Una Nueva Realidad

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Una nueva realidad

Lectura
10
Mi hermana y yo teníamos una cocina de juguete
bastante grande, uno de los últimos regalos de antes
de la guerra. Se enchufaba y se hacían comidas en
un hornillo de verdad. Nos la envidiaban todas las
niñas. Aunque a las casitas como se jugaba mejor
era en verano, al aire libre, con niños del campo que
no tenían juguetes y se las tenían que ingeniar para
construírselos con frutos, piedras y palitos, y que,
precisamente por eso, nunca se aburrían. Yo lo sentía
así; pero, cuando llegaba el invierno, me olvidaba
y sucumbía a las exigencias de una industria que fomentaba
el descontento y el afán de consumo. Total,
que se nos fueron rompiendo los cacharros de la
cocinita eléctrica y estábamos tristes porque nadie
nos los reponía.
Una tarde, al volver del Instituto, vi en el escaparate
de una cacharrería una vajilla de porcelana que me
pareció maravillosa, de juguete, claro, pero igual
que las de verdad, con salsera, platos de postre y
sopera panzuda. Todas las piezas tenían un dibujo
de niños montando en bicicleta. Me entró un capricho
horrible. Mi padre dijo que era muy cara, que ya
veríamos en Reyes; pero estábamos en marzo y tenía
miedo de que se la vendieran a otro niño. Me daba
mucho consuelo cada vez que volvía a pasar por
el escaparate y seguía allí con el precio encima; costaba
siete cincuenta…
Una tarde, al salir de clase, le hablé de la vajilla a
una amiga y le pedí que viniera conmigo a verla. Ella
iba callada, mirando de frente, con las manos en los
bolsillos y yo me sentía un poco a disgusto porque
no hallaba eco ninguno al entusiasmo con que se la
describía. «Estará esperando a verla», pensé. Pero
cuando llegamos delante del escaparate y se la señalé
con el dedo, siguió igual: ni decía nada ni yo
me atrevía a preguntarle; me había entrado vergüenza.
Tras un rato de estar allí parada, dijo:
–Bueno, vamos, ¿no?, que hace mucho frío. –Y echamos
a andar hacia la Plaza Mayor.
Fue cuando me empezó a hablar de Robinson Crusoe.
Me dijo que a ella los juguetes comprados la
aburrían, que prefería jugar de otra manera.
–¿De qué manera?
–Inventando. Cuando todo se pone en contra de
uno, lo mejor es inventar, como hizo Robinson.
Yo no había leído todavía el libro. Me había parecido
un poco aburrido las veces que lo empecé; a lo de la
isla no había llegado. Ella, en cambio, se lo sabía de
memoria.
Nos pusimos a dar vueltas a la Plaza Mayor. Me
contó con muchos detalles cómo se las había arreglado
Robinson para sacar partido de su mala suerte,
todo lo que había inventado para resistir.
–Sí, es muy bonito –dije yo–, pero nosotras no tenemos
una isla donde inventar cosas.
–Pero podemos inventar la isla entre las dos.
Me pareció una idea luminosa, y así fundamos Bergai.
Esa misma noche, cuando nos separamos, ya le
habíamos puesto el nombre, aunque quedaban muchos
detalles. Pero se había hecho tardísimo. Ella
nunca tenía prisa porque no la podía reñir nadie; yo,
en cambio, tenía miedo de que me riñeran.
–Si te riñen, te vas a Bergai –dijo ella–; ya existe. Es
para eso, para refugiarse. –Y luego dijo también que
existiría siempre, hasta después de que nos muriéramos,
y que nadie nos podría quitar nunca aquel
refugio porque era secreto.
Fue la primera vez en mi vida que una riña de mis
padres no me afectó. Estábamos cenando y yo
seguía imperturbable, los miraba como desde otro
sitio…
Al día siguiente, inauguramos las anotaciones de
Bergai en nuestros diarios, con dibujos y planos;
esos cuadernos los teníamos muy escondidos, solo
nos los enseñábamos una a otra. Y la isla de Bergai
se fue perfilando como una tierra marginal: existía
mucho más que las cosas que veíamos de verdad,
tenía la fuerza y la consistencia de los sueños.
Ya no volví a disgustarme por los juguetes que se
me rompían, y siempre que me negaban algún permiso
o me reprendían por algo, me iba a Bergai. Todo
podía convertirse en otra cosa; dependía de la
imaginación. Mi amiga me lo había enseñado, me
había descubierto el placer de la evasión solitaria,
esa capacidad de invención que nos hace sentirnos
a salvo de la muerte.
CARMEN MARTÍN GAITE
El cuarto de atrás (Adaptación)
_ LENGUA Y LITERATURA 2.° ESO _ MATERIAL FOTOCOPIABLE © SANTILLANA EDUCACIÓN, S. L. _ 409
COMPRENSIÓN LECTORA
1. Contesta.
• ¿Con qué juguetes jugaban los niños del campo?
• ¿Qué juguete deseaba la narradora? ¿Por qué no podía tenerlo?
• ¿Qué le propuso a la narradora su amiga?
2. ¿Por qué la amiga de la narradora no dijo nada al ver la vajilla en el escaparate?
Marca la respuesta correcta.
Porque no le parecía muy bonita.
Porque a ella los juguetes comprados no le gustaban.
Porque ella tenía otra igual en su casa.
3. ¿Crees que son mejores los juguetes comprados o los juguetes inventados? Razona tu respuesta.
4. Robinson Crusoe fue arrojado por el mar a una isla desierta y tuvo que organizar su vida
para sobrevivir. Una de sus primeras preocupaciones fue medir el paso del tiempo, para lo cual
improvisó un calendario a base de marcas sobre un poste e inició un diario.
Escribe un diario de tus primeros días de estancia en una isla desierta.
Describe la isla, explica dónde duermes, cómo consigues alimento, cómo piensas defenderte
de los animales, cuáles son tus principales preocupaciones…
SINONIMIA
5. Subraya la palabra que significa lo mismo que la primera de cada línea.
_ Escribe una oración con cada una de las palabras que has subrayado.
EXPRESIONES
6. ¿Qué significa la expresión sacar partido de algo?
Obtener un provecho de algo.
Ganar algo en un partido.
Desaprovechar algo.
_ Inventa una situación en la que puedas utilizar la expresión sacar partido.

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