Texto Rousseau
Texto Rousseau
Texto Rousseau
JEAN-JACQUES ROUSSEAU
Aunque él mismo confesara que las audacias del Contrato estaban ya en el Discurso sobre el origen de la
desigualdad, hay elementos ajenos a este último libro que forman la clave de la teoría política de Rousseau:
la concepción de la voluntad general y la subordinación del poder ejecutivo (gobierno) al poder soberano (el
pueblo), que aparecen en una contribución roussoniana a la Enciclopedia más tarde titulada Discurso sobre
la Economía política.
Hay, además, diferencias cualitativas y estructurales: este Discurso es un análisis crítico que expone ideas
propias precisamente fuera del terreno del contrato, que ahora va a constituir su núcleo en un desarrollo ya
no moral, sino político. Político, pero de modo distinto a como lo hiciera Montesquieu en la
otra clave del siglo, El espíritu de las leyes, libro de ciencia política que analiza hechos.
Rousseau va a escribir un libro de moral política, fundamentando su estudio en la legitimidad
de los hechos, no en estos.
Hay, por tanto, en el Contrato, bases que, además de convertir a Rousseau en el fundador del derecho
político, que más tarde se llamará derecho público o incluso teoría general del Estado, permiten situarle, y
así lo hizo el siglo XIX, entre los utopistas por su análisis de una sociedad legítima en oposición en una
sociedad existente (como antes había opuesto el mítico hombre natural con el real hombre social).
B. Contexto sociopolítico
Acumulando una enorme cantidad de datos, lecturas y reflexiones, los dos Discursos (sobre las ciencias y las
artes, sobre el origen de la desigualdad) trataban de ahondar en la problemática general que en el futuro
desarrollarían las Instituciones políticas. Las nociones fundamentales que Rousseau va a plantear y analizar
en el Contrato social no nacen, desde luego, de la nada: para el hervor de ideas que, en toda Europa, se
produce en el siglo XVIII, hay un motor recorriendo el continente: la fe en una razón que ha de arrojar luz y
esclarecer todos los campos de la actividad humana, desde las ciencias hasta la religión:
Esa claridad deslumbra a los filósofos a tal punto que no les deja ver ciertas zonas de sombra: el estado de
bienestar en que vive un selecto puñado de grupos sociales, así como la situación política regida por el
absolutismo monárquico, ocultan al campesino con el que Rousseau se encuentra y que esconde su vino y su
pan por temor a los impuestos.
Tal fue el germen de ese odio inextinguible que luego se desarrolló en mi corazón contra las
vejaciones que sufre el desventurado pueblo y contra sus opresores.
El desvalido Rousseau, nacido sin propiedades ni riquezas en una Suiza que políticamente se regía por el
sufragio popular, desnortado en un París de cortesanos y salones y obligado a trabajos socialmente nada
honorables para subsistir, sería el encargado de iluminar esas zonas de sombra, provocando un brutal
claroscuro en el cuadro que representa a la sociedad francesa del XVIII.
Ya se había indignado contra las formas del lujo, había indagado sus causas y llegado a la conclusión de que
la desigualdad era el origen de todos los vicios y todos los males; en el Contrato social va a proponer
soluciones al estado de cosas de una sociedad regida por la injusticia absoluta.
C. Influencias y precedentes
Para ello se sume durante años en el estudio de los filósofos clásicos, en las obras de Platón,
de Aristóteles y los historiadores de la Antigüedad, empezando por Plutarco (su lectura
favorita desde la infancia según asegura en las Confesiones: ahí afirma que a los ocho años
sabía de memoria los textos del autor de las Vidas paralelas), sin olvidar a los moralistas
latinos, Séneca, Cicerón… A partir de ese cúmulo de lecturas va formando Rousseau su polis
ideal, su Estado.
A estos nombres antiguos hay que unir otros modernos: en primerísimo lugar, Maquiavelo, que
le hace las veces de autoridad con la que comparte ideas; y luego Bodino, Grocio y Pufendorf,
los teóricos de filosofía política más reputados desde el Renacimiento humanista, y a los que
puntualiza cuando no contradice o critica abiertamente.
Mayor es la influencia de los teóricos ingleses del pacto social, Thomas Hobbes (1588-1679)
y John Locke (1632-1704). El pensamiento del primero marca profundamente a Diderot y la
Enciclopedia, y Rousseau, para quien Hobbes era “uno de los más bellos genios que hayan
existido”, lo citará de forma sistemática en el Discurso sobre la desigualdad. Pero en el
Contrato social va a realizar una lectura crítica de la interpretación que el inglés hace del paso
del estado de naturaleza al estado social.
Según Rousseau, pese a su lucidez, Hobbes ha cometido el error de confundir el estado de naturaleza, situado
al margen del bien y del mal, con el estado de guerra; el inglés reprochaba a los teóricos del derecho natural
haber afirmado la inclinación sociable del individuo. Y su idea del pacto nace de la necesaria superación del
homo homini lupus, del estado de anarquía y de guerra a que da lugar el derecho natural absoluto. Según
Rousseau, el pacto único de Hobbes somete a los hombres naturales a la esclavitud porque se entregan a un
soberano absoluto en el que depositan todo derecho y toda libertad.
Según las Confesiones, el Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke figuraba entre los
avances más importantes de filosofía moderna, pese a que sus teorías sobre el pacto
desembocaban en una monarquía limitada, totalmente opuesta a las teorías de Hobbes. Para
Locke, el ser humano abandona su estado natural y acepta el estado social para garantizar la propiedad
exclusivamente. En el pacto, el ser humano libre solo hace dejación en el Estado de dos de los poderes que
tiene en estado de naturaleza: los de policía y justicia.
Hobbes Locke
Impera la ley del más fuerte.
Los seres humanos tienen derechos
Estado de Guerra de todos contra todos.
naturales, pero no hay mecanismos para
naturaleza “El hombre es un lobo para el
hacerlos respetar
hombre”. Pesimismo antropológico
Para garantizar el orden y la paz, los Para garantizar estos derechos, los
individuos ceden incondicional e individuos ceden sus derechos a un grupo
Pacto
irrevocablemente todos sus derechos de personas (gobernantes) de manera
a una sola persona: el soberano provisional y revocable si no cumplen
Resultado Monarquía absoluta Democracia representativa
D. Resumen de El contrato social
El objeto del Contrato social es uniforme a lo largo de los cuatro libros en que se divide:
I. Forma el concepto de cuerpo político, es decir, del pueblo soberano, y muestra que el cuerpo político
mismo se forma por el acto de asociación, acto por el que un pueblo es un pueblo.
II. Desarrolla la problemática de la voluntad general y forma la teoría de la legislación, con los capítulos I-
VI como ejes que definen la teoría de la soberanía, mientras que los capítulos VII-XI hablan del legislador
y de la legislación del pueblo, para terminar con la distinción de los diferentes tipos de leyes.
III. Desarrolla la problemática de la acción del cuerpo político y forma la teoría de la constitución,
analizando diversas formas de gobierno (I-IX) y caracterizando la vida del cuerpo político como tensión
necesaria entre gobierno y soberanía (X-XVIII).
IV. Desarrolla la problemática de la cohesión del cuerpo político, cohesión que descansa en las condiciones
de expresión de la voluntad general (I-IV), en el equilibrio y la unidad de la voluntad general y del
gobierno (V-VI) y, por último, en la formación de la unidad de la voluntad general (VII-VIII).
Los cuatro libros que forman la obra abordan ese absoluto de la investigación con diferencias admisibles
dentro de la coherencia global: los dos últimos carecen del interés teórico de los dos primeros, porque
analizan diversos tipos de gobierno (III) y el de Roma, tomado por modélico (IV). Pero los primeros plantean
el meollo: las condiciones universales de la legitimidad, partiendo de la hipótesis del contrato, del pacto,
única que puede explicar lo que hasta entonces era antinatural: la formación de las sociedades humanas
con la consiguiente alteración (ya analizada en el Discurso sobre el origen de la desigualdad) del ser
humano y de sus modos de vida.
La teoría del contrato, desarrollada a partir del XVII por los juristas de la escuela del derecho natural (por
oposición al derecho divino), va a contar con una interpretación nueva en la pluma de Rousseau: la de la
voluntad general que genera el contrato.
Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de
la voluntad general; y nosotros recibimos corporativamente a cada miembro como parte
indivisible del todo.
2. El libro I
A. La necesidad de un nuevo pacto social: el cuerpo político o soberanía popular
Desde las primeras líneas del Contrato, Rousseau parece contradecir las conclusiones de su Discurso sobre la
desigualdad: el punto de partida, la libertad natural del ser humano, se encuentra con una constatación
categórica: en todas partes el ser humano está encadenado, sin que Rousseau se atreva a decir cómo se ha
producido el paso de una situación a otra.
Retrocediendo al estado de naturaleza, el ser humano es plenamente libre, no está sometido a nadie, ni
siquiera por un vínculo de obediencia. En el momento en que los seres humanos, al reunirse, forman
sociedad, se ven obligados a establecer pactos, cláusulas de acuerdo que garanticen el orden y la libertad
de todos.
A la búsqueda del fundamento que debe garantizar esas obligaciones de unos con otros (obligaciones de
valor jurídico), Rousseau examina la fuerza, la autoridad paterna y la autoridad divina como pilares de la
organización social, pero rechaza una tras otra porque el ser humano hace ahora dejación de su libertad,
aunque con restricciones, pues le resulta imposible abdicar de su razón, de su concepto de moralidad, de
su idea de individuo.
Lo que fundamenta la sociedad y esa dejación de una parte de su libertad es una convención, que no es
una “convención del superior con el inferior, sino una convención del cuerpo con cada uno de sus
miembros”; y esa convención es legítima, porque tiene por base el contrato social; es equitativa, porque
es para todos; es útil, porque su único objetivo es el bien general; y es sólida, porque queda garantizada
por la fuerza pública y el poder supremo.
El contrato por el que el individuo enajena sin condiciones ni reservas su libertad natural le convierte en
ciudadano y le concede los inalienables derechos de igualdad jurídica y de igualdad moral, además de
asegurar su libertad, pues al entregarse a todos el individuo no se entrega a nadie en concreto, y menos
todavía a un amo que se imponga por la fuerza; y esa convención será nula desde el momento en que
pretenda otorgar el poder a una autoridad absoluta.
El contrato crea así el cuerpo político, que puede recibir distintos nombres: el de Estado, cuando es pasivo,
el de soberano, cuando es activo, el de potencia, cuando se compara con otros cuerpos semejantes.
B. La voluntad general
La voluntad general es una voluntad que considera solo y exclusivamente el interés común. Sería algo así
como la voluntad que pudiera tener un sujeto universal que deseara solo el bien colectivo. Hay que señalar,
no obstante, que en lo que insiste Rousseau no es en esta dimensión subjetiva, sino en el carácter universal
del objeto de esa voluntad: tiene que ser el interés o el bien verdaderamente comunes lo que debe
considerar esa voluntad.
Podría pensarse que la manera de descubrir cuál es la voluntad general es a través de una consulta a todos
los miembros, quienes, a través de sus votos, decidirían el contenido de esa voluntad general. Esto es así,
pero hay que hacer alguna matización para entenderlo correctamente. En efecto, piensa Rousseau que la
voluntad general no es siempre igual a la suma de las voluntades particulares, que sería la voluntad de todos.
La razón es que el pueblo, aunque siempre quiere el bien, no siempre sabe ver en qué consiste ese bien. Hay
veces en las que está ofuscado y confunde el bien con lo que no lo es. Ocurre aquí con el bien común lo
mismo que puede ocurrir con el bien particular de una persona que no sepa ver lo que realmente le va a
hacer bien y elija y haga el mal creyendo que se ha decidido por el bien.
El cuerpo político se rige por la “voluntad general”, que choca en ocasiones con la “voluntad de todos”; ha
de prevalecer la primera, porque atiende al bien común del cuerpo social, y para ello, para imponer ese bien
común, el Estado puede hacer uso de la fuerza frente a los particulares.
Esa voluntad general busca, mediante las leyes que crea, el bien común del cuerpo social: de ahí que se
imponga en la conciencia de todos y cada uno de los miembros que conforman la sociedad. La voluntad de
todos, en cambio, se mueve por intereses particulares, a los que llevan las inclinaciones y las pasiones. En
caso de que esas dos voluntades, la general y la de todos, choquen, se enfrenten o sigan caminos contrarios,
el soberano tiene por delante la tarea de obligar “a ser libres” a los miembros de la sociedad que se nieguen
a seguir la voluntad general.
Por eso el cuerpo entero de los ciudadanos necesita la figura del legislador, cuya función consiste en
aconsejar, iluminar e ilustrar al pueblo para que sepa ver en cada momento en qué consiste el interés general
y sea capaz de emitir un voto en consonancia con él.
Solo la voluntad general es considerada por Rousseau como infalible y, además, siempre es acertada y justa,
porque está orientada al bien común. La voluntad de todos, en cambio, es falible, esto es, puede
equivocarse. La voluntad general necesita ser mayoritaria, porque si no sería imposible el pacto, pero lo que
la hace general y lo que la convierte en valiosa no es un criterio cuantitativo, de mayoría en una votación,
sino cualitativo, interno, como es el de que persigue el bien general, el interés común a todos. En esto
consiste el carácter moral que adquiere el nuevo estado civil que se genera con el pacto.
Esos actos de fuerza sobre los particulares, que de no haber pacto social serían absurdos y tiránicos, debido
al contrato se vuelven legítimos y razonables, pues gracias al pacto se ha conseguido avanzar: el ser
humano social es ahora más libre que en estado de naturaleza.
En su nueva situación, el individuo ha dejado atrás su instinto para regirse por el deber, ha desarrollado sus
facultades y ha conseguido para sus intereses particulares una libertad beneficiosa, solo limitada por la
voluntad general: las normas prescritas por la ley son precisamente las que transforman la antigua libertad
natural e instintiva en libertad verdadera, garantizada por el Estado; su obediencia a esas normas le garantiza,
junto a la libertad, la legitimidad de sus bienes, la propiedad moral y jurídica de los mismos; solo hay un límite
a esa legitimación de su propiedad: la comunidad la garantiza y defiende, pero subordinándola únicamente
al interés común.
Así, frente al egoísmo derivado de una actuación basada en criterios particulares basados en los instintos,
propia del estado de naturaleza, ahora esos criterios particulares quedan supeditados al del interés
general, que se considera superior. Ese carácter social, abierto, comunitario y no individualista es el que
hace que el ser humano ahora pueda convertirse en un ser moral y desarrollarse de manera más perfecta
que en el estado de naturaleza.
La libertad natural de la que gozaba inicialmente pasa a convertirse en libertad civil, consistente en
obedecer algo que nosotros mismos nos hemos ordenado, dado que nuestra voluntad se hace coincidir con
la voluntad general. Este tipo de libertad consistente en elegir hacer aquello que nosotros mismos nos
prescribimos y que, por otra parte, coincide con el interés general, es un tipo de libertad superior, la
libertad moral.
Esta es la fundamental ganancia que el individuo recibe con el pacto social. Nunca deja de ser libre, pero la
libertad de la que goza ahora es de un tipo superior a la que tenía anteriormente y le permite desarrollarse
como ser humano con unas categorías que resultarían inalcanzables en un estado de naturaleza.
Los precedentes de la obra se encuentran en Hobbes y en Locke. Rousseau piensa, como ellos, que una
sociedad bien constituida solo puede basarse en la libre participación de sus miembros, pero rechaza la forma
de contrato que ambos establecen, porque en ese tipo de contrato el individuo renuncia a su libertad,
enajenándola, a cambio de seguridad o justicia. Frente a ellos, Rousseau propone un modelo de pacto que
protege la libertad, pues es un contrato entre iguales.
Rousseau insiste, al comienzo del libro, en que, “aunque el hombre ha nacido libre, por todas partes se
encuentra encadenado”. Critica la institución de la esclavitud, que Aristóteles consideraba natural, y que se
basa, según él, en el simple ejercicio de la fuerza, que jamás sienta derecho.
En el estado de naturaleza, el ser humano es libre y vive aislado: no es por naturaleza sociable, como creía
Aristóteles, sino que la sociedad surge a partir de un contrato entre los individuos que deciden formarla. Ese
pacto puede ser de enajenación1 (como el que proponen Hobbes y Locke) o bien un contrato que potencie
la fuerza común de todos los individuos, a la vez que garantiza su libertad (el que propone Rousseau).
Es un pacto que supone la enajenación voluntaria de la libertad de cada uno en pro de la comunidad, de
manera que los individuos no ceden su libertad a un sujeto aislado, sino a todos los demás miembros del
colectivo, formando, así, el cuerpo social, base de la República, con el que el hombre natural deja paso al
ciudadano, perdiendo la libertad natural y ganando la libertad civil.
La soberanía reside ahora en el pueblo, y se expresa a través de la voluntad general, que representa la razón
colectiva, a la que deben someterse los intereses egoístas de los individuos concretos. Si alguien disiente de
la voluntad general, disiente contra el bien común y, por tanto, contra sí mismo, de manera que la ley puede
obligarle a obedecer a la voluntad general; es decir, puede “obligarle a ser libre”.
Para finalizar, Rousseau distingue entre voluntad general y voluntad de todos: la primera busca el bien
común; la segunda, solo el provecho de un grupo particular.
Aunque la voluntad general es siempre recta, el juicio que la guía no es siempre correcto; por tanto, se
necesita un legislador experto que sepa aplicar la voluntad general a las circunstancias de un determinado
pueblo, no mediante leyes abstractas, sino adecuándola a sus características específicas. Pueden darse,
entonces, distintas formas de gobierno: democracia, aristocracia y monarquía. Rousseau se inclina por un
Estado republicano de dimensiones reducidas.
1
Enajenación: este término expresa el hecho de que alguien no viva “en sí mismo”, sino en una realidad ajena a él. Se
traduce también por ‘alienación’ (del latín alius, ‘otro, diferente’). Su significación es doble en Rousseau:
a) Tiene un sentido negativo por el que alude al contrato de enajenación, planteado por Hobbes y Locke, en el que el
individuo, al fundar el Estado, renuncia a su libertad, enajenándola en el gobierno.
b) Frente a ello, la palabra adquiere un matiz positivo, según Rousseau, cuando designa el acto por el cual cada
individuo cede todos sus derechos al conjunto de la comunidad, en el momento de suscribir el contrato social,
pasando, así, de disfrutar de la libertad natural a obtener la libertad civil, al tiempo que se convierte en ciudadano
del Estado.
4. Texto comentado
Capítulo VI. Del pacto social
Supongo a los hombres llegados a ese punto en que los obstáculos que se oponen a su conservación en el
estado de naturaleza superan con su resistencia a las fuerzas que cada individuo puede emplear para
mantenerse en ese estado. Entonces dicho estado primitivo no puede ya subsistir, y el género humano
perecería si no cambiara su manera de ser.2
Ahora bien, como los hombres no pueden engendrar fuerzas nuevas, sino solo unir y dirigir aquellas que
existen, no han tenido para conservarse otro medio que formar por agregación una suma de fuerzas que
pueda superar la resistencia, ponerlas en juego mediante un solo móvil y hacerlas obrar a coro.3
Esta suma de fuerzas no puede nacer más que del concurso de muchos; pero siendo la fuerza y la libertad de
cada hombre los primeros instrumentos de su conservación, ¿cómo las comprometerá sin perjudicarse y sin
descuidar los cuidados que a sí mismo se debe?4 Esta dificultad, aplicada a mi tema, puede enunciarse en los
siguientes términos:
“Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda la fuerza común la persona y los bienes
de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo
y quede tan libre como antes”5. Tal es el problema fundamental al que da solución el contrato social6.
Las cláusulas de este contrato están tan determinadas por la naturaleza del acto que la menor modificación
las volvería inútiles y de efecto nulo; de suerte que, aunque quizás nunca hayan sido enunciadas formalmente,
son por doquiera las mismas, por doquiera están admitidas tácitamente y reconocidas; hasta que, violado el
2
En el estado de naturaleza (que Rousseau no plantea como una situación histórica real, sino más bien como un
concepto hipotético, que sirve de contrapunto crítico respecto del actual estado de la humanidad), los seres humanos
viven libres e independientes, buscando medios para subsistir, pero poco a poco la supervivencia en ese estado se hace
más complicada, porque la población aumenta y los recursos escasean.
El texto se sitúa en el momento en que los inconvenientes que encuentra el ser humano para mantenerse en el primitivo
estado natural son superiores a las fuerzas con que cuenta para ello. En estas circunstancias, el ser humano no puede
pervivir y se hace necesario un cambio de vida. Así pues, el ser humano no puede permanecer siempre en estado de
naturaleza.
3
Las fuerzas que posee cada individuo aislado no le permiten mantenerse por sí solo. Entonces, los seres humanos se
ven obligados a asociarse, para así multiplicar sus fuerzas y ampliar sus recursos. El ser humano debe crear algún tipo
de asociación que sume, organice y coordine las fuerzas de cada uno para facilitar así la superación de los obstáculos
que se oponen a su conservación. Llega un momento en el que las dificultades crecen, la supervivencia se hace difícil y
hay que reaccionar intentando lograr acuerdos con vistas a una defensa común.
4
El problema que se les plantea a los seres humanos al tener que asociarse es: ¿cómo unirse sin que cada uno pierda
su propia fuerza y libertad? Este es el problema al que se enfrenta Rousseau.
5
En otros términos: ¿cómo crear una sociedad que garantice la libertad de todos y cada uno de los individuos que la
forman? Tenemos a un ser humano en estado natural que tiene una libertad que también podemos denominar natural.
Es verdad que el ser humano nace libre, pero el propio Rousseau, en el comienzo del libro, reconoce que por todas
partes está encadenado. La libertad natural le permite dar rienda suelta a sus impulsos físicos, a sus apetitos, y prestar
atención a sus inclinaciones. Pero justamente en eso consiste su esclavitud, en estar vinculado a la satisfacción de esas
necesidades. Con su libertad natural el ser humano puede desear todo cuanto le apetezca. Pero eso lo pueden desear
todos los seres humanos. Así, el individuo y los bienes que pueda poseer quedan en peligro. El estado natural y la
libertad natural resultan insuficientes para la supervivencia. Se hace necesaria una organización de la vida.
No se trata, como en Hobbes, de que el ser humano renuncie a lo que posee y lo entregue a otro, sino de crear un
cuerpo común, en el que cada uno mantenga su libertad sin tener que obedecer a nadie. Ese cuerpo común debe ser el
producto de la suma de las fuerzas de cada ser humano. La dificultad fundamental de esta propuesta es que, después
de crear el cuerpo común, el ser humano debe seguir siendo tan libre como antes.
6
Hay que entender por “contrato social” el acto de asociación y no el libro de Rousseau. En la primera versión del
Contrato social, denominada Manuscrito de Ginebra, escribe (libro I, capítulo III): “Tal es el problema fundamental cuya
solución da la institución del Estado”.
pacto social, cada cual vuelve entonces a sus primitivos derechos y recupera su libertad natural, perdiendo la
libertad convencional por la que renunció a aquella.7
Estas cláusulas, bien entendidas, se reducen todas a una sola, a saber: la enajenación total de cada asociado
con todos sus innegables derechos a toda la comunidad. Porque, en primer lugar, al darse cada uno todo
entero, la condición es igual para todos, y siendo la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla
gravosa para los demás.8
Además, por efectuarse la enajenación sin reserva, la unión es tan perfecta como puede serlo y ningún
asociado tiene ya nada que reclamar: porque si quedasen algunos derechos a los particulares, como no habría
ningún superior común que pudiera fallar entre ellos y lo público, siendo cada cual su propio juez en algún
punto, pronto pretendería serlo en todos, en consecuencia, el estado de naturaleza subsistiría y la asociación
se volvería necesariamente tiránica o vana.9
En suma, como dándose cada cual a todos no se da a nadie y como no hay ningún asociado sobre el que no
se adquiera el mismo derecho que uno le otorga sobre uno mismo, se gana el equivalente de todo lo que se
pierde y más fuerza para conservar lo que se tiene.10
7
En esa organización nueva, en ese acuerdo social necesario, va a surgir un nuevo tipo de libertad que va a sustituir a
la inservible libertad natural. Va a ser la libertad civil (la libertad convencional), propia de un nuevo estado civil que
sustituirá al estado natural. El tránsito de un estado a otro viene determinado por el contrato social, cuyas cláusulas
están marcadas por el acto de asociación en el que consiste. Y no pueden ser otras, puesto que, si se renuncia a ellas, la
libertad civil conquistada deja su paso a la antigua libertad natural.
8
La cláusula fundamental del contrato suscrito es que cada individuo, al entrar en el cuerpo social, aliene (enajene,
entregue) todos sus derechos naturales, incluida la libertad natural, en pro de toda la comunidad: se trata de que lo
puede hacer el ser humano sin dejar de ser libre. Como todos aceptan y cumplen la misma condición, todos pierden y
ganan lo mismo: ninguno debe tener interés en que sea más costosa o difícil para los demás. Tal cláusula no puede
modificarse, porque, si se modificase, el contrato perdería todo su valor y todos los que lo han suscrito volverían
inmediatamente al estado de naturaleza.
9
Rousseau describe con más precisión el pacto social:
a) La alienación (enajenación, entrega) de los derechos que hace el individuo es total, “sin reserva”, de manera que
ninguno de los miembros se guarda ningún derecho para sí mismo (privilegio que haría valer ante los demás para
tiranizarlos).
Si la entrega de los propios derechos naturales a favor de la asociación se hace sin reservas, la unión resultante
será perfecta. Una consecuencia interesante de esta actitud con la que cada miembro se enajena de sus derechos
es que nadie podrá protestar ni exigir nada a nadie: todos han hecho lo mismo. En el momento en el que algún
miembro no entregase alguno de sus derechos, y dado el ámbito de igualdad que se ha creado con esta donación
universal, en el que no se ha generado ningún ente superior, tal miembro se erigiría de esta forma en juez de su
vida y del cuerpo común creado. Las consecuencias de esta actitud serían dos: se crearía una tiranía y se volvería
al primitivo estado de naturaleza, del que se pretendía salir con el pacto.
10
Prosigue Rousseau:
b) El pacto garantiza la igualdad entre todos los miembros que entran en él. Dan lo mismo que reciben, pues
renuncian a su voluntad particular a favor de los demás, y esta renuncia refuerza la voluntad común.
Con la enajenación (alienación, entrega) de los propios derechos por parte de cada uno de los miembros, lo que
se persigue es crear un ámbito de igualdad que mejora el de las desigualdades naturales, físicas e intelectuales,
propias del estado de naturaleza. Así, el ser humano, dando sus derechos a la asociación, no se los da a nadie en
concreto, sino a todos. No se genera así ningún individuo privilegiado. Y, por otra parte, de las múltiples cesiones
de cada individuo no sale ninguno de ellos privilegiado, sino que se termina ganando lo equivalente a lo que se
cede con la ventaja de que se incrementa la fuerza para conservar lo que se tiene.
Así pues, en Rousseau, al igual que en Hobbes, hay una cesión, pero no a un individuo privilegiado (el soberano en
Hobbes), sino a la colectividad, con lo que se crea un cuerpo de igualdad en el que los derechos naturales no se
pierden (como sí ocurre en el contrato de Hobbes), ni se conservan (como ocurre en el contrato de Locke), sino
que se transforman.
La libertad, así, pasará de ser natural a ser civil, con lo que, a juicio de Rousseau, el ser humano saldrá ganando, al
adquirir un tipo superior de libertad.
Por lo tanto, si se aparta del pacto social lo que no pertenece a su esencia, encontraremos que se reduce a los
términos siguientes: Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema
dirección de la voluntad general; y nosotros recibimos corporativamente a cada miembro como parte
indivisible del todo.11
En el mismo instante, en lugar de la persona particular de cada contratante, este acto de asociación produce
un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, el cual recibe de
este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta persona pública que se forma de este
modo por la unión de todas las demás tomaba en otro tiempo el nombre de CiudadR, y toma ahora el nombre
de República o de cuerpo político, al cual sus miembros llaman Estado cuando es pasivo, Soberano cuando
es activo, Poder al compararlo con otros semejantes. Respecto a los asociados, toman colectivamente el
nombre de Pueblo, y en particular se llaman Ciudadanos como partícipes en la autoridad soberana, y
Súbditos en cuanto sometidos a las leyes del Estado. Pero estos términos se confunden con frecuencia y se
toman unos por otros; basta con saber distinguirlos cuando se emplean en su total precisión12.
R
Nota de Rousseau: El verdadero sentido de esta palabra se ha perdido casi por completo entre
los modernos; la mayoría toman una villa por una ciudad y un burgués por un ciudadano. No
saben que las casas hacen la villa, pero que los ciudadanos hacen la ciudad. Este mismo error
costó caro antiguamente a los cartagineses. No he leído que el título de Cives haya sido dado
nunca a los súbditos de ningún príncipe, ni siquiera antiguamente a los macedonios, ni en
nuestros días a los ingleses, aunque más cerca de la libertad que todos los demás. Solo los
franceses se toman familiarmente ese nombre de “ciudadano”, porque no tienen idea verdadera
del mismo, como puede verse en sus diccionarios, sin lo cual incurrirían al usurparlo en delito
de lesa majestad: entre ellos este nombre expresa una virtud y no un derecho. Cuando Bodino
quiso hablar de nuestros ciudadanos y burgueses, incurrió en la grave equivocación de tomar a
los unos por los otros. El señor D’Alembert no se ha equivocado al respecto y ha distinguido bien
en su artículo “Ginebra” los cuatro órdenes de nombre (cinco incluso, contando a los simples
extranjeros) que hay en nuestra ciudad, y de los cuales solo dos componen la república13. Ningún
11
Cuando cada individuo atiende a su voluntad particular, persigue con egoísmo su propio interés, pero cuando renuncia
a hacer su libre voluntad, a favor del colectivo, surge una voluntad general, que supera los intereses del individuo y
atiende al bien común.
Lo esencial del pacto social consiste en dos elementos:
a) La entrega de la persona y el poder de cada individuo a la voluntad general.
b) Cada miembro es una parte indivisible del todo.
12
La voluntad general pertenece a un ser superior a cada uno de los individuos, un ente dotado de un “yo” y una “vida”
colectivos, que se denomina “República” o cuerpo político. Equivale al antiguo nombre de “Ciudad”. La República puede
ser considerada desde tres puntos de vista:
a) Cuando es vista como un ente pasivo, se denomina Estado.
b) Si lo que se considera es su actividad, se le llama Soberano.
c) Cuando se la compara con otros entes similares, se denomina Poder.
El conjunto de los asociados se denomina Pueblo. Los individuos que forman este cuerpo moral nacido del Pacto tienen
una doble capacidad:
- En tanto que miembro activo de este cuerpo, es capaz de colaborar en la génesis de las leyes, por lo que forma
parte del Soberano en calidad de ciudadano.
- Pero, a la vez, debe cumplir las leyes del Estado que él mismo ayuda a elaborar, por lo que es también súbdito
del mismo.
Rousseau advierte de la frecuencia con que estos términos son usados mal y confundidos entre sí, por lo que alienta a
saber emplearlos con precisión y aclara que el término “ciudadano” no se identifica con quien habita una ciudad
cualquiera, sino que se trata de un concepto jurídico: ciudadano es el miembro del Estado surgido del pacto y sujeto de
derechos y deberes.
13
En el artículo “Ginebra”, tomo VII de la Enciclopedia, dice D’Alembert: “Se distinguen en Ginebra cuatro órdenes de
personas: los ciudadanos que son hijos de burgueses y han nacido en la villa: solo estos pueden alcanzar la magistratura;
los burgueses, que son hijos de burgueses o de ciudadanos, pero nacidos en país extranjero, o que, siendo extranjeros,
han adquirido el derecho de burguesía que el magistrado puede conferir; pueden ser del consejo general, e incluso del
Por esta fórmula se ve que el acto de asociación entraña un compromiso recíproco de lo público con los
particulares, y que cada individuo, contratante por así decirlo consigo mismo, se halla comprometido en un
doble aspecto; a saber, como miembro del Soberano respecto a los particulares, y como miembro del Estado
respecto al Soberano15. Pero aquí no se puede aplicar la máxima del derecho civil según la cual nadie está
obligado a cumplir los compromisos contraídos consigo mismo; porque hay mucha diferencia entre obligarse
para consigo o con un todo del que se forma parte.16
Hay que señalar también que la deliberación pública, que puede obligar a todos los súbditos respecto al
soberano, a causa de los dos diferentes aspectos bajo los que cada uno está considerado, no puede, por la
razón contraria, obligar al soberano para consigo mismo, y que, por consiguiente, va contra la naturaleza del
cuerpo político que el soberano se imponga una ley que no pueda infringir. Al no poder considerarse sino bajo
un solo y mismo aspecto, se halla entonces en el caso de un particular que contrata consigo mismo: de donde
se ve que no hay ni puede haber ninguna especie de ley fundamental obligatoria para el cuerpo del pueblo,
ni siquiera el contrato social17. Lo cual no significa que este cuerpo no pueda comprometerse perfectamente
gran consejo llamado de los doscientos. Los habitantes extranjeros que tienen permiso del magistrado de residir en la
villa, y que no son nada más. Finalmente, los nativos son los hijos de los habitantes; tienen algunos privilegios más que
sus padres, pero están excluidos del gobierno”.
14
“En una democracia, en que los súbditos y el soberano no son más que los mismos hombres considerados bajo
diferentes aspectos” (Carta a D’Alembert, Jean-Jacques Rousseau). Para Rousseau el soberano es un “cuerpo”, o un
“todo” que solo tiene existencia activa cuando el pueblo está reunido.
El Soberano es la República, el cuerpo común formado con el pacto, en su dimensión activa. Tal actividad consiste en
desarrollar la función de legislador, de generador de leyes. En tanto que esas leyes deben proceder de la voluntad
general, que es la única que puede dirigir al Estado, el Soberano es el que da expresión a esa voluntad general en leyes
universales.
Conviene distinguir al Soberano del Gobierno. El Soberano encarna el poder legislativo, pues es el encargado de elaborar
las leyes. El Gobierno, en cambio, se ocupa de ejercer el poder ejecutivo, esto es, de aplicar, administrar y ejecutar las
leyes que emanan del poder legislativo. El Soberano no se ocupa directamente de asuntos ni de personas particulares.
El Gobierno, por el contrario, sí.
15
Rousseau concreta la peculiar índole del contrato social: es un contrato que compromete a cada individuo con cada
miembro del Estado del que forma parte, convirtiéndolo, al mismo tiempo, en miembro de ese todo, con el cual queda
obligado, pues ha elegido libremente asociarse a él y aceptar sus decisiones.
En el pacto o acto de asociación se da un compromiso recíproco y peculiar entre los individuos particulares y el público
o cuerpo común resultante. En primer lugar, ya hemos visto que el individuo debe ceder voluntariamente sus derechos
al cuerpo común a través del pacto. En el fondo, esto no es más que un contrato del individuo consigo mismo, puesto
que él forma parte también, como todos, de ese nuevo cuerpo resultante. Esto implica un doble compromiso:
a) Al formar parte del Soberano, del legislador, se sitúa frente a los particulares, que tendrán que cumplir las leyes.
El ciudadano es legislador, porque forma parte del pueblo soberano.
b) Al formar parte también del Estado, del cuerpo común, está también frente al Soberano, al que tendrá que exigir
que interprete la voluntad general y la exprese en leyes, ante las que queda sometido por ser súbdito.
Es, por tanto, un compromiso que tiene dos caras o que se concreta en dos direcciones.
16
Quiere Rousseau salvar la objeción que podría provenir del derecho civil y que consistiría en aducir que un
compromiso consigo mismo no conlleva ninguna obligación. La objeción parece clara. Si yo me comprometo contigo a
venderte una moto, ese compromiso acarrea una obligación. Pero si el compromiso no es contigo, sino conmigo mismo,
podría haber alguna obligación moral, pero nunca civil. Ningún juez podría acusarme de incumplir un compromiso si
este lo he formulado conmigo mismo.
Lo que ocurre es que, en el caso del pacto social, el compromiso lo hace el individuo consigo mismo en un sentido muy
determinado, que es el que se ha expresado antes. En efecto, el contrato se establece entre un individuo, en tanto que
particular, y ese mismo individuo, pero no ya como particular, sino como integrante de un cuerpo común y público, cosa
que es diferente y en la que sí cabe hablar de obligación civil.
17
En el libro II, cap. XII, insistirá aclarando más aún: “En cualquier situación, un pueblo es siempre dueño de cambiar
sus leyes, incluso las mejores”. En otros párrafos repite esta idea que se convirtió en uno de los puntos cruciales de la
respecto a otro en cuanto no se oponga a dicho contrato; porque respecto al extranjero se vuelve un ser
simple, un individuo18.
Pero al no extraer su existencia sino de la legitimidad del contrato, el cuerpo político o el soberano no puede
obligarse nunca, ni siquiera respecto a otro, a nada que derogue este acto primitivo, como enajenar alguna
porción de sí mismo o someterse a otro soberano. Violar el acto por el que existe sería aniquilarse, y lo que
no es nada no produce nada.19
Tan pronto como esta multitud se encuentra así reunida en un cuerpo, no se puede atacar a uno de los
miembros sin atacar al cuerpo; aún menos ofender al cuerpo sin que los miembros se resientan de ello. Así el
deber y el interés obligan igualmente a las dos partes contratantes a ayudarse mutuamente, y los mismos
hombres deben procurar reunir bajo este doble aspecto todas las ventajas que de él dependen.20
Ahora bien, al no estar formado el soberano más que por los particulares que lo componen, no tiene ni puede
tener interés contrario al suyo; por consiguiente, el poder soberano no tiene ninguna necesidad de garantía
respecto a los súbditos, porque es imposible que el cuerpo quiera perjudicar a todos sus miembros, y luego
veremos que no puede perjudicar a ninguno en particular. El soberano, por el solo hecho de serlo, es siempre
todo lo que debe ser.21
Pero no ocurre lo mismo con los súbditos para con el soberano, el cual, pese al interés común, nada
respondería de los compromisos de aquellos si no encontrara medios de asegurarse su fidelidad.22
En efecto, cada individuo puede, como hombre, tener una voluntad particular contraria o diferente de la
voluntad general que tiene como ciudadano. Su interés particular puede hablarle de forma muy distinta que
el interés común; su existencia absoluta y naturalmente independiente puede hacerle considerar lo que debe
a la causa común como una contribución gratuita, cuya pérdida sería menos perjudicial a los demás que
oneroso es para él su pago, y, mirando a la persona moral que constituye el Estado como un ser de razón,
acusación contra el Contrato social, libro “destructor de todos los gobiernos”. El fiscal general Jean-Robert Tronchin, en
sus Conclusiones, denunciaba este desvío fundamental de la doctrina de Rousseau: “Las leyes constitutivas de todos los
gobiernos le parecen siempre revocables”.
Todos los súbditos quedan obligados a cumplir las decisiones que adopta la voluntad general, pero el pueblo soberano
mismo no queda obligado para consigo mismo, porque no está sometido a más leyes que las que él mismo se dé como
soberano.
Del poder legislativo pueden surgir leyes que obliguen al súbdito ante el Soberano. Lo que no puede hacer el soberano,
esto es, el cuerpo común en tanto que expresa su voluntad general, es crear leyes que le obliguen a sí mismo. Es el
mismo caso del particular que contrata consigo mismo. Tampoco el Soberano puede contratar consigo mismo. No puede
existir así una ley obligatoria para todo el cuerpo del pueblo, ni siquiera el contrato social. Hay que recordar aquí que el
contrato se hace de forma voluntaria por parte de los individuos no en tanto que obedecen alguna ley.
18
Como Estado soberano, solo está vinculado a los contratos que pueda suscribir con otros Estados soberanos. Que el
cuerpo público no pueda darse leyes a sí mismo no implica que no pueda establecer contratos con otros pueblos,
mientras no se opongan al contrato social, y que deba cumplirlos. En este caso, el cuerpo del pueblo actúa como si de
un individuo se tratara, y como tal establece el oportuno contrato con otros pueblos.
19
Lo único que no puede hacer nunca el soberano es suscribir un contrato que lo lleve a depender de otro soberano,
pues eso supondría enajenar o alienar su libertad, y el contrato social ha sido suscrito para preservarla. Atentar contra
el propio contrato social supondría la autodestrucción del pacto.
20
Lo que se logra con este pacto social es crear un cuerpo común en el que el individuo, sin dejar de serlo, forma parte
de un ente colectivo que también considera como suyo, porque de él forma una parte indivisible. Es el nuevo cuerpo
moral que agrega una dimensión nueva a la individual. Una doble mirada se instala en los individuos, a la vez que una
doble motivación tienen ante sí: el deber que surge del cuerpo moral y el interés que aparece en su individualidad. Se
trata de reunir todas las ventajas que aparezcan en esta situación.
21
Esta unión del individuo con el cuerpo civil que se ha generado, del que surge la figura del soberano como el legislador
encargado de expresar la voluntad general, y no otra voluntad, explica que se considere imposible que el soberano
pueda tener un interés contrario al de los particulares. De aquí que el soberano, por la propia definición de su misión,
no tenga ninguna necesidad de garantizar nada a sus súbditos, ni puede siquiera hacerles daño.
22
No ocurre lo mismo, sin embargo, con los súbditos en su relación con el soberano, quien tiene que hacer lo posible
para asegurarse la fidelidad de aquellos.
puesto que no es un hombre, gozaría de los derechos del ciudadano sin querer cumplir los deberes del súbdito;
injusticia cuyo progreso causaría la ruina del cuerpo político.23
A fin, pues, de que el pacto social no sea un vano formulario, implica tácitamente el compromiso, el único que
puede dar fuerza a los demás, de que quien rehúse obedecer a la voluntad general será obligado a ello por
todo el cuerpo: lo cual no significa sino que se le forzará a ser libre; porque esa es la condición que, dando
cada ciudadano a la patria, le garantiza contra toda dependencia personal; condición que constituye el
artificio y el juego de la máquina política, y la única que hace legítimos los compromisos civiles, que sin eso
serían absurdos y tiránicos y estarían sometidos a los abusos más enormes.24
23
El soberano tiene deberes respecto de los súbditos, y los súbditos, respecto del soberano, pero ambas relaciones son
diferentes: porque la voluntad general del soberano tiende al bien común y es desinteresada, mientras que los súbditos
pueden atender a su interés particular, y quien solo reivindica sus derechos como ciudadano, y no sus deberes respecto
del colectivo, atenta contra el Estado, contribuyendo a su ruina; por consiguiente, el soberano ha de garantizarse la
fidelidad de los súbditos, obligándoles a que se cumplan las leyes.
Dicho con otras palabras: la posibilidad con la que se encuentra el individuo integrado en el cuerpo social es la de poder
gozar de los derechos que como miembro de tal cuerpo tiene, es decir, como ciudadano, pero no cumplir con los deberes
que, como súbdito, está obligado a cumplir. O lo que es lo mismo: la tentación es aprovecharse de todas las ventajas y
huir de todos los inconvenientes, como pueden ser el de contribuir al cuerpo común y cumplir con la voluntad general
expresada en él por el soberano. La excusa para tener un comportamiento así sería la de pensar que el Estado, que se
considera en el pacto como una persona moral, no es, sin embargo, una persona humana, sino una creación de la razón,
y que por tanto no hay por qué tener compromisos. Esta situación, que sería evidentemente injusta, causaría la ruina
del cuerpo político.
24
En el párrafo final se plantea la posible coacción que el Estado puede ejercer sobre sus ciudadanos, poniendo de
relieve los límites del contrato social a la hora de garantizar la libertad individual: si existe discrepancia entre la voluntad
general y la voluntad individual, entre la ley y el individuo, aquella ha de obligar a este a cumplir sus decretos. Si se
quiere que el pacto social funcione y no se quede en una fórmula hueca, tiene que llevar consigo el compromiso de que
el cuerpo social, el cuerpo común, obligue a obedecer a la voluntad general a todo aquel miembro que no quiera hacerlo.
Como el individuo había alienado su libertad en todos los otros, estos se la devuelven a través de la ley, de manera que
se le obliga a cumplirla; es decir, se le “obliga a ser libre”, con la fuerza de la ley. Esto equivale a obligar al ciudadano a
ejercer su libertad, ya que se presupone que la voluntad real del individuo coincide con la voluntad general y, por tanto,
actuando según esta voluntad, que es a la vez la suya y la general, lo único que hará es actuar como él quiere. Será, por
tanto, libre. De este modo, la libertad no significa otra cosa que someterse a la ley (expresión de la voluntad general del
pueblo soberano) y cumplirla.
Esta libertad, así entendida, y esa forma de actuar es la que, por una parte, garantiza al ciudadano su independencia;
por otra, es lo que está en la base de todo el juego del pacto social y, por fin, es lo que legitima las obligaciones civiles,
que, sin ella, serían absurdas y tiránicas. Es este sometimiento a la ley lo que protege al Estado de cualquier posible
tiranía procedente de algún individuo que pretenda imponer su voluntad particular al colectivo.
5. Bibliografía utilizada
A. Ediciones del texto de Rousseau
• Jean-Jacques Rousseau, Del contrato social, traducción de Mauro Armiño, Alianza Editorial, Madrid,
20123.
• Jean-Jacques Rousseau, Del contrato social, introducción y notas de Mauro Armiño, Alianza Editorial,
Madrid, 20123.
• Francisco Castilla Urbano y Manuel Pérez Cornejo, Textos de Filosofía para la prueba de evaluación para
el Acceso a la Universidad, ed. Anaya, Madrid, 2019.
• Y. Canseco Redondo y M. Casal Fernández, Historia de la Filosofía 2º de Bachillerato. Segunda parte: de
Locke a Ortega y Gasset, ed. Edinumen, 2010.