Un hombre de 35 años que estaba en prisión le cuenta al autor que fue encarcelado por robar dos libros suyos de un supermercado. El hombre tenía un doctorado en literatura inglesa pero no tenía dinero para comer o pagar el arriendo cuando llegó al país. Robó los libros porque quería leerlos pero no podía comprarlos. Fue arrestado y enviado a prisión a pesar de que solo robó los libros.
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
325 vistas2 páginas
Un hombre de 35 años que estaba en prisión le cuenta al autor que fue encarcelado por robar dos libros suyos de un supermercado. El hombre tenía un doctorado en literatura inglesa pero no tenía dinero para comer o pagar el arriendo cuando llegó al país. Robó los libros porque quería leerlos pero no podía comprarlos. Fue arrestado y enviado a prisión a pesar de que solo robó los libros.
Un hombre de 35 años que estaba en prisión le cuenta al autor que fue encarcelado por robar dos libros suyos de un supermercado. El hombre tenía un doctorado en literatura inglesa pero no tenía dinero para comer o pagar el arriendo cuando llegó al país. Robó los libros porque quería leerlos pero no podía comprarlos. Fue arrestado y enviado a prisión a pesar de que solo robó los libros.
Un hombre de 35 años que estaba en prisión le cuenta al autor que fue encarcelado por robar dos libros suyos de un supermercado. El hombre tenía un doctorado en literatura inglesa pero no tenía dinero para comer o pagar el arriendo cuando llegó al país. Robó los libros porque quería leerlos pero no podía comprarlos. Fue arrestado y enviado a prisión a pesar de que solo robó los libros.
Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 2
El ladrón de libros
En el año 2007 trabaje en la Penitenciaría La Picota de Bogotá con un preso que
estaba escribiendo una especia de crónica de su vida: Klauss Salcedo. Él era el único gay declarado en prisión, era el jardinero y cuidaba sus flores con esmero, era un escritor de ciencia ficción, lector del tarot y astrólogo, y, lo más impactante: había sido abducido por uno seres de otro planeta y desde entonces mantenía un contacto telepático con ellos. A mí encantó desde el principio trabajar con Klauss. Tenía un talento para subvertir la realidad que nunca dejó de sorprenderme. Una tarde, pasándonos los controles de la guardia, caminamos por uno de los corredores principales en busca de la biblioteca de la cárcel. Klauss quería presentarme a un amigo suyo. En efecto, logramos camuflarnos entre otros presos y pasar inadvertidos mientras llegábamos al salón donde teníamos la cita con el hombre. Era un individuo de unos treinta y cinco años, vestido con un saco grande y unos jeans, alto, flaco y con un rostro bondadoso que le indicaba a uno enseguida que estaba frente a una buena persona. Nos estrechamos la mano y nos sentamos en uno pupitres a conversar un rato. Él entró en materia sin perder el tiempo, pues seguramente sabía que tenía los minutos contados y que en cualquier momento nos descubrirían y nos echarían de allí a nosotros, a él o a todos de una buena vez. Me dijo en voz baja y con una sonrisa bonachona: -Cuando me dijeron que usted estaba viniendo aquí, a la cárcel, no me lo creí. Me parecía una coincidencia imposible. Imagínese que yo soy doctorado en Literatura Inglesa, pero después de la beca que me cubría los gastos en Inglaterra, llegue al país y conseguí un puesto como profesor en una universidad pública. El problema es que, mientras me llegaba el primer sueldo, yo no tenía donde caerme muerto. No tenía ni para el arriendo, ni para comprar mis útiles de aseo, ni siquiera para comer. Un par de amigos me echaron una mano, pero a mí me daba pena andar mendigando para todo… Para resumirle la vaina, una tarde me fui para un supermercado y vi que en una estantería estaban exhibidos algunos libros, entre ellos dos suyo, satanás y cobro de sangre. Como se podrá imaginar, si no tenía plata para comer, mucho menos para comprar libros. Hacia ratos que yo quería leerlo a usted a ver si era un buen narrador o no… los agarré de una y me los metí en un abrigo que llevaba… Y me agarraron, hermanito… Resulta que los almacenes de cadena no hacen la distinción entre robarse una cámara fotográfica o un computador, y robar libros. Para ellos es la misma vaina. Y ahora está penalizado y tiene cárcel… Y aquí estoy viejito, chupando cana por robarme dos libros suyos… Yo no sabía qué decir. Estaba profundamente conmovido con la historia. A los pocos segundos entró uno de los guardias y nos sacó de allí. Solo alcance a darle un abrazo al ladrón de libros y decirle adiós. Cuando salí, la indignación no me dejaba ni respirar en paz. En un país con una tasa de lectura como la nuestra, que bordea lo que algunos sociólogos llaman <<analfabetismo funcional>>, es decir, gente que sabe leer y escribir en teoría, pero que nunca pasa por una librería y compra un libro, un ladrón como este debería ser declarado un héroe nacional, y debería tener una estatua en un parque o en una plaza pública. Mario Mendoza. 2019. La Locura de Nuestro Tiempo 5a Edición. p (56 – 58).