Celebremos La Reconciliacion
Celebremos La Reconciliacion
Celebremos La Reconciliacion
CELEBREMOS
LA RECONCILIACIÓN
Editorial Claretiana
Diseño de tapa: Ángel O. Díaz
Impreso en la Argentina.
Printed in Argentina.
ISBN 950-512-437-6
Editorial Claretiana, 2002.
EDITORIAL CLARETIANA
Lima 1360 — C1138ACD Buenos Aires
República Argentina
Tels. 4305-9510/9597
[email protected]
www.editorialclaretiana.com.ar
Contenido:
INTRODUCCIÓN...........................................................................................................................3
La fiesta del perdón......................................................................................................................3
El peso del pecado...........................................................................................................................5
Un mundo lleno de toda clase de injusticia..................................................................................6
Confiados en el Perdón de Dios.......................................................................................................8
Crea en mí un corazón puro.........................................................................................................9
Una conversión personal................................................................................................................11
Contra ti, contra ti solo pequé....................................................................................................12
A la luz de la Palabra.....................................................................................................................14
Una Palabra que interpela..........................................................................................................15
Una confesión plena......................................................................................................................17
"Conviértanse y crean en la Buena Noticia"..............................................................................18
Distintas formas de recibir perdón.................................................................................................20
La alegría de la Salvación..........................................................................................................21
¿Confesarse?, ¿Con quién?............................................................................................................23
El que no tenga pecado..............................................................................................................24
El pecado que lleva a la muerte.....................................................................................................26
El pecado fundamental...............................................................................................................27
Educar la conciencia......................................................................................................................29
La mentalidad de "este mundo".................................................................................................30
"Confesar" la Bondad de Dios.......................................................................................................32
El dolor de los pecados..............................................................................................................33
El compromiso de cambio.............................................................................................................35
Hoy ha llegado la salvación a esta casa.....................................................................................36
Reparar el pecado..........................................................................................................................38
Una nueva Creación...................................................................................................................39
Una invitación a la fiesta...............................................................................................................41
Sabemos que Él es el Salvador..................................................................................................42
La celebración de la Reconciliación..............................................................................................44
A quien mucho se le perdona, demuestra mucho amor.............................................................44
Celebrar el Amor........................................................................................................................45
¿Confesarse antes de comulgar?....................................................................................................46
Lo reconocieron al partir el pan.................................................................................................47
Reconciliación y Eucaristía........................................................................................................48
Pautas para un examen de conciencia............................................................................................49
Guía para la celebración comunitaria del Sacramento..................................................................51
INTRODUCCIÓN
La fiesta del perdón
"Hay más fiesta en el cielo
por un solo pecador que se convierte,
que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse."
Lucas 15,7
Itinerarios formativos
sobre el Sacramento de la Reconciliación
Muchos dicen: "No sabemos lo que es el pecado". Otros se sonríen burlándose del tema.
Reaccionan así porque les cuesta mirar por dentro su vida y reconocer sus faltas. "Yo no he
robado ni matado a nadie, tengo una buena familia; no encuentro de qué confesarme", aseguran.
Sin embargo la Biblia afirma que aun el justo peca siete veces al día... El mismo Papa se
confiesa, y los obispos y sacerdotes lo hacen también. Nadie está libre de pecado. Al respecto,
San Agustín declaraba que su pecado era más incurable cuando no se consideraba pecador...
Para comprender el pecado, en primer lugar debemos aprender a mirarnos delante de Dios
con humildad y no proceder como los ciegos que no reconocen su ceguera, al mejor estilo de los
fariseos del Evangelio... Si miramos bien, nos veremos llenos de faltas...
En segundo lugar, para reconocer nuestras faltas, debemos tener en cuenta que hoy la
sensibilidad moral, antes centrada en los pecados sexuales o contra la familia y el culto, pone el
acento en los pecados contra la caridad, la justicia, los derechos humanos, la paz... pecados sin
duda más graves (cf Mc 7,20-23).
Alcanzar una idea más o menos exacta del pecado depende íntimamente de la idea que se
tenga de Dios. El saber que Dios nos ama tal como somos, que es un Dios-Amor, y que no
encuentra reparo en nuestra miseria, antes bien, nos ama más, elimina el miedo y nos libera de
toda angustia. Pero también, gracias a la revelación por parte de Jesús del amor misericordioso y
gratuito del Padre, se puede entrever lo abominable e incomprensible del pecado: "Si yo no
hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado", dice Jesús (Jn 15,22-24).
El pecado no es simplemente la imperfección de un ser libre que puede ser corregida por
la inteligencia y la voluntad, ni tampoco solo la transgresión de una ley moral o una falta contra
el prójimo. Es sobre todo una ofensa contra alguien que nos ama como un padre y una madre y
aun más que un padre y una madre; es una ofensa que el hombre no puede reparar sino gracias a
la intervención amorosa del mismo Dios que envió a su Hijo como "reparador" y para liberarnos
del pecado.
• Compromiso
¿Sé descubrir los pecados y sus raíces en mi vida interior o los busco siempre fuera de
mí?
¿Considero cercanas a mi experiencia cotidiana las descripciones que hacen los textos
bíblicos indicados?
¿Qué es el pecado?
El pecado es no reconocer a Dios como Dios; por lo tanto el hombre mismo establece lo
que está bien y lo que está mal. Es el antiguo pecado de Adán y Eva, invitados por la serpiente a
"ser como dioses" y por lo tanto a rebelarse contra Dios. Cuando hablamos de Ley de Dios no
tendríamos que pensar en una serie de imposiciones con las que Dios afirma su dominio sobre el
mundo, sino en indicaciones amorosas que Dios Padre nos hace para nuestra realización humana.
El pecado es negarse a amar y a ser amado. Dios quiere establecer con el ser humano una
relación de amor y de vida, pero la libertad humana se lo impide. El pecado no es sólo fruto de la
debilidad humana sino de una profunda desconfianza en Dios, del egoísmo y de la pérdida del
sentido de nuestra vocación y misión en la vida. Dios es herido por el pecado, pero no en su
honor sino en su amor; es un amor no correspondido.
En el idioma hebreo la palabra "pecado" y "pecar" significan "no dar en el blanco",
"desviarse" del justo camino, del proyecto de Dios. Significa perderse, fracasar como personas.
Así como le sucedió al hijo pródigo y a Judas ("sería mejor para él no haber nacido", Mt 26,24).
El pecado entristece a Dios, pero sólo en cuanto daña al hombre que Él ama. "Ellos creen
dañarme a mí, pero en realidad se dañan a sí mismos" (Jr 7,19). En una palabra el pecado es
negarse a crecer como seres humanos, en libertad y dignidad. Es deshumanizarse, invertir los
valores, destruirse a uno mismo.
El pecado es también negarse a la comunidad, al Reino de la Fraternidad. Es división,
ruptura, explotación, individualismo, indiferencia, insensibilidad, soledad y ceguera. Por el
contrario, Dios nos llama a ser artífices de reconciliación y unidad para el bien de todos, a
construir un mundo de hermanos.
El pecado no es interesante. Puede ser atrayente y engañoso pero produce vacío, tristeza y
hastío en los que se prostituyen, se drogan, degradan su cuerpo, se aprovechan de los demás,
buscan sólo su egoísmo. El pecado deshumaniza. El que vence al pecado, y no el que es vencido
por el pecado, es profundamente humano. Cristo es verdaderamente hombre en su plenitud
porque es igual a nosotros "menos en el pecado"; porque no tiene pecados y no a pesar de no
tener pecados.
Hay gente que vive la moral y los mandamientos de Dios como una imposición (y piensa
por dentro: "si Dios no existiera, cuántas cosas podría hacer que ahora no puedo..."). La religión
sería un cumplir con unos deberes, guardar unos límites, observar unas prácticas porque Dios...
premia a los buenos pero castiga a los malos. Esta Religión del miedo no tiene nada que ver con
el Cristianismo, que es la "Buena Noticia" del Amor de Dios que sólo busca el bien y la
liberación del hombre, de cualquier hombre. Las cosas no son buenas o malas porque Dios las
manda o las prohibe, sino que Dios las desea o no según si son buenas o malas para nosotros. No
estamos obligados a nada en la vida cristiana; o todo se hace por amor, o no sirve.
Confiados en el Perdón de Dios
• Compromiso
¿Qué imagen de Dios nos ha revelado Jesús?
¿Sé reconocer mi verdad frente a Dios?
¿Cuáles son los miedos y complejos que dificultan mi camino de reconciliación con
Dios, con la comunidad, con la sociedad?
DESENMASCARAR EL PECADO
Con la crisis de la fe en Dios, a consecuencia del ateísmo y el secularismo, también ha
entrado en crisis el concepto de pecado. Hay que reconocer que existe también una moral laica
que se desarrolla al margen pero no en contra de la religión y se apoya sobre la dignidad de la
persona humana; junto a muchos fracasos, ha logrado importantes victorias en cuanto a la
defensa de los derechos humanos, la democracia, el compromiso social y la solidaridad, el
voluntariado, la ecología, la reforma de las estructuras...
A pesar de este importante despertar ético, hoy muchos tienden a quitarle responsabilidad
al individuo debido a los reales condicionamientos psicológicos, sociales, etc. de la persona.
Somos víctimas de la sociedad, cometemos errores ("ha sido un lamentable error", se suele
decir)... pero difícilmente nos declaramos responsables de algo, por acción u omisión. Se habla
de derechos pero no de deberes. Se llega hasta a negar o querer superar el sentido de culpa; como
si todo fuera cuestión de educación y cultura.
Se niega el problema en vez de resolverlo. Es como querer eliminar la muerte eliminando
el pensamiento de la muerte. Si negamos nuestros pecados "nos engañamos a nosotros mismos y
tratamos a Dios como a un mentiroso" (1 Jn 1,8-10). Si es humano pecar, todavía más humano es
reconocerlo y arrepentirse. Todos vernos la corrupción, la injusticia, la maldad que reina en el
mundo; pero se le echa la culpa a los que tienen autoridad, a los demás, a las estructuras; pocos
se golpean el pecho. El pecado se esconde ("todo el que obra mal, odia la luz": Jn 3,20) o se
presenta con una apariencia de bondad y justicia (porque se sigue al "padre de la mentira", el
diablo): cuesta desenmascararlo, aun en nuestra vida.
Sólo Dios puede abrirnos los ojos. Tener conciencia del pecado es una gracia de Dios que
hay que pedir ("Señor, haz que vea"). Uno no es cristiano por ser mejor que los demás sino por
reconocerse pecador. El santo no es alguien que no tiene pecados, sino alguien que confiesa y
pide perdón por sus pecados. Quien más se acerca a Dios más descubre sus pecados; los santos
se consideraban muy pecadores. Pedro, frente a Jesús, cae de rodillas y le dice: "Aléjate de mí,
que soy pecador"; pero Jesús no lo rechaza; por el contrario, lo invita a seguirlo.
Una conversión personal
• Compromiso
¿Me dejo renovar por la Palabra para no tomar el sacramento como algo repetido y no
comprendido profundamente?
¿Cuándo hice mi último examen de conciencia?
¿El examen de conciencia me aburre, me molesta o me deja contento por poder "volver a
la casa del Padre"?
Es muy fácil por lo que a Dios se refiere. Basta recordar los episodios evangélicos de la
mujer pecadora, la adúltera, el buen ladrón, etc. Dios está siempre listo para perdonar y lo hace
con gozo. Para nosotros sin embargo es difícil, porque el pecado no es sólo algo que debe ser
confesado y perdonado sino también erradicado. Ni el mismo Dios puede perdonar si falta el
sincero arrepentimiento y el esfuerzo para cambiar de vida; y no porque El sea poco generoso,
sino porque una reconciliación es cosa de dos. El padre del hijo pródigo desea que el hijo vuelva
y sube a la terraza de la casa todos los días para ver si llega, pero el abrazo se da cuando
efectivamente el hijo vuelve.
La forma actual de celebrar el sacramento expresa muy bien la facilidad y la gratuidad
maravillosa con la que Dios nos perdona. Pero la forma más antigua de celebración del
sacramento a través de un severo proceso penitencial entre la confesión y la absolución expresa
mejor lo que significa un real compromiso de conversión. El rigor de la Iglesia antigua podía
llevar a la idea de un Dios capaz de retener su perdón hasta no haber reparado nuestra deuda.
Hoy el peligro es convertir al sacramento en algo para liberarse mágicamente de la culpa sin que
cambie nada en nuestra vida real. Uno no puede quitarse de encima los pecados como se quita un
saco o una camisa. El sacramento no sustituye la conversión, simplemente la celebra. La
confesión de los pecados (que Dios ya conoce) está dirigida no tanto a dar una información
exhaustiva de los pecados, sino a mostrar el alcance y la profundidad del arrepentimiento.
La absolución no recae simplemente sobre la declaración minuciosa de los pecados sino
más bien sobre la conversión del corazón, expresada en la confesión.
A la luz de la Palabra
Muy a menudo la Palabra de Dios está ausente de este sacramento, sobre todo cuando se
lo practica en forma individual y privada. Y sin embargo, las palabras más emocionantes de la
Biblia se refieren justamente a la misericordia y al perdón de Dios. En general, la celebración del
sacramento suele estar sobrecargada de palabras humanas que ahogan la única Palabra que
realmente renueva y consuela. Y así muchas veces el sacramento termina y se diluye en buenos
consejos, exhortaciones, diálogo amistoso y, en el mejor de los casos, en dirección espiritual.
Si bien la lectura de la Palabra de Dios en la celebración del sacramento depende de la
oportunidad pastoral, no hay que olvidar que es la Palabra de Dios la que ilumina al penitente
en el conocimiento de sus pecados, lo llama a la conversión y le infunde confianza en la
misericordia de Dios.
El sacramento debe abrirse no con la confesión de los pecados ni con la invitación a la
conversión y al arrepentimiento, sino con el anuncio de la misericordia de Dios según la
revelación bíblica, a la que seguirá después la respuesta del creyente.
Esto será más fácil en las celebraciones comunitarias donde se proclama la Palabra para
iluminar nuestra experiencia de fe, reordenando nuestra vida frente a Dios y a la Iglesia. Los
feligreses deben ser ayudados con medios que no se limiten a complicados exámenes de
conciencia, sino con oportunos y breves trozos bíblicos acompañados por alguna sugerencia y
aplicación a la vida. David descubre su pecado sólo cuando el profeta en nombre de Dios se lo
revela (2 Sm 12,1-13). Sólo a la luz de la Palabra de Dios se nos revela nuestro pecado y se nos
mueve a la conversión.
• Compromiso
¿Considero la Palabra solamente como instructiva y consoladora, o también como
Palabra que me interpela y me cuestiona, que se convierte en el punto de partida del
diálogo penitencial?
LA ENSEÑANZA DE LA BIBLIA
El Sacramento del Perdón tiene múltiples raíces bíblicas en los gestos de misericordia de
Jesús para con los pecadores, en la práctica de la primera Iglesia, pero sobre todo en la misión
que le dejó Jesús a la Iglesia de continuar su obra.
Según Jn 20,19-23, en la misma tarde del primer día de la semana posterior a su muerte,
Jesús Resucitado se manifiesta a sus discípulos y los "envía" con la misión de "perdonar y
retener los pecados": "Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les serán
perdonados; a quienes se los retengan les serán retenidos". Es el mismo Jesús quien instituyó este
sacramento. Se trata de la institución del sacramento con el poder de la absolución.
La Buena Noticia que hay que proclamar en el mundo es la misericordia de Dios que nos
reconcilia y libera de todo mal. Junto con el Bautismo y la Eucaristía, no hay otro sacramento
que haya sido más explícita y solemnemente instituido por Cristo. La Iglesia es lugar e
instrumento del perdón de los pecados.
En el Nuevo Testamento se habla también del itinerario penitencial tal como se
practicaba desde los comienzos (Mt 18,15-22). Si se trataba de un pecado privado (grave), quien
intervenía de manera discreta era un hermano en la fe o un grupo, mediante la corrección
fraterna. Si esto no era suficiente, se hacía la denuncia pública frente a la comunidad como para
presionar al pecador para que reconociera su pecado y se convirtiera. Sólo en caso de obstinación
o de pecados públicos que suscitaran escándalo, el pecador era "atado" por la comunidad, es
decir alejado de la eucaristía y excomulgado, hasta que reconociera y reparara su pecado. Se trata
aquí del poder que dejó Jesús a la Iglesia y a sus pastores de "atar y desatar" (Mt 16,18-19)... Si
el pecador se convertía y volvía al buen camino, era "desatado" públicamente por el obispo el
Jueves Santo y readmitido en la comunidad.
Una confesión plena
• Compromiso
¿Puedo hablar del Sacramento de la Reconciliación sin entender y asumir lo que
significa "arrepentirse o convertirse y cambiar de vida"?
¿Percibo todavía actitudes infantiles cuando hablo o escucho hablar de Reconciliación?
Uno de los puntos que se propuso la renovación del Concilio fue la recuperación y
actualización de una serie de prácticas penitenciales que tenemos olvidadas. El perdón de los
pecados no debe reducirse al Sacramento de la Reconciliación, ni éste debe quedar reducido a la
confesión de los pecados.
Dios nos reconcilia fundamentalmente a través del Bautismo y, tratándose de pecados no
mortales, a través de la Eucaristía, que se celebra "en remisión de los pecados" (Mt 26,28).
También nos reconcilia a través de la lectura orante de la Biblia (Jn 14,23), perdonando a
nuestros hermanos (Mt 6,14), confesando nuestros pecados los unos a los otros (Sant 5,16).
Prácticas penitenciales por las cuales obtenemos el perdón de nuestros pecados cotidianos
son también la oración, la limosna, el ayuno, la caridad "que cubre la muchedumbre de los
pecados" (1 Pe 4,8), la corrección fraterna. Al comienzo de la Misa hay una verdadera
celebración penitencial. Una cosa es el Sacramento de la Reconciliación para los pecados graves
y otra es el perdón de los pecados en general, que se obtiene también a través de las obras de
misericordia tanto materiales como espirituales, aceptando con fe las pruebas y sufrimientos de
la vida diaria. También por estos medios podemos pedir perdón para los demás, uniéndonos a la
oración de intercesión de Jesús por los pecadores. Esta oración que Jesús hizo en la cruz sigue
actualizándose todos los días en la Misa.
La alegría de la Salvación
El salmista, como se puede ver en el Salmo 51 que precede este capítulo, pide al Señor la
fuerza para resistir activa y verdaderamente al mal. Del mismo modo, para el creyente, implorar
la ayuda de Dios es un modo auténtico de resistir al mal.
Pero a veces, cuando la fe es muy débil y cuesta tomar la decisión de ir a confesarse,
aparece la tentación de creer que la situación de pecado ha de ser insuperable, y, entonces, se
abandona fácilmente la oración.
Por medio de la oración, Dios nos da a conocer su misericordia y su amor, y cómo
podemos ayudar también a los demás. El Salmo 51, al pedir un corazón puro, usa el verbo crear;
sólo Dios puede crear algo nuevo. Implora la firmeza para el espíritu allí donde la persona se
debate entre la fatiga y el miedo. Pide, finalmente, la alegría de la salvación, pues sin alegría no
se puede ser testigo de un Padre misericordioso.
Carlos de Foucauld, comentando el Salmo 51 decía: "(Esta oración) parte de la
consideración de nosotros mismos y de nuestros pecados y sube hasta la contemplación de Dios,
pasando a través del prójimo y orando por la conversión de todos los hombres". Es decir, en esta
oración nos perdonamos, nos ayudamos, nos sostenemos en el camino difícil de la conversión
evangélica.
• Compromiso
¿Imploro la misericordia de Dios y tengo una actitud de disponibilidad para celebrar el
Sacramento de la Reconciliación?
¿Tengo una experiencia cotidiana del perdón de Dios que me haga capaz de compartirlo
con los demás o, por el contrario, todavía no tengo clara la importancia del
sacramento?
"Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido
sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a
Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adul-
terio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de muje-
res. Y tú, ¿qué dices?» Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de
poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el
suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no
tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nueva-
mente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se
retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús
quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le
preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha
condenado?»Ella le respondió: «Nadie, Señor.» «Yo tampoco te
condeno» le dijo Jesús. «Vete, no peques más en adelante.»"
Jn 8,3-11
Ya los judíos se indignaban cuando Jesús perdonaba los pecados. Decían que solo Dios
puede perdonar. El escándalo era que ese poder hubiera sido transmitido a los hombres; se refleja
aquí el escándalo de la primera comunidad cristiana que perdonaba los pecados en nombre de
Dios. Muchos también hoy preguntan: ¿por qué tengo que confesarme delante de un hombre,
pecador igual que yo? ¿No basta confesarse a Dios directamente?
Con el sacramento uno pide perdón a Dios y no al sacerdote; la mediación del sacerdote
sirve para no autoengañarnos, para demostrar efectivamente nuestro arrepentimiento. La
confesión a un sacerdote nos obliga a ser realmente sinceros con nosotros mismos y es una forma
de asumir la propia responsabilidad frente al pecado. El pecado nos aleja de la verdad y nos lleva
a justificar cosas cada vez peores. El hombre en pecado está desorientado y no encuentra
fácilmente el rumbo; cuando dice: "no tengo pecado" es porque su insensibilidad y ceguera son
fruto del mismo pecado.
Además, es necesario que la Iglesia juzgue la sinceridad de su arrepentimiento. "Sólo el
hermano nos puede salvar de la ilusión", decía el gran teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer.
El pecado, además, no sólo rompe con Dios sino también con la Iglesia y con los demás.
A la comunidad-Iglesia pertenecemos todos por el Bautismo, formamos el mismo Cuerpo.
Inclusive el pecado que, por secreto, no produce escándalo exterior, hiere y ataca la sanidad y
santidad de aquel Cuerpo (aun las faltas de pensamiento o de omisión).
No somos islas; el bien o el mal que hagamos afecta misteriosamente a todos. Por eso el
sacerdote, que actúa en nombre de la Iglesia, nos reconcilia con ella.
• Compromiso
¿Tengo confianza en la fuerza bautismal del Espíritu que, en el Sacramento de la
Reconciliación, realiza un acto creativo en mí?
¿Me resigno fácilmente a ser lo que soy sin ver el amor de Jesús en el sacramento que
me ayuda a animarme y cambiar?
¿Miro a los demás como incorregibles o creo en la fuerza creadora del Espíritu y por
eso trato de ayudarlos?
¿Sé expresar la alegría del perdón?
El pecado fundamental
¿Cuál es el pecado fundamental? Pablo, siguiendo la enseñanza de Jesús, también
denuncia el pecado fundamental que se encuentra en la raíz de todos los otros (Rom 1,28). Este
pecado se puede expresar de muchas maneras. Es el "pecado" del que habla el evangelio de Juan,
usado casi siempre en singular.
Es, sustancialmente, el no reconocer a Dios como Dios, es el pecado que está en la raíz
de la rebelión de Satanás: no reconocer que nuestra vida está determinada solamente por la
escucha de Dios. Del pecado de "no dejarse amar por Dios" depende todo el resto, todas las
faltas personales. Es el pecado que verdaderamente tiene necesidad de ser curado en el hombre,
para que se cure la raíz de las obras de la carne. La injusticia, la maldad, la codicia, la envidia no
son simples fragilidades y debilidades, sino que tienen un origen más profundo. Es por el peligro
de caer en este pecado de orgullo y de separación de Dios que, cuando rezamos el Padrenuestro,
decimos: "no nos dejes caer en la tentación".
• Compromiso
Frente a las dificultades, uno puede endurecerse, encerrarse en la posesión y la
autodefensa, y así rechazar la unidad con Dios: ¿es esta una postura frecuente en mí?
¿Pido al Señor poder superar la ceguera que solo busca justificarme?
Toda persona siente en su interior una voz que llamamos "conciencia" que le dice lo que
está bien y lo que está mal; pero el cristiano tiene la ventaja de poder cultivarla, actualizarla y
defenderla gracias a la luz y a la fuerza que nos vienen de la Palabra de Dios y de la Iglesia.
Es imprescindible formar la conciencia para poder discernir realmente a la luz de Dios y
no influenciados por «lo que está de moda», «lo que todos hacen», «lo que piensa la mayoría».
En mucha gente la conciencia no habla con suficiente claridad...
Si nuestra conciencia no ha madurado y crecido con los arios, no nos daremos cuenta y
seguiremos confesando pecados de niños. Por eso hay padres que tratan mal a los hijos, patrones
que pagan mal a los obreros y empleados, ricos que se desinteresan por completo de los pobres,
obreros que no se unen a las justas reivindicaciones de sus compañeros... y sin embargo viven
tranquilos.
Son pocos los que confiesan no amar a Dios, a su mujer, a los hijos, al trabajo, o faltar a
la lealtad y a la palabra. Los pecados más graves son los que en la Biblia "claman al cielo" como
la sangre de Abel (Gn 4,10), el grito del pueblo oprimido (Ex 3,7), el lamento del extranjero, de
la viuda y del huérfano (Ex 27,20-22), la injusticia para con el obrero asalariado (Sant 5,4).
En una palabra, los pecados más graves son los pecados contrarios a la caridad y la
justicia. La estafa, el incumplimiento en el trabajo y en los contratos, la competencia desleal,
pagar salarios de hambre, colaborar con los atropellos de una empresa, la acumulación
desmedida de dinero, son pecados tan graves o más que muchas faltas personales que
acostumbramos confesar.
Además, en una época en la que se debaten la legalidad o la moralidad de cuestiones tan
diversas como el aborto, el divorcio o la eutanasia, es necesario aprender a discernir lo
legalmente permitido y lo moralmente justo. Muchos pueden llegar a pensar que si algo es legal
y todos lo hacen no debe ser tan malo. El punto de referencia de la moral cristiana no es lo que
opinan los demás, inclusive la mayoría, sino la propia conciencia iluminada por la te. En ciertos
casos habrá que recurrir a la objeción de conciencia (por ejemplo cuando a un médico católico se
le pide un aborto). El rey Balduino de Bélgica prefirió abdicar antes que firmar la ley de
despenalización del aborto.
• Compromiso
Confesión de alabanza: ¿Qué tengo que agradecer a Dios principalmente en este
tiempo?
Confesión de la vida: ¿Qué hay en mí que no hubiera querido que sucediera? ¿Qué me
pesa en este momento?
Confesión de la fe: ¿Tengo confianza en que Dios me acoge y me sana?
El compromiso de cambio
• Compromiso
En lugar de lamentarme porque la penitencia es poco apta, ¿estoy dispuesto a sugerir
una penitencia adecuada para mí?
¿Cuál sería dicha penitencia hoy?
¿Tengo la alegría de Zaqueo?
El perdón de Dios es gratuito. Cristo realiza la reparación pero también nos llama a
unirnos a Él como servidores de la reparación. Este servicio reparador, entonces, no es pagar una
cuenta sino empezar a recorrer un auténtico camino de vida cristiana.
El cumplimiento de la obra penitencial sugerida por el sacerdote se ubica, sobre todo, en
una línea de gratitud y alabanza. También tiene el valor de ser un signo del verdadero
arrepentimiento y ayuda a consolidar el compromiso de cambio. La Reconciliación cristiana no
es lo mismo que una amnistía o un perdón "barato". Es un perdón que nos compromete a un
cambio profundo en nuestra vida.
La confesión de los pecados veniales encuentra aquí su razón de ser. No se pueden
descuidar estos pecados porque, cuando son frecuentes y no se lucha contra ellos, llevan a la
mediocridad y al estancamiento espiritual. El perdón que Dios otorga depende de la sinceridad
de la conversión. La importancia de la reparación reside en que, gracias a ella, la autenticidad del
cambio queda manifiesta y asumimos nuestras responsabilidades por el daño causado al prójimo.
Es además expresión de compromiso, medicina y curación.
El sacramento requiere tiempo y disponibilidad, no confesiones hechas en serie y todas
iguales; no se trata simplemente de liberarse de los pecados, sino de restablecer relaciones,
fortalecerse en el bien, madurar en la fe. Todo esto sin que el sacramento se transforme en una
simple charla o terapia psicológica.
El sacramento no es tan solo para purificarse de los pecados; es para progresar en la vida
cristiana y tener el Espíritu de Dios (Rom 5,5). Celebrar la reconciliación significa crear un
mundo nuevo.
• Compromiso
¿Me siento llamado por el Bautismo a ser "instrumento de reconciliación" en mi familia,
en la comunidad y en la sociedad?
¿Soy portavoz de Dios dando testimonio e invitando al hermano: "déjate reconciliar con
Dios"?
SERVIDORES DE LA RECONCILIACIÓN
Hay algunas personas que creen haber cumplido con su deber penitencial por haber
pedido perdón a Dios en el sacramento, y se consideran exentas de la obligación de pedir perdón
a quienes hayan ofendido o causado algún daño y de resarcirlo.
Sin embargo, otro compromiso que se desprende es perdonar. Lo rezamos en el Padre
Nuestro. Dios no nos puede perdonar si nosotros no perdonamos. Jesús dice: "No juzguen y no
serán juzgados", "no condenen y no serán condenados", "perdonen y serán perdonados". Como
prueba de nuestra buena voluntad, Jesús nos invita a orar por aquellos a quienes nos cuesta
perdonar o que nos han ofendido. El sacramento debe convertimos en "seres que perdonan".
Además, quienes celebramos el sacramento estamos llamados a ser servidores de la
reconciliación en el mundo: en la familia, en la Iglesia, en el ámbito del trabajo, del estudio, de
la economía, de la política, etc. A fuerza de ser amados y perdonados, tenemos que aprender a
dar nosotros el primer paso, a ofrecer nuestros servicios en vistas a un entendimiento y a
conseguir la paz. Buscar la paz no significa ignorar los conflictos, arrojar un manto de olvido
sobre las injusticias y los atropellos; sufrir en silencio situaciones injustas e ilegales, cerrar los
ojos en pos de una concordia mal entendida; callar lo que se debe decir; fingir no ver lo que en
realidad se ve. La Reconciliación implica antes que nada la verdad y la justicia. La
Reconciliación es un don de Dios y, al mismo tiempo, una tarea exigente.
Una invitación a la fiesta
Durante los primeros siete siglos del cristianismo, sólo los pecados graves podían
someterse al Sacramento de la Reconciliación. Para perdonar los pecados veniales existían otras
formas: la limosna, el perdón de las ofensas, el ayuno... La práctica de la "confesión frecuente"
de los pecados leves se generalizó recién en este siglo como consecuencia de la invitación de la
Iglesia a comulgar diariamente. De hecho, la confesión frecuente es realmente útil cuando se une
a un buen acompañamiento espiritual.
Si la Reconciliación es la fiesta del encuentro con Dios, es importante renovar este
encuentro festivo todas las veces que sea necesario. Lo importante no es una periodicidad
determinada, sino su autenticidad. Hay muchas ocasiones en el año que son una especial
oportunidad para celebrar el sacramento: Pascua, Navidad, fiestas patronales, vísperas de
contraer matrimonio o del bautismo de los hijos, aniversarios, fiestas especiales, etc...
Con frecuencia, muchos fieles valoran la confesión individual como una ocasión de
diálogo con el sacerdote para consultas, diálogo pastoral o dirección espiritual. Estos aspectos
también son importantes y hay que tenerlos en cuenta, pero hay que mantenerlos en su propio
nivel y no confundirlos con la celebración del sacramento. No se debe confundir esto con otros
ministerios afines como la dirección o el acompañamiento espiritual. Sería un error sobrevalorar
tanto la charla con el sacerdote como para olvidar que en el sacramento es Dios el protagonista y
sólo Él.
Lo dicho no dispensa de la necesidad de un diálogo profundo con el sacerdote en la
celebración del sacramento; todos deseamos ser considerados como personas y establecer
relaciones interpersonales. Manteniendo la práctica del confesionario clásico para las personas
que lo deseen, habrá que crear otros espacios para que el diálogo sea más fácil y espontáneo.
• Compromiso
Ante la experiencia del salmista (Sal 51,15-17):
¿Cuál es mi experiencia misionera de misericordia?
¿Cómo vivo las ocasiones de dar testimonio?
Celebrar el Amor
Debemos confesar los pecados y celebrar el sacramento no porque sea necesario
humillarse frente a un sacerdote para recibir el perdón, o decirle a Dios algo que ya sabe o pasar
por una prueba para merecer el perdón... El problema del perdón no es de Dios (que siempre
perdona en forma total y gratuita) sino nuestro: nos cuesta dejarnos penetrar por el perdón de
Dios y eliminar el veneno del pecado. Asimilar el perdón es un proceso para el que necesitamos
tiempo; termina cuando conseguimos perdonamos a nosotros mismos. Y es la Palabra la que nos
sana.
Es en la experiencia del perdón que el hijo menor comienza a conocer de veras al Padre.
No hay que entrar a negociar jamás con nuestra mediocridad y aplastarse diciendo: "Yo soy así...
¿Para qué seguir luchando?"
Hay que entender que vivimos del perdón de Dios, así como vivimos de su Palabra.
Como del aire y de la luz del sol. Si faltan durante cierto tiempo, el alma se enferma. Dios nunca
es más Dios que cuando perdona. Después que Dios nos perdona, nos ama más que antes. Jesús
vino fundamentalmente a buscar y a salvar a los pecadores; curó a los enfermos que le traían
pero no fue a buscarlos. Él vino a buscar lo que estaba perdido; esa es su misión. Celebremos
entonces el Amor de Dios: "Hemos conocido el Amor que Dios nos tiene" (1 Jn 4,16).
• Compromiso
¿Vivo el Sacramento de la Reconciliación como una verdadera fiesta de encuentro con
Dios?
¿Estoy convencido de que cada día, y el último día, somos juzgados en el Amor?
¿Confesarse antes de comulgar?
• Compromiso
¿Cómo se relaciona en mi vida la Reconciliación con la Eucaristía?
¿Me acerco a recibir al Señor y entrar en comunión con él reconciliado/a con mis
hermanos?
Pautas para
un examen de conciencia
Guía: Hoy nos reunimos para responder al llamado de Dios, nuestro Padre, que quiere
perdonar nuestros pecados, para que vivamos la alegría de reconciliarnos con Él y con nuestros
hermanos. Comenzamos nuestra reunión cantando...
Sacerdote: Oremos hermanos, para que Dios, que nos llama a la conversión, nos dé la
gracia de celebrar fructuosamente el Sacramento de la Reconciliación.
(Todos oran en silencio.)
Sacerdote: Señor, escucha las súplicas de los que te invocan, y perdona a los que
proclaman tu misericordia confesando sus pecados, para que por tu bondad nos des a todos tu
perdón y tu paz. Por Cristo nuestro Señor.
Guía: La Palabra de Dios nos invita a reconocer nuestros pecados, para que podamos
arrepentimos y seamos perdonados.
Lector: Lectura de la carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 4,23-32).
Guía: Nos ponemos de pie para escuchar la proclamación del Evangelio en el cual Dios
nos anima a volver a Él, porque nos ama y nos espera como un Padre.
Sacerdote: Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 15,11-32).
Guía: El sacerdote que preside nuestra asamblea nos ayuda en la homilía a meditar esta
Palabra que proclamamos para que reconozcamos nuestros pecados y confiemos en el amor
misericordioso del Padre. Podemos tomar asiento.
Guía: Nos ponemos ahora de pie para confesar, ante Dios y ante nuestros hermanos, que
todos somos pecadores y oramos para que todos seamos perdonados rezando el yo pecador.
Guía: Y ahora invocamos al Padre con las mismas palabras que Jesús nos enseñó, para
que perdone nuestros pecados y nos libre de todo mal.
Sacerdote: Señor, acompaña con tu amor a tus servidores, para que los que se confiesen
pecadores ante tu Iglesia, liberados por ella de sus pecados, te alaben y te sirvan agradecidos y
con un corazón renovado. Por Cristo Nuestro Señor.
Guía: Ahora nos sentamos, oramos en silencio y nos acompañamos fraternalmente unos a
otros, mientras los que quieran se acercan al sacerdote para confesar sus pecados. Cantamos...
Guía: Nos ponemos de pie para cantar con la Virgen las maravillas que él hace en
nosotros (se canta el Magnificat u otro canto).
Sacerdote: Padre Santo, que nos reformaste a imagen de tu Hijo, concédenos la gracia de
ser signos de tu amor en el mundo, mostrando la misericordia que hemos alcanzado. Por Cristo
Nuestro Señor.
Para que puedan llevar una vida renovada y agradar a Dios en todas sus acciones...