Teorías Clásicas de La Antropología Del Siglo XX

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Teorías clásicas de la Antropología del siglo XX

Introducción

M. Mancusi

Por su trascendencia en el desarrollo de la


antropología del siglo XX, se expondrán a
continuación las corrientes teóricas principales:
el particularismo histórico, surgido en Estados
Unidos de Norteamérica a fines del siglo XIX, el
funcionalismo británico, iniciado a principios del
siglo XX, y el estructural-funcionalismo, para
pasar luego al estructuralismo de Claude Lévi-
Strauss. Las primeras nacieron como reacción al
evolucionismo, ya que impugnaron muchos de
sus supuestos; fundamentalmente manifestaron
la imposibilidad de efectuar grandes
reconstrucciones y generalizaciones en abstracto.
Las culturas específicas debían ser estudiadas
primero en sus contextos particulares y a través
de estos estudios sería posible llegar a descubrir
leyes generales. También desarrollaron trabajos
de campo intensivos y pusieron el acento en las
técnicas de recolección de datos culturales.

Bronislaw Malinowski fue el primero en


sistematizar la metodología por excelencia de la
Antropología: el trabajo de campo y la
observación participante en la introducción a su
libro Los Argonautas del Pacífico Occidental. Esta
metodología fue usada por los antropólogos
clásicos que estudiaban sociedades pequeñas,
aisladas, alejadas histórica y geográficamente de
Occidente. El investigador se instalaba en una
aldea, reserva o comunidad, analizaba todos los
aspectos de la cultura y a partir de ellos
organizaba una monografía importante en la que
creía reflejar la realidad de la cultura de toda la
sociedad estudiada.

Por otro lado el antropólogo había llegado a esas


sociedades cuando los pueblos ya habían sido
expuestos a las influencias del explorador, el
comerciante, el misionero y el administrador
extranjeros. Este proceso de cambio abrumador,
la colonización, que procedía de una sola realidad
cultural, la sociedad occidental industrializada,
hizo que casi ninguna cultura del mundo hubiera
podido ubicarse al margen de estos procesos. Sin
embargo el ritmo y el impacto de la situación
colonial fueron variables. Algunas culturas, como
la de los indios de las llanuras de Estados Unidos
de Norteamérica, que se interponían en la
expansión hacia el Oeste, fueron arrinconadas y
transformadas radicalmente. Otras, en cambio,
ubicadas en lugares más remotos, continuaron
manteniendo sus formas de vida tradicionales y
sus estructuras sociales durante un tiempo más,
a pesar de la influencia de la expansión
capitalista.

Durante las primeras décadas del siglo XX, los


antropólogos norteamericanos, en el marco del
particularismo histórico, llevaron a cabo sus
investigaciones entre aborígenes cuyas culturas
habían sido casi totalmente transformadas,
mientras que la antropología británica estudiaba
grupos de África y Oceanía, cuyas culturas,
aunque en proceso de cambio, no habían sido tan
alteradas. Esta diferencia se expresa en la forma
de abordaje por parte de las dos escuelas, los
funcionalistas suponían que “la-vida-como-se-
vivía-ahora” era muy parecida a la “vida-como-se-
vivió-entonces”, mientras que el antropólogo
norteamericano se sentía impulsado a recrear “la-
vida-como-se-vivía-entonces”, mediante la
recolección de narrativas orales que permitirían
reconstruir la historia particular del grupo
(Llobera 1957: 60).

El objetivo principal del trabajo de campo era


registrar esas formas de vida antes de que sus
rasgos se perdieran, de ahí la tendencia a tratar a
cada uno de los grupos sobre los que trabajaban
como un sistema social aislado, cerrado,
autosuficiente y homogéneo. Ese análisis
ahistórico y sincrónico ocultaba que esas
sociedades eran cada vez más dependientes y
subordinadas a un sistema económico, político y
social mucho mayor. Como señala Leclerc:

“tanto Boas como Malinowski habían


comenzado por ver en las sociedades
primitivas sociedades preservadas, no
tanto quizás de la historia como de la
industrialización “sin objeto” e
inauténticas, intactas y al margen de
una colonización uniformante,
permitiendo una tipología abierta,
fundada en muestreos de prácticas e
instituciones humanas en que lo diverso
sería recogido con comprensión” (Leclerc
1972: 88).
Es decir que los antropólogos clásicos estaban
dedicados a mostrar la gran diversidad de
culturas existentes con una mirada relativista.
Esta posición metodológica reforzaba la visión de
las “sociedades primitivas” como sistemas que
funcionaban en forma autónoma de la totalidad
histórica.
Particularismo histórico

M. Mancusi

La figura de Boas

Franz Boas (1858-1942) fue la figura principal del


llamado particularismo histórico, desarrollado en
EEUU. Su influencia y la de sus discípulos fué
indiscutible en la antropología norteamericana
del siglo XX. Boas nació en Alemania. Allí se
formó como geógrafo, matemático y físico. Al
establecerse en los Estados Unidos, orientó su
atención hacia la antropología, desarrollando una
intensa actividad como investigador, profesor,
editor, conferenciante, fundador y presidente de
importantes asociaciones y revistas
especializadas. Sus discípulos de la Universidad
de Columbia, donde enseñó hasta 1941,
desarrollaron sus investigaciones en las
principales universidades norteamericanas.

No podemos entender el proceso que hizo que


Boas pasara de la física a la etnología sin hacer
una breve referencia a la influencia que ejercieron
en él las ideas filosóficas del siglo XIX en
Alemania, principalmente en relación con el
desarrollo de las ciencias experimentales. La
vuelta a la filosofía kantiana fue la respuesta
alternativa a la teoría del conocimiento planteada
por el materialismo y el idealismo. Emmanuel
Kant había señalado que la esencia de las cosas
en sí no era ni el espíritu ni la materia; era
incognoscible. El conocimiento dependía de las
impresiones de los sentidos. Estas impresiones
estaban sometidas a categorías a priori del
espíritu como el espacio y el tiempo. Por eso el
conocimiento era producto de la interacción entre
el espíritu y la realidad.

Esta teoría del conocimiento llevó a justificar una


perspectiva empirista (conocemos a partir de los
datos de los sentidos) y a señalar la contribución
que el espíritu del observador hace a la
percepción de los datos (Harris l995:321). Uno de
los filósofos neokantianos que más influyó en el
pensamiento de Boas fue Wilhem Dilthey, quien
sostenía que las ciencias humanas, a diferencia
de las de la naturaleza, permitían conocer los
fenómenos “desde adentro”, ya que el sujeto que
conoce forma parte del mundo que estudia.

En 1883 Boas viajó al Ártico para realizar una


serie de mapas geográficos y estudiar los efectos
del clima en la vida de los esquimales. Había sido
discípulo de Friedrich Ratzel (1844-1904), quien
sostenía que el entorno era el factor determinante
de la cultura. Sin embargo Boas observó allí que
la cultura esquimal no estaba mecánicamente
determinada por su entorno:

“Si en mis posteriores escritos no insisto


en las condiciones geográficas, la razón
hay que buscarla en la exagerada fe en
la importancia de los determinantes
geográficos con que comencé mi
expedición de 1883-84 y en la
subsiguiente total desilusión en lo que se
refiere a su importancia como elementos
creadores de la vida cultural. Siempre
seguiré considerándolos importantes
como factores limitantes y modificadores
de las culturas existentes, pero lo que ha
ocurrido es que en mi trabajo de campo
posterior esta cuestión nunca se ha
planteado como particularmente
esclarecedora” (Boas: Raza, lengua y
cultura [1948], en Harris 1985: 232).

Para Boas, los objetivos de nuestra ciencia eran


de gran amplitud, nada menos que el estudio de
la historia de la sociedad humana en su
conjunto. Los dos problemas fundamentales que
debía resolver eran “el porqué de las diferencias
entre las distintas tribus y naciones del mundo y
cómo habían llegado a desarrollarse dichas
diferencias” (Boas 1964:269). Fue uno de los
principales críticos de la transferencia del modelo
biológico al mundo humano propia del
pensamiento evolucionista, para explicar el
funcionamiento de la sociedad. Así, la cultura
singular de los evolucionistas se convirtió en “las
culturas” en plural. Con esto se afianzó el
concepto antropológico de cultura y se sentaron
las bases del relativismo cultural.

Los evolucionistas daban por hecho que los


mismos fenómenos eran resultado siempre de
idénticas causas e intentaban, como vimos,
agrupar las diversas culturas en una serie de
estadios fijos y ordenados. Ya en 1910 Boas había
desechado la posibilidad de encontrar
uniformidades de desarrollo que afectaran a
conjuntos completos de instituciones, como
proponían los evolucionistas. Encontramos en
sus escritos la convicción creciente, a partir de la
prueba de los datos etnográficos recogidos por él
y otros antropólogos, que la búsqueda de
regularidades estaba condenada al fracaso. En
cambio subrayó la probabilidad de que la
presencia de instituciones similares por todo el
mundo reflejara, algo inherente a la mente
humana:

“No quiero implicar que no existan leyes


generales de desarrollo. Antes al
contrario, el que se presenten analogía
en regiones tan alejadas demuestra que
el espíritu humano tiende a alcanzar los
mismos resultados no solo cuando las
circunstancias son similares, sino
también cuando son diversas” (Boas
[1910], en Harris 1985: 242).

Las invenciones, el orden social, la vida


intelectual y social podían también, según Boas
desarrollarse en forma independiente: “Hay
pueblos, como los Australianos, cuya cultura
material es absolutamente pobre, pero que tienen
una organización social enormemente compleja”
(Harris 1985: 242). Y otra de las cuestiones que
abordó el particularismo histórico fue la relación
entre individuo y sociedad. Aquí el interés se
centró en la importancia del proceso de
socialización y el rol del lenguaje en la
incorporación de pautas y valores de cada
cultura, que se incorporan en forma inconciente y
tienen una fuerte carga emocional.
El concepto de cultura

Si bien Boas no formuló una teoría sistemática de


la cultura, sus presupuestos básicos fueron
expresados en toda su obra. Defendió una visión
histórica, según la cual todas las culturas
estaban constituidas por complejos de rasgos,
producto de condiciones ambientales, factores
psicológicos y relaciones históricas. Él y sus
discípulos realizaron estudios sobre la
distribución espacial de mitos, cuentos
populares, recopilaciones realizadas en sus
idiomas originales. Esta necesidad de
investigaciones históricas particulares se apoyaba
en la afirmación de que cada cultura tiene una
historia única. En una etapa más avanzada de
estas investigaciones podrían hacerse estudios
comparativos, que dieran cuenta de la diferencia
y semejanza de los sistemas socioculturales. No
existía pues un único sentido de la historia a
través de cuyas etapas debían transitar todas las
culturas como señalaban los evolucionistas. Cada
cultura tiene una historia particular, ya que aún
lo adquirido por difusión es adoptado y adquiere
una nueva significación.
Los elementos tomados en préstamo son
“remodelados de acuerdo con las pautas que
dominan en el nuevo entorno” (Boas 1964:285). Y
“constituyen un importante estímulo para nuevos
desarrollos” (ídem.:291). Es decir que cada
cultura es un conjunto coherente de rasgos
conductuales e ideacionales que se dieron tanto
por difusión como por creación independiente.
Cada cultura es cualitativamente diferente e
históricamente particular.

Proponemos la lectura directa de Boas para


ejemplificar estos conceptos:

“El arte de producir fuego por fricción,


de cocer los alimentos, el uso de
herramientas como el cuchillo, el
raspador o el taladro ilustran la
universalidad de ciertos inventos (...) Es
muy general la creencia en una
multiplicidad de mundos, uno o más de
uno que se extiende por sobre el nuestro,
otros por debajo del nuestro, y el central,
el mundo del hombre. La idea de un
alma humana bajo formas diversas es
muy universal, y un país de las almas
muertas al que se llega después de
arriesgado viaje está, por lo común,
situado hacia el oeste (...) Analogías
especialmente curiosas ocurren en
regiones muy apartadas... el desarrollo
de una elaborada astrología en el Viejo
Mundo y en el Nuevo; la utilización del
cero en Yucatán y en La India; la de la
cerbatana en América y en Malasia; las
semejanzas en la técnica y dibujo de la
fabricación de cestas en África y
América; la balanza en el Perú pre-
español y en el Viejo Mundo; el uso de
juguetes ruidosos para asustar y alejar a
los profanos de las ceremonias sagradas
en Australia y Sudamérica (...). La causa
común de estas semejanzas en la
conducta del hombre pueden explicarse
por dos teorías. Fenómenos similares
pueden ocurrir ya sea porque están
históricamente relacionados o surgir
independientemente a causa de la
identidad de la estructura mental del
hombre (...) Las relaciones históricas
pueden ser de dos clases. Pueden ser
invenciones o ideas más antiguas que
representan primitivas conquistas
culturales pertenecientes a un período
previo a la dispersión general de la
humanidad o puede ser debida a
acontecimientos posteriores. La
distribución universal de las
realizaciones culturales sugiere la
posibilidad de una gran antigüedad.
Esta teoría debería aplicarse sólo a
rasgos que aparecen en el mundo entero
y cuya gran antigüedad puede ser
demostrada por testimonios
arqueológicos (...). También poseemos
claros testimonios de la difusión de
elementos culturales de tribu en tribu de
pueblo en pueblo, de continente en
continente. Puede probarse que ella
existió siempre desde los primeros
tiempos (...) Quizá la mejor prueba de la
transmisión esté contenida en el folklore
de las tribus de todo el mundo. Nada
parece viajar tan rápido como los
cuentos imaginativos. Sabemos de
ciertos cuentos complejos que de ningún
modo pudieron inventarse dos veces, que
son relatados por los bereberes de
Marruecos, por italianos, rusos, en las
selvas de La India, en las alturas del
Tíbet, en las tundras siberianas (...). De
esta observación se sigue que la cultura
de cualquier tribu dada, por primitiva
que sea, sólo puede explicarse
cabalmente cuando tomamos en
consideración su crecimiento interior, así
como los efectos de sus relaciones con
las culturas de sus vecinos próximos y
distantes” (Boas 1964:172-176).

Las ciencias antropológicas

Para Boas la Antropología se convirtió en una


disciplina que englobaba cuatro campos:
arqueología, antropología física, lingüística
antropológica y antropología cultural. El objetivo
era, a través de estos cuatro campos, estudiar la
raza, el lenguaje, y la cultura para reconstruir la
historia primitiva de la humanidad y cuando
fuera posible expresar las regularidades en forma
de leyes del suceder histórico. El antropólogo
debía:

“investigar las tribus primitivas del


mundo que carecían de historia escrita,
descubrir los restos prehistóricos y
estudiar los tipos humanos que habitan
y habían habitado el mundo” (Boas
íd.:269).

La especificidad del objeto de estudio de las


ciencias humanas o del espíritu implicaba un
método comprensivo diferente del de los
científicos naturales. Boas insistió en la
necesidad de un cuidadoso e intensivo estudio de
primera mano, libre de todo prejuicio, de cada
cultura en particular. Cuando anteriormente
mencionamos ese imperativo metodológico de
entender las culturas “desde adentro” siguiendo
el pensamiento neokantiano, nos referíamos al
principio de interpretación subjetiva, perspectiva
llamada “emic”, es decir tal como se presenta
para el grupo. El siguiente comentario de
Margaret Mead, una de las principales discípulas
de Boas, ilustra sobre la perspectiva emic:

“Para alcanzar la profundidad de


comprensión que él exigía (Boas) era
preciso sumergir el pensamiento propio
en el del otro. Era preciso aprender a
pensar en los términos del otro, a ver el
mundo a través de los ojos del otro. Era
indispensable alcanzar el más íntimo
conocimiento de los procesos de
pensamiento de nuestros informantes, lo
que sólo se podía lograr a través del
trabajo intensivo durante un largo
período de tiempo” (Mead [1959], en
Harris l985:274).
Había una justificación teórica para hacerlo, pero
también una urgencia práctica: las culturas
indias de EE.UU. se estaban extinguiendo y era
necesario redoblar esfuerzos para recoger el
máximo de datos que esas culturas pudieran
proporcionar. No olvidemos el avance, durante
todo el siglo XIX, del Estado norteamericano
hacia el Pacífico en pos de su “destino
manifiesto”, con el consiguiente desplazamiento,
arrinconamientos y exterminio de las culturas
que encontraba a su paso.

Boas dió también gran impulso a la lingüística


antropológica. Él y sus discípulos dominaban las
lenguas de las culturas que estudiaron,
transcribían fonéticamente cuentos, poemas,
discursos, historias, que posteriormente eran
releídos a sus informantes y luego traducidos con
ayuda de sus intérpretes. El esquema de
descripción lingüístico incluía tres niveles: el
fonético1, el de las categorías gramaticales y el
semántico2.

Antes de Boas la tendencia general de la


Lingüística era rastrear los rasgos de la gramática

1
Fonética: estudio acerca de los sonidos de un idioma.
2
Semántica: estudio acerca de la significación de las palabras.
latina en todas las lenguas del mundo. Los
estudios pusieron de manifiesto que no había
ningún criterio universalmente aplicable para
establecer una jerarquía en las lenguas. Era
necesario estudiar cada lengua en sus propios
términos. Por otro lado las lenguas no escritas
eran tan complejas, tan sofisticadas en sus
formas de expresión y tan sistemáticas en su
organización como las llamadas lenguas
“civilizadas” (sánscrito, latín, griego). Demostró
también que no existían diferencias entre las
lenguas escritas y las no escritas. Su teoría del
lenguaje anticipó la noción contemporánea de
universales lingüísticos; es decir que los rasgos
elementales de la estructura gramatical son
comunes a todos los idiomas: las distinciones
entre el que habla (yo), la persona a quien uno se
dirige (tú), la persona de la que se habla (él) y los
conceptos de espacio (arriba, abajo, etc.), tiempo
(hoy, mañana, ayer) son universales.

Como el interés de Boas se dio en todos los


campos de la Antropología, de hecho también
fueron muy importantes sus contribuciones a la
antropología física. A partir de sus estudios sobre
los cambios en el tipo físico de los hijos de
inmigrantes nacidos en EEUU con relación a sus
padres nacidos en Europa, cuestionó la opinión
de quienes relacionaban capacidades mentales
con determinados tipos físicos:

“la vieja idea de la absoluta estabilidad


de los tipos humanos debe ser, sin
embargo abandonada y con ella toda
creencia en la superioridad de
determinados tipos sobre otros” (Rossi
l98l: 94).

Además, sus estudios comprobaron la


imposibilidad de establecer cualquier correlación
entre raza, lengua y cultura, lo que significó un
avance en la refutación científica de las ideologías
racistas. Su postura anti-racista fue siempre
clara. En 1931, en pleno auge del nazismo en
Alemania, al recibir su doctorado honorario,
escogió para su conferencia el tema de raza y
cultura. Su posición trascendió los ámbitos
académicos y fueron muchas sus declaraciones
públicas a favor del respeto por las diferencias.

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