Los Sentimientos de La Nacion

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 201

Mapa de las costas del mar del sur.

(Detalle)
Siglo XVI. AGN, Catálogo de mapas e ilustraciones, número de pieza: 5227,
clasificación: 979/1132

Boletín del Archivo General de la Nación


7a época, núm. 3, enero-marzo 2010
Boletín del Archivo General de la Nación
Coordinación editorial
Miguel Ángel Quemain Sáenz

Asistencia Editorial
Alberto Álvarez, Elizabeth Zamudio, Elvia Alaniz,
Israel Reséndiz, Erika Gutiérrez y Héctor Gómez.

Diseño y formación
Elisa Cruz Cabello

Imagen de portada: Mapa de las costas del mar del sur (detalle). AGN, Catálogo de
mapas e ilustraciones, número de pieza: 5227, clasificación: 979/1132.

Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación, séptima época, año 1, número
3, enero-marzo de 2010, es una publicación trimestral de la Secretaría de
Gobernación a través del Archivo General de la Nación.

Eduardo Molina y Albañiles, s/n,


Col. Penitenciaría Ampliación,
Delegación Venustiano Carranza,
C.P. 15350, México, D.F.
Tel. 5133 99 00, Exts. 19325, 19324 y 19330; fax 5789 5296.
Correos electrónicos: boletinagn@segob,gob.mx; mcsilva@segob,gob,mx;
Página web: www.agn.gob.mx

Editor responsable: Marco Antonio Silva Martínez

Número de reserva de derechos de uso exclusivo en trámite ante el Instituto


Nacional del Derecho de Autor

Licitud de título y licitud de contenido en trámite.

ISSN-0185-1926

Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación se terminó de imprimir en diciembre


de 2009 en Letra Impresa GH, S.A. de C.V.
Calle Rafael Martínez Rip Rip núm. 114-0,
Colonia Independencia,
Deleg Benito Juárez, C.P. 03630, México, D.F., tel. 5539 6764

Las opiniones vertidas en los artículos aquí publicados son responsabilidad


exclusiva de sus respectivos autores, quienes sólo ceden sus derechos de
reproducción al Archivo General de la Nación.

Se permite la reproducción de los artículos aquí contenidos siempre y cuando se


cite la fuente.
Directorio

Secretaría de Gobernación

Lic. Fernando Francisco Gómez Mont Urueta


Secretario

Dra. Blanca Heredia Rubio


Comisionada para el Desarrollo Político

Archivo General de la Nación

Dra. Aurora Gómez Galvarriato Freer


Directora General

Mtro. Miguel Ángel Quemain Sáenz


Director de Publicaciones y Difusión

Mtro. Marco Antonio Silva Martínez


Jefe del Departamento de Publicaciones
Índice

EDITORIAL 9

GALERÍAS

Encuentro con los Sentimientos de la Nación 13

Los Sentimientos de la Nación 15


Carlos Herrejón Peredo

Unidad y diversidad en la revolución novohispana. 33


Notas sobre un problema epistemológico
Luis Fernando Granados

Panorama económico de la última Nueva España 47


Luis Jáuregui

De bancos y fracasos: tres ejemplos para 75


el caso mexicano, 1774-1837
Roxana Alvarez Nieves

Reforma y justicia tras la Revolución: El homicidio en 99


la ciudad de México en los años treinta
Saydi Núñez Cetina

PORTALES

El documento electrónico en la sociedad de 121


la información
Alejandro Delgado Gómez

El archivo de concentración del INAH 153


Martha Elizabeth Pérez Martínez
Archivo histórico de la SEP 159
Alberto Rodríguez García

RESEÑAS

Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles 167


y Fernando Torreblanca,
Boletín. Fotografía cristera
Por Elvia Alaniz Ontiveros

Yolanda Muñoz González, 169


La literatura de resistencia de las mujeres ainu
Por Héctor Gómez García

Verónica Montes de Oca Zavala (coord.), 172


Historias detenidas en el tiempo.
El fenómeno migratorio desde la mirada de
la vejez en Guanajuato
Por José Guillermo Tovar Jiménez

DOCUMENTOS DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

Discurso inaugural del Congreso de Chilpancingo, 177


pronunciado por José María Morelos y Pavón, 1813

Acta de elección de Morelos como Generalísimo, 1813 189

Biblioteca del Archivo General de la Nación 196

Convocatoria 197

Guía para la presentación de originales 198


EDITORIAL

E n su séptima época, el Boletín del Archivo General de la Nación ha iniciado una


reestructuración para mejorar la calidad de su alcance y contenido. Como se
ha podido apreciar en los dos números anteriores, parte del cambio ha sido
el nuevo diseño de las portadas y la palabra Legajos agregada al título. Más
importante aún ha sido la formación de un consejo editorial integrado por
prestigiados académicos, con el que la revista comenzará a trabajar a partir
del siguiente número.
Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación (LBAGN), este atado de
papeles de carácter histórico y archivístico, busca renovarse para recuperar
la función que desde 1930 ha jugado como vínculo entre el AGN y la
investigación histórica y archivística.
Uno de nuestros propósitos es colocar a LBAGN dentro de las publicaciones
periódicas de excelencia en México. Es por ello que la revista comenzará a
seleccionar sus materiales a partir de un proceso de dictaminación anónima.
Asimismo, estamos trabajando en darle a la revista una mayor difusión.
Invitamos a nuestros lectores a enviarnos sus manuscritos, asegurándoles
que serán revisados con esmero, prontitud, y profesionalismo.
La presente edición contiene tres de las ponencias presentadas en el
encuentro académico con los Sentimientos de la Nación, el 11 de septiembre
de 2009 en el AGN: “Los Sentimientos de la Nación”, “Unidad y diversidad
en la revolución novohispana. Notas sobre un problema epistemológico”
y “Panorama económico de la última Nueva España”. También dentro de
la sección GALERÍAS se incluyen “De bancos y fracasos: tres ejemplos para
el caso mexicano, 1774-1837”, “Reforma y justicia tras la Revolución: el
homicidio en la ciudad de México en los años treinta”.
En PORTALES está la ponencia “El documento electrónico en la sociedad
de la información”, presentada en la 4ª Reunión de Archivos del Gobierno
Federal; así como los textos “Archivo de concentración del INAH” y
“Archivo histórico de la SEP”. En DOCUMENTOS DEL AGN se reproducen
fragmentos del Discurso inaugural del Congreso de Chilpancingo y el Acta
de elección de Morelos como Generalísimo.
Con la edición de este número iniciamos en este 2010 los festejos del
inicio del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución
mexicana. Es una pequeña muestra de la enorme riqueza y del significado
trascendente que guarda este repositorio, que es casa de la memoria y lugar
de encuentro fundamental para entender nuestro pasado, tan presente hoy
entre nosotros.
GALERÍAS
ENCUENTRO CON LOS SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN

Como parte de los festejos para conmemorar el Bicentenario de la Inde-


pendencia de México, el 11 de septiembre de 2009 se realizó en la cúpula
del Archivo General de la Nación un encuentro académico con los Senti-
mientos de la Nación donde tomaron parte historiadores y especialistas que
han investigado en torno del documento rubricado por Morelos en 1813 y
de la época en que fue producido ese manuscrito de alcances legislativos y
estadistas.
Pensamiento insurgente, economía de guerra, unidad y diversidad novo-
hispanas, la manera de novelar la historia e incluso el estudio de la estatura
de Morelos en relación con las condiciones de vida hacia fines del siglo
XVIII y principios del XIX fueron temas de reflexión y análisis tanto para
los ponentes como para el público que asistió al encuentro dividido en
dos mesas de trabajo: “Causas y consecuencias económicas de la guerra de
Independencia”, que moderó Enrique Florescano y “Morelos, Hidalgo y la
insurgencia”, moderada por Erika Pani.
Además, del 11 de septiembre al 23 de octubre de 2009, el documento
Sentimientos de la Nación se exhibió por primera vez en el AGN para que pu-
dieran conocer directamente su contenido tanto los grupos de estudiantes
de escuelas primarias y secundarias –cuyas visitas guiadas se programaron
previamente–, como los investigadores que acuden con regularidad al re-
cinto. En total fueron más de dos mil personas las que apreciaron esta joya
documental.
En el número 2 de Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación se publi-
caron dos de las ponencias presentadas en el encuentro: “Estatura y condi-
ciones de vida en tiempos de Morelos”, de Amílcar Challú e “Implicaciones
políticas de la acuñación de moneda de plata en México, 1811-1856”, de
Alejandra Irigoin.
Ahora se ponen a consideración de los lectores los textos: “Los Senti-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 13


mientos de la Nación”, de Carlos Herrejón Peredo, “Unidad y diversidad
en la revolución novohispana. Notas sobre un problema epistemológico”,
de Luis Fernando Granados y “Panorama económico de la última Nueva
España”, de Luis Jáuregui.

14 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


LOS SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN
Carlos Herrejón Peredo*

Los Sentimientos de la Nación representan el término de una etapa y al mismo


tiempo el inicio de otra en la empresa de definir, desde el caudillaje de
Morelos y de manera concisa, los propósitos y el programa del movimiento
insurgente, así como del nuevo Estado nación que pretendía gestarse.
En ese sentido los Sentimientos recapitulan, corrigen y reformulan
propuestas y declaraciones principalmente de Hidalgo, de Rayón y de
las Cortes de Cádiz, así como del propio Morelos, quien por otra parte,
incorpora por primera vez reclamos del pueblo percibidos por él a lo largo
de su vida y no considerados hasta entonces. Morelos deseaba que tales
puntos, los reelaborados y los innovados, fuesen la guía en las deliberaciones
del congreso por él convocado, y que finalmente formasen parte de la
constitución.
Los Sentimientos se expresan en 23 artículos, que se pueden agrupar en
ocho rubros:

I. Independencia, soberanía, división de poderes y gobierno liberal: 1,


5, 6, 11.
II. Vocales o diputados, tiempo y dotación: 7, 8.
III. Religión e Iglesia: intolerancia, sustento de ministros, supresión de
Inquisición, culto guadalupano: 2, 3, 4, 19.
IV. Orientación de leyes: conforme a equidad, universalidad, participación
de sabios: 12, 13, 14.
V. Derechos del hombre: libertad, igualdad, propiedad, seguridad,
resistencia a la opresión: 15, 17, 18, 11.
VI. Restricciones a extranjeros: los que ya están, no tengan empleos
públicos; admitir sólo artesanos instructores; puertos nacionales

* El Colegio de Michoacán; [email protected]

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 15


abiertos sólo a naciones amigas, que no se internen; tropas
extranjeras, sólo en ayuda, pero lejos de la Junta; que la nación no
haga expediciones ultramarinas: 9, 10, 16, 20, 21.
VII. Impuestos: 22, 16.
VIII. Celebraciones: la Guadalupana, Hidalgo y Allende: 19, 23.1

El Sentimiento más innovador es el 12, al apuntar hacia la equidad


socioeconómica, mediante la moderación de la opulencia y la indigencia
aumentando los salarios de los pobres. Ningún caudillo o constitución
alguna lo había considerado, tampoco el Congreso de Anáhuac, ni ninguna
constitución del siglo XIX. Hasta la Constitución de 1917 se tomó en cuenta.
Nunca está por demás recordarlo textualmente:

Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro
Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen
la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que
mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.2

También llama la atención otro de los artículos que se enderezaba a


orientar la elaboración de las normas constitucionales, es el 14 que indica la
participación de sabios:

Que para dictar una ley se haga junta de sabios en el número posible, para que
proceda con más acierto3

En otras palabras, según Morelos, las buenas leyes no son cosa de sólo
número de votantes, sino de calidad de contenido que proviene, más que
de mera información, de sabiduría.
De los puntos reelaborados, el primer Sentimiento, relativo a la
Independencia, retoma el objetivo primordial de Hidalgo y corrige el de
Allende y Rayón que pretendían se siguiera invocando a Fernando VII. El

1 Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios
de la época, México, UNAM, 1965, pp. 370-373.
2 Idem.
3 Idem.

16 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


congreso asumió este primer Sentimiento en la declaración de Independencia
del 6 de noviembre de 1813.
Otros Sentimientos se refieren a los principios de soberanía, derechos
humanos, división de poderes y representación democrática: provienen de
Hidalgo, de Rayón y de Cádiz; principios que Morelos corrige o enuncia a su
modo, y que en general asumiría y precisaría la constitución de Apatzingán.
En cuanto a varios Sentimientos relativos a religión e Iglesia, es de advertir
la supresión de la Inquisición implicada en el 3, puesto que era una ‘planta
no plantada por el Padre celestial’. También es de advertir la moderación
del fuero y de las percepciones del clero. Mas por otra parte es notoria
la intolerancia religiosa del 2, explicable por la mentalidad reinante, que
suponía la unidad religiosa como indispensable para la unidad política.
Tal intolerancia va de la mano con los artículos relativos a restricciones
frente a extranjeros, cinco en total, demasiados, al grado que parece
obsesión, mas por otra parte Morelos también pretendía preservar con esto
la Independencia y la seguridad del congreso, pues era consciente de las
ambiciones de otros países.
Es de subrayar el Sentimiento 22 relativo a la moderación y simplificación
en las cargas fiscales. La constitución asignaría al congreso la facultad de
establecer las contribuciones, pero sin reiterar el Sentimiento estampado por
Morelos, que a la letra dice:

Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian y


se señale a cada individuo un cinco por ciento de semillas y demás efectos o otra
carga igual, ligera, que no oprima tanto, como la alcabala, el estanco, el tributo y
otros; pues con esta ligera contribución y la buena administración de los bienes
confiscados al enemigo, podrá llevarse el peso de la guerra y honorarios de
empleados.4

Morelos hubo de preparar los 23 Sentimientos días antes del 14 de septiembre,


fecha en que los presentó, mediante Rosains, al congreso que se instalaba
en Chilpancingo. Andrés Quintana Roo muchos años después diría que
la víspera de esa instalación Morelos le comunicó verbalmente lo que iba

4 Idem.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 17


Litografía del cura de Carácuaro

Autor: Thierry Frères en: Iconographie des contemporains des portraits des personnes (1789-1820), 1832.

a presentar al día siguiente. Es muy probable que entonces formulara la


redacción final.
Ciertamente la construcción de los Sentimientos venía desde tiempo
atrás y tiene en Morelos tres momentos capitales: primero, el bando de El
Aguacatillo 17 de noviembre, 1810; segundo, las anotaciones que estando
en Tehuacán, hizo el 7 de noviembre de 1812, a los Elementos de Constitución
elaborados por Rayón entre abril y mayo de ese año; y finalmente, triunfador
en Oaxaca, el bando de 29 de enero de 1813.
El bando del Aguacatillo, publicado a nombre de Hidalgo, contiene
nueve disposiciones: la igualdad de nombre de todos los americanos, la
abolición de la esclavitud, del tributo y de las cajas de comunidad, así como
del estanco de la pólvora; el mantenimiento del estanco de tabacos y de las
alcabalas para sostener la tropa; la cancelación de deudas de americanos
a europeos; la libertad condicionada de reos; y la ocupación de empleos
públicos para americanos.5
Es importante señalar que otras autoridades puestas por Hidalgo, como
Anzorena en Valladolid, y otros comisionados, como Rayón, también

5 Ibid., pp. 162-163.

18 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


publicaron bandos a nombre de Hidalgo.6 Este mismo ya en Guadalajara
directamente publicó bandos semejantes.7 Hay puntos en común en todos,
como la supresión del tributo y de la esclavitud; pero al mismo tiempo
diferencias. Los bandos de Anzorena, Rayón y Morelos, bien que contengan
indicaciones básicas de Hidalgo, conllevan también interpretación y
adaptaciones que cada uno hizo. En este sentido un punto peculiar en el
bando de Morelos era la cancelación de deudas.
Bien sabido es que Ignacio Rayón en agosto de 1811 convocó a varios
guerrilleros para votar los miembros de una junta que coordinara el
movimiento y ostentara su legitimidad. El propio Rayón resultó presidente.
Morelos lo reconoció, pero desde un principio objetó que la junta se cubriera
con el nombre de Fernando VII, puesto que se pretendía la Independencia,
a lo que Rayón contestó que sólo era un provisional recurso estratégico.
De tal manera cuando Rayón elaboró los Elementos de nuestra Constitución,
por abril o mayo de 1812, reiteró el fernandismo, pero al mismo tiempo
formuló una serie de 38 artículos.8 En ellos resuenan los bandos de Hidalgo
y de sus comisionados, por lo que Morelos llegaría a decir que los Elementos
“con poca diferencia son los mismos que conferenciamos con el señor
Hidalgo”. Pero esto no es exacto, pues de los 38 artículos únicamente unos
nueve corresponden realmente al pensamiento de Hidalgo, expresado en
los bandos, en otros documentos y en la declaración del propio Morelos
sobre la conversación con Hidalgo de Charo a Indaparapeo.
Hay que reconocer entonces que unos 17 artículos de los Elementos
son inventiva de Rayón en torno del carácter y funcionamiento de la junta
que había establecido y otros órganos. Sucedía más bien que a Morelos
le incomodaban las pretensiones excesivas de Rayón en cuanto a sentirse
heredero privilegiado de Hidalgo.
Como sea, Morelos, una vez que recibió los Elementos, tardíamente por
cierto, se dio a la tarea de anotarlos el 7 de noviembre de 1812, estando
6 Bando de José María Anzorena, 19 de octubre de 1810, en Moisés Guzmán Pérez, Miguel
Hidalgo y el gobierno insurgente en Valladolid, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo, 2003, pp. 243-244; Bando de Ignacio Rayón, 23 de octubre de 1810, en Lemoine, op.
cit., pp. 158-160.
7 Bandos de Hidalgo, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de
la guerra de Independencia de México de 1898 a 1821, México, José María Sandoval, 1878, t. II, pp.
243-244; 256; Lucas Alamán, Historia de México, México, Jus, 1942, t. II, p. 395.
8 Lemoine, op. cit., pp. 219-227.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 19


en Tehuacán. Lo hizo en dos versiones muy parecidas. En total son ocho
anotaciones. Resumo: lo principal es la reiterada exclusión de Fernando
VII; por otra parte, la insistencia en que la organización de la insurgencia
habría de hacerse por provincias u obispados: Rayón establece un sólo
Protector Nacional; Morelos demanda que tenga funciones de juez, y sean
varios, uno por cada provincia. Otra: la elección del generalísimo no se
define territorialmente en Rayón; Morelos precisa: sea electo por cada
provincia; y finalmente, la moderación en los nombramientos militares de
rango superior.9
En otras palabras, la independencia, la administración suficiente de
justicia y una crítica a Rayón, que al igual que Hidalgo, era pródigo en otorgar
altos grados. Mas no deja de llamar la atención que Morelos no señaló la
ausencia en los Elementos de la abolición del tributo ni la disminución de
otras cargas fiscales.
Pasemos al bando de Oaxaca, enero de 1813, que Morelos autoriza al
inicio diciendo que es la junta, a la que también llama congreso, la que dicta las
providencias del bando, que son 17. Pero la realidad es que el bando de Oaxaca
no sigue la línea de los Elementos de Rayón, sino la del bando de El Aguacatillo
del propio Morelos. Lo que pasa es que Morelos ya era vocal de la junta desde
mediados de 1812, y desde entonces hasta la disolución de la misma, por mayo
de 1813, los vocales ejercían poderes absolutos cada uno en su demarcación.
En consecuencia Morelos, disponiendo conforme a su criterio, reitera ocho
de las nueve disposiciones de El Aguacatillo, sólo excluye una, la relativa a
liberación de reos, inocentes o culpables. Recordemos que ésta había sido
estrategia de Hidalgo. Y Morelos la siguió al parecer poco, pues se contraponía,
en cuanto a los reos culpables, a sus principios de justicia. Ciertamente el
bando de Oaxaca no se aboca a la preocupación de Morelos por la suficiente
administración de justicia; pero sí se distingue por abordar dos asuntos: uno,
el servicio militar: “se alistará en cada pueblo la mitad de los hombres capaces
de tomar las armas”, mismos que se entrenarán semanalmente. El otro punto
es la seguridad, expresada en tono de exhortación paternal:

Se manda a todos y a cada uno, guarden la seguridad de sus personas y las de sus
prójimos, prohibiendo los desafíos, provocaciones y pendencias, encargándoles
9 Ibid., pp. 227-228.

20 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


se vean todos como hermanos, para que puedan andar por las calles y caminos,
seguros de sus personas y bienes.10

Para los casos en que esta exhortación no funcionaba, la orden de Morelos


para reprimir la delincuencia del robo era tajante y temible. No se encuentra
en este bando, sino en orden a Valerio Trujano del 30 de septiembre de
1812:

Las continuas quejas que he tenido de los soldados de este rumbo no me


permiten ya dilatar más tiempo el castigo para contener sus desbarros, que tanto
entorpecen nuestra conquista.
En esta atención, procederá usted contra el que se deslizare en perjudicar al
prójimo, especialmente en materia de robo o saqueo; y sea quien fuere, aunque
resulte ser mi padre, lo mandará usted encapillar y disponer con los sacramentos,
despachándolo arcabuceado dentro de tres horas, si el robo pasare de un peso,
y si no llegare al valor de un peso, me lo remitirá para despacharlo a presidio; y
si resultaren muchos los contraventores, los diezmará usted, remitiéndome los
novenos en cuerda para el mismo fin de presidio.
Hará usted saber este superior decreto a todos los capitanes de las compañías
de esa división que actualmente manda, para que celen y no sean ellos los
primeros que incurran en el delito; y también se les publicará por bando a todos
los soldados que componen esa división, sean del regimiento que fueren. Y de
haberlo así cumplido, me dará el correspondiente aviso.11

De tal manera, además de los bandos y de las anotaciones consignadas, hay


otra serie de disposiciones en el desarrollo del pensamiento de Morelos, que
en verdad frecuentemente no sólo correspondía a él, sino al círculo de sus
colaboradores inmediatos. El análisis emprendido sobre los bandos de El
Aguacatillo y las anotaciones a los Elementos de Rayón muestran momentos
capitales en ese desarrollo.
Los Sentimientos de la Nación se hallan al término de ese proceso y tienen
otro contexto. Reasumieron la mayor parte de las disposiciones de esos
bandos, retomaron de los Elementos de Rayón, pero siempre modificándolos,
10 Ibid., pp. 264-266.
11 Hernández, Colección, t. IV, p. 487.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 21


y sobre todo innovaron en la orientación que deberían seguir las leyes sobre
equidad y sabiduría.
Pero sucede que al parecer hay otros Sentimientos no estampados en los
23 dichos. Dijimos que el 13 de septiembre, víspera de su presentación al
congreso, Morelos tuvo una conversación con Quintana en que sin leer le
comunicó lo que quería decir:

Soy Siervo de la Nación,

porque ésta asume la más grande, legítima e inviolable de las soberanías;

quiero que tenga un gobierno dimanado del pueblo y sostenido por el pueblo;

que rompa todos los lazos que le sujetan, y acepte y considere a España como
hermana y nunca más como dominadora de América.

Quiero que hagamos la declaración que no hay otra nobleza que la de la virtud,
el saber, el patriotismo y la caridad;

que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos;

que no haya privilegios ni abolengos;

que no es racional ni humano, ni debido, que haya esclavos, pues el color de la


cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento;

que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los del rico
hacendado;

que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare
y lo defienda contra el fuerte y arbitrario;

que se declare que lo nuestro ya es nuestro y para nuestros hijos;

que tengan una fe, una causa y una bandera bajo la cual todos juremos morir,

22 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Ignacio L. Rayón

Niceto de Zamacois, Historia de Méjico, vol. 9, Barcelona-Méjico, Impresor Juan de la Fuente Parres, 1888, p.
387. AGN, Biblioteca

antes que verla oprimida, como lo está ahora, y que cuando ya sea libre, estemos
listos para defenderla…12

Como se puede advertir, la mayor parte de estos puntos se hallan, aunque


formulados de manera diversa, en los Sentimientos, los cuales sin embargo
contienen muchos que no están en el recuerdo de Quintana. Pero en éste
destacan dos que no se hallan en los que firmó el caudillo: el relativo a la
igualdad en oportunidades de educación y el referente a la disponibilidad
de la administración de justicia. Este segundo corresponde a reiteradas
solicitudes de Morelos. El de la educación, bien pudo ser, atento su sentido
de equidad, aunque no tenemos mayores antecedentes.
Después de los Sentimientos de la Nación el congreso asumió la formulación
de los documentos guías del movimiento, entre ellos, la declaración de
independencia y el Decreto Constitucional. De tal manera se ha dicho que los
Sentimientos expresan el pensamiento de Morelos en su fase culminante. Sin
embargo, hay otro documento simultáneo, indispensable en el pensamiento
político de Morelos y de cuantos comulgaban con él.

12 Luis González et al., El Congreso de Anáhuac 1813, México, Cámara de Senadores, 1963, p. 14.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 23


Me refiero al Reglamento del Congreso, expedido por el caudillo casi
en vísperas de la instalación, esto es, el 11 de septiembre. Este Reglamento,
que consta de 59 artículos, fue el instrumento jurídico que los diputados
hubieron de tener presente desde entonces hasta que despojaron a Morelos
del Poder Ejecutivo. Fue en realidad, junto con los Sentimientos, una especie
de preconstitución que tuvo vigencia mientras Morelos mantuvo el poder.
He aquí algunas palabras de la introducción y algunos de sus artículos:

[…] convencido finalmente de que la perfección de los gobiernos no puede


ser obra de la arbitrariedad y de que es nulo, intruso e ilegítimo todo el que no
se deriva de la fuente pura del pueblo, hallé ser de suma importancia mandar,
como lo verifiqué, se nombrasen en los lugares libres electores parroquiales
que reunidos a principios del presente mes en este pueblo, procediesen como
poderhabientes de la Nación, a la elección de diputados por sus respectivas
provincias, en quienes se reconociese el depósito legítimo de la Soberanía y
el verdadero poder que debe regirnos y encaminarnos a la justa conquista de
nuestra libertad.13

Sin embargo, la elección de diputados sólo pudo hacerse así en dos


provincias: Tecpan y Oaxaca: José Manuel Herrera y José María Murguía,
respectivamente. Además, como era necesario integrar a los miembros de la
antigua Junta de Zitácuaro, que habían sido electos en junta de jefes locales,
quedaron automáticamente como diputados del nuevo Congreso: Ignacio
Rayón, por Guadalajara; José Sixto Berdusco por Michoacán; y José María
Liceaga por Guanajuato. Y para las provincias restantes, el Reglamento de
Morelos establece:

9. No siendo en la actualidad asequible que la forma de estas elecciones sea


tan perfecta que concurra en ellas con sus votos todos y cada uno de los
ciudadanos, exceptos de las tachas que inhabilitan para esto, es indispensable
ocurrir a nombramientos que suplan la imposibilidad de usar de sus derechos
en que la opresión tiene todavía una parte de la Nación.

13 Lemoine, op. cit., pp. 355-363; véase también AGN, Actas de Independencia y Constituciones de
México, exp. 2, “Exposición de motivos sobre el Reglamento de las sesiones del Congreso de
Chilpancingo, 1813; http://www.agn.gob.mx/independencia/documentos.html

24 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


10. En su consecuencia, señalaré ciudadanos ilustrados, fieles y laboriosos,
que entren a llenar los vacíos que debe dejar en la composición del cuerpo
soberano el motivo expuesto en el artículo anterior.
11. Estos suplentes serán amovibles a discreción de las provincias en cuyo
nombre representan, pero se tendrá por propietario a aquel cuya provincia
confirmase tácita o expresamente su interina elección.14

De tal manera, Morelos designó a tres: Carlos María Bustamante por México;
José María Cos por Veracruz; y Andrés Quintana Roo por Puebla.
En cuanto al camino para elaborar las leyes y sus iniciativas, el Reglamento
de Morelos establece:

18. Deben preceder discusiones y debates públicos a las determinaciones legales


del Congreso, de modo que no se resolverá ningún asunto hasta que oído
el voto de todos los vocales, resulte aprobado por la mayoría la materia
discutida.
19. Todo vocal está autorizado para proponer proyectos de ley.
27. El Generalísimo de las armas, como que ha de adquirir en sus expediciones
los más amplios conocimientos locales, carácter de los habitantes y
necesidades de la Nación, tendrá la iniciativa de aquellas leyes que juzgue
convenientes al público beneficio.15

Consciente Morelos de la necesaria unidad y estabilidad del mando militar


para el éxito de la guerra, así como del deslinde de poderes, determina:

44. Consiguientemente ningún vocal tendrá mando militar ni la menor


intervención en asuntos de guerra.
45. Durará el Poder Ejecutivo en la persona del Generalísimo todo el tiempo
que éste sea apto para su desempeño […]
46. El Generalísimo que reasuma el Poder Ejecutivo obrará con total
independencia en este ramo, conferirá y quitará graduaciones, honores y
distinciones, sin más limitación que la de dar cuenta al Congreso.

14 Idem.
15 Idem.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 25


47. Éste facilitará al Generalísimo cuantos subsidios pida de gente o de dinero
para la continuación de la guerra.16

Bastan estos artículos para advertir que la representación en el congreso


estaba fuertemente condicionada por la guerra, de manera que se abría
la puerta a los nombramientos directos, cosa de la que luego el propio
congreso abusaría. Por otra parte lo más notable es el peso que tiene el
Poder Ejecutivo particularmente en materia militar y presupuestal, lo
cual contrastará con la constitución de Apatzingán, que en plena guerra
estableció un Ejecutivo débil frente a un Legislativo fuerte.
En conclusión, los Sentimientos de la Nación y el Reglamento del Congreso
forman parte de un proceso en que las demandas de diversos grupos,
percibidas y expresadas por el caudillo del sur, así como las disposiciones
de Hidalgo, las propuestas de Rayón y otros, son eslabones indispensables
para su adecuada comprensión. Y si quisiéramos quedarnos con algo, no
olvidemos el número 12 sobre justicia social y el 14 sobre la sabiduría
que ha de preceder y acompañar la elaboración de leyes, complementado
con el artículo 18 del Reglamento sobre debates públicos. Sin embargo,
Morelos expresaba especial sensibilidad hacia la sabiduría y la justicia. Dijo
en efecto:

No es mi intento proceder por la fuerza y el capricho, sino por la recta razón


discernida por los sabios, a cuyo recto dictamen siempre me he sujetado y
sujetaré hasta llegar a la presencia del Supremo Juez.17
Es necesario usar de algún sufrimiento, porque es tiempo de sufrir: Lo que
no sufriría yo jamás es una injusticia.18

Sentimientos de la Nación19

1° Que la América es libre e independiente de España y de toda otra Nación,


Gobierno o Monarquía, y que así se sancione dando al mundo las razones.

16 Idem.
17 Ibid., p. 291.
18 Ibid., p. 275.
19 Texto en Lemoine, Morelos, pp. 370-373. Por mi parte entre corchetes pongo la relación con

26 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


[Semejante al Elemento 4 de Rayón: “La América es libre e independiente
de toda otra nación”, pero diverso del 5 del mismo: “La Soberanía dimana
inmediatamente del pueblo, reside en la persona del señor don Fernando
VII, y su ejercicio en el Supremo Consejo Nacional Americano”.]

2° Que la religión católica sea la única sin tolerancia de otra.

[Igual al Elemento 1 de Rayón]

3° Que todos sus ministros se sustenten de todos y solos los diezmos y primicias, y el
pueblo no tenga que pagar más obvenciones que las de su devoción y ofrenda.

[Diverso al Elemento 2 de Rayón: “Sus ministros por ahora continuarán


dotados como hasta aquí”; y al punto 4 del bando de Oaxaca del propio
Morelos: “Que se quiten todas las pensiones, dejando sólo los tabacos y
alcabalas para sostener la guerra y los diezmos y derechos parroquiales para
sostención del clero”.]

4° Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la Iglesia, que son el Papa, los
obispos y los curas, porque se debe arrancar toda planta que Dios no plantó:
Omnis plantatio quam non plantavit Pater meus calestis erradicabitur. Mat.
Cap. XV.

[Diverso al Elemento 3 de Rayón: “El dogma será sostenido por la vigilancia


del Tribunal de la Fe, cuyo reglamento, conforme al sano espíritu de
la disciplina, pondrá distantes a sus individuos de la influencia en las
autoridades constituidas y de los excesos del despotismo”.]

5° Que la Soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que sólo quiere depositarla
en el Supremo Congreso Nacional Americano, compuesto de representantes de
las provincias en igualdad de números.

otros documentos; véase también AGN, Actas de Independencia y Constituciones de México, Colección
de Documentos del Congreso de Chilpancingo, Manuscrito Cárdenas, vol. 1, ff. 33-34v; http://www.agn.
gob.mx/independencia/documentos.html

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 27


[Diverso al Elemento 5 de Rayón: “La Soberanía dimana inmediatamente del
pueblo, reside en la persona del señor don Fernando VII, y su ejercicio en
el Supremo Consejo Nacional Americano”; y en parte semejante y en parte
diverso al punto 1 del bando de Oaxaca: “Por ausencia y cautividad del
Rey don Fernando VII, ha recaído, como debía, el gobierno, en la Nación
Americana, la que instaló una Junta de individuos naturales del reino, en
quien residiese el ejercicio de la Soberanía”.]

6° Que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos en los cuerpos
compatibles para ejercerlos.

[Diverso al Elemento 21 de Rayón]

7° Que funcionarán cuatro años los vocales, turnándose, saliendo los más antiguos
para que ocupen el lugar los nuevos electos.

[Semejante al Elemento 8 de Rayón: “Las funciones de cada vocal durarán


cinco años; el más antiguo hará de Presidente y el más moderno de Secretario,
en actos reservados o que comprenden toda la Nación”.]

8° La dotación de los vocales será una congrua suficiente y no superflua, y no pasará


por ahora de 8,000 pesos.

[Diverso al Elemento 13 de Rayón: “Las circunstancias, rentas y demás


condiciones de los vocales que lo sean y hayan sido, queda reservado para
cuando se formalice la Constitución particular de la Junta, quedando sí,
como punto irrevocable, la rigorosa alternativa de las providencias”.]

9° Que los empleos sólo los americanos los obtengan.

[Semejante al punto 9 del bando de El Aguacatillo: “Que las plazas y empleos


estarán entre nosotros y no los pueden obtener los europeos, aunque estén
indultados”; al Elemento 28 de Rayón: “Se declaran vacantes los destinos de
los europeos, sean de la clase que fuesen, e igualmente los de aquellos que
de un modo público e incontestable hayan influido en sostener la causa

28 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


de nuestros enemigos”; y al punto 2 del bando de Oaxaca: “Que ningún
europeo quede gobernando en el reino”.]

10° Que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y libres


de toda sospecha.

11° Que los estados mudan costumbres y, por consiguiente, la Patria no será del
todo libre y nuestra mientras no se reforme el Gobierno, abatiendo el tiránico,
substituyendo el liberal, e igualmente echando fuera de nuestro suelo al enemigo
español, que tanto se ha declarado contra nuestra Patria.

12° Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso
deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia
y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus
costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.

13° Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados;
y que éstos sólo lo sean en cuanto al uso de su ministerio.

14° Que para dictar una ley se haga junta de sabios en el número posible, para que
proceda con más acierto y exonere de algunos cargos que pudieran resultarles.

15° Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas,


quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la
virtud.

[Semejante al punto 1 del bando de El Aguacatilllo: “a excepción de los


europeos, todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios,
mulatos ni otras castas, sino todos generalmente americanos. Nadie pagará
tributo, ni habrá esclavos en lo sucesivo, y todos los que los tengan serán
castigados”; al Elemento 24 de Rayón: “Queda enteramente proscripta la
esclavitud”; .y al punto 10 del bando de Oaxaca: “Que quede abolida la
hermosísima jerigonza de calidades indio, mulato o mestizo, tente en el aire,
etcétera, y sólo se distinga la regional, nombrándolos todos generalmente
americanos, con cuyo epíteto nos distinguimos del inglés, francés, o más bien

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 29


del europeo que nos perjudica, del africano y del asiático que ocupan las otras
partes del mundo”.]

16° Que nuestros puertos se franqueen a las naciones extranjeras amigas, pero que
éstas no se internen al reino por más amigas que sean, y sólo habrá puertos
señalados para el efecto, prohibiendo el desembarque en todos los demás, señalando
el diez por ciento.

[Semejante al Elemento 26 de Rayón: “Nuestros puertos serán francos a las


naciones extranjeras, con aquellas limitaciones que aseguren la pureza del
dogma”.]

17° Que a cada uno se le guarden sus propiedades y respete en su casa como en un
asilo sagrado, señalando penas a los infractores.

[Semejante al Elemento 31 de Rayón: “Cada uno se respetará en su casa


como en un asilo sagrado; y se administrará con las ampliaciones [y]
restricciones que ofrezcan las circunstancias, la célebre Ley Corpus habeas de
la Inglaterra”.]

18° Que en la nueva legislación no se admita la tortura.

[Muy semejante al Elemento 32 de Rayón: “Queda proscripta como bárbara


la tortura, sin que pueda lo contrario aun admitirse a discusión”.]

19° Que en la misma se establezca por Ley Constitucional la celebración del día 12
de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la Patrona de nuestra Libertad,
María Santísima de Guadalupe, encargando a todos los pueblos la devoción
mensal.

[Semejante al Elemento 33 de Rayón: “Los días 16 de septiembre en que se


proclama nuestra feliz independencia, el 29 de septiembre y 31 de julio,
cumpleaños de nuestros Generalísimos Hidalgo y Allende, y el 12 de diciembre,
consagrado a nuestra amabilísima Protectora, Nuestra Señora de Guadalupe,
serán solemnizados como los más augustos de nuestra Nación.”]

30 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


20° Que las tropas extranjeras o de otro reino no pisen nuestro suelo, y si fuere en
ayuda, no estarán donde la Suprema Junta.

21° Que no se hagan expediciones fuera de los límites del reino, especialmente
ultramarinas; pero [se autorizan las] que no son de esta clase [para] propagar
la fe a nuestros hermanos de Tierradentro.

22° Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian
y se señale a cada individuo un cinco por ciento de semillas y demás efectos o
otra carga igual, ligera, que no oprima tanto, como la Alcabala, el Estanco, el
Tributo y otros; pues con esta ligera contribución y la buena administración de
los bienes confiscados al enemigo, podrá llevarse el peso de la guerra y honorarios
de empleados.

[Semejante al punto 2 del bando de El Aguacatillo: “Nadie pagará tributo”;


y a los puntos 3, 4, 5, 6 y 16 del bando de Oaxaca: “Que se quiten todas
las pensiones, dejando sólo los tabacos y alcabalas para sostener la guerra
y los diezmos y derechos parroquiales para sostención del clero. Que, a
consecuencia, nadie pagase tributo, como uno de los predicados en santa
libertad. Que los naturales de los pueblos sean dueños de sus tierras [y]
rentas, sin el fraude de entrada en las Cajas. Que éstos puedan entrar en
constitución, los que sean aptos para ello. Y que éstos puedan comerciar lo
mismo que los demás, y que por esta igualdad y rebaja de pensiones, entren
como los demás a la contribución de alcabalas, pues que por ellos se bajó al
cuatro por ciento, por aliviarlos en cuanto sea posible”.]

Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813. José María Morelos [rúbrica].

23° Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día
aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad
comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la Nación para
reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el
mérito del grande héroe, el señor don Miguel Hidalgo y su compañero don Ignacio
Allende.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 31


[Semejante al Elemento 33 de Rayón: “Los días 16 de septiembre en que se
proclama nuestra feliz independencia, el 29 de septiembre y 31 de julio,
cumpleaños de nuestros Generalísimos Hidalgo y Allende, y el 12 de
diciembre, consagrado a nuestra amabilísima Protectora, Nuestra Señora
de Guadalupe, serán solemnizados como los más augustos de nuestra
Nación”.]

Respuestas en 21 de noviembre de 1813. Y por tanto, quedan abolidas éstas,


quedando siempre sujetos al parecer de S.A.S.

32 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


UNIDAD Y DIVERSIDAD EN LA REVOLUCIÓN NOVOHISPANA.
NOTAS SOBRE UN PROBLEMA EPISTEMOLÓGICO1

Luis Fernando Granados*

Q uien se acerque a estas líneas debe tener presente, antes que nada, que
han sido escritas desde las lumbreras de una imaginaria plaza (de toros)
historiográfica; esto es, a gran distancia de donde efectivamente se produce
el conocimiento de la independencia novohispana, y por ende tienen que
tomarse con un grano de sal. (Lo poco que aprendí en la licenciatura, aun a
pesar de haber tomado clases con Ernesto Lemoine, no puede considerarse
como un verdadero antecedente.) El enfoque asumido en estas páginas, sin
embargo, no es enteramente caprichoso. Es más bien resultado de haberme
aproximado al estudio de la revolución de Independencia con algún
conocimiento del fenómeno de la movilización popular decimonónica –con
cierto conocimiento pero con mucho interés.2
Desde eso que se conoce como la “participación popular” en la revuelta
independentista, así, quisiera pensar un problema que asalta a cualquiera que
aborda el estudio de la guerra de Independencia, sobre todo en las décadas
recientes –digamos desde la publicación del libro de Hugh Hamill–, y desde
la historiografía profesional, o sea el pequeño mundo de las universidades.3
Es un problema óptico, por decirlo de algún modo: la creciente vaguedad con
que los historiadores percibimos los últimos diez, doce años del virreinato de
la Nueva España; la sensación de que el objeto de estudio mismo ha perdido
definición al punto que ya no sabemos bien a bien de qué estamos hablando.

* Center for Latin American Studies, University of Chicago; [email protected]

1 Quiero agradecer a Aurora Gómez Galvarriato la invitación a participar en la reunión


“Encuentro con los Sentimientos de la Nación” en el Archivo General de la Nación, 11 de
septiembre, 2009. Éste es básicamente el texto que preparé para la ocasión –y que debí leer ahí,
en lugar de haber “platicado” las ideas aquí expuestas.
2 Luis Fernando Granados, Sueñan las piedras: Alzamiento ocurrido en la ciudad de México, 14, 15 y 16
de septiembre, 1847, México, Ediciones Era-INAH, 2003.
3 Hugh M. Hamill, The Hidalgo Revolt: Prelude to Mexican Independence, Gainsville, University of
Florida Press, 1966.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 33


[…] ni todos los americanos fueron En ese mundo feliz que
patriotas ni todos los gachupines, era la historia patria, en cam-
colonialistas; porque el futuro liberal bio, una formulación de este
no anidó invariablemente en el campo género hubiera resultado en-
americano ni el conservadurismo fue teramente absurda. El sintag-
patrimonio exclusivo del antiguo ma guerra de independencia era
régimen […] obvio en su sentido y en su di-
mensión. Indicaba, en primer
lugar, la centralidad del conflicto bélico; en segundo término, su unicidad y,
por último, la certeza de su propósito. Aquello había sido una sola guerra
de la que había resultado la Independencia de México, incluso si el primer
rostro del país soberano había sido una monarquía. Asimismo, los bandos y
la identidad social de los antagonistas de esta guerra estaban perfectamente
definidos: por un lado, los gachupines que querían conservar la dominación
colonial; por el otro, los patriotas americanos que aspiraban a que México
se (re)incorporara al concierto de las naciones. La guerra había sido el arte-
facto o trámite necesario para que se realizara lo que debía ocurrir, puesto
que la nación mexicana –fraguada ya en el posclásico tardío, ya durante los
siglos coloniales– era una entidad indudable que exigía su lugar bajo el sol.
Hoy sabemos, o por lo menos pretendemos saber, que esa historia no
tiene nada que ver con lo que pasó en Nueva España entre 1808 y 1824.
Por principio de cuentas, porque no había en la Norteamérica española
nada que se le pareciera a la nación decimonónica y, mucho menos, a la
patria vigesímica; pero también porque ni todos los americanos fueron
patriotas ni todos los gachupines, colonialistas; porque el futuro liberal no
anidó invariablemente en el campo americano ni el conservadurismo fue
patrimonio exclusivo del antiguo régimen; porque el resultado del conflicto
no estaba predestinado; porque algunas regiones se mantuvieron al margen
del conflicto mientras que en otras la violencia se amorcilló (o se hizo
endémica, si se prefiere una imagen no taurina); porque Nueva España no
era una colonia en el sentido decimonónico o contemporáneo del término;
etcétera, etcétera.4

4 Evidentemente, es imposible –y sería ocioso– citar la vasta literatura que ha re-examinado


la transición del antiguo régimen a la revolución en los últimos decenios. Entre otros trabajos
capitales para entender el proceso, lo mismo desde el punto de vista ideológico que político-

34 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


En el ámbito que me es más familiar (el de las clases populares
preindustriales), la transformación de las vieja certezas es, si acaso, todavía
más radical: entre otras cosas, ahora sabemos que el “pueblo” era en realidad
un conjunto de grupos sociales más o menos corporativos organizados
por una cultura política tridentina o barroca;5 que el lenguaje rebelde
del “pueblo” era mesiánico antes que jacobino; 6 que un abismo político
separaba a las clases populares de los dirigentes de uno y otro bando, por
más que compartieran el mismo imaginario, y que los seguidores de Miguel
Hidalgo en el otoño de 1810 estaban genuinamente convencidos de pelear
por la libertad de Fernando VII.7 En suma, que el Pípila y el Niño Artillero
no son más que tropos cursis y demagógicos sin ninguna relación con la
experiencia sensible de los trabajadores novohispanos. Bueno, en realidad
parece que ya ni siquiera es apropiado el uso del término trabajadores, porque
–al contrario que los historiadores de hasta los años setenta– ahora estamos
convencidos de que la segmentación clasista en Nueva España era menos
importante que la pseudo-étnica institucional.
El resultado de esta vasta operación revisionista es que, mientras que
ya nadie entre los historiadores profesionales se cree el cuento de que aquí
hubo una sola revolución de Independencia, las explicaciones parciales se
han multiplicado casi al infinito. Para algunos, lo que importa resaltar es la
revolución social de los campesinos del Bajío o el intento de restauración

social, véanse Brian R. Hamnett, Roots of Insurgency: Mexican Regions, 1750-1824, Cambridge,
Cambridge University Press, 1986; John Tutino, From Insurrection to Revolution in Mexico: Social
Basis of Agrarian Violence, 1750-1940, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1986; David
Brading, The First America: The Spanish Monarchy, Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867
(Cambridge: Cambridge University Press, 1991); Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno:
Los guadalupes de México, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 1992, así como
los ensayos reunidos en The Independence of Mexico and the Creation of the New Nation, compilación
de Jaime E. Rodríguez O, Los Ángeles-Irvine, University of California, UCLA Latin American
Center Publications-Mexico/Chicago Program, 1989.
5 Marialba Pastor, Cuerpos sociales, cuerpos sacrificiales, México, FCE/UNAM, 2004. Para un sumario
plástico –y borbónico– de la cuestión, véase Alfredo Ávila, En nombre de la nación: La formación del
gobierno representativo en México, 1808-1824, Mexico, Taurus-Centro de Investigación y Docencia
Económicas, 2002, cap. 1.
6 Véase, entre otros artículos de su autoría, Eric Van Young, “Millennium on the Northern
Marches: The Mad Messiah of Durango and Popular Rebellion in Mexico, 1800-1815”,
Comparative Studies in Society and History 28: 3 (1986), pp. 285-413.
7 Marco Antonio Landavazo, La máscara de Fernando VII: Discurso e imaginario monárquicos en una
época de crisis: Nueva España, 1808-1822, México, El Colegio de México, Centro de Estudios
Históricos-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-El Colegio de Michoacán,
2001.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 35


cultural de los indios mesoamericanos.8 Para otros, la verdadera materia de
esta historia es la revolución política de los criollos, el gran debate trasatlántico
acerca de la noción de soberanía,9 el modo en que algunas instituciones
contrainsurgentes (los famosos ayuntamientos gaditanos) sentaron las
bases institucionales del nuevo Estado,10 o –en fin– la revolución nacional
de Iturbide.11 Unos pocos todavía piensan que el meollo de la cuestión fue
el colapso de la economía minera, aunque la mayoría prefiere describir lo
sucedido como el surgimiento de una nueva cultura política.12
De este modo, quien se acerca a la historiografía en la actualidad tiene
una oferta interpretativa nunca antes vista. Como vivimos en una economía
de mercado, parecería que esto es algo plausible, pues la diversidad de
productos en los anaqueles confrma –nos aseguran– la libertad del lector-
consumidor de historia independentista. Me parece, sin embargo, que éste
no es el caso, aunque no porque los temas se hayan multiplicado o porque
las herramientas conceptuales sean o parezcan novedosas. Es que, para
usar un lugar común, hoy sabemos mucho más acerca de los árboles que
conforman el bosque, pero ya no somos capaces de percibir el bosque en su
conjunto. Dicho de otro modo, la multiplicación de explicaciones parciales
ha conseguido poner en crisis el paradigma historiográfico nacionalista-
liberal (priísta) pero ha sido incapaz de generar un nuevo horizonte
explicativo que lo sustituya.
Una de las causas inmediatas de esta deficiencia es el modo en que la
historiografía ha incorporado la noción de cultura política: con una pavorosa
falta de conocimiento y de rigor. Salvo honrosas excepciones, la mayor parte
8 John Tutino, “The Revolution in the Mexican Independence: Insurgency and the Renegotiation
of Property, Production, and Patriarchy in the Bajío, 1800-1855”, Hispanic American Historical
Review 78: 3 (1998): 367-418; Eric Van Young, The Other Rebellion: Popular Violence, Ideology and the
Mexican War for Independence, 1810-1821 (Stanford [Cal.], Stanford University Press, 2001).
9 José M. Portillo Valdés, Crisis atlántica: Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana
(Madrid, M. Pons, 2006).
10 Antonio Annino, “The Ballot, Land and Sovereignty: Cadiz and the Origins of Mexican
Local Government, 1812-1820”, en Elections Before Democracy: The History of Elections in Europe
and Latin America, Eduardo Posada-Carbó (comp.), (Basingstoke [Hampshire]-Nueva Cork,
Macmillan Press-St. Martin’s Press, 1996), pp. 61-86.
11 Timothy E. Anna, The Mexican Empire of Iturbide (Lincoln: University of Nebraska Press,
1990); Jaime del Arenal, Un modo de ser libres: Independencia y constitución en México (1816-1822)
(Zamora, El Colegio de Michoacán, 2002).
12 Como la literatura en este punto es cada vez más abundante, mencionaré sólo el trabajo
paradigmático de esta tradición: François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias: Ensayos sobre
las revoluciones hispánicas (Madrid-México, Mapfre-FCE, 1993).

36 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


de los historiadores no sabemos lo que estamos diciendo cuando decimos
cultura, pero igual se nos llena la boca, más o menos del mismo modo en
que los historiadores de una generación anterior decían científico para hablar
de su trabajo sin saber mucho del modo en que trabajan las ciencias de
verdad. En particular pienso en la recurrente confusión entre cultura como
(la) categoría estructurante de la antropología y cultura como sinónimo
decimonónico de “artes, filosofía y letras”, de la que han resultado una
gran cantidad de estudios que intentan plantear problemas antropológicos
haciendo preguntas artísticas, filosóficas o literarias.13
Una segunda causa de la cacofonía interpretativa de nuestros días tiene
que ver con el modo en que tendemos a entender la diversidad y la relatividad
del conocimiento histórico. Es tanta nuestra reticencia a restablecer el
orden epistemológico tomista que hemos optado por igualar el valor de
las explicaciones casi hasta el extremo y por lo tanto estamos incapacitados
para construir una interpretación general, comprehensiva, que discierna un
Zeitgeist a la manera de Burckhardt.14 La parcelación del conocimiento tiene
por efecto no sólo la coexistencia de interpretaciones en última instancia
incompatibles; también vuelve más difícil cualquier esfuerzo por vincular
los diversos ámbitos de la vida social. Y así, por ejemplo, lo que sabemos
de la vida rural novohispana tardocolonial –el viejo debate acerca de la
polarización y el “éxito” de la reforma neoclásica– parece influir muy poco
en la manera en que comprendemos las discusiones intelectuales de las que
surgieron los grandes manifiestos de la época.15
Lo que quiero decir, en plata y aunque suene autoritario, es que no
todos los problemas tienen la misma importancia ni todos los aspectos de la
época tienen la misma capacidad de explicar la fractura del imperio español,
la creación del Estado mexicano, el rediseño de la sociedad a imagen y
13 Dado que no me propongo picar un pleito, compárese el modo en que Keith Michael Baker
entiende cultura política y la manera en que Clifford Geertz examinó un problema análogo:
Keith Michael Baker, Inventing the French Revolution: Essays on French Political Culture in the Eighteenth
Century, Nueva York, Cambridge University Press, 1990, y Negara Clifford Geertz, The Theatre
State in Nineteenth-Century Bali, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1980.
14 Véase Jacob Burkhardt, Del paganismo al cristianismo: La época de Constantino el Grande, traducción
de Eugenio Imaz, México, FCE, 1853, 1996.
15 Eric Van Young, “Los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres: Salarios reales
y estándares populares de vida a fines de la colonia en México”, en La crisis del orden colonial:
Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza Editorial,
1992, pp. 51-123.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 37


semejanza del dios liberal, o el colapso del complejo económico argentífero.
Y aunque es obvio que cada quien es libre de estudiar lo que le de la gana,
creo que es insensato apreciar todos los temas y los enfoques de la misma
manera –y por lo pronto rehuir todo esfuerzo de dilucidar el carácter general
del periodo, el gran tema que deberíamos estar pensando.
Otro modo de plantear el problema es que hemos tendido a ver cada
una de estas “revoluciones” –la de los criollos y la de los campesinos, la de
los clérigos y la de los capitanes, la de los ayuntamientos y los diputados–
como fenómenos hasta cierto punto desconectados entre sí, como historias
paralelas, porque estamos todavía atrapados por las reglas aristotélicas, o
sea que asumimos que una cosa no puede ser dos cosas al mismo tiempo.
Esto implica que, aunque es inevitable advertir la compleja causalidad
de casi todos los aspectos de la época, y aunque está de moda apreciar la
multiplicidad, en realidad no sabemos muy bien qué hacer con ella. Si los
campesinos que siguieron a Hidalgo, por ejemplo, tenían una cultura “de
antiguo régimen”, entonces no podemos concederles que su movimiento
tuviera un carácter anticolonial y revolucionario –y viceversa.
Como es evidente, estos problemas no son exclusivos de la historiografía
sobre la Independencia; en realidad parecería que la multiplicación de
enfoques y la incapacidad para generar explicaciones generales es un signo
de los tiempos, al menos respecto de acontecimientos que han sido objeto de
grandes debates político-académicos como las revoluciones francesa y rusa.
Y es todavía más evidente que yo no soy la persona indicada para reorganizar
las piezas del rompecabezas de modo que el nuevo conocimiento se articule
de modo coherente.
Con todo, quisiera insistir que el precio de perder de vista el bosque
y contentarnos con la fragmentación interpretativa es demasiado alto,
historiográfica lo mismo que políticamente. Para la disciplina es una mala
solución porque nos impide valorar correctamente los nuevos y los viejos
estudios. Aunque sea una obviedad, conviene recordar que el único modo
de apreciar cabalmente una obra historiográfica es situarla en un contexto
más amplio, y hoy hay demasiadas explicaciones parciales que no terminan
por reconciliarse entre sí. (Pienso por ejemplo en la poca atención que se
concede a la política francesa en América debido en parte a que hemos dado
por sentado el carácter autonómico de los movimientos que devendrían

38 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Entender la coyuntura
independentista como un proceso insurgentes.) Y más allá de la
equivale a renunciar a las disciplina es una pésima solución
determinaciones simples y aceptar, porque la falta de un nuevo
por el contrario, el papel de la paradigma garantiza la vida del
incertidumbre, lo sobredeterminado viejo modo nacionalista-liberal de
y el azar. entender la constitución de patria,
y ya conocemos los efectos nefastos del culto a los héroes. Evidencia de
este peligro es el modo en que, más allá de las universidades, se entiende el
revisionismo: como un pueril ejercicio de descubrirles defectos a los héroes,
sin cuestionar la existencia misma de héroes ni entender que los procesos
sociales no son resultado de “buenas” o “malas” personalidades.
¿Es posible, sin embargo, rearticular una visión de conjunto del
periodo, que dé cuenta de su diversidad y no obstante permita comprender
su sentido general sin caer en las simplificaciones del pasado? Creo que la
respuesta puede ser afirmativa si, por una parte, recuperamos la noción de
proceso como clave analítica de la coyuntura independentista y, por la otra,
intentamos no perder de vista los aspectos militares de la guerra y el carácter
popular del conflicto. Dos énfasis temáticos y un recurso metodológico,
en otras palabras, pueden ayudarnos a restablecer la unidad epistemológica
de la época de la independencia y destacar así uno de sus rasgos principales:
la efectiva subversión del orden simbólico y material imperante en Nueva
España hasta principios del siglo XIX. Que aquello sí fue una revolución, en
otras palabras, tanto o más radical que la estadounidense y la francesa y casi
tanto como la haitiana.
1. Es paradójico que los historiadores seamos tan proclives a pensar
la sociedad en términos estáticos y el devenir de manera mecánica. En el
debate sobre si el ayuntamiento de México buscaba o no la independencia
en 1808, o sobre si el plan de Iguala era autonomista o no, tenemos buenos
ejemplos de esta pulsión esencialista. El meollo del problema está en el uso
del verbo buscar y sobre todo del verbo ser. Ambos prestan poca atención al
hecho en que todo acto social es causa y consecuencia de una experiencia
que nunca está predeterminada de manera absoluta y, más aún, que las
acciones que siguen puntualmente un plan (previo, por supuesto) son la
excepción antes que la regla. De este modo se olvida que el aprendizaje
es un elemento central de todo fenómeno social. Lynn Hunt lo ha dicho

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 39


a propósito de la revolución francesa: por pensar demasiado en las causas
y en las consecuencias de la revolución, el proceso revolucionario en sí
mismo –la dimensión creativa de la propia revolución– ha tendido a ser
menospreciado.16
La afición por la biografía (con pretensiones sicológicas, peor aún) ha
sido especialmente responsable de esta deformación: un efecto de andar
especulando si la vida de Morelos antes de 1810 anuncia de algún modo el
contenido de los Sentimientos de la Nación es que tendemos a pasar por alto su
proceso de aprendizaje a partir de ese año, o sea el efecto catalizador de la
insurrección del Bajío en la conciencia del cura vallisoletano. Pero ni infancia
es destino ni la sociedad es mera suma de los individuos que la componen.
Las personas como las sociedades –o las clases, en la expresión célebre de
E. P. Thompson– se hacen en el conflicto, el diálogo y la interacción, y
todo lo más que puede percibirse en el pasado de los actos son tendencias y
posibilidades, no resultados necesarios, como ya lo decía Luis Villoro hace
medio siglo. (Y mucho mejor argumentado, por supuesto.)17
El punto es quizá más fácil de aprehender cuando se considera la
Independencia en dimensión continental. Si las “naciones latinoamericanas”
no estaban constituidas en 1808 ni se empeñaron durante más de una década
en alcanzar la independencia,18 eso no quiere decir que muchos de los actores
hubieran efectivamente decidido que la independencia podía ser y sería su
objetivo en el curso de los conflictos políticos y militares de esos años. El
proceso mismo tiene que ser entendido como fuente de un aprendizaje, como
generador de una experiencia que a su vez propició el pensamiento de nuevas
posibilidades para las diversas regiones americanas. O sea, como quien dice,
que la independencia se pensó, gestó y realizó en el curso de la revolución
independentista –más o menos del modo en que la abolición del feudalismo
en Francia no fue la mera aplicación de una teoría o un deseo preexistentes

16 Lynn Hunt, Politics, Culture, and Class in the French Revolution (Berkeley: University of California
Press, 1984), pp. 1-16.
17 Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia (México: Conaculta, [1953] 2002),
71-76. Véase E. P. Thompson, “Eighteen-Century English Century Society: Class Struggle
Without Class”, Social History 4 (1978), pp. 133-165.
18 Brian R. Hamnett, “Process and Pattern: A Re-Examination of the Ibero-American
Independence Movements, 1808-1826”, Journal of Latin American Studies 29: 2 (1997), pp. 279-
238; Jeremy Adelman, Sovereingty and Revolution in the Iberian Atlantic (Princeton [N. J.], Princeton
University Press, 2006).

40 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


sino consecuencia de un “diálogo”, a menudo de sordos, entre campesinos y
legisladores.19 (O como en el Santo Domingo francés, donde la guerra social y
política no devino conflicto independentista sino muy tarde, más de diez años
después de iniciada la insurrección en la planicie del Norte.)20
2. Entender la coyuntura independentista como un proceso equivale a
renunciar a las determinaciones simples y aceptar, por el contrario, el papel
de la incertidumbre, lo sobredeterminado y el azar. (He aquí otro problema
para los historiadores: ¿cómo podemos dar cuenta de lo aleatorio si estamos
convencidos de que nuestra tarea es explicar la racionalidad –como necesidad
hegeliana– del pasado?) Lo contingente es constitutivo de todo fenómeno
social, pero es particularmente notorio en el caso de la guerra, de cualquier
guerra. Aquí de nuevo nuestro inconsciente estructuralista parece haber
producido un absurdo: la reacción en contra de la historia político-militar
del pasado nos ha llevado a desestimar la guerra, no sólo como expresión
de la política, sino como fenómeno social en sí mismo. Perdón si sueno
melodramático, pero me parece un tanto impúdico haber marginado a los
muertos producidos por la guerra de Independencia –reales, apestosos,
insepultos– con el argumento de que la historia militar suele ser simplona
analíticamente (por más que esto haya sido cierto alguna vez).
Un ejemplo de lo problemático que resulta convertir a la guerra en mero
telón de fondo de la explicación histórica es lo que sabemos y decimos
a propósito de la campaña de Hidalgo a fines de octubre y principios de
noviembre de 1810. Una lectura apresurada de Tutino parecería afirmar
que el “ejército” de Hidalgo no tomó la ciudad de México y fue derrotado
en Aculco porque las estructuras sociales de los pueblos corporativos
mesoamericanos no padecían el mismo desgaste institucional que el
crecimiento desigual del último tercio del siglo XVIII había generado en las
comunidades informales de arrendatarios (mestizos y laboríos antes que
indios pueblerinos) del Bajío.
¿De verdad? ¿Y no será más bien que la incertidumbre militar que
percibieron López y sus amigos el 31 de octubre de 1810 los impulsó a
dirigirse a Querétaro, objetivo que se creían sería más fácil de alcanzar, sin
19 John Markoff, The Abolition of Feudalism: Peasants, Lords, and Legislators in the French Revolution
(University Park, Pennsylvania State University Press, 1996).
20 Laurent Dubois, Avengers of the New World: The Story of the Haitian Revolution (Cambridge [Ma.],
Belknap Press, 2004), pp. 252-253 esp.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 41


saber que las milicias potosinas no estaban entre las tropas acantonadas en la
ciudad de México sino que avanzaban hacia el sur desde Guanajuato?21 Si
la retirada de Cuajimalpa fue un error táctico, la batalla (perdida) en Aculco
tiene entonces que considerarse un acontecimiento más significativo que
la supuesta duda existencial que asaltó al señor cura Periñón luego de la
carnicería. (Tutino además está hablando de las condiciones que permitieron
el implante de la insurgencia en el largo plazo, no de las circunstancias que
hicieron posible las insurrecciones en el otoño de 1810. Pero eso es otro
asunto.)22 Y, por otra parte, cuando uno compara lo que pasó en el monte
de las Cruces con lo ocurrido en la batalla de Calderón tres meses después,
es imposible “explicar” los resultados contradictorios de ambas batallas
sólo como un efecto de la constitución social de los “ejércitos” rebeldes o
su falta de preparación militar –no se diga el valor de los soldados realistas
o la militancia de la Virgen de los Remedios–, pues, grosso modo, los
antagonistas en ambos casos eran los mismos y sin embargo el resultado de
los encuentros militares fueron categóricamente distintos.
Entender que la de Independencia fue efectivamente una guerra ya
ha producido buenos resultados historiográficos; aunque me parece que
éstos son insuficientes porque han tendido a privilegiar el estudio de las
estructuras político-administrativas producidas por el conflicto bélico en las
zonas ocupadas por los realistas.23 Trabajos como el de Clément Thibaud
sobre Nueva Granada, por el contrario, muestran que el estudio social
de los ejércitos insurgentes, si no de las batallas, puede tener importantes
consecuencias para comprender el resultado de la guerra. Y cuando Thibaud
arguye que la Colombia bolivariana se hizo en la guerra, a la hora de la
guerra, creo que estamos de nuevo ante un planteamiento de privilegiar lo
procesal sobre lo causal a la antigua.24
3. Uno de los propósitos de Thibaud era precisamente dar cuenta de la
21 Hamill, op. cit., 126. Haber transformado al benemérito cura de Dolores en “López” y
“Periñón” es una de las muchas virtudes de Jorge Ibargüengoita, Los pasos de López (México,
Océano, 1982).
22 John Tutino, “Broken Sovereignty, Popular Insurgency, and Mexican Independence: The
Guerra de Independencias, 1808-1821,” versión revisada de una ponencia presentada en el
coloquio México, 1808-1821, El Colegio de México, 8-10 de noviembre, 2007.
23 Por ejemplo, y de manera destacada, Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno: Los pueblos y la
independencia de México (Sevilla, Universidad de Sevilla, 1997).
24 Clément Thibaud, Républiques en armes: Les armées de Bolívar dans les guerres d’indépendance du
Venezuela et de la Colombie (Rennes, Presses Universitaires de Rennes, [2003] 2006).

42 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


militancia independentista de los soldados de Bolívar: no sólo de los generales
sino, en particular, de los oficiales que sobrevivieron la década y media de
violencia social en el norte de América del Sur. Esta presencia de soldados
más o menos comunes y corrientes ha sido desde siempre asunto de capital
importancia para la historiografía, pues para nadie ha sido un secreto –y es
uno de los grandes problemas historiográficos– que la independencia de
América Latina, quizá tanto como la revolución francesa y quizá más que la
revolución estadounidense, se caracterizó por la presencia activa en la esfera
pública de miles de personas que hasta entonces no habían participado en la
toma de decisiones a escala regional y “nacional”.
Como los países latinoamericanos han sido durante dos siglos notoria-
mente oligárquicos, y como –al mismo tiempo– el carácter popular y de-
mocrático de los regímenes estadounidense y francés parece indudable, es
hasta cierto punto comprensible que, casi desde el momento mismo de la
Independencia, la “participación” de los trabajadores y los marginados en
las gestas que nos dieron patria haya sido planteada en términos un tanto
patologizantes: ¿qué podemos decir acerca de esa presencia manifiesta toda
vez que el “pueblo” no consiguió tomar el poder? o ¿cómo explicar que
el lenguaje de la libertad, los derechos humanos, la soberanía popular y la
democracia no haya producido en América Latina sociedades como las de
Francia y Estados Unidos?, son en efecto las preguntas más habituales cuan-
do se estudia la movilización de los pobres y los desposeídos en estos años.
Ignoro si algún día podremos dejar de concebir la movilización popular
en otros términos: parece tan obvio que el “pueblo” estadounidense se
emancipó en 1776 –ergo su prosperidad actual– y tan de sentido común que,
por el contrario, la historia de México desde 1821 ha sido una sucesión de
fracasos emancipadores –ergo la catástrofe en la que vivimos actualmente–,
que es difícil imaginar otra forma de pensar la historia moderna de ambos
países. Para pensar la historia del “pueblo” novohispano de otra manera
sería necesario abandonar varios presupuestos metahistóricos que son en
buena medida responsables de esta imagen deformada de la “participación”
popular. Es una tarea que ningún historiador en lo individual realizará, eso
es seguro, pues implica una mutación de nuestra imagen colectiva y una
modificación de los estereotipos mundiales.
Con todo, una manera de avanzar en esa dirección es comparar la

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 43


revolución novohispana con, por ejemplo, la revolución francesa. También
en el caso francés es posible encontrar una importante movilización
del “pueblo” aunque (ya) no del modo en que los grandes historiadores
decimonónicos –Michelet sobre todo y más tarde los apóstoles de la
mal llamada historiografía ortodoxa– la concibieron:25 en lugar de una
nación constituida que consiguió afirmar sus derechos, hoy se sabe que
particularmente los campesinos se involucraron en la revolución en sus
propios términos, sin compartir del todo las ideas de sus representantes,
contaminando con nociones “tradicionalistas” los proyectos ilustrados de
sus dirigentes, y así con cierta autonomía política. Sus triunfos no fueron
tan espectaculares como la toma de la Bastilla nos hizo creer alguna vez,
pero de ninguna manera puede suponerse que fueron meros espejismos o
artefactos simplemente “culturales”.26
Del mismo modo, la movilización desde abajo fue uno de los rasgos
más notorios de la revolución en Nueva España; a tal grado, de hecho,
que la incapacidad de las élites patriotas para someter al “pueblo” a sus
designios es la principal diferencia entre las revoluciones autonómicas de
Buenos Aires o Caracas y el conflicto que precipitaron los conspiradores
de Querétaro. Eso no quiere decir, naturalmente, que la revolución en su
conjunto –del verano de 1808 a los tratados de Córdoba, pasando por la
aventura de los diputados novohispanos en Cádiz y la obra constitucional
de Apatzingán– pueda tenerse como un epifenómeno de los alzamientos
campesinos; ni, mucho menos, que sea posible encontrar una unidad
discursiva entre los proyectos de la dirigencia insurgente, los abogados de la
Constitución de 1812 y los “bandidos sociales” (más bandidos que sociales)
que tanto contribuyeron a mantener al virreinato en la zozobra.
Es nada más que la inversión del orden establecido implícita en la
movilización campesina parece dar el tono al periodo en su conjunto;
inversión del orden en todos sus aspectos y modalidades, por más que sus
resultados tangibles no puedan compararse con iconos de la modernidad

25 Sobre la historia de la historiografía de la revolución francesa, véase Stephen L. Kaplan,


Farewell, Revolution: The Historians’ Feud, France, 1789-1989 (Ithaca [N. Y.], Cornell University
Press, [1993] 1996).
26 Markoff, op. cit., passim; Peter M. Jones, The Peasantry in the French Revolution (Cambridge:
Cambridge University Press, 1988); Anthony Crubaugh, “Local Justice and Rural Society in the
French Revolution”, Journal of Social History 34: 2 (2000), pp. 327-350.

44 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


occidental como la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano o la constitución estadounidense de 1787. De que había algo
profundamente subversivo en la guerra popular dan cuenta, por ejemplo, la
elevación del bandido Marroquín a la condición de asistente de Hidalgo y
sobre todo la habilidad de muchos campesinos del Bajío para convertirse en
propietarios –de hecho si no de jure– en el curso del conflicto. Y si pensamos
en la conversión de un ranchero de ascendencia africana en generalísimo
del imperio mexicano y más tarde presidente de la república (Guerrero), o
en la rapidez, casi compulsiva, con que realistas e insurgentes abolieron el
tributo de indios y pardos en 1810, parecería que estamos efectivamente
frente a un mismo fenómeno de transformación social –incluso si ésta no
se manifestó en una reforma agraria explícita o en la cabal supresión de la
desigualdad de fortunas.
De todas las instancias de cambio social efectivo —o sea concreto y
no proclamado–, puede que la más enfática sean los Sentimientos de la
Nación: un brillante manifiesto escrito por un cura de pueblo, seguramente
mulato, que no hubiera debido alcanzar notoriedad más allá de la tierra
caliente michoacana si no es porque la movilización de miles de personas
pobres y marginadas lo pusieron ante la posibilidad de pensar y decir
cosas inimaginables todavía a principios del siglo XIX. Incluso más que la
vertiginosa carrera de ese artillero que todavía en su adolescencia hablaba
francés con acento y en menos de veinte años se alzó hasta ser emperador
de los franceses, me parece que la transformación del Morelos pueblerino e
insignificante en el gran comandante insurgente y legislador de 1813 indica
la magnitud de los cambios experimentados en el virreinato a partir de
1808 –o, lo que es lo mismo, el modo en que la guerra popular impuso un
aprendizaje político a los letrados de todo signo (quienes, a su vez, pudieron
significar de nuevos modos las palabras ilustradas que andaban en el aire
desde el final del siglo XVIII).
Movilización popular, subversión del orden establecido, la incertidumbre
y el azar consustancial a la guerra –pero todo pian pianito, que aquí no valen
las fantasías estalinistas de reinventar una sociedad en una década–: si acaso
es cierto que estos tres rasgos están entre los más significativos de la década
larga de 1810, entonces puede que una parte del problema del bosque y los
árboles al que me refería más arriba sea en realidad un problema semántico.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 45


Que es un error, en breve, haber creído que lo que define al periodo es la
Independencia de México, cuando que lo fundamental es la insurgencia; la
insurgencia de los pueblos y los curas, de los indios y los diputados, las
regiones y los escritores antes que la de ese Estado-nacional que primero se
llamó Imperio Mexicano y luego Estados Unidos Mexicanos. La insurgencia
de Hidalgo, Morelos, Rayón, Matamoros, Guerrero y Mina, por supuesto,
aunque más bien la insurgencia de los “soldados” de Hidalgo y de Morelos,
de los bandidos disfrazados de guerrilleros, de los guerrilleros a carta cabal.
Pero también otras formas de insurgencia que no siempre se entienden
de ese modo: la irrupción de las castas en la vida política, los delirios
de fray Servando, la irreverencia del Pensador Mexicano, la momentánea
arrogancia de los léperos en la década de 1820, y aún la fragmentación de
las repúblicas de indios desde fines del siglo XVIII, sobre todo si es cierto
que esos conflictos fueron una disputa generacional.
En conjunto, todas esas formas de rebeldía –que es el nombre actual
de la insurgencia– pusieron de cabeza un orden social y cultural que hoy,
curiosamente, nos resulta de hecho inimaginable: un orden donde la
desigualdad estaba cabalmente asumida, donde no era necesario ni siquiera
dar atole con el dedo a los “de abajo”. La frase célebre del virrey Croix,
lo sabemos bien, no refleja sino la inseguridad arrogante de una cierta
camarilla gobernante, pero tampoco es enteramente risible: en aquel
mundo subvertido por las insurgencias de principios del siglo XIX los
“prietos” y los “jodidos” –los pobres, los trabajadores– tenían un lugar
claramente asignado e indudablemente marginal. En apenas una década
de conflicto bélico e ideológico ese discurso se esfumó por completo; no
sólo perdió legitimidad. Si las prácticas que auspiciaba no desaparecieron
del todo –no han desaparecido hasta hoy– eso no puede significar que las
transformaciones reales y los derechos percibidos hayan sido enteramente
irrelevantes. A veces la hipocresía –la hipocresía igualitaria y democrática
del México independiente– es también un triunfo.

46 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


PANORAMA ECONÓMICO DE LA ÚLTIMA NUEVA ESPAÑA

Luis Jáuregui*

A inicios del siglo XIX, Nueva España vivía en un aparente esplendor


económico y cultural que resultó de las reformas borbónicas. Se considera
“aparente” porque en realidad los últimos años previos a las guerras de in-
dependencia experimentaron las consecuencias de cambios en la estrategia
imperial que fueron orientados a maximizar el crecimiento económico de
la metrópoli a costa de beneficiar a unos cuantos y generar fuertes desigual-
dades. El asunto era tan evidente que fue comentado en la época por el
científico viajero Alejandro de Humboldt en su muy popular Ensayo político
de la Nueva España.
Según los conteos de almas realizados en aquella época como parte de
la estrategia imperial de mayor control sobre los habitantes del imperio, la
población de Nueva España en 1803 era de 5.1 millones de personas (6.1
millones en 1810), un notorio aumento de un millón de habitantes con
respecto a la década anterior. Étnicamente, la población se distribuía de la
siguiente manera:

Composición de la población de Nueva España


por grupos étnicos, 1810

Absoluto Porcentaje
Total 6 122 345 100
Indios 3 676 281 59
Castas 1 338 706 22
Españoles y criollos 1 097 928 18
Fuente: Malvido (2006:123-144).

* Luis Jáuregui, director general del Instituto Mora; [email protected]

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 47


La mayoría de la población novohispana se hallaba asentada en la intenden-
cia de México (26%); la seguía muy de lejos la de Guadalajara con 8.4% de
los habitantes. En la península de Yucatán había medio millón de personas
y en el extenso norte se contaban apenas poco menos de 350 mil personas
“civilizadas”.
Hacia fines del siglo XVIII e inicios del XIX Nueva España era una so-
ciedad equilibrada en términos de género y, según los análisis de los datos
estadísticos de la época, 60% de la población era menor de 25 años. La
mayor parte de esta demografía era de raza india pero crecía con fuerza
el grupo denominado “castas” (mestizos) magistralmente descrito por los
cuadros de la época.
La estructura de clases consistía de un grupo extremadamente rico y
poderoso de españoles y criollos que si bien en ocasiones se quejaba de
algunas políticas específicas de la corona, era el principal beneficiario del
sistema colonial. Al lado de otros grupos, la élite novohispana residía en
las ciudades, villas y reales de minas, aunque tenían propiedades rurales.
Esta clase se relacionaba con el centro de poder, formaba parte de redes
económicas, políticas y sociales a nivel virreinal e imperial y contaba con la
información necesaria para generar grandes ganancias a costa del resto de
la población.
Debajo de esta clase había un grupo de personas no totalmente pobres
pero que no contaban con acceso al capital ni a las relaciones de los más
acaudalados. Este conglomerado de rancheros, curas, pequeños comercian-
tes, arrieros, artesanos, profesionistas y los miembros más acomodados de
las comunidades indígenas, se hallaban muy vulnerables ante las crisis eco-
nómicas y políticas.
El estrato más bajo de la sociedad novohispana consistía de campe-
sinos indígenas, mestizos, trabajadores de haciendas y grupos marginales
urbanos, donde también se hallaban algunos españoles y criollos. Como
muestran los datos, el grueso de la población novohispana en vísperas de
la guerra de independencia era indígena. A pesar de la imagen que se tiene
de que vivían aislados y sólo ocupados de, por ejemplo, el ciclo agrícola, en
realidad los pueblos remotos mantenían relaciones con la cultura política
dominante, la estructura de clases y la economía novohispana.
Aunque había muchas excepciones, los indios vivían en lo que se cono-

48 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Representación de los mestizos a finales del siglo XVIII o principios del siglo XIX

http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Mestizo.jpg

cía como “pueblos” o “repúblicas de indios” divididas en pueblos mayores


(cabecera) y menores (sujetos). Ahí desarrollaban sus actividades religiosas
y políticas. El sostenimiento de sus vidas se basaba en el trabajo en las
propiedades comunales, en actividades complementarias –principalmente
manufactureras, financiadas por los comerciantes– y en prestar sus servi-
cios en alguna hacienda o para algún arrendatario de tierras. Los indios de
los pueblos eran gobernados por sus propias autoridades electas por ellos
mismos desde hacía cuando menos dos siglos. Había también un manda-
tario nombrado por la corona; este personaje era el subdelegado, apoyado
por sus tenientes en los pueblos que lo requirieran. Una parte de la vida del
indígena en los pueblos transcurría entre pleitos con otros indígenas o con
quienes arrendaban las tierras del común y no pagaban su renta. En última
instancia, estos pleitos los dirimían las autoridades virreinales o incluso las
de España, pues los indios (hombres y mujeres) eran muy hábiles al mo-
mento de defender sus intereses. También cuidaban con celo su cultura y
tradiciones, situación que debió tornarse muy compleja en aquellos años
ante el crecimiento demográfico y el cambio económico, evidente en la po-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 49


lítica de la corona en exceso apegada a los intereses de unos cuantos grupos
privilegiados y cada vez más descuidada en el manejo de sus relaciones con
indios y castas.
Los indígenas novohispanos se percataban de la forma en que el sis-
tema político y económico, ejercido por agentes locales de la corona, be-
neficiaba a miembros específicos de la élite económica colonial. Y si bien
la corona controlaba a sus funcionarios, con frecuencia miraba para otro
lado cuando buscaban fuentes locales de ingreso adicional. Un caso de esto
era cuando el funcionario local, él mismo comerciante o coludido con otros,
adelantaba capital o productos a los indios y a las castas, una actividad cono-
cida como “habilitación”, “repartimiento” o “avío”, a cambio del derecho
exclusivo de adquirir sus producciones agrícolas y manufactureras (princi-
palmente textiles). Una queja común de los indios y los campesinos era que
recibían un precio reducido por sus producciones, o que pagaban precios
excesivos por los bienes que recibían a cambio. Este sistema de crédito,
controlado por los ricos comerciantes de las ciudades de México, Veracruz y
Guadalajara, en ocasiones alcanzaba dimensiones internacionales, cuando se
trataba de productos como el valioso tinte de la grana cochinilla.
Los poco más de 4 mil pueblos de indios en Nueva España poseían
grandes extensiones de tierra, conocidas como “de comunidad” y “de co-
fradía”, cuyas producciones generaban recursos importantes para sus habi-
tantes. Otro agravio de muchas comunidades indígenas resultaba del hecho
que desde las últimas décadas del siglo XVIII las autoridades las habían obli-
gado a invertir tales recursos en actividades “más productivas”, tales como
prestarle a la corona para la atención de sus urgencias bélicas.
Por otro lado, si bien más controlada, la población en las ciudades tam-
bién mostraba creciente descontento en los primeros años del siglo, en par-
te como resultado de las reformas urbanas de finales del siglo XVIII. En la
ciudad de México, los mandatarios novohispanos se habían empeñado en
embellecerla a costa de impuestos muy elevados y en contra de las dispo-
siciones de la propia corona. Este “embellecimiento urbano”, que también
incluyó algunas obras de sanidad, resultó empero benéfico para una parte, la
más céntrica, de la ciudad; lo mismo sucedió en el caso de Guadalajara. Lo
que más destaca de estas reformas fue la habilitación de espacios públicos
–baños, cafés, teatros, fuentes de provisión de agua– donde la población

50 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


intercambiaba ideas, algunas en contra del régimen. Al respecto, vale co-
mentar que no sólo los más pobres se vieron afectados por las medidas del
gobierno virreinal, pues muchos criollos guardaban resentimiento en contra
de los peninsulares que desde hacía varios años llegaron a ocupar cargos en
el gobierno, Iglesia y ejército novohispanos, desplazando a los nativos de
estas oportunidades de ingreso y prestigio.
No era la primera ocasión que la población novohispana sentía agravio
en contra de las autoridades del espacio colonial. Prácticamente durante
los trescientos años previos había habido algún tipo de descontento, muy
similar al que se observa en la primera década de los años ochocientos. Por
lo mismo, no puede afirmarse que este descontento fuera el origen exclu-
sivo de la rebelión insurgente de 1810; fueron muchos elementos, de los
cuales el que más destaca es sin duda la crisis de orden político en la propia
metrópoli.

1800-1808: Las condiciones físicas y financieras

La Nueva España inició el siglo XIX con condiciones económicas desfa-


vorables respecto al resto del mundo noratlántico de aquellos años. En el
ámbito de la tecnología, los escasos adelantos se dieron, por una parte, en la
actividad minera, como consecuencia de una política de la corona española
de fomentar a este sector que aportaba fuertes impuestos al Estado. Años
antes, en las minas de Real del Monte y otras se había intentado resolver el
problema más urgente –el desagüe de las minas– mediante la aplicación de
una máquina europea de columna de agua; incluso se llegó a pensar en la
fabricación local de dicha tecnología. Según Humboldt, la idea fracasó por
el temor de los mineros a que se elevaran sus gastos y consecuentemente
se redujeran sus beneficios. De hecho, el sabio alemán señala que muchos
mineros estaban conscientes de lo atrasado de su tecnología, pero tales in-
novaciones eran inaplicables en un pueblo que, según él, no gustaba de las
novedades. En Guanajuato, cuya mina La Valenciana era la más productiva
del espacio colonial, se aplicó con éxito la pólvora para abrir los grandes
tiros por la vía de la explosiones subterráneas. Así, la manera como daban
ganancias las pocas pero muy grandes minas era principalmente a través del
empleo de la mano de obra.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 51


Aparato para desaguar minas

AGN, Catálogo de mapas, planos e ilustraciones, Minería, vol. 36, exp. 5, cuad. 2, f. 14.

Un sector muy destacado eran las manufacturas textiles de algodón que,


principalmente desde Puebla, eran distribuidas hacia el interior del virrei-
nato. Se fabricaban a través del sistema de trabajo a domicilio, financiado
por los grandes comerciantes/capitalistas del espacio colonial. Los gremios
tenían solamente una importancia relativa. Con nulas innovaciones tecnoló-
gicas, el trabajo textil novohispano se orientó a abastecer el mercado nacio-
nal en tiempos de fuerte competencia con telas extranjeras, mercado que se
vio articulado por la demanda generada por la minería y la expansión de las
ciudades. Si bien los grandes centros productores fueron la ciudad de Méxi-
co, Puebla, Guadalajara y Oaxaca, debe destacarse la zona del Bajío que, en
parte gracias a la minería, para inicios del siglo XIX contaba ya con una red
de caminos y capitales que multiplicaron la presencia de obrajes y tejedores
individuales que combinaban su labor agrícola con el ancestral oficio del
trabajo manual del algodón y la lana. A diferencia de Puebla, el Bajío pro-
ducía casi en igual proporción telas de algodón y de lana, dependiendo de la
disponibilidad de materia prima.

52 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Son contados los casos de innovaciones tecnológicas en la Nueva Es-
paña de la primera década del siglo XIX: alguna mina utilizó técnicas nove-
dosas de desagüe; otro obraje en la ciudad de México aplicaba estampados
con instrumentos especializados y costosos; la construcción de caminos y
puentes hacía uso de algunas mejoras. En general, el progreso tecnológico
era escaso por lo que los otros factores de la producción se desempeñaban
con muy baja productividad respecto a la de países como Francia, Inglaterra
y Estados Unidos, que producían con las últimas novedades en términos de
máquinas y productos químicos, así como en un ambiente de mayor liber-
tad económica. Esto se agravaba ante el hecho de que desde 1789 Nueva
España había ingresado a un esquema de libre comercio relativo y en 1797,
debido a las dificultades bélicas de España en el continente europeo, se ha-
bía declarado el comercio con naciones neutrales al conflicto. Esta apertura,
particularmente fuerte después de la paz de Amiens y de nuevo incremen-
tada después de 1807, así como el relativo progreso tecnológico de otras
naciones atlánticas, dio como resultado que en muy poco tiempo el espacio
colonial novohispano se viera inundado de productos extranjeros.
Los primeros años del siglo XIX muestran una economía que viene en
deterioro desde las últimas décadas del siglo anterior. En las zonas más
productivas el crecimiento poblacional mermó tanto las condiciones agrí-
colas como manufactureras. En el Bajío y en la provincia de Guadalajara
las tierras comenzaron a ser dedicadas más al cultivo de productos que
demandaba la creciente población urbana, con detrimento de la siembra del
maíz que cada vez más se cultivaba en tierras de bajo rendimiento. Estas
siembras las realizaban para su subsistencia los indios, mestizos, mulatos y
algunos españoles pobres. Como ello no les alcanzaba debían prestar ser-
vicio al trabajo de la hacienda y como aun esto era insuficiente, debían de-
dicar largas horas a la manufactura de textiles de algodón, encargada a sus
domicilios por los ricos mercaderes/financieros. Conforme se fue abriendo
la economía novohispana, estos textiles debieron competir cada vez más
con sus similares, más baratos, provenientes de Cataluña y otras partes de
Europa y Estados Unidos.
Como resultado de la escasez de moneda y de instituciones financieras,
en los primeros años del siglo XIX muchas de las relaciones entre los agen-
tes económicos novohispanos involucraban algún tipo de crédito o deuda.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 53


Aunque ilegal, el repartimiento de mercancías era una forma de crédito. Los
trabajadores de las haciendas debían a la tienda de raya; los grandes mer-
caderes de la ciudad de México, Guadalajara y Veracruz proporcionaban a
crédito mercancías domésticas e importadas a comerciantes locales que a su
vez vendían al consumidor utilizando alguna forma de crédito.
Aunque sin duda no fue la primera vez, en los años previos a la rebelión
de Independencia las relaciones entre consumidores/deudores y tenderos/
acreedores se hicieron cada vez más tensas, particularmente como resultado
del incremento de los precios de productos agrícolas que en parte se explica
por la crisis agrícola de 1808-1810. Al parecer resultado de un adelanta-
miento de las lluvias, lo que provocó un periodo pluvial más corto, el alza
de los precios fue una causa del empobrecimiento en el campo; de mayor
delincuencia e incluso de crecidas tensiones sociales y odio indígena hacia
los gachupines y hacia los blancos en general. Esta situación, no inusitada
en el periodo colonial, ponía de cualquier forma nerviosas a las autoridades
virreinales en momentos de dificultades políticas e internacionales a nivel
imperial.
Desde la perspectiva de la población no indígena, los años previos al
inicio de la revuelta del padre Hidalgo muestran en el Bajío, sede de la
“segunda elite” -después de la radicada en la ciudad de México-, una polari-
zación social motivada por el progreso minero de finales del siglo XVIII. El
incremento de esta actividad, que de cualquier modo presentaba elevados
riesgos, llevó a ricos peninsulares y criollos a adquirir las mejores tierras de
cultivo en amplias zonas del Bajío y Valladolid. Esta situación no sólo pro-
vocó el desplazamiento de las clases sociales indígenas y castas hacia tierras
más improductivas; también generó una “elite marginal”, como la de San
Miguel el Grande donde vivían los hermanos Aldama y la familia Allende.
Una parte de esta “elite marginal” se vio afectada por la cédula de consoli-
dación de vales reales de 1804. Esta disposición de la corona española preten-
dió que la Iglesia de Nueva España cobrara los capitales que tenía prestados
a diversas unidades de producción y recolectara los dineros que destinaba a
capellanías y obras pías y los aplicara al mercado de deudas de la corona a fin
de evitar la fluctuación del precio de los llamados “vales reales”.
La consolidación de vales reales intensificó aún más la crisis económica
que vivía el virreinato. Disminuyó la disponibilidad de crédito para el traba-

54 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


jo de muchas unidades de producción, sobre todo en la agricultura; muchas
actividades quebraron o tuvieron que trabajar en condiciones muy preca-
rias, se hizo casi imposible el establecimiento de nuevas empresas. Como
se obligaba a la Iglesia a prestarle a la corona los fondos que tenía para el
sostenimiento de curas y capellanes, éstos se vieron reducidos a la miseria y
con ello cayeron en la pobreza sus entenados, muchos de ellos huérfanos,
viudas, ancianos y pobres.
Las personas que le debían a la Iglesia por préstamos contraídos con
anterioridad, la mayoría de ellos para el trabajo de minas, haciendas, ran-
chos y obrajes, debieron pagar sus deudas, y como no tenían el efectivo
para ello perdieron sus patrimonios por la vía de la venta o del embargo.
Hombres ricos como el marqués de San Miguel de Aguayo cayeron en
bancarrota; el rico comerciante Gabriel de Yermo debió pagar una fuerte
cantidad que si bien no lo llevó a la quiebra, años después, con la escasez de
fondos crediticios, lo enfrentó a fuertes dificultades financieras.
La aplicación del decreto de consolidación de vales reales fue uno de
muchos motivos de la insurrección del padre Hidalgo, pues se venía a su-
mar a una serie de exacciones que sufría la Nueva España desde los últimos
años del siglo XVIII. De manera injusta, pues no se consideraba la capacidad
de pago de las personas, se cobraban los dineros de la consolidación; mien-
tras los colectores se conducían con prepotencia y falta de consideración.
La consolidación de vales reales generó muchas protestas por parte de
diversos sectores de la población novohispana. Son conocidas las represen-
taciones del obispo de Michoacán Manuel Abad y Queipo, quien defendió
la postura de labradores y comerciantes; del corregidor de Querétaro, Mi-
guel Domínguez, quien apoyó a los mineros, y de los regidores del ayunta-
miento de México, Francisco Primo Verdad y Juan Francisco de Azcárate,
que defendieron a esta corporación y que, ante la abdicación del monarca
en 1808, propusieron un plan autonomista para el virreinato. Los auto-
res de estos escritos tuvieron destinos diversos. Abad y Queipo, amigo del
cura Hidalgo, desaprobó su levantamiento en contra del orden colonial y
años después fue acérrimo defensor de la corona. Miguel Domínguez fue
removido de su cargo pero fue restituido gracias a una orden real. Los dos
regidores del ayuntamiento de México se enfrentaron en 1808 al golpe de
Estado de Gabriel de Yermo en contra del virrey Iturrigaray (coludido con

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 55


los autonomistas por conveniencia política). El resultado de este aconte-
cimiento fue la remoción de Iturrigaray y la prisión de los dos regidores.
Aunque el virreinato de Nueva España fue el que más aportó para la con-
solidación, la cantidad no fue suficiente para hacer frente a las deudas de la
corona ante banqueros europeos. Empero, ello no fue obstáculo para que
continuara el despojo del ahorro de aquella economía. En 1803, España
firmó con Napoleón el tratado de subsidios, mediante el cual debía aportar
una cantidad anual. Este compromiso fue “triangulado” con la tesorería de
México, de forma que a fin de cuentas el tratado fue pagado por las teso-
rerías mexicanas. Este mal negocio de la corona española significó no sólo
su bancarrota, sino una exportación neta de capitales del virreinato con
impactos en su capacidad económica futura.
En vista de que el virreinato novohispano dependía fuertemente de insu-
mos importados, particularmente para la actividad minera, y que los puertos
españoles estaban bloqueados, en la primera década del siglo XIX se debió
recurrir cada vez más al llamado “comercio neutral”. Surgido de los años de
las guerras imperiales en los últimos años del siglo XVIII, el comercio neutral
fue una excelente oportunidad de negocios para un grupo de empresarios
españoles de entre los que destaca sin duda la Casa Gordon y Murphy. Con
el privilegio otorgado por la corona, estos empresarios se enriquecieron de
manera considerable mediante la contratación de barcos, sobre todo norte-
americanos, para la exportación de los caudales acopiados por la consolida-
ción, el transporte de productos novohispanos exportados por el puerto de
Veracruz (plata, cochinilla, azúcar) y la importación de una miríada de bie-
nes extranjeros baratos. En materia de número de barcos y valor de las mer-
cancías, el comercio neutral fue particularmente intenso después de 1808.
Entre muchos otros, el comercio neutral de finales de la primera década
del siglo XIX fue un elemento importante para determinar las condiciones
económicas de México en las décadas posteriores.

El impacto inicial de la guerra de Independencia

El padre Hidalgo, al igual que Allende y Aldama, formaba parte de esa “élite
marginal” que desde varios años venía padeciendo grandes dificultades y
frustraciones económicas. Esto contrastaba con las familias más ricas del

56 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Bajío, terratenientes beneficiados por la acumulación de fortunas generadas
en el comercio y la minería. Un ejemplo de las dificultades que enfrentaron
estas “élites marginales” fue precisamente el del padre Hidalgo, quien du-
rante algunos meses vio embargada su única hacienda por no poder pagar
las deudas generadas por la consolidación de 1804.
La insurrección de Hidalgo se planeó para diciembre de 1810, cuando se
hubiera levantado la cosecha de aquel año. Sin embargo, como fue descu-
bierta la conspiración, el cura de Dolores optó por adelantar su llamado a la
revuelta en contra de los españoles y a favor del rey cautivo y la Iglesia. Del
primer alzamiento en el pueblo de Dolores, los aun pocos rebeldes se des-
plazaron a San Miguel, donde iniciaron el saqueo de haciendas. A su llegada
a Celaya, cuando fracasaron las conversaciones para la entrega pacífica de la
plaza, los insurrectos entraron y capturaron aquella ciudad. Las élites locales
no pudieron combatir a los rebeldes pero tampoco las apoyaron.
Con rapidez, el movimiento de Hidalgo se extendió por el Bajío, llegó
a Guanajuato y saqueó la Alhóndiga de Granaditas, donde el intendente
Riaño se había guarecido con los españoles y caudales de la región. Con
el saqueo de fuertes cantidades de plata y asesinato de muchos hombres
ricos se resquebrajó el sistema crediticio que sostenía a la actividad minera,
agrícola e industrial. Igual de grave fue que con la rebelión se cortó el abas-
tecimiento norteño de muchos insumos que utilizaba la rica zona del Bajío.
En pocas semanas los obrajes de Querétaro se vieron desabastecidos de la
lana proveniente del norte novohispano. Hacia la otra dirección, el abaste-
cimiento de dinero, víveres y manufacturas a ciudades lejanas como Saltillo,
Monterrey, Durango o Chihuahua se vio también interrumpido. Las dimen-
siones del saqueo a todo tipo de unidades económicas se incrementaron
cuando a finales de octubre otros pueblos de Guanajuato, Michoacán, la
zona de Toluca y hasta Puebla y Veracruz se unieron al movimiento.
El colapso minero del Bajío y otras zonas se dio durante prácticamente
todo el periodo de la guerra de Independencia. Una causa fue precisamente
este levantamiento. Otra de las razones se debió a un problema que hoy lla-
maríamos “estructural” pues la actividad minera dependía del favor del go-
bierno, en especial de la provisión de azogue, tan importante para convertir
el óxido de plata en metal. El sistema de apoyos que recibía la actividad
minera de la corona se vio fuertemente vulnerado por la descomposición

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 57


social, su efecto sobre los caminos y transportes así como sobre el financia-
miento del Estado español.
En octubre de 1810 los insurgentes marcharon hacia Valladolid, donde
cundía el pánico ante la noticia de que no sólo saqueaban sino que también
ejecutaban gachupines; fue así que algunos distinguidos europeos salieron
de la ciudad con rumbo a la capital virreinal. Entre estos se hallaba el obispo
Abad y Queipo quien, con no pocas dificultades, llegó a su destino.
A la llegada de los insurgentes se entablaron pláticas con los represen-
tantes del ayuntamiento. Éstos apuntaron que en la ciudad vivían españoles
casados con criollas, pero la respuesta fue que todos serían arrestados. A
mediados del mes los rebeldes ingresaron en la ciudad y, con el pesar de los
jefes de la insurrección, la tropa se dio al saqueo e incendio de varias casas.
El efecto económico de estas acciones fue el abandono y pobreza de la ciu-
dad, el cual duró hasta después de consumada la Independencia.
Otras partes de las zonas de guerra experimentaron un fuerte colap-
so económico. En el caso de la intendencia de Valladolid ninguna ciudad
escapó a las ocupaciones de insurgentes que saqueaban y quemaban, y de
realistas que llegaron para destruir como castigo por unirse a la causa re-
belde. El asunto fue más grave en el campo, incluso después que terminara
la rebelión de Hidalgo. Y es que lo que los ejércitos guerrilleros no destru-
yeron, los realistas lo arrasaron al buscar comida, caballos, armas; dejando
destruida tras su marcha toda posibilidad de que el enemigo pudiera apro-
vechar aquellas tierras. En el caso de la intendencia vallisoletana, múltiples
fuentes judiciales de años posteriores a la guerra muestran cómo se redujo
o eliminó toda posibilidad de recuperar la actividad económica: animales,
semillas, obras de irrigación, herramientas, libros de cuentas, cercos, moli-
nos, etcétera.; todo sufrió merma o fue completamente destruido. Cuando
se restableció una aparente normalidad, muchos propietarios habían aban-
donado sus tierras, dejándolas a aparceros y arrendatarios, que las dedicaron
fundamentalmente a su propia subsistencia. Esta situación contrasta con lo
que sucedió en la provincia de Guadalajara, donde prevalecieron las grandes
unidades familiares agrícolas.
No todas las unidades de producción fueron destruidas. En los años
previos a la insurrección, las grandes haciendas del norte, tan cercanas
como la zona de León y San Luis Potosí, no mostraron la explotación ge-

58 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


neralizada que se dio en el caso del Bajío central. Muchas personas con-
tinuaban viviendo adentro de estas grandes haciendas, recibían su pago y
sus raciones semanales de maíz. Cuando Hidalgo, después de su triunfo en
el Monte de las Cruces y su decisión de no entrar en la ciudad de México,
marchó hacia Querétaro, los milicianos de estas haciendas norteñas, sobre
todo de San Luis Potosí, fueron los que infligieron la primera derrota a las
tropas insurgentes.
El fracaso de Aculco determinó la marcha hacia Guadalajara, donde
desde inicios de la insurrección se venía gestando un apoyo importante a la
causa. Esto respondía a que, pese a que antes de la insurrección la situación
de Guadalajara era similar a la del Bajío, se venía dando una cuestión que
la hacía única: en la intendencia de Nueva Galicia había muchos pueblos,
terratenientes y haciendas con grandes poblaciones residentes. Ambas ins-
tituciones se disputaban recursos cada vez más escasos, lo que llevó a la
comercialización tanto de estos como de la mano de obra de los pueblos.
Parte de esta mano de obra se desplazó a la ciudad de Guadalajara para de-
dicarse a las labores artesanales. La inestabilidad económica que representa-
ba este cambio, y viejos litigios de tierras entre haciendas y pueblos fueron
campo fértil para la insurrección.
Pesa a que fue en Guadalajara donde Hidalgo propuso las reformas so-
ciales más destacadas y que ingresó en la ciudad con fuerte apoyo, pronto
fue traicionado y en lugar de mantener la legalidad, permitió que la turba
también se diera al saqueo. Como ya se tenía una idea de lo que los rebeldes
eran capaces, muchas familias españolas huyeron hacia el puerto de San
Blas. Aun así, la falta de colaboración por parte de la población tapatía fue
la ocasión para que Hidalgo realizara el mayor número de ejecuciones.
La falta de un plan militar significó la derrota de los insurgentes en la
batalla de Calderón, en enero de 1811. Además, las plazas ganadas por las
tropas rebeldes se perdían por falta de previsión sobre cómo mantener tales
posiciones. Después de la derrota en Guadalajara, un buen número de tro-
pas rebeldes se dispersó y los caudillos se desplazaron a Zacatecas.
El ayuntamiento de esta ciudad contaba con elementos adeptos a la
insurgencia. Sin embargo, el principal apoyo que hallaron los insurgentes
consistió, como en otras partes, de operarios de las minas, artesanos –que
de tiempo atrás venían enfrentándose a periodos de desempleo– y vagos.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 59


En el campo, que en una parte de la intendencia experimentaba una si-
tuación similar a la del Bajío, la insurgencia también recibió cierto apoyo,
pero en general puede afirmarse que, debido a la falta de organización del
movimiento, la deserción fue alta y la mayoría de las poblaciones que iban
siendo ocupadas pronto quedaron expuestas a las fuerzas realistas. Puede
afirmarse que en Zacatecas el declinante movimiento de Hidalgo no logró
desmantelar las estructuras que impuso el dominio español. En pocos me-
ses, penisulares y criollos zacatecanos regresaron para consolidar aún más
la élite local.
En parte gracias a su postura ambigua frente a la insurgencia, Zacatecas
no experimentó la catástrofe minera que se vio en el Bajío. La producción
se detuvo los meses que los insurgentes ocuparon esa zona, pero cuando
ésta regresó a manos realistas la situación se normalizó y, más importante,
no experimentó la destrucción de sus sistemas de crédito y producción; a lo
más hubo problemas de abasto de insumos mineros provocados por la inse-
guridad de las comunicaciones. Así, aunque no con las dimensiones previas
a la guerra, tanto las minas cercanas a la capital como las más alejadas en
las zonas de Fresnillo y Sombrerete continuaron produciendo durante el
periodo. Un elemento importante para el estímulo de la producción zacate-
cana fue el establecimiento de la Casa de Moneda local, lo que facilitaba la
conversión de las barras de plata en moneda.
Las condiciones favorables de la minería zacatecana continuaron y en
1819 las autoridades de la intendencia se mostraban optimistas respecto
a la recuperación de la agricultura y el comercio. Cierto es que se nota un
decaimiento en los años de 1820 y 1821, pero la recuperación vino después
para no decaer en los siguientes lustros. Una prueba palpable de que Zaca-
tecas mantenía una economía próspera fue la gran cantidad de recursos que
obtuvo su tesorería; recursos que, contra los deseos de las autoridades en la
ciudad de México, fueron destinados a la formación de milicias locales y al
apoyo a las provincias del norte lejano.

Ciudades y caminos

Los años que van de 1810 a 1821 no fueron estrictamente de devastación


económica pero sí lo suficientemente graves como para determinar las di-

60 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


fíciles condiciones materiales de las primeras décadas del México indepen-
diente. En el ámbito de la agricultura, la situación fue despareja. El Bajío y
occidente experimentaron fuertes pérdidas de cosechas, con el consecuente
desabasto e incremento en precios. En el sur, específicamente Oaxaca, aun-
que también en Puebla y Valladolid, todavía en 1814-1815 continuaban las
difíciles condiciones de producción como resultado del saqueo, abandono
de unidades de producción por parte de empresarios y trabajadores, así
como las dificultades de comercio y transporte. Por otro lado, aunque para
1818 se había logrado la pacificación de una parte importante del virreinato,
el llamado “jardín de la Nueva España” (Michoacán) continuaba siendo una
tierra “arruinada” donde los precios alcanzaban magnitudes estratosféricas.
La tierra caliente de esta provincia, misma que vio nacer el Plan de Apatzin-
gán, mostraba en 1820 una situación de destrucción.
Las ciudades del centro de México fueron afectadas fuertemente por la
difícil situación económica. El efecto, sin embargo, no fue igual en todas,
aunque un elemento importante a señalar es que, ante la inseguridad, una
parte de la población del campo se desplazó hacia los centros urbanos, lo
que provocó dificultades para su abasto. Igualmente, las tropas realistas in-
cendiaban ranchos y otras unidades en pos de una estrategia de “congregar”
en las ciudades o pueblos a los insurrectos.
Si bien los insurgentes no llegaron a la ciudad de México, las tropas
comandadas por los Villagrán en la zona de Huichapan, Osorno desde el
oriente, el padre Cañas desde Querétaro, Villa del Carbón, Tepexi del Río,
Chapa de Mota y Xilotepec, y Morelos en el sur, interceptaban víveres y pla-
ta destinados a la urbe. Artículos tan necesarios como carbón, aves, zacate,
verduras, leña, panocha y miel ya no eran provistos por los indios porque
los hacendados ya no hacían tratos con ellos, o lo hacían a precios muy
reducidos. Los antiguos monopolios de la carne, producto muy consumido
en la ciudad de México, pronto se vieron rebasados por tratantes individua-
les que además abastecían animales enfermos. En general se dio un acapa-
ramiento de productos e incluso no faltaron las confiscaciones militares de
lo que ingresaba en la ciudad. Inútilmente, las autoridades virreinales y de
la ciudad dictaron bandos para reforzar garitas y disciplinar a los soldados
y policías. La epidemia de 1813 en muchos sentidos se debió a la escasa
alimentación de las clases más necesitadas.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 61


La ciudad de Guadalajara no sufrió el desabasto de la capital virreinal, a
juzgar por el comportamiento de los precios de la carne. Y no obstante que
años antes la ciudad de occidente venía experimentando un fuerte repunte
en la demanda por el crecimiento demográfico, éste fue atendido de manera
muy eficaz por las producciones ampliadas de su hinterland agrario. Por otro
lado, después de 1812 Guadalajara vivió un fuerte proceso de mercantili-
zación de su espacio con motivo de la llegada de los “panameños”, comer-
ciantes sudamericanos que trajeron capitales y modificaron el panorama
económico del occidente novohispano. No menos importante fue el repun-
te de la importancia del puerto de San Blas como resultado de la ocupación
de Acapulco por parte de las tropas de Morelos entre 1812 y 1815.
Una explicación de la caída en la producción que provocó la guerra de
Independencia es la que se encuentra en la insurrección de los brazos que
trabajaban el campo, las minas y las manufacturas. Después, sobre todo en
las zonas más fértiles del Bajío y Michoacán, la crisis se dio por la “movili-
zación” que se hizo de estos mismos brazos para apuntalar el esfuerzo con-
trainsurgente. Debe considerarse también que en algunas partes de Nueva
España, específicamente la zona de la Huasteca, la sequía continuó hasta
1811. Grave como era todo esto, en la coyuntura quizá lo haya sido más la
interrupción del comercio por la inseguridad de los caminos.
Los insurgentes que pretendían derrocar al gobierno de Nueva España se
enfrentaban militarmente a un enemigo muy poderoso. Por ello recurrían a
grandes números de rebeldes. Sin embargo, cuando no era posible movilizar
a un gran contingente de hombres, como ocurrió en el caso del actual estado
de Morelos y en Oaxaca, se recurría a la guerra de guerrillas. Ante el poder de
las tropas realistas, Morelos recurrió a este tipo de lucha, que continuó con
otros caudillos hasta finales de la década. El comercio, el cobro de impuestos
y el correo se vieron reducidos por las guerrillas, el bandidaje –tan común
desde años atrás–, la ocupación de haciendas y ranchos, y la utilización de
las mejores bestias de carga para actividades militares. La inseguridad de los
caminos provocó que tanto militares como insurgentes “vendieran” protec-
ción al mejor postor; por ejemplo, se tiene testimonio que los comerciantes
de Veracruz pagaban sumas exorbitantes para ganar salvoconducto a sus
mercancías. El costo de tal transacción excluía a los pequeños y medianos
comerciantes que por lo general funcionaban con crédito.

62 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Una solución al problema de la inseguridad en los caminos fue el estable-
cimiento de convoyes. Si bien este sistema funcionó, se sabe que los comer-
ciantes jarochos continuaron pagando a los rebeldes para poder ingresar o
extraer mercancías del puerto de Veracruz. Por otro lado, aparte de su costo,
el sistema de convoyes tuvo consecuencias sobre la economía novohispana
pues, aparte del efecto que eventualmente pudieran haber tenido las incur-
siones insurgentes posteriores a 1815, todo lo que no formaba parte de uno
de estos grandes grupos de mulas y carretas era confiscado por el coman-
dante en turno. La mercancía capturada de forma ilegal era comerciada al
interior del espacio colonial, lo que llevó al surgimiento de un nuevo grupo,
“el militar mercader”, lo que en algunos casos significó un estímulo a las eco-
nomías locales. Caso de ejemplo fue el surgimiento de ferias ilegales donde
se vendían estas mercancías, como las que aparecieron en Puebla y Orizaba,
o la “conversión” experimentada en Querétaro, que pasó de la fabricación
de telas a la confección de uniformes. Fue común que durante la guerra es-
tos y otros productos fueran regularmente abastecidos a los campamentos
insurgentes y realistas.
A pesar de esto último, puede afirmarse que en general la situación de
guerra que se vivía en el centro de Nueva España, en la zona que ahora es
el estado de Guerrero, en la Huasteca, y en el sur afectaba la economía de
las ciudades, pues se redujo considerablemente la llegada de productos a
estos centros de consumo. La ciudad de México era el mercado de consumo
más grande de Nueva España, exigía grandes cantidades de alimentos, más
aun como resultado de las corrientes migratorias ocasionadas por la guerra.
La capital virreinal se abastecía de todas las regiones e incluso del exterior,
pero el abasto más ponderado venía de sus zonas aledañas, regenteadas por
comerciantes y abastecedores de gran poder económico y político. Princi-
palmente por esta razón, la guerra de Independencia hizo evidente la vulne-
rabilidad de este espacio urbano.
Aunque nunca cayeron en manos de los insurgentes, las ciudades de
México y Puebla se vieron afectadas por la conflagración. La escasez provo-
cada por aspectos institucionales como la especulación y la concentración
de la actividad comercial, la interrupción de los caminos y el repunte en la
demanda por la migración hacia las ciudades, provocaron una incontrolable
alza de precios que, al menos en el caso del maíz y el trigo, se venía a agre-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 63


gar a una tendencia creciente desde finales del siglo XVIII. Para el resto del
espacio colonial, los precios de los productos comportan un crecimiento
que podría entenderse en parte como resultado de la guerra y su impacto
sobre las zonas agrícolas y la producción del producto “líder”: el maíz. Este
periodo de precios altos no es, empero, particular de Nueva España toda
vez que al parecer el precio de los alimentos mostró un repunte importante
en todas las economías atlánticas de la época.

Minería

Por la razón que fuera, el aumento de los precios impactó fuertemente a la


minería, la principal actividad exportadora de Nueva España, en tanto que
hizo poco redituable la explotación de yacimientos de baja ley, de los cuales
había muchos en Nueva España. Grave como era esto, no fue el peor golpe
que sufrió la minería en el periodo. Lo que más afectó a esta actividad fue la
desorganización del capital y del trabajo. En el caso del capital, el efecto se
dio por el colapso del sistema de crédito; en palabras llanas, los dueños del
capital perdieron la confianza de que la actividad minera rindiera utilidades.
En el caso del factor trabajo, los que no se unieron al levantamiento hu-
yeron de la violencia o fueron reclutados por los dueños de las minas para
combatir a los insurgentes.
Tal y como sucedió con otras actividades económicas, y a pesar de los
problemas señalados, la minería novohispana se sostuvo durante los años
de la guerra de Independencia, aunque en menor escala que antes. Se die-
ron los casos de Taxco y Zacatecas, cuyas actividades mineras no se vieron
afectadas por la insurgencia. Lo mismo sucedió en los minerales norteños
de Cosalá y Durango. En los primeros dos casos, la actividad productiva se
redujo como consecuencia de los costos; en los segundos, la situación per-
maneció como antes de la guerra, aunque es seguro obtuvieran sus insumos
por la vía del contrabando. Otra de las razones por las que la minería se
sostuvo durante la guerra se debió a la labor de buscones y regatones que,
en una escala pequeña, trabajaban y comerciaban con el mineral.
En los siglos anteriores, la minería novohispana creció en parte por el
llamado sistema de “rescates”. La conformación de esta forma de crédito,
realizada por grandes comerciantes de la ciudad de México con sus agentes

64 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


en los reales mineros, se dio en parte por el monopolio de amonedación que
durante dos siglos y medio ejerció la Casa de Moneda de la ciudad de Méxi-
co. Así, a cambio de plata en lingotes, la ceca de México proporcionaba mo-
neda fraccionaria de plata a los mineros y comerciantes grandes y pequeños.
A pesar de este mecanismo, en Nueva España siempre escaseó este tipo de
moneda. Es probable que la persona común realizara transacciones por la
vía del trueque, como sucedía en las haciendas y otras unidades, donde un
trabajador intercambiaba su mano de obra por productos. En los pueblos,
villas y ciudades, si la persona acudía a alguna tienda, que en la época se
llamaban “pulperías”, utilizaba los llamados “tlacos”, seudo monedas (de
cuero o madera) expedidas por la propia pulpería o por un conjunto de ellas
como medio para facilitar la venta de sus productos.
El problema de la escasez de moneda se agravó después del inicio de
la insurrección de 1810. Fue por este motivo que varias ciudades del espa-
cio colonial solicitaron la apertura de casas de moneda locales. Con o sin
anuencia de las autoridades, entre 1811 y 1814 se abrieron casas de moneda
en Chihuahua, Durango, Sombrerete, Guadalajara y Zacatecas.
En vista de que la Casa de Moneda de México perdió autoridad sobre
estos establecimientos, presentó diversas quejas aduciendo no sólo que los
mineros se verían perjudicados al recibir menos moneda por sus extraccio-
nes, sino que la medida de crear cecas provinciales fortalecería el poder de
los grupos económicos regionales. Pero la moneda fraccionaria era impres-
cindible para el comercio y ello justificaba la postura de las provincias que la
solicitaron para sus transacciones; los bandos insurgentes también empren-
dieron una política de fabricación de monedas, el gobierno virreinal acuñó
unas cuantas monedas de cobre, e incluso no faltó quien recurriera a la muy
lucrativa falsificación y acuñación clandestina. Yucatán, que por no contar
con minas desde hacía muchos años recibía de la ciudad de México una can-
tidad en plata denominada “situado”, planeó la fabricación de moneda de
cobre. Ante el fracaso del proyecto, se procedió al comercio exterior como
forma de obtener dinero contante.
La apertura de casas de moneda provinciales respondió también a la
necesidad que tenían los grupos económicos locales de reducir la hege-
monía de la ciudad de México. Sin embargo, cuando terminó la etapa más
violenta de la guerra, en 1816 y 1817 se clausuraron las casas de moneda

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 65


locales con el pretexto de que las monedas fabricadas eran defectuosas.
Sólo se dejó abierta la Casa de Moneda de Durango, debido a la distancia
que la separaba de la capital. Aun así, debido a la escasez de insumos, no se
pudo solucionar el problema de la falta de moneda en ésta y otras regiones
norteñas, por lo que continuó disminuyendo la producción y consecuente-
mente la actividad mercantil.
Las monedas de las casas provinciales eran, efectivamente, imperfec-
tas, pero contenían más plata que las fabricadas en la casa de México. Fue
por esta razón que estas acuñaciones fueron demandadas por el comercio
exterior. De hecho, las monedas fabricadas en estos ingenios fueron casi
todas extraídas del espacio colonial. Este numerario sirvió para dotar de
insumos a la minería provincial, que pronto descubrió que para proveerse
de azogue y otros productos era innecesario, costoso e inseguro el sistema
de importación por el puerto de Veracruz. Fue por tal motivo que se diseñó
el transporte de insumos mineros desde Veracruz a Altamira y de ahí a San
Luis Potosí, desde donde se distribuía al norte y occidente del virreinato.
Aun así, el costo del azogue se incrementó considerablemente, en particular
con motivo de la enorme distancia que debía recorrer, a la escasez de mulas
y a la muerte de muchos arrieros provocada por la epidemia de 1813 en
Altamira y Tampico.

Comercio exterior

Aunque la ruta de introducción de azogue y otros productos por Altamira


hacia San Luis era legal, la extracción de plata por este conducto se consi-
deraba contrabando. De hecho, según la ley sólo se podía extraer metal por
el puerto de Veracruz. Se sabe, sin embargo, que mucha plata en lingotes
salió por puertos como Altamira o Tampico. Esto resulta de una caracte-
rística del sistema imperial que se venía agravando desde finales del siglo
XVIII y que consistía en leyes e instituciones sumamente rígidas que hacían
muy onerosa la actividad del comercio exterior y, consecuentemente, muy
atractivo el contrabando.
Aun así, las cifras oficiales muestran que durante la guerra de Indepen-
dencia, después de 1812, el comercio exterior por Veracruz se mantenía
como en los primeros años de la década de 1790. Sin embargo, los datos

66 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


del comercio exterior deben compararse con el tamaño de la economía.
Aunque no se tiene toda la imagen (mucho menos cifras), se puede afirmar
que en los últimos diez años de la dominación española el comercio exterior
representó una proporción mayor de la economía, si bien no porque crecie-
ra sino porque se redujo la actividad económica.
Deben comentarse, empero, los componentes del comercio exterior du-
rante la guerra de Independencia. Las cifras oficiales, que sólo registran el
movimiento por Veracruz, muestran que después de un largo periodo de
superávit comercial, en los últimos seis años de la dominación española
la balanza comercial novohispana mostró un déficit. Las importaciones se
incrementaron sustancialmente. Éstas casi siempre provinieron de España,
desde donde los europeos más que la propia metrópoli, introdujeron todo
tipo de mercancías al territorio novohispano. La introducción de produc-
tos al espacio colonial también creció por el comercio neutral y la reex-
portación, legal a partir de 1808, originada en otros puertos americanos,
particularmente La Habana. Por su parte, desde Veracruz disminuyeron las
únicas exportaciones novohispanas, plata y grana cochinilla, sin duda por
el contrabando pero también por la apertura de otros puertos al comercio
exterior. Tal fue el caso de Tampico, que se legalizó en 1817.
La apertura de la aduana tampiqueña fue muy impugnada por el consu-
lado de Veracruz, que obtenía grandes ganancias de la disposición de que
toda mercancía que llegara a costas novohispanas debía pasar primero por
el puerto de Veracruz. Tal situación había sido precisamente uno de los re-
clamos, casi autonomistas respecto a Madrid y la ciudad de México, del gru-
po político de la península de Yucatán, sobre todo del puerto de Campeche.
En 1814, este grupo elaboró y aprobó su propio reglamento de comercio
que permitía la importación de lo que más requería (por ejemplo, harina), así
como de un conjunto de productos extranjeros enviados desde La Habana.
El reglamento yucateco fue aprobado por la corona española en 1817.
El resultado de la apertura de Tampico, así como el reglamento de co-
mercio yucateco, fueron causas del enorme incremento en el contrabando.
Esta situación fue impugnada por el consulado de Veracruz, que reiterada-
mente había advertido sobre las consecuencias de legalizar más puertos de
entrada a Nueva España. La queja del consulado respondía a las medidas
adoptadas por las autoridades virreinales que permitieron la llegada de bar-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 67


cos no españoles a muchos puertos americanos, excepto Veracruz. El con-
sulado del puerto no estaba en contra del comercio libre, pues observaba
la enorme escasez de productos que en esos años experimentaba el espacio
colonial; lo que deseaba era ser partícipe de dicho comercio
Además de las quejas de la corporación, un hecho era incontestable: la
población novohispana con recursos se había acostumbrado a las manufac-
turas europeas y norteamericanas: telas, papel, hierro, licores, especias, et-
cétera, aunque el grueso de la población, la más pobre, vivía de sus propias
producciones o adquiría productos desechados por las clases pudientes.
Ante este hecho, y dada la imposibilidad de establecer mínimas medidas
de control, las autoridades metropolitanas y virreinales, sin considerar los
efectos económicos, permitieron la entrada de cualquier producto extranje-
ro; de ahí que se aceptara el comercio neutral (que repuntó en 1817-1818 y
1820) o de plano que mirara para el otro lado.

El erario novohispano

Los años de la guerra de Independencia novohispana presenciaron un cam-


bio legal que condicionó en muchos sentidos su economía, reformas que
en muchas ocasiones se dieron sólo en el papel, pero que en otras llegaron
a aplicarse. Esta afirmación es particularmente certera para el caso de la
fiscalidad. Casi desde el inicio del periodo aquí estudiado, ésta se fue cons-
truyendo con la idea liberal de que todos los habitantes pagaran los mismos
impuestos.
Los primeros indicios de que la situación tributaria novohispana se mo-
dificaría se dieron en el ámbito del tributo, el impuesto que pagaban indios,
castas y mulatos. Justo antes de que iniciara la rebelión de Hidalgo en 1810,
el virrey Venegas, por cuestiones políticas más que distributivas, ordenó la
eliminación del tributo de indios; si bien poco tiempo después lo extendió a
los otros dos grupos sociales. En la misma disposición se determinó que los
indios pagarían la alcabala, un impuesto del que se hallaban exentos desde
su creación a finales del siglo XVI. En 1815, con el restablecimiento del go-
bierno absolutista en España, volvió a aparecer el “tributo de indios”. Con
ese nombre fue definitivamente eliminado en 1820, cuando de nuevo entró
en vigencia el liberalismo de la Constitución de 1812.

68 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Las medidas del virrey Venegas no fueron obstáculo para que se diera el
levantamiento del padre Hidalgo. Si se considera que tanto el cura de Dolo-
res como Morelos pretendían reducir la presión fiscal que experimentaba la
sociedad novohispana desde finales del siglo XVIII, resulta lógico el decreto
de abolición del tributo y la esclavitud publicado por Hidalgo un mes des-
pués del grito de Dolores. En este mismo decreto se señala la necesidad de
eliminar la alcabala, pero por las atenciones de la guerra sólo se redujo y se
aplicó a todos por igual. También se eliminaban los monopolios que, como
en el caso del tabaco, vendían un producto caro y malo.
Lo más importante del decreto de Hidalgo es que apuntaba al principio
de igualdad fiscal; es decir, que todos debían pagar impuestos. La novedad
es que las cargas debían ser menores a las aplicadas por el oprobioso siste-
ma fiscal virreinal. En 1811 la Junta de Zitácuaro buscó establecer un plan
general de impuestos, idénticos a los que desde siempre aplicara la real ha-
cienda, pero eliminando o reduciendo los más injustos y pesados para la po-
blación pobre. Por supuesto, las realidades de la guerra hicieron imposible
el logro de este ideal insurgente. En cambio, el gobierno rebelde sobrevivió
hasta 1814 con las llamadas “fincas nacionales”, haciendas y ranchos con-
fiscados a los enemigos (españoles o criollos). Estas tierras fueron adminis-
tradas de manera directa o por arrendamiento con el objeto de hacerlas pro-
ductivas. Como se requerían hombres para trabajar las tierras, se recurrió al
arrendamiento e incluso a la utilización de presidiarios. En cualquier caso,
la administración de las fincas nacionales fue muy productiva para las arcas
insurgentes, lo que demuestra que, al menos hasta la muerte de Morelos a
fines de 1815, los rebeldes lograron establecer un gobierno con sus propios
medios económicos e incluso hasta con un sistema fiscal en ciernes.
Entretanto, en los últimos años de la dominación española la hacienda del
rey pasó por momentos difíciles. El año de 1809 fue el de mayor recaudación
bruta en la historia de la real hacienda de Nueva España. A partir de entonces
los ingresos se redujeron considerablemente hasta llegar a ser un tercio de lo
que fueron en aquel año. Y es que el centro del virreinato, la zona que más
contribuía al erario, fue escenario de la parte más violenta de la guerra; cuan-
do esta etapa terminó, sufrió numerosas incursiones guerrilleras, inseguridad
en sus caminos y un relajamiento generalizado en el pago de los impuestos.
Este último aspecto en parte se explica por el llamado Plan Calleja.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 69


Desde fines de 1810 el movimiento insurgente se había extendido a
provincias como Puebla, Oaxaca y Veracruz. El ejército virreinal pronto
mostró su incapacidad para defender tan diversas posiciones, para despla-
zarse con facilidad y para defenderse de las emboscadas en los caminos.
Fue entonces que a mediados de 1811 el comandante militar, Felix Calleja,
planeó que los pueblos, villas y ranchos formaran sus propios “cuerpos de
patriotas”. Estas milicias requerían de dinero para salarios, armas y caballos.
El recurso se generó con la creación de impuestos extraordinarios (en dine-
ro y en especie) al interior de cada localidad. Ante este nuevo gravamen, la
población evadió el pago de impuestos destinados para el centro virreinal
o imperial. En el nivel provincial, el Plan Calleja y en general la inseguridad
para personas y valores que se generó en los caminos del espacio virreinal
fueron la excusa para que las autoridades locales y provinciales dejaran de
enviar sus excedentes a la ciudad de México o a las tesorerías deficitarias.
La caída de los ingresos del erario novohispano resultaba grave pues de
las tesorerías mexicanas dependían en buena parte las posesiones españolas
en el Caribe, la península de Yucatán y el extenso norte que colindaba con
los Estados Unidos, entonces en guerra con Gran Bretaña, pero a partir
de 1815 fortalecidos y con ambiciones de expansión territorial. Para hacer
frente a estos gastos y a las necesidades de la metrópoli que entre 1808 y
1814 se hallaba invadida por Napoleón, las autoridades virreinales se vieron
obligadas a aplicar nuevos impuestos generales para la población. Por una
parte, se incrementaron las tasas de alcabala; primero en 1811, después en
1816. Ambas alzas proporcionaron recursos que sin duda fueron insuficien-
tes y generaron enorme descontento entre la población.
Ante la disminución de ingresos y el aumento de los gastos, sobre todo
militares, las autoridades virreinales debieron recurrir a pedir prestado hacia
el interior del espacio colonial. El expediente no era nuevo: cuando un es-
tado se halla en urgencias, la forma más rápida de conseguir dinero es pedir
prestado a los ricos (y a veces hasta a los pobres) del país gobernado. En los
meses inmediatamente posteriores al inicio de la rebelión, se recolectaron
préstamos para socorrer a la península en su lucha contra el ejército francés.
Las solicitudes procedentes de España siempre eran urgentes y conminaban
a los novohispanos a hacer acopio de sus riquezas, a deshacerse de lo super-
fluo, a asociarse para el acopio de la mayor cantidad de recursos. A pesar del

70 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


duro golpe que significó la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales,
se utilizó a la iglesia para la obtención de estos recursos extraordinarios. Fue
este apoyo el que en parte permitió que la Real Hacienda de Nueva España
echara mano de “ahorros” de los novohispanos, como lo eran las cajas de
comunidad de los indios, los montepíos civiles, los recursos de los ayunta-
mientos, las herencias en litigio, etcétera.
Además de la Iglesia, los consulados de México, Veracruz y Guadalajara,
el Tribunal de Minería, hacendados y burócratas fueron aliados importantes
en la labor de obtener recursos prestados ya fuera para la península, hasta
1811, ya para el propio virreinato. Estos miembros de la élite novohispana
se organizaban en cuerpos ad hoc que decidían cómo se obtendría el prés-
tamo entre la población, sobre todo de los grandes centros mercantiles,
y cuáles serían los impuestos que serían hipotecados para el pago de los
réditos. Tal situación hizo crisis en los últimos años del periodo colonial
pues las autoridades hacendarias dejaron de pagar los réditos, lo que no sólo
provocó descontento, sino el temor de los capitalistas de que sus riquezas
se vieran aún más reducidas. Esto fue un motivo más para la fuerte fuga de
capitales ocurrida en aquellos años, que en muchos sentidos limitó la recu-
peración económica de las décadas posteriores. Los miembros de la clase
alta que permanecieron en el virreinato pronto se unirían al movimiento de
Iturbide, el que consumó la Independencia en 1821.
En 1813 el nuevo virrey, Félix María Calleja, comunicaba a las autorida-
des en España que el erario se hallaba totalmente exhausto, en deuda y sin
crédito. Esta situación resultaba, decía el virrey, de la interrupción de los
caminos, de la paralización de la agricultura, la industria, el comercio y las
minas. Además, la ciudad de México no contaba con los recursos de la Casa
de Moneda pues se habían abierto establecimientos de este tipo en otras zo-
nas del virreinato. Fue en ese momento tan difícil para Nueva España que
en el nivel imperial se implementaron las reformas emanadas de la Consti-
tución de 1812. Destacan en este sentido las reformas fiscales, específica-
mente la contribución directa de noviembre de 1813 que en Nueva España
se denominó “contribución extraordinaria de guerra”. Este gravamen, muy
parecido al impuesto sobre la renta de hoy en día, fue recibido con beneplá-
cito por las autoridades virreinales que vieron la oportunidad de mejorar la
condición del tesoro. Sin embargo, muchos ayuntamientos y diputaciones

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 71


provinciales, entonces representantes de los contribuyentes novohispanos,
rechazaron la nueva carga con el argumento de que sólo las cortes en Espa-
ña, y no el virrey en Nueva España (figura política que había desaparecido
de la legislación liberal) podían aplicar impuestos a la población.
El problema resolvió al caer el régimen liberal en España. La restaura-
ción del absolutismo en 1814 permitió al virrey Calleja aplicar, con nombre
distinto, las contribuciones directas. En 1816-1817 prácticamente todas las
regiones novohispanas pagaron contribuciones directas, pero no fueron su-
ficientes para aliviar la penuria del erario. Lo que sí se puede afirmar es que
para cuando México se independizó la población ya conocía los impues-
tos directos y su idea liberal de igualdad, uniformidad y proporcionalidad.
Que por cuestiones recaudatorias se tergiversara este ideal, es un hecho
común en sociedades tan desiguales como la novohispana y posteriormente
la mexicana.
En todo caso, la aplicación de un impuesto nuevo que venía a agregarse
a las sobretasas de alcabala y a otras cargas generales y locales, generó mu-
cho descontento entre toda la población. En 1810 se rebelaron los campesi-
nos, indios y mestizos pobres. En el transcurso de esa década, la población
se educó en una incipiente democracia, tuvo mayor conciencia de las opor-
tunidades que brindaba su propio espacio regional y debió reconocer que
los más desposeídos tenían reclamos y que en ocasiones los expresaban con
violencia. Por otro lado, la militarización del espacio colonial, imputable
en buena medida al Plan Calleja, dio forma a los cuerpos que, pocos años
después, llevarían a la consumación de la Independencia.
Después de once años de guerra, México inició su vida independiente
en condiciones económicas muy desfavorables. La nueva nación heredó un
territorio enorme: la antigua Nueva España con las provincias internas del
norte, la península de Yucatán y, por algunos meses, la capitanía de Gua-
temala. En más de cuatro millones de kilómetros cuadrados se asentaba
una población reducida y concentrada en la zona central del país. Después
de once años de guerra civil, la economía se basaba fundamentalmente en
la agricultura de subsistencia, con grandes extensiones ganaderas de baja
productividad. La minería, otrora gran generadora de divisas, requería fuer-
tes inversiones para rescatarla del abandono. En general, la nueva nación
contaba con pocos capitales con qué echar a andar esta y otras actividades

72 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


económicas. De frente a tales condiciones, el clima institucional y la defensa
de los derechos de propiedad era poco propicio para el crecimiento eco-
nómico, amén de que grupos regionales reclamaban las posiciones logradas
durante la guerra, las naciones europeas no reconocían la Independencia del
nuevo país y España amenazaba con la reconquista.

Bibliografía

Aboites, Luis y Luis Jáuregui (coords.), Penuria sin fin, México, Instituto
Mora, 2005.
Bazant, Jan, Historia de la deuda exterior de México, 1823-1946, México, El
Colegio de México, 1995.
Bordo, Michael D. y Roberto Cortés Conde (eds.), Transferring Wealth and
Power from the Old to the New World, Cambridge, Cambridge University
Press, 2001.
Brading, David, Haciendas y ranchos del Bajío. León 1700-1860, México, Gri-
jalbo, 1988.
Cárdenas, Enrique, “Una interpretación macroeconómica del México del
siglo XIX”, en Haber (comp.), 1999, pp. 83-114.
Carmagnani, Marcello, “Finanzas y estado en México, 1820-1880”, en
Jáuregui y Serrano Ortega (coords.), 1998, pp. 131-177.
Carmagnani, Marcello y Carlos Marichal, “Mexico: from Colonial Fiscal Re-
gime to Liberal Financial Order, 1750-1912”, en Bordo y Cortés Conde
(eds.), 2001, pp. 284-326.
Chowning, Margaret, Wealth and Power in Provincial Mexico, Stanford, Stan-
ford University Press, 1999.
Coatsworth, John H., “La decadencia de la economía mexicana, 1800-
1860”, en Coatsworth, 1990, pp. 110-141.
__________, Los orígenes del atraso. Nueve ensayos de historia económica de México
en los siglos XVIII y XIX, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990.
Del Valle Pavón, Guillermina, “El consulado de comerciantes de la ciudad
de México y las finanzas novohispanas, 1592-1827”, tesis doctoral, El
Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 1997.
Haber, Stephen (comp.), Cómo se rezagó la América Latina. Ensayos sobre las

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 73


historias económicas de Brasil y México, 1800-1914, México, FCE, 1999.
Humboldt, Alejandro de, Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España,
México, Porrúa, 1994.
Jáuregui, Luis, “Los orígenes de un malestar crónico. Los ingresos y los
gastos públicos de México, 1821-1855”, en Aboites y Jáuregui (coords.),
2005, pp. 79-114.
Jáuregui, Luis y José Antonio Serrano Ortega (coords.), Las finanzas públicas
en los siglos XVIII y XIX, México, Instituto Mora/El Colegio de México/El
Colegio de Michoacán/ UNAM, 1998.
Klein, Herbert S., The American Finances of the Spanish Empire, Albuquerque,
University of New Mexico Press, 1998.
Malvido, Elsa, La población, siglos XVI al XX, México, UNAM/ Océano, 2006.
Marichal, Carlos, Bankruptcy of Empire: Mexican Silver and the Wars between
Spain, Britain and Spain, 1760-1810, Nueva York, Cambridge University
Press, 2007.
Ortiz de la Tabla Ducasse, Javier, Comercio exterior de Veracruz, 1778-1821,
Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1978.
Pérez Gálvez, Antonio de, Informe al intendente de Zacatecas, José de
Gayangos, 15 de septiembre de 1816. El original se encuentra en AGN,
Infidencias, vol. 33, exp. 7.
Romero Sotelo, María Eugenia, Minería y guerra, 1810-1821, México, El Co-
legio de México/UNAM, 1997.
Sánchez Santiró, Ernest, Las alcabalas mexicanas, 1821-1857, México, Insti-
tuto Mora, 2009.
Serrano Ortega, José Antonio, Igualdad, uniformidad, proporcionalidad, 1810-
1846, México, Instituto Mora/El Colegio de Michoacán, 2007.
TePaske, John J., “La crisis financiera del virreinato de Nueva España a
fines de la colonia”, en Jáuregui y Serrano Ortega (coords), 1998, pp.
90-109.
Tutino, John, De la insurrección a la revolución en México, México, ERA, 1990.
Van Young, Eric, La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-
1821, México, FCE, 2006.

74 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


DE BANCOS Y FRACASOS:
TRES EJEMPLOS PARA EL CASO MEXICANO, 1774-1837

Roxana Alvarez Nieves*

Los estudios sobre las instituciones financieras en América Latina se han


intensificado desde las dos últimas décadas del siglo XX, abarcando temas
referentes a proyectos bancarios, el establecimiento de bancos comerciales,
la constitución de bancos centrales y estudios comparativos y regionales.1
Sin embargo, las investigaciones sobre el caso mexicano tienen la particula-
ridad de centrarse en estudios de caso2 que nos revelan sólo un fragmento
de la historia financiera, y si bien las obras de compilación han aportado
información abundante, han revelado más sobre la segunda mitad del siglo
XIX y las primeras décadas del XX3, pero aún falta mucho para lograr un
entendimiento pleno sobre las características específicas de aquellas ins-
tituciones que, a lo largo de los distintos momentos históricos, forjaron
nuestro sistema financiero.
Esta ausencia de trabajos que versen sobre los últimos años de la colonia
y los primeros de la era independiente, creemos, se debe a que la historio-
grafía económica contemporánea ha responsabilizado de muchos males a la
Independencia y al legado de la estructura virreinal.4 Sin embargo, el funcio-
namiento propio de la economía novohispana nos permite observar ciertas
particularidades y problemas; pues si bien se trataba de una economía de

* Maestra en historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM; [email protected]

1 Cabe resaltar los trabajos de Marichal y Tedde (coords.) La formación de los bancos centrales en
España… y de Cerutti y Marichal (comps.), La banca regional en México, 1870-1930.
2 Veáse Eduardo Flores Clair, El Banco de Avío minero novohispano…; David A. Brading, Mineros
y comerciantes en el México borbónico (1763-1810); Linda I. Colón, Los orígenes de la burguesía y el
banco de Avio; Robert A. Potash, El Banco de Avío de México: el fomento de la industria 1821-1846;
Tenenbaum, Bárbara, México en la época de los agiotistas, 1821-1857; Enrique Covarrubias (2000)
La Moneda de cobre en México, 1760-1842…
3 Véase José Manuel Quijano, La banca pasado y presente, problemas financieros mexicanos; Ludlow
y Marichal, Banca y poder en México (1800-1925); Ludlow y Marichal, La Banca en México 1820-
1920.
4 John Coatsworth, Los orígenes del atraso…; Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato…

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 75


antiguo régimen capaz de mantener a la propia metrópoli en tiempos de
guerra, de enviar situados5 al resto de las colonias y posesiones americanas
para su defensa y de proveer la plata y cobre necesarios para abastecer el
sistema monetario imperial, cierto es que la Nueva España tenía una serie
de problemas estructurales que hacían de su riqueza ‘aparente’ un recurso
casi ‘exclusivo’ de la dinámica imperial.
Es decir, la Nueva España, a partir de la implementación de las refor-
mas borbónicas, había conseguido convertirse en la principal fuente de re-
cursos para la corona española; logrando enviar más remesas que todas las
posesiones americanas en su conjunto. La renta de tabaco no sólo poseía
la fábrica más grande de todo el imperio, empleando a poco más de 10,000
operarios, sino que los recursos fiscales provenientes de este monopolio
estatal superaban 30% de los ingresos brutos de la hacienda virreinal. Su-
mado a esto, la eficiente maquinaria fiscal de la corona, profesionalizó a una
clase burócrata que haría del cobro de impuestos una fuente de recursos
casi inagotable lo que permitiría, a lo largo de casi medio siglo, la extracción
de poco más de 30 millones de pesos provenientes de la Nueva España.6
La dinámica económica impuesta por el imperio español se puso a prue-
ba tras la invasión napoleónica. La guerra iniciada en 1808 desarticuló el
funcionamiento de los circuitos novohispanos y si bien en un primer mo-
mento el Consulado de Comerciantes, el Tribunal de Minería, el clero y las
redes peninsulares trataron de socorrer a la corona, la ayuda no fue suficien-
te, sumado a que la coyuntura política permitió que la clase criolla, margi-
nada en el acceso a puestos burocráticos y económicos estratégicos, luchara
por su cota de poder. La desarticulación de la estructura colonial rompió
con el eficiente sistema de extracción de recursos novohispano, hecho que
supuso una identificación por parte del grueso de la población india, mesti-
za y criolla dado que vieron el final del imperio como la culminación de un
largo proceso de explotación y extracción de recursos.7
Sin embargo, es innegable que el fin de la dominación imperial no
supuso la culminación del antiguo régimen. Algunos de los mecanismos
5 Los situados eran los recursos que la Nueva España enviaba al resto de las colonias del imperio
español, las remesas eran los envíos que se realizaban a la península. Estas transferencias eran de
una sola vía ya que los recursos salían sin contar con alguna partida de ingresos.
6 Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato…, pp. 15-29.
7 El Fanal del Imperio Mexicano, pp. 286-288, 304-306 y 343-344.

76 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


operativos propios del funcionamiento colonial permanecieron inmunes al
cambio. En este sentido, la Independencia, y el cambio político y econó-
mico que supuso, no hizo otra cosa que revelar los problemas estructurales
presentes en la relación metrópoli-colonia.8 Como señala el historiador En-
rique Covarrubias:

[…] la guerra de independencia en México no representó ningún parteaguas


y si el clímax de algunos problemas centrales que se arrastraban desde medio
siglo atrás y que todavía permanecerían [sin solución por] bastante tiempo en el
periodo independiente…9

En este sentido, la guerra de Independencia no fue la culpable de nada, pero


sí la responsable de todo; esto es, una vez desarticulado el aparato imperial-
colonial la realidad económica se mostró de forma efectiva, y esta realidad
poco parecía reflejar aquellas riquezas descritas por el barón de Humboldt.
En el presente trabajo intentaremos analizar, muy brevemente, uno de
estos problemas: el monetario, desde la perspectiva bancaria. Para entender
este problema, es preciso recordar que desde los inicios de la época colonial
el reino de la Nueva España careció de medios de pago de baja denomina-
ción; el peso de plata rara vez encontraba en un campesino o en un indígena
a su tenedor. La economía monetaria virreinal era sumamente excluyente
y sólo proveía de ‘dinero’ a los círculos económicos de clase media y alta.
El peso de plata tenía un valor de ocho reales y muchas veces cada real era
efectivo, pues debido a la falta de circulante los tenedores del ‘peso duro’
se veían en la necesidad de cortarlo en ocho trozos para poder realizar sus
transacciones cotidianas de compras al menudeo. Esta política monetaria
excluyente es explicada por Romano señalando que el Consulado de Co-
merciantes fue el principal opositor a la emisión de moneda menuda de baja
denominación ya que la posesión de dinero por parte de las clases bajas de
la población, supondría su incursión formal al mercado y por ende partici-
parían en la repartición de las riquezas.10

8 Probablemente el concepto más claro para referirse a esta relación sea el de metrópoli-
submetrópoli. Véase Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato…
9 José E. Covarrubias, La moneda de cobre en México, 1760-1842, p. 5
10 Romano Ruggiero, Mecanismo y elementos del sistema económico colonial americano… p. 194.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 77


Modelos de las monedas de 1 real, 1 ½ real, ¼ de real y 1 8 de real de cada uno, 1817

AGN, Casa de Moneda, vol. 346, exp. 3 f. 1

Al tiempo, la administración real no veía mayor problema en la escasez de


medios de pago puesto que la exclusiva acuñación de plata y oro suponía
una generación continua de recursos vía el pago de derechos por concepto
de amonedación y la extracción del quinto real. Sumado a esto, el propio
mercado generó los medios de cambio necesarios: los tlacos. Éstos eran
representaciones de cambio de ínfimo valor intrínseco –muchas veces se
trataba de trozos de madera, cuero, cartón o jabón– y eran expedidos por
los tenderos o pulperos.
Es innegable que siempre estuvo latente esta preocupación por la falta de
numerario, lo cual motivó el surgimiento de planes y propuestas encaminadas
a resolver el problema. Estas ideas no sólo implicaban la necesidad de emitir
moneda menuda, sino también la generación de mecanismos encaminados a
proporcionar los recursos necesarios para el fomento de algunas actividades.11
A lo largo de este trabajo comentaremos, brevemente, tres experimen-
tos encaminados a la solución de los problemas monetarios. En primer lu-
11 Para observar las discusiones y propuestas de la época, consúltese: El Fanal del Imperio
Mexicano, México, 1822.

78 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


gar describiremos el surgimiento de una institución de ‘fomento’: Banco de
Avío Minero. En segundo término, detallaremos la solución que intentó dar
a este problema el primer Imperio mexicano, para concluir con la fundación
del Banco de Amortización de la Moneda de Cobre.

El Banco de Avío Minero novohispano

Esta institución tuvo su origen en la formulación de diversas propuestas,


realizadas a lo largo durante casi tres décadas encaminadas al auxilio de la
minería, que había sido el principal sector generador de riquezas en la Nue-
va España. La producción de plata no sólo servía para acuñar la moneda de
la colonia, sino también la del imperio en su conjunto. Sumado a esto, la
minería suponía una serie de encadenamientos generadores de riqueza: de
la acuñación se desprendían pesos de plata para la corona debido al pago
de derechos, y se obtenía la moneda para la realización de las transacciones,
el pago de impuestos, la compra de mercancías al extranjero, las compras
nacionales al mayoreo y las compras ‘suntuosas’ de las clases poderosas.
Como podemos observar, se trataba de un sector clave en la dinámica
imperial. Empero, aun con todas sus bondades y riquezas, la minería tenía
un gran obstáculo: su capitalización. La inversión en el ramo implicaba la
utilización de cuantiosas fortunas, sumado a esto, la dinámica propia del
sector haría del intermediarismo una condición para su funcionamiento.
Estos intermediarios de la minería eran los grandes mercaderes, quienes
fungían de aviadores de minas, es decir, proporcionaban al minero los ca-
pitales necesarios para el beneficio de los metales a costa de parte de la
producción, o de otra forma cobraban un tasa de interés bastante elevada.
Además, estos comerciantes participaban en el sector mediante ‘la comi-
sión’, esto es, recogían el metal en barras de las minas y lo llevaban a la ceca
capitalina a cambio de un porcentaje del metal amonedado.
Estos mecanismos no hacían otra cosa que reducir las ganancias para
el minero quien, en muchas ocasiones, terminaba entregando su mina al
mercader debido a la falta de liquidez para cumplir con sus compromisos.
Aunado a este intermediarismo un problema más se sumaba al sector: el
abastecimiento de azogue. El mercurio era un recurso necesario para el be-
neficio de los metales, pero debido al monopolio comercial que el imperio

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 79


impuso sobre la colonia, la obtención de esta materia prima en el sector
implicaba grandes costos y muchas veces la demanda no era suficiente para
atender los requerimientos de la colonia, eventos que deprimían aún más
los ingresos netos de los mineros.
Todos estos problemas estuvieron latentes por más de cien años, pero la
segunda mitad de siglo XVIII también supuso una crisis en el sector, debido
a la inundación de las minas dado que las técnicas de ‘malacate’ y ‘noria’ no
permitían combatir este problema con eficiencia y la construcción de cana-
les verticales, la técnica más funcional, representaba una inversión muerta
para el minero. Tampoco hay que olvidar la importancia del sector, y no
sólo como fuente de recursos y riqueza, sino como demandante de la mano
de obra. Humboldt calculaba que la mano de obra empleada en el sector
superaba los 30,000 trabajadores. Por estos motivos, el gremio minero co-
menzó a elevar sus quejas al rey. Al ver que no había una intención clara
por remendar las condiciones precarias del sector, los mineros comenzaron
a realizar una serie de propuestas concisas, encaminadas a resolver las difi-
cultades por las que se atravesaba.
De esta elaboración de propuestas, se desprendió la creación del Banco
de Avío Minero. Para lograr el establecimiento de esta institución, fueron
necesarias siete propuestas previas, todas ellas encaminadas al fomento del
sector, elaboradas entre 1744 y 1774 (ver cuadro 1). El primero de estos
proyectos fue elaborado en 1744, por Domingo Reborato y Solar, minero
de Sombrerete, Zacatecas. Esta propuesta formulaba la creación de una
compañía refaccionaria que tendría un capital de 2,000,000 de pesos, obte-
nidos mediante la venta de 4,000 acciones, siendo el socio mayoritario de la
compañía el rey, quien participaría con 200 acciones. Éstas serían compra-
das por el monarca en especie, es decir, entregaría el equivalente a 100,000
pesos en azogue. El autor de esta propuesta señalaba que debido a que cada
acción tendría un costo de 500 pesos su compra sería accesible para “ricos y
pobres”, afirmación sumamente cuestionables pues, como hemos señalado,
la clase baja de la población muchas veces ni siquiera contaba con un peso
duro de plata –ocho reales– para la realización de sus transacciones. Si bien
el proyecto de Reborato fue aprobado en lo general por las autoridades co-
loniales, éstas decidieron consultar a Francisco Sánchez de Tagle y Manuel
de Aldaco –reconocidos aviadores de minas– sobre el particular y, como

80 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Cuadro 1. Trayectoria del Banco de Avío

Año Propuesta Inconvenientes


Los aviadores de minas y
1744 Compañía refaccionaria ‘mercaderes de plata’ se oponen
a la propuesta.
El gobierno incautó los recursos
1747 Compañía por acciones que constituirían el fondo dotal
de la institución.
La corona se opone a los
1748 Compañía por acciones privilegios que la compañía
otorgaba a los mineros.
Compañía General Los mineros se oponen a que la
ca. 1760 Refaccionaria compañía sea administrada por
el Consulado de Comerciantes.
Compañía para la Los problemas al interior del
1771 explotación de las minas Consulado
impiden la
de Comerciantes
formación (se alega
de Sonora y Sinaloa competencia desleal)
Compañía y fomento La corona alega una falta de
1771 a la instrucción de los claridad y propósitos en el
mineros proyecto.

1772 Establecimiento de ocho Se propone el incremento de las


alcabalas para la obtención de
bancos refaccionarios los recursos requeridos.
Se autoriza su creación por
decreto real, cédula de julio
Tribunal de Minería y de 1776. El banco quiebra por
1774 Banco de Avío Minero el incumplimiento de pagos
por parte de sus clientes y
se denuncia al tribunal por
corrupción.
Elaboración propia con datos de Eduardo Flores Clair (2001).

es de intuirse, ambos ‘mercaderes de plata’ negaron su apoyo al proyecto,


señalando que la compañía no sería beneficiosa para la hacienda pública.
Debido a esto, el proyecto no se concretó.12
Tres años más tarde, en 1747, José Herboso, representante de los mine-
ros de Potosí, elevó su propuesta: el establecimiento de una compañía por

12 Eduardo Flores Clair, El Banco de Avío novohispano…, pp. 22-23.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 81


acciones. La creación de ésta se realizaría bajo lo auspicios de la corona.
Los recursos requeridos provendrían de los derechos que el rey cobraba a
los introductores de plata en la Casa de Moneda. Los montos que la coro-
na aportaría serían el equivalente a 2.6 reales por cada marco de plata. Si
bien en un primer momento la Casa de Moneda comenzó a recaudar estos
recursos con la finalidad de constituir el fondo dotal de la compañía, el
gobierno terminó incautándolos debido a la “penuria del estado”. El ‘pre-
mio de consolación’ para los mineros de Potosí fue el establecimiento de
una sucursal del Banco de San Carlos –principal institución bancaria de la
metrópoli–, pero como es de esperarse esta sucursal no tendría como fin
el fomento, sino el otorgamiento de crédito a los mineros a costas de un
premio considerable.
En 1748, José Alejandro de Bustamante, minero de la región de Pachuca
y Real del Monte, presentó un nuevo proyecto. Bustamante sugería el esta-
blecimiento de una compañía con un capital de 5,000,000 de pesos dividido
en 10,000 acciones; el precio de cada acción sería de 500 pesos. Los incenti-
vos que otorgaría esta compañía a sus accionistas sería el pago de un premio
por la compra y tenencia de las acciones, pagándoles 5% sobre el capital
invertido durante los dos primeros años y a partir del tercero, la institución
estaría en posibilidades de realizar un balance y distribuir ganancias entre
sus asociados. Debido a la experiencia de Potosí, Bustamante señaló que
“por ningún pretexto” el rey podría hacer uso de los fondos de la compa-
ñía. Este proyecto también suponía que la compañía actuara como ‘banco
de rescate’ para lo cual sería necesario que la Casa de Moneda donara un
real por cada marco de plata amonedado en un plazo de 10 años. También
se solicitaba que la corona entregara el azogue a la compañía a un precio
preferencial, esto con la finalidad de que la empresa revendiera el mercurio
a sus asociados al precio de mercado, así se obtendría una ganancia consi-
derable para incrementar el fondo dotal de la negociación. Los funcionarios
de la corona se opusieron a la propuesta debido a “todos los privilegios”
que Bustamante solicitaba.13 Finalmente la propuesta fue desechada y tras la
muerte de José Alejandro, sus ideas también fueron enterradas.
Poco más de diez años después fue publicada la obra Comentarios a las
Ordenanzas de Minería de Francisco Xavier Gamboa. El texto evidenciaba los
13 Ibid., p. 25.

82 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


obstáculos y factores adversos a los que debían de enfrentarse constante-
mente los mineros;14 se exponía el estado general que guardaban las minas
y los vacíos jurídicos a los que se enfrentaban los empresarios del sector.
El balance general de la obra apuntaba hacia la necesidad de un mayor
fomento de esta industria con la finalidad de acrecentar las riquezas que se
desprendían de este sector. La propuesta de fondo de este texto consistía en
la organización de una compañía general refaccionaria que apoyara la inver-
sión y la reducción del riesgo en el sector. La innovación de este proyecto
radicaba en el supuesto de que al diversificar las inversiones –la compañía
tendría un elevado número de socios– el riesgo se nulificaba pues si un
inversionista quebraba, otro obtendría utilidades. Situación que haría de la
compañía un negocio sumamente rentable.
Sin embargo, y como ya era costumbre en la formulación de estos pro-
yectos, la intervención y apoyo de la corona se planteaba como indispen-
sable. Al tiempo, Gamboa consideraba que la complejidad para emprender
esta negociación no radicaría en la obtención de capitales, sino en la exis-
tencia de garantías que incentivaran a los posibles inversionistas. Para resol-
ver el problema, el autor decidió convocar a los miembros del Consulado
de Comerciantes, con la finalidad de que asumieran la administración de los
caudales de la compañía.
Para la capitalización de la negociación Gamboa consideró que serían
necesarios 4,000,000 de pesos que se obtendrían mediante la venta de 500
acciones con un valor de 8,000 pesos cada una.15 En este punto vale dete-
nernos y hablar del elevado precio de cada acción, pues si 500 pesos era
un precio poco accesible 8,000 era una cifra bastante considerable. Con
este capital, por ejemplo, se podía adquirir una finca rústica de excelentes
dimensiones y recursos para la época. Sin embargo, vista en su propio con-
texto, esta propuesta no resultaba ilógica, ya que se había incorporado a
los mercaderes en el negocio por lo que el precio de la acción lo único que
hacía era ratificar el carácter de ‘ricos socios’ que el autor había impuesto a
través del ‘consejo de administración’. Para rematar este proyecto, se res-
tringió el otorgamiento de caudales mediante condiciones administrativas
sumamente excluyentes. Para ser acreedor a un préstamo, el minero ten-
14 Ibid., p. 27.
15 Ibid., p. 29.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 83


drían que presentar un estado detallado de sus minas, el cual debería ser
expedido por los ‘justicias’ o ‘diputados’ de minería locales, es decir, por los
mismos mercaderes. Los beneficiarios de los avíos tendrían que pagar un
interés de 10% anual sobre el monto obtenido, tasa de interés sumamente
elevada si recordamos que la ‘media’ en el mercado era de 5%.
Para lograr garantías en el pago de los préstamos, los mineros quedarían
obligados a presentar, o manifestar, toda la plata producida. Basándonos en
todas las condiciones y trabas impuestas, podemos afirmar que este proyec-
to no estaba dirigido a los pequeños mineros. Por el contrario, intentaba
consolidar las redes de poder que los mercaderes habían forjado alrededor
de la minería. Si bien no hay detalle sobre las razones que obstaculizaron el
establecimiento de esta empresa, pensamos que la oposición a la propuesta
pudo haber surgido del propio gremio minero, dadas todas las atribuciones
que se le otorgaban al Consulado de Comerciantes, institución asociada a
la sangría del sector.
En 1771, año enmarcado por los descubrimientos de minas de oro en
Sonora y Sinaloa, el visitador José de Gálvez elevó al rey un proyecto cuya
finalidad era la formación de una compañía que explotara dichas vetas. La
administración de esta negociación, al igual que en el proyecto anterior,
estaría a cargo del Consulado de Comerciantes. Se pedía que la corona re-
dujera los gravámenes del oro hasta en un 25%, y que otorgara un precio
preferencial sobre el azogue. Sin embargo, las mismas disputas e intereses al
interior del consulado no permitieron que la propuesta llegara a más, ya que
muchos mercaderes que controlaban la región se opusieron a que nuevos
competidores los desplazaran de sus zonas de influencia y poder.
En este mismo año, Miguel Pacheco Solís, corregidor de Tlancalan, envió
al rey un largo discurso elaborado alrededor de la necesidad de instrucción
para el gremio minero. La propuesta de Pacheco pretendía comprometer a
la corona en la tarea de profesionalizar a la clase minera. Solís proponía que
se difundiera entre el gremio una bibliografía mínima sobre el particular con
el fin de ilustrar a los mineros sobre su oficio y las técnicas más apropiadas
para la extracción. Esta propuesta llegó acompañada de un proyecto para
la formación de una compañía, sin embargo la poca claridad en el mismo,
así como la ambigüedad de muchas de sus propuestas no permitieron que
se llevara a la práctica.

84 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Monedas, 1813

AGN, Casa de Moneda, vol. 121, exp. 1 f.31

Un año más tarde, en 1772, Juan Bautista de Artaza, vecino de Guadala-


jara, propuso establecer ocho bancos para fomentar a la industria minera.
Sin embargo, su propuesta resultaba sumamente costosa pues para su ca-
pitalización se proponía un incremento en el cobro de alcabalas.16 Si bien
desconocemos los motivos que imposibilitaron el establecimiento de estos
bancos, es posible que las razones obedecieran a las formas de capitaliza-
ción de esta compañía, pues un incremento en los impuestos no era viable
para la época.
Finalmente, después de casi 30 años, en 1774, Juan Lucas de Lassaga
y Joaquín Velázquez realizaron un estudio general sobre el estado de las
minas y sugirieron el establecimiento de “un cuerpo con las características
del Consulado de Comerciantes, el cual organizaría al gremio minero”. Los

16 Ibid., p. 35.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 85


autores encontraron que el principal problema del sector radicaba en los
aviadores de minas –otorgantes de préstamos a réditos elevados–; la única
forma de erradicar este ‘mal’ sería el establecimiento de una institución que
les proporcionara los fondos necesarios para realizar sus inversiones.17
La propuesta, al igual que en los casos anteriores, enfatizaba la partici-
pación de la corona en la constitución del dotal. Pero a diferencia de otros
proyectos, se establecía que todos los fondos proviniesen del propio gremio
minero, por lo que las autoridades coloniales sólo tendrían que recaudar-
los. Así, por real cédula de 1 de julio de 1776, la corona autorizó que los
mineros se agruparan en un “tribunal” y que constituyera un fondo dotal
que sirviera para prestar auxilios a esta actividad. Como culminación del
proyecto, el 22 de mayo de 1783, se expidieron las Ordenanzas de Minería,
cuerpo legislativo que regularía la actividad minera colonial. En el título XVI
de éstas se estipulaba la creación del Banco de Avío de Minas.18
En suma, hubieron de transcurrir 30 años y siete proyectos, para que
el banco fuera una realidad. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes
de presentarse las irregularidades en el funcionamiento de esta institución.
Para empezar, los requisitos que debían cumplir los solicitantes eran excesi-
vos: comprobar la propiedad, entregar un estado de las minas, cuantificar la
riqueza de la mina, justificar la petición de caudales, etc. Esta restricción en
el acceso a créditos, convirtió al banco en una institución beneficiaria de los
mineros ‘ricos’, pero los ‘pobres’, aquéllos que eran víctimas del interme-
diarismo y que no tenían acceso al capital, continuaron sin contar con una
fuente de financiamiento ni con un cuerpo que los respaldara.19
Por otra parte, la institución fue presa de la corrupción y los malos
manejos. Muchas veces se otorgaban créditos a discrecionalidad –sin las
garantías debidas–, por lo que los deudores comenzaron a incumplir con
sus pagos y, debido a un vacío legal, el banco no pudo embargar las minas
ni los metales de sus clientes y hacia 1789 se encontraba quebrado.20
Las ordenanzas no sólo dotaron de un tribunal al sector minero, sino que
este cuerpo legislativo permitió que los empresarios del sector se agremiaran,

17 Ibid., pp. 36-37.


18 Ibid., pp. 38-39.
19 Ibid., pp. 43-69
20 Ibid., pp. 73-120

86 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


organizaran y contaran con una institución que les otorgara un poder signi-
ficativo en el orden colonial. Es innegable que el tribunal promovió el des-
cubrimiento de minas y la aplicación de nuevas técnicas en el beneficio de
los metales, sumado a que se construyó el Palacio de Minería, edificio que
mostraba el poder, riqueza e importancia de este gremio en la Nueva Espa-
ña y en el imperio español.21 Sin embargo, este tribunal no fue incluyente y
no se puede considerar representante del sector minero en su totalidad, ya
que sus integrantes no incluían todo el espacio minero, sino sólo a un redu-
cido número de empresarios que contaban con un caudal considerable y con
una posición privilegiada al interior del orden colonial.

La emisión de papel moneda de Iturbide

Si bien en Banco de Avío Minero no logró su cometido en cuanto al otorga-


miento de créditos al gremio, cierto es que en el imaginario siempre estuvo
presente la necesidad de contar con una institución financiera propia –ya fue-
ra para un sector o para la nación–, que al tiempo de otorgar financiamiento
resolviera, en alguna medida, el problema de la escasez de medios de pago.
Una vez consumada la Independencia, la nueva clase política continuó ela-
borando propuestas y el año de 1822 fue clave en este sentido, pues se
elaboraron dos proyectos bancarios. El primero de ellos fue obra de Severo
Maldonado, cuyo plan estaba inserto en su Pacto Social y Propuesta de Consti-
tución, donde el autor plantea la constitución de un Banco Nacional que, al
tiempo de utilizar los bienes del clero, las tierras ociosas y otorgar financia-
miento, tendría la facultad de emitir una moneda de ínfimo valor intrínseco,
muy similar a los tlacos. Con esta emisión, señalaba el autor, la economía
contaría con los medios de pago suficientes para que las transacciones co-
tidianas se realizaran sin problemas, sumado a que permitiría hacer sujetos
fiscales a las clases menos favorecidas mediante el cobro de bajas tasas de
exacción que serían pagadas con estas monedas de ‘calamina’.22 Si bien el
plan de Maldonado no llegó a concretarse, sí marcó un precedente intere-
sante en cuanto a la política monetaria de la época.

21 Ibid., pp. 127-131


22 El Fanal del Imperio Mexicano, 1822.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 87


Cuadro 2. Proyectos Imperiales

Año/Autor Proyecto Propuesta


Emisión de moneda
fiduciaria de baja
denominación.
Establecimiento de
sucursales “recaudadoras
1822 Banco Nacional de impuestos” en todo el
Severo Maldonado territorio.
Otorgamiento de créditos
y aceptación de depósitos.
Compra y venta de tierras
para el fomento de la
agricultura.
Emisión de papel moneda,
“hare-buenos”.
Atribuciones fiscales para
1822 fungir como Tesorería
Francisco de Paula y Gran Banco del
Imperio Mexicano
General.
Actividades de banco
Tamariz privado –depósitos,
créditos, hipotecas.
Negociador de la deuda
interna y externa.

Pero este proyecto no fue el único. En ese mismo año, Francisco de Paula y
Tamariz envió una propuesta al congreso que suponía la creación del Gran
Banco del Imperio Mexicano con amplias facultades: por un lado, fungiría
como la Tesorería General del Imperio, en sus sucursales se realizaría el
pago de todas las contribuciones a la nación; por otro lado, tendría el privi-
legio de la emisión fiduciaria, planteada en el proyecto como la creación de
‘haré-buenos’, en última instancia papel moneda. Estas atribuciones permiti-
rían que esta institución se convirtiera en el ancla de las finanzas públicas.23
Cabe mencionar que en ambos proyectos los “bancos nacionales” tam-
bién fueron concebidos para satisfacer al mercado de crédito mediante la
realización de actividades privadas. Es decir, ambos autores señalaban que
a ellos podría acudir el público en general para la realización de depósitos,

23 Francisco de Paula y Tamaríz, Proyecto sobre un establecimiento de papel moneda, 1822.

88 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


la concertación de créditos, la apertura de cuentas y la hipoteca de sus pro-
piedades. Como se puede observar se trata de ideas muy novedosas para
la época, no sólo por la introducción de los instrumentos fiduciarios, sino
también por su propuesta de satisfacer tanto a los requerimientos financie-
ros y fiscales del imperio, como las necesidades crediticias de la población.
Si bien, al igual que en el caso de Maldonado, la propuesta de Tamariz
no se concretó como estaba proyectada, sí implicó consecuencias impor-
tantes en la vida económica del imperio. El martes 31 de diciembre de 1822
se publicó en la Gaceta Imperial de México el bando que, con fecha 20 del
mismo mes, autorizó la emisión de 4,000,000 de pesos en papel moneda
que sólo circularían durante 1823.24
Este decreto imperial de emisión, contenía catorce artículos referentes a
las formas de circulación y operación del instrumento fiduciario. Entre los
principales puntos se estipulaba que serían emitidos 2,000,000 de pesos en
billetes de 1 peso, 1,000,000 de pesos en billetes de 2 pesos y un millón más
en billetes de 10 pesos. Se estableció que el papel sólo sería válido en las
transacciones que superaran el monto de tres pesos, realizando el pago en
una tercera parte en papel moneda y las dos partes restantes en metálico, al
tiempo que se hacía obligatorio el uso del papel pues, mediante el estable-
cimiento de la ley del tercio, “todas las transacciones en el imperio” debían
realizarse bajo las formas sancionadas en el decreto. Lo anterior sin excep-
ción alguna, sobre el entendido de que aquella persona que no respetara la
ley, o no aceptara el papel, sería acreedora a una sanción administrativa. Lo
mismo ocurriría en el caso de los falsificadores.25
La circulación de este papel moneda comenzó en el mismo mes de di-
ciembre y para la supervisión de todos los asuntos relacionados con este ins-
trumento se designó a un comisionado “encargado de la distribución y buen
giro del papel”, recayendo este cargo en Mariano Larraguibel, quién comen-
zó sus actividades enviando comunicados a todas las tesorerías, intendencias,
departamentos, rentas y oficinas del Imperio.26 La eficacia de la puesta en
marcha de este experimento se puede observar a través de las contestacio-

24 Gaceta del Gobierno Imperial de México, t. II, núm. 152, pp. 1140-1142.
25 Idem.
26 AGN, Hacienda Pública-Casa de Moneda, vol. 41, exp. 24 s/f, extractos #12 e Ibid., vol. 170,
exp. 1.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 89


nes a los comunicados del comisionado, llegando incluso a constatarse que
el propio Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México acató, sin
reparo, lo estipulado en el decreto.27
El papel moneda creado durante el imperio circuló sin mayores com-
plicaciones hasta abril de 1823, operando en casi la totalidad de las inten-
dencias del país, incluidas las de Chihuahua, Puebla, Durango, Guadalajara,
Zacatecas, Veracruz, Yucatán, Morelos, San Luis Potosí, Oaxaca e incluso
Guatemala.28 A través de diversos comunicados se puede observar el éxito
de esta emisión, mediante constantes solicitudes para el envió de más billetes
pues se alegaba que “lo enviado se había consumido en la circulación”.29
Los motivos que llevaron a la cesación de la circulación de este ins-
trumento, sostenemos, se desprendieron del cambio político: la caída del
imperio. Ya que el estudio sobre este tema no nos indica la existencia de
problemas operativos ligados a la circulación de los billetes creados. Por el
contrario, nuestras investigaciones revelan que el papel moneda fue suma-
mente exitoso como sustituto perfecto de la moneda acuñada al momento
de la realización cotidiana de las transacciones.30
El final de este primer experimento de emisión sucedió en abril de 1823,
cuando el Supremo Poder Ejecutivo dictó una orden para, por un lado, la
cesación de la circulación del papel de Iturbide, y por otro, la emisión de
un nuevo papel moneda que sirviera para amortizar los ‘antiguos’ billetes.
Esta nueva emisión de papel moneda, la segunda en la historia del país, se
realizó en bulas canceladas y su circulación, al igual que en el caso de los
billetes imperiales, fue muy exitosa. El único cambio de fondo que tuvieron
ambas emisiones fue que la de bulas redujo su ley de aplicación, esto es, el
papel moneda ahora sería efectivo para el sexto del valor de las transaccio-
nes y las cinco partes restantes debían ser pagadas con numerario.31
Si bien estas emisiones se enmarcan en el inicio y final del imperio mexica-
no, y su justificación obedeció a la ‘imperiosa necesidad de recursos’ por parte
del erario público, creemos necesario enfatizar su buen funcionamiento. Au-

27 Ibid., exp. 24 s/f, extracto #12.


28 Roxana Alvarez, “Primer experimento de emisión de papel moneda en México…”, pp.
96-105.
29 AGN, Hacienda Pública-Casa de Moneda, vol. 41, Exp. 24 s/f, varios extractos.
30 R. Alvarez, op. cit.
31 Gaceta del Gobierno Supremo de México, t. I, núm. 51, p. 192.

90 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


nado a esto, es interesante observar que la emisión fue producto de un largo
debate sobre la necesidad de establecer una institución bancaria que sirviera
de soporte a las finanzas del Estado.32 Pero estas inquietudes y propuestas
bancarias no concluyeron con la emisión y, casi 20 años más tarde, llevarían
al establecimiento del Banco de Amortización de la Moneda de Cobre.

El Banco de Amortización de Moneda de Cobre

Esta institución financiera, a diferencia del Banco de Avío de Minas, no


respondió en teoría a un problema de crédito o financiamiento, sino que
atendía a la operación de una ‘amortización’, acción que realizaba el Estado
para recoger una moneda de la circulación e introducir una nueva. Este nue-
vo establecimiento bancario se fundó en 1837, sin embargo, los problemas
que intentaba resolver databan de décadas anteriores. El problema central a
resolver por parte de esta institución, era la escasez de moneda fraccionaria,
mediante el combate a los llamados ‘monederos falsos’, moneda de cobre
falsificada.33
La moneda de cobre, si bien fue un medio de circulación bastante efi-
ciente en España –donde se le denominada ‘moneda de vellón’– en la Nue-
va España su aplicación nunca fue efectiva, por un lado, como hemos seña-
lado, debido a la oposición del Consulado de Comerciantes a que las capas
bajas de la población tuvieran un acceso ‘monetarizado’ al mercado, y por
el otro, a que el cobre extraído de la colonia era enviado al imperio para que
se utilizara en la acuñación de esta moneda de vellón. Un problema más
radicaba en la figura de la Casa de Moneda, institución concebida como
generadora de recursos. Esta imagen de la ceca capitalina implicaba que
una emisión de moneda de ínfimo valor intrínseco se tradujera en costos
de acuñación elevados que serían absorbidos por la Corona, situación nada
conveniente en la dinámica metrópli-submetrópoli.
Sin embargo, la necesidad de moneda menuda llevó a varias emisiones
entre ellas, la de Calleja en 1814, la de Iturbide en 1823 y la ejecutiva en
1829.34 Estas monedas circulaban comúnmente en los mercados al menu-

32 R. Alvarez, op. cit., pp. 129-132.


33 José E. Covarrubias, op. cit., pp. 5-13.
34 Ibid., pp. 15-33.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 91


Estampa con nueve troqueles o formas de cuñas de metal
utilizados para falsificar moneda, 1733

AGN, Criminal, vol. 535, f. 58.

deo, pero el problema de la falsificación había degenerado el valor de estas


monedas casi hasta equipararlas con el de los tlacos.
Estos problemas eran claros para la administración y la solución se
planteó de forma clara en 1837, año en que se proyectó la creación de un
Banco de Amortización cuya tarea principal sería recoger la moneda de
cobre desgastada, vieja y falsificada y canjearla por una nueva emisión con
cuño seguro. Esto es, se planeaba que el banco emitiera una nueva mo-
neda con más candados de seguridad para evitar su falsificación al tiempo
que, por medio de la amortización, este cuño fraccionario recuperaría su
valor y por lo tanto, las transacciones menudas se podrían realizar de una
manera ‘formal’ y sin pérdidas para los consumidores.
En el excelente trabajo del historiador Enrique Covarrubias podemos

92 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


observar los problemas, las ideas, las alternativas y las soluciones que el
gobierno intentó implementar por medio de esta institución. Sin embargo,
y como ya había sucedido en el caso del Banco de Avío de Minas, el obje-
tivo bancario no se reflejó en sus prácticas. En realidad lo que se pretendió
conseguir con el establecimiento de este banco fue la instauración de una
institución garante para la concertación de un préstamo que había sido ne-
gociado en Inglaterra y cuya condición era, justamente, que siendo ‘ajena al
Estado’ administrara los fondos y respaldara la deuda.35
Como es de esperarse los objetivos del banco La facultad emisora con-
templada en sus lineamientos nunca se utilizó ni la misión ‘amortizadora’ se
realizó. Si bien en un primer momento la institución acopió la vieja moneda
de cobre, su canje nunca se hizo efectivo. Una vez conseguido el préstamo
concertado, el banco suspendió sus labores, por lo que el cambio de la mo-
neda y la emisión un cuño fuerte de cobre, jamás fueron una realidad.36

Conclusiones

Hemos intentado mostrar, por un lado, que la necesidad de establecer una


institución bancaria siempre estuvo presente en el ideario público y privado,
y por otro, que la guerra de Independencia no fue un acontecimiento que
supusiera grandes implicaciones en este ámbito. En lo tocante a este segun-
do punto, las experiencias analizadas nos permiten ver que el enfrentamien-
to armado no fue un suceso generador de problemas, más bien se trató de
la subida del telón del verdadero escenario económico que guardaba el país.
En este sentido, los problemas estructurales que se hicieron evidentes a
partir de la guerra, ya estaban presentes en el orden colonial. Lo que había
sucedido es que la maquinaria imperial había sobrellevado muchas de estas
complicaciones que no afectaban la estructura económica de la corona.
Sin embargo, los recursos de la Nueva España no daban para más; si
bien no simpatizamos con la idea que justifica el atraso decimonónico con
la extracción de recursos durante la etapa colonial, es un hecho que a prin-
cipios del siglo XIX la carga fiscal, la salida de plata, el poco desarrollo del

35 Ibid., pp. 133-174.


36 Idem.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 93


mercado interno y las redes de poder al interior de la Nueva España ya no
podrían soportar más cargas. La Independencia y las políticas aplicadas por
los nuevos gobiernos no pudieron resolver todos los problemas.
La desarticulación del aparato fiscal colonial también supuso un freno
importante, pues por más de un siglo se había profesionalizado una clase
burócrata que, independientemente del destino de los recursos, sabía ha-
cer su trabajo y fiscalizar de una forma casi ‘perfecta’ a los habitantes de
la colonia. Este aparato desapareció y es comprensible que la nueva clase
recaudadora de impuestos tardara años en lograr su profesionalización, casi
hasta bien entrado el porfiriato.
Respecto al primer punto planteado en estas conclusiones, esto es, a la
necesidad de instituciones financieras, podemos observar que los proyectos
de bancos y emisión estaban basados en propuestas novedosas, cuyos fines
eran legítimos. Sin embargo, en la práctica, las propuestas vieron desvirtua-
dos sus fines y limitados los alcances. En el caso del Banco de Avío Minero,
la corrupción dentro del tribunal y la discrecionalidad con que fueron ma-
nejados los créditos terminaron con la quiebra de esta institución. Además,
este banco nunca cumplió eficientemente con la tarea de proporcionar re-
cursos a ‘todos los mineros’, para fomentar este sector.
En el caso del papel moneda y los proyectos bancarios que acompaña-
ron a este experimento, la historia es un poco distinta. En primer lugar, la
elaboración de proyectos tan ambiciosos, como los de Maldonado y Tama-
riz, nos permiten observar que la necesidad de establecimiento de una insti-
tución bancaria estaba presente en el imaginario de la época. Lo cual derivó
en diversas propuestas novedosas encaminadas a resolver las necesidades
financieras del Estado.
En segundo lugar, debemos enfatizar que los billetes de Iturbide y el
papel moneda creado por el Supremo Poder Ejecutivo constituyeron ex-
perimentos exitosos, no sólo por lo temprano de su aplicación, en un con-
texto de economía con patrón metálico ‘rígido’, sino por el componente
moderno que le atribuye el haber concebido una emisión fiduciaria en papel
y no en moneda. Esto es, la acuñación de moneda menuda hubiera sido in-
teresante, pero comprensible, dado que en España la moneda de vellón re-
presentaba un ejemplo a seguir. Sin embargo, la innovación que representa
la introducción de un instrumento fiduciario en la circulación en épocas tan

94 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


tempranas, y en ausencia de una institución bancaria que respaldara dichas
emisiones, es de suma particularidad.
Finalmente, en el caso del Banco de Amortización de la Moneda de
Cobre, podemos observar una trayectoria muy similar a la que tuvo el Ban-
co de Avío Minero. Esta suerte de convergencia en la problemática del
funcionamiento de estas instituciones nos permite observar dos problemas.
El primero tiene que ver con los proyectos en su origen, esto es, proba-
blemente la eficiencia de una institución financiera dependa en esencia del
buen planteamiento original de la propuesta, es decir de su viabilidad y
objetivos. En segundo lugar, estas experiencias nos reflejan la dificultad
que existe en la conducción de una institución financiera. Esto es, aunque la
propuesta sea válida, si no se cuenta con una dirección adecuada al interior
de la institución, los objetivos no podrán cumplirse. Debido a la compleji-
dad que conlleva el análisis de los proyectos y la creación de instituciones
financieras, creemos que el tema se encuentra lejos de estar agotado. Por el
contrario consideramos que la historiografía sobre este tópico aún está en
construcción, por lo que esperamos que los estudios de tipo comparativo se
incrementen, pues seguramente arrojaran nuevas luces sobre este tema.

Fuentes consultadas

Archivos

AGN,Archivo General de la Nación


Fondo: Hacienda Pública-Casa de Moneda, vols.: 41, 49, 170, 255 y 312.

Folletería

F. de P. T. Proyecto sobre un establecimiento de papel moneda. Oficina de José María


Ramos Palomera, México, 1822.

Hemerografía

Gaceta del Gobierno Imperial de México, 1822-1823


Gaceta del Gobierno Supremo de México, 1823

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 95


Bibliografía

Alvarez Nieves, Roxana, “Primer experimento de emisión de papel moneda


en México, 1822-1823”, tesis de licenciatura, UNAM-Facultad de Econo-
mía, 2008.

Brading, David A., Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810),


México, FCE, México, 1985.

Cerutti, Mario y Carlos Marichal (comps.), La banca regional en México, 1870-


1930, México, Colmex/FCE, 2003.

Coatsworth, John, Los orígenes del atraso: nueve ensayos de historia económica de
México en los siglos XVIII y XIX, México, Alianza Mexicana, 1990.

Colón, Linda I., Los orígenes de la burguesía y el banco de Avio, México, Edicio-
nes el Caballito, 1982.

Covarrubias, José Enrique, “La moneda de cobre en México, 1760-1829.


Una perspectiva administrativa”, en Bátiz Vázquez, José Antonio y José
Enrique Covarrubias (coords.) La moneda en México, 1750-1920, México,
Instituto Mora-Colmich/Colmex/UNAM-IIH, México, 1998.

Covarrubias, José Enrique, La moneda de cobre en México, 1760-1842, México,


UNAM/Instituto Mora, 2000.

Flores Clair, Eduardo, El Banco de Avío novohispano. Crédito, finanzas y deudores,


México, INAH, 2001.

Humboldt, Alejandro de, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España,


México, Porrúa, 1996 (Colección “Sepan Cuantos…”, núm. 39).

Ludlow, Leonor y Carlos Marichal (comps.), Banca y poder en México (1800-


1925), México,Grijalbo, 1985.

96 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Ludlow, Leonor y Carlos Marichal, La Banca en México 1820-1920, México,
Instituto Mora, 1998.

Marichal, Carlos, “Modelos y sistemas bancarios en América Latina en el


siglo XIX (1850-1880)”, en Marichal y Tedde (coords.): La formación de los
bancos centrales en España y América Latina (siglos XIX y XX), vol. I, Madrid
y México, Banco de España-Servicio de Estudios, 1994.

Marichal, Carlos, La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finazas del
Imperio español, 1780-1810, México, FCE/Colmex, 1999.

Marichal, Carlos, “Una difícil transición fiscal. Del régimen colonial al Méxi-
co independiente”, en Marichal y Merino (comps.), De colonia a nación.
Impuestos y política en México, 1750-1860, México, Colmex-CEH, 2001

Marichal, Carlos, “El sistema fiscal del México colonial, 1750-1810”, en


Abortes Aguilar, Luis y Luis Jáuregui (coords.) Penuria sin fin. Historia de
los impuestos en México, siglos XVIII-XX, México, Instituto Mora, 2005.

Marichal, Carlos y Merino Daniela (comps.), De colonia a nación. Impuestos y po-


lítica en México, 1750-1860, México, El Colegio de México-CEH, 2001.

Marichal, Carlos y Pedro Tedde (coords.), La formación de los bancos centrales en


España y América Latina (siglos XIX y XX), vol. I, Madrid y México, Banco
de España-Servicio de Estudios, Estudios de Historia Económica, núm. 29,
1994.

Potash, Robert A., El Banco de Avío de México: el fomento de la industria 1821-


1846, México, FCE, 1986.

Quijano, José Manuel, La banca pasado y presente, problemas financieros mexicanos,


México, CIDE, 1983.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 97


Romano, Ruggiero, Moneda, seudomoneda y circulación monetaria en las economías
de México, México, Colmex/Fideicomiso Fondo de las Américas/FCE,
1998.

Romano, Ruggiero, Mecanismo y elementos del sistema económico colonial americano,


siglos XVI-XVIII, México, FCE/Colmex, 2004.

Tenenbaum, Bárbara, México en la época de los agiotistas, 1821-1857, México,


FCE,1985.

Valle Pavón, Guillermina del, El Consulado de Comerciantes de la Ciudad de Méxi-


co y las finanzas novohispanas, 1592-1827, México, Colmex-CEH, 1997.

Vázquez, Josefina Zoraida, “Los primeros tropiezos”, en Historia general de


México, México, Colmex, 2000. pp. 525-582.

Zavala, Lorenzo de, Ensayo histórico de la revoluciones en México desde 1808 hasta
1830, México, FCE, 1985.

98 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


R EFORMA Y JUSTICIA TRAS LA R EVOLUCIÓN: EL HOMICIDIO EN LA
CIUDAD DE M ÉXICO EN LOS AÑOS TREINTA1

Saydi Núñez Cetina*

El 2 de septiembre de 1930, Sara Chávez dio dos balazos al capitán Jesús


Acosta con quien había cultivado relaciones amorosas desde hacía cuatro
años. En su declaración ante el Ministerio Público afirmó que el día del
suceso:

Llamé a Jesús para que me pagara los 1050 pesos que me debía desde hacía un
año. A las 3 de la tarde me visitó en casa y lo recibí en la rec[á]mara pues no me
sentía bien, había estado un poco enferma […]. Al llegar, puso en el tocador una
pequeña bolsa con sesenta pesos como abono del adeudo y me dijo que tenía
que irse porque debía salir a cobrar un dinero que le debían. Yo le dije que no se
fuera, que se quedara para platicar, pero [é]l insistió en marcharse. Yo le reclamé
que últimamente no tenía mucho tiempo para m[í] y que sentía que ya no me
quería. Le dije que siempre tenía mucha prisa y en los últimos meses ya casi no
hablábamos, que necesitaba el dinero en su totalidad y ya no quería más excu-
sas. Él me dijo que no tenía más, que había perdido en el juego. Enseguida se
generó un disgusto entre los dos y nos hicimos de palabras. Él trató de irse, pero
yo intenté detenerlo y me dijo que si no lo dejaba ir me mataría. Corrí hacia el
comedor y tom[é] del mueble la pistola que guardaba por mi seguridad, regresé
a la habitación y desde el umbral de la puerta le disparé. Al caer, Jesús me decía
algo que no entendía, intenté moverlo para ver si continuaba con vida, pero no
lo hice porque escuch[é] que afuera decían que no lo tocara. En ese momento
le dije a un muchacho que llamara a un gendarme.2

* Estudiante del doctorado en antropología en el CIESAS, D.F.; [email protected]

1 Una primera versión de este texto fue presentada en el 53 Congreso Internacional de


Americanistas, ciudad de México, 20-24 de julio de 2009.
2 AGN, TSJDF, v. 2473, exp. 486725, f. 17.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 99


El juez de la Primera Corte Penal sentenció a Sara Chávez por homicidio
a la pena de ocho años de segregación. Asimismo, como importe de la re-
paración del daño, se le condenó a pagarle a la viuda del capitán Acosta y a
sus hijos la pensión alimenticia por el tiempo que probablemente hubiera
vivido la víctima. En la apelación ante el Tribunal Superior de Justicia del
Distrito Federal, Sara y su defensor alegaron que al cometer el homicidio,
ésta “no tenía uso normal de sus facultades mentales porque se encontraba
en el segundo día de su menstruación, que padecía un acceso de locura pro-
ducto de una enfermedad “propia de su sexo”: histeria”; y ello: “me llevó
a dar muerte a un hombre por quien hubiera dado la vida, pues no fue el
dinero mi motivación, realmente sentía por él una pasión amorosa violentí-
sima”.3 No obstante, el tribunal confirmó la sentencia de la Primera Corte
y Sara Chávez fue recluida en la Penitenciaría de la ciudad de México. El 8
de noviembre de 1932, con motivo de la conmemoración de la Revolución
mexicana, a Sara Chávez Cisneros le fue otorgado el indulto por el presi-
dente Abelardo L. Rodríguez.4
¿Cómo actuó la justicia revolucionaria frente a un caso como el de Sara
Chávez? ¿Qué tipo de atenuantes y agravantes se tuvieron en cuenta en su
proceso? ¿Fue su castigo distinto a aquellos aplicados antes de la Revolu-
ción? ¿A qué tipo de recursos legales acudió para disminuir su condena?
Las respuestas a estas inquietudes no sólo ofrecen un panorama acerca del
delito y el castigo en la posrevolución, también nos permiten reflexionar en
torno de los cambios en la ley y la práctica jurídica en el México posrevolu-
cionario. Una etapa trascendental en la historia del país (1920-1940), donde
el proceso de institucionalización del Estado tuvo alcances significativos en
la construcción de la nación revolucionaria. En esa construcción, la ley y la
justicia jugaron un papel importante porque además terminaron por definir
los derroteros del sistema judicial a lo largo del siglo XX.
En este ensayo, intento responder las interrogantes para reflexionar so-
bre la reforma jurídica de esa etapa en México, a partir del examen de los
códigos penales de 1871, 1929 y 1931, así como de algunos expedientes
sobre homicidio hallados en el fondo Tribunal Superior de Justicia del Distrito

3 Ibid., ff. 20-25.


4 AHDF, Cárceles, v. 134, partida 171, f. 13.

100 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Federal (TSJDF) resguardado en el Archivo General de la Nación y que ac-
tualmente está siendo catalogado.5

Revolución y reforma penal (1929)

Con la promulgación de la Constitución el 5 de febrero de 1917 se inició la


etapa de reconfiguración de un Estado capaz de consolidar y reglamentar
el proceso de transformación que había experimentado el país al pasar del
México porfiriano al revolucionario. La necesidad de organizar el poder
del Estado, inspirado en los principios constitucionales, implicó una serie
de consideraciones y enfrentar hechos controvertidos entre 1920 y 1940
que, sin lugar a dudas, marcaron significativamente la historia de México
en el siglo XX.6 En efecto, tras la lucha armada entre 1910 y 1920, la labor
más importante para los gobiernos posrevolucionarios fue precisamente
recoger los restos diseminados a lo largo y ancho de la nación para organi-
zar con ellos un poder central fuerte y, con su ayuda, empezar una rápida
modernización del país.
En este sentido, la construcción de un sistema de dominación que con-
solidara el triunfo del grupo revolucionario y evitara repetir las crisis del
pasado fue la tarea más urgente después de 1917. México, en tanto que co-
munidad, buscaba una vez más el camino de una reafirmación nacional tras
de un período que a la mayoría de sus componentes debió parecer demasia-
do violento, caótico, y sobre todo, largo.7 La trayectoria de ese camino y el
proceso de institucionalización del Estado revolucionario implicaron entre,
otros aspectos, plantear una nueva dinámica acerca de la económica, la polí-
tica y la sociedad para incorporar los principios sintetizados en la Constitu-
ción. Así, la reforma agraria, la reforma laboral, la creación de organizacio-
nes populares, el énfasis en la educación y otros elementos, contribuyeron
a dar un contenido real a las consignas oficialistas, que proclamaban como
objetivo la construcción de una democracia de trabajadores.8

5 Quiero agradecer la valiosa colaboración de Alberto Álvarez Ferrusquía, así como del equipo
de catalogación del AGN, especialmente a Inés Ortiz Caballero, Mariana Jiménez Muciño y
David Guzmán Pérez por su ayuda y sugerencias en la exploración del fondo TSJDF.
6 Javier Garciadiego, “La Revolución”, p. 230
7 Matute, Historia de la Revolución mexicana…, p. 193.
8 Meyer, 2004, pp. 79-80.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 101


Pero el programa gubernamental revolucionario no culminaba allí, era
necesario modificar las leyes, que bajo los principios de la Carta Magna se
convertirían en el instrumento para afianzar el poder, el derecho y la justi-
cia. Por ello, el Estado también se abocó a sustituir el Código Penal vigente
–creado en 1871– y que por los cambios políticos y sociales ya no respondía
a las necesidades del país. A pesar de que una comisión revisora se había
encargado de diseñar un proyecto de reforma entre 1903 y 1912, por la
inestabilidad política y necesidad de ajustar las reformas a las nuevas condi-
ciones, la codificación penal sólo fue posible entre 1929 y 1931, cuando el
proceso de institucionalización se estaba consolidando.9
Desde este ángulo, los cambios en la legislación penal sintetizados fun-
damentalmente en los códigos penales de 1929 y 1931 para el distrito y
territorios federales sobre delitos del fuero común y para toda la república
en materia de fuero federal, conllevaron una serie de transformaciones en
las competencias y funciones del sistema de impartición de justicia. En el
seno de la reforma se hallaba la intención de simplificar los procedimientos
penales, la eficaz reparación de daños, la individualización de las penas, una
menor dependencia de normas éticas abstractas (“casuismo”) y un mayor
grado de decisión de los jueces en nombre de la “protección social”.10
Ejemplo de esos cambios, fue el tratamiento en el delito de homicidio que
en el Código Penal de 1871 se había castigado con una pena promedio de 12
años de prisión y en la codificación de 1929 se aplicaba entre ocho y 15
años de segregación.11 Una de las mayores modificaciones en la nueva le-
gislación fue la supresión de la pena de muerte, pues a diferencia del códi-
go de 1871 donde los varones acusados de homicidio calificado se hacían
merecedores a la pena capital, en el código de 1929, a quien cometiera
un homicidio con premeditación, alevosía y ventaja se le condenaba a un
máximo de veinte años de relegación.12 Tal supresión suscitó un debate en

9 Elisa Speckman, “Los jueces, el honor y la muerte”, pp. 1411-1466.


10 Buffington, 2001, Criminales y ciudadanos en el México moderno, p. 184.
11 La segregación consistía en la privación de la libertad por más de un año, sin exceder de veinte
y en dos periodos: el primero consistía en incomunicación parcial diurna e incomunicación
nocturna en por lo menos un octavo de la condena y por la buena conducta que mostrara el
reo de acuerdo con el reglamento del penal. En el segundo, el reo no estaba incomunicado
pero permanecía recluido hasta que se cumpliera la condena; en ambos periodos el trabajo era
obligatorio (C.P., arts. 105-113).
12 La relegación se llevaba a cabo en colonias penales que se establecían en islas o en lugares

102 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


el que se emitieron opiniones encontradas. Por un lado, especialistas que
favorecían la medida señalando que obedecía a las tendencias más moder-
nas del derecho, beneficiaba el respeto a la vida humana y formaba parte
del proceso “de transformación del pueblo mexicano; y por otro, quienes
se oponían con el argumento de que para ciertos criminales sólo la pena
de muerte podía constituir un castigo ejemplar.13
La comisión técnica nombrada para redactar el nuevo instrumento de
1929 fue dirigida por José Almaraz y proponía que se debía preservar dicha
pena para los criminales natos o incorregibles, quienes debían ser elimina-
dos de la sociedad, a diferencia de los delincuentes ocasionales, que sí tenían
posibilidad de regenerarse. Almaraz, inspirado en la escuela positivista, pre-
tendía incorporar los principios de dicha corriente como instrumento para
la “defensa social”; sin embargo, por solicitud del presidente Emilio Portes
Gil, la legislación del veintinueve conservó el espíritu liberal del código de
Martínez de Castro, bajo los preceptos de igualdad ante la ley prevista en
la Constitución de 1917. Por ello, prevalecieron las opiniones favorables,
pues el propio Portes Gil consideró que en numerosas ocasiones se había
aplicado la pena capital con el propósito de “reprimir la comisión de nuevos
delitos y los resultados habían sido contraproducentes; […] parece […] que
el ejemplo del ajusticiado ha servido para engrandecerlo a los ojos de los
demás”.14
El nuevo Código Penal entró en vigor el 15 de diciembre de 1929. Sara
Chávez fue juzgada bajo esta legislación y en su favor existían atenuantes
que le permitieron reducir la pena, pues el juez podía considerar entre otros
aspectos el sexo, la edad, educación y posición social de los acusados. Era la
viuda de un general que combatió en la Revolución, tenía 34 años de edad,
con instrucción; pertenecía a la clase media y tenía hábitos de moralidad
personal, familiar y social reconocidos. Por las circunstancias del delito,
Sara Chávez hubiera sido sentenciada a la máxima pena bajo el código de
Martínez de Castro (1871), pues tanto a las mujeres como a las personas

de difícil comunicación con el resto del país y nunca sería inferior a un año. También era
obligatorio el trabajo bajo custodia inmediata. En las colonias penales se permitía que
continuaran residiendo los reos con sus familiares y con otras personas en los términos
que estableciera la ley (C.P., arts. 114-119).
13 José A. Ceniceros, Evolución del Derecho Mexicano (1912-1942), p. 9.
14 Ibid., p. 12.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 103


mayores de setenta años, se les aplicaba una sentencia de veinte años por
homicidio calificado. No obstante, la Corte consideró que la confesión cir-
cunstanciada y su franco arrepentimiento eran importantes para atenuar su
castigo.
La prerrogativa de los jueces de considerar el máximo y mínimo para ad-
judicar la sanción parecía clara en el código de 1929, pues no sólo reflejaba
la influencia positivista orientada más hacia el delincuente que al delito; si
no que pretendía individualizar la pena basada en el nivel de amenaza que
presentara un criminal. Los redactores del código estaban convencidos de
que el crimen no surgía a partir de la voluntad individual sino de las carac-
terísticas orgánicas y sociales, es decir, del temperamento y personalidad de
los delincuentes que podían ser modificados por la herencia y el ambiente.15
A pesar de que los exámenes psiquiátricos demostraron que Sara Chávez
sufría de hiperemotividad, una especie de extrema sensibilidad durante su
ciclo menstrual, locura ocasional, esto no la eximió de responsabilidad y
por tanto, de su estado peligroso. Había cometido un acto sancionado por
el código para la defensa social y por tanto era penalmente responsable del
homicidio. Según la legislación, la noción de “estado peligroso”, a partir de
la teoría de la defensa social, permitía someter a los delincuentes a un tra-
tamiento especial de redención. Por ello, el juez estimó que los ocho años
de relegación ayudarían a que Sara Chávez dominara la pasión que la indujo
a delinquir con hábitos de orden, moralidad y trabajo que podría adquirir
en prisión.
Pero otra parte de su sanción era la reparación del daño, en otras pala-
bras, la obligación del responsable de hacer la restauración e indemnización
correspondiente.16 En el código se incorporó una sofisticada clasificación
de indemnizaciones y procedimientos para la obtención de la reparación del
daño y como en el caso de Chávez el juez consideró que había perjudicado a
la familia de la víctima, se acudió a dicha taxonomía para asignar la pensión
alimenticia por el tiempo que, según los peritos demógrafos, pudo vivir
Acosta. La gravedad de ello, radicó en que la pensión estimada superaba las
capacidades económicas de Sara y más aún estando en la cárcel. Para su for-
tuna, en 1932, gracias al decreto de indulto que favoreció alrededor de 800
15 E. Speckman, “Los jueces, el honor y la muerte…”, p. 1420.
16 C.P., art. 291.

104 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


reos del país, fue puesta en libertad; pero el pago de tal indemnización no lo
pudo evitar, pues el código era muy claro en estos casos. A pesar de ello, la
gracia del perdón otorgado por el presidente de la República en los festejos
de la Revolución, significó para ella que se le había hecho justicia.17
No ocurrió lo mismo en el caso de Hesiquio Álvarez Celedón quien
después de haber mantenido relaciones ilícitas con Ester Navarro durante
año y medio, y sintiéndose engañado por una mujer casada, decidió asesi-
narla. El 30 de diciembre de 1932, la Segunda Corte Penal lo sentenció a
diez años de segregación y aunque éste apeló ante el Tribunal, la pena le fue
disminuida sólo en 18 meses. ¿Por qué? Las circunstancias y los agravantes
del delito señalados en el código y considerados por el juez.
Los hechos ocurrieron así. Hesiquio, originario de Uruapan, Guanajua-
to, a sus veinte años se había enamorado de Ester, quien tenía cuarenta y
le había asegurado ser viuda; pero pronto el joven advirtió que no era así,
y cegado por los celos sintió que aquélla lo abandonaría. Decepcionado se
entregó de lleno a la bebida. El día de la tragedia, como de costumbre, Ester
había ido a buscarlo al escritorio de Santo Domingo donde trabajaba como
mecanógrafo, pero esta vez para dar por terminada su relación, ya que su
esposo se había enterado de sus andanzas y además ella había dejado de
querer a su amante. Ester regresaría temprano a su casa mientras Hesiquio
ahogaba el dolor en una botella de vino. Esa noche, lleno de ira y excitado
por el licor, se dirigió a su escritorio y tomó la pistola calibre 22 con cachas
blancas de cilindro que José Mendoza le había empeñado días antes. Ira-
cundo, se fue a casa de la señora Navarro y tocó la puerta. Ester salió y al
divisar el árbol que estaba cerca de la entrada, vio deslizarse a Hesiquio con
el arma. Al verla, éste le descargó cuatro balazos y luego lanzó con fuerza
la pistola hacia la cabeza de la victima ocasionándole una herida más. Ester
fue llevada al Hospital Juárez y días después, tras rendir declaración en la
séptima delegación, falleció.18
El delito de Álvarez Celedón fue cometido durante la vigencia del có-

17 Decreto de indulto de septiembre de 1932. “Los reos en cuyo proceso hubiere transcurrido el
término que fija la fracción VIII del artículo 20 constitucional, sin que hasta el 15 de septiembre
de 1932 hubieran sido fallados y que de haberlo sido podrían disfrutar de los beneficios de esta
ley, tan luego como queden a disposición del Ejecutivo podrán gozar de las prerrogativas de
la misma”.
18 AGN, TSJDF, v. 2493, exp. 490222, ff. 3-6.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 105


digo Almaraz (1929) y según el juez se trataba de un homicidio intencional
aunque se demostró que no había ocurrido con premeditación ni alevosía
o ventaja. La pena asignada en la legislación era de ocho a trece años de
segregación; pero si lo hubiera cometido por motivos depravados, con bru-
tal ferocidad; dando tormento a la víctima u obrando con ensañamiento o
crueldad, se imponía una pena de quince a veinte años de relegación.19
La calificación del delito dependía de las circunstancias atenuantes y agra-
vantes, que, de acuerdo con la clasificación definida en el código de 1929, se
dividían en cuatro clases según la mayor o menor influencia que tenían en
la temibilidad del delincuente. El valor de cada una de estas circunstancias
era de: una unidad para las de primera clase; dos unidades para la segunda,
tres para la tercera y cuatro para la cuarta clase. Por ejemplo, en el homicidio
calificado, las agravantes de cuarta clase contemplaban: a) cometer el delito
por retribución dada o prometida y por mandato de otro; b) ejecutarlo por
medio de incendio, explosión, inundación o veneno; c) por circunstancias
que añadieran ignominia, crueldad o rencor demostrados por la conducta
reprobable hacia el ofendido, hacia sus parientes o hacia las personas pre-
sentes; y d) cometerlo auxiliado de otras personas con o sin armas.20
La pena para el homicidio intencional de Hesiquio Álvarez Celedón au-
mentó por el agravante de primera clase, pues ejecutó el hecho contra una
persona faltando a la consideración debida por su edad o por su sexo, En
este caso, atentó contra una mujer. No obstante, a su favor existían ate-
nuantes de segunda y cuarta clase. Álvarez se había presentado espontánea-
mente ante la autoridad y confesó el acto, cometió el delito movido por el
engaño de Ester y acreditó buena conducta anterior; en otras palabras, era
un delincuente ocasional. En aquellos casos no previstos por la ley, la deci-
sión quedaba al arbitrio del juez quien debía tomar en consideración entre
otros aspectos: el tamaño del daño, la posibilidad de preverlo o evitarlo;
si el delito se pudo evitar con reflexión y conocimientos especializados; el
sexo, la edad, educación y posición social de los acusados, su reincidencia y
si tuvieron tiempo para obrar con la reflexión y cuidados necesarios.
El código de Almaraz (1929) también precisaba aspectos como la par-

19 C.P., 1929, arts. 985-991.


20 Ibid., arts. 963 y ss.

106 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


ticipación delictuosa: autores, cómplices y encubridores;21 los grados del
delito intencional: delito consumado y tentativa o connato.22 En este sen-
tido, se incrementaron las facultades de los jueces al permitirles tomar en
cuenta condiciones de los delincuentes no consideradas en el texto de este
instrumento jurídico y en consecuencia, aumentar las penas o ajustarlas de
acuerdo con las particularidades del infractor. Así, los atenuantes y agravan-
tes de cuatro clases ayudaron en parte a subsanar esto.
A diferencia de la legislación de 1871, donde la sentencia era emitida
por el Jurado Popular, tras la Revolución se le concedió mayor espacio a los
jueces sobre las circunstancias del delincuente, permitiéndoles contemplar
penas máximas y mínimas. En el código de 1929, los jueces atendieron a
los atenuantes y agravantes con la oportunidad de considerar circunstancias
no contempladas en el código (Speckman, 2006:1421-1422).23 En efecto, la
desaparición del Jurado Popular para delitos comunes fue otra de las innova-
ciones de la reforma. La comisión redactora del nuevo código también dis-
cutió la pertinencia o no de mantener a esta institución, ya que en el último
año habían causado controversia las absoluciones concedidas a homicidas
confesos. Para algunos especialistas, el jurado era necesario porque expre-
saba la sensibilidad del pueblo, en cambio otros consideraban que las penas
solicitadas para ciertos delitos resultaban excesivas. Finalmente, se optó por
acudir al “arbitrio judicial” con jueces profesionalizados.24
Esto significó que, en el ramo criminal y para los delitos más penados,
una justicia profesional colegiada (integrada por tres jueces) sustituyó a una
justicia mixta (ciudadana y profesional, pues los jurados estaban integrados
por un juez profesional y nueve ciudadanos). Se terminó así con la división
entre jueces de hecho (legos, ciudadanos) y jueces de derecho (profesiona-
les), pues los jueces de las cortes, formados como abogados y pagados por
el Estado, fungían como jueces de hecho (estaban encargados de apreciar la
existencia del hecho y el lugar, tiempo y circunstancia en que se cometía, por
tanto, les tocaba apreciar las pruebas ofrecidas) y jueces de derecho eran los
responsables de determinar la disposición legal aplicable al hecho juzgado.25
21 Ibid., art. 36,
22 Ibid., art. 20.
23 E. Speckman, “Los jueces, el honor y la muerte…”, pp. 1421-1422.
24 Ibid., pp. 1422-1423; Odette María Rojas Sosa, “El caso de ‘la fiera humana’; 1929…”, p. 236.
25 E. Speckman, “Las cortes penales: razones y diseño institucional…”, pp. 1-22.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 107


Sin embargo, en algunos casos, este “arbitrio judicial” más que aclarar,
generó una serie de confusiones y ambigüedades que en el asunto de Álva-
rez Celedón, terminó por constatar la complejidad y el carácter transicional
que tendría el código de 1929. El 23 de febrero de 1933, cuando ya había
entrado en vigor el Código penal de 1931, que estuvo vigente hasta el 2002,
el padre de Hesiquio, como su abogado defensor, solicitó la apelación de la
sentencia ante el TSJDF. En su alegato expresaba como agravio que el juez
no había contemplado las circunstancias atenuantes de embriaguez del pro-
cesado ni tampoco el hecho de que era la primera vez que delinquía. Lo que
no había advertido es que el código de 1929 no consideraba como atenuan-
te el delinquir por vez primera y por consiguiente la Corte no podía tener en
cuenta esta circunstancia. Por otra parte, la embriaguez no era un atenuante
sino un excluyente de responsabilidad penal, y solamente se admitía cuando
la ingestión de substancias enervantes o tóxicas hubiera sido de manera
accidental e involuntaria.26 En el caso de su hijo, se había demostrado que
estuvo embriagándose con sus amigos toda la tarde y que además lo hizo de
manera consciente y voluntaria.
El delito que cometió Álvarez ocurrió durante la vigencia del Código
Penal expedido en septiembre de 1929 y como tal fue juzgado con ese ins-
trumento. Pero al resolver la apelación, el Tribunal se ciñó al nuevo código
de procedimientos penales, que entró en vigor en 1931. En sentido estricto,
el código que debía aplicarse era el código Almaraz (1929), sin embargo, la
sala contempló las circunstancias del nuevo y éstas favorecieron en parte
el caso de Hesiquio, pues su pena fue disminuida a ocho años y seis meses
de prisión. A diferencia de Sara Chávez, éste no fue indultado, pero fue
absuelto de la reparación del daño debido a que la familia no interpuso la
demanda respectiva.

Hacia una nueva legislación, el código de 1931

Si bien el código de 1929 había contribuido a transformar los procedimien-


tos para la aplicación de la ley y la justicia, parece claro que por su orien-
tación positivista presentó muchas contradicciones y dificultades para el

26 C. P., 1929, art. 45.

108 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


ejercicio de las garantías constitucionales y de una justicia expedita.27 La
comisión redactora, esta vez nombrada por el presidente Pascual Ortiz Ru-
bio y dirigida por el penalista José Ángel Ceniceros, presentó una propuesta
para superar los obstáculos del código Almaraz. El 14 de agosto de 1931,
el nuevo código penal entró en vigor y con él se pretendió: “Eliminar los
residuos de sistemas feudales […], y hacer leyes claras, prácticas y sencillas,
que no exageraran el academicismo”. Adaptar las leyes a las necesidades
y las aspiraciones reales (biológicas, económicas, sociales y políticas)”, no
sujetando “servilmente la ley a la realidad actual y a la fuerza de los hechos y
de las costumbres imperantes, porque eso sería fomentar el estancamiento,
el retraso y el retroceso, sino hacer de la legislación una fuerza viva y una
orientación de progreso social” (Anaya Monroy, 1956: 797-798).28
En la exposición de motivos, los redactores enfatizaban en la posición
ecléctica y pragmática que debía asumir la nueva codificación con el fin de
eliminar los problemas clásicos de la metafísica, es decir, -el origen de la
vida, fundamento de la existencia, libre albedrío, etc.,- y ocuparse mejor de
los instrumentos, métodos y acciones. Para estos juristas, era necesario pro-
curar la economía del pensamiento, la investigación de los problemas parti-
culares, y preferir las teorías precisas y claras a los enigmas insolubles, que
se orientaban hacia todo aquello que pretende aumentar el poder humano
de acción sobre el mundo. “Se trataba de escapar del dogmatismo unilateral
o del sectarismo estrecho de una escuela o de un sistema”.29
De acuerdo con Luis Garrido, tanto las críticas certeras, sobre el código
de 1929, como las infundadas inclinaron al gobierno a sustituirlo por otro de
27 Luis Garrido, “La política y la folosfía en el Código Penal de 1931”, p. 257.
28 Fernando Anaya Monroy, “El código penal de 1931y la realidad mexicana”, pp. 797-798
29 Exposición de motivos, Código Penal de 1931. El debate giró en torno del predominio de
los postulados de una u otra escuela en la concepción del delito y los delincuentes; en otras
palabras, en la nueva legislación no debían primar los principios de la escuela positivista de
derecho basados en la idea de que la tendencia a la criminalidad surgía de anomalías orgánicas,
que a mayor malformación corresponde mayor predisposición al crimen y mayor peligrosidad;
por tanto era necesaria mayor defensa de la sociedad y una actitud más drástica por parte de sus
jueces. O las ideas de la Escuela liberal de derecho la cual defendía el libre albedrío postulando
que todos los hombres tenían la misma posibilidad de elegir su camino u optar entre el bien y el
mal. El delincuente era visto como el individuo que de forma libre, consciente y voluntaria elegía
el camino del crimen y al hacerlo, rompía el acuerdo originario, “el pacto social”, cometiendo
una falta contra la comunidad en general la cual tenía derecho a castigar al transgresor; debían
ser juzgados con igualdad jurídica, sin distinción de clase y raza, y por tanto, se debía dar origen
a un sistema de justicia basado en el delito cometido y no en las características fisiológicas de
los delincuentes.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 109


orientación más moderna, principalmente con respecto al procedimiento arit-
mético de las penas y de sus grados, pues “era necesario derribar de nuestra ley
la mecánica mensuradora que, como dice Jiménez de Asúa, transforma al juez
en un autómata y por ese motivo no era posible volver al Código de 1871”.30
Desde este ángulo, delitos como el homicidio calificado fueron sancio-
nados con prisión de veinte a cuarenta años. Al homicidio simple inten-
cional se le imponían de ocho a veinte años de prisión; pero si el delito
se cometía en riña, se aplicaban de cuatro a doce años de cárcel; y si era
un homicidio ocasionado en un duelo, correspondía una sanción de dos
a ocho años. Para fijar la pena de un homicidio en riña se debía tomar en
cuenta el carácter de provocador o provocado, así como la mayor o menor
importancia de la provocación. Si en la comisión del delito se comprobaba
la participación de tres o más personas, todos debían ser juzgados por ho-
micidio simple. Si la víctima recibía una o varias lesiones mortales pero no
se comprobaba quién o quiénes las infirieron, a todos se les aplicaría una
sanción de tres a nueve años de prisión.
Así, en diciembre de 1934 cuando el Juez Mixto de Primera Instancia
de Coyoacán emitió sentencia en contra de Juan Cárdenas María por el
homicidio de Pedro Nava, estimó que de acuerdo con las circunstancias del
hecho, la sentencia sería de 4 años de prisión porque Juan había cometido
un homicidio en riña siendo éste el provocado. Además, tuvo en cuenta las
circunstancias exteriores de ejecución y las peculiaridades del delincuente.
En palabras del Juez de Primera Instancia de Coyoacán:

[…] Como queda comprobado en el proceso de instrucción en el cual varios testigos, entre
ellos el sub-delegado del pueblo, de los hechos y hasta los presenciales, aseguran que el
acusado es honrado, trabajador y enemigo de la ebriedad y la pendencia, […] acreditando
la reseña e informes respectivos que no ha tenido ingresos anteriores. Además, el acusado
es analfabeta, tiene veinte años de edad, es de humilde condición social y asegura que se
expresa difícilmente en castellano por hablar el otomí, siendo originario de San Miguel
Acambay, Edo. México. Teniendo en cuenta lo anterior se considera justo imponerle san-
ción de cuatro años de prisión en calidad de retención hasta la mitad más de su duración y
con derecho a libertad preparatoria.31
30 (Garrido, 1933: 258-259).
31 AGN, TSJDF, vol. 2665, exp. 551351, f. 56-58.

110 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Lo que no estaba claro era el móvil del crimen y por ello, en la apelación
que solicitó el defensor de Cárdenas ante el TSJDF el 30 de julio de 1935,
se lograron esclarecer los hechos que confirmaron la sentencia. Serían las
tres de la tarde del 4 de noviembre de 1933, cuando Juan Cárdenas terminó
de vender la leche en el pueblo de Topilejo y se dirigió a la cantina de don
Cleto Martínez para comprar unos cigarrillos. Al salir del establecimiento,
vio que se acercaban tres hombres en estado de ebriedad de los cuales
reconoció a uno de ellos. Se trataba de Andrés Reza, quien en compañía
de su primo Pedro Nava y Encarnación Villarreal, buscaban pleito. Pedro
Nava, en actitud desafiante, pidió a Cárdenas le invitara un litro de pulque,
según éste, estaba seguro que traía dinero; pero Juan se negó y le dijo que
no estaba acostumbrado a robar al prójimo. Nava se molestó aún más y
cuando Juan intentó subir a su caballo, éste lanzó un golpe con la mano
para tratar de derribarlo. Cárdenas se defendió, pero como era más fuerte
su contendor, no tuvo más remedio que sacar su pistola y dispararle. Pedro
Nava se logró incorporar y dio algunos pasos para caer muerto dos metros
más adelante. Mientras tanto, Juan Cárdenas sin saber que había asesinado
a su oponente, se fue en su caballo para ser aprehendido más adelante por
el subdelegado de Topilejo.32
A la declaración ante el juez, Juan llegó brutalmente golpeado por los
familiares del occiso, pero no se atrevió a denunciar el hecho por temor a
sus amenazas. Ante las evidencias, el juzgado consideró que se trataba de
una fuerte riña entre los involucrados, pero más tarde se comprobó con el
dictamen pericial que la contienda no le pudo haber ocasionado tales lesio-
nes al acusado. Los hechos no fueron claros hasta que se hicieron los careos
necesarios y se descubrió que antes de llegar al juzgado, los hermanos de
Nava tomaron la justicia por su propia cuenta. Por su parte, en la sanción
impuesta a Juan Cárdenas María de cuatro años de retención hasta la mitad
más de su duración, se le otorgó el derecho a la libertad preparatoria; es
decir, en menos de dos años, por su buen comportamiento y su capacidad
para controlar la pasión que lo llevó a delinquir, quedaría libre.
Sin duda, el código de 1931 concedió un mayor margen de decisión a los
jueces sin atender a valores preestablecidos; en vez de ello, se les permitió

32 Ibid., f. 23.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 111


elegir entre los límites establecidos por la ley para la aplicación de las penas
teniendo en cuenta: 1) la naturaleza de la acción u omisión de los medios
empleados para ejecutarla y la extensión del daño o peligro; 2) la edad, la
educación, ilustración, costumbres y conducta precedente, los motivos que
lo llevaron a delinquir y sus condiciones económicas; 3) la situación espe-
cial en que se encontraba en el momento de la comisión del delito, antece-
dentes y condiciones personales que pudieran comprobarse, así como sus
vínculos de parentesco, de amistad u otras relaciones sociales, la calidad de
las personas ofendidas y las circunstancias de tiempo, lugar y ocasión que
demostraran su grado de temibilidad. Los jueces también podían declarar
a los reos sujetos a la vigilancia de la policía y prohibirles ir a determinado
lugar, por ejemplo, trasladarse a otro municipio, distrito o estado, y más
aún, residir en él.
En el caso de Juan Cárdenas, parecía que la decisión de los magistrados
de la Sexta Sala del TSJDF, licenciados Norberto L. de la Rosa, Platón
Herrera Ostos y Luis G. Corona, le favoreció. No sólo por las buenas reco-
mendaciones de sus conocidos, sino quizás porque además representaba a
aquel grupo social a quien la Revolución le había hecho justicia.
A diferencia de José Gan Tang, ciudadano chino que en 1936 asesinó
con premeditación, alevosía y ventaja a su patrón Juan Chi Chang y a quien
la Quinta Corte Penal sentenció con todas las agravantes del caso a la pena
de 15 años de prisión. En efecto, cansado de la persecución que le hacía su
antiguo jefe Chic Chang, dueño del café “Juan Chic”, ubicado en el número
89 de la calle República de Argentina. José decidió comprar una pistola
marca “Thump” para acabar con la vida de quien lo había maltratado y
generaba intrigas que le impedían emplearse en otros establecimientos de
la zona. Carlos Díaz de León, uno de los testigos que estuvo en el lugar del
incidente declaró ante el Ministerio Público que:

[…] faltando diez minutos para las dieciocho horas del día 22 de enero del
presente año [1936], encontrándome en el interior del Café Chic, en uno de los
gabinetes acompañado de Ismael Barrera Contreras y Adalberto Vázquez, me di
cuenta cuando el acusado, el cual hoy sé que se llama José Gan Tang, se acercó
al propietario Juan Chic Chang y le hizo varios disparos por la espalda y a que-
ma ropa en el preciso momento en que éste servía el café con la mano izquierda.

112 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Inmediatamente saqué mi pistola para detener al culpable, pero este se echó a
correr en dirección al cine Alarcón, ubicado por la calle de Pino Suárez, frente al
cual lo alcancé quitándole la pistola con la que hizo los disparos allí […]33

En la indagatoria, José Gan Tang señaló que hacía como seis años conocía
a la víctima y que trabajó con él cinco años atrás hasta que tuvieron un dis-
gusto por el maltrato que éste le daba. Desde entonces, el dueño del café
se dedicó a propagar chismes que deterioraron la imagen del acusado ante
su comunidad. Más tarde, cuando el juez pidió a Gan Tang que ampliara su
declaración, por medio de un intérprete dijo que:

La pistola con la que quité la vida a Juan Chic la compr[é] desde hace un año
en una armería ubicada en una casa de la calle Pino Suárez, con el objeto de
defenderme porque él era mi enemigo. […] me maltrataba mucho, se burlaba,
me empujaba y regañaba s[ó]lo para fastidiarme, un día lleg[ó] hasta picarme las
nalgas[…] y desde entonces dejé de trabajar con él. Cuando sabía que estaba
trabajando para otras personas mandaba a alguno de sus amigos a averiguar
d[ó]nde trabajaba y una vez lo sabía, intrigaba para que me trataran mal mis
patrones. […] el día del incidente, yo estaba observándolo desde la ventana y
cuando Chic Chang se aproximó a la puerta del negocio, al primer reservado del
café, yo entr[é], saqu[é] la pistola que llevaba en la bolsa derecha del pantalón y
dispar[é] toda la carga.34

Para emitir el veredicto, el juez encontró que José llevaba diez años resi-
diendo en el país legalmente. Había llegado de Cantón, China en la época
en que tras la Revolución, la migración de asiáticos a México decreció y
después de que el Congreso emitió un decreto estipulando que las tiendas
chinas debían contratar un empleado oriental por cada nueve trabajadores
mexicanos (Gómez Izquierdo, 1991). Con 36 años de edad, era soltero y
budista, comerciante y vivía en la calle de José María Vértiz. Al calificar el
delito, el juzgado señaló que sin duda se trataba de un homicidio calificado
pero que por “los atenuantes de responsabilidad como la confesión del reo,
su incultura y falta de educación, su buena conducta anterior y particular-
33 AGN, TSJDF, v. 5142, exp. 413/1936, f. 2
34 Ibid., f. 12.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 113


mente su mentalidad oriental, en la que el concepto del bien y del mal tiene
raíces y manifestaciones inexplicables en nuestro medio, se le debía aplicar
una pena de 15 años de prisión”.35
Aunque los redactores del Código de 1931 no hablaron de determinis-
mo, enfatizaron en modificar la premisa: “no hay hombres sino criminales”,
por la de “no hay criminales sino hombres”. Basados en los postulados de
la escuela clásica, consideraban que el criminal era un individuo absoluta-
mente igual a aquél que no había delinquido, pues el delito por antisocial y
negativo que fuera, terminaba siendo un producto humano.36 No obstante,
pareciera que estas premisas no se reflejaron en el caso de José Gan Tang,
pues cuando su defensor apeló la sentencia por considerar que la pena era
exagerada y pidió se redujera al mínimo en vista de la sinceridad de la con-
fesión así como estimar que obró impulsado por las ofensas de la victima,
el Tribunal invocó el arbitrio judicial aduciendo que: “El agravio del de-
fensor no podía ser admitido ya que la ley concedía al juzgador la facultad
de señalar la pena dentro del máximu y mínimu fijado en la misma. Por lo
demás, se habían contemplado todas las circunstancias que concurrieron en
el proceso y por lo tanto, era la pena que justamente correspondía”. ¿Habrá
incidido en esta decisión, los prejuicios en torno a los chinos o la sinofobia
difundida en México tras la Revolución?
A pesar de todo José Gan Tang, fue absuelto del pago de la reparación
del daño en vista de que no fue determinado el monto del perjuicio que
ocasionó. En este sentido, a diferencia del código de 1871 sobre la respon-
sabilidad civil, los redactores del de 1931 señalaron que la reparación del
daño no solamente protegía también a la victima del delito –lo que la hizo
humana y moderna en este renglón– simplificando el procedimiento, sino
que hacía más efectiva la multa y por lo tanto garantizaba la compensación
del daño formando entre la civil y la penal, una sanción pecuniaria.37
Con todo, en el código quedó inscrito que el delito estaba determinado
por factores biológicos, psicológicos y sociales que se encontraban más allá de
la voluntad humana.38 Que el delito era un hecho contingente, resultante
de fuerzas sociales y la pena era un mal necesario, justificada por la inti-

35 Ibid., f. 39.
36 C. P., 1931, art. 7.
37 Ibid., art. 29.

114 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


midación, la ejemplaridad, la expiación, pero fundamentalmente por la
conservación del orden social.

Reflexiones finales

Tras la Revolución, la ley y la justicia cobraron significado por la necesidad


de controlar el delito, definir las sanciones o los procedimientos hacia una
justicia expedita; pero también porque fue una forma de organizar, recons-
truir y mantener el poder en el proceso de institucionalización del Estado.
Por ello, la legislación penal de los años veinte y treinta introdujo una serie
de cambios importantes que incidieron en la práctica de la justicia y en la
construcción de la nación revolucionaria; no obstante, fue claro que en
la codificación prevaleció en esencia la estructura y el espíritu liberal del
código de 1871.
Por otra parte, del examen anterior se desprende que, más allá de las
modificaciones en la justicia penal, en el sentido de aumento de penas, ti-
pologías, supresión de la pena capital y desaparición del jurado popular, un
aspecto que se destaca de manera significativa es la ampliación del arbitrio
judicial o mayor capacidad de decisión de los jueces sobre las penas. Con
lo cual se puede sugerir que un mayor grado de arbitrio permitía un sistema
penal más sensible y por ello capaz de apuntalar la legitimidad del Estado
posrevolucionario.
Como en el caso del homicida Juan Cárdenas María o el de Sara Chávez
Cisneros, la justicia discrecional “paternalista” se expresaba como solución
ideal a los complejos y contradictorios problemas de legitimación genera-
dos por una sociedad heterogénea. En la práctica, tal como señala Robert
Buffington, el aumento del arbitrio formalizó la modalidad paternalista de
las relaciones Estado-ciudadanos, la cual maduraría con la consolidación del
gobierno de Lázaro Cárdenas y su Estado “papá” a fines de los años treinta.
Desde ese ángulo, otro aspecto que acompaña tal aseveración, fue la con-
sideración por parte de las comisiones de suprimir la pena de muerte, con lo
cual se redujo la capacidad “legal” de represión y castigo por parte del Estado.
Los redactores estaban seguros que la readaptación social del delincuente se
38 Ceniceros, José A.,“La escuela positivista y su influencia en la legislación penal mexicana”,
pp. 201-202.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 115


lograría introduciendo diversos recursos que en cantidad y calidad pudieran
emplearse para restaurar la personalidad del delincuente. Con un sistema
penitenciario óptimo y una buena educación, la pena de muerte era inne-
cesaria.
Finalmente, es importante señalar que a través de las voces de los ac-
tores de estos procesos, es decir, jueces, defensores y acusados podemos
percibir en menor o mayor medida, la influencia que la Revolución tuvo
en la conciencia, en la cultura y la manera en que quedó en el imaginario
colectivo cuando los acusados apelaron al indulto, como en el caso de
Chávez; cuando el juez consideró las peculiaridades de Cárdenas o de Ál-
varez y asimismo cuando la corte señaló que por sus condiciones, la pena
era adecuada para el chino. Con todo, recurrieron a un lenguaje común
para buscar, de una u otra manera, la legitimidad de la Revolución cuya
promesa era la de una justicia social para todos los ciudadanos.

Referencias

Siglas

AGN – Archivo General de la Nación


TSJDF – Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal
AHDF – Archivo Histórico del Distrito Federal

Libros y Artículos

Anaya Monroy Fernando, “El código penal de 1931 y la realidad mexicana


en Revista Criminalia, México, año XXII, núm. 11, 1956, pp. 784-809.

Buffington, Robert, Criminales y ciudadanos en el México moderno, México, Siglo


XXI editores, 2001.

Ceniceros, José Ángel y otros, Evolución del Derecho Mexicano (1912-1942), México,
Editorial Jus/Publicaciones de la Escuela Libre de Derecho, t. I, 1943.

___________________, “La escuela positivista y su influencia en la

116 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


legislación penal mexicana” en: Revista Criminalia 4, núm. 4, 1940, pp.
200-13.

Código de organización, de competencia y de procedimientos en materia penal, para el


Distrito Federal y territorios, expedido en octubre de 1929, en vigor en
diciembre de 1929.

Garciadiego, Javier, “La Revolución”, en Nueva Historia Mínima de México,


México, El Colegio de México, 2006, pp. 225-256.

Matute, Álvaro, Historia de la Revolución mexicana. 1917-1924, Las dificultades


del nuevo Estado. El Colegio de México, México, 2005.

Mendoza, Salvador, “El Nuevo Código Penal de México”, en The Hispanic


American Historical Review, Duke University Press, vol. 10, núm. 3, (agosto
de 1930), 1930, pp. 299-312.

Garrido, Luis, “La doctrina mexicana de nuestro derecho penal”, en Revista


Criminalia 7, núm. 4, 1940, pp. 240-247.

Gómez Izquierdo, Jorge, El movimiento antichino en México (1871-1934).


Problemas del racismo y del nacionalismo durante la Revolución mexicana, México,
INAH, 1991.

Meyer, Lorenzo, Historia de la Revolución Mexicana 1928-1934. Los inicios de la


Institucionalización, México, El Colegio de México, 2004.

Piccato, Pablo, “A Historical Perspective on Crime in Twentieth–Century


Mexico City”, en Cornelius Wayne A. and Shirk David A. (editors) (2007).
Reforming the Administration of Justice in Mexico, San Diego, University of
California, Center for US-Mexican Studies, 2007, pp. 65-89.

_____________, “Crimen en el siglo XX: Fragmentos de Análisis sobre


la evidencia cuantitativa”, en Rodríguez Kuri, Ariel y Tamayo Flores-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 117


Alatorre, Sergio (coords), Los últimos cien años. Los próximos cien…, México,
UAM, 2004, pp. 13-43.

Rojas Sosa, Odette María. “El caso de ‘la fiera humana’, 1929. El crimen de la
Calle de Matamoros, el nuevo Código Penal y la desaparición del Jurado
Popular”, en Historia y grafía, núm. 30, Universidad Iberoamericana,
2008.

Speckman, Elisa, “Las cortes penales: razones y diseño institucional


(Distrito Federal, 1929)”, ponencia presentada en el 53 ICA, ciudad de
México, julio de 2009.

Speckman, Elisa, (2007). “Justice Reform and Legal Opinion: The Mexican
Criminal Codes of 1871, 1929, and 1931”, en Cornelius Wayne A. and
Shirk David A. (eds.), Reforming the Administration of Justice in Mexico, San
Diego, University of California, Center for US-Mexican Studies, pp.
225-249.

Speckman, Elisa, “Los jueces, el honor y la muerte. Un análisis de la justicia


(ciudad de México, 1871-1931)” en Historia Mexicana, México, El Colegio
de México-CEH, vol. LV, núm. 4, 2006, pp. 1411-1466.

118 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


PORTALES
EL DOCUMENTO ELECTRÓNICO EN LA SOCIEDAD
DE LA INFORMACIÓN1

Alejandro Delgado Gómez*

Introducción

El presente trabajo tiene como finalidad esbozar en filigrana la natura-


leza del documento electrónico y explorar las repercusiones que esta
naturaleza y sus adecuadas creación, gestión y utilización tienen para la
práctica de la archivística. Para ello, en primer lugar propone y discute
algunas definiciones de documento electrónico. En segundo lugar, y con el
objeto de profundizar en su comprensión, explora la compleja naturaleza
del documento electrónico. Seguidamente, estudia las repercusiones
que esta naturaleza puede tener para la noción de documento como
evidencia de acciones, tanto en ámbitos organizativos como privados; y
propone la problemática noción de contexto como potencial garantía de
aquella evidencia. Puesto que la evidencia no es sólo objetiva, sino que
posee un fuerte componente subjetivo, se examina también el modo en
que los documentos electrónicos podrían ser admisibles en las sociedades
contemporáneas. Como es natural, los radicales cambios implicados por la
generalización del uso de los documentos electrónicos significan también
un cambio en el modo de actuar y de pensar de los archiveros, necesitados
de una mayor integración en los sistemas de gestión. Este asunto se aborda
en la última sección. Finalmente, se esbozan algunas conclusiones.

* Técnico de Archivo del Ayuntamiento de Cartagena; consultor de 3000 Informática


[email protected]

1 Ésta es una refundición de las versiones revisadas de la conferencia “El documento electrónico”,
en Los archivos hoy: lo viejo y lo nuevo en gestión de documentos y archivos (Pamplona, 8 y 9 de septiembre
de 2008); y de los artículos en prensa en la revista Tábula de la Asociación de Archiveros de
Castilla y León, Eric Ketelaar, Alejandro Delgado Gómez, “El reto de los archivos intangibles”
y Alejandro Delgado Gómez, “La redefinición del trabajo: tecnologizamos nuestra práctica o la
tecnología decide nuestro ejercicio profesional”.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 121


Qué es el documento electrónico

Probablemente, existen pocos conceptos tan impenetrables como el de docu-


mento electrónico, dada su naturaleza inaprensible, invisible e invasiva. En la
presente exposición, por tanto, haremos uso de una definición de diccionario,
con independencia de que la maticemos en secciones posteriores. Así, pues,
un documento electrónico es “datos o información que han sido capturados y
fijados para su almacenamiento y manipulación en un sistema automatizado
y que requiere el uso del sistema para rendirlo inteligible para una persona”.2
Por supuesto, otras definiciones existen y son adecuadas. Por ejemplo,
MoReq2 define “documento electrónico” simplemente como “un docu-
mento que está en forma electrónica”;3 DoD 5015.2, del Departamento
de Defensa de los Estados Unidos, indica que un documento electrónico
es “la información registrada de forma que requiera un ordenador u otra
máquina para procesarla y que satisfaga la definición legal de documento de
acuerdo con la sección 3301 del título 44 del United States Code (USC)”;4 el
Proyecto InterPARES define documento electrónico como “un documento
analógico o digital que es transportado por un conductor eléctrico y requie-
re el uso de equipamiento para ser inteligible por parte de una persona”;5
el Proyecto VERS (Victorian Electronic Records Strategy) lo define como “un
documento producido, alojado o transmitido por medios electrónicos más
que por medios físicos. Un documento expresado en un formato electróni-
co digital. Un documento almacenado de tal forma que sólo un ordenador
puede procesarlo”.6

2 Richard Pearce-Moses, A Glossary of Archival and Records Terminology, Chicago, Society


of American Archivists, 2005, URL: http://www.archivists.org/glossary/term_details.
asp?DefinitionKey=119 (consulta: 24-10-2009).
3 MoReq2, Model Requirements for the Management of Electronic Records: Update and Extension, 2008:
Moreq2 Specification. Bruxelles, Luxembourg: CECA, CEE, CEEA, 2008, p. 2.
4 Assistant Secretary of Defense for Networks and Information Integration/Department of
Defense Chief Information Officer, DoD 5015.02-STD, Electronic Records Management Software
Applications Design Criteria Standard, 25 de abril, 2007,Washington D.C., Department of Defense,
2007, p. 15, URL: http://www.dtic.mil/whs/directives/corres/pdf/501502std.pdf (consulta:
24-10-2009).
5 InterPARES 2 Project: Terminology Database, URL: http://www.interpares.org/ip2/ip2_
terminology_db.cfm (consulta: 24-10-2009).
6 VERS: Glossary, URL: http://www.prov.vic.gov.au/vers/toolkit/glossary.htm#electronicrecord
(consulta: 24-10-2009).

122 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


De todas estas definiciones, y de muchas más repartidas por distintos do-
cumentos normativos, leyes, artículos científicos, etc., parece poder deducirse
de manera argumentable que lo que distingue a un documento electrónico de
un documento en papel es el hecho de que en su producción, conservación,
gestión y uso interviene de manera crítica un agente que no existía, o existía
de manera más controlable, en el entorno en papel, y que ha venido a com-
plicar notablemente las cosas: la tecnología. Para dar idea de tal complicación,
parece adecuado citar la descripción del Consejo Internacional de Archivos
(CIA o ICA por sus siglas en inglés). En cuanto a los sistemas electrónicos de
archivo, el ICA los problematiza en los siguientes términos:

Concretamente, en los entornos distribuidos de red resulta cada vez más com-
plicado identificar, incorporar en el sistema de archivo y mantener documentos
auténticos y fiables, sobre todo porque los cambios en las estructuras organi-
zativas, los procedimientos y las comunicaciones, así como la interacción entre
tecnología y organizaciones, tienen una importante repercusión en la gestión
de los documentos. Estas tendencias también están cambiando los tipos de
documentos que se producen, las relaciones entre los documentos electrónicos
y los de formato tradicional, las formas en que se controlan y gestionan los do-
cumentos y los patrones de acceso y utilización.7

Tengamos en cuenta que un documento electrónico, si bien diferente en


su naturaleza de uno en papel, debe cumplir la misma función que éste: ser
evidencia de acciones, tanto en un punto del tiempo como a lo largo del
mismo, lo cual –en un entorno precario, sujeto a obsolescencia, a menudo
invisible y como se dijo invasivo, y cada vez más distribuido– deviene un
reto de difícil cumplimiento. Así, por ejemplo, el Archivo Nacional de Aus-
tralia plantea la diferencia entre el entorno electrónico y el analógico en los
siguientes términos:

Los documentos digitales, aunque satisfacen el mismo propósito general que los
documentos en papel (informes, cartas, memos), son inherentemente diferentes

7 Consejo Internacional de Archivos. Comité de Archivos de Gestión, en Entorno Electrónico:


Documentos electrónicos: manual para archiveros, Madrid, Ministerio de Cultura, 2006, pp. 22-23.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 123


de sus contrapartidas en papel. La diferencia más obvia es que los documentos
digitales están mediados por la tecnología, lo que significa que para experimen-
tar documentos digitales una persona debe tener la correcta combinación de
hardware y de software. Los documentos digitales dejan así de ser objetos físicos
y son, en lugar de ello, el resultado de la mediación de tecnología y datos. La
experiencia del objeto sólo dura mientras la tecnología y los datos interactúan.
Como resultado, cada visionado de un documento es una nueva “copia origi-
nal” del mismo –dos personas pueden ver el mismo documento en sus orde-
nadores al mismo tiempo y experimentarán “ejecuciones” equivalentes de ese
documento.8

La aseveración precedente no es trivial y la exploraremos en sección pos-


terior, porque, básicamente, señala que los documentos electrónicos no
existen, simplemente “regresan” o se “componen” cuando se les llama, lo
cual resulta particularmente inquietante para quienes alguna vez nos hemos
movido en el confortable y previsible entorno analógico.
El Archivo Nacional de Holanda plantea el problema de manera similar:

Los documentos digitales no son simplemente el equivalente del siglo veintiuno


de los tradicionales documentos en papel. Tienen otras propiedades, caracterís-
ticas y aplicaciones. Sin embargo, tanto los documentos digitales como en pa-
pel deben satisfacer los mismos requisitos legales. En la práctica, esto requiere
una aproximación diferente. Los documentos digitales no son objetos tangibles
como un libro o una revista, sino una combinación de hardware, software y fi-
cheros de ordenador. Esta combinación es necesaria para ser capaces de utilizar
los documentos o examinarlos... Una importante diferencia en comparación
con los documentos en papel es la mayor pérdida de información que puede
suceder incluso mientras los documentos se están utilizando, o posteriormente,
cuando los documentos se están manteniendo. Después de todo, los discos
duros y los ordenadores se reemplazan regularmente, y existen pocas barreras
para destruir ficheros de ordenador. Un solo clic en el botón “borrar” y un
documento puede desaparecer sin dejar traza.9
8 Helen Heslop, Simon Davis y Andrew Wilson, An Approach to the Preservation of Digital Records,
Canberra, National Archives of Australia, 2002, p. 8, URL: http://www.naa.gov.au/Images/An-
approach-Green-Paper_tcm2-888.pdf (consulta: 24-10-2009).
9 From digital volatility to digital permanence: Preserving databases. The Hague: National Archief, 2003,

124 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


A la vista de las definiciones y discusiones propuestas en la presente sec-
ción, diríase que el documento electrónico está lejos de poder gestionarse
con la misma comodidad con la que se gestionan los de papel, si es que
éstos alguna vez se han gestionado con comodidad. Así, pues, ahora se
explorarán los componentes conceptuales y físicos del documento electró-
nico, con la esperanza de obtener una comprensión mejor informada acerca
de cómo aproximarse a ellos.

La naturaleza de los documentos electrónicos

Se suele asumir, por convención, que los documentos, analógicos o digi-


tales, de archivo o procedentes de otros entornos, tienen tres aspectos, ya
mencionados algo más arriba: contenido, contexto y estructura.10 En un
texto fundacional David Bearman ya procedía a la definición de esta tríada:

Los datos [contenido] del documento son las palabras, números, imágenes, y
sonidos realmente realizados por el creador del documento.
La estructura del documento son las relaciones entre estos datos tal y como
son empleados por el creador del documento para comportar significado. Un
tipo de estructura son los formalismos estilísticos que utilizamos para reconocer
la “dirección”, la “salutación”, el “cuerpo” de los documentos escritos. Otro
tipo de estructura son los punteros entre agrupamientos de información física
o lógicamente distintos, como es el caso en los formularios o bases de datos
en los que una agregación de elementos de datos se relaciona con otra en un
documento separado, pero se conservan juntas en el mismo fichero o en una
“relación” en la definición de la base de datos...
El contexto del documento es el testimonio que proporciona acerca del
nexo de la actividad de la que surgió y en la que fue utilizado y acerca del modo
en que apareció y se comportó en ese entorno...11

p. 6, URL: http://www.digitaleduurzaamheid.nl/bibliotheek/docs/volatility-permanence-
databases-en.pdf (consulta: 24-10-2009).
10 Confróntese, por ejemplo, Anne J. Gilliland-Swetland, “Setting the Stage”, en Introduction
to Metadata: Pathways to Digital Information, URL: http://www.getty.edu/research/conducting_
research/standards/intrometadata/setting.html (consulta: 24-10-2009).
11 David Bearman, “Archival Principles and the Electronic Office”, en Electronic Evidence:
Strategies for Managing Records in Contemporary Organizations, Pittsburgh, Archives & Museums
Informatics, 1994, p. 148. Agregado entre corchetes del autor.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 125


En el entorno digital, y también por convención, se reconocen además
otros dos aspectos, la forma o representación y el comportamiento. El
mencionado Testbed holandés refiere la forma discriminable en dos compo-
nentes, estructura, ya citada, y apariencia. Este término parece desde luego
más adecuado a lo que se quiere significar, básicamente que un documento
electrónico es en último extremo una secuencia de ceros y unos, y que lo
que el usuario ve en pantalla es sólo una falacia inteligible del todo del do-
cumento:

La “apariencia” de un documento digital se refiere a la presentación última


de ese documento, esto es, la forma en que el documento digital se despliega
en pantalla. La apariencia incluye características como la fuente, el tamaño de
fuente, y el uso de letras subrayadas, en negrita o en cursiva, etc. Con una base
de datos, la apariencia se refiere primariamente a la aplicación que utiliza un GUI
(Interfaz Gráfico de Usuario) para acceder a la base de datos subyacente. La
aplicación hace posible que el usuario añada, enmiende o borre datos. En este
caso, “apariencia” se refiere en particular a la apariencia en pantalla de los datos
tal y como presentados por la aplicación mientras el usuario envía consultas y
actualizaciones a la base de datos subyacente.12

El comportamiento, que marca una diferencia radical con el documento en


papel, en la medida en que éste no es activo, se define como:

Lo más difícil de conservar es el comportamiento de un documento digital


“Comportamiento” se refiere a las características interactivas de un documento.
En el caso de una base de datos, el comportamiento está vinculado primaria-
mente a la aplicación a la que accede el usuario para enviar consultas y actualizar
la base de datos. El comportamiento juega un papel más importante en las bases
de datos que en los mensajes de correo electrónico, los documentos de texto y
las hojas de cálculo.13

El comportamiento es precisamente aquello que de manera más radical aleja


al documento de su tradicional condición de objeto pasivo al que le suceden
12 From digital volatility to digital permanence, p. 9.
13 Idem.

126 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


cosas, y lo transforma en agente, en permanente estado de reconstrucción
y redefinición. De manera breve, el archivero debe aprender que el docu-
mento ya no es nunca más su esclavo, sino su interlocutor, con opiniones
a veces muy propias.

Evidencia y documentos electrónicos

La identificación y adecuada documentación de estos aspectos del docu-


mento debieran proporcionar a éste carácter de evidencia. Es en el con-
cepto de evidencia y sus asociados donde radica el problema real, en lo que
concierne al documento electrónico: un documento de archivo se diferen-
cia de otros tipos de documentos porque constituye evidencia de acciones,
aunque la evidencia nunca había sido, por convención, competencia prima-
ria del archivero, quien debía limitarse a asegurar que el documento seguía
siendo tan auténtico como cuando entró en el archivo. La evidencia era más
bien competencia de los usuarios, investigadores o no, que determinaban
el valor de verdad que estaban dispuestos a proporcionar al documento.14
La explosión electrónica ha obligado al archivero a tomar medidas para
que, desde el momento de la creación, o incluso desde la fase de diseño, la
evidencia quede garantizada.
Así, por ejemplo, la norma ISO 15489 indica que “un documento de
archivo debería reflejar correctamente lo que se comunicó o decidió o la
medida que se adoptó, satisfacer las necesidades de la organización a la que
está vinculado y poder utilizarse para rendir cuentas”.15 MoReq2, que adop-
ta la definición de ISO 15489, afirma que un documento de archivo es “in-
formación creada, recibida y mantenida como evidencia por una organiza-
ción o persona, en cumplimiento de obligaciones legales o en transacciones
de negocio”.16 DoD 5015.2 indica que “los documentos son conservados
o resultan adecuados para su conservación por esa agencia o su sucesor le-

14 Confróntese, por ejemplo, Luciana Duranti, “Autenticidad y valoración: la teoría de la


valoración confrontada con los documentos electrónicos”, en Luis Hernández Olivera (ed.), El
refinado arte de la destrucción: la selección de documentos. Actas del III Congreso de Archivos de Castilla
y León, Tábula, núm. 6 (2003), pp. 13-22.
15 ISO 15489-1: Información y documentación- Gestión de documentos-Parte 1: Generalidades. Ginebra:
Organización Internacional de Normalización, 2001, p. 9.
16 MoReq2, p. 13.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 127


gítimo como evidencia de la organización, funciones, políticas, decisiones,
procedimientos, operaciones u otras actividades del Gobierno, o a causa del
valor de los datos del documento”.17
Por convención, la evidencia proporcionada por los documentos de ar-
chivo viene dada por un conjunto de propiedades de los mismos, que se
codifican de manera diferente dependiendo de tradiciones o textos, pero que
podrían enmarcarse bajo el paraguas de la confiabilidad, entendida, en tér-
minos de InterPARES, así “tanto una declaración exacta de hechos como una
manifestación genuina de esos hechos”.18 Como han demostrado diversos
autores,19 la confiabilidad no es sólo esa declaración exacta y objetiva que
pretende InterPARES, sino una combinación de tal exactitud y las condiciones
de admisibilidad que un grupo social dado esté dispuesto a permitir a un do-
cumento, entendiendo por admisibilidad “la cualidad de ser permitido para
servir como evidencia en un juicio o una audiencia u otro procedimiento”.20
Es decir, en términos simples, los documentos no son nunca reflejos fieles y
precisos de acciones, sino más bien interpretaciones, simplificaciones, lectu-
ras de esas acciones;21 un grupo social dado,dependiendo de sus regulaciones
sobre admisibilidad, apoyadas o no por una ley u otra norma, considerará
algunas de estas lecturas como más dignas de confianza que otras, siendo las
primeras buenos documentos de archivo y las segundas no.
El Manual del ICA, por ejemplo, considera que los documentos de ar-
chivo en los que se puede confiar son aquellos que tienen las propiedades
de ser:

17 DoD 5015.2, p. 20.


18 Ibid, URL: http://www.interpares.org/ip2/ip2_terminology_db.cfm (consulta: 24-10-2009).
19 Clifford Lynch, “Authenticity and Integrity in the Digital Environment: An Exploratory
Analysis of the Central Role of Trust”, en Authenticity in a Digital Environment. Washington
D.C.: Council on Library and Information Resources, 2002, pp. 32-50; Charles T. Cullen,
“Authentication of Digital Objects: Lessons from a Historian’s Research”, en Ibid., pp.
1-7; David M. Levy, “Where’s Waldo? Reflections on Copies and Authenticity in a Digital
Environment”, en Ibid., pp. 24-31; James M. O’Toole, “On the Idea of Uniqueness”, en The
American Archivist, vol. 57, núm. 4 (Fall, 1994), pp. 632-658.
20 InterPARES 2, URL: http://www.interpares.org/ip2/ip2_terminology_db.cfm (consulta: 24-
10-2009).
21 Acerca del carácter mediado de la precisión del documento, confróntense, por ejemplo,
Joan M. Schwartz, “’Records of Simple Truth and Precision’: Photography, Archives, and the
Illusion of Control”, en Archivaria, núm. 50 (Fall, 2000), pp. 1-40; y Ciaran B. Trace, “What
is Recorded is Never Simply ‘What Happened’: Record Keeping in Modern Organizational
Culture”, en Archival Science, vol. 2, núms. 1-2 (marzo, 2002), pp. 137-159.

128 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


• auténticos, es decir, se puede demostrar que son lo que pretenden
ser;
• completos, es decir, nada se ha añadido a, ni se ha quitado del,
documento digital;
• accesibles y comprensibles, es decir, existe alguna tecnología que
permite reproducir el documento digital, y que su contenido siga
teniendo sentido para quien accede a él;
• procesables, es decir, se puede manipular el documento digital, aun
cuando no esté disponible el software original; y
• potencialmente reutilizables, es decir, el usuario puede extraer
información del documento digital, o se puede interactuar con éste
haciendo uso de un sistema actualizado.22

Desde una perspectiva similar, ISO 15489 considera que un documento de


archivo en el que se pueda confiar debe tener cuatro propiedades:

• Autenticidad, entendiendo por tal la cualidad del documento para


poder probar que es lo que afirma ser; que ha sido creado o enviado
por la persona que se afirma que lo ha creado o enviado; y que ha
sido creado o enviado en el momento que se afirma.
• Fiabilidad, entendiendo por tal una representación, en el contenido
del documento, completa y precisa de las operaciones, las actividades
o los hechos de los que da testimonio y al que se puede recurrir en el
curso de posteriores operaciones o actividades.
• Integridad, entendiendo por tal la cualidad del documento de
permanecer completo e inalterado.
• Disponibilidad, entendiendo por tal la cualidad del documento de
poder ser localizado, recuperado, presentado e interpretado.23

Por su parte, el Proyecto InterPARES elaboró una compleja ontología ba-


sada en la teoría diplomática clásica para representar la confiabilidad, que
definimos a continuación. La confiabilidad viene conferida al documento

22 Consejo Internacional de Archivos. Comité de Archivos de Gestión, en Entorno Electrónico:


Documentos electrónicos… p. 60.
23 ISO 15489-1, pp. 10-11.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 129


por el grado en que comporta tres componentes: fiabilidad, autenticidad
y exactitud. La fiabilidad es “la confiabilidad de un documento en tanto
declaración de un hecho. Existe cuando un documento puede estar por el
hecho del que trata, y queda establecida examinando la completitud de la
forma del documento y la cantidad de control ejercido en el proceso de su
creación”.24 La autenticidad es “la confiabilidad de un documento en tanto
documento; esto es, la cualidad de un documento que es lo que pretende ser
y que está libre de fraude o corrupción”.25 La exactitud es “el grado en que
los datos, la información, los documentos o los documentos de archivo son
precisos, correctos, verdaderos, libres de error o distorsión, o pertinentes
al asunto.26
Como se ha indicado, la fiabilidad, de acuerdo con InterPARES, queda
establecida examinando tanto el procedimiento de creación del documen-
to, como su completitud, que se define como “la cualidad de un documento
que contiene todos los elementos requeridos por el creador y el sistema
jurídico para ser capaz de generar consecuencias”.27 De manera crítica para
InterPARES, la autenticidad tiene por su parte dos componentes, integridad
e identidad, siendo la primera “la cualidad de estar completo e inalterado en
todos los aspectos esenciales”,28 y la segunda “el total de características de
un documento o de un documento de archivo que lo identifican de manera
única y lo distinguen de cualquier otro documento o documento de archi-
vo”.29 De conformidad con InterPARES, la confiabilidad del documento de
archivo como transmisor de evidencia viene dada, pues, por el grado en
que se conoce todo este complejo entramado de componentes: fiabilidad,
completitud, control sobre el procedimiento de creación, autenticidad, inte-
gridad, identidad, exactitud, precisión, corrección, verdad y pertinencia.30

24 InterPARES 2, URL: http://www.interpares.org/ip2/ip2_terminology_db.cfm (consulta: 24-


10-2009).
25 Idem.
26 Idem.
27 Idem.
28 Idem.
29 Idem.
30 InterPARES 2, Concept of Trustworthiness of a Record: Ontology C, URL: http://www.interpares.
org/ip2/display_file.cfm?doc=ip2_ontology.pdf (consulta: 24-10-2009).

130 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


El contexto de los documentos de archivo

En cualquier caso, se adopte la codificación que se adopte, la creación de


documentos electrónicos que posean estas propiedades y que las puedan
mantener a lo largo del tiempo y el espacio es mucho más complicada que
en el caso de sus contrapartidas en papel. Existe un cierto común acuerdo al
aseverar que, en los crecientemente precarios y distribuidos entornos elec-
trónicos contemporáneos, la confiabilidad del documento no puede venir
dada simplemente por el examen de su contenido informativo, sino median-
te la asignación de contexto a tal contenido informativo.31 Esta aseveración
ya fue abordada por David Bearman en un texto pionero,32 y ha resultado
razonablemente axiomática desde entonces; sin embargo, las aproximacio-
nes al modo en que esta asignación de contexto debiera llevarse a cabo
difieren de manera notable. Así, por ejemplo, MoReq2 renuncia a realizar
una articulación del contexto de los documentos:

El contenido está presente en uno o más documentos físicos y/o electrónicos


que comportan el mensaje (el contenido informativo) del documento. Estos se
almacenan de tal modo que permitan a los futuros usuarios comprenderlos y
su contexto. Esta visión implica que un documento de archivo bien gestionado
consta de, además del contenido de su(s) documento(s), información acerca de
su estructura y metadatos que proporcionan información sobre su contexto, y su
presentación a los usuarios. Sin embargo en MoReq2 el término documento de
archivo se utiliza para referirse al contenido informativo –el(los) documento(s)
a partir de los cuales se realiza el documento de archivo, sin los metadatos.33

Dentro de la tradición custodial, sin embargo, InterPARES dedica una no-


table atención a la adecuada articulación de los contextos en los que se
genera el documento, de los que codifica cinco, que van de lo general a lo
específico, y que, junto con su contenido informativo, justifican el docu-

31 Para una discusión detallada acerca de esta aseveración, confróntese Alejandro Delgado
Gómez, El centro y la equis: una introducción a la descripción archivística contemporánea, Cartagena,
Ayuntamiento; 3000 Informática, 2007.
32 David Bearman, “Documenting Documentation”, en Archivaria, núm. 34 (verano, 1992),
pp. 33-49.
33 MoReq2, p. 14.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 131


mento: contexto jurídico-administrativo, contexto de procedencia, contex-
to procedimental, contexto documental y contexto tecnológico.34 Desde
la perspectiva postcustodial, informada por un paradigma en el que ya no
rigen los cinco principios esenciales de la archivística, tal y como expuestos,
por ejemplo, por Gilliland-Swetland35 –la santidad de la evidencia, el ciclo
de vida de los documentos, la naturaleza orgánica de los documentos, las je-
rarquías en los documentos y sus descripciones; y los principios de respeto
al fondo, procedencia y orden original– y cuestionados de manera brillante
por Eric Ketelaar,36 aseverar que el negocio del archivero es el contexto
deviene algo más que mera retórica.37
Por tanto, en la presente sección exploraremos los motivos por los que,
en el entorno digital, el contenido informativo ya no tiene la misma relevan-
cia que en el entorno analógico, y por los que la archivística está desviando
cada vez más su atención hacia una adecuada articulación del contexto de
producción, gestión y uso de los documentos.
Tal y como ha explicado el autor de la presente exposición en otro lu-
gar,38 si en un entorno en papel, los procesos de producción, gestión y uso
de documentos tienen carácter discreto, es decir, son secuenciales, y, por
tanto, asumibles, dadas las condiciones de tiempo y recursos suficientes, en
un entorno digital estas actividades de producción, gestión y uso tienen un
carácter básicamente continuo, o, en sentido estricto, no lineal; es decir, no
son actividades discretas ni secuenciales. En consecuencia, no son asumi-
bles en las mismas condiciones en que lo son en un entorno en papel. En un

34 Luciana Duranti (ed.), op. cit., p. 34.


35 Anne Gilliland-Swetland, Enduring Paradigm, New Opportunities: The Value of the Archival
Perspective in the Digital Environment. Washington DC: Council on Library and Information
Resources, 2000, URL: http://www.clir.org/pubs/reports/pub89/pub89.pdf (consulta: 24-10-
2009).
36 Eric Ketelaar, “Archives in the Digital Age: New Uses for an Old Science”, en: Archives
& Social Studies: A Journal of Interdisciplinary Research, vol. 1, núm. 0 (marzo, 2007), pp. 167-191.
URL: http://socialstudies.cartagena.es/images/PDF/no0/ketelaar_archives.pdf (consulta: 24-
10-2009)
37 Para una discusión más detallada acerca de la cuestión del contexto, confróntese Alejandro
Delgado Gómez, “El principio de contextualidad y relación de los documentos: una aproximación
tentativa”, en Scire: representación y organización del conocimiento, vol. 12, núm. 1 (enero-junio, 2006),
pp. 23-46.
38 Alejandro Delgado Gómez, “Dificultades en la conservación de documentos digitales en el
actual entorno tecnológico”, en Vencer al tiempo: conservación e instalación de los documentos municipales.
XVI Jornadas de Archivos Municipales. Alcobendas, 25-26 de mayo de 2006, Madrid, Consejería
de Cultura y Deportes, 2006, pp. 383-389.

132 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Figura I. El modelo del continuo de los documentos

Reproducido con permiso del autor.

documento en papel, el contenido es auto-evidente. El contexto viene dado


por prácticas archivísticas cuya funcionalidad está probada, y que consisten
básicamente en la asignación de diferentes tipos de metadatos, la llamada
descripción archivística, cuando el documento ingresa en el archivo y a lo
largo de su permanencia en el mismo. La estructura es, de manera breve,
una “plantilla” regularizada por disposiciones de carácter normativo o por
el consenso social o cultural. Todo ello está unido de manera inmediata
sobre un soporte físico estable. Si el documento se produce sobre este so-
porte físico en condiciones adecuadas; si se conserva de acuerdo con ciertos
procedimientos fiables; y si se accede al mismo de acuerdo con regulaciones
establecidas; entonces el archivero puede tener un nivel de control sobre el
documento más que aceptable.
Pero nada de esto es cierto en el entorno digital. Los documentos digi-
tales, como se indicó, tienen un contenido, un contexto y una estructura,
además de una apariencia y un comportamiento. Sin embargo, el contenido
no es auto-evidente, sino, como se adelantó, una reconstrucción bajo de-
manda de secuencias de ceros y unos. El contexto viene dado por múltiples
agentes, no siempre bajo el control, ni siquiera la conciencia, del archivero.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 133


La estructura de un documento digital es un conjunto de componentes digi-
tales físicamente separados dentro de un ordenador o, aún peor, dentro de la
red de una organización o a lo largo de toda la red global. Nada de todo esto
se encuentra unido sobre un soporte físico estable: las bases de datos tienen
un comportamiento, se actualizan continuamente, las distintas transaccio-
nes de un proceso quedan recogidas, si quedan, en los logs de diferentes
equipos; los metadatos de distinto tipo se crean, almacenan y enlazan me-
diante distintos procedimientos y en distintos lugares; los componentes di-
gitales que permiten la generación del documento digital son, como hemos
dicho, ficheros separados que se invocan cada vez que se llama de nuevo al
documento digital. Tal y como indica Ben Howell Davis,

La tecnología digital produce efímeros crecientemente complejos. Gertrude


Stein hubiera descrito lo digital como “cuando llegas allí, ya no está allí”. Con lo
digital sólo existen bits. Los sistemas de producción digital son efímeros, el con-
tenido digital es efímero, la comunicación digital es efímera, el almacenamiento
digital es efímero –los activos digitales son efímeros. El contenido digital es
contenido que se comprende a nivel humano y simultáneamente se comprende
e interpreta a nivel informático. Éste es el factor distintivo del activo digital. La
información digital interactúa simultáneamente con humanos y con sistemas
informáticos, y esta condición engendra más complejidad.39

A modo de ejemplo, mostremos el escenario donde el autor de la presente


exposición lleva a cabo su trabajo cotidiano. En este escenario, el ciudada-
no, en su casa, inicia su expediente desde el sitio web de la organización. Este
sitio web tiene que conectar adecuadamente con un sistema de registro con-
forme con la última versión estable del módulo SICRES del Consejo Superior
de Administración Electrónica.40 Además de ello, este sistema de registro ha
tenido que migrar datos de un sistema obsoleto, con el riesgo de incoheren-
cias y pérdidas que todo proceso de migración implica; y conectar tanto con
otros sistemas de registro de la organización como con diversos sistemas
39 Davis Ben Howell, “Cumulative complexity: Understanding the scope of digital asset
liquidity, continuity, and viability”, en Journal of Digital Asset Management, vol. 1, 1 (marzo, 2005),
pp. 16-24.
40 SICRES, Sistema de Información Común de Registros de Entrada y Salida, URL: http://www.csae.map.
es/csi/pg5s40.htm (consulta: 24-10-2009).

134 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


de gestión de documentos dentro y fuera de ella. Por tanto, el sistema de
registro tiene que enviar datos a uno o varios sistemas de gestión de docu-
mentos, o permitir que éstos recuperen datos del sistema de registro. La or-
ganización también tiene sistemas relativamente recientes, todavía en uso y
útiles; así como sistemas obsoletos o legacy, que también deben ser migrados
al nuevo sistema. Este sistema está formado por cierto número de com-
ponentes, de naturaleza diversa, pero todos ellos esenciales para permitir
que el sistema funcione: herramientas de flujo de tareas, formularios HTML
para introducir datos por parte tanto del personal como de la ciudadanía;
bases de datos en diferentes formatos; herramientas de control de versio-
nes; herramientas de conversión a PDF, así como mecanismos para insertar
y encapsular metadatos; directorios LDAP y otros sistemas de autenticación;
imágenes estáticas y dinámicas en varios formatos, etc. Además, el sistema
de registro tiene que conectar con sistemas externos, dado que utiliza firma
electrónica avanzada y certificada y D.N.I. electrónico.41 Finalmente, el hecho
de que la ley esté promoviendo el uso de medios electrónicos no significa
que el papel haya quedado excluido: existe una masa crítica de ciudadanos,
aún no familiarizados con las nuevas tecnologías, como sugeriría el primer
informe del Plan Avanza,42 que explicaba que en España las transacciones
electrónicas todavía inspiran un cierto grado de desconfianza. Con todo, el
sistema está ahora entre paréntesis, dado que a nivel nacional el gobierno
español está desarrollando tres proyectos con status regulador –el Esquema
Nacional de Interoperabilidad,43 el Esquema Nacional de Seguridad,44 y la
Red Sara–45 que pueden obligar a modificar el escenario.

41 Una aproximación parcial a este sistema puede encontrarse en Alejandro Delgado Gómez,
Miguel Rodríguez Gutiérrez y Cayetano Tornel Cobacho, “El desarrollo de un sistema
de gestión de expedientes mediante estrategias interdisciplinares: el caso del Ayuntamiento de
Cartagena”, en Fesabid’09: XI Jornadas Españolas de Documentación. Zaragoza, 20-22 de mayo 2009, pp.
307-314, URL: http://www.fesabid.org/zaragoza2009/actas-fesabid-2009/307-314.pdf (consulta:
24-10-2009).
42 Plan Avanza: Plan 2006-2010 para el desarrollo de la Sociedad de la Información y de Convergencia
con Europa y entre Comunidades Autónomas y Ciudades Autónomas, Madrid, Ministerio de Industria,
Turismo y Comercio, 2006.
43 Esquema Nacional de Interoperabilidad, URL: http://www.ctt.map.es/web/proyectos/eni
(consulta: 24-10-2009).
44 Esquema Nacional de Seguridad, URL: http://www.ctt.map.es/web/ens (consulta: 24-10-
2009).
45 Red SARA, URL: http://www.ctt.map.es/web/redsara (consulta: 24-10-2009).

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 135


Así, pues, un primer motivo por el que merece la pena desviar la aten-
ción hacia el contexto más que hacia el contenido informativo del docu-
mento es la fugacidad, la precariedad, la invisibilidad, del mismo: puesto
que no tenemos garantía de que podamos salvar el documento con las pro-
piedades de confiabilidad que le confieren autenticidad; y, habida cuenta de
la constante necesidad de migrar, convertir, mudar tanto los datos como la
estructura de los documentos, para que sigan siendo utilizables, para que
sigan teniendo una apariencia reconocible por el usuario; debemos al menos
documentar el documento, ponerlo en contexto, para intentar garantizar
que mantiene sus propiedades de documento de archivo y que, por tanto,
puede ser evidencia de algo. En definitiva, debemos concentrarnos sobre el
contexto porque el documento ya no tiene una forma fija ni un contenido
estable, el documento está siempre en estado de llegar a ser.46
En segundo lugar, y tal y como se adelantó y como se desprende tanto
de la cita de Davis como de las perspectivas, ya mencionadas, de los Ar-
chivos Nacionales de Australia y Holanda, y de los ejemplos expuestos, en
el documento electrónico no participan sólo agentes humanos: en su crea-
ción, gestión y uso aparece un segundo actor, la tecnología, con una lógica
muy diferente a la que determina la actuación de los agentes humanos, pero
de importancia crítica. Tal y como explicaba David Bearman en un texto de
carácter seminal,

En entornos electrónicos los métodos por los que la oficina generadora puede
utilizar los documentos no son un reflejo del orden del almacenamiento físico,
sino que, en lugar de ello, vienen establecidos por las capacidades del entorno
de software en que los documentos se utilizan. Es probable que estas funcionali-
dades de software cambien en el curso del tiempo. Las capacidades de cualquier
individuo dado dentro de estos sistemas vienen adicionalmente determinadas
por los permisos y vistas acordados para esos individuos en diferentes relacio-

46 Confróntense, por ejemplo, los definitivos textos de Terry Cook, “From Information to
Knowledge: An Intellectual Paradigm for Archives”, en Nesmith, Tom (ed.), Canadian Archival
Studies and the Rediscovery of Provenance, Society of American Archivists and Association of Canadian
Archivists, in association with The Scarecrow Press, 1993, pp. 201-226; “Fashionable Nonsense
or Professional Rebirth: Postmodernism and the Practice of Archives”, en Archivaria. núm. 51
(primavera, 2001), pp. 14-35; “Archival Science and Postmodernism: New Formulations for
Old Concepts”, en Archival Science, vol. 1. núm. 1 (marzo, 2001), pp. 3-24.

136 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


nes con los documentos, y éstos también cambian en el curso del tiempo y con
cada usuario. Finalmente, el modo en que los documentos están “archivados”
depende de la asignación (o falta de asignación) de valores de datos o vínculos
estructurales definidos en las arquitecturas de software. Puesto que el modo en
que los documentos están organizados sobre cualquier dispositivo de almace-
namiento no proporcionará evidencia de su uso ni de los procesos que los
emplearon, para tal evidencia debemos confiar en los metadatos (información
acerca de los sistemas de información y los procesos) creados de manera con-
temporánea con el documento y su interacción en el curso del tiempo con la
funcionalidad del software y los perfiles de usuario.47

Es decir, a efectos de garantizar la evidencia comportada por el documento,


lo que interesa mantener bajo control es la lógica mediante la cual se crea
el documento, no el documento en sí, puesto que no existe nada parecido
al “documento en sí”, sino tan sólo una apariencia del mismo. Si Bearman
ya vio esto con claridad en 1996, Eric Ketelaar ha revelado en época más
reciente la dramática necesidad de comprender la lógica mediante la que
se generan documentos electrónicos en el cada vez más complejo entorno
de las tecnologías de convergencia universal, que generan documentos, no
sólo fugaces, sino también invisibles, multi-funcionales y multi-canal, hasta
el punto de que tales tecnologías están determinando, no sólo los modos de
archivar, sino incluso aquello de lo que se puede decir que es archivable.48
Más allá de la lógica de los documentos electrónicos, existe aún otro
motivo, si queremos llamarlo así, de carácter físico, para creer que desviar
la atención hacia el contexto es algo que merece la pena. Tal y como se
adelantó, un documento electrónico siempre se mueve en el tiempo y en el
espacio. De acuerdo con InterPARES, una buena política, estrategia o norma
de conservación de documentos

47 David Bearman, “Item Level Control and Electronic Recordkeeping”, en: Archives & Museum
Informatics, vol. 10, núm. 3 (1996), pp. 195-245, URL: http://www.archimuse.com/papers/
nhprc/item-lvl.html (Consulta: 24-10-2009).
48 Eric Ketelaar, op. cit.; “El escribir sobre máquinas de archivar”, publicado originalmente en
José van Dijck Sonja Neef y Eric Ketelaar (eds.), Sign here! Handwriting in the Age of New Media
Amsterdam, University Press, 2006), pp. 183-195. URL: http://archivo.cartagena.es/recursos/
texto2_ketelaar_escribir.pdf (consulta: 24-10-2009).

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 137


Reconoce y toma precauciones acerca del hecho de que la autenticidad corre un
riesgo mayor cuando los documentos se transmiten en el espacio (esto es, cuan-
do son enviados entre personas, sistemas o aplicaciones) o en el tiempo (esto es,
cuando se almacenan fuera de línea, o cuando el hardware o el software utilizados
para procesarlos, comunicarlos o mantenerlos se actualiza o se reemplaza).49

InterPARES matiza, no obstante, esta afirmación, al aseverar que este riesgo


es mayor entre sistemas, pero puede minimizarse en el interior de un sistema
mediante adecuadas técnicas de control, como las restricciones de usuario,
el almacenamiento redundante o la copia de seguridad.50 Sin embargo, In-
terPARES, como ha explicado Heather MacNeil,51 se concentra sobre los re-
quisitos conceptuales de un tipo ideal de sistema de gestión de documentos,
alejándose en cierto modo de la realidad, que tiende a la integración de tales
herramientas en sistemas de información más amplios, integrados a su vez
en sistemas de conocimiento todavía mayores, y de los que no se puede pre-
ver la “corrección” de sus controles.52 Autores como Hurley y Nesmith han
llamado la atención acerca del hecho de que, a pesar de los esfuerzos regula-
dores de distinto tipo para que las organizaciones gestionen adecuadamente
sus documentos, pues siguen haciendo una mala gestión de los mismos.53
Esto por no hablar, además, de la creciente implantación de herramien-
tas tipo web 2.0 o web social, altamente democráticas, pero expuestas a
enormes riesgos en cuanto al valor de evidencia de los documentos que
49 Luciana Duranti, op. cit., p. 155.
50 Idem.
51 Heather MacNeil, “La diplomática archivística contemporánea como método de pesquisa:
lecciones aprendidas de dos proyectos de investigación”, en Anne Gilliland, McKemmish, Sue,
(eds.), Nuevos métodos de investigación en archivística, Cartagena, Ayuntamiento; 3000 Informática,
2006, pp. 63-98.
52 Confróntense, por ejemplo, los trabajos pioneros Frank Upward, “Modelling the continuum
as paradigm shift in recordkeeping and archiving processes, and beyond–a personal reflection”,
publicado por primera vez en Records Management Journal (noviembre, 2001) también disponible en:
http://www.sims.monash.edu.au/research/rcrg/publications/Frank%20U%20RMJ%202001.
pdf (consulta: 24-10-2009); Cook, Terry, “Electronic Records, Paper Minds: The Revolution
in Information Management and Archives in the Post-Custodial and Post-Modernist Era”,
en Archives and Social Studies: A Journal of Interdisciplinary Research, vol. 1, núm. 0, URL: http://
socialstudies.cartagena.es/images/PDF/no0/cook_electronic.pdf (consulta: 24-10-2009).
53 Hurley, Chris, “What, If Anything, Is Records Management?”, p. 14 y passim, en RMAA
Conference, Canberra, September 2004, URL: http://www.sims.monash.edu.au/research/
rcrg/publications/ch-what.pdf (consulta: 24-10-2009); Nesmith, Tom, “Seeing Archives,
Postmodernism and the Changing Intellectual Place of Archives”, en The American Archivist, vol.
65, núm. 1 (primavera/verano, 2002), pp. 24-41.

138 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


pudieran llegar a generar, en las organizaciones.54 Así, pues, las condiciones
de confiabilidad de los documentos electrónicos siguen corriendo riesgos
cada vez que se transmiten en el tiempo y el espacio, ya sea dentro, ya sea
fuera de los sistemas. Y la tendencia es hacia la transmisión de documentos
entre sistemas de modo que cualquier estrategia de producción, gestión y
uso de tales documentos, una vez más, debe poner en contexto todos sus
movimientos.
En este sentido, vayamos aún un paso más allá. Hasta ahora no hemos
salido del ámbito de los entornos organizativos; pero los documentos, o la in-
formación registrada, como evidencia no se generan sólo en tales entornos,
sino también en ambientes privados o personales que, por lo demás, permean
las conductas organizativas. En lo que hace a los procesos mediante los que los
individuos, las sociedades y las organizaciones están creando documentos
digitales, un síntoma primordial al que los archiveros debieran permanecer
atentos es el mencionado carácter invasivo e invisible de las tecnologías de
la información.55 Todas nuestras acciones individuales y profesionales están
mediadas por una tecnología que, no sólo está en toda y cualquier parte,
sino que además resulta imperceptible, y que continuamente genera do-
cumentos, información registrada tan imperceptible como las tecnologías
mediante las que se genera. Esto es particularmente obvio en las conductas
individuales y sociales de creación de documentos: uso combinado de in-
ternet, telefonía móvil y televisión, sin plena conciencia de que todos estos
usos y movimientos van dejando rastro, no sólo los documentos visibles a
primera vista, sino también, por ejemplo, el registro de nuestros movimien-
tos en nuestro equipo con sistema operativo windows, o en los registros
de los motores de búsqueda o en las bitácoras de los teléfonos móviles.
Además, estas herramientas que facilitan de manera increíble la posibilidad
de crear documentos tienen una contrapartida: tales documentos no per-

54 IIR España organizó en septiembre de 2007 un seminario para empresarios, con el título
Web 2.0: Meeting Point, acerca de las oportunidades de negocio que tales herramientas ofrecen
a las organizaciones. Varias compañías multinacionales presentaron ejemplos del modo en
que están utilizando la llamada web social. En el mismo seminario, Juan Carrasco presentó
una ponencia en la que, bajo el título “Del web 1.0 al web 2.0: implicaciones legales”, hacía
mención a cuestiones de derechos de autor, protección de datos, confidencialidad, revelación
de secretos, firma electrónica o identificación y autenticación de usuarios, URL: http://www.iir.
es/imagespropias/BOC019.pdf (consulta: 24-10-2009).
55 Eric Ketelaar, “El escribir sobre máquinas de archivar”… p. 11

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 139


manecen en el ámbito de lo privado; por su propia naturaleza en red, los
documentos digitales están expuestos a vigilancia, no siempre de límites
bien definidos. Por supuesto, esto puede ser bueno, por ejemplo si se utiliza
para la averiguación de delitos relacionados con la pornografía infantil; pero
puede ser malo, por ejemplo si gobiernos dictatoriales establecen mecanis-
mos de vigilancia sobre sus gobernados, o, de manera mucho más neutral,
si una multinacional lanza una aplicación de rastreo de las páginas web que
escribimos o visitamos, a efectos de personalizar una campaña de marke-
ting por medio de la web. Ejemplos como el de la desmesurada confianza
en las ciber-identidades, fenómeno que merece un análisis más detallado,
hacen pensar acerca de la posibilidad de que los individuos y las sociedades
estén desplazando sus mecanismos de confianza desde el documento a la
tecnología,56 que es por su propia naturaleza mentirosa, o, en sentido es-
tricto, expositora de apariencias que ocultan la verdad de su disco duro, o
de éste al otro extremo de la red. Ejemplos como el de la creación de docu-
mentos mediante las herramientas web 2.0 o mediante el uso combinado de
tecnologías de convergencia universal, hacen pensar acerca de la posibilidad
de que estemos ejerciendo nuestro trabajo en un mundo crecientemente
amnésico, en el que la memoria se delega en la tecnología para pasar a otra
cosa; y, si esto es así, por cierto que un archivero en una sociedad amnésica
no tiene lugar.57

Admisibilidad social de la actual situación de la gestión de documentos

Así las cosas, debemos preguntarnos: ¿son socialmente aceptables estos


procesos en un mundo que todavía recuerda el papel y su confortable mi-
sericordia? Debemos tener en cuenta que, aunque la tecnología cambia los
modos en que una sociedad o cultura dada documenta sus acciones, la in-
56 Reed, Barbara, “Archives of the New Millenium: Exploring the archival issues of the early
twenty-first century”, en 23rd Annual Conference of Archives and Records Association of New Zealand
(Auckland, July 1999), URL: http://www.sims.monash.edu.au/research/rcrg/publications/
brep2a.html (consulta: 24-10-2009); Gary R. Gordon, Suzanne Barber y Fred H.Cate, An Applied
Research Agenda for Confronting Global Identity Management Challenges: Report of the CAIMR Identity
Management Research: Agenda Workshop: May 2009, Center for Applied Identity Management
Research, 2009, URL: http://caimr.indiana.edu/documents/20090507_caimr_researchagenda.
pdf (consulta: 24-10-2009).
57 Ross Harvey, “An Amnesiac Society? Keeping Digital Data for Use in the Future”, texto
presentado en LIANZA 2000 Conference, New Zealand, 15-18 octubre 2000.

140 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


versa también es cierta: una sociedad o cultura dada domestica la tecnología
en búsqueda de su propio beneficio, y para fines distintos a sus fines origi-
nales; es decir, la tecnología condiciona a una sociedad o una cultura; pero,
al mismo tiempo, una sociedad o una cultura se apropia de la tecnología, se
rebela contra ella, en un proceso continuado de alimentación mutua.58
Anne Gilliland ha explorado la posibilidad de mantener la evidencia su-
giriendo, básicamente, la necesidad de definir e insertar suficientes contro-
les en los sistemas de gestión de la información.59 Esta perspectiva ha sido
discutida por Eric Ketelaar, quien argumenta que en un entorno digital,
como el que hemos venido explicando, el documento no existe, al me-
nos en el sentido en el que hemos pensado acerca del documento hasta el
advenimiento de las nuevas tecnologías.60 En un mundo sin documentos
originales, o en el que los originales han sido reemplazados por sus recons-
trucciones, la noción de evidencia deviene mucho más difusa. Además, los
sistemas de información se han vuelto cada vez más distribuidos e igual-
mente difusos: como vimos, la diseminación de normas y buenas prácticas
no nos ha impedido generar información haciendo uso de sistemas que no
siempre son “puros” y donde sólo con dificultad, si es que acaso es posible,
podríamos insertar controles archivísticos.
A ello debiera sumarse el hecho de que, como se exploró anteriormente,
la evidencia comportada por el documento no sólo es dependiente de su
contenido, ni de su contexto de creación, gestión y uso, ni de las condicio-
nes técnicas viables en cada momento, sino que es susceptible de cambio, y
de hecho se modifica, bajo diferentes circunstancias, y para individuos, gru-
pos, disciplinas y sociedades dados.61 Respecto al asunto que nos preocupa,
la cuestión, por tanto, sería, en sentido estricto: ¿qué grado de confianza
están dispuestas a conceder las sociedades contemporáneas a documentos
fluidos e inestables, validados además por tecnologías igualmente fluidas e

58 Véase, por ejemplo, Eric Ketelaar, , “Archives in the Digital Age…, pp. 171-172.
59 Anne Gilliland-Swetland, Enduring Paradigm, New Opportunities..., p. 25 y passim.
60 Eric, Ketelaar, “Archives in the Digital Age…, p. 176 y passim.
61 La variabilidad de la noción de autenticidad ha sido explorada, por ejemplo, en Heather
MacNeil y Bonnie Mak, “Constructions of Authenticity”, en Library Trends, vol. 56, núm. 1
(verano, 2007), pp. 26–52. Véase también Ann Laura Stoler, “Colonial Archives and the Arts of
Governance”, en Archival Science, vol. 2, núms. 1-2 (marzo 2002), pp. 87-109; Brien Brothman,
“Afterglow: Conceptions of Record and Evidence in Archival Discourse”, en Archival Science,
vol. 2. núms. 3-4 (septiembre 2002), pp. 311-342.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 141


inestables? En otras palabras, dada nuestra noción convencional de eviden-
cia como un signo que está por un hecho, ¿son los signos generados por las
nuevas tecnologías socialmente aceptables como evidencia?
De la combinación de ambas circunstancias, la inestabilidad objetiva y la
admisibilidad subjetiva, parece que, al menos, debiera derivarse la hipótesis
de trabajo de que nuestra noción de evidencia tiene que cambiar. Esto no es,
en principio, ni bueno ni malo, sino simplemente otra manifestación histórica
de la contingencia de los archivos, de la necesidad de comprenderlos desde
su exterioridad. Por supuesto, se han desarrollado o se están desarrollando
muchas recomendaciones, principios, técnicas y buenas prácticas respecto al
modo de identificar la evidencia en un ámbito digital.62 Sin embargo, estas
iniciativas adoptan, en términos generales, una perspectiva unidimensional, a
saber, el descubrimiento de evidencia digital a efectos legales, con valor en un
tribunal. Incluso, como es el caso del actual borrador de norma ISO relativo a
las evidencias digitales, se adopta la aproximación de tratar, por parafrasear
a Terry Cook, “los documentos electrónicos con mentes de papel”.63 Esta
perspectiva, como es bien sabido, no es necesariamente archivística, fuerte-
mente multidimensional y variable,64 vigilante de los diferentes valores de la
evidencia, y en diferentes ámbitos privados, sociales y organizativos; carac-
terística que tiene algunas consecuencias interesantes. En primer lugar, vie-

62 Véanse, por ejemplo, Good Practice Guide for Computer-Based Electronic Evidence. Official release
version 4.0. 7Safe Information Security; Guidelines for Best Practice in the Forensic Examination of
Digital Technology. International Organization on Computer Evidence, 2002. URL: http://www.
ioce.org/fileadmin/user_upload/2002/ioce_bp_exam_digit_tech.html (Consulta: 24-10-
2009); Galves, Fred, Galves, Christine, “Ensuring the Admissibility of Electronic Forensic
Evidence and Enhancing Its Probative Value at Trial”, en Criminal Justice Magazine, vol. 19 núm.
1 (primavera, 2004); United States Department of Justice, Criminal Division, Computer Crime
and Intellectual Property Section, Searching and Seizing Computers and Obtaining Electronic Evidence in
Criminal Investigations, URL: http://www.cybercrime.gov/s&smanual2002.htm#preface (consulta:
24-10-2009); Brian Carrier, “Open Source Digital Forensics Tools: The Legal Argument”, URL:
http://www.digital-evidence.org/papers/opensrc_legal.pdf (consulta: 24-10-2009).
63 Terry Cook, “Electronic Records, Paper Minds... Éste es el título que Cook utilizó para su
célebre artículo en el que pretendía movilizar la conciencia profesional, con elegancia intelectual,
de tal modo que no vuelve a usar la expresión a lo largo del artículo, más allá del título.
64 Véase, por ejemplo, Furner, Jonathan, “Análisis conceptual: un método para comprender
la información como evidencia y la evidencia como información”, en Anne Gilliland y Sue
McKemmish, Nuevos métodos de investigación en archivística, Cartagena, Ayuntamiento, 3000
Informática, 2006, pp. 99-133; o Sue McKemmish, “Evidence of me...” publicado por primera
vez en Archives and Manuscripts, vol. 24, núm. 1 (1996). También disponible en: http://www.
sims.monash.edu.au/research/rcrg/publications/recordscontinuum/smckp1.html (consulta:
24-10-2009).

142 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


ne a significar que quizá el archivero no tiene su propio espacio en la nueva
distribución de responsabilidades con respecto a la evidencia, su negocio
tradicional; por tanto, si le falta su propio espacio, le falta su espacio tout
court. En un entorno digital, la jenkinsoniana pasividad de un conservador
neutral, al final del proceso, el custodio de los documentos como objetos
pasivos, simplemente no tiene sentido, lo cual no sería preocupante, en el
supuesto de que alguna otra profesión jugara el rol de garante de evidencia
a lo largo del tiempo. Resulta más interesante para nosotros la segunda
consecuencia: si, en un mundo que está sufriendo la peor crisis global jamás
conocida, donde prioridades como el ciber-terrorismo o la deportación más
o menos explícita de inmigrantes a sus países de origen, la evidencia digital
viene informada básicamente por la perspectiva jurídica y policial, entonces
no podemos prever los usos no orientados por la sociedad que estos acto-
res pueden hacer de las tecnologías: privacidad, ciber-identidad, vigilancia,
transparencia, son términos cada vez más frecuentes en nuestro vocabu-
lario profesional.65 En cualquier caso, reales o no, estos potenciales malos
usos parecen urgir a una redefinición de evidencia digital, una definición
que nos permita reactivar el rol del archivero en este entorno.

El rol del archivero en el entorno digital

Como es natural, esta nueva forma de producir documentos afectan el


modo en que se gestionan. En primer lugar, si los documentos no están, o
no están en un lugar determinado y física e inmediatamente accesible, su
control deviene mucho más complejo. De ello se deriva el hecho de que,
en entornos no controlables, o no controlables del modo en que lo eran

65 Respecto a la confrontación entre el derecho a la privacidad y el derecho a saber, véase, por


ejemplo, Iacovino, Livia: “Privacy as a human right in Italian data protection law and its impact
on records as evidence and memory”, en Archives & Social Studies: A Journal of Interdisciplinary
Research, vol. 2, núm. 2 (septiembre, 2008), pp. 363-388, URL: http://socialstudies.cartagena.
es/images/PDF/vol2n2/iacovino_privacy.pdf (consulta: 24-10-2009). La autora ya trató en
fecha temprana algunas cuestiones legales en entornos web en “Regulatory, Recordkeeping and
Legal Issues associated with Managing Websites”, en Managing Websites Seminar: Gearing up for the
e-commerce era (Sydney and Melbourne, 1999), URL: http://archivists.org.au/events/websites/
iacovino.html (consulta: 24-10-2009). Algunas otras tempranas reflexiones pueden encontrarse
en Barbara Reed, “Legal and recordkeeping issues associated with management of websites”,
en Managing Websites Seminar: Gearing up for the e-commerce era (Sydney and Melbourne, 1999), URL:
http://archivists.org.au/events/websites/reed.html (consulta: 24-10-2009).

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 143


en entornos analógicos, los convencionales procesos archivísticos no pue-
den aplicarse de la misma manera.66 Puesto que el documento es, en cierto
modo, el sistema, o un conjunto de sistemas en interacción, los procesos
archivísticos deben aplicarse sobre estos sistemas y su perpetuum mobile.67 Tal
y como se desprende de lo expuesto hasta el momento, un sistema puro
de gestión de documentos no funcionará, no será eficaz, no garantizará
evidencia, en el cada vez más distribuido y complejo entorno digital. Por
ello, nos atrevemos a proponer tal alternativa: la inserción de los actuales
sistemas de gestión de documentos en los sistemas de gestión de la infor-
mación en que participan, así como en sistemas más amplios de gestión del
conocimiento, en los sistemas de gestión de una organización y en sistemas
sociales mucho más generales; es decir, si los sistemas archivísticos están
cada vez más alejados de los modos de producción de documentos en las
organizaciones y en sociedad, los sistemas archivísticos, por radicalizar la
aserción, deben disolverse en los sistemas que producen documentos, con
el objeto de que la evidencia siga siendo creada, gestionada y mantenida.
Tal aserción, en su versión más sencilla, implica, que los sistemas de
gestión de documentos deben intervenir desde las primeras fases de diseño
de los sistemas de información y de gestión, y conectar con ellos tan pronto
como sea posible, con el fin de insertar en los mismos mecanismos que
garanticen los requisitos mencionados por las distintas legislaciones. Las
herramientas, proporcionadas tanto por las propias administraciones como
por la empresa privada, sugieren un escenario en el que diferentes sistemas
o subsistemas interactúan de diferentes maneras, con los riesgos para los
requisitos documentales que toda transmisión en el tiempo y el espacio
implica. Para que la organización no sufra un colapso ni quiebre su funcio-
namiento cotidiano, es evidente que todo este complejo entramado debe
fundirse, integrarse, conectarse de manera muy meticulosa; pero también es
evidente, como se anticipó, que este constante flujo de datos que generan
documentos supone un riesgo permanente, espacial y temporal, para tales
datos y para el cumplimiento de los requisitos documentales exigidos por
66 David Bearman, Archival Methods. Archives and Museum Informatics Technical Report #9.
Pittsburgh: Archives and Museum Informatics, 1989, URL: http://www.archimuse.com/
publishing/archival_methods/index.html (consulta: 24-10-2009).
67 David Bearman, Electronic Evidence: Strategies for Managing Records in Contemporary Organizations,
Pittsburgh: Archives & Museum Informatics, 1994.

144 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


las legislaciones. Por ello es necesario que los controles y procesos archivís-
ticos y documentales que garantizan tales requisitos no se ejecuten al final
del proceso, sino que estén incluidos al comienzo del mismo, en el momen-
to del diseño o de la integración. Como ya indican normas técnicas, por
ejemplo la mencionada ISO 15489,68 y la práctica jurídica y archivística desde
hace siglos, si los documentos han de ser evidencia de acciones, deben ge-
nerarse en el momento mismo en que éstas se producen, o tan pronto como
sea posible después de la acción. Cuanto más tiempo pasa entre la acción y
el documento que la refleja, más débil es la evidencia y el cumplimiento de
los requisitos documentales. En el entorno electrónico, en el que no dejan
de ejecutarse acciones en gran medida inaprensibles y precarias, esta con-
vención centenaria deviene una necesidad crítica, y, en su versión extrema,
significa que la evidencia ya no está en el documento, sino en los procesos
ejecutados por los sistemas.
Tal integración de sistemas ha sido abordada de distinta manera por di-
ferentes esfuerzos normativos. Si bien no existe duda, en líneas generales,
acerca del escenario delineado, las perspectivas más custodiales insisten en
mantener un sistema de gestión de documentos separado de, pero conectado
con, los sistemas de gestión de la información y de gestión de una o varias
organizaciones; por contraste, las perspectivas postcustodiales llevan esta
integración más allá y perciben el documento como resultante de un conti-
nuo de información del que será difícil mantener aislado un sistema de ges-
tión de documentos. En la presente sección asumimos este punto de vista y
profundizamos en los fundamentos teóricos de la perspectiva postcustodial
y, de manera especial, en el modelo del continuo de los documentos y del
continuo de la información. Esta adopción pretende mostrar un potencial
marco conceptual amplio en el que tendría lugar la gestión de documentos y
de información en un mundo no lineal y permanentemente en red.
Sin duda el modelo explicativo más exhaustivo y programático que exis-
te en la actualidad es el del continuo de los documentos, procedente de la
tradición archivística australiana. Aunque el modelo del continuo apareció,
en su expresión más conocida en 1996 puede rastrearse un pensamiento
ante litteram desde los años sesenta del siglo veinte. Sin embargo, fue Frank

68 ISO 15489-1…, p. 13.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 145


Upward quien con más empeño se aplicó, y aún se aplica, a la tarea de desa-
rrollar un modelo por completo inclusivo, que superara el modelo del ciclo
de vida, y que incorporara todos los archivos de la sociedad en un marco de
responsabilidad dada por diversos niveles de evidencia. Así, en 1996 publi-
có, en dos partes, su conocido modelo del continuo de los documentos.69
El modelo (véase figura I) se compone de cuatro dimensiones, represen-
tadas de manera concéntrica, pero en permanente interacción entre ellas:
crear, capturar, organizar y pluralizar. Además, presenta cuatro ejes: de la
identidad, de la transacción, de la evidencia y de los contenedores de gestión
de documentos, para cada uno de los cuales se definen a su vez cuatro niveles
de especificidad, también concéntricos. Así, el eje de la identidad parte del
actor, pasa por la unidad, por la organización, y termina en la institución. El
eje de la transacción pasa por la transacción, la actividad, la función y el pro-
pósito. El eje de la evidencia, por la traza, la evidencia, la memoria individual
o corporativa y la memoria social. Por último, al eje de los contenedores de
gestión de documentos le concierne, desde la capa más interior a la exterior,
el documento, el documento archivístico, el archivo de la organización o la
persona y los archivos de la sociedad. En una lectura alternativa, las capas
interiores de cada eje –actor, transacción, traza, documento– se relacionan
con la dimensión de crear; las segundas capas –unidad, actividad, evidencia,
documento archivístico– se relacionan con la dimensión de capturar; las
terceras capas –organización, función, memoria individual o corporativa,
archivo– se relacionan con la dimensión de organizar; y las capas más exte-
riores –institución, propósito, memoria social, archivos– se relacionan con
la dimensión de pluralizar. Pero esto no puede afirmarse sin matices: en rea-
lidad, cada uno de los componentes puede adquirir relaciones no previstas
con los demás, interactuar de diferentes maneras, y encontrarse en constan-
te movimiento. El modelo gráfico de Upward no puede leerse en ningún

69 Frank Upward, “Structuring the Records Continuum - Part One: Postcustodial principles
and properties”, publicado por primera vez en Archives and Manuscripts, vol. 24, núm. 2 (1996),
URL: http://www.sims.monash.edu.au/research/rcrg/publications/recordscontinuum/fupp1.
html (consulta: 24-10-2009); “Structuring the Records Continuum, Part Two: Structuration
Theory and Recordkeeping”, publicado por primera vez en Archives and Manuscripts, vol.
25, núm. 1 (1997). URL: http://www.sims.monash.edu.au/research/rcrg/publications/
recordscontinuum/fupp2.html (consulta: 24-10-2009); Sue McKemmish, “Placing Records
Continuum Theory and Practice”, en Archival Science, vol 1, núm. 4 (diciembre, 2001), pp. 333-
359.

146 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


caso de manera lineal. Su mayor virtud consiste precisamente en apoyarse
en los procesos, incluidos los archivísticos, para establecer relaciones varia-
bles entre funciones, agentes y objetos, a efectos de garantizar evidencia y
memoria con el fin de apoyar la responsabilidad.
El primer modelo del continuo de los documentos ha sufrido refina-
mientos y añadidos, incluida su reutilización para elaborar conceptualmente
modelos del continuo de la información, de los sistemas de la información
y de la publicación.70 Hasta el momento, y con independencia del relativo
al continuo de los documentos, el modelo más exhaustivo es el del conti-
nuo de la información, desarrollado adicionalmente por Schauder y otros.71
Schauder lo aplicó para el estudio de la sostenibilidad de redes comunita-
rias, en concreto la conocida como VICNET. Como resultado de tal in-
vestigación, se propuso descomponer el diseñado para el continuo de la
información y de sus elementos de la siguiente manera.
El modelo consta de un conjunto de tipologías o espectros de conceptos:
En primer lugar, se encuentra la tipología de la agencia, entendida no
sólo como agentes humanos, sino también como artefactos o sistemas:

• Acción humana, por ejemplo, en el caso de las organizaciones, las


actividades que conforman un proceso;
• Memoria almacenada, por ejemplo, el depósito seguro;
• Metadatos, por ejemplo, el esquema en uso en el archivo o en el
sistema de registro;
• Tecnología; por ejemplo, los diferentes sistemas de gestión de
expedientes o los protocolos de comunicaciones.72

En segundo lugar, la información, entendida como externalización del co-


nocimiento o acción comunicativa, se divide en dimensiones iguales a las

70 Frank Upward, “Modelling the continuum as paradigm shift in recordkeeping and archiving
processes..., p. 12 y passim.
71 Don Schauder, Larry Stillman y Graeme Johanson, “Sustaining and transforming a
community network; the Information Continuum Model and the Case of VICNET” en
CIRN 2004 Colloquium and Conference, Prato, Italy, 29 sept-oct 2004, URL: http://www.ccnr.
net/?q=node/99 (consulta: 24-10-2009); “Sustaining a Community Network: The Information
Continuum, E-Democracy and the Case of Vicnet” en The Journal of Community Informatics, vol.
1, Issue 2 (2005), pp. 79-102.
72 Don Schauder, op. cit., p. 83.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 147


dimensiones del continuo de los documentos:

• Creación, o momento en que se genera un documento que aún no


es documento de archivo;
• Captura, o momento en que el documento se incorpora al sistema y
se convierte en documento de archivo;
• Organización, o momento en el que se ejecutan los procesos de
gestión de documentos;
• Pluralización, o momento en que los documentos se ponen a
disposición de una comunidad dada de usuarios.73

En tercer lugar, el modelo contempla cuatro niveles de acción, por una


parte resultantes de la actividad de la agencia, y por otra conformadores
de esa misma actividad. Téngase en cuenta que tanto el modelo del conti-
nuo de los documentos como el de la información se apoyan fuertemente,
como se indicó, en la teoría de la estructuración de Anthony Giddens, de
acuerdo con la cual la estructura y la acción interactúan permanentemente
conformándose y modificándose de manera mutua. Los niveles de acción
identificados por el modelo son:

• Individual, por ejemplo un empleado;


• Colaborativo, por ejemplo una unidad en la organización;
• Corporativo, por ejemplo toda la organización;
• Social, por ejemplo en las interacciones de la organización con la
ciudadanía.74

Una variable clave de estos niveles es el grado de normalización e intero-


perabilidad que cada uno de ellos requiere, siendo por regla general mayor
en los dos últimos. En los primeros es menos probable que exista un grado
de normalización elevado: por ejemplo, un empleado puede cumplir los
objetivos de la norma a la perfección, pero llevando a cabo pasos que no
están contemplados en el procedimiento, circunstancia altamente relevante
en el análisis de procesos.
73 Idem.
74 Ibid, p. 84.

148 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Además, las acciones no son casuales, sino que más bien responden a
propósitos de las agencias. La tipología de propósitos es la siguiente:

• Información por placer o información para mejorar la vida, por


ejemplo la que proporciona una biblioteca;
• Información para la conciencia o información para maximizar la
oportunidad, por ejemplo la derivada del uso de herramientas de
vigilancia tecnológica;
• Información para la responsabilidad o información para minimizar
el riesgo, que es la que más interesa, obviamente, a la gestión de
documentos.75

Por último, el modelo utiliza la tipología de modalidades de Giddens. Las


modalidades delimitan el alcance de la acción de las personas y son:

• Interpretativa, en la que la acción se estructura mediante signos y


significados;
• Facilitadora, en la que la acción se estructura mediante la distribución
de poder y de recursos físicos;
• Normativa, en la que la acción se estructura mediante normas y
sanciones.76

Todas estas tipologías se reunifican e interpretan gráficamente tal y como


se muestra en la figura II.
Como puede comprobarse, el modelo del continuo de la información
representa una articulación exhaustiva de todos los elementos que partici-
pan en un sistema de información y de las interrelaciones entre los mismos,
a efectos de análisis. Básicamente, las agencias, para cumplir diferentes pro-
pósitos, actúan a distintos niveles, ejecutando procesos que pueden resultar
en varios tipos de modalidad. Por ejemplo, la acción humana, para satisfa-
cer el propósito de pedir responsabilidades, actúa, a nivel corporativo, para
ejecutar los procesos de creación de documentos/información necesarios,

75 Ibid, p. 85.
76 Idem.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 149


con el fin de satisfacer la modalidad normativa, en un expediente sanciona-
dor. En este circuito, por lo demás, intervienen agencias que no son agentes
humanos, como la tecnología y los metadatos.

Conclusiones: qué archivística, qué archiveros para un entorno


electrónico

En un texto pionero, David Bearman ya criticó los métodos empleados


para llevar a cabo los procesos archivísticos de su tiempo,77 y, desde una u
otra perspectiva, los científicos de nuestra disciplina han abordado la ne-
cesidad de replantear conceptos, técnicas, métodos. Así, por ejemplo, para
Terry Cook, desde una perspectiva postcustodial, la archivística debiera
concentrarse sobre “el proceso más que el producto, el llegar a ser más
que el ser, lo dinámico más que lo estático, el contexto más que el texto,
el reflejo del tiempo y el lugar más que los universales absolutos”.78 Por su
parte, y desde una perspectiva custodial y apoyada fuertemente en teoría de
sistemas, Luciana Duranti asevera que “como resultado de la fragilidad de
los soportes y la obsolescencia tecnológica, el término conservación, tal y
como se aplica a los documentos electrónicos, ya no se refiere a la pro-
tección del soporte de los documentos de archivo, sino de su significado y
confiabilidad en cuanto documentos de archivo”.79
En cualquier caso, y se plantee desde uno u otro punto de vista, el do-
cumento electrónico y la necesidad de crearlo, gestionarlo y utilizarlo en
condiciones que garanticen su confiabilidad, su carácter de evidencia, son
realidades a las que no se puede dar la espalda: la legislación promueve,
de manera más o menos afortunada, la implantación de la administración
electrónica; las profesiones de la información utilizan de manera creciente
herramientas electrónicas, y la realidad, la industria y el ciudadano común,
van por delante de la legislación y de las profesiones de la información,
tanto en lo que hace a la gestión de los documentos públicos como en la
gestión de los documentos privados.

77 David Bearman, Archival Methods..., passim


78 Terry Cook, “Archival Science and Postmodernism…”, p. 24.
79 Luciana Duranti, “The impact of digital technology on archival science”, en Archival Science,
núm. 1 (2001), p. 46.

150 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Figura II. Representación completa de todas las tipologías del continuo
de la información

Reproducido con permiso de los autores.

Sin embargo, tanto la legislación como las profesiones de la información,


la industria y el ciudadano común ignoran, en líneas generales, la labor del
archivero como garante del carácter de evidencia del documento, incluido
el documento electrónico. A la luz de esta ignorancia generalizada, somos
de la opinión de que la archivística debe reorientar su teoría y su práctica,
si es que no quiere quedar marginada con respecto a otras disciplinas de la
información, enterrada en las criptas de las organizaciones y olvidada por
la ciudadanía.
Esta reorientación, siempre a nuestro juicio, pasaría en primer lugar por
una redefinición de nuestros métodos y nuestros procesos. En un entorno
electrónico y distribuido no se pueden valorar, capturar, conservar, describir
documentos tal y como lo hemos venido haciendo desde la segunda mitad
del siglo veinte. El documento electrónico no conoce la misericordia y no
va a permitir que permanezcamos sentados a la espera de su transferencia,
simplemente porque ésta no va a tener lugar. Los archivos tienen sistemas
de gestión de documentos post hoc, pero si los archiveros no intervienen,
más allá de esto, en las fases de diseño de los sistemas de información en

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 151


los que tales sistemas de gestión de documentos se inscriben, para incluir
en ellos criterios de registro, captura, valoración, protección, autenticación,
descripción, conservación que permitan incrementar las posibilidades de
garantizar evidencia, de aquí a pocos años los documentos electrónicos no
serán evidencia de nada, o no existirá memoria fiable, o no podrán tomarse
decisiones bien informadas.
En segundo lugar, una redefinición de nuestros métodos y una presencia
activa tanto en el diseño de sistemas de información como en el asesora-
miento al legislador no es posible sin un currículo renovado: sin destrezas
en tecnologías de la información, en análisis de procesos de trabajo, en di-
rección de empresas o en técnicas archivísticas de consolidada implantación
en otros contextos, mal podremos actuar como interlocutores de quienes
diseñan los sistemas o redactan la ley.
Por último, sin un esfuerzo de implantación, de reconocimiento, en el
ámbito de disciplinas hermanas, no sólo las tradicionales biblioteconomía
y documentación, sino, por ejemplo, también el derecho, la pedagogía, la
informática, la sociología o la antropología, tampoco seremos capaces de
aportar con eficacia nuestro renovado conocimiento a la creación, gestión y
uso de los documentos electrónicos de archivo.
En un entorno enteramente digital, generador de documentos de los
que difícilmente puede decirse que sean documentos, existen ya otros agen-
tes mejor calificados para actuar como garantes de la evidencia comportada
por esos extraños objetos que parecen escaparse de las manos; ninguno de
ellos, sin embargo, cuenta con las destrezas en el largo plazo, se defina éste
como se defina en un mundo en permanente cambio. Por otra parte, mere-
ce la pena plantear, quizá en otro texto más amplio, si a las sociedades con-
temporáneas les interesa realmente el largo plazo o, como se sugirió, hemos
devenido sociedades amnésicas. De igual modo, también merece la pena
plantear si, ante una evidencia débil, la jurisprudencia será la que determine
qué es y qué no es evidencia, desplazando una vez más la percepción de
lo que sea socialmente admisible como tal. El archivero se enfrenta a una
realidad cruel. Su supervivencia, creemos, depende de la adopción o no de
líneas de acción radicalmente diferentes de las actuales.

152 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


EL ARCHIVO DE CONCENTRACIÓN DEL INAH

Martha Elizabeth Pérez Martínez*

A partir del año 2007 comenzó la reorganización del archivo de concen-


tración del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), actividad
que es parte del proyecto “Organizar y operar los Archivos de Concentra-
ción e Históricos del INAH” bajo la dirección del maestro José Guadalupe
Martínez, este artículo hace un recuento de dicha organización.
El archivo de concentración “permaneció en el ex Convento de San
Diego hasta julio de 1998 cuando nuevamente fue trasladado, […] a una
nave industrial […] en Azcapotzalco, lugar donde permaneció hasta agosto
de 2003”,1 después fue reubicado en una bodega en Iztapalapa a cargo de
la Coordinación Nacional de Recursos Materiales y Servicios. Parte o gran
parte de la documentación que lo integra es generada desde de la fundación
del INAH, creado por iniciativa del presidente Lázaro Cárdenas, “por ley
fechada el 31 de diciembre de 1938 y promulgada el 3 de febrero de 1939
[…] como parte de la Secretaría de Educación Pública, con personalidad
jurídica y patrimonio propios”,2 dedicado a la protección, conservación y
difusión del patrimonio histórico nacional.
Desde su origen, el archivo de concentración reunió los expedientes
de las diversas áreas del instituto en sus diferentes etapas, el Museo de
Antropología e Historia, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la
Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía; los dife-
rentes museos, así como los centros INAH a lo largo del país, incluyendo el
antiguo Museo Nacional.

* INAH; [email protected];

1 Octavio Martínez Acuña, “El archivo de concentración, fuente para el estudio del desarrollo
institucional de la antropología y la historia en México” en Diario de Campo, suplemento núm.
30, septiembre 2004, pp. 26-27.
2 Julio César Olivé Negrete (coord.), INAH una historia, antecedentes, organización, funcionamiento y
servicios, México, Conaculta-INAH, 1995, vol. I, p. 33.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 153


La organización del archivo se basa en la guía simple del INAH,3 don-
de se determinan las series documentales que se deben preservar desde su
creación, a fin de identificar con mayor precisión el material que tiene valor
permanente o histórico. Por otra parte, el archivo también se apega a la
Norma Internacional de Descripción Archivistica (ISAD-G) por sus siglas en
inglés), cuyo sistema de descripción multinivel permite hacer descripciones
archivísticas partiendo de lo general a lo específico de acuerdo con su clasi-
ficación archivística (fondo, sección, serie, expediente o documento).4
El objetivo del proyecto es mantener organizado el archivo de concen-
tración, que incluye dar consulta a los usuarios,5 realizar las bajas docu-
mentales, transferir al archivo histórico la documentación que perdió sus
valores fiscales, legales o administrativos y que únicamente conserva los
testimoniales y de interés permanente para la institución; además de recibir
las cajas que turnan las diversas áreas del instituto para hacer los respectivos
inventarios del material y la captura de datos, entre otros.
Para realizar las bajas documentales se analiza la documentación histó-
rica y ésta se pone a consideración del equipo de trabajo. Entre otros cri-
terios, se evalúan los materiales que podrían interesar a los investigadores,
además de preservar, en lo posible, la información que da cuenta de la vida
del INAH, “las peripecias y logros de la institución”,6 por ello es fundamental
en este paso estudiar detalladamente los documentos que posteriormente
serán enviados al archivo histórico que se encuentra en la Biblioteca del
Museo de Antropología e Historia.
Las series que se consideran históricas son, por ejemplo, los expedientes
de personal del instituto, los proyectos de los diferentes museos o centros
INAH, los informes anuales, las actas de entrega recepción, los expedientes
relacionados con la conservación y restauración de edificios que son res-
guardados por el INAH, los planes de estudio de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia y la Escuela Nacional de Conservación, los planos
de obras, las fotografías, por citar algunos.
3 Publicada en la página web del INAH en el portal de transparencia.
4 José Ramón Cruz Mundet, Manual de Archivística, Madrid, Ediciones Pirámide, S.A., 1994, p.
262.
5 Cabe destacar que el archivo solamente puede ser consultado por los trabajadores del
instituto.
6 María Trinidad Lahirigoyen, “Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología e
Historia”, en Alquimia, núm. 12 mayo-agosto de 2001, Conaculta-INAH, p. 41.

154 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


En contraste, se dan de baja solicitudes de insumos, circulares, consul-
tas, propuestas, correspondencia sin valor administrativo o legal, boletos de
museos, manuales, cotizaciones, entre otros. Para concretar este trabajo
de valoración se estipula cierto tiempo para su destrucción. Por ejemplo,
para la documentación administrativa deben pasar siete años para iniciar
la separación física del material, enviar el inventario al Archivo General
de la Nación donde se solicita el correspondiente “dictamen de valoración
para determinar el destino final de los documentos”,7 y una vez autorizada
la baja; estos materiales deben pasar en el archivo de concentración cinco
años más.
Un ejemplo de documentación para baja es la de tipo contable: audito-
rías, pólizas de egreso e ingreso, comprobaciones e informes anuales. És-
tos deben permanecer en el archivo de concentración entre 10 y 12 años,
y como requisito se debe mandar el inventario a la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público por ser la responsable de expedir los lineamientos para la
destrucción de dichos papeles.
Para hacer la separación del material se trabaja por dependencias y cada
una de ellas está divida por remesas. Toda la información se encuentra en una
base de datos, por medio de los listados generados electrónicamente se
analiza y decide qué material se va al archivo histórico y cuál corresponde a
una baja documental administrativa y contable. El siguiente paso es hacer la
separación física en cajas especiales de archivo.
La primera etapa del proyecto consistió en hacer un inventario de 587
cajas en las que se encontraron dos ratones muertos y algunos rastros de ex-
cremento. Al respecto se limpiaron los expedientes y se cambiaron las cajas.
En algún momento el archivista se enfrenta a estos problemas para poder
realizar su trabajo. El archivo quedó en óptimas condiciones de limpieza y
una vez inventariado, se solicitó la baja al Archivo General de la Nación, la
cual fue aceptada. El siguiente paso fue quitarle a las 587 cajas todo el me-
tal, es decir: grapas, clips, broches, alfileres y en algunos casos tornillos que
tenían los expedientes, carpetas que contenían broches de metal, además de
todo el material plástico, como los espirales de los engargolados; todo ello
con el fin de facilitar su destrucción.
7 Archivo General de la Nación, Instructivo para el trámite y control de bajas de documentación del
gobierno federal, p. 8 (publicado en la página web del AGN).

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 155


Documentos históricos en el archivo de concentración

En el archivo de concentración encontramos documentación histórica de la


institución. El inicio del proyecto comenzó a realizarse con el trabajo archi-
vístico de organización, selección, valoración, depuración o conservación de
los expedientes con base en el ciclo vital de la documentación, el cuadro
de clasificación y la guía simple de archivos. Es un acervo que contiene ma-
teriales históricos valiosos que están en proceso de rescate y descripción.
Encontramos, por ejemplo, los expedientes del personal desde antes
que se fundara el INAH. Otros expedientes son de finales de siglo XIX y
principios del XX, entre los que sobresalen las fotografías que nos permi-
ten ver a los trabajadores, lo mismo intelectuales que vigilantes de zonas
arqueológicas.
Por otra parte, en los expedientes de personal encontramos a los ins-
pectores de Monumentos Artísticos e Históricos de todo el país, quienes
documentaban a través de fotografías la arquitectura de los inmuebles que
consideraban históricos y que en algunos casos se encontraban en total

156 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


abandono. Gracias a estos registros de imágenes, en ocasiones hubo pro-
yectos de rescate y restauración, aunque estos trabajadores, “no gozaban de
ningún tipo de remuneración monetaria, cuya principal obligación consistía
[…] en documentar, vigilar y encargarse de cualquier asunto relacionado
con la arquitectura histórica regional”.8 Estos hombres hicieron un trabajo
extraordinario, ya que sentaron las bases para lograr que muchos inmue-
bles fueran rescatados. Sobre el tema destaca el estudio La continuidad de un
grupo y sus ideas como antecedente del Instituto Nacional de Antropología e Historia,
esta “investigación […] comenzó por los expedientes de inspectores y sub-
inspectores en el Fondo de Personal, el cual forma parte del Archivo de
Concentración de INAH”.9
Con la documentación del archivo del INAH se pueden realizar varias in-
vestigaciones. Por ejemplo, entre el material revisado apareció el expediente
de una mujer de finales del XIX, extranjera, maestra, quien fue retratada de
medio cuerpo con un vestido típico de la época, una imagen que para los
investigadores especializados podría revelar enormes datos y rastros de la
vida de esa época.
En el caso de la documentación contable, ésta es una fuente importante
para los estudiosos e investigadores dedicados a la historia económica, en
particular la del instituto.
Recientemente, como parte del trabajo cotidiano, se encontró una caja
que contiene imágenes del personal del INAH, tamaños pasaporte, óvalo e
infantil. En este momento se tiene la propuesta de hacer un catálogo con
estas fotos que, al parecer, son los portarrecibos de credenciales y van de
los años cincuenta hasta la década de los setenta. En ellas aparecen ar-
queólogos, antropólogos y vigilantes de los diferentes museos o centros
INAH; también personal de limpieza, que se identifica por su vestimenta.
En algunos casos, las fotografías tienen el nombre y el puesto de la persona
retratada; en otros, aunque no es posible conocer la identidad individual,
sólo con ver algunos de sus rasgos, ropa, figura y entorno se puede deducir
a qué se dedicaban.
8 Martha R. Miranda Santos, “La génesis de un proyecto de conservación de monumentos”, en
Alquimia, núm. 18, mayo-agosto 2003, Conaculta-INAH, pp. 36-37.
9 Thalia Montes Recinas, “La continuidad de un grupo y sus ideas como antecedente del
Instituto Nacional de Antropología e Historia 1913-1939” en Diario de Campo, Suplemento núm.
30, Septiembre 2004, p. 35

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 157


Del archivo de concentración que custodia el quehacer del INAH, toda-
vía hay un cuantioso número de cajas por archivar, además de que espera-
mos la llegada de más material. En este sentido es un archivo vivo por ser
consultado, al mismo tiempo, se continúa recibiendo material y se siguen
elaborando inventarios y solicitando dictámenes de baja documental.
Esta experiencia en el archivo me enriqueció, pues aunque como inves-
tigadora estoy acostumbrada a consultar los archivos, con este trabajo tuve
la oportunidad de estar del otro lado, ver cómo funciona desde adentro el
que aquí comenté, sobre todo porque en él se resguarda una gran riqueza
documental que está a la espera de ser descrita y consultada.

Bibliografía complementaria

Corchera de Mancera, Sonia, Voces y silencios en la historia siglos XIX y XX,


México, FCE, 2000.

González y González, Luis, El oficio de historiar, México, Clío, 1998.

_____________________, “La sopa de archivo, maná de historiadores”,


en Historia Regional y Archivos, México, Archivo General de la Nación,
1982.

158 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


A RCHIVO HISTÓRICO DE LA SEP

Alberto Rodríguez García*

El Archivo Histórico de la Secretaría de Educación Pública (SEP) se


inició durante el sexenio de José López Portillo cuando se brindó atención
especial a la información, de acuerdo con la reforma administrativa que
sirvió de base para la aplicación de 17 programas, en específico, el noveno
hacía referencia a la información estadística y a los archivos.
En el ramo de educación se concibió la idea de contar con un repositorio
documental que coincidió con la celebración del cincuenta aniversario de
creación de la Secretaría de Educación Pública y, por consiguiente, con la
búsqueda de información para la celebración de este hecho.
Transcurrieron cuatro años para que este proyecto viera la luz y en enero
de 1980 se instaló la Oficina de Archivo Histórico adscrita al Departamento de
Archivos de la Subdirección de Correspondencia, Archivos e Impresiones.
Con los sucesos propios de los archivos, entre ellos los estructurales, se
logró, luego de demostrar eficacia y autonomía que la oficina ascendiera
a departamento en julio de 1988. El material del recién creado Archivo lo
seleccionaron por los empleados del Archivo de Concentración con criterios
personales, aunque respaldados por una formación académica en historia; al
primer grupo documental se le denominó “Colección Consulado”, por su
ubicación geográfica.
Las sedes del Archivo han variado, inicialmente se instaló en av.
Consulado, en 1983 se trasladó a la calle de Academia, en el Centro
Histórico de esta ciudad, en posteriormente con los daños ocasionados por
el sismo, en 1986 se mudó al inmueble que tiempo atrás albergó a la
Normal Superior, en Fresno. Otros cambios ocurrieron en el momento en
que se regresó nuevamente al Centro Histórico, en esta ocasión a la calle de

* SEP; [email protected]

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 159


5 de febrero por un plazo de 14 años, y en julio de 2007 a las instalaciones
que actualmente ocupa en el norte de esta ciudad.
El archivo está inscrito en el Registro Nacional de Archivos con el
código MX09015AHSEP desde el año 2005.
El acervo está integrado por 12,000 cajas con documentación del
periodo 1867 al presente. la información contenida corresponde a la
documentación generada desde instancias gubernamentales, encargadas de
las políticas educativas nacionales; hasta otros ámbitos no oficiales, que
en calidad de actores sociales del proceso educativo generaron también
testimonios escritos.

La documentación se concentra en cuatro fondos documentales:


• Secretaría de Estado y del Despacho de Justicia e Instrucción
Pública de 1867 a 1905.
• Secretaría de Estado y del Despacho de Instrucción Pública y Bellas
Artes de 1905 a 1917.
• Dirección General de Educación Primaria en el Distrito Federal de
1918 a 1921.
• Secretaría de Educación Pública de 1921 a la fecha.
Y está dividido en 41 secciones.

La organización obedece a los principios archivísticos de procedencia y orden


original. Entre las secciones más consultadas se encuentran: Departamento
de Misiones Culturales, Instituto de Orientación Socialista, Campaña
Nacional contra el Analfabetismo, Departamento de Psicopedagogía
e Higiene, Dirección General de Educación Primaria en los Estados y
Territorios, entre otras.
Existe una Guía general de fondos documentales en la que se describen
fondos y secciones, procedencia institucional, organización, volumen,
periodo, instrumento de consulta, descripción informativa y la relación con
otras fuentes; refleja el contenido de más de un millón de expedientes
localizados en 12,000 cajas archivadoras que suman 4.5 km lineales.

Fototeca. Está integrada por 2,000 impresiones y negativos contenidos


en 309 cajas archivadoras; 71 de esas cajas guardan negativos en soporte

160 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


cristal, protegidos en guardas de papel neutro y cajas de polipropileno que
constituyen el testimonio gráfico del cumplimiento de agendas de los secre-
tarios de este ramo.

Biblioteca. Está especializada en educación e incluye la colección de


memorias y boletines de educación pública, desde los inicios de la SEP en
1921. Se cuenta con aproximadamente 13,000 volúmenes.

Los servicios que el Archivo Histórico de SEP ofrece al público son:


• Préstamo de documentación en sala de consulta a investigadores y
público en general.
• Reproducción de la documentación.
• Consulta de material fotográfico de actividades educativas y culturales
del periodo 1940-1980.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 161


• Asesorías y valoraciones documentales en materia de administración
de documentos.
• Horario de lunes a viernes de 9:00 a 15:00 horas.

Documentación destacada

Se tiene una copia fiel del Himno Nacional y los expedientes de José
Vasconcelos, Frida Kahlo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rufino
Tamayo, entre muchos más; así como certificados de profesores con la
firma del presidente Porfirio Díaz y su sello de agua.

Cumplimiento a la normatividad

El 21 de julio de 1988 se creó el Comité Técnico Interno de Administración


de Documentos (Cotecaid), Órgano de consulta que difunde los lineamientos
y políticas archivísticas en el interior de la SEP.
Con la participación de este Comité y la Coordinación de Archivos se
han sumado esfuerzos para cumplir con los Lineamientos Generales para
la Organización y conservación de los archivos de las dependencias y
entidades de la administración pública federal; resultado de ello fue la
elaboración del Catálogo de Disposición Documental y el Cuadro General
de Clasificación Archivística validados en 2006.
Estos instrumentos de control archivístico han permitido aplicar de
manera integral el ciclo vital de la documentación, y reducir los espacios
ocupados, como bodegas, al tener verdaderos archivos de trámite donde
se localiza la información de manera expedita para dar respuesta a las
solicitudes de información.
Tras 28 años de su fundación, el Archivo Histórico de la SEP no tenía
un inventario confiable que mostrara cifras exactas acerca del qué y cuánto
de la documentación resguardada; situación que se modificó con la reciente
conclusión de la Guía Simple de Archivos.
La labor que realiza el área de asesoría y normatividad documental consiste
en ser un filtro que evita la recepción de documentación obsoleta a través
de la valoración documental y las asesorías impartidas a todas las unidades
administrativas, así como a las entidades para implementar el procedimiento de

162 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


bajas documentales administrativas y contables ante el Archivo General de
la Nación y la Unidad de Contabilidad Gubernamental e Informes sobre
la Gestión Pública de la Secretaría de Hacienda, respectivamente. Y por
otro lado rescatar el patrimonio documental disperso entre los Archivos de
Trámite, que no sólo se preserva, pues es menester, ordenar y clasificar para
su adecuado aprovechamiento social, tras su ingreso al Archivo Histórico,
a través de transferencias secundarias.
Situación actual
Estas labores son propias de un archivo de su altura, van más allá de
rescatar, clasificar, conservar y difundir documentos; en la actualidad se
trazan renovadas metas con una visión que surge de concebir al Archivo
Histórico de SEP como un centro documental y cultural, en el que se
involucre no sólo a la comunidad académica, sino al público en general
hacia el conocimiento de lo que ha sido el proceso educativo en nuestro
país.
Atrás quedan las condiciones adversas de los documentos y los
cambios que ha experimentado el archivo, gracias a la sensibilidad de las
autoridades y al auge del derecho de los ciudadanos a ejercer su derecho a
la información.
La digitalización, iniciada en octubre de 2008, fue posible gracias a la
voluntad exitosa de las autoridades de Oficialía Mayor y de la Dirección
General de Recursos Materiales y Servicios. Entre los beneficios que se
obtendrán está ofrecer un servicio óptimo a los usuarios e impedir el
deterioro de los soportes y por ende de la información. El producto de este
procedimiento será incorporado a la red de archivos históricos mexicanos,
como mecanismo de difusión del acervo documental de esta dependencia.
Para realizar este trabajo se cuenta ya con 27 equipos de cómputo,
escáner e impresoras. Quizá para otras situaciones esto no constituye un
hecho relevante, para el Archivo Histórico de la SEP, ésta es la primera
ocasión desde su creación que se desempacan equipos nuevos.
La misión de los archivos históricos en la administración pública se
cumple en las consultas, aunque de 5 años a la fecha la frecuencia anual
de visitas por parte de los investigadores ha sido variable. Se observa una
disminución considerable durante 2007 que obedece al cierre del archivo
por razones del cambio de inmueble. Durante 2004 y 2006 hubo cifras

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 163


muy similares: 1,005 y 1,006 investigadores, respectivamente. En 2008,
la afluencia de investigadores hasta noviembre fue de 661, por debajo de
los años anteriores. Para contrarrestar esta situación se ha proyectado una
serie de acciones para el siguiente año. Entre otras, poner a disposición
del público el acervo del Archivo Histórico de la SEP, que posee una gran
riqueza documental, por medio de la Guía Simple que permite contar con
las referencias necesarias para accesar a la información que se busca.
Para todos los investigadores en temas relacionados con la educación,
el Archivo Histórico de la SEP es de consulta obligada porque constituye
la fuente principal para la historia de la educación en México desde finales
del siglo XIX a la fecha.
La Secretaría de Educación Pública colabora con la parte que le
corresponde para integrar el rompecabezas de la extraordinaria historia
nacional de este país. Recordemos que la historia es “una ciencia en marcha”,
atenta siempre a los relatos de nuevas pistas, orientadas a desentrañar los
sucesos que explican la actualidad, y ésta constituye otra nueva oportunidad
para hacer investigación, por supuesto en los archivos históricos.

164 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


RESEÑAS
BOLETÍN. FOTOGRAFÍA CRISTERA
Elvia Alaniz Ontiveros

Boletín. Fotografía Cristera, núm. 60, Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando
Torreblanca, 2009, 32 pp.

Este número, dedicado a la fotografía cris-


tera, presenta una selección de 20 imágenes,
cuyo valor va más allá de la denuncia, la pro-
moción de solidaridad o la intimidación; son
un registro histórico, social y un mensaje con-
creto: fusilados y fusiladores, es decir, cristia-
nos y federales.
Aurelio de los Reyes, acompaña las foto-
grafías con un texto donde reflexiona sobre el
papel de la fotografía durante la cristiana, “la
fotografía cristera, al igual que la fotografía
de la Revolución es producto de la conciencia histórico-visual compartida
por fotógrafos y fotografiados, con la diferencia de que la muerte, además
de ser en beneficio de la patria, es por la religión, un redentorismo de la que
carece la segunda”.
De los Reyes, dice también que las fotografías se realizaron desde una
“mirada beatífica”, la imagen que logra conseguirse sólo en los seminaristas,
quienes parecen haber muerto profundamente tranquilos consigo mismos.
“Esa mirada” no se encuentra en sacerdotes, mujeres u oficiales cristeros.
La fotografía cristera está condicionada por “la clandestinidad y el afán
de “guardar memoria y detener la acción destructiva del tiempo”. Los cris-
teros utilizaron la fotografía para justificar su intervención en la lucha,
mientras que los revolucionarios para demostrar su represión. La fotografía
cristera está caracterizada por su circulación limitada: sólo desfiló entre fa-
miliares de los retratados y en archivos oficiales.
Algunos de los fotógrafos cristeros eran considerados cronistas visua-
les, tal es el caso de Heriberto Navarrete “es posible que hacía 1922, a los

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 167


19 años, su afición fotográfica se iniciara con su militancia, utilizando una
cámara Brownie que usó hasta los años cincuenta”. Entre sus fotografías
destacan las tomadas en la reunión de la Asociación Católica de la Juventud
Mexicana (ACJM) de Monterrey y la semana social en San Juan Bautista del
Teúl, Zacatecas (hoy Teúl de González Ortega).
El fotógrafo Juan Carpio Ornelas fue expulsado al penal de las Islas
Marías donde conformó un álbum con imágenes también de Navarrete. So-
bresalen los retratos de los deportados, las fotos sobre los trabajos de ma-
rina “Campamento de caleros”, “Trabajando en la albañilería”, “Capataces
divirtiéndose en una roca”, “Grupo de [cuatro] capataces”, entre otras.
Las fotografías conservadas por los familiares de las víctimas tenían un
fin sacro; las realizadas por el gobierno eran prueba irrefutable del cumpli-
miento del deber. Para los cristeros eran constancia tangible de los mártires
que perdieron la vida al defender su religión, mientras que para el gobierno
se trataba de “cabecillas, bandoleros, fanáticos, rebeldes”. Sin embargo, am-
bas series de imágenes registraron un mismo rito: la muerte.
Pese a las innumerables imágenes captadas durante esta época, sus auto-
res obtuvieron escenas crueles, violentas y sanguinarias a partir de “una fo-
tografía artesanal de aficionado, mal tomada, mal compuesta y fuera de foco,
seguramente porque […] compraron su cámara y la utilizaron sin entrena-
miento previo, además de que lo hicieron en condiciones deventajosas”.
La fotografía cristera se caracteriza también por su fuerte carga emotiva,
pues “hace perdonar a los autores y a su círculo”. Su carácter fúnebre le
costó la indiferencia de la prensa. Su difusión se reservó para la Liga Na-
cional Defensora de la Libertad Religiosa y fueron impresas en Barcelona,
Amsterdam o Estados Unidos que, tras la guerra, “dio a conocer numero-
sos testimonios de los participantes”.
Las 20 fotografías que conforman esta publicación muestran cristeros
colgados de árboles o postes; generales con sus batallones; sacerdotes antes
y después de ser fusilados; niños rebeldes, regimientos de caballería, solda-
dos y grupos de rebeldes. Registro del movimiento cristero en México.

168 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


L A LITERATURA DE RESISTENCIA DE LAS MUJERES AINU
Héctor Gómez García

Yolanda Muñoz González, La literatura de resistencia de las mujeres ainu, México, El Colegio de
México, 2008, 512 pp.

T
odo evento de colonización implica
una imposición de elementos “civiliza-
torios” por parte del colonizador hacia
el colonizado. Esto se ha repetido a lo
largo de la historia humana y en todas
las regiones del planeta: el fuerte “se
come” al débil. La teoría darwinista
sobre la selección natural, difundida
a finales del siglo XIX, sirvió a las na-
ciones poderosas para justificar su la-
bor imperialista y dominante sobre los
menos favorecidos. Así, “estas teorías
otorgaban plena justificación moral
a la dominación de unas razas sobre
otras”. Los pueblos asiáticos no han sido la excepción y, en este caso parti-
cular, los japoneses se dieron a la tarea de “civilizar” a los habitantes de un
territorio que anteriormente se llamaba Ainu Moshir: la raza ainu en 1868.
A partir de este momento las recientes colonias empiezan a vivir una
serie de transformaciones y experimentan cambios radicales en su modo
de vida. A los ainu se les impuso la lengua y escritura japonesas y hasta les
hicieron cambiar sus nombres. Adoptar el nuevo idioma significó para ellos
su incorporación al nuevo orden, pero también, al aprender la escritura nipo-
na tuvieron la posibilidad de manifestar sus experiencias y sentimientos. La
pobreza extrema y la discriminación racial sufridas podían ser exteriorizadas
en la “lengua oficial”.
En este contexto, Yolanda Muñoz González, investigadora de El Cole-
gio de México, nos presenta en su libro La literatura de resistencia de las mujeres
ainu el momento en que esta manifestación artística es vista como “un arma

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 169


de resistencia que ha sido utilizada por hombres y mujeres ainu a lo largo
de este violento y complejo periodo de colonización”; así, esta obra pre-
tende “asomarse a la manera en que las mujeres ainu se han incorporado
a la lucha en contra de la eliminación de su cultura, recurriendo para ello a
la representación gráfica de la palabra”. Para lograr su cometido, Muñoz
González propone una estrategia de lectura donde las imágenes que ocupan
las escritoras oprimidas siempre están en un marco de resistencia política y
genérica. En este sentido, la experiencia personal de las autoras deviene en
acto público y, por consiguiente, político; donde ellas buscan una imagen
positiva de sí mismas y, por lo tanto, de todo el grupo étnico con el que se
identifican y al que pertenecen.
Pero la resistencia no ocurre sólo en el terreno de lo político, también
existe esta actitud frente a la categorización colonialista de la literatura.
¿Qué es y qué no es lo literario? Desde nuestra perspectiva occidental tene-
mos un canon que comprende diversos títulos acordes con las condiciones
sugeridas por una academia literaria, pero ¿qué pasa con las formas escri-
turales orientales? Muñoz González intenta “deconstruir ciertas fronteras
conceptuales en la delimitación de los géneros literarios, entendiendo que
en el aspecto formal también puede leerse como un acto de resistencia”.
Para demostrar lo anterior es necesario hacer una revisión al “marco
histórico” y todo el proceso de colonización de la región Ainu Moshir –ca-
pítulo II de esta obra–, desde la aparición de los primeros habitantes en la
zona hasta el momento del apoderamiento de la región por el naciente im-
perio japonés en 1869. En seguida, debemos observar y comprender cómo
y por qué aparecieron los primeros movimientos de resistencia dominada,
en el capítulo III: “El surgimiento del movimiento de resistencia ainu con-
tra la discriminación racial” se nos presenta una explicación detallada de lo
escrito, esto se da a finales del siglo XIX y la investigación se extiende hasta
finales del siglo pasado, momento en que se aprueba una nueva ley ainu,
más incluyente, que busca la promoción de la cultura oprimida con ayuda
del aparato gubernamental para que ésta no se pierda.
En el capítulo IV, “¿Mujer ainu o Menoko utaro? “Representación con-
tra autorrepresentación” vemos cómo ha sido “retratada la mujer ainu por
diversos actores coloniales (la representación) y hasta por ellas mismas (la
autorrepresentación)”, es decir, acudimos a la “construcción del sujeto ‘mu-

170 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


jeres ainu’ y son ellas, con su propia versión de los hechos, que también se
han apropiado de la letra colonizadora como arma de resistencia”.
Bajo la consigna “nunca el silencio” se da “El surgimiento de la ‘litera-
tura ainu’” –cap. V–. Es el momento en que gran cantidad de hombres y
mujeres publican sus vivencias y versos con el firme objetivo de resistir el
ataque a su cultura de origen, “entre el racismo, la intolerancia y la construc-
ción de estereotipos denigrantes que legitimaban la opresión y el despojo”,
además de tener la finalidad y determinación de demostrar que su pueblo se
mantenía vivo y en pie de lucha ante la gente que ya había declarado extinta
esta forma de ser.
Dentro de esta literatura existen obras que transgreden toda categori-
zación y presentan nuevas formas. Entre ellas se encuentran “La tradición
oral de resistencia” –cap. VI–; “La poesía de resistencia” –cap. VII–; “El
periodismo de resistencia de las mujeres ainu” –cap. VIII–; “El yo en re-
sistencia, políticas de identidad y práctica autobiográfica” –cap. IX–, y “La
investigación de resistencia” –cap. X–.
En estos apartados se intenta alcanzar una posible definición de todos y
cada uno de los “nuevos géneros” que no tendrían cabida en la clasificación
canónica por nosotros conocida, la oficial, difundida e impuesta por los
colonizadores. Nombres de autoras como Kannari Matsu, Yaeko Batche-
lor, Igo Fude, Chikkap Mioko, Arai Kadevko, Shirosawe Nabe, Sumadzawe
Kure, Nakamoto Mutzuku, Katoyama Tatsumine, Kitajara Kuyoko, Chiro
Mutsomi, Keira Tomoko, entre otras, desfilan por las páginas de esta gran
investigación y sirven como ejemplo de escritoras que no aceptaron que
su cultura desapareciera, ni que sus compatriotas (hombres y mujeres)
volvieran a sentir la horrible discriminación que les arrebataba la voluntad
de vivir y para que por primera vez se pudiera “convivir con respeto como
seres humanos y se pudiera hacer realidad una sociedad con un contenido
de mucho mayor riqueza”.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 171


HISTORIAS DETENIDAS EN EL TIEMPO. EL FENÓMENO
MIGRATORIO DESDE LA MIRADA DE LA VEJEZ EN GUANAJUATO
José Guillermo Tovar Jiménez
Verónica Montes de Oca Zavala (coord.), Historias detenidas en el tiempo. El fenómeno migratorio
desde la mirada de la vejez en Guanajuato, Guanajuato, Comisión Estatal para la Organización de la
Conmemoración del Bicentenario del inicio del movimiento de Independencia Nacional y del
Centenario del inicio de la Revolulción Mexicana, 2008, 154 pp. (Colección Inclusión)

El fenómeno migratorio ha asolado a


la mayoría de los estados de la república
mexicana. El caso de Guanajuato mues-
tra que el abandono de sus municipios y
la oquedad de sus pueblos forman parte
de la búsqueda de mejores oportunida-
des de trabajo y estabilidad económica,
tanto para el emigrante como para aque-
llos miembros de su familia que reciben
las remesas que él envía.
El estudio Historias detenidas en el tiem-
po. El fenómeno migratorio desde la mirada de la vejez en Guanajuato, coordinado
por Verónica Montes de Oca Zavala y nutrido con textos de Rosa Aurora
Espinosa, Raúl Cantú, José Luis Uriona Hidalgo y Ariadna Uriona Santos,
revela que si bien la migración evacua comunidades también deja en su sitio
a quienes por su edad no pueden ni son aptos para desempeñar algún tra-
bajo en el extranjero, pero que en la memoria cargan con el legado cultural
de su región.
El trabajo etnográfico desarrollado por los autores revisa desde diversos
puntos de vista el fenómeno de los desplazamientos. En este sentido se
siguen de cerca los municipios de Ocampo, Tarimoro, Acámbaro, Abasolo,
Huanímaro, Manuel Doblado y Cuerámaro. Por otra parte, el intrincado de
los relatos que se entretejen en cada apartado se escriben desde la memoria
de los ancianos, quienes han visto con el paso del tiempo la evolución de
una entidad federativa con una sociedad más plural y multicultural derivada
de los tratados comerciales y el flujo constante de personas.

172 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


Así las relaciones sociales que se establecen en los municipios, los es-
tados y otros países particularizan cómo cada región vive y experimenta la
migración de sus conciudadanos. La investigación se propuso incidir en el
problema migratorio en relación con el envejecimiento demográfico y la
pobreza rural.
Para los autores el impacto que tiene el envejecimiento de los pueblos
en la escala social depende del lugar que ocupa cada miembro dentro de
la familia y de sus características sociodemográficas, así como de la etapa
del curso de la vida que experimenta. Las entrevistas utilizadas y los datos
que contiene la investigación dan una idea general acerca de cómo viven
los ancianos en contextos rurales como los asentamientos de Guanajuato
citados.
La organización familiar, las tradiciones migratorias, la crisis del cam-
po, el endeudamiento familiar para la producción, el deterioro ecológico,
la escasez de agua, los apoyos gubernamentales, la religión, entre otros,
son características de cada región y temas recurrentes en la memoria de los
pobladores ancianos.
En el primer apartado Verónica Montes de Oca y Rosa Aurora Espino-
sa, al revisar la situación que viven los pobladores de Ocampo, municipio
ubicado al norte de Guanajuato, encontraron una fuerte tendencia al en-
vejecimiento y a la migración, con dinámicas específicas para los hogares
y los viejos. Ahí observaron patrones migratorios diferentes del resto de
los municipios, debido tanto a las redes de tránsito que sus pobladores han
construido en algunas ciudades norteamericanas como a la ausencia de re-
cursos hídricos en la zona.
Ambos factores permiten que el flujo de los ocampenses al extranjero
sea sólo de ida y con pocas posibilidades de regreso, lo que impacta de ma-
nera sustancial en la vida de los familiares ancianos.
Por su parte, Raúl Cantú en “Vejez rural y migración internacional en
Tarimoro y Acámbaro”, describe la situación económica de la población
adulta en ambos municipios con base en la recepción de las remesas y de-
más apoyos que los hijos migrantes envían a sus familias. La identidad de
los ancianos está cimentada en el campo, en el sustento y reconocimiento
socio-histórico que éste les brinda en la última etapa de sus vidas.
Para Uriona Santos la herencia que los ancianos han legado a las nuevas

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 173


generaciones de los municipios de Abasolo y Huanímaro radica en que am-
bas localidades sean consideradas como las de mayor tradición migratoria.
Aquí la inclusión de los viejos en las actividades de la sociedad está derivada
de la disponibilidad que ellos tienen en sus comunidades para seguir contri-
buyendo al desarrollo local. Además, la investigadora plantea la importancia
de proyectos de naturaleza intergeneracional que ayuden a fortalecer las
redes sociales afectivas de los mayores en estos contextos.
Por último los municipios de Cuerámaro y Manuel Doblado se someten
al estudio de José Luis Uriona, quien delibera en torno del papel que juegan
la economía y la problemática migratoria. El economista señala que en estas
regiones las autoridades locales muestran un amplio interés hacia la situa-
ción de los adultos mayores rurales, así como su disposición de contribuir
para mejorar las condiciones de vida de ese sector poblacional.
Asimismo, documenta la migración como un elemento que se perci-
be en todas las comunidades, de manera particular en la vida cotidiana de
los ancianos. Considera que la experiencia de migrantes que regresan a sus
comunidades ayudaría a erigir proyectos que intenten mejorar la situación
económica de la vejez.
Entre las conclusiones de la investigación se hace notar cómo se vive
el fenómeno migratorio desde la perspectiva de quienes viven más años,
dotando estas vivencias del contexto donde se enmarcan las condiciones
de la vejez rural en Guanajuato. Se observa que la migración no sólo es una
estrategia de vida sino también una situación que confiere estatus y recono-
cimiento social y familiar.
La memoria colectiva desempeña un papel fundamental para recuperar
el pasado reciente, pues el recuerdo de sucesos históricos como la Revo-
lución, la guerra cristera y la reforma agraria, por citar algunos, marcó en
la actual población adulta un ideario de vida más autónoma. Mientras que
el éxito o fracaso de los migrantes signa la relación entre la migración y la
vejez de los pueblos, el fenómeno del desplazamiento en busca de empleo
se concibe como una práctica común, ya que los ancianos saben que las
nuevas generaciones no cuentan con otra opción para superarse.

174 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


DOCUMENTOS DEL
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
HACIA EL BICENTENARIO
DISCURSO INAUGURAL DEL CONGRESO DE CHILPANCINGO,
PRONUNCIADO POR JOSÉ M ARÍA MORELOS Y PAVÓN, 1813

El 31 de octubre de 1814, Patricio Humana, secretario del virrey Félix María


Calleja puso al texto original el encabezado siguiente: “Discurso pronun-
ciado por el rebelde Morelos en la Junta revolucionaria de Chilpancingo
el 14 de septiembre de 1813, compuesto por el cabecilla licenciado Carlos
María Bustamante”.
Original de puño y letra de Carlos María de Bustamante, remitido desde
Oaxaca y corregido por Morelos antes de darle lectura. Las enmiendas del
caudillo son las siguientes: en el antepenúltimo párrafo sustituyó la palabra”
francmasonismo” “por fanatismo” y la fecha “8 de septiembre” por “14
de septiembre”; el último cambio es más radical, pues la frase de Busta-
mante: “Señor, vamos a restablecer el Imperio Mexicano; vamos a preparar
el asiento que debe ocupar nuestro desgraciado Príncipe Fernando VII, re-
cobrado del cautiverio en que gime”, es tachada por Morelos, quedando así:
“Señor, vamos a restablecer el Imperio Mexicano, mejorando el Gobierno”.
Refrendo de la enfática idea morelista de eliminar el nombre de Fernando
VII. Por lo demás, el concepto de “Imperio” no alude a una posible forma
de gobierno monárquica, sino al producto de las obsesiones neoaztequis-
tas de Bustamante, a una hipotética restauración del antiguo Imperio de
Anáhuac y, por ende, a una cancelación del Estado virreinal.
AGN, Actas de Independencia y Constituciones de México, exp. 4.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 177


178 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
Discurso pronunciado por el rebelde Morelos en la Junta revolucionaria de Chilpancingo
el 14 de septiembre de 1813, compuesto por el cabecilla licenciado Carlos María Busta-
mante* .

Señor:

Nuestros enemigos se han empeñado en manifestarnos hasta el grado de evidencia ciertas


verdades importantes que nosotros no ignorábamos, pero que procuró ocultarnos cui-
dadosamente el despotismo del gobierno bajo cuyo yugo hemos vivido oprimidos. Tales
son: que la soberanía reside esencialmente en los pueblos; que transmitida a los monarcas,
por ausencia, muerte o cautividad de éstos, refluye hacia aquéllos; que son libres para
reformar sus instituciones políticas, siempre que les convenga; que ningún pueblo tiene
derecho para sojuzgar a otro, si no precede una agresión injusta.
¿Y podrá la Europa, principalmente la España, echar en cara a la América
como una rebeldía este sacudimiento generoso que ha hecho para lanzar de su seno a los
que al mismo tiempo que decantan y proclaman la justicia de estos principios liberales,
intentan sojuzgarla, tornándola a una esclavitud más ominosa que la pasada de tres
siglos? ¿Podrán nuestros enemigos ponerse en contradicción consigo mismos y calificar de
injustos los mismos principios con que canonizan de santa, justa y necesaria su actual
revolución contra el Emperador de los franceses? ¡Ay de mí! Por desgracia obran de este
modo escandaloso, y

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 179


180 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
a una serie de atropellamientos, injusticias y atrocidades, añaden esta inconsecuencia para
poner el colmo a su inmoralidad y audacia.
Gracias a Dios que el torrente de indignación que ha corrido por el corazón de
los americanos los ha rebatado [sic] impetuosamente, y todos han volado a defender sus
derechos, librándose en las manos de una providencia bienhechora que da y quita, erige y
destruye los imperios según sus designios. Este pueblo oprimido, semejante con mucho al
de Israel trabajado por Faraón, cansado de sufrir, elevó sus manos al cielo, hizo oir sus
clamores ante el solio del Eterno y, compadecido éste de sus desgracias, abrió su boca y
decretó ante la corte de los serafines que el Anáhuac fuese libre. Aquel espíritu que animó
la enorme masa que vagaba en el antiguo caos, que le dio vida con un soplo e hizo nacer
este mundo maravilloso, semejante ahora a un golpe de electricidad, sacudió espantosa-
mente nuestros corazones, quitó el vendaje a nuestros ojos y tornó la apatía vergonzosa en
que yacíamos en un furor belicoso y terrible. En el pueblo de Dolores se hizo oír esta voz,
semejante a la del trueno, y propagándose con la rapidez del crepúsculo de la aurora y del
estallido del cañón, he aquí transformada en un momento la presente generación, briosa
y comparable con una leona que atruena la selva bus-

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 181


182 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
cando sus cachorrillos, se lanza contra sus enemigos, los despedaza, los confunde y per-
sigue. De este modo, la América, irritada y armada después con los fragmentos de sus
cadenas opresoras, forma escuadrones, multiplica ejércitos, instala tribunales y lleva por
todo el Anáhuac la desolación y la muerte!!!. [sic]
Señor: tal es la idea que me presenta V.M. cuando le contemplo en la actitud hon-
rosa de destruir a sus enemigos y de arrojarlos hasta los mares de la Bética. Pero ¡ah!, la
libertad, este don precioso del cielo, este patrimonio cuya adquisición y conservación no se
consigue sino a merced de la sangre y de los más costosos sacrificios, cuyo precio está en
razón del trabajo que cuesta su recobro, ha vestido a nuestros padres, hijos, hermanos y
amigos, de duelo y amargura. ¿Por qué, quién es de nosotros el que no haya sacrificado
alguna de las prendas más caras de su corazón? ¿Quién no registra entre el polvo y ceniza
de nuestros campos de batalla la de algún amigo, padre, deudo o amigo? [sic] ¿Quién
el que en la soledad de la noche no ve su cara imagen y oye los heridos gritos con que
clama por la venganza de sus asesinos? Manes de Las Cruces, de Aculco, Guanajuato
y Calderón, Zitácuaro y Cuautla, unidos con los de Hidalgo y Allende. ¡Vosotros sois
testigos de nuestro llanto! Vosotros, digo, que sin duda presidís esta

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 183


184 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
augusta asamblea meciéndoos en derredor de ella, recibid el más solemne voto que a
presencia vuestra hacemos en este día, de morir o salvar la Patria. ¡Morir o salvar la
Patria!
Señor: estamos metidos en la lucha más terrible que han visto las edades de este
continente. Pende de nuestro valor y de la sabiduría de V.M. la suerte de seis millones de
americanos comprometidos en nuestra honradez y valentía. Ellos se ven colocados entre la
vida o la muerte, entre la libertad o la servidumbre. ¿Decid ahora si es empresa difícil la
que hemos acometido y tenemos entre manos? Por todas partes se nos suscitan enemigos
que no se detienen en los medios de hostilizarnos, aunque reprobados por el derecho de
gentes, como consigan el fin de esclavizarnos. El veneno, el fuego, el hierro, la perfidia, la
cábala: he aquí las baterías que nos asestan y con que nos hacen la guerra más ominosa.
Pero aún tenemos un enemigo más funesto, más atroz e implacable, y ése habita en medio
de nosotros: son las pasiones que despedazan y corroen nuestras entrañas, nos destruyen
interiormente y se llevan además al abismo de la perdición innumerables víctimas; pueb-
los hechos el vil juguete de ellas. ¡Buen Dios! Yo tiemblo al figurarme los horrores de la
guerra, pero

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 185


186 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
aún me estremezco más al considerar los de la anarquía. No permita Dios que mi lengua
emprenda describir menudamente sus estragos desastrosos, pues sería llenar a V.M. de
consternación que debemos alejar en este fausto día. Ceñiréme a asegurar con confianza
que los autores de ella son reos delante de Dios de la sangre de sus hermanos, y más
culpables aún que sus mismos enemigos. ¡Ah, tiemblen los motores y atizadores de esta
llama infernal, al considerar a los pueblos envueltos en las desgracias de una guerra civil,
por haber fomentado sus caprichos! ¡Tiemblen al contemplar la espada vengadora de
sus derechos entrada en el pecho de su hermano! ¡Tiemblen, en fin, al ver de lejos a sus
enemigos, a esos cruelísimos europeos, riéndose y celebrando con el regocijo de unos caribes
sus desdichas como el mayor de sus triunfos!
Este cúmulo de desgracias, reunidas a las que personalmente han padecido los he-
roicos caudillos libertadores del Anáhuac, oprimidos ya en las derrotas, ya en la fuga, ya
en los bosques, ya en las montañas, ya en las márgenes de los ríos caudalosos, ya en los
países calidísimos, ya careciendo hasta del alimento preciso para sostener una vida miser-
able y congojosa, lejos de arredrarlos sólo han servido para atizar más y más la hermosa
y sagrada llama del patriotismo y exaltar su noble entusiasmo. Déjeseme repetirlo: todo
les ha [...]

El documento completo puede


consultarse en el portal del Bicentenario

http://www.agn.gob.mx/independencia/

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 187


Retrato del excelentisimo señor don José María Morelos,
capitán general de los ejércitos de América, vocal de la Suprema Junta y
conquistador del rumbo del sur. Oaxaca, 1812.

Carlos Herrejón Peredo, Morelos, Fausto Zerón-Medina (coord.), México, Clío, (La antorcha encendida), 1996, p. 36.

188 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


ACTA DE ELECCIÓN DE MORELOS COMO GENERALÍSIMO, 1813

Original. Acta de la elección de Morelos como Generalísimo encargado del


Poder Ejecutivo: Chilpancingo, 15 de septiembre de 1813. El acta fue cor-
regida entre renglones y suscrita por los congresistas José Sixto Verduzco
(presidente), Andrés Quintana, José María Murguía y Galardi, José Manuel
de Herrera y el secretario Cornelio Ortiz de Zárate.
El Acta se complementa con el bando del 18 de septiembre que dirigió
el propio Morelos a los jefes militares y pueblos de las provincias de Tec-
pan, Oaxaca, México, Puebla, Veracruz y Tlaxcala, en la que les anunciaba
haber “recaído en mí el cargo de Generalísimo de las Armas del Reino y la
autoridad del Supremo Poder Ejecutivo”. Y añadía: “aunque en el instante
sentí gravados mis hombros débiles por el peso enormísimo que recayó
sobre mí e hice por lo mismo dimisión de este gran distintivo con que
la Nación me honraba ante el Supremo Congreso, como representante de
su Soberanía, queriendo sólo denominarme Siervo y Esclavo de mi Patria;
pero no habiendo sido admitida esta renuncia, me he visto en la precisión
de aceptar gustoso, por continuar con más ardor mis servicios a la Religión
y a la Patria “.
“Siervo de la Nación y Generalísimo” fue el título combinado que usó
habitualmente Morelos en sus comunicados oficiales a partir de su elección.
Hernández y Dávalos, J. E., Colección de Documentos para la Historia de la Guerra de Independencia de
México de 1808 a 1821, México, José María Sandoval, Impresor, 1881. t. V, documento núm.
75, pp. 177-179.
Biblioteca de “El Sistema Postal de la República Mexicana”.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 189


190 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
El día quince de septiembre de mil ochocientos trece años, se juntaron en la iglesia par-
roquial de esta ciudad el Soberano Congreso Nacional con su presidente, el señor Capi-
tán General, doctor don José Sixto Verduzco, que momentáneamente se señaló para el
presente acto, el Excmo. señor Capitán General don José María Morelos, el Excmo.
señor Teniente General don Manuel Muñiz, el señor Vicario General Castrense doctor y
prebendado don Francisco Lorenzo de Velasco, un número muy considerable de oficiales
de los ejércitos de la Nación y los electores para representante de la provincia de Teipan
que a la sazón se hallaban aquí. Y habiéndose procedido al nombramiento de un Gener-
alísimo, de los cuatro Generales de la Nación, a cuyo cuidado quedase el mando general
de las armas y el desempeño de cuantas funciones militares se ofreciesen en el Reino, salió
electo para el referido empleo de Generalísimo por uniformidad de sufragios, tanto de los
que estuvieron presentes como de los que por ausencia remitieron sus votos, como consta
de los oficios a que me refiero, el Excmo. señor Capitán

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 191


192 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
General de los Ejércitos Americanos, don José María Morelos. Se aprobó por el Con-
greso el nombramiento y, en su consecuencia, previno al Excmo. señor elegido que otorgase
el juramento correspondiente.
Su Excelencia, entonces, por un movimiento de su natural moderación y humildad,
después de haber dado a la concurrencia gracias muy cumplidas por tan señalado favor,
hizo dimisión del cargo con las protestas más sencillas de que era superior a sus fuerzas
y de que no se juzgaba capaz de desempeñarlo como era necesario. El señor Presidente
repuso en el momento que tal demostración dimanaba seguramente de su suma humildad,
y no porque en la realidad fuese inepto para llenar los cargos del destino; por lo cual le
suplicaba lo aceptase, como que éste era el deseo de los pueblos. Dijo después el Excmo.
Señor Quintana que el Congreso no podía en lo pronto determinar si se le admitía o no la
renuncia hecha por el Excmo. señor Morelos; que era preciso tomarse algún tiempo para
deliberar sobre el asunto, con lo cual se conformaron los demás señores vocales.
La oficialidad se opuso a esta proposición diciendo, por la voz del señor Vicar-
io General Castrense, que el señor Morelos había sido electo para Generalísimo por
aclamación de los pueblos y ejércitos; que todos suspiraban porque lo fuese y, por con-
secuencia, consideraba inadmitible la dimisión que hacía el expresado señor Excmo.
Repuso el Congreso que, a pesar de esas reflexiones, era indispensa

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 193


194 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
ble que tuviese algún espacio para deliberar sobre negocio tan grande, pues huía de que
en cualquier tiempo se notasen sus decretos de precipitados. Resistió sin embargo la ofi-
cialidad que se concediese plazo alguno, pues era excusada la discusión sobre asunto tan
claro, siguiendo por ahí una disputa que terminó por la propuesta que hizo el Supremo
Congreso reducida a que se le permitiese siquiera el cortísimo tiempo de dos horas para
decidir sobre materia tan importante. Retiróse con efecto a pieza separada, en donde
discutido el punto, acordó lo contenido en el decreto que a la letra se inserta:
«Los representantes de las provincias de la América Septentrional, reunidos en
Congreso pleno el día quince de septiembre, habiendo procedido la oficialidad del Ejército
y el cuerpo de electores al nombramiento de Generalísimo, que reuniese a esta dignidad
la del Supremo Poder Ejecutivo de la Soberanía Nacional, resultó electo por aclamación
general el Excmo. señor Don José María Morelos, quien en el acto hizo dimisión del
empleo en Congreso representativo. Y no pudiendo admitir ni negar sin premeditación la
solicitud del elegido, decretó se difiriese la votación, por las graves consideraciones que se
tuvieron presentes. Pero habiendo insistido el pueblo en su primera aclamación, resistió
la moratoria que había reservado el Congreso para la definitiva del asunto; y firme en su
primer voto, instó a que en el acto se declarase,

El documento completo puede


consultarse en el portal del Bicentenario

http://www.agn.gob.mx/independencia/

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 195


196 Legajos , número 3, enero-marzo 2010
Convocatoria

SE CONVOCA A INVESTIGADORES Y ESTUDIANTES DE HISTORIA


Y DISCIPLINAS AFINES A ENVIAR SUS TRABAJOS
PARA PUBLICACIÓN EN

Legajos Boletín del AGN

Los trabajos deberán ser inéditos, producto de una investigación


rigurosa y original, basados en acervos documentales del AGN o de
cualquier otro archivo histórico.

La extensión de los artículos deberá ser de entre 20 y 30 cuartillas.

El Consejo Editorial solicitará a dos especialistas anónimos el


dictamen de los trabajos en un formato de doble ciego.

Se notificará a los autores el resultado del dictamen en un plazo no


mayor a seis meses y, en su caso, la fecha de publicación.

Asimismo, se recibirán reseñas de libros individuales o colectivos


de temáticas históricas y sociales. La extensión máxima de las reseñas
será de 800 palabras.

Los artículos y reseñas deberán enviarse en formato electrónico a


[email protected]

El Consejo Editorial acusará de recibido en un máximo de 15 días.

Archivo General de la Nación


Eduardo Molina y Albañiles s/n,
Col. Penitenciaría Ampliación,
Del. Venustiano Carranza
www.agn.gob.mx

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 197


NORMAS PARA LA ENTREGA DE ORIGINALES

1. Sólo se recibirán materiales inéditos.

2. El envío de colaboraciones deberá hacerse cumpliendo debidamente


cada uno de los siguientes puntos:

a. Los trabajos deberán presentarse a doble espacio, con fuente ARIAL


de 12 puntos, en versión word para windows. No deberá sobrepasar
las 12 mil palabras incluyendo notas, cuadros, gráficos, mapas, apén-
dices y bibliografía.
b. Sólo se aceptarán trabajos escritos en español.
c. Las ilustraciones, gráficas, cuadros y tablas se numerarán de modo
consecutivo. Se indicará su lugar de ubicación en el texto. Deberán
incluirse en archivo por separado en formato “imagen” (tiff o jpg a
300 dpi).
d. El manuscrito irá precedido de una página con los datos del autor(es),
filiación académica, dirección profesional, teléfono de contacto y di-
rección de correo electrónico.
e. Deberá incluirse un resumen no mayor a 150 palabras.
f. Deberá enviarse en forma electrónica a la dirección:
[email protected]

3. Notas al pie de página

a. Las referencias aparecerán de manera resumida.


b. Para libros deberá seguirse el siguiente modelo:
Apellidos seguidos por una coma, título resumido en itálica seguido
por una coma, p. o pp. seguido por el número(s) de página(s).
Ejemplo: Sierra, Evolución política, p. 34.
c. Para artículos o capítulos de libros deberá seguirse el siguiente modelo:
Apellidos seguidos por una coma, título resumido entre comi-
llas seguido por una coma, p. o pp. seguido por el número(s) de
página(s).
Ejemplo: John Tutino, “Soberanía quebrada”, p. 34.
d. Las referencias de diferentes autores se separarán con un punto y
coma.

198 Legajos , número 3, enero-marzo 2010


4. Siglas y bibliografía

a. Se incluirán sólo los libros o artículos citados en el texto, así como


las siglas a los archivos a los que se hace referencia.
b. Las referencias bibliográficas se presentarán después de las siglas, en
orden alfabético.
c. Deberá seguirse el siguiente modelo:

Libros
Apellidos, nombre(s), título en itálica, lugar de edición, editorial, año
de edición.
Capítulo en libro
Apellidos, “título”, en autor(es) compilación o edición nombre y
apellido, título resumido en itálica, páginas del capítulo.
Artículo
Apellido, nombre(s), “título artículo”, en nombre de revista en itáli-
ca, vol., número, año, páginas.

5. Citas

Las transcripciones de más de seis líneas de texto se incluirán en párrafo


aparte, con un margen igual al de la sangría izquierda, sin comillas, a es-
pacio sencillo.

6. No se aceptarán contribuciones que no cumplan con los requisitos.

7. En un plazo no mayor de 15 días Legajos confirmará la recepción de


la colaboración. Todos los artículos serán sometidos a una evaluación
de dos dictaminadores anónimos y la aprobación del Comité Editorial,
quien además se reserva el derecho de solicitar modificaciones o de re-
chazar las contribuciones. En un plazo no mayor a seis meses se notifi-
cará a los autores la decisión de publicación.

8. El contenido de los artículos es responsabilidad exclusiva de los autores


y no reflejan en modo alguno el punto de vista de Legajos o del Archivo
General de la Nación.

Legajos , número 3, enero-marzo 2010 199


Legajos Boletín del Archivo General de la Nación, 7a época, núm. 3,
se terminó de imprimir en
diciembre de 2009 en Letra Impresa GH, S.A. de C.V.
Se tiraron 1000 ejemplares.

También podría gustarte