1-Ensayo Eticaprofesional M2S4
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ENSAYO ARGUMENTATIVO
CONSIGNA:
DESGLOSE DE LA EVALUACIÓN:
Valor porcentual: 10 %
PUNTOS DESCRIPCIÓN DE LA ACTIVIDAD
2 puntos Descripción de los elementos fundamentales del texto.
TEMA: 2 puntos Sustenta con fuentes bibliográficas sus ideas personales.
2 puntos Justifica sus ideas.
La política y el problema de las manos sucias 2 puntos Uso correcto de la ortografía y la redacción.
2 puntos Expresa, claramente, si la lectura impactó su vida.
Objetivo de la actividad: 10 puntos TOTAL DE PUNTOS
Exponer, desde su conocimiento personal, una opinión acerca del tema designado por el tutor,
para externar sus ideas, manifestando su punto de vista sobre el mismo.
RÚBRICA:
Demuestra
Descripción de los elementos Demuestra muy bien el Demuestra buen Demuestra dominio Demuestra dominio
excelente dominio No realiza aportes.
fundamentales del texto. dominio del tema. dominio del tema. regular del tema. deficiente del tema.
del tema.
El sustento de
El sustento de fuentes El sustento de fuentes El sustento de fuentes
Sustenta con fuentes bibliográficas fuentes El sustento de fuentes
bibliográficas es muy bibliográficas es bibliográficas es No realiza aportes.
sus ideas personales. bibliográficas es bibliográficas es bueno.
bueno. regular. deficiente.
excelente.
La justificación de
La justificación de sus La justificación de sus La justificación de sus La justificación de sus
Justifica sus ideas. sus ideas es No realiza aportes.
ideas es muy buena. ideas es buena. ideas es regular. ideas es deficiente.
excelente.
Demuestra
Expresa, claramente, si la lectura Demuestra muy bien el Demuestra buen Demuestra dominio Demuestra dominio
excelente dominio
impactó su vida. dominio del tema. dominio del tema. regular del tema. deficiente del tema. No realiza aportes.
del tema.
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LA POLÍTICA Y EL PROBLEMA
DE LAS MANOS SUCIAS
C. A. J. Coady
1. Introducción
507
508 Aplicaciones
2. El desafío de Maquiavelo
bla sin cesar, algo poco plausible) pero cuando interviene de forma seria y
relevante, debe tomar la delantera frente a todas las consideraciones rivales.
Maquiavelo cuestiona esta imagen porque piensa que hay poderosas ra-
zones que pueden y deben invalidar las razones morales. Podría neutralizarse
el choque de esta posición (como él mismo tiende a hacer en ocasiones)
incorporando estas poderosas razones en la moralidad. Esto es lo que hace
precisamente la reconstrucción utilitarista de la moralidad: convierte en una
razón moral a cualquier razón para actuar que «racionalmente» sea
suficientemente fuerte para imponerse. Otras actitudes morales pueden hacer
algo parecido al considerar el «aprender a no ser bueno» como la simple
introducción de virtudes característicamente políticas o el desempeño de
obligaciones específicamente políticas, pero si toman en serio tanto la expe-
riencia moral como la crítica de Maquiavelo, inevitablemente ejercerán presión
sobre la idea clásica de que las virtudes constituyen una unidad. En un
momento dado, Maquiavelo plantea de forma explícita dudas sobre la unidad de
las virtudes, al insistir que no es posible (especialmente para el príncipe)
observar todas las virtudes «porque la condición humana no lo permite» (1513,
pág. 52). De ahí que en la política, hacer «lo correcto» en ocasiones significará
en realidad cultivar lo que constituye un declarado vicio humano (aunque en
ocasiones Maquiavelo se retrae de esta posición tan severa al hablar de lo que
«parece ser un vicio» como en la página 53 de El príncipe). Consideraciones
similares pueden aplicarse, quizás incluso de manera más estricta, al
tratamiento de nuestro ámbito de problemas en términos de la moralidad de los
roles. La vida de nadie no se agota en un único rol y al parecer no tenemos
garantía alguna de que los imperativos de los diversos roles tengan que
armonizar. Sin duda un enfrentamiento serio entre las exigencias de roles
significativos sólo podrá ser resuelto en términos que van más allá de la
moralidad de los roles. Si toda la moralidad consiste en una moralidad de roles,
la resolución se alcanzará por consideraciones no morales. En cambio, para un
utilitarista monista cualquier cosa que zanje la cuestión de manera racional o
satisfactoria será, ipso facto, una consideración moral.
Veamos lo que aducen los filósofos contemporáneos en favor de su idea de
que la política tiene algo especial que autoriza las conclusiones de Maquiavelo.
Luego volveremos a Maquiavelo, cuyos argumentos tienen un cariz algo
diferente. Los maquiavélicos modernos asumen o apelan a varias
consideraciones. La mayoría de las ideas que presentan tienen algo, pero por
lo general no llegan lo suficientemente profundo. Estas son algunas de las
ideas que presentan en sus escritos: la «necesidad» de manipular, mentir,
traicionar, robar o matar puede darse en ocasiones en la vida privada, pero es
mucho más frecuente en la política. El ámbito político supone elecciones y
consecuencias de mucho mayor «peso» que las de la vida privada. Los
La política y el problema de las manos sucias 511
mos decir con esto que se trate de decisiones políticas, pero el hecho de que Juan cultive
su jardín o su intelecto en vez de gestionar los asuntos de la nación puede tener
consecuencias de importancia. Sin embargo, además de la significación de los resultados
del número de personas afectadas, está la cuestión de la probabilidad. Es muy difícil tener
una confianza plena en el resultado de nuestras opciones políticas. En cambio, algunos
costes y cuestiones en el ámbito personal tienen la máxima importancia y con frecuencia
una certeza mucho mayor. Pensemos en la necesidad de evitar la mutilación o perversión
de nuestro hijo y comparémosla con la necesidad de hacer una carrera política en interés
de la independencia nacional.
Las exigencias sobre la representación y la neutralidad o la imparcialidad plantean
cuestiones muy amplias sobre las cuales sólo puedo decir aquí muy poco. Están
relacionadas a una determinada concepción de la función política, y lo que uno diga sobre
el particular dependerá en gran medida de lo que piense sobre las consideraciones de la
moralidad de los roles. Como ya he indicado, pienso que el rol del político apenas es un
rol, en el sentido en que lo es el de médico o bombero. Las tareas de la política son tan
difusas, tan sujetas a determinaciones culturales, tan discutibles moralmente, que tiene
poco sentido deducir normas funcionales a partir de la interrelación de la conducta política
real. Cuando un político dice de otro que es «un verdadero profesional» está ofreciendo
una valoración de sus dotes reales, relevante para determinados procesos políticos, pero
muy bien puede estar hablando de Josef Stalin o de Adolf Hitler.
En cualquier caso, la representación, por sí misma, no modifica mucho nuestros
estatus moral; amplía nuestros poderes y capacidades, aunque también los limita de
diversas maneras, pero la cuestión de los límites y las libertades morales será en gran
medida una cuestión para la valoración moral ordinaria de las metas institucionales para
las cuales se han creado estos poderes. El caso de la violencia, cuya utilización citan
Walzer, Hampshire y Nagel como elemento característico de lo político, puede servir de
ejemplo. A menudo se sugiere que mientras que sería incorrecto que los ciudadanos
utilizasen la violencia o la amenaza de ésta en sus relaciones con los demás ciudadanos,
puede ser correcto que su representante político la utilice en beneficio de los ciudadanos.
Si con esto se quiere señalar que los ciudadanos privados nunca tienen derecho a utilizar
la violencia, ni siquiera la violencia letal, para proteger sus derechos, esto es claramente
dudoso. Una de las vías más plausibles para legitimar el uso de la violencia por el Estado
es mediante «la analogía doméstica» del derecho de un individuo a la autodefensa. Pero
la implicación puede ser más débil; sin duda, los agentes del Estado tienen derecho a
utilizar o a autorizar la violencia mientras que no lo tiene un individuo. Thomas Nagel lo
expresa vigorosamente en el examen de las cuestiones relativas a la imposición y el
reclutamiento. Como
La política y el problema de las manos sucias 513
dice con respecto a la imposición: «si alguien con una renta de trescientas mil
pesetas al año apunta con una pistola a una persona con una renta de catorce
millones de pesetas al año y le quita su cartera, esto es un robo. Si el gobierno
federal retiene una parte del salario de esta segunda persona (haciendo cumplir
las leyes contra la evasión de impuestos con amenazas de prisión vigilada por
guardias armados) y da parte de éste a la primera persona en la forma de
subvenciones para bienestar, cupones de alimento o asistencia sanitaria
gratuita, eso es recaudación fiscal» (Nagel, 1978, pág. 55). Nagel prosigue
diciendo que lo primero es moralmente no permisible y lo último moralmente
legítimo, afirmando que éste es un caso en el que la moralidad pública no se
«deriva» de la moralidad privada sino «de consideraciones consecuencialistas
impersonales». «No hay forma —añade— de analizar un sistema de imposición
redistributiva en la suma de un gran número de actos individuales todos los
cuales satisfacen las exigencias de la moralidad privada» (pág. 55).
Dejando a un lado las dudas sobre el carácter injustificable del robo de una
persona in extremis, lo que choca en el tratamiento del problema por parte de
Nagel es que los determinantes decisivos que diferencian los casos de robo y
recaudación se refieren a consideraciones morales perfectamente ordinarias. La
posición general de Nagel es que la moralidad política difiere de la moralidad
privada al otorgar mucha más importancia al pensamiento consecuencialista,
mientras que la moralidad privada está más centrada en el agente. Hay
interpretaciones de esta idea que no suponen implicaciones de «manos sucias».
Por ejemplo, los funcionarios públicos deben tener mucho cuidado a la hora de
ofrecer y recibir regalos, y tienen que pensar mucho en las consecuencias de lo
que hacen y procurar hacer lo correcto aun cuando pueda causar malestar.
Pero el ejemplo de la imposición ilustra en realidad la firme continuidad de la
moralidad pública y la privada. El gobernante puede sustraer dinero a los
ciudadanos, si es necesario con amenaza de violencia, para fines públicos tales
como ayudar a los pobres, porque esto es mucho más justo que las alternativas
como las prácticas individuales incluso de robos «justificables». En el supuesto
de que es moralmente legítimo cierto fin redistributivo, la imposición asegura
que las cargas se distribuyen incluso sobre aquellos lo suficientemente ricos
para costear guardaespaldas y residencias seguras, y que los beneficios llegan
incluso a aquellos demasiado tímidos o rectos. También es mejor para todos
que los ciudadanos no sean sus propios jueces en estas cuestiones, especial-
mente cuando puede recurrirse a la violencia.
Sin duda, los conceptos de equidad, justicia y bien aquí empleados son los
mismos que operan en el contexto familiar y otros contextos íntimos. Lo que
dice Nagel sobre la imposibilidad de analizar un sistema fiscal en una suma de
actos individuales que satisfagan las exigencias de la moralidad
514 Aplicaciones
«privada» puede ser sin embargo verdad, pero por razones que nada tienen
que ver con la moralidad en particular, es decir que ningún sistema institucional
puede analizarse en una suma de actos individuales de ningún tipo. Merece
cierta atención la tesis de Nagel de que la moralidad política pone un énfasis
mucho mayor en la imparcialidad de la moralidad nuclear subyacente de la que
supuestamente derivan tanto aquélla como la moralidad privada . Es verdad
que alguna cultura política incentiva la evitación del nepotismo y el mecenazgo,
pero dudo que esto pueda llevarnos muy lejos. Para empezar, existen o han
existido muchas culturas políticas en la que estas restricciones a la preferencia
de familiares y amigos han sido menos acusadas o inexistentes; no pretendo
decir que la falta de semejantes restricciones no plantee problemas, sino
simplemente que no es plausible hacer de su presencia algo característico de la
moralidad política. Tenemos que recordar que las culturas que desaprueban el
mecenazgo familiar con frecuencia condonan o estimulan la promoción de
amigos o compinches políticos. Es verdad que muchas culturas desaprueban
enérgicamente la explotación de la posición política para el beneficio personal
(algo que sin embargo se lleva a cabo siempre de forma directa e indirecta). A
esto hemos de contraponer el hecho de que la explotación seria de las
relaciones muy personales para obtener beneficio es profundamente inmoral.
Pensemos simplemente en las personas que venden a niños o alcahuetes a sus
compañeros sexuales. Además, se da el hecho recalcitrante, en favor de la
tesis de la imparcialidad, de que por lo general se considera que los políticos
están influidos correctamente por consideraciones de parcialidad que difieren
sólo en escala de las del ciudadano privado. Se piensa que los líderes políticos
tienen obligaciones especiales para su nación, para su distrito, para su partido,
para su facción e incluso para su raza. La tesis de la imparcialidad no es
convincente (véanse el artículo 28, «Las relaciones personales», para el
examen de la tesis de la imparcialidad en las relaciones privadas, y también el
artículo 19, «El consecuencialismo» para un enfoque consecuencia-lista de la
imparcialidad).
4. El problema de la corrupción
Aislamiento moral. Esta tercera situación fue muy resaltada por Ma-quiavelo,
aunque a menudo ha :ido ignorada por sus comentaristas, y tiene un
considerable interés independiente para cualquier presentación de la acción
colaboradora. Es el problema que plantean las exigencias de virtud en un
mundo o contexto dominado por malhechores. Maquiavelo (y más tarde
Hobbes) consideraron insensato comportarse de manera virtuosa en una
situación semejante.
La idea subyacente a la acusación de insensatez es que la moralidad tiene
una razón fundamental que se socava con la falta de cooperación generalizada
de los demás. Tanto para Maquiavelo como para Hobbes se trata de una suerte
de supervivencia. La supervivencia del Estado y de todo lo que éste representa
(incluida una especie de gloria) es dominante en Maquiavelo, mientras que el
interés principal de Hobbes es la autoconserva-ción individual, aun cuando
cada uno comparta algo de las inquietudes de los demás.
518 Aplicaciones
Por convincentes que puedan parecer estas ideas, son inadecuadas para la
realidad compleja de la vida moral. Donde más sentido tiene la acusación de
insensatez es en aquellos ámbitos de la vida que de uno u otro modo están
dominados por la convención o por otras formas de acuerdo. En realidad,
existen algunas inmoralidades que no pueden darse sin convenciones: no es
insensato practicar la fidelidad matrimonial en una sociedad sin instituciones
matrimoniales, sino literalmente imposible (aun cuando pueda haber otras
formas de fidelidad sexual moralmente elogiables). En un sentido menos
dramático que el anterior, puede haber una crisis generalizada de cumplimiento
de un acuerdo que hace que carezca de objeto para los pocos que desean
alcanzar la meta del acuerdo prosiguiendo su cumplimiento. Los diversos
acuerdos informales que exigen esperar haciendo cola para conseguir ciertos
bienes tienen ventajas obvias, y estas ventajas son suficientemente importantes
para que la mayoría de nosotros nos conformemos a pesar de que en
ocasiones alguien se cuele. Sin embargo, cuando la civilización se ha
deteriorado tanto que la mayoría se cuela, continuar cumpliendo en minoría
puede dejar de reportar ventajas. Hemos de buscar otros métodos, como la ley
o la violencia, para proteger a los enfermos, los débiles o los no enérgicos.
Pero los casos son diferentes. Incluso cuando se trata de un acuerdo, uno
puede seguir prefiriendo atenerse a él a pesar de su quiebra generalizada para
intentar detener esta quiebra, o simplemente para llamar la atención, quizás a
una audiencia más amplia, sobre los valores que se traicionan. Incluso en el
clima político actual de los países democráticos, uno podría comprometerse, así
animado, a ofrecer pocas promesas electorales y cumplirlas todas. En términos
más generales, se plantean las importantes cuestiones del carácter y la
integridad, existen metas y logros importantes que van más allá del interés por
el éxito, la gloria o la supervivencia, ya sea individual o nacional. En el caos
moral de los campos de exterminio nazis, hubo personas que eligieron la
integridad moral por encima de la supervivencia, y no está del todo claro que un
grave deshonor nacional sea preferible a la pérdida de un gobernante o
régimen particular, por muy admirable que sea.
Por último tenemos que subrayar que la política puede cuestionar la sen-
sibilidad moral de muchas maneras, y algunas no plantean cuestiones tan
dramáticas como las que suele invocarse en la tradición maquiavélica. Una
cosa es decir que la política puede exigir crímenes morales, y otra insistir en
que supone un estilo de vida que excluye ciertas opciones moralmente atrac-
tivas. La vida de la política puede significar que los valores y placeres de la
amistad, de la vida familiar y de determinadas formas de espontaneidad y
privacidad sean menos accesibles. Sin duda esto puede lamentarse, pero
cualquier elección de estilo de vida supone la exclusión de opciones de valor
La política y el problema de las manos sucias 519
y cierta desventaja consiguiente para uno mismo y para los demás. Si esto son manos
sucias, se trata simplemente de la condición humana.
Bibliografía
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Otras lecturas
Kavka, G. S.: «Nuclear coerción», Moral paradoxes of nuclear war, ed. Kavka
(Cambridge: Cambridge University Press, 1987). Oberdiek, H: «Clean and dirty hands
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Alianza Editorial, 1982. Stocker, M.: Plurality and conflicting valúes (Oxford: Oxford
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