Actividad 2 Grado
Actividad 2 Grado
Actividad 2 Grado
2º GRADO
TURNO MATUTINO
CLAVE:07DST0002Z
Docente: Alondra Guadalupe Vidal Guzmán
Materia: Lengua materna Español
Correo: [email protected]
Fecha de entrega: Lunes 21 de septiembre de 2020 (Tienen de aquí hasta la fecha
asignada)
Horario: 9:00 am
INSTRUCCIONES:
Enviar trabajo a la plataforma GOOGLE CLASSROOM.
La actividad lo quiero a mano en el cuaderno.
Tinta azul y negro.
Letra legible.
Poner apellidos y nombre completo, numero de lista grado y grupo. (Hacer hoja de
presentación).
Respetar fecha de entrega.
Criterios de la actividad 2:
Creatividad
Ortografía
Limpieza
Contenido
puntualidad
Material de apoyo:
Libro de Español
Cuaderno
ACTIVIDAD 2
Para leer
2.1 Leerás algunos cuentos cortos de origen latinoamericano.
Cuento: “La tejedora” (Brasil).
Cuento: “Lagrimas congeladas” (Brasil).
2.2 Realizar un diario de lectura de los cuentos “La tejedora” y “Lagrimas congeladas” este te
permitirá analizar y comparar más fácilmente la información. Tomen el ejemplo de la
página 22.
Anotar las frases que te hayan gustado de los textos y anéxalo en el diario de
lectura.
2.3 Leerás los siguientes fragmentos de una de las novelas mas representativas de la
literatura latinoamericana, página 23.
Analiza las características de los personajes con ayuda de las notas del diario y el
esquema anterior.
Leer fragmento: “El amor en los tiempos de cólera” (publicada en 1985), de la pág.
23 a la 27.
2.5 Elabora un diario de lectura un esquema similar con los personajes de uno de los
cuentos que leíste. Incluye su jerarquía, funciones narrativas y relaciones de los
personajes. Apóyate en las conexiones en la ruta. Pagina 28.
BRASIL
MARINA COLASANTI
La tejedora
Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los
márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.
Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los
hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.
Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa
nunca.
Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la
lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía
rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba
hasta la ventana a saludarla.
Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba
con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.
De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los
grandes peines del telar para adelante y para atrás.
No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo especial cuidado en las
escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en
el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su hilo de
oscuridad.
Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que
sería bueno tener al lado un marido.
No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en
el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con
plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo
de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.
Ni siquiera fue preciso que abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se quilo el sombrero y fue
entrando en su vida.
Aquella noche, recostada sobre su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría para que su felicidad
fuera aún mayor.
Y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, pronto lo olvidó. Una vez que
descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas las cosas que es le podía darle.
—Necesitamos una casa mejor— le dijo a su mujer. Y a ella le pareció justo, porque ahora eran dos. Le
exigió que escogiera las más bellas lanas color ladrillo, hilos verdes para las puertas y las ventanas, y prisa para
que la casa estuviera lista lo antes posible.
-¿Por qué tener una casa si podemos tener un palacio? - preguntó. Sin esperar respuesta, ordenó inmediatamente
que fuera de piedra con terminaciones de plata.
Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puertas, patios y escaleras y salones y
pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo para llamar al sol. Cuando llegaba la noche, ella no tenía
tiempo para rematar el día. Tejía y entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de la lanzadera.
Finalmente el palacio quedó listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió para ella y su telar el
cuarto más alto, en la torre más alta.
—Es para que nadie sepa lo del tapiz —dijo. Y antes de poner llave a la puerta le advirtió: —Faltan los
establos. ¡Y no olvides los caballos!
La mujer tejía sin descanso los caprichos de su marido, llenando el palacio de lujos, los cofres de
monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el palacio,
con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que sería bueno estar sola nuevamente.
Sólo esperó a que llegara el anochecer. Se levantó mientras su marido dormía soñando con nuevas
exigencias. Descalza, para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó al telar.
Esta vez no necesitó elegir ningún hilo. Tomó la lanzadera del revés y, pasando velozmente de un lado
para otro, comenzó a destejer su tela. Destejió los caballos, los carruajes, los establos, los jardines. Luego
destejió a los criados y al palacio con todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su pequeña casa
y sonrió mirando el jardín a través de la ventana.
La noche estaba terminando, cuando el marido se despertó extrañado por la dureza de la cama.
Espantado, miró a su alrededor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya había comenzado a deshacer el oscuro
dibujo de sus zapatos y él vio desaparecer sus pies, esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió por el
cuerpo, tomó el pecho armonioso, el sombrero con plumas.
Entonces, como si hubiese percibido la llegada del sol, la muchacha eligió una hebra clara. Y fue
pasándola lentamente entre los hilos, como un delicado trazo de luz que la mañana repitió en la línea del
horizonte.
La mano en la masa. Cuentos de hadas (1990); Entre la espada y la rosa. Cuentos (1992).
MOACYR SCLIAR
Lágrimas congeladas
A mucha gente le gustaría conocer la famosa colección. Pero el hombre no lo permite. Las
lágrimas congeladas están guardadas en el sótano de su propia residencia, una casa situada en lo
alto de una colina, rodeada por altos muros y protegida por feroces perros. Los pocos visitantes que
estuvieron allí hablan de las extraordinarias medidas de seguridad. El portón principal está vigilado
por dos hombres armados. Ellos verifican la identidad de las personas que el coleccionista acepta
recibir y luego los conducen a una psicóloga que, por medio de una entrevista, indaga los motivos
conscientes e inconscientes de la visita. Finalmente, los visitantes son sometidos a una prueba: dada
una señal, deben comenzar a llorar. Esta prueba se realiza en una salita sin muebles y con las
paredes totalmente desnudas, a excepción de un pequeño cuadro con la siguiente inscripción:
Bienaventurados los que lloran... (La frase termina así, con puntos suspensivos. ¿Acaso una ironía
sutil? ¿Un homenaje a la inteligencia de quien la lee? ¿Una sugerencia de que puede haber otra
recompensa para las lágrimas que no sea el reino de los cielos —tal vez las propias lágrimas? ¿Un
obstáculo adicional al llanto, representado por una apelación a la curiosidad?)
El extraño visitante que vence todas las etapas de esta difícil selección es conducido hasta el
coleccionista. Se ve entonces frente a un hombre alto, robusto, elegantemente vestido. Amablemente,
pero sin efusividad, es invitado a sentarse. El hombre realiza un breve relato histórico sobre la
colección. Explica que la idea de guardar lágrimas se le ocurrió el día en que le obsequiaron un
lacrimarium, ese frasco minúsculo usado por los romanos (por los que siente admiración) para
recoger las lágrimas.
Da una disertación sobre el llanto. Llorar, aclara, exige un aprendizaje: el niño pequeño no
llora, grita de frío, de hambre, de dolor. La técnica del llanto es algo que se va incorporando, poco a
poco, a los mecanismos de la expresión individual. Llega al clímax en la madurez (y luego declina —
tanto que, según Max Frisch, los moribundos no derraman lágrimas); de allí la necesidad de
preservar los recuerdos de esta fase.
Terminada la explicación, el hombre invita al visitante a acompañarlo. Descienden al
sótano por una escalera de caracol. Allí, en un estante refrigerado, construido
especialmente para ese fin, están las famosas lágrimas congeladas: perlas de hiela sobre
láminas de vidrio. Junto a cada una de ellas, una tarjeta con explicaciones. Por ejemplo:
"Lágrima derramada en diciembre de 1965, con motivo del fallecimiento de mi querido
hermano. Causa de la muerte: accidente cerebrovascular. Hecho ocurrido al mediodía.
Llanto iniciado cuarenta segundos después. Flujo máximo de lágrimas, alcanzado en,
aproximadamente, dos minutos. Duración total del llanto, una hora (con períodos de
calma y hasta risas incoherentes). Número estimado de lágrimas derramadas, treinta y
dos (diecisiete por el ojo izquierdo, quince por el derecho). La presente lágrima fue
recogida del ojo derecho, en una escapada furtiva al baño. Recolección precedida por una
intensa mirada dirigida al rostro reflejado en el espejo y por inquietantes preguntas sobre
el sentido y la calidad de la vida".
En las paredes, el visitante ve algunas fotos. Son de personas que, se supone, tienen que
ver con el origen de las lágrimas: el padre, la madre, una hermana del coleccionista, todos
fallecidos; el director del banco que una vez llevó a la ruina a la empresa del
coleccionista, una bella joven sobre la que no hay ningún comentario.
La visita termina. Con una pálida sonrisa, el coleccionista se despide del visitante. No
habla de sus temores, pero uno de ellos es obvio: teme desperfectos en el sistema de
refrigeración. Si se elevara la temperatura del estante, las lágrimas se evaporarían
enseguida, y la tenue nube que tal vez se formase podría al menos empañar el espejo
que cuelga de una de las paredes. Y, una vez disipada, habría llegado a su fin la
famosa colección de lágrimas congeladas..........
Obras: El carnaval de los animales. Cuentos (1968); La balada del falso Mesías.
Cuento (1976); El centauro en el jardín. Novela (1980); La oreja de Van Gogh.
Cuentos (1989);