Actitudes de Los Primeros Cristianos

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Actitudes de los primeros Cristianos

La Roma clásica promovió por doquier, con deliberado propósito, la difusión de la vida
urbana: municipios y colonias surgieron en gran número por todas las provincias de un
Imperio para el cual urbanización era sinónimo de romanización. El Cristianismo nació
en este contexto histórico y las ciudades fueron sede de las primeras comunidades,
que constituyeron en ellas iglesias locales.

Las comunidades cristianas estaban rodeadas de un entorno pagano hostil, que


favorecía su cohesión interna y la solidaridad entre sus miembros. Pero esas iglesias no
fueron núcleos perdidos y aislados: la comunión y la comunicación entre ellas era real
y todas tenían un vivo sentido de hallarse integradas en una misma Iglesia universal, la
única Iglesia fundada por Jesucristo.

Esta es una de sus principales características dentro de la vida de estos primeros


cristianos la fuerza de cohesión, de unión que había en ellos, su gran sentido de
comunidad.

Vamos a recorrer por distintos escritos como eran sus actitudes, como vivían.

Vida de santidad

“Observan exactamente los mandamientos de Dios, viviendo santa y justamente, así


como el Señor Dios les ha mandado; le rinden gracias cada mañana y cada tarde, por
cada comida o bebida y todo otro bien… “. (ARISTIDES, Siglo II, La Apología)

 “Estas son, oh emperador, sus leyes. Los bienes que deben recibir de Dios, se los piden,
y así atraviesan por este mundo hasta el fin de los tiempos, puesto que Dios lo ha
sujetado todo a ellos. Le están, pues, agradecidos, porque para ellos ha sido hecho el
universo entero y la creación. Por cierto, esta gente ha hallado la verdad”. (ARISTIDES,
Siglo II, La Apología)

 “En los cristianos se da un sabio dominio de sí mismos, se practica la continencia, se


observa el matrimonio único, la castidad es custodiada, la injusticia es excluida, la
piedad es apreciada con lo hechos. Dios es reconocido, la verdad es considerada norma
suprema”. (SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, Libros a Autólico, Siglo II)

Entrega a los demás

“Socorren a quienes los ofenden, haciendo que se vuelvan amigos suyos; hacen bien a
los enemigos. No adoran dioses extranjeros; son dulces, buenos, pudorosos, sinceros y
se aman entre sí; no desprecian a la viuda; salvan al huérfano; el que posee da, sin
esperar nada a cambio, al que no posee. Cuando ven forasteros, los hacen entrar en
casa y se gozan de ello, reconociendo en ellos verdaderos hermanos, ya que así llaman
no a los que lo son según la carne, sino a los que lo son según el alma.

Cuando muere un pobre, si se enteran, contribuyen a sus funerales según los recursos
que tengan; si vienen a saber que algunos son perseguidos o encarcelados o
condenados por el nombre de Cristo, ponen en común sus limosnas y les envían
aquello que necesitan, y si pueden, los liberan; si hay un esclavo o un pobre que deba
ser socorrido, ayunan dos o tres días, y el alimento que habían preparado para sí se lo
envían, estimando que él también tiene que gozar, habiendo sido como ellos llamado a
la dicha”. (ARISTIDES, Siglo II, La Apología)

Ciudadanos de la tierra y del cielo

“No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del
futuro”. (Hebreos 13, 14)

 “Habitan en la propia patria como extranjeros. Cumplen con lealtad sus deberes


ciudadanos, pero son tratados como forasteros. Cualquier tierra extranjera es para
ellos su patria y toda patria es tierra extranjera.

Se casan como todos, tienen hijos, pero no abandonan a sus recién nacidos. Tienen en
común la mesa, pero no la cama. Están en la carne, pero no viven según la carne.
Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes del Estado,
pero, con su vida, van más allá de la ley. Aman a todos y son perseguidos por todos.
No son conocidos, pero todos los condenan. Son matados, pero siguen viviendo. Son
pobres, pero hacen ricos a muchos. No tienen nada, pero abundan en todo. Son
despreciados, pero en el desprecio encuentran gloria ante Dios.

Se ultraja su honor, pero se da testimonio de su justicia. Están cubiertos de injurias y


ellos bendicen. Son maltratados y ellos tratan a todos con amor. Hacen el bien y son
castigados como malhechores. Aunque se les castigue, están serenos, como si, en vez
de la muerte, recibieran la vida. Son atacados por los judíos como una raza extranjera.
Los persiguen los paganos, pero ninguno de los que los odian sabe decir por qué”.
(Siglo II-III, Carta a Diogneto)

“Los cristianos llevan grabadas en su corazón las leyes de Dios y las observan en la


esperanza del siglo futuro. Por esto no cometen adulterio ni fornicación, no levantan
falso testimonio; no se adueñan de los depósitos que han recibido; no anhelan lo que
no les pertenece; honran al padre y a la madre, hacen bien al prójimo; y, cuando son
jueces, juzgan justamente.
No adoran ídolos de forma humana; todo aquello que no quieren que los otros les
hagan a ellos, ellos no se lo hacen a nadie. No comen carnes ofrecidas a los ídolos,
porque están contaminadas. Sus hijas son puras y vírgenes y huyen de la prostitución;
los hombres se abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza; igualmente sus
mujeres son castas, en la esperanza de la gran recompensa en el otro mundo…”
(ARÍSTIDES, La apología, Siglo II)

 Dimensión cristiana del trabajo

Los primeros cristianos tuvieron muy presente el testimonio de Cristo con su vida de
trabajo, ya que “fue considerado como carpintero, y fue así que obras de este oficio
fabricó mientras estaba entre los hombres, enseñando por ellas los símbolos de la
justicia, y lo que es una vida de trabajo” (JUSTINO, Diálogo con Tritón).

Al proyectarse el mensaje cristiano sobre aquella estructura laboral, el trabajo aún el


peor cualificado, adquiere una dimensión nueva en Cristo (cfr. Ef. 6,7). La dimensión
sobrenatural del trabajo será como un incentivo divino que superará con mucho el
impacto de los condicionamientos sociales, pero sin violencias ni rebeliones.

El trabajo tenía para los primeros cristianos un valor de signo distintivo entre el
verdadero creyente y el falso hermano, así como una manera delicada de vivir la
caridad para no ser gravoso a ningún hermano (cfr. Thes 5, 11). (cfr. Enciclopedia GER)

 Por otra parte, no podemos olvidar que los primeros cristianos estaban inmersos en un
mundo en el que el trabajo era tenido como algo peyorativo.

“Y como el trabajo era lo que determinaba la vida del esclavo, se impuso la conocida
distinción entre trabajo servil y trabajo liberal, identificando en el primero el trabajo
propiamente dicho, y en el segundo toda esa gama de actividades que, además de la
cultura, comprende las aficiones y las artes” (J.Mullor, La Nueva Cristiandad, Madrid
1966, p.215).

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