Schwartz Brasilcolonial 1580 1750
Schwartz Brasilcolonial 1580 1750
Schwartz Brasilcolonial 1580 1750
UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE
CAPÍTULO 6
SCHWARTZ, STUART B.
ÍNDICE
CAPÍTULO 6
SCHWARTZ, STUART B.
BRASIL COLONIAL: PLANTACIONES Y PERIFERIAS, 1580-1750
Azúcar y esclavos
“El ingenio azucarero es un infierno y todos sus dueños están condenados”, escribió
el padre Andrés de Gouvea desde Bahía, en 1627.1 Repetidas veces, los observadores que
presenciaron los hornos fragorosos y las calderas hirvientes, el brillo de los cuerpos negros y
el torbellino infernal del ingenio durante las veinticuatro horas del día de la zafra, o cosecha
azucarera, usaron la misma imagen infernal. Junto a la minería, la producción azucarera fue
la actividad más mecanizada y más compleja de todas las llevadas a cabo por los europeos
durante los siglos XVI y XVII, y su naturaleza “moderna” e industrial impresionó a los
observadores preindustriales. Aunque fue precisamente en este panorama angustioso
donde se desarrollaron la economía y la sociedad brasileñas. Durante la centuria de 1580 a
1680, Brasil fue el principal productor y exportador azucarero del mundo. La sociedad
colonial se formó en el marco de la agricultura de plantación y del azúcar. Al igual que el pan
de azúcar, la sociedad cristalizó con los europeos blancos en la cima de la jerarquía, la
gente de color tostado de raza mixta recibiendo una consideración menor, y los esclavos
negros considerados, al igual que la oscura panela de azúcar, de calidad más inferior.
Hacia las últimas décadas del siglo XVI, Brasil ya no se parecía a los
establecimientos de factorías comerciales de las colonias asiáticas y africanas occidentales
de los portugueses. El desplazamiento de la iniciativa privada por la iniciativa real en la
explotación y colonización del extenso litoral brasileño, la creación del sistema de capitanías
en la cuarta década del siglo XVI, el subsiguiente establecimiento del control real en 1549, la
eliminación y esclavitud de los indígenas y la transformación de su principal economía,
basada en la tala de maderas tintóreas, en otra economía, basada en el cultivo de caña de
azúcar, fueron todos los elementos centrales de la formación de la colonia. Aunque los
misioneros y buscadores de esclavos ocasionalmente penetraban hacia el interior, en la
mayor parte la población permaneció concentrada a lo largo de la estrecha franja costera,
donde había buenas tierras, condiciones climáticas adecuadas, suministro laboral y
transporte barato hacia los puertos, favoreciendo todo ello el desarrollo de la industria
azucarera en una época de creciente demanda en los mercados europeos. El control
efectivo del gobierno estaba restringido a la costa y al litoral oriental, desde Pernambuco a
São Vicente. Hacia 1580, Brasil, con una población de unos 60.000 habitantes, de los cuales
30.000 eran europeos, se había convertido en una colonia de asentamiento, pero con una
característica peculiar: una colonia de plantación tropical, capitalizada desde Europa,
abasteciendo la demanda europea de un cultivo tropical, caracterizado por un sistema de
mano de obra basado, en un principio, en la esclavitud de los indios americanos y, después,
en la de los trabajadores negros importados de África.
1
Arquivo Nacional de Torre do Tombo, Lisboa [ANTT], Cartório dos Jesuitas, legajo 68, número 334.
El Brasil colonial
2
Durante el período en cuestión, los españoles y portugueses nunca usaron el término “plantación”,
pero en cuanto al término ingenio (engenho), estrictamente hablando, se refería solamente al molino
para triturar la caña de azúcar, pero éste llegó a aplicarse para definir a la unidad en su conjunto: el
propio molino, las dependencias destinadas a hervir y purificar el jarabe de la caña, las fazendas de
canas, los pastos, los alojamientos de los esclavos, la “casa grande”, los esclavos, el ganado y otros
equipamientos. En este capítulo es usado tanto para describir el molino propiamente dicho como para
referimos al complejo económico en su conjunto.
La costa de Pernambuco
FUENTE: C.R. Boxer, Salvador de Sá and the struggle for Brazil and Angola
1602-1686, Londres, 1952.
El Recôncavo de Bahía
en el período posterior a 1612 estuvo estimulada más bien por una nueva innovación técnica
que por los precios favorables. De hecho en la década de los veinte del siglo XVII, los
precios europeos eran inestables y los plantadores no podían depender de una curva en
aumento constante, tal y como habían hecho previamente. Aproximadamente entre 1608 y
1612, se introdujo un nuevo método de construcción de ingenios, basado en la adaptación
de tres rodillos verticales, que se originó, o bien se desarrolló, en el Brasil. Aun cuando los
efectos de este nuevo sistema no están del todo claros en cuanto a la productividad, parece
ser que la construcción y funcionamiento de estos nuevos ingenios eran menos costosos. El
engenho de tres paus (ingenio de tres rodillos) eliminó algunos de los procedimientos que
previamente eran necesarios, y simplificó la fabricación azucarera. Esta innovación parece
explicar un poco la sorprendente expansión de la industria azucarera frente a unas
condiciones de mercado inestables.3 Los antiguos ingenios se adaptaron al nuevo sistema, a
la vez que se instalaron otros nuevos.
El informe de Cadena Vilhasanti de 1629 (véase cuadro 1, columna 4)4 apuntó 150
ingenios en Pernambuco y 80 en Bahía, que indican la existencia, entre 1612 y 1629, de un
ritmo de crecimiento anual de 3,1 y 2,8, respectivamente. También fueron sorprendentes los
efectos de la creación de otras capitanías, tales como las de Paraíba, donde el número de
ingenios pasó de 12 a 24 (4,3 por 100 anual). Las tierras de la bahía de Guanabara,
alrededor de Río de Janeiro, que previamente se destinaban en su mayor parte a la
agricultura de mandioca, también fueron progresivamente transformadas para el cultivo de la
caña. En 1629 había 60 ingenios funcionando, aunque la mayor parte de éstos parece que
eran en pequeña escala. En 1630, cuando los holandeses invadieron Pernambuco, en Brasil
había aproximadamente 350 ingenios azucareros en funcionamiento. (véase cuadro 1,
columna 4). El año 1630, de hecho, probablemente marcó el apogeo del régimen de ingenio;
aunque en el futuro el número de ingenios aumentaría y los precios ocasionalmente se
recuperarían, los plantadores brasileños nunca más estarían tan libres de la competencia
extranjera, y tampoco los azúcares brasileños llegarían a dominar los mercados atlánticos
de la misma manera que lo habían hecho anteriormente. Además, la economía azucarera
brasileña tampoco se iba a librar de los problemas estructurales internos. El primer
historiador brasileño, fray Vicente do Salvador, se quejaba, en 1627, de que el ingenio de
tres rodillos y la expansión que éste había engendrado resultaba ser una ventaja
ambivalente. “¿Cuál era la ventaja, se preguntaba, de producir tanto azúcar, si la cantidad
hace disminuir el valor y provoca un precio tan bajo que queda por debajo del coste?”5 Esta
fue una pregunta profética.
¿Qué cantidad de azúcar se producía? Es difícil establecer a ciencia cierta el número
de ingenios existentes, y no es más fácil acertar su tamaño o capacidad productiva. Se
decía que un pequeño ingenio podría producir 3.000-4.000 arrobas (43-58 tm) por año y una
unidad grande 10.000-12.000 arrobas (145-175 tm).6 La productividad de un año
determinado dependía del clima, de las precipitaciones, de la administración y de los
factores exógenos, tales como la interrupción del comercio marítimo. De este modo, las
estimaciones hechas por los observadores coloniales varían ampliamente de una media de
160 t por ingenio en Bahía a 15 t en Pernambuco. Al parecer, la media por ingenio de la
producción brasileña descendió a últimos del siglo XVII a causa de la proliferación de
pequeñas unidades en Río de Janeiro y Pernambuco. Por otra parte, la productividad
individual del molino parece que también descendió en el siglo XVIII, aunque las razones de
3
Antônio Barros de Castro, “Brasil, 1610: mudanças técnicas e conflictos sociais”, en Pesquiza e
Planejamento Económico, 10, 3 (diciembre 1980), pp. 679-712.
4
El informe anónimo de 1629, “Descripción de la provincia del Brasil”, publicado por Frédéric Mauro,
en Le Brésil au XVIIe siécle, pp. 167-191, es el mismo que el de Pedro Cudena [sic] presentado por él
al conde-duque de Olivares en 1634. Cudena es seguramente Pedro Cadena de Vilhasanti, Provedor
mór do Brasil. Su informe ha sido encontrado en la bibliografía de Martin Franzbach, publicada en
Jahrbuch für Geschichte von Staad, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas [JGSWGL] vol. VII
(1970), pp. 164-200.
5
Fr. Vicente do Salvador, História do Brasil, São Paulo, 4.a ed., 1965, capítulo 47, p. 366.
6
La arroba portuguesa = 14,5 kg. Todas las medidas son dadas en unidades métricas, salvo que se
consigne lo contrario.
7
Este es el cupo presentado por Antonil, en Cultura e opulência. Estos cupos podían cambiar, de
acuerdo al tiempo y lugar.
Los ingenios eran de dos tipos: aquellos que eran accionados por ruedas hidráulica
(ingenio real) y aquellos que estaban impulsados por bueyes o, más raramente, por
caballos. El método original de la molienda hacía uso de grandes piedras de molino y
prensas con un dispositivo para estrujar. Un avance tecnológico importante fue la
introducción, en la primera década del siglo XVII, de un molino prensador compuesto de tres
cilindros verticales, cubierto con metal y dentado de tal manera que éste podía ser movido
por una gran rueda motriz impulsada por agua o animales. La nueva disposición era, por lo
visto, más barata para construir y funcionar, especialmente en los molinos accionados por
animales. Esta innovación permitió la proliferación de ingenios y desde que la fuerza
hidráulica dejó de ser esencial, la expansión de los ingenios azucareros se extendió a zonas
alejadas de las corrientes de agua. Aparte de esta innovación, la tecnología de los ingenios
azucareros cambió muy poco hasta últimos del siglo XVIII.
Durante la época de la zafra, el ritmo de trabajo era agotador. Los ingenios
empezaban a funcionar a las cuatro de la tarde y terminaban a las diez de la mañana del día
siguiente, a cuya hora se realizaban las faenas de limpieza y reparación del equipo.
Después de cuatro horas de descanso, el molino empezaba otra vez a funcionar. Las
mujeres esclavas pasaban las cañas por los cilindros de la prensa y el jugo era exprimido de
la caña. El jugo entonces era removido en una batería de calderas de cobre en la cual éste
se iba progresivamente cociendo, espumando y purificando. Esta era una de las fases más
delicadas de todo el proceso y dependía de la habilidad y experiencia del maestro
azucarero, y de la persona que vigilaba cada caldera. La tarea de alimentar de combustible
los hornos bajo seis calderas era particularmente laboriosa y, a veces, se asignaba a modo
de castigo a los esclavos más recalcitrantes y rebeldes.
Después de enfriar, el jarabe de la caña era vertido dentro de moldes de cerámica de
forma cónica y se dejaba reposar en los estantes de la cámara de purga. Aquí, bajo la
dirección del purgador, las mujeres esclavas disponían las ollas de azúcar para desaguar la
melaza, la cual podía bien ser reprocesada para producir azúcar de grado más bajo o bien
destilarse para ron. El azúcar que quedaba en los moldes cristalizaba, y después de dos
meses se sacaba del molde y se colocaba para secar en una plataforma grande alzada.
Bajo la dirección de dos mujeres esclavas, las mães do balcão (las madres de la
plataforma), se separaba los pilones de azúcar. El azúcar blanco de alta calidad se
separaba del moreno o negro, muscavado (mascabado) de calidad inferior. En Brasil, los
ingenios más grandes normalmente producían una proporción de dos a tres veces más
azúcar blanco que de mascabado. El azúcar era entonces embalado bajo el ojo vigilante del
cajero, quien también extraía el diezmo y, cuando era necesario, dividía el azúcar entre el
ingenio y los agricultores azucareros. Los embalajes, antes de transportarse por barco o
mediante carretas de bueyes al puerto marítimo más cercano, eran sellados con marcas que
indicaban el peso, la calidad y la propiedad del azúcar.8
El tiempo de 8 a 10 meses de duración de la zafra fue una característica de la
industria azucarera brasileña y su ventaja distintiva. Los documentos del Ingenio Sergipe do
Conde, en Bahía, propiedad de los jesuitas revelan una duración media de la zafra de
alrededor de 300 días. Esta cifra se compara favorablemente con la media de 120 días de
los ingenios azucareros jamaicanos durante el siglo XVIII. Sin embargo, allí había paros
constantes los domingos, los días de celebración de santos, por mal tiempo, y por escasez
de caña y leña. En 1651, durante los 310 días que duró la zafra del Ingenio Sergipe, hubo
86 días que no se trituró caña, de los cuales 56 días fueron por razones religiosas, 12 por
reparaciones y 18 a causa de escaseces.9 La figura 1 representa el año azucarero de Bahía,
usando los paros laborales del Ingenio Sergipe en 1650-1651, como un ejemplo de las
interrupciones experimentadas. Debería anotarse que los plantadores laicos fueron mucho
menos cuidadosos en respetar los domingos y días festivos, a pesar de las condenas y
censuras hechas por diversos clérigos. De este modo, el ciclo del Ingenio Sergipe
8
El peso de los embalajes de azúcar fue variando con el tiempo. A principios del siglo XVII, 15-20
arrobas (217,5-290 kg) era común; hacia el siglo XVIII, el peso medio se calculaba en 35-40 arrobas
(507,5-580 kg).
9
Documentos para a história do azúcar, 3 vols., Río de Janeiro, 1954-1963, vol. Il, pp. 495-532.
FIGURA 1. Plantación azucarera en Bahía: el ciclo agrícola (basado en la zafra del Ingenio Sergipe
de 1650-1651)
A pesar del breve bosquejo que aquí presentamos del proceso de fabricación
azucarera, es clara su complejidad e intensidad. Dada la tecnología existente, las
peculiaridades de la producción azucarera impusieron un cierto ritmo y pauta en las
actividades que convirtieron el período de la zafra tanto en un trabajo agotador como de
precisión delicada. El coordinar la secuencia de las actividades de plantar, cosechar, moler,
cocer y purgar exigía una habilidosa administración para tratar de evitar escaseces o
excedentes, y asegurar un nivel constante de producción. Se necesitaban técnicos para
construir y mantener la maquinaria del ingenio, y personal especializado y experimentado
para cada fase del proceso de fabricación del azúcar. La construcción y suministro de un
ingenio requería un gran desembolso de capital y acceso al crédito ante la incertidumbre de
las cosechas. Los ingenios, de manera frecuente, empleaban de 10 a 20 hombres libres
como artesanos, administradores o trabajadores especializados. Los salarios para tal
personal podían representar una cuarta parte de los costos del funcionamiento anual de un
ingenio. La gran cantidad de madera que se necesitaba para los hornos y el gran número de
bueyes que se requería como fuerza motriz fueron también artículos constantes de
desembolso. Pero cuando los plantadores discutían los costos de la explotación de un
ingenio era en la cuestión de los esclavos donde ponían más atención, por encima de todo
lo demás. Como media, un ingenio requería entre 60 a 100 esclavos, pero una unidad
grande, que produjera en torno a 100 tm anuales, podía tener 200 o más. La naturaleza y
organización de la fuerza laboral de un ingenio determinaron sobre todo el modelo de la
sociedad brasileña.
“En Brasil, las propiedades más sólidas son los esclavos” escribía el gobernador Luís
Vahia Monteiro, en 1729, “y la riqueza de un hombre se mide por tener un número mayor o
menor de ellos ... pues hay tierras suficientes, pero sólo el que tiene esclavos puede ser
dueño de ellas”.10 Hacia 1580, el esclavismo estaba ya firmemente establecido en la colonia
como principal forma de trabajo. Los inicios de la expansión de la industria azucarera
tuvieron lugar con indígenas trabajando como esclavos o como trabajadores contratados,
extraídos de los poblados controlados por los jesuitas. En la sexta década del siglo XVI, la
población indígena fue devastada por una serie de epidemias. Más tarde, el colapso
demográfico, combinado con la resistencia física y aversión al trabajo de plantación, hizo
que el empleo de esclavos indios fuera menos deseable para los plantadores portugueses.
Además, bajo la presión de los jesuitas, la corona empezó a ponerse en contra de la
esclavitud indígena. La primera prohibición fue promulgada en 1570 y, después de la unión
ibérica, en 1595 y 1609 se decretaron otras leyes. Sin embargo, esta legislación no eliminó
enteramente la esclavitud indígena, aunque la alta mortalidad, la baja productividad y la
resistencia general de los indígenas, hicieron que, en conjunto, la mano de obra negra, al
parecer más resistente y más fácil de controlar, fuera más atractiva, a pesar de resultar más
cara. Los portugueses ya habían hecho uso de esclavos africanos en su propio país y en las
colonias azucareras atlánticas de Madeira y São Tomé. Hay alguna evidencia que muestra
que los primeros africanos introducidos como mano de obra de plantación, ya habían sido
entrenados en las complejidades de la fabricación del azúcar, y fueron colocados en los
puestos más especializados y con menos posibilidades de contraer enfermedades, para que
la inversión hecha por los plantadores en la instrucción de dichos africanos fuera rentable.
Los europeos generalmente consideraron el valor de la mano de obra indígena inferior a la
de los africanos, situación que quedó reflejada en el precio de los esclavos indios de un
tercio a un cuarto del de los esclavos africanos. Incluso como trabajadores libres y
realizando trabajos similares, los indios eran peor remunerados que los negros y mulatos
libres.
La transición de la fuerza de trabajo indígena a la africana, ya iniciada a partir de los
años setenta del siglo XVI, fue lenta y no completamente lograda en las zonas de plantación
hasta la tercera década del siglo XVII. En Pernambuco, donde en 1585 había 66 ingenios, el
padre Cardim informó de la existencia de 2.000 esclavos africanos. Asumiendo una media
de 100 esclavos para cada ingenio, ello implicaría que dos tercios de los esclavos todavía
eran indios. Cardim también dio a conocer que en los ingenios de Bahía había alrededor de
3.000 africanos y 8.000 esclavos e indios libres. En el caso del Ingenio Sergipe la transición
puede verse con claridad. Aquí, en 1574, del total de la fuerza de trabajo esclava, la mano
de obra africana representaba sólo el 7 por 100, pero hacia 1591 la africana ocupaba el 37
por 100, y para 1638 la africana o afrobrasileña ya ocupaba el total.
10
Publicaçóes do Arquivo Nacional, 1915, XV, pp. 364-365.
11
Estas cifras, y las que siguen en esta sección, están basadas en el análisis preliminar de 1.740
esclavos inscritos en los inventarios de las propiedades agrícolas de Bahía entre 1689 y 1826,
sacados del Arquivo Público do Estado do Bahia (Salvador) (APB), sección judicial.
12
El cuadro 3 presenta un cálculo de la productividad azucarera de los esclavos en relación al precio
de compra original de un hombre esclavo. Los cálculos están basados exclusivamente en el azúcar
blanco más valorado, el cual se producía en una proporción de 2:1 o 3:1 por encima del muscavado,
en la mayoría de los ingenios brasileños. Este método de cálculo probablemente rebaja las
estimaciones de los meses por las reposiciones de un tercio. En este momento no es posible calcular
el coste de manutención de un esclavo, aunque un informe de 1635 lo fija en cerca de 2 milréis
anuales por esclavo. Puesto que los esclavos también producían cultivos alimentarios, los cuales
tampoco pueden ser medidos, yo no he incluido en el cuadro los costos de manutención ni la
producción no azucarera.
conocidas, es más difícil decir algo sobre los elementos culturales aportados por los
primeros esclavos. Los plantadores y administradores se quejaban sobre la brujería
generalizada. Las Calundus, o ceremonias de adivinación, acompañadas por música fueron
relatadas a principios del siglo XVIII por un observador que se quejaba de que los
plantadores hicieran caso omiso de estos ritos, para no tener problemas con los esclavos, y
que estos últimos entonces los transmitieran a los hombres libres e incluso a los blancos.13
Si bien los esclavos eran usados para todo tipo de trabajos, la mayoría trabajaba en
los ingenios y en los campos de caña. La mayoría de éstos eran escravos de fouce e
enxada (esclavos de hoz y azada), pero aquellos que tenían especializaciones artesanas y
aquellos que trabajaban en el interior del trapiche como caldereros fueron mucho más
valorados por sus amos. Los esclavos domésticos, a menudo mulatos, eran favorecidos,
pero en número eran relativamente pocos. Ocasionalmente, en el ingenio los esclavos
desempeñaban tareas directivas, como por ejemplo maquinistas o más raramente patrones.
En la narración sobre Bahía, mencionada anteriormente, el 54 por 100 figuraban como
esclavos dedicados al campo, el 13 por 100 como trabajadores del trapiche, otro 13 por 100
como esclavos domésticos, el 7 por 100 como artesanos y el 10 por 100 como barqueros y
carreteros; mientras que los esclavos enumerados que ocupaban tareas directivas
constituían sólo un 1 por 100. A los negros nacidos en Brasil, denominados crioulos
(criollos), y a los mulatos se los prefería como esclavos domésticos, y a los últimos a
menudo se los escogía para instruirlos en el trabajo artesanal.
La distribución profesional de la fuerza de trabajo esclava refleja las jerarquías de la
sociedad esclava. Se hacían distinciones entre el bozal recién llegado de África, y el ladino o
esclavo aculturado. Además, también se reconocía una jerarquía de color, por la cual los
mulatos recibían un trato preferencial. Las dos gradaciones de color y cultura existentes se
cruzaron de manera previsible, con los africanos tendiendo hacia uno de los extremos de la
13
Nuno Marques Pereira, Compendio narrativo do peregrino da America, Lisboa, 1728, pp.115-130.
escala, los mulatos hacia el otro, y los criollos entre ambos. La preferencia mostrada hacia
los mulatos, así como sus ventajas, por otra parte, estuvieron acompañadas por prejuicios
en contra de ellos, tales como el de inconstantes, astutos y arrogantes. Las jerarquías de
color y cultura fueron, por supuesto, creadas por los amos de los esclavos, y es difícil saber
hasta qué punto estas jerarquías fueron aceptadas por los propios esclavos. No obstante, la
rivalidad entre los africanos y los criollos en las unidades de milicia y la existencia de
congregaciones religiosas basadas en el color o en el origen africano, indica que estas
distinciones fueron mantenidas por la población de color. En cuanto al mito popular de que
el esclavismo brasileño era por naturaleza benigno, en las últimas dos décadas ha sido en
gran medida desacreditado por los estudiosos del tema. La mayoría de los observadores
contemporáneos comentaban que para el funcionamiento esclavo, la comida, la ropa y el
castigo eran imprescindibles. Al parecer hubo generosas porciones de lo último, pero por lo
que respecta a los abastecimientos para los esclavos en las zonas de plantación, eran
mínimos. A pesar del esfuerzo considerable para convertir a los esclavos al catolicismo, y
para que cumplieran con los preceptos sacramentales de la Iglesia, la realidad parece haber
sido bastante distinta. Los índices elevados de ilegitimidad entre la población esclava y los
índices bajos de nacimientos, indican que el matrimonio legal era infrecuente. En lugar de
considerar los esclavos como miembros de una familia extensa, parece que imperó una
natural hostilidad surgida de la relación amo-esclavo. El administrador del Ingenio Santana,
en Ilhéus, se quejaba de que los 178 esclavos que tenía a su cargo eran “demonios,
ladrones y enemigos".14 El contrapunto de la vida de plantación estaba formado por las
demandas de los amos y por la terquedad de los esclavos, expresada a través de huidas,
simulaciones, quejas y algunas veces violencia. Los plantadores engatusaban y
amenazaban, haciendo uso de los castigos y de las recompensas para estimular el trabajo.
Para inducirlos a la cooperación, a los esclavos se les daba jugo de azúcar o ron, podían
recibir provisiones extras e incluso la promesa de una libertad eventual. La exposición
siguiente, realizada por
un administrador de un ingenio en los años de 1720, describe vivamente la textura del
esclavismo de la plantación brasileña, y la habilidad de los esclavos para maniobrar dentro
de su posición subordinada:
El tiempo de su servicio no es más de cinco horas por día, y mucho menos cuando el
trabajo está lejos. Es la multitud la que hace todo el trabajo igual que en una comunidad de
hormigas. Y cuando yo les doy una reprimenda con el ejemplo de los blancos y sus esclavos
que trabajan bien, ellos contestan que los blancos trabajan y ganan dinero, mientras que ellos
no ganan nada y que los esclavos de estos blancos que trabajan reciben suficiente ropa y
alimentos... Algunas veces es necesario visitar los alojamientos dos o tres veces al día para
sacarlos de allí... a aquellos que sólo están fingiendo una enfermedad. Dios sabe lo que yo
sufro por no recurrir al castigo para poder evitar que haya fugitivos. Cuando yo me quejo,
ellos apuntan hacia sus estómagos y dicen “el estómago hace andar al buey”, dándome a
entender que yo no los alimento. Son mis pecados que me han mandado a un ingenio como
15
éste.
Las respuestas a las condiciones existentes del esclavismo fueron limitadas, yendo
desde el conformismo a la rebelión. La forma más común de resistencia fue la huida, que fue
endémica en todas las áreas de plantación. Casi siempre en los inventarios de las
propiedades se anotan dos o tres esclavos escapados. Los plantadores contrataban
cazadores de esclavos, capitães do mato, oficiales, que a menudo eran negros libres, que
se dedicaban a la búsqueda y captura de los fugitivos. En 1612, se crearon capitães do
mato en ocho municipios de Pernambuco, y hacia 1825, el senado da cámara de Salvador
puso precio fijo para la captura de esclavos fugitivos. Cuando éstos pudieron, crearon sus
propias comunidades de exilio, mocambos o quilombos, en áreas inaccesibles. De tamaño
pequeño (alrededor de 100 personas), estas comunidades sobrevivieron practicando la
agricultura de subsistencia en combinación con las correrías. Se organizaron expediciones
14
ANTT, Cartório dos Jesuitas, legajo 15, número 23.
15
Jerónimo da Gama (Ilhéus, 1753), ANTT, Cartório dos Jesuitas, legajo 54, número 55.
para destruir dichos quilombos, conducidas por los capitães do mato al mando de tropas
auxiliares indígenas. Aunque la mayoría de los mocambos tenían una corta duración, los
pocos fugitivos que lograban librarse de la recaptura formaban una nueva comunidad.
Durante el período en discusión, la comunidad fugitiva más importante fue la del gran
grupo de villas localizadas en la actualidad en Alagoas, y conocidas colectivamente como
Palmares. Los primeros mocambos de esta región se formaron probablemente alrededor' de
1605, y el número de sus integrantes aumentó durante la invasión holandesa de
Pernambuco. Periódicamente, tanto las autoridades portuguesas como holandesas
organizaron expediciones para destruir Palmares, pero todas ellas fracasaron. Hacia los
años de 1670, se informó que el número de esclavos fugitivos en Palmares sobrepasaba los
20.000, pero probablemente esto es una exageración, ya que tal cantidad se igualaría a la
de todos los esclavos de los ingenios de Pernambuco. Sin embargo, Palmares fue, al decir
de todos, una comunidad muy grande que contenía miles de esclavos fugitivos y abarcaba
diversas villas y, al menos, dos pueblos mayores, llamados en esa época por el término
kimbundu quilombo (ki-lombo). En 1676-1677, se llevaron a cabo expediciones punitivas
portuguesas de gran magnitud bajo las órdenes de Fernão Carilho, a las que siguieron, en
1678, negociaciones de tratado infructuosas. Después de una defensa heroica, el quilombo
de Palmares fue, en ,1695, finalmente destruido y sus líderes ejecutados. Sin embargo, los
quilombos resistieron obstinadamente y hasta 1746 los indios y esclavos todavía se
concentraban en el emplazamiento de Palmares.16
La otra alternativa importante al esclavismo fue proporcionada por la manumisión.
Las tradiciones ibéricas de esclavismo proveyeron algunas bases para el fenómeno de
manumisión voluntaria. Los esclavos que habían desempeñado servicios largos y de plena
confianza o los niños criados en la casa de la plantación eran escogidos para la concesión
de libertad, pero igual de importante fue el proceso de autocompra, por el cual los esclavos
reunían fondos para comprar su propia libertad. Un estudio de las cartas de manumisión de
Bahía, desde 1684 a 1745, revela que las mujeres se liberaban con doble frecuencia que los
hombres.17 Las oportunidades mejores de libertad los varones las tuvieron cuando eran
niños. En relación al número de habitantes, los esclavos criollos y mulatos conseguían su
libertad mucho más frecuentemente que los africanos. La proporción de compras de
manumisiones creció durante el siglo XVIII, hasta el punto de que en los años de 1740 las
dos formas de concesión alcanzaron números similares. En cierto modo, el gran número de
manumisiones compradas cuestionan los argumentos hechos algunas veces sobre los
aspectos humanitarios de la manumisión en Brasil, como el hecho de que alrededor de un
20 por 100 de las cartas de manumisión fuera concedido condicionalmente dependiente de
otro servicio del esclavo.
Los métodos seguidos para conceder las cartas de manumisión revelan una vez más
la jerarquía de color y aculturación que caracteriza otros aspectos del esclavismo brasileño.
Como grupo, los mulatos fueron el sector más pequeño de la población esclava, pero en lo
que concierne a la manumisión ellos fueron particularmente favorecidos; les seguían los
negros nacidos en Brasil y, en último lugar, los africanos como los que menos cartas de
manumisión recibieron, a pesar de componer el segmento de la población esclava más
numeroso. El proceso de manumisión fue una mezcla compleja de imperativos ibéricos
culturales y religiosos y de consideraciones económicas, pero está claro que cuanto más
aculturado era el esclavo y más claro su color, mejores oportunidades tenía de obtener su
libertad. Durante el transcurso del siglo XVII la manumisión empezó lentamente a producir
una clase de libertos, entre aquellos primeros esclavos que desempeñaron una serie de
funciones de carácter bajo e intermedio en la vida económica brasileña. La pauta de liberar
a las mujeres y a los niños también tendió a incrementar la capacidad reproductiva de la
población de color libre, al tiempo que reducía la capacidad entre la población esclava,
añadiendo, de este modo, otra razón al índice de crecimiento natural negativo de la
población esclava brasileña.
16
AHU, papeles sueltos (PAF, Alagoas, caja 2 (2 de agosto de 1746).
17
Stuart B. Schwartz, “The manumission of slaves in colonial Brazil: Bahia, 16841745”, Hispanic
American Historical Review [HAHR), 54, 4 (noviembre 1974), pp. 603-635.
Teniendo en cuenta que los ingenios formaron el eje alrededor del cual giró la
economía de la colonia, no es sorprendente que los plantadores o señores de ingenio
ejercieran un poder social, político y económico considerable. Mientras algunos miembros de
la nobleza titulada de Portugal, como el duque de Monsanto, poseyeron algunos ingenios en
Brasil, ellos no estuvieron presentes para administrar sus propiedades, limitándose a
depender de sus agentes y capataces en la colonia. La mayoría de las primeras sesmarias
(concesiones de tierras) fueron a parar a plebeyos que habían participado en la conquista y
colonización de la costa. En general, la clase plantadora no era de origen noble, sino que
estaba compuesta de gente común, que vieron en el azúcar un medio de riqueza y de
movilidad social ascendente. Se decía que el título de señor de ingenio en Brasil era
equivalente al de conde en Portugal, y, en este sentido, los plantadores brasileños
intentaron identificarse con este papel. La riqueza y lujo de éstos llamó la atención de los
visitantes. Aunque los plantadores hacían un gran alarde de piedad, e incluso algunos
mantenían capellanes a plena dedicación en sus ingenios, a menudo no convencieron a los
observadores eclesiásticos. El padre Manuel Nóbrega escribía, “estos brasileños no prestan
atención a nada, a excepción de sus ingenios y riquezas, a pesar de que ello sea la
perdición de todas sus almas”.18
El luchar para obtener una posición social y su reconocimiento a través de los
símbolos de nobleza tradicionales -títulos, órdenes militares y vínculos de propiedad- deben
ser vistos como un signo predominante de la clase plantadora. Un informe gubernamental
de 1591, sugería que las aspiraciones de los plantadores debían ser manipuladas para fines
reales, ya que los señores de ingenio “estaban tan bien dotados de riquezas y tan faltos de
los privilegios y honores de los caballeros, rangos nobles y pensiones”. Los genealogistas
del siglo XVIII constantemente se esforzaban en difuminar la distinción entre las familias de
linaje y de origen noble y aquellas que reclamaban una posición alta, basada simplemente
en la longevidad y el éxito. En trabajos como los de Borges da Fonseca, natural de
Pernambuco, las familias plantadoras pasaron a ser “nobles” por “antigüedad” e, incluso, son
justificadas las de origen indio.19 Una familia como los Monteiros podría ser descrita como
“que se había mantenido pura y todavía hoy con suficiente nobleza”. De hecho, aunque la
clase plantadora brasileña ejerció una influencia considerable en la colonia, no se convirtió
en nobleza hereditaria; no se repartieron títulos; los morgados (mayorazgos, vínculos de
propiedad) sólo se concedieron en algunos casos; y la donación de órdenes militares no era
frecuente. Los señores de ingenio fueron una aristocracia colonial, invariablemente blanca ó
aceptada como tal, localmente poderosa y favorecida, pero no llegaron a ser uña nobleza
hereditaria. Al carecer de las exenciones y privilegios de un estado hereditario, los
plantadores fueron relativamente débiles en su acceso al poder regio.
La historiografía tradicional del Brasil colonial ha tendido a incrustar a la clase
plantadora una pátina romántica, que dificulta la percepción de sus características sociales.
El énfasis puesto por los genealogistas sobre la antigüedad de las familias plantadoras
importantes proyectó una impresión de estabilidad falsa entre la clase plantadora. De hecho,
la industria azucarera creó una clase plantadora altamente voluble, con ingenios que
cambiaban de manos constantemente, y con muchos más fracasos que éxitos. En realidad,
la estabilidad fue proporcionada por los propios ingenios, al aparecer continuamente durante
siglos los mismos nombres en tales propiedades. En cambio, los propietarios y sus familias
parece ser que fueron menos estables. El excesivo énfasis puesto en torno a las familias
dominantes que sobrevivieron las vicisitudes de la economía colonial ha oscurecido este
punto.
De hecho, la investigación seria sobre los plantadores azucareros como grupo social
ha sido más bien escasa. La excepción principal es un estudio detallado de 80 señores de
18
Serafim Leite, ed., Cartas do Brasil e mais escritos do Padre Manuel da Nóbrega, Coimbra, 1955, p.
346.
19
António José Victoriano Borges da Fonseca, “Nobiliarchia pernambucana”, en Anais da Bibblioteca
Nacional de Rio de Janeiro [ABNRJ], 47 (1925) y 48 (1926), Río de Janeiro, 1935, vol. 1, p. 462.
20
Rae Flory, “Bahian society in the mid-colonial period: the sugar planters, tobacco growers,
merchants, and artisans of Salvador and the Reconcavo, 1680-1725”, tesis doctoral, University of
Texas, 1978. El período que cubre este estudio fue una época de crisis, y, por lo tanto, los resultados
deben usarse con cuidado, pero éste es el único que existe para citar.
propiedad del ingenio. Además, aquellos con “caña cautiva”, entonces, pagaban una renta
en forma de porcentaje de su mitad de azúcar. Esto, también, varió de un tercio a un
vigésimo, según el tiempo y lugar, pero los señores de ingenio preferían arrendar sus tierras
mejores a los cultivadores que poseyeran recursos considerables, quienes podían aceptar la
obligación de un tercio. Comúnmente, los contratos eran de 9 o 18 años, pero algunas veces
se vendían parcelas con un compromiso indefinido.
En teoría, la relación entre el labrador de caña y el señor de ingenio era recíproca,
pero la mayoría de los observadores coloniales reconocieron que en última instancia el
poder estaba en manos del señor. El labrador aceptaba la obligación de proveer caña a un
ingenio particular, pagando daños y perjuicios si la caña se dirigía hacia otro sitio. El señor
de ingenio, por su parte, se comprometía a triturar la caña en la época apropiada, a tantas
tarefas por semana. Si bien estos acuerdos, algunas veces, tomaban la forma de contrato
escrito (especialmente en lo referente a la parte de ventas y créditos), frecuentemente se
hacían de forma oral. Normalmente, el poder real estaba en manos del propietario del
ingenio, quien podía desplazar al labrador, rehuir el pago de las mejoras hechas en la tierra,
falsear la cantidad de azúcar producida o, incluso peor, negarse a triturar la caña en la
época apropiada y arruinar el trabajo de todo el año. Esta relación desigual produjo
tensiones entre los propietarios de ingenios y los agricultores de caña.
Socialmente, los labradores de caña procedían de un sector económicamente
amplio, aunque racialmente estrecho. Dentro del grupo de los agricultores de caña se
podían encontrar hombres humildes con 2 o 3 esclavos y agricultores de caña ricos con 20 o
30 esclavos, al igual que comerciantes, profesionales urbanos, hombres de alta graduación
militar o con pretensiones de nobleza. Personas éstas, que en todos los aspectos provenían
de un origen y medio similar al de la clase plantadora. Sin embargo, junto a los cultivadores
de caña hubo aquellos que el cultivo de unas cuantas hectáreas de caña agotó todos sus
recursos. Así, otra vez, como con los señores de ingenio, hubo una cierta inestabilidad entre
la población agraria, gente que se arriesgaba, plantaba unas cuantas tarefas (equivalente a
4.356 m2) y, después, quebraba. En 18 zafras del Ingenio Sergipe, entre 1622 y 1652, casi
el 60 por 100 de los 128 labradores aparecieron en menos de tres cosechas. En este
período, sin embargo, los labradores de caña eran, casi sin excepción, blancos, europeos o
brasileños de nacimiento. Poca gente de color pudo vencer las desventajas del origen y los
prejuicios existentes contra los pardos y acceder a la categoría de los cultivadores
azucareros. En resumen, los labradores de caña fueron “protoplantadores” , a menudo, del
mismo origen social que los plantadores, aunque carecieron del capital o crédito necesario
para establecer un ingenio. El valor de una finca azucarera promedio alcanzaba quizás una
quinta parte del de un ingenio promedio, reflejando seguramente la riqueza relativa de
ambos grupos.
La existencia de una amplia clase de agricultores de caña diferenció la economía
azucarera brasileña colonial de la de las Indias españolas o de las islas caribeñas inglesas y
francesas. En las primeras fases de la industria, ello supuso que las cargas y riesgos del
desarrollo azucarero estuvieron ampliamente repartidos. También significó que la estructura
de la propiedad esclava fuera compleja, ya que un gran número de esclavos vivía en
unidades de 6 a 10 de ellos, más que en las de centenares de las grandes plantaciones. Los
datos de fines del período colonial sugieren que quizá un tercio de los esclavos que
trabajaban el azúcar fueran propiedad de los labradores de caña. Finalmente, la existencia
de los labradores de caña se añadió a los problemas del Brasil colonial, al pasar la
economía azucarera por tiempos difíciles a fines del siglo XVII. Se llevaron a cabo varios
intentos para limitar la construcción de nuevos ingenios, pero el limitar las oportunidades de
que los labradores de caña pudieran convertirse en señores de ingenio fue percibido como
aún más perjudicial para la salud de la industria que la propia proliferación de ingenios.
Existió el parecer que para atraer cultivadores de caña, la industria al menos tenía que
ofrecer esperanzas de movilidad social, aun cuando el incremento de la producción tuviera
un efecto negativo sobre el precio del azúcar, ya en franco descenso debido a la
competencia extranjera.
A pesar del natural antagonismo entre los señores de ingenio y los labradores de
caña, estos dos grupos son considerados como sustratos de la misma clase, principalmente
21
Cámara de Salvador a la Corona, AHU, PA, Bahía, caja 61 (1751). Véase también Frédéric Mauro,
“Contabilidade teórica e contabilidade práctica no século XVII”, en Nova história e novo mundo, São
Paulo, 1969, pp. 135-148.
siglo XVII. Un método de reunir fondos para invertir en un ingenio azucarero, podría llamarse
modelo “Robinson Crusoe”, ya que el héroe de Defoe lo practicó durante su estancia en
Bahía (1655-169?), siendo también relatado en otras fuentes. Dicho método consistía en el
cultivo de mandioca, tabaco u otros cultivos con la esperanza de acumular, en compañía de
un comerciante local, suficiente capital o crédito para la construcción de un ingenio
azucarero. Probablemente, las mejores oportunidades de este planteamiento debían
encontrarse en el cultivo de la caña de azúcar para procesar en el ingenio de otro. Los
créditos provenían de diversas instituciones religiosas, tales como la caritativa hermandad
de Misericordia y las órdenes terceras de San Francisco y de San Antonio. El tipo de interés
cargado por estas instituciones estaba fijado, mediante derecho canónico y civil, en un 6,25
por 100, de esta manera sus créditos tendieron a ser contratos con bajo interés y con
escaso riesgo, hechos con miembros de la elite colonial, muchos de los cuales eran
miembros de estos cuerpos. Estos prestamistas institucionales favorecieron la industria
azucarera. En 1694, de los 00 créditos dados por Misericordia de Salvador, garantizados por
hipotecas sobre propiedades agrícolas, 24 eran sobre ingenios y 47 sobre haciendas de
caña. Uno sospecha que tales prestamistas institucionales preferían efectuar créditos para el
desembolso de capital inicial destinado a la instalación de un ingenio o de una finca de caña,
puesto que los préstamos para los gastos de explotación eran mucho más difíciles de
obtener.
Para los gastos de explotación, y para aquellos que no tenían acceso a las fuentes
de crédito institucional, la otra alternativa eran los prestamistas privados, principalmente
comerciantes. Aunque también los comerciantes estuvieron coartados por leyes contrarias a
la usura, éstos encontraron medios para extraer tipos de interés mucho más elevados, a
menudo prestando fondos contra una cosecha futura a precio predeterminado. Otras fuentes
de crédito procedían de profesionales urbanos y otros señores de ingenio, pero el estudio de
los ingenios de Bahía, entre 1680 y 1725, indica que casi la mitad del dinero prestado
provino de las instituciones religiosas y una cuarta parte de los comerciantes.22 A pesar de la
fusión social, entre plantadores y comerciantes, la relación deudor-acreedor dio lugar a
antagonismos y tensiones entre ellos, y, en muchas coyunturas, provocó posiciones de
hostilidad -uno podría decir de clase- mutuas.
A la larga, las cuestiones relacionadas con las finanzas y la rentabilidad no pueden
ser vistas en términos estáticos. La situación política internacional, el precio del azúcar y las
condiciones internas de la colonia produjeron cambios en las pautas de pérdidas y
ganancias. En general se puede decir que durante la mayor parte del período en discusión,
Brasil estuvo enfrentada con la subida y caída de los precios de su azúcar. El aumento del
coste de los esclavos, que como hemos visto representaba un desembolso de considerable
importancia, indicó a los plantadores el problema con el que se tenían que enfrentar.
Nosotros podemos hacer el mismo cálculo que los plantadores hicieron: ¿cuánto costaba el
azúcar que se necesitaba para reponer un esclavo? La respuesta, dada en el cuadro 3,
muestra que en 1710 el azúcar costaba alrededor de cuatro veces más de lo que costaba en
1608.
La suerte definitiva de la economía azucarera brasileña se determinaba en los
puertos de Amsterdam, Londres, Hamburgo y Génova. El precio europeo del azúcar se
disparó bruscamente a lo largo de la última mitad del siglo XVI. Después de una ligera baja
en los años de 1610, el precio volvió a elevarse en la década de 1620, debido, en parte, al
desbaratamiento del suministro azucarero causado por los ataques holandeses en Brasil y
las pérdidas sufridas por la flota portuguesa. En 1621, con el fin de la Tregua de los Doce
Años, Brasil se convirtió en blanco de ataques, y desde 1630 a 1645 los holandeses
ocuparon la mayor parte del noreste de Brasil, la mitad de la colonia, incluyendo
Pernambuco, la capitanía más importante en producción de azúcar. En esta área los
plantadores lusobrasileños continuaron produciendo azúcar, pero la Compañía Holandesa
de las Indias Occidentales empezó a exigir el pago de los créditos que ésta había hecho a
aquellas personas que habían adquirido ingenios durante el período de dominio holandés.
La rebelión lusobrasileña, que estalló en 1645, fue en parte una respuesta a la caída de los
22
Flory, Bahian society, pp. 71-75.
precios del azúcar y a los aprietos con los que se encontraron los propios plantadores.
Durante la guerra, entre 1645 y 1654, la producción brasileña quedó desbaratada, y,
mientras el precio del azúcar subía en la bolsa de Amsterdam, caía en Brasil.
El período holandés fue, en términos de desarrollo político y social de la zona
noreste, un hiato histórico. Después de 30 años de dominio holandés, en Brasil quedaron
pocos vestigios tangibles de su presencia. En términos económicos generales, sin embargo,
la posición que llegó a ocupar Brasil dentro del sistema atlántico, nunca más volvería a
repetirse, ni la concentración regional de recursos económicos en el interior de la colonia
volvería a ser lo que había sido antes de 1630.
En primer lugar, la destrucción y trastorno que causó la lucha afectó seriamente la
producción y exportación azucareras. La toma de Salvador, en 1624, provocó la pérdida de
más de dos zafras y la captura de muchas embarcaciones; y las expediciones contra Bahía,
en 1627 y 1638, tuvieron consecuencias similares. El ataque holandés a Recôncavo, en
1648, comportó la destrucción de 23 ingenios y la pérdida de 1.500 embalajes de azúcar.
Durante la guerra, la flota portuguesa quedó diezmada: entre 1630 y 1636, perdió 199
barcos, una cifra asombrosa, si uno no la compara con las 220 embarcaciones que se
perdieron entre 1647-1648. Una vez iniciada la revuelta lusobrasileña de 1645, la quema de
ingenios y campos de caña fue corriente en ambos lados.
En las capitanías bajo dominio holandés, la confiscación y huida de los propietarios
hizo que de 149 ingenios, 65 estuvieran parados (fogo morro) en 1637. Durante la revuelta
de 1645-1654, un tercio de los ingenios estuvieron sin funcionar. Aunque, alrededor de
1650, se difundió que las estimaciones de la capacidad de Pernambuco estaba en torno a
los 25.000 embalajes, en realidad la capitanía sólo producía 6.000. Los plantadores de
Pernambuco huyeron hacia el sur, hacia Bahía o, incluso, Río de Janeiro, trayendo consigo
esclavos y capital. Después de 1630, Bahía reemplazó a Pernambuco como la capitanía con
el mayor número de esclavos y como centro de la economía azucarera controlada por los
portugueses. La economía azucarera de Río de Janeiro se caracterizó por unidades más
pequeñas, a menudo productoras de ron para la exportación. Alrededor de los años de
1670, dicha bebida se extendió hacia el norte, dentro del área de los Campos de
Goitacazes.
Aunque la economía azucarera de Pernambuco sufrió considerablemente durante los
años de 1640, Bahía y sus capitanías circundantes no disfrutaron de su nuevo liderato sin
problemas. En la década de 1620, la producción de azúcar brasileño empezó a nivelarse
horizontalmente, y, en este sentido, la lucha de la década siguiente simplemente intensificó
un proceso ya iniciado. Durante la ocupación holandesa del noreste, la corona portuguesa
intentó generar fondos para llevar a cabo la guerra y satisfacer las necesidades de la
defensa, pero se encontró con que la disminución de la producción azucarera brasileña
convertía esto en algo muy difícil. En respuesta a la situación, la corona impuso a la
producción y comercio del azúcar un gravamen pesado. En 1631 se impuso un cruzado
(igual a 400 réis o reales) por embalaje, al que le siguió, en 1647, otro de 10 cruzados. Era
natural que la corona esperara financiar su defensa de la colonia gravando únicamente el
azúcar. Los plantadores, por supuesto, se quejaron fuerte mente por la imposición de estas
cargas y otras medidas de tiempo de guerra, tales como la incautación de barcos y
acuartelamiento de tropas.
El daño a la economía azucarera, la disminución del precio internacional del azúcar,
por la competencia del Caribe y la Guerra de Restauración en Portugal, impidieron a la
corona la abolición de los impuestos sobre la industria azucarera. Pero, por otro lado, la
continuidad de los impuestos impidió la reconstrucción y 1a expansión de la industria. A su
vez, la disminución de la producción significó ingresos más bajos en concepto de diezmos y
otros impuestos normales, haciendo necesaria la prolongación de los impuestos
extraordinarios. Los intentos que se hicieron para romper este círculo vicioso fracasaron. Por
ejemplo, una propuesta para declarar una moratoria en todas las deudas contraídas antes
de 1645, para que permitiera a los plantadores acumular capital, tropezó con la dura
resistencia de los comerciantes-acreedores portugueses.
Hacia el final de la guerra, en 1654, cuando Brasil estaba otra vez bajo completo
control portugués, y se podía esperar un retorno a la prosperidad inicial, las fuentes de
FUENTE: Stuart B. Schwartz, ed., A governor and his image in Baroque Brazil,
Minneapolis, 1979.
estas actividades, sin lugar a dudas, generaron fondos para la corona, la agricultura
permaneció como la base de la economía colonial.
De acuerdo a las posibilidades exportadoras de los cultivos prevalecientes en la
colonia, se estableció una jerarquía dentro de la agricultura. Las tierras más valiosas y
mejores fueron destinadas siempre a los cultivos de exportación, preferentemente caña de
azúcar, pero también tabaco. La agricultura de subsistencia, especialmente el cultivo de
mandioca, se consideró que era la ocupación “menos noble”, y normalmente se relegaba a
tierras marginales y, a menudo, dejada a los agricultores más humildes. La cría de ganado,
en un principio para consumo interno y, después, para la exportación, se diferenció algo del
criterio general, no sólo porque ésta se podía realizar efectivamente en tierras inadecuadas
para los cultivos de exportación, sino también porque la movilidad del ganado hacía
innecesario que las estancias estuvieran cerca de la costa.
La jerarquía agrícola fue estrechamente comparable a la jerarquía de color existente
entre los agricultores, y ésta a su vez se correspondía a las diferencias en el número de
esclavos que cada agricultor empleaba. Así, los plantadores de azúcar y los de caña eran
casi invariablemente blancos, los cultivadores de tabaco eran casi siempre blancos, en tanto
que los de mandioca incluían pardos, mestizos y negros libres. El número de esclavos en
cada sector de la agricultura, al igual que el promedio por unidad, decrecía de acuerdo al
tipo de cultivo. Un señor de ingenio podía poseer un centenar de esclavos, un cultivador de
tabaco disponía de una media de 15 a 20 y un cultivador de mandioca de 2 0 3 0, incluso,
ninguno. Claramente fue en el sector exportador donde la inversión de mano de obra
esclava resultó ser más rentable.
El tabaco
Después del azúcar, el tabaco (o, como los portugueses tan poéticamente y
acertadamente llamaron a éste, fumo) fue el cultivo de exportación más importante que se
desarrolló en Brasil hasta mediados del siglo XVIII. Se cultivó algo de tabaco en Pará,
Maranhão y en la capitanía de Pernambuco, pero con mucho el centro más importante de
esta agricultura fue el sur de Bahía y el oeste de Salvador, especialmente alrededor del
puerto de Cachoeira, en la desembocadura del río Paraguaçu. No está claro cuándo se
empezó a cultivar el tabaco en esta zona. La descripción de Gabriel Soares de Sousa sobre
Recôncavo (1587) no menciona el cultivo, pero hacia los años de 1620, con toda evidencia,
éste se cultivaba y exportaba en el noreste de Brasil. Si bien el punto central de producción
fueron las tierras arenosas y arcillosas de los campos de Cachoeira en Bahía, se podían
encontrar zonas más pequeñas alrededor de Maragogipe y Jaguaripe en Recôncavo, en
Inhambupe hacia el sertão, en el noreste de Salvador a orillas del río Real y Sergipe de
El-Rei. Se ha estimado que estas regiones de Bahía producían nueve décimas partes del
tabaco exportado por Brasil en este período.
El cultivo del tabaco tenía algunas características especiales, que ejercieron
influencia sobre su organización social y sobre su posición en la economía brasileña. Los
seis meses que tardaba este cultivo en madurar era un período más corto que el del azúcar,
y bajo condiciones apropiadas ofrecía, incluso, la posibilidad de doble cosecha. El cultivo de
esta planta exigía un cuidado intensivo: la planta, después de criarse en un semillero tenía
que trasplantarse y, entonces, mantenerse constantemente escardada y protegida de los
insectos dañinos hasta la cosecha, realizándose la recolección de las hojas a mano. La
cuadrilla de trabajadores de los campos de caña no estaba suficientemente preparada para
llevar a cabo esta actividad. De hecho, el tabaco podía cultivarse de manera eficiente tanto
en pequeñas unidades familiares de unos cuantos acres, como en unidades mayores
compuestas de 20 a 40 esclavos. La escala de funciones variaba ampliamente. Las fincas
mixtas de nado y tabaco eran corrientes, debido a que el tabaco de mejor calidad se
producía usando estiércol como fertilizante, ya que el tabaco de calidad inferior se odia
producir sin el auxilio del fertilizante. Después de la cosecha, la tarea más difícil era la
elaboración del tabaco para la venta. El tabaco brasileño se elaboraba normalmente
enrollado en forma de cuerda o rollos (de 8 arrobas para el comercio portugués y de 3 para
la costa africana), tratado con un líquido basado de melaza y, luego, se colocaba en
27
Carl Hanson, “Monopoly and contraband in the Portuguese tobacco trade”, en Luso-Brazilian
Review, 19, 2 (invierno, 1968), pp. 149-168.
1740, y que el tanto por ciento de la producción que se dirigía a la costa de Mina, como
parte del comercio de esclavos, aumentó bruscamente hacia mediados de la centuria.
La ganadería
La mandioca
28
Lista das mil covas de mandioca, Biblioteca Nacional de Río de Janeiro [BNRJ], 1-31, 30, 51 (Cairú,
25 de octubre de 1786).
de mandioca. Ya en 1639 se hicieron intentos para obligar a los colonos de Cairú y Camamú
a sembrar mandioca en lugar de tabaco, y en 1706 los residentes de Maragogipe y
Cachoeira solicitaron la liberación de las prohibiciones existentes contra el cultivo de la caña
de azúcar y el tabaco. Algo más tarde, en Pernambuco, se produjo una situación similar, al
tratar los agricultores de plantar caña, una “ocupación más noble”, en vez de cultivar
mandioca. Una vez más, con la expansión del comercio de esclavos, incluso los agricultores
de mandioca brasileños hallaron la posibilidad de exportar su cultivo. Hacia los años 1720,
solamente en el comercio con Mina se transportaron 6.000 alqueires por año, por no decir
nada de lo que se remitió hacia Angola. Además, los productores de alimentos, también
pudieron retener provisiones para mantener niveles de precios elevados, actividad que era
posible por lo fácil que resultaba preservar la harina de mandioca. Continuamente, en las
ciudades costeras, se levantaron quejas en contra de la codicia de los agricultores de
mandioca y la regulación de su abastecimiento.
El gobierno colonial tomó varias medidas para asegurar un suministro de alimentos
adecuado, pero éstas tuvieron un éxito muy limitado. La primera medida, ya discutida antes,
fue la del requerimiento de que ciertas regiones fueran excluidas de la práctica de cualquier
agricultura que no fuera la del cultivo de productos alimentarios. Este enfoque, no obstante,
resultó fallido debido a que los cultivadores se mostraron reacios a cumplir y porque ellos
pudieron controlar la oferta y, por lo tanto, elevar los precios. La segunda proposición, fue la
de exigir a los plantadores azucareros y labradores de caña sembrar suficiente mandioca
para poder mantener a su propia fuerza de trabajo esclava. En el Brasil holandés, el conde
Mauricio de Nassau impuso esta ley en 1640. En 1688, en Bahía, a propuesta de la cámara
de Salvador, se promulgó una ley similar, por la que se exigía a cada señor de ingenio y
labrador de caña sembrar 500 covas de mandioca por esclavo. En 1701 se tomaron nuevas
medidas. Se prohibió que el ganado (excepto el necesario para los agricultores) pastara a
menos de 80 km de la costa, como también que cualquier agricultor, con menos de seis
esclavos, cultivara caña de azúcar, prohibición que comportó acaloradas quejas de los
pequeños agricultores de caña de azúcar de Río de Janeiro. Detrás de estas medidas había
la idea de que un tercio de la mandioca producida alimentaría a los cultivadores y sus
esclavos, mientras el resto llegaría al mercado. Finalmente, se exigió también a los
comerciantes del comercio con Mina mantener campos de mandioca para satisfacer sus
propias necesidades. Esta última disposición provocó tensiones considerables entre los
comerciantes de Salvador, quienes argumentaban que las funciones de los comerciantes y
las de los agricultores de mandioca eran incompatibles, y el senado da cámara (consejo
municipal), cansado ya de los precios elevados y de las escaseces constantes.
Una última respuesta, en relación al problema del abastecimiento alimentario,
merece ser mencionada. Los plantadores azucareros del Caribe llamaron “sistema
brasileño” al método por el cual los plantadores permitían a los esclavos mantener sus
propios terrenos para cultivar su propio sustento alimentario y, algunas veces, comercializar
el excedente en las ferias locales. Si bien este sistema fue relatado en varios lugares y
normalmente dio lugar a que los viajeros en Brasil hicieran observaciones al respecto, no
está claro en qué grado dicho sistema fue practicado. En 1687, en Bahía, se informó que
“había muchos ingenios que no tenían sus propios terrenos para sembrar mandioca ... los
propietarios que los poseen, normalmente los arriendan".29 Se ha sugerido que el sistema de
terrenos para esclavos fue una “ruptura campesina” del esclavismo brasileño. Hay pruebas
de que los esclavos persiguieron el privilegio de mantener una roza. Desde el punto de vista
de los plantadores, el sistema trasladaba la responsabilidad del sustento a los esclavos
mismos. Además, esto podía dar beneficios directos a la administración de la finca. Se
instruyó a los supervisores de la Fazenda Saubara para que permitieran a los esclavos y
gente pobre sembrar sus rozas en los matorrales, pero nunca en el mismo lugar durante
más de un año; de este modo, continuamente serían aclaradas nuevas tierras para pastos.30
29
PA, Bahía, caja 15 (9 de agosto de 1687).
30
Regimento que ha de seguir o feitor de Fazenda Saubara, Arquivo da Santa Casa de Misericórdia
da Bahía (Salvador) [ASCMB], B, 3a, 213. Saubara fue una parroquia productora de mandioca en el
Recôncavo. Esta hacienda, trabajada por esclavos, producía mandioca para el hospital de
Misericórdia de Salvador.
Los orígenes de São Vicente y sus áreas vecinas hacia el sur fueron muy parecidos
a las de otras capitanías. A principios del siglo XVI, los viajeros españoles y portugueses
habían navegado a lo largo de la costa meridional. Unos cuantos náufragos se instalaron
entre la población indígena y se establecieron unos cuantos lugares pequeños de
desembarco. São Vicente fue concedido a Martim Afonso de Sousa, en 1533, y la capitanía,
en un principio, se concentró en el puerto del cual tomó su nombre, pero durante las dos
décadas posteriores se establecieron otros asentamientos. São Vicente demostró ser
inadecuado como puerto y fue reemplazado, en importancia, por Santos, pueblo fundado, en
1545, por Bras Cubas, un enérgico y rico funcionario real. Los ingenios azucareros se
establecieron a lo largo de la costa húmeda, detrás de esos pequeños asentamientos
costeros. El más famoso de todos fue construido inicialmente por Martim Afonso, pero con el
tiempo fue a parar a manos de la familia Schetz, de Amberes. El azúcar se producía para la
exportación, pero la distancia adicional a Europa y la ausencia de tierras adecuadas colocó
a São Vicente en una situación desventajosa con respecto a la competencia de Pernambuco
y Bahía. No obstante, estos asentamientos costeros parecieron más bien reproducciones
pobres de los de más al norte.
El futuro de estas capitanías meridionales, sin embargo, no dependió de los puertos.
Detrás de la franja costera, se levanta la Serra do Mar, cuyas alturas abruptas llegan a 800
m. Más allá se extiende la meseta formada por el Tietê y otros ríos, cuyas arboladas colinas,
el clima templado y la población india relativamente densa, atrajeron a los europeos. En
Santo André da Borda do Campo se desarrolló un pequeño asentamiento, pero pronto São
Paulo de Piritininga, poblado creado por los jesuitas entre los indios de la meseta, lo
sobrepasó en importancia. Los dos asentamientos fueron unidos, en 1560, y el año siguiente
São Paulo alcanzó la categoría de vila. Durante las dos décadas posteriores, los jesuitas
continuaron jugando un papel importante en la pacificación de los grupos indígenas locales,
y hacia los años de 1570, la existencia de São Paulo estaba afianzada. Al estar São Paulo,
por mediación de la Serra do Mar, separada de la costa, los 80 km existentes entre São
31
Para una discusión adicional sobre las periferias norteñas y sureñas, véase Hemming, HALC, IV,
capítulo 7.
Paulo y Santos, sólo podían ser recorridos a través de senderos, y las mercancías tenían
que ser transportadas a las espaldas de los porteadores. São Paulo se convirtió en un lugar
de control y contacto con la población indígena del interior, sirviendo ambos de base
adelantada contra los hostiles tamoio del norte, y los carijó del sur, y como suministrador de
indios cautivos para los ingenios de la costa.
Hacia fines del siglo XVI, los asentamientos costeros de São Vicente estaban en
declive, pero en la meseta las características sociales y económicas de São Paulo de la
centuria posterior estaban bastante establecidas. A pesar de los comentarios de los
observadores jesuitas, quienes pensaban que dicha población y sus regiones se
asemejaban considerablemente a Portugal, São Paulo no llegó a ser una comunidad
campesina de estilo ibérico. Desde los inicios, los portugueses vivieron en un mar de indios,
puesto que los misioneros jesuitas y las expediciones militares dominaron a las tribus de las
proximidades inmediatas.
La comunidad era pobre y modesta. En 1600, el pueblo tenía menos de 2.000
habitantes. El trabajo en las casas y fincas de los portugueses se cubrió con indios cautivos
y semicautivos. Pocas mujeres portuguesas fueron atraídas hacia esta zona, y las uniones
ilegales entre los hombres portugueses y las mujeres indias fueron comunes, resultando de
esta unión un número elevado de mamelucos (término local equivalente a mestizo). Bien
entrado el siglo XVII, en los testamentos de los “paulistas” (residentes de São Paulo)
figuraban esclavos indios, y a pesar de la legislación antiesclavista, iniciada en 1570,
siempre se hallaban escapatorias. Muchos indios, que eran legalmente libres, pero
mantenidos en forma de tutelaje temporal como forros o administrados, también aparecen
en los testamentos considerados como cualquier otra propiedad. A los indios se los usó
como sirvientes y como mano de obra, pero también como aliados, vinculados a los
portugueses mediante uniones informales y lazos de parentesco resultantes de éstas.
Los indios también sirvieron como recurso principal en la capitanía. Los portugueses
de São Paulo medían su riqueza mediante el número de esclavos y partidarios a los que
ellos podían recurrir. Una descripción común para los ciudadanos más prominentes de la
meseta fue la de “rico en arqueros”. Sobre un personaje fronterizo, Manoel Preto, se señala
que poseía casi 1.000 arqueros en su finca y, si bien tal cantidad seguramente era una
excepción, unidades de cientos no estaban fuera de lo común. A pesar de que las
distinciones jerárquicas de noble y plebeyo fueron transferidas de Portugal, la pobreza
general de la región, su pequeña población europea y la necesidad de cooperación militar
en contra de las tribus hostiles, tendieron a nivelar las diferencias sociales entre los
europeos, que incluían a un número relativamente grande de españoles, italianos y
alemanes. Al principio de la historia de São Vicente se hacía poca distinción entre
mamelucos y portugueses, ya que los primeros estuvieron dispuestos a vivir según lo que
estaba aceptado por las normas europeas.
En realidad, la fusión cultural tuvo un gran alcance. La cultura material indígena
-herramientas, armas, artesanías, alimentos y prácticas agrícolas-, fue ampliamente
adoptada y usada por los portugueses. Los paulistas, a menudo, llegaron a ser igual de
habilidosos con el arco que con las armas de fuego. La principal lengua indígena, el tupí, se
habló en todos los niveles de la sociedad hasta bien entrado el siglo XVIII. Los portugueses,
rodeados de criados, esclavos, aliados y concubinas indígenas, hablaron dicha lengua
según el grado de conveniencia y necesidad, y algunos paulistas llegaron a tener más
soltura en la lengua indígena que con su nativo portugués. Las formas e instituciones
portuguesas estuvieron siempre presentes, especialmente, en cuestiones de gobierno y
religión, aunque limitadas por la pobreza, por la escasa población europea y el relativo
aislamiento de la región, lejos de los centros de control colonial y metropolitano.
São Paulo, a lo largo del siglo XVI y gran parte del XVII, permaneció pequeño y
pobre. Las familias más importantes vivían en sus haciendas y, también, mantenían una
segunda residencia en la ciudad o, simplemente, iban a ella para servir en el senado da
cámara o participar en las procesiones religiosas. Las posesiones materiales eran escasas:
un camisote o un mosquete eran altamente valorados y un par de botas o una cama de
estilo europeo, un verdadero lujo. De manera frecuente, la economía local sufría por la
escasez de circulante, y, en gran parte, el comercio se realizaba mediante trueque. Pero
32
“Descripción de la provincia del Brasil” [1629J, en Mauro, Le Brésil au XVIIe siécle, pp. 167-191.
33
Memorial, Biblioteca Nacional de Madrid, códice 2369, fojas 296-301. Mendonça informó que de los
7.000 indios tomados cerca de Lagoa dos Patos en 1632, sólo 1.000 llegaron a São Paulo. Los altos
índices de mortalidad pueden servir de explicación de lo que ocurría a los indios capturados, pero, al
mismo tiempo, ello plantea la cuestión de cuál era la razón de los paulistas para continuar ocupados
en tan arriesgada e incierta empresa.
34
Para los argumentos contrarios al punto de vista tradicional, véase Jaime Cortesão, Introdução à
história das bandeiras, 2 vols., Lisboa, 1964, vol. II, pp. 302-311, y C. R. Boxer, Salvador de Sá and
the struggle for Brazil and Angola, 1602-1686, Londres, 1952, pp. 20-29; véase también el curioso
apéndice en Roberto Simonsen, História económica do Brasil (I5001820), São Paulo, 4.a ed., 1962,
pp. 245-246.
Más que el noreste, las que absorbieron la mayoría de los indios cautivos fueron,
probablemente, Río de Janeiro y São Vicente. Como se muestra en el cuadro 1, en este
período se estaba desarrollando la industria azucarera en Río, alcanzando, entre 1612 y
1629, un índice de crecimiento anual de un 8 por 100. La demanda de mano de obra era
satisfecha, en cierta medida, por esclavos indios. Los esclavos eran transportados por mar
desde São Paulo a Río, y, también, caminando por tierra. Todavía, en 1652, de un tercio a
un cuarto de la fuerza de trabajo en los ingenios benedictinos de Río de Janeiro era
indígena.35
Bien podría ser que las fazendas fueran las principales consumidoras de mano de
obra indígena. En la meseta se producía trigo, harina, algodón, uva, vino, maíz y ganado;
algunos de estos productos se mandaban hacia otras capitanías o hacia el Río de la Plata.
Un español, residente durante mucho tiempo en São Paulo, estimó que la producción de
trigo, en 1636, fue de 120.000 alqueires, y también situó en 40.000 el número de esclavos
indios en las haciendas paulistas.36 Esta estimación parece estar apoyada por muchas
referencias de Paes Leme, genealogista del siglo XVIII, quien a menudo hablaba de la
existencia de grandes haciendas con centenares de indios en el siglo XVII. Dada la pequeña
población de las capitanías, unidades de este. tamaño sólo tenían sentido si éstas producían
para otros mercados, al margen del local. De esta manera, São Vicente a través de la
exportación de indios y de alimentos entró en contacto con el resto de la colonia. La mano
de obra india y la esclavitud de los indios permanecieron como uno de los aspectos
centrales de la economía paulista durante la mayor parte del siglo XVII, y un asunto de
preocupación vital en la capitanía.
El aislamiento que había caracterizado a São Paulo a lo largo del siglo XVI, y que
contribuyó a su formación cultural y social, empezó a cambiar a partir de 1600. Si bien São
Paulo permaneció como una población relativamente pequeña, y nunca logró la riqueza de
Salvador o de Olinda, hacia fines del siglo XVII existía ya una similitud razonable entre estos
centros. São Paulo dominó la meseta y, cada vez más, fue rodeada por pequeños
asentamientos, tales como Mogi das Cruzes (1611), Taubaté (1645) e Itu (1657), a resultas
de la actividad bandeirante y de la expansión agrícola. En 1681, São Paulo pasó a ser la
capital de la capitanía general, y en 1711, dos años después de la creación de la
engrandecida capitanía de São Paulo y Minas de Ouro, alcanzó la categoría de ciudad.
Unas cuantas familias importantes dominaron la vida social y las instituciones
municipales de São Paulo. Durante gran parte del siglo XVII, los clanes Pires y Camargo
mantuvieron una lucha intermitente, que si bien en un principio tenía su origen en cuestiones
de honor familiar, más tarde derivó hacia cuestiones políticas. El control real sobre la región
era mínimo. En 1691, el gobernador general de Brasil escribió que los paulistas “no conocen
ni Dios, ni ley, ni justicia”. Pocos años más tarde, éstos fueron descritos por otro funcionario
de la corona como “profundamente dados a la libertad, de la que siempre han gozado desde
la creación de su pueblo”.37 En 1622, São Paulo fue llamada una “verdadera La Rochelle”,
pero de hecho fue constante su lealtad a la corona portuguesa. En 1640, una facción
proespañola intentó separar la capitanía del resto de Brasil, pero esta tentativa fue frustrada
por la mayoría de la población y por la fidelidad de Amador Bueno, quien rechazó la oferta
del liderato.
En el mismo período, cualquier injerencia que afectara directamente los intereses
paulistas era duramente contestada. Los magistrados reales, quienes se inmiscuían en los
“asuntos del sertão” (por ejemplo, cuestiones de indios) quedaban sujetos a amenazas o
agresiones. En 1629, los jesuitas españoles, objetantes de las incursiones contra Guairá y
Tape, obtuvieron del papa Urbano VIII la bula Commissum nobis, en la cual se reiteraba la
prohibición contra la esclavitud de los indios, y específicamente mencionaba Brasil,
Paraguay y el Río de la Plata. Este documento y la ley real de 1640 que lo acompañaba,
causaron furor entre los principales consumidores y suministradores de mano de obra india.
En Río de Janeiro hubo un amotinamiento y, en 1640, se expulsó físicamente a los jesuitas
35
Arquivo Distrital de Brava, Congregação de São Bento 134 (1648-1652).
36
Cortesão Introdução, vol. II, p. 305.
37
Charles R. Boxer, The Golden Age of Brazil, 1695-1750, Berkeley y Los Ángeles, 1964, p. 34.
de Santos y São Paulo. A pesar de que, en 1653, se permitió el retorno de los jesuitas, la
truculenta independencia de los paulistas hizo que la corona actuara cautelosamente en la
capitanía. No fue hasta la Guerra de las Emboadas en Minas Gerais (1708-1709), y la
consiguiente derrota de los paulistas, que sus pretensiones quedaron sometidas y bajo
control.
A pesar de que la corona a menudo consideraba las actitudes y peculiaridades de los
paulistas como una molestia o un problema, ésta empezó, cada vez más, a invocar sus
habilidades y experiencias para propósitos reales. Las expediciones, con frecuencia,
estaban todavía organizadas en forma privada, pero la corona portuguesa y sus
representantes en la colonia hallaron empleos precisos para los bandeirantes. La gran
bandeira de Antonio Rapôso Tavares (1648-1652), que cruzo el Chaco, bordeó los Andes
hacia él norte y siguió el sistema fluvial del interior del continente hasta salir a la
desembocadura del Amazonas, por lo visto estaba comisionada por la corona y tuvo
propósitos geopolíticos. En el árido sertão del noreste, especialmente al sur de Bahía, se
encontraron otros empleos para los paulistas. Desde 1670 en adelante, se podían encontrar
grupos de paulistas llevando estancias en sus propias tierras, esclavizando indios cuando
podían, y deseaban ser empleados por el Estado. En los años de 1680, los paulistas y
habitantes de Bahía fueron principalmente los responsables de abrir el área de Piauí a la
colonización. El paulista Domingos Jorge Velho participó en la exploración de Piauí, y
después se juntó con otro paulista, Matias Cardoso de Almeida, en la resistencia de una
gran rebelión india, la Guerra dos Bárbaros, que estalló en Rio Grande do Norte y Ceará
(1683-1713). La participación en esta acciones, respaldadas por el gobierno, era
particularmente atractiva porque estaban consideradas “guerras justas”, y por consiguiente,
los indios capturados podían ser legalmente vendidos como esclavos. Por ejemplo, los
indios capturados durante la Guerra dos Bárbaros fueron vendidos en la ciudad de Natal.
La corona sacó crecientes beneficios en todas partes que usó la experiencia y
belicosidad de los paulistas para propósitos estatales. El luchar contra los indios fue una
empresa primordial, pero los paulistas también podían enfrentarse a otro tipo de amenazas
que afectara a la seguridad interna. Después de años de guerra intermitente, fue el mismo
Domingos Jorge Velho, quien, entre 1690 y 1695, encabezó la campaña final contra la
comunidad esclava fugitiva de Palmares. En el lejano sur, las tradicionales actividades e
intereses de los paulistas hicieron que los portugueses se preocuparan de impulsar el
debate en torno a la frontera con la América española.
Tanto los paulistas como sus rivales tradicionales, los jesuitas españoles de
Paraguay, estaban implicados en la exploración y colonización de las tierras situadas al sur
de São Vicente. En los años de 1570 se informó de la existencia de oro cerca de
Paranaguá, y aunque no se hubiera establecido ninguna población hasta 1649, dicha región
ya era bien conocida durante esta época. Más hacia el sur, los jesuitas, por lo visto,
esperaban extender sus misiones tape por todo el camino hacia el mar de Lagos dos Patos,
pero las bandeiras de los años de 1630 forzaron su retirada. Los jesuitas volvieron después
de 1682 y, entre esta fecha y 1706, establecieron siete misiones al este del río Uruguay, que
pasó a ser el Rio Grande do Sul. El ganado que se introdujo en la región desde São Paulo y
el que dejaron errante los jesuitas en las llanuras templadas, se multiplicó en grandes
rebaños salvajes. Los pastos de la meseta de Santa Catarina se los conoció como la
vaqueria dos pinhais, y los de Rio Grande do Sul y de la Banda Oriental como vaquería do
mar. Hacia los años de 1730, en esta zona había cazadores portugueses de ganado,
quienes explotaban dichos rebaños para obtener pieles. La creación, en 1680, del puesto
fronterizo portugués en Colônia do Sacramento, en las riberas del Río de la Plata, fue una
maniobra geopolítica y económica concebida para presentar las reivindicaciones de Portugal
en esta zona, y para que sirviera como base del comercio con el Alto Perú y de circulación
de la plata. La historia posterior del lejano sur fue la de completar la extensión del territorio
que se situaba entre los pequeños asentamientos de Paraná y el puesto de Colônia.
También fue la historia de la interacción de las acciones del gobierno y de las empresas
privadas. En los años de 1680 se crearon asentamientos en Santa Catarina, siendo el más
importante el de Laguna (1684), que fue colonizado por parejas paulistas y de las Azores,
mandadas expresamente por la corona. Hacia 1730, el descubrimiento de oro en Minas
Gerais, dio lugar a una gran demanda de ganado del sur, y se abrió un camino, pasando por
Curitiba y Sorocaba, por el cual se conducían las mulas y caballos destinados a las zonas
mineras.
La primera penetración de los territorios de más al sur se llevó a cabo por diversas
bandeiras, pero hacia los años de. 1730 la realeza tenía interés. en ocuparlas. En 1737 se
fundó Rio Grande do São Pedro, y el año siguiente, éste y Santa Catarina se convirtieron en
subcapitanías de Río de Janeiro. Hacia 1740, llegaron más parejas de las Azores para servir
como colonos fronterizos. Entre 1747 y 1753 llegaron unas 4.000 parejas más, juntándose a
los paulistas, quienes empezaban a instalarse en la región.
La sociedad en las regiones que se extendían al sur de São Paulo variaba, en cierto
modo, de acuerdo a la actividad económica principal de cada una de ellas. La región del
Paraná moderno--, cocí sus colonos de Paranaguá y Curitiba, fue una extensión de São
Paulo. La actividad minera inicial estuvo caracterizada por el uso de esclavos indios, y hacia
la mitad del siglo XVIII se usaban negros en un número cada vez más elevado. Con el
tiempo, las haciendas ganaderas que se desarrollaron en la región se basaron, también, en
mano de obra esclava, como las tempranas sesmarias ponen en evidencia., La vida en el
sur se organizó en torno a los puestos militares dispersos y a la explotación de rebaños de
ganado. El caballo era un medio de vida esencial, al igual que el mate y la carne asada. Los
pequeños asentamientos se desarrollaron alrededor de los fuertes militares o en los cruces
de los ríos. En general, fue una sociedad pastoril simple, en la que el robo de ganado, el
contrabando y la caza fueron las actividades principales.
El norte ecuatorial
38
En 1685 se creó una sexta capitanía, Xingu, pero nunca llegó a ocuparse.
las zonas de alrededor de las ciudades de São Luís y Belém y a unos cuantos puestos
ribereños, destinados a controlar la circulación de canoas y la esclavitud indígena.
Probablemente, Gurupá fue el más importante de todos éstos, que sirvió como puesto de
peaje y punto de control a unos 10 o 12 días de viaje Amazonas arriba desde Belém.
Al igual que São Vicente, en el norte la colonia estuvo orientada hacia el interior.
Tanto Belém como São Paulo permanecieron simbólicamente en los extremos de la efectiva
colonización. Ambas estaban ubicadas a la entrada de los grandes sistemas fluviales que
facilitaban el movimiento hacia el interior y servían de base para continuas expediciones.
En el norte, los portugueses y sus hijos caboclos, acompañados por sus esclavos
indios o trabajadores, organizaban expediciones o entradas río arriba en búsqueda de
productos silvestres, como cacao y vainilla, a la vez que se dedicaban a la caza de indios,
que podían “rescatar” de sus enemigos, para uso de los portugueses. La vida de estos
sertanistas era difícil y peligrosa. A veces, sus expediciones a lo largo del río duraban
meses. En el interior, los europeos adoptaron muchos aspectos y costumbres de la vida
indígena. En este sentido, la hamaca, la canoa, la harina de mandioca y el conocimiento de
la selva fueron adoptados de los indios, entre los cuales convivieron los portugueses. Una
derivación del tupí se habló como lingua franca en el estado de Maranhão y permaneció
como lengua dominante de esta zona hasta bien entrado el siglo XVIII. En la otra dirección,
las influencias culturales estuvieron simbolizadas por el hacha de acero y la Iglesia católica,
pero en el lejano norte, al igual que en el sur, el impacto indígena fue mucho mayor y duró
más tiempo que en las zonas de plantación de la costa.
El carácter fronterizo del estado de Maranhão estuvo marcado por su escasa
población europea. En 1637, el jesuita Luíz Figueira se lamentaba de la ausencia de
mujeres europeas y censuró los pecados fruto de las uniones ilícitas con mujeres indias, en
los mismos términos que lo habían hecho los jesuitas en Bahía y São Paulo casi un siglo
antes. Ya en 1619, se realizaron intentos para enmendar esta situación mediante el envío de
inmigrantes de las Azores a São Luís. Ya hemos visto como el método de mandar parejas
casadas de inmigrantes de las islas atlánticas hacia las fronteras se empleó en el lejano sur,
y éste se volvería a usar más adelante en la región amazónica. Sin embargo, a pesar de
tales medidas, la población europea siguió siendo pequeña. En 1637, São Luís tenía sólo
230 ciudadanos y Belém 200. Hacia 1672, se pensaba que en todo el estado de Maranhão
no había más de 800 habitantes europeos. No obstante, en el siglo XVIII, Belém empezaría
a crecer. De 500 habitantes que tenía el estado de Maranhão en 1700, cincuenta años
después alcanzó la cifra de 2.500. En esa misma época se calculó que la población total de
Pará y Río Negro era de 40.000, incluyendo a los indios bajo control portugués.
Al igual que en el sur, el escaso número de europeos, el aislamiento físico de los
centros de gobierno colonial, el alto porcentaje de indios en la población, combinado con las
oportunidades económicas que ofrecía la explotación del sertão, crearon las condiciones por
las cuales las instituciones portuguesas se vieron atenuadas y, en cambio, la cultura
europea se impregnó profundamente de los elementos indígenas. En las dos ciudades se
alojaron los altos funcionarios del gobierno, algunos comerciantes y, a veces, los
establecimientos principales de las órdenes misioneras. Los colonos ricos residieron allí, a
menudo combinando los intereses agrícolas con los de la financiación de expediciones hacia
el interior, en búsqueda de esclavos. Normalmente, las “entradas” estaban dirigidas por
europeos, pero los indios eran quienes remaban las canoas. En los diseminados fuertes y
puestos fronterizos, que con el tiempo fueron estableciéndose río arriba, vivieron
guarniciones de reclutas aislados. Los soldados, hombres de frontera y desertores se
convirtieron en cunhamenas, engendrando niños mestizos y, de manera frecuente,
permaneciendo como representantes de los misioneros o de las entradas patrocinadas por
el gobierno.
El control real sobre la región fue tenue. Los colonos de Pará y Maranhão
demostraron ser tan crueles e independientes como habían demostrado ser los paulistas.
Los senados da cámara de Belém y São Luís forzaron a los gobernadores a comparecer
ante ellos para explicar la política, hasta que la corona pusiera fin a tal práctica. Los
funcionarios reales que favorecían los intereses de los colonos en cuestiones relacionadas
con los impuestos o el uso de la mano de obra indígena fueron apoyados, pero aquellos que
defendían los esfuerzos de los jesuitas para limitar el uso de los indios recibieron una fuerte
oposición. Curiosamente, António Vieira, el gran misionero jesuita, llamó a Maranhão La
Rochelle de Brasil, el mismo término que se empleó para describir la resistencia de São
Paulo hacia la autoridad real. Tal y como ocurrió en São Paulo, generalmente fueron las
cuestiones relacionadas con el sertão (por ejemplo, indios) las que provocaron las
reacciones más duras, por parte de los colonizadores. En dos ocasiones, los jesuitas fueron
expulsados de las principales ciudades, y en los años de 1720 se lanzó una campaña de
denigración y denuncia en contra de ellos, que a la larga contribuyó a su expulsión definitiva
del Brasil. Algunas veces, los colonizadores encontraron un apoyo considerable de los
gobernadores aunque ellos mismos eran violadores de las leyes contrarias a la esclavitud
indígena. Este es el caso de Cristóvão da Costa Freire (1707-1718), o de Bernardo Perreira
de Berredo (1718-1722), cuyos Anais historicos constituyen todavía la fuente documental
más importante para la historia de la región. La virulencia que alcanzó la lucha entre los
colonos y las órdenes misioneras, en el fondo tuvo sus raíces en la economía y en el papel
central que desempeñó la mano de obra indígena dentro de ella.
Desde un principio, los portugueses intentaron crear, en el norte, una economía
orientada hacia la exportación. Tanto la corona como los colonos trataron de impulsar, en
las proximidades de Belém y São Luís, plantaciones azucareras como las que se habían
desarrollado en Bahía o Pernambuco. Ya en 1620 se concedieron privilegios a aquellos que
prometían construir ingenios en Maranhão.39 De vez en cuando se producía algo de azúcar,
especialmente cerca de São Luís, pero los serios problemas existentes, tales como la
persistente escasez de artesanos y de técnicos, impidió el crecimiento de la industria, a
pesar de los esfuerzos que se realizaron para atraer mano de obra cualificada. En 1723, el
senado da cámara de Belém se quejaba de que sólo hubiera un herrero para atender los 20
ingenios existentes en el área, pero todavía más seria era la escasez crónica de mano de
obra. Antes de 1682, la importación de africanos se realizaba de manera esporádica. Este
mismo año se creó la Companhia de Commercio de Maranhão para sumistrar esclavos en la
región. Pero el fracaso de ésta para desempeñar tal función, junto con la mala
administración y fijación de precios, contribuyó a la revuelta de los colonos de 1684, que
también se dirigió contra los jesuitas. La corona sofocó la revuelta, pero alivió las
restricciones en el uso de esclavos indios. Los colonos continuaron agitando en favor de la
importación de africanos, y con un escaso capital privado local, la propia corona patrocinó
una nueva compañía, la Companhia de Cacheu e Cabo Verde, para abastecer, al menos,
145 esclavos al año al estado de Maranhão Este pequeño suministro de esclavos hizo poco
para estimular la producción, y provocó nuevas demandas. Los colonizadores se quejaban
de los precios elevados que se les cobraba, y los de Pará protestaban de que los barcos
descargaran los mejores esclavos en São Luís. Probablemente, antes de 1750, solo unos
pocos miles de africanos llegaban a alcanzar el norte de Brasil.
La producción azucarera sufrió también otro tipo de problemas. El transporte
marítimo hacia el norte, a menudo, era irregular. En 1694, sólo un barco hizo escala en
Belém. El azúcar, ya de por sí de calidad inferior al de Bahía, a menudo permanecía largo
tiempo aguardando en los muelles, donde su valor todavía descendía a un nivel más bajo.
Los propietarios de ingenios, tanto colonos como órdenes misioneras, pasaron cada vez
más a producir ron para el consumo local, en lugar de azúcar para la exportación. A pesar
de los intentos reales, en 1706, para frenar el proceso en torno a la destilación, la
producción de ron continuó. Hacia 1750 había en el estado de Maranhão 31 ingenios y 120
engenhocas a pequeña escala.40 Si bien algunas de estas propiedades realizaban grandes
operaciones, como las de los jesuitas y las de los. .carmelitas, la mayoría eran pequeñas
unidades que producían ron para el consumo local.
También se desarrollaron otros cultivos comerciales. El algodón se extendió
especialmente en Maranhão Se usaba en todo el norte para la producción doméstica de
tejidos y, también, circulaba ampliamente en forma de moneda, pero en cambio no figuró
39
AHU, códice 32, fojas 58-60.
40
Relatório del oidor João Antônio da Cruz Denis Pinheiro (1751), impreso en J. Lucio de Azevedo,
Os jesuitas no Grão-Pará, Coimbra, 2.a ed., 1930, pp. 410-416.
como artículo de exportación importante hasta fines del siglo XVIII. Se realizaron diversas
tentativas para el fomento de otros cultivos. Se introdujeron, o fueron patrocinados por la
corona, el café y el índigo, aunque con escaso éxito. Enfrentados con el fracaso general
para desarrollar cualquier cultivo de exportación, los colonos fueron dependiendo, cada vez
más, de los productos del bosque, tales como vainilla, zarzaparrilla y cochinilla, que podían
ser colocados en los mercados europeos. Pero de todos estos productos, denominados
drogas do sertão, ninguno fue tan importante como el cacao.
Entre 1678 y 1681, la corona intentó, con poco éxito, estimular la producción de
cacao, ofreciendo a los productores exención de impuestos y otro tipo de ventajas. Los
colonos preferían mandar a los indios hacia la selva amazónica en busca del cacao, en lugar
de cultivar la variedad domesticada más dulce. El cacao crecía de manera silvestre por toda
la región y requería poco capital para su recolección. Las tropas de canoas, remadas por
indios, circulaban río arriba, establecían bases temporales para el tiempo que duraba la
recolección del fruto y, después de unos seis meses, regresaban río abajo a Belém. La
deserción, los ataques indios y la carencia de oportunidades obstaculizaron el comercio del
cacao. Sin embargo, en la medida que, poco a poco, en España e Italia se iban
desarrollando mercados para el cacao del Amazonas, el comercio se fue incrementando. A
mitad de la década de 1720 se concedieron unas 100 licencias a canoas para la recolección
del cacao, elevándose a 250 en 1730, y a 320 en 1736. Durante este período de apertura,
antes de 1755, aunque la explotación necesitaba ser autorizada, el cacao fue el producto de
exportación principal de Pará. Entre 1730 y 1744, éste constituía sobre un 90 por 100 de las
exportaciones de la capitanía. Entre 1730 y 1755 se exportaron unas 16.000 tm de cacao de
la región amazónica, representando, a la vez, el elemento de atracción más importante para
los barcos que hacían escala en Belém. A veces, el cacao del Amazonas llegaba a alcanzar
en el mercado de Lisboa precios más elevados que los del azúcar de Bahía, pero después
de 1745 las exportaciones pasaron a ser cada vez más irregulares, a causa de la escasez
de mano de obra, insuficiencia de envíos y caída de los precios del cacao.
El fracaso en desarrollar un cultivo de exportación seguro durante la mayor parte del
siglo XVIII muestra la pobreza del norte. Los colonos estaban en déficit. El diezmo
recaudado en Maranhão normalmente no lograba cubrir los costos del gobierno, y lo mismo
ocurría en Pará hasta 1712. Las licencias del gobierno y el diezmo recaudado sobre los
productos silvestres constituían las principales fuentes de ingreso gubernamentales. Belém y
São Luís fueron poblaciones pobres. Al igual que en São Paulo, los productos de
importación eran una rareza, y la población dependía de los bastos artículos fabricados en la
localidad. El capital disponible para la inversión era reducido, y a ello hay que añadir la
escasez crónica de circulante. Hasta 1748, cuando Lisboa acuñó moneda, específicamente
para Maranhão-Pará, la mayoría de las transacciones se realizaban a través del trueque o
usando ropa de algodón o cacao como medios de intercambio. La moneda que había
circulaba al doble de su valor, y los artículos que se usaban para el intercambio, a menudo
se daban en un tipo de intercambio oficial diferente al de su valor de mercado, dificultando
así los negocios.
En el fondo, los indios fueron la clave del desarrollo en el norte. La corona, los
colonos y las órdenes misioneras trataron por varias razones y bajo distintos pretextos,
someter a los indios bajo el control de los europeos. Casi desde los inicios de la colonización
del norte, esta cuestión llevó a los colonos a enfrentarse, a entrar en conflicto directo con las
órdenes religiosas, especialmente con los jesuitas, y, también de manera frecuente, con la
corona y sus representantes.
El norte de Brasil se convirtió en un gran campo de misión. Ya en 1617, los
franciscanos se establecieron en Pará, pero hacia los años de 1640, los jesuitas
desplazaron a los franciscanos como la principal orden misionera del norte. Con la llegada,
en 1653, del notable y enérgico. padre António Vieira como provincial, se intensificaron los
intentos jesuitas de proteger a los indios y someterlos bajo su control. Vieira usó el poder del
púlpito y de la pluma para condenar los continuos abusos que se cometían contra los indios
en Maranhão y Para, y su defensa finalmente influyó en la nueva ley de 1655 contra la
esclavitud de los indios. Esta legislación siguió los trazos de las leyes anteriores de 1570,
1595 y 1609, antes mencionadas, pero ésta dejó cabos sueltos que permitieron
Gurupea, pertenecía a los jesuitas. Aunque los mercedarios y los carmelitas también
poseyeron grandes propiedades, fueron los jesuitas los que siempre formularon las críticas
más encarnizadas, posiblemente por su desacuerdo en torno a la cuestión de la esclavitud
indígena: Su gran crítico fue Paulo de Silva Nunes, un partidario del gobernador Costa
Freire, que ocupó varios cargos de segunda categoría en la colonia y, más tarde, pasaría a
ser el representante oficial de los colonos en Lisboa. Las enfurecidas peticiones que realizó
Silva Nunes condujeron a una investigación real en 1734, la cual exoneró a los jesuitas, pero
el hecho de la investigación en sí indica una rigidez de la política real hacia las órdenes
religiosas, que a la larga conduciría a la expulsión de los jesuitas y a la secularización de las
misiones.
Se debería tener en consideración que, desde la perspectiva indígena, el problema
no era de trabajo, sino de supervivencia. Las demandas hechas por los portugueses y el mal
trato que éstos dieron a los indígenas, a la larga tuvieron su propio coste. Periódicamente,
las epidemias diezmaban a la población india. En 1662 y 1644 hubo epidemias de viruela y,
posteriormente, en 1662, un brote epidémico por toda la región. En la centuria siguiente no
aliviaron las enfermedades, extendiéndose una vez más la viruela, en 1724, y una
devastadora epidemia de sarampión en los años cuarenta. Cada brote era seguido por una
disminución de la mano de obra, llevando ello a una renovación de la esclavitud. Las
regiones se despoblaban como consecuencia de las enfermedades o se quedaban sin
esclavos. A medida que los portugueses penetraban en la región de los ríos Negro, Japura y
Solimóes, encontraban cada vez más difícil canjear cautivos, debido a que las tribus
ribereñas ya disponían de herramientas y armas de acero, adquiridas a través del comercio
con grupos en contacto con los holandeses del bajo Essequibo. Frente a esta situación, las
tropas de rescate dependieron, cada vez más, de la fuerza directa.
La parte noroeste de la Amazonia fue explorada a fines del siglo XVII. En la última
década del mismo se estableció un pequeño fuerte cerca de Manaus, en la desembocadura
del río Negro y, después de 1700, la esclavitud pasó a ser común en la zona de los ríos
Negro y Solimões. La respuesta a tales actividades fue la resistencia llevada a cabo por el
populoso grupo mamo, derrotado, en los años de 1720, tras una serie de campañas
punitivas, siendo los supervivientes vendidos como esclavos en Belém. La región fue
concedida a los carmelitas como tierra de misión. Si bien ellos fundaron algunas misiones,
sus esfuerzos a menudo se concentraron más hacia la obtención de ganancias económicas,
que hacia el cuidado espiritual de los indígenas. Finalmente, en esta lejana frontera, al igual
que en el sur, los intereses de Portugal entraron en conflicto directo con los de España.
Empezando en 1682, el jesuita Samuel Fritz, nacido en Bohemia, saliéndose de la provincia
española de Quito, estableció misiones entre los omagua, a lo largo del río Solimões.
Finalmente, después de algunas maniobras diplomáticas y alguna que otra lucha, se obligó
a los jesuitas españoles a retirarse de la región. En 1755, el noroeste de la Amazonia pasó a
ser una capitanía independiente, Rio Negro, estableciéndose la autoridad portuguesa más
allá de la línea del Tratado de Tordesillas.
principal. A pesar de que en los años treinta del siglo XVIII, el cacao y otros productos del
bosque encontraban alguna salida, no fue hasta después de 1755, con la intervención del
Estado en la economía v en la sociedad, que la periferia norteña se integraría también
dentro del sistema comercial atlántico.
La organización urbana
41
Véanse Charles R. Boxer, Portuguese society in the tropics, Madison, 1956, pp. 72110; y Flory,
Bahian society, pp. 139-144.
El hecho de que hubiera pocos artesanos urbanos, y que su posición política fuera
relativamente débil, era debido a diversos factores. Primero, la demanda de artesanos
cualificados en las plantaciones de azúcar los atraía hacia el campo, reduciendo de este
modo su presencia y su poder en las ciudades. Un “oficio mecánico” era considerado una
profesión “innoble”, de acuerdo a los conceptos de` la sociedad tradicional, y debido a ellos
se discriminaba a los artesanos. Los cargos reales, el ingreso en las órdenes de caballería y
otro tipo de honores similares estuvieron fuera del alcance de los artesanos. En la
Misericórdia de Salvador, los artesanos estuvieron relegados a una posición secundaria,
como hermanos de categoría inferior, y en los regimientos de milicia, los artesanos
raramente recibieron cargos oficiales. La influencia que ejerció la esclavitud en el sector de
los artesanos contribuyó a su posición modesta. Muchos esclavos aprendieron a ejercer los
“oficios mecánicos” con bastante destreza. Además, la gente libre de color consideraba a los
oficios especializados como un medio de ascender en la escala social, y siempre que podían
abrían un puesto o una tienda. La mano de obra esclava tendía a hacer disminuir los
sueldos y a debilitar las distinciones cualitativas tradicionales entre mestre (maestro) y
aprendiz, características del sistema gremial portugués. La existencia de un pequeño grupo,
aunque creciente, de artesanos pardos degradaba el prestigio de los artesanos como grupo.
En resumen, la posición de los artesanos, que incluso en Portugal nunca llegó a ser alta, fue
aún más baja en Brasil, dentro de un contexto de una sociedad basada en la esclavitud. Sin
embargo, esto no significa que los artesanos no fueran importantes en las ciudades
brasileñas. En las industrias del vestir y de la construcción, la orfebrería, el curtido y muchos
otros oficios, las hermandades de artesanos, organizadas bajo la protección de un santo
patrón, asumían sus obligaciones en las procesiones y fiestas locales. Aun así, su poder
como gremios fue débil, y en la mayor parte permanecieron bajo el control de los senados
da cámara o gobernadores.
En cuanto a la posición social y política de los comerciantes, los portugueses
mantuvieron una postura ciceroniana hacia el comercio. Cicerón había escrito: “El comercio
si se ejerce en pequeña escala debe ser considerado innoble; pero si es en gran escala y
extenso, importando muchos productos de muchos lugares y distribuyendo a muchos sin
ninguna desnaturalización, no debe censurarse mucho”.42 Esta era exactamente la idea que
existía en el Brasil colonial, donde había una clara distinción entre los comerciantes
exportadores-importadores, homens de negócio (hombres de negocios), por una parte, y los
detallistas o tenderos, mercadores de loja (mercaderes de lonja), por otra. En teoría, cual-
quier comercio hecho en nombre propio era considerado como oficio innoble, y tener
orígenes mercantiles era, como también lo era el poseer experiencia artesanal, causa para
ser excluido de las distinciones civiles y honoríficas. Otra desventaja provenía del hecho de
que los comerciantes, en la mayoría de las veces, eran considerados conversos (por
ejemplo, judíos), lo cual añadía otro motivo para la discriminación contra ellos. Aunque a
veces se ha exagerado su parentesco con los cristianos nuevos, un estudio sobre Salvador
revela que en el siglo XVII aproximadamente la mitad de los residentes que eran
comerciantes también eran conversos.43 Sin embargo, en el contexto de una economía
orientada hacia la exportación en la cual el comercio jugaba un papel esencial, este tipo de
desventajas no quedaron controvertidas, o al menos no fueron inmutables. A los tenderos se
les impidió de manera continua ascender dentro de la escala social, pero los comerciantes
dedicados a la exportación, involucrados en el comercio con Europa y África y, durante la
unión ibérica, en activo contrabando con Hispanoamérica, no pudieron ser excluidos del
ascenso político y social.
Aunque nunca llegaron a ser muy numerosos, los comerciantes tenían algunos
atributos que les facilitaba ascender socialmente. La gran mayoría de ellos eran europeos, y
muchos llegaron a Brasil como representantes de los comerciantes de su tierra, o llevados
por algún tío o primo que ya tenía negocios en Brasil. No es sorprendente que muchas
42
Cicerón, De officiis, I, pp. 150-151. Este trabajo era conocido en Brasil. En el inventario del senhor
de engenho, João Lopes Fiuza, apareció una copia, APB, sección judicial, legajo 623, p. 4.
43
Gran parte de esta sección está basada en Rae Flory y David G. Smith, “Bahian merchants and
planters in the seventeenth and early centuries”, en HAHR, 58, 4 (noviembre y 1978), pp. 571-594.
mujeres brasileñas, que muchas veces eran hijas de la elite terrateniente, estuvieran
dispuestas a casarse, en algunos casos, pasando por alto la “contaminación” conversa. El
éxito también facilitaba su propio ascenso, puesto que los comerciantes adinerados podían
comprar ingenios o estancias y llegar a ser miembros de grupos de prestigio como las
hermandades terciarias de los franciscanos o de Misericórdia. Bajo diversas formas, el
sector mercantil fue absorbido por la elite terrateniente a través de un proceso gradual, que
hacia los últimos años del siglo XVII había difuminado las distinciones sociales entre los dos
grupos.
Tal fusión, sin embargo, no eliminó el antagonismo inevitable entre los comerciantes
y los productores, surgido de su relación económica. Las quejas de los plantadores contra la
“extorsión” de los comerciantes persistieron a lo largo de este período en todas las
capitanías. Los plantadores tenían la costumbre de comprar el equipo de herramientas a
crédito con un 20-30 por 100 superior al precio de Lisboa, hipotecando la próxima cosecha a
un precio fijo inferior al de su valor de mercado, lo cual provocaba una interminable acritud y
continuas protestas a la corona. En 1663, y periódicamente después, los plantadores logra-
ron evitar la venta por partes de los ingenios y campos de caña, para hacer frente a las
deudas, pero los intereses de los comerciantes fueron suficientemente fuertes como para
impedir que los plantadores realizaran su sueño de una moratoria completa de las deudas.
La máxima de los comerciantes, como la expresaba Francisco Pinheiro, “Haga todo lo
posible para obtener el precio más alto”, no ayudó a suavizar el antagonismo económico
existente entre ellos y los grupos agrarios de la colonia.44
El ascenso social y político de los comerciantes, señalado por su mayor participación
en los senados da cámara, cargos oficiales en los regimientos militares, pertenencia a las
hermandades laicas de prestigio e incorporación dentro de la aristocracia plantadora, parece
haber empezado a mediados del siglo XVII e intensificado durante las primeras décadas del
siglo XVIII. Esta fue una época de mucha tensión en el Imperio portugués del Atlántico, y la
corona respondió con una serie de medidas mercantilistas, proyectadas para sacar a flote la
decadencia en la que se encontraba la economía. La creación de la Compañía Brasileña en
1649 (transformada en organismo gubernamental en 1663), con derechos de monopolio
sobre el comercio de determinados artículos, y la responsabilidad de proporcionar una flota
bien protegida, fue una medida de tiempo de guerra. En 1678, le siguió la creación de otra
compañía similar, la Compañía Maranhão, destinada a suministrar esclavos al norte y para
controlar el comercio de esta región. Estas medidas, que a veces afectaban de manera
negativa los intereses de los comerciantes brasileños, fueron vistas con un desagrado
especial por parte de los plantadores y otros colonizadores, y, de este modo, tendieron a
intensificar el conflicto tradicional entre los plantadores y los comerciantes. Así que, durante
un período en el que los comerciantes se estaban volviendo cada vez más importantes y
prominentes como grupo social, se intensificaba la resistencia hacia ellos y hacia las
medidas mercantilistas promulgadas por la corona.
En dos lugares, el conflicto estalló en forma de confrontación violenta. En 1684, los
colonizadores de São Luís, dirigidos por un plantador azucarero, llamado Manuel Beckman,
se alzaron contra la compañía, declararon la nulidad del monopolio y tomaron el control de
la ciudad. La revuelta se agotó y Beckman fue capturado y ejecutado. Más serio fue todavía
el conflicto civil que estalló en Pernambuco, donde los aristócratas plantadores de Olinda
resistieron contra el levantamiento de su vecina Recife como ciudad independiente, y
dominaron a los comerciantes nacidos en Portugal que residían allí y con quienes muchas
veces estaban endeudados. Los comerciantes, por su parte, se oponían a la ausencia de su
representación en la cámara de Olinda, la cual exigía impuestos a Recife. La situación llegó
a su punto culminante en 1710-1711 en una amarga, aunque no especialmente cruenta,
guerra civil entre la facción de los plantadores de Olinda y los mascates, o comerciantes
ubicados en Recife. La Guerra de los Mascates reveló las naturales tensiones entre los
comerciantes y los plantadores, y también el importante papel que jugaría el sector de
comerciantes dentro de la orientación cada vez más mercantilista de la colonia.
44
La serie más completa de los registros de los comerciantes es la de Francisco Pinheiro
(1707-1752), incluidos en Luís Lisanti, ed., Negócios coloniais, 5 vols., Brasilia, 1973.
El final de siglo no sólo trajo una participación mercantil más activa en la vida política
y social brasileña, sino también una intensificación del papel de la corona en el gobierno
municipal, como parte de un nuevo activismo del Estado. Un cambio importante en el
gobierno local ocurrió entre 1696 y 1700, con la creación de los juizes de fora en las
ciudades brasileñas. Estos jueces municipales profesionales, designados por la corona,
presidían las cámaras y ejercían su autoridad en la preparación de las listas electorales. La
corona justificaba su presencia en Brasil como un medio para eliminar el favoritismo y el
nepotismo en los senados da cámara, pero la consecuencia final fue la disminución de la
autonomía local de las cámaras. Además, la expansión de la colonización hacia el interior y
el crecimiento de pueblos secundarios cerca de la costa indujeron, en las primeras décadas
del siglo XVIII, a la fundación de nuevos senados municipales, acontecimiento que hizo
disminuir la autoridad anterior de los centros costeros. Por ejemplo, los plantadores elegidos
para el senado da cámara, se negaron, cada vez más, a ejercer sus cargos, al preferir
ocuparse de sus ingenios o asumir cargos en el senado de las nuevas cámaras rurales,
como las de Cachoeira o Santo Amaro, fundados en 1698 y 1724, respectivamente.
Mientras los plantadores continuaron dominando el senado de Salvador a lo largo del
período colonial, en otras ciudades portuarias fueron aumentando las oportunidades para los
comerciantes. Sin embargo, las posiciones que éstos lograron alcanzar hacia mediados del
siglo XVIII, eran en instituciones menos poderosas.
La estructura social
Desde los primeros años de la colonización, Brasil era un área demasiado extensa,
con una economía demasiado diversificada y compleja en relación a su naturaleza política y
social para llegar a ser meramente una plantación azucarera a lo grande, pero, como ya se
ha visto, la demanda de la agricultura de azúcar y las peculiaridades de su organización
contribuyeron de manera considerable al ordenamiento de la sociedad. Los portugueses
trajeron consigo un concepto idealizado de jerarquía social apoyado por la teología y una
comprensión práctica de posiciones y relaciones sociales, tal como ellas funcionaban en
Portugal. Estos conceptos y experiencias determinaron la terminología de la organización
social y fijaron los parámetros dentro de los cuales evolucionó la sociedad. No obstante, la
agricultura de exportación y la plantación crearon sus propias jerarquías y realidades.
Ya en 1549, Duarte Coelho, donatario de Pernambuco, describió a sus colonizadores
de un modo que inconscientemente trazó la jerarquía social de su capitanía:
Algunos construyen ingenios, porque tienen suficiente fuerza para hacerlo, otros
cultivan caña, otros algodón y otros cultivos alimentarios, los cuales son las cosas más
importantes y principales de la tierra; otros pescado, que también es muy necesario; otros
poseen barcos para buscar provisiones ... Otros son expertos en la construcción de ingenios,
45
maestros azucareros, carpinteros, herreros, albañiles, alfareros y otros oficios.
población libre. La gran mayoría de la población -indios y, más tarde, esclavos africanos- no
queda incluida. En realidad, además de la jerarquía agraria profesional, la sociedad
brasileña estaba regida por otros dos principios: una división jurídica basada principalmente
en la distinción entre esclavos y libres, y una gradación racial que iba del blanco al negro.
En el siglo XVI se llevaron a cabo algunos intentos para mantener las distinciones
legales tradicionales entre noble y plebeyo y las divisiones de una sociedad europea basada
en los estados ü órdenes. Sin embargo, la clase plantadora fracasó en sus intentos de
convertirse en nobleza hereditaria, y todos los blancos aspiraron a alcanzar el rango social
más elevado. Los fidalgos (nobles) y clérigos continuaron disfrutando de ciertos derechos
jurídicos y exenciones. En ocasiones solemnes o importantes se convocaba a los
representantes de los estados tradicionales. Tal fue el caso, por ejemplo, cuando en 1660,
en reacción a un impuesto sobre la propiedad, la cámara de Río de Janeiro se reunió con
representantes de la nobleza, el clero y del pueblo; o cuando la fundación del pueblo de
Cachoeira, “los hombre del pueblo” y “los hombres responsables del gobierno” se reunieron
para establecer las ordenanzas de la población.46 Sin embargo, en Brasil la existencia de
otras formas de organización social hizo que los principios tradicionales de estratificación
fueran menos importantes.
Jurídicamente, la sociedad brasileña estaba dividida entre los de condición esclava y
los de condición libre. A causa del elevado número existente de mano de obra no libre,
indios y africanos, la distinción entre esclavo y hombre libre fue crucial. Pero incluso dentro
de la clara separación legal de condición libre y condición esclava, existieron categorías
intermedias. Los indios que habían sido capturados y puestos bajo la tutela de los
colonizadores, los llamados forros o administrados, legamente eran libres, pero en la
práctica sé los trató como si fueran esclavos. Además, los esclavos que habían realizado
pagos para obtener la libertad, o quienes habían recibido la libertad, bajo la condición de
futuros servicios o pagos, aparentemente disfrutaban de la condición de coartados, una
posición legal que los distinguía del resto de los esclavos. Así que, a pesar de la existencia
de las divisiones jurídicas de una sociedad europea basada en los estados, en Brasil éstas
tuvieron escasa importancia, al ser una colonia donde la estratificación social estaba
marcada por las distinciones que suelen caracterizar a una sociedad basada en la
esclavitud.
Por otra parte, la existencia de tres grupos raciales principales -europeos, indios
americanos y africanos- en una colonia creada por europeos, resultó en una jerarquía
basada en el color, con los blancos ocupando la posición más alta y los negros la más baja.
La posición que ocupó la gente de origen mixto -los mulatos, mamelucos y otras mezclas
similares- dependió de la gradación de color más clara o más oscura y del grado de
aculturación hacia las normas europeas. Al sector de la población libre de color le tocó
ocupar los puestos menos prestigiosos, como los pequeños negocios, artesanías, trabajos
manuales y agricultura de subsistencia. A pesar de su posición legalmente libre, éstos
sufrieron de ciertas desventajas. Estuvieron excluidos de los cargos municipales o de la
pertenencia a las hermandades laicas más prestigiosas, tales como la de la tercera orden de
San Francisco. De vez en cuando, los senados da cámara aprobaban legislaciones
suntuarias. En Salvador, en 1696 se prohibió que los esclavos llevaran oro y prendas de
seda, y -hacia 1709, las restricciones se ampliaron, incluyendo a los negros libres y mulatos,
tal y como se había hecho, se argumentaba, en Río de Janeiro. También existieron otro tipo
de restricciones. De acuerdo a una ley, aprobada en 1621, en Bahía, ningún negro, indio o
mulato podía ser orfebre, y, en 1743, se prohibió que los negros vendieran artículos en las
calles de Recife.47 El hecho de que algunas veces se burlaran las leyes discriminatorias, no
niega las limitaciones bajo las cuales vivió la población libre de color. Ellos eran conscientes
de sus desventajas e intentaron modificar su situación, siendo causa de incidentes como el
46
Véase Vivaldo Coaracy, O Rio de Janeiro no século XVII, Río de Janeiro, 1965, Arquivo Municipal
de Cachoeira, Libro 1 de Veração, 1968. Véase también José Honório Rodrigues, Vida e história, Río
de Janeiro, 1966, p. 132.
47
BNRl, 11-33, 23, 15, número 4 (20 de febrero de 1696); Documentos históricos da Biblioteca
Nacional de Rio de Janeiro [DHBNRJ] 95 (1952): 248; Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra
[BGUC], códice 707.
del 1689, cuando los mulatos intentaron ser admitidos en el colegio jesuita de Bahía, donde
aspiraban a “mejorar la fortuna de su color” a través de la educación, y se les negó la
admisión.48
La antipatía para con la gente de color era profunda, y afectaba a todos los aspectos
de la vida. En Ceará en 1724 y en Rio Grande do Norte en 1732 se proponía que, aunque
los mulatos y mamelucos hubieran ejercido cargos públicos cuando no había suficientes
blancos para ello, ahora deberían restringirse sus servicios, “puesto que la experiencia ha
demostrado que, son menos capaces a causa de su inferioridad, y porque la agitación y los
problemas son habituales en ellos”.49 Eran, como explicaba la cámara de Salvador, “gente
humilde que no rimen ninguna integridad ni razones para la conservación y el crecimiento
del reinado, y sólo buscan su propia conveniencia".50 El comentario definitivo sobre su
incapacidad era el hecho de que se podía revocar la libertad de un antiguo esclavo por su
falta de respeto hacia su antiguo amo.
Entre la población libre de color se desarrollaron instituciones paralelas a las de la
sociedad blanca, que proporcionaban un sentimiento de comunidad y de orgullo. Los
regimientos negros de ,milicia, denominados los Henriques después de Henrique Dias, líder
que luchó contra los holandeses, existieron en muchas partes de Brasil. Se mantenían
distinciones entre los regimientos negros y los de mulatos, y en algunas unidades negras
hasta se intentó limitar la categoría de oficial a los negros crioulos, brasileños de nacimiento.
Las unidades de milicia proporcionaron un punto de cohesión y, con el tiempo, una
plataforma desde donde poder expresar las quejas. Posiblemente de una importancia mayor
fueron las cofradías o hermandades laicas de negros y mulatos que habían por todas partes
de la colonia, que facilitaban servicios sociales, limosnas, dotes, entierros y prácticas
religiosas organizadas. Las hermandades llegaron a tener una posición permanente en la
vida urbana y, a veces también, en los ingenios. Aunque es posible que algunas ya
existieran en el siglo XVI, no fue hasta el siglo XVIII que éstas empezaron a proliferar. Por
ejemplo, Bahía tenía seis hermandades negras y cinco hermandades mulatas dedicadas a
la Virgen a principios de ese siglo. A pesar de que algunas hermandades estaban abiertas a
hombres y mujeres de todas las razas, otras tenían restricciones según el color o el país
africano de origen. Aunque tales instituciones ofrecían medios para participar en la cultura
dominante, la separación según el color o país de origen también reflejaba las realidades de
una sociedad, basada en la esclavitud, y las desventajas que sufría la población de color,
tanto la esclava como la libre. Los negros de la hermandad del Rosario, que habían sido
alojados en la sede de Salvador, abandonaron ésta para construir su propia iglesia, a causa
de los insultos y mal trato que recibían de las hermandades blancas “porque eran negros”. 51
Para la gente de color, ser elegido miembro para el consejo directivo de una hermandad, o
conseguir un grado de oficial en la milicia, era indudablemente un logro y éxito social
importantes, pero las oportunidades que la sociedad colonial les ofrecía siempre estuvieron
limitadas y restringidas.
Además de las diferencias fundamentales de posición civil y raza, existieron otras de
especial importancia para la población blanca. Los hombres casados, con residencia fija,
eran los colonizadores preferidos y favorecidos, en cuanto a cargos municipales y derechos.
Como índice social, también se usaban los orígenes religiosos o étnicos. A los que tenían
linaje o parentesco converso (es decir, judío) se los consideraba sospechosos respecto a su
religión y cultura, y eran discriminados legalmente y económicamente. Sin embargo, en
Brasil con frecuencia se superaban este tipo de desventajas mediante logros económicos.
Los cristianos nuevos jugaron un papel importante en la colonia durante todo el siglo
XVII. En Portugal, la conversión forzada de todos los judíos, en 1497, dio lugar a que un
grupo grande de la población se viera repentinamente inmersa en una nueva fe. En teoría,
se eliminaron las diferencias religiosas de una vez, pero lo que no se podía borrar tan
48
AHU, PA, Bahía, caja 16 (30 de enero de 1689). La corona ordenó que los jesuitas los admitieran.
49
lbid., Caerá, caja I; Rio Grande do Norte, caja 3.
50
Arquivo da Cámara Municipal do Salvador [ACMS], 12'. 7 Provisões, fojas, 171173 diciembre de
1711.
51
“Pellos desgostos que padecião com os Brancos... e por serem pretos os maltratavão”. AHU, PA,
Bahía, caja 48 (8 de julio de 1733).
las relaciones cosmopolitas de los cristianos nuevos con Italia, Francia y Holanda fueron
consideradas sospechosas. El episcopado realizó investigaciones al respecto en Bahía en
1635, 1640, 1641 y 1646, siendo la última particularmente amplia.
Desde 1660 hasta principios del siglo posterior, la preocupación en relación a los
cristianos nuevos parece haber disminuido. Durante toda la centuria, desde Maranhão a São
Paulo, se realizaron detenciones de judaizantes, aunque en número reducido. La tradicional
discriminación contra los cristianos nuevos continuó siendo una realidad respecto al ejercicio
de cargos públicos, pertenencia a las Misericórdias o en las hermandades laicas más
prestigiosas. Con el descubrimiento del oro se intensificaron las detenciones y
confiscaciones inquisitoriales. La mayoría de los detenidos eran de Río de Janeiro y de
Minas Gerais. El auto-da-fé de Lisboa, en 1711, incluía a 52 prisioneros de Brasil. En total,
la Inquisición juzgó aproximadamente a unos 400 cristianos nuevos brasileños. Hacia el
siglo XVIII, sometidos a la vigilancia de la Inquisición y de sus vecinos, las distinciones
culturales y religiosas, características de los cristianos nuevos, empezaron a desvanecerse,
aunque permanecieron como un sector perjudicado de la sociedad brasileña.
Por último, en la sociedad colonial brasileña existió, además de los prejuicios de
color, credo y origen, el del sexo. Los brasileños compartían la típica mentalidad europea
que predominaba en esa época hacia las mujeres, pero con tal intensidad, que hasta
provocaba comentarios entre sus vecinos españoles. En teoría, se suponía que las mujeres
debían estar protegidas y apartadas de los asuntos del mundo, y se esperaba que
estuvieran dedicadas a una vida de hijas obedientes, esposas sumisas y madres cariñosas.
La doble y rígida moralidad existente -castidad y fidelidad femenina y promiscuidad
masculina- se aceptaba hasta tal punto, que la ley permitía que un esposo matara a su
mujer si la descubría en situación de adulterio. En la sociedad colonial existieron varias
instituciones que apoyaban o aseguraban que las mujeres de “buena familia” cumplieran con
las normas establecidas. Los benefactores de las Misericórdias aportaban fondos para las
dotes de las niñas huérfanas. Se establecieron residencias destinadas a preservar a
aquellas mujeres jóvenes cuya castidad estaba en peligro por la pérdida de uno de sus
padres. Ya en 1602, los residentes de Salvador solicitaron que se estableciera un convento
en la ciudad. La demanda fue finalmente satisfecha en 1677, con la fundación del Convento
do Destêrro y hacia 1750, la mayoría de las ciudades importantes ya tenían sus propios
conventos.54 Al igual que en otros aspectos de la vida, la admisión en los conventos
dependía de la “pureza de sangre” y, puesto que la dote que se requería para ello era
grande, las hijas de los plantadores y comerciantes acaparaban la mayoría de los sitios
disponibles. Si podemos tener en cuenta las quejas habidas sobre la vida escandalosa que
se llevaba en los conventos, y las jactanciosas observaciones de los viajeros franceses,
como Foger y Dellon, en realidad muchas veces se debían saltar los ideales de castidad y
retiro.
En realidad, el papel de la mujer en la sociedad colonial era más complejo de lo que
normalmente se lo presenta. Si bien en un pleito legal, una de las partes podía argumentar
que su propiedad había estado en peligro por haberse hallado en manos de su mujer, y las
mujeres eran “por naturaleza ... tímidas e incapaces de cuidar de tales asuntos, rodeadas de
niños delicados y sin protección”, de hecho, muchas mujeres asumieron el papel de cabeza
de familia, en su viudez, o por causa de abandono.55 Había mujeres propietarias de
plantaciones, labradoras de caña y dueñas de bienes raíces urbanos. En cierta medida, esta
situación era producto de las leyes hereditarias portuguesas, las cuales aseguraban que
todos los herederos recibieran partes iguales, y preveían que el cónyuge sobreviviente
heredera la mayor parte del patrimonio. Además, si descendemos a los estratos de clase y
color, se notaba cada vez más que las mujeres desempeñaron papeles activos en la vida
económica. Por ejemplo, las mujeres de color, libres y esclavas, controlaban casi siempre el
comercio al por menor ambulante a pequeña escala en las ciudades coloniales.
54
ANTT, Mesa da Consciência, Libro de registro 17, fojas 158-159; Susan Soeiro, “A baroque
nunnery: the economic and social role of a colonial convent: Santa Clara do Desterro, Salvador,
Bahia, 1677-1800”, tesis doctoral, New York University, 1974.
55
APB, Ordens régias, 86, fojas 234-236.