El Ladron de Libros Mario Mendoza

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El ladrón de libros

En el año 2007 trabaje en la Penitenciaría La Picota de Bogotá con un preso que


estaba escribiendo una especia de crónica de su vida: Klauss Salcedo. Él era el
único gay declarado en prisión, era el jardinero y cuidaba sus flores con esmero, era
un escritor de ciencia ficción, lector del tarot y astrólogo, y, lo más impactante: había
sido abducido por uno seres de otro planeta y desde entonces mantenía un contacto
telepático con ellos. A mí encantó desde el principio trabajar con Klauss. Tenía un
talento para subvertir la realidad que nunca dejó de sorprenderme.
Una tarde, pasándonos los controles de la guardia, caminamos por uno de los
corredores principales en busca de la biblioteca de la cárcel. Klauss quería
presentarme a un amigo suyo. En efecto, logramos camuflarnos entre otros presos
y pasar inadvertidos mientras llegábamos al salón donde teníamos la cita con el
hombre.
Era un individuo de unos treinta y cinco años, vestido con un saco grande y unos
jeans, alto, flaco y con un rostro bondadoso que le indicaba a uno enseguida que
estaba frente a una buena persona. Nos estrechamos la mano y nos sentamos en
uno pupitres a conversar un rato. Él entró en materia sin perder el tiempo, pues
seguramente sabía que tenía los minutos contados y que en cualquier momento nos
descubrirían y nos echarían de allí a nosotros, a él o a todos de una buena vez. Me
dijo en voz baja y con una sonrisa bonachona:
-Cuando me dijeron que usted estaba viniendo aquí, a la cárcel, no me lo creí. Me
parecía una coincidencia imposible. Imagínese que yo soy doctorado en Literatura
Inglesa, pero después de la beca que me cubría los gastos en Inglaterra, llegue al
país y conseguí un puesto como profesor en una universidad pública. El problema
es que, mientras me llegaba el primer sueldo, yo no tenía donde caerme muerto. No
tenía ni para el arriendo, ni para comprar mis útiles de aseo, ni siquiera para comer.
Un par de amigos me echaron una mano, pero a mí me daba pena andar
mendigando para todo… Para resumirle la vaina, una tarde me fui para un
supermercado y vi que en una estantería estaban exhibidos algunos libros, entre
ellos dos suyo, satanás y cobro de sangre. Como se podrá imaginar, si no tenía
plata para comer, mucho menos para comprar libros. Hacia ratos que yo quería
leerlo a usted a ver si era un buen narrador o no… los agarré de una y me los metí
en un abrigo que llevaba… Y me agarraron, hermanito… Resulta que los almacenes
de cadena no hacen la distinción entre robarse una cámara fotográfica o un
computador, y robar libros. Para ellos es la misma vaina. Y ahora está penalizado y
tiene cárcel… Y aquí estoy viejito, chupando cana por robarme dos libros suyos…
Yo no sabía qué decir. Estaba profundamente conmovido con la historia. A los pocos
segundos entró uno de los guardias y nos sacó de allí. Solo alcance a darle un
abrazo al ladrón de libros y decirle adiós.
Cuando salí, la indignación no me dejaba ni respirar en paz. En un país con una
tasa de lectura como la nuestra, que bordea lo que algunos sociólogos llaman
<<analfabetismo funcional>>, es decir, gente que sabe leer y escribir en teoría, pero
que nunca pasa por una librería y compra un libro, un ladrón como este debería ser
declarado un héroe nacional, y debería tener una estatua en un parque o en una
plaza pública.
Mario Mendoza. 2019. La Locura de Nuestro Tiempo 5a Edición. p (56 – 58).

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