Maín y El Acompañamiento de Las Postulantes
Maín y El Acompañamiento de Las Postulantes
Maín y El Acompañamiento de Las Postulantes
“Haz con libertad todo lo que requiera la caridad”1, así escribió María en una de sus cartas lo que ella misma vivía,
particularmente cuando se trataba de las jóvenes postulantes que llegaban nuevas a la casa de Mornese.
En esos casos, salía a recibirlas, las rodeaba de afecto para que superen toda impresión, las hacía hablar de su
familia y de su pueblo, las dejaba llorar junto a ella por lo que habían dejado; revisaba el horario y las normas de
la casa, sin insistir en el deber; ella misma era ejemplo de lo que deberían hacer después; se daba, como de
costumbre, la primera, y más que ninguna, a los trabajos sencillos, participaba con las jóvenes en recreos
animadísimos, les preguntaba cómo estaban y si tenían alguna dificultad; con bondad y paciencia excusaba sus
faltas... Temiendo por la salud de algunas postulantes, introdujo el café con leche en el desayuno, modificando
las costumbres de la comunidad, y trataba de brindarle a cada una lo que necesitara y sabía que le gustaba, si
estaba en sus posibilidades.
Después de visitarlas en su lugar de trabajo, tenía la costumbre de sentarse en un rincón del taller para trabajar
cosiendo faldas, vestidos, trabajos por encargo, que proporcionaban el pan a la comunidad. Conversaba con todas
las que lo deseaban. Las jóvenes compartían animadas su vida y sin darse cuenta se manifestaban sencillamente
a sí mismas, sus costumbres, sus inclinaciones. Maín sabía sacar el mayor fruto posible de esos encuentros. Lo
mismo le recomendaba a Petronila, encargada de las postulantes: “Deja que las chicas hablen de su familia y de
lo que hacían, déjalas hablar y escúchalas con atención”.
Sucedía que algunas jóvenes se imaginaban una vida menos activa, de más oración, más monacal. Otras, sufrían
por la escasa alimentación… Pero hablar con Maín, verla en el recreo, oír sus palabras, las llenaba de consuelo
sintiéndose muy queridas y comprendidas. Una palabra suya devolvía la paz al corazón. “Confiar nuestras
preocupaciones a la Madre es como liberarse de ellas”, decían.
De este modo transcurría la mayor parte del día con las jóvenes, rodeándolas de cariño y haciéndoles sentir el
Instituto como una familia, al mismo tiempo que las estudiaba atentamente para no errar en su opinión acerca
de ellas.
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Como un regalo de la Virgen, llega el 16 de agosto 1874 otra postulante de Cumiana, Catalina Daghero, prima de
Rosa Daghero, que había entrado en abril. Huérfana de madre a los 12 años, manifiesta cierta reserva en sus
modales, acompañada de una honda piedad y laboriosidad.
Es algo distinta de las demás postulantes y a Petronilla le preocupa un poco. Después de un tiempo, aún no la
conoce; tanto silencio, ¿será fruto de recogimiento o no quiere dejarse conocer? Esa timidez que la retiene de
presentarse, de adelantarse, mientras que cuando quiere tiene tanta gracia, ¿qué está diciendo de ella? No se la
ve contenta…
1
Carta 35,3.
Realmente Catalina, tímida y de pocas palabras, parece como perdida en medio de las demás y ha manifestado
reiteradamente el deseo de volver a su casa, porque le parece no ser llamada a este Instituto donde hay siempre
tanto movimiento y que no se puede rezar cuando una quiere. ¡Ella rezaba mucho más y mejor en su casa!
Desde los primeros días, el baúl con sus cosas quedó cerrado en la portería, para que no queden dudas de que no
piensa quedarse. Maín conversaba amablemente con ella sin muchos resultados.
-¿No has venido con el fin de hacerte religiosa?
-Sí, pero no aquí.
-¿Quieres que te diga una cosa?
-Sí, dígamela.
-Me parece que el Señor te quiere precisamente aquí, en la casa de María Auxiliadora.
-Pero es que yo no estoy a gusto aquí, por muchos motivos.
-En esos muchos motivos no pienses ahora. ¿Qué tal si piensas que has venido a pasar… un mes de vacaciones?
-¿Un mes? ¡Es demasiado!
-¿Demasiado? Entonces, ¿qué tal pensar que estarás hasta la noche? Un día se pasa pronto y uno tras otro
pasarán los demás sin que te des cuenta…
Y se despedían con una sonrisa.
Más adelante, María tuvo otra iniciativa.
-Catalina, ¿tienes ganas de escribir a tu padre?
-Sí, Madre, si a usted le parece bien.
-Siéntate aquí y escribe que estás bien y contenta.
-¡Pero, eso es una mentira!
-¿Una mentira? Ahora no puedes verlo claro, porque tienes todavía el corazón en tu casa; pero el Señor te
quiere aquí… Ten paciencia y estarás contenta. Ven, vamos a escribir a tu padre.
En otra ocasión, Catalina escribía a su padre diciéndole que regresaría a su casa en los próximos 15 días. Con
humor y cariño, María la invita a corregir la carta:
-¿15 días? ¡No, no! Dentro de tres meses -decía con picardía- Y Catalina corregía suspirando profundamente.
¡Qué difícil le estaba resultando también hablar con el Director! La voluntad estaba pronta pero, al abrirse la
puerta, venía instantáneo echarse atrás… También él se quedaba perplejo al juzgar el caso, tanto más que el baúl
todavía seguía en la portería…
Pasados varios meses se celebró el ingreso de siete novicias, entre las que estaba Catalina Daghero.
Las hermanas no se habrían opuesto a dejarla volver con su familia; pero María, cuando fue interrogada por el
Director, respondió convencida: “Ya lo he dicho: esta joven debe quedarse aquí, porque está llamada a hacer
mucho bien a las almas”.
Catalina2 esa mañana en la capilla, silenciosa y humilde junto a sus compañeras novicias, recuperó el brillo de sus
ojos y la serenidad de la mirada, de aquella mirada que traía cuando llegó con su padre a la casa de Mornese.
2
Madre Catalina Daghero, con sólo 25 años de edad, fue la 1º sucesora de Santa María Mazzarello en el gobierno general del
Instituto durante 43 años (1881-1924). Nació el 7 de mayo de 1856 en Cumiana. Animó como superiora la expansión y
consolidación del Instituto en un período histórico signado por procesos de secularización e industrialización. Durante su
gobierno se celebraron 8 Capítulos Generales, se erigieron las inspectorías con sus casas de formación; el Instituto pasó de
ser “agregado a la Sociedad Salesiana” a tener la aprobación pontificia con autonomía jurídica; se inició el proceso diocesano
de beatificación de María Mazzarello. Desde 1882 a 1923 visitó el Instituto en Italia, Francia, Bélgica, Inglaterra, España,
Palestina, África, América, donde permaneció casi 2 años visitando todas las casas hasta Tierra del Fuego. Recibió en 1881,
29 casas y 166 hermanas. Al morir dejó 484 casas y 6000 hermanas.