Preciosa Vagabunda - Ariadna Baker PDF
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Preciosa Vagabunda
Ariadna Baker.
©Mayo, 2020
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mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso
previo por escrito del autor.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Capítulo 1
Llorar, solo quería llorar esa fría mañana de febrero, pero ya no me quedaban lágrimas, ni
apenas cinco dólares para subsistir.
Dos semanas habían pasado desde que tuve que dejar el apartamento en el que tenía arrendada
una habitación, me había quedado sin trabajo, estaba sola en la vida y llevaba catorce noches
improvisando donde dormir, donde ducharme y que poder comer. Iba a cuesta con una gran maleta
con mi ropa y los pocos objetos de valor que tenía. Así me encontraba con apenas veintiséis
años…
Pasé por delante de una panadería y compré un bollo de pan, además de un café, no podía
permitirme el lujo ni de pagar una simple ración de mantequilla para untarla, no podía…
Fui a unos lavabos públicos a asearme un poco y cambiarme de ropa, luego dejé la maleta en
un sitio donde pagaba un dólar y me la aguardaban todo el día. No dejaba de entregar currículums
y mi tiempo se agotaba, ya no me quedaba ni para pagar la factura del móvil, que en breve me
cortarían la línea. Lo necesitaba por si alguna empresa se ponía en contacto conmigo.
La tristeza ese día me embargaba, iba andando cuando un chico, conserje de un edificio me
llamó con un siseo, lo conocía de saludarlo cada día, pero jamás había hablado con él.
––Más que mal –– aguanté por no echarme a llorar ––, pero confío en que la suerte me
sorprenda cualquier día.
––¿Estás en la calle?
––Sí, aunque espero que sea por poco tiempo –– sonreí escondiendo mi gran tristeza.
––Aquí están buscando a una chica a jornada completa para el mantenimiento del edificio y he
pensado que…— no le dejé acabar.
––¡Sí! ¿A quién tengo que convencer? –– reí emocionada pues si había una sola posibilidad,
para mí ya era mucho. A John se le dibujó una sonrisa.
––Si esperas un momento, hablo con el de administración por si te quiere recibir ahora, él me
pidió que buscara a alguien.
––Pues siéntate allí –– señaló unos sillones ––. Ahora mismo vuelvo –– me hizo un guiño.
Suspiré emocionada al sentarme porque si tenía suerte y me contrataban sería un milagro para
mí, al menos tendría para comer y para encontrar algún lugar donde dormir segura, aunque fuese
en un minúsculo apartamento compartido, pero al menos poder dormir sola en una habitación con
pestillo y no tener miedo…
John no tardó en regresar sonriente y me pidió acompañarlo a un despacho que había en la
planta baja. Un señor de unos sesenta años me saludó con una sonrisa y dándome un apretón de
manos que transmitía mucha empatía y tranquilidad.
Terminé contándole toda la verdad. Poco a poco, fui sincerándome y rompí a llorar en varias
ocasiones logrando desahogarme. Brian, que así se llamaba aquel hombre, empatizó mucho
conmigo. Me dijo que podía utilizar el cuarto de limpieza para asearme e incluso descansar
mientras no encontraba algo, que estuviese tranquila, ya que no se lo diría a nadie, además, en el
edificio, que era todo de oficinas con lofs a modo de apartamentos donde solo unos cuantos
vivían, cada uno iba a lo suyo en el trabajo y nada más.
Se lo agradecí en el alma, al igual que a John. En ese mismo momento, me preparó el contrato
para comenzar al día siguiente y me dio la llave del cuarto después de explicarme todo.
En un mes cobraría y con un poco de suerte, podría alquilarme algo. Me sentía feliz. Fui por
mi maleta y la metí en el cuarto, John estaba contento de haberme ayudado y yo de lo más
agradecida.
Puse mis cosas en el cuarto y me marché a hacer lo último que tenía pensado hacer cuando ya
no me quedase ni aire para respirar y era, ir a una casa de empeños para vender una cadena de oro
con una cruz que me regaló una monja que me adoraba antes de morir.
Me dieron cuatrocientos dólares, así que fui a un gran almacén y compré una colchoneta de
playa por veinte euros, al menos ahí dormiría algo mejor.
John me ayudó a llenarla, además me trajo un tupper de croquetas que había echo él, me
emocioné mucho y casi me echo a llorar.
Esa tarde también compraría los productos de limpieza que me iban a hacer falta, así que miré
todo lo que había y salí a comprar con una tarjeta destinada a ello, que me dio el administrador.
¿Habéis notado alguna vez la sensación de que te salvan la vida en el último momento? Pues
así me sentí, como si me hubieran sacado de un pozo profundo, ahora tenía techo, trabajo y ganas
de comenzar una nueva vida.
Ese día me compré unas galletas, cereales, leche y alguna cosita más para tener allí para
comer.
Mi vida había sido de lo más triste, aunque recuerdo algunos momentos felices, lo que pasa
que me vi abocada a vivir una vida que no correspondía con la edad que tenía.
Mi madre era una mujer alocada que andaba de hombre en hombre, cuando encontró uno que
de verdad merecía la pena, se quedó embarazada de mí, pero antes de tenerme le dio dos patadas
y desapareció, cuando nací me entregó en una casa de acogida regentada por unas monjas.
Mi historia me la contó una de ellas, solo sabía eso. La identidad de mi madre, sí, eso nunca
me lo ocultaron pues ella lo dejó dicho, pero vamos, la que vino con ella le contó la realidad de
que era una mujer que quería vivir su vida y no quería responsabilidades, no sé de quién se
trataba, tampoco pudo decir quién era mi padre, por lo que me vi así, siendo una niña y creciendo
donde no me pertenecía.
Me aseé tras tomar un vaso de leche, me puse la bata que me habían dado como uniforme,
encima de unas mayas negras y un jersey del mismo color con unas deportivas blancas, así
comencé mi primer día de trabajo en ese edificio de la Gran Manzana.
John me invitó a un café que sacó de su apartamento, se lo agradecí en el alma yo solo tenía
leche y adoraba esas inyecciones de cafeína. La verdad es que iba a estar agradecida a ese
hombre toda mi vida.
A John lo dejó su mujer y tuvo que rehacer su vida, gracias a este trabajo había salido hacia
adelante, cosa que se merecía y me hacía feliz saberlo por la maravillosa persona que era.
La primera semana me fui adaptando a todo, llevaba el edificio por franjas horarias y la
verdad es que lo hacía con calma, escuchando los cascos y feliz por no sentirme desprotegida. A
las cinco cada día tenía todo listo.
Cada mañana salía del edificio para desayunar un joven muy simpático, se llamaba Alexander.
John, me había puesto al día de todo.
Alexander era inversor, tenía cuarenta años y poseía una oficina además de un apartamento
independiente en la planta número veinte, llevaba ahí diez años, estaba soltero y era un hombre
muy enigmático, pero simpático, cada mañana me daba los buenos días e incluso me saludaba por
mi nombre, que llevaba en la plaquita a un lado de mi pecho.
Ese hombre era de lo más elegante y sexy, una monería que cualquier niña de papá, se llevaría
con los ojos cerrados, pero inaccesible para otro tipo de fémina. Era un hombre especial, con una
mirada impresionante tras esos ojos color miel que iban perfectamente a juego con su pelo rubio y
su tez dorada, pues eso, que era para fantasear.
Una mañana volvió con un café y me lo dio, me hizo un guiño y no dijo más nada, por poco se
me cae la mopa al suelo y voy yo detrás.
Otro día limpiando su planta, él volvía de desayunar y me trajo un croissant y un vaso con
chocolate, le dije que no era necesario, pero él, bueno, él lo solucionaba todo con un guiño de ojo.
Alexander no sabía que yo estaba de ocupa en el edificio, solo John y Brian, mis dos ángeles
de la guarda.
Solo llevaba una semana, pero cada vez veía más cerca el día de cobrar y poder arrendar una
habitación donde yo pudiera estar más cómoda, no pedía mucho, una camita, un armario y un baño,
así como una cocina compartida, eso era para mí, ya era vivir en el paraíso, aunque mientras
agradecía no estar a la intemperie.
Capítulo 2
Un nuevo día y el comienzo de mi segunda semana laboral, cada vez más contenta pues con
John me sentía respaldada, siempre tenía a lo largo del día un detalle conmigo, me traía sopas,
algunas croquetas, tortilla de patatas, yo no sabía cómo se lo iba a agradecer.
Ese día me dije de darme un capricho e ir a un restaurante de comida rápida para comerme una
hamburguesa completa, la echaba de menos así que ese día, ya entrada la tarde salí a comerla
cerca del edificio.
––Me pareció ver que eras tú y he querido saludarte ¿Una hamburguesa? –– sonrió.
Nos sentamos en una mesa del fondo, pues en la entrada hacía frío. Yo no sabía de qué hablar,
estaba algo intimidada, ese hombre me imponía mucho, aunque se veía de lo más simpático.
––No tienes por qué darlas. Hay algo en ti que me dice que no estás bien –– me recordó a
John, pero lo que más me asombraba es que pese a mi dolor, siempre llevaba una sonrisa por
bandera ¿Cómo se habían dado cuenta?
––Eso de que todo está en su sitio… –– Levantó la ceja esperando otra respuesta.
––Claro, todo está en su sitio, no puedo quejarme, tengo trabajo, eso ya es suficiente para estar
agradecida.
––¡Claro!, el problema es que trabajo de lunes a sábado de ocho de la mañana a cinco, así
que, tendría que ser a partir de esa hora o los domingos el día entero ¿Quién me va a contratar así?
–– sonreí— Ya quisiera poder tener otro trabajo, entonces sí podría vivir más desahogada.
––Bueno –– sonrió ––. La señora que se encargaba de mi casa se fue hace dos meses, volvía a
México, su país y no tenía ganas de buscar a nadie, pero tú me das confianza, vengo observándote
y tengo buena vista.
––Pues mantener el apartamento, me gusta el orden y la limpieza, pero tengo poco tiempo. ––
sonrió mostrando interés, pero a modo de broma ––. Con que estés tres horas al día, de seis a
nueve, para preparar la cena, que, por supuesto incluiría la tuya y mantener todo limpio, sería
perfecto. Podría ser de lunes a sábado y así seguirías teniendo el domingo libre –– me hizo un
guiño de esos que tantas veces me había regalado la semana anterior.
––¿Dónde hay que firmar? –– Joder, otro trabajo y encima saldría cenada, para mí aquello era
como si te tocara la lotería, me sentía la mujer más feliz del mundo.
––Con un sí, me es suficiente. Eso sí, te pagaré cada día –– Dios, eso es mejor aún, así ya
empezaba a guardar algo y tenía para acabar el mes. Con sacarme veinte euros al día, ya era feliz.
––Por supuesto….
––Es mucho… –– dije con voz temblorosa, me iba a dar algo ¿Era una broma?
––No, si lo divides entre tres horas, creo que es más que justo.
––¿Cuándo empiezo? –– pregunté apretando los dientes, sonriente.
––Por supuesto –– dije con tal felicidad, que solo me faltó llorar.
Luego vino la mejor parte, me preguntó por mi vida, le conté que no tenía familia y me
preguntó con quién vivía y claro, me inventé que en un apartamento a las afueras que compartía
con una amiga (imaginaria claro). La única amiga que tuve se casó, se fue a vivir a Los Ángeles y
se olvidó de mí, por cierto.
La gracia fue que se ofreció a llevarme en coche, pero me inventé una serie de excusas que
creo que sonaron a todo, menos a convincente. Al final nos despedimos hasta el día siguiente, me
di una vuelta para asegurarme que entraba al edificio y luego entré yo corriendo, hacia mi
escondite secreto.
Imaginaros como dormí esa noche, un flan era poco, estaba que me subía por las paredes, veía
números por todas partes. En las tres siguientes semanas con lo que ganara limpiando su piso, más
mi sueldo en la empresa, ya podría irme a vivir a algún lugar.
Me imaginé alquilando un estudio para compartir con otra chica, podría pagarlo solo de lo que
cobraría estando con él, un piso compartido entre dos, estaría mucho mejor que una habitación.
Me lo empecé a plantear seriamente, aunque a veces me decía que aquello era un sueño y que
cuando despertara, estaría de nuevo en las calles vagabundeando.
A la mañana siguiente John me dio un café y le conté lo sucedido, se puso de lo más contento,
casi saltó mientras aplaudía, yo lo abracé agradeciendo todo el esfuerzo que hacía por mí.
Más tarde apareció Alexander con un croissant, me sacó otra sonrisa llena de rubor, la verdad
es que me sentía de lo más emocionada con las personas tan magníficas que la vida había puesto
en mi camino.
Ese día trabajé ilusionada, luego cuando terminé el bloque fui a cambiarme, subí a su casa un
rato después, con unos leggins deportivos y un jersey, allí imaginaba que no me haría usar nada de
uniforme.
Me abrió la puerta en ropa deportiva. ¡Madre mía!, que guapo estaba, vaya jefazo me había
tocado, allí sí que trabajaba una contenta.
Me enseñó el apartamento, no me eché a llorar de milagro, aquello era enorme. Tenía un salón
donde podrían dormir treinta personas, un dormitorio impresionante, una cocina que era una
monería con una isla y toda cerrada el alrededor en una encimera donde debajo estaban los
muebles y huecos para sentarse en banquetas y el baño… Eso no era una bañera, eso para mí era
una piscina olímpica.
Lo del salón era para recrearse con las vistas, era una preciosa, además allí había una especie
de despacho, aunque él tenía el suyo en la puerta contigua a su apartamento, pero vamos, ahí se
puso otro porque seguro que era de los que estaban todo el día trabajando.
La vivienda tenía mucha luz, era impresionante la cristalera que dejaba ver parte de la ciudad.
Los muebles eran todos en blanco, minimalistas, nada recargados, daba la sensación de limpieza y
orden.
Un mueble a un lado de la cocina con todos los productos de limpieza, además, me elaboró un
menú con los platos que podíamos cenar para darme ideas para prepararlos.
Esa noche iba a hacer una ensalada de las mías para que la probara, ya que tenía de todos los
ingredientes y una sopa de pollo, le propuse que la probara y aceptó que la hiciera.
Mientras yo limpiaba con los auriculares puestos, él se fue un rato al gimnasio del edificio,
luego volvió para ducharse y mientras yo terminaba la cena, se puso a ver las noticias.
Cenamos juntos, me contó sobre su vida, tenía dos hermanos viviendo en Alemania, trabajaban
allí en una multinacional y estaban casados, tenía un sobrino por parte de uno y una sobrina por
parte del otro, sus padres vivían en Georgia.
Cuando terminamos y recogí todo, me despedí hasta el día siguiente, sobre la mesa me había
puesto los cincuentas dólares. Para mí ese dinero ahora mismo, era como una gran fortuna, iba
loca de contenta con mi sueldo. Se ofreció a llevarme en coche, le puse una excusa que ya tenía
preparada, parecía que me lo veía venir. Si el pobre supiera que era una ocupa en ese edificio…
Capítulo 3
No podía ser más feliz en esos momentos, me levanté hasta rezando en agradecimiento porque
se habían oído mis plegarias de no estar sola en la calle mucho tiempo y que encontrara un
trabajo, pero joder, se había lucido el firmamento, no había sido uno, sino dos empleos. Más
suerte era imposible tener.
Sentía que mi mundo comenzaba a brillar un poquito, yo era muy positiva y risueña, cualquier
cosita me hacía feliz. Nunca tuve nada, así que todo lo que me viniera sería como un regalo del
cielo.
Le estuve contando como me había ido el día anterior en casa de Alexander y estaba tan
emocionado como yo, nos reímos imaginando lo que debía ser vivir en una casa así de ricos, todo
fuera fantasear, yo aspiraba algún día tener una casita, aunque fuese de cuarentas metros
cuadrados, con eso sería completamente feliz.
A media mañana salí y compré dos paquetes de buñuelos con chocolate, uno para mí y otro
para John, que me abrazó contento con el detalle.
––No debiste de hacerlo –– pellizcó mi mejilla.
––Soy rica, tengo dos trabajos y te mereces todo lo mejor del mundo, así que empecemos por
unos buñuelos, poco a poco iremos a más –– sonreí feliz.
––¡No! Por favor, no digas eso –– sonrió ––. A mis cuarenta años lo que he aprendido es que,
debes dar con el corazón para tener lleno el alma.
––Llora si es de felicidad, jamás permitas que nadie sea el causante de tus lágrimas de dolor.
––Por cierto, anoche noche cociné para la comida de ahora una carne guisada que me salió de
riquísima y te preparé un tupper, luego lo caliento y te lo doy.
Me puse a limpiar el edificio y a la hora de la comida paré para comer esa carne tan rica que
me había dado John, tenía que agradecerle de alguna manera como me estaba cambiando la vida
gracias a él, ya no tenía miedo esos días a pasar hambre, ni a estar tirada en ninguna calle.
Terminé más tarde de limpiar el edificio, me duché, cambié y subí hasta el apartamento de
Alexander, que me recibió con un guiño de ojo, ya que estaba hablando por teléfono.
Me puse a limpiar sobre limpio, aquello estaba inmaculado, como ese bombón de jefe. Así
daba alegría trabajar ¡Qué vistas! Y no precisamente de la ciudad.
––Bueno, paciencia.
––Es que… –– Sacó dos latas de refresco de la nevera y me dio una –– Ya sabes que justo al
lado de este apartamento está mi oficina.
––Sí, lo sé.
––Pues la puerta contigua es un apartamento propiedad de mis padres y que siempre alquilan.
––Pues por ahora ya no lo quieren alquilar por lo de la ley de que no pueden echar al inquilino
hasta los tres años en contratos de larga duración.
––Ni idea…
––Pues ahora resulta que mi prima, no para de decirles que quiere veranear aquí, en New York
y venirse al apartamento si está vacío.
––No, porque cuando mis padres necesitaron ir a Nueva Jersey, ellos jamás se ofrecieron a
ponerles unas de sus casas –– volteó los ojos como diciendo, “cosas de familia”.
––Te entiendo…
––Entonces no lo quieren alquilar para no hacer contrato y poder usar ellos el apartamento
dentro de un año, pues se quieren venir, pero tampoco quieren que esté vacío.
––No –– rio –– Me pidieron que se lo alquile a alguien de confianza sin cobrarle más que los
gastos de luz, agua y comunidad… Había pensado que si a ti por tu trabajo todo el día aquí, no te
vendría bien quedarte un año con esos gastos y así ahorrarte el arrendamiento…
En ese momento me quedé de piedra ¿Quién cojones me estaba gastando esta broma? ¿Cómo
me iba a poder estar pasando todo esto a mí?
––No sé qué decir, estaré encantada de estar este año o el tiempo que ellos digan, así puedo ir
ahorrando un poco para meterme en algo cuando me vaya.
Me agarró de la mano sonriendo y me llevó a ver el apartamento. Era pequeño, pero muy
bonito y coqueto, tenía las mismas vistas que el suyo, aunque en treinta y cinco metros cuadrados.
Una habitación, saloncito, cocina y baño, aunque aquello para mí era una mansión, encima tan
bonita y en el lugar que estaba. No sabía que decir, solo quería llorar de emoción.
––¿Crees que podrás vivir aquí? –– Bueno, él no sabía que venía de estar en la calle. Claro
que podría vivir ahí, y en diez metros si hiciera falta…
––Es el mejor lugar donde voy a vivir… –– dije sin dar detalles.
––No tienes que agradecerme nada. Si quieres, te puedes mudar hoy mismo o mañana.
––Cuando llegue me pondré a empacar todo y mañana temprano, lo traeré cuando venga a
trabajar –– no podía decirle que podía ser hoy mismo, ya que me arriesgaba a que quisiera
ayudarme, así que, pasaría una noche más en el cuartillo de la limpieza y mañana tendría un hogar,
con tele y todo. ¡Qué fuerte!, y para mí sola.
Volvimos a su casa y preparé la cena mientras él hablaba por teléfono, le había dado mil veces
las gracias…
Mientras cocinaba me eché a llorar, la vida era preciosa, siempre lo había pensado a pesar de
estar tirada sobre un cartón, pero sabía que tenía sus momentos buenos y sus momentos malos.
Ahora me había regalado un poco de tranquilidad, de quitarme esos miedos, cobrando dos
trabajos y sin pagar alquiler, podría ahorrar un montón, además, en el edificio me habían hecho un
contrato largo. Decían que, si lo hacía bien, siempre tendría trabajo y yo me esmeraba mucho,
prueba de ello, es que muchas personas me decían que se notaba bastante la limpieza desde que
entré y eso me hacía muy feliz, era lo menos que podía hacer.
Cuando nos sentamos a cenar le pedí, por favor, que no me pagara tanto, que me diera solo
veinte dólares al día, con eso ya tenía más que suficiente y también me ahorraría un tiempo pagar
la casa.
Se negó por completo, me dijo que, con que solo pagara los gastos y le echara un cable cuando
necesitara, ya era suficiente, que mi trabajo me lo iba a pagar por completo.
Esa noche cuando me metí en el cuarto lloré como una niña, como hacía mucho tiempo que no
lo hacía, de forma desgarradora, esto que me estaba pasando me había tocado el alma. Cuando
estaba casi por los suelos, como ya no se podía estar más, la vida me da esta oportunidad ¿Cómo
no iba a estar así?
Capítulo 4
A las seis de la mañana ya estaba con todos mis bártulos en la planta veinte, camino a mi
apartamentito. Estaba de lo más emocionada y nerviosa, parecía que me había tocado una vida
nueva llena de cosas bonitas.
Entré y miré a mí alrededor en un giro de trescientos sesenta grados para ver la nevera
nuevecita, así como todos los electrodomésticos y muebles de la casa, tener tele… ¡Me moría de
la emoción!
Coloqué mi ropa en el armario, eso sí, yo para la ropa era muy meticulosa, aunque hubiera
estado en la calle siempre las tenía perfectamente dobladas en la maleta e iba a las lavanderías a
lavarlas, no las tenía de marcas ni nada de eso, pero todas eran muy bonitas.
Uniforme y a trabajar…
Bajé de lo más emocionada para contarle mi dicha a John, que no se lo podía creer, aplaudió,
me abrazó y se emocionó. Nos tomamos el café con una mezcla de sentimientos muy fuertes.
A la hora de la comida me escapé al supermercado, ya casi tenía hecho todo el bloque, además
tenía dos horas para comer que nunca empleaba, así que, ese día con lo que había ganado los dos
últimos días en casa de Alexander, compré un poco de comida y bebida para la casa, además al
día siguiente era domingo y no trabajaba, así que disfrutaría de ese apartamentico pues hacía
mucho frio para pasear por la ciudad.
Aproveché para pasar por la tienda de empeño donde vendí el regalito de oro de la monja, le
pregunté si lo podía recuperar en dos semanas y me dijo que sí, algo que me puso muy contenta,
cuando cobrara el primer sueldo del bloque lo recuperaría, era algo que siempre tuve con mucho
cariño y quién sabe si algún día me volvía a hacer falta.
Por la tarde fui a casa de Alexander a limpiar y a hacer la cena, estuvimos charlando un buen
rato. Me encantaba charlar con él, era una persona simpática, atenta, a pesar de ser un ricachón de
la Gran Manzana, era todo corazón, amabilidad, empatía y lo mejor, no tenía ni idea de cómo me
había salvado la vida con el trabajo y la casa.
Le comenté que, al día siguiente iba a hacer una sopa de verduras con pollo que aprendí de las
monjitas, con unas croquetas de ese pollo ya hecho, así que, lo invité a comer y aceptó encantado.
Esa noche estaba nerviosa, al día siguiente libre, tenía de todo para desayunar y comer, sin
miedo a nada. Joder, no me cansaba de pensarlo, pero es que era muy afortunada.
Me quedé dormida en ese colchón que, ¡madre mía!, aquello era como estar flotando en una
nube, jamás en mi vida tuve esa sensación al acostarme en una cama.
Por la mañana me desperté a las ocho, para mí mente era tarde ya que a esa hora empezaba a
trabajar, pero ni por ser domingo me quedé en la cama, me levanté de lo más temprano.
Un café y un sándwich de jamón de pavo en aquella mesa de la cocina, era una sensación de lo
más bonita y sola. Jamás había vivido sola hasta que me vi así, en la calle, pero no quería
pensarlo, lo pasé muy mal y me sentí de lo más vulnerable.
Tras un buen desayuno muy relajado y viendo desde ahí la televisión del salón, ya que todo era
diáfano, me puse a preparar la comida.
La casa olía a vainilla y por fin descubrí que era por unas velas que había allí y que producían
un olor maravilloso, de lo más rico, sin siquiera encenderlas, imaginad cómo debían oler
encendidas, sería como un orgasmo.
Me cambié de ropa, me puse unos leggins con una camiseta suelta de manga corta ya que la
casa tenía la calefacción a una temperatura perfecta.
Alexander llegó con una botella de vino, sonriente, vestido en plan deportivo, guapísimo,
apoyado sobre el quicio de la puerta sonriente sujetando la botella y mirándome con un brillo que
me encantaba. Se notaba que había muy buen rollo entre nosotros.
Abrió la botella y empezamos a charlar, le comenté que no necesitaba que fuera a su casa
todos los días, que podría ir un día sí y uno no, así se ahorraba un dinero y que por la cena no se
preocupara, que yo hacía para los dos y se la llevaba. Me daba mucho apuro de que gastara
cuando la casa siempre estaba muy limpia y reluciente, pero me dijo que no, que le gustaba el
toquecito que yo le daba.
Por mí perfecto, así podía reunir pues con lo de él, tenía para vivir y me sobraba y con lo otro
entero también para el banco, pero no me gustaba aprovecharme, ya me había dado demasiado.
Probé el vino y digo lo probé porque en mi vida había bebido alcohol, cuando se lo dije se
quedó alucinado, al igual que nunca había estado con un hombre, no había tenido tiempo,
oportunidades sí, pero yo sentía que me debía centrar en mi vida y tampoco llegó nadie que de
verdad despertara esas mariposas en mi estómago, esas que, por cierto, aunque lo quería negar me
las estaba despertando Alexander, con el que ya hasta fantaseaba.
–-Así que, por poco te metes a monja, ¿no? –– dijo chocando su copa con la mía.
––Pero no, no me pensaba meter a monja, era broma, demasiado que crecí entre ellas ––
apreté los dientes.
––Mucho, creo que mi fe me ayudó mucho, hace poco me quedé sin empleo y mira, ahora tengo
dos –– sonreí.
Él sabía todo de mí, menos que estuve en la calle, yo le dije que vivía en un apartamentito y no
quise decirle la verdad, más que nada por no poner en evidencia al administrador y a John, pues
me taparon con lo del cuarto.
Alexander me contó que no le gustaba salir mucho, pues siempre andaba la prensa detrás de él
a causa de una relación que tuvo con una persona del gobierno, desde ese momento fue muy
perseguido por la prensa del corazón y salió en muchos titulares, yo no lo sabía porque nunca
seguía esos programas y revistas.
Le encantó mi comida, se había quedado prendado de esa textura con la que hice las croquetas,
la sopa también, no dejaba de alagarme y sacarme los colores.
La comida se alargó con el café y luego me dijo que me invitaba a cenar fuera, a mí me daba
mucho apuro, pero su insistencia me llevó a aceptar.
Fue a ducharse y a cambiarse, yo me puse abrigadísima ya que hacía frío y más por la noche
que era para temblar.
Alexander era de lo más divertido detrás de esa imagen de hombre serio, pero tenía una ironía
que yo a veces no pillaba y cuando me daba cuenta de que era bromeando, no podía dejar de reír.
Tras la cena volvimos al edificio ya que al día siguiente había que trabajar, le di las gracias
cuando llegamos al piso y nos despedimos hasta el otro día. Su última frase fue para decirme que
había pasado un día genial, pues ni os cuento el mío, había sido el más especial y bonito de toda
mi vida.
Capítulo 5
Ese lunes lo que menos podía imaginar era que todo cambiaría de repente…
Me levanté con tiempo para desayunar plácidamente, bajé, me tomé otro café con John y
comencé mi jornada laboral, pero a media mañana vino a buscarme corriendo, Alexander.
Me hizo subir a su apartamento y me puso un programa del corazón donde… ¡Estábamos los
dos! Nos habían pillado el día anterior y se preguntaban quién era yo. Me quería morir ¿Qué
pintaba yo ahí?
––¡No! –– Se puso a secarme con la yema de sus dedos –– Tú no tienes la culpa, la tengo yo,
nos pillaron entrando al mejicano y a partir de ahí han comenzado las especulaciones.
––No digas eso, Alexander, es que me da mucha pena que te relacionen con alguien como yo.
––¿Cómo tú?
––No vuelvas a decir eso, ¿me oyes? ¡Jamás! Lo que no quiero es que te agobien a ti, por lo
demás, me da igual lo que digan. Saldría contigo una y mil veces, es un orgullo para mí ir junto a
una chica como tú.
––Bueno, lo único que pueden saber es que soy una trabajadora, no tengo pasado, no tengo
nada donde puedan rebuscar.
Volví a trabajar y se lo conté a John, que estaba alucinando con todo, yo me quedé en shock
todo el día. ¡Madre mía! ¿Qué pintaba yo, en ese mundo?
Por la noche llegó la tragedia, cuando estábamos cenando en su casa con la tele puesta,
apareció la despreciable. Así llamaba yo a esa madre que ahora veía en pantalla y jamás conocí.
Una persona dio mi nombre y apellidos, por lo visto fue alguien que estuvo trabajando en mi
anterior empleo, alguna persona sin escrúpulos, por lo que cuando comenzaron las noticias que
Alexander estaba con una chica llamada tal y cual, mi madre supo directamente quién era y quiso
subirse al carro.
Ahí estaba, en la tele, contando que fue muy duro deshacerse de mí, pero que no tuvo opción.
¡Sería mentirosa! Además, nadie la creía en ese plató, se la veía muy falsa y vividora, no se le
veía buena persona…
Alexander intentó calmarme, yo lloraba de impotencia, dolor y rabia, no por lo que estaba
pasando, sino por lo que mi madre, sin ningún tipo de escrúpulos estaba haciendo. No hablaba de
querer verme, por eso comenzaron a atacarla los colaboradores, ella hablaba de ella misma en
todo momento, era una egoísta de mucho cuidado. En fin…
Esa noche dormí con tal sensación de tristeza, que me dolía el alma, jamás me había sentido
así…
El día siguiente lo pasé trabajando con los auriculares puestos e intentando no pensar en nada.
No quería saber qué es lo que pasaba.
John intentaba animarme, pero no había alma en el mundo que lo consiguiera. Aparte de
abandonada al nacer, me veía humillada en esta etapa de mi vida, era increíble el poco corazón
que tenía esa mujer.
El día fue pesado, triste, ni siquiera comí. Cuando fui a trabajar a casa de Alexander, intentó
tranquilizarme, pero rompí a llorar aún más. No me dolía que quisieran saber de mí los medios,
pues yo pasaba de ellos y se aburrirían, lo que me dolía era la insensatez y el poco corazón de
aquella mujer.
Estaba terminando de preparar la cena cuando Alexander recibió una llamada, él me miraba
mientras hablaba y luego anotó un teléfono. Algo me decía que había algo nuevo en esa llamada y
yo tenía que ver, me estaba entrando hasta ansiedad.
Cuando terminó me miró fijamente mientras nos sentábamos a cenar.
––Me llamó un periodista amigo que trabaja en la cadena. Resulta que cuando tu madre salió
ayer, lo llamó un señor que, al reconocerla, supo que era tu padre. Reconoció a tu madre a la que
perdió de vista cuando estaba embarazada de ti y resulta que es un alto cargo de la radio “Latina”.
Le pidió a mi amigo que me diera su teléfono para dártelo a ti pues él, no quiere entrar en el circo
del corazón, ni aprovechar esta noticia. Por lo visto lleva muchos años intentando encontrarte ––
dijo con emoción mientras yo comenzaba a lagrimear.
Me dio el teléfono, Alexander me obligó a que comiera, pero cené en shock. Si algo tenía
claro, es que él no tuvo la culpa de nada, eso lo sabían las monjas pues las puso al tanto la
persona que acompañó a mi madre cuando me dejó con ellas.
¿Qué decir de esa noche? Pues, lloré, sentí algo raro en mí, miré la foto de mi padre de su red
social, joven, unos cincuenta años, se veía todo un señor con una planta impresionante, que le
había ido bastante bien la vida y yo me alegraba.
No me atreví a llamarlo o escribirle esa noche, aunque pensaba hacerlo, se lo debía, no podía
ignorarlo.
Al día siguiente tampoco lo hice, quise desconectar de todo, no podía con mi vida, estaba
nerviosa. Por la noche cené con Alexander, que no me dio ninguna información y noté que quería
animarme, se había convertido en todo un apoyo como John, eran dos personas muy importantes en
mi vida.
El jueves ya estaba más animada y a la hora de la comida decidí ponerle un mensaje a Sam, mi
padre, así se llamaba. Le dije que era Katherine, su hija y no tardó ni dos minutos en contestar.
“Hija, no sabes cómo me emociona recibir tu mensaje. Me gustaría verte y poder
conversar”
Le dije que el domingo estaba libre y quedó en recogerme en su coche e irnos a comer
tranquilamente, aún quedaban tres días y ya estaba de lo más nerviosa.
Me hizo mucha gracia, pues me dijo que, si quería venir mi novio, podía hacerlo, pero le
aclaré que no era mi novio, sino mi jefe.
Los dos siguientes días los pasé muy nerviosa. Alexander y John, intentaban animarme y
apagar mis nervios, pero yo era una bomba atómica.
El sábado por la noche me quedé hasta altas horas con Alex, estuvimos viendo hasta una
película juntos, la verdad es que no lo sentía como un jefe, todo lo contrario, para mí era como un
gran amigo.
Capítulo 6
Me levanté con ansiedad, tuve que tomarme hasta una tila que fui a pedir a Alexander, quien
me la hizo sonriendo por verme en ese estado, así que desayuné con él y chismorreamos un rato,
nos reímos tela. Al final no sé qué me hizo más efecto, si su sonrisa o la tila.
Le prometí antes de ir a mi casa a arreglarme que cuando volviera de comer con mi padre lo
vería, tenía que contarle que tal me había ido. Me dio un abrazo impresionante antes de salir por
la puerta, casi me excitó y todo ¡Vaya cuerpo!
Me puse el abrigo tras elegir unos jeans y un jersey blanco de cuello alto, bajé de los nervios,
no tenía ni idea de cómo sería el encuentro.
Salí del ascensor y allí estaba, en la puerta del edificio. Vestía un abrigo claro, de lo más
elegante, se llevó las manos en los ojos al verme y rompió a llorar, yo me acerqué nerviosa y nos
fundimos en un gran abrazo.
Me subí a su imponente coche de alta gama y empezó a contarme todo lo que había sufrido en
mi búsqueda, pero nada, era imposible y aquello lo dejó sumido en un mundo que solo era trabajar
y su casa. No rehízo su vida ni pudo intentarlo, ya que el dolor de no saber nada de mí, lo había
hecho no querer intentar comenzar ninguna relación y aquello me partió el alma.
Llegamos a una urbanización a las afueras, a un hermoso chalé como los que salen en las
películas, piscina incluida, una pequeña mansión que hacía ver lo que había ganado a base de
trabajar en el medio.
Me tomé un refresco mientras él se servía un vino, me presentó a Elenka, una señora de unos
sesenta años que vivía en la casa y se encargaba de llevarla, además era conocedora de mi
historia, pues llevaba mucho tiempo trabajando para él. La mujer me abrazó con lágrimas que se
le escapaban de la emoción.
El jardín donde nos habíamos sentado era una preciosidad, vaya gusto tenía con todo, además
me impresionaba mucho lo elegante y guapo que era.
Me comenzó a preguntar por mi vida hasta ahora y se quedó impresionado porque le conté
hasta la verdad de los quince días que había vagabundeado, se le saltaron las lágrimas, también le
conté lo del cuarto de la limpieza, la suerte que había tenido con el apartamento que me habían
dejado y los dos trabajos que ahora tenía.
––No me lo puedo creer, hija, no me lo puedo creer. Maldita sea tu madre por no haberme
permitido hacerme cargo de ti –– dijo con rabia.
––No te hace falta limpiar hija, te voy a meter en la cadena a trabajar y en el centro tengo un
apartamento que es para ti, siempre soñé con regalártelo y también puedes venir aquí a vivir,
cariño.
––Papá, estoy contenta con mi trabajo y muy agradecida, ahora no puedo dejar el apartamento
pues me lo ofrecieron para cuidarlo y además solo pagaré el mantenimiento, no puedo hacerles
ese feo y olvidarme del apoyo que recibí.
––Hija todo lo mío será para ti, no tengo a nadie en la vida, quiero que arreglemos los papeles
para reconocerte como mi hija, pero de verdad piénsalo, quiero darte todo lo que no pude darte
antes.
––Papá –– sonreí y medio le reñí ––, no sabes la paz que encontré desde que comencé a
trabajar en ese edificio, aunque no es nada comparado con saber que ahora te tengo a ti y que no
me veré más en la calle, así que tranquilo, todo está bien. Seguiré con lo mío, pero con el añadido
de que ahora te tengo y estaremos ahí el uno para el otro. Ahora necesito cumplir con lo que me
comprometí y es cuidar ese apartamentito y continuar con mi trabajo que me hizo tan feliz.
––Bueno, poco a poco lo vamos viendo hija, yo te apoyaré en todo, no te dejaré en paz ni un
solo día –– pellizcó mi mejilla.
––Sí soy uno de los socios, somos tres, también tengo dos hoteles en Barbados, todos tuyos
cariño –– me hizo una caricia en la barbilla, mientras en su otra mano sujetaba la copa.
Me dijo que seguramente la mujer que iba con mi madre cuando me entregó era mi tía Mary,
una mujer muy buena, pero manejada por mi madre. Mi madre dejó a mi padre cuando estaba
embarazada de cinco meses embarazada, desapareció del mapa y todo para entregarme en vez de
dejarme con él, había que ser muy mala persona para eso, pero bueno… No iba a ser yo quien la
juzgara, la vida lo haría, pero no estuvo nada bien lo que hizo.
Comimos en el jardín, en una zona techada por cristales, era obvio que a la intemperie no se
podía esta por el frío que hacía, tras la comida tomamos unos cafés y le pedí que me llevara de
vuelta.
Nos despedimos abrazándonos, le hizo una foto a mi documento de identidad con su móvil
para decirle a sus gestores, que comenzaran a mover el registro para que constara como su hija,
además, estaríamos en contacto por teléfono y viéndonos.
Subí directamente a casa de Alexander, que me abrió con una sonrisa llena de preguntas.
Lo puse al día de todo, se quedó asombrado y hasta me dijo que lo del apartamento no lo
hiciera por él, que buscaría a otra persona, pero le dije que “nanai de la china”, que nadie lo
cuidaría como yo, así que no se preocupara porque me venía muy bien vivir en el mismo edificio
donde trabajaba.
Pasamos la tarde juntos y pedimos unas pizzas, quería pagar yo, pero no hubo manera, se puso
muy serio zanjando el tema rápidamente.
Fui a cambiarme y volví en pijama, ya la confianza era eso, confianza y con Alexander, sentía
que lo conocía de toda la vida.
Las pizzas llegaron y nos pusimos a ver una película entre miradas y sonrisas, me encantaba su
forma de ser, era una persona que tenía mucho dentro y detrás de ese león financiero, había mucho
corazón.
Más tarde me acompañó a la puerta, vamos, justo al lado de su oficina, en la misma planta,
pero era todo un caballero, me dio las buenas noches con un precioso abrazo ¡Morí de amor!
Capítulo 7
El timbre de la puerta sonó mientras me tomaba un café, antes de bajar para comenzar a
limpiar las escaleras del edificio, no podía ser otro que Alexander o John ¿Habría pasado algo?
––Buenos días, Alexander, pasa –– abrí la puerta sonriente y levantando la ceja, estaba
extrañada.
––A ver, sorpréndeme… –– dije mirándolo sonriente, sabía que si había venido sería por algo.
––Me apetecía tomar un café contigo antes de comenzar nuestra jornada –– se mordisqueó el
labio e hizo un ligero movimiento con su ceja de lo más sensual ¡Vaya cara!
––Pues me parece genial, no hay nada mejor que tomarlo en compañía –– solté como una tonta
pues estaba en shock aún, no sabía que decir, que hubiese aparecido para tomar un café siendo su
primer pensamiento de la mañana, me sacaba una sonrisa.
––Pues entonces, ya sabes, tienes una cita conmigo ––me hizo un guiño.
––Si no la tenía para comer la iba a tener para cenar, así que tenemos doble cita.
––Claro, con la connotación de que la comida la haré yo, con todo mi cariño.
––¿Cómo de emocionada? –– preguntó con ese aire seductor que me ponía tan nerviosa.
––¿Me estás intentando decir algo? –– dije levantándome para ir recogiendo, ya que
comenzaba mi jornada laboral y tenía que ser puntual como siempre, para mí la responsabilidad
era un factor importante en el ser humano.
Lo sentí detrás de mí y rodearme por la cintura, me quedé sin aliento, me giró y… ¿Me besó?
¡Ay Dios! Fue un beso, tierno, pausado, repetido, mirándome con aquellos ojos que se me
clavaban en el alma ¡Me estaba besando!
Tras el beso puse mi cabeza sobre su hombro, estaba ruborizada, no sabía que decir, es que no
me lo esperaba, pero, ¿por qué a mí?
––Creo que sí, me ha quedado claro –– reí nerviosa mientras iba hacia la puerta y él me dio
una palmada en la nalga.
Bajé en el ascensor casi temblando y fui a buscar a John, que estaba con un ramo de flores en
la mano a las ocho la mañana.
––No, es quién te quiere a ti, llegó para usted señorita –– lo puso en mis manos sonriente.
Me quedé un poco impactada, era de mi padre, con una nota que decía que la vida para él,
acababa de comenzar ¿Podía ser más mono? Qué feliz y llena me sentía.
Le conté a John lo del beso, se quedó tan emocionado como yo, bueno, como yo no, yo estaba
en una nube y con una sensación de felicidad plena, aunque por otro lado me hacía mil preguntas.
No quería ilusionarme con Alexander, lo adoraba, pero suponía que no iba a surgir nada serio, lo
veía como algo inalcanzable para mí.
Dejé el ramo en el cuartito de la limpieza, era precioso y me había encantado el detalle que mi
padre había tenido conmigo, su primer regalo ¿No era especial? Suspiré emocionada al dejarlo
allí, luego lo subiría al apartamento.
¿Sabéis ese miedo que te embarga cuando todo va tan bien, que pensáis que de repente pasará
algo y todo se irá al traste?, Pues eso me pasaba. Por un lado, esa dulce sensación y por otro, el
temor de que todo pudiera derrumbarse por cualquier motivo, eso me dejaba mal sabor de boca,
aunque yo, como siempre, fui positiva y me puse a limpiar con mis cascos mientras escuchaba a
Mark Anthony y cantaba a ritmo de él.
La mañana se me pasó rápida a pesar de los nervios de ese beso y esa cita a mediodía. Tenía
claro que no debía ilusionarme más de la cuenta, ya que veía a Alexander como a un hombre que
aspiraba a mucho más que a una chica como yo, una simple limpiadora, aunque estaba muy
orgullosa de mi trabajo, vamos, que me sentía tan feliz como si fuera una brillante abogada.
El administrador me hizo llamar para informarme de que mi contrato se reduciría hasta los
viernes. Los sábados vendría otro servicio para la limpieza de cristaleras y abrillantado, algo que
me pareció genial porque así tendría otro día libre y la diferencia de sueldo casi no se notaba,
además, tenía el trabajo de Alexander y el apartamento no lo tenía que pagar.
Lo que si me daba mucho apuro era cobrar a Alexander, pero ese tema lo iba a solucionar ese
día en la comida.
Comimos entre charlas, miradas y algún que otro apretón de cariño que me daba en la mano
¿Cómo podía estar pasándome esto a mí? No dejaba de ruborizarme, pero es que me sobrecogía
demasiado.
Al irme para seguir trabajando sujetó mi cara con sus manos y me dio una serie de besos, que
me dejaron con el mejor de los sabores de boca.
Llamé a mi padre para agradecerle el detalle del ramo y quedamos para comer al día siguiente
cerca del edificio, ya que yo tenía ahí un intervalo relativamente corto de tiempo.
Por la tarde al terminar fui a ducharme y recibí un mensaje de Alexander, diciéndome que me
aligerara que me echaba de menos, me sacó una sonrisa que llegaba de punta a punta del edificio
¿Era en serio todo esto?
Llegué a su casa y nos fundimos en un hermoso abrazo. Esta vez se puso a cocinar mientras yo
arreglaba un poco el apartamento, nada, es que no entendía cómo podía aguantar tan limpia cada
día, o él iba con el paño detrás o no tenía sentido, pero parecía que se limpiaba siempre sobre
limpio.
Me quedé en su casa hasta las doce de la noche, no me dejaba ir, empezó a comerme a besos y
abrazos en el sofá, hasta el punto que pensé que se desataría en cualquier momento la locura. Lo
que sí tenía claro era que él, iba con mucho tacto y eso era lo que más me gustaba de Alexander, lo
meticuloso y cuidadoso que era para todo.
Capítulo 8
Me levanté feliz pues ese día había quedado para comer de forma exprés con mi padre y la
verdad eso de tener contacto con él, me hacía sentir una gran dicha.
Trabajé esa mañana a toda leche y subí a ducharme, a la salida estaba él, con esa sonrisa de
oreja a oreja y abriendo sus brazos para abrazarme como un padre solo sabía hacer, eso lo
acababa de aprender, pero era una sensación divina.
Fuimos a un italiano que había cerca y me sorprendió con un regalo que puso sobre la mesa,
era una cajita y al abrirlo era la cadena de la monjita que yo había empeñado, no sabía ni como se
la habían dado a él, pero había ido a desempeñarla, se me saltaron las lágrimas.
––Hija, lo mío es todo tuyo, cuando me constaste lo que lidiaste en la vida y como vendiste
eso que con tanto amor guardabas, es lo mínimo que yo podía hacer. Por cierto, la semana que
viene tenemos el registro de paternidad –– acarició mi barbilla ––. Si me pasara algo quiero que
estés respaldada.
––No digas eso papá, eres muy joven y ahora que nos hemos encontrado quiero disfrutar
mucho tiempo de ti –– no dejaba de lagrimear.
Le conté que ya no trabajaba los sábados y eso le encantó, aunque insistía en que tendría un
mejor trabajo con él, de lunes a viernes, solo por las mañanas y ganando mucho más, pero yo era
feliz en el edificio. Aquello había sido para mí como una lotería, así que se lo agradecí de nuevo,
aunque le hice entender lo importante que era mis propios logros.
Mi padre se iba hasta el lunes por trabajo a Miami y casi se despidió llorando, le costaba
mucho separarse de mí ahora que me había encontrado.
Me puso un sobre en las manos y me dijo que lo abriera por la noche, cuando estuviera sola,
me había escrito algo con mucho amor, lo abracé y se lo agradecí. Lo que me había escrito debió
ser muy largo porque se notaba abultado o es que contenía alguna documentación.
No me dejó ni pasar el paño, me mimó y cuidó todo el tiempo, hasta me hizo la cena. Por
supuesto le dije que ese día no quería ni un puñetero dólar, que eso no era trabajar y que, a partir
de ahora, no le iba a cobrar, no me hizo ni caso, pero estaba claro que ese día no le aceptaría ni lo
más mínimo.
Nos echamos en el sofá un rato después de cenar y al irnos me metió el dinero en el bolsillo y
cerró la puerta, yo se lo eché por debajo de la puerta, no lo iba a aceptar bajo ningún concepto.
Me senté en el borde de la cama y abrí el sobre de mi padre, había un escrito y varios billetes
de 100 dólares, cincuenta exactamente. ¡No me lo podía creer! ¡Yo no quería dinero! Leí la
resumida carta que había envuelto el dinero.
“Sé que debes estar ahora mismo quejándote por lo que te he dejado en el sobre, pero hija
mía, tómalo como el regalo de todos los cumpleaños que me perdí y que no pude regalarte ni una
muñeca, ni un abrazo, ni siquiera un caramelo.
Date un capricho, cómprate algo que desees, ropa, zapatos, esas cosas que os compráis las
chicas. No te preocupes e intentes guardarlo, jamás volverás a verte sola y con necesidad. Ese
dinero es, como ya te he dicho por todos los cumpleaños y momentos perdidos, por lo que
merecías y no tuviste, una pequeñísima parte de lo que debiste tener aparte de todo el amor del
mundo.
Recuerdo cuando salí de estar con las monjas para independizarme, vivir con más chicas y
ponerme a trabajar, que siempre fantaseábamos con las pulseras de charms de una firma llamada
Pandora. Siempre tuve claro que no la iba a comprar pues la pulsera solo valía como cien dólares
y aparte, había que comprar los charms que la embellecían, así que se ponía en un pastón y yo no
era de marcas, era humilde y muy sencilla, aunque tenía muy buen gusto, me podía comprar una
camiseta de tres euros, pero seguro que muy bonita. Así era yo, no me faltaba detalle dentro de mi
humildad.
Ahora quería eso, la pulsera, pero con unos charms colgando que fueran simbólicos, así que
iría a verlos. Jamás habría comprado esa pulsera, pero sabía que sería algo que estaría conmigo
siempre, como recuerdo de un primer regalo de mi padre, por lo demás, no me compraría nada
más de momento, no quería volverme loca pues cuando llegara la primavera seguramente se me
antojaría algo.
Le mandé un mensaje con un simple “gracias”. Sabía que iba a entender que no le iba a
reprochar y que su mensaje me había quedado claro y lo había entendido a la primera.
—Qué pasa, ¿tengo cara de cumpleaños? –– pregunté riendo mientras me acercaba a él,
agarrándome por la cintura.
––No, no tienes cara de cumpleaños, pero sí de tener alrededor gente que te queremos.
––Sabes que el lunes es fiesta, así que no trabajas ni sábado, ni domingo, ni lunes.
––¿Es fiesta?
––Sí –– rio.
––Quiero que el viernes por la noche te vengas conmigo hasta el lunes a un lugar…
––Quiero que nos vayamos fuera de este edificio, de los ojos de los periodistas, a un lugar que
nadie nos pueda encontrar, disfrutar los dos solos.
––Pues prepara la maleta que nos vamos –– murmuró mordisqueando los labios.
Ese día como el siguiente me quedé con la intriga, además, él no decía ni media, pero me
buscaba mucho para ponerme más nerviosa, lo peor de todo es que lo conseguía.
El viernes trabajé a lo Michael Jackson, era un baile de nervios mientras limpiaba, me movía
a ritmo de la música que sonaba a través de mis auriculares. La verdad es que me sentía en una
absoluta dicha.
Capítulo 9
Lista, con la maleta en la mano y bajando con Alexander en el ascensor directos al coche que
nos esperaba en la puerta. Me sentía en esos momentos como una niña pequeña que se va a Disney
con su príncipe de la mano, así vivía yo ese momento.
Lo miré con la emoción reflejada en mí cara al descubrir el destino, lo peor es que como
íbamos con equipaje de mano, no lo supe hasta que llegamos a la puerta de embarque así que,
todas las emociones las pasé en aquel asiento, loca ya porque despegara y volar por primera vez,
encima hacia Las Vegas ¡Casi nada!
El avión tomó velocidad y aplaudí de la felicidad, que sensación, siempre lo había deseado.
Alexander apretó mi mano y besó mi mejilla, yo me sentía en una atracción de feria, aquello era
alucinante conforme íbamos subiendo y veía la ciudad a vista de pájaro.
El vuelo fue de lo más placentero, Alexander no dejaba de hacerme caricias en las manos,
mirarme con esa mirada que se clavaba en mi corazón y sonreír produciéndome un cosquilleo
incesante en mi estómago. Aquella era una historia de amor sin sexo por ahora y sin un futuro
claro, pues no me veía yo a la altura de un hombre como él, aunque era todo un señor.
¡Me estaba enamorando! Otra cosa no podía ser pues esa sensación jamás la había sentido y
era muy bonita. Todo lo quería con él, los momentos, las miradas, la complicidad y es lo que
tenía, pero algo me decía que no sería para siempre, me veía muy inferior a él, no por nada, es
solo que él pertenecía a un mundo que yo desconocía y no tenía nada que ver con mi humilde vida.
Había metido parte del dinero que mi padre me regaló en mi cuenta, cualquier cosa que
necesitara, tiraría de tarjeta, menos trescientos dólares que llevaba en efectivo, así que, algún
recuerdo chulo me tenía que traer de aquel viaje, algo especial, como lo estaba siendo todo.
Aterrizamos y un coche nos llevó hasta un hotel impresionante, que recreaba varias
atracciones turísticas de muchos países como, La Torre Eiffel, un canal con góndolas simulando a
Venecia, etc. Yo estaba alucinando en colores, ni fotos quería, solo miraba hacia todas partes para
disfrutar de aquello que tenía ante mis ojos.
Aquel primer contacto con la ciudad llena de luces en esa noche, me dejó envuelta en una
sensación de vida, así lo definía, vida, era algo que había visto muchas veces en la tele, en
revistas y ahora estar ahí, me parecía un sueño, por muy raro que pareciera, ya que venía de una
ciudad tan imponente como New York. Las Vegas era de otro nivel, aquella ciudad era fiesta en
estado puro.
Teníamos una habitación más grande que mi apartamento, era preciosa y con unas vistas
increíbles.
Eso sí, solo había una cama bien grande. Alexander me miró alzando la ceja como diciendo,
“tranquila”. Lo que él no sabía es que yo estaba deseando estar con él y dormir pegada a su
cuerpo.
Bajamos a cenar a un restaurante donde Alexander había reservado y que era una recreación
de una isla caribeña. Me encantaba, parecía una niña pequeña en una feria con todos esos
escenarios, hasta casi pude sentir aquel mar tridimensional que parecía que salía de las paredes
del local, era todo alucinante.
Con Alexander todo era muy cómodo, me gustaba como me trataba, como me hablaba, como se
volcaba en hacerme sentir bien, era todo un caballero.
Cenamos con vino, aunque yo no solía beber, esa noche una copita de nuevo junto a Alexander
no venía mal, bueno fueron dos, ya iba para aficionada, unas cuantas de cenas así y harían que me
volviera profesional. Al final me iba a gustar catar y todo.
Nos fuimos a la habitación a descansar, al día siguiente ya nos daríamos la paliza. Me quité la
ropa, me puse un pijama fino muy bonito y a la cama, a sus brazos que me esperaban abiertos para
que me refugiara en ellos.
Dormí por primera vez entre esos fuertes brazos, llenándome de caricias, eso sí, sin pasar
ningún límite, algo que a mí no me importaba oye, pero se veía que ese hombre me quería respetar
y el hecho de saber que era virgen, como que seguro le producía un poco de relax, pero yo estaba
loca por hacerlo todo con él, no era mi novio, obvio, pero era quien me hacía sentir mariposas en
el estómago.
Despertar de la misma manera fue también pura magia, su sonrisa, sus besos calmados y todo
aquello que un hombre como él podía transmitir con esa mirada, que era toda una provocación
para mi alma.
Noté como su miembro estaba junto a mi parte más íntima, mientras me acercaba más a él, en
un intenso abrazo lleno de esas miradas regaladas entre besos y besos.
––¿Hambre?
––Bueno, un poco –– sonreí ruborizada.
––En cinco minutos nos traen el desayuno –– me hizo un guiño mientras acariciaba mi pelo.
Nos levantamos y nos trajeron el desayuno, lo tomamos mirando la ciudad, aquello imponía y
además no faltó detalle en esa mesa, hasta yogurt natural con pepitas de chocolate. De esta me iba
a poner redonda, pero es que estaba todo tan bueno.
Mi padre me llamó en ese momento desde Miami, diciéndome que tenía ganas de verme en
cuanto regresara a New York. Cuando le dije dónde estaba yo, se quedó sorprendido, pero muy
contento. Estaba feliz de que hubiese hecho ese primer viaje.
Tras el desayuno con Alexander fuimos a perdernos por aquel lugar, era impresionante, yo
pensaba que Las Vegas era muy artificial, pero me quedé sorprendida pues era más que eso, era un
lugar con rincones de lo más bonitos, de esos que te sorprendes y no imaginas que hay en ese
lugar. Estaba maravillada.
Además, Las Vegas impresiona porque está en medio de la nada, justamente en el Desierto de
Nevada. Todo impresiona, desde el derroche, al color, la grandiosidad, todo era imponente.
Lo primero fue pasear la avenida más famosa de la ciudad “The Strip” un lugar donde se
concentra todo, absolutamente todo. El ocio estaba en aquella calle por cada rincón, lleno de
multitud de casinos. Yo estaba flipando, estábamos ahí alojados pero el día anterior nos habían
dejado en la misma puerta del hotel y era de noche, fue alucinante, como lo era en estos momentos
verlo de día.
––Ahora vamos a ir al casino que más me gusta de aquí –– puso su mano sobre mi hombro
mientras caminábamos.
––A mí no me gusta el juego, pero viendo la suerte que tengo últimamente voy a jugarme
cincuenta dólares, lo mismo me gano para comprar un apartamentito…
––Bueno, el de tus padres por el edificio y zona donde está, me tendría que tocar todo el
casino entero, pero si tuviera dinero me lo compraba, es precioso, para mí es más que suficiente
–– reí soñando con eso, soñar era gratis. Un apartamentito en el centro de la ciudad, más quisiera
yo…
Entramos en un casino donde nos recibieron con unas copas de champán, miré a Alexander
asombrada, aquello era mucho glamour, demasiado para este cuerpo que siempre tuvo una vida
más que normal.
Eran las doce de la mañana y aquello ya estaba repleto, personas bebiendo y apostando
brutalidades de dinero, yo no tenía ni idea de nada, pero Alexander me llevó a una máquina
tragaperras a la que fue directo.
––Esta es muy sencilla, echas dos dólares y tienen que coincidir… ––Tal, tal, tal, eso era
chupado, solo era cuestión de suerte.
Dos dólares, cuatro dólares, seis dólares, ocho dólares, veinte dólares… Nada que, de dos en
dos dólares, pero no me tocaban ni las palmas, pero yo cabezona de mí, algo le tenía que sacar,
así que hasta cincuenta dólares tenía para darme el gusto una vez en mi vida de apostar.
Alexander sonreía negando y encogiendo sus hombros en un gesto como dando a entender que
yo muy mala suerte, me eché a reír, tenía mucha suerte en la vida en estos momentos, aunque esa
maquinita pasara de mí y se fuera a quedar con cincuenta dólares míos.
Cuando solo me quedaban seis dólares, aquella maquina comenzó a iluminarse y a emitir un
sonido que parecía como si todo un estadio me estuviese aplaudiendo.
––¡No me lo creo! –– Se puso la mano en la boca mirándome, yo aún no tenía claro lo que
había ganado, solo que la maquina comenzó a soltar unas fichas con un valor, pero aquello no
paraba.
––¿Me tocó un buen premio? –– pregunté riendo.
––Poca cosa, veinte mil dólares, de nada… –– se echó a reír poniendo su mano en el costado,
sentado sobre el taburete y aguantando su copa de champán.
––Hombre, si hay que joder después para celebrarlo, yo no pongo resistencia –– bromeó
haciendo caritas.
Un señor vino y nos acompañó a cambiarlo por un cheque a mi nombre, yo me iba a desmayar,
no había visto tantos ceros juntos desde que mi padre me regaló aquel sobre.
––Tienes el cheque en la cartera. ¿De verdad te quieres llevar los cincuenta euros?
––Pídeme una Coca Cola Cero, que me los juego otra vez –– dije corriendo hacia la misma
maquina antes de que nadie me la quitara.
Dejé a Alexander riendo y ahí me puse otra vez como loca, a echar de dos en dos moneditas y
dicen que de repente llega un día en que la suerte cambia, pues antes de que él se estuviera
sentando esa máquina comenzó de nuevo a pitar a toda hostia y ¡tenía otro premio!
¡Ay, Dios!, me iba a dar algo, esta vez fueron quince mil, ya tenía treinta y cinco, era rica,
completamente rica, me sentía la Koplowitz.
Nos fuimos a buscar un banco para ingresar los cheques y depositarlos en mi cuenta, eso sí, le
dije a Alexander que eligiera restaurante que ese día pagaba yo. Él se moría de la risa, se le veía
más feliz que a mí, incluso le supliqué que cogiera la mitad del premio, pero se negó por
completo.
Ese día vimos hasta show en directo en algún que otro bar, bebimos cocteles deliciosos,
pasamos todo el día en la calle de bar en bar, hasta me compré un capricho, ya tenía mi pulsera de
Pandora en la mano, pero esta vez me compré un anillo de plata muy bonito de la marca Tous, con
un oso grande de cristal negro. Me encantaba y eso que no era de marcas, pero quería un buen
recuerdo para toda la vida de ese lugar.
Por la noche tenía una cogorza que me daba vueltas todo, llegué a la cama a lo justo, me había
pasado con tantos cocteles, yo no estaba acostumbrada así que pensé que me iba a morir de ver
como estaba.
Capítulo 10
¡Soy rica! Es lo primero que pensé al abrir los ojos y recordar el dinerillo que me había
ganado el día anterior, eso y que me dolía un poco la cabeza por haber bebido sin estar
acostumbrada.
Miré a un lado y nada de Alexander, miré al otro y menos aún, la poca luz que entraba entre la
rajita de las cortinas me hacía corroborar que estaba sola en aquella suite ¿Dónde estaba mi
bombón?
Miré mi mano y vi lo mona que la tenía con mi pulsera de Pandora y mi oso de Tous, una
cucada para esta preciosa vagabunda, que era como yo me llamaba a mí misma desde el día que
me vi tirada en la calle.
Entré en la ducha, me refresqué, me vestí y al salir estaba él, sonriente, apoyado sobre la
mesita de la habitación, de pies cruzados y brazos, mirándome de lo más atractivo.
––¿Tenía que pedirte permiso? –– Se acercó, me agarró por la cintura y comenzó a besarme.
––Para nada, pero con lo correcto que eres, no sé, que menos que dejar una notita ahí ––
señalé a la mesita de noche.
––¿Con un mensaje de amor?
––Dudo que tú sepas hacer eso –– reí ––, pero diciendo que estás bien y que volverías en
breve, sí que lo podías haber hecho –– volteé los ojos y me pegó más a él.
––Lo que pase en Las Vegas, se queda en Las Vegas –– me hizo un guiño y se dirigió a abrir.
Dos chicos del hotel entraron, uno con una mesa repleta de desayuno y otro con dos cajas
gigantes que dejó sobre la mesa, luego se marcharon.
––¿Qué enlace?
––El tuyo y el mío –– puso unas alianzas en medio de la mesa, preciosas, en oro blanco y
amarillo.
––Para nada, desde que te vi sabía que eras todo lo que había buscado, además, estoy loco por
casarme para que disfrutemos de la luna de miel –– vuelta a guiñarme el ojo con esa sonrisa hacia
un lado.
––Pues ahórrate la parafernalia y vayamos a lo que buscas –– contesté provocando que dijera
algo. Es que no me podía creer que de la nada hubiese una boda, cuando ni aún éramos nada. No
sé si me explico, pero es que era algo muy, ¿raro? Seguro que se estaba quedando conmigo.
––Quiero que nos casemos hoy, ahora, en un rato, deseo que seas mi mujer… –– Agarró mi
mano y la acarició.
––Bueno, aquí no es difícil, pero no, no me van esas cosas –– volvió con el guiño ––. Aún no
me has contestado –– hizo con sus dedos un acorde de pensativo sobre la mesa.
––Espera porque no me lo creo –– me levanté flechada para ver el contenido de aquellas cajas
y abrí la que tenía escrito mi nombre.
¡Joder, joder, joder! Un vestido a lo Marilyn Monroe, con sus zapatos y todo…
––¿Te lo crees ya? –– preguntó desde la mesa.
––Mira, explícame en qué consiste lo de casarme contigo y lo que conlleva, para saber a qué
atenerme –– negué y volví a la silla a tomar otro café de un trago.
––Quiero que nos casemos en Las Vegas y que comencemos algo que ya hicimos, pero
reforzando nuestra relación.
––Tú ponte el vestido y vamos a hacer una preciosa locura –– volvió con ese guiño que sabía
que me ponía con taquicardia.
––Pues pasaremos directamente a la siguiente fase ¿Quién dijo miedo? Es el lugar adecuado
para hacerlo.
––Me estás pidiendo que me case contigo hoy en Las Vegas, como el que dice, sí acepto ir al
cine y quieres que lo asimile acabada de levantar, no me respondes a que conllevará esto y sí, lo
reconozco, estoy loca por ponerme ese vestido, salir ahí fuera y casarme contigo, pero, ¿qué tiene
de real todo esto?
––De un fácil que te cagas, vamos, que me case y no me explicas más nada y cuando volvamos
no sé ni que seremos.
––Marido y mujer –– soltó una leve sonrisa.
––Me da igual lo que seamos después, paso, yo me planto ese vestido, espero que el tuyo sea a
lo Elvis y si hay que ir a hacer el payaso nos vamos, al menos las fotos nos la vamos a llevar, eso
sí, mi alianza me la quedo –– reí.
––Bueno, pues eso, que me voy a dar tal lote de echarnos selfis, que voy a colapsar mi pobre
teléfono.
––No entiendo…
––¿Yo? Hasta que no se rompa no compro nada, este es mi reliquia y no me pienso deshacer
de él, además, paso de estar como la gente tirando el dinero en tecnología y cuando sale otro ya no
quieren el que tiene, no, no, ni de broma. Este me hace fotos, tiene Internet y funciona ¿Para qué
quiero más?
Tras el desayuno me metí en el baño y comencé a vestirme, como era rubia y con melena larga,
me hice unas blondas con la plancha del pelo, me pinté los labios de rojo y ahí estaba yo,
dispuesta a darlo todo, preciosa, además hasta un abrigo blanco había en la caja para echármelo
por encima.
Se me quedó mirando con la boca abierta al verme salir, pero más loca me quedé yo al verlo
vestido. Nada de, a lo Elvis, iba impecable, con un chaqué en gris claro pegado al cuerpo, como
los novios de poder. ¡Madre mía!, estaba a punto de que se me cayeran las bragas al suelo.
Bajamos y un coche antiguo nos esperaba para llevarnos a una especie de capilla que nos
esperaba el señor para el enlace, la música no como es típico allí a lo Elvis, no, la canción que
comenzó a sonar fue “Stand by me” ¡Me encantaba!
Los dos comenzamos a movernos hacia los lados cuando llegamos al altar cantando la
canción, el chico sonreía al vernos tan feliz, hasta se pensaría que éramos una pareja consolidada
de esas que van allí expresamente a casarse.
Fue precioso, alucinantemente bonito, indescriptible y cuando nos pusimos las alianzas, moría
de amor…
Salimos de allí con el certificado que sí queríamos podíamos inscribir en New York para
legalizar la boda, aquello había sido un momentazo. Alexander había contratado un equipo de dos
jóvenes para las fotos y el video que luego nos enviarían.
Fuimos a perdernos por la ciudad, a beber, comer y disfrutar de nuestro día, la gente nos
miraba al vernos así vestidos cuando entrábamos en los locales, también por la calle, pero es que
estábamos demasiado monos, demasiado felices y demasiado de todo.
Bebimos, comimos, bailamos, disfrutamos, nos reímos y nos emocionamos. Fue el día más
bonito de mi vida, hasta le hicimos una videollamada a mi padre que se quedó a cuadros cuando le
contamos la locura, aunque nos dijo que el siguiente fin de semana había que celebrarlo, nos dio
su bendición a esta locura que nadie sabía cómo iba a terminar.
Luego a sus padres y hermanos, por lo visto los tenía al tanto de todo, yo me quedé sin aliento
al saberlo. Esa videollamada a su familia, me hizo ver que Alexander les había hablado de mí
como alguien muy especial, como alguien que quería que formara parte de sus vidas y lloré
emocionada con las palabras de su madre.
Pasamos el día más divertido, romántico e inolvidable que jamás pudiera imaginar,
regresamos a la habitación a última hora de la noche, eso sí, yo en su espalda cargada en peso.
Me dejó sobre la cama y se puso encima de mí, ahora venía la siguiente fase, una vez casados
ya podíamos tener sexo, me reía de pensarlo a pesar de los nervios que recorrían mi cuerpo en
esos momentos.
Sus manos entraron por debajo de mi vestido corto, posándose sobre la cintura donde
terminaban mis medias y bajándolas para deshacerse de ellas.
Luego me quitó el vestido dejándome solo con la braguita brasileña que llevaba, miró mi
cuerpo y se mordió el labio, yo me ruboricé a pesar de estar achispada y nerviosa.
––Este cuerpo lo debe estar codiciando todos los hombres del mundo… –– Su mirada, su tono,
hizo que toda mi piel se erizara.
––Yo tengo uno. No necesito más –– murmuré con voz tímida para que le quedara claro que
solo lo quería a él.
––Eso me gusta –– murmuró también mientras sus dedos iban bajando la única prenda que
tenía y me dejaba expuesta ante él.
La quitó, la dejó caer al suelo, agarró mis manos y me levantó hacia él que estaba de cuclillas
entre medio de mis piernas.
Me abrazó, me besó y me apretaba con esa fuerza que se tiene cuando quieres sentir a una
persona, así…
Un abrazo de esos que parecen que llevas esperando dos años y nunca llega, pero cuando lo
hace te abre el alma, necesitas atravesar su cuerpo de todo lo quieres expresar con él, te eleva.
––Debería de ser delito no enamorarse de ti –– mordisqueó mi labio con esa sonrisa que
aceleraba mi alma.
––Por eso preparé todo para ponerte una denuncia. Ya lo tiene mi abogada.
––Pues que la retire, puedo demostrar que más que enamorado, me tienes súper enamorado ––
seguía jugueteando con mis labios mientras yo estaba frente a él, sentada sobre sus rodillas.
Me echó hacia atrás y fue besando cada parte de mi piel, sabía que era mi primera vez por lo
que lo notaba que iba muy cuidadoso con todo, pero yo me estaba poniendo como una moto a
punto de arrancar y salir a toda mecha.
Me besó y acarició, sus dedos entraron con delicadeza y cuidado dentro de mí, luego me
excitó esa zona que comenzó a hincharse rápidamente y me hizo gemir de desesperación, hasta
conseguir llegar al ansiado orgasmo que provocó que casi me desmayara sobre la cama.
Su sonrisa, su mirada, era todo atención, tacto, sensualidad, era una mezcla de todo lo que un
hombre debía poseer.
Y entró en mí, haciendo que me agarrara con fuerza a su espalda al sentir aquel miembro
entrando en mi interior.
Y entonces comenzó a moverse lentamente, de forma sincronizada, sin dejar de mirarme. Fue
un momento que jamás imaginé así, no era lo que podía explicar, era lo que sentí, lo que nos
transmitimos, como pasó…
––El avión sale en un rato –– murmuró acariciando mi vientre para que me fuese espabilando.
––Ese no es mi problema, yo soy rica y estoy casada con un ricachón –– reí pegándome a él.
––¡Ah no! –– Me desvelé corriendo –– Vamos a por ese avión ahora mismo, pero a la de “ya”
–– reí levantándome y tirando de él.
Ni dos minutos pasaron y ya estábamos en la ducha, con esos besos, caricias y momentos que
me estaba enseñando a descubrir, esos que, aunque no quisiera reconocerlo estaban terminando de
avivar mi vida.
Bajamos a la cafetería del hotel y nos pedimos un desayuno como Dios manda. No dejaba de
mirar mi mano, en una la alianza y en la otra ese osito tan “cuqui” de Tous, además de la pulsera
de Pandora, él sonreía y yo le sacaba la lengua.
La vuelta en el avión era un no parar de ver fotos, mi primer viaje, boda simbólica, muchos
momentos que se quedarían grabados en mi retina y lo mejor de todo, mi primera vez…
Capítulo 11
Aterrizamos en New York y un coche nos llevó hasta el edificio, Alexander iba de lo más
cariñoso, bueno, siempre lo era, pero es que a mí cada momento me parecía de lo más especial.
Tenía la sensación de que lo bueno pasó y lo mejor tenía que estar por llegar, estaba yo de lo
más positiva.
Era mediodía, así que antes de llegar él pidió comida a domicilio, cosa que al llegar ya estaba
el chico aparcando la moto, no me dejó ni entrar al apartamento, fuimos directamente al suyo.
––Pero mientras pones en la mesa la comida puedo ir a dejar las cosas… –– volteé los ojos
cuando cerró la puerta.
––¿Y por eso tengo que hacer lo que te dé la gana? –– reí negando.
––Tenemos que vivir juntos, ¿no? –– Arqueó la ceja mientras servía los platos.
––Totalmente.
––La cuidamos entre los dos, nos vamos alternando –– me hizo un guiño.
Eso sonó como música, como algo mágico que se te cuela en el corazón y te enamora el alma,
la vida. Vivir con él, con ese hombre que fue como una salvación a mi vida junto a John, como esa
persona que de repente aparece y cambia tu mundo a otro color ¿Cuánto duraría esta felicidad?
¿Y qué pasó?
Pues que ese día me ayudó a llevar mis cosas a su apartamento, para instalarme en su vida,
como su mujer y para convencerme de que dejara el trabajo, pero por ahí no iba a pasar, era feliz
con ello, era un premio que me había dado la vida y no quería otra cosa que ganar mi dinerito para
contribuir en la casa. Por mucho dinero que él tuviera, yo necesitaba sentirme independiente, al
menos económicamente.
A la mañana siguiente me despertó con un desayuno en la cama ¿Podía ser más mono? Aunque
yo con tal de desayunar con él, lo hacía hasta debajo de un puente.
Le llegó un mensaje al móvil y desde ese momento lo noté raro, le pregunté si estaba todo
bien, me dijo que sí con esa sonrisa que tanto me gustaba, pero esta vez vi un poco de tristeza o
incomodidad en ella.
Me puse a trabajar con mis cascos y me tomé un café con John, que estaba un poco raro, me
dijo que Brian el de administración quería hablar conmigo.
Me quedé un poco extrañada, llegué a su oficina y por su gesto sabía que algo no iba bien, así
que me senté y me comentó que me debían de despedir, que había salido una nueva ley para
Comunidades y que la limpieza debía ser hecha por una empresa de limpieza que cumpliera todos
los requisitos de desinfección.
Me quedé blanca, en shock, yo estaba feliz con mi trabajo, amaba levantarme y ponerme con
mis responsabilidades, yo quería morirme directamente, aunque esta vez me pilló con mi premio
de Las Vegas, el regalito de mi padre y que ahora los tenía a ellos ¡Pero yo quería trabajar!
Me dio un cheque con la liquidación de mis días trabajados y dos mil dólares de
compensación por disolución de trabajo, de todas maneras, le agradecía todo. Le entregué las
llaves del cuarto de la limpieza y me fui hacia el apartamento a contarle a Alexander, bueno, me
eché en sus brazos a llorar.
––No tienes que llorar, vas a trabajar si quieres, mira, la casa te necesita –– me hizo un guiño.
––Yo quiero un trabajo de verdad, hacer mi trabajo y que me paguen a final de mes –– otra vez
a llorar.
––Yo te puedo conseguir rápido un empleo y tu padre también ¿Dónde está el problema?
––¿Qué dices? –– rio negando –– Eres lo mejor que nos pasó en nuestras vidas, además eres
mi mujer…
––De mentira.
––Bueno, coge el portátil, tomate un café y prepara un currículum que lo vamos a enviar a
varios sitios.
––Ya lo tengo hecho, solo hay que añadir mi último trabajo aquí, pero al ser tan corto no sé si
debería de ponerlo.
––Que no quiero ayuda, quiero mover mi culo yo –– dije poniendo cara de pena.
––Madre mía, no deberías de tomarlo así ¿Por qué no haces un curso de algo que te apasione?
––Necesito trabajar.
––Pues yo te garantizo que ahora mismo estás en las condiciones perfectas para labrarte un
futuro como maquilladora.
Me señaló con el dedo y agarró su teléfono, yo lo miré sin entender nada, le dijo a una tal
Rose, que buscara una plaza en uno de los mejores centros de preparación de maquillaje y que la
quería para lo antes posible.
––Mi secretaria, mi mano derecha y tú, vas a hacer el curso como Alexander que me llamo.
––Tú vas a labrarte un futuro como maquilladora, no te digo más nada –– sonó seguro mientras
se alejaba para su oficina.
Me quedé la mañana preparando comida y pensando, llamé a mi padre que me dijo que tenía
que hacer ese curso y olvidarme de trabajar de lo que me saliera, tenía que hacerlo de lo que me
apasionara y que con ese curso podría encontrar empleo hasta en canales de televisión ¡Pues sí
que tiraba alto el hombre! Menos mal que me sacó alguna que otra sonrisa.
Resumiendo, dos días después estaba con mi padre en la corte recogiendo mi nueva identidad,
esa en la que ya llevaba sus apellidos y estaba reconocida como su hija.
Al salir nos fundimos en un abrazo y nos fuimos a un restaurante a comer, allí nos esperaba
Alexander que, por cierto, los dos parecían que se conocían de toda la vida, se hablaban con
mucha cercanía.
Alexander nos comentó que le habían llamado de uno de los mejores centros de belleza para
que yo comenzara el curso la siguiente semana, así que lo celebramos y yo… Bueno yo ¡Estaba
que no cabía en mí de la felicidad!
Ese día dimos un paseo por la ciudad y terminamos comprando algunas cosas, además de
cenar en un asiático antes de despedirnos de mi padre hasta muy pronto, quedamos que pasaríamos
por su casa a comer en estos días, pero con la de cambio de planes que hacíamos ya se vería
sobre la marcha.
Capítulo 12
Faltaba un rato para que comenzara mi curso de maquilladora, estaba nerviosa por ello y ya
tenía el maletín que había que comprar para realizarlo.
Esos días lo pasé un poco mal, bueno quién dice mal, dice alerta, algo pasaba y no lograba
adivinar qué, pero veía a Alexander distante, raro, pensativo, mirando mucho el móvil y siempre
lo dejaba hacia abajo.
Estaba claro que no le iba a revisar el móvil, en la vida haría eso, pero que no quisiera que se
viera la pantalla y lo tuviera completamente en silencio, pues me escamaba un poquito.
Conmigo estaba atento, cariñoso, cuidadoso, pero lo notaba un poco ido, parecía que se
perdiera en sus propios pensamientos. Sabía que algo le pasaba, pero no estaba dispuesto a
decírmelo, quizás para no me preocupara o por el simple hecho de que no quería hacerlo.
Desayuné con él y me llevó hasta el lugar de las clases, en la puerta se despidió deseándome
mucha suerte y con un beso de esos que enamoran el alma.
Entré y me recibió una chica que me hizo pasar directa a la sala del curso, rápidamente se
presentaron Kevin y Dalia, los profesores, jóvenes, no más de cuarenta años y muy simpáticos,
también los que harían el curso conmigo, solo dos chicas y un chico ya que eran cursos reducidos
y muy exclusivos. Aún ni sabía cuánto había costado, mi señor “marido” dijo que era un regalo
suyo y que no me iba a decir ni media.
¿El primer día de curso? Pues de risas total con cada técnica que nos enseñaban. Dalia y
Kevin eran unos crack y a todo le sacaban un chiste, así que la cosa estuvo de lo más animada.
De vez en cuando mi mente se iba a Alexander, algo le pasaba y eso me chirriaba mucho.
Andrea, una chica cubana hija de actores y que también estaba realizando el curso, me miraba
y me hacía muecas, era toda una cómica.
––Así que tú eres la novia del poderoso Alexander… –– dijo Dalia, cuando terminamos y me
acerqué a preguntarle una duda.
––No, para nada, es que llevamos poco tiempo y todo sucedió demasiado deprisa.
––¿Y para qué hacer las cosas con calma si nos podemos morir mañana?
––Una vez me dijo una amiga que follara hasta decir basta, así comenzaría a disfrutar de las
cosas del camino sin echar en falta nada.
––Yo quiero uno como el tuyo, hasta entonces, uno por aquí y otro por allá.
––Haces bien.
Bueno ese comentario de que quería uno como el mío, no es que me hubiese hecho mucha
gracia, pero disimulé, no valía la pena ponerse mal por un comentario que no era malintencionado
y sí cómico, como era ella.
A la salida estaba Alexander que me acribilló a preguntas, parecía más emocionado que yo
por ese curso.
Ese día hacía mucho frío, nos fuimos directos para casa, él había preparado un estofado de
pollo y olía que alimentaba.
Tras la comida nos despedimos ya que tenía unas reuniones y vendría tarde, así que ni para la
cena lo esperaría.
Yo me quedé en el sofá café en mano viendo una serie a la que me había enganchado, tenía el
jersey hasta los tobillos ya que estaba sentada encogida, estaba tonta, triste, tenía una sensación
extraña con Alexander. Sabía que algo le pasaba y como se decía, la intuición de una mujer era lo
más fuerte del universo.
Sobre las siete de la tarde vino mi padre al apartamento a verme, pasaba por allí y me puso un
mensaje al que le contesté que se pasara, que lo invitaría a un caldo que le iba a quitar el frío.
Venía muy sonriente, me contó que habían cerrado un programa buenísimo que sabía que iba a
dar mucha audiencia.
Estuvimos charlando un buen rato y se fue a eso de las nueve de la noche, yo me volví al sofá
donde me quedé dormida hasta que llegó Alexander.
Tuve que ir hacia la puerta pues lo escuchaba intentar abrir, pero no podía y claro, al abrir…
¡Estaba borracho! Se ladeaba hacia los lados riendo, yo jamás lo había visto así.
––Vaya, la traes buena –– dije seria cruzándome de brazos y poniéndome a un lado para que
pasara.
––Lo pillas… –– Entró y se tiró en el sofá boca arriba con el brazo hacia fuera.
––Dos, te voy a dar dos –– dije con ironía marchándome hacia el cuarto.
––Vaya manera de recibir a tu marido –– dijo de aquella manera elevando el tono, como si esa
fuera la manera de llegar a casa, en fin…
Me acosté con rabia y con dolor, me debía una buena explicación, pero ahora no era el
momento, no estaba en sus cabales y la verdad escucharlo así me parecía hasta desagradable.
––No hay un puto hombre en el mundo que te ame como yo –– dijo dándose un golpe en el
pecho.
––Ajá…
––Y te voy a decir otra cosa… –– Vaya por Dios, no era una, sino dos.
––Y otra cosa más… –– Ya sabía yo que ahí no iba a terminar –– Quiero que tengamos una
gran familia con muchos hijos, así que vamos a empezar a buscar al primero.
––Claro, claro, vamos a montar la cantera de un club de futbol –– dije con sarcasmo.
––¡No! Quería decir que era mía siempre y cuando me dé permiso mi mujer. Yo me voy al sofá
que comprendo que hoy bebiste mucho y te dará todo vueltas –– dijo ocasionándome tal
enfurecimiento, que solo tenía ganas de darle una hostia y quitarle la borrachera de golpe.
––No serías capaz…–– bueno eso y dos segundos me bastaron para coger una botella pequeña
de agua que había sobre la mesita de noche y lanzársela sin temblarme el pulso.
––¿Me has…?
––Pues me voy a dedo ¿O también vas a hacer un llamamiento a la ciudadanía para que no me
lleven? –– resoplé poniéndome cada vez más nerviosa.
––Tú y yo vamos a tener que hacer un contrato con normas.
––Tú eres tonto a más no poder –– le señalé para que se fuera y dejara de aguantar el quicio
de la puerta que no se iba a caer.
––Tendré que hablar con tu padre y contarle que te portaste mal conmigo.
––No son horas, pero mañana lo haré –– dijo en tono chulesco pero pausado pues ni le salían
las palabras.
––Ya te digo que las tendrá, pero eso lo hablaremos en otro momento –– le sonreí con
falsedad.
––¿Cuántas piernas tiene un perro?
––¡Alexander!
––¿Qué?
––Vete o cojo la puerta y me voy ahora mismo, no te aguanto así, piérdete de mí vista.
––Joder como te pones, solo vine a darte las buenas noches con todo el amor del mundo, me
voy, me voy.
Y se fue, menos mal, con todo el amor del mundo, santa paciencia tenía yo. Le hubiese tirado
la casa por la ventana, pero vamos, a mí esto me lo iba a explicar bien. Eso de venir de esta guisa
y en esas condiciones no iba con mi vida y si él quería ir por ese camino…
Capítulo 13
––Lo tuve que acompañar hasta el ascensor y marcar el piso, se dedicó a intentar abrir todas
las puertas de aquí abajo.
––Qué fuerte…
––Gracias, John –– le sonreí. Para mí era una gran persona, gracias a él cambió mi suerte.
Llegué al curso y estaba muy rayada con el tema, jamás había visto a Alexander en esa actitud,
con ese aspecto, me pareció de lo más desagradable.
La mañana la dio la cubana, estaba ese día disparatada, nos hizo reír de lo lindo, además
Kevin y Dalia le seguían mucho el juego así que se lio, se lio y terminamos imitando a los famosos
que iban super mega maquillados.
Me subí sin decir ni por ahí te pudras, me puse el cinturón y me crucé de brazos.
Él estaba serio, noté que me miró antes de arrancar y salir de ahí, pero parecía que tenía un
poco de miedo a hablar, sabía que la había cagado y ahora me debía una muy buena explicación.
Fuimos hacia la casa y preparé la mesa con la comida que hice el día anterior, Alexander ni se
había pronunciado, me observaba, pero no decía nana, pero yo era cabezona, a mi este no me iba a
hacer abrir la boca la primera, él era el que tenía que explicarse y no me valdría cualquier excusa.
Nos pusimos a comer como los que están en un velatorio, aquello estaba más en silencio que
en el cine. ¡Madre mía!, la de peso de conciencia que tenía que tener el “míster”.
Después de la comida me puse a fregar y él a preparar dos cafés, nos fuimos al sofá y ahí ya
habló.
––Siento lo de ayer…
––Pues felicidades, campeón, te ganaste el puesto número uno al papel más lamentable.
No me creía ni una sola palabra, en una cena, beber así, siendo más de trabajo, no me
cuadraba. Yo era buena, pero tonta no, eso ni “mijita”.
Me quedé dormida en el sofá, cuando me desperté no estaba, había dejado una nota sobre la
mesa diciendo que tenía una reunión.
Me puse a preparar la cena, daba por sentado que llegaría a cenar, pero vamos, esperaba que
no lo hiciera como el día anterior, porque cogía la puerta y me iba.
Y pasó, llegó a las doce menos cuarto de la noche, con la misma embriaguez ¿Esto era una
cámara oculta?
––Claro, es evidente –– sonreí con ironía desde la cama, él seguía en el quicio y de ahí no
pasaba.
Apagué la luz dándole a entender de que me dejara en paz, lo escuché meterse en la ducha,
luego vino a la cama e intentó abrazarme, pero con un codazo le dejé claro, que ni se le ocurriera.
Era viernes por la mañana, último día de la semana de curso, Alexander se levantó a la vez
mía y desayunamos. Yo lo ignoraba y él sabía que estaba mejor calladito, así que, me llevó al
curso y me bajé dando un portazo en el coche en señal de, “ahí te quedas”.
A la salida estaba Alexander con un rostro más serio de lo habitual, me monté en el coche y
me llevó a un restaurante en uno de los pisos más altos de un rascacielos, un lugar de lo más
exclusivo.
––Pues adelante.
––Nada es lo que parece…
––¡Ah no!
––Pues aclara.
––El principio…
––Soy el dueño del edificio, de cada apartamento, todo está arrendado para oficinas y
alquileres de vivienda de larga duración, fue una herencia de mi tío, me adoraba como un hijo,
pero mi vida es la investigación de personas desaparecidas.
––Tu padre me encargó tu caso hace seis meses. Por los apellidos de tu madre y su nombre
conseguí comenzar una línea de investigación que me estaba costando la vida, ya que fuiste
entregada a las monjas.
––Bueno, déjame seguir, eso se cree el mundo televisivo ya que mi faceta de investigador la
llevo como el más alto de los secretos. Llevo casos de personas influyentes de la ciudad, además,
tengo inversión con esto del edificio, así que no van mal encaminado. Yo salía en los medios por
alguna relación con alguna u otra famosa.
––Claro –– levanté la mano y le señalé al camarero para que llenara las copas de vino, a la
mierda el refresco, necesitaba alcohol en vena.
––Tu padre me contrató y por los apellidos fui descartando personas, hasta que di contigo que
estabas trabajando desde hacía tiempo en un negocio que luego cerró, justo en esos momentos que
te quedaste en la calle.
––Lo sabias…
––Todo, así que la suerte es que merodeabas por los alrededores y para cerciorarme planeé
con tu padre que John te dijera lo del puesto y meterte mientras nos asegurábamos.
––No me lo puedo creer… –– Me bebí la copa que me pusieron de un trago, esta vez me iban
a tener que llevar en camilla a mí.
––Luego lo preparé todo para que me pillaran contigo y saltara a los medios, confiábamos que
si tu madre te reconocía saldría a hablar y ahí ya tendríamos todos los indicios de que eras tú a
quién buscaba tu padre.
––¿Y mi padre?
––Se enfureció, me advirtió de que eso no era así, pero que si te hacía daño me mataba, algo
normal, es tu padre.
––Menos mal que me gané un premio en Las Vegas, esto no hay quién lo digiera –– dije dando
a entender que me iba a marchar a vivir sola, pues estaba ahora mismo llena de decepción, dolor
y…
––¿La boda?
––No, eso era porque lo deseaba con todas mis fuerzas. Lo de los premios, por eso te llevé a
esa máquina, todo estaba hablado, era un regalo que quería hacerte tu padre para que no te vieras
con pocos ahorros y quisieras algo que no te atrevieras a pedir.
––Yo me muero… –– Me puse las manos en la cara mientras negaba––Soy una recogida, con
dinero que me dieron por pena y con un hombre que me mintió desde el principio…
––Eso es lo peor…
––Suelta, que ya ni me entra la comida –– levanté la mano para que el camarero volviera a
rellenar las copas.
––Cuando comencé a enamorarme de ti yo tenía otra relación, ella vivía en Orlando por una
plaza que cogió de un año como cirujana, habíamos comenzado algo bonito justo antes, entre idas
y venidas…
––La dejé justo cuando nos fuimos a Las Vegas, por eso no quise ponerte una mano encima
antes…
––Me quedo muerta –– otra vez me bebí la copa de un trago y directamente pedí que la
rellenaran –– ¿Y eso que tiene que ver para emborracharte esos dos días y llegar tarde?
––No puedo creer que haya vivido engañada desde el día que me saludó John –– negué
incrédula, enojada, enfadada…
––Os podéis ir a la mierda los dos. No necesitaba un premio de mentira, no necesitaba romper
una relación, no necesitaba que jugaran conmigo –– contesté apretando los dientes, estaba muy
enfadada.
Pagó y nos fuimos hacia el apartamento, abrí una botella de vino y me senté en la cocina, le
dije que me dejara en paz, mi padre me llamó varias veces, pero no lo cogí.
¿Cómo podía haber sido tan ingenua de creer que la suerte había golpeado mi vida?
Capítulo 14
Quería que me devolvieran mi cabeza, todo me retumbaba, me daba vueltas y era incapaz de
levantarme.
Miré el móvil y tenía dieciséis llamadas de mi padre, sabía que Alexander le había puesto al
tanto y que estaba preocupado.
Fui a la cocina y me puso un café en la mano, ni lo miré a la cara, a ese hombre, ahora mismo,
lo único que deseaba era fusilarlo.
––Se que quizás no valdrá de nada o de muy poco, pero lo único que quería era sincerarme
contigo, contarte la verdad y comenzar una vida en común sin miedo, ni mentiras.
––Yo lo único que quiero es irme de aquí, comenzar mi vida sola, como lo he venido haciendo
toda mi vida, así que será cuestión de dos o tres días que me vaya. No te pedí que me robaras un
beso, pero lo recibí con todo el cariño del mundo, con toda la ilusión, lo que nunca imaginé es que
pertenecieran a otra.
––¿Y? ¿Quién me dice que mañana no amarás a otra y me harás lo que le hiciste a ella?
––No amé a nadie como a ti.
––No tienes ni idea de lo que es el respeto hacia las personas, la podrías haber dejado antes.
––Da igual, los besos son una traición igualmente, de verdad, deja de justificar algo que no
tiene justificación alguna.
Dejé el vaso sobre la mesa, me duché y me fui en taxi para casa de mi padre, con él debía
tener también otra conversación.
No dejé hablar a mi padre, directamente le recriminé lo del dinero de Las Vegas, el no haberse
sincerado conmigo, el haber permitido todo sin consultarme. Lo puse fino filipino, pero le entendí,
en parte, necesitaba darme todo aquello que no me había podido dar a lo largo de los años.
Le pedí un favor, que me diera las llaves del apartamento que tenía cerrado por donde yo vivía
y se puso de lo más contengo, me las puso en las manos diciendo que quisiera o no, era mío, como
todo lo que tenía él.
Me llevo hasta casa de Alexander y quedamos en hablar en esos días, yo subí preparé mi
maleta ante las súplicas y lloros de él, dejé su llave sobre la mesa y le deseé suerte, la iba a
necesitar. Un hombre que actuaba así con una mujer, no era digno de compasión.
Me fui hacia el apartamento de mi padre en taxi. Aquello era una cucada, amplio, con luz,
nuevecito, los muebles súper modernos y vivos, me encantaba.
Me senté en el sofá y me eché a llorar, al primer hombre que le había entregado mi vida,
resulta que estaba conmigo y con otra a la vez, bueno yo era la otra, al menos en ese primer
momento.
Yo amaba a Alexander más que a nada en el mundo, pero había barreras infranqueables en mi
vida, la lealtad era la primera y él no lo fue con ninguna, solo cuando le vio las orejas del lobo.
Coloqué mis cosas en la preciosa habitación, aquello era todo pin up, una pasada, luego me
fui a un hipermercado a comprar comidas y productos de limpieza, me tuvo que ayudar un chico
que se buscaba la vida así a llevar todo hasta el ascensor de mi casa.
Coloqué todo y me preparé un sándwich, ese día creo que había sido el más triste de mi vida.
Ni cuando me quedé sola en la calle sentí tanto dolor.
Alexander no paraba de ponerme mensajes, de hacer por hablar conmigo, pero yo lo bloqueé
de llamadas, mensajes y toda forma humana de que tuviera contacto conmigo, además, a mi padre
le pedí que no dijera por nada del mundo la ubicación del apartamento.
El domingo salí a correr, hacía mucho que no lo hacía, así que me vestí para la ocasión, me
puse los cascos para escuchar música y me fui a ver el aguante que tenía que para sorpresa mía no
fue poco, aguanté cuarenta minutos trotando.
Luego me senté a desayunar plácidamente en una cafetería que era una monada, eso, o que yo
estaba tristemente romántica.
Llegué a casa y me puse a preparar un caldo de verduras con pollo, quería pasar el día
leyendo unos libros que me había comprado y que aún ni los había empezado, así que mi plan
sería mantita, sofá, leer e intentar olvidar lo sucedido, aunque fuera por un ratito.
Pero no, ni me concentré en los libros y encima me pasé el día llorando, tenía rabia, dolor,
decepción, un montón de sentimientos feos que jamás había sentido de esa manera.
Me fui hacia el curso en bus después de tomar dos cafés bien fuertes, los necesitaba como el
comer, además, tuve que usar los truquitos aprendidos en la academia para disimular las ojeras
que arrastraba.
Llegué media hora antes, pero me encontré en la puerta a Andrea, la chica cubana que me
saludó con tal intensidad, que parecía hasta que me quería y me había echado de menos.
La invité a un café. Uno más en el cuerpo e iba a maquillar ese día todo el cuerpo del que me
tocara.
Andrea era súper graciosa, divertida, tenía un humor que definía muy bien de donde provenía,
Cuba, la ciudad de la alegría, de la sonrisa, llena de vida y música, así era ella.
Mira por donde que me sinceré y le conté toda la película, ella no salía de su asombro, no se
lo podía creer. A pesar de que yo era prudente necesitaba desahogarme con alguien.
––Joder, pues sí –– dijo ella mirando, además vio como los demás días me recogía así que
sabía de quién se trataba ––. Ni lo mires, tú ignóralo –– dijo con gracia agarrándose a mi brazo.
Pasamos por delante de él, que se nos quedó mirando y no le salió ni media palabra, entendió
que no nos íbamos a parar y que quizás si decía algo, iba hasta a cobrar.
Me vine abajo, pero Andrea pronto comenzó con sus ánimos para que me viniera un poco
arriba, era un sol, una chica que transmitía tanta felicidad que te contagiaba por momentos.
Pasamos el día juntas, ella me contó que era divorciada, pilló al marido con otra en la cama,
eso sí que era un marrón, pero ella lo superó, el tiempo imagino que lo cura todo y lo mismo haría
conmigo.
Esa noche llegué a casa agotada de haber estado todo el día en la calle, hasta fuimos de
compras y me cogí un par de jeans que estaban en oferta, por lo que tiré de mi “premio” en Las
Vegas.
Lloré hasta quedar dormida, cómo maldecí haberme enamorado que hasta me dolía el alma,
cómo lo echaba de menos a pesar de ser un jodido desleal…
Los tres siguientes días los pasé desayunando con Andrea, luego nos íbamos a comer por ahí y
pasábamos la tarde de paseo por la ciudad hasta que caía el sol y el frío se hacía insoportable.
Con Andrea, aprendía cada día un chisme de su vida, como ella les llamaba, pero me sacaba
una sonrisa tras otra.
Hasta me contó que sus padres tenían una relación abierta y que se acostaban con otras
personas, yo me quedé alucinando, ella lo veía con total normalidad, aunque era lo mejor, cada
uno era libre de hacer con su vida sentimental y sexual lo que quisiera. Cada uno de nosotros
debíamos vivir nuestra vida, jamás había que meterse en la de los demás ni creernos jueces de
nada, lo que pasa es que yo era muy conservadora, seguramente me estuviera perdiendo muchos
placeres de la vida, pero yo era feliz con mi forma de vivir.
Andrea se casó joven, solo tenía veintiséis años, se encaprichó de un modelo con el que se
casó un año después, duraron dos, hasta que ella lo pilló en esa situación tan delicada, nada que
ver con sus padres. Andrea en el fondo era una romántica y seguía queriendo encontrar a su
príncipe azul.
Ni rastro de Alexander, no volvió a aparecer más por ningún lado y yo cada noche lo lloraba
como una niña pequeña que se siente sola.
Mi padre estaba de viaje por un tema de retransmisión de futbol, me llamaba cada día y me
preguntaba cómo estaba o qué necesitaba.
Capítulo 16
Y llegó el viernes, esa mañana tocaba academia y ya hasta el lunes para mí, para disfrutar del
apartamento o para llorar como una niña pequeña que necesita echar toda su rabia hacia fuera,
pues era mucha la que tenía dentro de mí y eso era muy feo.
Llegué junto a Andrea, desayunamos y entramos al curso, ella se iba tal como saliera a pasar
el fin de semana a casa de una prima suya en otro estado.
La mañana pasó rápida, se hacía todo muy didáctico y ameno, yo había aprendido muchas
técnicas que me venían como anillo al dedo, me estaba encantando como se iban viendo los
resultados.
Se bajó precipitadamente y me rogó que me montara en su coche, le dije que no, me negaba
por completo.
La faltó ponerse de rodillas, pero no, me metí en el edificio y lo dejé ahí con sus ruegos, con
sus mentiras y con sus deslealtades.
Ni comer quise, me había quitado las ganas de golpe así que me tiré en el sofá, con el mando
en la mano, zapeando y con una actitud de agotamiento total, así es como me tenía esta situación.
Lo peor de todo es que lo deseaba, lo amaba y haberlo tenido tan cerca me había dejado con
esas ganas locas de abrazarlo y comérmelo a besos, pero, ¿para qué? No era ese hombre que creía
y del que me enamoré.
Me quedé dormida toda la tarde, bueno si no llega a ser por ese pitido que iban a tirar la
puerta abajo, ni me levanto.
¿Quién cojones…?
––Es fácil, aquí con treinta dólares habla hasta el mudo –– entró sin dejar que lo echara o le
cerrara la puerta en las narices.
Se fue directo a la cocina, como si conociera la casa de toda la vida, bueno, tampoco es que
estuviera escondida, había que pasar por delante de ella.
Abrió el frigorífico como si de su casa se tratara, en el fondo era tan gilipollas que hasta me
gustó ese acto.
Sacó dos refrescos de lata y los puso sobre la mesa, luego vino hacia mí sin mediar palabra,
me rodeó por la cintura, me acercó a él y me miró a los ojos clavándolos como puñales.
––Alexander…
––Si no me lo dices doy por hecho que a pesar de que la cagué, fui muy poco hombre en no
hablar claro desde el principio y sobre todo desleal, a pesar de todo eso lo hice por amor, porque
sentí lo que nunca había sentido por nadie –– decía de forma calmada, con pausa y sin dejar de
mirarme.
––Solo a ti, te lo juro por mi vida, pregúntame lo que quieras, verás que jamás me tendré que
retractar, pero te pido por favor que me des una oportunidad, que no me dejes, no puedo vivir sin
ti.
––No, no voy a volver contigo, yo seré poca cosa, una vagabunda a la que sacaste de la calle
por encargo de mi padre, una pobrecita a la que engañasteis haciéndola pensar que la vida le
había sonreído, pero tengo valores y lo que tú has hecho con tu ex y conmigo, créeme, están muy
lejos de lo que yo considero honestidad –– intenté deshacerme de él, pero no lo permitió.
––No te has quitado la alianza –– miraba a mi mano que estaba sobre su pecho en un intento de
separarlo.
––Ni me lo voy a quitar, esto es para empeñarlo cuando me vuelva a ver como antes.
––También es verdad, ahora tengo padre –– me reí de mí misma y a él, le salió la más bonita
de sus sonrisas ––Bueno, suéltame.
––Dame un beso…
––¡Ni se te…! –– me tapó la boca con un intenso beso, mientras yo apretaba sobre sus
hombros para apartarlo de mí, pero nada, no hubo forma, me tenía agarrada la cabeza y la espalda
y no conseguí desprenderme.
––Sí y tienes diez minutos, cuando pase el tiempo te cojo en brazos y te vas con lo puesto, te
tendrás que apañar con mi ropa.
––No, ¿eh?
––Sí –– me hizo un guiño con gesto de seguridad.
––No entiendes nada ¡No quiero saber de ti! –– Señalé hacia la puerta.
––Ya, pero eso me lo dices a la vuelta, ahora tenemos que ir a cerrar un capítulo…
––Yo contigo no tengo ningún capítulo que cerrar, esta todo más que cerrado.
––¡Qué no!
––Claro, tampoco tú me puedes quitar la oportunidad de hablar contigo por última vez.
––¡Te juro que no puedo contigo! –– grité y me fui a preparar algo, ya me veía de prestada con
su ropa ¿Dónde mierda me quería llevar?
Preparé la bolsa y salí con cara de pocos amigos. Hizo un gesto con su mano para que saliera
antes, así fue como me fui para su coche, con cara de pocos amigos y, sobre todo, de matarlo.
Bueno, en el fondo estaba como una niña pequeña a su lado, pero es que me daba rabia, le tenía
rencor por lo hecho.
Salimos de New York y nos metimos por unas carreteras hacia el interior durante bastante
tiempo, yo iba en silencio mirando por la ventanilla y escuchando la música que sonaba de fondo.
Llegamos a una finca grande, con una impresionante casa de madera y acristalada por todos
lados, un lugar en la nada donde aquello daba una paz impresionante.
Un chico que estaba cuidando las tierras nos saludó, a Alexander con mucho respeto y cariño.
Al entrar había una mujer latina en la cocina y me la presentó, se llamaba Lucy, muy amable,
de unos sesenta años, se trataba de la señora que le llevaba la casa y la cocina cuando él iba por
allí, pues nada, por lo visto tenía propiedades hasta en la montaña.
Subimos dos plantas más, donde tenía su habitación, preciosa, con unas vistas a la naturaleza
que imponían.
Yo no decía “ni por ahí te pudras”, me cambié, me puse un chándal bien abrigado y bajamos,
aunque la casa tenía una perfecta temperatura, como ya era de noche, Lucy nos puso la cena en la
cocina y se retiró.
––¿Y bien? Aparte de enseñarme que tienes aún más por si fuera poco ¿Algo más que añadir?
––Me gustaría que nos viniésemos aquí a vivir unos meses, solos, cuando acabes el curso, yo
puedo trabajar y gestionarlo todo desde aquí, quiero demostrarte lo que te puedo cuidar y lo
felices que podemos ser.
––No me crees…
––Veo que cuando te conviene cambias de tema, pero está exquisita, gracias.
––Lo que tu corazón desea y lo sabes, no puedes crucificarme por algo que no es tal como lo
ves.
––Claro, ahora soy bizca –– negué.
––Perdóname por no haber sido claro –– agarró mi mano por encima de la mesa y la retiré
rápidamente.
––Alexander, sé que no te puedo crucificar por todo, pero para mí la lealtad es la virtud más
grande que puede tener una persona.
––Soy leal, aunque haya fallado en una sola cosa, pero siempre me consideré un tipo leal.
––Lo sé, no la voy a juzgar ni echar la culpa, esa es mía, pero no estaba enamorado de ella, me
di cuenta cuando te conocí a ti y moviste todo en mí, aquello que nadie había logrado mover.
Me quedé pensando en esa última frase ¿Qué culpa tenía una persona por descubrir el amor de
verdad? Bueno eso contando que así fuera, pero él no tenía por qué decirme algo así, no me debía
nada, no había intereses por medio y cuando me miraba me transmitía mucho.
Después de cenar nos echamos en el sofá junto a la chimenea y viendo una película, él se puso
a mi lado a juguetear con mi mano, pero yo no lo dejé ir más allá.
Luego me cogió en brazos y me llevó arriba, a la habitación, le dije que no iba a dormir con
él, pero no hubo forma, me puso el pijama y me metió en la cama abrazándome muy fuerte y así es
como quedé dormida de nuevo en sus brazos, pensando que ahí es donde quería estar, sabiendo
que aquello era lo que me hacía feliz.
Capítulo 17
––No –– jaló de mí, me echó hacia atrás y rápidamente se puso sentado encima de mí,
agarrando mis manos mientras yo lo intentaba tirar de la cama.
––¡Esto es impropio!
––Ni de broma, es lo último que haría en la vida –– se puso a hacerme cosquillas y ya con eso
no había solución –– ¡Bésame! –– grité para que parara.
––Bueno, ni de eso ni de nada, ya sabes que te tengo echada una cruz, como las puertas de este
lugar de grande –– dije siguiéndolo.
––Risa me das mucha –– eso iba con doble sentido, si no lo pillaba es porque era tonto.
En la casa no había rastro de Lucy, al preguntarle me comentó que les había dado el día libre a
todos, que la casa era para nosotros, lo dijo en tono seductor y a mí en ese momentos se me cayó
todo, me daban ganas de agarrarlo y recorrer desnuda con él todos los rincones de aquella
preciosa casa, pero no, me iba a mantener firme en mis valores, por mucho que me doliera, aunque
ya estaba flaqueando, para que iba a mentir…
Preparó un delicioso desayuno con huevos, beicon, zumos y cafés, nos pusimos las botas
mientras me contaba la historia de aquel lugar, me encantaba escucharlo, la verdad es que era un
hombre que tenía una labia impresionante, además acorde con los gestos que se iban formando en
su cara.
Desayunamos frente a la chimenea, era una sensación tan bonita que daba mucha calma al día,
eso y que, ya comenzaba a tirarme tiritos de nuevo.
Sonó la puerta del salón que daba al exterior y vi por los cristales a un perrito de lo más
bonito, llamando, era de la finca, le pedí permiso para abrir y entró moviendo el rabo.
––Se llama Ruso…
––Me encanta –– lo acaricié mientras le daba un poco de pan con mantequilla, por mí le
habría dado el huevo, pero ya era tarde, me lo había zampado.
Ruso era de lo más amigable y feliz, su rabo era constancia de ello, iba moviéndolo a diestro y
siniestro, era un amor que se dejaba querer con los abrazos que yo le daba, hasta lo subí a mi
regazo, era de tamaño mediano tirando para chico, el más pequeño de la finca ya que había otros
por allí que gran consideración.
Se pasó la mañana con nosotros en la casa. Alexander y yo, nos pusimos a cocinar un arroz
con marisco y abrió una botella de vino blanco importado de Francia, estaba buenísimo, al final
me iba a aficionar yo a eso de beber.
Mi padre me hizo una videollamada, se reía de vernos a los dos juntos. Decía que nosotros
éramos un “contigo y sin ti”, a lo que Alexander le dijo que me quería como los patos “Pa to la
vida”.
Después de la comida nos echamos en el sofá y él se pegó a mí, al final me terminó echando
sobre su pecho mientras acariciaba mi pelo.
––Ya sabes que nos vamos a venir a vivir aquí cuando termines el curso ¿Vas a aguantar vivir
conmigo sin besarme?
––Yo creo que todo el mundo se merece una oportunidad –– agachó su cara y me plantó un
beso.
Me incorporó hacia su pecho y me dio un abrazo de esos que te devuelven la vida y sacan lo
mejor de ti, eso era lo que ocasionaba cuando entraba en contacto con él, pero me daba mucho
miedo a que me hiciera a mí lo que le hizo a ella, aunque… ¿Eso podía condicionarme a
arriesgarme y no quedarme con las ganas de saber qué pasó? ¡A la mierda!
Lo besé, lo besé porque era lo que más ansiaba en el mundo y porque por ahora me estaba
demostrando que, con quien quería estar era conmigo, dejando de lado al mundo, haciéndome
sentir el centro de su universo.
Y pasó, terminamos desnudando nuestros cuerpos, nuestras almas, nuestro todo, dejándonos
llevar por esa pasión que sentíamos el uno por el otro ¿No era así el amor?
El fin de semana fue precioso, ese día lo pasamos frente a la chimenea, entre caricias, besos y
miradas que hablaban desde el alma.
Y desde ese momento quedamos inmersos en un mundo que era de los dos, que pertenecía a
aquello que comenzó con aquella pequeña mentirijilla.
Epílogo
10 años después…
––¡Todos a desayunar! –– gritó Alexander, desde el jardín de la casa que habíamos comprado
en las afueras de New York, cinco años atrás.
Bueno, primero llegó Dakota, una bebé preciosa, morena y que apuntaba maneras para
modelo, ahora tenía ocho años.
Luego llegó Alexander, muy poco tiempo después, una calcomanía del padre, ahora contaba
con seis años.
Y más tarde… Bueno, más tarde llegaron los trillizos, tres varones que ya tenían cuatro años y
que eran los terremotos de la casa, Mat, Kevin y Sacha. Así nos convertimos en esa gran familia.
Salimos todos en pijama a desayunar al jardín, era un día de verano lleno de sol, de vida, de
todo aquello que se podía disfrutar en familia.
Alexander había hecho de mi vida algo espectacular, me había colmado de amor desde el
minuto uno, me había enseñado que ambos estábamos predestinados a tener una vida en común, a
formar esa preciosa familia que hoy en día teníamos en nuestras vidas.
Nos casamos oficialmente antes de tener a Dakota, recuerdo ese día como uno de los días más
bonitos de mi vida, agarrada del brazo de mi padre.
Su familia me adoraba, todos se volcaron en nuestra relación y con los niños, bueno por los
niños todos morían.
Yo tenía la suerte de contar con la ayuda de Marlene, una chica que se convirtió en la “yaya”
de los niños y que me ayudaba con todo lo referente a ellos.
Los chicos ya se pusieron a reír esperando a ver de qué se trataba, hasta yo estaba con la
curiosidad, pues no me había comentado nada.
Para que… Aquello fue un desayuno de lo más fiestero, todos se miraban emocionados
aplaudiendo, hasta a mí me consiguió sacar la mayor de mis sonrisas.
¿Qué habría perdido si no lo hubiese perdonado? Todo, lo hubiese perdido todo, porque
aquello era lo más grande que tenía, mi familia, desde los pequeños a Alexander y terminando por
mi padre, al que adoraba y que hacía el papel de un abuelo de lo más grande.
Cómo había cambiado mi vida, de ser una pobre vagabunda, a tener el mayor regalo que me
había brindado el destino. Una gran familia…