Un Habitante de Carcosa Ambrose PDF

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Un habitante de Carcosa

Ambrose Bierce
Existen diversas clases
,,
d,e muerte. En algunas, el
cuerpo perdura; en ot'ras se d~svanece por com-
pleto con el espiritu. Esto solamente sucede, por
lo general, en la soledad (ta! ,es la voluntad de
Dios), y, no habiendo visto nadie ese final, deci-
mos que el hombre se h,a perdido para siempre o
que ha partido para un largo viaje, lo que es de
hecho verdad, Pero, a ,veces, este h,echo se pro-
duce en presencia de muchos, cuyo testimoni6
es la prueba. En una clase de muerte el espiritu
muere tambien, y se ha comprobado que puede
suceder que el cuerpo continue vigoroso duran-
te muchos aiios. Ya veces, como se ha iestifica-
do de forma irrefutabl(!, el espiritu ·m,uere al
mismo tiempo que el ct1rerpo, pero, segun algu-
nos, resucita en el mismo lugar en que el cuerpo
se corrompi6.

~=
Meditando estas palabras de Hali (Dias le conce-
1~ paz eterna), y preguntfodome cu_al seri_a 5 ~
. ntido pleno, coma aquel que posee c1ertos io<lt-
cios, pero duda si no habra alga mas detras de
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que el ha discernido, no preste atenci6n al


donde me habia extraviado, hasta que senti 1llgar
cara un viento h e l a d o que rev1v10
· · - en rni en Ia
ciencia de! paraje en que me hallaba . Obse:- 1 con_
asombro que todo me resu Ita b a aJeno. . A rniecon
dedor se exten d -1a una d eso Ia d a y Yerrna Ila a1re,
cubierta de yerbas altas y march1tas . que se anura
. '
ban y silba b an b a10
· la b nsa
. d e l otono,
' Portactgtta-
de Dios sabe que misterios e inquietudes. A lar;~:
intervalos, se erigian unas rocas de forrnas extra.
ii.as y sombrios colores que parecian tener un
mutuo entendimiento e intercambiar miradas signifi.
cativas, como si hubieran asomado la cabeza para
observar la realizaci6n de un acontecimiento pre-
visto . Aqui y alla, algunos arboies secos parecian
ser los je fes de esta malevola conspiraci6n de si-
lenciosa e xpectativa.
A pesar de la ausencia del sol, me pareci6
q ue el d ia debia estar muy avanzado, y aunque me
di cue nta que el aire era frio y humedo, mi con-
ciencia de! hecho era mas mental que fisica ; no
experimentaba ninguna sensaci6n de molestia. Por
e_ncima de! lugubre paisaje se cernia una b6veda
de nubes bajas y plomizas, suspendidas como una
maldici6n visible. En todo habfa una amenaza y un
presagio, un destello de maldad, un indicio de fata-
lidad. No habia ni un pajaro, ni un animal, ni un
insecto. El vie nto suspiraba en las ramas desnudas
de los arboles muertos , y la yerba gris se curnba
para susurrar a la tierra secretos espantosos. Pero
ningun o tro ruido, ningun otro movim ienro ro rn -
pia la calma terrible de aquel funesto lugar.
Observe e n la yerba cierto numero de p tl
dras gastad as po r la intemperie evidente mcnt e tr 1
I

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b~ijadas con herr~mient~s. Estaban rotas, cubiertas
de rnusgo, y med10 hund1das en la tierra. Algunas es-
wban derribadas, otras se inclinaban en angulos
diversos, pero ninguna estaba vertical. Sin duda
~i1guna eran lapidas funerarias, aunque las tumbas
propiamente dichas no existian ya en forma de
rurnulos ni depresiones en el suelo. Los aflos lo
habian nivelado todo. Diseminados aqui y alla, los
bloques mas grandes marcaban el sitio donde al-
gun sepulcro pomposo o soberbio habia lanzado
su fragil desafio al olvido. Estas reliquias, estos
vestigios de la vanidad humana, estos monumen-
ros de piedad y afecto me paredan tan antiguos,
tan deteriorados, tan gastados, tan manchados, y
el lugar tan descuidado y abandonado, que no pude
mas que creerme el descubridor del cementerio de
una raza prehist6rica de hombres cuyo nombre se
habia extinguido hada muchisimos siglos.
Sumida en estas reflexiones, permaned un
tiempo sin prestar atenci6n al encadenamiento de
mis propias experiencias, pero despues de poco
pense: "iC6mo llegue aqui?". Un momento de reflexion
pareci6 proporcionarme la respuesta y explicarme,
aunque de forma inquietante, el extraordinario ca-
racter con que mi imaginaci6n habia revertido todo
cuanto veia y oia. Estaba enfermo. Recordaba aho-
ra que un ataque de fiebre repentina me habia
postrado en cama, que mi familia me habia conta-
do c6mo, en mis crisis de delirio, habia pedido
aire y libertad, y c6mo me habian mantenido a la
fuerza en la cama para impedir que huyese. Eludi
la vigilancia de mis cuidadores, y vague hasta aqui
para ir ... iad6nde? No tenia idea. Sin duda me
encontraba a una distancia considerable de la ciu-
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dad donde vivia ' la antigua y celebre c1udac1,· d


e
Carcosa.
En ninguna parte se oia ni se vela _.
alguno de vida humana. No se veia asce d signo
guna columna de humo, ni se escuchaba : 1tr nin.
de ningun perro guardian, ni el mugido de adrido
ga nado, ni gritos de ninos jugando; nada rn~~ngun
ese cementerio h'.1gubre, con su atm6sfera d que
terio y de terror debida a mi cerebro trasto: _rnis-
cNo estaria acaso delirando nuevamente aq ~ado.
· d d ·1· h ? N , ' ui , le-
JOS e to o aux1 10 umano. i o sena tod
una 1us1on engen ra a por m1 ocura? Llame oa eso.
·1 . , d d . I
mujeres y a. mis hijos, tendi
. , mis manos en bus,carndise
las suyas, mcluso camme entre las piedras ru mo- ·
sas y la yerba marchita.
Un ruido detras de mi me hizo volver la
cabeza. Un animal salvaje -un lince- se acercab·,I.
Me vi no un pensamiento: "Si caigo aqui , en el
desierro, si vuelve la fiebre y desfallezco, esta bes-
tia me desrrozara la garganta." Salte hacia el, gritan-
do. Pas6 a un palmo de mi, trotando tranquilamcnte.
y desapareci6 tras una roca.
Un instante despues, la cabeza de un hom-
bre pareci6 brotar de la tierra un poco mas lejos.
Ascendia por la pendiente mas lejana de una coli-
na baja, cuya cresta apenas se distinguia de la lla-
nurn. Pronto vi toda su silueta recortada sobre cl
fo ndo de nuhes grises. Estaba medio desnuclo, rnc-
dio vesrido con pieles de animales; tenia los cabellos
en desorden y una larga y andrajosa barb,1. En una
mano llevaba un arco y flechas; en la otra, una anwr-
cha llameante con un largo rastro de humo. Camin:i-1
ba lentamente y con precauci6n, como si tct11 cr.1
caer en un sepulcro abierto, oculto por la alw ycr!J:i
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Esta extrana a pa rici6 n me so rpre nd i6, pe ro


110 me caus6 alarma. Me dirigi hacia el para interce p-
ra rlo hasta que lo tu ve de fre nte ; lo aborde con el
fa miliar saludo :
- jQue Dios te gua rde!
No me pres to ate nci6 n , ni di sminuy6 su
ritmo .
-Bue n extranj ero -prosegui- , estoy en-
fermo y pe rdido . Te ruego me ind iques e l camino
a Carcosa.
El hombre enton6 un barbaro canto en una len-
gua desconocida, sigui6 caminando y desapareci6.
Sobre la rama de un a rbo l seco un buho
lan z6 un siniestro aullido y otro le contest6 a lo
lejos . Al levantar los ojos vi a traves de una brusca
fisura en las nubes a Alde baran y las Hiadas. Todo
sugeria la noche: el lince, el hombre portando la
antorcha, el buho. Y sin e mbargo, yo veia ... veia
incl uso las estre llas en ausencia de la oscuridad.
Veia , pe ro evide nte me nte no podia se r visto n i
escuchado . iQue espantoso sortilegio dominaba mi
cxistencia?
Me se nte al pie de un gran arbol pa ra re-
tl exionar se ria me nte sobre lo que mas convendria
hacer. Ya no tuve dudas de mi loc ura, pero a(in
gua rdaba cie rto resque mo r ace rca de esta convic-
ci6n. No te nia ya rastro algu no de fiebr e. Mas
a(m, experime ntaba una sensac i6 n de alegria y de
fuerza que me eran total me nte desco nocidas , una
cs pec ie de exaltac i6 n fisica y me ntal. Todos mis
sentidos estaba n ale rt a : e l aire me parecia una
sustancia pesada , y podia oir e l sile ncio .
La gru esa rai z de! arbol giga nte co ntra el
cual me apoyaba , abraza ba y o primia una losa de
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ue eme rgia parcialmente


. d por el hu ec
Piedra qOtra ra1,2 · Asi, la pie ra se encont r,16
.0 9li0
dejaba •nclemencias del tiempo a a at
. de 1as i . , ll nq
abngo u deteriorada . Sus anstas estaban lie
estaba m y angulos, roidos; su superficie des.
das· sus d E I. . ' Corri
gasta ' desconcha a. n a t1erra brill· i -
1 rarnente . . d d . ,1 )an
pe d nlica vest1g1os e su esintegra . _
, ulas e , - 1b Cton
parllC te esta piedra sena a a una ·
5
Indudablerne~ el arbol habia brotado Varios sep!LJ[.
de la cua . h b' tg Os
tur.J , es hambnentas a 1an saq ue-irj
antes. Las ra_1conado su lapida. ' o la
bay apns1 .
turn b tisco soplo de v1ento barrio las ho·
Un r b _ Jas
1 mas acumuladas so re la la1)ida · 0 .
yura
secas_ t nces las letras del bajorrelieve de
ungu1 en o . , I I ·o· 5u
. ., y me incline ac eer
inscnpc1on, h das. 1 . 10s .de!. cieloi.
·M·
I Ip
ropio nombre1 ... jLa I ,ec a e m1 nac1m1enro1
. la fecha de mi muerte. . ,
iY Un rayo de sol ilummo com pletamente el
costado de! arbol, mientras me po?ia en pie de un
salto, lleno de terror. El sol nac1a en el rosado
oriente. y0 estaba en pie, entre su enorme disco
rojo y el arbol, pero jno proyectaba sombra alguna
sobre el tronco!
Un coro de !obos aulladores sa lud6 al alba.
Los vi sentados sobre sus cuartos traseros, solos y
en grupos, en la Cima de los monticu los y de los
tumulos irregulares que llenaban a medias el de-
. sierto panorama que se prolongaba hasta cl hori-
zonte. Entonces me di cuenta que eran las ruinas
de la antigua y celebre ciudad de Carcosa.
Tales son los hechos que comu nic6 cl espi-
ritu de Hoseib Alar Robarclin al medium l3ayro lles

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