Palacios. Antropologia Visual
Palacios. Antropologia Visual
Palacios. Antropologia Visual
vis.
I.-
Este breve trabajo tiene la pretensión de sondear de forma reflexiva las posibilidades de
lo que se ha venido en llamar antropología visual, centrando la atención en sus dilemas
epistemológicos, y en especial en como estos entroncan con los dilemas de la disciplina
antropológica, incrustándose directamente en alguno de los debates de la disciplina
sobre la categoría del conocimiento antropológico, y la naturaleza de este, es decir, en
un debate tan obviamente amplio como el que centra las oscilaciones entre la
interpretación y la descripción. Para ello, en primer lugar, intentaremos deslindar de la
forma más clara posible las problemáticas de la utilización del soporte visual como
fuente de información etnográfica, para después abordar las posibilidades epistémicas
del planteamiento de una “antropología visual”. Por supuesto, no se trata en absoluto de
caer en lo que seguramente seria más sencillo, es decir, una simple toma de partido, a
favor o en contra de la antropología visual. Como digo, la intencionalidad de este
trabajo es otra, bastante más tendiente a problematizar la cuestión, que a intentar ofrecer
cualquier tipo de respuesta, si es que esta es necesaria. De cualquier manera me
atrevería a decir que, cualquier tipo de reflexión sobre la antropología visual, tendiente a
problematizar, se puede reducir a pensar, que tipo de conocimiento antropológico puede
generar la imagen, en que condiciones de posibilidad, y sobre todo, que tipo de
especifidad ofrece dicho conocimiento, si es que lo hace. De manera que estas
cuestiones ofrezcan algún tipo de perspectiva sobre la exactitud o inexactitud de hablar
de la antropología visual como de una subdisciplina antropológica.
Para intentar aclarar dentro de lo posible estas primeras líneas de reflexión, que
vertebraran el resto del texto, diré que, para mi, la cuestión se reduce, de algún modo, a
si considerando el conjunto del conocimiento antropológico a la manera de lo que
Lakatos (1983) llamaba un programa de investigación, en cuyo núcleo tendríamos
principios básicos como el relativismo la comparación o la experiencia de campo, y
rodeado este núcleo por dos anillos heurísticos, uno negativo y otro positivo. Estaría por
ver si la llamada antropología visual, y el conocimiento que genera, suponen algún tipo
de cambio en la conformación del núcleo duro, en el sentido de éste, o si tan solo
suponen un vector más dentro de las heurísticas de la disciplina, en apariencia más
cercanos a la búsqueda de “nuevos” caminos, a partir de la reutilización creativa de
principios ya existentes, en este caso la intrincada relación de la disciplina con la
imagen (de hecho, casualmente, Geertz, 1997: 59-82, en su caracterización, del estilo
etnográfico de Evans Pritchard, utiliza la metáfora de diapositivas etnográficas). Lo
cual, la incluiría en el anillo de heurísticas positivas, mucho más que en las negativas,
relativas a la critica y deconstrucción de principios ya existentes, así como a la
exploración y reflotación de vías muertas tiempo atrás. Así y todo, una cuestión
interesante que la antropología visual pone sobre la mesa, es la de que condiciones se
han dado a nivel del paradigma disciplinar (véase Kuhn, 1989), inscrito en contextos
sociales y científicos más amplios, para que aquí y ahora se de esa emergencia de la
imagen como fuente de saber, ante lo cual, cabe tanto preguntarse por tomas de posición
muy estéticas, como por búsquedas de supuestas objetividades materiales. En ambos
casos, con casi toda seguridad, fruto de las inseguridades que ciertas críticas de carácter
posracionalista, dentro de lo que fuera la posmodernidad, provocaron en la disciplina.
II.-
III.-
Ahora bien, si el valor etnográfico de la imagen parece defendible con lo visto hasta
ahora, su alcance se ve reducido, si se aceptan concepciones, como la de Rabinow
(1992: 26), que adscriben el conocimiento etnográfico al espacio de la
experimentalidad, y mucho más si hablamos de percepciones cercanas a la
experiencialidad. En cuanto al valor de la imagen a la hora de generar conocimiento
antropológico, , sucede algo relativamente similar, ya que, si bien, es cierto que el
aumento de los ejercicios de reflexividad sobre la experiencia etnográfica en concreto, y
sobre el proceso de constitución del conocimiento antropológico en general (Puede
verse Ghasarian, 2002), han producido una interesante ampliación y flexibilización de
los horizontes de la disciplina, aún están por negociar los limites de estas nuevas
perspectivas, sus espacios dentro de la cartografía epistemológica general de la
disciplina. Por decirlo de otro modo, pese a que a priori, la idea de que partiendo de una
concepción semiótica de la cultura (op. cit.), la imagen es tan valida como cualquier
otro código de representación (Rabinow, 1991: 321-356), esto ha de ser relativizado,
nivelado, dado que seria caer en un error la pretensión de poner a idénticos niveles
imagen y palabra. Tanto si atendemos a un primer nivel, lo que Clifford (1999: 424)
llama el habitus del trabajo de campo, como si atendemos a niveles mucho más
generales de abstracción. Por más que muchos de los argumentos constitutivos de una
supuesta antropología visual, entendida como una subdisciplina, se puedan amparar en
la validez de la multiplicidad de perspectivas, reduciendo el saber antropológico y la
experiencia de campo al constructo (aquí confrontaría Garcia Canclini, 1991: 58-64; con
Rosaldo, 1993; y Jamard, 1999: 272-275); o a la pretensión objetivista de que la imagen
captura bocados de realidad.
Para continuar con la idea de intentar acordar los limites de estos nuevos horizontes,
como el que se presupone en la antropología visual, diré que para ello es necesario
atender a categorías básicas dentro del pensamiento antropológico (pueden verse
Beattie, 1975: 293-309; y Jarvie, 1975: 271-292), es decir, comprensión, explicación e
interpretación. En este sentido, creo que la imagen se circunscribe habitualmente al
dominio de la primera categoría, que rara vez alcanza la segunda, y que parece
improbable que alcance a la tercera, la interpretación, un nudo gordiano en cuyo centro
como única solución se halla la palabra, el antropólogo.
IV.-
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