Ensayo Rerum Novarum Final

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CARTA ENCÍCLICA RERUM NOVARUM

ENSAYO

FREDDY JOSÉ PÉREZ ROJAS

RAMSÉS RIVERA TORRES

Profesor

SEMINARIO DIOCESANO JUAN PABLO II

VI SEMESTRE DE FILOSOFÍA

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

VALLEDUPAR

28/08/2020
INTRODUCCIÓN

En un mundo de comunidades, permeadas por diferencias latentes entre los individuos


que las componen, no es conveniente para el desarrollo de la vida comunitaria, que
personas inescrupulosas valiéndose de sus capacidades y recursos, se aprovechen de
los que carecen de las mismas condiciones y les induzcan a la miseria, a la
precariedad absoluta, a la esclavitud.

Ante dicha situación, la Iglesia, por medio de la carta encíclica Rerum Novarum, ha
sentado una posición que ha servido de apoyo a los intentos de dignificar la vida del
hombre que pequeños grupos de personas y la Iglesia misma habían realizado con
anterioridad.

Se trata, pues, de una tarea titánica que hoy día sigue reclamando especial atención y
ante la cual, la Iglesia no ha cerrado los ojos, antes bien, se ha esforzado con mayor
ahínco en proponer y ejecutar acciones que buscan cerrar el abismo social que invade
a la humanidad.
CARTA ENCÍCLICA RERUM NOVARUM

ENSAYO

Quien se proponga darle un vistazo a la situación del hombre actual, repasando cada
una de las épocas de la historia, descubrirá sin ningún problema que desde los inicios
de la humanidad se han presentado diferencias significativas entre una y otra persona,
así ha sido en las primeras comunidades humanas, y así sigue siendo en los días que
rigen el presente. Lo anterior se debe, desde luego, a las capacidades propias de los
individuos y a las labores que desempeñan dentro del grupo al que pertenecen. Así, es
fácil encontrar que en una familia tradicional, el papá es la máxima autoridad y sobre el
que recae la obligación de buscar el sustento de su hogar; luego le sigue la madre,
quien se encarga principalmente de velar por la educación de los niños; y en último
lugar están precisamente los hijos, que son quienes dependen totalmente de sus
padres y cuentan con ellos para que su vida se desarrolle los más dignamente posible.
Quedan manifiestas –con el modelo propuesto– las diferencias presentes en el núcleo
familiar, así mismo, se hacen evidentes las responsabilidades de cada uno de sus
integrantes.

Como ejemplo adicional puede usarse la experiencia de los grupos de cazadores de las
primeras comunidades humanas, en donde, según sus habilidades, a cada uno le
correspondía una misión específica –de menor o mayor responsabilidad– durante la
cacería, la cual podría ser la de liderar la misión, servir de señuelo, acorralar e incluso
dar la estocada final a la presa. Dicha discrepancia entre individuos aplica y se
evidencia también en los grandes reinados de la historia, las guerras de toda clase que
tristemente han azotado a la humanidad, las naciones del presente, las diversas
empresas que mueven la economía local y global… y así un sin número de contextos
comunitarios que hacen irrefutable la tesis que sostiene que aunque los hombres son
iguales en dignidad y libertad, existen entre ellos diferencias asociadas a sus
capacidades, talentos, recursos y labores que poseen y practican a diario.

No estaría equivocado hablar entonces de diferencias que son “naturales” en las


personas, pues se trata –como ya se mencionó– de condiciones indiscutibles dentro de
las comunidades. Sin embargo, lo que no es natural –en lo absoluto–, es el indebido
uso o aprovechamiento de esas diferencias, hasta el punto de atentar contra las
categorías de dignidad y libertad de los demás, las cuales, como ya se mencionó,
tienen el mismo nivel para todos, independientemente de las características que cada
quien posea.

Lamentablemente, lo antinatural aquí referido ha sido una constante dentro de las


diversas sociedades que han conformado las personas de todo tiempo y lugar, llegando
al punto en que las diferencias naturales terminan por convertirse en abismos de
desigualdad, los cuales, a su vez, deterioran significativamente a las sociedades en sí
mismas, incluso hasta hacerlas desaparecer. Por consiguiente, si lo que se busca es el
bien común y la prosperidad de los pueblos, lo que menos debe hacerse es apoyar e
incrementar la desigualdad, antes bien, es menester de las cabezas visibles de las
comunidades, luchar para que las condiciones de vida sean lo más dignas posibles
tanto para los adinerados como para los pobres, eso sí, sin violar los derechos
naturales que cada uno posee, y sin favorecer por medio de normas a unos y perjudicar
a otros.

En este punto y ante tanta desigualdad, la Iglesia, en su momento, sentó una posición
radical a la luz de la Palabra de Dios frente a la problemática que tenía nublado el
futuro de la humanidad, cuando ya se presentaban corrientes filosóficas y políticas que
amenazaban con hundirla en tenebrosas y violentas luchas de clases que a la larga
solo dejarían –como todas las guerras– un mar de sangre derramada en vano y
naciones enteras sumidas en pobreza y miseria generalizada.

El problema, entre otras cosas, incluía las diferencias abismales en la repartición de las
riquezas de las sociedades. Unos pocos poseían las grandes fortunas y otros muchos,
vivían en precariedad absoluta, sin posesiones personales de valor y realizando
trabajos muy pesados, los cuales eran realmente mal remunerados. Se vivía en un
ambiente de inconformidad y muerte por un lado; de bonanza y despilfarro por el otro.
Los ricos cada vez acrecentaban más sus arcas gracias a las condiciones laborales
que ofrecían, las cuales sólo les beneficiaba a ellos en detrimento de la vida de los
asalariados, los cuales poco a poco se sumían más y más en la pobreza.
Ante la crisis, la propuesta de la Iglesia fue en primera medida, “aclaradora” del
derecho humano natural, afirmando que toda persona tiene derecho a la propiedad
privada, al trabajo digno y justamente remunerado; luego, fue “mediadora” entre las
clases sociales, iluminando que es en conjunto y bajo la tutela de lo que es justo como
se puede caminar hacia el desarrollo colectivo, orientando tanto a ricos como a pobres
en las acciones y responsabilidades propias de cada clase social; y por último, fue
“motivadora” para la realización de trabajos mancomunados que no solo beneficiara a
empleadores y empleados, sino que además asegurara un bienestar para los
trabajadores en casos de infortunio como accidentes, enfermedades o muertes
repentinas. Su acción se acompañó además, del apoyo total a la creación de
asociaciones que velaran incansablemente por la defensa de los derechos humanos,
siendo ella misma pionera con las muchas órdenes religiosas que habían nacido desde
tiempos antiguos y que velaban por el bienestar de los marginados, de los olvidados.

Con la sentencia “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” 1 que Cristo trasmitió a la
humanidad por medio de sus apóstoles, invitó e incentivó la generosidad entre las
personas y cultivó obras de misericordia que cada buen hombre y mujer desde sus
posibilidades estaba en la facultad de realizar.

Tristemente, las condiciones a las que hizo frente la Rerum Novarum no


desaparecieron y de hecho son muy latentes en la actualidad. Sin embargo, la acción
de la Iglesia frente a la desigualdad ha sido continua y aún se conserva la esperanza
de hacer de este mundo un lugar más humano, más digno, en el que conservando y
respetando las diferencias que hacen al hombre único, digno y libre, se alcance un
nivel de conciencia colectiva que no permita que muchísimas personas, principalmente
niños, mueran diariamente de hambre2 mientras unos pocos siguen atesorando las
riquezas del planeta.

1
Hechos 20, 35.
2
Según datos de la ONU, diariamente mueren de hambre alrededor de 24 mil personas, de los cuales el
75 % son niños; eso significa que lamentablemente en un día 18 mil niños dejan de existir como
consecuencia de las terribles y exacerbadas diferencias sociales. Recuperado de
http://www.laizquierdadiario.com/Cada-dia-mueren-de-hambre-18-000-ninos-y-ninas-en-el-
mundo#:~:text=En%20pleno%20Siglo%20XXI%20m%C3%A1s,mueren%20de%20hambre%20cada
%20d%C3%ADa
A la humanidad le hace falta volver a sus orígenes comunitarios en donde el bienestar
de cada individuo tenía el mismo nivel de importancia, pues se entendía que cada
persona era pieza clave para la consolidación y el desarrollo de la sociedad a la que se
pertenecía.

CONCLUSIÓN

Una vez aquí, debe quedar claro que las diferencias humanas no son obstáculo para el
desarrollo de las sociedades, por el contrario, es gracias a ellas y por medio del trabajo
mancomunado que se llega al desarrollo de las sociedades. Así, por ejemplo, el
campesino que carece de una educación especializada, dedica su vida al trabajo de la
tierra, con lo cual produce y surte de alimentos a las personas que habitan en las
cabeceras municipales, incluidas las que tienen la responsabilidad de gobernar, éstas
últimas a su vez, mejor preparadas intelectualmente, establecen normas y ejecutan
acciones que favorecen la labor de los ya mencionados campesinos.

Es precisamente para mantener ese equilibrio, velando por los derechos individuales y
colectivos, que la Iglesia, con la Carta Encíclica Rerum Novarum sentó una posición de
absoluto rechazo ante la pretensión de llevar a la humanidad a una lucha de clases;
clarificó la cuestión referente a las “diferencias” como algo totalmente natural en la vida
de los hombres; y motivó el ejercicio de la caridad para con los más desfavorecidos,
proponiendo mejores condiciones laborales y socorriendo las precariedades de muchas
personas a través de diversas instituciones como las comunidades religiosas, la
pastoral social, etc.

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