada de su presen-
tación en relación con un hombre (esposa, hija, madre, her-

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mana o amiga), mientras que la producción de los hombres
parecía hecha por seres que no tenían ni cuerpo ni vida pri-
vada.
A poco que buceemos en las historias de las creadoras en
el pasado veremos que muchas no han dispuesto del contex-
to para firmar sus trabajos, que «anónimo ha sido nombre de
mujer». Que algunas han utilizado iniciales o seudónimos,
que sus obras han sido apropiadas por familiares o parejas y
que en determinadas culturas tener varios apellidos (primero
el del padre, después el del marido...) ha sido asemejado a no
tener ninguno. También ser presentadas como esposas, aman-
tes o amigas de un hombre ha sido una contundente forma
de neutralización como creadoras. «Ser de» alguien no es lo
mismo que «ser».
Pienso que estas dificultades han operado como varian-
tes de formas de desaparición y vulnerabilidad para las muje-
res creadoras. Modos que diluyen un efecto de permanencia
e imposibilitan una existencia escrita clara, atendiendo a
unos criterios de prestigio y valor que han primado una tra-
dición, un saber, un poder y una autoría con nombre mas-
culino, por defecto desprovistos de cuerpo y sexo. Nombres
que han flotado en la abstracción que otorga «lo humano».
No es extraño que en la época de la precariedad entusias-
ta y las pantallas especulemos sobre cómo la creación des-
de la materialidad del sujeto se enfrenta en distintos grados a
la presentación y difuminado del cuerpo. Si el mundo en red
implica una vida mediada, pero también un mundo más ho-
rizontal donde todos somos productores de imaginario, en-
tonces, ¿sería hoy más fácil desmontar los prejuicios sobre
los que se construyen las desigualdades y exclusiones apoya-
das en los cuerpos y sus imágenes?
Esta reflexión no apuntaría a un salto místico que nos
iguale liberándonos del cuerpo, sino a oportunidades que
nos permitan modificar la significación de los atributos del

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cuerpo. De un lado, subjetivando a las mujeres y evitando
esa antelación corporal que las presenta; de otro, encarnando
a los sujetos desprovistos simbólicamente de cuerpo y de gé-
nero.
Las pantallas como vestido o piel no solo nos visten,
sino que suman complejidad a la vida de ahora. Y me parece
que estas posibilidades de modificar o invisibilizar el cuerpo
nos susurran cosas al oído. Este asunto tiene una lectura de
profundo calado político, porque nos permite imaginar nue-
vas y más radicales formas de vida que no vendrían a susti-
tuir sino a ampliar las actuales.
Hoy la época se caracteriza por la convivencia de diver-
sas posiciones materialistas y simbólicas sobre el cuerpo
anunciadas, entre otras, por la biotecnología, la cibernética
y la ciencia ficción. De una parte, la desmaterialización ge-
nerada por la interfaz como mediadora del cuerpo físico y,
en consecuencia, la proliferación de agentes como perfiles,
avatares e imágenes del cuerpo que, de momento, refuerzan
el poder del imaginario visual y sus estereotipos. De otra, la
saturación de su imagen corporal y la demanda de su inter-
vención, su culto.
Como lugar común, la manipulación del cuerpo y de la
imagen del cuerpo, donde biotecnología y diseño como in-
genierías contemporáneas dan respuesta a los cuerpos incon-
formes pudiéndolos transformar física y visualmente. En el
cotidiano ejercicio de este cambio se va asentando una era
poscuerpo, pero no está claro que esta deriva esté siendo más
emancipadora.
Superar los lastres derivados de esta tendencia ha sido
uno de los retos feministas en la Internet de las últimas déca-
das. Reto que no puede entenderse sin un marco de signifi-
cado mayor donde observamos cómo las condiciones de rela-
ción y deseo han sido (están siendo) desiguales para las
mujeres. Entre otras cosas, porque sus imágenes siguen sien-

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do objeto de negocio y especulación, coartando su libertad
(y también su deseo).
Esperanzadas en la interfaz como dispositivo subjetivo
liberador, en el feminismo tardamos un tiempo en descubrir
que la liberación en Internet no vendría de la apariencia sino
de la «alianza». Tardamos, pues desde los primeros años de
la red predominó el espejismo de liberación tecnológica. De
ello hablaban un grupo de jóvenes artistas australianas que
infiltró un interesante discurso de resistencia frente al ya do-
minante de los sistemas informáticos. Su infiltración tenía
forma de manifiestos, acciones e iconografías paródicas, ci-
bereróticas y críticas que querían sabotear al «gran papá uni-
dad central de computadora»1 y que aún hoy inspira posicio-
namientos subversivos en la cultura-red.
Una fresquísima impertinencia de herencia ciberpunk
caracterizó las formas de estas chicas precarias que no escon-
dían sus deseos; amantes del sexo y la masturbación y aburri-
das del mundo, decidieron burlarse y criticar la homogenei-
dad del poder tecnológico sin caer en victimismos. Con
referencias a la obra de Donna Haraway e inspiradas por la
necesidad de idear «nuevas figuraciones», estas artistas femi-
nistas crearon una pequeña corporación llamada Venus Ma-
trix capaz de sintonizar con lo que estaba pasando en distin-
tas partes del mundo. Decían:

[...] somos el virus del nuevo desorden mundial / reventan-


do lo simbólico desde dentro / [...] / el clítoris es una línea
directa a la matriz / [...] / terminators del código moral /
[...] / chupando el altar de la abyección / [...] / infiltrando,
perturbando, diseminando / corrompiendo el discurso.2

1. VNS Matrix, Manifiesto de la Zorra / Mutante, 1996: http://vns-


matrix.net/100-2/
2. Ibidem.

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Herederas de estas formas, materializadas en nuevas líneas
de acción feminista, creo que la precariedad contemporánea
en los ámbitos de la cultura guarda sintonía con su crítica pa-
ródica. Entre otras razones porque en la precariedad siempre
nace el feminismo. Basta que los sujetos precarios se vean a sí
mismos y se pregunten ¿en qué nos parecemos?, ¿por qué nos
parecemos? Con el espejo de la conciencia, las mujeres se ob-
servan entre ellas y miran cómo les ha mirado el mundo. Lo
que de ello se deduce, lo que trasciende, lo que se oculta.
Las iconografías ciberfeministas recuerdan el simbolismo
que determinadas imágenes del cuerpo de la mujer adquie-
ren en la cultura-red. Mientras, mujeres como Sibila obser-
van la desfachatez con que en las redes se censuran estas imá-
genes, rechazando fotos de sus vulvas expuestas, las manchas
de sangre de sus menstruaciones, sus cuerpos sin depilar, sus
pechos caídos después de amamantar o amamantando. To-
das esas imágenes son prohibidas en muchas redes por ab-
yectas, mientras que de manera continuada los iconos de ma-
sas recientes (estrellas del pop y celebrities) muestran en estos
mismos lugares sus aplaudidos cuerpos sensuales y desnudos,
siempre que estén bien sincronizados con la mirada de un
determinado tipo de deseo, rentable para el capitalismo, leal
al patriarcado. Como sugería Nancy Huston, «no es tanto
que ustedes tomen a sus deseos por la realidad, es más bien
que sus deseos se vuelven nuestra realidad».1
Llama la atención que, en un mundo transparente en la
exhibición mediática de los cuerpos e intimidades, la censura
siga orientándose a vulvas, coños o vaginas, pechos y pelos
cuando se exhiben libremente. Parece que hay cosas que tan-
to atraen como horrorizan. Atraen cuando están domestica-

1. N. Huston, Le masculin: Le genre humain, 10, citado en Bernard


Arcand, Antropología de la pornografía. El jaguar y el oso hormiguero.
Nueva Visión, Buenos Aires, 1991.

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das y horrorizan cuando se presentan libres, por iniciativa
propia. La precariedad siempre tiene cuerpo y a menudo tie-
ne vulva. Incluso la precariedad tecnológica tiene matriz
subversiva, capaz de infiltrarse, paródica, en la red, sin pudor
por responder a quienes les subordinan que les «chupen el
código».1
La precariedad contemporánea saca a pasear «vulvas» y las
procesiona sin miedo. Se hacen llamar de muchas maneras.
Una de ellas: «Santo Coño Insumiso». Sibila ha estado allí,
bajo una tela sin capirote que escondía su rostro de siempre,
portando una vulva gigante sobre unas pequeñas andas. Y por
mucho que algunos se digan: «Una vulva es muy peligrosa», y
lo repitan dos, tres y hasta cuatro veces, la posición de la crí-
tica no puede ser diluida. Importa. Importa que la crítica pa-
ródica se haga desde quienes denuncian formas de opresión.
Y no, no es lo mismo la broma o chanza desde el púlpito y el
poder que la parodia desde quien se sabe oprimido.
Si hasta hace poco el feminismo se valía de la crítica pa-
ródica localizándola en el museo o entre un grupo de afines,
lleva ya tiempo saliendo a la calle, publicándose en libros,
habitando universidades y juzgados, las plazas y la vida coti-
diana, latiendo como posiblemente la gran revolución del si-
glo XX y del siglo que empieza.
La estigmatización de los genitales de la mujer sigue re-
cordando en algo la época de caza de brujas y la Inquisición;
la vagina dentata y el Malleus Maleficarum, que a tantas mu-
jeres curanderas o que ayudaban a practicar abortos llevaron
a la hoguera. Y el pecado de la mirada recordando la doble
moral de quien pregona desde el poder, penalizando, para
mirar en la intimidad lo que censura, sin que lo vean.
Porque las formas de hacer público un símbolo (de pro-
cesionarlo), de crear nuevos o de hacernos pensar en los que

1. «Chúpame el código», VNS Matrix, op. cit.

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tenemos no son exclusividad de una cultura o de una reli-
gión. El carácter convenido de los símbolos y su posibilidad
de transformación (entre otras cosas, para ayudarnos a de-
nunciar injusticias y a mejorar mundos) es algo propio del
ser humano. Esta posibilidad nos ha permitido salir de las
cavernas y de épocas de mayor injusticia.
La parodia y visibilización de lo que culturalmente se
ha significado como «abyecto» es una estrategia habitual en
el arte político (los pobres crean) y en la práctica creativa. Es
parte de los necesarios ejercicios simbólicos y críticos que
reivindican la libertad y el posicionamiento frente a la nor-
malización de formas que subyugan y que se han vuelto invi-
sibles por rutinarias. ¿Acaso no duele y dolió la brutal exclu-
sión de las mujeres de la vida pública y de los saberes y
trabajos creativos, su privación histórica de subjetividad y la
desigualdad estructural que sigue limitando el derecho a de-
cidir sobre sus cuerpos y vidas en gran parte del planeta?
¿Acaso estas, entre otras razones sobre las que se basan la his-
toria de la subordinación de las mujeres, su precariedad la-
boral, el control político/religioso sobre la maternidad, la
apariencia, la presión sobre los cuidados, la violencia estruc-
tural...?, ¿acaso esto no merece, como mínimo, gestos simbó-
licos? Sí, tienen razón quienes las atacan, que mujeres como
Sibila porten una vulva por las calles es ofensivo y peligroso,
tolerar que por nacer con una su vida pueda ser privada de
iguales derechos y oportunidades no lo es.

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