Actitudes de Los Primeros Cristianos
Actitudes de Los Primeros Cristianos
Actitudes de Los Primeros Cristianos
La Roma clásica promovió por doquier, con deliberado propósito, la difusión de la vida
urbana: municipios y colonias surgieron en gran número por todas las provincias de un
Imperio para el cual urbanización era sinónimo de romanización. El Cristianismo nació
en este contexto histórico y las ciudades fueron sede de las primeras comunidades,
que constituyeron en ellas iglesias locales.
Vamos a recorrer por distintos escritos como eran sus actitudes, como vivían.
Vida de santidad
“Estas son, oh emperador, sus leyes. Los bienes que deben recibir de Dios, se los piden,
y así atraviesan por este mundo hasta el fin de los tiempos, puesto que Dios lo ha
sujetado todo a ellos. Le están, pues, agradecidos, porque para ellos ha sido hecho el
universo entero y la creación. Por cierto, esta gente ha hallado la verdad”. (ARISTIDES,
Siglo II, La Apología)
“Socorren a quienes los ofenden, haciendo que se vuelvan amigos suyos; hacen bien a
los enemigos. No adoran dioses extranjeros; son dulces, buenos, pudorosos, sinceros y
se aman entre sí; no desprecian a la viuda; salvan al huérfano; el que posee da, sin
esperar nada a cambio, al que no posee. Cuando ven forasteros, los hacen entrar en
casa y se gozan de ello, reconociendo en ellos verdaderos hermanos, ya que así llaman
no a los que lo son según la carne, sino a los que lo son según el alma.
Cuando muere un pobre, si se enteran, contribuyen a sus funerales según los recursos
que tengan; si vienen a saber que algunos son perseguidos o encarcelados o
condenados por el nombre de Cristo, ponen en común sus limosnas y les envían
aquello que necesitan, y si pueden, los liberan; si hay un esclavo o un pobre que deba
ser socorrido, ayunan dos o tres días, y el alimento que habían preparado para sí se lo
envían, estimando que él también tiene que gozar, habiendo sido como ellos llamado a
la dicha”. (ARISTIDES, Siglo II, La Apología)
“No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del
futuro”. (Hebreos 13, 14)
Se casan como todos, tienen hijos, pero no abandonan a sus recién nacidos. Tienen en
común la mesa, pero no la cama. Están en la carne, pero no viven según la carne.
Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes del Estado,
pero, con su vida, van más allá de la ley. Aman a todos y son perseguidos por todos.
No son conocidos, pero todos los condenan. Son matados, pero siguen viviendo. Son
pobres, pero hacen ricos a muchos. No tienen nada, pero abundan en todo. Son
despreciados, pero en el desprecio encuentran gloria ante Dios.
Los primeros cristianos tuvieron muy presente el testimonio de Cristo con su vida de
trabajo, ya que “fue considerado como carpintero, y fue así que obras de este oficio
fabricó mientras estaba entre los hombres, enseñando por ellas los símbolos de la
justicia, y lo que es una vida de trabajo” (JUSTINO, Diálogo con Tritón).
El trabajo tenía para los primeros cristianos un valor de signo distintivo entre el
verdadero creyente y el falso hermano, así como una manera delicada de vivir la
caridad para no ser gravoso a ningún hermano (cfr. Thes 5, 11). (cfr. Enciclopedia GER)
Por otra parte, no podemos olvidar que los primeros cristianos estaban inmersos en un
mundo en el que el trabajo era tenido como algo peyorativo.
“Y como el trabajo era lo que determinaba la vida del esclavo, se impuso la conocida
distinción entre trabajo servil y trabajo liberal, identificando en el primero el trabajo
propiamente dicho, y en el segundo toda esa gama de actividades que, además de la
cultura, comprende las aficiones y las artes” (J.Mullor, La Nueva Cristiandad, Madrid
1966, p.215).