113secretos-Cap1libro Tombolini
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113 secretos
para ganarle
a la crisis
Introducción
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Esta falta de confianza se refleja en un comportamiento
histórico de todas las personas que vivimos en la Argenti-
na, yo la llamo vocación verde. Y es sencillamente el acto
reflejo que tenemos al pensar en el mejor modo de preser-
var el valor de nuestro dinero: la compra de dólares. Es
así que el nuestro es el país con mayor tenencia de dólares
físicos por habitante fuera de los Estados Unidos.
Las recetas que se han implementado para resolver
este problema fueron desde la intención de pesificar
nuestra mente de forma compulsiva durante el período
2011-2015 con el cepo y que nos dejó tan lejos del mundo
como la Luna, hasta las lebac del «mejor equipo de los úl-
timos 50 años» que creyó que si ponía un premio enorme
para que conserváramos nuestra tenencia de pesos, iba a
aumentar la demanda de dinero y, por consecuencia, ba-
jar la tasa de inflación. Por el contrario, esto aumentó la
deuda, retrajo la actividad económica —porque era más
fácil hacer plata con plata, que trabajando— y terminó
por destruir la confianza de los propios argentinos y del
resto del mundo, lo cual nos llevó a pedir el salvataje
del FMI.
La política parece no comprender cuáles son los me-
canismos que los ciudadanos de a pie privilegiamos en
la construcción de confianza. Esa que es funda-
mental para demandar nuestra propia moneda en lugar
de dólares.
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Para entender el modo en que funciona la confianza en
la moneda, pensemos en esta situación: una señora entra
a un autoservicio en la ciudad de Houston, Texas, en los
Estados Unidos y compra un paquete de chicles, el precio,
al momento de abonar, es 95 centavos de dólar. Entonces
la señora saca un billete de un dólar y paga. El muchacho
de la caja, recibe el dólar y, junto con los chicles, le entrega
el vuelto que son 5 centavos. En ese momento la señora
toma los chicles, pero también los 5 centavos, los guarda
en su monedero, y sale del local.
¿Qué fue lo que pasó aquí a diferencia de la Argentina?
Se convalidó un pacto de confianza social. Esto sucedió en
el momento en que el muchacho entrego 5 centavos a la
señora, ya que ambos saben que ese monto es insignifican-
te y no sirve para comprar nada pero lo que hay detrás de
ese intercambio es más importante que lo estrictamente
económico. Se trata de un acuerdo social, ya que ambos
consideran que la moneda tiene valor, dado que
sirve como unidad de cuenta, medio de cambio y reserva
de valor —características que debe poseer para ser consi-
derado dinero—. Los dos comparten el mito, la creencia
sobre el valor de la moneda.
La misma situación en nuestro país sería completa-
mente diferente, ya que la moneda no constituye un mito
común que nos permita dotarla del valor suficiente como
para preservarla y utilizarla como una referencia estable
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que se expresa en esa unidad de información que llama-
mos precios.
Muchos creen que la construcción de confianza en la
moneda debe ser compulsiva a través de acciones coer-
citivas por parte del Estado, como controles de precios
permanentes. Otros creen que el Estado no debe inter-
venir para nada, y que el valor depende de una relación
estrictamente de carácter cuantitativo, es decir de cuántos
billetes y monedas circulan.
En mi opinión, debemos dejar de aferrarnos a dogmas
teóricos antiguos y usar lo bueno de todas las teorías su-
mando la experiencia y el sentido común. La confianza en
la moneda es la consecuencia directa de un conjunto de
factores que no son solo económicos, y que tienen que ver
sobre cómo percibimos la marcha de nuestra economía en
general. Qué tan confiables son las instituciones como la
justicia, y los poderes legislativos y ejecutivo. Esto es así
ya que la moneda es un papelito que emite solamente el
Estado y por lo tanto el que debe construir esa confianza
colectiva es ni más ni menos que el Estado.
Esta confianza no se logra recurriendo a la solución
prestada que supone usar otra moneda, como el dólar,
para las transacciones cotidianas ya que eso no resuelve
el problema de fondo. Ni tampoco se resuelve eliminando
al encargado de emitir moneda que es el Banco Central.
Se trata de hacernos cargo del desafío de resolverlo con
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nuestros medios y nuestras limitaciones pero entendiendo
cuáles son los puntos clave que se deben considerar en el
camino, por ejemplo que quien vive de un salario no tenga
que vivir cada vez peor como única receta para resolver
lo que la política no resuelve desde hace cuarenta años.
Dicho esto, y con la esperanza de que podamos cons-
truir una alternativa superadora a lo conocido, no mesiáni-
ca, inclusiva, sensible, innovadora y efectiva para resolver
los problemas, este libro apunta a operar sobre las conse-
cuencias de vivir en un país donde no alcanza la plata.
El poder de las finanzas personales siempre es funda-
mental, pero saber manejarlas en tiempos de alta inflación
se vuelve una cuestión de supervivencia. Esto nos lleva a
plantear las dos grandes cuestiones relativas a nuestro di-
nero: la forma más eficiente de gastarlo y la mejor manera
de conservarlo.
Por eso el libro consta de dos partes, la primera aborda
lo relativo al consumo inteligente, y recorre el modo en
que somos engañados por las empresas para comprar lo
que ellas quieren y no lo que nosotros necesitamos. Para
salir de esa trampa tenemos que contar con herramien-
tas que nos permitan elegir mejor, y maximizar el rendi-
miento de nuestro dinero, no con el fin de acumular sino
sencillamente de ser lo más felices posible con
el ingreso que tenemos. Haremos entonces un re-
corrido por los principales gastos que conforman nuestro
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presupuesto: el supermercado, el alquiler, el transporte,
los celulares y la cobertura médica, entre otros.
La segunda parte aborda lo relativo a ahorro e inver-
sión. Aquí repasaremos los aspectos más importantes del
desafío que supone conservar el valor de nuestro dinero
(ahorrar) o tratar de incrementarlo (invertir). Desarrolla-
remos aquí los distintos instrumentos disponibles para
uno u otro caso: plazos fijos, bonos, acciones y fondos co-
munes de inversión serán algunos de los temas en los que
nos detendremos.
Con ejemplos concretos en cada caso, apuntalando a
aspectos de la vida cotidiana, de lo que nos pasa todos los
días he intentado sintetizar ideas de soluciones concretas
para problemas concretos. Lo cual siempre es una tarea
incompleta pues los problemas suelen ser dinámicos y
novedosos y las soluciones siempre corren de atrás. Este
libro no es una guía para avaros ni un manual para sobre-
vivir al ajuste, sino que intenta aportar ideas y estrategias
para afrontar el contexto actual de nuestro país con la ma-
yor cantidad de herramientas posible. Lo importante es
ser conscientes de nuestro kit de herramientas y tenerlo
listo para usarlo del mejor modo y que nos defienda de una
realidad que se presenta cada día más difícil.
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PA R T E I
Egresos
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¿Qué tipo de consumidores somos?
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por un camino más parecido a la organización o bien, al caos
y la desprevención. Podríamos decir que, más allá de lo que
se haga, «la plata no alcanza» pero el tema aquí, en este ca-
pítulo, es hablar de qué hacemos con lo que tene-
mos. No importa cuánto tenemos, o cuánto no tenemos
sino qué hacemos a la hora de consumir, cómo nos compor-
tamos: ¿pensamos antes de ir al supermercado cuáles son
los productos, las cantidades y las marcas de lo que vamos a
comprar?, ¿nos detenemos a ver precios antes de entrar en
un comercio para evaluar cuál ofrece mejores beneficios?
Todas estas preguntas que para algunos pueden no te-
ner relación ni consecuencias sobre nuestro bolsillo, se-
ñalan en realidad disparadores de conductas que hay que
atender. Cómo nos manejamos ante cada una de ellas nos
mostrará qué tipo de consumidor somos. Ensayemos aquí
una posible clasificación para poner más en claro esto.
Tengamos en cuenta que estos modos también pueden ser
estados, es decir que cierta situación puede hacer que nos
comportemos de una manera distinta, por ejemplo pode-
mos ser muy cuidadosos en general pero más impulsivos
el día de cobro. Aquí, una posible clasificación:
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• Consumidor ahorrativo: el que no solo no se deja llevar
por el deseo del momento sino que también trata de aca-
llar incluso su necesidad. Suelen ser personas que pue-
den esperar horas junto a su familia un colectivo bajo
la lluvia y con frío aún teniendo el dinero para viajar en
taxi. No evalúan qué es lo mejor en cada momento y
cuál es la prioridad —por ejemplo, eso podría enfermar
a algún miembro de la familia y, pensando en términos
económicos, incluso salirle más caro—. No priorizan su
necesidad ni su deseo sino el gastar lo menos posible.
• Consumidor inteligente: es alguien que puede pensar
en su bienestar y administrar sus recursos de la mejor
manera, y no me refiero a que gastará menos sino a que
aquello que haga lo hará más feliz sin invertir más de
lo que puede. La idea subyacente es la que los econo-
mistas entendemos por «maximizar la utilidad».
No es mejor consumidor el
que gasta menos sino el que
logra ser más feliz con el
dinero que tiene.
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Es importante mencionar que en general llevamos una
conducta de consumo bastante intuitiva. Es decir, en la
mayoría de los casos no nos detenemos a pensar una estra-
tegia de consumo que incluya esas preguntas que rara vez
nos hacemos, sino que nos dejamos guiar más por nuestro
deseo del momento, instintos quizás o necesidades básicas
como, por ejemplo, puede ser el hambre.
Ahora bien, tenemos que tener en cuenta que mientras
nosotros vamos inocentemente al supermercado, del otro
lado —aquellos que nos venden productos— se encuentran
permanentemente abocados a mejorar tanto la distribu-
ción espacial en lo que hace a la exhibición de los produc-
tos, como al uso de herramientas de neuromarketing que
tienen por objetivo operar sobre nuestras decisiones en el
plano del subconsciente.
Con el mismo fin, las marcas también se esmeran en
desarrollar estrategias que construyan sentido y nos lle-
ven a «desear» productos que luego descubrimos inútiles,
crear necesidades, o a elegir bienes más caros cuando po-
dríamos optar por otros más económicos y de la misma o
de mejor calidad. Desde este punto de vista, plantean una
batalla desigual porque están armados para una guerra
que la mayoría de los consumidores no sabemos que es-
tamos librando.
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Consumir información
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identifica que como clientes podemos observar un produc-
to online para luego adquirirlo en una tienda tradicional,
o bien ver un producto offline es decir en la vidriera de un
local, y luego realizar la compra online. Cualquier canal
puede conducirnos a destino.
Ahora podemos informarnos no solo del precio sino
también de la calidad, de las características del producto
al usarlo, de su garantía, de los secretos que puede haber
en la letra chica, entre otras muchas cuestiones.
Recuerdo una frase de un profesor colega de la facultad
que me parece excelente para ilustrar lo que sucede hoy en
día: «Hay más un vaciamiento por sobreinformación que
un enriquecimiento por selección». Es decir, no nos deje-
mos marear por tantos datos, comentarios, publicidades,
ofertas. Seamos consumidores inteligentes de informa-
ción. Tomemos aquello que nos sirva para satisfacer nues-
tras necesidades y aprendamos a leer lo que precisamos
saber para tomar buenas decisiones.
Siempre, pero aun más ahora cuando la inflación su-
pera los dos dígitos hace más de una década, lograr hacer
más con menos es un desafío vital. El consumidor inteli-
gente sabrá usar a su favor la información que esté a su
alcance para luego configurar estrategias que le permi-
tan cumplir con sus gastos regulares, responsabilidades
y también deseos cuando sea posible. Estar atentos a los
comentarios de los usuarios en los sitios que visitamos,
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los descuentos posibles de determinadas páginas, es decir,
las ventajas que podamos obtener si tenemos la informa-
ción correcta en el tiempo adecuado son enormes.
Esto supone tener plena conciencia que del otro lado ha-
cen todo lo posible para que nuestras decisiones de consumo
sean exactamente lo contrario a «eficiente». Es decir, tratan
de vendernos cosas que no necesitamos, hacer que pague-
mos de más por la misma calidad porque viene en un envase
diferente, entre miles de incentivos que buscan maximizar el
lucro a partir de decisiones que tomamos sin considerar que
no siempre son las mejores para nuestros intereses.
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entramos a Facebook aparecerán las publicidades de aero-
líneas, hoteles y empresas de turismo en la barra lateral.
Es decir, cuando en la actualidad decimos estar infor-
mados deberíamos aclarar «estar bien informados». No
digo descartar este tipo de ¿invitaciones? Pero sí pensarlas
como alternativas posibles. No «entrar de cabeza» pero
tampoco desestimarlas. Cuando debamos decidir, tendre-
mos la información que nos buscó, la que buscamos y,
claro, la que encontramos en el camino.
Esto por un lado, por otro lado y más importante aún,
hay algo que debemos tener siempre presente: por más
que lo intentemos, nunca podremos tener
toda la información disponible. Puede suceder
que pasemos horas y días buscando el mejor precio para
lograr así comprar bajo la más eficiente relación precio/
calidad y aun así no sabremos nunca si fue la mejor opción
existente.
Es decir, supongamos que tenemos que cambiar nues-
tra computadora, evaluar la cantidad de opciones que se
ofrecen en los comercios reales y virtuales, podría llevarnos
una vida y aún así no llegaríamos a poder garantizar que
ese producto que elegimos es la mejor alternativa. Primero
porque hoy por hoy —sobre todo en algunos rubros— la in-
formación es infinita y segundo, porque está en permanen-
te actualización. Esa oferta que vimos hace dos días quizá
no exista mañana, del mismo modo la semana entrante
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podría aparecer un modelo de procesador que se adapte
mejor a nuestras necesidades. Entonces, vale la pena pre-
guntarse ¿existe la posibilidad hoy de ser infalible a la hora
de consumir? Por más que estemos muy bien informados,
debemos saber que la respuesta es no. Siempre hay un ries-
go de que exista una opción mejor para nosotros.
Pensemos para ilustrar esto en una situación en la que
incluso las opciones son acotadas como puede ser una feria
de comidas de esas que a veces se organizan en las plazas
de barrio. Llegamos e inmediatamente, casi sin darnos
cuenta, decidimos comenzar a transitarla o bien por la de-
recha o bien por la izquierda. Bordeamos la plaza, mirando
las ofertas de los puestos y vamos tomando nota mental de
las opciones. Esa feria termina como mucho a los doscien-
tos o trescientos metros. Entonces, en función de nues-
tros gustos, el dinero del que disponemos y la calidad de
lo que vimos, tomamos una decisión. Incluso en
esas circunstancias, podemos después pensar que quizá no
tomamos la mejor opción, que habría sido mejor consumir
menos, gastar menos o comer algo más sano. En el mundo
real —que incluye internet—, convivimos y conformamos
redes de información que multiplican las alternativas al
límite de lo infinito. Por lo cual, una premisa del consumi-
dor inteligente debería ser: «no sé si es la decisión
perfecta, pero es la mejor que puedo tomar
ahora».
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