Campos - Intelectuales Ante El Positivismo y Religion

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University of California, Los Angeles

Chapter Title: LOS CIENTÍFICOS: ACTITUDES DE UN GRUPO DE INTELECTUALES


PORFIRIANOS FRENTE AL POSITIVISMO Y LA RELIGIÓN
Chapter Author(s): Alfonso de Maria y Campos

Book Title: Los intelectuales y el poder en México


Book Subtitle: memorias de la VI Conferencia de Historiadores Mexicanos y
Estadounidenses = Intellectuals and power in Mexico
Book Editor(s): Roderic A. Camp, Charles A. Hale and Josefina Zoraida Vázquez
Published by: Colegio de Mexico; University of California, Los Angeles

Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv513805.11

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8. LOS CIENTÍFICOS: ACTITUDES DE UN GRUPO
DE INTELECTUALES PORFIRIANOS FRENTE AL
POSITIVISMO Y LA RELIGIÓN

ALFONSO DE MARIA Y CAMPOS


Universidad Nacional Aut6noma de México

El periodo de la historia de México que va.del 23 de noviembre de 1876 al


25 de mayo de 1911 ha venido a llamarse definitivamente, desde la publica-
ción de la Historia moderna de México, el Porfiriato. 1 No existe en la his-
toria mexicana -fértil en héroes y caudillos- ningún otro período que lle-
ve por nombre el de pila de su principal protagonista. Esto, desde luego,
no quiere decir que el Porfiriato se deba caracterizar exclusivamente por el
predominio de una sola persona a lo largo de 34 añ.os; aunque es también
cierto que su denominación no es hija de la casualidad.
Por más de medio siglo -y para estar seguros- desde la caída del régi-
men porfirista en 1911, la mayoría de los historiadores que han escrito sobre
el tema han contribuido a crear lo que bien podría llamarse "la leyenda ne-
gra" del Porfiriato. En efecto, así como durante la segunda mitad del siglo
XIX tanto viajeros como historiadores anglosajones cantaron las alabanzas
de la "pax porfiriana", las primeras seis décadas del siglo xx vieron apare-
cer un torrente de ataques no siempre bien documentados acerca de los vi-
cios de la época. Esta última tendencia ha ayudado a construir un bonito
mito de utilidad para los gobiernos posrevolucionarios que poco sirve para
explicar y entender la política y la historia del período.
Afortunadamente, la situación ha mejorado en los últimos diez añ.os.
Hoy en día, los gruesos volúmenes de la Historia moderna presentan al lec-
tor una interpretación que se aleja claramente de la visión simplista y vulgar
del Porfiriato como una brutal y personalista dictadura. Quizás la más im-
portante aportación de la Historia moderna es el haber demostrado lo com-
pleja y refinada que era la estructura política del régimen. De esta manera,
1 CosíO Villegas, Daniel y otros, Historia moderna de México. El Porfiriato_, 7 vols.
México-Buenos Aires, Ed. Hermes, 1957-1972. Antes, refiriéndose al régimen mismo más que
al período, se le llamó "El Porfirismo". Ver: Valadés, José C.: El Porfirismo. Historia de un
régimen. El nacimiento. México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, 1941, y
volumen 11: El crecimiento, México, Ed. Patria, 1948.

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si bien la versión más oscura del Porfiriato ha sido puesta a un lado, no su-
cede lo mismo con el estudio de los científicos, uno de los grupos alrededor
del dictador. Todavía hoy se les suele caracterizar, sin más, como corrup-
tos, intrigantes, monopolizadores, racistas y aun como la causa misma que
llevó a la revolución de 1910. Cosío Villegas, a pesar de todos sus esfuerzos
por enriquecer el tema, llega a la insatisfactoria conclusión de que los cientí-
ficos son un misterio. 2
Luego, lo que para la Historia moderna de México es una incógnita,
para la historiografía del Porfiriato cae dentro de la "leyenda negra". To-
davía más, puede decirse que el tema de este trabajo es de los que cuentan
con su propia "leyenda negra", resultado tanto de la incógnita que se ha
señalado, como del carácter mismo del grupo de que se trata. Los científi-
cos, independientemente de cómo se les entienda, pertenecen al mundo de
los perdedores. Blanco de todas las críticas: antes, durante y después de la
Revolución, los científicos han llegado a monopolizar el papel del villano
en la historiografía del Porfiriato.
Para Luis Cabrera, por ejemplo, quien de abogado representante de
compañías extranjeras pasó a líder intelectual del grupo carrancista, 3 los
científicos eran un grupo de financieros desleales y antidemócratas ligados
al capital extranjero. También eran "cobardes", "sajonizantes" y "racis-
tas", "eclécticos y hermafroditas", si bien inteligentes e ilustrados. Esto es,
era el típico grupo de los "judíos ... porque no tienen patria fija. Salidos
de Venecia o de Suiza, sus abuelos fueron españoles, sus padres franceses,
sus nietos americanos y sus biznietos alemanes; la ortografía de su apellido
evoluciona conforme cambia la potencia de las naciones" .4 Las palabras
de Cabrera se explican únicamente como un ataque político. Escritas en
1909, en plena agitación electoral, y para El Partido Democrático, órgano
oficial de la que fue agrupación reyista opuesta a la fórmula Díaz-Corral,
carecen· de toda imparcialidad.
FranciS<:o Bulnes, hombre independiente, pero hasta por confesión per-
sonal miembro del grupo de los científicos, eximió a sus colegas de los car-
gos de corrupción pero no de los de favoritismo y soberbia. La apasionada
y un tanto exuberante caracterización que Bulnes hizo del Porfiriato y !Os
científicos ha servido en no pocas ocasiones para alimentar la "leyenda
negra" que el propio Bulnes señala como calumnia que sirvió de blanco
para derrocar a la dictadura porfiriana:

La placenta de la Revolución fue una calumnia indudablemente hábil. El pro-


yecto de la facción reyista fue convencer al país de que los científicos robaban

2 Cosío Villegas, Daniel, op. cit. El Porfiriato. Vida Política Interior //. "El Misterio
Científico".
3 Hacia 1908 Luis Cabrera formaba parte del bufete jurídico "Maclaren y Hernández".
Cabrera representó a la Compañía adgloamericana del Tlahualilo contra la política oficial en
materia de aguas federales.
4 Lic. Bias Urrea (seudónimo de Luis Cabrera), "El Partido Científico", en El Partido De-
mocrático, 24 de julio de 1909 y en Obras Políticas. Méxice, Imprenta Nacional, 1921, p. 33.

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LOS CIENTÍFICOS 123

todas las riquezas nacionales para entregarlas a vil precio a insaciables extranje-
ros, que las disfrutaban despreciando a los mexicanos o haciendo cada día más
insoportable su miseria. Eran los "científicos" los traficantes de la patria, que
la vendían al menudeo por cáscaras de plátano. 5

Enumerar los ataques y precisar las responsabilidades que se achacan


a los científicos sería un ejercicio demasiado largo y repetitivo. En ocasiones
hasta produciría confusión más que claridad. En un momento dado, todo
lo malo -Feal o supuestamente- del Porfiriato les perteneció y el grupo
se convirtió en un espectro tan grande como la imaginación popular quiso.
El diálogo que nos ofrece Maqueo Castellanos en su novela de la Revolu-
ción, La ruina de la casona, no podría ser más ilustrativo con respecto a la
opinión popular sobre los científicos:

-No canse usted, Cuquita ... ¡Cómo no es modista "científica"!


-¡Seguro! ¡Sólo esas imperan!
-¡Pero es que los trajes eran de lo mejor! ¡Modelos de París!. ..
-¡Pues no le quepa duda! (Tenorio) En eso de que sus clientes no hayan llama-
do la atención ni hayan salido en la lista del periódico, hay una "intriga de los
científicos" ...
-Vaya usted allá Tenorio (Barbedillo) ¿Cómo se han de andar metiendo hasta
en eso?
-En todo, don Taco, en todo ...
-¿Usted qué ha de decir? Como es usted de los de esa camada...
-¿Yo? Pero ¿por qué, hombre de Dios?
-¿Pues y los adornitos eléctricos y su amistad con el diputado ése? ¿Y no tiene
usted casa propia? ... 6

Al margen de los propósitos de las versiones militantes y de las de la


historia oficial, pero con todos los tonos de la "leyenda negra", se yergue
la obra del filósofo Leopoldo Zea: El positivismo en México. 1 Mientras en
este trabajo, profesional por todos los conceptos, se presenta un buen es.tu-
dio exegético del positivismo mexicano, sus conclusiones con respecto a lo
que el autor llama "la expresión política del positivismo mexicano", los
científicos, resultan estar basadas en el caudal de obras que dieron lugar a
la "leyenda negra" del Porfiriato. En efecto, Zea se aproxima a los científi-
cos por el camino de la historia de las ideas, pero como ya antes ha entendi-
do el positivismo mexicano como una ideología adaptada como instrumen-
to para justificar los intereses de una clase: la burguesía, y un régimen: la
dictadura porfirista, su caracterización de los científicos en cuanto soporte
intelectual y político de ese régimen presupone que éstos "habían hecho de

5 Bulnes, F., El verdadero Diaz y la Revolución. México, Eusebio Gómez de la Puente,


editor, 1920, p. 101.
6 Maqueo Castellanos, E.: La ruina de la casona. México, Eusebio Gómez de la Puente,
1921, pp. 25 y 83.
7 Zea, Leopoldo, El positivismo en México, 2 vols., México, El Colegio de México, 1943-
1944.

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la ciencia una exclusiva para su beneficio", pues después de todo "lo im-
portante era sostener un gobierno que sirviese a los intereses de la burguesía
mexicana". De hecho, lo que Zea hace con los científicos es equipararlos
con la burguesía. Así, al hacer equivalente un grupo de políticos con toda
una clase social, el autor sacrifica la posibilidad de penetrar en el conoci-
miento del grupo. Por ese camino Zea nos impide conocer no sólo a los
científicos, sino a otros grupos opuestos a ellos -que fueron varios- y que
dentro o fuera del porfirismo y de la burguesía actuaron políticamente.
Por otro lado, el positivismo mexicano a que hace referencia Zea no fue
adoptado con un fin preconcebido e interesado. Pudo, es cierto, servir de
instrumento legitimador de la dictadura porfiriana; pero desde luego no
inundó el ambiente cultural de México -y de Europa antes, e Hispanoamé-
rica al mismo tiempo- durante más de 40 años, por el fin interesado d'e una
clase social. El positivismo llegó a México de una manera mucho más es-
pontánea, emotiva y desinteresada de lo que supone Zea.
Mientras que Zea se concentró en el tema más general del positivismo
mexicano y sólo por extensión al de los científicos como grupo político, los
nuevos estudios, en cambio, se interesan más por el grupo en cuantd, tal.
Son dos los esfuerzos más sobresalientes en este campo, ambos presentan
enfoques revisionistas frente a las conclusiones de Zea. El primero de ellos
se debe al historiador norteamericano William Raat y el segundo a su com-
patriota Charles Hale. 8 Raat, que define al positivismo exclusivamente
como el pensamiento de Comte, trata de ver si realmente los intelectuales
mexicanos -concretamente los científicos- fueron positivistas: esto es,
comtianos. Su conclusión es que los científicos -a quienes intenta identifi-
car sin éxito definitivo a través de media docena de criterios- no fueron
positivistas. Argumenta Raat con el hecho de que el positivismo mexicano
se alimentó lo mismo del pensamiento de Comte que del de Darwin, Stuart
Mill y Spencer, y en que la obra escrita de los integrantes del grupo de los
científicos no fue propiamente filosófica ni teórica. Sucede con Raat que a
fuerza de apartarse de Zea acaba por negarle el propio carácter positivista
al grupo. El mismo autor proporciona, en cambio, algunos datos interesan-
tes del grupo y sus miembros y nuevamente hace pensar con ello en la nece-
sidad de recuperar información más íntima, más menuda, más biográfica.
Con respecto al profesor Hale éste opta, como antes Zea, por asumir
la predominancia del positivismo en México durante el Porfiriato. El origen
de éste -y en ello se cifra su revisionismo frente a Zea- lo encuentra Hale
no tanto en los téoricos como Saint-Simon, Comte y Spencer, sino en los
políticos europeos que les sirvieron de modelo: Taine y Thiers en Francia
y Castelar en España. 9 Esta conclusión es de primera importancia ya que

8 Cfr. Raat, William: Positivism in Diaz's Mexico, 1876-1910: An Essay in Inte/lectual


History. Tesis doctoral, Universidad de Utah, USA, 1967 y Hale, Charles: "Scientific Politics
and the Continuity of Liberalism in Mexico, 1867-1910", en Dos revoluciones. México y los
Estados Unidos. México, Fomento Cultural Banamex, 1976, pp. 139-152.
9 Hale, Charles, op. cit., p. 146.

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LOS CIENTÍFICOS 125

los científicos se distinguieron no tanto por su contribución a la teoría del


positivismo mexicano sino por su participación en la política, la economía
y la administración pública desde la perspectiva del positivismo. 10 Una
aportación más de Hale, que corrige la tesis clásica de Zea es su hipótesis
-todavía por demostrar- sobre la continuidad en la historia de las ideas
del México independiente. Esto es, una continuidad no sólo entre República
restaurada y Porfiriato, sino entre este período y el México posrevoluciona-
rio. Todavía más, para Hale esta continuidad no niega el conflicto. Así, aun
dentro de un período determinado -el Porfiriato-, por ejemplo, Hale des-
cubre conflicto donde Zea no vio sino cohesión ideológica de una clase so-
cial. Dice el profesor Hale que así como Cosío Villegas encontró conflicto
político a lo largo de una supuesta era de consenso y paz, desde otro punto
de vista es posible pensar en un "conflicto de ideas políticas durante esta
era de convenio ideológico" . 11 En todo caso, el trabajo de Hale se aparta
nuevamente de las biografías individuales de los científicos para -por el ca-
mino de la historia intelectual- ofrecer una explicación general de la ideo-
logía del Porfiriato.
Así, en una perspectiva revisionista, no queda sino recurrir a la
búsqueda de nuevas fuentes que a su vez permitan una reinterpretación del
grupo de los científicos y quizás también de algunos aspectos del Porfiriato.
Ya Cosío Villegas, en 1962, al dar a la luz el primer tomo de la Vida política
exterior del Porfiriato, señalaba que mientras que la historia de la política
exterior podía hacerse ya que se contaba con las fuentes primarias, la "si-
tuación de las fuentes por lo que toca a la política interior es casi la opuesta:
las secundarias son muy abundantes, y relativamente escasas las prima-
rias" . 12
En virtud de que el trabajo parte de las vidas particulares de los científi-
cos, se ha tenido que recurrir a una variada gama de fuentes: memorias, datos
autobiográficos, diccionarios biográficos, cartas, correspondencia diplo-
mática, archivos notariales, oraciones fúnebres, discursos, et~. Se utiliza
este material evitando establecer supuestas relaciones causales entre los fac-
tores económicos y los procesos sociopolíticos. De hecho se intenta darle un
peso proporcional a los imponderables ideología, aspiraciones, prejuicios,
costumbres.

Los científicos y su identificación

El primer problema con que han tropezado todos los que se han referido
a· los científicos es su identificación. No existen dos autores que coincidan

10 Correspondió a otras personalidades del Porfiriato -más o menos ligadas al grupo


de los científicos- ocuparse de la teoría y enseñanza positivista. Porfirio Farra, Agustín Ara-
gón y Horacio Barreda fueron los más sobresalientes.
11 /bid., p. 141. .
12 Cosío Villegas, D., op. cit. Vida política exterior. Primera parte, p. XV.

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en esta tarea y los criterios empleados en la selección suelen ser arbitrarios


e insuficientes. En una primera etapa de la investigación hice un esfuerzo
por registrar todos los nombres mencionados por escritores de la época y
nada sólido pude sacar de ello. Pensé también en identificarlos previa elabo-
ración de un tipo ideal y el fracaso no se hizo esperar. Decidí entonces, en
una actitud un tanto ecléctica, hacer la lista de mis protagonistas con base
en tres criterios, un presupuesto y un condicionante.
Los tres criterios fueron: regularidad con que escritores de la época cali-
ficaron a tal o cual personaje como científico; profesión de fe, personal y
directa, que hicieron de su calidad de científicos varios de ellos en su corres-
pondencia íntima, y participación indiscutible en tres o cuatro momentos
políticos en que el grupo actuó abiertamente.
El presupuesto fue que el número de científicos a estudiar debería ser,
necesariamente, reducido. Así se hizo aunque no por ello se dejaron a un
lado los casos de otras personalidades que simpatizaron o que se identifica-
ron con el grupo. Los casos límite fueron muy útiles para fijar las fronteras
del tema y darle a éste una dimensión mayor. Finalmente, el condicionante
quedó constituido por las fuentes mismas. En efecto, dado que el enfoque
exigía correspondencia .íntima y personal, la existencia o accesibilidad de
papeles privados fue decisiva para seleccionar a los protagonistas del trabajo.
El archivo de José Y. Limantour fue suficiente para documentar la casi
totalidad de los casos, pero al mismo tiempo limitó o determinó el enfoque.
Puede decirse con razón que esta aproximación histórica adolece del defecto
de historiar el surgimiento y desarr-0llo de un grupo político bajo la perspectiva
dominante de los propios protagonistas. Pero, habría que agregar, ¿acaso
no tenemos suficientes versiones de terceros? Lo que realmente ha venido
haciendo falta en la historia del Porfiriato es la voz de los protagonistas to-
davía sepultada por los testimonios de los historiadores.
Volviendo al procedimiento de identificación que se siguió en esta tesis,
diré que el resultado produjo una primera lista de cinco amigos íntimos:
José Y. Limantour, Joaquín Casasús, Rosendo Pineda, Justo Sierra y Pa-
blo Macedo. Por cierto que en el archivo Limantour, el volumen y la intimi-
dad en la correspondencia del propio Limantour con los otros cuatro perso-
najes mencionados corrobora el aserto. A este núcleo de íntimos, siempre
bajo la jefatura del primero, hay que agregar otros nombres: Enrique Creel
y Miguel Macedo. Finalmente, un caso aislado es el de Francisco Bulnes a
quien por edad, y sobre todo por carácter, no resulta fácil reducir a ningún
grupo, aunque su confesión personal y su vigorosa participación al lado de
los científicos en varias ocasiones, hace obligada su inclusión en el estudio.
Como se puede ver, el trabajo excluye, por principio, la tarea de estu-
diar a cada individuo que en un momento determinado fue llamado o iden-
tificado como científico. Se parte, en cambio, del grupo cerrado de íntimos,
corazón del grupo, y se amplía desigualmente a otras personalidades vincu-
ladas a ellos. En el archivo Limantour una carta de Nicanor Gurría Urgell,
socio de Emilio Rabasa, ilustra y confirma este criterio. Al hablar sobre la
confusión con que usaba el término "científico", dice:

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LOS CIENTÍFICOS 127

Se les tacha de "científicos" palabra que ha llegado a tomar una significación


tan amplia que comprende, no ya sólo a los siete u ocho amigos de usted que
hace cinco aftos eran designados así (los dos Macedo, Pineda, Casasús, Núftez,
Creel, Corrai y Pimentel) sino a todo aquel que piensa, que habla, que cita
autores, o simplemente que no está de acuerdo con alguno de los conceptos im-
perantes. Al cochero de Casasús le dicen: "¡Científico, por el coche!" "¡Cientí-
fico, ve a traerme cigarros!" Los gendarmes resultaron científicos también. 13

Escuela y positivismo

La Escuela Nacional Preparatoria (ENP) fue creada por el presidente -Benito


J uárez el 2 de diciembre de 1867, al expedirse la Ley Orgánica de la instruc-
ción Pública en el Distrito Federal. Mucho es lo que puede decirse respecto
de la ENP y la relación de la escuela positivista.con los científicos, a los que
muchos llamaron entonces y posteriormente "positivistas de la segunda ge-
neración", para distinguirlos de los "primeros positivistas": Gabino Barre-
da, Pedro Elizalde, etc., y de los dela "tercera generación": Agustín Ara-
gón, Horacio Barreda, etc. 14 Otros autores prefirieron llamar a los
científicos los "políticos positivistas", lo que no está alejado de la verdad
si esto significa que se dedicaron fundamentalmente a la política y que al
mismo tiempo eran positivistas, no necesariamente que imprimían a todas
sus acciones políticas los principios del positivismo. 15 Lo que interesa aquí
es la orientación positivista que la ENP tuvo y cómo afectó esto a los prota-
gonistas.
En primer lugar, hay que insistir en que su impacto sobre cada l,lno de
ellos no fue, ni pudo ser, el mismo: ni en intensidad, ni cualitativamente.
De los ocho personajes en cuestión, sólo Creel fue totalmente ajeno a la
ENP, al menos en sus años de juventud y formación. De Pineda y Casasús,
dos provincianos que cursaron sus estudios en escuelas de alguna manera
equivalentes, pero al fin distintas de la fundada por Barreda, puede decirse
que desde jóvenes entraron en contacto con el positivismo. Sierra, Bulnes
y el mayor de los Macedo, por su lado, aunque estudiaron preparatoria en
la capital, por edad no conocieron la ENP como estudiantes, sino, lo que es
de significación, como profesores. 16 Así, Miguel Macedo y José Y. Liman-
tour fueron los únicos del grupo que pudieron gozar de las primicias del es-
fuerzo positivista de Barreda en la educación. Ya desde aquí las diferencias
entre los miembros del grupo científico en su aproximación al positivismo,
resultan ser importantes. Quizás la diferencia principal se estableció entre

13 Nicanor Gurría Urgell a JYL, lo. de septiembre de 1914. .


14 Entre los contemporáneos que ya usaban esta terminología ver Aragón, A., Essai sur
l'histoire du positivisme au Mexique. México, Chez L' Auteur, 1898.
15 Cfr. Raat, W., op. cit., p. 110; Villegas, Abelardo, Positivismo y porfirismo, México,
SepSetentas, 1972 y Zea, Leopoldo, op. cit.
16 Sierra llegó a ser director interino de Ja ENP, aunque por un corto y conflictivo perío-
do durante Ja administración del general González (1884).

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128 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

los que como Sierra, Bulnes y Pablo Macedo lo conocieron por primera vez
desde el estrado del maestro, y los que como Limantour, Pineda, Casasús
y el Macedo más joven lo hicieron desde la banca del estudiante. En algunas
notas autobiográficas de Pablo Macedo, quien se autodefinía como un "po-
sitivista lírico", esta cuestión, tornada en verdadera angustia primero, y en
satisfacción después, queda claramente establecida:

Aquellos jóvenes, cuyos razonamientos no podía destruir y muchas veces ni


combatir con apariencias lógicas: que no entendían mis conceptos informados
en la ontología y la metafísica, hubieron de enseñarme, lo diré de una vez, que
yo no sabía nada, que estaba absolutamente inerme ante ellos y que si con fre-
cuencia no les comprendía, era porque me hablaban el lenguaje de la ciencia,
que yo desconocía radicalmente. 17

A Justo Sierra debió haber acontecido algo similar y es por ello, quizás,
que ambos positivistas· estuvieron al final de sus vidas más atentos no sólo
a aceptar, sino incluso a promover, los nuevos afanes ideológicos de la ju-
ventud de principios de siglo. Así, aunque como se verá más tarde, Pablo
Macedo y Justo Sierra fueron positivistas en toda la extensión de la palabra:
uso del método en sus escritos; colaboración en la difusión de la enseñanza
positivista; participación directa '-aun financiera- en las conmemoracio-
nes de positivistas mexicanos y extranjeros (colecta pública para erigir una
estatua de Comte, entierro de Barreda, etc.), también estuvieron listos en
su momento con apoyo moral y económico para fomentar los trabajos del
famoso Ateneo de la Juventud que, hacia finales del Porfiriato, se ostenta-
ría como el verdugo intelectual del positivismo en México.
Para José Y. Limantour y Miguel S. Macedo, las cosas fueron mucho
más fáciles, menos traumáticas, en este sentido. Ambos, como dóciles
alumnos de la recién fundada ENP, tuvieron por maestros a lo más granado
del positivismo, de ahí que sus primeros ensayos académicos tengan ese cor-
te ideológico. Los dos llegaron a intimar con el propio Gabino Barreda, al
grado de que en el caso de Limantour, éste recibiera la honrosa proposición
de acompañar al maestro a Alemania en calidad de primer secretario de la
legación. Limantour, sin embargo, acabó por declinar la proposición del
maestro.
La asidua participación de Miguel Macedo en las reuniones de la Socie-
dad Metodófila Gabino Barreda, en donde desde joven realizó trabajos pro-
pios de corte positivista, es también muestra de sus convicciones ideológi-
cas.18 Años más tarde, Limantour, ya secretario de Hacienda, presentaría
al Concurso Científico Nacional de 1901 un trabajo de una ortodoxia positi-
vista completa. 19 Respecto de Bulnes ya se mencionó cómo en su calidad
17 Pablo Macedo en su Discurso en honor de D. Gabino Barreda, 10 de marzo de 1898.
18 Macedo, Miguel, "Ensayo sobre los deberes recíprocos de los superiores y los inferio-
res", en Anales de la Asociaci6n Metod6/ila. México, 1877, pp. 213-228.
19 Discurso pronunciado por el señor Lic. J. Y. Limantour a la clausura del Consurso
Cient(fico Nacional. México, 1901.

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LOS CIENTÍFICOS 129

de "ayudante del primer curso de matemáticas" -verdadero encargado del


curso a los escasos 20 años y sin experiencia en la docencia-, llegó a vincu-
larse estrecha y tempranamente con la ENP y su fundador. 20
Como se puede ver, independientemente de la importancia que se le
asigne finalmente al positivismo durante el Porfiriato, queda claro que la
ENP jugó un papel decisivo como centro irradiador y multiplicador de esta
filosofía. Todavía más; no cabe la menor duda de que los futuros científi-
cos, esta "segunda generación de positivistas", futuros "políticos positivis-
tas", entraron en contacto con el positivismo durante sus ai'i.os de forma-
ción y juventud. Algunos como estudiantes, otros como maestros, pero
generalmente vinculados a la ENP o a sus émulas en provincia. Respecto de
Barreda y los científicos, tampoco cabe la menor duda de su relación: amis-
tad, pupilaje, admiración, reconocimiento y gratitud pública y privada, pre-
valecieron entre ellos y si esto también aconteció con otras personas que no
llegaron a formar parte del grupo científico, ello no le resta significación
a la orientación temprana, genuina y espontánea de los científicos hacia el
positivismo. 21

Positivismo y religión

Hay un par de hechos que nadie duda en relación con el liberalismo mexica-
no. Uno es que desde sus inicios en las primeras décadas de vida indepen-
diente el liberalismo mexicano fue incorporando, gradualmente, algunos
rasgos importantes de anticlericalismo, situación que no debe ser asimilada,
sin más, a una de antirreligiosidad. Así, para no dar sino un ejemplo de la
historiografía actual, Charles Hale en su obra El liberalismo mexicano en
la época de Mora, 1821-1853, 22 constata que los liberales mexicanos· de
esos años se oponían firmemente a la influencia de la iglesia como institu-
ción que invadía no sólo las esferas intelectual y económica, sino lo que era
más peligroso, la vida política toda. Al mismo tiempo, Hale sei'i.ala también
la religiosidad privada, íntima, de varios de los prohombres del liberalismo
de esa época, agregando que esta situación en nada inhibía u obstaculizaba
su decidido anticlericalismo. 23
El segundo hecho se refiere al llamado "liberalismo triunfante" de la
República restaurada en donde, como es bien sabido, el positivismo se in-
corporó como el instrumento educativo -verdadera extensión o transmuta-

20 Cfr. Lemoine, Ernesto, La Escuela Nacional Preparatoria en el período de Gabino


Barreda 1867-1878. México, UNAM, 1970, p. 57.
21 Las excepciones, aunque aisladas y pasajeras, también se dieron. Cfr. la polémica
B¡¡rreda-Sierra en El federalismo, i.e: "Necesidad de la instrucción primaria al profesor Barre-
da", 7 de diciembre de 1875.
22 Hale, Charles, E/liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853. México, Siglo
XXI Editores, 1972.
23 Ver también Villegas, Abelardo, op. cit., p. 13.

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130 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

ción del liberalismo corriente- que habría de asestar un golpe definitivo a


la educación religiosa, al pensamiento metafísico, creando así un hombre
nuevo, carente de atavismos religiosos y capaz de forjarse un destino propio
alejado de la iglesia.
No fue extraño, por lo tanto, que el estado liberal auspiciara como
ideología educativa.al positivismo originado en Comte. De ahí, también,
que una de las primeras medidas de Juárez al triunfo de la República fue
la reforma educativa nacional, reforma que como ya se vio, se erigió sobre
los sólidos cimientos de esa institución que fue la Escuela Nacional Prepara-
toria. Sin embargo, y aquí empiezan las singularidades, no tesulta muy cla-
ro por qué habiendo recurrido al positivismo de Comte, en 1867, como base
de la reforma educativa, el estado mexicano o sus representantes e ideólogos
-como Barreda, por ejemplo- pasaron por alto la propia alternativa com-
teana de fundar en México la "Religión de la Humanidad". En efecto, un
somero análisis del positivismo mexicano -como categoría particular y di-
ferente del positivismo en México- revela que este aspecto tan significativo
del pensamiento de Comte que en Europa y en algunos países latinoameri-
canos -el caso de Brasil es el más ilustrativo- creó sólidas y profundas
raíces, no llegó a ser predominante en México. 24
De todo lo anterior pueden deducirse ya algunas de las características
específicas, o al menos distintivas, del positivismo mexicano: su heterodo-
xia respecto del comtismo, su vinculación orgánica con el liberalismo y re-
publicanismo anticlericales -que no antirreligiosos- como un continum
desde Mora hasta Sierra y, finalmente, su firme convicción en la educación
como fuerza emancipadora capaz de traer el progreso. Respecto de la hete-
rodoxia del positivismo mexicano mucho es lo que puede decirse, aunque
no será aquí el lugar para ello. Leopoldo Zea ya advirtió esto con bastante
detalle en sq clásica obra haciendo resaltar las varias influencias en el positi-
vismo mexicano de otros pensadores distintos de Comte: Darwin, 25 Spencer
y Stuart Mili desfilan así con diverso vigor y de entre ellos parece dominar
Spencer que para muchos positivistas mexicanos, pero sobre todo para los
científicos, fue un pensador básico. Lo que interesa aquí es analizar más a
fondo esa curiosa continuidad -entre un Mora y un Sierra-:- de la ideolo-
gía liberal republicana y anticlerical pero no antirreligiosa, que se da en el
México del siglo XIX. ¿Cómo explicar entonces en este orden de cosas la di-
visión del liberalismo del Porfiriato para volver al tema del trabajo dando
lugar a dos grupos, el de los "liberales jacobinos" -¿primera distinción?-

24 El positivista Pereira Barreto, especie de Barreda brasileño, se encargó de hacer del


anticlericalismo un principio esencial ya que él "saw in the religious conflict a chance for Brazil
to liberate herself from the centuries-old tutelage of catholic theology''. . . '' And believed that
a radical reform of public education would transform the country". Cfr. Cruz Costa, Joao,
A History of Ideas in Brazil, University of California Press. Los Angeles, 1%4, pp. 89-90.
25 Sobre el darwinismo y su introducción en México, así como sus relaciones con el posi-
tivismo mexicano, véase: Moreno, Roberto, "La introducción del darwinismo en México",
en Anuario de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1976, pp. 121-153.

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LOS CIENTÍFICOS 131

y el de los liberales positivistas -o liberales-conservadores? El historia-


dor y filósofo Zea explica esta división en términos generacionales: el "libe-
ralismo en lucha" y el "liberalismo triunfante". Charles Hale, la otra auto-
ridad en la materia, agregó algo más: la observación de que dentro del
consenso político e ideológico del Porfiriato también hubo ruptura, falta de
consenso. 26
Frente a estas conclusiones, lo que persigue este apartado es ubicar el
sentido de la continuidad -o del cambio- de la ideología liberal mexicana
en el siglo x1x. Se habla de ubicadón porque por lo menos en el aspecto
del anticlericalismo no antirreligioso parece residir la continuidad que se
quiere destacar aquí para el Porfiriato, aunque alguien más podría quizás
explorarla hasta el siglo xx, después de la Revolución de 1910-1917. Esta
continuidad, es cierto, se da en el Porfiriato a través de un relevo generacio-
nal cómo lo sugiere Zea, pero no sólo por ello. Es generacional al extremo
de que ser positivista en el Porfiriato se convirtió en un verdadero criterio de
diferenciación entre quienes lucharon con las armas contra la iglesia, el im-
perio, el extranjero y los conservadores, y quienes apenas nacían en medio
de esas luchas. Los combates ideológicos entre estas dos generaciones de li-
berales abarcaron muchos temas y situaciones que en las más de las veces
tenían traducción parlamentaria o simplemente política: lucha por el poder.
Las polémicas en el Congreso, los frecuentes duelos de honor, los ataques
en la prensa se multiplicaron no sólo entre católicos y liberales, como anta-
ño, sino aun entre liberales de una generación -"jacobinos"- y los de
otra -"positivistas". La división generacional no fue siempre tajante ya
que incluso algunos positivistas surgieron al amparo intelectual y político
de más de un liberal de la generación en lucha. La ayuda que el liberal Igna-
cio Manuel Altamirano prestó a los científicos ejemplifica esta transición.
Cuando Altamirano pidió su separación del consejo de redacción de La Li-
bertad, periódico fundado por Sierra y otros colegas, Sierra, que se había
alejado a raíz de la trágica muerte de sú hermano Santiago, escribía explica-
tivamente a Altamirano:

Sé perfectamente que muchas de estas ideas positivistas son las de usted, y por-
que tanto lo conozco y tanto lo quiero y le debo tanto, no me resigno a perder
la esperanza de que, vínculo de unión entre el pasado y el presente, siga usted
siendo el luminoso y amado mentor de la nueva generación, como ha sido usted
el niño mimado de la generación que se va. 27

La división entre liberales jacobinos y positivistas llegó en ocasiones a

26 Cfr. Hale, Charles, "Scientific Politics ... ", op. cit., 1976.
27 Ignacio Manuel Altamirano no fue el único de los viejos liberales que abrazaron el
porfirismo y con él sus objetivos. Desde la perspectiva de lo íntimo, por otro lado, cabe apun-
tar que la hija adoptiva de Altamirano, Catalina, casó con el científico Joaquín Casasús. Justo
Sierra a Ignacio Manuel Altamirano, octubre 9 de 1880 en Obras Completas, vol. x1v, Epísto-
las y papeles privados, p. 65.

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132 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

ser brutal, al grado de que los jacobinos llamaron en auxilio -táctico- a sus
enemigos tradicionales: los católicos. Esto aconteció sobre todo en las
polémicas sobre la educación y tuvo sus momentos estelares con las refor-
mas al plan de estudios de la Escuela Nacional Preparatoria y con la retar-
dada fundación de la Universidad Nacional. 28
Si se ha enfatizado la divergencia es sólo para insistir en la continuidad,
la que, como se afirma aquí, reside en el anticlericalismo no antirreligioso.
Esto es, en el principio de que la iglesia y las manifestaciones religiosas deben
erradicarse de la esfera política, de la vida pública y de la educación, sin que
ello conlleve, necesaria o deseablemente, la destrucción de la religiosidad
privada, del culto particular. Esto es, de las prácticas sociales íntimas.
Antes de pasar a desarrollar y a ilustrar esta cuestión, resta tan sólo in-
sistir en una generalidad más. El porfiriato es la era de la "política de conci-
liación". Muchos autores han entendido por "política de conciliación" la
pacificación del país, la reincorporación de personas y grupos opositores al
tuxtepecanismo, pero la "conciliación" fue también entre la iglesia y el es-
tado. Rosendo Pineda, en uno de sus más interesantes discursos, dejó preci-
sado lo que los científicos, o el Porfiriato de los científicos, entendía por
política de conciliación. Nada menos que en el discurso en honor de Juárez
ante la tumba de éste en el panteón de San Fernando, afirmaba Pineda un
viernes 18 de julio de 1902:

El Gobierno no puede ser intolerante, porque tiene que amparar todas las sec-
tas, ni puede ser perseguidor, porque tiene que respetar todos los derechos. La
alta misión del gobierno consiste precisamente en conciliar, digamos la palabra,
en conciliar dentro de las instituciones todos los intereses legítimos y todas las
aspiraciones sani.~. Por eso, el Presidente de la República es conciliador, y ése
será uno de sus gloriosos timbres en la historia. 29

No examinamos aquí esta cuestión al detalle, ya otros lo han hecho con


desigual resultado: que si el reaccionario arzobispo Pelagio Labastida casó
en segundas nupcias a Porfirio Díaz y desde entonces y por la intermediación
de la esposa del Ejecutivo, Carmen Romero Rubio Castelló -especie de empe-
ratriz Josefina- se aseguró así la amistad y respeto del pueblo todo; o bien
de que esa especie de "lord eclesiástico" que fue el rico obispo de Oaxaca:
Eulogio Gillow, hijo de un relojero inglés que devino hacendado, servía de
embajador permanente entre el estado y la iglesia del Porfiriato. 30
Así como varios autores lo han señalado respecto de los liberales mexi-
canos de la primera mitad del siglo XIX, también los científicos, "liberales

28 Para mayor detalle en estos temas consultar la obra del autor: De Maria y Campos,
Alfonso, Estudio histórico jurídico de la Universidad Nacional, 1881-1929. México, UNAM,
1975.
29 Pineda, Rosendo, "Honor a Juárez". Discurso pronunciado ayer por el Sr. Lic. Ro-
sendo Pineda en el panteón de San Fernando. El Imparcial, sábado 19 de julio de 1902.
30 lturribarría, Jorge Fernando, "La política de conciliación del general Díaz y el arzo-
bispo Gillow", en Historia Mexicana x1v: 1 (jul.-sep., 1965), pp. 81-101.

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LOS CIENTÍFICOS 133

conservadores" del Porfiriato, fueron anticlericales, pero de convicciones


religiosas privadas. Este trabajo, que hurga en las vidas privadas como mé-
todo y sistema, se propone aquí ilustrar la religiosidad de los científicos.

Los científicos y la religión

Por lo que se refiere al peso de las tradiciones familiares todos los científicos
provenían de largas raigambres católicas. Sierra, como ya se vio, la tenía
tan cerca que su abuelo, un sacerdote católico, había procreado cuatro hi-
jos: dos religiosas, otro sacerdote y un político y literato: Justo Sierra
O'Reilly. Por el lado de la madre, los Méndez siempre fueron de conviccio-
nes religiosas. Justo fue bautizado y confirmado en la iglesia y educado por
varios años en colegios confesionales. De igual manera, la preparatoria y
primeros años profesionales los cursó Sierra en el San Ildefonso jesuítico.
La familia Casasús, si bien sin las contradicciones de un progenitor clerical,
también transmitió un fuerte sabor religioso a la formación del futuro cien-
tífico Joaquín D. Casasús. Los Creel, en el apartado Chihuahua, a pesar
de la ascendencia anglosojana y posiblemente protestante del cónsul C;eel,
bautizaron en la iglesia católica a todos sus hijos. La influencia de las ramas
maternas Cuilty y Bustamante fueron así decisivas. Los Limantour, como
familia francesa de Bretaña, una de las provincias típicamente católicas de
Francia, bautizaron a sus hijos con los nombres propios de los santos loca-
les, de los padrinos, de los abuelos y de los bisabuelos, también católicos
según los registros parroquiales. Los hermanos Pablo y Miguel Macedo, de
padre liberal y madre guatemalteca de origen españ.ol, recibieron una educa-
ción religiosa completa que transmitieron más tarde a sus·respectivos descen-
dientes. Los Bulnes tampoco fueron la excepción y, conforme a la tradición
de sus antepasados españoles, enviaron a Francisco a escuelas confesionales.
Pero ¿en qué devino el peso de la tradición familiar? ¿Se mantuvo o
se transformó a la luz de las experiencias políticas y sociales individuales y
de grupo? Ciertamente hubo mutaciones, pero lo significativo es ilustrar esa
conciliación entre la ideología pública y las prácticas sociales individuales
que caracterizaron tanto a la mayoría de los liberales de la Reforma como
a los científicos del Porfiriato.
Necesariamente, la información que alimenta este apartado es, a más de
desigual para cada caso, fragmentaria en su conjunto. ¿Pero es que podría
ser diferente? Cuando se habla de la vida privada siempre se exploran terre-
nos difíciles y ambiguos y los científicos no son una excepción en este senti-
do. El caso más conocido, y el que ha sido mejor analizado antes es, sin
duda, el de Justo Sierra. Tanto, que el historiador O'Gorman ve en el cre-
ciente y progresivo interés de Sierra por la historia, la clave de su pensa-
miento menos radical, más matizado, con cierta orientación metafísica ha-
cia los últimos años de su vida. Por otro lado, la editora familiar del
epistolario de este científico, en congruencia con el peso religioso de la tra-
dición familiar y con el temor de que su ascendiente pudiera ser considerado

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134 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

no ya ateo sino tan siquiera no religioso, se esfuerza en su selección y en


sus notas por resaltar las expresiones religiosas de Justo Sierra. Nada más
innecesario. En efecto, como se ha insistido aquí, no hubo realmente entre
los científicos contradicción entre el liberalismo anticlerical, entre el pensa-
miento positivista de expresión intelectual y las cuestiones de f<:. Así, las
menciones que se pueden reproducir sobre el Sierra creyente son tan amplias
y diversas como exentas de contradicción: las cartas de juventud de su ma-
dre, 31 las de amor a su novia y futura esposa, 32 las del padre a sus hijos,
y en fin, sus testimonios públicos de encuentro con el fenómeno religioso
han quedado bien consignados en sus Obras Completas. Resalta, por su
perfecta distinción entre lo religioso y lo intelectual, la emotiva descripción
de la visita que hizo al papa León XIII en el año de 1901, la que fue publica-
da en la prensa mexicana dos años más tarde. Dice José Luis Martínez, edi-
tor del volumen correspondiente (Viajes, t. VI) de las Obras Completas,
sobre el viaje de Sierra a Roma: ''no iba a Roma a descubrir un mundo espi-
ritual, sino a ratificar con la contemplación de aquellas creaciones que
emergían intactas de los siglos, la autenticidad de los fantasmas que habita-
ban en su memoria". 33
Por lo que se refiere a Bulnes, su religiosidad privada está sujeta a polé-
micas y la cuestión parece haber hecho crisis -como en tantas otras biogra-
fías- en el lecho de muerte. Su único hijo varón, Mario, algo alejado de
él afirmó públicamente a la muerte del padre que éste había rechazado la
asistencia religiosa que algunos familiares y amigos le hicieron llegar enton-
ces. Su nieto, Gustavo Struck Bulnes, en cambio, afirmó lo contrario: Fran-
cisco Bulnes murió en el seno de la iglesia católica, confortado por los servi-
cios espirituales del historiador jesuita Mariano Cuevas, a quien el escritor
Federico Gamboa y algunos familiares mandaron llamar. 34 Sin embargo,
nada de esto cambió su vida -ni tenía por qué haberlo hecho-; Bulnes
siempre evitó hacer alarde de su tradición familiar creyente. Como icono-
clasta que fue en todo lo intelectual y político, llegó en ocasiones a ironizar
a la religión, pero sobre todo a la iglesia. En lo privado, en cambio, fue un
hombre respetuoso de la religión. 35
De Casasús, los Macedo, Pineda y Creel no podemos agregar nada so-

3l Sierra, Justo, Obras Completas, XIV, p. 21: "Dígales U., mamita ... como se puede
ser muy piadosa, muy dedicada a la religión, sin dejar por eso de disfrutar del aire, de la luz,
de la vida, de los preciosísimos dones con que nos ha colmado el cielo y en los cuales nos envía
su bendición, la bendición de Dios ... " (marzo, 1869).
32 !bid., pp. 30-57. A la novia en declaráción, 2 de abril de 1873 (pp. 30-31): "Srita...
Así pues, piense U. con ánimo sereno sobre mi súplica y dígame libremente la verdad, como
si la oyeran Dios y sus padres. Si me fuere favorable, bendeciré al cielo por haber realizado
el me~or ensueflo de mi juventud ... "
3 Sierra, Justo, Obras Completas, VI, p. 8.
34 Quirarte, Martín, Francisco Alonso de Bulnes. México, Editorial Grijalbo y UNAM,
1963, YP· 45-46.
3 !bid., pp. 43-44. Lo que Quirarte dice al final es exactamente la falsa contradicción
que se quiere erradicar: ser positivista no exigía ser ateo.

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LOS CIENTÍFICOS 135

bresaliente ni particularmente ilustrativo. Todos ellos, sin embargo; como


también Sierra, Limantour y Bulnes, sancionaron los principales actos de
su vida civil y familiar con las formalidades de la iglesia católica. Y si sus
padres los bautizaron y confirmaron cuando niños, ellos prosiguieron la
tradición: se casaron por la iglesia y bautizaron a su vez a sus propios hijos.
Finalmente, debe agregarse que todos fueron cristianamente enterrados. Li-
mantour, quien yace todavía en el exilio del panteón de Montmartre, en Pa-
rís, dejó instrucciones manuscritas precisas acerca de sus funerales. El hom-
bre metódico y minucioso de las finanzas públicas lo fu:e también de sus
exequias.
El análisis de las experiencias religiosas de Limantour ayuda a precisar
la cuestión de la religiosidad de los científicos. En Limantour, a diferencia
de Sierra, no se tiene a un poeta, ni siquiera a un literato que pudiera o qui-
siera evocar vívidamente sus pensamientos religiosos. Por el contrario, fue
Limantour un hombre discreto, poco expresivo públicamente, que jamás
hubiera podido escribir -mucho menos publicar- una experiencia perso-
nal como la de Sierra en su viaje a Roma. Es por esta misma razón que los
términos en que se expresó Limantour en ocasión de su renuncia como teso-
rero de una institución educativa de asistencia resultan ser tan significati-
vos. Decía Limantour en el año de 1882 a la.Junta Directiva del Instituto
Científico e Industrial; a raíz de un incidente que culminó con la expulsión
de un maestro no católico del plantel:

He notado que el espíritu que domina en la asociación es el de establecer un


tema de enseñanza en virtud del cual los conocimientos científicos· de todo
género, se inculquen en los alumnos a través del prisma religioso. Como yo ten-
go la convicción de que la ciencia y la religión tienen cada una su esfera propia
y que por lo mismo los principios científicos pueden y deben enseñarse en total
independencia de los religiosos, no. puedo aprobar expresa ni tácitamente la
marcha que se piensa dar al establecimiento. 36

La carta de Limantour es elocuente y no requiere mayor explicación.


El científico declara estar de acuerdo con que se dé enseñanza religiosa, ca-
tólica en particular, pero no puede aceptar que ésta se le exija a todos los
alumnos, mucho menos que se persiga a los profesores por no ser católicos
en su vida privada y, finalmente, lo que le parece intolerable es que los co-
nocimientos generales se mezclen con la religión: "se inculquen ... a través
del prisma religioso". Las "dos esferas" separadas de la ciencia y la religión
a que alude Limantour son la clave de la posición de los científicos respecto
a la religión.
De todo lo anterior puede concluirse que la tradición liberal y anticleri-
cal que acogieron los positivistas mexicanos, y en particular el grupo de los
científicos, se desarrolló sin obstáculos que pudieran haber surgido de las

36 JYL a la Junta Directiva del Instituto Científico e Industrial. Copia manuscrita del 3
de marzo de 1882.

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136 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

convicciones y prácticas religiosas privadas. La contradicción no se presen-


tó simple y. sencillamente porque los intelectuales en cuestión distinguían
perfectamente, desde una perspectiva laica, lo religioso de lo público. Eran
dos esferas diferentes que no cabía mezclar entre sí. No se trataba por lo
tanto de una actitud artificial, acomodaticia, menos aún hipócrita, de di-
vorcio intelectual, sino por el contrario, de perfecta armonía.

El positivismo y su carga emocional

Antes de cerrar este ensayo relativo al positivismo, es necesario analizar un


aspecto que también parece contribuir de una manera significativa a la ca-
racterización del positivismo mexicano del Porfiriato: su fuerte contenido
emotivo. La cuestión no ha sido estudiada antes y aunque son muchas las
menciones ilustrativas que pueden recabarse en este sentido, se requiere ade-
más un esfuerzo de síntesis y análisis que permita establecer con alguna
precisión el sentido y la fuerza explicativa de este elemento de caracteri-
zación.
Desde un punto de vista teórico son varios los elementos de la filosofía
de Comte que llevan aparejados una visión optimista del desarrollo huma-
no. El positivismo de Comte, en efecto, es por definición una teoría del pro-
greso, del perfeccionamiento humano. La "ley de los tres estados" a que
están sujetas las sociedades, según el mismo autor, implica una evolución
orgánica que necesariamente lleva a esas sociedades a estadios de desarrollo
más altos, más evolucionados. Por si esto fuera poco, el positivismo mexi-
cano adaptó y amalgamó al comtismo original elementos y principios de
otras teorías afines que en mayor o menor medida contienen también aspec-
tos de superación, evolución y perfeccionamiento progresivos. Las enseñan-
zas de Darwin en su acepción más elemental y esquematizada, a partir de
la ley de "la supervivencia del más apto"; el llamado darwinismo social de
Herbert Spencer; las corrientes utilitaristas, la "libertad individual", positi-
va, de Stuart Mill; el organicismo social de Wurms, y otras ideas similares
echaron sólidas raíces en el positivismo mexicano ·en una nueva época de re-
construcción social y política que se alejaba de la revolución y la guerra in-
testinas. Ya desde el liberalismo juarista llegaron a México, a través de la
prensa periódica, continuas menciones sobre el "progreso material": verda-
dera categoría ideológica que fue a un mismo tiempo objetivo y meta de los
gobiernos mexicanos a partir de la restauración de la República en 1867.
El optimismo y la carga emotiva del positivismo mexicano se manifesta-
ron así desde muy temprano a través de dos vertientes; una teleológica, y
por la cual la adopción del positivismo significaba metas finales de progreso
humano, y otra de carácter instrumental, por la cual la utilización de los
principios, de las categorías, del método, y aun del lenguaje del positivismo, se
traducía, sin más, en la adquisición de las verdades científicas. Así pues, el
positivismo, que fue la filosofía de las nuevas generaciones, de la juventud,
esto es, la filosofía de moda, antes y más que la filosofía del poder, inundó

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LOS CIENTÍFICOS 137

el espacio intelectual del Porfiriato. Ser positivista fue entonces sinónimo


de muchas y·muy variadas cosas: de ser progresista, de poseer la llave de
la verdad científica,. de estar a la moda, de haber superado el pasado, de ser
joven, y en fin, de estar contribuyendo al verdadero y necesario desarrollo
material e intelectual de todo el país.
Todavía más, y contrariamente a lo que establece Leopoldo Zea en el
sentido de que el positivismo fue desde los inicios del Porfiriato la ideología
-justificación del poder-, el positivismo significó espontaneidad, rebelión
intelectual, orgullo de generación, fe en el porvenir. Desde luego, también
el positivismo se fue transformando en la medida en que la generación que
lo abrazó originalmente tuvo acceso al poder.
El hecho de que el positivismo mexicano estuviera fuertemente cargado
de emotividad no dejó de tener a la larga efectos distorsionados. Así, por
ejemplo, la firme y utópica creencia en la educación positivista o en el desa-
rrollo material como motores autosuficientes del devenir social, llevaron a
no pocos fracasos a las élites que ejercieron entonces influencia sobre el
aparato estatal. Lo que importa por ahora es reiterar la distinta explicación
que debe darse a la forma como se adoptó el positivismo en México y el sen-
tido que se le dio a esta corriente del pensamiento entre los intelectuales me-
xicanos. Más que evocar justificación de intereses en su adopción, el positi-
vismo mexicano nos refiere a la espontaneidad con que varias generaciones
del Porfiriato lo asimilaron con el propósito de alcanzar un añorado desa-
rrollo nacional. Por ello, hasta las postrimerías del Porfiriato encontramos
testimonios de júbilo por parte de las nuevas generaciones de su profesión
de fe positivista. Así, una mañana de 1906 los estudiantes mexicanos impre-
sionaron a Max Muller, ministro británico en México, antiguo estudiante
del renombrado sistema universitario inglés (Eaton y Oxford), al invitarlo
al homenaje de John Stuart Mill. El diplomático informó a sus superiores:

l was much surprised, a few days ago, to be invited by a Committee of stu-


dents ... to attend a meeting in celebration.Óf the Centenary of the birth of J .S.
Mili on the 21 ultimo. Unless the Universities of Oxford and Cambridge have
changed very much since l was there, 1 cannot believe that the undergraduates
at either of those English seats of learning would consider the centenary of the
birth of the author of "Mill's political economy" an occassion for rejoicing.
Here, however, these young men, or rather boys, organized a public meeting
in honour of the great English philosopher, and sat through 3 hours of speeches
on his system and recitals of extracts from his works. The President of the Re-
public, the Vice-President, the Minister of Education and the British Represen-
tátive, were attentive, if slightly bored listeners. 37

A manera de conclusión puede decirse que esta ponencia desea subrayar


varias cosas con respecto al estudio de los científicos como grupo de intelec-
tuales que actuó como uno de los sostenes del Estado porfiriano. En primer

37 Max Mullera Sir E. Grey, Confidential Print, lo. de junio, 1906. PRO/F0/371/86-
/20719/F. 107.

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138 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX.

lugar, que los nuevos estudios sobre el tema deben profundizar en el enfo-
que biográfico y sociológico, para después volver a la interpretación de las
ideas, de la historia intelectual en su más amplia connotación. Esto, desde
luego, sólo se podrá hacer a 'través de una revisión exhaustiva de fuentes pri-
marias, de una verdadera revolución en las fuentes que arroje nueva y más
datallada información sobre las vidas particulares, íntimas, de los protago-
nistas.
Otro aspecto de especial relevancia es el que se refiere a la caracteriza-
ción del positivismo mexicano como una visión del mundo y las cosas en
el Porfiriato que no significa, necesariamente, fractura con el pasado o el
futuro inmediato ideológico. La carga emotiva de este positivismo, su res-
peto a la religiosidad privada, su estirpe liberal, su futuro revolucionario,
no son contradicciones, sino elementos todos de un proceso histórico en
donde el Estado y sus soportes intelectuales se expresan· con una madurez
y una conciencia propias de una nación fuerte, consolidada en lo externo
y en lo interno. ·

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